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CONFLICTOS Y EXPRESIONES DE LA DESIGUALDAD

Y LA EXCLUSIÓN EN AMÉRICA LATINA


Temas Estratégicos
Cuerpo Académico Internacional e Interinstitucional

Consejo de directores

Robinson Salazar Pérez


Nchamah Miller
José Luis Cisneros

Comité editorial internacional

Ignacio Medina, Juan Carlos García Hoyos,


Orlando Villalobos Finol, Dídimo Castillo Fernández,
Flabián Nievas, Ana Teresa Gutiérrez del Cid,
Jennifer Fuenmayor Carroz, Nebis Acosta, Gloria Caudillo,
Yamandú Acosta, ˘lvaro Márquez-Fernández, Luz Parra Neira,
Antonio Rosique, Mario Ortega, Alberto Padilla,
Rafael Paz Narváez, Jorge Abel Saldaña Rosales,
Gilberto Valdés Gutiérrez, Gian Carlo Delgado, Paula Lenguita,
Ma. Pilar García-Guadilla, Alfonso Rivas Mira, Alfredo Falero,
Manuel Antonio Garretón, Norma Fuller,
Leonardo Rioja Peregrina, John Saxe-Fernández, Carlos Fazio,
Ambrosio Velasco Gómez, José Alfredo Zavaleta Betancourt,
Rigoberto Lanz, Julian Rebón, Jorge Lora Cam
y Victor Ego Ducrot
CONFLICTOS Y
EXPRESIONES DE LA
DESIGUALDAD
Y LA EXCLUSIŁN
EN AMÉRICA LATINA

EDITORES
DAVID MARTÍNEZ-AMADOR
MA. GREGORIA CARVAJAL SANTILLÁN

COORDINADOR
SEBASTIÁN GOINHEIX

Colección
Temas Estratégicos

elaleph.com
Conflictos y expresiones de la desigualdad y la exclusión en América
Latina / Sebastián Goinheix ... [et.al.]; coordinado por Sebastián
Goinheix; edición a cargo de David Martínez-Amador y María Gregoria
Carvajal Santillán. - 1a ed. - Buenos Aires: Elaleph.com,
2009.
274 p. ; 21x15 cm. - (Temas estratégicos / Robinson Salazar)

ISBN 978-987-25096-4-4

1. Sociología. I. Goinheix, Sebastián II. Goinheix, Sebastián, coord.


III. Martínez-Amador, David, ed. IV. Carvajal Santillán, María Gregoria,
ed.
CDD 301

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copy-
right, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de
esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la fotocopia y el
tratamiento informático.

© 2009, los autores de los respectivos trabajos.


© 2009, ELALEPH.COM S.R.L.

contacto@elaleph.com
http://www.elaleph.com

Primera edición

Este libro ha sido editado en Argentina.

ISBN 978-987-25096-

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en el mes de octubre de 2009 en


Bibliográfika, Elcano 4048,
Buenos Aires, Argentina.
ÍNDICE

Presentación 9

Introducción 13

Parte I
Revisiones y perspectivas sobre exclusión y pobreza

Marginación y desigualdad en Guatemala:


Democracia sin demos
por David Martínez-Amador y Ma. Gregoria Carvajal
Santillán 21
Algunos datos 28
Bibliografía 38

Una aproximación a la dimensión fenomenológica


de la exclusión social: La Zona Metropolitana
de la Ciudad de México
por Rafael Hernández Espinosa 39
Introducción 39
El contexto estructural. La zona Metropolitana de la Ciudad
de México y el municipio de Chimalhuacán 42
Consideraciones sobre la exclusión social: estructura, cultura
y curso de vida 49
Prácticas significantes y sentidos de la integración social 57
Conclusiones 69
Bibliografía 74

–5–
Crítica a las teorías de la pobreza y el desarrollo humano
frente a la desigualdad y violencia en el campo mexicano
por Jorge Arzate Salgado 79
Introducción 79
Preguntarle a la pobreza sobre la desigualdad económica y
social 82
La medición de la pobreza como ideología del menos 87
La medición del IDH como ideología del más 92
La invisibilización de las desigualdades y la vulnerabilidad
social en el campo mexicano 96
Desigualdad y formas de la vulnerabilidad social en el campo
mexicano, un breve recuento de complejidad 98
Formas de violencia y desigualdad-vulnerabilidad social en el
campo mexicano, otro breve recuento 101
Conclusiones 105
Bibliografía 107

No sólo es cuestión de migrantes: migraciones externas


y exclusión social
por Néstor Cohen 109
Introducción 109
El migrante externo como sujeto de estudio de las Ciencias
Sociales 111
Extendiendo la frontera de la categoría exclusión social 114
Relaciones interculturales, relaciones en tensión 121
La extranjeridad producida 129
Conclusiones 133
Bibliografía 136

México: ¿Hacia un Estado gendarme?


por Miguel Ángel Vite Pérez 137
Introducción 137
Los conceptos para el análisis 141
La inseguridad social como amenaza 146
La legalización del combate al crimen organizado 154
Violencia y criminalización 164
Reflexión final 169
Bibliografía 174

–6–
Parte II
Políticas Sociales, actores y conflictos

Políticas de combate a la pobreza y polarización social en


México. El caso del programa Progresa-Oportunidades
por Marguerite Bey 183
Introducción 183
El contexto político 185
¿Qué significa la focalización en los pobres? 187
Las condiciones de la implementación del Progresa 191
La evolución del programa y sus resultados 197
Conclusiones 204
Bibliografía 207

Políticas sociales y prácticas excluyentes:


procesos de subjetivación y construcción de ciudadanía
por Ana María Pérez 211
Introducción 211
Acerca del concepto de exclusión 212
Exclusión/Inclusión y construcción de ciudadanía 214
Políticas de inclusión y construcción de ciudadanía 219
Planes sociales y ciudadanía: el discurso de los beneficiarios 221
A modo de conclusión 229
Bibliografía 231

Actores y consumo: respuestas a la política social


por Sebastián Goinheix 233
Introducción 233
“Uso” como respuesta activa de los agentes 236
El Proyecto 300. Contexto normativo e institucional. 243
Análisis de los discursos sobre el consumo 247
Conclusiones 262
Bibliografía 268

Autores 271

–7–
PRESENTACIÓN
De nuevo la Red de Investigadores Latinoamericanos por
la paz y la democracia (www.insumisos.com) entrega a la opinión
pública académica un producto de manufactura colectiva que
fue encargado a tres investigadores junior para que dieran
cuenta de la problemática de la exclusión, la desigualdad y los
conflictos en América Latina.
Investigadores de México, Argentina, Uruguay, Francia y
Guatemala prestaron su capacidad, reflexionaron en su con-
junto lo que acontece en Latinoamérica en el ámbito reseña-
do, centraron su atención y desplegaron capacidades para
ilustrarnos qué está pasando con la pobreza, cómo está aten-
dida por los gobiernos, los resultados que se han obtenido de
las políticas públicas, las asignaturas pendientes y el papel de
los intelectuales ante el espectro de desigualdad que prevalece
y a su vez evita el despliegue del ejercicio de la democracia
real.
Nos congratulamos con el trabajo de los autores, en espe-
cial con la dirección del proyecto que asumieron David Martí-
nez-Amador y Gregoria Carvajal Santillán, la labor paciente y
ordenada de Sebastián Goinheix y a cada uno de los actores
del libro por la disposición de escribir y entregar en tiempo y
forma sus escritos.
Enhorabuena el libro “Conflictos y expresiones de la des-
igualdad y la exclusión en América Latina” estoy seguro que
será un texto que aporta al debate, ejercita un tipo de re-
flexión colectiva y abre una ventana para que podamos ver,

–9–
analizar e interpretar lo que está pariendo la realidad latinoa-
mericana.

Robinson Salazar Pérez


San Miguel de Tucumán
Argentina, 2009

– 10 –
“Pero el coronel no ha dicho ni dirá esa palabra, porque
desconoce el vocablo ‘rendición’. Y cuando en voz baja le he
mencionado a Raymond Harris que el obstinado comandante
parece estar más seguro que nunca, cuando en apariencia no
tendría ningún motivo para estarlo, el inglés se quedó pensati-
vo y luego, con su cinismo de siempre, se ha encogido de
hombros y me ha contado que un compatriota suyo, un tal
Oliverio Cromwell, ha dicho que ‘el hombre no avanza nunca
tan seguro, como cuando no sabe adónde va...’”.

No robarás las botas de los muertos,


Mario Delgado Aparaín.

– 11 –
INTRODUCCIÓN
La presente publicación fue concebida como un aporte
para generar nuevos debates sobre desigualdad, exclusión y
políticas sociales en la que es –según diversos indicadores– la
región “más desigual del mundo”. ¿Qué significa ser pobre,
marginado o excluido, especialmente en un contexto de fuer-
te desigualdad social? ¿Qué relaciones se entretejen en nues-
tras conflictivas y complejas sociedades? ¿Cómo interpretar
los aciertos y fracasos de las políticas públicas? ¿Son posibles
nuevos abordajes de estos fenómenos?
En América Latina existe una larga tradición en el trata-
miento de la pobreza y la exclusión o marginación. El con-
cepto “marginalidad” había surgido de los análisis urbanísti-
cos, a partir de la constitución de barrios pobres en las
periferias de las ciudades, y que, por tanto, dejaban el con-
cepto circunscrito a ciertos grupos. Un primer salto de esta
descripción circunscripta a otra más amplia se produce con la
concepción de lo marginal como lo excluido de la comunidad,
propuesta por la DESAL, en la década del 60’; la marginali-
dad es explicada, pues, desde los aspectos constitutivos de la
propia población aludida, a partir de la fragmentación interna
y la desorganización familiar. Es decir que lo marginal es
definido por sus características internas y no por algún tipo
de proceso de marginalización. Se es marginal porque no se
forma parte de la comunidad, y esto porque no se asumen
comportamientos y valores compartidos, de modo que son

– 13 –
dichas poblaciones las que, con sus conductas, se alejan o
retiran de la comunidad.
Otra vertiente estuvo dada por el funcionalismo de Gino
Germani, en un análisis de los procesos de modernización de
América Latina. La marginalidad se entendía como la persis-
tencia de elementos de la sociedad tradicional, es decir, de los
efectos de la transformación tardía hacia la sociedad moderna
(efectos de demostración y de fusión y otras “asincronías”).
De este modo sugiere que las adherencias y reacciones que
provocarían las pautas tradicionales, se harían cada vez me-
nos importante al ir modernizándose la sociedad. En este
sentido, la marginalidad no sería más que un desajuste, un
fenómeno aberrante y circunstancial en el proceso del desa-
rrollo, que iría “acomodándose” con el avance de las socie-
dades. Germani parte de una visión totalizadora y objetivista
de la sociedad en que la integración pasa por tres dimensio-
nes: una normativa: sistemas y subsistemas de normas, status
y roles en condiciones de ajuste recíproco; otra psicosocial:
correspondencia entre las expectativas y actitudes internali-
zadas de los individuos y las demandas de la estructura nor-
mativa; y finalmente una ambiental: contexto real en que tie-
nen lugar las acciones de los individuos. La desintegración se
produce como desajuste de una o varias de estas tres dimen-
siones, siendo esta desintegración la que explica el cambio
social; en tanto la integración sería el resultado del reacomo-
damiento de las partes de un sistema en un proceso de trans-
formación.
A partir del legado de la noción centro-periferia, y las dis-
cusiones con el dependentismo, surgen las propuestas de la
“informalidad” trabajada por Aníbal Quijano (para quien la
marginalidad no implica desintegración sino una forma parti-
cular de integración), o la tesis de la “masa marginal” propues-
ta por José Nun en 1969, que constituyen una alternativa a las
visiones anteriores. Nun, por ejemplo, intenta un análisis de la
dinámica del trabajo y la acumulación capitalista en las socie-

– 14 –
dades dependientes como explicación del fenómeno, dado que
la exclusión se define por los medios de empleo y no por los
de subsistencia. Ya no se trata de una descripción de los gru-
pos marginados, o de referirlos a un proceso inacabado, sino
de analizar el conjunto de mecanismos por los que se margina-
liza a sectores en la sociedad para el funcionamiento de toda la
sociedad o, para ser más precisos, de la posibilidad de un cier-
to tipo de acumulación capitalista. Siguiendo a Marx, denomi-
na “masa marginal” a la parte de la superpoblación relativa que
no produciría efectos funcionales sobre el mercado de trabajo (sí
producidos por el “ejército industrial de reserva”) en tanto ni
siquiera cabe la posibilidad que el sistema los incorpore como
asalariados. Por tanto, desde la nueva perspectiva, con el con-
cepto de exclusión ya no se designará a grupos particulares,
sino a procesos sociales que pueden conducir a la progresiva
ruptura de lazos sociales. Estos procesos no son azarosos sino
que son siempre expresión de cierta configuración de las rela-
ciones de poder, no surgen de la naturaleza de las cosas sino
de las concretas formas de explotación.
Ciertamente se han constituido interesantes y prolíficas tradi-
ciones a partir de estas obras, además de nuevas formulaciones
de otros campos y autores. Sin embargo, de algún modo se reco-
noce en aquel debate un mojón importante para la academia lati-
noamericana. Por una parte porque sostuvo una reacción al desa-
rrollismo, de fuerte carácter estructural-funcionalista ligado a
la apología de la modernidad europea y norteamericana, toma-
das como “modelo”, como fin y destino. En segundo lugar,
porque constituye una alternativa ante acercamientos que no
cesan de achacar a la depravación de los pobres las causas de
todos sus males. Pero quizá también, porque insinuó el naci-
miento de una reflexión y una tradición original, típicamente
latinoamericana. Tradición que luego, en parte, se hizo más
difusa y menos persistente, debido a algunos límites de las
líneas de investigación, pero también como consecuencia de
debilidades institucionales y contextos políticos autoritarios.

– 15 –
En todo caso, con la actual publicación no se intenta dar con-
tinuidad explícita a estas investigaciones, sirvan pues estas lí-
neas para reconocer sus aportes a la reflexión latinoamericana,
como una forma de continuar su legado.

En cuanto a la estructura del libro, se optó por dividirlo en


dos partes que dieran cuenta, respectivamente, de discusiones
en torno a los conceptos de pobreza y exclusión, por un lado,
y por otro, de un análisis de experiencias de políticas sociales.
No se trata de una parte más teórica y otra de descripción de
casos, ya que en ambas partes se pueden extraer consecuencias
teóricas y empíricas que permiten afrontar con mayor rigor los
debates contemporáneos.
En la primera parte se retoma la reflexión y análisis a par-
tir de los conceptos de pobreza, desigualdad y exclusión.
Abren el libro David Martínez Amador y Gregoria Carvajal
apuntando a la marginación como dinámica política social
guatemalteca, debido a los límites impuestos por las elites a la
búsqueda de la igualdad, proponiendo así una discusión de la
marginación como límite a la democracia –sustantiva y no
meramente formal–. En esta línea el artículo de Rafael Her-
nández explora la construcción de las experiencias de desven-
taja de jóvenes de barrios deprimidos de la Zona Metropoli-
tana de la Ciudad de México, y qué sentido cobra la
integración/exclusión desde una perspectiva fenomenológica.
Mientras que el de Jorge Arzate se erige como una crítica a
los principales esfuerzos de medición de la pobreza y la ex-
clusión, crítica que se dirige hacia los límites de un acerca-
miento cuantitativo y a las deficiencias teóricas de perspecti-
vas que no integran dimensiones fundamentales en el
esclarecimiento del fenómeno. En tanto Néstor Cohen pre-
senta una redefinición de la exclusión, a partir de la situación
de los migrantes para dar cuenta del modo en que la sociedad
receptora produce extrangeridad, excluyendo así a los mi-
grantes externos. En el último artículo de esta primera parte,

– 16 –
Miguel Vite analiza la transformación del Estado mexicano
en un “Estado penal”, que ha reforzado su función punitiva
como respuesta a la inseguridad, producto del abandono de
su compromiso social y la consecuente individualización de
los costos sociales del desempleo y la informalización.
A continuación, en la segunda parte del libro, se exponen
casos de política social realizando distintas aproximaciones
críticas, ya sea a sus limitaciones como a la perspectiva de los
actores beneficiarios de las prestaciones. No se trata tanto de
la presentación de distintos diseños de políticas sociales o de
reflexiones sobre el estado de bienestar, sino que cobran ma-
yor importancia los actores, ya sea como destinatarios de las
políticas ya en su capacidad de debatir y responderlas. En
esta parte se encuentra, en primer lugar, el artículo de Mar-
guerite Bey con una caracterización y análisis de caso del
emblemático “PROGRESA” de México, preguntándose por
su originalidad, sus limitaciones y las consecuencias sociales y
políticas de sus definiciones. Mientras tanto Ana María Pérez
invita a pensar en un modelo de análisis de la producción de
subjetividad desde la exclusión a partir de una conceptuación
de la ciudadanía activa. Finalmente, el artículo de mí autoría
trata sobre las respuestas de los beneficiarios de una política
de transferencias condicionadas, a la adopción de pautas,
estrategias y prácticas promovidas por dicha política.
No obstante estas precisiones, se debe tener en cuenta que
se trata de un material heterogéneo, en tanto el libro no fue
pensado en términos de un debate que se plasmaría en las
diferentes visiones. El debate está en el exterior, en la medida
que los artículos producen una conexión con otras perspecti-
vas, y sólo luego debaten –o se complementan– también in-
ternamente. De este modo se espera que el libro despierte la
circulación y generación de nuevas ideas, no para producir
una nueva sociología latinoamericana reeditando la centrali-
dad de los debates de antaño, sino para propiciar una mayor
conexión de tradiciones y de reflexiones, de matices, de in-

– 17 –
novaciones. Se aspira sí a contribuir en la renovación y vigo-
rización de las capacidades reflexivas.

Sebastián Goinheix
Montevideo, setiembre de 2008

– 18 –
PARTE I

REVISIONES Y PERSPECTIVAS
SOBRE EXCLUSIÓN Y POBREZA
MARGINACIÓN Y DESIGUALDAD EN GUATEMALA:
DEMOCRACIA SIN DEMOS
David Martínez-Amador
Ma. Gregoria Carvajal Santillán

Uno de esos parámetros que permiten determinar el equili-


brio entre Estado y sociedad civil, estriba en la participación
electoral. En Guatemala el porcentaje histórico de participa-
ción ha sido generalmente bajo. Las razones esgrimidas en las
diferentes campañas, también han sido diversas, variando des-
de el “miedo histórico” a la participación política, producto del
ambiente de post-conflicto, hasta la imposibilidad física de los
votantes que, en ocasiones, deben cubrir algunas decenas de
kilómetros desde su aldea/vivienda, hasta el centro de vota-
ción más próximo.
Con aras de no apoyar el criticismo exacerbado hacia la ac-
tual administración política en Guatemala, compárense las
cifras relacionadas con el anterior gobierno: El dato mas re-
ciente, de segunda vuelta presidencial del 20031, indica un por-
centaje del 46,77, lo que contrasta significativamente con otros
similares como han sido el de Panamá (2004): 76,9%; El Sal-
vador (2004): 67,34% y Costa Rica (2006): 65,44%. Se puede
comprobar como existe una importante diferencia numérica
entre Guatemala y el resto de países citados. Ello nos lleva a

1 Todos los datos han sido tomados de las páginas web de los Tribunales

Supremos Electorales de los países que se citan.

– 21 –
una primera conclusión como es la poca legitimidad de la ad-
ministración, especialmente si se tiene presente que la coali-
ción en el poder alcanzó 1.235.219 votos válidos, mientras la
oposición se situó en 1.046.744. Es decir, la coalición guber-
namental se sostiene en el poder con aproximadamente el voto
efectivo y real de alrededor de un 25% de los potenciales vo-
tantes guatemaltecos. Si a esta reflexión se le añade que la ad-
ministración anterior al período Colom estaba conformada en
sus inicios por tres partidos políticos2 (partido patriota, movi-
miento reformador y partido solidaridad nacional), se puede
fácilmente visualizar que, finalmente, era una minoría-
mayoritaria quien había decidido los próximos años de gobier-
no. No cabe la duda argumentar que, el primer tipo de margi-
nación que existen en la dinámica política Guatemalteca es el
problema de la marginación a la participación política; sin que
este problema tenga causas teleológicas-racionales de fondo
sino que responda a cuestiones de limitantes naturales de la
participación política, lo cierto del caso es el hecho propio y
particular de la marginación que sufre la ciudadanía. No
debe de sorprendernos que, una de las características del
actual sistema de partidos políticos en Guatemala lo sea
precisamente el transfugismo político, situación que deja a
la ciudadanía desprotegida en términos de cobertura política
ideológica. Sin embargo, esto es harina de otro costal.
Puede entonces, afirmarse con cierta simplicidad, que el
sistema democrático, tan anhelado en décadas pasadas don-
de la dictadura, en ocasiones, o la guerra civil, en otras (o
ambas), era la tónica dominante, no ha terminado de satisfa-
cer las expectativas del guatemalteco.3

2 En el primer semestre del gobierno de la GANA, el partido patriota dejo

de formar parte de la coalición de gobierno.


3 La opinión generalizada entre los ciudadanos guatemaltecos es que la democracia
en Guatemala es poco estable. Además, esta opinión se ha ido extendiendo a lo
largo de los tres periodos legislativos estudiados. En la legislatura 1995-1999
alrededor de un 49,2% de los congresistas pensaba que la democracia era “poco” o

– 22 –
La pregunta metodológica de fondo debe de plantearse en
la línea sobre si las condiciones históricas tradicionales que
han generado las situaciones de marginación y pobreza en el
país han desaparecido, siguen latentes o simplemente se han
hecho más difíciles de identificar. En suma, valdría la pena
definir si las siguientes líneas que describen la radiografía his-
tórica de la sociedad guatemalteca con válidas o no en la actua-
lidad. Citando directamente del texto de Carlos Guzmán
Böckler, Esbozo de la tenencia de la tierra en Guatemala:

La época que rindió más beneficios a los colonizadores


fue la de la exportación del añil alrededor de cuya producción
y comercio se aglutinó la élite colonial que se ha perpetuado
en algunos casos hasta la fecha. Estuvo constituida por mi-
grantes periódicos provenientes de las regiones vasco-
navarras, que emparentaron con las familias empobrecidas
que descendían de los conquistadores iniciales y asentaron su
poder tanto en la Ciudad de Santiago de Goathemala cómo
en su sucesora La Nueva Goathemala de la Asunción, en
desmedro de las ciudades y los territorios de las otras provin-
cias… En tal virtud puede afirmarse que si bien en América
Central no hubo guerra de independencia, la razón principal
para romper el nexo con la metrópoli fue la caída del añil en
el mercado internacional. Los grupos conservadores que
asumieron el control de la naciente República Centroameri-
cana basaron su fuerza en el cultivo del nopal y la producción
de la grana, pero esta no fue suficiente para cubrir las necesi-
dades de la joven república por lo que se desataron una serie
de contiendas civiles que culminaron con la ruptura de la Fe-
deración Centroamericana. Desgajada de esa república apare-
ce Guatemala, manejada por los gobiernos conservadores y

“nada” estable, en la de 2000-2004 un 55,7% era de la misma opinión y en la


legislatura 2004-2008 el porcentaje de legisladores que considera la democracia
“poco” o “nada” estable asciende a 72,5%. Datos de opinión: Elites parlamentarias
latinoamericanas. Guatemala (1995-2008). Instituto Universitario de Iberoamérica.
Universidad de Salamanca.

– 23 –
que contaba además con la reserva más grande de mano de
obra indígena sujeta a las formas coloniales de explotación.4

Al preguntarse el porqué de las diferencias socioeconómi-


cas en el país el lector ha de percatarse que existe una clara
diferencia entre la pobreza vista en la capital y la que existe en
el interior de la república; esta clara también la marginación
existente y sobre todo el alto nivel discriminativo en la socie-
dad, este racismo existente sin duda es un obstáculo a vencer.
Si ha de construirse una interpretación funcional de la realidad
de Guatemala desde la óptica del sedimento histórico, la pri-
mera pregunta que ha de plantearse es la vigencia de estos
términos de exclusión naturales a la realidad guatemalteca y
que el proceso de evolución política no ha logrado modificar.
Compleja es esta situación de dilucidar. Sin el afán de reducir
los alcances epistémicos de este ensayo a la reconstrucción
historiográfica, parece apropiado comprender la problemática
de carácter teórica política en la cual nos hayamos inmiscuidos.
El sentido común en las culturas políticas de las ‘democra-
cias realmente existentes’ confunde vagamente por democracia
lo que es una articulación de dos tradiciones políticas distintas
que nació de forma históricamente contingente. Como han
planteado en distintos momentos C.B. Macpherson, Chantal
Mouffe, entre otros, estas dos tradiciones son las del liberalis-
mo político, por un lado, y la democrática propiamente. Y su
articulación toma lugar al calor de intensas luchas políticas y
sociales a través del siglo XIX.
El liberalismo político, de Locke en adelante, plantea la ne-
cesidad del establecimiento de un estado de derecho, la defen-
sa de los derechos humanos y muy particularmente la protec-
ción de la libertad de los individuos. Valga la mención de que
la libertad a la que se apela en el liberalismo político es predo-

4
Carlos Guzmán Böckler, Esbozo de la Tierra en Guatemala, Publicación del
Centro de Formación de la Cooperación Española en Antigua Guatemala,
2009, p. 67.

– 24 –
minantemente esa llamada libertad de los modernos que se
distingue a partir de Constant. La libertad de los modernos, la
libertad negativa de la que habla Isaiah Berlin, es tal en tanto
implica al individuo no estar sujeto a condicionamientos ex-
ternos, en delimitar claramente los espacios y libertades de los
individuo sobre los que el Estado no debe inmiscuirse. De ahí
que un reclamo típico del liberalismo, particularmente en sus
variantes más individualistas como por ejemplo Hayek, sea el
del Estado mínimo. Aunque no queremos en el presente aden-
trarnos en ello, esto tiene que ver con el hecho de que el libe-
ralismo de Locke en adelante surge a la misma vez que se es-
tán tratando de consolidar las relaciones de mercado que
caracterizan al capitalismo.
La tradición democrática, por su parte, históricamente ha
puesto al centro de la discusión los asuntos de la igualdad, el
poder compartido, la autoridad suprema del demos (‘pueblo’),
la activa y constante participación ciudadana, y aun el de la
libertad. Ahora bien, la libertad dentro de la tradición demo-
crática es distinta a aquella a la que apela el liberalismo, pues
está entrecruzada por el componente igualitario. Es ilumina-
dor, para marcar las diferencias entre una y otra concepción de
libertad, ilustrarlas a través de manifestaciones históricas con-
cretas. El orden democrático histórico por excelencia, esa
Atenas que aún con sus interrupciones y recurrentes sobresal-
tos logró persistir en su afán democrático desde alrededor del
508 hasta el 322 antes de nuestra era, reconocía entre otros
componentes claves la isegoria, o la libertad de palabra. Mu-
chos han querido leer en la isegoria un anticipo de ese derecho
tan preciado, y por el cual tanto se luchó, que es el derecho
moderno a la libre expresión. No obstante, un apropiado sen-
tido histórico permite aquilatar las apreciables diferencias entre
la isegoría y la más moderna libertad de expresión. En la de-
mocracia ateniense la isegoría no sólo implicaba la libertad de
palabra sino que además implicaba la equidad en el valor de la
expresión para efectos políticos-públicos de las distintas clases

– 25 –
sociales que formaban parte de la ciudad. La libertad de pala-
bra iba acompañada de una efectiva equidad de voz y voto, y
por lo tanto de influencia e incidencia, sobre importantes pro-
cesos de toma de decisiones políticas, a través de las asam-
bleas, la rotación de cargos públicos, la lotería como mecanis-
mo de selección para cargos selectos, etc. Es ésta una libertad
de expresión claramente distinta a aquella que tanto atesora-
mos rostros hoy, que si bien protege y permite plantear la crí-
tica, la disidencia, o la diferencia, nos remite siempre a ese
ámbito privado que el régimen liberal no se cansa de delinear.
Es decir, nuestra libertad de expresión no se traduce en que
dicha expresión tenga el mismo peso o influencia que las ex-
presiones, por ejemplo, de entes o grupos con poder.
Volviendo entonces con lo que iniciamos, nuestros regíme-
nes liberal-democráticos conjugan dos tradiciones que en rigor
son distintas y cuya configuración actual es el producto de
alrededor de dos siglos de luchas, con sus momentos altos y
bajos, y con sus limitaciones. Vale la pena mencionar, por
ejemplo, que si bien los reclamos modernos por la libertad y
los derechos de los individuos puede rastrearse a reclamos
elitistas provenientes de sectores de los señores feudales ante
el resentimiento provocado por el progresivamente expansivo
radio de influencia de los monarcas, durante todo el siglo XIX
se libraron múltiples luchas democráticas por parte de distin-
tos grupos subalternos que lograron extender estos reclamos
de derechos y libertades para masas cada vez más amplias. Es
el caso de la libertad de expresión, de la libertad de asociación,
de la libertad de credo, del derecho al voto, entre otros.
Habiendo planteado todo esto, el problema que nos ocupa
es que en esta configuración actual entre liberalismo y demo-
cracia, el componente democrático ha sido verdaderamente
supeditado o ‘subsumido’ al liberalismo. Según Sheldon Wolin,
vivimos en democracias sin demos. En efecto, nuestras demo-
cracias liberales cuentan con escasísimos momentos de parti-
cipación democrática ciudadana, lo que hace a la política pú-

– 26 –
blica carecer de mayores controles demóticos. De hecho, en
vez de una identidad demótica, lo que impera es un constante
atomizo social. Ambiente de difícil constitución de identidad
políticas populares o demóticas que sirve de perfecto campo
para que las elites económicas logren impulsar política pública
a su favor a través de vías formales e informales.
Esta última forma expuesta, resulta, es la forma en la cual la
evolución política en Guatemala ha transitado hasta el adve-
nimiento de la modernidad. El enfoque empírico debiese co-
rroborar lo que hemos expuesto hasta este punto; y ello es: La
incapacidad de generar acuerdos políticos que engloben la
participación del demos repercute en la forma como la riqueza
es transformada y distribuida. No debiese de entonces sor-
prendernos, una acumulación de la riqueza en pocas manos o,
en élites económicas que como lo afirma Guzmán Bockler
pertenecen a los viejos gremios capitalistas.
Notemos algunos datos interesantes:

Agricultura, 50%; industria 27%; servicios, 12%; construc-


Fuerza de Trabajo:
ción y minería, 4%; otros, 6%
Importaciones de 32.0 % (1992), Posición 4 en el Mundo Hispano, 5 en
Energía: América, 10 en el Mundo.
Café 22.7 %, Azúcar 11.4 %, Bananas 6.5 %, Cardamomo
Principales produc- 3.5 %, Algodón 1.7 % (1997). También exporta Carne
tos de exportación: fresca, productos del mar, petróleo, productos perecede-
ros y trabajo de maquila.
El maíz, fríjol, café, algodón, tabaco, caña de azúcar,
Agricultura:
plátano, madera, y arroz.
Alimentos, textiles, materiales para construcción, y pro-
Industria:
ductos farmacéuticos.
Recursos Naturales: Petróleo, níquel, madera, café, y ganado.
Destino de las Ex- USA 37.0 %, El Salvador 12.9 %, Costa Rica 6.3 %, Méxi-
portaciones co 5.2 %, Nicaragua 4.2 %, Alemania 3.8 % (1991).
Fuente de las Impor- USA 41.3 %, México 6.6 %, Japón 6.6 %, El Salvador 5.3
taciones %, Alemania 4.7 %, Venezuela 4.5 % (1991).5

5 Fuente: http://mi-guatemala.tripod.com/PerfilEconomico.html

– 27 –
Las siguientes estadísticas mostrarán el desarrollo de Gua-
temala con los demás países de C.A. y México a lo largo del
siglo veinte (XX) y principios de la década actual y nuevo mi-
lenio (S.XXI).

Algunos datos
- En 1920, Guatemala y El Salvador eran las economías
más fuertes; en el 2000, el volumen de la producción costarricen-
se era el segundo de la región y no muy inferior al de Guatemala.

– 28 –
– 29 –
América Central

– 30 –
Fuente: www.incep.org/seminario-1/seminariov/Ponencia-Sierra.ppt

No deja de ser, por demás revelador, la orientación del gas-


to social en el contexto guatemalteco:

• 56.82 % es para funcionamiento del gobierno.


• 29.47 % es para inversión.
• 13.7 % es para pago de deuda pública.

El bajo porcentaje destinado al rublo de la inversión no so-


lamente se explica por la incapacidad de recaudar más y mejo-
rar la calidad del gasto. Los informes de la mayoría de colecti-
vos civiles que miden la capacidad fiscal del país afirman que
aproximadamente 60,000 contribuyentes registrados sostienen
un país de aproximadamente 13 millones de habitantes. La
problemática pasa por la expansión de la base monetaria y la
ejecución efectiva del gasto, no hay duda. Dentro de esta, la
escasa información sobre préstamos y créditos, movimiento
bancarios, etc., y el tiempo que se tarda en gestionar la apertu-
ra de una empresa o en contratar y despedir a operarios, son
elementos que configuran un panorama nada halagüeño para

– 31 –
las inversiones y, por tanto, para el desarrollo, incidiendo nue-
vamente en el vector gobernanza. Los diferentes gobiernos no
terminan de flexibilizar las condiciones y continúan generando
espacios de privilegios a elites locales, impidiendo entonces el
surgimiento de clases medias que puedan introducir valores de
cambio y tolerancia.
Pero el problema de fondo es mucho mayor. Con los serios
límites a la participación ciudadana, y por lo tanto al compo-
nente democrático, el esquema democrático-liberal se ha pres-
tado para servir mayormente a los intereses de elites económi-
cas que se aprovechan de las establecidas ‘reglas de juego’ para
mejor servirse de sus intereses particulares. Una búsqueda de
igualdad cada vez más expansiva; un proceso de toma de deci-
siones que favorezca a la mayoría; el poder compartido, etc.)
con lo que pasa y se celebra como democracia por los gobier-
nos actuales del mundo, no cabría más que concluir que se
tratan de fenómenos muy distintos. En este sentido, en la his-
toria reciente ha venido a celebrarse la democracia como una
cuestión casi universal pero al precio de depurarla de sus ele-
mentos constitutivos, al precio de hacerla un significante vacío
que puede ser llenado con otros contenidos, inclusive adversos
al verdadero espíritu democrático.
Llegado a este punto también podría preguntarse si ese ata-
que histórico que ha recibido la democracia por los grupos en
el poder guatemalteco delata un motivo añadido. A nadie le
resulta novedoso el matrimonio tradicional guatemalteco entre
las élites caucásicas capitalistas y el sector militar, y por ende, la
apetencia por respuestas de carácter violento para romper el
orden institucional. El panorama indicado no extraña si se
visualiza a la luz de los datos que ya nos ofrecía el latinobaró-
metro 2004 y 2005 en relación con la aceptación del sistema
democrático como aquel que venia a satisfacer las expectativas
de los latinoamericanos. En el primer documento y ante la
pregunta de: ¿Con cuál de las siguientes frases está Vd. más de acuer-
do?, en el caso especia de La democracia es preferible a cualquier otra

– 32 –
forma de gobierno, entre el año de 1996, en que contestaba afir-
mativamente el 51% y el 2004 que se reducía al 35%, había
una variación porcentual de -16% y, aunque se observaba esta
diferencia absoluta mayor en otros países como Nicaragua,
Paraguay, Bolivia y Perú, ninguno a los que se extendía la con-
sulta contaba con ese porcentaje final tan reducido del 35%, lo
que se puede interpretar en una primera acepción que, en
Guatemala únicamente uno de cada tres ciudadanos considera
que la democracia es preferible a otra forma de gobierno.
Sucede entonces, que la influencia en el proceso político
guatemalteco responde entonces a movimientos centristas,
élites político-administrativas, que administran la gerencia de
los gobiernos reproduciendo las relaciones de poder tal como
están. Se promueve con fuerza una era de consensos que pre-
tenden ser no-exclusivos, pretendiendo también dejar atrás las
demarcaciones políticas de derecha e izquierda. Cuando la
política, como mera gerencia repetitiva de una élite sobre un
estado permanente de situación a favor de unas minorías, des-
plaza exitosamente el antagonismo potencial de lo político, se
nos hace muy difícil no concluir con Sheldon Wolin que vivi-
mos en ‘democracias sin demos’, es decir, en democracias
donde el demos o el pueblo no entra en escena sino como
súbdito, como ente pasivo, como mero espectador.
Mientras tanto, como también argumenta Sheldon Wolin ,
la acción potencialmente democrática en sentido más propio
resulta fugitiva, fugaz, ya que surge en cada momento en que
el demos pretende tomar en sus manos los asuntos públicos y
políticos que le compete, cuando cobra cuerpo concreto en
reclamos de la gente cualquiera que logra articular un proyecto
común. Ejemplos de esto podrían ser una protesta por miem-
bros de distintas comunidades por mejorar la calidad del agua
y otros servicios públicos, desobediencia civil por causas
apremiantes para la mayor parte de la comunidad, piquetes y
huelgas que buscan mejorar las condiciones de trabajo de al-
gún sector laboral, reuniones a nivel vecinal para protestar

– 33 –
contra el impacto ambiental adverso provocado por alguna
industria, etc., etc. Ejemplos de momentos democráticos serí-
an también todos los eventos revolucionarios a través de la
historia que han visto la acción ‘demótica’, popular, transgredir
formas sociales y políticas heredadas que prohibían o limita-
ban el acceso del demos al poder. Fugaz porque, como se deja
ver por los ejemplos mencionados, son estos actos que lejos
de constituir la norma, irrumpen en lo que pasa por lo usual y
lo normal. En el contexto guatemalteco, estos escenarios han
sido siempre –o en su mayoría– producto de elites: Militares,
Intelectuales o rivales empresariales.
En el ideario de la participación política guatemalteca, esa
figura del demos no ha aparecido completamente, o para ser
más precisos, la existencia de los movimientos sociales me-
soamericanos no puede interpretarse con la misma rigidez y
ortodoxia que los movimientos sociales europeos. Paralelo al
accionar de estas organizaciones sociales se observa el surgi-
miento de un abanico de movimientos sociales que muy pun-
tualmente generan reclamos de justicia y esclarecimiento fun-
damentalmente de casos de violaciones a los derechos
humanos que tienen lugar en las nuevas democracias. A dife-
rencia del accionar permanente, altamente reflexivo y menos
visible del entramado asociativo anteriormente mencionado,
estos actores están organizados alrededor de una demanda con-
creta y particular (generalmente el pedido de justicia y esclare-
cimiento de casos particulares), es decir, representan reacciones
de sectores sociales (en gran parte proveniente de sectores po-
pulares o de lo que Guillermo O’Donnell ha denominado
“áreas marrones”), que se ven directamente afectados por
practicas estatales discrecionales. De captar la atención de los
medios, estos actores sociales suelen logran un nivel de res-
puesta y movilización social que rara vez es alcanzado por las
iniciativas cívicas del sector organizado de la sociedad civil. El
hecho de que generalmente surgen como reacción a un caso
concreto de discrecionalidad o autoritarismo estatal, donde

– 34 –
hay victimas y victimarios concretos –de un lado familiares,
amigos y vecinos movilizados, del otro lado, funcionarios y
autoridades bajo sospecha– suelen otorgarles a estas denuncias
gran efectividad para generar corrientes de opinión publica
favorables, que en muchos casos se traducen en una participa-
ción cívica activa de apoyo a dichos actores.
Sin embargo, la dinámica guatemalteca dista mucho de la
realidad Argentina o Uruguaya en cuanto a la participación
activa en materia de reclamos históricos: La presentación del
informe de desaparecidos a manos de la fuerza de seguridad
civil en Guatemala ( en ese entonces, Policía Nacional, funcio-
nando, bajo la aceptación de la tesis en la cual las fuerzas de
seguridad civiles fueron la herramientas de los poderes parale-
los) durante la década de los ochenta no consiguió mover las
fibras más sensibles de la sociedad guatemalteca. En la presen-
tación del informe titulado El derecho a saber, trabajo realizado
por la Procuraduría de Derechos Humanos de Guatemala, no
solamente estuvo ausente el Presidente de la Nación; la au-
diencia al evento apenas llenaba un salón normal de hotel.
Esta carencia del demos en la realidad guatemalteca no debe
incluso de sorprendernos cuando se pasa revista al momento
histórico conocido como la Primavera Democrática. Después de
la Revolución de Octubre de 1944, el derrocamiento del dictador
Jorge Ubico y su sucesor, Federico Ponce Vaides, (derrocamiento
a cargo de jóvenes oficiales del Ejército), Guatemala necesitaba
gobernantes, y el Capitán Jacobo Árbenz Guzmán, Jorge Toriello
y el Mayor Francisco Javier Arana, formaron la Junta de Gobier-
no. La junta legisló por medio de decretos que pretendían una
modernización del Estado. La nueva Constitución fue terminada
en 1945 sancionó los siguientes aspectos:

• La separación de los poderes dentro del Estado


• La autonomía de la Universidad de San Carlos de
Guatemala
• El fin del trabajo forzoso y de la prisión por deuda

– 35 –
• El reconocimiento de la mujer como ciudadana
• La otorgación del derecho de voto a la mujer, la
mujer analfabeta no podía votar.
• El reconocimiento de las garantías constitucionales.

La dinámica política social guatemalteca tiene como ele-


mento común la marginación debido al rol de encroaching gene-
rado por la elites que impide una búsqueda de igualdad cada
vez más expansiva; un proceso de toma de decisiones que
favorezca a la mayoría; el poder compartido etc.. La metodo-
logía de Laclau, en este sentido es fabulosa para explicar la
incapacidad de generar identidades colectivas con participa-
ción activa que reduzcan los índices de marginación. Recor-
dando el pensamiento clásico de Laclau el populismo lleva un
proceso de cinco pasos fundamentales, 1) Un momento inicial
en que domina la heterogeneidad de lo social expresada en la
diversidad de grupos, individuos e intereses; 2) una segunda
fase en que se produce una serie de demandas al poder repre-
sentativas cada una de intereses particulares; 3) cuando estas
demandas iniciales no son satisfechas y se acumulan, emerge
una cierta “equivalencia” entre ellas en tanto opuestas al po-
der; 4) llega entonces una cuarta fase en que se recurre a algún
elemento que condensa las demandas o las representa simbóli-
camente en tanto conjunto sin por ello borrar los términos
singulares de la cadena de demandas equivalentes; 5) ese ele-
mento es investido con una nueva significación. La búsqueda
entonces, para la igualdad social en el umbral de Laclau requie-
re de una serie de “escalones”, si así ha de llamarse, para evitar
la marginación de las masas.
La teoría política convencional nos sugiere, entonces, in-
cluir estas cinco etapas en la noción clásica de la democracia
por representación. No obstante, la democracia representativa
ha resultado muy débil en la medida que ha dado pie a la re-
presentación impropia, gracias a cosas como el inversionismo
político de grupos de alto poder económico con las conse-

– 36 –
cuencias previsibles a la hora de legislar política pública. Es
decir, como planteaba el teórico político italiano Norberto
Bobbio, la democracia moderna no ha podido eliminar ni las
oligarquías, élites económicas poderosas que logran subrepti-
ciamente superar los límites formales y legales a su influencia
como grupo de interés, ni los efectos de lo que llamaba en su
momento ‘el poder invisible’, es decir la persistencia de pactos
secretos o acuerdos entre funcionarios y grupos de interés
detrás de legislaciones o política pública: Esa es la realidad de
la política Guatemalteca. No sorprende que, la resistencia de
todo tipo (intelectual, armada, social etc...) siga aún planteán-
dose como mecanismo de comportamiento político.
Podemos, por tanto, y frente a lo planteado hasta ahora,
preguntarnos, ¿qué debemos hacer de la democracia, una triste
realidad o una promesa ético-política de futuro? A través de
esta breve reflexión teórico-política quisiéramos sugerir que
apostáramos a lo segundo. Por ahora, el resto está en invitar al
demos, al encuentro con la democracia.

– 37 –
Bibliografía
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Rosenberg, Arthur. 2006. Democracia y lucha de clases en la
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– 38 –
UNA APROXIMACIÓN A LA DIMENSIÓN
FENOMENOLÓGICA DE LA EXCLUSIÓN SOCIAL:
LA ZONA METROPOLITANA
DE LA CIUDAD DE MÉXICO6

Rafael Hernández Espinosa

Introducción
Desde un enfoque sociológico, el empleo formal, definido
por los derechos sociales asociados al mismo, representa uno
de los elementos centrales de integración social de los indivi-
duos en las sociedades modernas. Por otro lado, la instrucción
escolar se encuentra estrechamente vinculada a la condición de
empleo formal. De tal suerte, tanto la inserción al mercado de
trabajo como al sistema educativo representan instancias de-
terminantes de las condiciones de integración o exclusión so-
cial. Estos dos ámbitos representan actividades relativamente
centrales en los mundos de vida de los sujetos, ya que ambas
constituyen instancias claves en el proceso de transición a la
adultez. La transición escuela-trabajo ha sido considerada por
diversos autores como una de las tres transiciones que definen
la juventud como período del curso de vida; en la sociedad

5 Este texto está basado en mi investigación de maestría llevada a cabo en

el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social,


Unidad Distrito Federal, con apoyo del Consejo Nacional de Ciencia y
Tecnología, y dirigida por el Dr. Gonzalo A. Saraví. El autor agradece las
valiosas observaciones del dictaminador anónimo.

– 39 –
moderna, gran parte de la experiencia cotidiana transcurre en
uno de estos dos ámbitos7. Por ello otro factor importante en
el proceso de integración / exclusión social lo constituye la
dimensión biográfica, a razón de que las actividades sociales se
configuran de formas específicas bajo diferentes etapas de la
vida. En la juventud, la transición escuela-trabajo adquiere
especial centralidad, y las posibilidades de sociabilidad que
brinda cada uno de estos ámbitos resultan cruciales para el
proceso de integración social.
Este texto está enfocado en las realidades sociales que “ob-
jetivamente” se definen como de desigualdad social, más espe-
cíficamente de exclusión social, pero puntualmente sobre lo
que subjetivamente se percibe “desde” los sectores en desven-
taja. La dinámica social propia de la Zona Metropolitana de la
Ciudad de México (ZMCM8) frecuentemente enfrenta a los
jóvenes pobres con sectores sociales privilegiados. Esta diná-
mica evidencia la conformación de una estructura social en la
que los altos niveles de desigualdad se expresan y experimen-
tan cotidianamente. Me pregunto entonces por sus percepcio-
nes sobre ciertos aspectos clave de la vida cotidiana, como el
trabajo y el estudio; sobre el proceso de construcción de esas
concepciones, y al mismo tiempo me propongo explorar cómo
esas concepciones se involucran en los procesos de integra-
ción o exclusión social. Lo que intento mostrar en este trabajo
es que lo que define “objetivamente” a la integración social,
vía el término de exclusión, no se corresponde totalmente con
las expectativas de los sectores populares urbanos de la

7 Algunos autores como Julio Cesar Neffa consideran que el trabajo es el


principal vector de la construcción identitaria (2003), aunque esta idea
puede ser debatible para ciertos contextos.
8 En la literatura sobre la ciudad de México se ha optado por denominar

Zona Metropolitana de la Ciudad de México (ZMCM) a la región urbani-


zada que comprende las 16 delegaciones del Distrito Federal y aproxima-
damente 28 municipios del Estado de México, los cuales rodean al DF por
el poniente, norte y oriente.

– 40 –
ZMCM. En esta lógica, el problema remite a una pregunta
etnográfico-fenomenológica sobre ¿cómo se construyen desde la
exclusión las experiencias de desventaja? Las preguntas específicas
que se plantean en torno a esta problemática son por consi-
guiente ¿cómo se configuran las relaciones entre los significados y percep-
ciones sobre el ámbito laboral y educativo, y las dimensiones estructurales
de la desigualdad social y la pobreza?, ¿cuál es la relación entre la percep-
ción de los empleos con las expectativas socioeconómicas, identitarias y de
pertenencia social? De tal suerte, el objetivo de este texto es ex-
plorar la participación de la dimensión simbólica o fenomeno-
lógica, en los procesos de integración / exclusión social desde
la experiencia de los jóvenes de la Zona Metropolitana de la
Ciudad de México.
El abordaje metodológico se diseñó como una exploración
cualitativa que privilegia la búsqueda de significados (Taylor y
Bogdan, 1990), en congruencia con los postulados de la
Grounded theory (teoría fundamentada), que postularon Glaser y
Strauss en la década de 1960. Por otro lado, la investigación
estuvo orientada por un enfoque de antropología relacional
(Achilli, 2005) y reflexiva (Guber, 1999), reconociendo la plura-
lidad de los tipos de observación (Gutiérrez y Delgado 1995).
Esto supuso abordar el trabajo de campo como el proceso de
interacción, diferenciación y reciprocidad entre la reflexividad
del sujeto cognoscente –sentido común, teoría, modelo expli-
cativo de conexiones tendenciales– y la de los actores o suje-
tos/objetos de investigación (Guber, 1999: 87).
El escenario de investigación se conformó por tres locali-
dades del municipio de Chimalhuacán, que forman parte de su
creciente urbanización, en la parte oriente del Estado de Méxi-
co, y que actualmente se conurba con la Ciudad de México. El
corpus empírico se construyó principalmente de entrevistas a
profundidad y observación etnográfica entre enero y mayo de
2007. Se realizaron 14 entrevistas a jóvenes de entre 16 y 26
años, siete mujeres y siete hombres, todos solteros, de los cua-

– 41 –
les algunos se dedican solo a estudiar, otros sólo trabajan y la
menor parte hace las dos actividades.
El objetivo consiste entonces en analizar los procesos sub-
jetivos de la exclusión social –la percepción del vínculo perso-
nal con la sociedad– de estos jóvenes, a partir de las percep-
ciones y significados en torno al trabajo y su relación con otros
aspectos como la educación y la sociabilidad. Antes de iniciar
este análisis, sin embargo, es necesario presentar y explorar
ciertos aspectos contextuales que nos permitan posicionar
estructuralmente a estos jóvenes.

El contexto estructural. La zona Metropolitana


de la Ciudad de México y el municipio de Chimalhuacán
Varios hechos históricos del último medio siglo fueron de-
cisivos para la conformación de la estructura urbana que po-
seen actualmente las principales ciudades de Latinoamérica.
Los factores macro-estructurales más importantes que incidie-
ron en este proceso están fuertemente ligados a los cambios
económicos mundiales, principalmente al proceso de indus-
trialización y al posterior surgimiento de la globalización eco-
nómica. Estos cambios han tenido una estrecha correlación
con el rápido crecimiento demográfico que presentaron estas
ciudades. En este sentido, los cambios en las magnitudes de
ambas variables tienen consecuencias importantes en lo que
refiere a las condiciones socio-estructurales que experimentan
los sectores en desventaja.
Uno de los principales factores asociados al crecimiento
demográfico de la Ciudad de México fue la crisis de las estruc-
turas agrarias y la atracción de los salarios de la industria urba-
na, lo que generó flujos migratorios desde el centro y sur del
país. En la década de 1960 un 55.7 % de los trabajadores in-
corporados a la actividad industrial provenían de distintas acti-
vidades agrarias (Lindón, 1997). De esta forma, una transfor-
mación demográfica importante tuvo lugar en México ante el

– 42 –
impulso de la industrialización. El hecho de que en 1930 la
población de la Ciudad de México representara el 6.3 % del
total nacional, y que para 1970 llegara a 17.1 %, es un dato
abrumador (op. cit.). En los años 60 la Ciudad de México co-
menzó a mostrar incapacidad para absorber los contingentes
poblacionales, en la medida en que la infraestructura urbana y
los empleos en el sector industrial no crecían en igual ritmo. El
espacio habitacional de la zona metropolitana comenzó a ex-
pandirse, en gran medida por la relocalización de los inmigran-
tes de bajos recursos que, al ver la posibilidad de acceder a
terrenos disponibles en la zona periférica, abandonaron las
viviendas rentadas en “vecindades” del centro de la ciudad. En
estos nuevos lugares de residencia, predominantemente gene-
rados dentro de la ilegalidad y el desorden (Lindón, 1997,
Hiernaux, 1999, Hiernaux y Lindón, 2000, Ariza y Solís, 2005;
Parnreiter, 2005), también se produjo la inmigración directa
desde la provincia. Así, un fenómeno de segregación espacial
comienza a tomar mayor magnitud desde los años sesenta,
dando lugar a lo que podría llamarse el fenómeno de la perife-
ria proletaria (Hiernaux, 1999).
Sin embargo, las dinámicas demográfica y económica tuvie-
ron otro cambio profundo a partir de la década de 1980. La
crisis de la deuda externa en México marcó el inicio de la
transformación económica dando fin al modelo de industriali-
zación basado en la sustitución de importaciones (ISI) para dar
inicio a la apertura neoliberal. Alejandro Portes y Bryan Ro-
berts (2004) señalan algunos rasgos principales del modelo
“anti-estado y pro-mercado” adoptado en Latinoamérica, entre
los que se pueden resaltar: 1) apertura unilateral al comercio
externo; 2) extensa privatización de las empresas públicas; 3)
desregulación de bienes, servicios y mercados laborales; 4)
liberalización de mercados de capital, con privatización de los
fondos de pensión; y 5) ajuste fiscal basado en una reducción
drástica del gasto público (2004: 77). Esta nueva política eco-
nómica implicó cambios profundos en las estructuras urbanas

– 43 –
del subcontinente, entre las más importantes las relacionadas
con el empleo, la seguridad social y la vivienda. Con relación a
los mercados laborales, las nuevas políticas orientadas al mer-
cado flexibilizaron la reglamentación laboral eliminando una
serie de protecciones al trabajador, además de propiciar la
disminución de la clase trabajadora formal empleada en las
empresas desarrolladas bajo el modelo de sustitución de im-
portaciones. Con respecto al mercado inmobiliario, la política
impulsó el juego privado de la oferta y la demanda, con lo que
el reordenamiento del espacio urbano configuró nuevos pa-
trones de segregación de los sectores más pobres hacia la nue-
va periferia de la ciudad.
La situación actual del territorio de Chimalhuacán puede
considerarse como una consecuencia de la expansión descon-
trolada de la metrópoli, una etapa continua posterior a la ur-
banización consolidada de otros municipios como Nezahual-
cóyotl y la delegación Iztapalapa. Chimalhuacán, ubicado a 30
km al oriente del centro de la ciudad, fue un pueblo prehispá-
nico fundado en 1259, y desde hace más de un siglo fue con-
formado como municipio. Desde la década de 1970, el territo-
rio del municipio ha recibido habitantes de diversos estados
del país, principalmente del oriente y sur, aunque en las últi-
mas décadas ha recibido habitantes provenientes de la Ciudad
de México. Éste último proceso se inscribe en lo que algunos
autores llaman proceso migratorio escalonado (Hiuernaux y
Lindón, 2000), en el que los inmigrantes pasaron primero por
la vieja área de deterioro del centro de la ciudad y después
generaron un desplegamiento sobre la periferia. Normalmente
fueron las primeras generaciones de inmigrantes rurales quie-
nes poblaron primero las áreas que Emilio Duhau clasifica
como periféricas de desarrollo consolidado (como Nezahual-
cóyotl e Iztapalapa), y son las segundas y terceras generaciones
de estos inmigrantes quienes se dirigen a poblar buena parte
de este municipio en las últimas tres décadas. Las causas de
poblamiento internas se vinculan a la aparición de promotores

– 44 –
inmobiliarios que operan en la ambigüedad jurídica, razón por
la cual los relativos bajos costos de los terrenos son posibles.
De esta forma, numerosas colonias nuevas surgieron en predi-
os que originalmente no estaban destinados a viviendas y por
lo tanto carecían de todos los servicios y equipamiento urbano.
En ellos, los nuevos habitantes se procuran individualmente
algunos servicios, así como la autoconstrucción de sus vivien-
das. Este proceso también da lugar a que las nuevas colonias
del municipio representen una parte mucho mayor de habitan-
tes, que las zonas antiguamente habitadas (Vega, 1994).
En el periodo 1995-2000, la tasa de crecimiento de este
municipio fue tres veces mayor a la de la Zona Metropolitana
de la Ciudad de México en conjunto (5.1% y 1.6%, respecti-
vamente: Bayón, 2007). Por otro lado, la población menor de
14 años en el año 2000 era de 36.4%, frente a 28.3% en toda la
zona metropolitana (op. cit.), lo que deja ver que se trata de un
municipio con una fuerte concentración de niños y jóvenes.
Según datos del Consejo Nacional de Población (CONAPO),
en 2005 el municipio contaba con 525 mil 389 habitantes y se
clasificó con un grado de marginación bajo, con relación a la
estimación nacional. Sin embargo, en su estimación por Áreas
Geo-estadísticas Básicas (AGEBs) urbanas del año 2000, el
municipio se caracteriza por conformarse de áreas categoriza-
das con grados de marginación urbana alto y muy alto. Es
importante señalar que el concepto de marginación urbana
definido por CONAPO integra los indicadores de salud, edu-
cación, vivienda, ingresos y género. El ámbito de los ingresos
es un indicador de mucha fuerza para definir los índices de
bienestar y marginación urbanos ya que, a diferencia de las
áreas rurales, el ingreso es más indispensable para satisfacer la
mayoría de necesidades básicas, es decir alimentos, transporte
y servicios como agua y luz, además de las rentas por vivienda
que algunas familias requieren.
Las familias urbanas de bajos ingresos de México son vul-
nerables a múltiples riesgos; por ejemplo desde el hecho de

– 45 –
que la dotación de servicios urbanos básicos, como vivienda,
educación y salud, han visto reducido su presupuesto, “amén
de que la política para contrarrestar la pobreza es focalizada y
se concentra principalmente en áreas rurales” (Rojas, 2002:
240). La distinción entre ingresos monetarios y no monetarios
puede ayudarnos a observar la importancia del primero para
las familias urbanas. El ingreso no monetario se constituye
básicamente de las actividades de autoconsumo, lo cual hace
notar la diferencia en cuanto a las posibilidades de obtener este
tipo de ingreso entre las familias rurales y urbanas. Los ingre-
sos monetarios representan las percepciones económicas más
importantes para las familias urbanas (Rojas, 2002).
Chimalhuacán es uno de los protagonistas del aspecto de
polarización social existente en la ZMCM, por ejemplo com-
parado con la delegación Benito Juárez. Para el 2000, la pobla-
ción ocupada con más de cinco salarios mínimos fue en Benito
Juárez de 41.6% mientras que en Chimalhuacán fue de 4.3%,
casi la décima parte (Bayón, 2007). Aunque Chimalhuacán es
considerada como una ciudad dormitorio, debido a su poca
atracción laboral, no significa que no haya empleos en el lugar.
En el mercado de trabajo local predominan los trabajos por
cuenta propia, que en el 2000 representaron 23% (Bayón, 2007).
Como se observa en el Cuadro 1, la relación entre el nivel
de ingresos y el nivel de estudios es muy alta. Esto sugiere que
en un sector donde el porcentaje de población joven es alto, el
nivel escolar y el grado de equipamiento educativo juegan un
papel importante en la dinámica económica local. Una función
importante de la capacitación escolar, en la actual estructura de
oportunidades de las ciudades latinoamericanas, es el vínculo
con el mercado de trabajo urbano. La clase trabajadora menos
capacitada tiene el vínculo más débil con el mercado de trabajo
formal (Kaztman y Retamoso, 2005).

