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Resumen Thomas Bender.

Capítulo 2

La "Gran Guerra y la Revolución estadounidense.

Introducción:

Este capítulo extiende la cronología y la geografía de la revolución estadounidense


situándola en el contexto de la competencia entre los grandes imperios del siglo XIX y en
particular el de la "Gran Guerra", el conflicto global entre Inglaterra y Francia que se
extendió desde 1689 hasta 1815. Acontecimientos que tuvieron lugar fuera de EE.UU.
fueron decisivos para la victoria de este país sobre Gran Bretaña y para el desarrollo de la
nueva nación. Además, es posible ver que la crisis revolucionaria de la Norteamérica
británica no fue sino una de las muchas que ocurrieron en distintas partes del mundo, todas
derivadas de la competencia entre imperios y la consecuente reforma de éstos.

* * *

La Declaración de la Independencia de 1776 fue la primera vez que un pueblo reclamó


formalmente y con éxito su derecho a independizarse del poder imperial. La revolución
estadounidense se trató de una triple competencia:

- fue parte de una guerra global entre las grandes potencias europeas (lo más
importante para este capítulo)

- fue una lucha por la independencia norteamericana

- fue un conflicto social dentro de las colonias

A lo largo de la historia las grandes potencias han procurado destruirse recíprocamente y


esto, muchas veces, ha sido un beneficio para las naciones más débiles. Inglaterra y Francia
fueron dos potencias en constante pugna; "tal vez debamos a este principio nuestra
libertad".

A escala global, la lucha entre Inglaterra y Francia por la hegemonía de Europa y la riqueza
del imperio, se desarrolló entre 1689 y 1815. El prolongado conflicto fue conocido como
"gran guerra". Las colonias de Norteamérica se mantuvieron al margen de aquellas guerras,
pero cosecharon beneficios de ese conflicto más amplio, y el más valioso fue su
independencia. . Sin embargo, estas disputas globales también depararon dificultades: los
grandes imperio fijaron regulaciones al comercio, las estrategias navales hicieron que el
intercambio oceánico se volviera peligroso e incierto.

Una vez asegurada la independencia mediante el tratado de Paris (1783), EE.UU. buscaron
reconocimiento internacional como una potencia neutral en el mundo oceánico. Con
frecuencia, británicos y franceses les negaban la posibilidad de comerciar con el resto de las
naciones. La rivalidad franco-británica en los asuntos locales y extranjeros de la nueva
nación restringía la práctica de su independencia, y las reacciones de los norteamericanos
ante la presencia y los enredos extranjeros influían permanentemente sobre la política y la
economía del país. La rivalidad entre las grandes potencias terminó por amenazar la
supervivencia misma de la vulnerable república.

El contexto general alentó a los colonos a expandir sus reivindicaciones retóricas de los
"derechos de los ingleses" a los "derechos del hombre". Sólo reclamando estos derechos y
declarando la independencia podían los norteamericanos esperar el apoyo extranjero que
necesitaban para tener éxito. Una guerra civil se transformó rápidamente en una guerra
internacional con implicaciones globales, que se peleó en una escala global, desde el lago
Champlian a las Indias Occidentales, desde el sur de Inglaterra hasta el cabo de Buena
Esperanza y la costa Coromandel de la India.

Para los contemporáneos estaba claro que la revolución de EE.UU. formaba parte de una
secuencia más larga de guerras globales entre Francia e Inglaterra. Las batallas que
enfrentaron a estos dos países entre 1778 y 1783 alcanzaron todos los continentes. Los
franceses querían recuperarse de las pérdidas de la guerra de los siete años (1756-1763) ,
que había conferido demasiado poder a Gran Bretaña. Esto explica el apoyo que brindaron
a los rebeldes norteamericanos. Pero la norteamérica británica no fue el principal escenario.

Cuando la guerra terminó con una serie de tratados separados en 1783, los franceses
celebraron el resultado "no tanto porque los EE.UU. eran independientes sino porque
Inglaterra había sido humillada". Sin embargo, Gran Bretaña sólo perdió en Norteamérica,
en el resto del mundo emergió de la guerra con pleno dominio de los mares y aún más
poderosa que antes.

