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EL LIBERTADOR DON JOSÉ DE

SAN MARTIN
HERBERT ORE BELSUZARRI.
P:.F:.C:.L:.B:.R:.L:.S:. FENIX 137-1
GRAN LOGIA CONSTITUCIONAL DEL PERÚ
Segunda Edición 2020
Lima – Perú
El artículo fue publicado en la Revis-
ta “Retales de Masonería N° 109” del
mes de Julio 2020 página 54 al 66.
Esta Segunda Edición ampliada, se
realiza con opinión del Centro de Altos
Estudios Masonicos de la Gran Logia
Constitucional del Perú y La Comisión
del Bicentenario de la Independencia
del Perú - GLC.

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EL LIBERTADOR DON JOSÉ DE
SAN MARTIN
HERBERT ORE BELSUZARRI.
P:.F:.C:.L:.B:.R:.L:.S:. FENIX 137-1
GRAN LOGIA CONSTITUCIONAL DEL PERÚ.
Lima – Perú
3
EL LIBERTADOR DON JOSÉ DE SAN MARTIN
Primera Edición Digital 2012.
Segunda Edición Digital 2020

Herbert Oré Belsuzarri


Un Masón Para el Mundo.
051 1 968844344
051 1 965358733
herberthore1@hotmail.com

Primera Edición Publicado en:


Fénix News
Dialogo Entre Masones
Gran Biblioteca Herbert Oré Belsuzarri
Segunda Edición Publicado en:
Scribd
Dialogo Entre Masones.

Autorizado la reproducción total o parcial, solo debe citar la fuente.

Edición Digital en el Perú, sin costo.


Febrero 2012.
Agosto 2020.

AUTOR:

V.·.M.·. P.·.F.·.C.·.B.·.R.·.L.·.S.·. FENIX 137-1


herberthore1@hotmail.com

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ÍNDICE.

I.- EL MASON DON JOSÉ DE SAN MARTIN.

II.- SAN MARTIN MESTIZO Y PLEBEYO.

III.- LA REPATRIACIÓN DE LOS RESTOS DEL GENERAL


SAN MARTÍN

IV. LA MONARQUÍA QUE PROPUSO SAN MARTIN.

V.- EL EJERCITO PERUANO.

VI.- LA PARTIDA DE SAN MARTIN.

ANEXO DE DOCUMENTOS SOBRE LA ACTUACION DE SAN


MARTIN EN EL PERU.

BIBLIOGRAFÍA.

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EL LIBERTADOR DON JOSÉ DE SAN MARTIN
HERBERT ORE BELSUZARRI 33°
A todos los peruanos cuando nos enseñan Historia del Perú,
surge entre los muchos personajes que nos van enumerando
una figura muy especial y se trata del Libertador Don José de
San Martín, que proclamo la Independencia del Perú el 28 de
julio de 1921. Nos queda en la memoria colectiva el nombre y lo
tratamos como si fuera un insigne peruano y por tanto nuestro
cariño a él tiene una significación muy especial.

Lo que no dice la historia oficial que nos enseñan, es que El


General Don José de San Martín fue por ejemplo Masón, y en
los últimos años se ha dicho también que es mestizo y plebeyo.

Aun cuando estos temas ya han sido abundantemente trata-


dos, considero que no es impertinente conocer algunos aspec-
tos más sobre una vida tan singular, de un hombre libre, que dio
tanto a su país de origen Argentina como a la de sus vecinos de
Chile y el Perú.

Con el ruego a todos nuestros hermanos argentinos por su


comprensión, permítase retomar algunos aspectos sobre el
abundante material escrito sobre los temas planteados.

I.- EL MASON DON JOSÉ DE SAN MARTIN.


El historiador argentino Patricio Maguire afirma que San Mar-
tín no fue masón ni tampoco fueron logias masónicas ningunas
de las Logias a las que perteneció. Para este efecto recabó in-
formación en la United Grand Lodge England.

Quienes sostienen esta tesis se basan en los siguientes docu-


mentos:

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Gran Logia Unida de Inglaterra

Londres, 21 de agosto de 1979

Estimado Señor,

Su carta del 7 de agosto de 1979, dirigida al Gran Maestre, me ha


sido derivada para su contestación.

1. La Logia Lautaro era una sociedad secreta política, fundada en Bue-


nos Aires en 1812, y no tenía relación alguna con la Francmasonería
regular.

2. La tres Logias que Ud. menciona en su carta, jamás aparecieron


anotadas en el registro o en los Archivos ni de los Antiguos ni de los
Modernos ni de la Gran Logia Unida de Inglaterra: no hubieran sido
reconocidas como masónicas en este país entonces o posteriormente.

3. Las seis personas mencionadas en su carta, de acuerdo a nuestros


archivos, nunca fueron miembros de Logias bajo la jurisdicción de la
Gran Logia Unida de Inglaterra.

4. La Gran Logia de Inglaterra no era el único organismo masónico


existente durante el período en el cual Ud. está interesado. Existían
Grandes Logias independientes en Irlanda, Escocia, Francia, Holanda
y Estados Unidos de América, todas las cuales autorizaban la instala-
ción de logias propias.

5. Nunca han existido medios legales para prohibir que extranjeros


en Inglaterra crearan sus propias Logias, pero tal acción siempre ha
sido considerada por la Gran Logia de Inglaterra como una invasión
de su soberanía territorial, y las logias así creadas no serían recono-
cidas como regulares, ni se permitiría a sus miembros concurrir a las
Logias inglesas, o que los masones ingleses concurrieran a aquellas.

Sinceramente suyo,

James William Stubbs


Gran Secretario

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Gran Logia de Escocia

Edimburgo, 30 de junio de 1980

Estimado Señor,

Con referencia a su carta del 17 de junio concerniente a las seis


personas mencionadas en su comunicación, le informo que las co-
nexiones que la Gran Logia de Escocia tuvo con Sudamérica fueron
establecidas en fecha muy posterior a las de la Gran Logia Unida de
Inglaterra, ya que la primera Logia Escocesa no fue autorizada hasta
1867.

Lamento no poder ayudarle en su investigación.

Afectuosamente suyo,

Gran Secretario

Gran Logia de Irlanda

Dublin, 24 de junio de 1980

Estimado Señor,

Gracias por su carta del 17 de junio y por la copia de las cartas que
Ud. recibió de la Gran Logia Unida de Inglaterra.

La Gran Logia de Irlanda nunca estuvo activa en Sud América y no


hemos tenido relación alguna con los organismos que Ud. menciona.

La respuesta a las preguntas que Ud. específicamente formula son:

1. No hemos emitido patentes (Cartas de Instalación) a ninguna de


las Logias arriba mencionadas y no existe registro alguno de ninguno
de los nombres que menciona, como miembros de logias irlandesas.

2. No existe posibilidad alguna de que una logia nuestra haya emiti-


do patentes o iniciado a ninguna de las personas mencionadas, por
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cuanto no estaban activas en sus áreas.

3. Desde el establecimiento de la Gran Logia de Irlanda en 1725 se es-


tableció que temas de Política o Religión no podían ser considerados
en ninguna de nuestras logias, ni éstas tampoco debían comprome-
terse en actividad política alguna. Este principio permanece vigente
hasta el presente día.

Sinceramente suyo,

J.O. Harte
Gran Secretario

Esta información dice que entre los años de 1790 a 1810 nin-
guna autoridad, fuera de Inglaterra, podía fundar una Logia sin
permiso de esta Gran Logia Unida y de haberlo hecho, sería
desconocida como masónica. Por otra parte, en 1799 el gobier-
no inglés habría dictado una ley donde prohibía la formación
de sociedades con fines de sedición y se aclaraba que las Lo-
gias masónicas estaban excluidas de tales actividades, por lo
tanto, podían actuar libremente bajo la condición de presentar
cada 15 de marzo una nómina de los miembros y sus activida-
des. Maguire concluye que la Logia Lautaro habría transgredido
esta ley y, de hecho, no figura en los archivos de la Gran Logia
Unida de Inglaterra.

Para Maguire, tanto la Logia Lautaro como la de los Caballeros


Racionales eran “reuniones de café” donde sólo había compro-
misos de honor ya que no pudo encontrar ningún registro ma-
sónico de su instalación ni la autorización para funcionar. Si la
Logia Lautaro hubiese sido una Logia reconocida por la maso-
nería inglesa o de otro país, habría recibido un diploma masó-
nico y habría completado las formalidades requeridas por los
organismos de coordinación y control existentes en la época.
Ni en España, Francia, Inglaterra o Buenos Aires hay documen-
tación (ni patente de instalación, ni diplomas, ni corresponden-
cia) que avale la pertenencia de la Logia Lautaro a la masonería.
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La investigación de este historiador se extendió a las Grandes
Logias de Francia, Holanda y Estados Unidos que también otor-
gaban patentes, con los mismos resultados.

Según afirma Bartolomé Mitre (reconocido masón), San Martín


no fue masón pero consintió en usar los símbolos masónicos. La
Logia Lautaro no formaba parte de la masonería y sus objeti-
vos eran solamente políticos. Antes de estallar las revoluciones
americanas, los revolucionarios se organizaron en Logias secre-
tas que adoptaron los signos y fórmulas masónicas, pero no lo
eran ya que en la masonería estaban prohibidas las discusiones
sobre temas políticos o religiosos.

Por otra parte quienes afirman que San Martín era masón, se
manifiestan de la siguiente manera:

San Martín fue un masón iniciado en España y conforme indi-


ca el historiador Argentino Alcibíades Lappas, en su libro “La
masonería a través de sus hombres”, su iniciación ocurrió a prin-
cipios de 1808, siendo San Martín edecán del general español
Francisco María Solano, marqués del Socorro, capitán general
de Andalucía quien lo inició en la Logia Integridad de Cádiz.
Posteriormente se afilió a la Logia Caballeros Racionales Nro. 3
donde recibió el grado de Maestro Masón. Este dato, afirma La-
ppas, que lo obtuvo de una publicación del gobierno franquista
(España), donde se probaba que la gran mayoría de los mili-
tares americanos que encabezaron los movimientos de inde-
pendencia eran masones. Por otra parte cuando era edecán de
Francisco María de Solano, “todos sus amigos de entonces parti-
cipaban de la masonería. Es lo que dicen los documentos y es lo
que aseguran los católicos españoles a la hora de reprocharle a la
masonería haber alentado a los militares a sumarse a la causa de
las revoluciones hispanoamericanas”, anota Rogelio Alaniz.

En 1939, después de la guerra civil española, se organizó toda


una campaña antimasónica. El enfoque de los anti masones es-
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pañoles difiere del sustentado por sus pares en la República Ar-
gentina. Ellos consideran que todos los libertadores de América
fueron traidores a la madre Patria por el hecho de ser masones,
y por ello sacaron a relucir el masonismo de los próceres de la
emancipación americana, lo que fue publicado por medio de la
Editora Nacional, un órgano oficial de la España franquista.

Figuras de la logia Integridad de Cádiz Nro. 7, habrían de


conmover el corazón de San Martín y su recuerdo habría de
acompañarlo durante toda su vida: uno de ellos era su Venera-
ble Maestro, tanto por su brillante personalidad cuanto por el
hecho de haber sido San Martín su edecán al momento de su
trágica muerte. Se trata del General Francisco María Solano Or-
tiz de Rosas, Marqués del Socorro, Marquez de la Solana, Conde
y señor del Carpio, Señor de Quintanillas y Casa de Hito, maes-
trante de la Real de Sevilla, Caballero de las órdenes de Santia-
go y San Juan, miembro de la Real Academia de Bellas Artes de
San Fernando y de la Sociedad Cantábrica, Capitán General de
Andalucía y Gobernador Civil y Militar de Cádiz, maestro en el
arte de la guerra, aventajado discípulo de las tácticas francesas
aprendidas del general francés Maureau.

San Martín guardó un indeleble recuerdo por la memoria de


su primer Venerable Maestro, el General Solano, al punto de lle-
var en su billetera hasta la hora de su muerte, un grabado en
acero en forma de medallón. Al respecto escribía el hijo político
del General San Martín, el General Balcarce, al General Mitre:
“También envío a Ud. el retrato del desgraciado General Solano,
el mismo que su padre político llevaba en su cartera como recuer-
do de aquel amigo a cuyas órdenes sirvió como Edecán y cuyo
fin no pudo evitar a pesar de los esfuerzos que hizo por salvarlo
aquel horrendo día”.

Al General Francisco María Solano, lo asesinaron y arrastra-


ron su cadáver como trofeo de victoria, anulando toda defensa,
pese al denodado esfuerzo. De la honda impresión que a San
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Martín le produjo aquel pavoroso espectáculo, son testimonios
sus posteriores y constantes repulsas a los movimientos dema-
gógicos y, a los procedimientos de los gobiernos basados en el
desenfreno de las multitudes. A través de su gloriosa vida vere-
mos momentos solemnes de ella y, hasta qué punto llegaba su
repugnancia a los desórdenes y motines por lo mismo que era
un sincero servidor constante de su pueblo.

El español José María Deira, en su artículo “La Cobardía del


Libertador” pone en tapete algo que se rumoreaba sobre la par-
ticipación de San Martín en los luctuosos sucesos de la muerte
del General Francisco María Solano: “Qué participación tuvo San
Martín en la resolución de estos acontecimientos, es una pregunta
forzada a estas alturas, a la que por mucho formularla, desde las
más diversas perspectivas, no se le puede encontrar contestación.
Nadie sabe qué habría ocurrido al final, de haber actuado de otra
manera, es probable que la multitud los hubiese matado a todos,
pero es lo cierto que un militar se debe a su profesión y actos de
cobardía como éste, no se olvidan. Un amigo de  San Martín, el
teniente coronel Juan de la Cruz Mourgeón, futuro presidente de
Ecuador, lo sacó de Cádiz y lo condujo a Sevilla, donde se diluyó
por algún tiempo, hasta que reaparece esplendoroso en las Amé-
ricas.”

Es necesario profundizar un poco más sobre la amistad y los


sucesos de la muerte del General Francisco María Solano, quién
no solo era un superior militar, sino que también era un “herma-
no masón”, que posiblemente haya presentado al profano San
Martín para ser iniciado en la Logia Integridad Nro. 7 de Cádiz,
considerando los usos y costumbres masónicos de la época y su
situación de no ser un español nacido en la madre patria.

Francisco Solano Ortiz de Rozas era considerado uno de los


generales españoles más jóvenes y brillantes del momento, na-
cido en la ciudad de Caracas y de origen noble, se había des-
tacado en diversas campañas militares como había sucedido
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en las campañas en Orán y en la guerra contra Portugal. Como
militar era muy considerado por sus camaradas españoles y
franceses por lo que llegó a Cádiz con el cargo de gobernador
militar de la plaza. Había peleado con el ejército de Napoleón,
en la campaña del Rhin, a las órdenes del Mariscal Moreau, en
aquellos momentos general preferido de Emperador Napoleón,
pero dada la veleidad de éste, pronto le retiró su complacencia
y cayó en desgracia. Solano le ofreció cobijo en su casa de Cá-
diz, en donde lo tuvo de huésped largas temporadas, mientras
“cruzaba el Rubicón” de su infortunio.

Francisco Solano era anti napoleónico, que lo hacía proclive a


no ascender en su carrera, considerando la alianza entre Espa-
ña y Francia.

José María Deira, describe la situación de la siguiente manera:


“Tras el desastre de Trafalgar, la flota hispano francesa se refu-
gia en la Bahía de Cádiz a la espera de órdenes, órdenes que no
llegarán, estando el gobierno francés pendiente de otros proble-
mas de mayor calado, hasta que ocurren los incidentes del dos de
mayo de 1808, momento en que los franceses dejan de ser nues-
tros “aliados” para convertirse en enemigos. La realidad es que el
pueblo español nunca vio a los franceses como amigos, sino como
invasores disimulados, queriendo imponer sus costumbres y apo-
derarse de España, mientras nuestra monarquía no hace nada
para evitarlo. Así las cosas, se produce el alzamiento del Dos de
Mayo y la chispa de la rebelión se extiende por toda España como
un reguero de pólvora.

El pueblo gaditano quiere entrar en dialogo con los ingleses,


cuya escuadra ronda las aguas del Golfo de Cádiz y quiere apre-
sar la escuadra francesa, pero el General Solano no es partidario
ni de lo uno ni de lo otro. Sabe que una batalla naval en aguas de
la Bahía puede acarrear funestas consecuencias y sabe que es
prematuro aliarse con Inglaterra, nuestro tradicional enemigo.”

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Al llegar las noticias de las abdicaciones de Carlos IV y su hijo
Fernando VII (5 de mayo 1808), el nombramiento de José Bona-
parte como rey de España, el alzamiento del pueblo de Madrid
y la terrible represión y fusilamientos posteriores, le obliga a to-
mar partido e intenta organizar, en forma metódica, la resisten-
cia al nuevo invasor. Toma así la iniciativa de enviar en carácter
de urgente misivas a los distintos jefes militares en las plazas de
Andalucía, quienes no contestaron a ninguna. La historia poste-
riormente da cuenta que el general Castaños, futuro triunfador
de Bailén y a cargo del campo de Gibraltar, no quiso exponer
a los espías del General francés Murat sus avanzados contactos
con los oficiales ingleses que hasta ese entonces, en teoría, eran
enemigos y los estaba combatiendo. Francisco Solano entendió
entonces que todos sus compañeros de armas habían claudica-
do ante una situación insostenible y consumada.

A Francisco Solano no le simpatizaba para nada la idea de las


rebeliones populares ni el reparto de armas en forma indiscri-
minada. Creía en el adiestramiento militar, la conformación de
unidades reglamentarias y en un mando claro y contundente.
Esa era su situación y ánimo cuando el 28 de mayo de 1808 se
presentó ante él un delegado de la Junta de Sevilla, el conde de
Teba (insólito, pero resultó ser el padre de María Eugenia de
Montijo, futura esposa de Napoleón III, “el chico”...), quien traía
una carta de las autoridades sevillanas invitándolo a sumarse
con sus tropas al alzamiento popular que ya se había produ-
cido en gran parte de España. Solano no podía dejar de sentir
el deseo de hacerlo fervorosamente, como el pueblo gaditano
que ya gritaba en las calles la guerra a Francia. Pero su situa-
ción no era cómoda: en la bahía, mezclados unos con otros en
una inteligente maniobra del almirante francés Rosily, las flotas
francesa y española podían iniciar una batalla de terribles con-
secuencias para la ciudad y sus pobladores; y en el mar, fuera
de la bahía, los ingleses, eternos enemigos que aún no estaban
enterados del giro de la historia.

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El general Solano convocó a una junta de generales y almiran-
tes y emitió un bando llamando a un alistamiento de voluntarios
para poner a resguardo la plaza de franceses e ingleses. Inten-
taba ganar tiempo y control de la situación. Pero el pueblo no
se sintió satisfecho y se presentó en masa frente a la Capitanía
General pidiendo explicaciones y excitada por cabecillas que
inflamaban a los exaltados.

¿Qué podía explicar el general Solano a esas turbas totalmente


exasperadas y fuera de control? ¿Qué no tenía suficiente pólvora
ni armas? ¿Qué no era razonable armar a discreción al pueblo
y arrojarlos a pelear contra Coraceros, Guardias Imperiales y
Granaderos de amplia preparación y experiencia en los campos
de Jena y Austerlitz? ¿Qué si iniciaban la agresión tendrían
dos enemigos, los ingleses y ahora los franceses, las máximas
potencias militares del momento?

El 29 de mayo de 1808, se convoca a otra junta y Solano pre-


para la proclama de guerra y la deja sobre su escritorio. Frente
al cuartel, el pueblo cada vez más enfurecido grita desafora-
damente y el marqués decide salir al balcón a explicar la si-
tuación y satisfacer sus demandas. Intenta hacerse oír y hace
señas hacia el mar, explicando su intención de contactar a la
escuadra británica. Un orador le increpa diciendo que esos no
eran ahora enemigos sino aliados y todo parece una conversa-
ción entre sordos. Oradores improvisados y cabecillas oportu-
nistas empiezan a insultar al general, ante la mirada atónita de
la guardia y la inquietud de su jefe, el capitán José de San Mar-
tín, atina con un grupo de soldados trancar la puerta del edifi-
cio. En ese instante, por la Alameda, entran unos cien hombres
armados y provistos de algunas piezas de artillería que habían
saqueado anteriormente del Arsenal. Al verlos, Solano se sabe
perdido y su guardia solo atina a unos tímidos disparos al aire
para no comprometerse y permite la entrada de las turbas a la
Capitanía cuya puerta ya había sido destruida. “El capitán de la
guardia y su batallón han desaparecido y el  General Solano  se
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encuentra solo frente a una muchedumbre vociferante, exaltada y
con sed de sangre.

Parece un hecho inexplicable que una dotación militar abando-


ne a su jefe, al que ya habían abandonado muchos otros, pero mu-
cho más inexplicable resulta cuando conocemos que el mencio-
nado capitán no era otro que José San Martín Matorras, conocido
en los anales de la Historia como El Libertador, héroe nacional en
Argentina, Chile y Perú, cuyas independencias consiguió”, anota
José María Deira.

Aprovechando el tumulto y la distracción de la masa en des-


truir lo que encontraban a su paso, Solano alcanza los tejados
y huye. El marqués logra refugiarse en la casa de una amiga
irlandesa, la señora María Tucker, viuda de Strange, quien le da
alojamiento en una cámara oculta. Pero ese día estaba decidida
la suerte de Solano ya que al frente de un grupo armado venía
uno de los albañiles que construyo aquella cámara, y hacia allí
se dirigieron directamente. Al ser descubierto, decide vender
cara su vida, peleando con el que venía adelante, un novicio
de la Cartuja de Jerez, Pedro Pablo Olaechea que morirá más
tarde por las heridas. Pero pronto es superado por el número
de contrincantes que lo sujetan y lo llevan hacia la plaza de San
Juan de Dios donde se improvisaba un patíbulo para ahorcarle
por traidor. Nada puede hacer la gentil dama irlandesa que es
herida al momento de intentar salvarle la vida.