– 46 –
Cuadro 1.
Diferencias de ingresos y de nivel educativo
entre la delegación Benito Juárez, el municipio
de Chimalhuacán y la Z. M. C. M

Indicador ZMCM Benito Juárez Chimalhuacán

Población ocupada por 20.3% 17.8% 23.0%


cuenta propia

Población ocupada con 2 48.5% 21.6% 54.1%


salarios mínimos9

Población ocupada con 15.0% 41.6% 4.3%


más de 5 s.m.

Población de 18 años y 22.8% 26.7% 13.5%


más con educación media
superior
Grado promedio de esco- 9.61 (DF) 12.09 7.1
laridad (población 15 8.03 (E.
años o más) Méx.)
Fuente: Bayón, 2007.

Con relación a la población joven de Chimalhuacán, el XII


Censo de Población y Vivienda 2000 reporta que el total de
habitantes entre 15 y 24 años fue de 98,60710, que representa
un 20% del total de la población. Las proporciones similares
de hombres y mujeres son de 49.2% y 50.8%, respectivamente.
Del total de jóvenes entre 15 y 24 años la población soltera era
de 66.6%, lo que muestra que la tercera parte de los jóvenes de
Chimalhuacán experimenta tempranamente el inicio de una

9 El salario mínimo en esta región equivale aproximadamente a 4.9 US


dólares diarios.
10 Cálculos personales elaborados con la base de datos de INEGI-SCINCE

2000, México.

– 47 –
nueva vida familiar. Por otro lado, la población de 12 años y
más económicamente inactiva que se dedica a estudiar (es de-
cir, que no trabaja), representa el 9.9%. Si tomamos en cuenta
que la población de 12 años y más en general representa el
66.3% de la población total, podemos deducir que muy pocos
jóvenes se dedican sólo al estudio. Del mismo censo se deduce
que sólo el 10.5% de habitantes mayores de 15 años cuentan
con instrucción media superior o superior y que el 94.0% de la
población de 18 años y más, no cuenta con educación media
superior o más, es decir sólo el 6.0% de ellos ha logrado com-
pletar o superar el nivel de preparatoria o equivalente (12 años
de escolaridad).
Lo anterior sugiere que una gran mayoría de los jóvenes
que estudian generalmente se dedican también a alguna labor
económica, y que abandonan los estudios entre los 15 y 18
años. Por otro lado también sugiere que quienes estudian ge-
neralmente no son los jóvenes, sino los niños y adolescentes,
ya que la tutela económica familiar desaparece tempranamente
en este contexto. Cuando las familias se encuentran en situa-
ciones difíciles para prolongar la tutela económica de sus hijos
jóvenes, estos tienen que decidir entre estudiar, trabajar o
combinar ambas opciones en circunstancias de creciente dificul-
tad, y en muchos casos hay más probabilidades de que enfren-
ten situaciones de incertidumbre (Miranda-López, 2003: 60). En
Chimalhuacán, la población ocupada como obrero ocupa el
mayor porcentaje con 23.19%, seguido del sector terciario (por
lo general informal) con 20.91%. Según Francisco Miranda, en
general el ingreso mayoritario de los jóvenes al mercado de
trabajo se da en los sectores de mayor precariedad laboral.
Como se mencionó anteriormente, las alternativas de sosteni-
miento de las familias de bajos ingresos en situaciones de crisis
son la movilización de activos que implican aumentar el núme-
ro de receptores económicos en los hogares, lo que implicó
desde años anteriores introducir a la fuerza de trabajo a mayor

– 48 –
número de miembros del hogar, incluyendo a las mujeres (Ro-
berts, 1991; Rojas, 2002).
El proceso de urbanización de la ZMCM ha ido confor-
mando de tal forma un conjunto de efectos sobre la composi-
ción geográfica de sectores específicos. El fenómeno de segre-
gación y polarización socioeconómica da paso a una
fragmentación de la composición social urbana. Un aspecto,
señalado en la conceptualización de Eduardo Nivón (1998)
sobre la periferia urbana, es el uso intensivo de la socialización
local, que contribuye a la emergencia de expresiones y percep-
ciones de distanciamiento con la ciudad central. “Los residen-
tes suburbanos han establecido sus propias instituciones y
conducen sus vidas en un mundo crecientemente separado”
(Nivón, 1998: 230). Podemos así hablar de una serie de fenó-
menos imbricados en los que se empalman la creciente exclu-
sión y una suerte de “aislamiento” de los sectores populares de
la periferia, que posibilita formas específicas de sociabilidad e institu-
cionalidad locales (Kaztman y Retamoso, 2005).
Antes de entrar en materia de análisis empírico es preciso
revisar brevemente algunos conceptos que sirvieron de base
para la reflexión teórica del problema planteado.

Consideraciones sobre la exclusión social: estructura,


cultura y curso de vida
Exclusión social se utilizó por primera vez en Europa para re-
ferir aquella parte marginal de la sociedad que no tiene acceso
a los frutos del crecimiento económico (Bhalla y Lapeyre,
1999). Esta categoría se refería principalmente a la gente que
no encajaba en las normas de la sociedad industrial –ancianos,
enfermos mentales, incapacitados, delincuentes, etc. Sin em-
bargo el modelo de los estados de bienestar estaba por colap-
sar y entraría en escena la crisis de la sociedad salarial (Castel,
1999). De esta forma, la explosión del uso de este concepto
ocurrió en la década de 1990 (Marco-Fabre, 2000; Ziccardi,

– 49 –
2004; Duhart, 2006; Saraví, 2006), cuando los efectos sociales
de la reestructuración económica mundial comenzaron a sentir-
se con fuerza. En este contexto, los nuevos problemas sociales
se relacionaron con la privación de los individuos que anterior-
mente estuvieron integrados formalmente a la sociedad. Gacitúa
y Davis mencionan que los países pioneros en utilizar la frase de
exclusión social como concepto fueron Francia, Italia y los paí-
ses nórdicos, en los cuales se definía como:

Los mecanismos a través de los cuales personas y grupos


son despojados de la participación y titularidad de los dere-
chos sociales, o como un proceso que excluye a una parte de
la población del disfrute de las oportunidades económicas y
sociales (Gacitúa y Davis, 2000: 13).

Esta definición pone especial énfasis en la privación de de-


rechos sociales como característica primordial de la exclusión.
No obstante, varios autores han señalado que una de las prin-
cipales características de este concepto es su potencialidad para
analizar los procesos contemporáneos sobre la desigualdad
social en sus distintas facetas o dimensiones (Bhalla y Lapeyre,
1999; Munck, 2005; Saraví, 2006). Este enfoque se consolidó
en buena medida para dar cuenta de los efectos sobre la es-
tructura social que tuvieron las transformaciones asociadas a la
globalización. Así, la noción de exclusión social comenzó a
asociarse desde diversas perspectivas a los estudios sobre la
pobreza, la precarización laboral/desempleo y la limitación de
los derechos de ciudadanía (Saraví, 2006).
Se debe señalar, al mismo tiempo, que uno de los principa-
les puntos para comprender este nuevo enfoque ha sido seña-
lar su relación con el concepto de pobreza. El concepto de
pobreza, básicamente definido a partir de umbrales de ingreso
(líneas de pobreza) y de la satisfacción de necesidades básicas,
es decir en términos fundamentalmente económicos y materia-
les, había mostrado fuertes problemas para su análisis, particu-

– 50 –
larmente por su limitación en lo que respecta a los componen-
tes cualitativos de orden más sociológico11. En fechas más
recientes la pobreza comenzó a formar parte de las discusiones
sobre fenómenos estructurales de mayores dimensiones. Co-
mo señala Gonzalo Saraví, los aportes al debate entre el carác-
ter relativo y absoluto de la pobreza, principalmente entre Pe-
ter Townsend y Amartya Sen, contribuyeron a evidenciar los
límites del concepto, en tanto incluyen aspectos sociales, y
acercan el problema hacia el ámbito de la pertenencia o mem-
bresía de los individuos a la sociedad (2006). Sin embargo, la
noción de exclusión, fue tomando distancia de los estudios
sobre pobreza en un aspecto teórico central. Bhalla y Lapeyre
(1999) sostienen que el concepto de exclusión social tiene una
diferencia explicita con el de pobreza, aún en su noción más
amplia, en la medida en que hace referencia al nivel relacional y
no sólo al nivel distribucional de las condiciones de privación.
La exclusión social, continúan los autores, denota además de la
privación material, la privación de relaciones sociales.
El argumento de Bhalla y Lapeyre relativo a la supremacía
del concepto de exclusión social sobre el de pobreza está refe-
rido a su carácter multidimensional. Mientras que el concepto de
pobreza está restringido a la debilidad del ingreso, el concepto
de exclusión social se refiere a la ruptura o malfuncionamiento
de los sistemas sociales de mayor amplitud que deben garanti-
zar la completa ciudadanía. Lo anterior sin embargo no exclu-
ye la posibilidad de que el estatus económico pueda contribuir
a situaciones de exclusión. De tal suerte, el concepto de exclu-
sión social ofrece una nueva perspectiva sobre aspectos rela-
cionados con la pobreza principalmente en dos aspectos: a) se
enfoca en el carácter multidimensional de la privación y puede así

11 Los debates sobre la pobreza en las últimas décadas oscilaron entre las
dificultades de su medición, su carácter absoluto / relativo, la naturaleza de
la llamada “cultura de la pobreza” y las políticas públicas de “combate a la
pobreza”.

– 51 –
proveer elementos para discernir factores acumulativos que
mantienen las situaciones de privación; b) renueva un análisis
de la privación como el resultado de factores causales dinámicos
(Bhalla y Lapeyre, 1999: 15).
Podemos entonces comprender en términos generales a la
exclusión social como el resultado final de un proceso comple-
jo, multidimensional y dinámico, de acumulación de desventajas
que progresivamente socava la relación individuo-sociedad. El
carácter acumulativo y dinámico del proceso puesto de relieve
en este enfoque de exclusión social plantea la necesidad de
inscribir el análisis de la exclusión en conexión directa con la
perspectiva del curso de vida (Saraví, 2006). En la presente
reflexión se toma la categoría de juventud como un eje funda-
mental para entender el proceso de exclusión/integración social.
En este sentido la transición a la adultez constituye una etapa
crítica en el proceso de integración social. Desde el enfoque del
curso de vida se deriva, en primer lugar, la importancia de la
estructura de oportunidades, así como de las condiciones socia-
les y culturales en la conformación de la experiencia de la ju-
ventud. En segundo lugar, resultan de igual forma imprescin-
dibles las relaciones en diferentes micro-escenarios para dichas
experiencias. Y finalmente, el reconocimiento del inter-juego
entre estructura y acción (Saraví, 2004: 92-93). La juventud
entonces, vista como transición, no sólo debe ser entendida
dentro de los procesos de desempeño individual, de autono-
mía, etc., sino que debe ser comprendida a la luz de los proce-
sos macro y micro sociales.
El transito a la adultez en las sociedades contemporáneas, a
partir de diversos marcadores –principalmente desde los canales
de formación institucional de los sujetos–, teóricamente coinci-
de con el proceso de integración social (Hopenhayn, 2004, Sa-
raví, 2004). Con el capitalismo moderno los jóvenes aparecen
como actores en vías de preparación para entrar en el sistema
productivo y contribuir así a la reproducción social. Sin em-
bargo, la crisis del empleo y las transformaciones sociales en

– 52 –
las sociedades actuales debilitan esta perspectiva. Por un lado,
el tránsito de la educación al empleo se hace más difuso y por el
otro, el tránsito de la independencia a la autonomía material
también se difumina (Hopenhayn, 2004). El marco que sirvió
como delimitación para el mundo juvenil, a través de la pertenen-
cia a las instituciones educativas y a la incorporación tardía en el
mercado de trabajo cayó en crisis (Reguillo, 2000). El mundo
contemporáneo representa para los jóvenes uno en el que las
posibilidades de inserción mediante el trabajo son críticas.
Como se ha sugerido, el concepto de exclusión social nece-
sariamente remite a la definición de los mecanismos de integra-
ción social. Es por ello que para trasladar el concepto de exclu-
sión social al análisis de la cuestión social de las sociedades
latinoamericanas, como se hace en esta reflexión, se debe seña-
lar mínimamente la especificidad de los mecanismos de inte-
gración social de dichas sociedades. A diferencia de Europa,
en América Latina la exclusión social se da sobre un trasfondo
de profunda pobreza y desigualdad, de extendida precariedad
laboral y de limitada ciudadanización12 (Saraví, 2006). Se debe
tener en cuenta por lo tanto que el proceso de exclusión /
integración social en América Latina se da dentro de contextos
de profunda desigualdad, que tiene como trasfondo una mar-
cada historicidad de la pobreza y una concentración espacial de
la misma (Saraví, 2006).
En años muy recientes el concepto de exclusión social ha
comenzado a aplicarse en sociedades de América Latina y se
han comenzado a aportar planteamientos interesantes. Por
ejemplo, haciendo especial énfasis en el carácter multidimen-

12 Por ejemplo, Guillermo O’Donnell argumenta que en Europa los derechos

sociales -dimensión central en la definición moderna de ciudadanía- fueron


logrados mediante las luchas de la sociedad civil, mientras que en América
Latina fueron implantados por los propios Estados, partiendo además de una
base limitada en comparación con el del noroeste europeo (2004). O’Donell
señala que aparte de ello en la mayoría de los casos de AL ha habido una regre-
sión constante de los derechos sociales (2004).

– 53 –
sional, acumulativo y procesual, se plantea la necesidad de
retomar la dimensión cultural como parte central de tales fe-
nómenos (Estivill, 2000; Gacitua y Davis, 2000, Trouillot,
2000). Así, se suponen procesos de exclusión retomando tanto
las dimensiones económicas, sociales y políticas así como las
culturales. En este trabajo utilizo el concepto de exclusión
social, a partir de su utilidad como tipo ideal, como un proceso
multidimensional y dinámico de acumulación de desventajas,
que actúan como detonantes de la fractura de relaciones entre
el individuo y diversas formas de la vida social. Específicamen-
te considero al trabajo formal, al que se asocian una serie de
derechos sociales específicos, como una de las principales
fuentes de integración a la sociedad, es decir, uno de los prin-
cipales vínculos entre individuo-sociedad. No obstante, los
factores circundantes en torno a la inserción en el mercado de
trabajo formal pertenecen a dimensiones múltiples.
Por lo anterior, en tanto que el enfoque de la exclusión so-
cial alude a una multidimensionalidad, resulta de particular
relevancia explorar la participación de los factores “blandos”,
es decir culturales, en el proceso de integración / exclusión
social. En otras palabras, la integración a la sociedad mediante
aspectos “objetivos” se realiza principalmente bajo el goce de
derechos básicos, pero es importante reconocer que dentro de
este proceso de integración o exclusión existe una dimensión
subjetiva que puede contribuir de formas particulares a su des-
envolvimiento. En este sentido, las costumbres, las expectati-
vas, los estigmas, los significados del trabajo y la ciudadanía,
etc., son relevantes para la constitución de la dimensión subje-
tiva de la exclusión social. Es desde este supuesto que conside-
ro necesario avanzar en la discusión hacia la problematización
de las relaciones entre la estructura social y la cultura.
Por cuestiones de espacio, no se desarrolla aquí una discu-
sión amplia sobre este problema. No obstante es importante
señalar que la noción semiótica de cultura, entendida como
sistemas en interacción de signos interpretables, tal como la

– 54 –
propone Clifford Geertz, (1973) resulta útil en la medida en
que no se asume como una entidad, “algo a lo que puedan atri-
buirse de manera causal acontecimientos sociales, modos de
conducta, instituciones o procesos sociales” (Geertz, 1973: 27).
En esta perspectiva, destaca la importancia de evitar los ries-
gos que conlleva un enfoque unilateral culturalista. Peter Ber-
ger y Thomas Luckmann son un ejemplo claro de los teóricos
preocupados por enfrentar este problema. Ellos han desarro-
llado, desde una perspectiva fenomenológica, una teoría sobre
la construcción social de la realidad donde el proceso de socia-
lización de los sujetos involucra una relación dialéctica (y diría
dialógica) entre la estructura social y la intersubjetividad. Para
ellos, la socialización:

[…] siempre se efectúa en el contexto de una estructura so-


cial específica. No sólo su contenido, sino también su grado de
‘éxito’ tienen condiciones y consecuencias socio-estructurales.
En otras palabras, el análisis micro-sociológico o socio-
psicológico de los fenómenos de internalización debe siempre
tener como trasfondo una comprensión macro-sociológica de
sus aspectos estructurales (Berger y Luckmann, 1968: 204).

Siguiendo esta perspectiva, podemos plantear entonces que,


la relación individuo-sociedad no sólo está configurada en
función de las instituciones políticas, mercantiles o laborales,
sino también por los procesos intersubjetivos que retroalimen-
tan esas funciones en sentido concreto, y éstas a su vez vuel-
ven a influir en las percepciones subjetivas sobre ellas.
En otros términos, Pierre Bourdieu ha abordado el pro-
blema de la relación agencia-estructura a partir de su esfuerzo
por “trascender la reducción mutilante de la sociología, ya sea
a una física objetivista de las estructuras materiales, ya sea a
una fenomenología constructivista [unilateral] de las formas
cognoscitivas, mediante un estructuralismo genético, capaz de
englobar una y otra” (Waquant, 1995: 17). La noción de habi-

– 55 –
tus, planteada por Bourdieu bajo esa finalidad, alude a “una
suerte de trascendente histórico: un sistema socialmente cons-
tituido de disposiciones estructuradas y estructurantes, adqui-
rido mediante la práctica y siempre orientado hacia funciones
prácticas” (Bourdieu, 1995: 83). En este sentido, la presente
reflexión parte de suponer realidades estructurales en las que
se inscriben los fenómenos sociales, dentro de los cuales es
necesario analizar los procesos subjetivos y culturales.
Como se señaló anteriormente, la noción de exclusión so-
cial se centra en la idea de una fractura de los lazos que tejen la
relación individuo sociedad. El proceso en el que ocurre esta
fractura es multidimensional: tales dimensiones pueden ser
económicas, sociales y políticas, entre otras. Jordi Estivill ca-
racteriza a la exclusión social como un proceso acumulativo y
pluridimensional que aleja e inferioriza, con rupturas sucesivas,
a personas, grupos, comunidades y territorios, de los centros
de poder, de los recursos y los valores dominantes (Estivill,
2003). Pocos autores han mencionado la dimensión subjetiva
como una parte central. Estivill no sólo reconoce y destaca la
importancia de una dimensión subjetiva en los procesos de
exclusión social, sino que al mismo tiempo pone en evidencia
la escasa atención y centralidad que se le ha otorgado en los
estudios sobre este tema. Para este autor:

[…] sería quedarse a mitad del recorrido no abordar los


aspectos simbólicos y culturales de la misma [exclusión], los
cuales, en general son menos tratados […]. Quizás porque a
veces son los menos visibles y los que alejan más la definición
de la noción más material de la pobreza (Estivill, 2003: 44).

Esta idea nos aproxima a uno de los principales motivos


por los cuales la dimensión subjetiva y la cultural han sido
menospreciadas, se trata precisamente de que la pobreza así
como los otros factores de exclusión social han sido definidos
primordialmente desde sus bases materiales y cuantificables.

– 56 –
Silvia Duschatsky y Cristina Corea (2001) sugieren que los
rasgos de la “expulsión” social como la falta de trabajo, las
estrategias de supervivencia que rozan con la ilegalidad, la vio-
lencia o la escolaridad precarizada retratan determinaciones o
hechos, pero no hablan de los sujetos, de los modos de signifi-
cación, de sus efectos en las operaciones de respuesta, de las
valoraciones construidas, etc. En este sentido, ellas consideran
que es necesario distinguir entre actos o datos reveladores de
la expulsión y prácticas de subjetividad, esta últimas como opera-
ciones que pone en juego el sujeto en esa situación. Para Esti-
vill, los procesos identificables desde este enfoque son, por un
lado, la constitución de grupos y comunidades cerradas que
afirman autoritaria y dogmáticamente sus valores, llevando a la
expulsión de quienes no los aceptan o no son reconocidos. Y
por otra parte, la creación de espacios alejados e inferiores,
otorgados a determinados grupos.
Lo interesante de estos fenómenos es la confluencia de fac-
tores materiales y simbólicos que pueden aportar de diferente
manera elementos para el desarrollo de una situación de exclu-
sión. Desde mi perspectiva la existencia de procesos de estigma-
tización, segregación, anomia, etc., merecen análisis profundos
que nos suministren información sobre sus pautas internas de
funcionamiento. Es decir, no es sólo reconocer que están ahí,
sino comprender cómo es que se sostienen o se transforman, y
cómo participan en las situaciones particulares de exclusión.

Prácticas significantes y sentidos de la integración social


El término de prácticas significantes, tal como se utiliza
aquí, está directamente relacionado y se basa en el concepto de
habitus de Bourdieu. Este concepto plantea el análisis social de
la “objetividad de segundo orden”, que aparece bajo la forma
de sistemas de clasificación, de esquemas mentales y corpora-
les, fungiendo como matriz simbólica de las actividades prácti-
cas, conductas, sentimientos, pensamientos y juicios de los

– 57 –
agentes sociales (Waquant, 1995). Hablar de habitus, es plan-
tear que lo individual, e incluso lo personal, lo subjetivo, es
social, a saber, colectivo. El habitus es entonces una subjetivi-
dad socializada (Bourdieu, 1995). Lo que planteamos desde el
término de prácticas significantes es una forma de observar la
constitución y función de los habitus en una población deter-
minada. De acuerdo con una definición semiótica de la cultura,
se entenderá a las prácticas significantes como la traducción de
impulsos subjetivos en comportamientos de carácter discursi-
vo en sentido amplio; es decir, como expresiones simbólicas
subjetivas, susceptibles a la interpretación de su carácter prag-
mático. Las preferencias de los jóvenes por estudiar o no, por
determinado tipo de empleo, por la sociabilidad con determi-
nado grupo, la definición de “los otros” y del “nosotros”, etc.,
constituyen elementos asociados a prácticas significantes que
nos hablan acerca de sistemas de disposiciones estructuradas y
estructurantes adquiridas por los jóvenes en circunstancias
específicas. Por lo tanto nos referimos al proceso en que las
prácticas cotidianas se traducen en prácticas significantes me-
diante los habitus, ajustados de antemano a las exigencias de
un campo y espacio social.
Para observar dichas prácticas y sentidos elaborados por los
jóvenes, nos concentraremos en un tipo particular de ellas: las
relacionadas con el trabajo13. Partimos de la hipótesis de que la
juventud con la que se realizó este trabajo, en la medida en que
tiene posibilidades de socialización relativamente heterogé-
neas, construye y expresa sentidos diversos de la integración
social. Los jóvenes de Chimalhuacán tienen posibilidades de
socialización heterogéneas en el sentido en que, por un lado la
mayoría de ellos han sido socializados principalmente en la

13 En la investigación también se exploraron los significados del estudio, es

decir la educación formal, y su relación con la percepción de integración


social. Sin embargo en este texto sólo mencionamos algunos aspectos de la
educación directamente relacionados con el tema de la sociabilidad y la
integración social.

– 58 –
zona de estudio, es decir que han tenido una experiencia coti-
diana esencialmente en el espacio local y que conservan prácti-
cas de sociabilidad también locales. Por el otro lado, una mi-
noría de ellos, por motivos de trabajo o estudio han ingresado
a otros espacios sociales, específicamente en la Ciudad de
México, encontrándose con nuevos marcos de sentido. Estas
condiciones de socialización adquieren una relevancia impres-
cindible en la comprensión de la construcción de sentidos de
integración y exclusión social a partir del significado asignado
al trabajo, así como a los espacios de pertenencia.
En la tradición sociológica el trabajo ha representado una
de las principales vías de afiliación social, en la medida en que
constituye un mecanismo por el cual se accede a un conjunto
de derechos sociales. Sin embargo se debe subrayar que este
acceso a derechos sociales mediante el trabajo se condiciona
por su carácter formal. El término de empleo informal y/o
precario se refiere a la carencia de derechos sociales asociados
al mismo, por ejemplo la seguridad en materia de salud, el dis-
frute de vacaciones, horarios de jornada, etc. La precariedad
laboral en este sentido establece una ruptura en el vínculo con
la sociedad a partir de la privación de derechos sociales. De tal
forma, las condiciones de informalidad y precariedad del em-
pleo constituyen una fuente clave de exclusión social. En este
sentido, he propuesto que las percepciones sobre las condicio-
nes de trabajo son una vía para explorar la percepción de la
exclusión.
Analizaremos en primer término los contrastes existentes
entre los significados del trabajo –en torno a su formalidad–
atribuidos desde la experiencia local y/o externa. La región de
Chimalhuacán se caracteriza por poseer fuentes de trabajo
mayoritariamente informales y precarias. En este sentido, los
jóvenes que se emplean predominantemente en este espacio
tienen mayor familiaridad con estos empleos que con aquellos
que denotan mayor formalidad. Ello nos remite al proceso de
socialización secundaria que plantean Berger y Luckman

– 59 –
(1967) en el que la internalización del mundo de instituciones
hace consciente al sujeto de un orden social institucionalizado.
En este sentido, podemos interpretar la condición de la socia-
bilidad extra-local como una experiencia de esta socialización
secundaria, en la medida en que el contacto con la ciudad re-
presenta el contacto con un espacio institucional de diferente
orden que el espacio local. Aquí nos referimos específicamente
a la estructura del mercado de trabajo que poseen ciertas áreas
de la Ciudad de México, constituida tanto por instituciones
educativas, administrativas, complejos de oficinas, empresas
medias y macro, etc., en las que se garantizan ciertos derechos
básicos al trabajador. Ante la experiencia de sociabilidad en la
ciudad, los jóvenes conforman una noción del trabajo ideal
retomando algunas características de estos empleos.
Como se pudo observar en la observación empírica, estos
jóvenes expresan aspectos asociados a la definición formal
para definir el tipo de trabajo preferido. La preferencia por un
empleo formal se asocia a la percepción de los riesgos asociados
al trabajo informal, como es la incertidumbre del ingreso para
solventar los gastos semanales o tener horarios establecidos
para la jornada laboral. Los empleos formales se asocian a
cierta rigidez en su estructura, por ejemplo en la regularidad
del salario y los horarios, lo cual brinda certidumbre sobre
ciertas necesidades de consumo. Esta y otras características,
como el acceso a la seguridad social por ejemplo, engloban lo
que algunos testimonios refieren como las “prestaciones de
ley”, que en general son fuentes de certidumbre económica y
social.
En contraste, los jóvenes que tienen mayor sociabilidad lo-
cal, quienes generalmente han tenido experiencias de trabajo
informales en sus localidades, no comparten esta misma per-
cepción. Estos jóvenes han sido socializados en mayor parte
dentro de una estructura laboral cuyas condiciones precarias es
una de sus principales características. Esto constituye una de
las principales razones por las cuales ellos privilegian más la

– 60 –
remuneración económica que las “prestaciones de ley”. Es
decir, que estos jóvenes al tener menos familiaridad con los
empleos formales construyen un ideal del trabajo en otros
términos. Cuando se les preguntó por el tipo de trabajo ideal,
el factor de primera importancia fue el ingreso, sin tomar de-
masiado en cuenta su carácter informal o formal. Algunos de
estos jóvenes están empleados en negocios familiares locales,
lo que señala también la importancia del capital social adquiri-
do en la familia y con las amistades, especialmente cuando la
deserción escolar se da a temprana edad.
Los marcos de sentido construidos en torno al trabajo tam-
bién están ajustados por las condiciones de pobreza estructural
prevaleciente entre estos jóvenes. La persistencia por genera-
ciones de las condiciones de pobreza y de trabajos precarios e
informales contribuye a la escasa familiarización con empleos
formales. Por ejemplo, en sectores recientemente empobreci-
dos, con antecedentes de empleos asalariados, la situación
suele ser diferente. En ellos puede persistir la imagen del traba-
jo asociado a los derechos sociales (Bayón, 2003). Cristina
Bayón, señala que en los sectores pobres de la sociedad mexi-
cana, caracterizada por fuertes tradiciones y circuitos de em-
pleo y consumos informales, el trabajo tiende a estar más aso-
ciado a la generación de ingresos que a la estabilidad y
protección, además de que el desempleo aparece como una
categoría poco reconocible por esta población (Bayón, 2007).
Lo anterior nos habla de los efectos socioculturales inmersos
en la estructuración de la pobreza. Estos aspectos resultan
interesantes para arrojar luz sobre estas prácticas significantes,
como disposiciones para emplearse en diversos tipos de em-
pleos, bajo fines de integración diferenciados. La misma autora
plantea que este aspecto junto con la creciente inequidad en la
distribución de oportunidades laborales y educativas conducen
al entrampamiento de oportunidades de vida signadas por una
espiral de precariedad (social) en la cual las desventajas se re-
troalimentan y acumulan (Bayón, 2007).

– 61 –
El énfasis en las diferencias de percepción de la integración,
entre la experiencia de sociabilidad local y externa de los jóve-
nes, toma sentido cuando lo trasladamos a la experiencia de
sociabilidad entre espacios con pobreza estructural y áreas de
sectores medios. Por un lado los jóvenes que han ido a la ciu-
dad están más en contacto con la idea de integración asociada
con derechos sociales, por medio del trabajo, en la medida en
que prefieren trabajos formales que garantizan ciertos dere-
chos básicos. Es decir, que ellos están en condiciones de per-
cibir la precariedad de los trabajos informales que no brindan
dichos beneficios. Por otro lado, podemos observar que esta
noción de integración social parece soslayarse en los jóvenes
que permanecen anclados al territorio local, debido a la in-
fluencia de factores estructurales, como la condición de po-
breza estructural de sus comunidades. Ellos permanecen dis-
tantes a una idea de integración por medio del trabajo en
términos de derechos, lo cual se observa en la escasa impor-
tancia que dan a ellos.
Es en este punto donde resulta interesante reflexionar so-
bre el modelo de integración a la sociedad inherente al concep-
to de exclusión social. Mientras que este concepto hace énfasis
en aspectos “objetivos” como la precariedad laboral y la debi-
lidad de los derechos de ciudadanía, entre otros aspectos, los
datos de nuestra investigación muestran que la dimensión sub-
jetiva, referente a las expectativas de integración, no siempre se
corresponde con contrarrestar estas condiciones.
Otro aspecto que nos brinda elementos para la compren-
sión de las disposiciones al tipo de trabajo, se refiere a la im-
portancia simbólica de las prácticas de consumo y de las rela-
ciones de amistad. En Chimalhuacán la mayoría de los jóvenes
están más preocupados por las posibilidades del ingreso y del
consumo, así como de las relaciones de amistad, que por tener
un empleo formal o tener acceso a altos niveles de estudio.
Por ejemplo, los motivos para continuar en los estudios y te-
ner una profesión pueden ser, más que tener una vida estable,

– 62 –
tener mayores posibilidades de consumo. El consumo de artí-
culos que puede representar el ingreso a la modernidad y posi-
blemente una expectativa de clase, funge como un medio de
integración social y bienestar.
En 2004 el informe realizado por la CEPAL y la OIJ (Or-
ganización Iberoamericana de Juventud) sobre la juventud
iberoamericana señaló como uno de los fenómenos de mayor
importancia la centralidad del consumo de medios en una cre-
ciente convergencia de tecnologías de comunicación. Ya no es
sólo la televisión o la radio en su sentido tradicional, sino una
diversificación de medios que incluye el consumo de TV por
cable, videos, DVD, Internet y otros dispositivos (Hopenhayn,
2004). Sin embargo, también se señala en este estudio que
actualmente se produce una tensión entre la expansión del
consumo simbólico y la restricción en el consumo material. Es
decir, a medida que se expande el consumo simbólico –por
mayor acceso de la juventud a educación formal, medios de
comunicación, mundos virtuales y a los íconos de la publici-
dad–, se estanca el consumo material, ya que la pobreza juvenil
no ha mostrado disminución y las fuentes de generación de
ingresos se restringen. De tal forma se genera una situación en
la que se abren las brechas entre expectativas y logros. La de-
mocratización de la imagen convive con la concentración del
ingreso (ídem, p.20), proceso en el que el fenómeno de tensión
entre expectativas y logros se agudiza aun más en los sectores
pobres.
Por tales motivos, la importancia del consumo puede vincu-
larse con la expectativa de integración social, lo cual le otorga
una centralidad fundamental a la generación de ingresos. En
los jóvenes de Chimalhuacán en general encontramos una
fuerte asociación del estudio con las posibilidades de consumo
que puede brindar en un futuro. El énfasis de algunos jóvenes
por el anhelo de consumir artículos de alta tecnología nos
muestra que el consumo juega un papel importante en el sen-
tido de integración para estos jóvenes. Lo cual nos hace re-

– 63 –
flexionar sobre un sentido consumista de integración por en-
cima de otro tipo de derechos sociales, como un empleo for-
mal. Este aspecto consumista nos habla de una práctica signi-
ficante de integración social explícita, la cual está más o menos
generalizada por la difusión de prácticas de consumo de la
clase media y alta14. Es muy probable que estos jóvenes perciban
la integración de los sectores más favorecidos a partir de sus prácticas de
consumo, y no de sus derechos laborales y sociales. Por otro lado, este
sentido de integración desde una profesión está relacionado
con una posibilidad de movilidad social, de ingreso a otro es-
trato social. Observamos también que el sentido de integra-
ción mediante el consumo subyace incluso en los jóvenes que
estudian en niveles superiores en la ciudad.
Las prácticas de consumo, como tener un auto (aunque sea
con varios años de antigüedad), son en las comunidades de
este estudio otra forma de afirmarse como una persona respe-
table. El estatus social entre estos jóvenes, mediante el consu-
mo, no sólo se dirige a poseer artículos de alta tecnología, sino
también otros objetos materiales como los autos y las prendas
de vestir. Sin embargo debemos matizar esta afirmación en el
caso de quienes sociabilizan sustancialmente en el entorno
local y que además han dejado de estudiar. La esperanza de
consumo no necesariamente significa para ellos una expectati-
va de ascenso a la clase alta o media. En esta región se aprecia
cierta antipatía hacia la “gente de dinero” (aspecto que no des-
arrollaremos aquí). De cualquier manera una gran parte de
jóvenes han asimilado en la socialización local una forma de integración

14 Para Mary Douglas y Baron Isherwood, el consumo es una actividad


ritual. Este es un proceso activo en el cual todas las categorías sociales son
continuamente redefinidas, donde los bienes son utilizados para “marcar”,
en el sentido de clasificar categorías. De esta forma, el individuo utiliza el
consumo para decir algo sobre sí mismo, sobre su familia, su localidad, ya
sea rural o urbana, la residencia fija o vacacional, etc. (1979). En este senti-
do, una de estas posibilidades expresivas del consumo están referidas a las
expectativas de integración social y de clase.

– 64 –
y respetabilidad en la que los derechos sociales, laborales y educativos, no
figuran como los principales. Como hemos vislumbrado, al igual
que en el proceso de significación del trabajo, la expectativa de
integración social se transforma a partir de un mayor contacto
con otros espacios y sectores sociales. Esta tendencia se ob-
serva especialmente desde las experiencias de ser estudiante de
nivel medio y superior, donde se posibilita más la sociabilidad
con esos espacios y sectores.
Por otro lado, la tendencia a significar una integración so-
cial desde las prácticas de consumo se complementa con la
valoración de los lazos de amistad, principalmente en la pers-
pectiva local. Estos ámbitos funcionan como elementos de
membresía social que se imponen por encima de los débiles
lazos sociales al sistema estatal de integración. Las relaciones de
amistad se perfilan como un ámbito de estabilidad social en la
medida en que sustituyen la ausencia de ciertos derechos socia-
les. Cuando pregunté a los jóvenes entrevistados sobre lo que
era necesario para llevar una vida estable, las respuestas se
centraron, junto con el ingreso, en la importancia de la amistad
y de tener un trabajo honrado, no necesariamente formal. Este
sentido está además fuertemente ligado a la práctica laboral
para quienes han abandonado los estudios. El trabajo, más que
significar una afiliación social mediante los derechos sociales, representa un
vínculo social mediante lazos de amistad. El papel de las relaciones
de amistad en el sentido de la integración nos habla de una
protección proveniente en mayor medida de los amigos que
del Estado. Lo importante es señalar que la noción de ciuda-
danía está ausente, así como la de un trabajo formal, lo cual
nos habla de un débil reconocimiento de sus derechos sociales.
Debemos reflexionar entonces sobre la divergencia del sen-
tido de integración entre la definición formal, que se basa en el
trabajo formal y los derechos de ciudadanía, y el significado de
integración social para éstos jóvenes, fuertemente orientado
hacia el valor del consumo y las redes sociales (de amistad, por
ejemplo). Es importante recordar que la tensión existente en-

– 65 –
tre las expectativas de consumo y sus logros se agudiza en la
medida en que para este sector las oportunidades de bienestar
material están restringidas. El sentido de la integración social para
estos jóvenes pasa por la expectativa de cierto tipo de consumo que sin
embargo materialmente no puede lograrse. Este aspecto nos remite a
la caracterización de estos sectores como seducidos y abandonados
(Kaztman, 2001); seducidos por los modelos de bienestar di-
fundidos en la cultura global y abandonados por el Estado, a
partir de la privación de oportunidades de bienestar.
Retomando la idea señalada por Bayón (2007), sostengo
que al igual que en el proceso de significación del trabajo, el
significado de la pertenencia e integración social toma sentidos
divergentes al de una definición oficial, en la medida en que
este grupo social ha permanecido por generaciones en condi-
ciones de exclusión social, específicamente respecto del traba-
jo y el Estado. Dado lo anterior, pareciera que existe una alta
probabilidad de que las expectativas de integración social ge-
neralmente difieran entre los sectores populares y medios-
altos15. Es decir, objetivamente observamos condiciones socia-
les de integración / exclusión, referidas a las condiciones labo-
rales, entre otras; empero, subjetivamente podemos ver que las
expectativas de integración difieren entre los distintos sectores
sociales –y aún entre los sectores pobres, en función de su
proceso de empobrecimiento. Bajo estos argumentos se sub-
raya la necesidad de profundizar en la dimensión subjetiva de
la exclusión social.
Dentro de este estudio se observaron también aspectos in-
teresantes dentro de las relaciones entre el trabajo y el estudio.
He encontrado que estas relaciones son percibidas diferen-
cialmente a partir de la condición de ser estudiante o trabaja-
dor, principalmente en la valoración y la combinación de am-

15 Aunque este dato ciertamente requiere sostenerse con información empí-


rica, la cual no se ha explorado. Sin embargo es importante señalar este
punto como una línea interesante de investigación en el tema.

– 66 –
bas actividades. Pero como observamos anteriormente, esta
división de actividades se traslapa con los espacios de sociabi-
lidad. Para los jóvenes con experiencias de sociabilidad en
entornos locales, que normalmente han abandonado los estu-
dios, el valor del trabajo se reivindica por sobre el estudio, por
ejemplo cuando las habilidades productivas pueden no estar
siempre en función de la instrucción educativa. En contraste,
los y las jóvenes estudiantes, principalmente los que estudian
en la ciudad, tienden a valorar el estudio a partir de la posibili-
dad de capacitación personal, tanto para el desempeño laboral,
como en el de la vida personal.
De esta forma, la valoración sobre el estudio se relaciona
con la sociabilidad establecida en diferentes espacios, orientada
especialmente por las actividades y disposiciones hacia el tra-
bajo y el estudio.
Finalmente debemos anotar un matiz existente en la signifi-
cación del trabajo derivada de la sociabilidad entre los espacios
laborales y escolares de la ciudad. La experiencia escolar en la
ciudad tiene mayores implicaciones en la transformación de
los marcos de sentido que la experiencia laboral (también en la
ciudad). Este proceso está dado principalmente por el grado
de diferenciación social en las relaciones entre pares. El espa-
cio escolar deviene en un entorno donde los jóvenes están más
expuestos a sociabilizar con otros jóvenes con mejor posición
económica. Por el contrario, en el espacio laboral este tipo de
relaciones son más restringidas, ya que es menos probable que
jóvenes con posición económica favorable laboren en los
mismos lugares y en las mismas jerarquías. En resumen, la
escuela no establece las mismas horizontalidades socioeconó-
micas con los grupos de pares que el trabajo. La condición
diferencial de las relaciones sociales entre la escuela y el trabajo
representa la diferencia en cuanto a tener un contacto más
directo o indirecto con las prácticas culturales de la clase favo-
recida. A razón de ello, los jóvenes que trabajan en la ciudad
tienen una alta probabilidad de regresar a su lugar de origen en

– 67 –
busca de trabajo y de espacios de sociabilidad. Este es el caso
de algunos de nuestros informantes que trabajaron en la ciu-
dad y que actualmente se emplean en Chimalhuacán. Ante-
riormente mencionamos que ellos tienen o expresan una no-
ción de trabajo más formal que quienes no se trasladan a la
ciudad, pero a pesar de ello las expectativas depositadas en la
actividad laboral suelen ser ambiguas, dominadas por dudas y
conflictos en torno a las ventajas y desventajas de la formali-
dad y la informalidad.
Uno de mis argumentos propone que el espacio escolar tie-
ne mayores implicaciones que el laboral, sobre el grado de
valoración del trabajo formal. Son dos los factores que hacen
que la sociabilidad externa basada en el estudio se exprese en
una mayor valoración de la formalidad del empleo: el papel
educativo en sí de la escuela y la diferenciación social. Los
jóvenes estudiantes de Chimalhuacán se encuentran en situa-
ciones en las que su vulnerabilidad económica se ve confron-
tada con la mayor capacidad de consumo de sus compañeros
de bachillerato o de la universidad; al igual que otros contras-
tes que denotan una pertenencia de clase diferente. Sin embar-
go, pensamos que el papel educativo en sí mismo no es sufi-
ciente para fomentar un tipo de valoración sobre el trabajo
formal, ya que nuestros informantes que estudiaron la prepara-
toria en el espacio social local no se caracterizan precisamente
por anhelar un trabajo con características formales. Es, enton-
ces, la convergencia de estos dos aspectos –la instrucción es-
colar y las posibilidades de interacción con jóvenes pertene-
cientes a otros sectores y clases sociales16– lo que da fuerza a la
expectativa de integración social desde un sentido formal.
He presentado argumentos para sostener, por un lado, que
los jóvenes que sociabilizan en la ciudad, ya sea por motivos
escolares o de trabajo, han desarrollado una percepción del

16Las escuelas públicas de nivel superior son de los pocos espacios que aún
permiten este tipo de interacciones entre sectores sociales.

– 68 –
trabajo en términos más formales, posibilitada por el contacto
con una estructura institucional laboral diferente a la de sus
comunidades. Por otro lado, señalé brevemente que hay dife-
rencias entre quienes estudian y quienes trabajan en la ciudad,
estos últimos tienen una posición más ambigua. Este matiz es
producido principalmente por las particularidades de las dife-
rencias en las relaciones sociales y culturales que existen entre
los espacios laborales y los escolares de la ciudad en los que se
insertan algunos de estos jóvenes. Resalté también que el sen-
tido subjetivo de integración social, para los jóvenes socializa-
dos en el espacio local, presenta especificidades propias que no
siempre coinciden con los supuestos implícitos en la noción de
exclusión social. De tal forma es posible sostener que esta
divergencia alude a la complejidad de la exclusión social en
términos de su dimensión fenomenológica, intersubjetiva, la
cual es sensible al proceso de exclusión de cada sector.
En términos generales he querido mostrar que el tipo de re-
laciones y experiencias que permiten entablar los distintos
espacios de sociabilidad de los jóvenes repercute fenomenoló-
gicamente en las disposiciones subjetivas hacia distintos en-
tornos y formas de integración y/o exclusión. Estas diferen-
cias subjetivas repercuten en la valoración de las condiciones
objetivas y, en consecuencia, en las vías para su reproducción
o transformación. Estas disposiciones hacia el cambio parecen
estar menos presentes en quienes no confrontan directamente
sus marcos de sentido fuera de la sociabilidad local. De esta
forma, nos aproximamos a comprender un aspecto de las dis-
posiciones estructuradas y estructurantes implicadas en el ais-
lamiento y la exclusión social urbana.

Conclusiones
Uno de los propósitos principales de este trabajo ha sido
mostrar la complejidad de la exclusión social desde un aspecto
específico: su dimensión subjetiva. Las posibilidades analíticas

– 69 –
que nos brindan los actuales enfoques sobre este fenómeno,
esencialmente la noción de proceso y multidimensionalidad,
nos alertan sobre los riesgos de simplificar su observación y su
análisis. Reconocer que la exclusión no se limita a la condición
de pobreza nos permite ampliar los horizontes analíticos sobre
aspectos extraeconómicos, puntualmente relacionales. El fac-
tor económico ciertamente es un componente central en el
proceso de integración social, pero como tratamos de mostrar,
el lazo individual con la sociedad no se determina únicamente
por ello. La noción de exclusión social como un proceso di-
námico de acumulación de desventajas nos remite a la even-
tualidad de múltiples dimensiones que se entretejen alrededor
del mismo.
La dimensión subjetiva de la exclusión social, aspecto que
al mismo tiempo ha sido menospreciado en la producción
teórica, debe ser analizada dentro de una relación de eficacias
estructurales y simbólicas. El caso de los jóvenes de Chimal-
huacán nos permite observar cómo se desarrollan algunos
aspectos del proceso de integración / exclusión social en la
transición a la adultez, desde posiciones sociales específicas, es
decir en desventaja. Al pertenecer a una zona popular urbana
con alto grado de marginación, estos jóvenes son sujetos vul-
nerables con pocas posibilidades de integración social por
múltiples situaciones. Las condiciones del ingreso al mercado
de trabajo establecen un punto crucial en su proceso de inte-
gración social en términos de adquirir derechos sociales y por
lo tanto de goce de ciudadanía. Las posiciones estructurales de
los jóvenes de Chimalhuacán representan fuertes desventajas
para enfrentar esta transición. Por lo cual, el problema de la
exclusión para ellos se traduce más bien en el riesgo de una
integración negada al sistema social, o en el mejor de los casos
defectuosa, inconclusa, o desfavorable.
No obstante, reitero, en este texto he querido profundizar
en la dimensión fenomenológica de la exclusión. Se debe enfa-
tizar que en la medida en que la dimensión cultural de la exclu-

– 70 –
sión nos remite al distanciamiento de los valores dominantes,
posibilitada por los efectos de la segregación espacial, la im-
portancia del elemento subjetivo recae en la significación y
percepción de la integración/exclusión social. Este tipo de
análisis nos permite explorar las formas en las que se constru-
yen los sentidos de pertenencia, los cuales están vinculados
directa o indirectamente con una noción de la integración so-
cial. Lo que subrayo es entonces que la significación de la inte-
gración, ya sea en un sentido alterno o formal, constituye un
elemento importante para pensar en una dimensión subjetiva
de la exclusión social. Este argumento es consistente bajo el
análisis de los significados que se vinculan al trabajo. Por
ejemplo, en condiciones de aislamiento y vulnerabilidad el
empleo se asocia principalmente con cuestiones tales como el
ingreso y el consumo, más que con la seguridad social; de igual
forma el desempleo aparece como una categoría poco recono-
cible por esta población.
Es en estos términos que podemos hacer referencia a una
eficacia simbólica o cultural de la estructura social. Es decir, en la me-
dida en que en este sector las condiciones materiales, laborales,
etc., son desfavorables y de que existe un relativo aislamiento y
segregación, las posibilidades de conformar estructuras de
significación propias, en torno a las mismas condiciones mate-
riales, son relativamente altas. De tal suerte, la eficacia simbóli-
ca de la estructura social, en condiciones de desventaja se evi-
dencia en la conformación de sentidos alternos de la
integración/exclusión social. Así, podemos comprender cómo
es que la noción de afiliación social para este sector se inclina
más hacia aspectos como el consumo y las redes de amistad,
que hacia categorías como las de derechos sociales o la ciuda-
danía. Aquéllos aspectos funcionan como elementos de mem-
bresía social que se imponen por encima de los débiles lazos
sociales al sistema estatal de integración. Lo cual es sumamen-
te relevante para comprender cómo es que prevalecen y se
reproducen sentidos alternos de integración / exclusión. La

– 71 –
definición tradicional de integración / exclusión social ya no se
corresponde con las expectativas de estos sectores. Con esto
señalamos otro aspecto importante: la divergencia entre las
nociones tradicionales de exclusión y las expectativas de estos
sectores. Esta divergencia alude a la complejidad de la exclu-
sión social en términos de su dimensión simbólica, intersubje-
tiva, la cual es sensible al proceso de exclusión de cada sector.
Por otra parte, es necesario reflexionar también sobre las
manifestaciones de una eficacia estructural de la cultura, como pro-
ceso complementario y simultáneo. En este proceso se inscri-
be el argumento de que la dimensión subjetiva de la exclusión,
por ejemplo en el reconocimiento o no de las desventajas,
incide en la aceptación o rechazo de la propia posición en la
estructura social. Este es el caso en el que las nociones del
empleo asociadas más al ingreso y menos a los derechos con-
tribuyen a la baja o nula expectativa de obtener un trabajo
formal (sin olvidar que las constricciones estructurales también
contribuyen a dificultar esta posibilidad).
Así, esta relación de eficacias se inscribe en lo que quere-
mos llamar la historicidad, no sólo de la pobreza, sino de la
segregación, el aislamiento y la relativa exclusión. Es decir, este
fenómeno estructural y cultural a la vez nos muestra que nos
encontramos frente a una estructuración de la segmentación y
fragmentación social, así como de la vulnerabilidad y desafilia-
ción. En este contexto, debemos señalar que la situación de
estos sectores cada vez se torna más sombría. Por ejemplo,
que a partir de la asunción de valores seculares de integración
social, como la expectativa de cierto tipo de consumo, su situa-
ción se torna contradictoria; pues materialmente es difícil lograr
esas expectativas. Estos sectores se ubican entonces en una
fuerte tensión entre un tipo de expectativas y sus constricciones.
Lo anterior entonces nos llama la atención sobre los efectos
socioculturales inmersos en la estructuración de la pobreza,
especialmente sobre aquellos aspectos que denotan la existencia
de una espiral de precariedad social, es decir de acumulación de

– 72 –
desventajas. En este sentido, se ponen de relieve factores pre-
ocupantes que son de consideración para la reflexión pública
sobre las condiciones de nuestras sociedades en general.
Finalmente quisiera puntualizar dos aspectos que considero
claves para contribuir a un análisis más sofisticado sobre los
procesos de exclusión social. En primer lugar, el concepto de
exclusión social debe estar sujeto a una definición de la inte-
gración social. Esta hace alusión a los vínculos de los sujetos y
grupos sociales con el sistema de bienestar social, delimitado
especialmente por condiciones materiales. Sin embargo, la
dimensión subjetiva en torno a la integración implica hetero-
geneidad cuando, por un lado, la estructura de oportunidades
es altamente desigual, y por el otro, esta desigualdad está tras-
lapada con diferenciaciones culturales emergentes entre secto-
res segregados socialmente. Esto confiere central importancia
a la conceptualización de la exclusión social desde factores
fenomenológicos en cuanto implica las relaciones entre signifi-
cados y expectativas de integración y sus condiciones y posibi-
lidades objetivas. Y en segundo lugar, resulta necesario realizar
nuevas investigaciones en torno a las condiciones materiales y
las pautas culturales de integración, no sólo de los sectores
populares, sino de todos los sectores en nuestras sociedades.
Esto, nos daría información valiosa sobre la dinámica general
de la vida social, lo cual permitiría avanzar en el mejoramiento
de las políticas públicas, a nivel de planeación y de resultados.

