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AA. VV. [Rafael Quirosa-Cheyrouze, Luis Carlos Navarro y Mónica Fernández (coords)] (2011): Las organizaciones políticas:
Congreso Internacional Historia de la Transición en España — Almería : Universidad de Almería, 2011 — pp. 649-666

ENTRE LAS INSTITUCIONES Y LA MOVILIZACIÓN:


LA CRISIS DE LA IZQUIERDA RADICAL DURANTE LA TRANSICIÓN

Joel Sans Molas


Universitat Autònoma de Barcelona

A la hora de analizar con amplitud el proceso político de la transición es de interés


tener en cuenta la evolución de las organizaciones de la izquierda radical y la relación
de éstas con respecto a la construcción del nuevo marco institucional.
El conjunto variado de las organizaciones a la izquierda del PCE y el PSUC se
había situado como la segunda fuerza de la oposición a la dictadura durante los años
setenta. Desde el inicio de los años setenta se había producido un crecimiento sostenido
de la izquierda radical vinculado al ascenso de luchas y a la radicalización política. El
socialismo revolucionario estaba ganando una influencia que no había tenido desde
hacia décadas. Las principales organizaciones de la izquierda radical (PTE, ORT, MC,
LCR y OIC1) llegaron a sumar conjuntamente una afiliación significativa, de unas
25.000-30.000 personas2.
Sin embargo, pese a su arraigo, estas organizaciones no fueron capaces de afrontar
con éxito los cambios políticos de la transición. Entre 1977 y 1981 muchas de las ellas
desparecieron; el caso más destacado fue el del PT (producto de la fusión del PTE y la
ORT), que se disolvió bruscamente en 1980. Las organizaciones que sobrevivieron
tubieron que afrontar una crisis de orientación y de militancia.
En esta comunicación tratamos de dar un marco interpretativo de la crisis de la
izquierda revolucionaria, proponiendo varios factores explicativos y relacionando la

1
Son el Partido del Trabajo de España, Organización Revolucionaria de los Trabajadores, Movimiento
Comunista, Liga Comunista Revolucionaria y Organización de Izquierda Comunista.
2
Todavía no existen unas cifras precisas. Los 25.000-30.000 miembros es una estimación a partir de
distintas referencias. Las mayores organizaciones eran el PTE y la ORT de las que Michel Buse situaba
su la militancia conjunta en 18.000 y uno de sus militantes, Joaquín Aramburu, consideraba que era de
15.000 (Consuelo LAIZ, La izquierda radical en España durante la transición a la democracia, Tesis
Doctoral, Universidad de Madrid, 1993. En www.ucm.es/BUCM/tesis/19911996/S/1/S1007102.pdf
[acceso 15-7-2010], pág. 49). La siguiente mayor organización, el Movimiento Comunista, decía contar
con unos 7.000 o 8.000 afiliados en 1977, según el testimonio de Andy Durgan, posterior militante del
MC. Posiblemente se tratarían de cifras hinchadas. Las otras organizaciones significativas, LCR y OIC,
contaban con cifras menores, de unos pocos miles.

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crisis con el cambio de contexto político y económico, y la bajada de la movilización


social.

Ante la reforma y las elecciones


Los inicios de la reforma política se situan en el punto álgido de las
organizaciones de la izquierda radical, entre 1976 y 1977. Desde mediados de 1976 con
una menor represión y mayores libertades, las organizaciones pudieron empezar a abrir
sus actividades y tener una mayor expresión pública3. La fuerte movilización
huelguística, sobretodo en de 1976, ayuda también al fuerte crecimiento de estas
organizaciones.
Sin embargo, ya durante 1976 se produce un cambio en la dinámica de la
movilización antifranquista. Si bien es el año de un gran movilización obrera, superando
ampliamente las cifras de huelgas de años anteriores, también es el momento en que
empieza la orientación reformista de Suárez y la aceptación progresiva del nuevo marco
abierto por parte del principal partido de la oposición antifranquista y del movimiento
obrero, el PCE-PSUC. Las movilizaciones quedan relegadas a una herramienta de
presión por debajo de la cuestión principal, la negociación política.
Todo esto contribuye a que sea Adolfo Suárez quien lleve la iniciativa política y
marque la ruta de la transformación del régimen. El nuevo marco deja al conjunto de la
izquierda radical en una posición marginal ante un escenario poco previsto y todavía
menos deseado. Por un lado, las luchas masivas y de una gran intensidad de 1976
(huelga general de Victoria, huelga del metal en Sabadell y dos huelgas generales en el
Baix llobregat, entre otras) que eran interpretadas como el camino a seguir para derrocar
el régimen franquista, se vieron aisladas, derrotadas y sin continuidad ya desde finales
de año, con la única excepción de las luchas en Euskadi. El cambio en la movilización
obrera socavaba a la izquierda revolucionaria su base. En las grandes huelgas estas
organizaciones podían tener un impacto importante y las asambleas dinamizadoras de
las protestas eran un marco organizativo favorable para ellas4. Por otro lado, la
traslación del centro de gravedad del antifranquismo de las luchas a una negociación
política realizada entre bastidores y muy controlada por los partidos más moderados

3
Ernesto PORTUONDO, “Transició políica i crisi de militància a l’esquerra revolucionària (1974-
1982)”, L’Avenç. n. 207, 1996, págs. 24-25.
4
Xavier DOMÈNECH SAMPERE, Quan el carrer va deixar de ser seu. Moviment obrer, societat civil i
canvi polític. Sabadell (1966-1976), Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2002, pág. 331.

