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AGOSTO 2020
CON ÉL
Una meditación para orar cada día con el evangelio de la
Misa
PALABRA
© Jesús Ortiz López, 2020
© Ediciones Palabra, S.A., 2020
Paseo de la Castellana, 210 – 28046 MADRID (España)
Telf.: (34) 91 350 77 20 – (34) 91 350 77 39
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ÍNDICE
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Santoral de agosto de 2020
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SÁBADO 1 DE AGOSTO
SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
EVANGELIO
San Mateo 14, 1-12
En aquel entonces oyó el tetrarca Herodes la fama de Jesús y les dijo a sus
cortesanos: —Este es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos y, por eso,
actúan en él esos poderes. Herodes, en efecto, había apresado a Juan, lo había
encadenado y lo había metido en la cárcel a causa de Herodías, la mujer de su hermano
Filipo, porque Juan le decía: «No te es lícito tenerla». Y, aunque quería matarlo, tenía
miedo del pueblo porque lo consideraban un profeta.
El día del cumpleaños de Herodes salió a bailar la hija de Herodías y le gustó tanto a
Herodes, que juró darle cualquier cosa que pidiese. Ella, instigada por su madre, dijo: —
Dame aquí, en esta bandeja, la cabeza de Juan el Bautista. El rey se entristeció, pero por
el juramento y por los comensales ordenó dársela. Y mandó decapitar a Juan en la cárcel.
Trajeron su cabeza en la bandeja y se la dieron a la muchacha, que la entregó a su madre.
Acudieron luego sus discípulos, tomaron el cuerpo muerto, lo enterraron y fueron a dar
la noticia a Jesús.
s
PARA MEDITAR
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quieren aburguesarse porque perderían efectividad en el mercado: I+D, investigación y
desarrollo sostenible, es su importante objetivo.
Con más razón, podemos aplicarlo al plano espiritual porque la fe cristiana no
consiste en fórmulas, en un elenco de obligaciones o en unas ceremonias. No, es vida
sobrenatural enraizada en la vida ordinaria pues implementa un nuevo valor cara a Dios
y en el ejercicio de las virtudes tan necesarias para la convivencia, la solidaridad y la
caridad.
Allá por el siglo VI a.C., el profeta Jeremías avisaba al pueblo para que dejaran
algunas costumbres y pecados que ofendían a Dios y les impedían ser mejores. Pero no
querían escuchar y traman contra él. Es la vieja reacción «humanota» de «matar al
mensajero» como si fuera el causante de la desgracia, cuando en realidad se limita a
transmitir un aviso del cielo, muy a pesar suyo.
Predica la conversión de los corazones, dejar una vida de pecado y progresar en las
virtudes para ser mejores personas y gratos a Dios, que es lo importante. Por eso el
salmo de hoy se aplica al profeta: «Arráncame del cieno, que no me hunda; líbrame de
los que me aborrecen, y de las aguas sin fondo. Que no me arrastre la corriente, que no
me trague el torbellino, que no se cierre la poza sobre mí». Menos mal que, al final,
algunos de aquellos hombres contemporáneos de Jeremías le escucharon y dijeron: «Este
hombre no es reo de muerte, porque nos ha hablado en nombre del Señor nuestro Dios».
Hoy celebramos la memoria de san Alfonso María de Ligorio, que nació a finales de
siglo XVII en Nápoles. Ejerció la abogacía antes de recibir su vocación y la ordenación
sacerdotal. Para alimentar las almas inició las misiones populares, consistentes en
predicar en las poblaciones y preparar a los habitantes para recibir bien preparados los
sacramentos, empezando por la Confesión y la Eucaristía. Buen conocedor del alma
escribió obras de espiritualidad y de teología moral.
