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El proceso de construcción histórica del Estado moderno no consistió solamente en un

desplazamiento de otras instituciones, sino su completa renovación, su predominio con


las nuevas autoridades de la nación, creando un orden social nuevo (liberal, burgués y
capitalista), al eliminarse las otras formas estamentales de origen feudal del Antiguo
Régimen mediante un triple proceso revolucionario: Revolución liberal, Revolución
burguesa y Revolución industrial, el proceso distó de ser una revolución instantánea,
pues a pesar de que se produjeron periódicamente estallidos revolucionarios (Revuelta
de Flandes, Revolución inglesa, Revolución estadounidense, Revolución francesa,
Revolución de 1820, Revolución de 1830, Revolución de 1848), como proceso de
larga duración, lo que tuvo lugar fue una evolución y transformación lenta de las
monarquías feudales. Primero se transformaron en monarquías autoritarias y luego en
monarquías absolutas, que durante el Antiguo Régimen fueron conformando la
personalidad de naciones y Estados con base en alianzas territoriales y sociales
cambiantes de la monarquía; tanto de unas monarquías con otras como de cada
monarquía en su interior: en lo social con la ascendente burguesía y con los
estamentos privilegiados, y en lo espacial con el mantenimiento o vulneración de los
privilegios territoriales y locales.

El racionalismo creó la idea del "ciudadano", el individuo que reconoce al Estado como
su ámbito legal. Creó un sistema de derecho uniforme en todo el territorio y la idea de
"igualdad legal".

Las distintas escuelas de ciencia política definen de diversas maneras el concepto del
Estado-nación. Sin embargo, en la mayoría de los casos se reconoce que las
naciones, grupos humanos identificados por características culturales, tienden a
formar Estados con base en esas similitudes. Cabe anotar que bajo esta misma óptica
la nación es un agrupamiento humano, delimitado por las similitudes culturales
(lengua, religión) y físicas (tipología). Un Estado puede albergar a varias naciones en
su espacio territorial y una nación puede estar dispersa a través de varios Estados.

Estado-nación se comenzó a formar cerca del año 1648 (Tratado de Westfalia), las
instituciones políticas de esta entidad tienen un desarrollo que se puede rastrear hasta
una maduración en 1789 (Revolución francesa). Los modelos de agrupación en torno
a una autoridad central siguen dos visiones contrapuestas, pesimista y optimista,
acerca del hombre en estado de naturaleza, marcadas por los trabajos filosófico-
políticos de Hobbes y Rousseau, sin excluir otras tradiciones del pensamiento político:
el concepto platónico de República o la Política de Aristóteles, y el funcionamiento y
las políticas de la democracia ateniense y la República romana en la Edad Antigua; los
debates de la Edad Media entre los poderes universales y el intento fallido del
conciliarismo (concilio de Constanza de 1413, concilio de Florencia o concilio de
Basilea de 1431); o en la Edad Moderna el establecimiento del ius gentium, los justos
títulos y el tiranicidio por los españoles de la Escuela de Salamanca -Bartolomé de las
Casas, padre Mariana- o el holandés Grotius, el humanismo de Nicolás de Cusa, el
racionalismo de Leibniz o el empirismo de Locke; todos ellos refundidos y retomados
por la Ilustración europea (primero Montesquieu y luego los enciclopedistas), así como
la percepción de ejemplos de algunas experiencias políticas indígenas americanas -las
comunidades precolombinas en las Antillas, el mito de El Dorado, el imperio incaico
del Tahuantinsuyo o la confederación iroquesa- que vistas desde la perspectiva
eurocéntrica conformaron la idea del buen salvaje y el utopismo. La primera
plasmación política textual de este proceso intelectual fueron los textos de la
Revolución estadounidense: la Declaración de Independencia de los Estados Unidos
(4 de julio de 1776) y la Constitución de 1787.

Esta idea del Estado implicaba su surgimiento ante la necesidad armonizar los
intereses del individuo y la comunidad de obtener al tiempo seguridad y libertad; y para
garantizar el derecho de propiedad, como un desarrollo natural de la cooperación entre
los individuos en su egoísta búsqueda de la felicidad a través del propio interés (teoría
de la mano invisible de Adam Smith).

