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RESUMEN DE INTRODUCCIÓN AL LATÍN VULGAR DE VEIKKO VAANANEN

Latín vulgar y lengua latina

El término latín vulgar ha sido atacado más de una vez por los latinistas. Hacen notar estos que el epíteto “vulgar” se
presta a equívocos, porque evoca demasiado exclusivamente el habla inculta. Querrían reemplazarla por términos más
precisos: latín popular, latín familiar o latín cotidiano. Einar Löfstedt tenía razón al decir que, “en realidad, no se llegará
jamás a definir el latín vulgar de una manera lógica, incontestable y adecuada”.

Por parte de los romanistas puede constatarse que, desde comienzos del siglo, ya no oponen latín vulgar y latín clásico
como dos idiomas diferentes. El latín no es más que una transición entre dos estados idiomáticos: el indoeuropeo y el
romance; las diferentes variedades romances representan en cierta manera los dialectos medievales y modernos del latín.

Por otra parte, la idea que se tiene del latín es con demasiada frecuencia la de una lengua no sólo unida, sino también
fijada de una vez para siempre y como inmutable. Se explica esta ilusión por el hecho de que el latín literario parece haber
conservado una misma estructura general durante casi ocho siglos sucesivos. Pero la estabilidad relativa de la lengua
escrita no ha sido más que la máscara de numerosos cambios y hasta transformaciones capitales realizadas en la lengua
hablada. El latín del que son continuación las lenguas romances se encuentra en franco desacuerdo con la forma literaria
y sobretodo clásica.

Siempre y en todas partes, el hombre sin cultura se sirve de construcciones más simples y, en ocasiones, más vigorosas
que la lengua literaria, dejándose arrastrar sin freno a modificaciones dictadas por el menor esfuerzo y por la necesidad
de expresividad. Hay que guardarse bien de exagerar la oposición entre la lengua hablada y la escrita; pueden señalarse
numerosos puntos de contacto entre la lengua popular y el estilo poético.

El latín vulgar, tal como lo concebimos, comprende los estados sucesivos desde la fijación del latín común, al terminar el
período arcaico, hasta la víspera de la consignación por escrito de textos en lengua romance.

El latín a la conquista del mundo

La historia del latín se ha desenvuelto en dos tiempos: 1) bajo el signo de la unificación (romanización), y 2) bajo el de la
disgregación (caída del Imperio de Occidente y de su civilización y su dislocación lingüística).

LA EXPANSIÓN ROMANA

En el momento en que los romanos penetran en la historia, Italia era un combinado de razas. Los etruscos eran dueños
de Roma, los pueblos llamados itálicos (entre los que hay que contar a los Umbros, los Osco-samnitas y los latinos) eran
limítrofes de Etruria por el sur. Roma, aldea situada en el corazón del Lacio gozaba de una posición extraordinariamente
privilegiada.

Una vez expulsado el último rey etrusco, Roma no solo con las armas sino también con la ayuda de hábiles tratados y
alianzas, sometió a los pueblos vecinos. Los habitantes de las ciudades conquistadas se fueron convirtiendo
progresivamente en ciudadanos romanos, sometidos al derecho romano y a la obligación del servicio militar.

Después surge una potencia rival, Cartago. Las guerras púnicas o fenicias decidieron la supremacía mediterránea de
Roma. La primera (269- 241) se concluyó con la institución de la primera provincia, Sicilia, seguida de las de Córcega y
Cerdeña. A partir de entonces, el poder romano se extendió por toda la cuenca occidental del Mediterráneo, llamado ya
por los romanos mare nostrum.