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IGOP, Jornadas sobre Políticas Sociales y Exclusión Social
Urbana, Barcelona (Enero 2004), mimeo.

– 78 –
CRÍTICA A LAS TEORÍAS DE LA POBREZA
Y EL DESARROLLO HUMANO FRENTE
A LA DESIGUALDAD Y VIOLENCIA
EN EL CAMPO MEXICANO

Jorge Arzate Salgado

Introducción
El presente trabajo realiza una crítica a los supuestos teóri-
cos y epistemológicos del discurso de la pobreza y el bienestar
contemporáneos: los discursos de medición científica de la
pobreza, así como de las mediciones centradas en la teoría del
desarrollo humano o Índice de Desarrollo Humano (IDH). El
objetivo de la crítica es dilucidar la capacidad y limitaciones
que tienen estas teorías y su técnica para pensar y comprender
las desigualdades sociales y económicas, así como las formas
de violencia en nuestras sociedades Latinoamericanas contem-
poráneas.
Un argumento dorsal de esta propuesta es que detrás de los
principios teóricos y metodológicos implícitos en los procedi-
mientos técnicos de naturaleza científica de medición de la
pobreza y del bienestar, existen una serie de principios no
científicos, de naturaleza ideológica y ética (un marco normati-
vo), que explican el sentido político y sociológico de la medi-
ción de la pobreza, así como de otras mediciones del bienestar.
La pobreza y el IDH son tecnologías de conocimiento
hegemónicas en el mundo académico y en las agendas guber-

– 79 –
namentales que atienden el problema del desarrollo y el bien-
estar; sus indicadores ha sido el insumo principal para diseñar
varias generaciones de política de lucha contra la pobreza y
para el desarrollo, de tal manera que buena parte de las agen-
das gubernamentales en materia de política social están mon-
tadas sobre estos discursos y sus tecnologías. Por otra parte se
habla de la desigualdad, sobre todo en América Latina, pero
esta idea no se liga con las mediciones de pobreza y bienestar,
o en ocasiones se supone de manera implícita que son éstas
últimas son útiles y capaces de medir la desigualdad. En este
sentido es necesario ampliar el espectro de lo que significa la
desigualdad, sobre todo es necesario ir más allá de las des-
igualdades económicas entendidas como reparto de la riqueza
y ahondar en las desigualdades económicas como procesos de
explotación y las desigualdades sociales como acceso a las
oportunidades; al tiempo que es urgente preguntarnos sobre
hasta dónde las medidas de pobreza y de bienestar hegemóni-
cas tienen capacidad para expresar y pensar la desigualdad; es
necesario visualizar sus limitaciones, ya que de esto depende la
elaboración de estrategias y políticas públicas más precisas
para la consecución del bienestar.
Es evidente que mucho de lo que pueda suceder en rela-
ción con aspectos como el desarrollo, el bienestar y la cons-
trucción de sociedades más justas y democráticas tiene que
ver, al menos en parte, con la acción social gubernamental en
torno a las desigualdades. Si éstas están siendo atacadas desde
los programas de lucha contra la pobreza o desde políticas
guiadas por los indicadores de desarrollo humano, es necesario
pensar sus alcances, es decir, hay que ligar el problema de la
carencia material expresada en términos de consumo con las
formas más álgidas de las desigualdades sociales y económicas,
esto implica realizar ligas conceptuales entre formas de des-
igualdad y formas de violencia, entre conflicto y formas de
desigualdad, así como retomar el concepto de cambio social y
acción gubernamental.

– 80 –
Creemos que es urgente desmitificar el sentido que tienen
estas tecnologías de medición, ya que sin esta tarea epistemo-
lógica es imposible plantear alternativas desde las ciencias so-
ciales para la construcción social e histórica de procesos de
transformación social en un sentido positivo, con justicia y
para y por la dignidad humana. Sostenemos la hipótesis de
trabajo de que dichas tecnologías de medición más que solu-
cionar el problema de la carencia material ha generado una
invisibilización de las desigualdades y las formas de violencia
que les acompañan, es decir, reducen el espectro de realidad
que suponen las desigualdades sociales y económicas. Una
consecuencia de esta situación, en términos de conocimiento,
es que es difícil pensar y ver los procesos y situaciones de vul-
nerabilidad de los diversos actores sociales; lo cual, como ya
henos dicho, tiene importantes consecuencias en las agendas
de investigación y en la construcción de agendas de políticas
públicas, las cuales deben ser más críticas y éticas (éticamente
sustentables), a la vez que pensadas desde criterios que permi-
tan introducir con fuerza la idea de los derechos sociales ciu-
dadanos, ésta última como un elemento teórico e ideológico
de vital importancia para democratizar el mismo ejercicio aca-
démico de la medición y acción gubernamental en torno a las
desigualdades sociales.
En una segunda parte el trabajo hace un ejercicio en donde
se descentra el problema de la pobreza y el desarrollo humano y
se pone en términos semánticos del problema de la desigual-
dad, vale decir, de las desigualdades sociales y económicas; o
sea, en donde se propone un sistema de relaciones entre dos
conjuntos problemáticos: la desigualdad y la violencia, todo
ello ejemplificado para el caso del campo mexicano. Dicho
ejercicio tiene la función metodológica de mostrar lo que la
medición de la pobreza en sus muy diversas metodologías y el
IDH invisibilizan: propone un sistema de relaciones complejas
en donde el problema del bienestar no puede comenzar de
manera unilateral en el problema del ingreso monetario, así

– 81 –
como no puede terminar con una medida sintética o de llegada
que exprese el resultado del bienestar como promedio.
Finalmente, se proponen algunos principios epistémicos
generales que podrían contribuir a la construcción de un pro-
grama de investigación sociológico sobre las desigualdades en
el campo, el cual fuera, sobre todo, ético (en un sentido demo-
crático-reflexivo) frente al problema de la desigualdad. Cree-
mos que es necesario comenzar un esfuerzo de pensamiento
teórico que permita innovar relaciones problemáticas en torno
a las nuevas y antiguas desigualdades, lo cual significa una tarea
en donde es necesario arriesgar, pero, sobre todo, en donde es
necesario repensar lo dado.

Preguntarle a la pobreza sobre la desigualdad económica


y social17
¿Qué es la pobreza desde un punto de vista socio-cultural
para el caso del campo mexicano?, lo cual quiere decir: desde
un punto de vista amplio no centrado en lo económico, ¿cómo
se construye la vida activa una persona denominada como “po-
bre” en medio de la carencia económica y el no acceso a los
servicios públicos básicos?, ¿qué significan los índices de po-
breza en términos de experiencia de vida para una persona o
una familia “pobre”?, ¿cuál es la dimensión vivencial de la po-
breza para un niño o niña indígena o mestizo del campo mexi-
cano?, ¿qué significa la carencia en términos de afectividad,
perspectiva de futuro, o sentido de su vida como ser humano?,
¿puede un “pobre” tener y desarrollar una actividad política
democrática y reflexiva, puede generar lazos de confianza y de
solidaridad comunitaria?, ¿de qué manera se vincula la violen-
cia en todas sus formas con la carencia material, cuál sus hilos
comunicantes?. Todas estas cuestiones son imposibles de re-
solver a partir de los datos duros o indicadores de pobreza, sea
cual fuere su metodología de medición. Esta es una afirmación

17 Algunas de estas ideas han sido desarrolladas en: Arzate, 2005.

– 82 –
que puede resultar temeraria, sobre todo en un momento en
que estos métodos son la columna vertebral de muchos pro-
gramas de investigación sobre el desarrollo a nivel mundial,
pero adquiere relevancia desde una postura sociológica y críti-
ca respecto a los procesos de desarrollo que se llevan a cabo
en el contexto de la modernidad a escala global. Quizá la cues-
tión central no sea ya conocer la magnitud de la pobreza, lo
cual no es más que un nuevo ejercicio de medición y construc-
ción cuantitativa de un esquema de estructura social, con el
inconveniente que esta imagen de la estructura social está
montada sobre el estigma del ser “pobre”, con todas sus im-
plicaciones en términos de discriminación social18.
Creemos que la medición de la pobreza como teoría y
herramienta técnica de medición tiene un problema epistémico
fundamental que le impide pensar las desigualdades, el asunto
es que se trata de una teoría que, como buen producto de las
teorías económicas liberales, está hecha para pensar el reparto
de bienes en un contexto de mercado, lo que quiere decir, que
no contempla en ningún momento el problema de la desigual-

18 La cuestión no creemos que se pueda resolver acudiendo a los enfoques


metodológicos de medición de la pobreza subjetiva, ya que dichos proce-
dimientos metodológicos parten de las mismas premisas teóricas y técnicas
de la medición de la pobreza cuantitativa; ya que el asunto epistemológico
en este tipo de propuestas gira en torno a la discusión sobre la manera de
construir umbrales de pobreza utilizando el punto de vista subjetivo de una
persona, es decir, el problema es uno de validación de los umbrales de
pobreza (y en ocasiones la cuestión se reduce a una verificación de la vera-
cidad del ingreso familiar), nunca se busca con estas propuestas una crítica
constructiva y de sentido heurístico del método y su tecnología: no hay
ningún intento de descentrar el problema de la carencia como un problema
político y de acción social que se construye históricamente desde los nive-
les micro y macro estructurales. Las líneas de pobreza subjetivas: “están
basadas en la percepción que los propios hogares tienen de sus necesida-
des” (Cristopherd et al, 2003).

– 83 –
dad como parte intrínseca de sus principios éticos, metodoló-
gicos y técnicos19.
Para las diversas corrientes de economía liberales el merca-
do es conceptualizado como un espacio neutro, en donde los
individuos convergen con plena libertad para consumir, en
donde la oferta y la demanda equilibran el mismo mercado. En
contraste, esta visión ha sido duramente criticada por los di-
versos marxismos, quienes han introducido el concepto de
alienación-explotación, el cual significa un principio epistémi-
co que desmiente la existencia de un mercado neutro y más
bien piensa un mercado asimétrico o desigual, en donde existe
explotación de una clase sobre otra. Pero lo relevante de esta
idea es que introduce el concepto de conflicto, y por lo tanto
el de socialidad en el mercado, por lo que éste no es neutro y
es más bien un campo de batalla entre intereses encontrados.
Algunos otros sociólogos de tendencia liberal, como Weber,
han pensado al mercado como sociológicamente activo, es
decir, en donde se producen relaciones sociales de dominación
entre los diversos actores y en donde existen procesos de con-
trol de los bienes de organización (Dahrendorf), lo cual garan-
tiza un orden social no neutro sino politizado por naturaleza.
En esta última concepción el mercado no es más que el con-
texto sociológico que produce modernidad, situación de mo-
dernidad, es decir, las relaciones de poder-dominación intrín-

19 Hay múltiples críticas a las teorías de las pobreza, quizá una que llama la

atención es la que se lanza desde la teoría del género; la cual argumenta que
muchos análisis de género hechos desde la teoría de la pobreza parten de
una serie de mitos en torno a la naturaleza del mercado, el dinero y el capi-
tal, además de ser excluyentes del género a la hora de plantear la participa-
ción de éste en los procesos económicos (fallan a la hora del “reconoci-
miento de la contribución de las economías domésticas, la relevancia de las
transacciones no-mercantiles y el valor diferencial atribuido a bienes, pro-
piedad, dinero y cualidades intangibles”), lo cual genera visiones equivoca-
das sobre las posibilidades reales que tienen las mujereas para salir de la
pobreza, ya que se dejan de lado las relaciones de poder entre géneros que
juegan en la construcción de las esferas económicas (Villarreal, 2007).

– 84 –
secas en los procesos de producción-distribución-consumo
suponen la construcción social de la modernidad: producen
sentido histórico.
Epistémicamente, el problema de la desigualdad no puede
plantearse sin el concepto de conflicto social, ya sea como
explotación o como poder-dominación. Es decir, para abordar
de forma amplia el problema de la desigualdad es necesario
plantear una sociedad y un mercado construido bajo relaciones
sociales de conflicto: el mercado no es neutro.
Si el mercado es una producción social politizada, la reali-
dad de la desigualdad no se puede conocer a partir sólo de un
indicador de pobreza, a lo mucho los indicadores de pobreza
permiten conocer mapas de posible incidencia, así como la
magnitud relativa de la carencia económica a nivel de unidad
familiar, pero conceptualmente y epistémicamente, no pueden
expresar cualidades sociales e históricas de la carencia, ya que
ésta es una expresión de los procesos de politización que se
dan en el marco de la sociedad moderna de mercado, o sea,
primero, son incapaces en términos sociológicos de conocer el
cómo las diversas formas de la carencia tejen y produ-
cen/reproducen sociedad, en otras palabras de qué manera
producen instituciones sociales, segundo, son incapaces de
reconocer y conocer qué hay por debajo de estas coordenadas
de socialidad, y esto significa preguntarse sobre las condicio-
nes sociales e históricas que sustentan la carencia, o sea, qué
tipo de procesos de desigualdad explican la cualidad de la ca-
rencia, su reparto inequitativo y sus efectos no sólo a nivel de
un supuesto núcleo familiar prototípico (como dato estadísti-
co), sino a nivel de las personas específicas: lactantes, niños,
niñas, jóvenes, adultos, adultos mayores, discapacitados, y un
nutrido etcétera, etcétera de categorías sociológicas. Socialidad
y politicidad son sinónimos de mercado, más, la cuestión im-
portante sería poder pensar de qué manera este sistema histó-
rico-social de desigualdades hacen posible la constitución de
instituciones, formas de vivencia de la vida o labor, de qué ma-

– 85 –
nera construyen sistemas económicos, así como cuál es su
incidencia en la conformación de magmas de significado cultu-
ral, formas de politicidad y de qué manera contribuyen a con-
formar las diversas y complejas constelaciones de conflicto
entre grupos y clases sociales, y, finalmente, cómo las des-
igualdades generan un orden social en un sentido amplio del
término: como sistema de relaciones creativas con naturaleza
histórica: maneras específicas de vivir, comprar, cuidar, amar,
odiar, matar, robar, creer, construir, reincidir… Nos interesa
un cierto culturalismo, sino pensar las desigualdades como
proceso, como acción social, lo que permite pensar a un nivel
de complejidad y de manera no determinística.
Lo que nos interesa subrayar con estas distinciones es que
realmente hoy en día no hay una sociología de la pobreza des-
arrollada en América Latina, pues los índices de medición no
son una sociología, sino en todo caso son una economía de la
pobreza o de la carencia de bienes, así mismo estas teorías
tampoco han logrado constituirse como teorías de la justicia
social y menos aún como una reflexión ética de la construc-
ción social de la inequidad a nivel o dentro del las diversas
clases, razas, grupos de edad regiones de cada país. Sobre todo
por que se han planteado en el marco epistemológico y meto-
dológico de la ciencia social normal, en donde lo importante
no es una autoreflexión epistémica que involucre los nivel
éticos e ideológicos de la técnica, sino lo importante es mante-
ner los principios de cientificidad de la técnica, aún sean ab-
surdos para el sentido común: como el hecho de plantear co-
mo líneas de pobreza el umbral de consumo promedio por
persona de uno o dos dólares diarios a escala planetaria, como
lo hace el Banco Mundial.
En resumen, de los índices de pobreza se pueden inferir
magnitudes, profundidades de la carencia, más no cualidades y
menos aún sistemas de relaciones sociales política y socialmen-
te vivas. Paradójicamente muchos de los estudios que desde
comunidad y usando diversos métodos cualitativos que se han

– 86 –
realizado en México y América Latina desde la etno-historia y
la antropología social son, sin decirlo, ensayos, en ocasiones
muy virtuosos, de una sociología de la pobreza, esto en la me-
dida que nos presentan un sistema de relaciones históricas,
sociales, políticas y culturales de las diversas formas que la
desigualdad adquiere en sus territorios sociales comunitarios e
históricos.

La medición de la pobreza como ideología del menos


Si pensamos la pobreza, en cualquiera de sus metodologías,
como una forma específica de medir la desigualdad, es decir,
es una medida de las magnitudes y formas en el tiempo de la
carencia económica y material más significativa de una pobla-
ción urbana o rural, entonces podemos pensar que toda medi-
da de pobreza o índice es una especie de economía de la ca-
rencia del menos, implícitamente es una ideología del menos.
Como hemos dicho, los indicadores o índices de pobreza
sólo permiten conocer un sistema de relaciones que dan cuen-
ta de una dotación promedio, estadísticamente probable, de
una serie de medios económicos y de acceso a ciertos bienes o
servicios públicos básicos (educación básica, agua potable,
vivienda, salario, la lista de indicadores incluso pude ser casi
infinita20), y, en todo caso, permiten conocer la desviación
estándar de la dotación de éstos; más la cuestión, sociológica,
es cómo, de qué manera, estos bienes materiales y servicios
son vividos por la población “pobre”: qué calidad tienen, de
qué forma tienen acceso o no ellos, si tienen acceso a ellos lo
hacen como ciudadanos o como súbditos, si no tienen acceso

20 Están las metodologías de medición integrada de la pobreza, los cuales


involucran en una sola formula procedimientos de medición por líneas de
pobreza, con mediciones de marginación e, incluso, usan algunos procedi-
mientos de medición subjetiva de la carencia y el consumo. Dichos méto-
dos suelen ser más generosos al momento de construir umbrales de pobre-
za, pero a pesar de su nutrida cantidad de variables se mueven en la lógica
de la carencia como situación económica del menos.

– 87 –
diferenciado a ellos según su color de piel, raza, cultura, sexo,
clase social, edad o situación geográfica-regional, si esta situa-
ción de carencia les permite construir conciencia ciudadana o
procesos de autonomía. Lo que interesa es conocer la cualidad
que emerge de cada situación diferenciada de desigualdad: qué
condiciones sociológicas determinan las múltiples situaciones
de exclusión, si hay salario cómo se gana éste y qué procesos
de transacciones desiguales o de precarización laboral existen
antes del salario y después del salario, es decir, qué tipo de
explotación existe en la división social del trabajo, así como en
las redes de consumo inmediatas, o, en su caso, si no hay sala-
rio qué determina el acceso a los recursos, sea becas u apoyos
gubernamentales o remesas, o qué situaciones o sistema de
relaciones sociales explica el acceso a este tipo de recursos:
¿hay subordinación de las familias al aparato gubernamental,
hay coacción del voto de por medio, existen situaciones de
alto riesgo, sobre todo en el caso de los migrantes, para obte-
ner algunos cientos de dólares en remesas, cuánto hay que
pagar de prestamos a coyotes e incluso cuánto se queda el
banco que hace las transacciones de las remesas? Las pregun-
tas de este tipo que se pueden plantear pueden ser infinitas y
ninguna de ellas es posible responder desde un dato duro de
pobreza.
La cuestión de fondo es que la pobreza como medida esta-
dística sólo es útil en un plano de posibilidad estadística, el
dato de pobreza introduce a la realidad en un plano de orden
estadístico; Aunque estas medidas tiene la bondad, en térmi-
nos heurísticos, de permitir conocer desde un punto de vista
general o macro-estructural una cierta estructura del reparto de
bienes y servicios en una sociedad moderna, lo cual se puede
hacer desde un punto de vista longitudinal, en el tiempo y es-
pacio social determinado, o sea, es una medida comparativa.
Creo que esta es su principal ventaja. Pero vemos dos grandes
desventajas, también en términos heurísticos: 1. su imposibili-
dad de comprender los procesos vivenciales que hay detrás del

– 88 –
reparto, uso y usufructo de los bienes económicos y públicos
que hay expresados sintéticamente dentro del indicador, o lo
que es lo mismo, cómo producen socialidad y formas de poli-
ticidad; y 2. por su naturaleza “objetiva”, no puede pensar
reflexivamente, éticamente y estéticamente –como sensibili-
dad–, las desigualdades implícitas en el reparto promedio de
bienes y servicios así como de recursos económicos que se
realizan en el mercado y por parte de la acción del Estado. Se
trata de dos talones de Aquiles de naturaleza heurística infran-
queables pues su respuesta implica la emergencia de cualida-
des, las cuales suponen por lo menos una dimensión social y
no meramente económica; aquí lo social significa plantear pre-
guntas y abordar la realidad desde categorías como: persona,
sujeto colectivo, acción social, formas de racionalidad, formas
de violencia, conflicto, género, raza, edad, región, territorio,
historia, cultura, vida, imaginario colectivo, clase, exclusión,
discriminación, explotación, justicia social, inequidad, vitalidad,
muerte, enfermedad...
En este momento la pregunta siguiente es: qué tiene que
ver la pobreza como teoría de la desigualdad, qué es la des-
igualdad desde un indicador de pobreza. Pues sencillamente
no es posible contestar, sobre todo por qué los indicadores de
pobreza no tratan el asunto fundamental de las desigualdades:
el problema del conflicto social, y sus forma más álgida de
socialidad: la violencia. Los indicadores de pobreza expresan
magnitudes promedio del reparto y uso de bienes carenciales:
ingreso y acceso a servicios públicos.
En términos clásicos la medición de las desigualdades tiene
que ver con las teorías de la estructura social y la movilidad so-
cial, concretamente, con los métodos de estadísticos que cons-
truyen esquemas de clase o los que miden movilidad social. La
pobreza es una teoría económica que mide el reparto de la ri-
queza o de ciertas riquezas y no es planteada, por lo menos ex-
plícitamente, como una teoría de la estructura social. Auque hoy
en día muchas agencias internacionales y gubernamentales pare-

– 89 –
ce que ven en los índices de pobreza verdaderos estudios de
estructura social, lo cual, en estricto sentido o en un sentido
clásico de la sociología, es incorrecto, en todo caso lo que pro-
ducen son modelos de estratificación social de pauperización.
Ahora bien, si la pobreza y desigualdad son dos concepcio-
nes teóricas, ideológicas y normativas de lo social diferentes, el
asunto es iniciar una discusión crítica y normativa frente al
concepto de pobreza, lo cual nos parece urgente hoy en día:
¿debe el discurso sintético de la pobreza, quiero decir, los índi-
ces de pobreza, obviar el asunto de las desigualdades sociales
implícitas en su sistema de relaciones estadísticas?
Las mediciones de pobreza, en ningún caso, en términos
epistémicos, metodológicos y técnicos involucran una discu-
sión normativa: no implica una discusión de lo que es la caren-
cia, la justicia social, la explotación, la exclusión, la discrimina-
ción y la violencia social. Cuando se discuten dimensiones
analíticas, indicadores, se discuten posibles relaciones de bie-
nes con un supuesto, muy ambiguo, modelo de supervivencia
humano. Más no se discute un modelo claro de bienestar social,
de humanidad o sociedad, lo cual puede implicar una discusión
ética de lo que debe ser, entre otras cosas: a) la condición
humana en un contexto de modernidad como la nuestra (de-
pendiente y contradictoria), b) cuál es o cuáles podrían ser los
umbrales de humanidad, en tanto que sistema de necesidades,
específicos para poder plantear una vida activa digna dentro de
nuestra modernidad, c) cuál debe ser el sentido de la relación
entre mercado Estado y sociedad en una situación histórico-
social específica de reparto asimétrico de bienes y servicios, d)
que sistema de desigualdades hay en el reparto asimétrico de
bienes y servicios, tanto desde un punto de vista estrictamente
económico como estrictamente de relaciones sociales, e) cuál es
el papel del científico social como agente social responsable en
el planteamiento metodológico de medición de la pobreza o
cualquier medida sintética de carencia social, o sea, cuál su papel
como intelectual éticamente responsable, f) cuál es la dimensión

– 90 –
política del conocimiento de la carencia y cómo este conoci-
miento, en la medida que pueda ser reflexivo y no meramente
metodológico-instrumental puede ser políticamente incorrecto
pero éticamente necesario para producir cambio social positivo
y con una orientación de justicia social.
Consideramos que la desigualdad es difícil de pensar desde
los indicadores de pobreza, ya que todo abordaje de esta pri-
mera, al ser un problema complejo que va de lo social a lo
económico de una manera relacional y mediada por proceso
de acción social, implica una postura ética e ideológica, es de-
cir, lo que nosotros denominamos como una dimensión nor-
mativa; de esta forma, la hipótesis de trabajo es que una teoría
de las desigualdades no puede ser neutra, ni objetiva, ya que
debe ser por naturaleza, ética; es decir, se debe construir desde
la pregunta: cómo es posible vivir la modernidad en medio de
un complejo sistema de relaciones económicas y sociales de
injusticia económica y social. Esta cuestión ya no es lógica, ni
teórica; lo relevante es que la pregunta por la necesidad de
conocer y comprender el sistema de relaciones sociales de la
desigualdad es de naturaleza normativa, lo que quiere decir,
que es de naturaleza subjetiva-reflexiva y quizá pueda expre-
sarse su sentido en la siguiente pregunta: ¿en qué medida se
puede ser humano en la modernidad latinoamericana?
Para responder esta pregunta se debe emprender un pro-
grama de investigación amplio y fuerte en torno al sentido de
la modernidad, el mercado, la democracia, el cual incluye el
problema de cómo estos grandes procesos socio-históricos
construyen a su vez, a niveles microsociales, ciudadanos, per-
sonas, y sujetos sociales con una identidad cultural específica,
con capacidad de acción política y de reacción violenta frente a
otros actores, así como preguntarse de qué manera todo este
complejo de nociones construye-reconstruye la desigualdad
económica y social como historia vivida: cómo produce senti-
do social: cualidad.

– 91 –
Lejos de una teoría de la pobreza, pensar las desigualdades
desde un punto de vista sociológico el asunto es más difícil de
lo esperado: cómo pensar un sistema de relaciones de injusticia
y desigualdad en el capitalismo periférico avanzado, América
Latina, desde y por un planteamiento normativo interesado en
el bienestar de las colectivos sociales, colectivos plurales en tér-
minos étnicos, culturales, raciales, políticos, ideológicos: cómo
pensar la injusticia y la desigualdad sin caer en dogmas o preno-
ciones que anteponen una idea a todo un proceso histórico, en
donde conceptos como el de libertad, mercado, democracia no
se conviertan en si mismos en dogmas de pensamiento y, en esa
medida, pasen a ser categorías de pensamiento y no como
ahora sucede en muchos discursos teóricos sean meras catego-
rías ideológicas o técnicos-instrumentales. El problema es
aceptar la necesidad de una meta discurso ético-ideológico
religado a un discurso teórico-metodológico en torno al pro-
blema de la construcción histórica de la estructura social en
donde el concepto de justicia social sea central.

La medición del IDH como ideología del más


Si hemos desarrollado una crítica epistémica a una economía
de la carencia del menos (las medidas de pobreza en todas sus
versiones, incluida las medidas que miden marginación social),
entonces podemos pensar en una economía de la carencia del
más, la cual es representada por el índice de desarrollo humano
(IDH) calculado por el Programa de Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD) desde hace casi vente años21.
Este índice mide no la carencia sino el desarrollo relativo,
lo cual significa de entrada una postura normativa diametral-
mente distinta a los índices de medición de la pobreza, pues el
IDH parte de una postura ética-metodológica que trata de
captar estructuralmente el avance en tres grandes esferas del
desarrollo económico y social: la esperanza de vida, el logro

21 Para conocer más sobre el IDH visitar: < http://www.undp.org>.

– 92 –
educativo, y el reparto medio per capita del ingreso en un país o
región determinada. Estas grandes dimensiones de llegada son
en si mismos una teoría de lo social, a la vez que una teoría
normativa de la acción del Estado: de lo que debe ser entendi-
do como resultado y acción de las políticas públicas estatales
para el desarrollo. El IDH intenta presentar una radiografía del
avance relativo en términos de bienestar en una sociedad, del
avance significativo en términos de indicadores concretos, de
resumen o llegada, que intentan pensar a grosso modo el desarro-
llo como avance de la modernidad por país en una serie de
tiempo22.
Se debe aceptar que la idea no es mala, ya que parte de un
principio ideológico optimista: hay que medir el logro del de-
sarrollo, de las políticas públicas de estado, y no la carencia;
más, dicho punto de partida, de naturaleza normativa, es al
mismo tiempo un problema, ya que supone ideológicamente,
primero, que la modernidad, como tiempo histórico-social, es
buena, posible y necesaria: es políticamente correcta. Segundo,
el IDH supone, intrínsecamente, que los logros de la moder-
nidad, que identifica como sinónimo de desarrollo, pueden
sintetizarse en tres grandes categorías de llegada, y que dicho
logro es acumulable en el tiempo, lineal pero con posibilidades
de retroceso, mejorable, pero todo esto sin mencionar otras
categorías de la desigualdad: sin pensar en el conflicto social y

22 Este índice está influenciado por el pensamiento de Amartya Sen, quien


básicamente hace una crítica a las concepciones economicistas del desarro-
llo, introduciendo para ello la idea de que el sentido del desarrollo no es en
si mismo el crecimiento económico, sino la ampliación de las libertades, es
en este tenor que define a la pobreza. El problema, creemos, es que no
define a las libertades más allá de un planteamiento normativo, es decir, no
desarrolla el contenido de la libertad desde un punto de vista sociológico, o
sea, ¿puede hablarse de libertades en un contexto social caracterizado por
las desigualdades sociales y económicas, sobre todo donde hay relaciones
de explotación-exclusión?

– 93 –
las grandes diferencias que este genera entre personas socieda-
des y regiones.
A todas luces se trata de una ideología etnocéntrica y poco
crítica de la modernidad. Al final de cuentas el índice produce
un efecto estético (de sensibilidad social e imaginaria) de la
modernidad como tiempo social pulcro, unipolar y plano; más
bien parte de una concepción normativa políticamente correc-
ta de los procesos de desarrollo social y económicos ubicados
en la modernidad. En este sentido el índice se convierte en un
dispositivo intelectual que reduce la complejidad de la moder-
nidad y al hacerlo, paradójicamente, cosifica el desarrollo co-
mo concepto; finalmente, se trata de un dispositivo estadístico
que normaliza e invisibiliza el problema de las desigualdades
en el mundo moderno, el cual aparece como un mundo sin
sujetos políticos dignos de acción y autonomía. También esto
puede inducir en caer en el riesgo de pensar que lo importante
es el indicador y no las personas como sujetos sociales.
Todo lo anterior implica la creación de una visión del mun-
do y un instrumento-artefacto teórico que intenta reorganizar
el deber ser del desarrollo a nivel planetario; usando una metá-
fora literaria, el IDH es como un Alep estadístico: un concepto
que puede englobar sintéticamente todo un supuesto avance
de desarrollo de un país en un punto definido del tiempo y el
espacio pero a la vez “acumulable”: contiene todo sentido del
desarrollo en una medida sintética: pero sin espacios de fuga
estadística: sin conflicto social de por medio.
Como Alep conceptual del IDH tiene el gran problema de
que su punto de vista, por decirlo de algún modo, “vitalista”,
pero más bien neofuncionalista en un sentido más bien burdo
si se quiere, al reducir complejidad representa muy poco de las
relaciones sociales que pretende explicar, de esta forma los
avances relativos implícitos en el índice son interpretados co-
mo “funcionamientos” positivos a nivel de toda la estructura
social (por su puesto, lo cual es encubierto en el índice en tan-
to que promedio estadístico), es decir, como coordenadas po-

– 94 –
sibles que ayudarían a ordenar un mundo social moderno, de
esta manera el índice y sus componentes analíticos son en sí
mismos un código de socialidad para funcionar en el mercado,
pero, una vez más, dentro de un mercado neutro, libre de va-
lores, de conflictos, y sin adjetivos sociológicos. Creemos que
este supuesto vitalismo, esta sensibilidad normativa, estética,
del concepto de desarrollo humano es insuficiente para cons-
truir y representar una teoría de la desigualdad que realmente
exprese los sistemas de desigualdad-violencia que operan en el
mundo contemporáneo como modernidad, usando un con-
cepto Weberiano, como situación de modernidad. En otras
palabras, el IDH, al no incorporar dimensiones críticas de la
desigualdad se vuelve un dispositivo y una tecnología poco útil
para pensar una sociología de la desigualdad social y por lo
tanto es incapaz de pensar la modernidad desde puntos de
vista críticos, de fuga, de vacíos o de hiper exposición.
Es este sentido el IDH no es muy diferente, ideológica-
mente hablando, que los índices de pobreza, ya que, a pesar de
su espíritu hacia el más, termina por invisibilizar las desigual-
dades y su entramado social y económico, pasando por alto
temas importantísimos para pensar la modernidad de los paí-
ses en desarrollo, tales como el conflicto, violencia, equidad y
justicia social. Los promedios en los que se expresa el índice
esconden profundas diferencias a nivel territorial, las cuales
incluso, a niveles menores de segregación son imposibles de
expresar ya que adquieren sentido desde análisis de relaciones
de desigualdad a nivel micro-regional, es decir, donde las des-
igualdades se expresan en relaciones asimétricas estructurales
que tienen que ver con el uso de recursos naturales y humanos
específicos: agua, tierra, infraestructuras, profesionales, mano
de obra barata, flujos migratorios.

– 95 –
La invisibilización de las desigualdades y la vulnerabili-
dad social en el campo mexicano
Como hemos planteado el discurso de la pobreza, al igual
que el IDH, por debajo de su carácter férreamente científico,
se podría decir que a nivel metodológico, tienen un compo-
nente ideológico importante; son discursos científicos que
desde las instituciones internacionales y gubernamentales se ha
vuelto hegemónico, pero más que pensar críticamente el pro-
blema de la carencia material y el acceso diferenciado a las
oportunidades han generado una invisibilización de las des-
igualdades y las formas de violencia que les acompañan. La
consecuencia de esta situación es que hoy en día es difícil pen-
sar y ver los procesos o situaciones de vulnerabilidad real, vi-
vida, de los diversos actores sociales en los contextos rurales y
urbanos en forma crítica y desde un marco normativo cons-
truido desde la idea de los derechos sociales ciudadanos, o sea,
desde el marco de una teoría de la democracia. Es difícil por-
que la preocupación fundamental en las agendas de investiga-
ción y de gobierno es medir, discutir, elaborar políticas sobre
el indicador de la pobreza.
La idea que guía el resto del trabajo es que la pobreza, en
tanto que teoría de la carencia y como tecnología de medición
de ésta, en manos del estado, se ha convertido en una preno-
ción de la realidad que construye una visión opaca e ideologi-
zada de las desigualdades sociales y económicas, así como de
sus formas de violencia que les acompañan. Para ejemplificar
lo anterior tomamos el caso específico del campo mexicano.
Hablar de pobreza, generalmente, implica una discusión de
umbrales de pobreza, de magnitudes porcentuales en el tiempo
y los espacios sociales urbano y rurales, lo que implica no
hablar de la desigualdad existente o en tiempo real y de sus
variadas formas, en tanto que formas de violencia (estructural,
cultural y directa).

– 96 –
Para este ejercicio distinguimos tres formas fundamentales
de desigualdad, las cuales no son las únicas pero sí las más
recurrentes: explotación, exclusión y discriminación (Fernán-
dez-Enguita, 1998).
Por vulnerabilidad social entendemos todo proceso de mo-
dernidad que pone en riesgo la condición humana tanto a nivel
individual como de los diversos colectivos sociales (Arzate,
2006). Como se puede ver, la definición no es de naturaleza
técnica, sino que se asume desde una opción normativa: la de-
fensa de la condición humana frente a los procesos de moder-
nidad, los cuales pueden llamarse democracia, mercado, cambio
climático, guerra, libertad, modernización, tecnología…
El contexto más amplio en el que se desarrollan la des-
igualdades y los procesos de vulnerabilidad social en las zonas
rurales de México se caracteriza, paradójicamente, por la exis-
tencia de un sistema político democrático, combinado con una
política macroeconómica neoliberal, la cual ha significado en la
mayoría de los casos un aumento de las formas de desigualdad
(Zovatto, 2006). También hay que resaltar por lo menos tres
tendencias importantes: una escalada de los flujos de migración
hacia los Estados Unidos23, una diversificación y profundización
de las formas de violencia directa tanto en zonas rurales como
urbanas24, y la existencia de una política deliberada en contra de
la reproducción social y cultural de la clase campesina25.

23 La migración en los espacios rurales mexicanos ha llegado a grados difí-

ciles de creer por su magnitud, no es raro encontrar pueblos enteros sin


varones y jóvenes, lo cual tiene enormes consecuencias para la reproduc-
ción de la familia campesina, así como para la reproducción comunitaria y
económica. En los discursos hegemónicos se pone mucho énfasis en los
beneficios que traen las remesas, más éstos son polémicos. Delgado (2007)
se refiere a la migración como un modelo de desarrollo basado en las re-
mesas, el cual constituye una nueva forma de dependencia para cubrir
subsistencia social, pero que no implica una verdadera estrategia de desa-
rrollo a mediano y largo plazo.
24 Alba y Kruijt (2007), hablan del surgimiento de una nueva violencia, la

cual es representada por la criminalidad; esta se reconoce como uno de los

– 97 –
Desigualdad y formas de la vulnerabilidad social en el
campo mexicano, un breve recuento de complejidad
Al respecto de las desigualdades es necesario comenzar di-
ciendo que van desde los procesos de explotación en el mer-
cado formal e informal, pasando por múltiples formas de ex-
clusión y discriminación social, e incluso es posible hablar de
un proceso de extinción social de la clase campesina en su
conjunto. Este sistema de vulnerabilidades, por supuesto, no
es nuevo, ya que las formas de la desigualdad que lo explican
tiene hondas raíces históricas (en todo caso su explicación
histórica tiene como origen el siglo XVI, pero tienen como
momento especialmente importante el siglo XX, es decir, la
modernización de la nación mexicana).
Entre las principales formas de desigualdad que se desarro-
llan de manera extensiva en el espacio social del mundo rural
mexicano identificamos, a vuelo de pájaro, los siguientes: ex-
plotación en el mercado de trabajo formal (salario mínimo
oficial y política de contención de salarios), explotación en el
mercado laboral informal (donde no existe seguridad salarial),
explotación en el mercado de productos agrícolas (precariza-
ción de los precios de los granos básicos, fundamentalmente el
del maíz, inclusive en ciclos de alza de precios en las materias
primas a nivel mundial), explotación al consumidor en el mer-
cado de productos alimenticios industrializados (alimentos
industrializados caros), explotación estructural entre regiones

grandes problemas y retos para todos los países de la zona: “el origen de la
violencia es multicausal e involucra, aparte de las características personales,
componentes económicos, sociales, políticos, culturales, se avizora la
enorme dificultad de dar una respuesta satisfactoria al problema, que en
cualquier hipótesis deberá ser integral”.
25 La apertura de los mercados agrícolas y agroindustriales ha significado

para el país caer en una situación de vulnerabilidad alimentaria, lo cual tiene


consecuencias en los precios de los alimentos, en la generación de empleo
en el campo y en el aumento de la pobreza y la migración (González y
Macías, 2007).

– 98 –
socioeconómicas (relaciones asimétricas entre campo y ciudad,
sobre todo en la relación asimétrica en la dotación de recursos
como es el agua y la mano de obra no cualificada), exclusión
del mercado laboral (precarización del trabajo y flexibilización
laboral), exclusión del campesinado como clase social del mo-
delo de desarrollo centrado en la exportación competitiva de
bienes (marginación), exclusión de los derechos sociales ciu-
dadanos (no acceso a los bienes básicos universales como la
educación básica y superior, la salud que incluya los servicios
de tercer nivel y el crédito a precios justos para la adquisición
de una vivienda digna), discriminación racial (especialmente
hacia los grupos indígenas), discriminación por género (sobre
todo hacia la mujer joven en edad productiva), discriminación
por grupos de edad (especialmente a los jóvenes y adultos
mayores), exclusión de los derechos cívicos ciudadanos (según
clase, raza y género), exclusión a los derechos políticos ciuda-
danos (según clase, raza y género).
Para continuar con el ejercicio esta lista de fenómenos de
desigualdad la organizamos según formas de riesgo o vulnerabi-
lidad social, los cuales distinguimos en tres grandes esferas analí-
ticas, las cuales a su vez corresponden con las grandes esfera
de la vida activa que constituyen la condición humana26: esfera de
lo económico, de la labor y de la agencia política, con ello po-
demos tener una mayor claridad conceptual y analítica del
asunto. Ver cuadro 1.
Este sistema de desigualdad-vulnerabilidad social que existe en
el campo mexicano aparece como red o urdimbre, es decir, mu-
chos de los riesgos presentados tienen sentido sólo cuando se
comprenden interconectados unos con otros, de tal manera que
la exclusión puede ser el camino para la discriminación y ésta, a

26Tomada de la concepción de condición humana de Hannah Arendt (2002),


ésta entendida como vida activa que se desenvuelve en tres ámbitos: el eco-
nómico, la labor y la acción.

– 99 –
su vez, representa la puerta para la explotación. No se debe olvi-
dar que dicha urdimbre es un producto histórico-social.

Cuadro 1.
Sistema de desigualdad-vulnerabilidad social
en el campo mexicano
Formas de la Riesgos que se Riesgos que se desarro- Riesgos que
desigualdad desarrollan en la llan en la esfera de la se desarrollan
esfera económica de labor de la vida activa en la esfera de
la vida activa agencia y
autonomía
política de la
vida activa
Explotación * Explotación en el
mercado de trabajo
formal (salario mínimo
oficial).
* Explotación en el
mercado laboral infor-
mal (no existe seguri-
dad salarial).
* Explotación en el
mercado de productos
agrícolas (precarización
de los precios de los
granos básicos, funda-
mentalmente el maíz).
* Explotación en el
mercado de productos
alimenticios industriali-
zados (alimentos indus-
trializados caros).
* Explotación estructural
entre regiones socioeco-
nómicas (relaciones
asimétricas entre
campo y ciudad, sobre
todo en la relación
asimétrica en la dota-
ción de recursos como
es el agua y la mano de
obra no cualificada).

– 100 –
Exclusión * Exclusión del merca- * Exclusión de los dere- * Exclusión de
do laboral (precariza- chos sociales ciudadanos los derechos
ción del trabajo y (acceso a los bienes cívicos ciuda-
flexibilización laboral). básicos universales como danos (por
* Exclusión del campe- la educación básica y clase, raza y
sinado como clase superior, la salud que género).
social del modelo de incluya los servicios de * Exclusión a
desarrollo centrado en tercer nivel y el crédito a los derechos
la exportación competi- precios justos para la políticos ciuda-
tiva de bienes. adquisición de una vi- danos (por
vienda digna). clase, raza y
género).
Discriminación * Discriminación racial
(especialmente hacia los
grupos indígenas).
* Discriminación por
género (especialmente
hacia la mujer joven en
edad productiva).
* Discriminación por
grupos de edad (especial-
mente a los jóvenes y
adultos mayores).
* Elaboración propia.

Formas de violencia y desigualdad-vulnerabilidad social


en el campo mexicano, otro breve recuento
Analíticamente, pero a la vez como proceso de complejiza-
ción, y aquí esto último significa encontrar deliberadamente zo-
nas obscuras para el conocimiento de lo social, podemos plantear
la relación en las formas de desigualdad-vulnerabilidad social y
las formas de violencia.
Suponemos que, en un plano todavía más inmediato, el sis-
tema de desigualdades sociales y económicas convertidas en
vulnerabilidades sociales implica un sistema de violencia social,
en donde la violencia es ya la consecuencia más inmediata y
álgida de las formas de desigualdad. En este caso distinguimos
tres formas de violencia: violencia estructural, cultural y directa
(Tortosa, 2001). Ahora bien, ordenamos las formas de violen-
cia según esferas o zonas de desigualdad-vulnerabilidad. Con

– 101 –
lo cual completamos un ejercicio que intenta relacionar des-
igualdad y violencia a un nivel analítico. Ver cuadro 2.
De esta forma obtenemos como resultado una serie de
problemáticas específicas de violencia, las cuales al relacionar
con los espacios sociales de desigualdad-violencia se les dota
de sentido en términos de proceso social. Si bien estas relacio-
nes no son lineales, por lo menos intentamos forzar la relación
para pensar las desigualdades como proceso conflictivo. Este
tipo de relaciones intentan escapar de la explicación determi-
nista que suele dar la relación pobreza-violencia, una relación
mediada por un sentido económico del problema.

Cuadro 2.
Sistema de la violencia social en el campo mexicano
Formas de Violencia Violencia Violencia
desigualdad- estructural cultural Directa
vulnerabilidad
social según
esferas de la
vida activa
Riesgos eco- * Pobreza (entendi- * Alienación por * Hambre (entendi-
nómicos da como carencia en medio de los da como inseguri-
cualquiera de sus mass media. dad alimentaria).
formas). * Delincuencia
* Mendicidad o organizada.
indigencia (entendi- * Destrucción del
da como carencia entorno ecológico.
absoluta).
* Migración (tanto
interna como inter-
nacional).
* Abandono eco-
nómico del campo
por parte del estado
(fin de la política
agraria, agropecuaria
y de precios de
garantía).
* Expropiación
privada de bienes
naturales.

– 102 –
Formas de Violencia Violencia Violencia
desigualdad- estructural cultural Directa
vulnerabilidad
social según
esferas de la
vida activa
Riesgos para * No acceso a los * Estigma de la * Muerte por en-
reproducir la bienes básicos para pobreza y la fermedad.
vida en el la reproducción de mendicidad * Agresiones contra
ámbito de la la vida (margina- (fragmentación el género.
labor ción). social a través de * Prostitución y
una construc- esclavitud sexual
ción social del (sobre todo mujeres
miedo y de la jóvenes y niños).
inseguridad). * Niños de la calle
* No respeto a la (destrucción de la
diversidad cultu- familia).
ral (etnocentris- * Muerte por adic-
mo educativo y ciones (sobre todo
cultural). adultos en edad
* Cultura pa- productiva).
triarcal.
* Destrucción
del saber campe-
sino.
* Racismo.
Riesgos de * Centralismo y * Neocorporati- * Violencia de
agencia y autoritarismo en la vismo de la clase estado contra mo-
autonomía elaboración de campesina. vimientos sociales
política políticas públicas (es * Neocorporati- indígenas y campe-
decir, no participa- vismo de los sinos (represión
ción democrática y grupos indíge- física en cualquiera
no ejercicio de la nas. de sus formas).
autonomía política). * Caciquismos * Guerra de baja
regionales. intensidad contra
movimientos guerri-
lleros campesinos e
indígenas (especial-
mente contra el
Ejército Zapatista
de Liberación Na-
cional).
* Elaboración propia.

– 103 –
En el caso de la pobreza, la ubicamos analíticamente entre
el cruce de violencia estructural que se desarrolla en el ámbito
humano y social de la economía, lo cual deja ver su reducida
capacidad heurística frente a la totalidad de fenómenos de
desigualdad-violencia.
A pesar de que el recuento no es exhaustivo, sólo 25 pro-
blemáticas,27 como se puede ver, la situación vislumbra zonas
de conflictividad social que van más allá de una postura a fa-
vor de la modernidad como tendencia negativa u optimista. La
existencia de una amplia gama de violencias que van desde la
violencia estructural (como la pobreza) hasta la violencia dire-
cta (como la guerra de baja intensidad entre el estado y grupos
armados), nos alerta de un mundo de vida, y una condición
humana por tanto, en honda degradación de lo humano y lo
social, alerta de una situación signada por una construcción de
una condición humana indigna: no vital. Este sistema de la
violencia no es más que el indicador de conjunto de naturaleza
cualitativa final más alarmante de la gran injusticia que existe
en el mundo rural mexicano, la cual ninguna medida de pobre-
za o de desarrollo basado en teorías del desarrollo humano
puede expresar y mostrar en toda su crudeza.
Las medidas de pobreza o el IDH, pueden expresar algunas
dimensiones de la problemática antes expuesta: la dimensión
de la distribución de los bienes económicos o el acceso a de-
terminados servicios básicos, con todas las limitaciones heurís-
ticas planteadas ya e intrínsecas a su sentido epistemológico,
por lo que consideramos que les resulta imposible expresar un
sistema de relaciones de conflicto, violencia y precariedad ma-
yor de manera amplia. Esto supone todo un reto para las cien-
cias sociales, tanto en lo que toca a la innovación de las meto-
dologías de medición, como a los acercamientos cualitativos

27 Quedan pendientes, por ejemplo, problemas tan grandes como el caso


del envejecimiento y la exclusión de los adultos mayores del campo del
sistema de pensiones, entre otras.

– 104 –
mismos, los cuales deben sortear el problema de la compleji-
dad que significa abordar el sistema de relaciones de las des-
igualdades, el cual se mueve a dos bandas entrelazadas entre lo
social (oportunidades) y lo económico (recursos).

Conclusiones
Como hemos argumentado es necesario construir un pen-
samiento crítico para dar cuenta de las desigualdades en los
espacios sociales rurales, no sólo en México sino para toda
Latinoamérica. Este pensamiento debe partir, por lo menos,
de los siguientes principios epistémicos:

1. Construir una sociología de la desigualdad que parta de


un pensamiento reflexivo y normativo, en donde se hagan
explícitos los principios éticos e ideológicos, los cuales, por su
naturaleza de sentido, conectan y dan contenido a nivel epis-
temológico a las orientaciones teóricas metodológicas y técni-
cas. En otras palabras es necesario hacer sustentables en tér-
minos éticos a las teorías de la desigualdad, y por extensión a
toda teoría que aborde el problema del desarrollo, el bienestar
y la evaluación de política pública.
2. Entender la desigualdad como un conjunto de fenóme-
nos sociales, económicos e históricos complejos, que no aca-
ban pero tampoco comienzan con las relaciones de tipo eco-
nómico. En este caso es necesario valorar lo social como
principio que permite pensar conexiones de sentido entre si-
tuaciones de desigualdad-conflicto-violencia y desde ahí pensar
su conexión con los aspectos económicos.
3. Plantear investigaciones que visibilicen, describan den-
samente y recuperen comprensivamente los efectos de las des-
igualdades en personas y colectivos sociales específicos, situa-
dos históricamente. Esto implica introducir en las agendas de
investigación y de gobierno los temas de la explotación, exclu-

– 105 –
sión y discriminación como importantes para la elaboración de
política pública.
4. Plantear los procesos de desigualdad como situaciones
estructurales que derivan como procesos sociales de conflicto
y violencia que tienen incidencia a nivel macro y micro-social.
5. Incorporar a la agenda de investigación del desarrollo es-
tudios que traten de comprender las ligas entre desigualdad y
violencia, más allá de los determinismos fáciles; sobre todo
abordando la violencia desde perspectivas cualitativas, regiona-
les y micro sociológicas.
6. Replantear toda teoría de la vulnerabilidad social como
una teoría normativa del bienestar cuyo fin último sea la con-
servación y defensa de la condición humana sobre cualquier
interés económico de mercado y de poder político. Esto signi-
fica asumir una actitud intelectual crítica frente a la moderni-
dad y sus formas y procesos diferenciados.

La construcción de un programa de investigación, ya no


sobre la pobreza o el desarrollo humano, sino sobre las des-
igualdades desde una perspectiva amplia es urgente en la so-
ciología, pues sin un conocimiento profundo de los efectos de
las desigualdades es poco probable plantear alternativas de
acción intelectual de naturaleza crítica, al tiempo que es poco
probable plantear una crítica a la modernidad y sus procesos
de modernización contemporáneos en los países de América
Latina, también es difícil construir una agenda alternativa de
política pública que signifique un replanteamiento radical de
las estrategias y formas para producir cambios social desde la
sociedad civil, el mercado y el estado, estrategias que se plan-
teen desde los principios de los derechos ciudadanos sociales,
así como desde principios de justicia social y de dignidad
humana.

– 106 –
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Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la
Universidad Católica de Córdoba.

– 108 –
NO SÓLO ES CUESTIÓN DE MIGRANTES:
MIGRACIONES EXTERNAS Y EXCLUSIÓN SOCIAL

Néstor Cohen

Introducción
En el presente artículo intento reflexionar en torno a algu-
nas cuestiones conceptuales que permitan interpretar el fenó-
meno migratorio de modo complementario a los ricos análisis
demográficos, a los estudios en torno a la participación de los
migrantes externos en el mercado de trabajo y el sistema pro-
ductivo en general o aquellos en los que se caracteriza el rol
del Estado y las políticas sociales que los involucra u otros
dedicados a caracterizar sus estrategias de vida, sus historias,
su entramado cultural y todas aquellas cuestiones que resultaría
muy extenso mencionar en estas páginas.
La gran mayoría de estos variados abordajes tienen en co-
mún el sujeto de estudio, me refiero al migrante externo. Se ha
producido conocimiento en torno a la cuestión migratoria
teniendo como referente empírico privilegiado a la mujer y al
hombre que migró, sea como resultado de una decisión pro-
gramada, previamente elaborada, libremente elegida o resulta-
do de una situación conflictiva, violenta que obligó a cambiar
de país de residencia. Pero la condición de migrante no se ad-
quiere, solo, como resultado de haber modificado el lugar de
residencia sino, además, es un significado otorgado por quie-
nes no cumplen con esa condición: los nacionales, los nativos
del país al que arribaron. La presencia de estos últimos no es
– 109 –
un factor secundario, y menos aún periférico, para la vida co-
tidiana de los migrantes, como tampoco lo es para los naciona-
les la llegada de estos extranjeros, en la medida que se van
localizando, adhiriendo a las nuevas tierras, a los nuevos espa-
cios. Por lo tanto, en la cuestión migratoria hay más de un
actor social involucrado, lo está también el Estado receptor
con sus políticas, con el marco regulatorio que pauta cuestio-
nes vitales del quehacer de las comunidades extranjeras y lo
están los medios de comunicación masivos con su producción
de imágenes que confrontan lo propio con lo ajeno. Esta con-
figuración requiere atender a diferentes piezas o elementos y a
las distintas relaciones que se organizan entre ellos. Como
resultado de esta compleja trama, de esta red de lazos, los
mismos actores se van modificando y construyendo historias
que requieren ser entendidas desde el entramado que integran.
La mirada particular sobre uno de ellos parcializa la compren-
sión del fenómeno porque la problemática migratoria no es
solo cuestión de migrantes, estos son lo que son en función de
sus historias, sus culturas, sus condiciones socioeconómicas,
pero también en función de la sociedad hospitante con sus
propias historias, sus propias culturas y condiciones socioeco-
nómicas.
En este artículo pretendo poner la mirada más en las rela-
ciones que en los actores, más en los consensos y en los con-
flictos, más en los puentes y en las rupturas. No me olvido de
los sujetos, lejos estoy de ello, pero intentaré verlos desde los
vínculos, desde el lugar en que estos sujetos se modifican. Para
ello recurriré, en algunas oportunidades, a referentes empíricos
utilizados en investigaciones propias y a ese importante auxilio
que es el conocimiento producido y acumulado en disciplinas
preocupadas por estas cuestiones, la Sociología y la Antropo-
logía, entre otras.

