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SAN MARTIN
HERBERT ORE BELSUZARRI.
P:.F:.C:.L:.B:.R:.L:.S:. FENIX 137-1
GRAN LOGIA CONSTITUCIONAL DEL PERÚ
Segunda Edición 2020
Lima – Perú
El artículo fue publicado en la Revis-
ta “Retales de Masonería N° 109” del
mes de Julio 2020 página 54 al 66.
Esta Segunda Edición ampliada, se
realiza con opinión del Centro de Altos
Estudios Masonicos de la Gran Logia
Constitucional del Perú y La Comisión
del Bicentenario de la Independencia
del Perú - GLC.
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EL LIBERTADOR DON JOSÉ DE
SAN MARTIN
HERBERT ORE BELSUZARRI.
P:.F:.C:.L:.B:.R:.L:.S:. FENIX 137-1
GRAN LOGIA CONSTITUCIONAL DEL PERÚ.
Lima – Perú
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EL LIBERTADOR DON JOSÉ DE SAN MARTIN
Primera Edición Digital 2012.
Segunda Edición Digital 2020
AUTOR:
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ÍNDICE.
BIBLIOGRAFÍA.
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EL LIBERTADOR DON JOSÉ DE SAN MARTIN
HERBERT ORE BELSUZARRI 33°
A todos los peruanos cuando nos enseñan Historia del Perú,
surge entre los muchos personajes que nos van enumerando
una figura muy especial y se trata del Libertador Don José de
San Martín, que proclamo la Independencia del Perú el 28 de
julio de 1921. Nos queda en la memoria colectiva el nombre y lo
tratamos como si fuera un insigne peruano y por tanto nuestro
cariño a él tiene una significación muy especial.
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Gran Logia Unida de Inglaterra
Estimado Señor,
Sinceramente suyo,
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Gran Logia de Escocia
Estimado Señor,
Afectuosamente suyo,
Gran Secretario
Estimado Señor,
Gracias por su carta del 17 de junio y por la copia de las cartas que
Ud. recibió de la Gran Logia Unida de Inglaterra.
Sinceramente suyo,
J.O. Harte
Gran Secretario
Esta información dice que entre los años de 1790 a 1810 nin-
guna autoridad, fuera de Inglaterra, podía fundar una Logia sin
permiso de esta Gran Logia Unida y de haberlo hecho, sería
desconocida como masónica. Por otra parte, en 1799 el gobier-
no inglés habría dictado una ley donde prohibía la formación
de sociedades con fines de sedición y se aclaraba que las Lo-
gias masónicas estaban excluidas de tales actividades, por lo
tanto, podían actuar libremente bajo la condición de presentar
cada 15 de marzo una nómina de los miembros y sus activida-
des. Maguire concluye que la Logia Lautaro habría transgredido
esta ley y, de hecho, no figura en los archivos de la Gran Logia
Unida de Inglaterra.
Por otra parte quienes afirman que San Martín era masón, se
manifiestan de la siguiente manera:
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Al llegar las noticias de las abdicaciones de Carlos IV y su hijo
Fernando VII (5 de mayo 1808), el nombramiento de José Bona-
parte como rey de España, el alzamiento del pueblo de Madrid
y la terrible represión y fusilamientos posteriores, le obliga a to-
mar partido e intenta organizar, en forma metódica, la resisten-
cia al nuevo invasor. Toma así la iniciativa de enviar en carácter
de urgente misivas a los distintos jefes militares en las plazas de
Andalucía, quienes no contestaron a ninguna. La historia poste-
riormente da cuenta que el general Castaños, futuro triunfador
de Bailén y a cargo del campo de Gibraltar, no quiso exponer
a los espías del General francés Murat sus avanzados contactos
con los oficiales ingleses que hasta ese entonces, en teoría, eran
enemigos y los estaba combatiendo. Francisco Solano entendió
entonces que todos sus compañeros de armas habían claudica-
do ante una situación insostenible y consumada.
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El general Solano convocó a una junta de generales y almiran-
tes y emitió un bando llamando a un alistamiento de voluntarios
para poner a resguardo la plaza de franceses e ingleses. Inten-
taba ganar tiempo y control de la situación. Pero el pueblo no
se sintió satisfecho y se presentó en masa frente a la Capitanía
General pidiendo explicaciones y excitada por cabecillas que
inflamaban a los exaltados.