El inmenso Imperio Romano, que prácticamente se identificaba con el mundo conocido por los antiguos, se mantuvo al
precio de pesadas guerras. La potencia de Roma comenzó a resquebrajarse por la anarquía militar, por el nefasto reinado
de emperadores extranjeros y desnaturalizados, así como por las primeras invasiones bárbaras. Constantino, después de
haber vencido a su rival Majencio en el 312, se hizo defensor del cristianismo y transfirió la sede del imperio a Bizancio,
que tomó el nombre de Constantinopla. La fe cristiana se convirtió en la religión de estado bajo Teodosio. A la muerte de
Teodosio I, el imperio fue dividido entre sus hijos: Arcadio (Oriente) y Honorio (Occidente). Pero el Imperio de Occidente,
incapaz de hacer frente a las oleadas de los Hunos, los Godos, los Vándalos, caería en el 476.
LA ROMANIZACIÓN

La romanización, o sea, la asimilación espiritual y lingüística de los diversos pueblos sometidos, no se efectuó en todas
partes de igual manera. En Italia, este proceso fue relativamente rápido y profundo gracias a las afinidades étnicas y
lingüísticas de los habitantes y gracias también a la habilidad de los vencedores. El mundo griego y helenístico opuso a
estos una cierta resistencia; la lengua latina no ha podido suplantar al griego. Sin embargo, el latín siguió siendo allí la
lengua oficial.

En Occidente, Hispania y las Galias vieron desarrollarse centros romanos florecientes: Córdoba, Sevilla, Lion, Reims,
Burdeos, Tolosa, Arlés, Orleans. En el siglo II, España suministró los mejores emperadores de Roma. La romanización en
las provincias periféricas fue generalmente más débil: África, o sea, Cartago, Numidia y Mauritania, conoció un verdadero
florecimiento bajo el señorío romano y contribuyó a la riqueza material tanto como al patrimonio espiritual de Roma,
pero terminó por perderse para el mundo latino.

La lengua latina se impuso a los vencidos no por la violencia sino por el prestigio de los vencedores. Ante todo servía de
instrumento de comunicación entre los autóctonos y los romanos, soldados, colonos, funcionarios, mercaderes. Se
convirtió en la señal exterior de la comunidad romana y, por fin, en vehículo de la cultura grecorromana, como, más tarde,
del cristianismo.

ELABORACIÓN DEL LATÍN COMÚN Y LITERARIO

Con el remontarse político de Roma, el latín, con el griego, se convirtió en la segunda lengua mundial. El latín es el
resultado de una fusión de elementos rústicos y extranjeros con el fondo indígena y urbano. El contacto con la civilización
helénica ha sido de una importancia capital tanto para el nivel de vida como para la lengua de los romanos. Desde el
comienzo del período republicano, estos se dejaron seducir por el confort, el lujo, los juegos, las artes y, en fin, por la
filosofía y las ciencias que cultivaba Grecia. Atenas se convirtió en la gran escuela de los patricios romanos.

Un griego de Tarento, Livio Andrónico, tiene el honor de haber inaugurado la poesía latina, épica y dramática, en el siglo
III. “Ninguna literatura depende tan estrechamente de otra como la literatura latina de la griega. Sin embargo, la imitación
y la adaptación no excluían la originalidad de los autores romanos, que la hallaban sobre todo en la manera como
traducían y transmitían el pensamiento griego”.

El elemento griego penetró en la lengua de todos los medios sociales de Roma.

Las edades del latín

El desmembramiento de la evolución del latín en piezas cronológicas ha de ser más o menos arbitrario. La cronología qué
aquí proponemos no es más que una de las muchas divisiones posibles.

1) LATÍN ARCAICO Y PRECLÁSICO: desde los orígenes hasta fines del siglo I a.C.

Fuentes: inscripciones grabadas, fragmentos de cantos rituales y de fórmulas legales, actas oficiales; comienzo de la poesía
debidos a Livio Andrónico y a Necio, de la primera mitad del siglo III conservados fragmentariamente.

Entre los monumentos epigráficos más importantes conservados a partir del siglo V, figuran los epitafios de los Escipiones.

A través de vacilaciones y tanteos, la lengua literaria se libera de arcaísmos y se unifica. Pertenecen a este periodo: Ennio,
Plauto y Terencio, Catón el viejo y Lucilius. Están a caballo entre los períodos preclásico y clásico Lucrecio y Catulo.

2) LATÍN CLÁSICO (“EDAD DE ORO”): desde la mitad del siglo I a.C. a la muerte de Augusto (14 d.C)

Apogeo de las letras romanas que coincide con el auge de la política romana. La retórica y la filosofía están personificadas
por Cicerón, que depura la lengua y crea la prosa artística, el “latín clásico”. La historia está representada por César,
Salustio y Tito Livio; la poesía épica llega a la cima con Virgilio, la poesía moral con Horacio y la elegíaca con Título,
Propercio y Ovidio.