– 110 –
El migrante externo como sujeto de estudio de las Cien-
cias Sociales
Un extranjero es portador de señales que le otorgan identi-
dad, que lo diferencian, su lenguaje, sus características fenotí-
picas, sus rituales religiosos, sus costumbres tanto cotidianas
como eventuales, etc. Sin embargo, ese extranjero se constitu-
ye en migrante externo, cuando se identifica como tal o cuan-
do esas señales se expresan a través del tiempo en uno o más
ámbitos que recorre, por ejemplo el laboral, el vecindario, la
escuela u otras instituciones. Pero hay otro conjunto de carac-
terísticas propias de su condición que no se traducen en seña-
les, en otras palabras que pueden no ser visibles para el otro.
Me estoy refiriendo a la ruptura parcial o total de los lazos que
construyera en su lugar de origen, al diseño de nuevas estrate-
gias de vida cotidiana en la sociedad receptora, a la reconside-
ración de su organización familiar, a la búsqueda de condicio-
nes y espacios que le permitan preservar su identidad nacional
o étnica, a la percepción de la diversidad no como categoría de
análisis sino como marco que establece los límites entre lo
nativo o local y lo extranjero, en fin todas aquellas característi-
cas invisibles a la mirada de la sociedad hospitante pero, que
junto a las características reconocibles, a las señales, hacen de
ese actor social un migrante externo. No escapa a mi conside-
ración que este amplio y variado conjunto de atributos condi-
cionan sus diferentes modos de relacionarse, no solo porque
lo orientan, y a veces, lo determinan en sus diferentes modos
de producir, sino porque, además, lo posicionan frente al otro
y frente al nuevo marco institucional e histórico en el que se
encuentra involucrado. Su condición de migrante conlleva la
necesidad de construir nuevos lazos, que suelen estar afecta-
dos por los espacios, instituciones, momentos y la estructura
de clases en que se configuran, para solo mencionar algunas de
las grandes categorías sociales espacio-temporales que lo con-
tienen, condicionan o disciplinan.

– 111 –
La producción de conocimiento en las Ciencias Sociales de
Latino América referida a las migraciones externas involucra
diferentes perspectivas o campos disciplinares, la Antropolo-
gía, la Sociología, la Demografía, la Economía, han producido
y producen conocimiento sobre este fenómeno. Se lo ha
hecho y hace desde distintos corpus teóricos y metodológicos,
pero centrando, principalmente, su interés en el migrante co-
mo sujeto de estudio, como fuente de información. Esta cen-
tralidad no implica que converjan los diferentes abordajes en
una única definición o conceptualización de este actor social,
es por ello que me pregunto ¿qué entendemos por migrante
externo en las Ciencias Sociales? O cuando lo abordamos co-
mo sujeto de estudio a partir de nuestro interés en producir
conocimiento, ¿qué estrategias teóricas y metodológicas po-
nemos en juego para su análisis? Creo que la variantes son
diversas, creo que el debate es extenso y arduo, sin embargo
intentaré, a riesgo de mutilar sutilezas y sin pretender agotar
los diferentes modos de aproximarnos a su conocimiento,
sintetizar esta rica heterogeneidad en los siguientes modos de
tratarlo. Hay una extensa producción que lo trata como sujeto
único, autónomo. En este sentido un migrante externo es una
persona que deja su lugar de residencia para establecerse tem-
poral o definitivamente en otro país o región. Desde esta defi-
nición se lo concibe como una entidad absoluta y sincrónica,
en tanto se lo estudia cuando está residiendo en su condición
de extranjero, temporal o definitivamente, de alguna manera se
intenta objetivar al sujeto que define. En esta caso importa
producir conocimiento acerca de quién es, qué hace, dónde lo
hace, cómo lo hace, porqué migró, etc. Se destacan para ello,
preferentemente, categorías de la Demografía y la Economía.
Desde otro tipo de enfoque se lo puede definir en términos
absolutos, pero diacrónicos, como un sujeto que al establecer-
se en otro país o región es portador de una historia, llega con
huellas, algunas visibles y otras invisibles, como señalamos en
el párrafo anterior. Desde esta perspectiva, no solo importa

– 112 –
caracterizarlo en su nuevo habitat o territorio, sino que inter-
esa, también, incluir su historia, sus rupturas. En este tipo de
tratamiento interesa conocer cómo es, cómo fue y por qué
dejó de ser lo que era. Es una ecuación que considera ganan-
cias, pérdidas y costos existenciales, culturales, de identidad. La
Antropología y la Sociología son la disciplinas que más se in-
volucran en esta perspectiva. Desde un tercer tipo de enfoque
se lo trata, en términos relativos o relacionales considerando
su historia e incluyendo en su abordaje, el nuevo proceso que
se gesta con la construcción de su extranjeridad al interior de
la trama de relaciones sociales que lo contiene en la sociedad
receptora. Este abordaje relacional del migrante externo, inclu-
ye al nativo como actor social que participa en el proceso de
otorgar sentido a la presencia del migrante, sentido que no
siempre es reconocido por este último, sentido que puede ubi-
carlo en condiciones desiguales respecto el nativo. Es un sen-
tido que puede crear condiciones de tensión y hasta de conflic-
tividad. Desde esta perspectiva las diferencias entre un chileno,
un paraguayo, un rumano, un coreano, entre otros, no depen-
den solo del origen nacional ni de lo que cada uno porta cultu-
ralmente, sino que las diferencias resultan de la intersección de
estas cuestiones con lo que la población nativa construye en
sus representaciones acerca del “otro”. Hay una reconstruc-
ción de la subjetividad del migrante, a partir de su historia y de
cómo se resuelvan sus nuevas condiciones de vida al interior
de la trama de relaciones sociales en la que se involucre, junto
a ese otro actor social llamado nativo. La Sociología es la dis-
ciplina más comprometida en esta perspectiva de análisis. El
migrante externo, entonces, podemos entenderlo, analizarlo,
desde diferentes miradas, complementarias entre sí, que resul-
tan de categorías o códigos propios de las disciplinas desde las
que es abordado.

– 113 –
Extendiendo la frontera de la categoría exclusión social
Cuando la mirada del investigador deja de tener como suje-
to central de su observación al migrante externo, para correrse
hacia las relaciones sociales que lo involucran y lo reconocen
como tal, requiere de otro corpus teórico que incluya nuevas
categorías de análisis y requiere de otras decisiones metodoló-
gicas. Estas nuevas estrategias de abordaje del fenómeno de
estudio incorporan al nativo, a su modo de producir extranje-
ridad, al tipo de relaciones entre éste y el migrante, no solo en
sí, sino también de acuerdo a los diferentes lugares que ambos
ocupan en la estructura de clases sociales, incorporan, además,
el rol de los medios masivos de comunicación y las distintas
construcciones que, a través de imágenes y discursos, hacen de
los diferentes tipos de migrantes, estas nuevas estrategias in-
corporan al Estado y los roles desempeñados en regular la
dicotomía legalismos-ilegalismos que involucran a los extranje-
ros en el territorio nacional y el proceso de retroalimentación
entre estas acciones y las representaciones sociales y acciones
de la sociedad civil, resultando de esta interacción la construc-
ción de un código que se naturaliza y que premia y castiga,
según el sujeto se acerque o aleje del deber ser, en otras pala-
bras, según lo que en este código se referencie a valores de
normalidad y desviación. Sintetizando, poner en foco las rela-
ciones sociales requiere incluir no solo a los dos actores cen-
trales, migrantes y nativos, sino también la estructura de clases
que los contiene, los medios de comunicación y el Estado. De
este modo es posible comenzar a entender a nuestro sujeto no
como una entidad absoluta, sino relativa a los distintos lugares
que ocupa y le es permitido ocupar. A partir de aquí es posible
preguntarse si estos espacios son espacios de inclusión o de
exclusión o cuáles son los límites que la sociedad civil recepto-
ra, los medios y/o el Estado, le ponen al ejercicio de elegir
libremente dónde y cómo participar o qué condiciones debe
cumplir el migrante externo, para aspirar a legitimar su lugar

– 114 –
de sujeto incluido en la sociedad receptora. Comienza, enton-
ces, a presentarse en el análisis, una categoría que considero
merece ser atendida porque no siempre adquiere el mismo
significado al ser utilizada o, simplemente, enunciada, me re-
fiero a la categoría exclusión social.
Si bien la categoría exclusión o exclusión social es de uso
muy frecuente en el campo de la sociología como en otras
disciplinas de las ciencias sociales, sin embargo, no implica
esto que haya una extensa ni contundente producción teórica
sobre la misma, más aún, es frecuente encontrarnos en nuestra
literatura con un uso de tipo enunciativo, entendiendo por tal
la simple mención del término, como advertencia acerca del
tema a tratar o en tratamiento. Es por ello que prefiero refe-
rirme a la exclusión social como categoría más que como con-
cepto y menos aún como teoría. Es fácil observar, además, que
esta categoría contiene una nutrida producción dedicada a
tratar cuestiones vinculadas a la pobreza, a la distribución des-
igual de la riqueza, en otras palabras, da cuenta, en esta exten-
dida línea de producción, de un proceso en el cual un impor-
tante sector de la población mundial, mayoritariamente de los
países periféricos, quedó afectada por la desaparición del Es-
tado benefactor, el comienzo de períodos de alta inestabilidad
económica y la consolidación de un proyecto político y eco-
nómico globalizador e inequitativo. Como consecuencia de
ello quedaron excluidos, parcial o totalmente, del mercado de
trabajo y de la posibilidad de gozar de los beneficios de dere-
chos sociales y en algunos casos hasta de derechos políticos.
Este abordaje de la exclusión se constituye, entonces, en ex-
clusión económica o económico-social, su objeto de estudio
son estas poblaciones sacudidas por las crisis económicas,
laboralmente vulnerables, inestables. Resulta interesante una
reflexión de Cortés (2006) que considero pertinente al trata-
miento que estoy haciendo de esta categoría, señala que “la
categoría exclusión social no parece tener una clase de referen-
cia claramente establecida, en efecto, en ocasiones se refiere a

– 115 –
individuos; en otras, a procesos de trabajo, y a veces, a relacio-
nes de trabajo”. Comparto esta caracterización, pero la cito en
tanto ratifica lo señalado anteriormente en cuanto a quedar
circunscripta a cuestiones propias de la exclusión económica o
más específicamente de la exclusión laboral. Cortés más ade-
lante en su artículo señala que esta categoría “no está inserta
en una malla de relaciones teóricas”, no es posible deducir
conceptualmente ningún enunciado, es una categoría concep-
tualmente vacía. Con un significado complementario, Wie-
viorka (2002) plantea que “el término exclusión aglutina reali-
dades diversificadas, situaciones e itinerarios muy diferentes”.
Pareciera, entonces, que con este término se constituyen
distintos escenarios, el primero de ellos muestra que desde las
disciplinas que integran la Ciencias Sociales, hay un uso cir-
cunscripto de esta categoría en torno a la producción y trata-
miento de un tipo de población, la población económica o
laboralmente vulnerable. Es el caso de homologar exclusión
con pobreza, exclusión con desigualdad económica, exclusión
con desocupación y con modos de participación en el mercado
de trabajo. En segundo lugar, no hay un cuerpo teórico que de
cuenta de este término, no hay una teoría de la exclusión so-
cial, carece de especificidad teórica. Esto remite al planteo de
Wieviorka, quien lo considera un término muy vago que se
refiere a realidades diferentes, incluye la desocupación, la pre-
cariedad laboral, la opresión en el trabajo, la distribución in-
equitativa de la riqueza y otra cuestiones vinculadas al trabajo,
la producción y los bienes. Y en tercer lugar, siguiendo nue-
vamente a Wieviorka (2002) el término “no da cuenta de nin-
guna manera de la identidad de los eventuales responsables de
los problemas que pretende describir”, en este sentido, se pre-
gunta si la palabra que los identifique, que los visibilice, es
excluidores. Wieviorka está llamando la atención en una cuestión
central, si describir la exclusión es dar cuenta solo de uno de
los actores involucrados –los excluidos– o caracterizar su con-
dición social y económica –la pobreza–, entonces no hay posi-

– 116 –
bilidad alguna de comprender cómo se articulan las relaciones
sociales, cómo se integra, cuál es la dinámica de este entrama-
do social donde solo se mira a uno de los involucrados. En
una misma línea reflexiva, Manuel Castells (1998), propone
estudiar la exclusión social desde los que él denomina excluso-
res. En otras palabras, tratar al excluido como sujeto central y
único de análisis, es construir un conocimiento fragmentado
de la realidad, que caracteriza al proceso desde las consecuen-
cias, desde la víctima, sin incluir a todos los actores involucra-
dos y sus diferentes modos de relacionarse y de ubicarse frente
al lugar de los otros.
Este artículo forma parte de la producción sociológica que
se involucra en problemáticas afines a la exclusión social, pero
intentando explorar más allá de sus fronteras. Entiendo que
éstas incluyen cuestiones afines a la pobreza, la desocupación,
la vulnerabilidad económica y, como señala Cortés, en algunas
oportunidades se refiere al individuo, otras a colectivos, otras a
procesos, etc. La mayoritaria y diversa producción en torno a
este tipo de problema expresa, en buena medida, la preocupa-
ción por una cuestión extendida a lo largo y ancho de todo el
planeta. Resultaría imposible negar que la pobreza, la desocu-
pación, la precariedad laboral, son problemas muy importantes
en términos de la cantidad de población afectada. Más aún,
quizás sean los principales problemas desde esa perspectiva.
Pero, resultaría preocupante, para la producción de conoci-
miento en las Ciencias Sociales, que se confunda significación
estadística con relevancia sociológica. Y, además, resultaría
riesgoso no entender que la exclusión es un proceso depen-
diente de alternativas políticas locales y/o internacionales. En
este sentido, la baja significación estadística de hoy puede ser
la alta conflictividad social de mañana. La historia nos brinda
dolorosos ejemplos que, cuando tuvieron vigencia, significa-
ción, sorprendieron hasta al menos ingenuo. Este artículo se
ocupa de la exclusión social como fragmentación cultural, en-
tendiéndola como la expresión conflictiva de las relaciones

– 117 –
interculturales, de la diversidad cultural, nacional, étnica. Este
modo de tratar la exclusión social conduce, necesariamente, al
interior de las relaciones sociales porque importa caracterizar
al conflicto y, en tanto tal, a quienes excluyen y son excluidos.
La exclusión visibiliza un modo de relacionarse socialmente y,
en este sentido, la estrategia que diseñamos en nuestras inves-
tigaciones es la de definir como unidad de análisis a la pobla-
ción local, a la población nacional, y analizar sus discursos
respecto a los migrantes externos, para poder reconstruir las
imágenes que de ellos se producen y a partir de aquí caracteri-
zar la producción de extranjeridad, la adjudicación de sentido a
la presencia del “otro”. Esas imágenes son huellas, señales de
cómo se relacionan, cómo se vinculan, qué lugar le otorgan al
“otro”, cómo lo identifican. Nos ocupamos de los excluidores,
pero como portadores de registros que identifican, otorgan
identidad al “otro” y según esas representaciones definen los
lugares propios y ajenos, interactúan, construyen relaciones
sociales. Cuando se excluye hay interacción, la exclusión es un
modo de relación social en la cual los excluidores proponen a
los excluidos, según Bauman (2003) “una elección sombría:
asimilarse o perecer”, el objetivo final es “disolver su idiosin-
crasia en el compuesto uniforme de la identidad nacional”. En
una dirección muy similar a la aquí expresada, pero enunciado
desde un interés cognitivo muy diferente, el Diccionario de la
Lengua Española, en su 22º edición, define la acción de excluir
según dos acepciones. Una de ellas dice “quitar a alguien o
algo del lugar que ocupaba” y, la otra agrega, “descartar, re-
chazar o negar la posibilidad de algo”. La primera acepción
alude a la pérdida y la segunda al rechazo. En una hay una
modificación forzada del estado anterior y en la otra se impide,
obstaculiza, el acceso hacia un nuevo estado o hacia un nuevo
objeto. Pero en ambas acepciones, subyace la idea de que toda
acción de excluir implica una relación donde alguien decide,
afecta a otro, impone condiciones que ese otro padece. En
otras palabras, aluden a relaciones de dominación.

– 118 –
La interacción social entre excluidores y excluidos es una
interacción desigual en la que subyacen cuestiones de poder, se
establece un tipo particular de relación social que entendemos
como relación social de dominación. Reconocer el fenómeno
de la exclusión implica aludir a condiciones de dominación. En
este punto es pertinente preguntarse ¿de qué se excluye al ex-
cluido?, ¿qué se le quita o qué se le impide? Se le quita, se le
impide u obstaculiza trabajar o respetar su jornada laboral, el
derecho a gozar de seguridad social, a transitar libremente, a
educar a sus hijos, a acceder a determinados bienes, a preser-
var su identidad cultural, a conectarse a los diferentes medios
de información, etc. La elección sombría a la que alude Bau-
man, puede ser propuesta porque se lo hace desde una rela-
ción de fuerza. Las minorías nacionales o étnicas cuando están
involucradas en relaciones sociales de dominación no dispo-
nen del derecho a elegir, tampoco pueden ejercer el derecho a
participar libremente en los ámbitos laboral, educacional, de la
salud, etc. Cuando se constituyen este tipo de relaciones, desde
el poder o desde quienes actúan legitimados por el poder, se
elaboran dispositivos expropiadores de la identidad del “otro”
y de sus derechos a elegir, a participar. Para ello se elaboran
diferentes estrategias de control sobre las acciones de los
“otros”, hay un permanente intento de implementar diferentes
formas de hegemonía sobre esas acciones. Sin embargo, mien-
tras las minorías se involucran en esas relaciones sociales des-
iguales, ocupan un lugar, se apropian de un espacio determi-
nado. En este sentido Bauman (1998) plantea con suficiente
contundencia que “el extranjero es aquel que se niega a per-
manecer confinado en un ‘lugar lejano’ o a abandonar nuestro
terruño”. Amplía esta idea refiriéndose al extranjero como
quien entra en lo que llama el “mundo de la vida”, el propio
espacio del nativo, su vida cotidiana, su habitat, y se establece,
permanece, más aún lo hace “sin estar invitado”. Bauman
propone, a partir de esta caracterización, un interesante crite-
rio diferencial entre el extranjero y el enemigo que consiste,

– 119 –
centralmente, en que el extranjero “no es mantenido a una
distancia segura, ni en el lado contrario en la línea de batalla”,
es una amenaza para un mundo que se intenta ordenar a partir
de criterios basados en la oposición amigo-enemigo. Pero,
también, es una amenaza para quienes establecen un orden a
partir de criterios de distancia, ya que se encuentra físicamente
cerca, aunque según Bauman, espiritualmente lejos o quizás, pre-
fiero expresar, culturalmente lejos. El extranjero está, existe,
tiene vida, pero ocupa el territorio de los excluidos, de los que
quedaron afuera de toda posibilidad de participar, de ejercer el
derecho de participar, de integrarse. Estos desórdenes que
produce, este permanecer sin ser invitado, de estar excluido
pero no eliminado como todo enemigo en una batalla, lo in-
terpreto como un comportamiento intrusivo, vivido por el
nativo como violatorio del sentido, o sentimiento de pertenencia.
Como respuesta el nativo elabora estrategias que tienen como
objetivo construir un discurso y un hacer único, homogéneo
que licue la diversidad, hace del “otro” una categoría, lo desti-
na a un lugar que evite, según Bauman, poner en riesgo el or-
den, riesgo que sino es minimizado, controlado, conduciría al
temido caos. Según Benhabib (2005) estas estrategias son hos-
tiles “a los intereses de quienes han sido excluidos del pueblo
porque se negaron a aceptar o respetar su código moral hege-
mónico”. Las nociones de control, el imponer respeto a un
código moral hegemónico y, consecuentemente, producir una
diversidad diluida, son tres cuestiones que merecen ser estu-
diadas como propias de lo que llamamos relaciones sociales de
dominación entre poblaciones nacionales y migrantes. Son
cuestiones inherentes al análisis de la exclusión social cuando
se pretende ampliar la frontera de esta categoría e incluir en
ella a poblaciones que no solo están excluidas por su vulnera-
bilidad económica y laboral.

– 120 –
Relaciones interculturales, relaciones en tensión
Incursionar en el fenómeno social llamado relaciones inter-
culturales, implica abordar significados e interpretaciones dife-
rentes. Entiendo, en primer lugar, que me estoy refiriendo a un
tipo de relación social que se da en el marco de la diversidad
sociocultural, quizá sea ésta la única referencia consensuada,
universalmente aceptada. A partir de aquí es necesario ser
conceptualmente explícito. Desde una perspectiva liberal o
neoliberal se pueden concebir las relaciones interculturales
como portadoras de coexistencia y consensos entre sistemas
culturales diferentes, como una madura expresión de los tiem-
pos que nos tocan vivir. Desde otra perspectiva, que antagoni-
za con la liberal, observamos que para García Canclini (2006)
“interculturalidad remite a la confrontación y el entrelazamien-
to, a lo que sucede cuando los grupos entran en relaciones e
intercambio (…) implica que los diferentes son lo que son en
relaciones de negociación, conflicto y préstamos recíprocos” y
desde un enfoque similar a éste, pero más determinante y des-
de una perspectiva histórica, Wallerstein (1988) considera que
las relaciones interculturales son uno de los principales facto-
res intervinientes en la actual crisis en el mundo, más aún,
otorga una gran centralidad a la conflictividad étnica para in-
terpretar la crisis del sistema mundial. Ante esta polarización
de abordajes me identifico plenamente con lo expresado por
García Canclini y de alguna manera con Wallerstein.
Mi praxis como investigador de las relaciones intercultura-
les desde un nivel de análisis sociológico, me ha permitido
participar de experiencias en las que este tipo de relaciones
lejos estuvieron de organizarse consensuadamente. Diferentes
abordajes con adultos, jóvenes, docentes, relevamiento de
noticias que trataban este tipo de cuestiones en medios gráfi-
cos, etc. configuran un amplio universo de materiales a partir
de los cuales he ido teniendo distintos tipos de registros, acer-
ca de cómo se organizan las relaciones entre representantes de

– 121 –
la sociedad receptora y representantes de las diferentes comu-
nidades migrantes. Los siguientes testimonios corresponden a
investigaciones realizadas entre 2001 y 2007, en el ámbito del
Area Metropolitana de Buenos Aires, implementando metodo-
logías con enfoques cualitativos por medio de entrevistas indi-
viduales semiestructuradas en unos casos y grupos focales en
otros28. Se emplearon entrevistas individuales en población
económicamente activa de ambos sexos, controlando variables
tales como edad, nivel de instrucción y ocupación. Los grupos
focales se utilizaron, en otra investigación, con docentes de ni-
vel primario y secundario basándonos en la necesidad de pro-
veernos de discursos de carácter institucional. Para ello se con-
troló el tipo de escuela –pública, privada laica y confesional–.

“Y que no se mezclen, la no mezcla porque si la mezclás


cada vez más [la identidad] se va debilitando.” (Mujer, 24 años,
secundario incompleto, asistente de prof. educación física)

“Porque si estamos pretendiendo que tenemos que priori-


zar lo nativo, lo nuestro, siguen viniendo acá culturas extran-
jeras y no vamos a rescatar jamás las raíces nuestras.” (Maes-
tra de escuela primaria privada)

“Para mi lo normal, en cualquier Nación, la gente trata de


vincularse con la gente que está a la par de uno o sea, yo soy
argentino, me vinculo con argentinos, mis amigos son argen-
tinos, tenemos el mismo tipo de vida, fuimos educados de la
misma forma…para mi pasa eso naturalmente, ahora lo que
me parece mal es evitar al extranjero, eso ya sería racismo.
Uno puede ser amiga del extranjero, pero naturalmente se
evita el contacto.” (Mujer, 30 años, secundario incompleto,
empleada doméstica)

28Investigaciones realizadas con sede en el Instituto de Investigaciones


Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales-UBA, dentro de las
programaciones UBACYT 2001-2004 y 2004-2007.

– 122 –
“Todos los que vienen de afuera son casi, changarines, to-
dos, de trabajo pesado, que el argentino, estaba acostumbrado
a hacerlo, pero por cierto sueldo, esta gente lo hace por mitad
de precio.” (Varón, 44 años, secundario completo, empleado
bancario)

“Llegan ilegales, trabajan en negro, nadie controla nada.”


(Mujer, 53 años, secundario incompleto, empleada de comercio)

“Lo que ha llegado de países limítrofes, de países latinoa-


mericanos, nos trae como consecuencia un problema serio
porque no tienen capitales, porque no tienen condiciones de
trabajadores, vienen para ser explotados en detrimento de la
mano de obra nacional.” (Varón, 49 años, universitario com-
pleto, abogado)

“Yo lo que veo es que me cuesta llegar más a esos chicos,


yo no puedo estar encima de ellos diciéndoles ‘¿entendiste?’,
entonces se terminan perdiendo, no podés saber si el chico te
está siguiendo, si realmente entendió. Y como tenés que con-
tener al resto del curso, lo dejás...” (Profesor de escuela se-
cundaria pública)

Si bien estos testimonios configuran una muestra muy re-


ducida, su heterogeneidad, su apelación a cuestiones específi-
cas, representa un universo más extenso que pone de manifies-
to, en primer lugar, lo que García Canclini (2006) llama “la
tensión entre lo propio y lo ajeno”, el lugar del reclamo y, en
segundo lugar, la representación de escenas de identificación
con mi y su cultura, como fronteras impermeables, como frac-
turas, como un mapa de la diversidad cultural sin puentes. Son
testimonios que resultan de diferentes relaciones sociales que
se han dado en el marco de la diversidad sociocultural, en
otras palabras, son manifestaciones de vínculo intercultural.
Me interesa rescatar tres cuestiones que están representadas
en estos materiales. Se alude a la mezcla como fenómeno so-

– 123 –
cial portador de carga negativa, con una concepción mecánica
a partir de la cual con una mayor mezcla aumentan las posibi-
lidades de desdibujar la identidad nacional y de retardar el de-
sarrollo de una cultura nacional. Es una mirada sobre un
“otro” tan fuerte, tan potente que acercarse a él, interactuar
con él, conlleva el riesgo de disolverse en su cultura. Pareciera
que la construcción de una identidad nacional se basara en
criterios de pureza, de no contaminación con el diferente, de
establecer una distancia purificadora. Es una concepción que
retrotrae temibles y terribles propuestas de pureza racial.
En otro de los testimonios, y con una visión de la alteridad
que amplía y profundiza lo señalado anteriormente, se apela al
concepto de normalidad como calificativo de cómo deben ser
los vínculos en los pueblos. La distancia, nuevamente, se insta-
la como condición necesaria para garantizar un vínculo nor-
mal. Desde esta perspectiva el contacto es patógeno, no se
trataría de relaciones sociales entre diferentes, sino entre nor-
males y desviados. Estamos ante la verbalización de lo que
fuera el pensamiento durkheimiano acerca de la idea de lo
normal.
Otros de los testimonios caracterizan a los migrantes exter-
nos como portadores de “problemas serios” que ingresan en el
espacio de la ilegalidad, el descontrol y decididos a vender su
fuerza de trabajo en condiciones de deslealtad frente a los traba-
jadores nativos. Estos testimonios inferiorizan, descalifican y
estigmatizan al migrante, proyectándole una identidad marginal.
Este conjunto de referencias empíricas, si bien diferentes
en sus contenidos sustantivos, tienen un entramado que con-
sidero esencial en mi análisis. Todas ellas son atravesadas por
la noción de interculturalidad, todas aluden al vínculo con el
migrante, a la relación con una cultura diferente pero riesgosa
en tanto cercana, a una cultura de la ilegalidad, de la desvia-
ción, a una cultura problemática para el ámbito laboral. Todas
aluden a vínculos en riesgo, a una interculturalidad en tensión.
Se destacan situaciones conflictivas producidas por este tipo

– 124 –
de relaciones, sea por el riesgo que implica mezclarse, confun-
dirse con el otro o fundirse en el otro, sea porque la normali-
dad solo se reconoce en lo propio y no en lo ajeno, sea por la
deslealtad laboral, ilegalidad e inferioridad del otro. Sea por lo
que fuere, el vínculo se basa en la confrontación, en el aisla-
miento del otro. La tensión que identifica este tipo de relacio-
nes interculturales relega al migrante a la periferia de las rela-
ciones, lo guetifica. La lectura de estos testimonios permite
observar, además, que la mirada del nativo hacia el migrante lo
interpreta como desigual y no como diferente. Desigualdad,
inferioridad, que se expresa con términos tales como “ilega-
les”, “no tienen capitales”, “no tienen condiciones de trabaja-
dores”, trabajan “por mitad de precio”, etc. me anima a pensar
en esta idea de la constitución de un gueto virtual, al que es
destinado el diferente toda vez que se configuran estas relacio-
nes interculturales.
Las investigaciones a las cuales me he referido me invitaron
a reflexionar en torno a los contenidos, a lo sustantivo de la
tensión intercultural, y a partir de allí he observado que estas
relaciones son portadoras de dos conjuntos de tensiones o de
dos dimensiones propias de esta tensión. Hay un conjunto de
tensiones que llamo simbólicas vinculadas a las costumbres, la
religiosidad, las tradiciones que en estos testimonios se expre-
san, en considerar la mezcla de culturas como impidiendo el
fortalecimiento de la identidad de un pueblo, de su identidad
nacional, en expresar que los argentinos “tenemos el mismo
tipo de vida, fuimos educados de la misma forma”, en el “me
cuesta llegar más a esos chicos” de una docente, en el “siguen
viniendo acá culturas extranjeras y no vamos a rescatar jamás
las raíces nuestras”. Ubico aquí todas aquellas tensiones surgi-
das a partir de la presencia de un código social y cultural que
divide lo que debe ser de lo que está desviado, que predica
acerca de los ilegalismos a través de un discurso disciplinador.
Son tensiones que contienen antinomias del tipo propio-ajeno,
argentinidad-extranjeridad, nuestra cultura-culturas extranjeras,

– 125 –
identidad nacional fuerte-identidad nacional débil, etc. Son
tensiones en estado latente que no son fáciles de observar,
denunciar, identificar. El discurso multiculturalista, difundido
principalmente en el mundo occidental, que admite, enaltece,
la diversidad de culturas proponiendo políticas que finalmente
promueven la discriminación y según García Canclini (2006)
“prescribe cuotas de representatividad en museos, universida-
des y parlamentos, como exaltación indiferenciada de los acier-
tos y penurias de quienes comparten la misma etnia o el mis-
mo género”, se ha naturalizado como discurso y en tanto tal
no acompaña, no aprueba, ninguna expresión discriminatoria
basada en las diferencias culturales, es un discurso que levanta
las banderas de la tolerancia intercultural pero, patéticamente,
no se reproduce en políticas profundamente antidiscriminato-
rias. Este discurso expresa lo que se debe decir sobre los “otros”,
lo que está permitido decir socialmente sobre lo ajeno, deslegiti-
mando cualquier expresión discriminatoria, pero no ha cons-
truido políticas acerca de cómo erradicar las motivaciones y las
condiciones que hacen que las representaciones sociales dis-
criminatorias sigan vivas, latentes, pero vivas. Es por ello que
las tensiones simbólicas, si bien desautorizadas por el discurso
multiculturalista, están vigentes, expectantes y en estado de
pureza. Ante cualquier escenario que las autorice, cualquier
hecho político o económico que ubique a los extranjeros en
algún lugar conflictivo, real o especialmente construido, frente
a la sociedad receptora, podrá transformar estas tensiones
simbólicas en acto. Uno de los grandes desafíos metodológi-
cos de nuestras investigaciones ha sido construir estos escena-
rios permisivos y, como resultado de ello, posibilitar que los
sujetos interpelados verbalizaran sus representaciones en dis-
cursos manifiestos.
El otro conjunto de tensiones interculturales las llamaré eco-
nómicas. Se refieren a la participación de nativos y extranjeros
en el mercado de trabajo, en el sistema productivo, a sus dife-
rentes modos de apropiación de bienes y servicios, etc. Este

– 126 –
tipo de tensiones son observables más fácilmente que las sim-
bólicas, suelen formar parte del discurso del poder político de
turno y de algunos medios de comunicación. Si bien no es la
situación actual de la Argentina, lo ha sido durante la década
de los noventa y en anteriores momentos del siglo pasado.
Recordemos el uso abusivo que se hizo, desde el poder políti-
co, las fuerzas de seguridad y algunos medios, en torno a la
culpabilidad que se asignaba a los migrantes de los países limí-
trofes y de Perú respecto a los altos índices de desocupación,
al uso de hospitales o cuando fueron responsabilizados del
aumento de la inseguridad en el Gran Buenos Aires. Son ten-
siones con anclajes en la realidad cotidiana, en lo inmediato,
más que referirse a lo que debe ser, como es el caso de las
simbólicas apela a la ecuación de ganancias y pérdidas materia-
les, a lo riesgoso de la presencia del “otro”, a la competencia
entre “nosotros” y los “otros”. Se reitera el modelo de las an-
tinomias propio-ajeno, argentinidad-extranjeridad, seguridad-
inseguridad, pero referidas a cuestiones tratadas como objeti-
vas, resultantes de descripciones de lo que se percibe como
realidad y que son utilizadas como fundamentación racional de
la tensión intercultural. Cuando se dice del migrante externo
que es un ilegal, que ha llegado para ser explotado, que trabaja
“por la mitad de precio” o que “no tiene condiciones de traba-
jador”, no hay conciencia de que se le inferioriza, estigmatiza,
se asume, contrariamente, que se está haciendo una caracteri-
zación adecuada al sujeto descrito, equivalente a la realidad,
más aún, se considera que tales características son empírica-
mente comprobables, irrefutables.
En las tensiones simbólicas advertí acerca de su estado la-
tente, en las tensiones económicas advierto acerca de su natu-
ralización que, si bien son visibles se decodifican como norma-
les, aceptables, propias de la realidad en que se vive. Ambos
conjuntos de tensiones se intersectan de modo tal que las eco-
nómicas legitiman a las simbólicas, observándose muy lejana la
posibilidad de tomar conciencia acerca de la grave conflictivi-

– 127 –
dad en el tratamiento de la diversidad cultural. Este estado
tensional de las relaciones interculturales, con algunos conte-
nidos latentes y otros naturalizados, consolida cada vez más el
modelo dicotómico de los excluidos y los excluidores, modelo
que es portador de una confrontación de base simbólica y otra
de base económica. Es un modelo en el que las relaciones in-
terculturales se constituyen en relaciones sociales de domina-
ción, con dominados y dominadores, pero escindido de la
conciencia colectiva, de modo tal que las diferencias entre
unos y otros se transforman en desigualdad, en relaciones asi-
métricas, legitimadas, institucionalizadas. Esta escisión de la
conciencia impide ver que la diversidad es portadora de vulne-
rabilidad, hay cuestiones socialmente aceptadas acerca de las
diferencias nacionales y étnicas, que deberían ser tratadas co-
mo socialmente vulnerables, me refiero, entre otras, a la idea
de que la mezcla de culturas debilita la llamada identidad na-
cional o que el ingreso de extranjeros al mercado de trabajo
local es perjudicial para los trabajadores nativos o que la con-
dición de indocumentado (término que prefiero al de ilegal) se
asimila a desviado, marginal o que los niños migrantes son
niños limitados intelectualmente o con retrasos de aprendizaje,
etc. En este modelo de dominación los diferentes padecen no
solo por su condición étnica o nacional sino también, como
expresa García Canclini (2006), porque son “desempleados,
pobres, migrantes indocumentados, homeless, desconectados”.
Luchan para que “no se atropelle su diferencia ni se los con-
dene a la desigualdad, en suma, ser ciudadanos en sentido in-
tercultural”.
Las relaciones interculturales las interpreto como relaciones
sociales de dominación porque, en primer lugar, son relaciones
portadoras de tensiones productoras de asimetrías, en segundo
lugar, tales tensiones se regulan desde un conjunto de códigos
definidos, hegemónicamente, por la sociedad hospitante sin
incluir al migrante como ciudadano y estableciendo los crite-
rios de normalidad, de un orden que estabiliza y jerarquiza y,

– 128 –
en tercer lugar, la implementación del código hegemónico
como regulador y legitimador de las tensiones, requiere de
dispositivos de control y disciplinamiento. En tanto relaciones
de dominación, las relaciones interculturales diluyen la diversi-
dad y producen desigualdad, solo desde un política intercultu-
ral y un conjunto de leyes que diseñen un marco de igualdad
de derechos y garanticen el acceso a bienes y servicios, se po-
drá comenzar a hablar de la equidad al interior de estas rela-
ciones.

La extranjeridad producida
He estado utilizando la categoría migrante externo a lo lar-
go de estas páginas, partiendo del supuesto que existe el sufi-
ciente consenso acerca de a quienes incluye. Sin embargo, de-
seo detenerme en esta categoría con vistas a evaluar si apela a
cuestiones de contenido suficientemente homogéneo entre si
o es portadora de cuestiones diferentes que merecen ser iden-
tificadas. Al comienzo de este artículo he definido al migrante
externo, como quien deja su lugar de residencia para estable-
cerse temporal o definitivamente en otro país o región. Pero
he señalado, también, que mis intereses como investigador de
la problemática intercultural me orientan a posicionarme fren-
te a las relaciones sociales y, en particular, frente al nativo.
Desde la perspectiva de este actor es que quiero repensar la
categoría migrante externo. Para ello comenzaré por recurrir a
nuestra última investigación y, al interior de ella, a uno de sus
objetivos: “construir una tipología de identidades nacionales y
culturales, a partir de las representaciones que los nativos tie-
nen de los extranjeros residentes actuales y pasados”. El plan-
teo de este objetivo tuvo como meta probar que la condición
de extranjero no depende solo del origen nacional del sujeto
sino, además, de las representaciones que respecto de él pro-
duce la sociedad civil receptora. Si bien no me detendré en una
descripción exhaustiva acerca de cuestiones metodológicas que

– 129 –
permitieron arribar a la construcción de esta tipología, debo
mencionar que ha sido realizada con información proveniente
de una muestra de docentes de niveles primario y secundario,
integrantes de instituciones educativas públicas y privadas lai-
cas y confesionales del Area Metropolitana de Buenos Aires.
La elección de los docentes radica en su carácter de agentes
socializadores, determinantes en la construcción de represen-
taciones sociales. La escuela es, además, una de las principales
instituciones a través de la cual se expresa el Estado. Las pre-
guntas que les fueron formuladas, apuntaban a conocer cuáles
características específicas, de identidad, les adjudicaban a los
extranjeros según su nacionalidad. Lo que presento a conti-
nuación es, simplemente, un resumen de los resultados obte-
nidos que responden al interés que me guía en esta parte del
artículo: presentar referencias empíricas que fortalecen la hipó-
tesis acerca de que la extranjeridad es el resultado de un proce-
so de producción por parte de la sociedad hospitante. Cuando
se alude a los migrantes de origen sudamericano se los sustan-
tiva como “trabajadores”. Respecto al resto no surge ninguna
categoría que los referencie dentro del ámbito laboral.

• Una diferencia que se reitera en la caracterización de


los migrantes bolivianos y paraguayos por un lado y los
de origen asiático por el otro, es la de considerar a los
primeros como “explotados”, “sumisos”, “sacrifica-
dos” y a los segundos como “explotadores” y “sober-
bios”.
• Al interior del grupo de los migrantes de origen suda-
mericano, se da una caracterización de los chilenos di-
ferencial respecto del resto: se los señala como “so-
berbios”, “hipócritas”, “mentirosos”. Más aún, no hay
apelaciones a atributos positivos, como ocurre con los
restantes orígenes.

– 130 –
• Los docentes caracterizan a los miembros de las co-
munidades japonesa, china y brasileña con mejor desa-
rrollo intelectual e inteligencia, en la posición opuesta
ubican a los de origen boliviano.
• La condición de migrante ilegal es asignada a las per-
sonas de origen sudamericano y rumano. Respecto al
resto no hay mención alguna en este sentido.
• Las dos comunidades que se ubican en los extremos de
un continuo que distribuye los atributos negativos y
positivos, observamos a los japoneses como los porta-
dores de la mayor cantidad de menciones positivas y a
los paraguayos en el extremo opuesto.

En esta descripción en la que solo pretendo citar algunos


pocos ejemplos, se observa que la categoría migrante externo
es portadora de atributos o propiedades muy diferentes que
alerta respecto a utilizarla como categoría unívoca, salvo a
riesgo de involucrar calificativos positivos y negativos en for-
ma indiferenciada. Más allá de los señalamientos particulares,
hay un corte de nivel general que diferencia lo sudamericano –
mayoritariamente limítrofe– del resto de las comunidades mi-
grantes. Se recurre a calificativos que son asumidos como pro-
pios de la identidad nacional de un sujeto. El origen sudameri-
cano se asocia a la “clase trabajadora”, a lo “sumiso” y
portador de atributos inferiorizadores. Los migrantes de ori-
gen asiático son caracterizados con atributos tanto positivos
como negativos pero, respecto de estos últimos, no tienen
contenidos inferiorizadores ni construyen una imagen con
perfil débil, los atributos negativos ubican al sujeto como por-
tador de un poder trasgresor (por ejemplo, “explotadores”). Al
interior del grupo de los migrantes sudamericanos, los de ori-
gen chileno son los únicos a los que solo se les asignan pro-
piedades negativas que los descalifican, aunque no necesaria-
mente inferiorizándolos.

– 131 –
Podría ampliar esta presentación de ejemplos, pero solo de-
seo utilizarlos como disparadores de algunas breves reflexio-
nes. En primer lugar, reitero una afirmación anterior que fue
formulada como hipótesis y que estos ejemplos acompañan,
concibo la extranjeridad como el resultado de la intersección
de atributos culturales, fenotípicos, históricos, etc., propios de
la persona migrante, con atributos que forman parte de las
representaciones que la sociedad receptora produce acerca de
éste. Esta producción no es azarosa ni casual ni caprichosa, es
el resultado –permítaseme tratar brevemente una cuestión que
merece un abordaje más exhaustivo y profundo– de un com-
plejo proceso en el que intervienen cuestiones históricas que
hacen a la identidad nacional de la sociedad receptora, el modo
en que se administra la diversidad desde el Estado (por ejem-
plo desde la escuela, la justicia, las fuerzas de seguridad, desde
las políticas migratorias, etc.) y las corporaciones (principal-
mente en su involucramiento en el ámbito laboral y político),
la dinámica de los mercados nacionales e internacionales como
reproductores del sistema capitalista, direccionando los proce-
sos migratorios y las grandes concentraciones de población en
condiciones de marginación, la sociedad de clases organizada
con criterios de exclusión y fomentando cada vez más la exis-
tencia de poblaciones en niveles extremos de privación eco-
nómica y marginación social y con sectores medios atravesa-
dos alternativamente por ciclos de estabilidad e inestabilidad
económica y el rol de los medios masivos de comunicación
como reproductores y legitimadores de la naturalización del
tratamiento de la diversidad social y cultural como desigualdad.
Dije más arriba que los ejemplos acompañan estas reflexiones,
porque solo desde un proceso productivo de la extranjeridad
es posible entender la asociación que se hace entre atributos
como “trabajadores”, “sumisos”, “explotados”, “explotado-
res”, “soberbios”, “hipócritas”, “mentirosos” y muchos otros
con el origen nacional de los migrantes. Nada tienen que ver
estas características con el país de origen de los migrantes, sin

– 132 –
embargo, mucho tienen que ver con las representaciones de
las personas del país receptor. En segundo lugar, estas referen-
cias estigmatizantes del “otro” no solo producen extranjeridad
sino, también, contribuyen a su vulnerabilidad en tanto advier-
ten acerca de cualidades que lo posicionan en el lugar del su-
bordinado o del sujeto indeseable, como miembros de un gue-
to virtual forman parte de los “desafiliados” de Robert Castel,
los “desconectados” de García Canclini, los que quedaron
“afuera” de Wieviorka. Unos u otros son los vulnerables, los
explotados, son el resultado de un orden económico, política-
mente legitimado, que los margina y que es acompañado por
discursos y prácticas de la sociedad civil que produce una sub-
jetividad vulnerable del “otro”, donde la extranjeridad no es
un punto de llegada sino un punto de partida.

Conclusiones
Pretendo entender la exclusión social como una gran categoría
que da lugar a diferentes fenómenos como la pobreza, la discri-
minación con sus diferentes abordajes empíricos –nacional y
étnico, de género, de los pueblos originarios, etc.–, las relacio-
nes interculturales, etc. Excluir no es solo separar, aislar es,
también, limitar, acotar, obstaculizar al otro, en otras palabras,
es pautarle un orden. El sujeto excluido es un sujeto vulnera-
ble y limitado en sus posibilidades de participación social, polí-
tica y económica. Excluirlo es coartarlo como sujeto libre, con
derechos y obligaciones. El excluido está, existe, hasta puede
convivir con su agresor, pero controlado, disciplinado, regis-
trado, limitado en el ejercicio de su libertad, no necesariamente
lo concibo como un sujeto eliminado, ausente. Excluir es,
además, un modo de establecer relaciones sociales, no desapa-
recen, son desiguales o, más explícitamente, son relaciones
sociales de dominación. El excluido lo es en tanto forma parte
de una red de relaciones sociales, si hay excluidos hay exclui-
dores, hay confrontación entre ellos, hay un vínculo basado en

– 133 –
la lucha, en la contradicción. Por lo tanto, la exclusión social
puede ser analizada, comprendida, aprehendiendo las relacio-
nes sociales como objeto de estudio. La pobreza, la discrimi-
nación, la diversidad cultural son procesos que se constituyen
al interior de una red de relaciones en la que participan dife-
rentes actores sociales. La conflictividad de la exclusión puede
ser analizada en la medida que se haga foco sobre esa red más
que individualmente sobre los actores.
La presencia de un código moral hegemónico es el marco
natural que orienta a las estrategias de exclusión social y que las
legitima. Excluir no solo implica eliminar, extinguir, excluir
implica, también, recodificar lo diverso como desigual a partir
de un código dominante que, en tanto tal, da cuenta del “otro”
en calidad de dominado, carente de toda posibilidad de parti-
cipar y decidir. Ese código hegemónico es moral porque se
basa en criterios de verdad y normalidad, implementándose
dispositivos de control para garantizar su cumplimiento. En
todos los casos la exclusión se instala en medio de la trama de
relaciones sociales otorgándole un significado particular, el de
relaciones asimétricas en las que hay dominadores y domina-
dos, excluidores y excluidos. De esta manera la extranjeridad
conlleva nuevos significados, deja de ser la categoría que agru-
pa a quienes nacieron más allá de las fronteras, para constituir-
se como un estado particular de lo diferente, de aquello res-
pecto de lo cual el nativo permanece alerta, la extranjeridad,
como producción, se presenta como categoría de lo extraño,
de lo intruso, de lo peligroso. Latinoamericanos, asiáticos,
aborígenes, europeos, afrodescendientes terminan conforman-
do un mundo excluido, un mapa de rupturas sin puentes.
En tanto no se modifiquen las condiciones económicas y
sociales, en tanto el sistema capitalista no desactive los meca-
nismos de expulsión y explotación, en tanto la ideología neoli-
beral alimente y nutra esta red de relaciones sociales de domi-
nación, las migraciones recientes, en especial algunas
provenientes de los países limítrofes, y otras migraciones lle-

– 134 –
gadas de territorios más lejanos, seguirán transitando por el
complejo y conflictivo camino de la exclusión. En este sentido,
considero que las metáforas orgánicas surgidas de categorías
biológicas han invadido el discurso colectivo, con lo cual se ha
constituido una jerarquización natural entre “nosotros” y los
“otros”. El capitalismo, en la actualidad, ha modificado la di-
námica del sistema productivo, creando mecanismos de expul-
sión más severos que en décadas anteriores. Ya no solo la pe-
lea, la lucha, es por estar más arriba, evitando caer en los
niveles sociales y económicos más bajos, sino que además, se
lucha por estar adentro, evitando quedar afuera de toda posibili-
dad de participación, en otras palabras, evitando ocupar el
vulnerable lugar del excluido.
Como cierre me resulta sugerente esta reflexión que hiciera
Oliver Cox (2002) hace ya mucho tiempo, más precisamente
en 1949. “El propósito último de todas las teorías de la supe-
rioridad blanca no es demostrar que los blancos son superiores
a todos los demás seres humanos sino insistir en que los blan-
cos deben ser los jefes supremos. Esto implica relaciones de
poder más que relaciones entre clases sociales. (…). Esta situa-
ción social no deriva de la idiosincrasia o la perversidad huma-
na, sino que es una función de un tipo concreto de orden eco-
nómico.”

– 135 –
Bibliografía
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Las consecuencias perversas de la modernidad, Giddens, Bauman,
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Wieviorka, Michel (2002), “La diferencia cultural como cues-
tión social”, en Eduardo Terrén (comp.), Razas en conflicto, Bar-
celona: Anthropos Editorial.

– 136 –
MÉXICO: ¿HACIA UN ESTADO GENDARME?
Miguel Ángel Vite Pérez

Introducción
El artículo tiene como objetivo analizar, desde un punto de
vista general, la transformación del Estado mexicano en un
Estado penal. Y para cumplir con ése propósito se estudian
algunos hechos que refuerzan el siguiente supuesto: el discurso
de la seguridad social es sustituido por el discurso de la seguri-
dad civil, en un contexto de consolidación de la política eco-
nómica neoliberal, ante la expansión de la desigualdad social y
de la economía informal, donde los negocios ilícitos, tanto del
contrabando de mercancías como de las drogas, han sido con-
vertidos en el referente principal del discurso gubernamental
para legitimar sus acciones punitivas.
Para el caso mexicano, la manera de realizar el análisis de
los hechos es a través de la construcción de una explicación
con base en el punto de vista teórico, proveniente de los que
sostienen que la multiplicación de las desigualdades sociales es
resultado de la mercantilización de las protecciones estatales;
lo que se ha manifestado como la sustitución de la función
social estatal por su función punitiva, presentada como una
solución ante el crecimiento de las acciones criminales.
Los hechos revisados provienen de la prensa, donde ha
quedado registrado, el discurso gubernamental de la lucha co-
ntra el crimen, así como sus acciones, acompañados en ciertas
ocasiones de estudios realizados por organizaciones de la so-
– 137 –
ciedad civil, que convergen en que la solución para combatir al
crimen es mediante el uso de la violencia institucionalizada.
Para justificar la reflexión se destaca que la inseguridad pú-
blica se vincula con la necesidad colectiva de protección de
parte de un Estado, que ha ido abandonando el carácter uni-
versal de las protecciones sociales, realizadas a través de la
política social, ante la generalización de situaciones de riesgo,
que han transformado a los individuos en vulnerables. Esto ha
significado individualizar los costos sociales derivados de un
nuevo modelo de acumulación de capital, donde la mercantili-
zación ha transformado en negocio privado o particular lo que
se prestaba como un servicio social, lo que ha ido debilitando
el régimen de protección pública, que fue el fundamento de
los derechos sociales, considerados como parte de la ciudada-
nía (Dubet, 2000, Esping-Andersen, 2006: 202, Picó, 1990).
Desde esta perspectiva, el individualizar los costos al con-
vertirse el sujeto en un desempleado o subempleado, es consi-
derado como una evidencia del abandono del compromiso
social de parte del Estado; mientras, el reforzamiento de su
función punitiva ha sido interpretada como parte de una estra-
tegia para enfrentar algunos problemas que amenazan la pro-
piedad privada y la vida de sus poseedores, ante la expansión
de los comportamientos sociales que han estructurado o reor-
ganizado el mundo de lo ilegal o ilícito, donde existe un uni-
verso de actividades diversas, que van desde los ingresos de la
sobrevivencia hasta la creación de una enorme riqueza, como
las actividades del narcotráfico, que han emergido en un con-
texto dominado por un capitalismo del siglo XXI, cuyo éxito
competitivo no solamente depende de las innovaciones tecno-
lógicas y logísticas, sino de la destrucción de las regulaciones
sociales, disminuyendo, a su vez, los costos de la mano de
obra (Lichtenstein, 2006: 21), generalizando los bajos salarios,
acompañados por una reorganización del trabajo, la llamada
flexibilización, que ha buscado aumentar la productividad para
que las mercancías y servicios lleguen al consumidor de cual-

– 138 –
quier parte del orbe a un precio reducido (Véase, Boyer, 2007).
Este tipo de trabajo ha prosperado en condiciones sociales de
inestabilidad y fragmentariedad, lo que convierte al trabajador
en un empleado de corto plazo, es decir, pasa de un empleo a
otro, por tanto, improvisa su vida porque las instituciones ya
no le garantizan en el largo plazo un curso de vida sin grandes
alteraciones, provocadas por el desempleo y la vejez. Tiene
que desarrollar nuevas habilidades cuando las adquiridas son
de corto plazo, celebra la meritocracia, como un potencial
latente, más que los logros del pasado, en consecuencia, el
servicio prestado en el pasado no garantiza ya el empleo en el
corporativo. Esta situación se puede resumir así: “(...es) un
sujeto que se asemeja más a un consumidor, quien, siempre
ávido de cosas nuevas, deja de lado bienes viejos aunque toda-
vía perfectamente utilizables, que al propietario celosamente
aferrado a lo que ya posee” (Sennett, 2006: 11).
Pero la inestabilidad laboral no se puede considerar como
la causa única del fin del “amparo de la seguridad social”, que
abarcó la atención de la salud, las pensiones y la clase de habi-
lidades que debería de proporcionar el sistema de educación,
en el marco del llamado Estado de bienestar, sino como con-
secuencia del abandono del compromiso estatal con el bienes-
tar colectivo, trasladando hacia el individuo, como ya se ha
mencionado, los costos de vivir en una situación de limitadas
regulaciones estatales, lo que resultó favorable para el capita-
lismo corporativo del siglo XXI.
Sin embargo, la limitación y abolición de las regulaciones
estatales, gestada a mediados de la década de los 70 del siglo
XX, en las sociedades capitalistas desarrolladas, no significó el
abandono de la utopía capitalista de control, en otras palabras,
el sueño de la vigilancia general desde el ejercicio del poder
político, lo que data del siglo XVIII con la propuesta del pa-
nóptico de Bentham, que ha creado una estructura de vigilan-
cia, basada en el sistema judicial y penal, que incluye a la pri-

– 139 –
sión y a sus profesionistas como el psicólogo, el psiquiatra, el
criminólogo, el sociólogo (Foucault, 2007: 77-78).
Desde la perspectiva descrita, las sociedades modernas ca-
pitalistas son sociedades de la vigilancia, basadas en el uso de
la tecnología, las llamadas tecnologías de la vigilancia (como
por ejemplo, los escáner en los aeropuertos, el circuito cerrado
de televisión en los espacios públicos y servicios de transporte
colectivo), comercializada por las compañías que venden ser-
vicios de vigilancia, que pone en evidencia la necesidad de un
control político, que se caracteriza, por la limitación de los
derechos civiles de los ciudadanos al someter sus comporta-
mientos a un monitoreo permanente (Lyon, 2003: 14-15).
Ahora, ante la expansión de la vulnerabilidad social, identi-
ficada con la inseguridad social, la vigilancia promueve una
nueva protección, pero a cambio de un incremento del control
de la información obtenida, con ayuda de la tecnología elec-
trónica, para la elaboración de una base de datos, usada para
identificar a personas consideradas como una amenaza.
La reactivación de la idea de control ha sido utilizada para
justificar el uso policial de las tecnologías de la vigilancia, cuya
finalidad sería combatir al crimen, que abarca actividades de
diferente tipo como el terrorismo, los movimientos armados
subversivos, el narcotráfico, que a través de la movilidad facili-
tada por los medios de comunicación, gracias a la existencia
del transporte terrestre y aéreo y también por el uso intenso de
la red, ha aumentado la vulnerabilidad, pero como consecuen-
cia de la reestructuración económica de la década de los 80 y
90 del siglo XX, que favoreció el desmantelamiento de las
regulaciones del Estado de bienestar, incrementando las opor-
tunidades para las actividades económica ilícitas.
La vulnerabilidad se transformó en riesgo cuando creció la
probabilidad de que se multiplicaran las acciones ilícitas, que
en realidad fueron nuevas formas de realización de negocios
privados, en un contexto de economía neoliberal. En otras
palabras, creció lo ilegal, sin embargo, la burguesía siempre ha

– 140 –
tolerado un cierto nivel de ilegalismo porque le ha permitido
obtener grandes ganancias y cuando el ilegalismo le significa
peligro para sus intereses ha usado a la policía para combatirlo
o nuevos mecanismos para extender la vigilancia hacia los sos-
pechosos de practicarlo.
La necesidad de control y de vigilancia, como una manera
de combatir al ilegalismo, que pone en peligro los intereses del
poder económico y político, ha reforzado la función punitiva
del Estado, lo que ha afectado los derechos sociales y civiles
de la ciudadanía, lo que refuerza el carácter autoritario del po-
der político para criminalizar la pobreza y la miseria y a los
individuos o grupos que son considerados como un peligro o
riesgo, legitimando el uso de la violencia contra los mismos
(Agamben, 2007).
De acuerdo, con la justificación establecida, el artículo se
divide en los siguientes apartados: en la primera parte se revi-
san algunos conceptos que resultan de utilidad para configurar
el objeto de estudio, después se estudian las relaciones que
existen entre la pobreza y la criminalidad, así como entre cri-
minalidad y violencia, para mostrar la legalización de la violen-
cia institucionalizada, usada en el combate contra el crimen
organizado, convertida en una lucha justificada por el discurso
de la seguridad nacional. Al final se elabora una reflexión so-
bre el tema.

