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ETNOGRAFÍA
Cabría agregar a esto la necesidad de denunciar los plagios constatados, una práctica
muy poco común en los países donde más se cometen dichos delitos, como sucede en
España. Aún debería sumarse a todo ello la reprobación de los daños que se derivan de
la creación de tópicos o mitos, manifiestamente perversos, en los trabajos
antropológicos. En esta construcción suele haber una gran ignorancia de los hechos y
situaciones que se explican, con grave desprecio de la necesidad de informarse y
documentarse. Igualmente estos tópicos suelen esconder una impostura tanto en lo
que se refiere a la posición adoptada por uno mismo como en lo relativo a lo que
supuestamente se conoce y a la ideología que lo sustenta. Y además, siendo ello lo más
grave, con ellos se suele buscar complicidades en los sujetos de estudio, algo ya en sí
mismo sumamente censurable, pero que se magnifica, si los actores sociales están
fuertemente implicados en una situación, no ya de desencuentro, sino de conflicto. Es
muy frecuente que, cuando manejamos tópicos o estereotipos, los miembros del
grupo actúen como se supone que deben hacerlo e interpreten muchos
comportamientos individuales como evidencia del estereotipo, confirmándolo. Las
diferencias se exageran con mucha frecuencia y se busca la oposición y el contraste. El
problema es que a veces se busca el contraste donde no lo hay. - En tercer lugar, los
antropólogos son responsables del buen nombre de la disciplina, de su mundo
académico y de su ciencia, por lo que no cabe la realización de investigaciones
secretas, fabricar evidencias o falsearlas, así como tampoco obstruir la investigación de
otros, encubrir las conclusiones obtenidas o no informar de malas prácticas
profesionales. A menudo los comportamientos contrarios a la ética suelen impedir o
dificultar las posibilidades de hacer trabajo de campo en un mismo lugar por otros
investigadores. - Por último, los antropólogos habrán de ser honestos ante sus
patrocinadores en lo relativo a su capacitación y objetivos, así como no deberán
aceptar condiciones contrarias a la ética profesional, ocupándose de conocer las
fuentes de financiación y los fines de los proyectos. - Estos principios éticos, además de
tratar de evitar daños a otros, consciente e inconscientemente, se basan en que no
hay separación entre las responsabilidades morales y científicas de los antropólogos
(Spradley, 1996). Aunque se estima con frecuencia que el alcance de las
responsabilidades del antropólogo está muy determinado por la concepción de la
naturaleza, los fines y las funciones de su actividad, el conocimiento es un acto social
del que somos responsables como de cualquier otro acto social (Bourdieu, 1989). El
hecho de conocer no puede quedar circunscrito a cuestiones epistemológicas y
metodológicas, es un acto moral, ya que el pensamiento es conducta y debe ser
juzgado moralmente como tal. - Parece que se ha desmitificado la etnografía de etnias
o culturas alejadas, en las que los individuos y los grupos analizados y el público lector
estaban distanciados y desvinculados. Los primeros tenían que ser estudiados, pero no
consultados, y los segundos informados, pero no implicados. Sin embargo, cabría
plantearse quiénes son los destinatarios de la verosimilitud y la persuasión que
comportan los textos antropológicos. Pudiera parecer que la respuesta se inclina más
hacia la comunidad de estudiosos de la antropología que hacia los actores sociales que
protagonizan esos textos.