Solano espera aún una reacción de parte de su guardia y su


jefe San Martín, pero este había sido retirado de aquélla difícil
situación por un amigo, el Capitán don Juan de la Cruz Murgeón,
oficial del regimiento de Murcia y futuro presidente de Ecuador,
poniendo al Libertador con rumbo a Sevilla. Ante lo que parecía
inevitable, decide el marqués avanzar altivo, con honor y con
una sonrisa de desprecio hacia todos aquellos que lo insulta-
ban como traidor y “afrancesado”. En ese momento, una mano
alevosa o amiga (nadie lo supo...) le apuñala certeramente por
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la espalda al grito de “¡muerte al traidor!”, perdiendo su vida en
el acto y evitándose así la humillación de morir ahorcado como
un reo común. Otra historia dice que su ayudante, Carlos Pigna-
telli y Gonzaga, al no haber podido salvar a su jefe y viéndole a
punto de ser ahorcado, tomó la iniciativa de su asesinato con el
asentimiento del mismo marqués.

Comentó el historiador y general español Gómez de Arteche,


autor de una magnífica historia de aquélla cruenta guerra: “Así
acaba uno de los generales en que más esperanzas debía fundar
nuestra patria por su talento y dotes de mando”.

El día 30 de mayo, el teniente general Tomás de Morla, reem-


plazante de Solano, firmó el mismo bando dejado por este en su
escritorio y que satisfizo a todo el pueblo gaditano

¿Cuál fue la responsabilidad del capitán San Martín en la


muerte de su superior? ¿Demostró impericia, cobardía o
incapacidad de mando? Los historiadores no lo pueden afirmar
con certeza y no parece justo esta acusación. La situación en
que se vio envuelto era absolutamente irracional, más aún que
la misma guerra y la decisión de disparar sobre un pueblo con
el que se convive todos los días no simpatiza a cualquier oficial
con algún grado de responsabilidad. Pero no tenemos mayores
dudas acerca del penoso recuerdo que acompañó al futuro pró-
cer y libertador de Argentina, Chile y Perú. A lo largo del resto
de su vida, jamás se desprendió de una miniatura con la efigie
de su superior, amigo y “hermano”.

Es llamativa la amistad y el aprecio que sintieron ambos milita-


res a lo largo de la vida que pudieron compartir y como sus des-
tinos se cruzaron varias veces. Hacia 1805, el general Francis-
co Solano había intercedido ante el Príncipe de la Paz, Manuel
Godoy -que en aquel tiempo era el verdadero gobernante de
España-, por Manuel Tadeo de San Martín, hermano del prócer
argentino que por un desgraciado testimonio en un tribunal se
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vio injustamente destituido y encarcelado.

Es interesante analizar otro aspecto de la relación de don José


de San Martín con el Brigadier General don Juan Manuel de Ro-
sas, el Restaurador de las Leyes, quien gobernó en forma auto-
ritaria desde Buenos Aires durante casi tres décadas a la inci-
piente nación argentina.

En 1845, durante el bloqueo que Francia e Inglaterra realizaron


a la Argentina, Rosas recibió el apoyo incondicional del Liberta-
dor y como símbolo de ello San Martín le regaló su propio sable.
Rosas, que al pelearse con su padre decide cambiar su apellido
original, Ortiz de Rozas, tenía una relación de parentesco familiar
con aquel general americano que fue asesinado en presencia de
un joven capitán por las turbas enfurecidas en las calles de Cádiz
por un simple acto de desenfreno e ignorancia.

En la Logia Integridad Nº 7 tuvo fraternal vinculación con Ale-


jandro Aguado, amistad que tendría proyecciones insospecha-
das en el porvenir lejano de la vida de San Martín. Era Aguado
natural de Sevilla y siete años menor que San Martín, revistaba
como cadete en su regimiento y luego habría de ser su mejor e
íntimo amigo. El joven Aguado había abrazado la carrera de las
armas por vocación, ya que la fortuna de sus padres lo tenían
a cubierto de necesidades e ingresó en el ejército del rey en
1799.

Aguado, joven, rico, alegre, contrastaba con San Martín, reser-


vado y serio. Coincidían sin embargo en varios aspectos: honra-
dez de intenciones, bizarría, rectitud y limpieza en sus conduc-
tas. San Martín debió ser el maestro de Aguado en el campo de
batalla.

Tan íntima y fraterna fue esa amistad, que Aguado fue uno de
los muy pocos que San Martín tuteaba. Luego, cada uno marcha
a su destino, San Martín, el de libertador de medio continen-
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te; Aguado, ostentando el título de Marqués de las Marismas y
acaudalado banquero; más el destino los lleva a reunirse casi en
el ocaso de sus vidas en Francia.

Allí San Martín, con la ayuda de su amigo Aguado, adquirió en


propiedad un palacete cerca del castillo de Aguado en el Bourg
y, aquí ambos en su carácter de masones concurren a las teni-
das de la logia de Ivri, donde están las firmas de ambos como
integrantes de las tenidas masónicas de la que era Venerable
Maestro el doctor Rayer, médico particular de Aguado y des-
pués Presidente de la Sociedad de Biología. Aguado, que tan
particular devoción sentía por San Martín, lo nombra en su tes-
tamento albacea y tutor de sus hijos menores.

San Martín, en cumplimiento de esas funciones, tuvo que traer


los restos de Aguado, fallecido en su viaje a España, organizar
solemnes funerales para el difunto en la iglesia de Notre Dame
de Lorette y erigir suntuoso mausoleo sobre una elevación del
cementerio de Peré Lachaise, donde mandó a grabar el siguien-
te epitafio: “No busquéis entre los muertos al que vive”.

Retomando el derrotero masónico seguido por San Martín, re-


gresamos para referirnos a la segunda logia en que le tocó ac-
tuar. San Martín no pudo ser ajeno al llamado emancipador de
las colonias americanas radicadas en España, que se agrupa-
ban en la logia Caballeros Racionales Nº 3 de Cádiz, que tenía
el privilegio de reunir en su seno muchas personalidades de la
emancipación americana.

A esa logia se incorpora a mediados de 1808, está logia se


había formado sobre los restos de la creada por el peruano in-
mortal, don Pablo de Olavide, el primero en concebir el ideal
de la emancipación americana. Esta logia como nos enseña el
General peruano Rivadeneira, miembro de la misma, fue crea-
da en Madrid y ante el avance de los franceses pasa a Sevilla y
luego a Cádiz, donde contó con sesenta y tres miembros, que se
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distinguieron por sus talentos y por su acendrado patriotismo,
por su interés por la independencia, y distinguidas y señaladas
virtudes patrióticas en cada uno de ellos. Nombres ilustres son
los colombianos Mérida, Tobar, Carcedo y Castillo; los mejica-
nos Pérez Toledo y Obregón; los guatemaltecos Suárez, Pinedo
y Juanos, etc.

El General Rivadeneira, refiriéndose a San Martín, con quién


se encontró en 1821, en el cuartel general de Huaura dice: “Me
estrechó en sus brazos y recordó nuestra antigua amistad, nues-
tros trabajos en la sociedad de Cádiz para que se hiciese la Amé-
rica independiente”. San Martín, que mucho apreciaba los ser-
vicios y sacrificios del General Rivadeneira, su antiguo cófrade
de Caballeros Racionales Nº 3, lo nombró General de Brigada y
designó como Gobernador del Callao.

La Logia Caballeros Racionales contó con similares en Madrid,


Sevilla, Cádiz, Bogotá, Caracas, Filadelfia, México, Buenos Ai-
res, Uruguay, Londres, etc. Tres argentinos presidieron la logia
Caballeros Racionales Nº 3 de Cádiz, José Moldes hasta 1808,
Carlos María de Alvear hasta 1811 y luego el sacerdote Ramón
Anchoris. A ella se refiere San Martín en carta al Presidente del
Perú, Mariscal Ramón Castilla, escrita en Boulogne Sur Mer en
el año 1848: “En una reunión de americanos en Cádiz, sabedo-
res de los movimientos acaecidos en Caracas, Buenos Aires, etc.
resolvimos regresar cada uno a nuestro país a fin de prestarles
nuestros servicios en la lucha que calculábamos se había de en-
tablar”.

También se refiere a ella el general Zapiola en el cuestionario


que le envía el general Mitre con relación a la actividad masóni-
ca de esta logia, donde le contesta en la parte final, enviándole
una lista de los individuos que forman la Logia Caballeros Ra-
cionales Nº 3.

En idéntico sentido, con relación a la existencia de esta logia


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se refieren hermanos que fueron actores, por integrar los cua-
dros lógicos, como Moldes y Guruchaga, Rivadaneira y Alvear,
en sus cartas enviadas a Mérida en Caracas

Resuelto San Martín, al igual que otros patriotas, a dirigirse a


Buenos Aires, donde había estallado el grito de la emancipa-
ción, debe dirigirse como camino obligado, primero a Londres.
Para ello, San Martín obtuvo la ayuda de uno de los jefes del
ejército inglés, Sir Charles Stuart, quien le consiguió un pasa-
porte y cartas de recomendación para Lord Mac Duff, más tar-
de Conde de Fife y que había pertenecido a la Logia creada
en Londres por el insigne precursor Francisco de Miranda. Esto
tiene una doble importancia probatoria.

Por otro lado Gerard, bibliotecario de Boulogne Sur Mer, ami-


go de San Martín, que tuvo estos datos del propio Libertador, la
publicó en una nota necrológica cuando éste fallece en agosto
de 1850. La referencia alude al Conde de Fife, pues cuando San
Martín abandona América después de su gesta libertadora y
hace una estadía en Inglaterra, pasó una temporada en el cas-
tillo de su amigo y hermano el Conde Fife, en la localidad de
Branff, Escocia, donde San Martín visitó, en compañía de su her-
mano, las logias San Andrés Nº 52 y San Juan, operativa Nº 92,
donde están rubricadas ambas firmas. Estas logias pertenecían
a la jurisdicción de la Gran Logia de Escocia, en la que su amigo,
el Conde de Fife, era Gran Maestre de la Gran Logia Provincial
de Granffshire hasta el año 1848. Continuando con el viaje de
San Martín a Londres, destacaremos que allí fue recibido por
sus hermanos que ya se habían instalado, ubicándose San Mar-
tín como invitado en la casa de Carlos M. de Alvear.

En Londres estuvo San Martín cuatro meses fundando con sus


hermanos la logia Caballeros Racionales Nº 7, cuyo primer Ve-
nerable Maestro fue don Carlos de Alvear, siendo sus integran-
tes, además de San Martín, Zapiola, Holmberg, Mier, Villa Urru-
tia, Chilabert, al que se agregaron Manuel Moreno, hermano del
21
Tribuno de Mayo Mariano Moreno y los venezolanos Luis López
Mendes, Andrés Bello y el Marqués del Apartado.

En la logia de Londres, expresa el General Zapiola, fue San


Martín, al igual que él, ascendido al quinto grado, afirmación
que sostiene en la contestación de las preguntas que le formula
el general Mitre y en cuya respuesta agregara además la nómi-
na de los integrantes de la logia Caballeros Racionales Nº 7 de
Londres, que hemos destacado.

Se tiene probado, por cartas de Carlos de Alvear del 20 de


octubre de 1811, dirigida al patriota venezolano Rafael Méri-
da, Venerable Maestro de la logia de Caracas, Venezuela, de las
actividades de los hermanos de la Logia Caballeros Racionales
Nº 7 de Londres, al igual que la nómina de sus componentes, ya
que estas cartas se encuentran depositadas en el archivo Álvaro
de Bazán de la Armada Española y que fueron dadas a conocer
por el historiador español contralmirante Julio Guillén.

Las referidas cartas, así como otros documentos, habían sido


confiados a Juan Brown, sobrecargo del bergantín inglés La
Rosa, que fuera apresado por un corsario español el 3 de enero
de 1812, por cuya causa tomó intervención la inquisición y por
los conductos referidos llegó a nuestros días.

Por la intervención del importante masón Lord Marduff, Conde


de Fife, logró que se armara la fragata Jorge Canning en enero
de 1812, llevando su carga de hermanos masones que concu-
rrían a sentar plaza en el ejército de la revolución de esta parte
del continente. En ella venían estos militares de carrera: Tenien-
te Coronel de Caballería José Francisco de San Martín, Alférez
de Carabineros Carlos María de Alvear Balvastro, Capitán de
Caballería Francisco de Vera, Alférez de Navío Martín Zapiola,
Capitán de Milicias Francisco Chilavert, Subteniente de Infan-
tería Antonio Arellano y el Teniente de las Guardias Walonas,
Barón de Holmberg. Ya en Buenos Aires, puestos en contacto
22
con el Venerable Maestro Julián Álvarez de la Logia Indepen-
dencia, la primera actividad masónica de San Martín fue for-
mar un triángulo conjuntamente con Alvear y Zapiola, y para
junio de 1812 el triángulo había afiliado a Guido, Murguiando,
Zufriategui, Malter, Anchoris, Monteagudo, más la casi totalidad
del pasaje de la fragata George Canning, y se denominaron se-
gún las últimas investigaciones, Caballeros Racionales Nº 8 y
no Lautaro, denominación que recibiría recién en 1815, con mo-
tivo de la reorganización que inspira San Martín. Su lema fue:
Unión, Fuerza y Virtud. Se requería ser americano y juramen-
tarse a luchar por la independencia, según el archivo que en
Montevideo llevó el señor Julián Álvarez, Venerable Maestro de
la Logia Independencia y que diera sus mejores hombres a la
logia Caballeros Racionales Nº 8. Además, como expresión de
su fe democrática, estos hermanos juramentados expresaban
que no reconocerían por gobierno legítimo de las Américas,
sino aquel que fuese voluntad de los pueblos y de trabajar por
la fundación del sistema republicano. La logia, a pesar del redu-
cido número de sus miembros, asumió de inmediato un papel
preponderante, convirtiéndose en el centro motor de los más
importantes acontecimientos históricos que permitieron que el
barco de la revolución retomara su rumbo inicial.

Así vemos que sus integrantes, encabezados por San Martín


y Alvear, Venerable Maestro de la logia, al comprobar la falta
de representatividad y eficacia del primer Triunvirato Argenti-
no, congregaron las tropas frente al Cabildo, aquel ocho de oc-
tubre de 1812, para exigir un cambio del poder ejecutivo. Es
así como surge el Segundo Triunvirato, integrado por Juan José
Paso, Rodríguez Peña y Álvarez Jonte, todos ellos hermanos de
la orden, cuyo primer y más trascendente acto de gobierno fue
convocar a la Asamblea del año 1813, Asamblea de la Patria Na-
ciente, formadora de la leyes de la libertad civil, pero que no
llegó a declarar la independencia y dar una constitución. San
Martín y Alvear fueron por mucho tiempo los árbitros de la lo-
gia y ésta de los destinos de la Patria. De los 55 miembros de
23
la logia, 3 pertenecían al Poder Ejecutivo, 28 de sus miembros
eran representantes en la Asamblea General Constituyente, 13
eran partidarios de San Martín y 24 de Alvear. Su objeto decla-
rado era trabajar con sistema y plan en la independencia de la
América y su felicidad, obrando con honor y procediendo con
justicia. Según su constitución, cuando alguno de los hermanos
fuera elegido para el Superior Gobierno de Estado, no podía to-
mar resoluciones graves sin consultar a la logia, no podía nom-
brar por sí enviados diplomáticos, generales en jefe, goberna-
dores de provincia y jueces, funcionarios eclesiásticos ni jefes
de cuerpos militares, ni castigar con su sola autoridad a ningún
hermano. Era ley en todos los conflictos el sostener a riesgo de
su vida las decisiones de la logia. Una sorda lucha entablada
por las ambiciones de Alvear, en el transcurso de 1815, lleva a
la logias un estado de disolución, pero San Martín, mientras pre-
paraba su campaña libertadora, propugnó la reorganización de
la logia, que se llamó Lautaro, no como expresión de homenaje
al héroe de la obra de Ercilla, sino como expresión masónica
que significa expedición a Chile.

En este contexto es menester anotar como se vinculó San Mar-


tín con los masones peruanos. Por los años de 1817, los herma-
nos masones trabajaban en forma clandestina en Lima, en la
denominada “Logia de Lima” cuyo V.º.M.º. Don José de la Riva
Agüero, logró comunicarse con los hermanos de una nueva lo-
gia, y el 26 de Junio de 1817, acuerdan la unión, bajo la deno-
minación de: “Paz y Perfecta Unión”, cuyos miembros fundado-
res de esta primigenia logia son los hermanos: José de la Riva
Agüero, Márquez de Goyoneche, Márquez de San Miguel, José
de Torre Tagle, Vizconde de San Donal Beringoaga, José Baqui-
jano y Carrillo Conde de Vista Florida, José Matías Vásquez de
Acuña Conde de la Vega del Ren.

Los historiadores y articulistas que no son masones, no com-


prenden los vínculos entre los hermanos, pero la información
que proporcionan sirven para confirmar diversos aspectos, así
24
Jorge Paredes Laos en el diario “El Comercio” comenta que: Los
nombres de Bernardo O’Higgins y José de Torre Tagle estuvieron
unidos desde jóvenes. Siguiendo la tradición de la élite chilena,
O’Higgins, como hijo natural del virrey del Perú, don Ambrosio
O’Higgins, fue enviado a estudiar a Lima, al prestigioso Convic-
torio de San Carlos. Allí conoció a Torre Tagle y ambos fueron
nutridos con las ideas libertarias de Faustino Sánchez Carrión y
de José Baquíjano y Carrillo. Mientras O’Higgins partió a Londres,
Torre Tagle se vinculó con la corona española, fue designado IV
Marqués, y en 1819, como funcionario real, fue nombrado inten-
dente de Trujillo.

Por eso, cuando San Martín le preguntó a O’Higgins por un alia-


do en el Perú, este no dudó en dar el nombre de Torre Tagle. En
un gesto de agradecimiento, el marqués declaró desde Trujillo, la
independencia del norte peruano, y se pasó al bando patriota. La
fecha: 29 de diciembre de 1820.

Como podemos apreciar tanto Bernardo O´Higgins, Torre Ta-


gle, Faustino Sánchez Carrión y José Baquíjano y Carrillo eran
masones y el Convictorio de San Carlos, en la época en que fue
fundado el “Real Convictorio de San Carlos”, se caracterizaba
por tener una intensa proliferación de ideas liberales y revolu-
cionarias de Europa, agrupadas en el movimiento ideológico
conocido como La Ilustración. La influencia de estas ideas llega
al Perú influyendo en el desarrollo de esta institución. Así, el
Real Convictorio de San Carlos se convirtió en el semillero don-
de se formaron los hombres que más tarde lucharon por nuestra
independencia. Contribuye a este hecho la presencia del Sacer-
dote Toribio Rodríguez de Mendoza, sacerdote desprejuiciado
y tolerante, natural de Chachapoyas, que reformó el plan edu-
cativo e inculcó en sus alumnos nuevos conceptos científicos y
filosóficos. Los requisitos necesarios para entrar en él se hacían
en función de eliminar a “los que no tuviesen limpieza de Sangre,
buena crianza y costumbre”, además de estar en la obligación
de saber latín.
25
A los masones del Real Convictorio de San Carlos, les de-
nominaban “Los Carolinos”, cuya base fue el Convictorio de San
Carlos, de los que sobresalen los curas, Obispo Toribio Rodríguez
de Mendoza y el sacerdote Diego Cisneros, Dr. Francisco Javier
Mariátegui, Dr. José Faustino Sánchez Carrión, sacerdote Francis-
co Luna Pizarro, el tacneño Francisco Pallardelli, el cajamarquino
Juan Sánchez Silva.

En el interior del país también se practicaba la masonería,


como por ejemplo en Lambayeque, que entre 1817 y 1818 exis-
tió un club patriótico presidido por Don Manuel Ituregui, quien
sostenía correspondencia con San Martín, este club era una lo-
gia y funcionaba en la hasta hoy conocida Casa Montjoy o Casa
de los Masones.

Durante la lucha por la independencia del Perú, la masonería


llego por tres vías: La Vía Peninsular traída por los españoles y
perseguida por Fernando II, que prohibió la masonería en Es-
paña y sus colonias, reprimiendo en forma violenta por la In-
quisición; La Vía del Sur, masonería que fue introducida por las
Logias Lautarianas y San Martín; La Vía del Norte que llego con
la corriente libertadora de Nueva Granada con Bolívar y sus ofi-
ciales.

El reverendo H.º. Tomas Cantazaro en sus obras las socieda-


des patrióticas secretas de la emancipación, da a conocer pape-
les pertenecientes a don José de San Martín que viene a ser una
plancha enviada por la G.º.L.º. de L.º. dirigida a don José de la Riva
Agüero, presidente en aquella época, con don Francisco de Paula
Quiroz y el colombiano Fernando López Aldama con fecha 8 de
noviembre de 1817 (Dante R. Nova, Apuntes Sobre la Masonería
en Indoamérica, Pág. 2). Debemos indicar que la corresponden-
cia y documentación masónica de la época, es escasa y no se
conservaba por la persecución política y religiosa del que eran
víctimas, así como tampoco se exigía su regularización ni reco-
nocimiento por las circunstancias que vivían.
26
Cuando don José de San Martín y Matorras, ingresa a Lima, se
comunica con los HH.°. y se incorpora a la Log.°. “Paz y Perfec-
ta Unión” con los patriotas que vinculados a la Log.°. “Lautaro”,
trabajaban por la independencia americana: Mariano José de
Arce, Martín George Guisse, Hipólito Unánue, Francisco de Zela,
León La Chica, Francisco López Aldana, Miguel Tafur, José de la
Mar, Francisco de Paula Quiroz, Francisco Javier de Luna Piza-
rro, Toribio Rodríguez de Mendoza, Bartolomé de las Heras, José
Faustino Sánchez Carrión, Francisco Javier Mariátegui y Telle-
ria, Bernardo Monteagudo, Mariscal Juan Millar, Manuel Pérez
de Tudela, José Joaquín Olmedo, Cecilio Tagle.

Jorge Paredes Laos, refiriéndose a la llegada de San Martín a


Lima dice: Así las cosas, San Martín -ya en el Perú- se ganó a la
élite limeña a la causa independentista. En Lima expuso rápida-
mente su idea de instaurar en el Perú una monarquía constitucio-
nal, con un príncipe europeo a la cabeza. ¿Por qué buscaba San
Martín hacer en el Perú lo que no había intentado ni en Argentina
ni en Chile? La historiadora Scarlett O’Phelan explica que busca-
ba de esta manera no romper violentamente con los usos y cos-
tumbres de una clase dirigente limeña nobiliaria y aristocrática.
“Aquí estaba el corazón de la aristocracia, ese grupo importante
de titulados, criollos, que descendían de familias de abolengo, y
para contar con el apoyo de ellos, y no hacer una ruptura violenta,
propone la monarquía constitucional”,

El general José de San Martín, luego de ocupar Lima, reunió al


Cabildo Abierto el 15 de julio de 1821. Manuel Pérez de Tudela,
masón y letrado arequipeño, más tarde Ministro de Relaciones
Exteriores, redactó el Acta de la Independencia que fue suscrita
por las personas notables de la ciudad.

