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Los agujeros negros son los restos fríos de antiguas estrellas, tan densas que ninguna
partícula material, ni siquiera la luz, es capaz de escapar a su poderosa fuerza gravitatoria.
Cuando las estrellas gigantes alcanzan el estadio final de sus vidas estallan en cataclismos
conocidos como supernovas. Tal explosión dispersa la mayor parte de la estrella al vacío
espacial pero quedan una gran cantidad de restos «fríos» en los que no se produce la
fusión.
En estrellas jóvenes, la fusión nuclear crea energía y una presión exterior constante que se
encuentra en equilibrio con la fuerza de gravedad interior que produce la propia masa de
la estrella. Sin embargo, en los restos inertes de una supernova no hay una fuerza que se
resista a la gravedad, por lo que la estrella empieza a replegarse sobre sí misma.
Sin una fuerza que frene la gravedad, el emergente agujero negro encoje hasta un
volumen cero, en cuyo punto pasa a ser infinitamente denso. Incluso la luz de dicha
estrella es incapaz de escapar a su inmensa fuerza gravitatoria, que se ve atrapada en
órbita, por lo que la oscura estrella se conoce con el nombre de agujero negro.
Los agujeros negros atraen la materia, e incluso la energía, hacia sí, pero no en mayor
medida que otras estrellas u objetos cósmicos de masa similar. Esto significa que un
agujero negro con la misma masa que la de nuestro sol, no «aspiraría» más objetos hacia
sí que nuestro sol con su propia fuerza gravitatoria.
Los planetas, la luz y otra materia deben pasar cerca de un agujero negro para ser atraídos
dentro de su radio de acción. Cuando alcanzan un punto sin retorno, se dice que han
entrado en el horizonte de sucesos, un punto del que es imposible escapar porque
requiere moverse a una velocidad superior a la de la luz.
Los agujeros negros tienen un tamaño pequeño. Un agujero de una masa solar de un
millón, como el que se sospecha que se encuentra en el centro de algunas galaxias,
tendría un radio de unos tres millones de kilómetros, es decir, sólo unas cuatro veces el
tamaño de nuestro sol. Un agujero negro con una masa igual a la del sol tendría un radio
de tres kilómetros.
Dado que son tan pequeños, distantes y oscuros, los agujeros negros no pueden ser
observados de manera directa. A pesar de esto, los científicos han confirmado las
sospechas largo tiempo mantenidas de su existencia. Esto se realiza normalmente
midiendo la masa de una región del espacio y buscando zonas con una gran masa oscura.
Existen muchos agujeros negros en el seno de los sistemas binarios. Estos agujeros atraen
continuamente masa de su estrella vecina, aumentando el agujero negro y encogiendo la
otra estrella, hasta que el agujero negro se hace grande y la estrella compañera se
desvanece por completo.
Los agujeros negros han capturado la imaginación del público y jugado un papel destacado
en conceptos extremadamente teóricos como el de los agujeros de gusano. Estos
«túneles» permitirían realizar viajes rápidos en el espacio y en el tiempo, pero no hay
pruebas reales de su existencia.
«Parece que ha estado oculto a plena vista. Es un [sistema] estelar tan brillante que lo han
estudiado desde los años 80, pero parece que ha dado algunas sorpresas», afirma el
astrónomo Kareem El-Badry, estudiante de doctorado de la Universidad de California,
Berkeley, que se especializa en sistemas binarios, pero que no participó en el estudio.
A escala humana, mil años luz es una distancia inmensa. Si se escalara un modelo de la Vía
Láctea de forma que la Tierra y el Sol estuvieran separados por la anchura de un pelo, HR
6819 se encontraría a unos seis kilómetros. Pero en la gran estructura de la galaxia, cuyo
diámetro mide más de 100 000 años luz, HR 6819 está bastante cerca y sugiere que la Vía
Láctea está plagada de agujeros negros.
«Si encuentras uno muy cerca de ti y asumes que no eres especial, entonces deben de
estar por todas partes», afirma Thomas Rivinius, autor principal del estudio y astrónomo
del Observatorio Europeo Austral en Chile (ESO, por sus siglas en inglés).