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Engatusado por la fiesta con sus magnates, la comilona, el vino y el baile sensual de la
joven Salomé, cometió una maldad por vanidad: prometer a la joven lo que quisiera. Y
esta, aleccionada por su madre que odiaba al Bautista porque llamaba a las cosas por su
nombre, le pidió lo más: la cabeza de Juan. El profeta fue decapitado en los sótanos
lóbregos mientras arriba seguía la juerga. Termina el episodio narrado por Mateo
refiriendo que sus discípulos recogieron el cadáver, lo enterraron y, más tarde, se lo
contaron a Jesús. Podemos imaginar cómo se sintió el Señor por el acto en sí y por ser su
pariente el Precursor que, de modo tan antinatural, dejó el paso a Jesús.
Siempre que meditamos este pasaje nos apenamos por el contraste entre la vida de un
hombre bueno que tiene la misión sagrada de anunciar a Jesucristo —«este es el Cordero
de Dios»— y, de otro lado, la vulgaridad del pecado que degrada a quienes lo cometen,
todos ellos confabulados misteriosamente para frenar la voz del profeta: Juan, Jeremías
y, después, Jesús.
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DOMINGO 2 DE AGOSTO
DECIMOCTAVA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
EVANGELIO
San Mateo 14, 1-21
s
PARA MEDITAR
1. El pan de la Palabra.
2. El Pan de la Eucaristía.
1. Este domingo se abre con una invitación del profeta Isaías: «Oíd, sedientos todos,
acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin
pagar vino y leche de balde (...). Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme, y viviréis.
Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David». Nos
preguntamos: ¿qué trigo y qué vino misteriosos son esos?; algo que las demás lecturas
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nos lo aclaran: son el pan de la Palabra de Dios (segunda lectura) y el Pan de la
Eucaristía (Evangelio).
Verdaderamente, es admirable el entusiasmo de san Pablo cuando escribe a los
romanos reconociendo que «criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro». Vemos cómo se pueden vivir en la práctica
las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad pues, aunque la teología las distingue,
están unidas vitalmente en los santos porque quieren hacer la voluntad de Dios; por eso,
ni la angustia, ni el peligro, ni el hambre les aparta de Dios.
La Liturgia de la Palabra dominical comprende una primera lectura del Antiguo
Testamento, el Salmo con responsorio, una segunda lectura, el Aleluya con el versículo,
y el Evangelio. La homilía exhorta a recibir bien la Palabra de Dios y a vivirla, y se
concluye con la Oración Universal. También hoy podemos preguntarnos por la huella
que la Liturgia de la Palabra deja en nuestra alma; si escuchamos con atención, si
tenemos una actitud positiva, si formulamos algún propósito, si nos estimula a meditar
personalmente los Evangelios.
2. Este evangelio nos muestra la delicadeza de Jesús con los que le siguen, hasta el
punto de hacer un gran milagro: «Mandó a la gente que se recostara en la hierba y,
tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición,
partió los panes y se los dio a los discípulos: los discípulos se los dieron a la gente».
Desde los comienzos, ya en las catacumbas, la tradición de la Iglesia ha contemplado
este suceso como un anuncio del banquete mesiánico. Entre el prodigio obrado,
entonces, por Jesús y el fin de los tiempos se sitúa la Sagrada Eucaristía, avance del
banquete del Reino.
Parece lógico que examinemos hoy nuestra fe en Jesús sacramentado, que se nos da
en la Comunión como alimento del alma; es el mismo Cristo presente realmente con su
Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, bajo las apariencias sacramentales. Nos preguntamos
cómo es nuestra preparación antes de la Misa, si sabemos mantener las posturas
adecuadas en cada momento de la celebración y si respondemos con vibración a las
aclamaciones; si nuestra alma está limpia por la contrición manifestada con frecuencia
en el sacramento de la Reconciliación, para cuya administración encontraremos
facilidades en los confesores; por eso, nadie tiene razón para retrasar durante meses o
quizá años la Confesión y, menos aún, para esconderse en el anonimato de una
absolución colectiva que, por su misma naturaleza, será excepcional siguiendo las
normas del Derecho Canónico, como nos recordaba san Juan Pablo II[1].