La idea de que un conflicto que se produjera en cualquier parte de un imperio no quedaba


circunscrito a su región ni estaba exento de las consideraciones del poder global estaba
ampliamente difundida en 1776. Es por ello que la revolución de los Estados Unidos llegó a
ser parte de una guerra mundial que duró más de un siglo.

Los Imperios Globales

A fines del siglo XVII Inglaterra se consolidaba como imperio naval. España y Francia eran
dos potencias terrestres con imperios territoriales- A mediados del XVIII el poderío naval
de Francia se había extendido notablemente. En las Américas, Francia reivindicaba sus
derechos sobre la gran extensión que hoy ocupa Canadá.

La guerra de los siete años hizo que en Inglaterra aumentaran los costos de la mantención
de su flota y, tras la victoria, extendió las dimensiones del imperio y aumentó el costo
insumía mantenerlo, de forma que los británicos intentaron trasladar a sus colonias algunos
costos del nuevo estado fiscal militar. Y allí surgieron las tensiones. Los conflictos en la
India y en el norte de América amenazaron el imperio en el momento mismo en que parecía
haber triunfado. También en Francia y España aumentaron las inversiones militares y se
emprendió una reforma de las burocracias imperiales. Tensiones internas y coloniales
provocaron conflictos como la revolución en Francia de 1789 y otra en Santo Domingo en
1791. En todas partes esta creciente crisis fiscal fue global y fue provocada por los
progresivos aumentos de los gastos militares debido a la mayor integración mundial, los
conflictos y los implementos para afrontarlos se volvieron más costosos.

La victoria británica en la guerra de los siete años expandió enormemente el imperio, por lo
que las cuestiones coloniales pasaron a ocupar un lugar más destacado en los pensamientos
de los líderes políticos y administrativos. Después de este conflicto, cuando las nuevas
medidas administrativas y fiscales desbarataron los modelos establecidos anteriormente en
las colonias sobrevinieron las protestas y rebelión. Las protestas dentro de cada imperio
evolucionaron casi naturalmente hacia la rebelión, pues el sistema colonial dependía de la
cooperación de las élites locales que a su vez esperaban alcanzar cierto grado de autonomía.
Por otro lado, el crecimiento del comercio mundial ejercía nuevas presiones sobre la vida
social local. Los mercaderes se estaban enriqueciendo enormemente y eso ocasionaba un
problema doble: las relaciones de poder entre las elites locales cambiaban y los intentos de
esas elites por afirmar su autoridad dentro del imperio . Se va formando una nueva cultura
política y un nuevo sentimiento comienza a tomar forma, el nacionalismo, producido por un
sentimiento de distancia y distención que se desarrollaban en América de Norte respecto al
imperio británico. Tensiones semejantes ocurrían en otros tipos de imperio.

Los imperios del siglo XVIII contenían zonas no controladas de las que ni siquiera habían
mapas, pero incluso en aquellos lugares que contaban con un control y organización formal
era necesario realizar constantes negociaciones para poder conservarlos. Todo imperio
dependía del consentimiento tácito y la cooperación de las élites locales. El poder imperial

británico se derrumbó en Norteamérica cuando los colonos retiraron su cooperación.

Esta "gran guerra", de una duración de 200 años, comenzó en 1689 cuando Luis XIV de
Francia, preocupado por el creciente poder de Gran Bretaña, trató de impedir que
Guillermo de Orange, un protestante, fuera coronado rey de Inglaterra. Comenzó como
guerra religiosa y política, pero durante las décadas siguientes fue tendiendo hacia una
lucha de "equilibrio de poder". Entre 1713 y 1744 estamos ante un período de paz relativa
entre ambas potencias. Durante aquellos años, la población Norteamericana británica se
expandió, al igual que la economía y el comercio. Las instituciones políticas también
fueron desarrollándose sin seguir ningún modelo imperial establecido, pues el imperio
británico tampoco tenía un plan general, sino que se adaptaba a la idiosincrasia de cada
colonia. La diversidad dentro de los imperios también jugaba en contra de la noción de una
ciudadanía con derechos y obligaciones uniformes; Irlanda y Escocia tenían relaciones
constitucionales con Inglaterra y con los poderes locales que diferían de Norteamérica.