Los conceptos para el análisis


El control social forma parte de una problematización que
no se define a través de la representación de un objeto preexis-
tente o por su creación a través del discurso; sino, que se refie-
re a las instituciones administrativas, las regulaciones o nor-
mas, las prácticas burocráticas, así como a las estrategias y
programas gubernamentales, a un conjunto de aparatos que no
son ni falsos ni verdaderos; sin embargo, han llegado a ser
parte de un debate acerca de la verdad y de la falsedad, con sus

– 141 –
consecuencias prácticas sobre la conducta de los otros. En
otras palabras, la problematización configura un campo unifi-
cado de preguntas que la sociedad se formula y que tiene co-
mo origen un fenómeno que es visualizado como la causa de
la ruptura de la cohesión social, como la violencia y la pobreza,
y que hace necesario la invención de un mecanismo para miti-
gar sus efectos negativos o para eliminar tal fenómeno (Castel,
1994: 239-240).
Un mecanismo que se objetiva en las instituciones estatales
y también en sus programas de gobierno, abarcando los dis-
cursos de los que se encargan de ejecutarlos, así como en la
relación social que generan cuando van dirigidos a determina-
dos grupos sociales, definiendo lo que es legal o ilegal. Lo que
se puede lograr por medio del establecimiento de una forma
de gobierno, cuya base es la vigilancia, y que busca que todo
este controlado para evitar que los enemigos de la sociedad
atenten contra la misma y en caso de ser así se recurre a las
prácticas penales dirigidas a los que han sido definidos como
criminales por realizar actos ilegales (Foucault, 2007: 74-77).
Pero la noción de control social conlleva la idea de norma
y, en consecuencia, su transgresión ha creado en las sociedades
un sistema de sanciones de diferente tipo, que van desde la
censura vaga hasta el uso codificado de coacciones, por tanto,
la función de las sanciones es la del control social: restaurar la
autoridad de las normas o reglas para mantener el orden social,
garantizando la integración social (Lenoir, 2006: 89).
Entonces, la vigilancia es parte del control social, que se ha
realizado a través de las instituciones, lo cual tiene su propia
historia, ya que ha sido ejercida por la iglesia, las escuelas y,
finalmente, los profesionistas (por ejemplo, los trabajadores
sociales, los psicólogos, los asistentes sociales) encargados, en
las sociedades burguesas, de asumir la función de vigilancia
correccional. Desde esta perspectiva, el control social es una
forma de penalizar, lo que se vincula con la represión, con el
castigo, para los que han violado las normas. Y la función del

– 142 –
juez es la de corregir, otra manifestación del poder de control,
conduciendo al delincuente al centro mismo de la ley para
determinar el grado de desviación y poder pasar a instituciones
como el reformatorio y la penitenciaria; mientras, la presencia
de la policía es aceptada por la población debido a que se ha
identificado a la delincuencia con la inseguridad vinculada con
el temor. Esto significa que la delincuencia legitima la presen-
cia de la policía (Foucault, 2005).
Por otro lado, la vigilancia se ejecuta con la ayuda de las insti-
tuciones y de los mecanismos (como maquinas, equipos, lo que
se clasifica como parte de la tecnología) que producen conoci-
mientos sobre una situación o sobre los comportamientos de los
individuos, cuya finalidad es la de otorgarle una base científica y
legal a las acciones de gobierno, en otras palabras, al ejercicio del
poder de control social (Arteaga Botello, 2007: 326).
El concepto de dispositivo recupera la idea de problemati-
zación ya que alude a un universo heterogéneo, que se encuen-
tra formado por discursos, instituciones, instalaciones arqui-
tectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, reglamentos,
proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas, en una pala-
bra, elementos que pertenecen tanto a lo dicho como a lo no
dicho. Por eso, el dispositivo es una red que se establece entre
esos elementos (Gutiérrez y Aguado, 2002: 302).
El dispositivo regula la acción del individuo con respeto a
lo que señala la norma o la ley, por tanto, es correcto identifi-
carlo con el término soporte porque se dispone de recursos
(políticos, económicos, culturales, etc.) que apoyan el desarro-
llo de estrategias individuales y también de los que ejercen el
poder desde la institución (Castel y Haroche, 2003: 19).
El fenómeno de ruptura en la sociedad proviene de la difi-
cultad para que los individuos dispongan de recursos o sopor-
tes para desarrollar vínculos de pertenencia en la sociedad. Y,
en consecuencia, gozar de protecciones institucionales ante
situaciones como la pobreza, el desempleo, la enfermedad, la
vejez, lo que puede desembocar en acciones desviadas o que

– 143 –
pertenezcan a la criminalidad, debilitando la cohesión social
(Castel, 2004a: 21-38).
La declinación de la función social del Estado29, relacionada
con la gestión del sistema de seguridad social, ha sido sustitui-
da, en mayor o menor grado, por la función punitiva, que des-
de el punto de vista neoliberal, ha sido dirigida a penalizar y
criminalizar la pobreza y la miseria para que el espacio carcela-
rio sea transformado en una cárcel para los que viven en la
miseria (Wacquant, 2000).
De este modo, ha surgido una nueva gobernabilidad, en
otras palabras, un control social de la inseguridad, cuyo espa-
cio se localiza en los barrios donde habitan los pobres, y que
considera a los mismos como clases peligrosas, cuyo número
se ha incrementado a raíz del establecimiento del nuevo mode-
lo de acumulación del capital de tipo neoliberal (Lash y Urry,
1998: 203-234). Es decir, los damnificados del modelo eco-
nómico neoliberal han ido a engrosar paulatinamente las filas
de los delincuentes (Wacquant, 2004).
Así, desde un punto de vista general, el abandono de la
función social de parte del Estado o su transformación en
programas de asistencia social30, ha creado una situación de

29 Este hecho se origina por el abandono de las políticas económicas de


tipo keynesiano y la necesidad, a partir de la década de los años 70 del siglo
XX en los países desarrollados y posteriormente en los subdesarrollados,
de encontrar nuevas vías a través de la política económica para resolver los
problemas de estancamiento económico, inflación, traducidas en desem-
pleo masivo y en insuficiencias para lograr un optimo aceptable en la acu-
mulación privada de capital (Bob, 1999).
30 El sistema de seguridad social tiene su fundamento en el trabajo asalaria-

do debido a que su importancia no radica en el monto de los ingresos; sino,


en que llego a ser la fuente principal de derechos sociales en una economía
capitalista (Castel, 1995). Y esta situación se contradice con la conversión
de la seguridad social universal en programas de asistencia social, que han
definido a sus beneficiados como asistidos, lo que esta acorde con la idea
de la eficiencia económica de los recursos escasos, y además con la visión
de que la pobreza es un problema individual y de falta de capacidades no

– 144 –
inseguridad social, donde el Estado ante riesgos, peligros, da-
ños, producidos por la nueva dinámica de acumulación de
capital, que sufren los individuos, ha reactivado con mayor
fuerza la protección de la propiedad privada, lo que forma
parte de los derechos civiles, para otorgarle seguridad a los
propietarios de los peligros y riesgos, que puede representarles
las acciones criminales, utilizando para tal efecto la fuerza po-
licíaca (Castel, 2004b: 35-37).
Entonces, la inseguridad social no solamente proviene de la
desestabilización de los trabajadores al convertirse en desem-
pleados y subempleados en el momento de desempeñar traba-
jos con salarios bajos y sin derechos sociales, facilitado por la
disminución o ausencia de las regulaciones estatales; sino, por-
que los problemas de la delincuencia han permitido el surgi-
miento de un discurso que preconiza el retorno a la ley y al
orden; lo que significa la reafirmación del ejercicio de la auto-
ridad estatal por medio de su función punitiva (Enrique Alon-
so, 2007: 11-28).
Lo correcto sería hablar de inseguridad civil, que se relacio-
na con las prácticas delictivas, donde se reivindica la figura del
Estado gendarme, donde no se considera que la inseguridad
social, cuyos efectos son la pobreza y la miseria, junto con el
desempleo, sean el “alimento” de la inseguridad civil, porque
la seguridad civil y la seguridad social han sido visualizadas
como dos esferas separadas (Castel, 2004b: 73-74).
Al visualizarse como dos esferas separadas, el bienestar so-
cial se define por la capacidad adquisitiva de los consumidores,

adquiridas en el mercado, lo que es parte del llamado espíritu del capitalis-


mo: la ideología que justifica el compromiso con el capitalismo y que tiene
al menos tres pilares como el progreso material, la eficacia y la eficiencia en
la satisfacción de las necesidades, un modo de organización favorable a las
libertades económicas y compatible con regímenes políticos liberales (Bol-
tanski y Chiapello, 2002: 41-52).

– 145 –
cuyo espacio es el lugar del intercambio, es decir, el mercado.
Y no por la existencia de políticas distributivas31.
Entonces, la problematización, para el caso que se revisa, es
el diagnóstico realizado, desde el poder político y económico,
sobre la inseguridad civil, considerada como un problema de
autoridad, cuya solución (el mecanismo o dispositivo) debe de
ser la aplicación de la ley mediante el uso de la fuerza pública.
Por tal motivo, la necesidad de control gubernamental, frente
a la expansión de las actividades de la economía informal,
identificadas con el negocio de lo ilícito, donde las ganancias
privadas se multiplican, se ha transformado en una demanda
de los negocios privados lícitos para garantizar sus ganancias,
ante una desigualdad social, que no solamente tiene como cau-
sa la distribución del ingreso; sino, el desempleo y subempleo,
que incrementa el número de individuos que se dedican a las
actividades ilegales que se pueden vincular con el crimen orga-
nizado o con la sobrevivencia.
En el siguiente apartado se estudia la construcción del dis-
curso gubernamental que considera a la inseguridad social co-
mo una amenaza para la estabilidad del régimen socioeconó-
mico neoliberal mexicano.

La inseguridad social como amenaza


El discurso de la seguridad social o pública es un discurso
establecido por la autoridad para generar en la conciencia de
los gobernados aquello que se enuncia (Astorga, 2007: 16).
Introducir en la conciencia colectiva, a semejanza de una coer-
ción “externa”, una situación de desasosiego al hacer creer que

31 La débil presencia de políticas distributivas o en su caso su ausencia se ha

convertido en otro factor que favorece el aumento de los costos asociados


con la inestabilidad y el conflicto social. Por tal motivo, las instituciones o
soportes no se consolidan al no fomentar la cohesión social, permitiendo la
expansión de la delincuencia, inseguridad o violencia, lo que indica que en la
sociedad existen fuertes tensiones distributivas (Antonio Alonso, 2007: 559).

– 146 –
es necesario la existencia de un Estado gendarme porque la
estabilidad social se encuentra amenazada por la delincuencia
(Durkheim, 1994: 56-59, Davis, 1994: 40-46).
La amenaza se ha convertido en un sentimiento de temor,
manifestado como una inseguridad personal, que fomenta el
aislamiento personal, que solamente se puede lograr, mediante
el uso de tecnologías, que como parte de las estrategias de
seguridad de las propiedades y de la vida de las clases medias y
altas, han permitido el aislamiento de sus espacios privados,
sus casas habitación, su hábitat, convertido en un bunker, con
ayuda de la tecnología, del resto de los vecindarios; mientras,
las plazas públicas, así como las comerciales, son seguras si
existe una vigilancia con videocámara, lo que reproduce la
lógica del control social, ejecutado ahora por las fuerzas poli-
cíacas pertenecientes a empresas privadas de seguridad, lo que
muestra también que en la planificación urbana esta presente
cada vez más la idea de vigilancia, con otras palabras, el diseño
arquitectónico se pone al servicio del pánico colectivo, origi-
nado por la delincuencia (Davis, 2001: 7-9).
Por eso existe una economía del miedo, formada por em-
presas militares y de seguridad, que se han visto favorecidas
por la explotación de la crisis nerviosa nacional, por ejemplo
en los Estados Unidos, acompañada de la video vigilancia,
reforzada por el software de reconocimiento de huellas y de
caras, lo que permite controlar la rutina cotidiana, transfor-
mando la seguridad en un servicio público y, en determinadas
circunstancias, deberá de ser financiado con el presupuesto
público, ante el incremento de sus costos y por el avance de
las tecnologías particulares de vigilancia.
En consecuencia, los barrios de los grupos pobres, no re-
sultarían beneficiados de la tecnología de la vigilancia y en
cambio conservarían su situación de precariedad y de estigma-
tización al ser señalados como lugares donde se concentran los
delincuentes (Davis, 2007: 28-29).

– 147 –
Sin embargo, en años recientes, la noción de seguridad nacio-
nal, en el caso del gobierno de los Estados Unidos, ha cambiado
porque ahora proviene del tráfico de drogas y del terrorismo
(sobre todo, a raíz de los atentados contra las Torres Gemelas de
Nueva York, que ocurrió el 11 de septiembre de 2001).
La unión de las dos palabras ha dado lugar al narcoterro-
rismo que ha sido transformado, al mismo tiempo, en el ene-
migo que hay que combatir sin importar donde se localice y
sin escatimar recursos económicos y humanos, sin tomar tam-
poco en cuenta sus vínculos con el poder político, tanto en los
Estados Unidos como en el resto de los países, considerados
como productores de drogas (Astorga, 2007).
Sin embargo, la sospecha de posibles delincuentes se ha ex-
tendido a los turistas y a los inmigrantes, y estos últimos, han
sido considerados como un peligro potencial para la estabili-
dad social de los Estados Unidos (Davis, 2007: 34-35).
En el caso mexicano, la estrategia de seguridad nacional de
los Estados Unidos, que posteriormente fue adoptada por los
diferentes gobiernos, data de 1986, cuando el entonces presi-
dente estadounidense Ronald Reagan, identificó el tráfico de
drogas con un problema que atentaba contra la seguridad de
su país y que provenía del “exterior”: de los países productores
de drogas.
Entonces, el problema de las drogas pasó a ser un proble-
ma ya no de demanda sino de oferta.
Por tal motivo, la llamada guerra contra las drogas ha sido
identificada como una lucha contra el crimen organizado, que
amenaza ahora la seguridad nacional, legitimada al interior de
México, por la corrupción que ha sufrido el aparato de la vio-
lencia legítima, es decir, las policías en el plano nacional y local
a lo largo del siglo XX. Esto significaba que la policía no des-
cubría a los capos ni mucho menos los detenía (Ravelo, 2007:
9-13, Blancornelas, 2002: 9).
Es decir, la extensión de los lazos de complicidad de algu-
nos miembros de la policía con los traficantes de drogas, y

– 148 –
para los gobiernos de la alternancia partidista en la presiden-
cia32, (el gobierno de Vicente Fox (2001-2006) y del actual que
proviene de su mismo partido, Partido Acción Nacional
(PAN), Felipe Calderón Hinojosa), ha sido razón suficiente
para usar el ejército en su combate. Con esta decisión se reco-
noce la existencia de una lucha por la hegemonía y la autono-
mía relativa de los traficantes ante el poder político (Astorga,
2007: 13-14).
El discurso político que señala la necesidad de una nueva
seguridad nacional, cuya gravedad es mostrada también por el
uso del ejército fue ratificada, en 2008, por un crédito del Ban-
co Interamericano de Desarrollo (BID) de 100 millones de
dólares (cerca de mil 100 millones de pesos), que representó la
séptima parte del presupuesto de la Secretaría Federal de Segu-
ridad Pública, que en el año de 2008, alcanzó los 7 mil 471. 2
millones de pesos, para el diseño de un nuevo modelo de se-
guridad (Hernández López, 2008: 24).
En el diagnóstico del BID, con base en una encuesta levan-
tada entre los mexicanos, dice que el 72.5% se siente inseguro
y el 50.3% considera que el crimen ha afectado la calidad de su
vida; mientras, el 77% no confía en la policía (Hernández Ló-
pez, 2008: 25).
Lo anterior se puede sustentar sí se observa el cuadro 1,
donde el 54% de los mexicanos, en el 2004, se sentía inseguro
en el estado que habitaba. Mientras, cerca del 40% en el muni-
cipio en que vivía también se sentía inseguro.

32 De acuerdo con el resultado de las elecciones presidenciales de julio del


año 2000, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), después de 70
años de haber monopolizado el poder de la presidencia mexicana, lo perdió
frente al candidato del Partido Acción Nacional (PAN); sin embargo, la
inestabilidad social se sigue reproduciendo debido a la existencia de un
modelo económico que ha favorecido las políticas de estabilización ma-
croeconómica y no las distributivas, junto con la concentración del ingreso
y la riqueza (Camarena y Zepeda Patterson, 2007).

– 149 –
A su vez, el lugar donde más inseguridad se percibe es en el
transporte público, le sigue la calle, la carretera y el centro comer-
cial. Además, que el 45% percibía que el número de delitos seguía
igual ya que solamente el 12% dijo que los delitos disminuyeron.
Otro dato que llama la atención es que solamente el 22%
de los entrevistados dijeron que tomaron algunas medidas
conjuntas con los vecinos contra la inseguridad, en otras pala-
bras, no se convirtió en la causa para enfrentar de manera co-
lectiva y organizada el problema. Aunque, solamente el 26%
modificó de algún modo su comportamiento por temor a la
inseguridad. Esto significa que la percepción sobre la inseguri-
dad es relativa y depende más de las campañas mediáticas, y en
menor medida, sí el entrevistado ha sido afectado en su vida y
propiedad por la delincuencia.

Cuadro 1. Percepción de la inseguridad, 2004


Concepto Porcentaje (%)
Personas que se sienten inseguras en el estado que viven 54.0
Personas que se sienten inseguras en el municipio que 40.0
viven
Principales lugares en donde se sienten inseguras
Transporte público 59.0
Calle 53.6
Carretera 49.9
Mercado 48.0
Centro comercial 34.8
Automóvil 33.8
Modificaron sus hábitos por temor a la inseguridad 26.0
Tomaron medidas conjuntas con vecinos contra la inse- 22.0
guridad
Colocaron rejas y bardas 18.0
Consideran que en el último año los delitos...
Aumentaron 40.0
Siguen igual 45.0
Disminuyeron 12.0
Fuente (Aguayo, 2007: 140).

– 150 –
Pero también los datos del cuadro 1 nos revelan que la per-
cepción de la inseguridad es un problema nacional, que tiene
que ver no solamente con la corrupción de las instituciones
públicas de seguridad; sino, con lo que se encuentra ausente en
este punto de vista: el empobrecimiento de la población, cau-
sado por el crecimiento del subempleo o de las ocupaciones
informales33, que han reorganizado el mercado de trabajo
mexicano (Guillén Romo, 2005: 279-280).
Así, en México, durante 2007, había 12 millones de perso-
nas que desempeñaron alguna actividad en la economía infor-
mal, cifra que se incrementó debido a que 600 mil personas
durante ése año, pasaron a realizar alguna actividad informal
(De la Rosa, 2008: 5).
Al mismo tiempo, los trabajos permanentes han crecido de
manera lenta (3.74%) en comparación con los trabajos even-
tuales o temporales (18.4%), lo que significa que la precariedad
laboral es una realidad debido a que los derechos sociales no
existen para ese tipo de trabajadores (Acosta, 2007: 14).
Por tanto existe una violencia estructural en contra de los
pobres, que se ha derivado del aumento del desempleo, junto
con la debilidad del régimen de la seguridad social, lo que ha
conducido a que el problema de la pobreza sea vinculado no
solamente con la falta de capacidades de los individuos sino con
la probabilidad de que se conviertan en criminales, de acuerdo
con la óptica del Estado gendarme (Wacquant, 2006: 147-149).
En México, los militares han tenido un mayor protagonis-
mo debido a que la justicia civil mexicana se encuentra enca-
bezada por militares, como si se viviera en un escenario bélico

33 Entre 2004 y 2005, un informe del Fondo Monetario Internacional

(FMI), asentó que la pobreza en México disminuyó un 3% y en Argentina


un 18% y en Brasil un 8%. Mientras, en México, 25 de cada 100 habitantes
viven en pobreza porque tienen un ingreso menor a 2 dólares al día, deri-
vando la siguiente conclusión: el gasto social en muchos países de América
Latina ha sido regresivo, lo que ha beneficiado más a los grupos ricos
(González, 2007).

– 151 –
porque el problema del tráfico de drogas ha sido definido co-
mo un problema de seguridad nacional, desplazando la rela-
ción entre los narcotraficantes, la policía y la política hacia los
militares, que ocupan posiciones de poder en los aparatos de
seguridad nacional (Astorga, 2007: 296).
Sin embargo, no existe una relación de causa efecto, entre
el aumento de personas dedicadas a las actividades de la eco-
nomía informal y al supuesto aumento de los actos ilícitos o
criminales (Matthews, 2003: 145-174)34.
Sobre todo, que en México los desempleados, ante la ur-
gencia de encontrar una actividad con ingresos, las realizan, y
en consecuencia, el problema no radica en el desempleo por-
que las tasas del llamado desempleo abierto se han mantenido
bajas, por ejemplo, en 1986 era de 4.3% y en el 2002 fue del
2.8%. Entonces, el problema radica en el crecimiento de la
economía informal que se ha transformado en la opción más
viable para conseguir un ingreso (Zapata, 2005: 99-102).
Pero como las actividades económicas informales son cali-
ficadas, desde el discurso de la penalización de la pobreza y de
la miseria, como parte de lo ilegal, entonces las autoridades
cuando así lo juzgan intervienen a través del uso de la fuerza
policíaca para limpiar las calles y avenidas, por ejemplo, de
vendedores ambulantes. En este caso se pueden considerar
como vulnerables; sin embargo, esto no significa que sean
parte del crimen organizado, aunque comercializan mercancías

34 El estudio de caso realizado en una pequeña ciudad industrial de Austria,


llamada Marienthal, en 1931, año caracterizado por una gran depresión
económica, entre los desempleados o parados, buscaba encontrar en estos
últimos una conciencia revolucionaria, ya que el estudio fue financiado por el
Partido Socialista y los sindicatos, sin embargo, el resultado fue lo contrario,
es decir, la crisis económica y el desempleo masivo no creaba una conciencia
revolucionaria. Y cuando los nazis invadieron Austria los parados de Ma-
rienthal les dieron su apoyo (Lazarsfeld, Jahoda y Zeisel, 1996: 17-18).

– 152 –
que provienen del contrabando o que son reproducciones no
autorizadas35.
El problema de la informalización de las actividades econó-
micas, que generan un ingreso para la sobrevivencia, resulta de
la debilidad de las protecciones sociales (Luévano, 2007: 8-10).
Por otro lado, la legalización de la penalización de las acti-
vidades del narcotráfico, por ejemplo en la ciudad de México,
ha implicado que el gobierno local considere la necesidad de
que la Asamblea Legislativa, el Congreso de la ciudad de Méxi-
co, apruebe su iniciativa de ley para la extinción de dominio y
régimen de propiedad para los que comercializan drogas, reali-
cen secuestros u otro tipo de actividades ilícitas. Al mismo
tiempo, esta medida legislativa se acompañaría con el uso de
las videocámaras de vigilancia (Alzaga, 2007: 6-7).
En realidad lo que ha sucedido es que la acción punitiva de
la autoridad necesita legalizarse, como parte de su legitimación,
lo que ha terminado por reforzar la percepción en la población
mexicana de que se vive en una situación de temor, generado
por las actividades del crimen organizado.
La vulnerabilidad social mexicana es resultado del deterioro
de las condiciones socioeconómicas; mientras, la legalización de
las acciones punitivas de la autoridad se dirige a penalizar a los
grupos sociales que tienen como opción de empleo las activida-
des ilegales, donde se encuentra también el tráfico de drogas.

35 Como parte del combate al crimen organizado, el gobierno de la ciudad

de México, Marcelo Ebrard, ha usado la expropiación de predios o casas


habitación a favor de la autoridad; sobre todo, en el área histórica, que se
caracteriza, desde un punto de vista urbanístico, por concentrar los monu-
mentos históricos importantes y también una infraestructura de calidad,
favorable al negocio del turismo y del comercio, con apoyo de la fuerza
policíaca para aplicar desalojos de sus habitantes, con el argumento de que
son zonas donde se venden drogas y, que por tal motivo, forman parte de
las redes del crimen organizado, lo que significa combate al narcotráfico, en
este sentido, se ha aplicado la misma lógica para desalojar o reubicar los
vendedores ambulantes de las calles y avenidas de la zona del Centro His-
tórico de la ciudad de México (Alzaga, 2007: 5).

– 153 –
En el apartado siguiente se comentan las acciones realiza-
das para legalizar el combate contra el crimen organizado, pero
el relacionado con el tráfico de drogas, que rápidamente se
convirtió en el enemigo de la estabilidad social, según las auto-
ridades mexicanas.

La legalización del combate al crimen organizado


La adopción del punto de vista estadounidense de parte de
los gobiernos de la alternancia para definir al narcotráfico co-
mo un problema de seguridad nacional, usando al ejército en
su combate, ha hecho necesario su legalización, que conlleva a
un nuevo diseño de las instituciones judiciales.
Aunque, esto no ha evitado la formación en el mes de sep-
tiembre de 2007 de un Cuerpo de Fuerzas de Apoyo Federal, a
propuesta del presidente Felipe Calderón, que operó a pesar de
que no había respaldo legal porque no se modificó la Ley Orgánica
del Ejército y Fuerza Área (en su artículo 103 se asienta que los
cuerpos especiales del Ejército y Fuerza Área son: guardias presi-
denciales, aerotropas, policía militar y música militar), realizando
tareas de seguridad pública y nacional (Carrasco, 2008: 10).
Sin embargo, para ser congruente con el discurso de la lega-
lización de la penalización, el presidente Felipe Calderón, for-
mó un cuerpo especial con base en el artículo 14, fracción IX,
de la ley mencionada: como comandante supremo de las fuer-
zas armadas, el presidente de México, puede autorizar la crea-
ción de nuevas unidades militares, cuya justificación fue: “(...)
restauración del orden y seguridad pública en el combate a la
delincuencia organizada o en contra de actos que atenten co-
ntra la seguridad de la nación” (Carrasco, 2008: 11).
En este caso, dicha facultad fue usada como una manera de
lograr legitimidad, así como la emisión de un decreto donde se
establece que el nuevo cuerpo estaría bajo órdenes de la Secre-
taría de la Defensa Nacional, la Secretaría de Gobernación y
de Seguridad Pública, en un inicio el decreto decía que estaría

– 154 –
bajo el mando presidencial, por sucederse un conjunto de crí-
ticas a ésa discrecionalidad presidencial de parte de los legisla-
dores de oposición partidista se optó por el traslado de su ma-
nejo hacia las instituciones gubernamentales mencionadas .
El proceso de legalización del Estado gendarme se ha llamado
reforma, lo que resulta congruente con la ideología de los parti-
dos de derecha como el PAN, que con los cambios que han in-
troducido a las instituciones de bienestar colectivo, y teniendo
como objetivo la mercantilización de los servicios públicos, se
han mostrado ahora ante el electorado, desde un punto de vista
general, como los agentes del cambio, un impulso que han perdi-
do algunos partidos políticos de izquierda (Zizek, 2007).
Una evidencia de que en el rediseño de la justicia penal
mexicana se ha introducido la idea de la seguridad nacional, que
supuestamente ha sido desafiada por el crimen organizado, con-
cretamente por los narcotraficantes, nacida en la era de los go-
biernos conservadores de los Estados Unidos en los años 80 del
siglo XX, la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo In-
ternacional (USAID, siglas en inglés), dependiente del Depar-
tamento de Estado, al menos desde 2004, ha apoyado en dife-
rentes foros la modificación del sistema judicial mexicano.
Por tal motivo, ha canalizado recursos económicos a dife-
rentes académicos y legisladores mexicanos para promover la
modificación de 10 artículos de la Constitución de los Estados
Unidos Mexicanos, relacionados con la justicia, creando el
Programa de Apoyo para el Estado de Derecho en México
(Proderecho), institución que prestó asesoría a algunos legisla-
dores mexicanos, para apoyar la introducción de los juicios
orales en la reforma judicial (Carrasco y Díaz, 2008: 28).
Cabe mencionar que la USAID se apoya en empresas de
consultoría privada como la Management Systems Internatio-
nal (MSI) y Management Sciences for Development (MSD),
vendiendo los servicios de capacitación a jueces en el estado
del norte de México, llamado Chihuahua.

– 155 –
Mientras, Proderecho se encuentra integrada por 65 organi-
zaciones, que representan los intereses de los empresarios
(Coparmex, Grupo Reforma, Grupo Azteca), y por otras que
apoyaron la candidatura presidencial de Felipe Calderón, como
México Práctico. Por su parte, la organización Renace tiene
patrocinadores como: la Open Society, fundación que dirige
George Soros, la propia Comisión Nacional de los Derechos
Humanos (CNDH), y el Centro de Investigación y Docencia
Económicas (CIDE).
Entre las principales modificaciones introducidas en el sis-
tema judicial mexicano y que han sido aprobadas se encuen-
tran las siguientes: el derecho a guardar silencio, los jueces de
control que se encargarían de revisar los actos del Ministerio
Público durante la investigación, el fortalecimiento de la de-
fensoría pública, la presunción de inocencia, contar con una
defensa adecuada, la elevación a rango constitucional de la
detención o arraigo por 80 días, el criterio de la Suprema Corte
de Justicia se tomaría en cuenta para que la policía pueda alla-
nar un domicilio sin orden judicial en los casos de flagrancia o
riesgo de vida. A su vez, se estableció un sistema de justicia
para la delincuencia organizada y otro para delincuencia común,
es decir, en este último caso habría los juicios orales, en el pri-
mer caso, habría nula presunción de inocencia, con la posibili-
dad de privación de la libertad hasta por dos años sin que exista
sentencia, disminuyendo las garantías individuales de los delin-
cuentes, que reclama el gobierno estadounidense, por sus víncu-
los con el negocio de las drogas (Carrasco y Díaz, 2008: 30).
Diversas organizaciones de interés, con apoyo de la
USAID, impusieron una reforma judicial que buscaba que el
aspecto punitivo del Estado mexicano tuviera como base el
narcoterrorismo, transformado en un asunto de seguridad
nacional para los Estados Unidos.
Por otro lado, la expansión de las actividades del narcotrá-
fico, en todo el territorio mexicano, ha sido posible porque el
negocio ha podido repartir millones de dólares entre los en-

– 156 –
cargados de ejercer el poder judicial: desde jueces hasta co-
mandantes de la policía. Y este hecho es independiente de la
tendencia política del gobierno que exista en los diferentes
municipios o estados que componen la República Mexicana.
Así, desde 1997, en la capital mexicana, los diversos gobiernos
de izquierda, no han podido erradicar la red de complicidad
entre la mafia del narcotráfico y la policía local. Cuando el jefe
de gobierno, Cuauhtémoc Cárdenas (1997-2000), gobernó la
ciudad de México, su entonces procurador de justicia, Samuel
del Villar, nombró como director de la policía judicial de la
ciudad capital a Jesús Carola, relacionado con el cártel de Ti-
juana, que después fue ejecutado. Ahora, bajo el mandato de
Marcelo Ebrard, resultó que Ricardo McGregor Mastre, quien
fue alto mando de la policía judicial local, tenía vínculos con el
cártel de Sinaloa. Por tal motivo, el 25 de enero de 2007, re-
nunció a su puesto debido a que la Procuraduría de Justicia de
la República (PGR), lo estaba investigando. Además, en la
ciudad de México, se localiza el principal aeropuerto interna-
cional del país, cuyo control se lo disputan la PGR, la Policía
Judicial del Distrito Federal, y la Policía Federal Preventiva
(PFP). Y en donde existe una red de complicidad con la policía
aduanal (Ravelo, 2008: 37-38).
Sin embargo, en el barrio de Tepito, localizado en la zona
centro de la ciudad de México, caracterizado por ser un espa-
cio donde prolifera el comercio callejero informal, y donde la
policía de la capital mexicana ha realizado diversos operativos
para confiscar mercancía de contrabando y clonada, así como
para detener a personas que se dedican a la venta de drogas al
menudeo; además de las expropiaciones realizadas por el go-
bierno local, bajo el pretexto de que eran lugares donde se
comercializaba la droga, su población, tanto la que habita ahí
como la que se dedica a las actividades del comercio informal
y callejero, han sufrido una estigmatización negativa: es un
espacio donde los delincuentes han asentado su dominio, lo
que también ha sido propagado a través de los medios comu-

– 157 –
nicación, lo cual ha justificado entre el resto de la población de
la ciudad de México, las diferentes intervenciones policíacas
(Wacquant, 2008: 15-39).
Pero no se ha dado respuesta a la pregunta del por qué la
red de complicidades no ha sido disuelta: En el 2007, el jefe de
Gobierno Marcelo Ebrard, nombró a Raymundo Collins, co-
mo director de la Central de Abasto, su importancia radica en
que es un lugar donde se concentra una cantidad importante
de mercancías que se comercializan en diferentes partes de la
ciudad de México, donde se rumora también que el narcome-
nudeo ha encontrado un lugar en donde comercializar sus
drogas. Sin embargo, Collins, el 29 de abril de 2003, renunció
como subsecretario de Seguridad Pública de la ciudad de
México, debido a que se sospechaba que tenía vínculos con el
cártel de Neza (Ravelo, 2008: 39).
El vínculo entre autoridades encargadas de penalizar al cri-
men organizado, como el narcotráfico, no solamente es resulta-
do de la corrupción sino de la existencia de un mercado nacio-
nal de consumo de drogas, donde se derivan grandes ganancias.
El cuadro 2 nos indica un aumento del consumo de drogas
como la cocaína a pesar de que el consumo de la marihuana se
mantiene constante. Así, el porcentaje de la población entre 12
y 65 años, que consumió alguna vez marihuana fue del 3.48%.
Y el porcentaje de la población, comprendida en ése rango de
edad, que consumió cocaína también alguna vez fue de 1.23%.
Por otro lado, la violencia creada por los diferentes cárteles
de las drogas, por las diversas ejecuciones de personas involu-
cradas en el negocio, ha sido usada como una evidencia, por
parte de los que ejercen el poder político a nivel nacional y
local, para justificar su combate, como si se estuviera en una
guerra, mediante el uso del ejército o de fuerzas especiales o
adoptando medidas “preventivas” como la revisión de mochi-
las de los estudiantes, en la entrada de las escuelas secundarias,
a pesar de que ha habido enfrentamientos, las ejecuciones no
han cesado. En otras palabras, crecen las víctimas de la guerra

– 158 –
del narcotráfico en México, cuyo universo abarca a traficantes,
sicarios, policías, abogados y periodistas (Ravelo, 2006: 11).

Cuadro 2.
Frecuencia del consumo de drogas ilegales 2002*
Concepto Consumió Consumió en Consumió en
alguna vez (%) el último año el último mes
(%) (%)
Marihuana 3.48 0.60 0.31
Cocaína 1.23 0.35 0.19
Inhalables 0.45 0.08 0.08
Heroína 0.09 0.01 ----
Alucinógenos 0.25 0.01 0.01
Metanfetaminas 0.08 0.04 0.01
Total (población) 3.508.641 913.365 569.903
*Porcentaje del total de la población entre 12 y 65 años. Fuente (Aguayo,
2007: 136).

En el cuadro 3 se puede observar los nombres de los prin-


cipales líderes de los cárteles de la droga en México. Y los que
han sufrido más detenciones han sido los del cártel de Tijuana,
manejado por los hermanos Arellano Félix, que opera en los
estados del norte del país, así como el cártel de Juárez de Ca-
rrillo Fuentes, que opera también en el norte y centro de
México, seguido por el cártel del estado de Sinaloa, encabeza-
do por Joaquín Guzmán Loaera. Además, estos cárteles son
los que han establecido una fuerte red de relaciones de com-
plicidad con los funcionarios públicos (policías, jueces, procu-
radores, etc.). Al mismo tiempo, tienen también el mayor nú-
mero de colaboradores y distribuidores al menudeo, donde se
emplea a una parte de los subempleados o pobres.

– 159 –
Cuadro 3. Personas detenidas por delitos relacionados
con narcotráfico según cárteles, 2001-2005
Concepto Arellano Carrillo Amezcua Guzmán Osiel Díaz Luis Total
Félix Fuentes Contreras Palma Cárdenas Parada Valencia
Líderes 2 7 1 1 3 - 1 15
Financieros 5 23 1 7 10 1 3 50
Lugartenientes 11 26 2 8 18 1 5 71
Sicarios 64 66 2 67 101 6 15 321
Funcionarios 37 53 2 30 55 2 9 188
involucrados
Colaboradores 14.017 14.820 5.793 11.237 7.909 2.940 2.942 59.658
y distribuido-
res al menu-
deo
Total 14.136 14.995 5.801 11.350 8.096 2.950 2.975 60.303
Fuente (Aguayo, 2007: 136)

En consecuencia, la guerra contra el narcotráfico no puede


concluir debido a que el dinero generado por la venta de estu-
pefacientes circula por la economía a través de la compra de
propiedades, lo que ha terminado por beneficiar hasta los que
en público critican el mundo del crimen organizado, como los
empresarios y altos funcionarios públicos.
Por eso, resulta sospechoso que un narcotraficante como
Joaquín Guzmán Loaera, alias el “Chapo”, se fugara del penal
de Puente Grande, Jalisco, el 19 de enero de 2001, con com-
plicidad de las autoridades del penal; mientras, las fuerzas ar-
madas como la Agencia Federal de Investigaciones (AFI) y de
la Policía Federal Preventiva (PFP) con sus despliegues, que
resultan espectaculares en las imágenes de la prensa, no han
podido a pesar de la evidencia de que se encontraba el “Cha-
po” en los lugares donde los han desarrollado, recapturarlo, lo
que significa que existe una impunidad para los poderosos, por
los lazos que han desarrollado con los altos mandos de los
diferentes tipos de policías, tanto en el interior del penal como
en el exterior para seguir controlando su negocio. E incluso
durante su fuga existió una manipulación por parte de los vigi-
lantes para que las videocámaras no grabaran la fuga.
– 160 –
En otras palabras, hasta la tecnología se ha puesto al servi-
cio de la impunidad y de los escándalos mediáticos en las prin-
cipales televisoras36.
Por otro lado, los barrios donde se reproduce la precarie-
dad material de sus habitantes se han convertido de manera
paulatina en áreas de reclutamiento para formar parte de los
grupos armados de los diferentes cárteles de las drogas, como
una de las opciones de ingreso, cuando se ha descartado las
actividades de la economía informal y de la delincuencia co-
mún, pero también pueden ser empleados como vendedores
de la droga al menudeo o para realizar los traslados y la entrega
a los distribuidores.
De este modo, la probabilidad de que algunos de los jóve-
nes de las pandillas se conviertan en sicarios a sueldo ha creci-
do debido a que el poder de los cárteles es fuerte en un con-
texto de impunidad y de corrupción institucional; sin embargo,
por el momento se pude considerar como un asunto de segu-

36 El cártel de Sinaloa creció durante el sexenio del gobierno de Vicente


Fox, lo que reforzó la creencia de que su jefe el “Chapo” era protegido por
el mismo poder político: “(...) las pugnas de poder también brotaron en la
Secretaría de Seguridad Pública Federal, dependencia que cayó en crisis tras
el accidente aéreo en el que murieron (...), su titular, Ramón Martín Huerta,
el general Tomás Valencia, comisionado de la Policía Federal Preventiva,
así como José Antonio Bernal, tercer visitador de la (Comisión Nacional de
Derechos Humanos, CNDH), circuló la versión de que el jefe del cártel del
Golfo (Osiel Cárdenas, extraditado hacia los Estados Unidos y ex jefe del
Cártel del Golfo) había amenazado de muerte al visitador (...) José Antonio
Bernal, por las privaciones que enfrentaba (...en el penal) La Palma y que El
Chapo, molesto por los apoyos que supuestamente recibían sus enemigos,
le habían enviado un mensaje de muerte a Ramón Martín Huerta semanas
previas al accidente. Tales versiones alcanzaron una dimensión mayor cuan-
do el presidente Vicente Fox ordenó guardar por diez años la información
sobre las verdaderas causas del accidente (...días más tarde) el jefe de la AFI,
Genaro García Luna (hoy en funciones y a pesar del apoyo del entonces
presidente Fox), el expediente integrado contra los agentes de la AFI (...) está
plagado de señalamientos contra García Luna por presunta protección al
narcotráfico, en particular el cártel de Sinaloa” (Revelo, 2006: 142-143).

– 161 –
ridad pública y todavía no de seguridad nacional, aunque, en
países como El Salvador, Honduras y Guatemala, sus respecti-
vos gobiernos, lo han enfocado ya como un problema de se-
guridad nacional, lo cual justifica el uso de la fuerza policíaca y
militar, fomentando la violación de los derechos humanos de
los detenidos (Lara Klahr, 2006: 219).
Al enfocar un problema de inseguridad civil, como de segu-
ridad nacional, lo que se ha estado haciendo, desde la autori-
dad, es no solamente asumir el punto de vista del gobierno
estadounidense, como se ha señalado a lo largo del trabajo,
sino criminalizar a los grupos sociales, como el caso de las
pandillas juveniles.
Por ejemplo, en los Estados Unidos, la llamada Mara Salva-
trucha, que en sus inicios estaba compuesta por salvadoreños
que vivían en Los Ángeles (jóvenes inmigrantes que huyeron
de la guerra civil en Centroamérica), ha sido considerada como
una amenaza similar a la que se puede derivar del terrorismo
fundamentalista, lo que ha servido para que la policía estadou-
nidense en 2006, difundiera información por la red y los me-
dios masivos de comunicación, para alertar a la población del
riesgo que representaba el cambio de luces a automóviles que
circulaban con las luces apagadas ya que formaba parte de un
ritual de las maras de iniciación y el conductor que lo hiciera
sería asesinado. Esta propaganda ha fomentado el temor que
supuestamente despiertan los migrantes jóvenes y pobres de la
América Latina entre la población blanca, que habita los su-
burbios lujosos y protegidos por la tecnología manejada por
las empresas privadas de seguridad, legitimando su persecu-
ción y encarcelamiento, y hasta su expulsión del territorio de
los Estados Unidos (Valenzuela Arce, 2007: 11-13).
La visión de la seguridad nacional tiene como base la vio-
lencia institucionalizada, que ha usado el temor como su ideo-
logía para definir a sus enemigos, derivada de la multiplicación
de las situaciones de vulnerabilidad, como el desempleo y el
subempleo, que fomentan la pobreza y la miseria, que resulta

– 162 –
favorable a la desafiliación, es decir, la fragilidad y posterior
ruptura de los lazos con el colectivo o grupo al que se pertene-
ce, engrosando las filas de los excluidos, donde no se goza de
ninguna protección estatal (Castel, 2004c: 38-39), legitimando
el uso de la fuerza contra ellos cuando en realidad son los que
han sido victimas de un modelo económico establecido hace
más de una década, que entre otros factores ha estimulado el
proceso de descalificación, en otras palabras, ha desvalorizado
los conocimientos y habilidades adquiridas en el largo camino
de la socialización, representada por la escuela y la familia;
mientras, la criminalidad se ha ido transformando en un nego-
cio privado, que ha producido diversas fortunas funcionales a
la actual dinámica capitalista, basada en el rentismo o en la
especulación financiera, que ha desarrollado complicidades
con la elite política encargada de regular su crecimiento (Véase,
Naím, 2006).
Por tal motivo, desde la perspectiva de la seguridad nacio-
nal, el tipo de violencia que se tiene que erradicar del “cuerpo
social” o de la sociedad es la que se desprende de las activida-
des del negocio de las drogas o de sus derivados, y sus porta-
dores más visibles, en ocasiones son los más desprotegidos en
términos de acceso a las oportunidades institucionales para
mejorar su nivel de vida, sufriendo una victimización doble: por
un lado, el sistema los ha hecho vulnerables porque sus condi-
ciones de vida son precarias, y por el otro, los ha convertido en
el objeto de la penalización (Martel Trigueros, 2007: 83-85).
En consecuencia, la visualización del narcotráfico como un
problema de seguridad nacional es resultado de la universaliza-
ción del punto de vista del gobierno estadounidense, que pe-
naliza lo ilícito mediante el uso de la tecnología de la vigilancia,
acompañada del uso de la violencia ejercida a través de la poli-
cía y el ejército, lo que también se ha extendido hacia los inmi-
grantes ilegales, que viven en su territorio.
Por eso, en el siguiente apartado, se considera que los dife-
rentes tipos de violencia están articulados, aunque las acciones

– 163 –
punitivas se visualizan más a través de la violencia directa que
ejercen las autoridades mexicanas, con el uso del ejército, co-
ntra los sicarios de los diferentes jefes del narcotráfico, lo que
esta acorde con la visión del gobierno estadounidense, que ha
transformado en guerra el combate en contra de los traficantes
de drogas.

Violencia y criminalización
La debilidad de las protecciones sociales o derechos sociales
ha favorecido el regreso masivo de la violencia, identificada como
“la crisis”: las causas profundas que se desconocen de ciertos
comportamientos sociales; sin embargo, se observa que afectan a
la vida en común porque a los lazos sociales los debilitan o ter-
minan por favorecer su ruptura (Paugam, 2007), colocando en
una situación de extinción a las creencias, por ejemplo, de que el
bienestar social tiene un carácter universal, representado a través
de las instituciones estatales, dando paso a una generalización del
temor y el miedo (Maffesoli, 2006: 110-111).
Pero esta consideración general sobre la violencia no per-
mite distinguir los diversos tipos de violencia que pueden tener
consecuencias limitadas sobre la colectividad o también vol-
verse parte del miedo utilizado como un mecanismo de control
por parte del poder político y económico: Control sobre los
espacios por donde se puede caminar, el vestirse de una manera
determinada, escoger el tipo de tatuajes permitidos, elegir un
tipo de comportamiento en el espacio público y privado.
El temor, como mecanismo de control, ayuda a distinguir
tres tipos de violencia: Violencia física o directa, la ejercida por
un individuo sobre otro, o en su caso, un grupo sobre otro, la
violencia estructural, la dinámica del sistema económico y so-
cial crea situaciones donde los individuos se convierten en
desempleados o subempleados y, en consecuencia, terminan
por estar desprotegidos de las instituciones estatales, por su
mercantilización, y la violencia simbólica o cultural, son creen-

– 164 –
cias que se transforman en discursos, que pueden circular a
través de los medios de comunicación masiva, para deshuma-
nizar a los sujetos, considerados como los causantes del terror,
lo que también abarca el uso de algún distintivo como la raza,
la lengua, la religión, que sirve para hacer identificables a los
“amigos” o a los “enemigos” (Tortosa Blasco, 2002: 42-45).
Por tanto, el temor como mecanismo de control se ha vuel-
to parte del discurso de la seguridad nacional, y al mismo
tiempo, ha legitimado el uso de la violencia desde las institu-
ciones de seguridad pública en contra de los grupos, que sus
acciones han sido calificadas como ilícitas, por dedicarse al
negocio de las drogas o en su caso por ejercer la protesta so-
cial37, y que ha sido mostrada, con ayuda de los medios de
comunicación masiva, como un peligro para la cohesión de la
sociedad. Este hecho ha permitido el surgimiento de una insti-
tucionalización del control auxiliado por el uso de la tecnolo-
gía de la imagen, apoyada en las videocámaras y circuitos de
televisión cerrada en los espacios públicos y privados, que
convive con la consolidación de un régimen de la precariedad
laboral, lo que significa que el empleo estable y protegido a
través de los derechos sociales, considerado como la base de la

37 Por ejemplo, en febrero de 2001, en el municipio de San Salvador Aten-


co, localizado a 30 kilómetros de la ciudad de México, con una población
de 40 mil habitantes, se formó el Frente de Pueblos de Defensa de la Tierra
(FPDT), debido a que el entonces presidente Vicente Fox (2000-2006),
quería construir en sus tierras el nuevo Aeropuerto Internacional de la
Ciudad de México, lo cual significaba que se les iba a quitar 5 mil hectáreas
de cultivo, lo que afectaría a mil 375 familias y a cambio se les daría una
indemnización de 7 pesos con 20 centavos por cada metro cuadrado. El
proyecto se canceló debido a las protestas organizadas que se realizaron,
empuñando machetes y también enfrentándose, en diferentes momentos,
con la policía. Sin embargo, el 3 de mayo de 2006, el FPDT sufrió la repre-
sión y el encarcelamiento de su dirigencia como resultado de un enfrenta-
miento con la policía por la defensa de unos vendedores de flores ambu-
lantes que fueron desalojados de la cabecera municipal del municipio de
Texcoco (Enrique Osorno, 2006: 4-7).

– 165 –
solidaridad en las sociedades asalariadas, ha entrado en una
fase de descomposición (Castel, 2007: 20).
En una sociedad asalariada, los riesgos como el desempleo,
se han convertido en un peligro cuando lo ilegal se transforma
en la principal vía para obtener un ingreso, que proviene de las
actividades económicas del crimen organizado.
Así, el desempleado ya no es visto como resultado de un
déficit entre la oferta y la demanda de empleo, en otras pala-
bras, no es un demandante de trabajo; sino, que es un pobre,
que vive en condiciones miserables, y que debe de volverse
parte de la asistencia pública o privada, y de no ser así, crece la
probabilidad de que encuentre cierta funcionalidad en la eco-
nomía informal; lo que esta ocurriendo en el caso mexicano, lo
cual es valorado desde el discurso de la seguridad nacional,
como un riesgo porque el fundamento de la economía infor-
mal se ubica en el negocio de lo ilegal38, donde líderes y mafias
conviven para reproducir sus intereses particulares (Zermeño,
2005: 27-34). Entonces, la precariedad no es un estado excep-
cional; sino permanente, porque al informalizarse el mercado
laboral mexicano no se garantiza las protecciones sociales ni el
derecho al trabajo (Gómez Salgado, 2005: 28-32)39.

38 “(...) el Libro Blanco de la Secretaría de la Defensa Nacional (...señaló)


que la pobreza extrema “erosiona la cohesión social” y puede vulnerar la
seguridad de los estados. Después del problema mundial de las drogas, el
Ejército (…identificó) como segunda nueva amenaza a la seguridad nacional
“la pobreza extrema y la exclusión social de amplios sectores de la población,
que también (…afectarían la estabilidad y la democracia” (...previó) que para
el 2050 el número de habitantes en México puede alcanzar entre 130 y 150
millones de personas, convirtiéndose en uno de los grandes desafíos para las
próximas administraciones para proporcionar empleo, vivienda, vestido,
alimentación, educación y salud” (Mosso, 2005:8-9).
39 En México, la reforma de la seguridad nacional, desde un punto de vista

general, significó: privatización del régimen de jubilaciones entregando el


ahorro de los trabajadores a la banca privada, sustituyendo el régimen
solidario por el ahorro individual (García Sainz, 2007).

– 166 –
Ahora bien, la visión de la seguridad nacional ejerce una
violencia institucionalizada, debido al uso de los diferentes
tipos de fuerzas armadas, utilizando al ejército, para combatir
al crimen organizado, teniendo ahora como enemigo principal
a las mafias del narcotráfico.
Sin embargo, el uso del ejército para combatir a los grupos
armados de los narcotraficantes, ha favorecido a la violencia
directa, que estos últimos han ejercido contra sus rivales y
contra los jefes de las policías locales. Esto significa que el uso
del ejército en operaciones policíacas no inhibe a los sicarios
porque también conocen y usan tácticas propias de las fuerzas
armadas (Gutiérrez, 2007: 12-15).
Pero, la violencia directa que surge del uso de las armas de
los sicarios del narcotráfico, orientada hacia sus “enemigos”,
se ha sostenido por las altas sumas de dinero que el negocio
ilegal genera. Dicho dinero también es parte de la base princi-
pal de la cultura del narcotráfico ya que se ha utilizado para
corromper y comprar lealtades y, a su vez, se ha transformado
en un “imán” que ha atraído a jóvenes no solo de la clase baja
sino de la clase media y también de la clase alta.
Además, los jefes del negocio ilícito y sus grupos armados,
hacen vida pública, al comprar su impunidad a policías y a
políticos, para poder divertirse en las discos o antros; mientras,
sus propios grupos armados realizan las ejecuciones de sus
“enemigos” en el espacio público, sin importar la hora y el día
ya que existe una posibilidad remota de que sean detenidos
(Alfonso, 2007: 36-39).
La aceptación de una parte de la población mexicana del
punto de vista de la seguridad nacional, basada en el uso del
ejército, es resultado de una creciente desconfianza pública
hacia las policías, derivada de su corrupción e impunidad, en
contraste, visualizan a las fuerzas armadas como una institu-
ción que crea confianza; sin embargo, también se debe a que
se ha asociado los valores de disciplina y orden con el Ejército,
por ejemplo, el 85% de los encuestados así lo manifestó, según

– 167 –
la Encuesta Nacional en Vivienda: Imagen del Ejército de 2007; mien-
tras, el 45% consideró que las fuerzas armadas deberían de
luchar contra la delincuencia y el narcotráfico, solamente el
16% sostuvo que deberían de defender la soberanía del país
(Moloeznik Gruer,2007:101).
Sin embargo, una característica que se debería de destacar
de los mecanismos de control del temor, ante la delincuencia
organizada, es la impunidad que se reproduce en las diversas
cárceles mexicanas.
En consecuencia, en las cárceles mexicanas se reproducen
las condiciones de vida precarias, cerca de un cuarto de millón
de presos, sufren la pobreza y su sobrevivencia depende de la
ayuda familiar; lo que reafirma la idea de que se ha criminali-
zado la pobreza y la miseria, y solamente quien(es) cuentan
con dinero pueden recibir mejor trato de parte de los celadores,
jueces, abogados, etcétera, accediendo a privilegios, como una
celda individual, protección especial del personal de vigilancia,
consumo de alimentos de calidad, lo que sucede en el caso de
los narcotraficantes detenidos (Azola y Bregman, 2007).
Finalmente, en el contexto descrito, la violencia y la crimi-
nalidad se vinculan porque el tema de la seguridad nacional ha
legitimado el uso de la fuerza del ejército mexicano contra la
violencia, que han desarrollado los grupos armados de los nar-
cotraficantes, identificados como criminales por proteger un
negocio ilegal. A su vez, la población ha apoyado dicha acción
gubernamental porque ha percibido que se vive con miedo,
causado por la supuesta expansión del crimen, favorecida por
la corrupción de la policía mexicana40.