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deja a las organizaciones de la izquierda radical en una situación de exclusión en todo


este proceso.
Hay dos principales formas de reorientación de las organizaciones. La primera es
la del PTE y la ORT, que emprenderán una orientación cada vez más favorable hacia la
reforma política y adaptaran sus organizaciones para tratar de conseguir cuotas de poder
en el nuevo marco institucional. En la segunda, el resto de organizaciones, refractarias
al cambio político de la transición, buscarán la ruptura y cultivarán su espacio al margen
de las instituciones. Aún así, como veremos, las dos orientaciones se encontrarán con
problemas.
Después de la aprobación de la Ley de Reforma Política en referéndum el 15 de
diciembre de finales de 1976, pese a la campaña por la abstención de la izquierda
radical y el PCE-PSUC, los acuerdos entre Santiago Carrillo y Suárez, con la aceptación
de la monarquia y de la legalización del PCE, abrirán las puertas a las elecciones
constituyentes de junio de 1977. El PCE será legalizado en abril y el PSUC en mayo.
Sin embargo, el conjunto de la izquierda revolucionaria y las partidos republicanos
serán ilegales hasta pasadas las elecciones.

Las elecciones de 1977


Ante las elecciones generales la mayor parte de las organizaciones optarán por
presentarse. Ante la situación de ilegalidad, las organizaciones deberán presentarse con
otras siglas, lo que conllevará dificultades para ser reconocidas. Todas las
organizaciones hablarán de la necesidad de la unidad, pero no se llegará a establecer una
candidatura conjunta de todas ellas. Las orientaciones políticas distintas en sus
propuestas de candidaturas, la anteposición de un espacio propio y la rivalidad existente
dificultarán una confluencia. Las organizaciones buscan consolidar un espacio propio y,
en general, tienen unas grandes expectativas en trasladar su fuerte capacidad de
movilización en la calle en forma de resultados electorales. Seguramente, el hecho de no
haber sido capaces de confluir ya en 1976, buscando un espacio propio de la izquierda
radical enfrente de la reforma, supuso que después ya se hacía más difícil5.
Las mayores organizaciones, el PTE, la ORT y el MC, se presentarán por
separado entre ellas. Solamente el Frente por la Unidad de los Trabajadores juntará a
algunas: la LCR, la OIC, Acción Comunista y el POUM (este último en Barcelona).

5
Entrevista a Miguel Romero en Consuelo LAIZ, La izquierda radical en España durante la transición a
la democracia, op, cit., apéndice, pág. 221.

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La suma de todos los votos de la izquierda radical fue de un poco más de medio
millón, representando un 2,93%. Supone un espacio pequeño pero no inexistente que,
sin embargo, tendrá aún menos peso por la fragmentación del voto.

CANDIDATURAS DE LA IZQUIERDA RADICAL


EN LAS ELECCIONES GENERALES DE 19776

Nombre de la candidatura. Entre paréntesis Votos Porcentaje


organizaciones de la que forman parte totales
Frente Democrático de Izquierdas (PTE) 122.608 0,67%
EC-FE (ERC, PTE) [Solo en Cataluña] * 143.954 0,79%
Agrupación electoral de trabajadores (ORT) 77.575 0,42%
Frente por la Unidad de los Trabajadores (LCR, AC, OIC; 41.208 0,22%
y el POUM en Barcelona)
CUPS (Candidatura Unitat Popular pel Socialisme) (MC 12.040 0,07%
de Catalunya)
CUP (MC Madrid ) 5.206 0,03%
Euskadiko Ezquerra (EMK i EIA)* 61.417 0,34%
PSPV (Partit Socialista del País Valencià) (MC e 31.138 0,17%
independentes)
UNAI (Unión Navarra de Izquierda) (MC) 24.489 0,13%
Frente Autonomista Aragonés (MC) 4.791 0,03%
URAS (Unidad Regionalista) (MC-Asturias) 10.821 0,06%
Total 535.247 2,93%
(* consiguen diputado)

Los dos únicos diputados que consiguió la izquierda revolucionaria fueron con
alianzas con fuerzas del nacionalismo de izquierdas. Es el caso de la coalición Esquerra
de Catalunya-front Electoral Democrátic (EC-FED) entre ERC y el PTE, que sacó un
único diputado por Barcelona (Heribert Barrera, de ERC) y un porcentaje del 4,72% en
Cataluña. El PTE había buscado esta alianza a partir de su propuesta de establecer un
Frente Democrático. El PTE, que iba segundo en la lista y contaba con una fuerte base
militante para la campaña, se quedó sin representación, en cambio ayudando a revivir a
una ERC con muy poco arraigo.7 El otro caso es el de Euskadiko Ezkerra, que sacó un
6,1% de los votos en Euskadi. Esta coalición unió el EMK (Movimiento Comunista de
Euskadi) y el partido marxista e independentista Euskal Iraultzarako Alderdia (EIA,

6
Confeccionado a partir de: http://elecciones.mir.es/MIR/jsp/resultados/
7
Ramón FRANQUESA ARTÉS, “Estabilización del nuevo régimen y autodisolución (1977-1980)”, José
Luis MARTÍN RAMOS (coord.), Pan, Trabajo y Libertad. 1967-1980, historia del Partido del Trabajo
de España, Barcelona, Viejo Topo, 2011 [en prensa].