Se ha señalado que la conquista de Irlanda por Gran Bretaña fue una especie de
precalentamiento para la colonización que el imperio emprendería en el siglo XVII en
América del Norte. Los irlandeses responden a la dominación británica y vale la pena tener
en mente dicha respuesta, porque muestra que las cuestiones constitucionales que ocupan le
centro de la mayor parte de las narrativas de la revolución estadunidense no fueron únicas y
que, en realidad, eran casi inevitables en el mundo de los imperios durante la primera gran
era del discurso de los derechos. La resistencia y posterior rebelión de los colonos de
Norteamérica fueron únicas sólo por su precocidad: por haber sido las primeras y por los
alcances del éxito final. Lo más notable es que estos movimientos aparecieron en todos los
continentes de la segunda mitad del siglo XVIII. En este período, pueblos de todos los
continentes experimentaron una transformación histórica multidimensional, se desarrolló
una nueva universalidad y surgieron nuevos tipos de conflictos que exigieron respuestas.
En Sudáfrica, los bóeres, lidiaban contra Holanda por la tierra y las regulaciones
comerciales, mientras en Java las cuestiones de disputa eran los impuestos y el control de la
mano de obra. Hubo una serie de revoluciones, lo que ocurría en las metrópolis podía
encender y sustentar la resistencia colonial (como es el caso de Santo Domingo con
Francia) y, a la inversa, la resistencia colonial podía aumentar las tensiones políticas en la
capital. La época de la revolución fue parte de una historia más amplia del individualismo
que reivindicaba los conceptos de igualdad y autonomía.

En Brasil, en 1789, Joaquim José de Silva Xavier se propuso crear en Minas Gerais una
república independiente que emulara a EE.UU. Las protestas iban dirigidas contra las
medidas novedosas que desbarataban las costumbres establecidas de una autonomía local
no oficial pero sólida. En la India Británica las tensiones eran muy semejantes; cuando los
rivales franceses fueron expulsados en 1757 los británicos consolidaron su control en el
territorio bengalí. En consecuencia, la Compañía de las Indias Occidentales, el agente de
poder y gobierno inglés en la India, se volvió más fuerte y exigente. Defendieron la idea de
que la soberanía se afianzaba con el respaldo de la fuerza y para eso necesitaban muchos
recursos, de forma que aumentaban constantemente las demandas de impuestos. Cuando en
1772 la Compañía perdió su batalla contra el déficit, solicitó ayuda a Londres. El gobierno
la autorizó a enviar el té directamente a América del Norte, aboliendo la regulación que
establecía que debían detenerse primero en Londres para pagar tributo. Este privilegio
exacerbó los problemas políticos que conmovían a Norteamérica. Esta crisis financiera de
la Compañía es importante, pues revela la presión que la expansión imperial ejercía sobre el
sistema financiero británico y las interacciones globales que sustentaban el Boston Tea
Party.

Una guerra continua, 1754-1783

La guerra que llevó a la independencia a las trece colonias comenzó en el "país indio"; la
interacción entre los euronorteamericanos y amerindios se había generalizado a lo largo y
ancho de las colonias. Los indios estaban rodeados por los asentamientos franceses al norte
y al oeste, por los ingleses al este y por los españoles al sur. Los planes expansionistas
ingleses en el valle de Ohio se hicieron manifiestos en 1747. Por su parte, los gobiernos
coloniales de Virginia y Pensilvania reclamaban extensiones aún mayores. Los franceses,
que contaban con el apoyo de los aborígenes, respondieron construyendo una línea de
fuertes. Las tropas británicas llegaron en 1754 y comenzó la guerra. Las hostilidades se
habían extendido al territorio europeo, Inglaterra y Prusia eran aliadas y en el contrario
están Francia, Austria y España.

Así comenzó la guerra de los 7 años, la cual tuvo un fuerte alcance global que queda
demostrado al ver los lugares de las distintas campañas y batallas. Por mar la guerra se libró
en todas partes. Esta guerra no duró 7 años en N.América, sino que duró 12, comenzando
en 1754 y continuó casi tres años más después de que el tratado de París puso fin a la fase
europea de 1763. Este tratado fue sólo una pausa. Nadie sabía entonces cuáles serían los
auspicios de la siguiente etapa, que resultó ser la revolución estadounidense.