3) LATÍN POSTCLÁSICO (“EDAD DE PLATA”): desde la muerte de Augusto hasta el año 200.

Es el barroco de la literatura latina, caracterizado por la afectación del estilo y la aceptación de elementos populares y
arcaicos. Autores famosos: Tácito, Séneca, Plinio, Petronio, Apuleyo, Juvenal y Quintiliano.
4) LATÍN TARDÍO (BAJO LATÍN): desde alrededor del 200 hasta la llegada de las lenguas romances

Este período nos lleva hasta el final de la latinidad propiamente dicha; pero el proceso de disgregación no se ha efectuado
sin reacción y hasta retorno a los modelos clásicos. Los autores eclesiásticos, por otra parte, desaprueban las normas
clásicas y paganas. De la larga serie de escritores cristianos hemos de recordar a San Agustín, San Jerónimo, San Ambrosio,
etcétera. En general, el nivel literario y gramatical de todo cuanto se escribe en bajo latín va descendiendo continuamente
desde el siglo VI hasta la reforma carolingia en el siglo VIII: obras edificantes, históricas e instructivas, textos de leyes, de
ordenanzas y de actas, son redactados en un latín más o menos bárbaro. La reforma del latín, patrimonio ya de la iglesia
y de los cultos, coincide aproximadamente con la génesis de un nuevo idioma: el romance, es decir, la toma de conciencia
de una lengua hablada diferente del latín litúrgico o de los documentos. El Concilio de Tours del año 813 confirma la
existencia de una rustica romana lingua. La primera muestra de estas dos lenguas será ofrecida, unos años más tarde, por
los Juramentos de Estrasburgo (842).

Fuentes del latín vulgar

La literatura romana utilizaba un latín de lujo, se trataba de una lengua con gran refuerzo de figuras oratorias. En estas
obras el hombre de la calle, el Romano como tal, no aparecía por ninguna parte.

Al esforzarnos por descubrir el latín hablado, nos vemos perjudicados por la literatura propiamente dicha. De toda la
evolución de la literatura latina, nos interesan los períodos preclásico y posclásico. El período arcaico no puede ser tenido
en cuenta ya que la lengua hablada ha sido la primera en desembarazarse de las particularidades propias de esta etapa.

Es obvio que hay vulgarismos que se transparentan a través de la lengua literaria en los monumentos escritos. Esto es
verdad cuando se trata de textos brotados de personas pocos cultivadas, quienes ponen todo su interés en escribir bien
desde que echan mano de la pluma. Son, pues, las faltas que cometen, por un lado, y, por otro, los excesos de corrección
e hipercorrecciones, las que nos informan sobre el latín vulgar.

Gramáticos latinos y glosarios latinos: se trata de vocabularios rudimentarios que traducen palabras y giros considerados
como ajenos al uso de la época por expresiones más corrientes.

Inscripciones latinas: se distinguen muchos tipos de inscripciones:

-inscripciones grabadas, fórmulas más o menos estereotipadas: textos honoríficos, dedicatorias a divinidades, epitafios,
actas públicas o privadas.

-inscripciones pintadas, muy raras: proclamas públicas, anuncios privados, sobre todo en Pompeya.

-instrucciones trazadas con punzón, más raramente con carbón, llamadas grafitos. Una clase particular: tablillas de
execración, fórmulas cabalísticas grabadas en láminas de plomo destinadas a llevar mala suerte a un enemigo o a un rival.

-papiros con textos privados.

Autores latinos antiguos, clásicos y de la edad de plata: el epistolario de Cicerón esmalta sus cartas familiares con
expresiones conversacionales. La palabra o el giro popular saltan también a la pluma de todo el que quiere ofrecernos un
diálogo entre gente de pueblo, por ejemplo, la célebre novela picaresca de Petronio. En ella cuenta las peripecias de una
banda de rateros y gorrones cuyo episodio principal es la famosa comilona de unos libertos nuevos ricos con la lengua
harto ligera y que presentan toda una jerarquía de charlatanes vulgares.