En la ciudad de Los Reyes, el quince de julio de mil ochocien-


tos veintiuno. Reunidos en este Excmo. Ayuntamiento los señores
que lo componen, con el Excmo. e Ilmo. Señor Arzobispo de esta
santa Iglesia Metropolitana, prelados de los conventos religiosos,
27
títulos de Castilla y varios vecinos de esta Capital, con el objeto
de dar cumplimiento a lo prevenido en el oficio del Excmo. Se-
ñor General en jefe del Ejército Libertador del Perú, Don José de
San Martín, el día de ayer, cuyo tenor se ha leído, he impuesto de
su contenido reducido a que las personas de conocida probidad,
luces y patriotismo que habita en esta Capital, expresen si la opi-
nión general se halla decidida por la Independencia, cuyo voto
le sirviese de norte al expresado Sr. General para proceder a la
jura de ella. Todos los Sres. concurrentes, por sí y satisfechos, de
la opinión de los habitantes de la Capital, dijeron: Que la voluntad
general está decidida por la Independencia del Perú de la domi-
nación Española y de cualquiera otra extrajera y que para que se
proceda a la sanción por medio del correspondiente juramento,
se conteste con copia certificada de esta acta al mismo Excmo.

28
Firmaron esta acta 339 ciudadanos. Entre otros, el conde de
San Isidro (Alcalde), Bartolomé, (Arzobispo de Lima), Francisco
de Zárate (Regidor), Simón Rávago, Francisco Vallés (Regidor),
José Manuel Malo de Molina (Regidor), Pedro de la Puente, (Re-
gidor), el conde de la Vega del Ren (Regidor), fray Gerónimo
Cavero, Antonio Padilla (Síndico procurador general), José Ma-
riano Aguirre, el conde de las Lagunas, Javier de Luna Pizarro,
José de la Riva-Agüero, el marqués de Villafuerte, etc. Segundo
Antonio Carrión, Juan de Echeverría y Ulloa (Regidor), etc.

El 17 de julio es recibido en Lima el almirante Lord Cochrane.


El sábado 28 de julio de 1821 en ceremonia pública, José de
San Martín, hace la proclamación de la Independencia del Perú.
Primero en la Plaza Mayor de Lima, después en la plazuela de
La Merced y luego frente al Convento de los Descalzos. Según
testigos de la época, a la Plaza Mayor asistieron más de 16000
personas.

San Martin (oleo pintado en 1824)

29
Pero la labor de San Martín no solo era de tipo militar, sino
que a ello acompañaba una labor masónica, así San Martín en
esa misma época, organizo la logia Lautaro, que era el enlace
de los trabajos entre él y el Director Supremo Juan Martín de
Pueyrredón, también hermano de la orden en Argentina. Tal era
la importancia que San Martín concedía a la logia, que estable-
ció en todas partes adonde se dirigía y organizó las sociedades
secretas en Mendoza, Córdoba, Santa Fe, Chile y Perú. Todas
ellas denominadas Lautaro y manteniendo entre sí activa coor-
dinación y cooperación, mientras se preparaban las fuerzas que
irían sobre el Perú, para destruir el foco más poderoso de la re-
sistencia colonial y donde también habría de fundar la Lautaro
en Lima. Todas ellas con los mismos principios y constitución
que la Lautaro porteña, a la que habían de someterse O’Higgins
en Chile y el propio San Martín en Lima, como encargados del
poder ejecutivo de estos países.

No solo logias lautarinas fundó San Martín, también fundó la


logia del Ejército del Norte, donde Belgrano fue iniciado y que a
su vez creó la Logia Argentina de Tucumán, también la del Ejér-
cito de los Andes, con sus más dilectos compañeros de armas.

Luego del histórico abrazo de Guayaquil con Simón Bolívar,


con intervención de la Logia Estrella de Guayaquil, inicia su re-
tiro, despojándose San Martín del mando supremo en Perú, para
radicarse en Bruselas, donde se incorporó a la Logia La Perfecta
Amistad.

En honor de San Martín, esa logia mandó acuñar una medalla


de plata cuyo facsímil se encuentra en la masonería argentina.
Además, el capítulo Rosacruz “Los Amigos de Bruselas” hizo acu-
ñar otra medalla, cuyo original se encuentra en el Museo Mitre.
Estas medallas tienen la particularidad de mostrar a San Martín
de perfil y son debidas a un distinguido masón, el artista euro-
peo Henri Simons.

30
Henri Simons (Belgica-Bruselas)1925 medalla con el perfil de San
Martín

Masones son sus amigos íntimos, masones son los principales


oficiales de su ejército y masones son sus compañeros de militan-
cia política. Las máximas para su hija tienen el tono de la retórica
masónica; su testamento utiliza los términos clásicos de los maso-
nes de su tiempo.

Antes de morir, el Gral. Don José de San Martin, redacto 12


máximas para entregar a su hija, para que recorra el resto de su
vida.

1° Humanizar el carácter y hacerlo sensible aun con los insec-


tos que nos perjudican. Stern ha dicho a una Mosca abriendo
la ventana para que saliese: Anda, pobre Animal, el Mundo es

31
demasiado grande para nosotros dos.
2° Inspirarla amor a la verdad y odio a 1a mentira.
3° Inspirarla gran Confianza y Amistad pero uniendo el respeto.
4° Estimular en Mercedes la Caridad con los Pobres.
5° Respeto sobre la propiedad ajena.
6° Acostumbrarla a guardar un Secreto.
7° Inspirarla sentimientos de indulgencia hacia todas las Reli-
giones.
8° Dulzura con los Criados, Pobres y Viejos.
9° Que hable poco y lo preciso.
10° Acostumbrarla a estar formal en la Mesa.
11° Amor al Aseo y desprecio al Lujo.
12° Inspirarla amor por la Patria y por la Libertad.

Como masón practico la proverbial reserva, el secreto con el


que rodean sus actos y la discreción de sus declaraciones, estas
actitudes corresponden a la clásica disciplina personal de los
masones. Desconocer esta relación de San Martín es una tor-
peza o algo peor. En todos los casos, ninguna de las considera-
ciones que se hagan en esa línea alcanza a ocultar lo evidente.
San Martín, como muchos guerreros de la Independencia, fue
masón. Para bien o para mal, pero es lo que fue. Sus pares fueron
Francisco de Miranda, Militar y Político; Gustavo Córdova Valen-
zuela, Docente Universitario y Periodista; El Gral. Simón Bolívar,
Masón y Libertador; El Gran Mariscal de Ayacucho Antonio José
de Sucre y Alcala, Triunfador en la Batalla de Junín y Ayacucho;
Bernardo O´Higgins Riquelme, Político y Militar y muchos otros
nombres más como los peruanos José de la Riva Agüero, Már-
quez de Goyeneche, Márquez de San Miguel , José de Torre Ta-
gle , Vizconde de San Donal, Beringoaga , José Baquijano y Ca-
rrillo Conde de Vista Florida , José Matías Vásquez de Acuña,
Conde de la Vega del Ren, Mariano José de Arce, Martín Geor-
ge Guisse, Hipólito Unánue, Francisco de Zela, León La Chica,
Francisco López Aldana, Miguel Tafur, José de la Mar, Francisco
de Paula Quiroz, Francisco Javier de Luna Pizarro, Toribio Rodrí-
guez de Mendoza, Bartolomé de las Heras, José Faustino Sán-
32
chez Carrión, Francisco Javier Mariátegui y Telleria, Bernardo
Monteagudo, Mariscal Juan Millar, Manuel Pérez de Tudela, José
Joaquín Olmedo y Cecilio Tagle.

“Los masones que participan en la Independencia de los paí-


ses de Sudamérica, constituyen una pléyade a los que sumamos:
José Gabriel Condorcanqui “Túpac Amaru”, Mateo Pumacahua,
Francisco de Zela, los hermanos Catari, Julián Apaza “Túpac Cata-
ri”, Mariano Moreno, Santiago Nariño, Andrés Bello, Luís Méndez,
José Miguel Carrera, Tomas Guido y Manuel Belgrano, que bebie-
ron del fuego idealista de Miranda y fue sellada en la Batalla de
Ayacucho. Estos héroes de mil batallas o combates, llevaban junto
a la espada, lanza o fusil, el Mandil, la Escuadra y el Compás.”
(Herbert Oré Belsuzarri, El Origen de la Masonería, 2010, Lima
Perú, Pág. 80 http://es.scribd.com/doc/55441603/La-Masone-
ria-en-el-Peru)

Se ha dicho que San Martín estuvo en contacto con la maso-


nería inglesa. Según Lappas, afirma que Sir Charles Stuart par-
ticipó con San Martín en la fundación de la Logia de Caballeros
Racionales Nro. 7 de Londres. En esa ciudad fue recibido frater-
nalmente por prominentes masones quienes arreglaron los por-
menores de su viaje a Buenos Aires, donde tomó contacto con el
Venerable Maestro de la Gran Logia Independencia, el doctor
Julián B. Álvarez, quien lo introdujo en la sociedad porteña y lo
ayudó en la fundación de la Logia Lautaro.

Se especulaba que San Martín estuvo al servicio de los ingle-


ses, quienes una vez derrotados militarmente por los españo-
les, en las dos invasiones inglesas al Río de la Plata, los ingleses
habrían alentado las aspiraciones independentistas de los mi-
litares americanos, y se afirma que el gobierno inglés se valió
de la masonería para infundir ideas libertarias en los militares
americanos. Esta versión es expuesta por el argentino Fabián
Onsari en su obra “La Logia Lautaro y la Francmasonería.”

33
Finalmente debemos recordar que la tumba de San Martín en
Francia tiene abundante simbología masónica, suficiente diría-
mos como para zanjar cualquier duda.

Los símbolos masónicos en la tumba de San Martín en Francia.

II.- SAN MARTIN MESTIZO Y PLEBEYO.


En los libros de Historia del Perú, de Argentina y otros países,
oficialmente se dice que San Martín nació en Yapeyú el 25 de
febrero de 1778.

Pero en realidad la fecha no está probada. Bartolomé Mitre,


masón argentino, la impuso históricamente y posteriormente
los historiadores empezaron a indagar en los archivos y descu-
brieron que lo que se presentaba como evidente no era así. El
primer motivo de asombro se produjo cuando se supo que la fe
34
de bautismo no estaba o había desaparecido. Algunos aseguran
que las quemaron los portugueses cuando pasaron por Yapeyú
a sangre y fuego en 1817, otros sostienen que el acta no está
porque nunca estuvo, porque José no fue hijo de Gregoria Mato-
rras y Juan San Martín.

¿Es importante hablar del tema? Pues claro, para la historia


ningún tema está prohibido y mucho menos aquellos que ten-
gan que ver con la filiación de un importante protagonista, sin
dejar de mencionar que si era hijo de indios o mestizos, o hijo
de blancos, no altera en nada su rol histórico, en todo caso en-
grandece la figura del Libertador.

El General José de San Martín.

35
Los prejuicios de ser hijo “natural” ya no importan ahora, tam-
poco importan si es rubio, de ojos azules o nacido en un hogar
aristocrático. El valor de los hombres se mide por sus actos y
millones de peruanos, argentinos y chilenos, a San Martín lo
respetamos y admiramos por lo que hizo, no por el lugar donde
nació o si era hijo de blancos o de indios.

Un acta de bautismo publicada en 1921, de la cual nunca apa-


reció el original, posiblemente porque era una invención para
salvar aquella laguna documental, incurrió en varios errores, al
mencionar a su padre como coronel y gobernador de Misiones
y a su madre como Francisca de Matorras. Bartolomé Mitre se
atuvo a la misma para dictaminar que el Libertador había naci-
do el 25 de febrero de 1778 y por lo tanto era el cuarto hijo del
capitán San Martín con Gregoria Matorras 

Dos amigos de San Martín, el encargado de negocios chileno 


Francisco J. Rosales y el abogado y periodista francés Adolfo
Gerard, hicieron constar en el acta de defunción que tenia se-
tenta y dos años, cinco meses y veintitrés días.

Oficialmente se sabe que José Francisco de San Martín es el


hijo menor del matrimonio formado por Juan de San Martín y
Gregoria Matorras. Las dudas que se tengan sobre su filiación
no alteran el hecho cierto de que fue criado por ellos. Después
de haber nacido en Yapeyú, o en algunos de las poblaciones
vecinas, se trasladó con sus padres a Buenos Aires y luego mar-
chó de la mano de ellos a España en la fragata Santa Balbina. Si
entonces tenía seis años o siete o cuatro, no afecta esta hipótesis
central acerca de quiénes fueron los responsables de su crianza.

Juan de San Martín, su padre, nació en España, en la localidad


de Cervatos de la Cueza, el 3 de febrero de 1728, fecha sugesti-
va porque ochenta y cinco años después, el hijo habrá de librar
el combate de San Lorenzo. Gregoria Matorras nació el 12 de
marzo de 1738 en Paredes de Nava, un pueblito vecino al de
36
su esposo. Se dice que la pareja se formó en España, pero no
se casaron allí sino en Buenos Aires. El matrimonio se celebró
en Buenos Aires en 1770 y se asegura que se hizo por poder,
porque don Juan no estaba en Buenos Aires sino en uno de sus
habituales destinos militares. El matrimonio va a vivir al princi-
pio en el departamento oriental de Calera de las Vacas y a fines
de 1774 don Juan es designado teniente gobernador del pueblo
de Yapeyú donde se instala con su esposa y sus tres hijos. En
Yapeyú nacerán Justo Rufino y José Francisco.

No le va a ir bien a don Juan los pagos de su carrera militar,


signada por las postergaciones y las sanciones. En los tiempos
de Carlos III y el Virrey Vertiz eran importantes los contactos
y las recomendaciones y don Juan carecía de ambos benefi-
cios porque no pertenecía a la nobleza, ni siquiera a la noble-
za provinciana. Por estas razones el matrimonio para principios
de los años ochenta decide regresar a España. El cargo que
desempeñaba don Juan en Yapeyú lo pierde porque no supo or-
ganizar adecuadamente la defensa de estas poblaciones que en
otros tiempos pertenecieron a los jesuitas y que después de su
expulsión son amenazadas por los bandeirantes paulistas que
avanzan sobre estos territorios con ánimo de conquista y deci-
didos a capturar indios para someterlos a la esclavitud.

Ineficaz o desprovisto de recursos, lo cierto es que don San


Martín es sancionado y regresa con su mujer y sus cinco hijos
a Buenos Aires donde vivirán dos años. Tampoco les va bien en
la ciudad levantada frente al río, si bien compra una casa, en su
correspondencia se queja de las ingratitudes de los funciona-
rios y los bajos sueldos. Palabras más palabras menos, el 6 de
diciembre de 1783 los San Martín retornan a España. Nuestro
héroe para esa fecha es un niño y poco importa saber si tiene
seis, cinco o tres años.

¿San Martín nació en la Argentina? Desde el punto de vista


histórico no puede hacerse esa afirmación, ya que para esa fe-
37
cha la Argentina aún no existía. Pero San Martín no sólo no es
argentino en el sentido histórico de la palabra, sino que ade-
más no lo es en el sentido cultural porque se cría en un hogar
español que nunca renunció a esa condición y que, a juzgar por
sus decisiones, tampoco quisieron saber nada con vivir en estas
tierras americanas.

Para 1810 San Martín es un español en el sentido pleno de la


palabra. Nace en tierras que pertenecen a España, se cría en un
hogar español, estudia en colegios españoles e inicia su carrera
militar en ejércitos españoles. Habla como un español. El tono
de la voz de San Martín no es americano, es español. Como se
diría entonces, y se dice ahora, San Martín es un “gallego” y, sin
embargo, nada de ello le impide ser el libertador, el padre de
la patria.

¿Qué cosa no se sabe? En primer lugar, su fecha de nacimien-


to. San Martín cuando se casa en 1812 dice que tiene 31 años. Si
vamos a creer esta afirmación, nació en 1781. Su foja de servi-
cios militares de 1803 le otorga veinte años, por lo que habría
nacido en 1783. En el pasaporte de 1824 dice tener 47 años, por
lo que habría nacido en 1777. En una carta que envía en 1848
al Mariscal Ramón Castilla dice tener 71 años y cuando viaja a
España con su padres en diciembre de 1783 lo anotan con seis
años. Por lo que la hipótesis de que nació el 25 de febrero de
1777 parece ser la más probable. Años más, años menos, San
Martín fue el que fue.

Un historiador militar español puntualiza que las Ordenanzas


del Ejercito instituidas por Carlos III en 1768 establecían el mí-
nimo de doce años para el ingreso de los cadetes, y da ejemplos
de que el requisito se observaba rigurosamente; por lo cual San
Martín tendría que haber nacido antes de julio de 1779. En rea-
lidad, esto no hace más que reforzar la presunción de que sus
datos personales fueron manipulados para adecuarlos a las exi-
gencias reglamentarias. Al embarcarse para España la familia
38
San Martín y Matorras, en noviembre de 1783, en la fragata San-
ta Balbina registraron que José Francisco tenía seis años, de lo
que podría deducirse que nació en 1777; pero las edades de los
niños seguramente fueron declaradas en forma aproximada, sin
verificación documental, pues a Juan Fermín le adjudican diez
años, que recién iba a cumplir en febrero del año siguiente. En
vista de la exigua certeza que aportan los documentos, solo es
posible afirmar que José Francisco de San Martín había nacido
alrededor de 1778.

Otro tema que ha causado molestias a algunos y curiosidad en


otros es que si efectivamente fue hijo de Juan y Gregoria. Tam-
bién en este caso la ausencia del acta de bautismo despierta
sospechas. Lo que se dice es que don Juan pudo haber cometi-
do alguna picardía con una india o que la pícara fue Gregoria.
Al respecto no existe ninguna prueba, salvo generalidades al
estilo, “si el padre era bajo, rubio y de ojos azules y la madre de
tez blanca, ¿por qué el hijo es alto y morocho?”

La otra hipótesis postula que José es hijo de Diego de Alvear,


el padre de Carlos de Alvear. Para esos años don Diego anda-
ba por Misiones haciendo de las suyas y de ello se infiere que
tuvo un hijo con una india y lo entregó a don Juan para que lo
adopte. La única prueba que avala esta afirmación es un docu-
mento firmado en Rosario el 22 de enero de 1871 por Joaquina
Alvear Quintanilla, nieta de don Diego. Los que conocieron a
doña Joaquina, aseguran que su credibilidad era la de un juga-
dor. Pero los amigos del indigenismo aprueban con entusiasmo
esta hipótesis porque probaría que el Libertador es indio o por
lo menos mestizo. Algunas cartas de San Martín a favor de los
indios corroboran esta tesis, las cuales se refuerzan por su as-
pecto físico: morocho, ojos oscuros y rasgos aindiados. Indio o
blanco, mestizo o español, lo que está fuera de discusión es que
San Martín se forjó así mismo para su propio orgullo y para hon-
ra de todos los argentinos, chilenos y peruanos.

39
Doña María Joaquina de Alvear y Sáenz de Quintanilla (1823-
1889), hija de Carlos de Alvear, escribió sus memorias en Ro-
sario de Santa Fe, en una colección de anotaciones, cartas y
recortes periodísticos pegados cuidadosamente en las pági-
nas encuadernadas de un libro de comercio. El propósito de la
mujer era transmitir a sus descendientes las semblanzas de los
integrantes de la familia. Así, en una “cronología de mis ante-
pasados”, consigna la filiación de José de San Martín como hijo
de don Diego de Alvear, “habido de una indígena correntina”.
Más adelante Joaquina reitera el parentesco, al evocar la única
oportunidad en que visitó a su tío, en Europa: “Y examinándolo
bien encontré todo grande en él, grande su cabeza, grande su na-
riz, grande su figura y todo me parecía tan grande en él cual era
grande el nombre que dejaba escrito en una página de oro en el
libro de nuestra historia y ya no vi más en él que una gloria que se
desvanecía para no morir jamás. Este fue el general José de San
Martín natural de Corrientes, su cuna fue el pueblo de Misiones e
hijo natural del capitán de Fragata y General español Señor Don
Diego de Alvear Ponce de León (mi abuelo)”. Los recuerdos son
del 23 de enero de 1877.

Manuscrito de Joaquina Alvear Quintanilla de Arrotea, que revela


que San Martín es hijo de don Diego de Alvear.

40
En 1812, San Martín fue recibido con desconfianza por la so-
ciedad porteña de Argentina. A diferencia del galante y mun-
dano Carlos de Alvear, no tenía fortuna ni alcurnia. San Martín
era moreno, el pelo lacio y renegrido. Corrían rumores sobre su
condición de mestizo y la madre de Remedios de Escalada se
opuso a que casaran con su hija ese oscuro plebeyo.

El aspecto físico de José Francisco, de acuerdo con expresio-


nes coincidentes de las personas que lo conocieron, difería ne-
tamente del de sus presuntos padres. Juan de San Martín, como
surge de su foja de reclutamiento, era rubio, de ojos garzos (azu-
lados), de muy corta estatura (cinco pies y una pulgada, en me-
dida castellana, equivalentes a 1,43 m) y Gregoria Matorras era
blanca y noble; ambos cristianos viejos de probada   pureza de
sangre, sin mezcla de infieles, moros ni judíos, según justificara
el cuarto de sus hijos, Justo Rufino, para ser admitido como guar-
dia de corps en España. Juan Bautista Alberdi, tras entrevistar en
Paris a don José de San Martín al fin del verano de 1843, escribió
que era un poco más alto que los hombres de mediana estatura
y que “yo le creía un indio, como tantas veces me lo habían pin-
tado”.

Recién llegado, San Martín pidió que le mandaran a Buenos Ai-


res 300 mozos guaraníes de las Misiones para formar su plantel
de Granaderos. La Logia Lautaro, que fundó junto a Carlos de Al-
vear, se movió en las sombras, enfrentando al grupo rivadavia-
no. Pero luego Alvear se entendió con Rivadavia y, en pugna con
el artiguismo, llegó a solicitar la protección británica. La Logia
entró en crisis: San Martín insistía en liberar el continente, más
allá de los intereses del círculo de hacendados y comerciantes.