El desarrollo del concepto había generado, a partir del siglo XVII, los primeros mapas
europeos de naciones-Estado, donde las fronteras se pretendían establecer
firmemente para garantizar la paz, al menos en principio, puesto que la estabilidad de
las fronteras nunca se consiguió. A la par de este desarrollo de concepto se busca
justificar la existencia de un Estado-nación natural, delimitado por fronteras naturales
en contraposición con la idea de la nación como producto de las similitudes culturales.
Este tipo de concepción territorial del Estado llevará a la conformación de Estados
imperiales, más que nacionales, donde se agrupan varias comunidades nacionales
bajo una misma autoridad estatal centralizada, que entran en conflictos debido a sus
profundas diferencias culturales, acendradas en tiempos de depresión económica.

Debido a factores como fronteras cerradas, grupos nacionales muy pequeños y


procesos históricos complejos, resulta poco práctico (según la perspectiva política,
económica y social de los Estados modernos) reintegrar la soberanía o permitir el
surgimiento de naciones alternativas de tamaño menor que las que conforman a los
Estados modernos. La identificación del Estado nacional con el mercado nacional, de
un tamaño suficiente para permitir a la burguesía el desarrollo del mercado capitalista,
se potencia en el periodo de desarrollo de la Revolución industrial (siglo XIX),
simultáneo al periodo conocido como nacionalismo, en el que se inician los
movimientos nacionalistas contemporáneos.

Esta tendencia a la adecuación entre el tamaño del mercado y el tamaño del Estado
se complementó con los imperios coloniales en la denominada época del imperialismo
(1870-1914), proceso que fue identificado y analizado en aquel momento por Hobson y
Lenin. La Primera Guerra Mundial, que disolvió los grandes imperios (II Imperio
Alemán, Imperio austrohúngaro, Imperio otomano e Imperio ruso), terminó, por un lado
con el intento de construcción de un Estado socialista (la Unión Soviética) y, por otro,
con el intento de aplicación al resto de Europa de los catorce puntos de Wilson, que
matizados por las potencias vencedoras en los tratados de paz (Tratado de Versalles),
condujeron a una política de plebiscitos en que las poblaciones deberían elegir el
Estado en que querían vivir (por ejemplo, el Sarre), lo que en la Europa Oriental no
garantizó unas fronteras seguras ni una estabilidad que pudiera evitar la explotación
de un extendido sentimiento de victimismo nacionalista por los fascismos y el estallido
de una nueva guerra (la Segunda Guerra Mundial), tras la cual se optó por traslados
forzosos y masivos de las poblaciones y una política de bloques.

El término Estado nacional, que suele utilizarse indistintamente junto al término


Estado, se refiere más propiamente a un Estado identificado con una sola nación. Tras
el proceso de descolonización de mediados del siglo XX, esta forma de Estado ha
llegado a ser la más común, de modo que la inmensa mayoría de los Estados se
consideran Estados nacionales. Sin embargo, nunca a lo largo de la historia ha habido
una identidad indiscutida entre ambos términos (Estado y nación) y siempre ha habido
objeciones sobre la identificación con una sola nación de cualquiera de los Estados
existentes, tanto de los que se consideran ejemplos de Estado nacional desde finales
de la Edad Media (Francia, ejemplo de centralismo y de nación construida con los
mecanismos unificadores de la sociedad por el Estado) como de los surgidos de
movimientos unificadores románticos (Unificación de Alemania y Unificación de Italia).
Esto hace aún más difícil la pregunta sobre qué es una nación. Hay muchos Estados,
como Bélgica y Suiza, con múltiples idiomas, religiones o grupos étnicos dentro de
ellos, sin que ninguno sea claramente dominante. A menudo (y especialmente en el
caso de Suiza y los Estados Unidos) una identidad nacional ha sido construida
desafiando esas diferencias. Un mejor ejemplo de Estado plurinacional sería el Reino
Unido, constituido por cuatro naciones: Inglaterra, Escocia, Irlanda del Norte y Gales,
lo que no implica que predomine la conciencia nacional sobre el concepto de lo british
(para algunos lo más próximo a una nación británica).

El concepto de Estado de las autonomías surgido de la vigente Constitución Española


de 1978 (que se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria
común e indivisible de todos los españoles y reconoce y garantiza el derecho a la
autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas
ellas) es interpretado de forma distinta por cada fuerza política española, desde
posturas centralistas hasta otras que entienden a España como una Nación de
naciones, desde un denominado patriotismo constitucional a un nacionalismo español
más tradicional.

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