Tratados técnicos: los autores de tratados de agricultura tienen en general pocos conocimientos gramaticales a causa de
su lengua intensamente teñida de elementos populares.

Historias y crónicas a partir del siglo VI: se trata de obras tocas y sin pretensiones literarias, redactadas en un latín
entreverado de vulgarismos y reminiscencias clásicas.

Leyes, diplomas, cartas, formularios: la lengua de estos textos es un injerto extraño, mezcla de elementos populares y
reminiscencias literarias o pasadas de moda.

Autores cristianos: los cristianos de los primeros tiempos también rechazaron decididamente el exclusivismo y el
normativismo del latín culto y literario. El latín que utilizaban debía dar expresión a la ideología cristiana. Este latín de los
cristianos estaba cuajado de expresiones y giros propios de la lengua popular, por una parte, y, por otra, de elementos
griegos o semíticos tomados en préstamo o calcados. Sin embargo, hacia la segunda mitad del siglo IV, se nota un cierto
retorno a la antigua tradición romana y helenística, que confiere a las obras cristianas un carácter más docto. San Jerónimo
dará así una vestidura más literaria a los sagrados textos en la versión Vulgata. La poesía cristiana del siglo IV se atiene a
la tradición romana hasta el punto de evitar los términos específicamente cristianos. Es obra de San Ambrosio haber
establecido un equilibrio entre los elementos esenciales de una poesía cristiana y los elementos tradicionales de la
herencia literaria de Roma.

Reconstrucción del latín vulgar por el estudio comparado de las lenguas románicas: es la gramática comparada de los
idiomas románicos la que revela las principales transformaciones sufridas por el latín hablado, tales como el paso del
ritmo cuantitativo al ritmo acentual, la casi abolición de la declinación, la pérdida de ciertas formas del sistema verbal,
etcétera. Pero las lenguas no románicas de la Romania perdida y las regiones limítrofes proporcionan también diversos
datos que interesan al latín vulgar, sobre todo en cuanto a léxico y fonética.

De la unidad latina a la diversidad románica.

La lengua tenía que ser uniforme, al menos en principio. Y, en efecto, todas las lenguas románicas descansan sobre un
latín vulgar cuya estructura general es, a grandes rasgos, por todas partes la misma. Quintiliano había observado ya que
la norma latina era relativamente muy simple por el hecho de no estar la lengua dividida en dialectos como lo estaba el
griego. Sin embargo, pasa por axioma que una lengua hablada en una extensión tan grande y por tan heterogéneas
poblaciones como lo era el latín en la época Imperial, no podía tardar en disgregarse según los lugares y según los medios
sociales al mismo tiempo. Los textos tardíos, todo lo poco literarios y bárbaros que se quiera, representan más bien un
latín de comunicación.

Por lo que se refiere a las causas de la variación local, se admiten en principio tres clases de factores: étnicos, sociales y
cronológicos. Por factores étnicos se entiende la acción que ejerce sobre una lengua un pueblo o una comunidad
lingüística diferenciada. Una vieja hipótesis, todavía viva, afirma que los soldados y los colonos romanos han trasplantado
a provincias un latín fuertemente contaminado por elementos itálicos. Lo mismo pasa con los superestratos, es decir, los
elementos que provienen de la lengua de un pueblo conquistador que adopta la lengua de los conquistados.

Desde el punto de vista social, el latín ha conocido desde el período antiguo variedades de formas, de construcciones y,
sobre todo, de pronunciaciones que permiten clasificar al sujeto que habla por razón de su condición social. Es necesario
tener en cuenta a este propósito que la jerarquía social de una lengua cambia con más o menos rapidez: lo que en un
determinado momento pasa por “urbano” puede convertirse en “plebeyo” en el término de una o dos generaciones, y
viceversa.

El elemento cronológico o evolutivo lo que busca aclarar es que el latín no ha cesado de evolucionar. El latín llevado a
Galia o Dacia como consecuencia de las conquistas de César y de Trajano, no era el mismo que había penetrado en
Cerdeña y en España.

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