En 1816, en un famoso parlamento con los caciques pehuen-


ches, San Martín expuso el plan de cruzar la cordillera y llegar
a Chile para terminar con los godos que robaron la tierra de
sus antepasados, y les solicitó ayuda y permiso para pasar por
sus dominios y declaró: “Yo también soy indio”. Luego rehusó
41
defender al gobierno porteño de la insurrección federal y mar-
chó al frente de su Ejército rebelde hacia el Perú, con el respal-
do chileno. En las vísperas, envió a los indígenas peruanos un
manifiesto en quechua. Fue recibido en Lima como si fuera el
hijo del Sol, anunciado por las antiguas profecías de redención.
Soñó con coronarse como un nuevo Inca, pero se quedó sin fuer-
zas y dejó su lugar a Bolívar. No quiso intervenir en la guerra de
unitarios y federales y radicó en Europa. En 1828 intentó volver
al Río de la Plata, pero lo disuadieron las renovadas furias par-
tidistas.

La relación de San Martín con los pehuenches es descrita de


la siguiente manera: Ni bien se instala en Mendoza, cultiva es-
trechas relaciones con los Pehuenches, (habitantes milenarios
de los faldeos cordilleranos del sur de Mendoza) y a comienzos
de 1816, desde El Plumerillo, los invita a  un Parlamento para
reafirmar y renovar  los vínculos existentes.

El objetivo de San Martín era el de mantener la alianza con los


Pehuenches, para asegurarse el tránsito eventual de sus tropas
por ese territorio  y  obtener ayuda en caso de una invasión es-
pañola por el sur de Chile.

El Cruce de los Andes

42
En el comienzo de la primavera de 1816, en el Fuerte San Car-
los, a unos 150 km.  al sur de Mendoza  se realiza el Parlamento.
Anteceden a San Martín, que  llega con 200 Granaderos y un
Cuerpo de milicianos, decenas de  mulas cargadas de presentes
y regalos para ofrecer a los Pehuenches en prenda de amistad:
pieles, dulces, telas, aguardiente, monturas, bordados, vestidos
y toda clase de víveres. Las tribus Pehuenches concurren ma-
sivamente tocando sus instrumentos musicales. Los guerreros
de lanza, en actitud de combate, llegaban pintados y montados
a caballos. Detrás seguían los ancianos, las mujeres y los niños.
Cada tribu que ingresaba, era precedida y escoltada por un
grupo de Granaderos a Caballo, a la vez que era saludada con
salvas de cañones desde el Fuerte, en señal de bienvenida. Los
Pehuenches a su vez realizaban simulacros guerreros, haciendo
gala de su destreza con los caballos.

Iniciado el Parlamento en la Plaza de Armas del Fuerte, el es-


pacio central quedó ocupado por los Caciques y Capitanejos
por un lado y el Gral. San Martín y el Comandante de Fronteras
por el otro. El intérprete,  luego de referirse a la amistad de San
Martín y a los regalos obsequiados, pidió a las tribus Pehuen-
ches que  permitiesen el paso del ejército patriota por su terri-
torio, con el fin de hacer guerra a los españoles chilenos…

Luego de un prolongado silencio, Ñecuñan, el pehuenche más


anciano habló a los Caciques, preguntándoles si estaban de
acuerdo con el pedido de San Martín. Todos los Caciques habla-
ron extensamente, sin interrumpirse y con mucha tranquilidad.
Concluida  la ronda,  Ñecuñán, tomó nuevamente la palabra, y
dirigiéndose a San Martín le dijo que todos los Caciques, menos
tres, estaban de acuerdo en aceptar la propuesta. Acto seguido
todos los Caciques abrazaron a San Martín, y uno de ellos, fue
a avisar al resto de las tribus que la propuesta de San Martín
había sido aceptada.

A continuación, en un gesto de confianza hacia Sa Mar-


43
tín, entregaron sus caballos y sus armas a los milicia-
nos, dando inicio a los festejos que se prolongaron varios
días. De regreso al Plumerillo, San Martín escribe a Guido: 
“… Concluí con toda felicidad mi gran Parlamento con los indios
del sur: auxiliarán al ejército no sólo con ganados, sino que están
comprometidos a tomar una parte activa contra el enemigo…”
Los hechos posteriores demostraron que el pacto fue respetado,
y muchos Pehuenches colaboraron activamente, algunos tam-
bién como baqueanos en el Cruce de la Cordillera.

José de San Martín en La Campaña Libertadora dijo: “La guerra


la tenemos que hacer del modo que podamos. Si no tenemos di-
nero, carne y un pedazo de tabaco no nos han de faltar. Cuando se
acaben los vestuarios nos vestiremos con las bayetitas que traba-
jan nuestras mujeres, y sino andaremos en pelotas como nuestros
paisanos los indios.  Seamos libres, que los demás no importan”.

La Batalla de Maipú.

44
A San Martín lo engrandece el haber reconocido siempre  el
valor de sus tropas negras, indígenas y mestizas en las bata-
llas de Chacabuco, Maipú, Cancha Rayada y  en la Campaña del
Alto Perú.

Juan Bautista Alberdi, que lo entrevistó en París en 1843, trazó


de él un retrato notable: “Yo lo creía un indio, como tantas veces
me lo habían pintado; y no es más que un hombre de color mo-
reno...”. Además, “no obstante su larga residencia en España, su
acento es el mismo de nuestros hombres de América”.

Durante el siglo XX una caudalosa bibliografía enfocó las vin-


culaciones de San Martín con la política británica y francesa y
con la masonería, planteando la cuestión de sus motivaciones. Si
fue tan corta su vivencia de América, si tenía de ella una borrosa
imagen, si había servido dos décadas al rey, es difícil creer en
su patriotismo como pasión determinante. Resulta verosímil por
tanto la hipótesis de que era agente masón de los proyectos bri-
tánicos o franceses. Hoy es posible otra explicación: Era un mes-
tizo y sufría en carne propia la injusticia del sistema colonial.

Partiendo de esa versión y de los indicios expuestos en el li-


bro “Jinetes Rebeldes” del argentino Hugo Chumbita, se obtuvo
la confirmación a través de testimonios concordantes de tres ra-
mas de descendientes de Carlos de Alvear: los Christophersen,
los Santamarina y los Verger. Los mismos datos son corrobora-
dos por las memorias manuscritas de Joaquina, que obran en
poder de Diego Herrera Vegas.

“Esto no se puede decir”, le advirtió Pedro Christophersen


III a su hija Magdalena cuando le contó el secreto preservado
durante generaciones. La abuela de Pedro III era doña Carmen
de Alvear, nieta de Carlos y prima hermana del presidente de
la república Marcelo de Alvear. Magdalena conserva un añoso
ejemplar de un libro de Sabina de Alvear y Ward, que le sirvió
para completar aquel relato.
45
Pero entonces quién era el General español Señor Don Diego
de Alvear Ponce de León, para ello nos remitimos a lo escrito
por Hugo Chumbita: El futuro brigadier de la armada española
don Diego de Alvear y Ponce de León (1749-1830), nacido en
Montilla (Córdoba), con ascendientes nobles en Burgos, arri-
bó al Río de la Plata en 1774. Tomó parte en acciones contra
los portugueses y luego contra los ingleses. En 1778 dirigió una
división encargada de ejecutar el tratado de límites sobre los
ríos Paraná y Uruguay. Entonces, en algún lugar de las misiones
jesuíticas, el marino se relacionó con una joven guaraní, que en-
gendró un niño. Alvear lo encomendó al teniente gobernador
de la reducción de Yapeyú, el capitán Juan de San Martín, y a su
esposa Gregoria Matorras, de 40 años, que ya tenía cuatro hijos.
Ellos se avinieron a criarlo como propio y el niño fue José Fran-
cisco de San Martín.

En 1780, Juan de San Martín tuvo que irse de Yapeyú tras un


conflicto con los guaraníes. Tres años después todos viajaron a
España y la familia Alvear cuenta que Diego de Alvear se man-
tuvo en contacto con ellos y costeó los gastos para que Francis-
co José siguiera la carrera militar.

En 1781, Diego de Alvear se casó con María Josefa Balbastro.


Se radicaron en las Misiones y tuvieron nueve hijos, uno de ellos
Carlos, nacido en 1789. En 1804, la familia embarcó hacia Es-
paña. Pero antes de llegar, en un combate con navíos ingleses
murieron la esposa, siete hijos, un sobrino y cinco esclavos. Don
Diego perdió la mayoría de sus bienes. Prisioneros, Alvear y su
hijo Carlos fueron llevados a Londres. Allí, Carlos pudo estudiar
y a Diego lo indemnizaron. Además, se casó con una joven in-
glesa, Luisa Ward, con quien tuvo más hijos.

En 1806 regresaron a España, don Diego ocupó nuevos desti-


nos militares y, según los Alvear, ayudó y mantuvo un trato afec-
tuoso con su hijo José Francisco. Carlos supo que aquél era su
medio hermano y fueron grandes camaradas. Al producirse la
46
Revolución de Mayo, concibieron juntos el regreso, aprovechan-
do las relaciones de su padre en Londres y en Buenos Aires.

San Martín y quienes conocían su filiación guardaron siempre


reserva. Para ingresar a la milicia en España era necesario acre-
ditar que era hijo legítimo y todos quedaron obligados a mante-
ner esa versión. En cierto sentido, él vino a América a buscar a
su madre. Habló muy poco de sí mismo, y cuando lo hizo omitió
referirse a su origen.

José de San Martín padeció su “destino americano”: no saber


quién era, el extrañamiento, la ausencia materna, la conciencia
de ser hijo de la violencia de los dominadores sobre los pueblos
nativos. Se alzó desafiando al mundo de su padre. Transformó su
humillación en rebeldía política. La persona, la memoria y la
significación de San Martín no son patrimonio de una familia, ni
siquiera de un país. Es una figura americana y universal.

SU TESTAMENTO

1° Dejo por mi absoluta heredera de mis bienes, habidos y por


haber a mi única hija Mercedes de San Martín actualmente ca-
sada con Mariano Balcarce.

2° Es mi expresa voluntad el que mi hija suministre a mi herma-


na María Emilia, una pensión de mil francos anuales, y a su fa-
llecimiento, se continúe pagando a su hija Petronila, una de 250
hasta su muerte, sin que para asegurar este don que hago a mi
hermana y sobrina, sea necesaria otra hipoteca que la confianza
que me asiste que mi hija y sus herederos cumplirán religiosa-
mente ésta voluntad.

3° El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la In-


dependencia de América del Sur, le será entregado a general
de la República Argentina don Juan Manuel de Rosas, como una
prueba de satisfacción, que como argentino he tenido al ver la
47
firmeza con la que ha sostenido el honor de la República contra
las injustas pretensiones de los extranjeros que tratan de humi-
llarlas.

4° Prohíbo el que se me hagan ningún género de funeral, y des-


de el lugar que falleciere se me conducirá directamente, al ce-
menterio sin ningún acompañamiento, pero sí desearía, que mi
corazón sea depositado en el de Buenos Aires.

5° Declaro no deber y haber jamás debido nada a nadie.

6° Aunque es verdad que todos mis anhelos no han tenido otro


objetivo que el del bien de mi hija amada, debo confesar, que
la honrada conducta de ésta, y el constante cariño y esmero que
siempre me ha manifestado, han recompensado con usura, to-
dos mis esmeros haciendo mi vejez feliz. Yo le ruego continúe
con el mismo cuidado y contra acción la educación de sus hijas
(a las que abrazo con todo mi corazón) si es que su vez quiere
tener la feliz suerte que alguna vez tuve yo; igual encargo hago
a su esposo, cuya honradez y hombría de bien no ha desmen-
tido la opinión que había formado de él, lo que me garantiza
continuara siendo la felicidad de mi hija y nietas.

7° Todo otro testamento o disposición anterior al presente que-


da nulo y sin ningún valor.

Hecho en París a veintitrés de enero de mil ochocientos cuaren-


te y cuatro, y escrito todo de mi puño y letra.

Artículo adicional. Es mi voluntad que el Estandarte que el


bravo Español Don Francisco Pizarro tremoló en la Conquista
del Perú sea devuelto a esta República (a pesar de ser una pro-
piedad mía) siempre que sus Gobiernos hayan realizado las re-
compensas y honores con que me honró su primer Congreso.

JOSE DE SAN MARTÍN


48
III. LA REPATRIACION DE LOS RESTOS DEL GENERAL SAN MARTIN.
El 23 de enero de 1844, en París, el Libertador José Francis-
co de San Martin testó por tercera y última vez, y en la cláusu-
la cuarta de su testamento ordenó: “Prohíbo el que se me haga
ningún género de Funeral, y desde el lugar en que falleciere se
me conducirá directamente, al Cementerio sin ningún acompaña-
miento, pero sí desearía, el que mi Corazón fuese depositado en
el de Buenos Aires”.

San Martín murió en Boulogne-Sur-Mer, y su cuerpo se deposi-


tó en la cripta de su basílica, lugar donde reposaron los prime-
ros 11 años después de su muerte en 1850 hasta 1861, antes de
que su cuerpo sea enviado a París y después en 1880 repatriado
a Buenos Aires.

¿Por qué demandó casi treinta años el cumplimiento del deseo


último de San Martin? ¿Es posible que Argentina haya sido indi-
ferente durante tantos años con su ilustre hijo?

Mariano Balcarce, yerno de San Martin y miembro de la Le-


gación Argentina en Francia, comunicó al Gobierno de Buenos
Aires, el fallecimiento de San Martín. La respuesta del ministro
Felipe Arana, representante del Gobernador Rosas, fue tibia y
protocolar, no se decretaron los honores y homenajes amerita-
dos.

El General Urquiza, después de su Pronunciamiento, decreto


el 16 de julio de 1851 los honores correspondientes en Entre
Ríos. En el año 1861 los restos de San Martín fueron trasladados
a la bóveda familiar de los Balcarce en Brunoy. En 1862, el pre-
sidente argentino Bartolomé Mitre, ordenó se erigiera la estatua
ecuestre en la hasta entonces Plaza de Marte (de ahí en más re-
nombrada Plaza San Martín) frente al Retiro en Buenos Aires. Mi-
tre dijo en esa ocasión: “¡El breve espacio que llena ese soberbio
pedestal de mármol será el único pedazo de tierra que San Martín
49
ocupará en esta tierra libertada por sus esfuerzos, mientras llega
el momento en que sus huesos ocupen otro pedazo de tierra en
ella!”.

El primer paso formal y para la concreción de la repatria-


ción, fue la ley propiciada por los diputados Martín Ruiz Moreno
y Adolfo Alsina, el 18 de julio de 1864. La concreción no tuvo
mayores avances, le atribuyen esta pasividad al estallido de la
Guerra de la Triple Alianza, de la que Argentina fue protago-
nista a partir de 1865. Mientras tanto, el 28 de febrero de 1875
fallecía Mercedes Tomasa de San Martín de Balcarce, única hija
del Libertador.

El 5 de abril de 1877, con motivo del aniversario de la Batalla


de Maipú, el Presidente argentino Nicolás Avellaneda pronun-
ció un discurso alusivo a la postergada repatriación “los pueblos
que olvidan sus tradiciones pierden la conciencia de sus destinos,
y los que se apoyan sobre tumbas gloriosas son los que mejor
preparan su porvenir”. En ese acto, convocó al pueblo a reunirse
en asociaciones patrióticas y recolectar fondos para el ansiado
regreso, y suscribió un decreto designando una Comisión Cen-
tral para tal fin. El 25 de febrero de 1878, centenario del natali-
cio del General San Martin, se colocó en la Catedral la piedra
fundamental del mausoleo que allí iba a erigirse, en el sitio co-
rrespondiente a la Capilla de Nuestra Señora de la Paz.

A principios de 1880 Avellaneda resolvió que el transporte


de guerra Villarino, que terminaba de construirse en astilleros
ingleses, sería el medio encargado de transportar los restos del
prócer. El 21 de abril de 1880, se exhumaron las reliquias de
San Martín en Brunoy, trasladadas a París, y de allí a El Havre,
en donde mediante una solemne ceremonia fueron depositadas
en la capilla ardiente del Villarino. Al día siguiente comenzó el
viaje hacia el Plata.

El 22 de mayo los restos fueron venerados por el pueblo uru-


50
guayo en Montevideo. Finalmente, el 28 el vapor Villarino an-
cló frente a Buenos Aires y mediante el vapor “Talita”, fueron
transportados los restos del ilustre prócer hasta el muelle de las
Catalinas,

Ya en la Plaza San Martin de Buenos Aires, Avellaneda y el mi-


nistro peruano Evaristo Gómez Sánchez pronunciaron discursos,
para luego conducir el féretro hasta la Catedral Metropolitana,
acompañados por pueblo cuya concurrencia estimaron entre 30
mil y 100 mil personas, acompañando el cortejo fúnebre por las
calles Florida, Victoria, Defensa y Rivadavia hasta su último des-
tino. Terminados los honores y el desfile el General San Martín
ocupó su morada definitiva, luego de 30 años de espera. Veinte
soldados cargaron el sarcófago al interior de la Catedral.

Mausoleo donde descansan sus restos en Argentina.

51
No ha salido a la luz algún documento que de manera indubi-
table permita dilucidar definitivamente la demora de la repa-
triación, pero hay hipótesis que sostiene que la negativa al tras-
lado de los restos del Libertador, tuvo como causa la voluntad
de su hija Mercedes de no desprenderse de las reliquias de su
padre, ese amor filial no le habría permitido avanzar en el cum-
plimiento del deseo testamentario paterno. Por otra parte es su-
mamente difícil opinar que tanto Rosas, como Urquiza, Mitre y
Sarmiento, quienes públicamente han profesado una sincera y
profunda admiración hacia San Martín, hayan dilatado la cues-
tión de la repatriación. Lo único de cierto es que las reliquias de
San Martín, atendiendo su pedido descansan en Argentina, que
su corazón este depositado en Buenos Aires.

IV. LA MONARQUÍA QUE PROPUSO SAN MARTIN.


San Martín, propuso en el Perú una monarquía, y eso ocurrió
en un escenario que se debe por lo menos ligeramente cono-
cer. Una vez que las fuerzas expedicionarias desembarcaron en
el Perú el 7 de setiembre de 1820 en Pisco y se establecieron en
Huara, iniciaron negociaciones con el Virrey Pezuela que pro-
dujeron las conferencias de Miraflores que se dieron entre el 30
de setiembre y el 1 de octubre de 1820. En ellas, el tema de la
futura organización del país no estuvo ausente. Los negociado-
res nombrados por San Martín, Tomás Guido y Juan García del
Río, propusieron la idea de crear “en estos países una monarquía
constitucional e independiente que tuviese a su cabeza un prín-
cipe de la familia real de España”, propuesta que fue rechazada
por el Virrey Pezuela quien señaló que un tema de tal trascen-
dencia como ese debía ser analizado por el gobierno superior
español.

La fidelidad de Pezuela al absolutismo provocó su desprestigio,


especialmente debido a que la mayor parte de los oficiales a
sus órdenes eran liberales. El 29 de enero de 1821, los jefes li-
berales, dirigidos por el general José de La Serna, lo derrocaron
52
por medio del llamado Pronunciamiento de Aznapuquio. Pezue-
la se embarcó inmediatamente hacia España y La Serna fue con-
firmado Virrey del Perú por la corona española.

¿Qué propuso San Martín a Pezuela primero y a La Serna


después? Los delegados de San Martín: Tomas Guido, Juan Gar-
cía del Río y José Ignacio de la Rosa; y los delegados del virrey:
Manuel de Llano y Nájara, José María Galdeano y Mendoza y
Manuel Abreu, se reunieron el 4 de mayo de 1821. Los dele-
gados patriotas fueron instruidos para que se abstuviesen de
llegar a algún acuerdo en tanto que no fuese reconocida la in-
dependencia de las Provincias Unidas de Río de la Plata, Chile y
Perú. Como ya había ocurrido en las anteriores conferencias de
Miraflores, los españoles se mantuvieron inflexibles en cuanto
al hecho de no reconocer la independencia, lo que hacía que
ambas partes mantuvieran posiciones insalvables. Se decidió
solo un armisticio de 20 días y se programó una entrevista per-
sonal entre los jefes adversarios, es decir entre La Serna y San
Martín. Esta reunión se dio en Punchauca el 2 de junio de 1821.

La Serna y San Martín en Punchauca.

53
En la entrevista entre La Serna y San Martín. Acompañaban
al virrey, el general José de la Mar y los brigadieres José de
Canterac y Juan Antonio Monet. Por su parte, San Martín esta-
ba acompañado por el general Gregorio de las Heras, Mariano
Necochea y Diego Paroissiens. Según testigos presenciales, San
Martín, no bien reconoció a La Serna, lo abrazó cordialmente,
diciéndole: “Venga acá, mi viejo General; están cumplidos mis
deseos, porque uno y otro podemos hacer la felicidad de este
país”. En esta reunión dialogaron los masones españoles y los
masones expedicionarios que son: La Serna, José de la Mar, José
de Canterac, San Martín, Mariano Necochea y otros.

Mucho se ha especulado sobre la respuesta.  Basándose en


la interpretación de distintas fuentes, diferentes historiadores
concuerdan que San Martín buscaba la implantación de una mo-
narquía, pero no absolutista; sería una monarquía constitucional,
donde además de una Constitución Política donde figuren todos
los derechos y deberes de los ciudadanos,  exista un Congreso,
cuyos representantes sean elegidos para legislar en beneficio
del pueblo, evitando así la concentración de poderes en el go-
bernante,  el cual sería escogido por el mismo San Martín entre
algún príncipe español de la casa de Borbón.. Esta  monarquía
agruparía además en un solo gran reino a los países que ha-
bía independizado y al resto de Hispanoamérica, desde México
hasta El extremo sur de Argentina y Chile.

Por otro lado, mientras San Martín se encuentre en Europa


buscando al candidato ideal para ser el nuevo Rey de Hispa-
noamérica, el virreinato peruano quedaría bajo el mando de un
Consejo de Regencia encabezado por el virrey La Serna, que
formaría un Triunvirato junto a dos delegados, uno realista y
otro patriota. Las decisiones serían tomadas en conjunto por los
tres; de quienes dependería además el ejército libertador.

Tales planteamientos no tuvieron éxito, pues no solo el virrey


los rechazó, sino también los gobiernos de los países que ansia-
54
ba unir y que no vieron con buenos ojos renunciar a la indepen-
dencia que con tanto esfuerzo habían conseguido para unirse
en un solo país, gobernado además por un rey. ¿Habían luchado
tanto contra la monarquía para aceptar ahora una aunque sea
independiente de España?

