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El futuro del capitalismo.

SEPTIEMBRE 10, 2019


Diego Castañeda.

El futuro del capitalismo.

De acuerdo con la tradición judía, en el Talmud, después de la destrucción


del templo de Salomón, el don de la profecía se le entregó a los tontos.
Igualmente, como dice el adagio danés, predecir es peligroso,
especialmente el futuro. En el caso del capitalismo el peligro es quizá aun
más grande.

El futuro del capitalismo es uno de los tópicos más discutidos desde que
existe, hay debates sin fin entre economistas e historiadores por su origen
en el fin de los sistemas feudales, sus constantes transformaciones y hasta
si un día será sustituido por algo más. La naturaleza contingente de los
sucesos en la historia hace particularmente difícil dilucidar su destino.
Dicho esto, probablemente nunca hemos tenido un momento en que
reflexionar sobre el futuro del modo de producción capitalista sea tan
necesario, pues en ella subyace una discusión sobre los problemas más
importantes que el mundo enfrenta.
Ricardo Peláez

El futuro del capitalismo es el tema central del nuevo libro de Branko


Milanovic, Capitalism, Alone; no obstante, Milanovic, consciente de los
azares de la predicción, no nos habla de un futuro muy distante, invoca la
discusión sobre el futuro para más bien hablarnos sobre cómo comienza a
tomar forma el capitalismo que hoy vivimos. Para eso traza una ruta de su
evolución a lo largo de los últimos dos siglos, desde la primera
globalización con el fin de las guerras napoleónicas hasta la era del
capitalismo global. Al hacerlo nos presenta lo que a su juicio es el triunfo
final del capitalismo en el mundo: la conquista de todos los espacios, de lo
comercial hasta nuestras relaciones personales.
No es un libro para idealistas, al menos no para un idealismo ingenuo que
piensa que quizá en la socialdemocracia o el socialismo en alguna de sus
formas existen alternativas. Milanovic afirma que el capitalismo es todo lo
que tenemos, la elección es quizá entre distintas cepas del mismo modo de
producción, una a la que llama “capitalismo liberal-meritocrático” siendo su
tipo ideal Estados Unidos y otro que llama “capitalismo-político” tomando
como tipo ideal China.

Capitalism, Alone  es un trabajo muy ambicioso, identifica las características


de estos dos tipos de capitalismo y su evolución histórica y luego nos los
presenta como competidores, con sus fortalezas y debilidades en un
mundo donde la alta desigualdad, la globalización de la corrupción y los
cambios geopolíticos y políticos al interior de los países parecen estar
crecientemente favoreciendo al político sobre el liberal-meritocrático.

Primero nos presenta el capitalismo liberal-meritocrático, heredero de las


transformaciones que el capitalismo tuvo en la posguerra de la Segunda
Guerra Mundial, un capitalismo “social democrático” y del capitalismo rapaz
de los barones ladrones del siglo XIX. De su antecesor directo (el social
democrático) conserva en alguna forma los impuestos al ingreso y de
forma disminuida el impuesto a las herencias. De su antecesor del siglo XIX
conserva todo lo demás, sobre todo la elevada desigualdad producida de la
enorme concentración de riqueza. No es coincidencia, nos dice Milanovic,
que, en sus puntos más altos (finales del siglo XIX y hoy) la globalización,
la primera y ahora la segunda, sean las que le dieron tanta fuerza.
Tampoco sería coincidencia ni causa de sorpresa que los niveles de
desigualdad hoy comienzan a parecer cada vez más a los de ese periodo.

La diferencia con sus antecesores es que hoy no sólo los individuos más
ricos derivan su fortuna de las ganancias de capital, también lo hacen del
ingreso laboral y de un sistema que, aunque se dice meritocrático en
principio, en realidad está diseñado para reproducir a las élites económicas,
segregarlas, cortándolas de la vida común de las mayorías a través de
educación superior excluyente, de comunidades cerradas, el abandono de
los servicios públicos, del emparejamiento selectivo y del mito de que
existe igualdad de oportunidades sólo porque existe igualdad ante la ley.