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Partido para la Revolución Vasca) y consiguió un diputado por Guipúzcoa, Francisco


Letamendia de EIA.
El PTE y la ORT, a diferencia del resto de organizaciones, tenían la expectativa
de conseguir diputados. Sus resultados fueron mucho menores a los esperados, no
consiguiendo entrar en el parlamento, ni alcanzar el 1% de los votos. Estos resultados
comportaron un golpe fuerte a ambos partidos (aún más para el PTE en Cataluña con lo
sucedido con ERC). Sin embargo, en lugar de suponer un replanteamiento sobre el
énfasis en buscar representación electoral, se produjo una profundización de esta
orientación en ambas organizaciones. Como dice Ramón Franquesa, la lectura de las
elecciones fue que “había que moderar el discurso y situarse a nivel de los deseos de la
gran mayoría de la sociedad (...). Ello implica plantear un posicionamiento reformista,
que hoy podría sorprender, en el sentido de apoyar el proceso constitucional”8.
Las otras organizaciones, si bien habían tenido menos expectativas, también
sufrieron la realidad de conseguir unos resultados menores de lo esperados.

Las elecciones generales y municipales de 1979


En estas elecciones las organizaciones ya se podían presentar con sus propias
siglas. Esto abrió de nuevo grandes esperanzas en el PTE y la ORT. El PTE preveía
sacar varios diputados9, lo mismo que la ORT.
Estas elecciones suponen en términos de votos un leve ascenso de la izquierda
radical, consiguiendo en conjunto un 3,32% de votos (mayor que el 2,93% de dos años
cuando se incluía a ERC y a EIA), pero no suponen ningún salto que les permita
conquistar una porción de espacio institucional.
Las elecciones municipales de abril de 1979 serán un terreno más favorable pero
no cambiarán el balance. El PTE y la ORT, que llevaron a cabo unos acuerdos para no
rivalizar en las municipales, consiguieron respectivamente 200 y 33 regidores. Sin
embargo, el voto de ambas organizaciones bajarán respecto las anteriores generales en
un total de 65.000 votos10, profundizando la frustración por los resultados electorales. El

8
Ramón FRANQUESA ARTÉS, “Estabilización del nuevo régimen y autodisolución (1977-1980)”, op.
cit.
9
Según el testimonio de Andy Durgan, Eladio García Castro declaró en un mítin en Madrid que
alcanzarían 8 diputados. Según Jose Antonio Alonso el PTE pensaba tener un mínimo de 2 o 3 diputados.
Consuelo LAIZ, La izquierda radical en España durante la transición a la democracia, op, cit., pág. 11.
10
Historia del Partido de los Trabajadores de España (PTE-ORT), en
http://www.partidodelostrabajadores.es/index.php/historia-del-pte-ort

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MC será la otra organización en conseguir un cierto espacio municipal, con 54 regidores


en candidaturas del partido11.

La crisis y el declive de las distintas organizaciones


En 1977, después de las elecciones de junio, podemos hablar ya de crisis en el
seno de la izquierda radical. No se ha llegado a la consolidación de las organizaciones
después de las salida de la clandestinidad, que a empieza su crisis. En el transcurso de
dos o tres años las principales organizaciones habrán desaparecido. Las que
sobrevivirán, como el MC o la LCR, lo harán con una bajada significativa en su
militancia.
La necesidad de re-ubicación ante la reforma política, en una situación de
desorientación y de conciencia de los problemas que conlleva la dispersión entre las
distintas organizaciones, llevará a buscar procesos de reagrupamiento y unificación.
Ahora bien, en un momento de reflujo no todas las fusiones llegarán a buen puerto.

El PTE y la ORT: fusión e implosión


Estos dos partidos, los más grandes a la izquierda del PCE-PSUC, con una
militancia conjunta que podía superar los 10.000 miembros, desaparecerán con una
rapidez sorprendente.
En su crisis afecta en mayor medida la marginación política durante la transición
–el hecho de no ser aceptados en las negociaciones con el gobierno- y la falta de
resultados electorales, ya que buscaron de forma prioritaria la presencia en las
instituciones. De hecho, el espacio que quieren ocupar cada vez más el PTE y la ORT
estaba en gran parte llenado por el PSOE y el PTE12. No solamente no sacaron ningún
diputado en las elecciones generales de 1979, sino que en las elecciones municipales del
mismo año su voto bajó. Esta orientación hacia las instituciones, además, fue
difuminado el propio espacio y desconcertado a su militancia, por ejemplo con el caso
del PTE de pedir el Sí a la constitución después de haber tenido un discurso muy critico
hacia ella13.

11
Archivo Personal de Joel Sans (APJS). Movimiento Comunista: Tras las elecciones municipales, 23 de
abril de 1979.
12
Ernesto PORTUONDO, “Transició políica i crisi de militància a l’esquerra revolucionària...”, op. cit.,
pág. 29.
13
Ramón FRANQUESA ARTÉS, “Estabilización del nuevo régimen y autodisolución...”, op. cit.