¿Se podría considerar esta proposición como la expresión del


deseo de San Martín? Porque, en el manifiesto que San Martín
dirigiera después de estas negociaciones, señalaba claramente
que “el día que el Perú pronuncie libremente su voluntad sobre
la forma de las instituciones que deben regirlo, cualesquiera que
ellas sean, cesarán de hecho mis funciones”. Esta expresión, no
puede ser más clara: los peruanos serían quienes optarían por su
sistema político, independientemente de los deseos de San Mar-
tín. Esto guarda concordancia con la propaganda que posterior-
mente se utilizó para expresar la conveniencia del estableci-
miento de una monarquía constitucional: pudiendo, tras haber
asumido como Protector del Perú, haber impuesto una monar-
quía, optó por abrir el paso a mecanismos que legitimarían ese
sistema.

Sin contrariar lo anterior, y con la finalidad de “preparar los


elementos de la reforma universal” que se avecindaba, el 12 de
febrero de 1821 San Martín rubricó un Reglamento Provisional
que fijaba las bases elementales de la organización de los terri-
torios ya dominados por las armas revolucionarias. En la parte
explicativa del texto aclaraba que la finalidad de la guerra era
“la mejora” de las instituciones, objetivo que debía lograrse sin
precipitación, pero sin que esto implicara que se dejaran “in-
tactos los abusos” del sistema monárquico español. Las circuns-
tancias y la “gran ley de la necesidad” lo impulsaban a iniciar la
obra “que el tiempo consolidará más adelante”.

Si había algo claro, a juzgar por los testimonios expuestos,


era que se dejaría sin existencia a la monarquía española. Agre-
guemos dos antecedentes más. El primero es una proclama que
55
O’Higgins dirigió a los peruanos, y que fue llevada por la mis-
ma fuerza expedicionaria. En ella el Director Supremo decía:
“seréis libres e independientes, constituiréis vuestros gobiernos
y vuestras leyes por la única y espontánea voluntad de vuestros
representantes, ninguna influencia militar o civil, directa o indi-
rectamente tendrán estos hermanos en vuestras decisiones”. El
segundo proviene de las memorias de Juan Isidro Quesada, un
militar trasandino que formó parte de las tropas que entraron
en Lima una vez que la ciudad fue evacuada por los realistas.
Cuenta Quesada que el 10 de julio su regimiento acudió a sa-
ludar a San Martín, quien les dijo: “he hecho bajar al batallón Nº
8 a la capital para que la juventud delicada que tengo en mi pre-
sencia forme la opinión de este país, que se halla tan impregna-
da de viejas costumbres de aristocracia y por medio de ustedes,
principiar a hacer olvidar éstas y fomentar las de nuestro sistema
demócrata”.

San Martín ya había expresado a Basil Hall su prescindencia en


cuanto al sistema que el Perú debía adoptar. Según el testimo-
nio de Hall, en una entrevista sostenida con el general, éste ha-
bría expresado que “en los últimos diez años […] he estado ocu-
pado constantemente contra los españoles, o mejor dicho, a favor
de este país, porque yo no estoy contra nadie que no sea hostil a
la causa de la independencia. Todo mi deseo es que este país se
maneje por sí mismo, y solamente por sí mismo. En cuanto a la
manera en que ha de gobernarse no me concierne en absoluto.
Me propongo únicamente dar al pueblo los medios de declararse
independiente y de establecer una forma de gobierno adecuada;
y verificado esto consideraré haber hecho bastante y me alejaré”.

Hall agrega parte de un bando de San Martín publicado alre-


dedor del 20 de julio del mismo año 1821 en el que se puede
leer: “todo pueblo civilizado está en estado de ser libre; pero el
grado de libertad [de] que un país goce debe estar en proporción
exacta al grado de civilización; si el primero excede al último, no
hay poder para salvarlo de la anarquía; y si sucede lo contrario,
56
que el grado de civilización vaya más allá del monto de libertad
que el pueblo posea la opresión es la consecuencia”. Si bien este
último párrafo introduce un nuevo elemento en las considera-
ciones de San Martín, el equilibrio entre libertad y civilización,
o si se prefiere “cultura cívica”, de ningún modo viene a alterar
la esencia de lo ya planteado, pues sólo se trata de la expresión
de un principio fundamental que en ningún caso dice relación
con una opción por tal o cual sistema político.

Así las cosas, hasta julio de 1821 para San Martín resultaba
claro, al menos según los textos que hemos visto, que los perua-
nos eran los llamados a definir la forma que adoptarían para su
gobierno, lo que incluso no se alteraría al momento de asumir
como Protector del Perú el 3 de agosto siguiente, si atendemos
al tenor literal del correspondiente decreto. En él señaló que al
haber asumido la tarea de liberar al Perú sólo había buscado
el adelantamiento de la causa americana y la felicidad de los
peruanos y que el mando político y militar había recaído en sus
manos por imperio de las circunstancias. Sin embargo, decía,
se debían fijar objetivos secuenciales, primero terminar con la
presencia del enemigo y, luego, asegurar la libertad política: “la
experiencia de diez años de revolución en Venezuela, Cundina-
marca, Chile y Provincias Unidas del Río de la Plata, me han hecho
conocer los males que ha ocasionado la convocación intempes-
tiva de congresos, cuando aún subsistían enemigos de aquellos
países: el primer paso es asegurar la independencia, después se
pensará en establecer la libertad sólidamente”. A ello agregaba
que bien podría haber seguido otro curso de acción, disponien-
do que electores nombrados por los ciudadanos ya liberados
designasen a quien debía gobernar “hasta que se reuniesen los
representantes de la nación peruana; pero como por una parte la
simultánea y repetida invitación de gran número de personas de
elevado carácter y decidida influencia en esta capital para que
presidiese la Administración del Estado me asegura un nombra-
miento popular; y por otra había ya obtenido el asentimiento de
los pueblos que estaban bajo la protección del Ejército Libertador,
57
he juzgado más decoroso y conveniente el seguir esta conducta
franca y leal, que deba tranquilizar a los ciudadanos celosos de su
libertad”. El nuevo gobierno debía ser vigoroso para preservar
al Perú de los males que “pudieran producir la guerra, la licencia
y la anarquía”, lo que, aunque no se manifiesta en el texto, po-
dría ser provocado por los cambios que se estaban generando.
En el mismo decreto se aclaraba que el mando recaería en San
Martín hasta que se reuniese el futuro congreso peruano, y el
artículo 7º señalaba textualmente: “el actual decreto sólo tendrá
fuerza y vigor hasta tanto que se reúnan los representantes de la
nación peruana, y determinen sobre su forma y modo de gobier-
no”.

Según el tenor literal de los testimonios anteriores, el que San


Martín hubiese asumido como Protector en nada cambiaba las
cosas, pues en realidad sólo se estaba formalizando su perma-
nencia y acción en el gobierno, agregándose un título que de
por sí es bastante decidor. Lo que realmente importaba era la
reafirmación de dos ideas fundamentales: los mismos peruanos
decidirían su organización política y, en segundo lugar, la fija-
ción de una meta previa a ello, la independencia. Una vez que se
hubiesen logrado ambas, él abandonaría el poder, dando cuen-
ta su actuación a los representantes del pueblo.

Esta secuencia, tenía cierta lógica pues San Martín conocía


el mal inherente a la implantación precipitada de gobiernos li-
bres representativos en Sudamérica; se apercibía que antes de
levantar cualquier durable edificio político debía gradualmente
rozar la preocupación y el error diseminados sobre la tierra y
luego cavar profundo en el suelo virgen para apoyar el cimien-
to. En este tiempo no había ilustración ni capacidad bastante en
la población para formar un gobierno libre, ni aún aquel amor a
la libertad sin el cual las instituciones libres son a veces peores
que inútiles, desde que, en sus efectos, tienden a no correspon-
der a la esperanza, y así, por ineficacia práctica, contribuyen a
relajar ante la opinión pública los sanos principios en que repo-
58
san. “Desgraciadamente también los habitantes de Sudamérica
tienden primero a equivocar el efecto de tales cambios y concebir
que la mera implantación de las instituciones libres en la forma
importa que sean inmediata y debidamente comprendidas y dis-
frutadas, cualquiera que haya sido el estado social precedente”.

El 8 de octubre siguiente San Martín firmó un Estatuto Provi-


sional en el que se daban las bases para la organización transi-
toria del aparato estatal, estableciéndose que ese texto regiría
hasta que se declarase la independencia en todo el territorio
del Perú. Logrado ese objetivo, se procedería a la convocación
de un Congreso general que establecería una constitución per-
manente. Sin embargo, aunque de modo transitorio, él asumía
una gran cuota de poder: “mientras existan enemigos en el país,
y hasta que el pueblo forme las primeras nociones del gobierno
de sí mismo, yo administraré el poder directivo del Estado, cu-
yas atribuciones, sin ser las mismas, son análogas a las del poder
legislativo y ejecutivo”, absteniéndose de mezclarse “jamás en
el solemne ejercicio de las funciones judiciarias, porque su inde-
pendencia es la única y verdadera salvaguardia de la libertad del
pueblo”. Así, el ejercicio de dos de los tres poderes del Estado
estaba en sus manos.

Tanto el que San Martín hubiese asumido como “Protector” y


también el posterior dictado del Estatuto, generaron recelos e
inquietud entre los sectores liberales de la sociedad peruana. Si
se examinan las disposiciones de éste, se comprende fácilmen-
te la existencia de esos temores. Al “protector” le correspon-
día el ejercicio de la suprema potestad en los departamentos
libres del Perú, era generalísimo de las fuerzas de mar y tierra
y tenía amplias atribuciones en materias económicas. Por otra
parte, se establecía un Consejo de Estado con un carácter ne-
tamente asesor, y conformado por los tres Ministros de Estado,
el Presidente de la Alta Cámara de Justicia, el General en Jefe
del Ejército Unido, el jefe del Estado Mayor General del Perú,
el Teniente General Conde de Valle Oselle, el Deán eclesiás-
59
tico, el Mariscal de Campo Marqués de Torre-Tagle, el Conde
de la Vega y el Conde de Torre-Velarde. Entre las libertades y
derechos de los ciudadanos el texto consagraba la igualdad en
el ejercicio del derecho a defender honor, libertad, seguridad,
propiedad y la propia existencia y la inviolabilidad del hogar.
No se establecen algunas características esenciales a todo ré-
gimen republicano, tales como la igualdad ante la ley y ante las
cargas tributarias.

Por otra parte, la creación de la Orden del Sol implicaba el esta-


blecimiento de una nueva nobleza, republicana, pero igualmen-
te hereditaria en lo relativo a las prerrogativas que se concedían
a los fundadores, aunque estas fuesen revocables. El decreto
respectivo decía: “Con la idea de hacer hereditario el amor a la
gloria, se establecen ciertas prerrogativas que son transmisibles
a los próximos descendientes de los fundadores de la orden del
Sol.Yo he contemplado que aun después de derogar los derechos
hereditarios que traen su origen de la época de nuestra humi-
llación, es justo subrogarles otros que, lejos de herir la igualdad
ante la ley, sirvan de estímulo a los que se interesen en ella. Todo
el que no sea digno del nombre de sus padres, tampoco lo será de
conservar estas prerrogativas”. Thomas Hardy escribió respecto
de la ceremonia de instalación de esta orden, realizada el 16 de
diciembre de 1821, el siguiente comentario: “La ceremonia fue
excelentemente bien conducida y parece haber generado gene-
ral satisfacción. Cuatro ingleses, los coroneles Paroissien y Miller y
capitanes Guise y Forster han ganado el primer honor [miembros
fundadores de la libertad peruana], pero no aparece el nombre
de Lord Cochrane. El Sr. Prevost, agente político americano, tam-
bién concurrió por invitación similar. No hubo nada en toda la ac-
tuación que demostrara un espíritu republicano […] y es evidente
que un gobierno monárquico es el indicado para los hábitos y
costumbres de estas gentes, de lo cual no dudo se aprovechará el
General san Martín”.

Ya en esta época, la preocupación constante del gobierno de


60
Lima era el preparar la organización definitiva que debía dar-
se al Perú y que tanto para San Martín como Monteagudo, Gar-
cía del Río y otros personajes, “sólo la forma monárquica podía
asegurar la estabilidad de las nuevas instituciones, y desarmar
la anarquía que había comenzado a aparecer con caracteres tan
alarmantes en estos países”, a lo que agrega que para ello sólo
era necesario “uniformar la opinión en el país”.

Poco tiempo después San Martín envió a Europa a García del


Río y Parossien en busca de un monarca, y a ellos entregó una
carta que debían poner en manos de O’Higgins a su paso por
Chile:

“… Al fin (y por si acaso, o bien dejo de existir o dejar este em-


pleo) he resuelto mandar a García del Río y Paroissien a negociar
no sólo el reconocimiento de la independencia de este país, sino
dejar puestas las bases del gobierno futuro que debe regir. Estos
sujetos marcharán a Inglaterra, y desde allí, según el aspecto que
tomen los negocios, procederán a la Península; a su paso por esa
instruirán a V. verbalmente de mis deseos, si ellos convienen con
los de V. y los intereses de Chile, podrían ir dos diputados por ese
Estado, que unidos con los de éste, harían mucho mayor peso en
la balanza política, e influirían mucho más en la felicidad futura
de ambos estados. Estoy persuadido de que mis miras serán de
la aprobación de V. porque creo estará V. convencido de la impo-
sibilidad de erigir estos países en repúblicas. Al fin yo no deseo
otra cosa que el establecimiento del gobierno que se forme sea
análogo a las circunstancias del día, evitando por este medio los
horrores de la anarquía”.

San Martín, que hasta entonces (y esto es fácil determinarlo


por los testimonios ya entregados), no había adoptado una re-
solución en cuanto al tema de la organización política del Perú,
ahora creía imposible establecer una república, y enviaba dos
diputados a buscar un príncipe europeo para que gobernase
al Perú, y probablemente también Chile, y ello sin consultar la
61
opinión del pueblo peruano, como tantas veces había afirmado
con anterioridad. Para Bartolomé Mitre el Estatuto Provisional
era solo un embrión democrático, “dentro de cuyos vagos linea-
mientos podía dibujarse así una república como una monarquía
liberal. Tal es el pensamiento oculto que entrañaba el estatuto al
no proclamar francamente la república como forma definitiva de
gobierno, dejando al porvenir la solución del problema bajo la
invocación de la soberanía nacional”, advirtiendo, además, que
algunas de las disposiciones adoptadas por San Martín tendían
a la conformación de una sociedad que no difería en mucho de
la que un poco tiempo antes había apoyado a la monarquía es-
pañola. En este sentido incluye el establecimiento del Consejo
de Estado, al que califica de “corporación jerárquica y aristo-
crática”, la subsistencia de los títulos nobiliarios y el estableci-
miento de la Orden del Sol. Completa Mitre su cuadro descrip-
tivo con el siguiente comentario:

“Estas invenciones, al parecer de mero aparato, incluso las que


revestían carácter gubernativo, respondían a un plan: eran semi-
llas estériles de una aristocracia, atributos de una monarquía qui-
mérica, que se esparcían en la sociabilidad peruana […] Hasta
el mismo San Martín, no obstante su sencillez espartana, acusó
en su representación externa esta influencia enfermiza. Su retrato
reemplazó al de Fernando VII en el salón de gobierno. Para pre-
sentarse ante la multitud con no menos pompa que los antiguos
virreyes, y deslumbrar a la nobleza peruana, que la considera-
ba poderosa en la opinión, se dejaba arrastrar en una carroza de
gala tirada por seis caballos, rodeado por una guardia regia, y
su severo uniforme de granadero a caballo se recamó profusa-
mente de palmas de oro. Empero, nada indica que el delirio de
las grandezas se hubiese apoderado de su cabeza. En medio de
este fausto de oropeles conservó su modestia y su ecuanimidad.
Si buscaba la monarquía constitucional, era sin ambición perso-
nal, anteponiendo, como lo decía, a sus convicciones republicanas
lo que consideraba relativamente mejor para coronar la indepen-
dencia con un gobierno estable, que conciliase el orden con la
62
libertad y corrigiese la anarquía”.

Mitre indica que para San Martín únicamente a través del es-
tablecimiento de una monarquía constitucional se lograría la in-
dependencia y un orden regular. Sea que el ambiente y las tra-
diciones peruanas, más aristocráticas y de mayor arraigo que
en Buenos Aires o Santiago, hayan influido en el carácter del li-
bertador haciéndole pensar que para evitar la anarquía el siste-
ma de gobierno más adecuado era la monarquía constitucional,
también es claro que en su posición el pensamiento de Bernar-
do de Monteagudo jugó un papel determinante. Monteagudo
no solo coincidía en esto último con San Martín, sino que había
iniciado una campaña pública tendiente a favorecer la opción
por la monarquía constitucional. Pilares fundamentales de ella
fueron la prensa y la Sociedad Patriótica de Lima.

El 10 de enero de 1822 el General San Martín, y su Ministro de


Estado Bernardo de Monteagudo, firmaron el decreto que dio
vida a la Sociedad Patriótica de Lima, institución que se creaba,
al menos oficialmente, con la finalidad de promover el desarro-
llo de las luces en el Perú.

Según sus creadores, este establecimiento se creaba conside-


rando la importancia de la ilustración pública, cuya propaga-
ción era una obligación ineludible de los gobiernos. Se marca-
ba así una profunda diferencia con el régimen monarquista que
acababa de ser expulsado, el que al actuar en un sentido contra-
rio había observado una conducta criminal hacia la humanidad.
El mismo decreto fundacional decía: “La ignorancia general en
que el gobierno español ha mantenido a la América ha sido un
tremendo acto de tiranía, que exige todo el poder actual que tiene
la filosofía del mundo, para obligar a los americanos a no ver con
ojos de furor a los que han sido autores y cómplices de un delito,
que ataca los intereses de toda la familia humana”. Interesante
es destacar que este argumento de la ignorancia política tam-
bién aparece en la presa chilena de la Patria Vieja, e incluso en
63
la Gaceta del Gobierno, publicada durante la restauración de la
monarquía. En la primera se destacaba la idea de que se había
mantenido al pueblo en la ignorancia para facilitar su domina-
ción, y en la segunda que era esa falta de conocimientos lo que
había facilitado la propagación de las ideas de revolución.

El objetivo declarado de la Sociedad era “discutir todas las


cuestiones que tengan un influjo directo o indirecto sobre el bien
público, sea en materias políticas, económicas o científicas, sin
otra restricción que la de no atacar las leyes fundamentales del
país, o el honor de algún ciudadano”. En otras palabras, vendría
a ser una suerte de cenáculo donde se discutiría sobre deter-
minadas materias que “puedan influir en la mejora de nuestras
instituciones”, y que se reuniría bajo “la especial protección del
gobierno”. ¿Significaba esto último que el gobierno influiría en
las discusiones de la Sociedad? Los mismos artículos del decre-
to dan una respuesta afirmativa. Así, el tercero de ellos deter-
mina que “El Presidente nato de la Sociedad Patriótica de Lima
será el Ministro de Estado”, mientras que el siguiente disponía
que, además, la Sociedad contaría con un vicepresidente, cua-
tro censores, un secretario, un contador y un tesorero, los que
serían elegidos “a pluralidad de votos por la misma sociedad,
y estarán aprobados por el Presidente de ella”, agregando que
sus funciones serían determinadas en un Reglamento que sería
redactado por el Presidente, el vicepresidente, los censores y el
Secretario.

Entre los miembros fundadores destacan los tres ministros de


San Martín, es decir, Bernardo de Monteagudo (Estado), Tomás
Guido (Guerra) e Hipólito Unanue (Hacienda), a quienes se
unían el conde de Valle-Oselle, el de Casa Saavedra, Pedro Ma-
nuel Escobar, Antonio Álvarez del Villar, José Gregorio Palacios,
el conde del Villar de Fuente, Diego Altaga, el Conde de To-
rre-Velarde, José Boqui, Dionisio Vizcarra, José de la Riva Agüe-
ro, Matías Maestro, José Morales y Ugalde, José Cavero y Sala-
zar, Manuel Pérez de Tudela, Mariano Saravia, Mariano Alejo de
64
Álvarez, Francisco Valdivieso, Fernando López Aldana, Toribio
Rodríguez Mendoza, Javier de Luna Pizarro, José Salía, José Igna-
cio Moreno, José Gregorio Paredes, Miguel Tafur, Mariano Arce,
Pedro José Méndez Lachica, Joaquín Paredes, Mariano Aguirre,
Ignacio Antonio de Alcázar, José Arriz, Salvador Castro, Juan Be-
rindoaga, Francisco Moreira Matute, Félix Devoti, Francisco Ma-
riátegui y Eduardo Carrasco.

El 22 de febrero se realizó la primera reunión en la que se


decidió editar un periódico, El Sol del Perú, y se fijaron las mate-
rias sobre las que versarían las lucubraciones y discusiones de
los miembros, las que a propuesta de Monteagudo serían tres:
“Cuál es la forma de gobierno más adaptado al estado perua-
no, según su extensión, población, costumbres y grado que ocupa
en la escala de la civilización”, “Ensayo sobre las causas que han
retardado en Lima la revolución, comprobadas por los sucesos
posteriores” y “Ensayo sobre la necesidad de mantener el orden
público para terminar la guerra y perpetuar la paz”.

La elección de esos temas por la Sociedad, o más bien di-


cho por Monteagudo, no parece hecha al azar, pues desde su
permanencia en Buenos Aires, primero, y en Santiago, después,
éste venía insistiendo en la necesidad de observar un proce-
dimiento cauteloso para la instalación de nuevos gobiernos y
para el reconocimiento de las libertades de los ciudadanos, lo
que de no observarse podría derivar en una situación caracte-
rizada por la anarquía. Por ello urgía a lograr la consolidación
de la independencia y luego dar forma más o menos definitiva
a los nuevos gobiernos.

La Sociedad Patriótica de Buenos Aires tenía, entonces, las


mismas finalidades que la que posteriormente crearía en Lima,
al menos en el plano formal.

Para Monteagudo las reglas a seguir debían acomodarse a las


circunstancias, y estas eran claras: el voto de los pueblos ya se
65
había pronunciado por la independencia, la que se debía decla-
rar y publicar. En cuanto al gobierno, éste debía recaer en “un
dictador que responda de nuestra libertad, obrando con la pleni-
tud del poder que exijan las circunstancias y sin más restricción
que la que convenga al principal interés”.