En la América británica, las cuestiones que habrían de definir la crisis revolucionaria fueron
un resultado inmediato de la guerra de los siete años. Esta guerra fue la primera experiencia
militar de los norteamericanos y difundió entre ellos un nuevo espíritu de nacionalismo.
Tras la guerra, los ingleses querían ejercer más control en las colonias y obtener mayores
ingresos. En 1764 "ley de azúcar" con la intención de aumentar los ingresos de la Corona
para la defensa imperial. 1765 "ley de sellos", sellar las publicaciones y documentos legales
golpeó con particular dureza a los editores de periódicos, abogados y especuladores de
tierras, quienes constituyeron un oposición bastante poderosa. En 1774 Londres había
promulgado una serie de leyes dirigidas especialmente a Boston. En todo este escenario, la
Declaración de la Independencia se presentó como una separación del rey y de los
principios de la monarquía.

1783

La paz de 1783, en la que se negocio la contribución francesa a la derrota de Gran Bretaña,


no fue justamente reconocida. El tratado dio mucho a los norteamericanos y muy poco a
Francia, que debió contentarse con el considerable placer de haber contribuido a despojar a
Gran Bretaña de una valiosa colonia. El resultado de la lucha entre revolucionarios y Gran
Bretaña se firmó en París y los otros dos, negociados entre España y Francia, se rubricaron
en Versalles. Los norteamericanos se beneficiaron con la idea de imperio sostenida por el
inglés Lord Shelburne, quien prefería "el comercio a la dominación". Este último concebía
la paz no sólo como el fin de la guerra, sino como el primer paso de un acercamiento que
beneficiaría el comercio y debilitaría la alianza franco-norteamericana, estrategia que surtió
efecto. Por otro lado, este tratado fue un desastre para los amerindios, fueron dejados de
lado por su apoyo a Gran Bretaña; "estableceremos una línea entre ellos y nosotros"

Durante este período los norteamericanos ampliaron su visión de mundo y comenzaron a


comercial con la India y con China. Esta gran revolución atraerá la atención y mirada de
todas las naciones.

La era de las revoluciones atlánticas

La revolución norteamericana tuvo un impacto sobre el siglo XVIII, hasta la revolución


francesa, el éxito norteamericano representó la "revolución" a lo largo del mundo atlántico.
Despertó especial interés en España y entre los criollos de la América hispana. A las elites
criollas les inquietaba el radicalismo de la revolución francesa, la revolución
norteamericana tenía la ventaja de terminar con los privilegios monárquicos sin movilizar a
las clases bajas (como ocurrió en Francia) ni provocar una rebelión de los esclavos (como
en Haití)

¿Hasta qué punto fue radical la revolución de EE.UU.? Todo depende de los que uno
entienda por radical, sin embargo, la revolución norteamericana fue alabada en los EE.UU.
y en otras partes del mundo por su moderación, respeto hacia los derechos transnacionales
y el derecho a la propiedad, y por no haberse opuesto de modo enérgico a las desigualdades
de riqueza, raza y género. Con todo, fue radical para su tiempo; proponía un novedoso
reposicionamiento de soberanía.

Ciertas consecuencias de la revolución fueron realmente revolucionarias. En primer lugar,


al asignar la soberanía al pueblo, se produjo un extraordinario desplazamiento de la idea de
"súbito" a la de "ciudadano". La segunda es que el debilitamiento de la aprobación religiosa
para las monarquías abrió la puerta a la separación de la iglesia y estado. La revolución de
EEUU también aceleró y legitimó los cambios sociales que ya estaban dándose.