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En 1977 ya hubo una crisis interna en el PTE en Cataluña que tomó la forma de
un fuerte choque entre miembros de la dirección que terminó con una ruptura de un
sector pequeño pero experimentado. Esta crisis era un reflejo de cómo las dificultades
de la organización afloraban en forma de tensiones internas que no siempre reflejaban
los problemas políticos más importantes14.
Después del fracaso consecutivo en los dos comicios de 1979 el PTE y la ORT
plantearan la unificación como una huida adelante. Pese a la afinidad ideológica en base
al maoísmo, las relaciones en los años anteriores no habían sido buenas al tener una
actitud de rivalidad por el mismo espacio, con choques frecuentes entre ambas
militancias.
El resultado del proceso de fusión fue agravado por realizarse desde arriba (sin un
acercamiento entre unas militancias con desconfianzas cruzadas), sin una participación
democrática y solamente en dos meses15. A esto se añade una división de la dirección de
la nueva organización según el origen, el hecho de no producirse una reconsideración
del tipo de políticas que se habían llevado a cabo y la existencia de una estructura de
partido hinchada en cuanto a liberados y sedes y con un volumen importante de deudas
contraídas para hacer frente a las grandes campañas electorales. El resultado fue una
organización bloqueada en el ámbito orgánico, en la orientación política y en su
capacidad económica. La actividad política se paralizó hasta que el nuevo partido
levantó acta de su defunción en mayo de 198016.
Algunos sectores de la partido disuelto se acercaron al PSOE (sobretodo los
procedentes de la ORT de Madrid), otros fueron al PCE, otros se involucraron en los
movimientos sociales, pero la mayoría “se fueron a casa”.

El MC y la OIC
La OIC fue una de las organizaciones que creció más rápidamente entre 1974 y
1977. Pero en 1977, después de las elecciones, empezó a entrar en crisis, con diversas
escisiones y polémicas ideológicas. También se produjo la dimisión de su Secretario
General, Diego Fàbregas y su expulsión a principios de 1978. La dirección de la OIC,
en medio de la crisis política y de orientación, llevará a cabo un acercamiento al MC
adaptando rápidamente su cuerpo ideológico del “marxismo-leninismo”, con un proceso

14
Ibid.
15
Entrevista a Jose Antonio Alonso en Consuelo LAIZ, La izquierda radical en España durante la
transición a la democracia, op, cit, pág. 12.
16
Ramón FRANQUESA ARTÉS, “Estabilización del nuevo régimen y autodisolución...”, op. cit.

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de rectificación y autocrítica interna, rechazando las ideas de Trotsky y el consejismo


que antes había postulado17. El resultado será que la OIC entrará al MC prácticamente
asimilada en 1979, con numerosas bajas por parte de militantes y núcleos críticos (en
Barcelona, Zaragoza, Islas Baleares, Córdoba y Aragón) con la forma del proceso y por
haber dejado de lado aspectos políticos del pasado de la organización.
El MC, por su lado, sufrió una crisis en las organizaciones de Madrid, Valencia y
Galicia, con el desajuste entre las ilusiones de ruptura radical y el resultado de la
transición18. Si bien el partido había tenido desde los inicios de 1977 una actitud crítica
hacia el proceso de reformas, parece que una parte de la nueva militancia había tenido
una visión más esperanzada. Los resultados electorales fueron menores también de lo
esperados. Aún así, desarrollaron una visión más realista de las opciones para la
izquierda revolucionaria. En octubre de 1977 decían: “Repetidamente hemos constatado
que, tras el 15 de junio, la izquierda revolucionaria encuentra numerosos impedimentos
para ampliar su influencia entre importantes sectores de las masas”. Pero al mismo
tiempo veían un espacio político para los revolucionarios: “No obstante, la prudencia no
está reñida con una actitud audaz, valiente, con una apreciación correcta de los
sentimientos revolucionarios presentes en la izquierda de las masas”19.
El congreso de 1978 trata de encauzar la organización haciendo un giro hacia el
refuerzo ideológico y teórico. Al mismo tiempo hay una constatación de las dificultades
existentes: "Tras las elecciones del 15 de Junio la hegemonía de la izquierda reformista
entre las masas populares se ha hecho patente y la izquierda revolucionaria ha conocido
un fuerte retroceso en relación con aquella. La acción de los revolucionarios se
encuentra enfrentada a unas condiciones difíciles que seguramente no desaparecerán
durante un largo período de tiempo.”20. Un militante explica la intención de hacer un
cambio de actitud: “para nosotros era entonces situar en la perspectiva de que las ideas
revolucionarias iban a estar en minoría(...), que no teníamos que engendrar falsas
ilusiones. O sea, empezar a hacer una política de resistencia”21.

17
Axchivo Pavelló de la República (APR), DPP (OIC) 2/9. OIC. COMITÉ FEDERAL:“Acerca del
proceso de rectificación”. Noviembre de 1978.
18
Ernesto PORTUONDO, “Transició políica i crisi de militància a l’esquerra revolucionària...”, op. cit.,
pág. 29.
19
APR, DPP (MC) 2/3.b. MOVIMIENTO COMUNISTA. COMITÉ EJECUTIVO. “Circular sobre
algunos aspectos del momento político actual”. Octubre 1977. p. 46.
20
APR, DPP (MC) 2/2.b. MOVIMIENTO COMUNISTA. “10 años de lucha por el socialismo :
resoluciones y documentos del II Congreso”. Abril 1978. p.
21
Javier Alvarez Dorronsoro en Consuelo LAIZ, La izquierda radical en España durante la transición a
la democracia, op, cit.

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Pese al refuerzo que supone la fusión con la OIC, el MC señala en 1980 un


declive de su militancia en varias de sus organizaciones, en algunos casos con una
pérdida del 25% del número de militantes22. El MC podía tener en 1982 alrededor de
3.000 afiliados según un militante, lo que supondría una cantidad bastante menor que en
197723.