A su juicio era altamente conveniente distinguir dos situacio-


nes. Una cosa era proclamar la independencia, otra distinta dic-
tar una Constitución que la sostuviera. Para lo primero ya exis-
tía y constaba el voto favorable de los pueblos, pero no para
lo segundo. Por lo tanto no se podía establecer aún una carta
fundamental: “para eso es necesaria la concurrencia de todos por
delegados suficientemente instruidos de la voluntad particular
de cada uno [de los pueblos] y el solo conato de usurparles esta
prerrogativa sería un crimen”. La concentración del poder en un
solo ciudadano era necesaria para lograr definitivamente la in-
dependencia y, por lo tanto, el dictador que fuese nombrado no
tendría “otro término a sus facultades que la independencia de
la patria”. Agregaba Monteagudo que bien sabía que este tipo
de gobierno podría acercarse al despotismo, pero manifestaba
su creencia en la natural bondad del ser humano: “a nadie se le
ocultará que las más de las veces el hombre es bueno, porque no
puede ser malo aunque podría suceder que pusiésemos nuestro
destino en manos de un ambicioso”, pero esto sería evitado por
el pueblo por su temor a verse oprimido por la tiranía.

Para Monteagudo existía un objetivo fundamental: concluir la


guerra contra los realistas. A él debían consagrarse todos los
esfuerzos, y el establecimiento prematuro de la libertad políti-
ca, según la experiencia lo había demostrado, sólo había redun-
dado en beneficio del enemigo.

En la edición de Los Andes Libres del 3 de noviembre siguiente,


Monteagudo insistió en la necesidad de vencer en la guerra
para luego definir la forma de gobierno. Esto último había sido
“la manzana de oro, arrojada por la discordia para animar las di-
66
sensiones: ojalá que la decisión inoportuna de este negocio no
nos traiga tan malos efectos, como los que experimentaron los tro-
yanos, cuando el pastor del monte Ida decidió la contienda entre
las diosas […] Habría bastado conocer a fondo lo que importa
esta idea solemne de Constitución Política, para no pensar en su
forma, mientras no exista el sujeto que debe recibirla”.

Los gobiernos que se habían conformado no podían, a su jui-


cio, tener más obligaciones que las que se derivaban del obje-
tivo de su institución: “salvar al país, dirigir la guerra contra los
españoles, y ponernos en aptitud de constituir un estado monár-
quico o republicano, según dicte la experiencia”.

Las ideas de Monteagudo ya habían sido comprendidas por el


recién organizado gobierno del Perú, del cual él formaba parte.
El general San Martín no dictó una Constitución, sino que un Re-
glamento (12 de febrero 1821) y luego promulgaría un Estatuto
Provisional (8 de octubre). En el preámbulo de ambos textos
se insistía en la idea de la provisionalidad de ellos, mientras se
creaban las bases sólidas sobre las que en el futuro se asenta-
ría una constitución definitiva, lo que las circunstancias actuales
obligaban a diferir hasta tanto no se consolidara la independen-
cia completa del territorio peruano.

La influencia de Monteagudo en la Sociedad Patriótica fue to-


tal. Para comprobar esto basta con señalar que el periódico de
ella, es decir, El Sol del Perú, se publicó hasta el día 27 de junio
de 1822, es decir, 2 días después de su alejamiento –involun-
tario, por cierto– de su cargo ministerial. Otra prueba de ello
es factible hallarla en la existencia de dos ediciones que están
signadas con el número 4, una del 4 de abril de 1822 y la segun-
da del día 12 siguiente. ¿Qué ocurrió? Nada más simple que la
censura de la primera de ellas por parte del influyente ministro
del Protector, pues contrariamente a las ideas que él sostenía,
en sus páginas se había dado cabida a la Memoria que a la So-
ciedad había presentado Manuel Pérez de Tudela el 8 de marzo
67
pasado, en la que propiciaba el establecimiento de un gobierno
republicano en el Perú.

Durante el periodo que duró el Protectorado de José de San


Martín en Lima, hubo un sistemático esfuerzo por instalar un
gobierno monárquico en el Perú, bajo la figura de un príncipe
europeo. Frente a tal despliegue, se formó un frente liberal-re-
publicano, encabezado por José Faustino Sánchez Carrión, dis-
tinguido masón, conocido como el “Solitario de Sayán”, quien,
desde unas cartas firmadas con ese seudónimo, se opuso firme-
mente a los planes del Libertador argentino y sus más cercanos
colaboradores. Para Sánchez Carrión, la monarquía era contra-
ria a la dignidad del hombre: no formaba ciudadanos sino súb-
ditos, es decir, personas cuyo destino está a merced de la volun-
tad de un solo hombre, el Rey. Sólo el sistema republicano podía
garantizar el imperio de la ley y la libertad del individuo. Reco-
nocía que la república era un riesgo, pero había que asumirlo.

José Faustino Sánchez Carrión.

68
Faustino se encontraba en Sayan cuando San Martín proclamó
la independencia y fundó la Sociedad Patriótica, que tenía como
objetivo promover la monarquía como la salida más eficaz a las
condiciones de la población del país. Fue en ese contexto que
escribió una serie de cartas en las que argumentó su rechazo a
tal proyecto. En una de sus misivas afirmó: “Un trono en el Perú
sería acaso más despótico que en Asia, y asentada la paz se dispu-
tarían los mandatarios la palma de la tiranía”. Su diferencia con
los monárquicos es que mientras éstos pensaban que el tipo de
gobierno debía adaptarse a las circunstancias, el “Solitario de
Sayán” sostenía que debía orientarse en cambio a neutralizarlas
y combatirlas. En otras palabras, el viejo debate entre la con-
cepción de la política como “resultado” de una sociedad o como
“instrumento” de transformación de la misma. Asimismo, ironi-
zaba del principio que los países de gran territorio se goberna-
ban mejor con reyes: “¿tan grandes son los reyes que necesitan
tanto espacio?” Según este tribuno republicano, en un territorio
extenso el monarca apenas se enteraba de los que pasaba en
el interior y el poder efectivo, en realidad, lo tenía un enjambre
de burócratas intermedios. También rebatió el criterio de los
monárquicos en el sentido de que la mayoría de peruanos care-
cía de ilustración para un gobierno liberal-republicano: “¡Qué
desgraciados somos los peruanos! Después de pocos, malos y
tontos”. Respondió diciendo que “nadie se engaña en negocio
propio” y que la religión y la cultura de la ilustración atempera-
ban la ignorancia. Finalmente, su radical alegato colocaba como
referencia lo que ocurría, en esos años, en la América meridio-
nal: si ya la Gran Colombia, el Río de la Plata o Chile parecían
encaminarse al sistema republicano, ¿para qué desatar recelos
en los vecinos? “No infundamos desconfianza, y vaya a creerse,
que procuramos atentar con el tiempo su independencia; antes sí,
manifestemos, que en todo somos perfectamente iguales, y que
habiendo levantado el grito contra un rey, aún la memoria de este
nombre nos autoriza. Verdaderamente, que con sólo pensarlo, ya
oyen de nuevo los peruanos el ronco son de las cadenas que aca-
ban de romper”.
69
Su férrea oposición le valió un odio profundo de Bernardo de
Monteagudo, el ministro monárquico de San Martín. Pero el “So-
litario de Sayán”, en realidad, no estaba solo. Sus ideas eran tam-
bién compartidas por Toribio Rodríguez de Mendoza, Francisco
Javier de Luna Pizarro, Manuel Pérez de Tudela y Mariano José
de Arce, entre otros. Ellos también desplegaron toda una retóri-
ca en favor de la república y sus ideas quedaron expuestas en el
periódico La Abeja Republicana; también fue colaborador de El
Correo Mercantil y El Tribuno de la República Peruana. 

Sánchez Carrión formó parte, como diputado por Trujillo, del


primer congreso peruano y fue uno de los inspiradores de la
Constitución liberal de 1823. Como constituyente, se opuso a
la designación de la Junta Gubernativa porque confundía los
poderes públicos y propuso que se comprometiera a Bolívar la
continuación de la guerra contra los realistas, en vista de los re-
veses militares y el caos político. Por ello, en junio de 1823, viajó
con el poeta José Joaquín Olmedo a Guayaquil a invitar a Bolívar
a venir al Perú. Bolívar le confió, en marzo de 1824, la Secretaría
General de los Negocios de la República Peruana y, en tal vir-
tud, fue su acompañante en la triunfal marcha hacia Lima. En ese
contexto, tuvo el privilegio de cursar las invitaciones a los paí-
ses americanos para la celebración del Congreso de Panamá.
En una carta a Sucre, Bolívar lo describió así: “El señor Carrión
tiene talento, probidad y un patriotismo sin límites”. Por todo ello,
se ganó su confianza y lo nombró en el consejo de gobierno,
junto a Hipólito Unanue y José de la Mar, y ministro de Gobierno
y Relaciones Exteriores, en 1825, cuando se retiró del Perú. 

En su defensa se ha dicho que no se equivocó, pues tras su


partida y especialmente, tras la partida de Bolívar unos años
después,  los caudillos militares desataron un gran caos políti-
co en casi toda Hispanoamérica, para satisfacer sus ansias de
poder. Caos que en el caso peruano duró todo el siglo XIX, con
ciertas repercusiones en el siglo XX.

70
Como fuera, los hombres grandes son siempre materia de
ataques y defensas, pero lo que nadie puede negar es la impor-
tancia que tuvieron.

V.- EL EJERCITO PERUANO.


Ya es numerosa la historiografía americanista que aborda la
historia, particularmente en el periodo borbón, y aunque toda-
vía queda mucho por trabajar, al menos hoy se sabe que ellas,
así fueran de indígenas, negros o afromestizos, solo podían for-
mar parte de los ejércitos, los hombres libres y que, efectiva-
mente, para morenos, pardos y zambos el solo hecho de ser mi-
liciano indicaba que no se estaba sujeto a servidumbre.

Todo esto cambiara a fines de la primera década del siglo XIX.


Las guerras de independencia casi por primera vez, salvo con-
tadas excepciones como el combate a la rebelión tupamarista,
vieron formarse grandes ejércitos y abrirse numerosos teatros
de operaciones con la presencia de indígenas, negros y afro-
mestizos. Batallas, combates y escaramuzas se sucedieron, tras
largos acuartelamientos, con su seguidilla de deserciones, que
provocaba continuas bajas que rápidamente debían ser reem-
plazadas. Si bien en algunos lugares las bases de conformación
de estos ejércitos, no importando si eran realistas o patriotas,
fueron las tropas profesionales ya asentadas en ellos, pronto
cada gobierno se vio precisado a reclutar nuevos soldados. En
el Río de la Plata, Chile y el Perú, fueron los esclavos, y en par-
ticular los empleados en estancias, chacras y otros estableci-
mientos rurales, que fueron alistados obligatoriamente con la
promesa de libertad para ellos, y compensaciones económicas
para sus amos.

Ambos bandos usaron la fuerza de estos hombres para sus pro-


pósitos políticos, quienes, en calidad de libertos o de esclavos
del Estado, fueron una parte de los combatientes numéricamen-
te importante, aunque los patriotas fueron quienes los ocuparon
71
con mucha más fuerza, y por un tiempo más prolongado. Este
tipo de tropas, se incorporaron grupal y oficialmente al ejército,
como aquellos reclutados por la Comisión de Rescate de Escla-
vos de Buenos Aires, que en 1813 tuvo la misión de seleccionar
a quienes formarían parte del Batallón Nº 6 del llamado Ejército
del Alto Perú o del Norte, que partió desde la capital riopla-
tense para combatir a las tropas virreinales en lo que hoy es
Bolivia. Allí encontraron la derrota, y muchos de ellos la muerte
o la prisión. Más tarde se reclutaron tropas de esclavos en Chile
durante 1814, nuevamente en el Río de la Plata para el Ejército
de los Andes y para el Ejército Auxiliar del Norte, y también en
el Perú virreinal al menos desde 1818 y hasta la caída misma del
gobierno limeño tres años más tarde.

La tropa y gran parte de sus clases estaban enteramente for-
madas por siervos o libertos, mientras que la oficialidad desde
sargento hacia arriba, así como sus planas mayores, era llenada
con oficiales profesionales en lo posible, o con hombres prove-
nientes de los grupos criollos. Esta discriminación etnorracial
se mostraba como una solución de continuidad respecto al pe-
ríodo virreinal o colonial, con la sola apertura hacia los esclavos
en cuanto sujetos de reclutamiento, pero sin variar demasiado
en problemas como la propiedad, que de un particular pasaba
a la Corona o al Estado, o bien los dejaba en calidad de libertos
mientras servían en el Ejército, y ponía como esperanza la pro-
mesa de la libertad total.

Esto sucedía en el proceso de alistamiento de esclavos duran-


te la guerra de independencia del Perú, particularmente para
los ejércitos patriotas encabezados por los generales San Mar-
tín y Bolívar, el que involucró tanto a siervos como a sus amos,
y a una cantidad importante de unidades militares, no necesa-
riamente de castas. Este proceso tuvo como una de sus carac-
terísticas principales, la carencia de una política clara que es-
tableciera de antemano tanto los requisitos y condiciones de la
recluta como las obligaciones que debían cumplir los alistados
72
para alcanzar su libertad total. Decisiones que, en definitiva, de-
pendían de las coyunturas y las crisis políticas y militares que
debieron enfrentar los revolucionarios antes de que el triunfo
de Ayacucho sellara la suerte de las armas patriotas.

San Martín antes de embarcarse con rumbo al Perú con el


Ejército Libertador, formado por tropas rioplatenses y chile-
nas bajo el mando del general José de San Martín, recibió un
conjunto de instrucciones. Estas fueron dictadas por el llamado
Senado Conservador de Chile pues, aunque las fuerzas ultra-
montanas vivían una situación política compleja tras la caída del
Estado central de Buenos Aires, constituyéndose prácticamente
en un cuerpo militar independiente, las instrucciones dictadas
en Santiago fueron una guía estratégica para todo el Ejército.
El Senado fue claro al instruir que una vez desembarcadas las
tropas, y antes de entrar en batalla, se evaluara la necesidad de
alistar nuevos soldados. Si bien es cierto que las fuerzas invaso-
ras española eran veteranas de la guerra de Chile, donde ha-
bían combatido por más de dos años, su número y la distancia
de sus fuentes políticas y logísticas podían hacerlas fácilmente
superables, colapsando rápidamente el esfuerzo militar en que
estaban comprometidas.

Para que esto sucediera se necesitaba establecer un centro


de operaciones, conseguir alimentos para los hombres y las ca-
balgaduras y aumentar el número de sus combatientes. Según
estas instrucciones, al sumar nuevas tropas se debía cuidar que
cada “casta” fuera incorporada en unidades separadas, para
evitar roces y atentados contra la disciplina militar. Junto a ello,
le indicaba a San Martín que recibiera a todos los “negros”, con-
cepto que en esta ocasión se usó como sinónimo de esclavos,
que se presentaran de manera voluntaria, sin dar por entendi-
da su libertad. Todo esto está en las leyes, decretos y órdenes
publicadas en el Perú desde su independencia en el año 1821
hasta 31 de diciembre de 1830, 1831

73
Dicha libertad era una resolución que solo podían tomar las
autoridades políticas que se establecieran en el Perú una vez
que este fuese “liberado”, y no era resorte del general en jefe
decidirla, menos aún si atentaba contra el derecho de propie-
dad. Ello fue recalcado al disponer que, si sobraban reclutas
esclavos, uno o dos batallones de los mismos fueran enviados
a Chile, a menos que eso resultara contraproducente para los
amos. Lo anterior, puesto que el Ejército Libertador del Perú
contaba con una jurisdicción militar limitada y concedida por
un gobierno extranjero al territorio donde iba a operar. Esta le
permitía actuar en términos bélicos, pero no tomar decisiones
políticas que solo correspondían a las autoridades legal y legí-
timamente establecidas en un Estado soberano, que todavía no
existía.

En septiembre de 1820, una vez que las tropas arribaron a


Pisco, los hechos se precipitaron. En un evento recogido por
distintas fuentes, numeroso esclavos huyeron de las haciendas
aledañas y se agolparon a las puertas del campamento sanmar-
tiniano para unirse a sus tropas. Según el diario de operaciones
del Ejército Libertador, publicado en la Gaceta del gobierno de
Chile, por donde este pasaba se le unían familias de lugareños
y negros, mientras que en la hacienda Caucato se escogieron
500 de un total de mil esclavos que acudieron voluntariamente
a enlistarse. Probablemente, estos venían de las propiedades
cercanas. La cifra de reclutados fue posteriormente aumentada
a 650, según lo escrito por el propio San Martín al ministro de
Guerra y Marina de Chile, número de soldados que conforma-
ba el total de pie de un batallón de la época. Según el general,
los escogidos eran los mejores hombres de entre muchos más
que seguían al ejército los que, en su opinión, luego de algunas
semanas de entrenamiento, ya estaban preparados para inte-
grarse a las filas de los batallones de libertos preexistentes, es
decir, los batallones Nº 7 y Nº 8 del Ejército de los Andes.

En alguna medida, con el alistamiento de estos primeros es-


74
clavos se inauguraba un período de reclutamiento masivo de
morenos y pardos esclavos, en particular en las haciendas cer-
canas a los campamentos del Ejército Libertador. Sin embargo,
en una primera etapa dicho alistamiento dependía de los pro-
pios siervos, quienes de motu propio acudían a enrolarse, sin
que desde los mandos sanmartinianos se realizaran acciones
directas para incentivar su incorporación. En esa oportunidad
el general en jefe se limitó a declarar que su intención solo era
amparar a los que se presentaran voluntariamente a tomar las
armas, y que los dueños tenían derecho a ser reintegrados de su
valor una vez establecido un gobierno nacional en el Perú. Pa-
recía que, a pesar de la huida de muchos con sus amos, u otros
de esconderse en lugares remotos, la cantidad de hombres dis-
puestos a unirse al ejército cubría con creces las expectativas
de los militares sureños.

Una vez instalado el cuartel general en Huara, un valle costero


situado a 150 km al norte de Lima, la situación pareció cambiar.
Ya con los pies de los regimientos y batallones completos, era
necesario ampliar el ejército y prepararlo para entrar en com-
bate. Este era el mismo pensamiento que parecía rondar en la
cabeza del virrey José de la Serna, quien en 31 de enero de 1821
ordenó el alistamiento de 1500 esclavos de los distritos que se
situaban desde Ica hasta Lurigancho; y nombró una junta comi-
sionada para su efecto, a cargo del marqués de Valle Umbroso,
y por delegados encargados de dicha tarea en valles como los
de Mala y Cañete. Estos últimos desplegaron una febril activi-
dad recorriendo las haciendas y sacando de ellas a quienes
consideraban útiles para el servicio de las armas, prometién-
doles (como era de esperarse) la libertad casi sin condiciones
de tiempo de servicio u otras, o al menos así lo entendieron mu-
chos de los reclutados.

Por su parte, San Martín consideró este decreto un acto de


hostilidad imposible de dejar pasar, y el 21 de febrero de 1821
dictó un nuevo bando para el reclutamiento de siervos. Esta vez
75
el general rioplatense afirmó que, aunque tenía la capacidad de
“...imprimir en la masa general un movimiento capaz por sí solo
de emancipar al fin la América del Gobierno español...”, había
guardado ciertas normas para no hacer extensiva la guerra a los
civiles ni afectar la economía, pero que la actitud del gobierno
limeño exigía una retaliación. Según él, La Serna no medía las
consecuencias de sus acciones, que bien podían desencadenar
una radicalización de la violencia. De tal modo, decretó que:
“todo esclavo que exista en el territorio del Perú, capaz de tomar
las armas, queda libre del dominio de su amo, desde el momen-
to que se presente a servir en el Ejército Libertador del Perú, y
manifieste su voluntad ante cualquiera de los jefes o comandan-
tes de los destacamentos y partidas avanzadas que dependen de
él”. A renglón seguido reiteró el compromiso de compensar a
los amos que perdieran a sus siervos, siempre y cuando estos
no fueran hostiles a las fuerzas patriotas, lo que de algún modo
recogía la experiencia de los meses pasados, cuando muchos
amos habían abandonado sus haciendas llevándose a sus es-
clavos y haciendo sus propiedades improductivas. También
planteaba el problema de la lealtad a la “causa de la patria”, o
al menos la prescindencia de opinión política, cuestión que en
los meses siguientes sería crucial para definir a quiénes se les
podía embargar o secuestrar sus propiedades, incluyendo sus
esclavos, y a los que no.

Tal orden implicaba no solo el reclutamiento en el área inme-


diata al cuartel general, sino en todo lugar en que se encon-
traran unidades del Ejército Libertador, incluso tratándose de
partidas de exploración, y más aún, una política activa de alista-
miento de esclavos. Ello contrastaba con la actitud que se había
asumido en Pisco, donde se esperaba que los futuros reclutas
concurrieran por sí mismos a enlistarse. Particularmente en el
valle de Huara los oficiales locales nombrados por San Martín, y
distintos mandos militares, entre los que destacaron el coronel
Miller y el teniente coronel Juan Pardo de Zela (que en el futuro
próximo aparecerá constantemente al frente de unidades for-
76
madas por afros y afro descendientes), fueron mandatados para
concurrir tanto a las haciendas de la zona como a sus pequeños
asentamientos urbanos, con el objeto de arengar a los esclavos
para que se incorporaran al ejército. La voluntariedad (al menos
del lado patriota, y por el momento) no estaba en discusión.

Pero el alistamiento patriota, también derivó en huidas y de-


serciones, particularmente en los valles de Cañete y Mala, luga-
res que habían sido visitados por los comisionados del virrey, y
de donde pensaban reclutar un 10% del total de 2460 esclavos
que allí existían. No se sabe si se alcanzó la meta de incorpo-
rar 1500 soldados negros al ejército real, ni cuántos abandona-
ron sus filas durante 1821, en qué punto de su entrenamiento
lo hicieron, o si contaban con armas y uniformes al momento
de fugarse; pero sí que parte importante de los mismos, lejos
de regresar a sus antiguos lugares de servidumbre, optaron por
esconderse en parajes remotos, temiendo ser atrapados, pero
convencidos de su nueva condición de hombres libres.

Frente a ello, y tras la entrada de San Martín a Lima, los amos


de los esclavos que se habían integrado al ejército realista tras
la promesa de su libertad, exigieron que dichos esclavos fueran
capturados, devueltos a sus haciendas. En un acto de evidente
oportunismo, argumentaron que dicha emancipación había sido
decretada por un gobierno cuyas disposiciones eran “despre-
ciables”, sin referirse a su pasada lealtad al mismo, o a su adhe-
sión a los intentos libertarios.