40De acuerdo con la encuesta del Instituto Ciudadano de Estudio sobre


Inseguridad (Inciesi), en 2006, el 90% de los encuestados en la ciudad de
México manifestaron que vivían con temor a sufrir un delito. Y el 57% dijo
que había sido víctima de más de un delito (Ronquillo, 2006: 14).

– 168 –
Reflexión final
En México, el paso de un Estado social autoritario (De la
Garza, 1988) a un Estado penal se ha justificado a través del
discurso de la seguridad nacional, que ha favorecido el uso del
ejército para combatir al crimen organizado, representado por
las actividades del narcotráfico, lo que se ha vinculado con la
inseguridad pública, cuya percepción ciudadana se relaciona
con la violencia directa que atenta contra su vida y sus propie-
dades41. Al mismo tiempo, en el ámbito de la percepción, cual-
quier evento causado por la violencia directa y mostrado a través
de los medios de comunicación, inmediatamente la población
mexicana tiende a identificarlo con el crimen organizado, trans-

41 El 15 de febrero de 2008, en una calle de la colonia Roma, localizada en


la ciudad de México, hubo una explosión de bomba que le costó la vida a
quien la transportaba en una bolsa, hiriendo también a su acompañante.
Los medios de comunicación electrónicos e impresos realizaron su labor
informativa basada en versiones sin fundamento sobre las causas del esta-
llido y los motivos de los autores intelectuales y materiales. Sin embargo,
las imágenes captadas por la videocámara de la Universidad de las Améri-
cas, que grabaron a los autores materiales de la explosión, se utilizó para
que las autoridades judiciales de la ciudad de México, realizaran su explica-
ción, frente a los medios de comunicación, culpabilizando al individuo que
falleció, a través de un estigma, era un desempleado y con problemas de
adicción, que habitaba un barrio de la periferia, su acompañante, grave-
mente herida, era una comerciante ambulante que vivía en el barrio de
Tepito, ubicado en la zona central de la ciudad de México, por tanto, el
motivo del “atentado” “frustrado”, que iba dirigido a un alto mando de la
policía local, recordando que donde ocurrió el hecho estaba cerca las ofici-
nas centrales de la policía de la ciudad de México, fue los negocios del
narcotráfico, según la autoridad local, que se han visto afectados por la
acción punitiva, realizada por la policía de la ciudad capital. Cabe recordar
que el barrio de Tepito también se le ha estigmatizado ya que se han reali-
zado detenciones de comerciantes y confiscaciones de mercancía ilegal,
recordando que es una zona de comercio ambulante, de parte de la policía,
reforzando la creencia de que es un espacio de la ilegalidad y, que en mayor
o menor medida, sus habitantes tienen algún tipo de relación con el crimen
organizado (Rivera, Corona y Fiembres, 2008: 1).

– 169 –
formado en la causa única de la inseguridad pública, lo que re-
fuerza el discurso de las autoridades judiciales (García, 2008:1).
Así se deja de lado las consecuencias negativas que han sur-
gido de la violencia estructural que es la causa de la creación de
individuos desempleados que se integran a las actividades de la
economía informal, considerada como ilegal y como un “semi-
llero” del crimen organizado.
Sin embargo, lo que se debe de destacar es que la transfor-
mación del carácter social autoritario del Estado mexicano se
ha dado en un contexto de consolidación de instituciones que
garantizan la democracia electoral y de mercado42, donde se ha
configurado un régimen de la precariedad para la mayoría de
los mexicanos, que no se ha modificado, no solamente por la
vigencia de una política económica neoliberal; sino porque la
democracia electoral y de mercado se ha transformado en una
institución favorable al mantenimiento de los privilegios de la
elite política y económica (Delgado, 2008: 18-22).
Por otro lado, la percepción de que el crimen organizado es
una calamidad pública ha modificado los comportamientos
sociales (Véase, Madriz, 2001), manifestados por medio del
sentimiento de la inseguridad, que solamente puede cesar en
su intensidad, sí se compran los mecanismos necesarios para
resguardarse, la tecnología de la vigilancia, junto con la contra-

42 La democracia de mercado promueve la venta de la imagen de un candi-

dato, alrededor de la cual se articulan las estrategias de mercado de consul-


torías privadas, así como su eslogan principal, que sustituye sus ofertas de
gobierno, repetido constantemente, como publicidad, en los medios de
comunicación electrónica. Por tanto, se convierten a los contrincantes,
sobre todo, el que tiene mayor probabilidad de disputar el puesto de elec-
ción popular, en enemigos y se le atribuyen todo tipo de catástrofes inven-
tadas, como lo hizo el actual presidente, Felipe Calderón, cuando era can-
didato a la presidencia mexicana en el año 2006, contra su oponente
Andrés Manuel López Obrador (Cfr. Gutiérrez, 2008: 44-47). A esto se le
agrega que las instituciones electorales, encargadas de garantizar la impar-
cialidad en el conteo de los votos, fallaron y crearon una crisis de confianza
en contra de sus funcionarios (Zárate, 2007).

– 170 –
tación de un servicio de vigilancia particular, lo que refuerza la
desigualdad social, debido a que los grupos sociales con un
mayor poder adquisitivo lo pueden hacer; mientras, los menos
privilegiados económicamente se encuentran más expuestos al
crimen y a la discrecionalidad de los cuerpos de seguridad pú-
blica infiltrados por la corrupción.
El temor conlleva a criminalizar y mostrar como enemigos
a los pobres cuando se observa, según los voceros de la segu-
ridad nacional, que sus condiciones de vida precarias son un
peligro latente, lo cual favorece a la creación de criminales;
además, de que sufren enfermedades que se pueden convertir
en una plaga general o en un “monstruo” que puede llamar a
nuestra puerta (Davis, 2006: 35-46).
El manejo de la base de datos personales, acompañada de
los cuerpos, transformados en imágenes de los supuestos cul-
pables (Barcarlett, 2006), le ha permitido a la autoridad judicial
mexicana, así como a la presidencial, mostrar que su acción
punitiva esta teniendo resultados positivos ante la audiencia
televisiva y, al mismo tiempo, en la conciencia colectiva se le
ha introducido la creencia de que las acciones de la delincuen-
cia han disminuido por la intervención de la autoridad.
La consolidación de la función punitiva del Estado mexica-
no complementa lo que la estrategia económica neoliberal, en
un primer momento y a partir de 1982, realizó para debilitar
los derechos sociales, confundidos ahora con el asistencialis-
mo, para pasar a un segundo momento, donde los derechos
civiles se limitan en nombre del combate al crimen organizado.
Y por eso la noción de ciudadanía solamente tiene sentido en
el mercado, cuya base es la capacidad adquisitiva para poder
comprar mercancías y servicios de calidad y, al final, para tener
a la justicia a su favor, cuando se compren los servicios de
abogados y jueces.
Sin embargo, lo que debe de quedar claro es que la pobreza
y la miseria, por sí misma no crea criminales, lo que ha sucedi-
do es que los individuos se han convertido en vulnerables,

– 171 –
donde los lazos sociales se han debilitado (Castel, 2006), por-
que las protecciones sociales han dejado de serlo, lo que ha
favorecido la búsqueda de nuevas opciones de sobrevivencia
en la economía informal para el desempleado, donde lo ilegal
se ha convertido en un negocio privado, tolerado por las auto-
ridades pero que le ha servido, a su vez, para construir su es-
pacio en donde ejecutar sus acciones punitivas.
En este sentido, lo ilegal o ilícito no es causante tampoco
de la criminalidad sino que el problema subyace en otra parte:
en el modelo de desarrollo económico y social, sin embargo,
desde el ejercicio del poder político, la elite ha usado la impu-
nidad, que es parte de su autoritarismo, para defender su ilega-
lidad y castigar la ilegalidad de los que no forman parte de ella
o de los que han perdido su funcionalidad para los intereses
económicos de dicha elite43.
El problema de la criminalidad ha sido visualizado, desde el
poder político y económico, como un problema de seguridad
nacional, y en consecuencia, la solución se localiza en el uso
del ejército y de cuerpos especiales de la policía, para controlar
lo que ha calificado como ilegal y que abarca desde el narcotrá-
fico hasta la protesta social44.

43 Las evidencias sobre el enriquecimiento ilegal del ex presidente Vicente


Fox Quezada (2001-2006) y su familia, a pesar de que se formó una comi-
sión de diputados para investigar, sus conclusiones y recomendaciones no
han sido tomadas en cuenta para que la acción penal se les aplique ni a los
empresarios que colaboraron durante el llamado “gobierno del cambio”
(Hernández, 2006).
44 Un conflicto magisterial, que después abarcó a otras organizaciones

sociales en el estado sureño, llamado Oaxaca (que duró 6 meses, comenzó


el 15 de mayo de 2006 y finalizó en el mes de noviembre, con un violento
desalojo y con detenciones de simpatizantes y de los que opusieron resis-
tencia al participar en las diferentes refriegas, fueron considerados como
criminales y, por tal motivo, algunos siguen encarcelados), tomando el centro
histórico de la ciudad capital del estado, de parte de una organización que
unificó todos los esfuerzos organizativos (la Asamblea Popular de los Pue-
blos de Oaxaca, APPO), cuya demanda central fue la renuncia del actual

– 172 –
Finalmente, así como existe una descalificación de los co-
nocimientos de los trabajadores, lo que abre la puerta del des-
empleo, para convertirse en “inservibles”, aumentando el
monto de la población marginada y que se dedica a las activi-
dades de la economía informal, el encarcelamiento no regenera
al recluso sino que prolonga su estado de “inservible”, aunque
aparezca como contradicción, al aprender oficios, que según
sea el caso, no le sirven para que una vez que este libre pueda
emplearse en la economía formal, ya que tal vez encuentre una
actividad en la informal, donde tiene su asiento, según el dis-
curso de la seguridad nacional, una parte del crimen organiza-
do (Véase, Ribera Beiras, 2005).

gobernador Ulises Ruiz, donde un sector de jóvenes pobres, que habitaban la


periferia donde los servicios urbanos no existen, se unieron y fueron los que
contribuyeron, con armas fabricadas por ellos mismos, a la resistencia en las
barricadas contra la policía local y la policía federal (compuesta por soldados,
que fueron encubiertos, al vestirse con ropas de la Policía Federal Preventiva,
PFP), enviada por el entonces gobierno de Vicente Fox para “restaurar” el
orden y la ley en la capital de Oaxaca. Pero los jóvenes marginados, con sus
sudaderas y viejos tenis Converse, que participaron en la revuelta, a un perio-
dista le recordaron el nacimiento de una nueva generación: la del arrabal, la
del barrio marginado, que ejerciendo la violenta directa, trasmitida por los
medios de comunicación electrónicos e impresos, se daba a conocer ante la
audiencia mexicana (Enrique Osorno, 2007: 56).

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– 180 –
PARTE II

POLÍTICAS SOCIALES, ACTORES


Y CONFLICTOS
POLÍTICAS DE COMBATE A LA POBREZA Y
POLARIZACIÓN SOCIAL EN MÉXICO. EL CASO DEL
PROGRAMA PROGRESA-OPORTUNIDADES 45

Marguerite Bey

Introducción
En la actualidad, la necesidad de la universalización de la
cobertura social todavía se opone a los programas de ayuda
temporal a los pobres sin lograr ir más allá de su alcance. El
“resurgimiento de lo social” (Valencia 2003), le sigue a un pe-
riodo durante el cual el pensamiento liberal creyó en las solas
virtudes del mercado; pero la pobreza no sólo tiene causas
económicas y las restricciones presupuestarias de los gobier-
nos, consecuencia del ajuste estructural, no pueden justificar
por si solas las carencias en el ámbito social. Sin embargo, las
políticas de la pobreza llevadas en México no sólo se reducen a
discursos, lo que explica que se considere a este país como un
laboratorio de las políticas sociales y de combate a la pobreza.
La época actual se caracteriza por una hibridación de los
programas sociales que recogen elementos de políticas a la vez
tradicionales e innovadores (Giugale et al., 2001). El gobierno
mexicano aplica las reorientaciones recomendadas por las
principales financieras internacionales: la prioridad se da ahora

45Esta investigación recibió el apoyo del Programa ECOS-ANUIES.


Este texto se inspira en un artículo de M. Bey publicado en la Revue Tiers
Monde (2008).

– 183 –
a los más necesitados entre los “pobres”. El gobierno descen-
traliza a los estados y a los municipios los financiamientos del
sector social (educación, salud y desarrollo de las infraestructu-
ras locales), pero se reserva la administración del programa
social “estrella”, bajo el nombre de “Programa Educación,
Salud, Alimentación” (Progresa), ahora Oportunidades, que
fortalece su legitimidad política. Este texto propone un análisis
enfocado en este programa, creado en 199746. ¿Qué significa
un programa social como éste dentro de la visión de la pobre-
za en México? ¿Qué tan original es el aporte de un nuevo gran
programa social al tratamiento de la pobreza en este país?
Varios aspectos del programa lo ubican en una cierta conti-
nuidad con el tratamiento histórico de la pobreza: el objetivo
del cambio de comportamiento de los pobres y la instrumen-
tación de la familia, la madre en particular, para poner al niño
en el centro del dispositivo de ayuda social, y también el bi-
nomio salud-educación como medio para lograr estos cam-
bios. También, el hecho de atribuir una ayuda temporal a los
más pobres confirma la idea de una problemática coyuntural y
sustrae este tipo de programas de un derecho adquirido por la
población. La voluntad de romper el círculo vicioso de la po-
breza, apuntando al desarrollo del capital humano de los jóve-
nes que pertenecen a las familias más miserables, justifica la
naturaleza focalizada del programa (Boltvinik y Cortés, 2000).
Al mismo tiempo, el capital humano debe permitir a cada uno
de salir de la pobreza gracias a mejores capacidades para entrar
en el mercado de trabajo, de ahí la persistencia de una asisten-
cia temporal. Este capital se desarrollará gracias a la combina-
ción de tres factores: la prolongación de los estudios, el segui-
miento sanitario y el mejoramiento de la alimentación.
En esta presentación, vamos a ubicar el Progresa dentro de
una visión de la pobreza y su tratamiento por los gobiernos

46 http://www.progresa.gob.mx

– 184 –
priístas47 de las últimas décadas del siglo XX. Analizaremos
luego el programa desde su concepción hasta su extensión al
conjunto del espacio rural y urbano. A pesar de su escaso fi-
nanciamiento, éste tenía la ambición de alcanzar a la totalidad
de las familias mexicanas en extrema pobreza48. El significado
político de tal programa nos interesa particularmente porque
supone una cierta representación de la sociedad, que atestigua
de una continuidad en la concepción de la nación y del trata-
miento de la pobreza.

El contexto político
En México, se suele empezar la historia con la Revolución de
inicios del siglo XX y su retórica integradora de la nación mexi-
cana. Aquí, intentaremos mostrar brevemente cómo la política
social se adecúa a las políticas de desarrollo económico. Así, se
podrá comprobar cómo el Progresa prolonga, se adecúa o viene
en ruptura con los programas sociales llevados en las décadas
pasadas, entre fortalecimiento social y compensación.
Globalmente, de los años cuarenta hasta el final de los se-
tenta, la política social mexicana se resume con la metáfora de
“la zanahoria y el bastón”, que pedimos prestada a Bronislav
Geremek (1987). El discurso integrador se traduce con un
acceso de la población al seguro social y a los servicios públi-
cos cada vez más importante, mientras la política económica
favorece al sector obrero, buscando un desarrollo industrial
nacional respaldado por una clase media dinámica. Esta políti-

47 El Partido Revolucionario Institucional (PRI) es el partido hegemónico


en México casi desde la Revolución de inicios del siglo XX.
48 Señalemos sin embargo que el análisis se llevará sobre el periodo 1997-

2007. En particular, las referencias se apoyarán también en varias visitas


que la autora realizó en diferentes municipios de los estados de Guerrero y
Jalisco entre 1996 y 2007, así como en las oficinas centrales del programa
en el Distrito Federal y en los estados de Guerrero y Jalisco, con el propó-
sito de entender la forma como el programa Progresa-Oportunidades afec-
ta las relaciones sociales en el ámbito rural mexicano.

– 185 –
ca ha dejado el campo en un abandono relativo que se hizo
sentir fuertemente. En este período, la represión conoció picos
inolvidables (como la masacre de estudiantes en la plaza Tlate-
lolco de México en 1968), también usada por algunos gober-
nadores de estados como Guerrero y Chiapas.
Recordaremos por lo menos un gran esfuerzo en el ámbito
social, sostenido por un cierto bienestar económico, hasta la
caída mundial de los precios del petróleo (1981-1982) que des-
emboca en la crisis de la deuda. El presidente López Portillo
introduce un gran cambio en el discurso campesinista, maltra-
tado por el populismo de su antecesor Echeverría, según pala-
bras de Viviane Brachet–Márquez, creando la categoría de
“marginados”. En 1976, lanza un gran programa llamado Co-
plamar (Coordinación general del plan nacional de zonas pauperizadas y
grupos marginados), por supuesto en nombre de la integración de
todos en el seno de la nación. El objetivo de este programa es
sostener la producción de las regiones más pobres.
Con la crisis de inicios de los años ochenta, el fracaso del
desarrollo nacional se hace evidente, mientras los financia-
mientos hacen falta para compensar las desigualdades crecien-
tes, lo que abre un segundo periodo para el tratamiento de la
pobreza. En efecto, si bien ésta se presentaba a la baja entre
los años sesenta y ochenta, la “década perdida” arroja cifras
pesimistas y Julio Boltvinik estima una incidencia de la pobre-
za de 66% para 1992 (Boltvinik y Hernandez Laos, 1999: 19).
Paralelamente, a partir de 1982, los gastos sociales no dejan
de disminuir (Lautier, 1998). Esto se traduce en una pérdida de
legitimidad del partido en el poder, el PRI y Carlos Salinas de
Gortari sólo llega a ganar las elecciones presidenciales de 1988
con un fraude. Se hace cuanto más urgente para él resucitar la
idea archivada de solidaridad. La Coplamar había preparado el
terreno con estudios estadísticos a profundidad sobre las nece-
sidades básicas de las poblaciones y con un gran desarrollo de
infraestructuras, definiendo un índice de marginalidad atribuido
a las localidades (de cinco niveles, entre muy alto y muy bajo).

– 186 –
En este momento, se descubre también que, con la descen-
tralización, que comenzó a inicios de los ochenta, los estados
ricos se distinguen cada vez más de los estados pobres en ma-
teria de salud y educación. El programa nacional de Solidari-
dad (Pronasol) tendrá entonces la función de armonizar el
desarrollo nacional desde la base, pero sobre todo de restable-
cer la legitimidad y credibilidad del presidente, creando una
relación directa entre él y los comités de solidaridad locales.
Esta organización permite socavar las bases de los poderes
locales, como de los estados que reivindican una cierta auto-
nomía frente al gobierno central. El presidencialismo se forta-
lece con esta forma de organización y con la idea que el presi-
dente es el que da asistencia a los necesitados. Se puede
observar entonces claramente la diferencia entre la política
social, que cuenta con un presupuesto a la baja, y una retórica
sobre la pobreza y su combate que irá consolidándose luego
con el Progresa.
Vamos ahora a entrar en el periodo reciente para analizar el
contexto político e ideológico en el cual se lanzó el Progresa.

¿Qué significa la focalización en los pobres?


A partir de finales de los años ochenta, las consecuencias so-
ciales catastróficas de los programas de ajuste estructural en
numerosos países, entre ellos México, con restricciones moneta-
rias afectando en primer lugar los presupuestos de los progra-
mas sociales, llevaron a los responsables políticos mexicanos, a
instigación de las instituciones financieras internacionales, a
inventar programas que apunten a reducir una pobreza cuyo
incremento denunciaba el fracaso del proyecto nacional49.
En el plano económico, el proyecto industrial post revolu-
cionario aparece entonces irrealizable, mientras el campo, des-
atendido desde varias décadas atrás, se encuentra muy afectado

49Ver entre otros: Banco Mundial, 1990, 2001, 2004 ; Giugale et al., 2001 ;
Sedesol, 2001 ; Levy y Rodriguez, 2005.

– 187 –
por la firma del TLC en enero de 1994. El levantamiento de
Chiapas, que coincide con esa fecha, llama la atención sobre el
riesgo bien real de una rebelión de mayor amplitud. El PRI
gana todavía las elecciones presidenciales (a pesar de resulta-
dos preocupantes en las legislativas anteriores) y el nuevo pre-
sidente, Ernesto Zedillo, tiene el cargo de restablecer la legiti-
midad de su partido (maltratada por la corrupción del
gobierno anterior) y de administrar las consecuencias de una
grave crisis financiera. Por este motivo, una de sus primeras
medidas es acabar con el Pronasol, muy controvertido (Dres-
ser, 1994). No sólo el Progresa llegará tres años más tarde, si
no que tendrá una cobertura mucho menor que su antecesor,
dirigiéndose a poblaciones pobres bien focalizadas. Su finan-
ciamiento será en principio de 0.02% del PBI, mientras el del
Pronasol fue de 0,4%50. Las características del Progresa se ex-
plican en gran parte con este contexto político y económico.
En el marco del combate a la pobreza, las ventajas de la fo-
calización de la asistencia para el gobierno son múltiples: defi-
niendo de la manera más precisa posible a las poblaciones que
van a beneficiarse de una ayuda, generalmente puntual y atri-
buida con un propósito preciso, los funcionarios podrán a la
vez reducir los costos de la asistencia, dominar los de adminis-
tración con un personal reducido al mínimo (y sin cobertura
social, según Enrique Valencia), y conseguir resultados cuanti-
ficables que demuestren la eficiencia del programa. No se debe
olvidar que la política social es un instrumento privilegiado
para legitimar los gobiernos de turno, atrayéndoles el apoyo de
las bases sociales.
Sin embargo, la distinción de los beneficiarios de la asisten-
cia implica inconvenientes notables para la sociedad a la que
pertenecen. Georg Simmel enfatizó el hecho que “la pobreza

50 Este porcentaje alcanzaba 0.19% en el 2000 para 2.5 millones de familias


e igualaba en el 2006 el presupuesto del Pronasol con 0.43%, dando cober-
tura al doble de las familias.

– 188 –
presenta [...] una constelación sociológica absolutamente única
[...] no es la privación de la que sufre la persona lo que hace de
ella un pobre, sino que el socorro otorgado en razón de esta
privación hace de ella un pobre del punto de vista sociológico”
(Simmel, 1999: 490). Así, el hecho de focalizar programas eti-
quetados de “combate a la pobreza” conduce a la creación de
una categoría social que no existía anteriormente y a estigmati-
zarla. Además, este método, que apunta a la precisión, es con-
tradictorio con el carácter multidimensional de la pobreza.
Como Simmel la definió, esta “clase de pobres [...] es el térmi-
no común a los destinos más diversos” (Ibid., 489). Ya que no
es homogénea, ninguna identificación colectiva es posible co-
mo clase o incluso categoría social.
El Banco Mundial contorna ventajosamente este problema
sociológico dando a la pobreza una definición económica,
entonces cuantificable y apolítica. Los umbrales de pobreza y
de extrema pobreza se definen en esta base, pero con numero-
sas variantes. Además, en México, la gran encuesta que lanzó
la Coplamar, creando la noción de “marginado”, había prepa-
rado el terreno para una cartografía de la pobreza.
En el momento de la creación del Progresa, se admite ám-
pliamente que ésta es mayor y más homogénea en el campo, lo
que facilita la focalización y su tratamiento pedirá un gasto
público menor que en el ámbito urbano. Además, se considera
la pobreza en el campo como el resultado de la inevitable pau-
perización de los campesinos, con una consecuencia directa, el
éxodo rural o la migración temporal (Bey, 2003). En primer
lugar, el programa apunta a reducir el trabajo infantil y sobre
todo el realizado a través de la migración familiar estacional de
las regiones ms pobres hacia los estados del norte (Sinaloa,
Baja California). Se busca acabar con esta situación endémica
apuntando en los jóvenes y facilitándoles el acceso a una esco-
larización que les permita incorporarse luego en el mercado de
trabajo, aunque éste pueda alejarlos de su familia y de su pue-
blo. El desarrollo del capital humano de los jóvenes debe evi-

– 189 –
tar la transmisión intergeneracional de la pobreza. En efecto, la
agricultura campesina tiende a agravar la vulnerabilidad de las
familias y el papel de la escuela será el de transmitir a los niños
valores universales que los alejan de esta actividad.
Todos los miembros de una familia no son iguales frente a
los programas sociales. Desde hace ya mucho tiempo todo
pasa como si los niños fueran los únicos que se pueden “sal-
var”; la madre se instrumentaliza con este fin, de ahí la insis-
tencia en su obligación de alimentar a sus hijos y de atenderlos,
mientras el padre se ignora. Esta visión de la pobreza, y de los
medios para salir de ella, recuerda viejos preceptos higienistas
que imperaron en Francia a partir del siglo XVIII, cuando la
educación de los niños comenzaba a cobrar importancia. Lo
que Jacques Donzelot llama “filantropía” descansa en la vo-
luntad de desarrollar una economía social que dirige “la vida
de los pobres en vista de reducir el costo social de su repro-
ducción, de conseguir un número deseable de trabajadores con
un mínimo de gasto público” (Donzelot, 2005:21). Se puso
entonces a la familia bajo tutela para combinar objetivos sani-
tarios y educativos con una vigilancia económica y moral, lo
que trae la pregunta: “la familia, ¿un agente de reproducción
del orden establecido?” (Donzelot, 2005:89). En efecto, la
matrícula de las familias asistidas es el punto de partida de
todo un sistema de vigilancia; también permite un trato sepa-
rado de los “pobres” en relación con el resto de la sociedad
(Barba, 2008).
La historia del tratamiento de la pobreza muestra que siem-
pre se parte del principio que no se puede (ni se debe) dar a
todo el mundo (Castel, 1999). De ahí surgen preguntas “legí-
timas” sobre el tipo de ayuda que se puede otorgar y sobre
quien “merece” recibirla. Existe un gran debate sobre las mo-
dalidades de la asistencia (Procacci, 1993; Bec, 1998), que va
del reconocimiento del pauperismo, es decir de una pobreza
estructural y, por ende, de la responsabilidad del Estado hacia
los más necesitados, hasta un apoyo individualizado y tempo-

– 190 –
ral, que serviría de palanca para salir de la miseria. En todo
caso, se debe recalcar que una acción política a favor de los
pobres conduce a definir un contenido que los concierne, pero
sin asociarlos (Simmel, 1999). Estas reflexiones dejan augurar
dificultades para la perenidad de programas sociales como el
Progresa, que exige un cambio en el comportamiento de las
poblaciones beneficiarias. Así, la focalización de los pobres no
irá sin consecuencias para la cohesión de la sociedad.
Pero veamos primero cómo se implementa y evoluciona el
programa, antes de analizar sus consecuencias políticas y sociales.

Las condiciones de la implementación del Progresa


La creación del Progresa se apoyó en estudios científicos
que lo llevaron a una focalización a la vez geográfica y demo-
gráfica (CONAPO, 1995). Según sus conceptores, el método
estadístico, totalmente objetivo, aportaba una garantía de neu-
tralidad y evitaba una manipulación clientelista del programa.
Además, el Progresa es un programa focalizado respaldado
en instituciones de carácter universalista: las escuelas de la
secretaría de educación pública (SEP) y los centros de salud
ligados al Instituto mexicano de seguridad social (IMSS). La
presencia de estos servicios es indispensable, al menos en la
proximidad de las localidades seleccionadas. Este factor debe-
ría contribuir al desarrollo de los servicios educativos y sanita-
rios y ampliar su cobertura (con la construcción, allí donde
hacían falta, de colegios y centros de salud)51. Sin embargo, el

51 Sabiendo que la construcción de escuelas y centros de salud depende de


otras instituciones públicas, se observa un desfase entre servicios de baja
calidad y en cantidad insuficiente y una demanda creciente. Los usuarios y
los maestros reconocen que la telesecundaria (enseñanza a distancia, con
televisores a menudo descompuestos e instructores mal preparados) es el
paso obligatorio para obtener luego la construcción de un colegio y la
afectación de maestros. Mientras los niños más pobres están obligados a
estudiar allí, los que tienen la posibilidad salen a estudiar en la ciudad, en

– 191 –
Progresa no responde a un derecho adquirido por las pobla-
ciones necesitadas, es el resultado de una decisión del gobierno
y, por eso mismo, éste lo podría cancelar. También se debe
subrayar que el programa está previsto al inicio para una dura-
ción de tres años, reconductibles sólo después de una recalifi-
cación de las familias beneficiadas. En las zonas rurales po-
bres, se comentó mucho de una “lotería”: “porqué ellos sí y
nosotros no?” Por ejemplo, los maestros pueden percibirse
como notables – son parte de los pocos en el pueblo que tie-
nen instrucción y reciben un salario –, sin embargo se perciben
ellos mismos como siendo injustamente discalificados para
acceder al apoyo del Progresa. ¿El solo hecho de vivir en una
localidad pobre no sería, efectivamente, un indicador de po-
breza?52
Conviene insistir en el hecho que el Progresa es un pro-
grama territorializado e individualizado. Primero, tomando
como base el índice de marginación establecido por la
COPLAMAR y actualizado por el Consejo Nacional de Pobla-
ción (1995), se realizó una selección para identificar las zonas
rurales, luego las localidades y, en su seno, los hogares en ex-
trema pobreza con niños en edad escolar, ya que ellos son en
prioridad los beneficiarios del programa. Progresa adoptó una
política centrada en un tratamiento individual, considerando
las familias como entidades aisladas de su entorno comunitario
y agrario en la mayoría de los casos (Escobar y González de la
Rocha, 2000:38).
Por lo menos dos problemas se plantean a raíz de este mé-
todo: uno que tiene que ver con la encuesta de identificación
de los beneficiarios, y otro con el propósito de sedentarizar a
los migrantes temporales. En cuanto al primer problema, las

colegios mejor equipados. Lo mismo ocurre con los centros de salud rura-
les, subequipados.
52 Marielle Pépin-Lehalleur lo apuntó a propósito de San Pedro Jicayán, en

el estado de Oaxaca (2003).

– 192 –
localidades seleccionadas debían estar provistas de los servi-
cios educativos y de salud básicos (o estar ubicadas a menos de
10 kilómetros de ellos). Asi, inicialmente se excluyó a los Indi-
os con hábitat disperso (como los tarahumaras). Además, los
jóvenes encuestadores reconocieron no haber regresado a ca-
sas que encontraron cerradas y tampoco haber visitado las más
alejadas del centro, que generalmente albergan a los poblado-
res más pobres. Esta falta de profesionalismo se puede expli-
car por la voluntad de reducir los costos de implementación
del programa. Por otra parte, la unidad de referencia es el
hogar, definido como el conjunto de personas viviendo bajo
un mismo techo, con o sin lazo de parentesco, que comparten
sus gastos y preparan sus alimentos en la misma cocina. Esto
implica que parejas jóvenes que aun viven con los padres por
falta de recursos están contabilizadas dentro del hogar de los
padres. Si bien uno de los propósitos del programa es sedenta-
rizar a la familia y frenar el trabajo infantil, esta situación facili-
ta la migración de los padres jóvenes, dejando a los niños apo-
yados por el programa al cuidado de sus parientes. También se
debe recalcar que el programa conlleva una reconfiguración
territorial, ya que el mapa de pobreza excluye las zonas des-
provistas de servicios básicos y que las localidades “no po-
bres” rechazan a los pobladores que pueden pretender recibir
el apoyo del Progresa.
Este método implica una división de las comunidades y de-
ntro de ellas, pero también una marginación de las élites políti-
cas y corporativas53. Las autoridades locales disponen sin em-
bargo de un margen de maniobra, gracias a la descentralización
de recursos para el desarrollo de infraestructuras sociales,
haciendo posible la incorporación de ciertas localidades de su
territorio, anteriormente desprovistas de los servicios requeri-

53 Ya era el caso con el Pronasol, que se apoyaba en una relación directa,


sin intermediarios políticos, entre el PRI, representado por el presidente, y
la población beneficiaria organizada en comités de bases.

– 193 –
dos para la atribución del programa. Sin embargo, contraria-
mente a la politización del Pronasol y su uso clientelar, el Pro-
gresa pretende ser independiente de las autoridades locales y
de los Estados y totalmente apolítico. La creación de los enla-
ces municipales responde a una necesidad material de seguri-
dad por el transporte de dinero en efectivo de las madres be-
neficiarias. Esto supone que los enlaces estén informados de
quienes van a recibir el subsidio y también de las fechas previs-
tas para su repartición, lo que les otorga un cierto poder, por el
solo hecho de conocer las listas de beneficiarias.
El propósito explícito del programa es mejorar la salud y la
alimentación de las familias pobres y de permitir a sus hijos
(sobre todo las niñas, que tienen un cierto rezago escolar) de
estudiar asiduamente. El apoyo se compone de una ayuda fi-
nanciera directa (145 pesos, o sea unos 11 dólares), más, según
el caso, una beca por alumno de tercero de primaria hasta ter-
cero de secundaria (ampliado luego a jóvenes hasta los 20 años
cursando hasta la preparatoria). Los alumnos reciben también
unos 10 dólares anuales para útiles escolares. La atención gra-
tuita en salud se acompaña además de papilla para bebes y
madres lactantes. El conjunto de estos recursos debe quedar
por debajo de la línea de pobreza (definida en unos 140 dóla-
res en 2004)54 y se distribuye cada dos meses en un lugar estra-
tégico del municipio (el mercado de la cabecera municipal, por
ejemplo), a cargo de una empresa contratada para esto, lo que
supuestamente garantiza la independencia del programa de
toda manipulación clientelista.
Con la creación de Oportunidades, en la etapa de amplia-
ción urbana del programa, las madres deben acudir a módulos
de atención para registrarse, es decir que se pasa a una incor-

54 Por un lado, podemos enfatizar que este límite corresponde a la vieja

idea de no propiciar el ocio (ver Procacci, 1993, a propósito de las Poor


Laws, establecidas en Inglaterra en 1601); por otro lado, conviene plantear-
se la pregunta de si este monto es suficiente para impulsar una salida de la
extrema pobreza.

– 194 –
poración activa en la que la madre debe identificarse ella mis-
ma como correspondiendo a los criterios de extrema pobre-
za55. Además, todos los ancianos aíslados y sin recursos pue-
den ahora beneficiar del apoyo del programa (250 pesos en
2006), que se convierte así en una pequeña pensión.
El programa atribuye el conjunto del recurso a la madre,
reconociéndole su papel central en la gestión de la economía
familiar, lo que reproduce el método higienista56. El no respeto
de la corresponsabilidad de las familias conduce a la suspen-
sión de las prestaciones. Pero más allá de estas indicaciones,
otras preguntas se plantean, que tienen que ver con la imagen
formada de los distintos miembros de la familia, de su identi-
dad y de su modo de vida. La intromisión del programa en la
vida privada no está exenta de prejuicios. Es el caso, en parti-
cular, de la representación de los hombres en este esquema
familiar centrado en la madre y sus hijos: el padre generalmen-
te se percibe como alcohólico y sus funciones productivas
(campesino en el campo, trabajador informal en la ciudad)
están eludidas.
La condicionalidad de la ayuda de Progresa-Oportunidades
descansa en la atención asidua en la escuela y en el seguimien-
to de salud familiar (a la vez la participación de las madres en
las sesiones mensuales de educación sanitaria y la asistencia en

55 Estos criterios merecerían una revisión en comparación con los criterios

rurales que sirvieron de referencia: la pobreza no se manifiesta de la misma


manera en los ámbitos rurales y urbanos. Por ejemplo, el piso de tierra en
una casa de campo no es lo mismo que si se encuentra en la ciudad; tam-
bién es mucho más común encontrar aparatos eléctricos como televisores
o refrigeradoras en viviendas urbanas pobres, los que pueden ser regalados
o recuperados de segunda mano.
56 Desde que las medidas de la pobreza muestran una mayor exposición al

riesgo y una mayor precariedad entre mujeres y niños, los proyectos de


empoderamiento conciernen a las mujeres en primer lugar (es decir hacer
que aumenten su capacidad de decisión y permitirles ocupar su lugar de
ciudadanas). En las diversas evaluaciones, varios trabajos tocan este aspec-
to cualitativo del programa (González de la Rocha 2006).

– 195 –
las citas médicas familiares), lo que otorga un fuerte ascenden-
te a maestros y médicos. El enorme ausentismo escolar en las
zonas rurales, causado esencialmente por el trabajo de los ni-
ños, justifica que la atribución de becas escolares esté sometida
a un control de asistencia. Sin embargo, la mala calidad del
servicio – de la infraestructura, del material y del personal –
crea una discriminación entre jóvenes atendidos a través del
programa y otros que pueden acudir a mejores prestaciones.
Lo mismo ocurre con el sistema de salud.
El servicio ofrecido en salud se limita esencialmente a la
prevención57: medir e intentar remediar a la desnutrición infan-
til, prevenir el cancer del útero en las madres, revisar la denta-
dura y la vista de los niños (sin ofrecer ni lentes ni prótesis
dentales), informar a las madres sobre procesos higiénicos,
alimentarios y contraceptivos, lo que contribuye efectivamente
a cambiar los hábitos en profundidad. Pero en lo que toca a
enfermedades, asistencia en partos o pequeñas operaciones de
cirujía, numerosos centros de salud no disponen ni del mate-
rial ni de los medicamentos adecuados. En todos los casos, se
trata de establecimientos públicos para la población abierta,
pero los horarios de atención a las “familias Progresa” las es-
tigmatizan como un grupo que sólo puede pretender a un cier-
to tipo de tratamiento, pero no cuando su salud lo requiera.
Sin embargo, el chequeo de toda la familia dos veces al año
debería realizarse con un servicio más adecuado: para el per-
sonal de salud que no se incrementa, se adicionan las tareas.

57 Estas medidas de prevención sólo corresponden parcialmente a las 12


intervenciones del “paquete básico”. Según la Fundación Mexicana para la
Salud, son consideradas como esenciales las siguientes prestaciones:
saneamiento, planeación familiar, medicina perinatal, cuidado en nutrición
y en periodo de embarazo gracias a complementos alimentarios, incentivar
a las familias y a la comunidad para que tome en serio su salud, gracias a la
capacitación en salud, nutrición e higiene, y, finalmente, ampliar y
fortalecer la oferta de servicios para satisfacer el incremento de la demanda
(a pesar que este aspecto no depende del programa).

– 196 –
Conviene considerar que, en el ámbito de la salud, las ex-
pectativas pueden ser enormes y la decepción mayor aún.
¿Cómo se puede responder a una demanda creada en familias
pobres, que anteriormente no acudían casi nunca a los médi-
cos, si no se desarrolla el servicio en consecuencia? Centros de
salud desbordados, carencias en material y medicamentos son,
todavía hoy, muy habituales. En un pueblo huichol de las altu-
ras del estado de Jalisco, en una zona de acceso bastante difícil,
los beneficiarios de Progresa (y solo ellos) se movilizaron para
construir un alojamiento para el personal médico; el centro de
salud de este pueblo estaba desprovisto de medicinas y el mé-
dico comentaba que tenían que usar plantas medicinales para
compensar esta carencia (visita de la autora con el responsable
del programa en Jalisco, 2004). Aparece así que el propósito
del programa de cambiar los hábitos podría enfrentarse con
sus propias limitaciones.

La evolución del programa y sus resultados


Los objetivos de desarrollo del Milenio (ODM), adoptados
por 150 países en la asamblea general de la ONU de septiem-
bre del 2000, dieron un nuevo impulso al Progresa, que se
daba también el objetivo de llegar a la universalización de la
enseñanza primaria para el 2015. Este objetivo, que obviamen-
te concierne el mundo entero, dio una gran publicidad al pro-
grama mexicano. El Banco Mundial y el BID (Banco inter-
americano de desarrollo) otorgaron varios préstamos a
México, lo que permitió aumentar fuertemente el presupuesto
y la cobertura del programa.
Los ODM expresan varias ideas contenidas desde el origen
del Progresa: por una parte, buscar la eficacia máxima gracias a
una focalización de los beneficiarios, la que permite a su vez
obtener resultados cuantificables; por otra parte, inscribirse en
un discurso que se dice apolítico (Egil, 2005). Intentemos

– 197 –
comprender qué representación del combate a la pobreza se
esconde detrás de tales objetivos.
El Progresa tenía previsto una cobertura cada vez mayor,
sin proponer por lo tanto una ayuda permanente, que lo haría
pasar de un programa de “conditional cash transfer” (transferencia
monetaria condicional) a un derecho social permanente. Su
extensión a partir de 2002 a las familias en extrema pobreza de
las zonas urbanas desembocó en un resultado notable desde
2005: se alcanzó a cubrir el cuarto de la población mexicana (o
sea 25 millones de personas), lo que permitió que el 98% de
los niños en edad escolar estén alfabetizados y que el trabajo
infantil disminuyera en un 25% (Oportunidades, 2002, 2005).
Además, este programa se presentó en estrecha relación con
un abanico de programas sociales, dando la posibilidad de
acceso a subsidios para la producción, a empleos temporales y
al sistema de ahorro-crédito, todos dirigidos a un público
abierto, no necesariamente pobre (Oportunidades, 2002).
Después de ocho años, la familia puede entrar en otro módu-
lo: el Esquema diferencial de apoyos (entrevista con el respon-
sable del programa Oportunidades, Jalisco, 2007). Se reconoce
entonces que este programa social no desemboca en una salida
de la pobreza, sino en una mayor diferenciación.
En el Plan Nacional de Desarrollo 2001-2006, los ejes de la
política social son de impulsar la educación para desarrollar las
capacidades personales y la iniciativa individual y colectiva, así
como fortalecer la cohesión y el capital sociales. Se apunta en
prioridad a reducir la extrema pobreza, la marginalidad y las
desigualdades, procurando para esto el desarrollo de las capa-
cidades, la equidad, la seguridad y la igualdad, así como el de-
sarrollo del patrimonio de base de los hogares. Con este pro-
pósito, toda la población debe participar, haciéndose
responsable del desarrollo humano.
La educación aparece como el pilar que respalda la política
social. Ella debe permitir la reducción de la pobreza y las des-
igualdades, pero no es suficiente para garantizar una salida de

– 198 –
la situación de extrema pobreza (que sobre entiende numero-
sas otras carencias) y recordemos que el programa Oportuni-
dades no se dirige a los “simplemente pobres”. Podemos du-
dar aun más de la eficiencia de tal programa para fortalecer la
cohesión social y el capital social a la luz de lo que se dijo a
propósito de la segregación y la estigmatización de los pobres,
que se traduce en una polarización de la sociedad local y, en
general, de la sociedad nacional. En cuanto a mejorar el patri-
monio de las familias, esto parece contradictorio con una si-
tuación de extrema pobreza. Es cierto que “en la perspectiva
del Progresa, la pobreza no es un problema de distribución de
ingresos, sino de atribución adecuada de recursos producti-
vos” (Duhau, 1999). Esta perspectiva justifica que baste con
una palanca para estimular el desempeño de las capacidades
productivas de los jóvenes.
En el contexto mexicano, ¿cómo pueden las prestaciones
del programa contribuir a una salida definitiva de la pobreza?
Pero, ¿es realmente ése el objetivo del programa? De hecho,
no está mencionado como tal en el Plan Nacional de Desarro-
llo, 2001-2006. Numerosos estudios se publicaron sobre el
impacto del programa a lo largo de sus casi diez años de exis-
tencia, y no se ha probado que este tipo de asistencia facilite a
sus beneficiarios una salida de la pobreza58. El programa trae
seguramente ventajas, pero también trae costos de diversas
índoles que no siempre se toman en consideración. Podemos

58Podemos mencionar, entre otras referencias, las evaluaciones del Progre-


sa-Oportunidades, en particular la parte cualitativa dirigida por Agustín
Escobar y Mercedes González de la Rocha y la parte cuantitativa dirigida
por el IFPRI (de1998 a 2004), asi como Duhau (1999), Valencia et al.
(2000), López Calva y Székely (2001), Hernández Laos y Velázquez Roa
(2002), Cortés et al. (2002), el dossier « Pobreza y bienestar : nuevos deba-
tes interdisciplinares » en la Revista de la Universidad de Guadalajara (2003),
Gendreau y Valencia (2003), además de las evaluaciones de la política social
mexicana realizadas por el Banco mundial (Giugale et al., 2001 ; Banco
mundial, 2004).

– 199 –
distinguir estos efectos a nivel objetivo y subjetivo, tanto en la
escala de las familias como de las localidades59.
La concepción del programa que estudiamos aquí se fun-
damenta en una ideología liberal de la regulación social, en la
que la asistencia toma un lugar central: “A la vez expresión de
las contradicciones inherentes a la democracia e instrumento
de regulación de las tensiones que de ellas proceden, es un
lugar privilegiado para observar y seguir la evolución de las
relaciones sociales y de las opciones políticas en materia so-
cial” (Bec, 1998:16). Sin embargo, el Estado liberal limita su
intervención a “un cierto número de consejos y preceptos de
comportamiento, para invertir una cuestión de derecho políti-
co en una cuestión de moral económica” (Donzelot, 2005:56).
Desde este punto de vista, es necesario impedir que los pobres
reivindiquen el derecho a una asistencia permanente de parte
del Estado. Se los hace responsables por su futuro.
En efecto, la familia beneficiaria de Progresa-Oportunidades
se compromete a cambiar sus comportamientos en diferentes
ámbitos: en las relaciones intrafamiliares (padre/madre, pa-
dres/hijos, papel central de la madre), en la administración
económica del hogar, en las prácticas de alimentación, de con-
tracepción, de higiene y de salud, en el lugar que se otorga a la
educación escolar en las perspectivas de futuro de la familia.
Las evaluaciones de las diferentes etapas del programa sólo
pusieron énfasis en dos aspectos: el papel de la madre (su
“empoderamiento”) y el uso de los recursos otorgados por el
programa. Entre los casos estudiados en diferentes evaluacio-
nes cualitativas, se observa en El Capricho, en la Costa Chica
del estado de Guerrero, que antes del programa, muchos niños
andaban descalzos y ahora tienen zapatos (Escobar y Gonzá-
lez de la Rocha, 2000; observaciones de la autora en El Capri-
cho, 2002). Sin embargo, las madres se quejan de esta situa-
ción. Una señora de El Capricho resume así lo que muchas

59 Para mayores ejemplos, ver: González de la Rocha, 2006, Bey, 2008.

– 200 –
otras también dicen: “lo difícil es que para que estudien los
niños, se obliga el uniforme y los zapatos: en esto se va el di-
nero, no se ahorra nada”.
Sin embargo, este compromiso les quita tiempo a las muje-
res, porque las actividades relacionadas con el programa son
numerosas: desplazarse (a veces en un radio de 50 kilómetros)
para recibir los apoyos en manos propias y también las infor-
maciones transmitidas por los responsables del programa;
igualmente para las citas médicas mensuales, siguiendo un ca-
lendario predefinido, así como para las conferencias sobre
temas de higiene, prevención sanitaria y planeamiento familiar.
Además, el aseo de locales públicos (el centro de salud, las
escuelas, el campo deportivo y a veces hasta el atrio de la igle-
sia) se exige a las solas “señoras Progresa”, particularmente en
zonas rurales. El beneficio del programa conlleva también
gastos extras. Estos datos se comprueban en todos los estu-
dios llevados sobre Progresa-Oportunidades, cualquiera sea el
lugar. En zonas urbanas, se plantea mayormente el problema
del trabajo de las mujeres, que les impide a menudo respetar
los compromisos con el programa60.
En lo que concierne los cambios económicos que pueden
aportar estas prestaciones monetarias, nuestras visitas realiza-
das en diferentes localidades de los estados de Guerrero y Ja-
lisco entre 2000 y 2007 muestran un aumento de la masa mo-
netaria en los pueblos. Esto atrae a comerciantes ambulantes
que siguen oportunamente el itinerario de la empresa distri-
buidora de los subsidios. Así, gran parte de las prestaciones se
gasta desde el primer día en compras “fantasiosas”. No sólo el
dinero es generalmente insuficiente para cubrir las necesidades
básicas, además se supone que se use sólo en ciertos gastos.
Los más pobres viven con crédito y el dinero del programa a
menudo se desvía para reembolsar las deudas (contraídas con
intereses de 10 a 20% mensuales). Además, observamos que

60 Este tema ha sido estudiado en González de la Rocha (2006).

– 201 –
las actividades familiares no cambian, incluso la migración
estacional de los Mixtecos del estado Guerrero al norte del
país. Todo esto trae una cierta culpabilidad entre los beneficia-
rios que no siguen las consignas al pie de la letra. En efecto, el
programa apunta en una “corresponsabilidad” y si no se com-
prueba al cabo de cuatro meses, se suspende el apoyo (entre-
vista con el responsable de Progresa, Jalisco, 2000).
En un pueblo muy pobre, es difícil distinguir las familias
más ricas. Son más bien los migrantes, o sus remesas, los que
hacen la diferencia. La distinción que se hace muy visible entre
beneficiarios y no beneficiarios del programa traduce una vi-
sión estigmatizante de la pobreza. Tomemos el ejemplo de un
grupo de mujeres beneficiarias del programa en el pueblo de
Lagunillas (localidad del municipio de Atemajác de Brizuela,
en el estado de Jalisco). En 2004, la administración del pro-
grama les incentivó a llevar una actividad lucrativa que pueda
alimentar un sistema de ahorro-crédito y se pusieron entonces
a confeccionar empanadas dos veces al mes61 y a venderlas en
el mismo pueblo. Por supuesto las únicas que las podían com-
prar eran mujeres no beneficiarias del programa y se cansaron
de “subsidiar” a las otras mujeres, además del celo que les
provocaba a algunas por no recibir ellas el apoyo para sus hijos
(observación participante de la autora, 2004).
El énfasis puesto en un mayor acceso al sistema educativo
no impide el surgimiento de varios efectos negativos. En pri-
mer lugar, la calidad de los servicios no mejoró con la llegada
de Progresa, los maestros se siguen quejando de tener mucha
presión en clases con más alumnos. Esto se debe al hecho que
el programa se apoya en servicios existentes y proporcionados
por otras instituciones de gobierno. Los pobladores se esfuer-
zan en conseguir, a través de las autoridades electas, más in-
fraestructuras para atraer el programa en sus localidades (pri-

61 Las empanadas son un plato festivo a base de maíz, que se prepara en

cantidad y requiere de un largo tiempo de preparación.

– 202 –
maria y telesecundaria como mínimo). Tal como están las co-
sas, los jóvenes que prosiguen sus estudios en el pueblo con-
seguirán diplomas desvalorizados, mientras los que puedan
salir a cursar la preparatoria en la ciudad podrán ingresar a la
universidad con mejor preparación. Sin embargo, está com-
probado que son los niveles más altos de estudios los que se
traducen en niveles de empleo y salarios más altos62.
Igualmente, en el ámbito de la salud, la creación del sistema
de Salud popular y la discriminación cada vez más marcada
entre los beneficiarios de la asistencia y el resto de la población
es no sólo visible en los servicios, sino también en el tipo de
locales. En la cabecera municipal de Cuajinicuilapa (en la Cos-
ta Chica del estado de Guerrero), los beneficiarios de Progre-
sa-Oportunidades acudían al centro de salud, cuyas instalacio-
nes estaban bastante deterioradas, pero el cual estaba ubicado
en el centro de la pequeña ciudad. Cuando se construyó un
hospital (moderno y con mayores servicios) en las afueras de la
ciudad, las madres beneficiarias del programa se rebelaron,
arguyendo que tendrían que pagar el transporte para despla-
zarse hasta allí. También se voceaba entre las mujeres: “este
centro de salud es feo, pero es nuestro. En el hospital nos
tratarán mal porque no pagamos” (entrevistas de la autora en
Cuajinicuilapa, Guerrero, 2005). El interés de ganar un servicio
de mejor calidad (con mayor higiene) no les aparecía como lo
más importante. ¿Podría concluirse entonces que las mismas
beneficiarias del programa son las que se excluyen de los servi-
cios de calidad? Segumente no.
Ultima observación, el programa afecta igualmente las rela-
ciones de poder local. Con la llegada de este programa social,
que está cobrando rápidamente una gran importancia a nivel
local como nacional, médicos y maestros, pero también “pro-

62 Intervención por Luis Ignacio Román en el Seminario: « Le regain de


légitimité des politiques publiques à l’ère libérale. Comparaisons internatio-
nales à partir du cas mexicain ». Paris, marzo de 2008.

– 203 –
motoras”, “vocales” y “enlaces” municipales63, incluso autori-
dades electas, consolidan un poder de control sobre las activi-
dades de todos los beneficiarios (borrando o añadiendo nom-
bres en los padrones de beneficiarios, ayudando para la
comprensión de la documentación requerida, interviniendo
frente a las autoridades, o dejando creerlo, etc.), haciendo valer
sus capacidades. Es así como los notables y autoridades electas
amplían sus redes de poder y de clientela, permitiendo la apa-
rición de nuevos actores políticos (Bey, 2007). Sin embargo,
no hay pruebas de que se haya manipulado el programa con
fines electorales. Lo que sí se observa, en diferentes lugares y
diferentes niveles políticos, es el uso del programa en el dis-
curso de los políticos: por ejemplo, el gobernador del estado
de Sonora anunciaba que él había “traído” el Progresa a su
estado cuando coincidía su llegada con el calendario de las
elecciones (Escobar, 2003: 72). También se pudo escuchar en
la cabecera del municipio de Atemajác de Brizuela (estado de
Jalisco), que la presidente municipal presumía haber incorpo-
rado familias en el padrón de Oportunidades, a pesar de que el
responsable del programa para Jalisco afirmaba que esto era
imposible (entrevistas de la autora, 2004).

Conclusiones
Aunque el Plan Nacional de Desarrollo del último sexenio
haya subrayado la importancia de la reducción de la pobreza y
de las desigualdades, la solidaridad que caracterizó la ideología
del Estado mexicano parece estar desapareciendo bajo el im-
pacto de una individualización favorecida por los nuevos pro-
gramas sociales. De hecho, “el arte de la separación está desti-
nado a afirmarse como una estrategia típica del liberalismo”
(Procacci, 1993:96). Pero, no debemos confundirnos, la exis-
tencia de la miseria revela todavía otras limitaciones, como
muy bien lo señala Giovanna Procacci: “nos damos cuenta que

63 Funciones de coordinación creadas por el programa.

– 204 –
el orden liberal de ‘carreras abiertas a los talentos’ en definitiva
está abierto a los talentos de los demás” (ibid.). Estas observa-
ciones dejan abierto el debate sobre la salida de la pobreza con
el trabajo y sobre el papel del Estado.
¿Puede el individualismo incentivado con este tipo de pro-
grama transformar la sociedad hasta el punto de llevarla a una
polarización? Ya, el ocaso del régimen priista se había manifes-
tado con el debilitamiento, hasta la desaparición, de las repre-
sentaciones corporativas y organizaciones de base, que aun
eran los pilares del Pronasol, oportunamente llamado Solidari-
dad. Hoy, la “sociedad civil” está autorizada a fiscalizar las
acciones políticas (Blanco, 2008) y las corporaciones están
tomando un nuevo protagonismo (Valencia, 2008), mientras el
combate a la pobreza se presenta como apolítico. Al contrario,
el estudio de Progresa-Oportunidades en México nos muestra,
una vez más, que el combate a la pobreza es una política, una
manera de administrar la pobreza: esta última no debe pasar de
ciertos límites para ser aceptable en un país que reivindica la
integración de toda su población. Pero, ¿es así México todavía?
La última elección presidencial del 2006 dio una vez más la
ventaja al PAN, que muy bien podría llevar una política en la
que los pobres no tengan lugar.
Volvamos, para terminar, a la pregunta principal que nos
planteamos en la introducción de este texto: ¿Qué originalidad
trae este gran programa social al tratamiento de la pobreza en
México? No sólo parece que no trae ninguna novedad en el
método (focalización geográfica y en las madres, para llegar a
los hijos, que están siempre en el centro de la meta; trato sepa-
rado de los “pobres”), ni en los instrumentos (educación, sa-
lud, alimentación), tampoco en la ideología de fondo (selec-
cionar beneficiarios según ciertas condiciones – no se puede ni
se debe dar a todos –, otorgar un apoyo provisional – evitar de
transformar la ayuda en un derecho permanente). Los cambios
que lleva el Progresa-Oportunidades ya no son cuantitativos
(una vez alcanzada la proporción de familias identificadas co-

– 205 –
mo en extrema pobreza), son significativos; ¿generan un capi-
tal humano o encubren una concepción del desarrollo relacio-
nado con los procesos productivos? Las observaciones hechas
en el texto sobre las carencias en los servicios de salud y edu-
cación, por lo esencial, nos llevan a pensar que el propósito del
programa, en vez de mejorar los niveles educativos y de salud
de la población, es de contestar a los ODM con estadísticas
optimistas, lo que le permitirá al gobierno mexicano acceder a
nuevos préstamos de parte de las instituciones financieras in-
ternacionales. Eso mismo le otorgará la legitimidad necesaria
para mantenerse en el poder y hacer pasar medidas políticas no
tan consensuales como el tema de la lucha contra la pobreza.