El caso de Haití, en donde los esclavos se rebelaron y llevaron los ideales de la revolución
francesa más allá de la raza, constituyó un serio obstáculo para los movimientos
abolicionistas, pues terminó con violencia, desorden social y derrumbe económico.
Una nueva nación en un mundo peligroso

La paz de 1783 en realidad no pacificó nada. La nueva nación era independiente, pero su
libertad de acción era muy limitada. Aunque crearon una forma de gobierno concebida
como una organización distinta de las de Europa, los fundadores jamás dejaron de tener
presente al viejo continente: como amenaza militar, como un potencial socio comercial y
como un sistema de relaciones entre estados soberanos que podía enseñarles mucho en su
búsqueda de un principio viable de unión. El reto consistía en imaginar una forma de
gobierno eficaz más sólida que una liga de estados soberanos, como era el sistema de
alianzas europeas de la época, pero no demasiado fuerte, o al menos no tanto como los
estados "despóticos" de Europa.

Asuntos extranjeros y política partidaria

La cuestión de la política estadounidense era menos el debate frecuentemente ensayado


entre Hamilton y Jefferson sobre economía política y sus opiniones sobre si el país debía
"inclinarse" hacia Gran Bretaña o hacia Francia. En realidad, sus opiniones sobre las dos
cuestiones estaban conectadas y sus posiciones respectivas no son exactamente las que
cabría esperar. Jefferson era el mayor internacionalista: su nación de agricultores
aprovecharía los derechos de las naciones comerciantes neutrales para llegar a los mercados
del mundo. Hamilton, más realista, reconocería que sería difícil, hacer respetar los derechos
comerciales neutrales. El desarrollo de la industria haría que los estadounidenses no
dependieran tanto de un comercio que no podían garantizar o que no podían garantizar sin
la protección de Gran Bretaña.

Las divisiones políticas basadas en las actitudes hacia la revolución francesa comenzaron a
surgir a fines de 1791. Los líderes de la nueva nación eran plenamente conscientes de que
la política estadounidense era conducida por la inevitable encrucijada entre Francia e
Inglaterra.

Haití contribuyó a aumentar la división partidaria. Las posiciones de Adams y Jefferson


eran controversiales. Adams apoyaba a Toussaint L´Ouventure y su revolución. Jefferson,
por su parte, cuando Haití logró la independencia en 1804 se negó a reconocer a la nueva
nación.
El Tratado de Amiens de 1802 puso fin a las guerra de la Revolución Francesa, pero la paz
internacional reinó sólo por un breve período. Durante los años siguientes, los
norteamericanos quedaron atrapados en un circuito de restricciones comerciales
contradictorias promulgadas por las Órdenes del Consejo Británico y por el Sistema
Continental de Napoleón. Entre 1807 y 1814 el comercio estadounidense disminuyó un
noventa por ciento.

Los británicos aparentemente estaban bloqueando tanto el acceso a las tierras del oeste
como el comercio global, alentando también la resistencia india. El presidente James
Madison llevó finalmente a su país a guerra con Gran Bretaña para afirmar su
independencia y el derecho de EE.UU. de tener igual estatus que las demás naciones del
mundo. No les fue bien y en 1814 la situación era desesperada. Los británicos, habiendo
doblegado a Napoleón en Europa, estaban listos para enfrentarse a los norteamericanos. Sin
embargo, una victoria nabal estadounidense en el lago Champlian y otra en el fuerte
McHenry después de los incendios de Washington persuadieron a Gran Bretaña de la
conveniencia de poner fin a la guerra.

Un nuevo nacionalismo

El nacionalismo europeo, la industrialización y el compromiso británico con el comercio


libre se conjugaron para dar a los norteamericanos el espacio que les permitió definir por sí
mismos una política y una agenda nacionales. La política interna de los EE.UU., ya no más
enredada en la rivalidad entre los británicos y los franceses se apaciguó; los intereses más
locales reemplazaron a las pasiones ideológicas inspiradas por esta vieja contienda.

Los líderes norteamericanos también se asociaron de una manera más consciente con
"América" y comenzaron a utilizar el nombre para referirse no al continente, sino a EE.UU.
Una vez alcanzada la independencia real, el sentimiento nacionalista de los estadounidenses
cobró nuevo impulso. El nacionalismo y el desarrollo iban de la mano y la significación
internacional de los EE.UU. cambió de modo radical: en el curso del siglo XIX dejó de ser
una alternativa política a la monarquía para transformarse en un lugar de oportunidades
mercantiles y de asombrosa pujanza económica.

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