Por su parte, los desertores o una porción importante de ellos


optaron por unirse a las filas del Ejército Libertador, para lo cual
se presentaron ante algunos de sus oficiales, como el teniente
coronel León Febres Cordero, que ejercía la comandancia mili-
tar de la costa sur de Lima. Este, en agosto de 1821 informó de
esta situación a sus superiores, enfatizando que, pese al recla-
mo de los amos, quienes manifestaban que estos hombres no
podían ser admitidos a filas (pues la ordenanza de 23 de julio de
77
ese año mandaba que todo esclavo que se alistara después del
5 de dicho mes debía ser devuelto a su dueño), tomar una de-
cisión como aquella podía acarrear “[…] graves inconvenientes
que resultaran de volver a la esclavitud a unos hombres que han
gustado ya de su libertad, máxime cuando se prestan a tomar las
armas […]”. Razonamiento que, en este como en otros procesos
independentistas, fue frecuente entre los oficiales militares que
estaban en contacto o a cargo de tropas segregadas racialmen-
te. A lo planteado se le contestó que mandara a Lima a tales de-
sertores, donde serían incorporados en alguno de los cuerpos
armados, y que hiciera lo propio con cualquier otro de la misma
condición que concurriera ante él.

Para septiembre de 1821 se habían presentado más de 1500


voluntarios provenientes de los valles situados tanto al sur como
al norte de Lima. Se trataba fundamentalmente de esclavos ru-
rales, de los cuales se escogieron 720 para formar un nuevo
cuerpo, que recibió el nombre genérico de Batallón Provisional.
Este quedó al mando del sargento mayor Santiago Marcelino
Carreño, quien no dudó en calificar a sus soldados como una
tropa selecta de robustos jóvenes, y a su compañía de granade-
ros como la mejor del ejército. No obstante, más allá de aque-
llas impresiones, esta nueva fuerza fue asignada a la división
chilena del Ejército Libertador del Perú, con el nombre de Ba-
tallón de Infantería de Línea Nº 4 de Chile. Sus hombres, como
es posible apreciar parcialmente por algunos datos posteriores,
fueron reclutados en distintos momentos entre fines de 1820 y
el segundo tercio de 1821. Así, por ejemplo, se consigna que
el soldado José Vargas, quien era esclavo de don José Sola, y
residía cerca del pueblo de Huaral, se alistó el 3 de marzo de
1821 con 14 años; el mismo mes lo hizo José Patrocinio, natural
de la hacienda de Huaito, cuyo dueño era el coronel patriota
don Domingo Orué, y quien contaba con 20 años al momento de
ser reclutado; por último, Domingo Lucume, quien figura como
natural de Guinea, se alistó en Huachipa el 22 de junio de 1821.

78
Posteriormente a estos reclutamientos masivos, los únicos
posibles de verificar en las áreas rurales se realizaron desde
enero de 1822 en el valle de Ica. Entre las tropas que cumplían
guarnición en el lugar se encontraba un buen número de afros,
distribuidos en distintos cuerpos sin distinción etnorracial, que
sirvieron de base para conformar un nuevo batallón de more-
nos, que en principio recibió el nombre de Primer Batallón de
Infantería de Línea del Perú, denominación que más tarde varió
al de Batallón Nº 3 del Perú. El oficial encargado de su forma-
ción fue el coronel Pardo de Zela, quien rápidamente inició la
búsqueda de voluntarios entre los esclavos del valle, logrando
en poco tiempo completar el pie de su cuerpo, pues a pesar de
lo contradictorio que parezca, la ausencia de los amos y la pre-
sencia militar sin contrapeso permitía que los siervos pudieran
decidir autónomamente su incorporación al ejército.

79
En esta etapa, sin embargo, dicho batallón tuvo corta vida
pues formaba parte de la llamada División de Ica, que al man-
do del general Domingo Tristán se movilizó a pie hacia Pisco.
Poco después de partir fue sorprendida y totalmente derrotada
por el general realista José de Canterac en la llamada Batalla de
Macacona, librada el 7 de abril de 1822, donde de los más de
2200 hombres del ejército patriota, resultaron cientos de muer-
tos, más de mil prisioneros, y el resto de la división dispersada.

San Martín dictó un decreto fechado el 12 de agosto de 1821,


mediante el cual ordenó que los apoderados de los esclavos
huidos para engrosar las filas realistas, manifestaran ante el
conde de San Isidro sus esclavos, so pena de una onerosa multa;
asimismo, concedió la libertad a los siervos que se presenta-
ran voluntariamente al ejército dentro de los tres días siguien-
tes a la publicación de esta ordenanza. Posteriormente, el 17 de
noviembre de 1821, el Protector ordenó que todos los esclavos
pertenecientes a españoles o americanos que hubieran decidi-
do irse a Europa concurrieran ante el presidente del departa-
mento de Lima, para que se les diera “un boleto de seguridad”
que acreditaba su libertad, pero no completamente, sino del
dominio de sus antiguos amos, pasando ahora a pertenecer al
Estado. En el caso de las mujeres, y los varones que no pudie-
ran cargar armas, el presidente departamental los destinaría a
algún empleo útil, que bien podían ser las obras públicas o la
atención de los heridos en los hospitales militares. Mientras tan-
to, los varones de 15 a 50 años y que no tuvieran impedimentos
físicos serían destinados al ejército. Sin embargo, y en un cam-
bio de giro respecto de decretos anteriores, solo beneficiara a
algunos, el gobierno de San Martín acostumbraba a ceder ante
las presiones de la élite, estos reclutas solo alcanzarían su liber-
tad luego de tres años de servicio continuado.

Parte importante de las incorporaciones de esclavos duran-


te la segunda mitad de 1821 y en el año siguiente se hicieron
a través de donaciones voluntarias de sus amos, las llamadas
80
“oblaciones”, término que hace relación al sacrificio que signifi-
caba desprenderse de algo valioso. Nuevamente, esta forma de
reclutamiento no era novedosa. Ya se había usado en el Río de
la Plata desde 1813 en adelante, y en Chile entre 1817 y 1819,
de manera similar a como se implementó en el Perú dos años
más tarde. Es decir, se donaba generalmente un esclavo, y mu-
chas veces, se incluía la expresa petición del amo para que este
sirviera en un cuerpo en particular, las mismas que a modo de
agradecimiento eran publicadas en la Gaceta del Gobierno, o
en el periódico que sirviera como diario oficial en el momento.

En la medida en que estas donaciones eran individuales, y que


no estaban formalizadas mediante un protocolo en particular, es
imposible saber el número de esclavos donados en el período.
Asimismo, es complejo seguir su carrera militar, cuestión que
no es menor, pues su posterior libertad dependía de la forma
en que el esclavo se había incorporado a la lucha, o del decreto
que adujera para su reclutamiento, además de su permanencia
en ella por un tiempo determinado.

Mientras las donaciones se sucedían, el gobierno decidió ins-


titucionalizar el proceso de reclutamiento de esclavos. Incluso,
cuando la suerte de las armas había sido desigual para los pa-
triotas, que habían tenido pequeños triunfos en las llamadas
Campañas de los Puertos Intermedios, pero grandes derrotas
en las batallas de Torata y Moquegua, donde se había perdido
la casi totalidad de la fuerza expedicionaria. Esto hacía nece-
sario contar con ciertas seguridades para completar los pies
de los regimientos existentes, o levantar nuevos cuerpos. En tal
sentido, se decidió crear una Comisión de Rescate de esclavos,
la que se encargaría de recibir la información de aquellos de
entre 12 y 50 años residentes en Lima y en los valles aledaños,
y proceder al reclutamiento del quinto de los siervos urbanos y
el décimo de los rurales que se le presentaren.

Según el decreto firmado el 11 de abril de 1822 por el supre-


81
mo delegado José de la Torre Tagle, los amos de estos debían
proporcionar la lista de sus esclavizados a los comisarios de los
valles rurales, o a los de los barrios en el caso de Lima, quienes
formarían listas que remitirían a la Comisión. Ella determinaría
el método de elección de los que serían reclutados, que com-
prendería un sorteo de los mismos, y la fecha en que esto se ha-
ría. Los amos de los alistados recibirían una compensación por
quienes fueran “rescatados”, y tendrían la posibilidad de recu-
perar algunos pagando su tasación. Por su parte, los alistados
serían declarados inmediatamente libres, con la sola obligación
-se decretaba- de servir por seis años en el ejército.

Volvía a usarse un método de reclutamiento que ya había sido


probado antes, y no solo por las autoridades patriotas de Bue-
nos Aires 10 años atrás, sino por el virrey La Serna, quien -como
se recordará- a principios de 1821 nombró una junta comisio-
nada para reclutar 1500 esclavos para las fuerzas reales, en los
mismos lugares donde debía actuar esta nueva comisión. Con
todo, casi un año después de su designación, la Junta patriota in-
formaba haber rescatado 184 esclavos, cuyas tasaciones ascen-
dían a un total de 22030 pesos, las que debían ser canceladas
a sus propietarios en breve plazo. Este contingente representa-
ba una modesta contribución a los esfuerzos bélicos peruanos,
pues en términos militares no ascendía más que a una y media
compañía de infantería, es decir, poco más del cuarto de un ba-
tallón, lo que era claramente insuficiente para llenar las bajas
del ejército, y menos aún, para formar una nueva fuerza a partir
de esa base. A pesar de lo limitado de su impacto, esto significa-
ba una fuerte inversión de recursos para el naciente Estado, los
cuales difícilmente estaban disponibles en lo inmediato, lo que
implicaba que los amos cuyos siervos habían sido quintados o
diezmados debían esperar por una indemnización que tardaría
en llegar, o que quizás nunca lo haría.

Con todo, entre 1821 y 1825 al menos tres institutos regimen-


tales de línea pertenecientes al Ejército Libertador del Perú o
82
a sus derivados posteriores estuvieron casi completamente for-
mados por “negros”; asimismo, otros cuerpos, como la Legión
Peruana, tenían un alto porcentaje de los mismos. Esto habla de
la “abundancia” de reclutas, pero también de que su proceso
de alistamiento estuvo entregado a las circunstancias del con-
flicto, más que a una política planificada desde el novel Estado
peruano, que le permitiera completar los pies de batallones y
regimientos sin afectar, por una parte, los derechos de propie-
dad esgrimidos por los amos, y los deseos de libertad, aunque
no necesariamente de servicio militar, de los esclavos.

Las tensiones entre las necesidades militares del Estado, los


derechos de los amos y el ansia de libertad de los siervos estu-
vieron en el centro de este proceso. En la medida que las urgen-
cias bélicas estaban más presentes, las promesas de libertad
eran inmediatas; pero si la situación se distendía, la esperanza
de la independencia personal para los esclavos se alargaba a
una cantidad variable de años de servicio. Al final de la gue-
rra, tras vencer los revolucionarios en Junín y Ayacucho, llegó
el momento de cumplir las promesas, sin embargo, muchas de
ellas fueron rotas, tanto por la presión de los amos como por la
carencia de una política de desmovilización y compensación de
los libertos devenidos en soldados. Algunos de ellos debieron
volver a la esclavitud al no poder demostrar sus servicios mili-
tares; otros lucharon largos años en tribunales por conservar su
libertad; mientras tanto, los filiados en el Batallón Nº 4 de Chile
cambiaron los valles costeños peruanos, donde habían sido re-
clutados, por las frías playas de Chiloé y Valdivia, en las cuales
lucharon hasta 1826. Allí terminó su vida militar y se les abrió
una disyuntiva, cuál era la de volver al país en que nacieron y
vivieron esclavizados, o quedarse en otro que los vería transitar
como hombres libres; libres pero desarraigados.

Por lo manifestado hasta aquí da la impresión de que el ejérci-


to libertador peruano solo estaba constituido por “negros”, ello
no es así.
83
Como se comprenderá, formar un ejército patriota no fue
una misión sencilla, no era fácil concertar muchas voluntades
e intereses. Se necesitaba la coordinación y unión de criollos,
mestizos, indios, nativos y negros. En los primeros momentos se
alineaban indistintamente en ambos bandos, patriota y realista,
pero conforme pasaban los años y se extendía la causa patrio-
ta, ya no podían reclutarlos compulsivamente los realistas, ese
fue el momento en que se abrió campo la posibilidad real de la
independencia.

Los criollos acomodados con dominio del poder, no podían


hacerlo solos sin las masas indígenas; pero igualmente estas no
lo hubieran hecho, por falta de recursos económicos y financie-
ros, que les facilitase contar con un ejército armado, disciplina
y conocedor del arte de la guerra. Sus líderes en poco tiempo
aprendieron a organizar sus fuerzas y asumir su dirección, pero
no supieron vencer internamente a los criollos españolizados,
que luchaban contra ellos aunque les ofrecían que alcanzarían
más ventajas como patriotas.

Movidos por sus propios intereses los criollos realistas y los


españoles, habían logrado apoderarse del poder. En tanto las
masas indígenas y campesinas, siguieron luchando por su Inde-
pendencia, en aras de la libertad y de alcanzar los derechos ci-
viles, económicos, sociales y políticos para la gente del pueblo.
Fresco era el recuerdo que “sólo medio siglo antes, Túpac Amaru
había encabezado rebeliones campesinas en el Perú”.

En esta guerra por la independencia se incorporaron a las


fuerzas, los criollos patriotas, por tres razones: primero, los ofre-
cimientos que les hacían de liberarlos de los tributos, las mitas,
el yanaconaje, la esclavitud y otras formas de opresión social;
segundo, la lenta identificación con lo que era suyo desde el
incanato, es decir, una toma de conciencia nacional y; la tercera,
la forma compulsiva en que se hacía con estos campesinos.

84
Así las reivindicaciones por la educación, por la desaparición
de la servidumbre y los latifundios, haciendas, obrajes, minas,
la eliminación de la esclavitud y leva forzada, hizo posible que
esta masa de campesinos montoneros al incorporarse al ejérci-
to patriota, llegara a constituirse en la sección fundamental del
ejército patriota, no sólo por ser la mayoría, sino también por su
conocimiento de la topografía andinas, por el manejo de galgas
y armas de lucha cuerpo a cuerpo que demostraba su valentía.

Sobre las montoneras, los historiadores dicen: “Los montone-


ros conformaron las fuerzas militares irregulares del ejército li-
berador, en la lucha contra los españoles, daban informaciones
exactas sobre el enemigo, actuaban como logística del Ejército Li-
bertador. Proveían de alimentación, curaban a los heridos y parti-
cipaban en la lucha sorpresiva de cuerpo a cuerpo contra el ene-
migo, bloqueando sus objetivos militares y sobre todo mermando
la moral del ejército realista”. Pero, ¿que era una montonera?

85
Los montoneros eran “una agrupación de indios que atacaba
en montón y que constituyeron el núcleo fundamental de los ejér-
citos (campesinos pobres, hombres y mujeres del campo, de las
haciendas, de las minas y los arrieros) sumados a los negros ci-
marrones de la costa que estaban sometidos a la explotación y
expoliación del Estado colonial. Se caracterizaban en cuanto a su
conformación con un número mayoritario de indígenas, negros
cimarrones, comandados por criollos y autoridades locales”.

Los más duros combates y lucha de los montoneros se dieron


en la sierra, en los valle del río Mantaro y en la sierra de Ayacu-
cho (Cangallo), donde el enfrentamiento fue cuerpo a cuerpo,
murieron miles de ellos, muchos de los pueblos también des-
aparecieron por los incendios y saqueo cometidos por los es-
pañoles en represalia por la acción de los montoneros que los
tenían en jaque. Los terratenientes criollos de la zona andina, la
geografía agreste y la presencia de los campesinos siervos que
conocían las zonas, garantizaban el triunfo de los patriotas. Las
montoneras dieron origen a las guerrillas de composición más
organizada, con mayor capacidad de movimiento y de ataque
sorpresivo. Mas este tipo de organización militar campesina no
fue considerada como una acción patriótica por quienes diri-
gieron el proceso, sino simplemente como una forma de defen-
sa y de complemento.

Su falta de preparación militar, los impulsaba a atacar al ene-


migo en forma desconcertada y sin objetivo táctico preconce-
bido; el deseo de venganza los orientaba con las consiguientes
consecuencias del saqueo de los pueblos y la apropiación de
víveres y pertrechos. Las montoneras eran formaciones mili-
tares irregulares constituidas generalmente por individuos de
una misma localidad, que brindan su apoyo armado a una de-
terminada causa o caudillo. El campesino, en su lucha contra el
dominio colonial hispánico, se organizó en guerrillas y monto-
neras, así los montoneros -imprescindibles en la victoria patrio-
ta- no provenían, como es evidente de las capas más altas de la
86
sociedad colonial.

Como se comprenderá, la incorporación de los campesinos a


las partidas montoneras y guerrillas no fue fácil, fue un proceso,
su resistencia y la falta de entusiasmo por la guerra se motivaba,
porque persistían las formas de exacción económica y de de-
pendencia personal, no obstante los ofrecimientos de no afec-
tar su economía. Ellos veían que continuaba la incautación del
ganado familiar y comunal por la necesidad de alimentar a un
creciente número de soldados. Estas condiciones favorecieron
las deserciones de soldados indígenas y eso era lo común cada
día. Como no podían fusilar a todos los desertores, realistas y
patriotas, preferían cortar una o las dos orejas a los prófugos.
Pululaban los desorejados por completo; y a pesar de ello, los
huidos seguían aumentando. Los realistas optaron por celebrar
festividades, para atrapar con facilidad a los habitantes congre-
gados y confiscar sus alimentos que portaban para esas fiestas.
Los mestizos, los esclavos y libertos, los siervos y yanaconas, los
“runas” en general, en el ejército no veían progreso en el trato
humano, siguieron en las mismas condiciones de explotación.

Pese a todo ello, el movimiento guerrillero se fortaleció y fue


notable en la sierra central. Especialmente con la primera ex-
pedición de Álvarez de Arenales, oficial que las formó, les dio
armamento y pertrechos, además de restituir el orden al nom-
brar autoridades políticas patriotas. Dejó 900 efectivos, dichos
guerrilleros hicieron denuedos para contener a los generales
españoles, esto sirvió para el surgimiento de líderes indígenas
con aceptación entre los de su clase y raza. Además, las masas
de guerrilleros sobresalían por su sobriedad -pues comían y
libaban poco-, conformando buenos cuerpos de combate, aun-
que sin ninguna posición duradera. Posteriormente estando Bo-
lívar en Perú, imprimió otro dinamismo: Ordenó la leva de todo
“hombre útil para las armas”. Disposición que afectó en lo me-
dular a las provincias del departamento de Trujillo (más tarde
La Libertad), cuyos distritos se vieron -por esta razón- despo-
87
blados de varones jóvenes y adultos, y también de sus equinos,
mulares, vacunos, ovejas y productos agrícolas y textiles.

Lo mismo hacía el virrey en el sur. Con la proclamación de


la Independencia, los primeros decretos sanmartinianos fueron
similares a los de la Corte de Cádiz. Pues se buscaba la incor-
poración del “runa andino” a las filas patrióticas, les llamaron
“hermanos naturales” y los calificaron de “peruanos”. Abolieron
la palabra indio, los tributos y servicios personales. Les otor-
garon libertad para que puedan sembrar, cosechar y vender,
incluso tabaco, para lo cual, fue extinguido el estanco, aunque
persistieron las alcabalas. Pocos indígenas pudieron conocer y
experimentar las promesas y expectativas, porque como se ha
hecho habitual en el Perú, “la norma y los predicamentos quedan
en la letra.”

Como recordaremos, luego de dos meses en Pisco, José de


San Martín busca un lugar más estratégico, decide trasladarse
a Huaura y ordena a Álvarez que se interne en la sierra central
para insurreccionar a los pobladores y tender un cerco sobre
Lima. Álvarez, comandante y estratega de la expedición liber-
tadora de la Sierra Central, partió de Pisco el 5 de octubre de
1820 y cubrió Ica, Cangallo, Huamanga, Huanta, Huancayo, Jauja,
Tarma hasta Cerro de Pasco con 1242 hombres, y llegó a Huau-
ra el 8 de enero de 1821. Pudo conocer la situación real de los
realistas, soliviantar a las poblaciones contra los godos, hacer
una gran propaganda y hacer que los pueblos proclamen su in-
dependencia y elijan sus propias autoridades y desconozcan al
virrey Pezuela.

Se realizaron varias batallas, en Puchococha-Acolla, donde


el mayor Lavalle derrotó a los realistas con montoneros acolli-
nos. Continuó a Tarma y Cerro de Pasco, aquí se enfrentaron
victoriosamente con O‘Reilly en Uliachín y Patarcocha el 6 de
diciembre.

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El 29 de diciembre en Azapampa (hoy Distrito de Chilca –
Huancayo), las tropas del cura guerrillero Félix Aldao, fueron
vilmente masacradas por Ricafort, sucumbiendo más de qui-
nientos héroes wancas.

Los guerrilleros patriotas se posicionaron en los pasos estra-


tégicos que comunicaban las cabeceras de la costa con la sierra
a lo largo de las punas de Yauli, Junín y Pasco, que constituyeron
la mejor garantía, para la preparación del ejército libertador. No
olvidemos al minero y el arriero en Cerro de Pasco y Junín, que
jugaron un papel importante.

Antonio Álvarez de Arenales a partir de octubre 1820, recorrió


Cangallo, Huamanga, Huanta, Huancayo, Jauja, Tarma y Cerro
de Pasco para unirse a San Martín en Huaura, tras realizar un
brillante trabajo para el surgimiento de un vasto movimiento
patriota, que tras la derrota a O‘Relly, levantó las llamas del mo-
vimiento libertario.

En Huancayo el 20 de noviembre de 1820, en la plaza de Hua-


manmarca se proclama la independencia: “¡Huancayo será des-
de este instante, libre del dominio español o de cualquier otra
nación extranjera, porque así los juramos sus hijos ante el dios de
nuestros padres, en el altar de la patria libre!” El RP Estanislao
Márquez de las Casas redactó el Acta de la independencia de
Huancayo y Jauja. Este hecho provocó la furia de los españoles
comandados por Mariano Ricafort que se trasladaron desde el
Cusco hasta el valle del Mantaro, sus huestes avanzaron arra-
sando e incendiando a los pueblos, su intención era castigar a
Huancayo para escarmiento de los demás pueblos. En Huanca-
yo el sacerdote José Félix Aldao, en menos de un mes logró re-
unir a unos diez mil bravos wancas. El 28 de diciembre Ricafort
alevosamente incendió Viques y Huayucachi, pueblos cerca de
Huancayo. Un día después Ricafort y su ejército realista apare-
cieron en Azapampa con 1300 hombres bien armados para en-
frentar a los patriotas con una masa de 10000 indios armados de
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lanzas, rejones, hondas y escopetas casi inservibles. La batalla
fue muy dura, las armas decidieron a favor de los realistas, el
resultado, una masacre. “Las tropas de Ricafort rodearon y asal-
taron Huancayo. Saquearon al vecindario y degollaron a más de
1000 indefensos pobladores. Los sanguinarios españoles persi-
guieron a los patriotas hasta quebrada honda”.