Tan íntima y fraterna fue esa amistad, que Aguado fue uno de
los muy pocos que San Martín tuteaba. Luego, cada uno marcha
a su destino, San Martín, el de libertador de medio continen-
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te; Aguado, ostentando el título de Marqués de las Marismas y
acaudalado banquero; más el destino los lleva a reunirse casi en
el ocaso de sus vidas en Francia.
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Firmaron esta acta 339 ciudadanos. Entre otros, el conde de
San Isidro (Alcalde), Bartolomé, (Arzobispo de Lima), Francisco
de Zárate (Regidor), Simón Rávago, Francisco Vallés (Regidor),
José Manuel Malo de Molina (Regidor), Pedro de la Puente, (Re-
gidor), el conde de la Vega del Ren (Regidor), fray Gerónimo
Cavero, Antonio Padilla (Síndico procurador general), José Ma-
riano Aguirre, el conde de las Lagunas, Javier de Luna Pizarro,
José de la Riva-Agüero, el marqués de Villafuerte, etc. Segundo
Antonio Carrión, Juan de Echeverría y Ulloa (Regidor), etc.
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Pero la labor de San Martín no solo era de tipo militar, sino
que a ello acompañaba una labor masónica, así San Martín en
esa misma época, organizo la logia Lautaro, que era el enlace
de los trabajos entre él y el Director Supremo Juan Martín de
Pueyrredón, también hermano de la orden en Argentina. Tal era
la importancia que San Martín concedía a la logia, que estable-
ció en todas partes adonde se dirigía y organizó las sociedades
secretas en Mendoza, Córdoba, Santa Fe, Chile y Perú. Todas
ellas denominadas Lautaro y manteniendo entre sí activa coor-
dinación y cooperación, mientras se preparaban las fuerzas que
irían sobre el Perú, para destruir el foco más poderoso de la re-
sistencia colonial y donde también habría de fundar la Lautaro
en Lima. Todas ellas con los mismos principios y constitución
que la Lautaro porteña, a la que habían de someterse O’Higgins
en Chile y el propio San Martín en Lima, como encargados del
poder ejecutivo de estos países.
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Henri Simons (Belgica-Bruselas)1925 medalla con el perfil de San
Martín
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demasiado grande para nosotros dos.
2° Inspirarla amor a la verdad y odio a 1a mentira.
3° Inspirarla gran Confianza y Amistad pero uniendo el respeto.
4° Estimular en Mercedes la Caridad con los Pobres.
5° Respeto sobre la propiedad ajena.
6° Acostumbrarla a guardar un Secreto.
7° Inspirarla sentimientos de indulgencia hacia todas las Reli-
giones.
8° Dulzura con los Criados, Pobres y Viejos.
9° Que hable poco y lo preciso.
10° Acostumbrarla a estar formal en la Mesa.
11° Amor al Aseo y desprecio al Lujo.
12° Inspirarla amor por la Patria y por la Libertad.
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Finalmente debemos recordar que la tumba de San Martín en
Francia tiene abundante simbología masónica, suficiente diría-
mos como para zanjar cualquier duda.
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Los prejuicios de ser hijo “natural” ya no importan ahora, tam-
poco importan si es rubio, de ojos azules o nacido en un hogar
aristocrático. El valor de los hombres se mide por sus actos y
millones de peruanos, argentinos y chilenos, a San Martín lo
respetamos y admiramos por lo que hizo, no por el lugar donde
nació o si era hijo de blancos o de indios.
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Doña María Joaquina de Alvear y Sáenz de Quintanilla (1823-
1889), hija de Carlos de Alvear, escribió sus memorias en Ro-
sario de Santa Fe, en una colección de anotaciones, cartas y
recortes periodísticos pegados cuidadosamente en las pági-
nas encuadernadas de un libro de comercio. El propósito de la
mujer era transmitir a sus descendientes las semblanzas de los
integrantes de la familia. Así, en una “cronología de mis ante-
pasados”, consigna la filiación de José de San Martín como hijo
de don Diego de Alvear, “habido de una indígena correntina”.
Más adelante Joaquina reitera el parentesco, al evocar la única
oportunidad en que visitó a su tío, en Europa: “Y examinándolo
bien encontré todo grande en él, grande su cabeza, grande su na-
riz, grande su figura y todo me parecía tan grande en él cual era
grande el nombre que dejaba escrito en una página de oro en el
libro de nuestra historia y ya no vi más en él que una gloria que se
desvanecía para no morir jamás. Este fue el general José de San
Martín natural de Corrientes, su cuna fue el pueblo de Misiones e
hijo natural del capitán de Fragata y General español Señor Don
Diego de Alvear Ponce de León (mi abuelo)”. Los recuerdos son
del 23 de enero de 1877.