Las virtudes de la versión “liberal y meritocrática” del capitalismo, nos dice


el autor, son que tiene embebida a la democracia liberal y en ello se
encuentra su importancia; no obstante, la desigualdad es quizá su peor
amenaza. La alta desigualdad destruye el ideal meritocrático porque
transforma la democracia en una oligarquía. El poder económico se vuelve
poder político y, con ello, las libertades se erosionan, las oportunidades se
cierran y el sistema cae presa de inestabilidad política y con ella
inestabilidad económica. En este aspecto el argumento de Milanovic es
parecido al de Turchin y Nefedov en su libro Secular Cycles, en el que la
rápida reproducción de élites y la creciente desigualdad eventualmente
causan el colapso de los Estados.

El otro contendiente, aunque también capitalista, el político, tiene un


tratamiento aún más ambicioso por parte del autor. ¿Cómo podemos
entender la transformación de China de un régimen socialista a uno
capitalista? Para hacer esto Branko Milanovic primero responde a otra
pregunta: ¿Cuál es la importancia del comunismo en la historia económica
del siglo XX? Siguiendo la evolución marxista, el socialismo en teoría es
una etapa superior al capitalismo; sin embargo, en la realidad fue el
socialismo el que precedió al capitalismo en la mayoría de los países en
donde ocurrieron revoluciones socialistas. El socialismo, nos cuenta
Milanovic, cumplió un rol similar al que tuvo el surgimiento de la burguesía
en occidente para permitir la transición del feudalismo al capitalismo.
Las revoluciones socialistas destruyeron los sistemas feudales y permitieron
una industrialización acelerada, en esencia abrieron paso a revoluciones
industriales exprés, que cuando llegaron al punto de madurez para
transitar de métodos de producción de muy gran escala (por ejemplo, la
industria del acero) a métodos que requerían innovaciones más rápidas,
(por ejemplo, las tecnologías de la información), fueron incapaces de
lograrlo de forma eficiente y colapsaron. La industrialización previa permitió
saltar al capitalismo con mayor facilidad.

El capitalismo político entonces nace de países que tuvieron este tipo de


experiencias y donde existe un aparente intercambio de libertades por
desarrollo acelerado. El capitalismo político, explica el autor, tiene como
ventaja que es más flexible, que le da un grado de autonomía mayor al
Estado y sus intereses sobre los del mercado. Esta ventaja viene con dos
talones de Aquiles: la desigualdad y la corrupción. La desigualdad le quita
legitimidad a los gobiernos que en principio emanan de revoluciones
socialistas, como es el caso de China o de Vietnam, con ello abre la puerta
a la inestabilidad. La corrupción, por su lado, también aumenta la
desigualdad y resta otro tanto de legitimidad. La corrupción entonces es un
problema porque, si se sale de control, puede paralizar el funcionamiento
del Estado y poner en peligro la eficiencia con la que entrega mejoras en la
calidad de vida.

El reto más grande del capitalismo político es poder administrar la


corrupción inherente a un sistema que decide quién puede y quién no
puede participar de ciertas actividades, y también poder sostener tasas de
crecimiento económico elevadas que hagan tolerable el intercambio de
libertades por prosperidad material.

Lo que para Milanovic son dos muy distintos tipos de capitalismo en su tipo
ideal, en mi opinión son muy parecidos en sus extremos. Cuando el
capitalismo liberal meritocrático se transforma esencialmente en una
oligarquía no es muy distinto del capitalismo político y el capitalismo
político es en muchos sentidos parecido al capitalismo del siglo XIX. Las
diferencias del liberal-meritocrático con el político radican en el valor que
se le da a la democracia liberal en el primero. La diferencia del capitalismo
del siglo XIX con el capitalismo político es que en el segundo existe un
interés por el bienestar material de las mayorías.