Durante años, se ha estimado que la Vía Láctea alberga cientos de millones de agujeros
negros, objetos extremadamente densos cuyos campos gravitatorios son tan intensos que
ni siquiera puede escapar la luz. Pero encontrar estos objetos oscuros ha sido muy difícil.
Se han detectado decenas de agujeros negros en la galaxia «alimentándose» de nubes de
gas cercanas, un proceso que emite rayos X cuando el material se arremolina alrededor de
los bordes del agujero negro. En cambio, la mayoría de los agujeros negros de nuestra
galaxia son invisibles, así que el único modo de encontrarlos es observar sus efectos
gravitacionales sobre los objetos que los rodean.
Los astrónomos que estudian HR 6819 no estaban buscando agujeros negros. Solo querían
estudiar un par de estrellas extrañas que se orbitan entre sí.
La estrella exterior, conocida como estrella Be, tiene mucha más masa que el Sol y es más
cálida y azul. En el ecuador, la superficie de la estrella gira a más de 480 kilómetros por
segundo, o más de 200 veces la velocidad del ecuador del Sol. «Rotan con tanta rapidez
que el material prácticamente vuela solo», afirma Rivinius.
Cinco años después, Stan Štefl del Observatorio Europeo Austral dirigió una iniciativa para
revisar las observaciones, que contenían pistas de que había un agujero negro acechando
en HR 6819. Sin embargo, Štefl falleció en un accidente de coche en 2014, lo que paralizó
el trabajo.
Sin embargo, el equipo de Rivinius se percató de que los datos de LB-1 se parecían mucho
a lo que habían observado años antes con HR 6819. Decidieron caracterizar el tercer
objeto misterioso del sistema y, según los cálculos de la órbita y el brillo de la estrella
interior, determinaron que el objeto invisible era al menos 4,2 veces más masivo que
nuestro Sol, algo similar a otros agujeros negros conocidos de la Vía Láctea.
Un objetivo invisible
Si el objeto tiene unas cuatro masas solares, no puede ser una estrella normal, ya que si
fuera tan grande sería «muy fácil detectarla», explica el coautor del estudio Dietrich
Baade, científico emérito del ESO. También es demasiado masivo para ser una estrella de
neutrones, los núcleos estelares densos que quedan tras las explosiones de supernovas.
Sin embargo, El-Badry señala que todos los estudios de sistemas como HR 6819, con
varios objetos cercanos, se enfrentan a un par de fuentes de error potenciales. La estrella
Be exterior y la estrella interior de HR 6819 están demasiado cerca para distinguirse con
un telescopio óptico. Solo pueden identificar las dos estrellas según los diferentes
espectros de luz que emiten.
En algunos casos, las estrellas más antiguas «despojadas» del hidrógeno exterior pueden
imitar la apariencia de estrellas más jóvenes y masivas. Si la estrella interior de HR 6819 es
una imitación, los investigadores tendrían que recalcular la supuesta masa del agujero
negro.
En trabajos posteriores, los investigadores dirigidos por el coautor Petr Hadrava quieren
«desenmarañar» la luz que emite HR 6819 y revelar el espectro exacto de las dos estrellas,
lo que debería precisar sus identidades. El-Badry añade que el telescopio espacial Gaia de
la Agencia Espacial Europea, que está creando un mapa de la Vía Láctea con una precisión
sin precedentes, podría proporcionar más detalles sobre las órbitas de HR 6819. Y como el
sistema es tan próximo, los astrónomos podrían identificar las dos estrellas individuales
empleando una técnica denominada interferometría, que vincula varios telescopios, algo
similar a la red de telescopios que consiguió la primera imagen de la silueta de un agujero
negro supermasivo.
«Normalmente, cuando hay un agujero negro con una estrella alrededor, lo que vemos es
la estrella circulando alrededor del agujero negro», afirma Marianne Heida, coautora del
estudio e investigadora posdoctoral del ESO. «Este está tan cerca que deberíamos ser
capaces de observar el movimiento y eso quiere decir que entenderíamos mejor la masa
del agujero negro, si todo va bien».