– 206 –
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– 210 –
POLÍTICAS SOCIALES Y PRÁCTICAS EXCLUYENTES:
PROCESOS DE SUBJETIVACIÓN
Y CONSTRUCCIÓN DE CIUDADANÍA

Ana María Pérez

Introducción
Las transformaciones producidas a partir de la segunda mi-
tad del siglo pasado en los modelos de organización social y en
las condiciones de vida y trabajo como consecuencia de las
modificaciones y el avance del modelo capitalista dieron pie al
pasaje de una sociedad basada en el vínculo hacia otra en la
que prima la desvinculación y la individualización (Bauman,
2003). Estos cambios acentuaron los procesos de exclusión y
las desigualdades existentes tanto entre los distintos sectores
como entre regiones.
En Argentina, esto se reflejó en los índices de pobreza, in-
digencia y desempleo que involucraron a cada vez mayores
proporciones de población en cuyo interior se diferenciaba
entre “pobres estructurales” y “nuevos pobres” aludiendo a los
que se encontraban en situación de deprivación o marginación
desde larga data o, recientemente. Se configura, así, una proble-
mática de la exclusión en tanto universo de discurso que remite,
básicamente, a situaciones de pobreza y desempleo y que, des-
de la perspectiva teórica, se caracteriza por una diversidad de
aproximaciones que aluden a modos diferentes de definir lo
social y los procesos que se derivan.

– 211 –
El incremento de tales situaciones y su consecuente visibi-
lidad social, dieron origen a una profunda preocupación por
encontrar caminos para responder a las necesidades de la gente
y desarrollar estrategias que promovieran la inclusión social.
Sin embargo, la mayoría de estas soluciones han estado orien-
tadas hacia la definición de políticas sociales de corte predo-
minantemente asistencialista o de programas de “empleo a
cualquier precio” (Lo Vuolo, Barbeito, Pautáis, 2004).
En el contexto de estas reflexiones, el artículo presenta da-
tos relacionados con los procesos de subjetivación y construc-
ción de ciudadanía de un grupo de beneficiarios de planes so-
ciales de una localidad del nordeste de Argentina64 que se
enmarcan en un proyecto de investigación más amplio que
analiza procesos de exclusión/inclusión, participación y cons-
trucción de ciudadanía. Luego de revisar el concepto de inclu-
sión/exclusión y los posibles modos de ejercer la ciudadanía se
consideran las orientaciones de las políticas sociales puestas en
marcha en los últimos años y sus posibilidades de contribuir a
la configuración de sujetos autónomos y emancipados.

Acerca del concepto de exclusión65


El concepto de exclusión aparece como categoría en Fran-
cia, a mediados del siglo pasado, aludiendo a quienes quedaron
fuera del progreso general, y no se encontraban en condicio-
nes de entrar, reapareciendo en la década de los 90, al ponerse
en cuestión la sociedad salarial. Los autores han coincidido en
destacar la ambigüedad de la noción, proponiendo el uso de
términos alternativos como desafiliación (Castel, 2000) o desliga-

64 Se hace referencia, específicamente, a dos estudios realizados en la pro-

vincia de Corrientes y del Chaco, ambas ubicadas en el nordeste de Argen-


tina, uno de ellos centrado en los procesos de exclusión/inclusión y otro
sobre los procesos de desarrollo local.
65 Cfr. Pérez Rubio, Ana María: Acerca de la exclusión y otras cuestiones

próximas. Revista de Estudios Regionales y Mercado de Trabajo N° 2 . ISSN


1669 9064. Año 2006, pp. 5-28.

– 212 –
dura (Autes, 2000)66, mientras otros (Rosanvallon, 1998; Karsz,
2000) la definen como una categoría cultural e ideológica que,
al igual que el díptico normalidad/anormalidad, adquiere un
carácter estructural y naturalizado, sin indagar acerca de su ori-
gen. No se trata, por lo tanto, de un término inédito, la novedad
debería buscarse en el uso generalizado que ha alcanzado.
Como universo de discurso, la exclusión ha sido asociada al
agotamiento del Estado Benefactor y la desintegración de un
modelo de sociedad basado en la relación salarial que se
acompaña por el surgimiento de nuevas formas de pobreza y
precariedad. Como consecuencia, el empobrecimiento material
y la pérdida o fragilización de los lazos y redes sociales confi-
gura el “mundo de la vida”67 como un contexto problemático
e imprevisible que deja a los sujetos en libertad de acción, pero
también enfrentados a situaciones de alta vulnerabilidad.
La consideración de esta problemática por parte de la so-
ciología latinoamericana reconoce antecedentes de larga data68:
ya en la década de los 60, Nun (2001: 87) hacia referencia a la
existencia de una “masa marginal” que, a diferencia del ejército
industrial de reserva, devenía a-funcional o disfuncional al

66 Dado que hasta hace poco, el principal lazo de integración con la socie-
dad se daba por medio del trabajo, el quedar afuera de las relaciones de
producción determina esta situación de desvinculación y vulnerabilidad que
impide al individuo ligarse a los medios de reproducción y sus productos.
67 Por “mundo de la vida” se entiende, con J. Habermas, “el suelo de lo

mediatamente familiar y lo que damos por sentado sin hacernos cuestión de


ello [...] el ámbito del saber implícito, de lo antepredicativo y lo precategorial,
del olvidado fundamento de sentido que son la práctica de la vida diaria y la
experiencia que tenemos del mundo” (ver Habermas, 1990, Pensamiento posme-
tafísico.Tr. M. Jiménez. México: Taurus, Col. Humanidades, pág. 88)
68 Para el tratamiento de este tema se puede consultar algunas obras clásicas

como Germani, G. (1962) Política y sociedad en una época de transición. Buenos


Aires: Paidós; Lewis, O. (1985): Antropología de la pobreza: cinco familias. FCE:
México, y desde una perspectiva teórica opuesta Cardoso, E. y E. Faletto
(1986): Dependencia y desarrollo en América Latina. Siglo XXI, México Nun,
José (2001): Marginalidad y Exclusión Social.: Fondo de Cultura Económica
Argentina, entre otros.

– 213 –
sistema. Esta situación no se ha modificado en todos estos
años, al contrario, se ha visto acentuada a partir de la aplica-
ción de las políticas neo-liberales desde los años 70, e intensi-
ficada en las últimas décadas.
Algunos estudios han abordado los cambios en las pautas de
integración social, centrándose en la consideración de las expe-
riencias de los actores, su universo de significación y los proce-
sos de construcción y recomposición de las identidades sociales
que definen nuevos actores del conflicto social –desocupados,
piqueteros, precarizados– (Vasilachis, 2003; Svampa, 2003;
Malimacci y Salvia, 2005).
Otros enfoques (Merklen, 2005; Schuster, 2005; Giarraca,
2001; Svampa y Pereyra, 2003) analizan las acciones colectivas
promovidas por las clases populares y que ponen en cuestión
la ubican su análisis en el nivel de las acciones colectivas de las
clases populares con claros propósitos de protesta o reivindi-
cación y que hablan tanto de la incidencia de las transforma-
ciones sociales como de nuevas modalidades de inscripción
social de estos sectores. Probablemente sea en el pasaje de la
categoría de “trabajador” a “pobre” donde deba buscarse el
marco para la aparición de estas formas de movilización popu-
lar que se vienen produciendo desde hace ya algunos años, con
la exigencia –en un primer momento– de recuperar las con-
quistas sociales perdidas o – como actualmente– en la deman-
da de prestaciones sociales ligadas cada vez más a la asistencia
(Merklen, op. cit.).

Exclusión/Inclusión y construcción de ciudadanía


Tal como se deriva de lo apuntado más arriba, la problemá-
tica de la exclusión trasciende los aspectos materiales asocia-
dos a las condiciones de vida y trabajo y debería ser considera-
da en su vinculación con los procesos de integración social y
de las transformaciones de la subjetividad. En verdad, no se
trata de una cuestión que sólo involucra a un conjunto de in-

– 214 –
dividuos, aquéllos que por ciertas características propias se
hallan ubicados en los márgenes, sino que comprende a la
sociedad en su totalidad, en tanto resulta de los modos de or-
ganización que se presentan entre el capital y el trabajo, atrave-
sando todas las esferas de la cohesión social y el modo cómo
se configura y estructura la misma.
En consecuencia, se asume en el marco de este artículo un
modelo que da cuenta de la amplitud y complejidad de dicha
problemática y la define como una condición que afecta y
atraviesa diversos órdenes o planos: el material, que incluye las
condiciones materiales de producción y reproducción de la
vida y los aspectos referidos al trabajo, al no trabajo y a la asis-
tencia pública para poder subsistir; uno institucional o norma-
tivo, que incluye normas, leyes expresas, escritas o tácitas, ins-
tituciones, roles, derechos formales y derechos efectivos, en
tanto conjunto de elementos que median la interacción social y
contribuyen a construir y reificar el orden social y uno simbóli-
co, en el que se enmarcan los procesos de construcción de la
subjetividad y la identidad, así como los sistemas de representa-
ciones, significados, sentidos e interpretaciones del mundo de la
vida. Estos planos se encuentran atravesados por tensiones
derivadas de una contradicción central, inclusión/exclusión, la
que se expresa, no como un continum, sino como un par dialéc-
tico, que devela el campo de luchas y disputas en el que se dan
los procesos de subjetivación69.
Con base en este modelo, se considera que las posibilidades
de propiciar la inclusión se vinculan directamente con la cons-
trucción de ciudadanía y la participación en distintos contextos
institucionales, en los cuales, y desde una lógica de estructura-
ción-acción, se van configurando modos de ser y ejercer la

69 Pérez Rubio, Ana María, Andrea Benítez, Pablo Barbetti, Oraisón, Mer-
cedes - Sobol, Blanca: Los procesos de exclusión en la región NEA: un
modelo de análisis multidimensional.
http://www.unne.edu.ar/Web/cyt/cyt2006/index.htm

– 215 –
ciudadanía que hacen que el sujeto discurra hacia una u otra
dirección de la tensión exclusión/inclusión; es decir, de posi-
ciones heterónomas, desarticuladas que se sostienen en la na-
turalización del orden social, hacia posiciones más críticas,
autónomas, organizadas y contra-hegemónicas.
Desde este marco de análisis, se define la inclusión como
una relación que habilita para el ejercicio de una ciudadanía
plena, es decir, vinculada a la realización de la propia humani-
dad y que, siguiendo a H. Arendt (1998), Habermas (1999,
2002) y Paulo Freire, (1996, 2002) se produce cuando cada
uno está en condiciones de ejercer su condición de ciudadano
en un espacio de iguales, esto es, asociada a experiencias de
participación genuina.
En contraposición, las situaciones de exclusión, deberían
reconocerse en la intensificación del individualismo negativo
según sustenta Robert Castel (2000) –como derivación de
Durkheim– el que posee un carácter deficitario y se corres-
ponde con situaciones de crisis del lazo social, en las que se
encuentran aquellas personas que han sido despojadas de los
anteriores soportes colectivos y en condiciones de desposesión
e invalidación. Desde esta perspectiva, la cuestión de la ciuda-
danía deviene, asimismo, un tema central de los debates con-
temporáneos.
El derecho de ciudadanía nace, en el siglo XVII, cuando la
sociedad se organiza en torno al contrato social, metáfora de la
racionalidad social y política que se establece, siempre, con el
fin de maximizar la libertad, oponiendo la sociedad civil al
estado de naturaleza. El objetivo de la ciudadanía consiste en
asegurar que cada cual sea tratado como un miembro pleno de
una sociedad de iguales e involucra, en consecuencia, tanto
derechos –contra el ejercicio arbitrario del poder estatal– co-
mo obligaciones –en relación con las actividades del Estado–.
Estos derechos nacen, como ciudadanía civil, estableciendo
aquéllos necesarios para el ejercicio de la libertad individual: de
pensamiento, de propiedad, de contrato mercantil y laboral; y

– 216 –
como ciudadanía política, con el derecho a elegir y ser elegido
(Antón, A., 2000).
Estas ideas derivan, al mismo tiempo, de la revolución de-
mocrática –que pone en tela de juicio los privilegios hereda-
dos– y del auge del capitalismo y la economía competitiva de
mercado, en cuyo marco los derechos civiles devienen indis-
pensables; mediante ellos se confiere capacidad de juicio para
luchar por aquello que se quiere poseer, aunque nada se dice
en cuanto a la participación en el producto social alcanzado.
Pero, como bien enfatiza Santos Souza (2005), existe entre
capitalismo y democracia una profunda contradicción que ha
dado origen a la tensión constitutiva del Estado moderno. Y
así, mientras a través del contrato social se fijan los criterios
para reconocer a los ciudadanos –es decir, los incluidos–, garan-
tizando la autonomía individual y los derechos civiles, al mis-
mo tiempo, al distinguir entre propietarios y no propietarios se
instituye a los no ciudadanos, es decir los excluidos70. Esta estra-
tegia, que opone la libertad a la igualdad y la justicia social, se
establece como una pauta de exclusión que subsiste, recurren-
temente, en la moderna sociedad democrática.
Desde la perspectiva liberal, la ciudadanía supone, en prin-
cipio, una relación política que se establece entre el individuo y
la comunidad mientras que el status de ciudadano se origina en
el reconocimiento de su integración a ella. Esta noción implica
que los individuos son portadores de derechos a ser ejercidos
frente al poder del Estado como principio igualitario inmanen-
te al simple hecho de nacer. Pero, en verdad, se trata de una
posesión formal que no considera la condición social y las
posibilidades reales para el ejercicio de tales derechos. Sobre

70 En el artículo 1 de la Declaración de los Derechos de 1793, se declara

que “Todos los hombres nacen y permanecen libres e iguales de dere-


chos… (y, al mismo tiempo) que “la propiedad es inviolable y sagrada” y
un par de años más tarde (en la Constitución de 1795): “Un país gobernado
por los propietarios está en el orden natural”.

– 217 –
esta concepción de ciudadanía se asientan las políticas sociales
derivadas de los organismos internacionales.
El Estado de Bienestar va intentar, años más tarde, superar
tal contradicción, al fundar la ciudadanía social71 y reconocer el
derecho de las personas a conseguir ciertos beneficios materia-
les derivados de su status de ciudadano. El tema principal, en
este caso, lo constituye la igualdad social entendida como el
derecho de las personas, en tanto miembros de un esquema de
cooperación social común, a tener iguales oportunidades para
acceder a los bienes social y económicamente relevantes. Los
derechos sociales al emanciparlas de las necesidades materiales
más apremiantes, las habilitarían para acceder a la civilidad de
los derechos civiles y políticos.
Este enfoque, derivado de la teoría de Marshall, propone
invertir el orden de prioridades de los derechos necesarios
para la conquista de la ciudadanía, dado que sólo aquél que
goza de sus derechos sociales fundamentales estaría habilitado
para la participación política. Aquí, la ciudadanía se verifica, no
en su carácter adscriptivo, sino en su carácter sustantivo, es
decir, en la posibilidad real y efectiva de la participación y la
acción política; en consecuencia, la exclusión social mantendría
a quienes se encuentran en esta situación fuera de los márge-
nes de una auténtica ciudadanía, revelando las limitaciones y
reduccionismos de la propuesta liberal de igualdad formal. Los
excluidos sociales son no ciudadanos en tanto no se modifi-
quen las estructuras sociales que los someten a dicha condi-
ción. Por ello el Estado debe garantizar a través de sus institu-
ciones las condiciones mínimas de bienestar que aseguren una
ciudadanía plena.

71 La ciudadanía social guarda relación directa con las cuestiones distributi-

vas debido a que garantiza ciertos derechos a conseguir beneficios materia-


les relacionados con el status de ciudadanía: el derecho a una cantidad
módica de bienestar económico y seguridad, el derecho a compartir la
herencia social y a vivir como un ser civilizado de acuerdo con los niveles
predominantes de la sociedad.

– 218 –
Sin embargo, en esta etapa, se establece un nuevo criterio
de exclusión: la ciudadanía social sólo es otorgada a los traba-
jadores. Pero, cuáles son las consecuencias de esto en una so-
ciedad –como la actual– de trabajadores sin trabajo?.

Políticas de inclusión y construcción de ciudadanía


La profundización del desempleo y las situaciones de exclu-
sión, dieron pie a que se definieran un conjunto de políticas
sociales que, en general y en términos de lucha contra la po-
breza y la desocupación, privilegiaron, una definición de la
problemática centrada en lo individual, desconociendo los
aspectos sociales o laborales y sin tomar en consideración
aquéllos vinculados con la distribución de la riqueza, la equi-
dad social y la dignidad humana.
Es a partir de esta idea individualista, que se asume la hete-
rogeneidad y diversidad de las situaciones de pobreza derivan-
do en una variedad de programas orientados hacia diferentes
destinatarios –niños en riesgo, mujeres, jóvenes–. Estos planes
se han encauzado, fundamentalmente, hacia la utilización de la
fuerza productiva de los beneficiarios, ya sea propiciando la
“incorporación por el empleo” a través de instancias de capa-
citación destinadas a aumentar su empleabilidad o exigiendo
una contraprestación por la transferencia de ingresos con la
pretensión de emular un contrato laboral, pero también hacia
el asistencialismo para quienes se encuentran incapacitados de
generar valor económico. En todos los casos, la fuerza está
puesta del lado de la oferta al destacar la importancia de la ac-
ción colectiva –despolitizada– de los afectados; mientras se ubi-
ca en un segundo plano la necesidad de que el Estado asuma un
rol protagónico en los procesos de cambio de la sociedad.
En general, todas estas políticas han tenido un carácter más
compensatorio y asistencialista que propiciatorio de procesos
reales y efectivos de inclusión social apareciendo como su
principal propósito establecer la gobernabilidad y confinándo-

– 219 –
se a ser una dimensión marginal y posterior de la política eco-
nómica.
Esta concepción adhiere a los enfoques más tradicionales y
conservadores de la política social y la economía, partiendo de
una visión atomística de la sociedad que reconoce en los indi-
viduos con intereses particulares el principio articulador de la
organización social.
Desde la perspectiva de los procesos de construcción de
ciudadanía se asimilaría a una forma subsidiada en la que no es
posible pensar en un “nosotros”, una sociedad en el sentido de
formar parte de una comunidad de intereses72. Con ella se im-
pide el desarrollo de valores compartidos al tiempo que se
mantiene al individuo en una situación de dependencia mate-
rial y moral que limita su autonomía y su participación y plan-
tea la cuestión del derecho a recibir ayuda positiva por parte de
la sociedad73. Esta noción que reclama solidaridad hacia los
afectados es la que presta su fundamento al surgimiento de
distintas organizaciones “especializadas” en el desarrollo de
acciones solidarias y mediante la cual justifican su propia pre-
sencia y se legitiman, en parte, las políticas asistencialistas.
En contraposición con esta idea de ciudadanía hay otra, que
se distancia a la vez del enfoque del liberalismo (ciudadanía
formal) como de la ciudadanía social y que no se verifica, ni en
su carácter adscriptivo, ni sólo sustantivo, sino activo, es decir,
en la participación real y efectiva y, en consecuencia, en la ac-
ción política. Esta concepción, derivada de las perspectivas
más críticas, se define como una construcción democrática,
autónoma y libre y en tal sentido supone la pertenencia fuerte
a una comunidad política y la igualdad de posibilidades para
alcanzar una vida digna y participar en la vida pública de la

72 La forma que deriva de esta visión es la de la racionalidad capitalista, por

la que los pobres no se constituirían en ciudadanos, ya que los derechos


sociales no pueden adscribirse a sujetos individuales y en tal sentido no son
demandables, por lo tanto, sólo pueden ser asistidos.
73 El excluido es de manera irreversible un “no ciudadano”

– 220 –
comunidad (Oraisón, M. – A. Pérez, 2006). Para Habermas
(1999, p. 258) la autonomía de los ciudadanos no depende ni
de las libertades subjetivas ni de los derechos de prestación
garantizados para los clientes del Estado de Bienestar, sino de
asegurar conjuntamente las libertades privadas y públicas.
Los derechos subjetivos que habilitan para la vida autóno-
ma sólo pueden ser formulados, adecuadamente, cuando los
propios afectados participan por sí mismos en las discusiones
públicas acerca del contenido de estos derechos, en relación
con aquellos asuntos que directa, o indirectamente, los afectan.
En consecuencia, son los procesos de participación genuina
los que aseguran la construcción de una ciudadanía critica,
autónoma y activa: No se trata, por lo tanto, de un status for-
mal a priori, o una condición que se logra luego de alcanzar
previamente otros derechos, sino de un proyecto de acción
emancipadora y transformadora del sujeto y de su realidad en
el que el hombre se realiza como tal.

Planes sociales y ciudadanía: el discurso de los beneficiarios


En este apartado la propuesta es considerar la vinculación
de políticas sociales de inclusión con los procesos de construc-
ción de ciudadanía a partir de una serie de testimonios de be-
neficiarios de planes sociales –específicamente el Plan Jefes y
Jefas de Hogar– localizados en una pequeña comunidad del
nordeste del país. En especial, cómo son interpretadas las
ideas y prácticas relacionadas con su ubicación en el espacio
social, así como las imágenes acerca de los derechos y obliga-
ciones que a cada uno le competen, ocultos en lo que se “da
por supuesto” en el discurso cotidiano.
La información se construyó mediante entrevistas semi-
estructurados a partir de una muestra teórica conformada por
hombres y mujeres de mediana edad y beneficiarios del men-
cionado Plan. Este consiste en un subsidio de $150 mensuales
que se otorga a personas desempleadas las que asumen el

– 221 –
compromiso de realizar una actividad en carácter de contra-
prestación. El número de entrevistas (quince en total) se fijó
tomando como criterio el de saturación.
Para su tratamiento se recurrió al análisis del discurso, en-
tendido como una forma de praxis social, en tanto la misma
constituye el punto de intersección entre lo estructural y lo
individual, a la vez que permite el abordaje empírico de las
tensiones señaladas. Así, se indagan prácticas discursivas con-
siderando al lenguaje –hablado o escrito– una forma de prácti-
ca social que ocupa una posición central tanto en los procesos
de producción como de reproducción del orden social. Para
Gramsci (2000), todo lenguaje encierra una determinada con-
cepción del mundo y en consecuencia, no sólo da cuenta de la
realidad, sino que a su vez, adquiere un carácter performativo,
en tanto contribuye a su producción, desempeñando un lugar
determinante en la construcción de la hegemonía y la contra-
hegemonía. Así, el mundo tiende a ser percibido como eviden-
te –como modalidad dóxica–, porque las disposiciones de los
agentes, sus habitus, son en lo esencial el producto de la inte-
riorización de las estructuras del mundo social. (Bourdieu,
2000, pág. 134). Pero, al mismo tiempo, puede ser construido y
dicho de diferentes modos según distintos principios de visión y
de división, variables en relación con la posición del agente en el
espacio social, los intereses asociados y los habitus incorporados;
mientras que en la visión ordinaria se aprehende el mundo co-
mo un orden natural, es igualmente posible pensar en una vi-
sión herética, que opone al punto de vista anterior una pre-
visión paradójica, utópica, proyecto o programa que pretende el
acaecimiento de lo que enuncia (Bourdieu,1985:96)74.

74 Esta idea de “visión del mundo” puede ser asimilada al concepto de

“sentido común” de Gramsci, y que en tanto fondo común constituye la


hegemonía, pero que es interceptado por las experiencias cotidianas, en
particular las del mundo del trabajo, y que permiten la configuración de
una contrahegemonía que tendría su punto de apoyo en el “núcleo del
buen sentido”. (cfr. Gramsci, Cuadernos de la Cárcel)

– 222 –
En este contexto, las representaciones ideológicas hacen re-
ferencia a un conjunto de configuraciones mentales comparti-
das por los diferentes grupos sociales, que al circular en los
discursos y las comunicaciones operan como legitimadoras del
orden social vigente, y en tal sentido aluden a modos colecti-
vos y auto-evidentes de percibir la realidad. Desde la perspec-
tiva de la política, las representaciones ideológicas resultan
eficaces en la medida en que recurren al lenguaje ordinario y se
formulan a partir de una explicación racional de la realidad, no
ya en términos de verdad o falsedad como en el ámbito de la
ciencia, sino como correctos o incorrectos, útiles o inútiles.
Pero las reglas y prácticas que se institucionalizan definen
siempre una ética concreta para esa sociedad a partir de la cual
se analizan e interpretan las distintas situaciones, se fundamen-
tan las consideraciones técnicas y se establecen las estrategias
de implementación (Nun, 2001).

La visión acerca de la sociedad


Para los beneficiarios de los planes sociales, el plan aparece
como el único recurso que han encontrado frente a la situa-
ción de desempleo, y esta situación y el escaso ingreso que
perciben contribuye a consolidar la imagen de una sociedad
asimétrica basada, fundamentalmente, en la inequidad:

…y supuestamente es para todos los que no tienen otro in-


greso para la familia, supuestamente eso es pero como ya sabes
en todas partes hay acomodados... jajaja (varón, 27 años)

El empleo del término supuestamente que se reitera, busca dar


a entender que existe un apartamiento de la norma escrita
–mediante el cual se habilita la incorporación de otros no
comprendidos en ella– mientras que recurriendo al humor y la
generalización de tales situaciones que deriva del conocimiento
práctico –“las cosas son así”– se manifiesta la aceptación al
orden social injusto y asimétrico. En tal sentido, esta diferen-

– 223 –
ciación –entre los que gozan de algunas prebendas y privile-
gios y él mismo– no sorprende, porque…

… es como en todos lados… o sea que no hay que sor-


prenderse de eso… o sea te digo es todo acomodación no
más acá; ahora todos los sueldos están valuados en $1.000,
$1.500 y con $150 uno tiene que tratar de arreglarse… diga-
mos si te llegan a dar como yo siempre lo dije más de $150,
300 ponele uno puede cumplir las 4hs porque ya con $300
uno ya no es que sub-vive sino la trata de pelearla (idem)

La noción de asimetría tiende a reafirmarse en la compara-


ción con los diferentes niveles de ingreso, lo que implica la
necesidad de arreglarse, el uso del impersonal da cuenta de las
circunstancias compartidas por una parte importante de la
población, de modo que no puede ponerse en cuestión y en tal
sentido aparece naturalizada, pero también establece una suer-
te gradación en la precariedad entre el que sub-vive y el que trata
de pelearla.
Coexistiendo con esta mirada se instala la noción de trabajo
como deber social y único medio que legitima la percepción de
un ingreso.
No aparece en esta emisión la consideración del contexto
social o el reconocimiento de las causas que inciden en la con-
figuración de la situación de los distintos agentes, sino, por el
contrario una recuperación de la norma individual propia del
sistema capitalista que considera que la autonomía del indivi-
duo debe ser suficiente para procurar su subsistencia.

la gente no sabe valorar, ellos creen que, yo voy a que mu-


cha gente cree que el gobierno está en la obligación de darle
los $ 150 sin que ellos tengan que moverse de sus casas….yo
me crié trabajando y si hay algo que siempre me enseñó mi
papá es que hay que trabajar, las cosas hay que ganarse, nada
de tocar lo ajeno …y bueno, creo que la gente se tomó al plan
como que era una obligación del gobierno de mantenerle y

– 224 –
después ya vino todo el problema que querían aguinaldo y
aumento en diciembre, para mi no podes pedir aumento o
aguinaldo cuando no cumplis ni siquiera por esas cuatro
horas (mujer- 33 años).

Coincidente con esta lógica de individuación y ausencia de


un “nosotros” que ayude a la consolidación del vínculo social
(Bauman, 2003), la emisión se organiza en torno a la necesidad
del hablante de diferenciarse de aquellos – “la gente”– que
asumen el plan como una “obligación del gobierno” sin reco-
nocer su propia obligación de trabajar, que a partir del uso
reiterado de la expresión “hay que” deviene en mandato social
igualmente naturalizado.
Con similar sentido, se presenta la siguiente enunciación,
que convalida la importancia de la contraprestación, des-
responsabilizando al Estado –personificado en los gobiernos–
de hacerse cargo de sus ciudadanos, si estos no realizan algún
aporte a su comunidad.

…y me parece, muy bien, no tiene porque de mi forma de


ser el gobierno tiene que darte un sueldo si vos no haces un
aporte como mínimo a la comunidad, limpiar una zanja, car-
pir, ayudar en la limpieza del pueblo lo que haga falta… (mu-
jer – 33 años)

Acerca de los modos de ser ciudadano:


Pero, este modo de resolver las condiciones de desempleo e
inequidad en las cuales los sujetos se encuentran inmersos,
incide en la configuración de una situación de dependencia
entre el beneficiario del plan y las figuras que se identifican
como representantes de quienes detentan la posibilidad de
brindar asistencia y ayuda, así para lograr conseguir el “plan”.

– 225 –
…a través de la municipalidad, tuve que andar siempre de-
trás de los políticos viendo para que me den el plan, hice no-
más así de una y me salió (varón – 27 años)

En esta emisión se advierte, nuevamente, esta organización


asimétrica de la sociedad, donde el sujeto aparece como de-
mandando un plan que se otorga como un don: la expresión
“para que me den” posee una fuerte carga semántica que se-
guida de “tuve que andar detrás de los políticos” posiciona al
agente en condiciones de subordinación. De este modo, se va
conformando una práctica social anclada en la lógica del asis-
tencialismo y en la que las posibilidades de acción política se
diluyen en la negociación entre ambas partes.

y para las empresas es lo mismo, acá tenes MiDE,


UNITAN ahora hay otras textiles que si o si te piden reco-
mendación acá del intendente, no se como es el tema que
ellos arreglan que vos tenes que irte y tenes que llevar una
recomendación de ellos o sea que es lo mismo, si vos pateas
en contra de ellos, acá en Tirol te vas a morir de hambre, no
tenes otra salida.(varón – 38 años)

Se ponen de manifiesto, aquí, las prácticas clientelares pre-


valecientes y frente a las cuales los sujetos se sienten inermes y
no saben rebelarse, el empleo reiterado del verbo “tener que”
da cuenta de esta circunstancia. Si bien Auyero (1997) destaca
que el intercambio de votos por favores de reciprocidad cons-
tituye una de las estrategias que, con frecuencia, encuentran los
sectores pobres para dar respuesta a sus necesidades básicas
inmediatas, no se trata de una relación simétrica sino, por el
contrario, existe una clara dominación derivada de desiguales
dotaciones de capital cultural, simbólico y económico entre
patrones/políticos y clientes; pero también de la posición de
subordinación que ocupan los agentes, en el campo clientelar,
ya sea como dispensadores o necesitados.

– 226 –
En esta relación de dominación de la que participan los pa-
trones –dadores de determinados servicios, bienes o favores a
otros– y clientes –que los retribuyen con fidelidad– el cliente-
lismo tiene dos aspectos, lo que específicamente se intercam-
bia y lo subjetivo –que es más importante que el intercambio–
considerado como un conjunto de creencias, presunciones,
estilos, habilidades, repertorios, hábitos que acompaña a los
intercambios (habitus clientelar). Así, esta lógica del don que no
tiene retribución aparente, implica, sin embargo, la posibilidad
de perpetuarse en su condición de asistido.
Los movimientos sociales, por su parte, tampoco rompen
con esta lógica clientelar y la discrecionalidad a favor de algu-
nos aparece, una vez más, como una marca de la sociedad que
no hace distingos según sectores:

yo creería en hacer cumplir mas a las personas porque ese


tema que yo participe en muchos cortes de ruta como era el
manejo… y porque era todo manejo de una mano negra va-
mos a decir yo veía, yo participe en miles de cortes de ruta y
ahí se le da a las personas que no corresponde, hay personas
que se va y lucha por tener ese jefe de hogar porque realmen-
te necesita y se dan todo ellos, los que están alrededor de ellos
no mas ahí hay muchas cosas feas en eso (mujer – 29 años)

Se destaca la semejanza en los modos operativos de estos


grupos cuya identidad se define a partir de una actividad y un
emplazamiento o recurriendo al pronombre “ellos”, que los
opone al sí mismo. De modo similar, En este mismo sentido,
se emplea reiteradamente el término “manejo” –tomado en el
sentido de artimaña o ardid y en consecuencia desvalorizante–
de aquellos que claramente no se quiere individualizar, por lo
cual se alude a una “mano negra”, expresión que se mitiga al
añadir “vamos a decir”. Así, los movimientos sociales no se
constituirían en alternativa, contribuyendo, también, a conso-
lidar la lógica del asistencialismo, caracterizada, fundamental-

– 227 –
mente, por su circularidad. La siguiente declaración da cuenta
de ello:

Eso es lo que yo le dije si me podía hacer antes el papeleo


y me dijo que no, que tenes que esperar,… muchos trabajitos
así en blanco no pude agarrar por el tema del plan porque era
por un mes o por 15 días que te blanquean por si te golpeas y
bueno, ellos te dicen directamente si te blanquean te cortan el
plan y de ahí como recuperas y si después te quedas sin traba-
jo tenes que chorear (varón – 42 años)

Nuevamente, se advierte la asimetría que subyace al mal


trato y la discrecionalidad con que se establece el vínculo con
el beneficiario; el empleo del pronombre en primera persona,
la negación y el imperativo –que no da lugar a otra opción–
refuerzan la idea que quiere transmitir el hablante. Asimismo,
se pone en evidencia la perversa lógica de estas políticas socia-
les, que obligan a rechazar un posible empleo “en blanco”,
aunque de corta duración, para no correr el riesgo de perder el
“plan” y encontrarse en una situación aún peor que la actual, el
uso del término chorear da cuenta de esta posible mayor degra-
dación.
Sin embargo, y retomando una expresión de Gramsci, so-
bre ese fondo de discurso hegemónico que configura el senti-
do común de una comunidad aparecen algunos elementos que
irrumpen a partir de las experiencias cotidianas de los agentes
y que configuran atisbos de “buen sentido” que habilitan, a
veces, la formación de una contra-hegemonía o sentido de
separación o distinción.

y cada vez que hacen reuniones ahí como hicieron hoy pe-
ro es así cada tanto, ellos se reúnen cada vez que te van a
apurar no más para que vos vengas a laburar sino no hacen
reunión de nada.

– 228 –
En esta emisión resulta interesante la diferenciación entre
un “ellos” que en general nuclea a quienes detentan el poder
–político o económico– y un “yo” o un “nosotros” que remite
al hablante y se encuentra, en todos los casos, en situación de
desprotección, subordinación y sometimiento, pero que sin
embargo muestra una cierta competencia para percibir la opo-
sición entre ambos y que, en algunos casos, alcanza para ex-
presar cierta resistencia:

si, a mi me solían citar por el tema porque yo no iba a


cumplir las 4hs pero directamente como yo les dije a todos
los que estaban presente ahí si ellos podían realmente vivir
con $150 por mes y ninguno me supo decir, bueno yo si co-
bro 150 y vivo por mes, entonces yo le dije bueno mira si
Uds. ven que me van a sacar, sáquenme porque no vivo con
150 me ayuda le dije pero no vivo (varón – 27 años)

En la proposición precedente, el hablante no sólo manifies-


ta su disconformidad y falta de disposición para prestarse al
juego del sojuzgamiento, sino que además intenta hacerlo evi-
dente para el oyente, el recurso a numerosos reforzadores lo
indican: uso de pronombres personales, adverbios, la oposi-
ción entre “todos”, “ellos”, “ninguno” y el uso del imperativo
para el verbo “sacar”, en expresión de desafío a la autoridad.

A modo de conclusión
Junto con el aumento y profundización de los procesos de
exclusión, el desarrollo de estrategias que promuevan la inclu-
sión ha devenido en el gran desafío de nuestra sociedad, po-
niendo en discusión el tema de la ciudadanía, en particular
aquello que se entiende como ciudadanía social. Esta noción
ha estado siempre vinculada a la necesidad de mitigar los pro-
cesos de desigualdad que genera el mercado constituyéndose

– 229 –
en respuesta a las presiones de desmercantilización75. Es así,
que el cuestionamiento al discurso único neo-liberal enfatiza
cada vez más la necesidad de avanzar hacia la implementación
de democracias pluralistas y solidarias.
Sin embargo, y desde la perspectiva de este artículo, las po-
líticas sociales han operado con un concepto restrictivo de
exclusión –y fundamentalmente de inclusión– que sólo reco-
noce en las carencias materiales –derivadas de las situaciones
de desempleo y pobreza– o caracteriales –vinculadas a “modos
de ser”– los orígenes del problema. Por tanto, ninguna de ellas
ha alcanzado a diseñar mecanismos adecuados para dar cuenta
de las cuestiones estructurales de las cuales derivan tales pro-
cesos; en lugar de definir estrategias de inclusión revierten en
más exclusión. En efecto, las relaciones que se plantean entre
el sujeto beneficiario y las instituciones de asistencia del Esta-
do no han podido evadir la burocratización, el clientelismo y el
paternalismo y en lugar de favorecer la materialización de la
ciudadanía, eliminando las cargas de la pobreza, mantienen al
individuo en una condición de subordinación al demandar
asistencia sin acceder a plantear la reivindicación auténtica de
sus derechos.
En consecuencia, además de intentar encontrar soluciones
reales a la pobreza y el desempleo se hace imprescindible habi-
litar estrategias que privilegien la participación genuina en el
espacio público, porque no se trata sólo de resolver las necesi-
dades de los sectores empobrecidos, sino de contribuir al desa-
rrollo humano mediante la construcción de sujetos autóno-
mos, con capacidad para participar en las decisiones que los
involucran y reclamar los derechos que les corresponden.

75K. Polanyi sostiene que “en la historia de la política social, los conflictos
han girado principalmente en torno a qué grado de inmunidad de mercado
sería permisible; es decir, los recursos, la extensión y la calidad de los dere-
chos sociales”

– 230 –
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– 232 –
ACTORES Y CONSUMO:
RESPUESTAS A LA POLÍTICA SOCIAL

Sebastián Goinheix

Introducción
En el presente artículo se desarrollan y profundizan algunos
aspectos del uso de las políticas sociales, que realizan los bene-
ficiarios de una política de transferencias condicionadas. La
investigación formó parte de la tesis de maestría76, en que se
analizó la apropiación, reinterpretación y resignificación de los
discursos y prácticas que la política propone a sus beneficia-
rios, o aspira que estos desarrollen, en un contexto de subor-
dinación.
De este modo se insinúa un problema relativamente nuevo
en la literatura sobre desigualdad y políticas sociales. Esquemá-
ticamente, los acercamientos a estos problemas, generalmente
se proponen o bien desde la estructura social que produce
desigualdad, los conflictos y consecuencias que genera, o bien
desde el diseño de las políticas, discutiendo su pertinencia y
alcance, así como los resultados o impactos a que da lugar. De
este modo se suele considerar obvia y no problemática la pro-
pia participación de los beneficiarios, suponiendo de alguna
forma que estos toman una postura acrítica o pasiva, dada las
extremas necesidades a que están expuestos, por lo que la in-

76 “La dominación y sus respuestas. Usos de las políticas sociales por sus

beneficiarios”, 2007. La tesis fue defendida en noviembre de 2007.

– 233 –
tervención sólo se preocupa por el diseño, incluyendo tal vez
la participación de los usuarios, pero no su actividad de recep-
ción. Sin duda la bibliografía que toma un enfoque desde los
actores es importante, sin embargo pocas veces se vinculan a las
intervenciones estatales. Si bien toman por objeto las viven-
cias, significaciones, etc. de la situación particular de unos de-
terminados actores, analizando el contexto sociocultural en
que viven, en general no lo hacen en relación a las interven-
ciones de la política pública.
Se parte de la idea que, además de los conflictos por la des-
igual distribución de la riqueza, existen conflictos por el des-
igual respeto y consideración que reciben los distintos grupos
(Fraser, 1997). Tales conflictos, predominantemente culturales,
se expresan en el distinto grado de reconocimiento y legitimi-
dad de los valores de cada grupo (Bourdieu, 1998, 2000), y
tienen como arena las instituciones, la significación de los lu-
gares, la producción de estigmas y su posible resignificación,
las expectativas en el trato, etc. Los grupos sometidos generan
diversas estrategias de resistencia, por ejemplo a través del
retiro hacia un discurso oculto (Scott, 2000; Jelin, 2001) o por
medio de enfrentamientos más explícitos, pero también pue-
den verse cooptados por una gestión que tiende a generar par-
ticipación en y legitimación de la dominación. Por tanto la
actividad de reinterpretación de la política social por parte de
sus beneficiarios está enmarcada por estas líneas de acción en
términos de sumisión o resistencia; de aceptación o rechazo.
Este tipo de intervenciones no siempre son problemáticas
desde la perspectiva de los valores, puesto que las opiniones
que la política expresa pueden ser, hasta cierto punto, compar-
tidas por aquellos a quienes se dirige. Es decir que muchas
veces los beneficiarios aceptan y/o comparten los valores –
explícitos o implícitos– de las políticas, más o menos en los
mismos términos que los diseñadores y efectores de la política,
a pesar que violente o contradiga otros de sus propios valores,
significaciones y prácticas. Sin embargo, en la mayoría de los

– 234 –
casos se produce un conflicto entre las diferentes visiones; a
veces más o menos abierto a partir de la no aceptación, por
parte de la población objeto de la política, de la misma o de
algunos de los aspectos valorativos que ella contiene. Otras
veces implícito, a partir de las ambigüedades entre ciertos valo-
res de los usuarios que entran en contradicción con los valores
que los mismos comparten con, o aceptan de, la política.
De lo expuesto se desprende que la política social parecería
exigirle a sus usuarios, de forma implícita o explícita, la trans-
formación de una serie de conductas (en el caso de las transfe-
rencias condicionadas varias de estas exigencias se presentan
explícitamente). Así, se sugiere que existe una brecha en las
concepciones que las políticas comportan, que se enfrenta a
una “cultura” diferente desde la que se realizaría una reapro-
piación de dichas políticas. El diseño de la política contiene
estereotipos en cuanto a estilo de vida, normas y códigos de
conducta, en tanto la población a la que se aplica tiene estilos,
normas y códigos distintos. Puede pensarse que la recepción
de una política así diseñada que hacen sus usuarios será con-
flictiva, mientras que la resolución del conflicto estará dado
por la aceptación o resistencia a las normas.
En este contexto ¿cómo reciben los usuarios de la política
social, dichas “exigencias”, que se podrían definir como for-
mas de normalización (en el sentido expuesto por Foucault)? ¿El
uso –reinterpretación, resignificación o reapropiación– que se
hace de la política social tiende a ajustarse o a resistir las pautas
normativas y culturales (expresadas en, o a través de, discursos
y la producción y lucha por la definición de los mismos) pre-
sentes implícita o explícitamente en la política?. O, lo que es lo
mismo: la forma en que los beneficiarios usan la política y se
relacionan con las instituciones que la promueven, ¿tiende a
transformar algunos aspectos importantes de sus valores,
normas de convivencia, estrategias de supervivencia y roles
familiares o, por el contrario, estos aspectos permanecen sufi-
cientemente preservados como para pensar en una reapropia-

– 235 –
ción del subsidio según una lógica propia (y en cierto sentido
divergente a la promocionada desde la política)?
Para responder estas preguntas se considerará primero,
conceptualizaciones referidas a la construcción, circulación e
interpretación de discursos y su articulación con las prácticas
en contexto de relaciones de poder, de modo de dar cuenta de
los procesos de reinterpretación y uso de la política. En se-
gundo lugar, se describirá la política social tomada por caso de
estudio, una política de transferencias condicionadas, en espe-
cies, en el ámbito del Instituto del Niño y Adolescente Uru-
guayo (INAU). Luego se presentará el análisis de la evidencia
empírica, referente a aspectos de consumo y administración de
los recursos por parte de las familias beneficiarias de las trans-
ferencias, así como algunas críticas y reclamos a que dio lugar.
Estos aspectos permiten una mirada privilegiada a la reinter-
pretación de la política a la vez que a las relaciones familiares y
la satisfacción de necesidades. Finalmente, cerrará la investiga-
ción una discusión sobre los principales hallazgos a modo de
conclusión.

“Uso” como respuesta activa de los agentes


Para comenzar la discusión es pertinente analizar cómo los
agentes se vinculan con el Estado, sus instituciones y políticas,
desde una perspectiva de la interpretación discursiva. De este
modo se propone una visión de la actividad de los agentes
sociales, como productiva y creativa, para luego intentar co-
nectarla con la cuestión del poder y del control que toda polí-
tica comporta.
La hipótesis central que se plantea es que los agentes siem-
pre responden de algún modo a las políticas que intervienen,
ya sea para mejorar sus condiciones de vida, ya para evitar
conflictos, o reprimir incivilidades e ilegalidades. Por lo tanto
las respuestas que dan no son automáticas, dados determina-
dos “estímulos”, sino que son activas y creativas. Es así que

– 236 –
aún la indiferencia es un tipo de respuesta en tanto comunica
desesperanza, falta de oportunidades y confianza para em-
prender proyectos, etc. Los agentes, entonces, producen “res-
puestas” y no meras “reacciones”. Sin embargo esto no quiere
decir que dichas respuestas impliquen una automática resisten-
cia u oposición a las políticas, por el contrario esta actividad
puede constituir una abierta aceptación (y a veces una sumi-
sión) a los esquemas o valores propuestos (o impuestos). Jus-
tamente la política –y los valores que trasmite– exige y pro-
mueve una producción por parte de los actores, por lo que
dará lugar a esquemas de normalización y aceptación tanto
como de oposición y resistencia. La política abre un diálogo en
que los beneficiarios tienen algo para decir, incluso con su
silencio.

Interpretación, práctica y relaciones de poder


Para Bajtín la palabra de un locutor cualquiera, siempre está
orientada hacia un interlocutor, y les pertenece a ambos ya que
la palabra está, desde el comienzo, orientada a la posible res-
puesta de su interlocutor, aún su silencio. Toda comprensión
de un significado implica una postura de respuesta, con lo cual
la comunicación debe entenderse como un encadenamiento de
enunciados. Esto resulta central en la cuestión aquí abordada:
la comprensión no es pasiva sino una respuesta activa que se
produce desde la propia emisión, en la medida en que ésta ya
prevé y se adelanta a la posible respuesta. En la perspectiva del
estudioso del carnaval, el diálogo se vuelve la arena de una
lucha por el significado y la comprensión de los signos, en el
que el autor de un enunciado es –y expresa– una instancia
múltiple. Las diferentes clases y grupos emplean los mismos
discursos, luchando por su definición.
De un modo similar, Foucault plantea que el saber está ins-
cripto en las prácticas. El saber es un tipo específico de prácti-
ca, de modo que no puede pensarse como simple representa-

– 237 –
ción de la realidad. En este sentido plantea la materialidad de
las ideas o representaciones y su inscripción en la situación
social concreta. Dicha inscripción se produce en un conjunto
de conexiones, y no en una única relación de representación del
objeto por parte del sujeto. Según Deleuze y Guattari (1994),
estos dos aspectos son tratados, por Foucault, como multipli-
cidades de expresión o enunciados –“formación discursiva”– y
de instituciones, objetos o prácticas –dominios no discursi-
vos–, y son irreductibles a la pareja significante-significado,
además de estar articuladas por relaciones entre ambos domi-
nios.
La irreductibilidad y tensión presentes en la concepción
foucaultiana entre las prácticas y los discursos implica que no
se pueden deducir las primeras de los discursos que las justifi-
can y dan sentido y, del otro lado, que no es posible traducir
las prácticas sociales en términos de ideología (Chartier, 1996:
28 y ss). Queda en pie la dificultad que esta dicotomía genera,
dado que se debe dar cuenta de prácticas que son irreductibles
a los discursos, por medio de otros discursos. Roger Chartier
(1996) caracteriza esta empresa con la metáfora de conducir
“al borde del acantilado”. En realidad Foucault, en sus análisis
históricos, brinda ejemplos a través de un tratamiento disímil
de los diferentes materiales o “discursos” (un edicto municipal,
una confesión, una obra arquitectónica, una novela, etc.). Si
bien todos son discursos, estos se conectan de formas múlti-
ples con la “realidad”, instituciones y prácticas. Por ello aquí se
mantendrá la heterogeneidad de los diferentes discursos de los
beneficiarios, incluso a su interior según el mismo cobre ma-
yor o menor tono expresivo y capacidad de verosimilitud, del
de otros actores (funcionarios, equipos técnicos, etc.), del pre-
sente en los documentos, y de las descripciones de prácticas y
rutinas a partir de las observaciones de campo. Esta heteroge-
neidad de los discursos es lo que permite una distinción que no
se cierra en sí misma por imposible: saltar hacia el acantilado.

– 238 –
Pero entonces el concepto de discurso cambia su estatuto,
ya no es meramente lo que representa la realidad, “espejo de la
naturaleza”, sino un dominio especifico que se conecta y arti-
cula con otros elementos de la realidad en tanto acontecimien-
tos discursivos (Foucault, 1992a, 1992c). Las prácticas y los
discursos se mantienen con su especificidad, irreductibles uno
del otro, por tanto los discursos mismos son tratados como
series regulares de acontecimientos, lo que le permite, siguien-
do a Nietzsche, introducir el azar y la materialidad en el pen-
samiento. Así la historia (como wirkliche Historie, historia real o
efectiva) debe distinguirse de la Historia teleológica, dirigién-
dose contra el empleo metafísico de la historia, que se reen-
contraría con su identidad preservada en el tiempo. En esta
wirkliche Historie el origen, al contrario que en la metafísica, está
dado por la “discordia”, el “disparate”; no intenta descubrir
una esencia o un lento discurrir hacia aquello que somos y que
no podíamos dejar de ser, como algo que estuviese preconfi-
gurado ya desde el origen. Así Foucault realiza una lectura de
Nietzsche en que el origen se opone a una teleología suprahis-
tórica, de modo que la palabra origen remitiría a dos sentidos
diferentes: como procedencia, en tanto que permite remover lo
que parecía inmóvil y hacer surgir lo heterogéneo; y como
emergencia, como la singularidad de un surgimiento, lugar de
enfrentamiento (Foucault, 1992b).

La intervención estatal y el actor


Elizabeth Jelin (1994), dentro de una discusión que pone en
la agenda la incorporación del trabajo invisible de las mujeres
en el ámbito doméstico y en el cuidado de los enfermos y de
los viejos, muestra la importancia de la familia para entender
los procesos de producción y reproducción; parentesco; “sali-
da” de las mujeres al mundo público y “entrada” de los con-
troles sociales al ámbito privado. La vinculación de la familia y
el Estado pasa a través de cuatro instituciones y acciones per-

– 239 –
manentes: 1- políticas sociales (población, salud, educación,
vivienda, previsión social); 2- mecanismos legales y jurídicos
vinculados a la defensa de los derechos humanos y los siste-
mas penales; 3- instituciones y prácticas concretas: policía y
aparato judicial, prácticas concretas de instituciones educativas
o de salud pública, política estatal sobre medios de comunica-
ción; y 4- interacción cotidiana en la sociedad civil que otorga
sentido a la relación familia-Estado.
En otro lugar (Jelin, 2001) la autora señala que, histórica-
mente, los grupos subordinados han sido parte de la comuni-
dad, ganando su acceso a través de luchas sociales. Pero para
ello es necesario constituir actores colectivos, proceso que esta-
ría ausente en situación de pobreza extrema, por lo que la res-
puesta está conformada por la pasividad, la apatía y la soledad.

“Inmersos en relaciones de poder asimétricas, los grupos


subordinados desarrollan formas ocultas de acción, creando y
defendiendo un espacio social propio en una «trastienda» don-
de expresan su disidencia del discurso de la dominación. [...]
Estas prácticas de resistencia son, en algún sentido, la manifes-
tación de un mínimo de autonomía y reflexión del sujeto”77

También Scott interpreta estos silencios, y las explosiones


de violencia que a veces se les vinculan, a través de la distin-
ción entre un discurso público y uno oculto. En el primero las
pautas son compartidas, en parte gracias a la dominación, pero
el segundo forja una oposición. En el discurso público el su-
bordinado (por prudencia, miedo o búsqueda de favores) le da
a su comportamiento público una forma adecuada a las expec-
tativas de los poderosos, pero manteniendo una trastienda en
la cual se genera una oposición a la dominación. Por tanto el
guiarse solamente por la transcripción pública sin tener en cuenta

77 Jelin, E., Exclusión, memorias y luchas políticas, en Mato, Daniel


(comp.) Estudios Latinoamericanos sobre cultura y transformaciones sociales en tiem-
pos de globalización, CLACSO, Bs. As, 2001, p. 95.