La LCR
La LCR llega a las elecciones de junio de 1977 con una sensación de derrota,
justamente por ser ilegales durante los comicios. Como dice uno de sus dirigentes: “Al
año 1977 llegamos totalmente desorientados y un poco con visión de naufrago de las
cosas”24. Siguiendo las reflexiones de Miguel Romero podemos ver como la LCR fue
un paso por detrás en los acontecimientos de la transición. En 1976 tenían una posición
irreal de derrocamiento de la dictadura. En 1977 la LCR ya habla de “ruptura
democrática”, pero lo hace cuando el nuevo marco institucional ya se ha estabilizado. Y
entre 1977 y 1980 “pensamos que había una inestabilidad muy grande, que aquello
podía volver a plantearse en condiciones de crisis que pudieran replantear la
problemática de cambio radical del sistema”25.
El V Congreso de 1978 mostró una mala situación de la organización. Aunque fue
masivo, con una buena asistencia de delegados, había una sensación de desorientación y
división con tres tendencias constituidas. Un síntoma de la crisis es que las discusiones
del congreso fueron muy tensas alrededor de cuestiones menores, cosa que refleja la
falta claridad en afrontar las dificultades. La autocrítica que se hace señala los errores de
orientación: “(...) ha existido una subestimación de la capacidad evolutiva de la
burguesía y de su margen de maniobra; - la confusión entre la necesidad de una
orientación hacia la Huelga General Política y el hecho de que esta eventualidad fuera la
única posible...; - una visión un tanto espontaneísta del 'salto' que debía dar el
movimiento para que se produjera la Huelga General Política”26.
Entre 1978 y 1979 hay bastante confusión sobre la linea de trabajo. Es el
momento en que se pierden muchos militantes. Esta desorientación se prolongaría hasta

22
APJS. Boletín 33, Movimiento Comunista, mayo de 1980, pág. 20.
23
Entrevista a Javier Álvarez Dorronsoro en Consuelo LAIZ, La izquierda radical en España durante la
transición a la democracia, op, cit.
24
Entrevista a Miguel Romero en ibid.
25
Ibid.
26
Citado en Miguel ROMERO, “El choque contra la Transición”, Viento Sur, 115, 2011, pág. 63.

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1980-8127. Desde finales de 1978 la LCR empieza a asumir el retroceso que ha habido
en la situación política y se define como una fuerza de resistencia, de oposición radical
al sistema. Este giro, junto con el referente positivo que supone la revolución en
Nicaragua de 1979 y la búsqueda de un trabajo unitario28, le permite adaptarse al nuevo
contexto.
Tanto el MC como la LCR seguirán una rorientación consistente en asumir su
falta de capacidad para intervenir en las elecciones, plantearse como “fuerzas
resistentes” y buscar un espacio de trabajo en los 'nuevos' movimientos sociales
(ecologismo, feminismo, antimilitarismo y la campaña antiOTAN). Esto les dará la
capacidad de mantenerse durante los años 80 y les permitirá tener un fuerte papel en la
campaña contra la OTAN de 1986.

Factores explicativos de la crisis


Algunas visiones han explicado la crisis de la izquierda radical sobretodo en base
al cambio de periodo político durante la transición. Estas organizaciones habrían
crecido en el contexto de la dictadura y no se sabrían adaptar -y perderían su sentido- en
el nuevo escenario democrático29. Este análisis no solo reduce la explicación al factor
del cambio institucional sino que deja de lado porqué ciertas organizaciones como la
LCR y el MC se mantienen durante los años ochenta. De hecho, de la misma forma que
el surgimiento de la izquierda revolucionaria a finales de los años sesenta es un
fenómeno europeo, su crisis también lo es.
Durante el período de 6-8 años posterior al mayo del 68 las organizaciones
revolucionarias experimentan un importante crecimiento en los distintos países
europeos30. Desde 1977, la crisis de la izquierda radical se produce también por toda
Europa. En Italia, las elecciones generales de 1976 decepcionan totalmente las
expectativas de la izquierda radical más grande de Europa, que fue incapaz de conseguir
representación enfrente del PCI. Organizaciones que habían tenido una gran militancia
y capacidad de movilización, como Lotta Continua, Avanguardia Operaia y Il

27
Entrevista a Miguel Romero en Consuelo LAIZ, La izquierda radical en España durante la transición
a la democracia, op, cit.
28
Ibid.
29
Un ejemplo de esta visión es Consuelo LAIZ, La lucha final: los partidos de la izquierda radical
durante la transición española, Madrid, Los Libros de la catarata, 1995, págs. 277-312.
30
Para un análisis de los factores de crecimiento y crisis de la izquierda revolucionaria europea ver Chris
HARMAN, “Crisis of the European revolutionary left”, International Socialism, 4, 1979. Disponible
online en http://chrisharman.blogspot.com/2009/11/crisis-of-european-revolutionary-left.html [acceso
agosto 2010]. Seguiremos en buena medida este análisis en este apartado.

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Manifesto quedan reducidos a grupos sin influencia en 1979-198031.. En la mayoría de


países europeos hay también un naufragio de organizaciones, siendo pocas las que han
continuado existiendo hasta hoy con cierta implantación32.
Podemos hablar de cinco factores de la crisis de la izquierda revolucionaria en el
Estado español, comunes en buena medida, con el resto de Europa33.

