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Era un pueblo pequeño, muy cerca de Quito. Me acompañaba Ramón Arregui, que después de
bastantes años de vivir en Ecuador conocía a todo el mundo, y con su simpatía se había
convertido en una especie de cónsul particular para los españoles que íbamos allí. Nos
acercamos a un indio sonriente y amable que tallaba figuras y belenes de madera de cerezo, con
un arte consumado y los vendía a precios muy bajos. Le compré un belén, o para ser más exacto,
me lo regaló Ramón. Enseguida se me ocurrió que en España se vendería maravillosamente.
¿Cuanto cobraría si le compro diez? «El mismo precio del que les he vendido». ¿Y si le encargo
cien? «Mire, señor, por cien le cobraría el doble. Yo con diez belenes puedo vivir y hacerlos
despacito, con cariño. Si tengo un encargo de cien, viviré intranquilo y no tengo más
necesidades». Pensé que al arte de tallar unía el arte de saber vivir. ¿Compensan tantos
esfuerzos, tanta falta de dedicación a la familia, nuestro primer negocio, y en ocasiones tan- tas
trapisondas de algunos para aumentar los propios ingresos, si ya estamos viviendo
aceptablemente? Es equivocado pensar que los ricos son más felices, casi se puede asegurar lo
contrario. El dinero ayuda, pero no soluciona los problemas de fondo, y en muchas ocasiones
perjudica. Hay que fomentar unos modos de vida no basados exclusivamente en criterios
económicos. Lo que un empresario debe buscar es conseguir el máximo grado de satisfacción
familiar que pueda alcanzar y a la vez aportar a la sociedad la totalidad de sus capacidades, pero
considerando la vida en su conjunto, no sólo el trabajo. En una empresa es otra cosa, necesita
en general crecer, necesita aumentar sus beneficios, formar a sus trabajadores, señalar
objetivos ambiciosos. Pero no está claro que una persona sea más feliz por ganar más dinero y
he visto miles de casos. Suele traer complicaciones y a veces impide un desarrollo intelectual
mínimo, porque está tan concentrado en una sola actividad que, en los demás aspectos, la
cultura, la literatura, la amistad, etc. no da la talla. Las personas que sólo saben hablar de dinero,
y que al hacerlo les brillan los ojitos, no suelen terminar bien, ni logran ser felices.
Saber administrar
Era una amiga de mi madre, vecina de Sarriá, sin hijos, pero con numerosos sobrinos a los que
quería mucho, y una fortuna muy considerable. Les ayudaba generosamente. Un día llegó a sus
oídos un comentario de alguna persona de lengua larga, que le comentó lo contentos que se
pondrían los sobrinos cuando ella muriese No era verdad, era un mal pensamiento, pero era un
riesgo que la hizo reflexionar y tomar medidas preventivas. Aumentó mucho lo que daba a los
sobrinos, para ir gastando su fortuna, pero les dijo que cuando muriese el remanente lo daría al
Hospital de San Pablo. Desde entonces fue la persona más cuidada de Barcelona, la llevaban en
palmitas. Ya lo hacían antes, pero las sabias disposiciones a veces ayudan. Los bienes de fortuna
deben servir para unir, nunca para separar. Es muy desalentador contemplar a parientes muy
poco tratados a lo largo de los años sentados a la cabeza de un familiar moribundo para ver si
les deja algo en su testamento. Esta solución que he descrito es muy inteligente, ayuda a que
sientan dolor por nuestra muerte y permite que jamás se generen rencores. Si no se tienen hijos
para continuar la propia actividad hay que tratar a los futuros herederos, valorar sus cualidades
y pensar si el dinero estará mejor en sus manos que en de una obra social que nos guste. Y que
lo sepan de antemano.
SARPE
Cuando compramos la Sociedad Anónima de Revistas, periódicos y ediciones, editaba La
Actualidad española, La Actualidad Económica, Telva y después Tria, una revista del
campo, y Mundo Cristiano. Era la época que en que dirigía la empresa José M.ª Marco
Cecilia. Empezaron a surgir problemas con las re- vistas generales, como la Actualidad,
que entró en pérdi- das. Para aumentar la facturación entramos en la edición de
fascículos, que se pusieron entonces de moda. La primera colección que editamos fue
sobre la gue- rra mundial, escrita por Ricardo de la Cierva, con un éxito espectacular.
Con la subida de ventas de fascículos en toda España, todo el mundo empezó a editar
colecciones con los temas más diversos. Visto desde hoy, da la impresión de que fue una
época en que todo el mundo coleccionaba unos cuantas series de fascículos, y se trataba
de ir descubriendo temas nuevos y lanzarlos antes de que otra empresa saliese con la
misma temática, y a pesar de esto muchas veces coincidían. Durante un largo tiempo
dirigió Sarpe Tomás de la Cruz, que dio un gran impulso a la edición de fascículos. En una
ocasión, por un error de imprenta, editamos mas de la mitad de un numero de un
fascículo en blanco, No se había impreso por un fallo de la maquinaria, ya se había
entregado a los kioscos y no podíamos recogerlo. Tuvimos una reunión para estudiar
qué se debía hacer con los compradores cuando llegasen los miles de recla- maciones
que esperábamos. Decidimos hacer una nueva edición completa para poder canjearlos,
y redactamos un modelo de carta para los suscriptores. Pasaron tres días, una semana,
dos semanas y no se recibió ni una reclamación. Descubrimos entonces que los
fascículos y productos editoriales coleccionables, en las épocas de gran euforia de los
compradores, se compran pero no se miran.