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En 1812, San Martín fue recibido con desconfianza por la so-
ciedad porteña de Argentina. A diferencia del galante y mun-
dano Carlos de Alvear, no tenía fortuna ni alcurnia. San Martín
era moreno, el pelo lacio y renegrido. Corrían rumores sobre su
condición de mestizo y la madre de Remedios de Escalada se
opuso a que casaran con su hija ese oscuro plebeyo.
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En el comienzo de la primavera de 1816, en el Fuerte San Car-
los, a unos 150 km. al sur de Mendoza se realiza el Parlamento.
Anteceden a San Martín, que llega con 200 Granaderos y un
Cuerpo de milicianos, decenas de mulas cargadas de presentes
y regalos para ofrecer a los Pehuenches en prenda de amistad:
pieles, dulces, telas, aguardiente, monturas, bordados, vestidos
y toda clase de víveres. Las tribus Pehuenches concurren ma-
sivamente tocando sus instrumentos musicales. Los guerreros
de lanza, en actitud de combate, llegaban pintados y montados
a caballos. Detrás seguían los ancianos, las mujeres y los niños.
Cada tribu que ingresaba, era precedida y escoltada por un
grupo de Granaderos a Caballo, a la vez que era saludada con
salvas de cañones desde el Fuerte, en señal de bienvenida. Los
Pehuenches a su vez realizaban simulacros guerreros, haciendo
gala de su destreza con los caballos.
La Batalla de Maipú.
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A San Martín lo engrandece el haber reconocido siempre el
valor de sus tropas negras, indígenas y mestizas en las bata-
llas de Chacabuco, Maipú, Cancha Rayada y en la Campaña del
Alto Perú.
SU TESTAMENTO
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No ha salido a la luz algún documento que de manera indubi-
table permita dilucidar definitivamente la demora de la repa-
triación, pero hay hipótesis que sostiene que la negativa al tras-
lado de los restos del Libertador, tuvo como causa la voluntad
de su hija Mercedes de no desprenderse de las reliquias de su
padre, ese amor filial no le habría permitido avanzar en el cum-
plimiento del deseo testamentario paterno. Por otra parte es su-
mamente difícil opinar que tanto Rosas, como Urquiza, Mitre y
Sarmiento, quienes públicamente han profesado una sincera y
profunda admiración hacia San Martín, hayan dilatado la cues-
tión de la repatriación. Lo único de cierto es que las reliquias de
San Martín, atendiendo su pedido descansan en Argentina, que
su corazón este depositado en Buenos Aires.
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En la entrevista entre La Serna y San Martín. Acompañaban
al virrey, el general José de la Mar y los brigadieres José de
Canterac y Juan Antonio Monet. Por su parte, San Martín esta-
ba acompañado por el general Gregorio de las Heras, Mariano
Necochea y Diego Paroissiens. Según testigos presenciales, San
Martín, no bien reconoció a La Serna, lo abrazó cordialmente,
diciéndole: “Venga acá, mi viejo General; están cumplidos mis
deseos, porque uno y otro podemos hacer la felicidad de este
país”. En esta reunión dialogaron los masones españoles y los
masones expedicionarios que son: La Serna, José de la Mar, José
de Canterac, San Martín, Mariano Necochea y otros.
Así las cosas, hasta julio de 1821 para San Martín resultaba
claro, al menos según los textos que hemos visto, que los perua-
nos eran los llamados a definir la forma que adoptarían para su
gobierno, lo que incluso no se alteraría al momento de asumir
como Protector del Perú el 3 de agosto siguiente, si atendemos
al tenor literal del correspondiente decreto. En él señaló que al
haber asumido la tarea de liberar al Perú sólo había buscado
el adelantamiento de la causa americana y la felicidad de los
peruanos y que el mando político y militar había recaído en sus
manos por imperio de las circunstancias. Sin embargo, decía,
se debían fijar objetivos secuenciales, primero terminar con la
presencia del enemigo y, luego, asegurar la libertad política: “la
experiencia de diez años de revolución en Venezuela, Cundina-
marca, Chile y Provincias Unidas del Río de la Plata, me han hecho
conocer los males que ha ocasionado la convocación intempes-
tiva de congresos, cuando aún subsistían enemigos de aquellos
países: el primer paso es asegurar la independencia, después se
pensará en establecer la libertad sólidamente”. A ello agregaba
que bien podría haber seguido otro curso de acción, disponien-
do que electores nombrados por los ciudadanos ya liberados
designasen a quien debía gobernar “hasta que se reuniesen los
representantes de la nación peruana; pero como por una parte la
simultánea y repetida invitación de gran número de personas de
elevado carácter y decidida influencia en esta capital para que
presidiese la Administración del Estado me asegura un nombra-
miento popular; y por otra había ya obtenido el asentimiento de
los pueblos que estaban bajo la protección del Ejército Libertador,
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he juzgado más decoroso y conveniente el seguir esta conducta
franca y leal, que deba tranquilizar a los ciudadanos celosos de su
libertad”. El nuevo gobierno debía ser vigoroso para preservar
al Perú de los males que “pudieran producir la guerra, la licencia
y la anarquía”, lo que, aunque no se manifiesta en el texto, po-
dría ser provocado por los cambios que se estaban generando.