1/ La reestabilización de las instituciones de la democracia burguesa


La crisis del régimen franquista, momento en que la izquierda radical tiene su
momento de mayor fuerza, da paso a un conjunto de nuevas instituciones democráticas
que reestabilizan la situación y cierran las fisuras que habían favorecido el auge de las
protestas obreras y la radicalización política. El nuevo marco institucional conlleva una
crisis de perspectivas de conseguir aquello por lo que se había estado luchando desde
hacia una década y rompe la identificación que se había hecho entre fin del franquismo
y ruptura revolucionaria.
La transición no solamente defrauda las expectativas de la izquierda radical, sino
que también la sitúa en una posición marginal. El cambio es rápido: solamente
transcurre un año desde la apertura de las organizaciones que salen de la clandestinidad
hasta las primeras elecciones de junio de 1977, que ya sancionan un fin de etapa.
La izquierda reformista muestra una gran adaptación a las nuevas instituciones,
especialmente el PSOE, que, si bien había tenido muy poco peso durante el franquismo,
es capaz de subir rápidamente y reconstruir una central sindical, la UGT, que le da
arraigo dentro del movimiento obrero. El PCE consigue, por su parte, el control de las
CCOO y las vincula a su política de negociación. La izquierda radical subestimó la
capacidad de atracción que podía suponer el espacio reformista. Son el PSOE, el PSUC
en Cataluña, y el PCE, los partidos que consiguen canalizar las esperanzas de cambio y
instalarse en los parlamentos. Esto implicó que el espacio vacío que existía en la
izquierda durante los años 70, pasó a estar, aparentemente, más lleno.
Las distintas votaciones, como el referéndum por la reforma política, las
elecciones de junio de 1977 con la victoria de Suárez o la constitución aprobada en el
referéndum de 1978 dejan las posiciones políticas de la izquierda radical (a excepción
del PTE y la ORT respeto la constitución) desplazadas del nuevo marco institucional.

31
Chris HARMAN, The fire last time. 1968 and after, Londres, Bookmarks, 1998, págs. 207-215.
32
Sería el caso de la LCR francesa (actualmente el NPA) y el SWP de Gran Bretaña.
33
Chris HARMAN, “Crisis of the European revolutionary left”, op. cit.

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El PTE y la ORT, que habían tenido una visión de cambio político por etapas (una
primera democrática y una posterior socialista) buscarán la adaptación a las nuevas
instituciones y saldrán todavía más malparados; acabarán evolucionando hacia un
espacio que ya está ocupado por el PCE-PSUC y, en menor medida, por el PSOE.

2/ El cambio en la actitud de los trabajadores


Mirando las cifras de la movilización huelguística (ver cuadro), en principio
podría parecer que se trata de un contexto favorable para la izquierda radical. Las luchas
obreras entre 1976 y1979 se mantuvieron muy altas, y hay un ascenso de jornadas de
huelga que tiene un pico en 1977 y otro mayor en 1979. Solamente a partir de éste
último año se observa una bajada, especialmente de las jornadas de huelga. El número
de conflictos no cae de forma tan pronunciada, pero son las huelgas que se producen
son de menor intensidad.

DATOS DE LAS HUELGAS ENTRE 1976 Y 1982

Huelgas Participantes Jornadas de


(miles) huelga (miles)
1976 1.568 3.639 13.752
1977 1.194 2.956 16.642
1978 1.128 3.864 11.551
1979 2.680 5.713 18.917
1980 1.365 1.710 6.178
1981 1.307 1.126 6.154
1982 1.225 875 2.788

Fuente: Anuarios de Estadísticas Laborales y de Asuntos Sociales


del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social34

El reestablecimiento de la democracia burguesa y la consolidación del espacio


reformista contribuyó a la baja de las movilizaciones, pero solo parcialmente. Hay dos
factores que nos permiten entender que la crisis de la izquierda revolucionaría, con unas
bases fuertes en la clase trabajadora, se produzca ya antes del descenso de las huelgas.
En primer lugar, a partir de 1977 la crisis económica interviene con fuerza y las luchas
cambian su carácter ofensivo de los años anteriores por uno defensivo. Esto tiene un
impacto político claro de menor confianza colectiva y menores expectativas. Como dice

34
Reproducido a partir de Miguel Angel GARCÍA CALAVIA, “Las huelgas laborales en el Estado
español (1976-2000)”, Arxius, 18, 2008, pág. 101.

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Balfour, “la explosión de cierres y el repentino crecimiento del desempleo no sólo


debilitó o dispersó los tradicionales centros de militancia obrera sino que también
socavó la confianza de los trabajadores en su capacidad de defender sus empleos y su
nivel de vida”35. Además, las direcciones de CCOO y UGT llevaron a cabo una linea
defensiva frente a los despidos, en lugar de una resistencia más contundente propugnada
por algunos sectores de CCOO y por la izquierda radical.
La forma como se hizo la transición en el plano sindical, la desmovilización que
propugnó CCOO para aceptar, entre otros, los pactos de la Moncloa, cambió el carácter
del movimiento obrero: “La autoorganización dio paso a la delegación y, más tarde, a
las nuevas estructuras del Estado y a los sindicatos democráticos. En el proceso, el nivel
de participación de la base empezó a decaer hasta que, a principio de los años ochenta,
las asambleas regulares de fábrica prácticamente no eran más que un recuerdo del
pasado(...)”36.
El paso de luchas ofensivas a defensivas fue agravado por las políticas sindicales
de las distintas organizaciones. El PTE y la ORT impulsaron rupturas de sus sectores
dentro de CCOO para formar sus propios sindicatos en 1976-1977. La OIC no participó
en las CCOO hasta que ya se habían consolidado como sindicato. Todo esto debilitó a la
izquierda revolucionaria a la hora de confrontar las posiciones del PCE-PSUC37 tanto
cuando en 1976 las Comisiones Obreras se convirtieron en un sindicato, como en el
marco posterior de la transición38. La OIC, que había nacido de las propias luchas del
movimiento obrero, y que como organización prácticamente era una corriente política
estructurada en el seno del movimiento obrero, sufre especialmente estos cambios de
pérdida de la combatividad y declive de las asambleas obreras.
En segundo lugar, el cambio de carácter de las luchas de los trabajadores se
combina con la cuestión política de la decepción de las expectativas de ruptura en el
final del franquismo. De hecho, el famoso desencanto es un síntoma de que en ciertos
sectores de la clase trabajadora crece el escepticismo y la desilusión, tanto respecto al
sistema de gobierno como hacia los partidos políticos de izquierdas. En la situación de
crisis económica para el grueso de trabajadores parece que hayan pocas alternativas