Una vez presentadas las alternativas enfrente de nosotros, una pregunta


que el libro no responde es si alguno de los dos tipos de capitalismo
prevalecerá sobre el resto. Es imposible saberlo y aventurar una predicción
es arriesgado. Pero lo que sí es evidente para el autor, y debería serlo para
todos, es que cada vez el capitalismo político parece ser más atractivo en
más partes del mundo. Primero, porque la experiencia de países como
China y Vietnam disminuyendo los niveles de pobreza de forma dramática
con tasas aceleradas de crecimiento, incluso si producen también una
acelerada desigualdad, es muy atractiva para el mundo en desarrollo.
Segundo, porque incluso en países desarrollados como Estados Unidos o
Reino Unido parece existir una envidia y deseo de emulación por parte de
las élites políticas a la flexibilidad de sus contrapartes Chinas, a poder
ordenar los mercados a su favor imponiendo la fuerza de sus Estados.

La última parte del libro, sobre todo su último capítulo, llega por fin a la
pregunta inicial sobre el futuro del capitalismo, una vez que nuestra
esperanza de encontrar alternativas parece agotarse y que el único destino
es capitalista. En esta parte Branko Milanovic imagina algo parecido a una
distopía, pero con más realidad que ficción.  Nos lleva al futuro muy
cercano casi presente, o más bien un presente en proceso de
manifestarse; sea donde sea que vivamos, algún país en desarrollo como
México, en el primer mundo como Suecia o Estados Unidos o China, ya no
sólo nuestro modo de producción es capitalista, también lo es nuestra vida
cotidiana.

El triunfo del capitalismo, afirma Branko Milanovic, ha sido transformar


aquello que era impensable mercantilizar en una mercancía. El deseo de
acumular, el amor por el dinero nos lleva a fraccionar hasta el último
minuto de nuestro tiempo libre en algo que nos permita obtener alguna
ganancia. La gig economy es el ejemplo más palpable de esto, no
contentos con un trabajo ahora podemos seguir trabajando en nuestro
tiempo libre repartiendo comida o manejando para alguien más.

Nuestras relaciones interpersonales cada vez son más sujetas a análisis de


costo/beneficio, saludar a nuestros vecinos, convivir con nuestras
comunidades, hasta las decisiones de pareja. Como producto de esta híper
comercialización cada vez somos más solitarios, vivimos más solos,
comemos más solos. La transformación de nuestras sociedades, que hoy
ocurre frente a nuestros ojos, es todo lo que quienes pensaban y discutían
el capitalismo en el último siglo jamás se imaginaron.

Para Keynes, en su ensayo “Las posibilidades económicas de nuestros


nietos”, se imaginaba que el cambio estructural, la industrialización y sus
avances de productividad nos harían más libres, nos darían más tiempo
para vivir la buena vida, más ocio y menos trabajo. El presente y casi
futuro del capitalismo, como señala Milanovic, va completamente en otra
dirección. Para Braudel, quien lo desarrolló en su libro Capitalismo y
civilización, existía una distinción muy clara entre qué era y qué no era el
capitalismo: el capitalismo era algo superior, no circunscrito a la vida
cotidiana, la vida cotidiana pasaba en economías de mercado, pero no era
capitalista. Hoy cada día se reducen los espacios en los que podemos
escapar de la lógica de la acumulación.

Capitalism, Alone es un libro ambicioso que presenta una discusión


necesaria para nuestro tiempo, nos invita a pensar en el mundo en que
vivimos y de dónde viene. Aunque en un tono pesimista nos señale la
escasez de alternativas, nos muestra que el capitalismo es algo siempre en
movimiento, siempre evolucionando. En una era marcada por enormes
problemas globales, como la desigualdad y la crisis climática, necesitamos
que el capitalismo del futuro sea uno igualitario y más respetuoso de la
naturaleza. Hoy estamos lejos.

Diego Castañeda
Economista por la University of London. Historiador económico por la
Universidad de Lund.

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