En el mismo decreto se aclaraba que el mando recaería en San
Martín hasta que se reuniese el futuro congreso peruano, y el
artículo 7º señalaba textualmente: “el actual decreto sólo tendrá
fuerza y vigor hasta tanto que se reúnan los representantes de la
nación peruana, y determinen sobre su forma y modo de gobier-
no”.
Mitre indica que para San Martín únicamente a través del es-
tablecimiento de una monarquía constitucional se lograría la in-
dependencia y un orden regular. Sea que el ambiente y las tra-
diciones peruanas, más aristocráticas y de mayor arraigo que
en Buenos Aires o Santiago, hayan influido en el carácter del li-
bertador haciéndole pensar que para evitar la anarquía el siste-
ma de gobierno más adecuado era la monarquía constitucional,
también es claro que en su posición el pensamiento de Bernar-
do de Monteagudo jugó un papel determinante. Monteagudo
no solo coincidía en esto último con San Martín, sino que había
iniciado una campaña pública tendiente a favorecer la opción
por la monarquía constitucional. Pilares fundamentales de ella
fueron la prensa y la Sociedad Patriótica de Lima.
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Faustino se encontraba en Sayan cuando San Martín proclamó
la independencia y fundó la Sociedad Patriótica, que tenía como
objetivo promover la monarquía como la salida más eficaz a las
condiciones de la población del país. Fue en ese contexto que
escribió una serie de cartas en las que argumentó su rechazo a
tal proyecto. En una de sus misivas afirmó: “Un trono en el Perú
sería acaso más despótico que en Asia, y asentada la paz se dispu-
tarían los mandatarios la palma de la tiranía”. Su diferencia con
los monárquicos es que mientras éstos pensaban que el tipo de
gobierno debía adaptarse a las circunstancias, el “Solitario de
Sayán” sostenía que debía orientarse en cambio a neutralizarlas
y combatirlas. En otras palabras, el viejo debate entre la con-
cepción de la política como “resultado” de una sociedad o como
“instrumento” de transformación de la misma. Asimismo, ironi-
zaba del principio que los países de gran territorio se goberna-
ban mejor con reyes: “¿tan grandes son los reyes que necesitan
tanto espacio?” Según este tribuno republicano, en un territorio
extenso el monarca apenas se enteraba de los que pasaba en
el interior y el poder efectivo, en realidad, lo tenía un enjambre
de burócratas intermedios. También rebatió el criterio de los
monárquicos en el sentido de que la mayoría de peruanos care-
cía de ilustración para un gobierno liberal-republicano: “¡Qué
desgraciados somos los peruanos! Después de pocos, malos y
tontos”. Respondió diciendo que “nadie se engaña en negocio
propio” y que la religión y la cultura de la ilustración atempera-
ban la ignorancia. Finalmente, su radical alegato colocaba como
referencia lo que ocurría, en esos años, en la América meridio-
nal: si ya la Gran Colombia, el Río de la Plata o Chile parecían
encaminarse al sistema republicano, ¿para qué desatar recelos
en los vecinos? “No infundamos desconfianza, y vaya a creerse,
que procuramos atentar con el tiempo su independencia; antes sí,
manifestemos, que en todo somos perfectamente iguales, y que
habiendo levantado el grito contra un rey, aún la memoria de este
nombre nos autoriza. Verdaderamente, que con sólo pensarlo, ya
oyen de nuevo los peruanos el ronco son de las cadenas que aca-
ban de romper”.
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Su férrea oposición le valió un odio profundo de Bernardo de
Monteagudo, el ministro monárquico de San Martín. Pero el “So-
litario de Sayán”, en realidad, no estaba solo. Sus ideas eran tam-
bién compartidas por Toribio Rodríguez de Mendoza, Francisco
Javier de Luna Pizarro, Manuel Pérez de Tudela y Mariano José
de Arce, entre otros. Ellos también desplegaron toda una retóri-
ca en favor de la república y sus ideas quedaron expuestas en el
periódico La Abeja Republicana; también fue colaborador de El
Correo Mercantil y El Tribuno de la República Peruana.