35
Sebastian BALFOUR, Los trabajadores, la dictadura y la ciudad, Valencia, Edicions Alfons el
Magnànim, 1994. Pág. 258.
36
Ibid., pág. 261.
37
Chris HARMAN, The fire last time. 1968 and after, op. cit., pág. 327.
38
El predominio del PCE-PSUC se ve, por ejemplo, en la comisión ejecutiva de la Comissió Obrera
Nacional de Catalunya de 1978, sobre 50 miembros encontramos las siguientes adscripciones políticas:
42 del PSUC, 3 del MC, 2 de la LCR y 2 independientes.

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entre lo que los partidos reformistas ofrecen y una crisis que parece no tener fin. Es
decir, hay un apoyo al PSOE y al PCE-PSUC por parte de trabajadores que antes podían
estaral lado de la izquierda radical, aunque fuera una apoyo sin grandes ilusiones. En
ciertas situaciones de crisis económica la opción reformista puede parecer la más viable:
“the lower reaches of the reformists' bureaucracy were often more helpful than the
revolutionary left. Their bureaucratic routines could seem more ‘practical’ than the
revolutionary fervour of the extrem left”39.

3/ La crisis de militancia
Ya desde la segunda mitad de 1977 hay un declive del impulso activista. Se está
produciendo un agotamiento militante bastante generalizado en los cuadros de las
organizaciones revolucionarias. Durante varios años se ha llevado a cabo una tarea
política continua, semana tras semana, distribuyendo la prensa del partido, haciendo
trabajo de propaganda, interviniendo en el entorno, etc. Esta actividad, a menudo de
gran intensidad –que se podía sustentar en un periodo en que las luchas y el ambiente de
cambio acompañaban–, ahora puede resultar una pesada carga. Se encuentra un
cansancio acumulado en las personas que llevan militando años, y a veces una década.
Como comentaba un militante respecto a la dirección del PTE, había “un cierto
cansancio de la dirección (...), se llegó a la unificación con la ORT, ya con ese grupo
humano cansado”40.
El cambio de ambiente y el reflujo que se produce durante la transición significa
que hay una presión hacia la derecha, que sufren los militantes de estas organizaciones.
Los militantes revolucionarios sufren el aislamiento, al mismo tiempo que sus
organizaciones ven un descenso de militantes. Aún así, este agotamiento político y
personal no debería producir por sí solo una crisis traumática en la izquierda radical. Se
suma al contexto y también a las mismas políticas de las organizaciones.

4/ Las políticas de la izquierda revolucionaria

Una de las influencias ideológicas predominantes en la izquierda radical fue


maoísmo, que cruzó el PTE, la ORT y el MC. Aunque algunas de estas organizaciones
suavizaron la adscripción al maoísmo, éste continuaba siendo un referente importante.

39
Chris HARMAN, “Crisis of the European revolutionary left”, op. cit.
40
Entrevista a Jose Antonio Alonso en Consuelo LAIZ, La izquierda radical en España durante la
transición a la democracia, op, cit.

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Había una búsqueda de referentes en una patria socialista: la ORT tenía relaciones con
China y el PTE (si bien más distantes) con Rumanía.
Sin embargo el maoísmo, que había buscado sus referentes no tanto en la propia
emancipación de la clase trabajadora sino en los nuevos régimenes aparentemente
socialistas del 'tercer mundo', entró en crisis a finales de los años 70.
China evolucionaba de una forma que decepcionaba a sus seguidores: fracaso de
la Revolución Cultural, acercamiento a EEUU con visita de Nixon incluida en 1972,
expulsión y detención de la “banda de los cuatro” continuista de Mao en 1976, y
desmaoización posterior y apertura hacia el capitalismo de mercado. A esto se tiene que
añadir la guerra entre dos regímenes “revolucionarios” como Vietnam y Camboya y la
evolución poco esperanzadora del régimen Cubano41.
Las ilusiones fallidas en el tercer mundo desorientan a estas organizaciones. Por
otro lado, en las organizaciones maoístas se adoptó un modelo organizativo inspirado en
los partidos comunistas antes que derivasen hacia el “revisionismo”. El funcionamiento
interno contaba con poca discusión y democracia, y la dirección tenía una posición de
dominio sobre la organización, hecho que no ayudaba mucho a realizar giros políticos y
a que éstos fueran asumidos por la militancia en situaciones cambiantes. Además de
estas cuestiones el maoísmo aportaba un voluntarismo y un cierto triunfalismo de la
victoria próxima.
En el PTE había una falta de claridad estratégica respecto a la dirección a seguir.
Justo en el último momento, en 1979, hubo una propuesta de intentar abrazar otras
influencias, como el ecologismo, el feminismo y una cierta crítica a la URSS. Sin
embargo, no se tenía un modelo diferente de sociedad hacia el cual ir.
En la OIC, distanciada del maoísmo, había un cierto espontaneísmo, eclecticismo
teórico y una falta de teoría sobre la cuestión del partido (con un organización poco
estructurada). La contraposición entre consejos-asambleas de trabajadores y sindicatos
les llevó a poder influir menos en CCOO.
La LCR, que formaba parte de otra tradición, la trotskista, también compartía
ciertos elementos del tercermundismo, si bien más orientados hacia Cuba que China (o
anteriormente hacia Argelia). Por otro lado, la LCR postulaba en 1975 que solamente
“cuando la situación prerrevolucionaria se haga una realidad entonces la gran burguesía