El castigo que aplicó los españoles a los pueblos wancas fue


cruel y monstruoso: masacres, incendios, fusilamientos, viola-
ciones, degüellos. Se dice que pasaron a cuchillo a más de qui-
nientos hombres indefensos.

En Jauja, el 22 noviembre de 1820, con la presencia de Arena-


les proclamaron y juraron su independencia, con mucho entu-
siasmo. “Descendientes de los indómitos Hatun Xauxas, juráis ser
un pueblo libre e independiente de los reyes de España y de toda
dominación extranjera, defender la religión católica y la libertad
aún a costa de sus vidas”, les arengaron y ellos respondieron: ¡Sí
juramos ser libres!

Luego de perseguir y atacar al ejército realista que pasó por


Jauja en dirección a Tarma, el mayor argentino Manuel Lavalle
continuó persiguiendo al realista José Montenegro y Ubalde,
con la orden de Arenales de alcanzarlo y aniquilarlo. En San
Lorenzo, Ataura y Maquinhuayo causaron grandes estragos a la
retaguardia del ejército realista. Alejo Martínez Lira, encargado
de proclamar la independencia de Jauja, fue capitán del “Regi-
miento de los Granaderos Cívicos” que se adhirieron al régimen
instaurado por San Martín

En Tarma, el último gobernador e intendente de Tarma, ge-


neral Joseph González, huyó hacia Lima ante la proximidad de
la expedición libertadora. Por orden de Álvarez de Arenales, el
coronel Manuel Rojas ataca a los realistas y logra tomar varios
prisioneros, además de 6 piezas de artillería, 500 fusiles y 50000
cartuchos. El pueblo tarmeño encabezado por el argentino re-
90
sidente en Tarma Francisco de Paula Otero, ayuda a Rojas y la
noche del 25 de noviembre reciben apoteósicamente al grueso
del Ejército patriota comandado por Antonio Álvarez. Por de-
signación del Cabildo, Francisco de Paula Otero el 28 de no-
viembre de 1820 proclamó la Independencia de Tarma, al día
siguiente se abolieron las contribuciones de tributos, los estan-
cos y se reconoció el libre tráfico del comercio. Su misión fue
sostener a los beligerantes, continuar la propaganda política e
impedir o retardar cualquier empresa de las tropas realistas so-
bre la retaguardia de la expedición libertadora.

La expedición de Álvarez de Arenales en su marcha libertaria


llegó el 5 de diciembre a Yanamate, a 7 km de Cerro de Pasco,
allí planeó la estrategia para atacar al enemigo que acampaba
en Cerro de Pasco. Desde Villa de Pasco, el 6 de diciembre muy
de madrugada el ejército patriota se dirigió al encuentro del
enemigo, superó las lagunas de Yanamate y Chaquicocha, tre-
paron la montaña inaccesible de Uliachín, y a las 8 ya la tenía
copada, el cerro Patarcocha estaba como una alfombra de nieve
que se derretía y se mezclaba con la sangre de los defenso-
res de la patria, tomando posesión conforme a lo planificado.
Los montoneros indígenas estaban en la cima en tanto que las
4 piezas de artillería estratégicamente colocadas operaron de
inmediato, los enemigos ante el primer disparo de la artillería
patriota salieron asustados y se posicionaron en la salida hacia
Lima. Cientos de montoneros cazadores pro realistas se ubica-
ron para defender el centro minero, pero también hubo cientos
de indios de montoneros patriotas. Álvarez de Arenales, con el
fuego de artillería que inició, obligó a los realistas a dar com-
bate, los montoneros cazadores pro realistas se ubicaron para
defender el centro minero, pero los cientos de indios de mon-
toneros patriotas los combatieron. La lucha fue sin cuartel, las
columnas de ambos bandos se enfrentaban tenazmente y con
mucho coraje, muchos de estos enemigos eran familiares pero
estaban en bandos opuestos. El apoyo del aguerrido pueblo ce-
rreño que ansiaba su libertad fue decisivo para el triunfo. Con la
91
fuerza, el pundonor y heroísmo que mostró el ejército patriota
(menos de mil efectivos, contra 1400 de los godos) pudo dar
fuertísimo golpe al enemigo que huyó en desbande cargando a
cuestas su derrota. En esta lucha los realistas tuvieron 58 muer-
tos, 15 heridos y 315 prisioneros, entre ellos estuvieron el coro-
nel Diego O’Reilly y Andrés de Santa Cruz, más tarde presiden-
te del Perú. Además cayeron en manos de los patriotas 2 piezas
de artillería y 360 fusiles.

O’Reilly se retiraba con calma por el Chaupihuaranga, fue per-


seguido y lo apresaron en el pueblo de Baños, en la hacienda
de Lauricocha, capturado fue llevado a Huaura y cuando meses
después era enviado a España, prefirió suicidarse en alta mar.

El Cabildo de Cerro de Pasco, convocado por Álvarez de Are-


nales, el día 7 de diciembre en la plaza de Chaupimarca, se
acantonaron a los vítores del pueblo cerreño el Estado Mayor
del Ejército Libertador, los granaderos a caballo, los soldados y
el pueblo, comandados por Antonio Álvarez y don Ramón Arias,
Alcalde Mayor y Juez de la Patria. Reunidos en el Cabildo, Ra-
món de Arias dijo estas palabras: “¡Cerreños! ¿Juráis ante la cruz,
el ser independientes de la Corona y Gobierno del Rey de España
y ser fieles a la patria aún a costa de sus vidas?” Mil voces a un
solo tiempo, con emoción y al unísono dijeron: “¡Sí, juramos! y
mil veces sí”. Sucediéndose un delirante entusiasmo, y descar-
gas de fusilería hechas por las tropas del “batallón Concordia
de Pasco”.

La noble ciudad de los Caballeros del León de Huánuco, fue es-


cenario de una revolución popular de indios, mestizos, criollos
y miembros del clero que acaudilló Juan José Crespo y Castillo.
Los indígenas estaban descontentos no solo por los repartos de
las mercaderías, sino también por el saqueo de sus cosechas y
contra los abusos que cometían las autoridades españolas. El
clérigo Juan Durand fue uno de los más activos. En su celda al-
macenó armas y pólvora, en ella fueron preparadas las compo-
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siciones literarias y artísticas del movimiento. Luego de las ba-
tallas de Uliachín y Patarcocha, consolidada la victoria patriota,
los de Huánuco se aprestaron a derrotar por completo al ejérci-
to de Diego O’Reilly (capturado). Deciden en cabildo adherirse
a la causa libertaria, así como su alcalde Eduardo Lúcar y Torre,
y el día 15 de diciembre de 1820, juran su independencia, acto
en el cual el comisionado Nicolás Herrera con toda solemnidad
dice: “Huanuqueños, juráis por Dios y una señal de la cruz el ser
independientes de la corona y gobierno del Rey de España y ser
fieles a la patria”, a lo que la multitud respondió emocionada: ¡Sí,
juramos!

Se proclamó la independencia del Perú en Lima, en un am-


biente rodeado por el temor social de los criollos ricos de Lima,
pues la situación del ejército realista era insostenible debido
a la presencia del ejército de San Martín en el norte, y lo que
hacían las guerrillas y montoneras en el cercado de Lima, el
bloqueo del Callao por Cochrane, la acciones de Álvarez en el
centro, la falta de alimentos y otros. El virrey La Serna abandonó
Lima dejando a su gente el control del Castillo del Real Felipe.
“Los criollos ricos de Lima vivieron horas de angustia durante el
lapso intermedio entre la salida de los españoles y el ingreso de
San Martín. Su reacción fue de terror. Unos especulaban con la
posibilidad de un alzamiento interno de los esclavos que vivían en
la ciudad. Otros temían el saqueo de las montoneras compuestas
principalmente por indios y mestizos. Los criollos ricos de Lima
temían que la guerra entre españoles y criollos terminara convir-
tiéndose en una guerra social de pobres contra ricos y de diversos
grupos étnicos (indios, mestizos, negros) contra los blancos. Estos
factores fueron decisivos para que el Cabildo de Lima votase en
favor de la Independencia del Perú. No todos los que firmaron
el acta de ese cabildo fueron patriotas. Muchos habían sido sim-
patizantes y colaboradores del régimen español y continuarían
siéndolo. A todos los unía la defensa del orden y el sistema. Ahora
lo representaba San Martín”

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Lo que a esos criollos y españoles ricos les importaba era que
hubiese gobierno, que hubiese orden. Quince días después de
su ingreso a Lima, San Martín hizo declarar la Independencia
del Perú el 28 de Julio de 1821, con un juramento que para él
eran las tres fuentes principales de todo poder político: el pue-
blo, la justicia natural y Dios. “El Perú es desde este momento li-
bre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por
la justicia de su causa que Dios defiende”.

Como sabemos el imperio español entró en crisis y ruina,


tras la guerra con Inglaterra, su alianza con Napoleón que lue-
go la invadió, la abdicación del trono por Carlos IV a favor de
su hijo Fernando VII, el nombramiento de José Bonaparte como
emperador y otras condiciones que favorecen el surgimiento
de ideas libertarias en los virreinatos. El pueblo español, ante
tamaña crisis emprendió la lucha por la independencia de Es-
paña. San Martín y Bolívar y otros revolucionarios retornaron a
las colonias y entraron en acción en los virreinatos de Nueva
Granada y Buenos Aires. En el Perú, en Lima, el 15 de julio de
1821 se firmó el Acta de Independencia. En ella se encuentran
las firmas de los nobles y aristócratas criollos y españoles, de
alto clero y grandes comerciantes, pero no del pueblo. Firmaron
esta acta: el Conde San Isidro, el Conde de la Vega del Ren, el
Conde de Las lagunas, el Marqués de Villafuerte, el Marqués de
Monte Alegre, el Conde de Torreblanca, el Conde de Vista Flo-
rida, el Conde de San Juan de Lurigancho, el Marqués de Corpa,
el Marqués de Casa Dávila y otros miembros de la aristocracia
y terratenientes como: Xavier de Luna Pizarro, José de la Riva
Agüero, Manuel Agustín de la Torre, Tomás e Ignacio Ortiz de
Cevallos, Antonio Boza, Hipólito Unanue, José y Miguel de la
Puente, Manuel A. Colmenares, Luis A. Naranjo, Mateo de Pro,
Lorenzo Zárate, Francisco Moreyra y Matute, Manuel y José Fe-
rreyros, Francisco Xavier Mariátegui, Antonio de Bedoya, José
Pezet, Pedro Olaechea, Manuel Tudela, Agustín de Vivanco, To-
ribio de Alarco y otros cuyos apellidos aún hoy escuchamos,
porque siempre tuvieron el poder y el gobierno del país. La po-
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blación nativa y su representación, verdaderos dueños del terri-
torio fueron omitidas totalmente, no obstante que su sangre y su
vida fueron ofrendadas por la independencia.

“Es incomprensible, porque cuando San Martín ingresó a Lima,


no toleró la compañía de los batallones de indígenas, negros y
cholos. De modo que estos no participaron ni vieron los ceremo-
niales de la proclamación de la Independencia el 28 de julio de
1821, salvo los que vivían dentro de las murallas de la ciudad”.

Declarada la independencia según propuso San Martín, se


nombró una comisión para la búsqueda de un rey para el Perú,
debían traerlo de Europa y se estableció la nobleza para la cor-
te del emperador con el nombre de la “Orden del Sol”. De este
grupo aristocrático salieron los primeros gobernantes de la
nueva república. Entre ellos Hipólito Unanue, terrateniente de
Cañete y fundador de la Orden del Sol, que había estado en el
campo enemigo pasó a ser ministro de Hacienda llegando a ser
presidente del Consejo de Gobierno, así como Andrés de Santa
Cruz, más tarde fue presidente de la Junta de Gobierno del Perú
(1827).

Los españoles no reconocieron la Independencia peruana,


Fernando VII en apogeo apoyaba a La Serna su virrey para que
continúe con la guerra y pueda vencer a San Martín primero
y Bolívar luego, y con ellos a sus huestes, especialmente a las
partidas y guerrillas que los apoyaba. Era un momento especial,
pues en cada pueblo la conciencia libertaria tomaba cuerpo,
traduciéndose en acciones.

San Martín informó que 1100 efectivos negros se enrolaron al


ejército en Pisco y Huara. Los esclavos cimarrones actuaron bá-
sicamente en la costa, luchando por reivindicaciones como por
ejemplo su libertad, pero San Martín no se las dio.

El Perú tuvo uno de sus momentos cumbres en la declara-


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ción de la independencia nacional el 28 de julio de 1821. San
Martín convoca, el 27 de diciembre de 1821, al Primer Congre-
so Constituyente para que se instale en mayo pero por conflic-
tos internos recién se instala el 20 de septiembre de 1822, al
finalizar la juramentación, añadió: “Si cumpliereis lo que habéis
jurado, Dios os premie; y, si no, Él y la Patria os lo demanden”,
juramento que hasta el día de hoy se repite en cada instalación
de una autoridad en el Perú, pero entonces como hoy las auto-
ridades poco han hecho por su pueblo. Este Congreso duró 3
años (1822-1825), un congreso eminentemente elitista, casi to-
dos limeños, que aceptó la renuncia de San Martín. Congreso de
marcada tendencia liberal, republicana y parlamentaria. Dieron
las bases de la Primera Constitución Peruana que protegía “Los
binomios libertad-igualdad y propiedad-seguridad, ambos des-
tinados a tranquilizar tanto a los ricos que temían por su propie-
dad y su seguridad, como los pobres que deseaban libertad e
igualdad”. Desde los primeros días sus labores fueron intensas.
Elaboraron el Reglamento de la Junta Gubernativa; el otorga-
miento del título de Generalísimo a don José de San Martín; la
aprobación del Reglamento Interno; la definición de las Bases
de la Constitución Política del Perú, promulgadas el 17 de di-
ciembre de 1822, y otros.

San Martín, dejó que el virrey abandonara tranquilamente


Lima, producto de sus ideas monárquicas, lo que aprovecharon
los godos, para rearmarse en el rico valle del Mantaro, dirigién-
dose luego al sur. La Serna instaló su sede principal en el Cusco,
quedando el Perú dividido en dos: el Independiente, con Lima
y el norte bajo el mandato de San Martín y el Virreinal con La
Serna, el Cusco y Alto Perú.

Luego de la conferencia de Guayaquil, San Martín optó por


retirarse del suelo peruano. Bolívar llegó al Perú en 1823 en
medio de un caos político. De inmediato se le dio poderes ab-
solutos, con el título de Dictador, los patriotas solo representa-
ban la mitad de los soldados realistas. Tuvo que enfrentar a Riva
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Agüero y después a Torre Tagle que terminaron arrimándose a
los españoles. Frente al desprestigio de los nobles, Bolívar con-
solidó su autoridad y prestigio. La situación en Lima era difícil,
volvió a ser tomada por los Españoles en 1824, tenían además
al Real Felipe. Por ello decidió hacer frente a la situación, re-
organizar el ejército con sede en Trujillo y la colaboración de
Faustino Sánchez Carrión, de Huamachuco, quien de la nada
sacó un nuevo ejército y a mediados de 1824 tenía más de 9000
hombres. La iglesia y conventos entregaron sus joyas, el Estado
vendió propiedades, los particulares contribuyeron con dinero
y los pueblos dieron su apoyo financiero, los de Cajamarca y La
Libertad en pocos meses produjeron telas, estribos, correajes,
víveres etc. Así, inició su marcha desde Cajamarca en busca de
realistas cuyas fuerzas llegaban a 16000; con Canterac en Jauja
unos 8000, La Serna en Cusco con 1000; Valdez en Puno y Are-
quipa con unos 3000 y en el alto Perú Olañeta 3000.

VI.- LA PARTIDA DE SAN MARTIN.


El General Tomas Guido narra que San Martín, de regreso de su
célebre entrevista con el general Bolívar en la ciudad de Gua-
yaquil: “el general San Martín me comunicó confidencialmente su
intención de retirarse del Perú, considerando asegurada su inde-
pendencia, por los triunfos del ejército unido, y por la entusiasta
decisión de los peruanos; pero me reservó la época de su partida
que yo creía todavía lejana”.

Por este tiempo se instaló el Congreso Nacional en Lima, lo


que importaba un gran paso en el sentido de la revolución. El
general se presentó ante él, despojándose voluntariamente de
las insignias del mando supremo que investía, con el título de
Protector del Perú. Sus palabras en aquella ocasión fueron dig-
nas de tan solemne ceremonia. Al retirarse fue colmado por la
multitud de vítores y aplausos. “Yendo a tomar su carruaje para
trasladarse a la quinta de la Magdalena en los arrabales de la ca-
pital, me pidió lo acompañase, diciéndome en el camino, deseaba
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descansar y pasar la noche sin visitas”.

Nos hallábamos solos. Se esmeraba el general en probarme


con sus agudas ocurrencias el íntimo contento de que estaba
poseído; cuando de improviso preguntó me:

-¿Qué manda usted para su señora en Chile? -y añadió- el pasa-


jero que conducirá encomiendas o cartas las cuidará y entrega-
rá puntualmente.
-¿Qué pasajero es ese -le dije- y cuando parte?
-El conductor soy yo -me contestó-. Ya están listos mis caballos
para pasar a Ancón, y esta misma noche zarparé del puerto.

El estallido repentino de un trueno no me hubiera causado


tanto efecto como este súbito anuncio. Mi imaginación me re-
presentó al momento con colores sombríos, las consecuencias
de tan extraordinaria determinación. Mi antigua amistad se
afectaba también ante la perspectiva de la ausencia de aquel
hombre a quien consideraba indispensable, ligándome a él los
vínculos más estrechos que puedan crear el respeto, la admira-
ción y el cariño. Dejando aparte, empero, lo relativo a mis cone-
xiones personales, recapitularé aquí tan sólo lo concerniente a
la política, mis fervorosas interpelaciones al general, y las con-
testaciones que me dio.

Esto pasaba entre nueve y diez de la noche. En la mañana del


siguiente día, recibí la carta que copio íntegra a continuación,
cuyo autógrafo conservo y que nunca leo sin enternecimiento.

Señor general don Tomas Guido.

A bordo del Belgrano a la vela, 21 de Setiembre 1822, a las 2


de la mañana.

Mi amigo: usted me acompañó de Buenos Aires uniendo su


fortuna a la mía: hemos trabajado en este largo periodo en be-
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neficio del país lo que se ha podido: me separo de usted, pero
con agradecimiento, no solo a la ayuda que me ha dado, en las
difíciles comisiones que le he confiado, sino que con su amistad
y cariño personal ha suavizado mis amarguras, y me ha hecho
más llevadera mi vida pública. Gracias y gracias, y mi reconoci-
miento. Recomiendo a usted a mí compadre Brandzen, Raulet, y
Eugenio Necochea.

Abrase usted a mi tía y Merceditas.

Adiós.

Su San Martín

La lectura de esta carta que me causó la más honda conmo-


ción, y en cuyo laconismo se refleja el carácter afectuoso y va-
ronil de su autor, desvaneció en mi toda esperanza de que el
ilustre amigo que me la escribía volviese atrás de su resolución.
El adalid que ocupa el primer lugar en nuestros fustos militares;
aquel cuyo nombre era nuncio de victoria para las armas ar-
gentinas; el general don José de San Martín, solo, y dejando a la
espalda la América que había contribuido tan poderosamente a
libertar, surcaba ya los mares en dirección a las remotas playas
donde ha terminado su venerable existencia, lejos de la patria,
pero presente a su eterno reconocimiento.

Confundiese el espíritu ante la determinación de aquel varón


esclarecido, sin poder marcar el límite entre un desinterés mag-
nánimo y el abandono de la empresa que descansaba sobre sus
fuertes hombros. La historia misma vacilará antes de fallar so-
bre una acción que ha dado margen a apreciaciones tan diver-
sas. Por fortuna el general San Martín tuvo en Bolívar un digno
sucesor. En honor de su fama que nos es tan cara debe presu-
mirse que su intuición admirable, le dejó claramente percibir
la prodigiosa altura a que era capaz de remontarse el cóndor
de Colombia. Entretanto, si los argentinos sentíamos el pesar
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profundo de ver disuelto el ejército, como el fruto de la ausencia
de su amado jefe, los restos de nuestros guerreros en quienes
palpitaba todavía la inspiración del genio que atravesó los An-
des, llevaron a gloriosos campos de batalla el contingente de su
pericia y de su antiguo valor, concurriendo así a sellar definiti-
vamente con su sangre la independencia del Perú.

Tomás Guido.
Buenos Aires, mayo de 1864.

Los historiadores consideran que la principal razón de su


pronto retiro fue su fracaso en los intentos de derrotar y expul-
sar al virrey La Serna y su ejército realista del Perú. Por otro lado
estaba el descontento de muchos peruanos ante sus planes de
instalar una Monarquía Constitucional con un rey de origen eu-
ropeo para el Perú.

San Martín no tuvo ninguna batalla contra el virrey Joaquín de


Pezuela y en el único choque de su ejército contra las fuerzas
del virrey José de La Serna (batalla de Macacona del 7 de abril
de 1822) los patriotas fueron derrotados. En julio de 1822 viajó a
Guayaquil para pedir ayuda militar a Simón Bolívar, pero se dio
cuenta de que el Libertador venezolano quería que San Martín
se retire del Perú para que sea él quién complete la Indepen-
dencia. Por otra parte, los liberales peruanos, liderados por José
Faustino Sánchez Carrión y Mariano José de Arce rechazaron
sus planes monarquistas y ganaron la opinión pública a favor de
la implantación del sistema republicano. Pero lo dicho no es su-
ficiente para que la expedición del sur liderado por San Martín
no pudiese coronar la expulsión definitiva del ejército español.

ANEXO DE DOCUMENTOS SOBRE LA ACTUACION DE SAN MARTIN EN EL PERU.


Acta de independencia, eliminación del tributo indigena, mita,
yanaconazgo, la libertad de los esclavos, el reconocimiento de
las guerrillas y el Estatuto Provisional para el régimen de los
departamentos libres.
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