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Como fuera, los hombres grandes son siempre materia de
ataques y defensas, pero lo que nadie puede negar es la impor-
tancia que tuvieron.
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Dicha libertad era una resolución que solo podían tomar las
autoridades políticas que se establecieran en el Perú una vez
que este fuese “liberado”, y no era resorte del general en jefe
decidirla, menos aún si atentaba contra el derecho de propie-
dad. Ello fue recalcado al disponer que, si sobraban reclutas
esclavos, uno o dos batallones de los mismos fueran enviados
a Chile, a menos que eso resultara contraproducente para los
amos. Lo anterior, puesto que el Ejército Libertador del Perú
contaba con una jurisdicción militar limitada y concedida por
un gobierno extranjero al territorio donde iba a operar. Esta le
permitía actuar en términos bélicos, pero no tomar decisiones
políticas que solo correspondían a las autoridades legal y legí-
timamente establecidas en un Estado soberano, que todavía no
existía.
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Posteriormente a estos reclutamientos masivos, los únicos
posibles de verificar en las áreas rurales se realizaron desde
enero de 1822 en el valle de Ica. Entre las tropas que cumplían
guarnición en el lugar se encontraba un buen número de afros,
distribuidos en distintos cuerpos sin distinción etnorracial, que
sirvieron de base para conformar un nuevo batallón de more-
nos, que en principio recibió el nombre de Primer Batallón de
Infantería de Línea del Perú, denominación que más tarde varió
al de Batallón Nº 3 del Perú. El oficial encargado de su forma-
ción fue el coronel Pardo de Zela, quien rápidamente inició la
búsqueda de voluntarios entre los esclavos del valle, logrando
en poco tiempo completar el pie de su cuerpo, pues a pesar de
lo contradictorio que parezca, la ausencia de los amos y la pre-
sencia militar sin contrapeso permitía que los siervos pudieran
decidir autónomamente su incorporación al ejército.
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En esta etapa, sin embargo, dicho batallón tuvo corta vida
pues formaba parte de la llamada División de Ica, que al man-
do del general Domingo Tristán se movilizó a pie hacia Pisco.
Poco después de partir fue sorprendida y totalmente derrotada
por el general realista José de Canterac en la llamada Batalla de
Macacona, librada el 7 de abril de 1822, donde de los más de
2200 hombres del ejército patriota, resultaron cientos de muer-
tos, más de mil prisioneros, y el resto de la división dispersada.
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Así las reivindicaciones por la educación, por la desaparición
de la servidumbre y los latifundios, haciendas, obrajes, minas,
la eliminación de la esclavitud y leva forzada, hizo posible que
esta masa de campesinos montoneros al incorporarse al ejérci-
to patriota, llegara a constituirse en la sección fundamental del
ejército patriota, no sólo por ser la mayoría, sino también por su
conocimiento de la topografía andinas, por el manejo de galgas
y armas de lucha cuerpo a cuerpo que demostraba su valentía.
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Los montoneros eran “una agrupación de indios que atacaba
en montón y que constituyeron el núcleo fundamental de los ejér-
citos (campesinos pobres, hombres y mujeres del campo, de las
haciendas, de las minas y los arrieros) sumados a los negros ci-
marrones de la costa que estaban sometidos a la explotación y
expoliación del Estado colonial. Se caracterizaban en cuanto a su
conformación con un número mayoritario de indígenas, negros
cimarrones, comandados por criollos y autoridades locales”.
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El 29 de diciembre en Azapampa (hoy Distrito de Chilca –
Huancayo), las tropas del cura guerrillero Félix Aldao, fueron
vilmente masacradas por Ricafort, sucumbiendo más de qui-
nientos héroes wancas.
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Lo que a esos criollos y españoles ricos les importaba era que
hubiese gobierno, que hubiese orden. Quince días después de
su ingreso a Lima, San Martín hizo declarar la Independencia
del Perú el 28 de Julio de 1821, con un juramento que para él
eran las tres fuentes principales de todo poder político: el pue-
blo, la justicia natural y Dios. “El Perú es desde este momento li-
bre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por
la justicia de su causa que Dios defiende”.
Adiós.
Su San Martín
Tomás Guido.
Buenos Aires, mayo de 1864.
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