41
Ernesto PORTUONDO, “Transició políica i crisi de militància a l’esquerra revolucionària...”, op. cit.,
pág. 27.

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proclamará abiertamente su ruptura con el 'franquismo sin Franco'”42. Aunque esta


sobrevaloración fue cambiando, no permitió encarar fácilmente la transición.
De hecho las grandes expectativas eran generales: algunas organizaciones
pensaban en términos de una próxima situación prerrevolucionaria y otras, en grandes
resultados electorales y gobiernos de izqueirdas. A esto se añade en todas las
organizaciones una cierta sobredimensión de su papel, que tenía su base en la capacidad
de liderazgo y de influencia que conseguían en las luchas, especialmente en el
movimiento obrero; y también en la capacidad de convocatoria de actos púbicos.
A veces, la desorientación ideológica y la falta de expectativas políticas, en un
contexto de desmovilización general, puede tener un efecto más demoledor sobre la
militancia activa que la represión. Solamente así se puede entender la paradoja que
personas que habían soportado un intenso de trabajo de clandestinidad, con detenciones
(y a veces con torturas), dejaran la militancia a finales de los años 70 o a principio de
los años 80, en una situación de mayores libertades, y “se vayan a casa”.
Incluso si el MC y la LCR sobrevivieron, sus problemas teóricos respecto a la
explicación de la caída de la URSS y el fracaso de la Revolución Sandinista en
Nicaragua tuvieron un efecto a largo plazo que llevó a buscar una fusión, en 1991, que
terminó rápidamente en disolución.

5/ Algunos agravantes
Hay algunos factores que son menos centrales, pero que también inciden y
agravan la crisis de la izquierda revolucionaria. Una característica común es la
inmadurez de las organizaciones, muy jóvenes, sin un hilo de continuidad con el
pasado, y forjadas en un contexto de aumento prácticamente lineal de luchas y
radicalización, entre 1971 y 1977. Por este motivo no tenían la experiencia de sortear un
reflujo político. En las dos mayores organizaciones, la ORT y el PTE, había una
significativa falta de teorización, con una adscripción al “marxismo-leninismo” muy
retórica, pero poco elaborada.
También encontramos la inexperiencia de trabajar en el nuevo contexto
institucional que se produce con el fin de la dictadura, con mayor apertura política y
donde el reformismo de izquierdas avanza como no lo había hecho antes (PSOE). Esto

42
Citado en Miguel ROMERO, “El choque contra la Transición”, op. cit., pág. 57.

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afecta en gran parte también a unas expectativas electorales que, en algunos casos, son
prácticamente infantiles.
Se suma a estos puntos el sectarismo –la fuerte defensa del espacio político de las
propias organizaciones– que dificultó una respuesta unida de la izquierda radical, la cual
habría podido mantener un mayor entorno e influencia a su alrededor y así suavizar el
aislamiento.

Conclusiones
La transición se saldó con una derrota política para la izquierda revolucionaria,
que fue una de las grandes perdedoras por la forma como se llevó a cabo el proceso de
reforma política. Esto es así porque si bien la izquierda revolucionaria tenía una gran
capacidad de incidencia en las luchas y las movilizaciones, no contaba, en cambio, con
la implantación ni las fuerzas para conseguir un impacto general en los acontecimientos
de la transición, dejando de lado la situación muy concreta de Euskadi43.
Sin embargo, si se legitima la transición producida como la única posible, se
puede olvidar que la izquierda revolucionaria, la segunda fuerza del antifranquismo (por
lo tanto, muy por delante de partidos que saldrán de la transición reforzados, como el
PSOE, CiU, o ERC, entre otros), buscaba una ruptura política y social con el régimen, y
que mucha más gente en el antifranquismo, incluyendo una parte de las bases del PCE y
el PSUC, compartían estos objetivos. Si bien esta opción no fue la que, como sabemos,
se produjo, esto no implica que no hubiera elementos y fuerzas sociales que empujasen
hacia aquella dirección44.
Recuperar el papel de la izquierda revolucionaria, de su auge y caída, nos da
elementos para entender el cambio social y político que se produjo a la sombra del
cambio institucional.

43
Mike EAUDE, La transició. Moviment obrer, canvi polític i resistència popular. Barcelona, En Lluita,
2009, pág. 52.
44
Para ver un apunte crítico de la transición en un sentido parecido ver Xavier DOMÈNECH, Quan el
carrer va deixar de ser seu..., op. cit., págs. 15-44.

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