– 240 –
la transcripción oculta (hidden transcript) puede llevar al error de
interpretar como respeto y sumisión aquello que es planteado
como táctica. Además “este discutible sentido del discurso
público muestra la función crítica que tienen en las relaciones
de poder el ocultamiento y la vigilancia. Los dominados actúan
su respeto y su sumisión al mismo tiempo que tratan de discer-
nir, de leer, las verdaderas intenciones y estados de ánimo de los
poderosos, dada su capacidad amenazadora.” (Scott, 2000).
Sin embargo, justamente este carácter ilegítimo y oculto del
discurso de resistencia, es el que posibilita, muchas veces, la
propia dominación. Aunque a veces pueda presagiar una ins-
tancia más conflictiva de ruptura del orden, es con la acepta-
ción del discurso público que se acepta lo sustancial de la domi-
nación, es decir que esta resistencia del discurso oculto, no
deja de ser un recurso limitado. En todo caso, lo que se evi-
dencia con el concepto de discurso oculto es que la domina-
ción generalmente es resistida activamente por los dominados,
mostrando la inestabilidad de los sistemas de dominación.
De este modo señala algunas similitudes y diferencias con
la perspectiva foucaultiana. La importancia a los elementos no
discursivos es fundamental para ambos. En cambio, al contra-
rio que Scott, en Foucault la relación de los actores con los
discursos es problemática, y no se puede establecer una rela-
ción de exterioridad tan simple. Por tanto el “lugar” de la re-
sistencia no es tan preciso y claro como la distinción propuesta
por Scott: la lucha se produce en y por el discurso, tras su capa-
cidad de configurar sentido y vincular o conectar acciones, si
bien, una forma de tal lucha es el “retiro” de los actores hacia
una trastienda que permita una oposición no directa, y por
tanto preservarse de la violencia del poder.
Pero falta un análisis de otras estrategias, que pueden ex-
presarse públicamente y, entonces, resistir desde otro lugar, de
modo de trascender el mero replegamiento jugando en la es-

– 241 –
cena pública, quizá con “armas débiles”,78 pero que pueden,
incluso, trastocar o afectar la dominación. Para Foucault la
resistencia puede llegar a “dar vuelta” la dominación, al permi-
tirle a los subordinados emplear los instrumentos del poder en
su beneficio. Confiscar, dar vuelta (“transmutar” o “transfigu-
rar” en lenguaje nietzcheneano) las reglas, es más que resistir,
es la capacidad de instaurar una nueva dominación. Lo cual es
posible porque las “reglas están vacías, violentas, no finaliza-
das; están hechas para servir a esto o aquello; pueden ser em-
pleadas a voluntad de este o aquel [...]; quien, introduciéndose
en el complejo aparato, lo hará funcionar de tal modo que los
dominadores se encontrarán dominados por sus propias re-
glas.” (Foucault, 1992b: 17-18). Sin embargo la confiscación
del poder no es lo normal, en el sentido de que se espera una
cierta estabilidad de la dominación, pero permite llevar más
allá la capacidad de resistir y subvertir las reglas, y la domina-
ción, así como “denunciar” su origen, contingente y conflicti-
vo. Por ello el vocabulario militar: territorio, campo, despla-
zamiento, dominio, estrategia, táctica, acontecimiento,
posición, irrupción, repliegue... –de ahí la vecindad con la geo-
grafía (Foucault, 1992b)–; con el que se pretende evidenciar
que el acontecimiento es producto de una lucha, así como
también la desencadena; lucha que tiene forma de enfrenta-
miento pero no de avasallamiento (Chartier, 1996).
Por tanto la “huida”, la resistencia en la construcción de un
discurso oculto, constituye una de tantas instancias de la resis-

78 Bourdieu refiere una cita de Lucien Bianco “las armas del débil siempre
son armas débiles” (Bourdieu, 2000: 47). Para él los dominados aplican los
esquemas de los dominantes con lo cual “sus actos de conocimiento son,
inevitablemente, unos actos de reconocimiento, de sumisión. [...] [pero de
todas formas] siempre queda lugar para una lucha cognitiva a propósito del
sentido de las cosas del mundo y en especial de las realidades sexuales. La
indeterminación parcial de algunos objetos permite unas interpretaciones
opuestas que ofrecen a los dominados una posibilidad de resistencia contra
la imposición simbólica” (Bourdieu, 2000: 26-27, énfasis original)

– 242 –
tencia, generalmente cuando el poder infunde tal temor (o ilegi-
timidad sobre la voz de otros discursos) que no permite más
que el replegamiento. Sin embargo será de vital importancia
tener presente estas estrategias de resistencia y retiro hacia un
discurso oculto, junto con las actitudes más explícitas, para refe-
rir la actividad de reinterpretación de los actores sociales en un
contexto de dominación. Es oportuna, entonces, la observación
de Scott de que detrás de la “mansa obediencia”, los sometidos
desarrollan un discurso de oposición o resistencia a la domina-
ción, como forma de restituir una dignidad. Antes de analizar el
discurso de los entrevistados a partir de estas categorías, se des-
cribirá brevemente la política en que se inscribe su acción.

El Proyecto 300. Contexto normativo e institucional.


El problema de investigación se abordó a partir del estudio
de una política social concreta, el Proyecto 30079, que tiene lugar
en el ámbito del Instituto del Niño y Adolescente Uruguayo
(INAU). Se trata de una política de transferencias en especies,
que se destina a niños, niñas y adolescentes en situación de
calle a través de un contrato en que la familia se compromete a
la inserción en la escuela y abandono o paulatino retiro de calle
del menor beneficiario, además de otros compromisos fijados
en conjunto con el programa de la ONG o INAU80 (la gestión

79 Su denominación responde a que, en sus inicios en el año 2000, se pro-

ponía generar “becas” para 300 niños y adolescentes en situación de calle


por año. Debe considerarse que según un relevamiento de Gurises Unidos
existen unos 7.840 niños y adolescentes en situación de calle en el Uruguay
–aunque la investigación es del 2003-2004, es decir luego de la crisis del
2002, crisis que probablemente haya incidido en un aumento de estrategias
de calle en la familias pobres–. De todos modos el diseño de la política
tuvo importantes modificaciones desde esta idea inicial, por ejemplo la
ayuda estaría destinada a las familias, la cantidad de familias beneficiarias
queda supeditada a la disponibilidad presupuestal, etc.
80 INAU (o por su denominación anterior: INAME, Instituto Nacional del

Menor) tiene dos centros, a través del Programa Calles, que desarrollan
actividades con el Proyecto 300: “Casacha” y “La Escuelita”, los demás pro-

– 243 –
de documentación, cómo la cédula de identidad o el carné de
asistencia de salud pública, la realización de actividades, y
otros acuerdos que dependen de las situaciones concretas de
las familias). Estas actividades se orientan a la participación de
propuestas educativas; así como garantizar derechos de la fa-
milia a través del acceso a ciertos servicios.
Las transferencias se renuevan cada tres meses mediante
una compensación (dado que se exige el retiro de calle se
“compensa” con las transferencias) de 500 pesos, quincenal-
mente por niño en Proyecto, a través de ticket’s de alimentación
canjeables en supermercados o almacenes que cumplan con
ciertos requisitos administrativos. La transferencia no es con-
siderada en sí misma por la mayoría de los diferentes progra-
mas que la llevan adelante, sino que es definida como una
herramienta que posibilita el trabajo educativo con la familia,
para la promoción de los derechos y la construcción de un
proyecto de vida “integrado” a la sociedad.
La idea original del Proyecto 300, era “prevenir” la salida a
calle de los niños cuando aún estaban con sus familias, es decir
aunque no existiera abandono. De este modo se buscaba aten-
der estos problemas a partir de algún tipo de prestaciones
económicas para combatir la presencia de niños y niñas en calle,
a través de un fortalecimiento a las familias. A partir de decla-
raciones en prensa del presidente del INAME genera un acer-
camiento de varios empresarios, generando la posibilidad de
contar con recursos con los que INAME no contaba, pero
también en la inclusión de una perspectiva basada en la “ra-
cionalidad empresarial” –que demandaba ciertos resultados
desde determinadas lógicas–. A su vez se pudo movilizar un
conjunto de recursos que las empresas disponen, como los

gramas se desarrollan a través de las ONG’s. Se conservará en el texto la


denominación que corresponda según el período de referencia: la mayoría
de las entrevistas a informantes calificados de dicha institución fueron
realizadas cuando aún su denominación era INAME.

– 244 –
ticket de alimentación, la estructura de cajeros en supermerca-
dos que oficiaría como estructura recaudadora de la “colabo-
ración ciudadana”, la creación de una comunicación y publici-
dad profesional, el contralor financiero independiente, y
recursos directos aportados por algunas empresas (a través de
cuentas bancarias).
Esto llevó a un cierto conflicto respecto de la definición de
los contenidos de la política, conflicto en que los distintos
actores desarrollan una interpretación disímil de los conteni-
dos que una política de este tipo debía tener. Así el Proyecto fue
resistido por los técnicos de INAME al principio de su im-
plementación. Al comienzo la idea del Proyecto 300 fue cuestio-
nada fundamentalmente por el carácter asistencialista y el des-
conocimiento de los programas que actuaban en la materia.
Sin embargo sería exagerado plantear una total falta de acumu-
lación institucional. Esta tiene lugar, a veces, por vías informa-
les, a veces a través de los diagnósticos y puntos de vista com-
partidos, códigos de lenguaje, y fundamentalmente a través de
los propios programas que, más allá de los cambios, conservan
una historia y algunos objetivos comunes.
La intervención que intenta la política se justifica a partir de
un diagnóstico del incremento de situaciones de calle de me-
nores, en contexto de pobreza y conflictiva familiar así como
de deserción de las instituciones de integración social, de mo-
do que se produce un alejamiento de los derechos de los me-
nores y la construcción de un modo de vida (“identidad de
calle”) que vuelve difícil la integración. Así se propone que los
niños y adolescentes adquieran herramientas “para el mejor
cumplimiento de su función socializadora e integradora”.81
Se firma un contrato entre INAME, el o los menores y el
responsable –padre, madre o tutor– en donde la familia se
compromete a la permanencia del niño en la Escuela y la re-
ducción de horas de calle a cambio de ticket’s por valor de

81 Resolución Nº. 1466/000 FSV.-/fsv. 7 de septiembre de 2000, INAME.

– 245 –
1000 pesos uruguayos mensualmente por niño (pudiéndose
inscribir hasta tres niños por núcleo familiar). El contrato tiene
una duración máxima de dos años para cada menor, por lo que
los programas implementan la estrategia de “rotar” a los me-
nores titulares del contrato, para que la familia continúe con el
beneficio por más tiempo, cuando lo consideran necesario.
Dichos ticket’s tienen la restricción de uso exclusivo en pro-
ductos alimenticios y en comercios que proporcionen las fac-
turas o ticket’s de cajeros habilitados –se debe indicar no sólo
el monto sino el tipo de producto adquirido–. De este modo
se establece un control sobre el uso que el hogar realiza sobre
los ticket’s, siendo causal de finalización el gasto en productos
no admitidos.
Al comienzo quedaba implícito que el comportamiento de
los niños era motivado meramente por la falta de recursos, y
que al brindarlos estos debían adquirir hábitos normales de
conducta. Esta es la cuestión clave del control sobre como las
familias movilizarían los recursos y los destinos que estos ten-
drían, cuestión que supone un diagnóstico sobre las necesida-
des de los pobres como meramente alimenticias.
Dicho control supone un juicio de qué tipo de consumos –
y por tanto de conductas– serían legítimos y cuáles no, y su-
pone también la necesidad de disciplinar y educar estas con-
ductas de modo que no se desvíen de los fines socialmente
legitimados de la ayuda para pobres. Por tanto no se trata sim-
plemente de retirar de la actividad de calle a los niños, o de
escolarizarlos, sino de la instauración de un modelo de con-
ducta a seguir.
El “subsidio” no se dirige fundamentalmente a suplir el di-
nero logrado a través de las estrategias de calle, para que los
menores se retiren de tales actividades, o, dicho de otro modo,
de prescribir el alejamiento de la calle de los niños para lo cual
se supliría el dinero que estos logran. Más bien se trata de un
programa más ambicioso, que implica un diagnóstico de la
conducta y necesidades que estas familias tendrían, conducta

– 246 –
que habría que disciplinar o aleccionar: se trata de lograr la
adopción de ciertas pautas culturales por parte de los benefi-
ciarios. Ahora bien, ¿cómo reciben los usuarios estas propues-
tas, controles y restricciones?

Análisis de los discursos sobre el consumo


El análisis se basa en datos surgidos de entrevistas en pro-
fundidad a las y los responsables de menores en situación de
calle, así como observaciones de campo, entrevistas a infor-
mantes calificados y análisis de documentos. Respecto de los
adultos beneficiarios de la política se realizaron un total de 21
entrevistas82 (en los programas de INAU y de diversas
ONG’s). La abrumadora mayoría eran madres, pero también
se entrevistó a una abuela que estaba a cargo del menor y un
padre (viudo). En general las familias no tenían apoyo mascu-
lino si se excluyen los aportes o ayudas de los propios hijos
varones que colaboraban con el hogar con parte de sus ingre-
sos. No se entrevistó a usuarias o usuarios a los que INAU
había retirado el beneficio debido a la reiteración de sanciones.
Si bien eran de sumo interés para la investigación, no se pudo
acceder a estos casos debido a que los programas menciona-
ron haber perdido contacto con los mismos. De este modo, el
análisis se refiere a los usuarios que continuaban con el pro-
yecto o que finalizaron por egreso.
El Proyecto 300 afecta y busca transformar una serie de as-
pectos vinculados a las prácticas y valores de la población be-
neficiaria, de modo que además de las prestaciones se pone en
juego la trasmisión de contenidos valorativos por parte de la
política. A partir de esta propuesta de la política, los usuarios
asumen diversas actitudes y estrategias, que se constituyen en

82 La recogida de los datos se realizó entre el 2004 y el 2006. Las entrevistas


fueron procesadas en un programa informático para el análisis de datos textua-
les. También se realizaron 9 entrevistas a informantes a cargo de los programas
–de INAU y distintas ONGs– en que participaban las beneficiarias.

– 247 –
una respuesta activa a la política, así como una fuente de ten-
sión, de dinámicas, de reinterpretaciones y diálogos.
En principio puede hablarse de dos grandes «tipos ideales»
de estrategias seguidas por esta población, que realizaría un
uso de los recursos y una interpretación de los discursos que
tendería, en algunos casos, a resistir los valores de la política, y
en otros a integrarse a ellos. Esto tendría que ver con la disímil
capacidad de los usuarios de adaptarse según los requerimien-
tos de la política, pero también con decisiones y un marco
cultural que ambientan una u otra respuesta. De acuerdo a esta
variabilidad hay usuarios que parecen “integrarse” realmente y
no sólo de un modo retórico, transformando algunas prácticas
familiares, mientras que otros hacen un uso de la política que
tiende a resistir las normas y prescripciones explícitas y los
patrones culturales implícitos, no sin presentar también ciertas
modificaciones en la familia.
Se explorará el sentido que tienen los distintos tipos de po-
sicionamiento frente a la política, respecto a la cuestión central
de la resistencia o integración a la misma. El tipo de uso o la
forma de reinterpretación o reapropiación de la política será
observado según un conjunto de transformaciones operadas
por la política, el contexto y la propia actividad conciente de
los usuarios centrando la atención en las dimensiones del con-
sumo y los aspectos administrativos a que da lugar la política.
El Proyecto 300 impactó fuertemente en el consumo de las
familias, tal era una de las prerrogativas del diseño de la políti-
ca al asegurar un mínimo de recursos mensuales destinados a
la alimentación, pero también impactó en el gasto y la forma
del mismo, así como en la administración del hogar. Ya sea
por el propio uso de los ticket’s con las disposiciones adminis-
trativas consiguientes, ya por las intervenciones de los técni-
cos, ya por la dinámica de los propios beneficiarios, y de sus
redes dado que estos conocimientos fueron “colectivizados”,
o por varios de estos aspectos a la vez, lo cierto es que se ope-
ró una racionalización en el gasto familiar y una adquisición de

– 248 –
nuevas pautas de consumo y administración. Por otra parte,
los beneficiarios tendieron a ajustarse a las respuestas aunque,
en algunos aspectos, expresaron sus críticas y disidencias.

Pautas de administración
Los usuarios adquirieron nuevas pautas de administración a
partir del uso de los tickets y las rutinas administrativas de-
mandadas por el INAU (dar cuenta del gasto, presentación de
los tickets de compra, etc.). Esto implica nuevas habilidades
así como la asunción de una “racionalidad económica”.
Entre las transformaciones que habilita el Proyecto 300 está
la de permitir el ingreso al mundo del consumo, a partir de la
experiencia de realizar compras en un supermercado con regu-
laridad y disposición de recursos. Beatriz Sarlo señala que los
“shopping centers” permiten que los pobres de Buenos Aires
encuentren una porción de la ciudad limpia, con buenos servi-
cios y transitable a todas horas, en oposición a la realidad coti-
diana de sus barrios de residencia (Sarlo, 1994). En este senti-
do el uso de los ticket’s de alimentación permite una instancia
importante de inclusión ciudadana a partir de la experiencia de
comprar en supermercados con recursos suficientes, por lo
que el consumo asume un papel de integración social y no sólo
de satisfacción de necesidades.83 Aunque con límites determi-

83 Debe indicarse la importancia de estos espacios relativamente nuevos –

supermercados y “grandes superficies”–, en la organización y estructura-


ción de la vida y la percepción de los ciudadanos. Junto con los medios
masivos de comunicación inscriben nuevas pautas de consumo, disfrute del
ocio y disposición del espacio público. La exclusión de esos espacios de
vastos sectores se convierte así en un factor más de exclusión social. La
participación de los usuarios en estos espacios adquiere, así, un carácter de
participación ciudadana, aunque limitado por estrategias de “segmentación
de la oferta” –presentes en las diferencias de calidad de productos y servi-
cios de los locales según área geográfica– por la segregación residencial a
que se vinculan tales estrategias, y, finalmente, por la estigmatización que el
uso de los ticket’s propicia.

– 249 –
nados por la potencial estigmatización de los beneficiarios,
sobre todo tras su exposición pública a partir del uso de los
tickets.
También el desarrollo de tareas implícitas, como llevar las
cuentas de los costos de cada compra –ya que si la compra
excede el valor de los tickets se debe abonar el resto– planifi-
car el consumo del hogar, registro de las compras realizadas a
efectos de presentar ante el contralor del programa, etc.
Mientras que algunos beneficiarios realizan un surtido para
todo el mes (o la quincena o la semana, dependiendo de la
frecuencia de acceso a los ticket’s y de la rendición de cuentas
según el acuerdo con el programa) otros utilizan los ticket’s a
medida que los necesitan. En general el manejo de los ticket’s
implica una transformación de las prácticas económicas, a
veces modificando la cultura de consumo, a veces generando
“deseconomías”. Estas “deseconomías” se deben a que los
usuarios tienen que comprar en lugares que pueden implicar
costos mayores para ciertos bienes (ya que no todos los co-
mercios están habilitados, debido a los requisitos de INAU
hacia los usuarios y la presentación de comprobantes de com-
pra), o dados los límites impuestos al consumo por parte de las
restricciones de INAU (que se abordará más adelante).
La modalidad de las transferencias, a través de ticket’s, ge-
nera la posibilidad de una reorganización de la economía do-
méstica, ya que permite centralizar y racionalizar el consumo
en lugar de ir comprando a medida que se consiguen los recur-
sos económicos –modalidad tradicional, según las entrevista-
das, generalmente adoptada cuando el ingreso familiar es fluc-
tuante y dependiente de la actividad en calle–.

Yo cada quince días sé que tengo para hacer un surtido


que por lo menos es una ayuda más que yo dependo de los
ticket’s y tá. Y ahora gracias a Dios mi marido ya consiguió
trabajo y gracias a él yo levanto la asignación [“Asignación
Familiar”, transferencias a familias con menores a cargo]. Y el

– 250 –
trabajo de él y hoy... justo ayer que ya no teníamos nada, y
hoy tá ya tenemos los ticket’s. Cada quince días sabés que te-
nés un surtido. [Madre de dos niños de 1 y 3 años, recibe las
transferencias a través de INAU]

De este modo, en general, los entrevistados exponen la


asunción de nuevas prácticas económicas, así como la genera-
ción de confianza de abordar los aspectos económicos y de
gestión del hogar, permitiendo generar una mayor autonomía
respecto del mercado en tanto se comprende mejor su lógica.
Además son relevantes los cambios producidos a partir de los
requerimientos administrativos, de desarrollo de tareas implíci-
tas al contralor o seguimiento de la política. Estos tienden a
reforzar el control de la familia sobre su gasto.
Las transformaciones generadas en los hábitos de adminis-
tración del gasto tienden a permanecer ya que generan una
racionalidad nueva, aunque con la limitación del dinero dispo-
nible para realizar dichos surtidos. Sin embargo esta limitación
lleva a que se vuelva a las prácticas anteriores de compras dia-
rias y en pequeñas cantidades, lo que probablemente a la larga
impacte en el debilitamiento de dichos hábitos ya que tienden
a volverse irrelevantes.
Los ticket’s les permite maximizar los recursos con que
cuentan, así como integrar diversas racionalidades: la del con-
trol administrativo del Proyecto, los requerimientos del hogar, la
disponibilidad de otros recursos, etc.
En algunos casos no se produjo tal transformación de las
formas de adquirir los bienes, al menos en lo que respecta a la
compra de surtidos semanales o mensuales. Pero incluso así se
produce un cambio, al menos en la argumentación; dado que
consideran que es mejor la compra de forma fraccionada de
modo de no gastar todos los recursos (ticket’s) al comienzo
del mes y así guardar para más adelante. Por ello, en cierto
sentido, también hay un cambio de racionalidad dado que,
deliberadamente, dilatan el gasto de los ticket’s para que les

– 251 –
rinda todo el período, como un esfuerzo explícito, expresando
preocupación por la previsión. Es decir que la lógica implica
una racionalidad de ahorro, esta vez no en la adquisición sino
en la disposición de los ticket’s y su uso, aunque el sentido
común diría que la adquisición de mayores cantidades posibili-
ta un ahorro mayor. De todos modos el punto central es que
se produce una adopción de nuevas pautas y capacidad de
pensar mejores estrategias de consumo.

Pautas de consumo
La política permite transmitir la importancia de la alimenta-
ción –especialmente una “balanceada”– en la familia y dirigida
sobre todo para los menores, así como la posibilidad de gene-
rar algunas satisfacciones con consumos “extraordinarios”. De
este modo se produce una adquisición de nuevas pautas de
consumo a partir del uso de los ticket’s.
La transformación de las pautas de consumo se relaciona
con la aparición de un discurso más complejo sobre la alimen-
tación y la necesidad de incorporar una dieta balanceada. Es
probable que las intervenciones de los técnicos hayan tenido
una gran importancia en este sentido, ya que les ponen en con-
tacto con otra noción del consumo de alimentos y la construc-
ción de dietas. Así, elaboran una idea más informada ya que
surge del contacto con técnicos que manejan otros conoci-
mientos, incluso muchas veces especializado ya que en algunos
casos han tenido el asesoramiento de nutricionistas (con la
incorporación de cursos o charlas específicas sobre el tema).
En general los entrevistados asignan importancia a la incorpo-
ración de frutas y verduras en la dieta, así como lácteos, distin-
tos tipos de carne y no sólo carne roja, etc., y sobre todo la
necesidad de variación del consumo.
Aquí se hacía referencia a la posibilidad que habilita el sub-
sidio –no necesariamente con la aprobación de INAU– de
“darse gustos” incluyendo la compra de artículos “no tan ne-

– 252 –
cesarios” (refrescos, helados, etc.).84 Este consumo aparece
como motivo de alegría y pequeños gustos que la familia se
puede dar, permitiendo profundizar las relaciones afectivas y
los lazos familiares así como la reelaboración de los roles de
cada uno, afianzando la importancia del rol del adulto y las
gratificaciones afectivas que genera la asunción de tales roles.
De algún modo este aspecto debe ser mantenido en equilibrio
con el control legal, por parte del adulto responsable del
hogar, dado que este implica restricciones al uso de los ticket’s.

Nos dábamos algún gusto con los chiquilines a veces. Lle-


gaba ese día que levantaba los tickets y siempre estaban ‘ma-
má que vas a hacer esta noche’. Y bueno, inventábamos algo
especial para ese día, que nos pudiéramos dar el gusto com-
prar carne y todo eso. Que ahora está por las nubes la carne.
Pero este, o comprar un pollo de pronto, hacer una extra co-
mo quien dice y bueno y darnos un gusto. Comprar algún re-
fresco o comprar yogurt, cosas que no podemos comprar to-
dos los días porque no nos da el bolsillo, ¿no? Y bueno...
[Madre de 7 niños y adolescentes, recibe las transferencias a
través de una ONG]

Los “gustos” son ligeros desvíos respecto del contrato


(muchas veces ni siquiera son desvíos, como el consumo de
yogurt o pollo) que permiten una pequeña satisfacción, además
hacen más visible el lugar de los adultos como proveedores.

Gasto familiar y rol de los adultos


A su vez el cambio y racionalización del gasto de la familia
a partir del uso de los ticket’s, ofrece la posibilidad de genera-
ción de stock’s y de la toma de decisiones respecto del gasto.
Estos cambios brindan un mejor sustento a la asunción de

84Justamente en esta excepcionalidad, se corrobora el carácter prescriptivo


del beneficio que define lo que debe consumir la familia, y por tanto la nor-
malización que impone la política.

– 253 –
cierta legitimidad en la posición de toma de decisiones o de
una jefatura del hogar sustantiva y de recibo para el resto de
los integrantes. Es importante el papel que juegan los espacios
colectivos dado que gracias a estos, y a la interacción que habi-
litan y potencian, las madres comparten sus experiencias y
conocimientos, generando nuevas destrezas para desarrollar en
el mercado: averiguar mejores precios, sopesar qué se va a
consumir de acuerdo a la oferta, hacer rendir al máximo los
recursos.
El uso de los ticket’s genera sensación de seguridad y con-
fort a los beneficiarios, que se manifiesta en la distensión que
les causa la instancia de recibirlos. Aunque esta distensión se
explica también por el uso personal, de un tiempo exclusivo
para las madres, que ese espacio habilita, así como por la segu-
ridad de poder hacer frente a los gastos cotidianos del hogar
gracias a las transferencias. En este clima de relativa seguridad
por recibir, durante cierto tiempo, un ingreso estable, se abre
la posibilidad de realizar gastos “extra”, aunque los mismos no
impliquen en realidad un consumo “suntuario” (al que ya se
hiciera referencia). De hecho lo moderadas de las expectativas
puestas en juego muestra las angustias y penurias a las que los
beneficiarios están habituados.
La racionalización del gasto permite articular la adquisición
de los ticket’s con otras estrategias de satisfacción de necesi-
dades (por ejemplo el uso del comedor escolar) de modo de
maximizar su beneficio. Esto refuerza la asunción del rol adul-
to por parte del cuidador, habilitando la recuperación de una
imagen hacia los demás así como una autoimagen de valoriza-
ción y de asunción de roles adultos.
Sin embargo los ticket’s, en tanto transferencias en espe-
cies, generan un bajo rendimiento al restringir la evaluación del
gasto por parte de los beneficiarios. Por ejemplo, las familias
podrían hacer frente a las necesidades de alimentación –en su
totalidad o en parte– a través de las canastas de alimentos pro-
porcionadas por el INDA (Instituto Nacional de Alimenta-

– 254 –
ción), o en el caso de que uno de los miembros de la familia
adquiera alimentos intercambiados por su trabajo, o a partir de
cultivos en el propio predio, el acceso a comedores, o por do-
naciones, etc. En cambio, dado que estas necesidades pueden
estar cubiertas, quizá necesiten dedicar recursos a un empren-
dimiento productivo, o a vestimenta, o insumos para el hogar o
la escuela.85 Estas restricciones no permiten la autonomía míni-
ma para que se comporten como agentes económicos, restrin-
giendo la propia transformación de este aspecto que la política
facilitó (en la adquisición de nuevas estrategias de consumo),
pero principalmente para que ejerzan su rol como ciudadanos.
De todos modos muchas madres, defendiendo la modali-
dad de la transferencia en especies en contra de las basadas en
ingresos monetarios, argumentan que de lo contrario el dinero
lo gastarían muy rápido y en objetos que no tendrían tanto
impacto en la economía doméstica (cigarrillos, bebidas alcohó-
licas, etc.)86, ahora definida por criterios de cuidado y de dere-

85 Aunque en los casos concretos los técnicos tenían cierta flexibilidad, por
ejemplo permitiendo a una familia utilizar todos los ticket’s para comprar
harina, ya que comenzaron un pequeño emprendimiento de elaboración de
alimentos. Sin embargo en este caso fue posible porque los insumos necesa-
rios eran alimentos, de lo contrario la acción de los técnicos se hubiera visto
limitada o imposibilitada. En un principio se permitía la compra de vestimen-
ta o útiles y bienes para la escuela, siempre que la compra fuera moderada y
extendida en el tiempo (una entrevistada explicó que debió comenzar a com-
prar los útiles para el inicio de clases con varios meses de anticipación). Lue-
go la posibilidad de realizar estas excepciones fue suspendida.
86 La defensa que muchas beneficiarias realizan puede estar teñida de la

posibilidad de perder el beneficio. Esto, unido a la similitud con las justifi-


caciones esgrimidas por INAU que indicaría un uso más retórico del argu-
mento señalado, podría estar relativizando este efecto de la política en los
discursos de aceptación. Del lado de las críticas las entrevistas realizadas
permiten señalar la estrechez del diseño con la consecuente estigmatización
en el límite del consumo permitido, prejuzgando un consumo ‘de pobres’.
En el sentido de relativización de la defensa del Proyecto 300 se debe acotar
una tendencia a la crítica de las madres que finalizaron el Proyecto, frente a
una tendencia opuesta de aquellas que continúan recibiéndolo.

– 255 –
chos.87 Esto es debido a que, más allá de las limitaciones res-
pecto del gasto, les asegura un modo de planificación que si no
lo tienen como exigencia temen por el uso que pueda hacerse
si contaran con el dinero en efectivo. Las propias madres re-
conocen ese elemento que les obliga a planificar y lo evalúan
como positivo.

Todo para tus hijos y para vos que vas a comer. Pero ya si
tenés plata vas y te comprás una coca, vas y te comprás ciga-
rros, las que fuman, otras cosas. Plata no te serviría porque
500 pesos se te van en 2 días y no haces nada, yo creo que no
haces nada con plata. O sea tickets, vos vas a un supermerca-
do con 500 pesos y sabés que te llevás como 4 paquetes de
fideos, te llevas como 2 kilos de azúcar, harina, un paquete de
yerba. [Madre de 2 niños, separada, recibe las transferencias a
través de una ONG por sus dos hijos]

Este reconocimiento que las usuarias realizan de las “bon-


dades” del subsidio (y su racionalidad subyacente) implica la
relativa aceptación de las pautas de comportamiento propues-
tas (nueva racionalidad de consumo basado en una “alimenta-
ción balanceada”, prioridad del gasto en alimentación, pauta
de ahorro y gasto de lo imprescindible, etc.) pero también la
reinterpretación de las “nuevas” pautas en el contexto de sus
vidas y relaciones cotidianas: utilización de los tickets según las
necesidades que la familia establece, a veces modificando las
prioridades dictadas por INAU, aunque generando algo de
culpabilidad, por ejemplo gastando en bebidas gaseosas, etc.
(justifican este consumo como un premio que se dan de vez en
cuando). El escenario que construye la política, con sus con-
tradicciones dadas por sus esfuerzos por un tipo de integra-

87 El Proyecto 300 genera la posibilidad de problematizar estas áreas de la


vida familiar, en este caso el diseño de estrategias de consumo con un
criterio de cuidado familiar más que con uno de satisfacción de necesida-
des, digamos “no básicas”.

– 256 –
ción pero junto a una negativa a la autonomía, promueve un
tipo de respuesta por parte de los usuarios que deben aceptar
las condiciones impuestas.

Crítica a límites en ticket’s


El control legal establecido por INAU, forma parte del se-
guimiento de la aplicación de la política, con lo que las percep-
ciones y opiniones sobre el control de los bienes y las restric-
ciones a partir del contrato con el INAU, fundamentalmente
en el uso de los ticket’s, opera como la otra cara del control.
Muchos entrevistados critican, fundamentalmente, las restric-
ciones en los bienes que se pueden comprar, particularmente
la no incorporación dentro de la “canasta” de productos de
limpieza y tocador como desinfectante, dentífrico, jabón, etc.
De todos modos la existencia de control no es demasiado
problematizada ya que se da por sentado que es una ayuda
dirigida a los menores.

El problema es que el ticket’s es una cosa, tiene cierto lí-


mite para gastar, o sea, límites en el sentido que hay cosas que
no se pueden comprar con ticket’s, entonces claro ayuda por-
que uno va solamente a comprar alimentos. Se supone que
son para eso, pero en dinero se supone que uno tiene la capa-
cidad de decir, bueno, son para tal cosa o tal otra. Esto eran
ticket’s de alimentación, se basaba todo en alimentación co-
mo una manera de decir bueno, se va a gastar en comestibles
no se va a gastar en otra cosa. [Madre de 7 niños y adolescen-
tes, su pareja está encarcelada, recibe las transferencias a tra-
vés de una ONG]

La entrevistada expone su pretensión de poder decidir en


que puede utilizar el beneficio, reaccionando ante los límites y
ante el control, en una búsqueda de autonomía, pero dubitati-
vamente (“se supone que son para eso”), es decir que en parte
acepta como legítima la pretensión del Proyecto de destinar el

– 257 –
gasto a la alimentación y de limitar los posibles usos que se
realice de los ticket’s. Sin embargo esta duda puede ser debida
menos a una falta de convicción que a los efectos de la propia
entrevista y la presentación pública de su discurso ante “auto-
ridades”, se debe tener en cuenta las dificultades encontradas
en las entrevistas para deslindarlas de las ONG’s y del INAU,
a pesar de dejar en claro la falta de vínculos con tales institu-
ciones.
En general se acepta la existencia de controles como forma
de impedir la compra de alcohol y cigarrillos. Se exponen las
necesidades de los hijos para legitimar la necesidad de la com-
pra de otros artículos no contenidos en el Proyecto 300, con lo
cual se acepta que el beneficio está dirigido fundamentalmente
a ellos.
Otro rasgo importante está dado por el contralor de los as-
pectos administrativos por parte de INAU. Los ticket’s o bole-
tas de compra de los supermercados deben tener algunas espe-
cificaciones (por ejemplo deben señalar claramente qué se
compró, no sólo el rubro) y deben presentarse ante el INAU
antes de recibir las siguientes transferencias. Así los beneficia-
rios deben asegurarse que el ticket emitido por el supermerca-
do tenga impreso todos los detalles de la compra, no sólo el
rubro (por ejemplo alimentación) sino, concretamente, qué se
compró (polenta, galletitas, yogurt, harina, etc.). Sin embargo
estos mecanismos no siempre son vistos como intromisión: las
críticas se dirigen, sobre todo, a los bienes que no se incluyen y
no tanto a la imposición de controles por parte de INAU.
Los controles conllevan la generación de experiencias en el
relacionamiento con las instituciones así como responsabilidad
en el cuidado de los menores. Además de estos controles están
los surgidos de los propios acuerdos del contrato: disminuir la
salida a calle de los menores, ingreso a la escuela, seguimiento
o acompañamiento de la escolarización, controles médicos,
etc. Sobre estos aspectos también se genera un control por
parte de INAU, dicho control administrativo les inicia en ruti-

– 258 –
nas formales de relacionamiento con las instituciones (escuela,
salud pública, identificación civil, etc.), además de impactar en
las rutinas de organización de la vida doméstica: llevar cuentas
y registros de lo que se gasta, etc. Sin embargo esto aparece
como legítimo desde la perspectiva de las beneficiarias.

[...] Venís y firmás y bueno, yo prometo no salir a calle, y


mandar los chiquilines a estudiar, mandarlos al médico los dí-
as que tienen controles y estar pendientes de ellos que estu-
dien, cómo van en la escuela, cómo están en tu casa y seguir-
los también en tu casa. [Madre de 6 niños y adolescentes,
recibe transferencias a través de INAU por dos de sus hijos,
también recibió antes por otro hijo]

La referencia a una “promesa” implica un discurso de acep-


tación del asistencialismo, renunciando autonomía ante una
autoridad percibida como paternalista. Se genera una relación
con la política que no activa la condición ciudadana de la usua-
ria, sino que implica una abdicación de sus derechos y respon-
sabilidades (sólo se asumen a partir de la intervención de la
política). Entonces, la principal crítica planteada por las bene-
ficiarias al control y las limitaciones establecidas, refiere a los
bienes que no se pueden comprar con los ticket’’s y, a veces,
una cierta pasividad en la asunción del rol que la política pres-
cribe. Más allá de estas críticas las entrevistadas y entrevista-
dos, en general, defienden la prestación, incluso algunas opi-
nan que es mejor que sea en especies. De este modo se
consienten los aspectos tutelares que cobra la política, así co-
mo se perciben los provechos de las restricciones en el uso de
los ticket’s como forma de organización de la vida cotidiana y
generación de una ‘buena administración’. Pero esta no es la
única interpretación a que de lugar.

– 259 –
Crítica al control legal
Por momentos los comentarios anteriores cobran un tono
de crítica más abierta ante los controles y los límites fijados
por INAU. En este sentido se alude a aspectos más amplios o
más directos de crítica que los abordados anteriormente. Los
límites en el uso refieren a las limitaciones en los bienes que
están incluidos, pero a través de dicha crítica muchas veces se
desliza una disconformidad a la intromisión por parte de
INAU. Esto es así porque la crítica a los límites de los ticket’s
permite una crítica legítima a la intromisión del control de
INAU sobre la vida familiar. Por legítima se entiende aquí que
se trata de una crítica “permitida”, en tanto la demanda sobre
la que se basa aparece como justificada socialmente (“El jabón
para bañar a los chiquilines... el jabón, las túnicas...”, “desin-
fectante”, “papel higiénico”, “pañales”, en menor medida
“desodorante” y “shampoo”).
Se planteará la hipótesis de que los actores a través de tales
críticas estarían utilizando una vía –más o menos indirecta–
para vehiculizar su insatisfacción respecto de la intromisión de
INAU. Esta hipótesis se sustenta en tres aspectos presentes en
las entrevistas:
En primer lugar, porque la crítica contiene un elemento de
insatisfacción frente a los límites planteados. Si bien no se
vuelve explícito por parte de los entrevistados, hay un carácter
estigmatizante en las definiciones de los límites impuestos al
consumo dado que solamente permite productos que podrían
definirse como de “primera necesidad”, o incluso “para po-
bres” ya que no se admite cualquier tipo de alimentos. La si-
tuación discursiva en que se encuentran los entrevistados y la
influencia de la propia entrevista con la posibilidad de evalua-
ción que esta tendría, desde la expectativa de los actores –si
bien no real, en ocasiones sí sentida por los entrevistados y
tenida muy presente, por tanto con efectos reales– no alienta
una expresión más abierta de crítica; en este mismo sentido la

– 260 –
expresión de un cierto temor a la finalización de la política,
(manifestado por ejemplo en experiencias de disciplinamiento
por “fracasos” frente a las demandas de INAU) que, nueva-
mente, no habilitaría formas más directas de crítica. Y final-
mente porque la propia intromisión no es muy visible y por
tanto expresable en discursos explícitos, y menos aún en de-
mandas que sean presentadas como legítimas dado que en
última instancia la participación es opcional. Por estas razones
no aparece una resistencia explícita a la intromisión pero
igualmente estaría presente en los discursos, aunque de un
modo implícito.
Sin embargo, no en todos los casos debe interpretarse de
este modo, al contrario se debe tener en cuenta que, esta críti-
ca de los límites en el uso de los ticket’s, no se dirige siempre a
una reacción contra la intrusión que implica el contrato. En
muchos casos manifiesta un problema concreto con que se
enfrentan las familias ante necesidades que no son tenidas en
cuenta por INAU y que, desde la perspectiva de los actores,
estaría dentro de sus necesidades legítimas y, por tanto, no
vulneraría el marco del contrato. Con la insistencia de la in-
corporación de productos de limpieza, los actores estarían
demandando la incorporación de estos bienes, cuyo consumo
conciben como parte de la estrategia de INAU, y por tanto no
en contradicción con los preceptos implícitos postulados por
la política. Es decir que, desde la perspectiva de las beneficia-
rias, INAU podría aceptarlos dado que ésta demanda no esta-
ría contradiciendo la formulación de la política. Incluso algu-
nos manifiestan que estos productos serían más necesarios –y
de este modo más legítimos– que por ejemplo las galletitas,
que sí se pueden comprar con los ticket’s. Una entrevistada
planteó incluso la posibilidad de sustituir las galletitas por pro-
ductos de limpieza e higiene.
Además la tónica de las entrevistas, sobre todo por parte de
quienes continúan recibiendo las transferencias, es de agrade-
cimiento. Quienes finalizaron a veces manifiestan un discurso

– 261 –
un poco más crítico, pero moderadamente. En todo caso el
tema del control estaba presente en todas las entrevistas, desde
una experiencia de disciplinamiento. Por ejemplo en la siguien-
te cita se apresura a declarar que no realizó un uso indebido de
los ticket’s, interpretando la pregunta en tono de interpelación
más que de narración de experiencias o una oportunidad de
denuncia, por ejemplo, esto se repitió en muchas entrevistas.

Lo veo mal [a las restricciones en el uso de los tickets],


donde hay nenes, el papel higiénico es para la higiene y el ja-
bón es para la higiene, la pasta de dientes es para la higiene, el
desodorante y el agua jane [solución de hipoclorito de sodio]
también es para la higiene. Tendían que entrar todas la cosas,
eso es fundamental en una casa. [Madre de dos 11 hijos entre
2 y 23 años, recibe las transferencias a través de INAU, por
dos hijos]

Los controles pueden operar como disciplinamiento de los


beneficiarios cuando no cumplen los requisitos, este efecto
disciplinador oficia también como elemento integrador dado
que implica la aceptación de normas sociales e incluso contra-
tos vinculantes (en el sentido legal) por parte de los beneficia-
rios. De este modo provee una mínima experiencia en el esta-
blecimiento de contratos –tanto formales como informales– y
sus consecuencias. Es decir, las hipótesis sobre las críticas pa-
recen plausibles pero deben matizarse a la luz del esfuerzo de
los beneficiarios por ajustarse a las expectativas de la política.
No obstante estas últimas comprometen la autonomía de los
usuarios por lo que, a su vez, no pierden vigencia las interpre-
taciones de resistencia.

Conclusiones
Para finalizar se considerarán algunos hallazgos y reflexio-
nes que intentan cerrar la investigación. En ella se planteaba la
necesidad de abordar los fenómenos de reinterpretación o

– 262 –
reapropiación de la política, en un contexto de dominación
social, económica e ideológica (o discursiva) y del potencial
conflicto surgido de dicha situación. Es así que se parte de la
pregunta de si el uso que hacen los beneficiarios de las políti-
cas sociales tiende a ajustarse o a resistir las pautas normativas
y culturales presentes en las políticas. Pregunta ante la que se
tienden a producir dos tipos de respuestas, una de aceptación y
otra de un cierto rechazo a los valores que el Proyecto 300 inten-
ta transmitir, aunque con algunas tendencias según las distintas
dimensiones. Dado que los presupuestos de la política son
heterogéneos, y por tanto admiten una diversidad de respues-
tas e interpretaciones, ambas estrategias conviven, no siempre
muy armoniosamente, en la mayor parte de las entrevistas.
A partir del análisis se vio que, en el ámbito del consumo y
administración del hogar, el uso de los ticket’s y los requisitos
de la política, generan la posibilidad de asumir nuevas pautas
de administrar el hogar y sus gastos, con la incorporación de
nuevos conocimientos de administración, así como se habilita
el ingreso al “mundo del consumo”, que implica un cierto
grado de inclusión ciudadana. Las respuestas de los usuarios
en este sentido están dadas por acciones positivas de ejercicio
de ciudadanía, justamente es a este aspecto al que se dirigen
fundamentalmente las críticas a los límites en el uso de los
ticket’s, como forma de profundizar la participación aunque la
política no siempre habilita un espacio para que esta se pro-
duzca.
En cuanto al consumo, la política ejerce una fuerte presión
para la incorporación de dietas más abundantes y variadas, con
el mandato de que lleguen a todos los integrantes del hogar, y
sobre todo a los menores. De este modo se está caracterizando
a los hogares por las carencias alimenticias, dando cuanta de la
“necesidad” de control de estos grupos y de sancionar los po-
sibles consumos “desviados”. Las respuestas varían de una
cierta aceptación de estos “nuevos valores” hasta la adaptación
de los mismos encaminada a lograr un consumo más hedonis-

– 263 –
ta, que permita a la familia darse algunos “gustos”. También
hubo casos de trasgresión, aunque controlados por la gestión
de la política y que diera lugar al establecimiento de mayores
controles y sanciones.
Las transferencias afectan la lógica que cobra el consumo
(tradicionalmente con un componente más “impulsivo” que
“racional”), modificando algunos aspectos del comportamien-
to: planificación y ponderación del gasto, posibilidad de pensar
un proyecto de futuro gracias a la seguridad del ingreso men-
sual, que permite trascender la preocupación por el ‘día a día’,
etc. El Proyecto 300 funciona, entonces, como indicación o guía
sobre el gasto doméstico, en el sentido que el mismo debe
dirigirse a cubrir ciertas necesidades juzgadas prioritarias (bási-
camente alimentación y, en menor medida y en carácter de
concesión, higiene y vestimenta) y dejar de lado otras más
hedonistas, juzgadas como secundarias o incluso “disfunciona-
les” (vicios, consumo “impulsivo”). También hay una raciona-
lización del consumo en un sentido administrativo, dado que
deben administrar los ticket’s de acuerdo al gasto requerido,
planificar el gasto mensual o quincenalmente, recopilar los
recibos y boletas de compra para presentar ante INAU. Nue-
vamente aquí, se generan usos y apropiaciones que tienden a la
transformación de las pautas culturales de los hogares en un
sentido de relativa integración.
Sin embargo, tales elementos de integración no son unidi-
reccionales sino que existen también disidencias, que se expre-
san más fuertemente hacia el control ejercido por la política.
Generalmente los usuarios reaccionan a dicho control, criti-
cando abiertamente ciertos aspectos y exigiendo mejoras en la
participación y reclamo de derechos sociales. No obstante,
más allá de tales críticas, se produce una relativa aceptación de
las condiciones impuestas, a través de un reconocimiento y
relativa aceptación de los esquemas discursivos transmitidos
por la política, incluso llegándose a defender el carácter de
transferencias en especies –aunque otros usuarios reclaman

– 264 –
trasferencias monetarias, pretendiendo un mayor grado de
autonomía y poder de decisión–. La mayor oposición, en un
contexto de restricción de las críticas, ya sea por la falta de
argumentación –y de posibilidad de debatir– o por miedo a
perder el beneficio (recuérdese que las expresiones de mayor
resistencia –aunque no necesariamente las de oposición más
desarrolladas88– quedaron fuera de la investigación), se da por
una ‘retracción’ de la ciudadanía, falta de participación y apatía.
Así, se expresa una voluntad de integración, pero junto a
elementos de resistencia dados por una insatisfacción respecto
del Proyecto 300, aunque en algunos aspectos y no como balan-
ce general, dado que este es positivo según la mayoría de los
entrevistados. Sin embargo las razones son muy diversas: para
quienes continúan recibiendo los ticket’s, porque los benefi-
cios superan las críticas y/o por miedo a perderlos; en algunos
que ya finalizaron, por la esperanza manifiesta de volver a re-
cibirlos; en tanto en los otros parecen primar las críticas, aun-
que sin renegar de la ayuda que significó. Por tanto, dicha insa-
tisfacción generalmente no lleva al rechazo del Proyecto pero se
expresa en algunas reivindicaciones, sobre todo en la exigencia
de participación y de una política orientada hacia oportunida-
des de empleo; y en la pasividad y apatía.

88 Justamente puede hipotetizarse que en estos casos la resistencia se pro-


duce sin una oposición articulada, debido a la dificultad de expresar la
disidencia en un discurso que se presente como legítimo. En verdad, en
estos sectores, el uso y elaboración del discurso es problemático (por ello
se apeló más a las entrevistas que a la discusión grupal, utilizando una pauta
que tendiera al registro de expresiones gestuales, estados de ánimo, etc. y
no sólo la producción discursiva –en sentido estricto-), por lo que ante las
instituciones tienden a expresarse más con acciones que con el empleo de
discursos. En este contexto, muchas usuarias sólo podían expresar su dis-
conformidad con la política y la intromisión de sus intervenciones, a través
de la reiteración de faltas. Tales faltas evidenciaban no ya el desconoci-
miento, sino el no acatamiento de aspectos básicos y obvios de la regula-
ción (reiteración de excusas para no presentar los tickets, no cumplimiento
de lo acordado, etc.)

– 265 –
De cualquier modo, los usuarios atraviesan un proceso am-
biguo de una cierta aceptación de la política, aunque la misma
es juzgada insuficiente, que moviliza la acción para el logro de
algunos objetivos más o menos compartidos pero que no pro-
porciona todos los recursos necesarios y que genera resisten-
cias y críticas a tales insuficiencias pero también, a veces, a las
propias exigencias normalizadoras. Como sea, lo cierto es que
un conjunto de prácticas de las familias beneficiarias resisten la
adopción de valores predominantes. Así, se intento mostrar
como los actores no son pasivos frente a las intervenciones
estatales, además de señalar la complejidad de sus respuestas a
partir de las múltiples tendencias y procesos en juego.
Así, el análisis concreto de la evidencia presentada, permitió
dar cuenta de algunos aspectos relevantes en la relación de los
usuarios con la política e identificar otras respuestas que los
primeros darían, en el marco de su situación social y familiar
inmediata. Aquí, la dominación juega un papel decisivo, más
allá de las intenciones de la política, lo cual no menoscaba la
participación ciudadana y la integración a instituciones y espa-
cios colectivos a que habilita, aunque probablemente genere
otro tono en esta participación, dado el contexto en que la
misma se desarrolla. Esto es así porque la política se inserta en
espacios conflictivos tanto en términos de valoración, desvalo-
ración y reproducción de estigmas sobre los integrantes de las
familias, como de procesos de desintegración y realización de
actividades que vulneran derechos. Además de que la política
misma no habilita la participación de un modo más decidido.
Es así que la participación en el Proyecto 300 por parte de las
familias va más allá de los elementos de acompañamiento de la
política, o de cierta pasividad. Esta participación activa implica
una generación de prácticas que llevan la impronta de una
determinada reinterpretación de la política. Se ha denominado
uso a las prácticas producidas por esta reinterpretación, a veces
crítica, de la política. De este modo, el uso de las políticas está
ligado a las prácticas cotidianas de los usuarios, erigidas desde

– 266 –
las cosmovisiones y adaptaciones de las familias, tanto a partir
de la educación (a la vez con matices promocionales y discipli-
narios) y más en general de los elementos comunicacionales y
prácticos que la política lleva adelante, como de las tradiciones
asentadas en formas de vida adaptadas al entorno y a los ries-
gos específicos de su situación socioeconómica.
Estas respuestas, diversas y complejas, tienen como marco
un diálogo en que los actores se van modificando con sus res-
pectivos posicionamientos y puntos de vista, pero teniendo en
cuenta que la situación de unos está bastante acotada frente a
las definiciones de otros (los funcionarios, la política en tanto
resumen de la posición de los distintos actores que intervienen
en su definición, pero también frente a otras instituciones y
actores). La dominación no se convierte así en un único fenó-
meno, eternamente repetido, ni en el escenario de una lucha
romántica por la autonomía, sino en una situación puntual que
acota el margen de acción de los actores y que provee un con-
texto para las respuestas que estos generen. En todo caso, las
respuestas de los beneficiarios a la política social no depende-
rán meramente del diseño de esta última, sino también de de-
cisiones de los propios actores, de las capacidades que puedan
generar y el funcionamiento en que se inscriben.

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Pierce, Charles S., El hombre, un signo. (El pragmatismo de Peirce),
Ed. Crítica, Barcelona, 1988
Sarlo, Beatriz, Escenas de la vida posmoderna: intelectuales, arte y
videocultura en la Argentina, Buenos Aires, Ariel, 1994.
Scott, James C., Detrás de la historia oficial, Fractal Nº16, ene-
ro marzo, 2000, año 4, vol. 5, pp. 69-92. Disponible en
http://www.fractal.com.mx/F16scott.html, último acceso: 13-01-07
Tilly, Charles (1998), La desigualdad persistente, Manantial, Bue-
nos Aires, 2000.
Toharia, Luis (comp.), El mercado de trabajo: Teorías y aplicaciones,
Alianza Universidad, Madrid, 1983.
Voloshinov, Valentín N. / Bajtín, Mijail, El marxismo y la filoso-
fía del lenguaje (los principales problemas del método sociológico en la
ciencia del lenguaje), Alianza Universidad, Madrid, 1992.
Wacquant, Loïc, Las cárceles de la miseria, Manantial, Bs. As.,
2001.
Wacquant, L., Parias Urbanos. Marginalidad en la ciudad a comien-
zos del milenio, Manantial, Bs. As., 2001.

– 270 –
AUTORES
Jorge Arzate Salgado
arzatesalgado@yahoo.com
Sociólogo. Docente e investigador de la Facultad de Cien-
cias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma del Esta-
do de México (UAEM), director editorial de Convergencia
Revista de Ciencias Sociales. Miembro del Sistema Nacional de
Investigadores de México. Último libro coordinado: Violencia,
ciudadanía y desarrollo: Perspectiva desde Iberoamérica
(UAEM-Miguel Ángel Purrúa, 2008).

Marguerite Bey
bey@univ-paris1.fr
Doctorat en Science Sociale, sociologie. Institut d’Etude du
Développement Economique et Social (IEDES), Université de
Paris I Panthéon-Sorbonne. Investigadora, UMR 201 “Dévelop-
pement et sociétés”. Coordinadora de investigaciones y docente.
Miembro del Consejo de administración del IEDES. Ha publicado
diversos artículos sobre políticas sociales y Estado de Bienestar.

Néstor Cohen
Lic. en Sociología. Magíster en Metodología de la Investiga-
ción Científica. Profesor Titular de la Carrera de Sociología de
la UBA. Investigador del Instituto de Investigaciones Gino
Germani. Autor de libros y artículos sobre las relaciones inter-
culturales y su conflictividad y sobre cuestiones metodológicas
de la investigación social.

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Sebastián Goinheix
goinheix@gmail.com
Licenciado y Magíster en Sociología por la Facultad de
Ciencias Sociales - Universidad de la República, Uruguay. In-
vestigador en la Unidad de Investigación en Políticas Sociales
del CLAEH y Asistente técnico en el Sistema de Información
del Departamento de Violencia Basada en Género (INMuje-
res-Ministerio de Desarrollo Social).

Ana María Pérez


amperez@unne.edu.ar
Psicóloga – Master en Ciencias Sociales
Miembro de la Carrera del Investigador – Consejo Nacio-
nal de Investigaciones Científicas y Técnicas (Coni-
cet/Argentina)
Profesora ordinaria de Sociología de la Educación.

Rafael Hernández Espinosa


rafa_he@hotmail.com
Psicólogo social (UAM - Iztapalapa, México), maestro y
doctorando en antropología social (CIESAS DF, México). Ha
publicado artículos en revistas internacionales “Del colonia-
lismo al colaboracionismo dialógico-critico. Una aproximación
a la dimensión política y reflexiva de la antropología en Méxi-
co” (2007); “Argumentos para una epistemología del dato vi-
sual” (2006).

Miguel Ángel Vite Pérez


miguelvite@yahoo.com
Doctor en sociología por la Universidad de Alicante, Espa-
ña. Autor del libro “Qué solos están los pobres”. (2001).
México: Plaza y Valdés, y “La nueva desigualdad social mexi-
cana”. (2007). México: Cámara de Diputados-Miguel Ángel
Porrúa Editor.

– 272 –
David C. Martínez-Amador
david.martinez-amador@fulbrightmail.org
Profesor Universitario en Centroamérica, Exbecario Ful-
bright-Laspau del Departamento de Estado Norteamericano
ha estudiado en la Universidad de Emory y Massachusetts
Campus Amherst. Se ha especializado en la teoria de las elites
centroamericanas, militarización, regiones en vías de post-
conflicto y teoría de la sexualidad humana en la obra de Michel
Foucault. Ha enseñado en Ecuador, Argentina, Puerto Rico,
México y Nigeria.

Ma. Gregoria Carvajal Santillán


margre@ucol.mx
Profesora investigadora de la Universidad de Colima. Maes-
tría en Trabajo Social, responsable del programa de tutorías,
especialista en pobreza y exclusión, coordinadora del libro Lo
que el neoliberalismo nos dejó, Edit. Elaleph.com/temas Estratégi-
cos, 2008.

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