Para gustar la Eucaristía y después la Vida en Dios hay que acercarse a participar con
el corazón limpio, pero también con la mano tendida, es decir, dispuestos a trabajar por
remediar el hambre de pan, de trabajo y de Dios que tienen los más necesitados: «Para
recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros, debemos
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reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos»[2]. Él nos pide que no cerremos la
mano a las necesidades de los demás, sino que compartamos con todos su Palabra, su
Pan multiplicado y su caridad para repartir: nuestro dinero, nuestra colaboración, nuestro
tiempo y el gozo de nuestro Dios. Dios se multiplica en esta tierra con nuestra
colaboración generosa.
También hoy veneramos a la Virgen María en su advocación de Nuestra Señora de
los Ángeles que, según las normas litúrgicas, cede ante el Domingo, siempre el día del
Señor. Quizá conozcas a alguna mujer que lleve ese bonito nombre; aparte de
encomendar y felicitar, es buena ocasión para examinar nuestra fe y trato con los
ángeles. Parece que están de moda estos seres espirituales creados en gracia por Dios,
que vienen a ser como la corte de Dios Creador y Señor del universo. Es posible que
algunos lo vean como ingenuidad de niños sin llegar a creer en su existencia real y en la
ayuda que prestan a los hombres, en especial en el ángel custodio que cuida de cada
hombre y mujer. Razón de más para vivir mejor la relación con los ángeles, que nos
ayudan, que acompañan a Jesús en los sagrarios, que participan con «envidia» en la
Misa, pues no pueden comulgar por ser puramente espirituales y que, en definitiva,
proclaman la gloria de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
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LUNES 3 DE AGOSTO
EVANGELIO
San Mateo 14, 22-36
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PARA MEDITAR
1. Algunos episodios del Antiguo Testamento son difíciles de entender, como el que
hoy describe el libro de Jeremías. Esta vez los protagonistas son Ananías y Jeremías: el
primero, que anuncia una liberación del pueblo hebreo del cepo o yugo de
Nabucodonosor, pero omite la necesidad del agradecimiento a Dios y de poner en él toda
la confianza. En cambio, Jeremías advierte que el mismo Nabucodonosor les impondrá
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otro cepo peor, esta vez de hierro y no de madera. El trato con los encarcelados y
esclavos de entonces no era tan correcto como en nuestro tiempo: les ponían cepos en los
pies y en el cuello, y peor si era de hierro, como anuncia Jeremías.
Sobre esas torturas cualquiera sabe que no están tan lejos de nosotros pues la
esclavitud sigue en nuestros días con la trata de personas, de mujeres engañadas por
mafias siniestras desde África o en otros países que sueñan con mejorar su vida y la de
su familia y, al llegar, se encuentran con el cepo de la trata. Otros caen en la esclavitud
inducida de las drogas y de la pornografía que les deshumaniza y descarta de la sociedad.
Gracias a tantas organizaciones cristianas o no cristianas que trabajan por apartar de esas
personas los cepos e integrarlos en la sociedad.
Volviendo al pasaje de Jeremías, advierte al profeta sobre la falsa confianza que no
habla en nombre de Dios porque induce al pueblo a confiar en Nabucodonosor en lugar
de Dios. Porque los hombres mudan de parecer buscando tantas veces sus intereses y
más cuando los ven amenazados por la verdad, la justicia y la caridad. Les parecen cosas
bonitas nada reales que deberían ceder ante los poderes del mundo. ¡Lejos de nosotros,
Señor, ese poner malamente la confianza en los hombres para confiar más en la
providencia de Dios!, que cuenta con nuestra colaboración inteligente y esforzada: los
bienes del cielo, los derechos humanos o la justicia no vienen directamente del cielo
pues los alcanzan los esforzados que piensan en el bien de todos.
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Miramos de nuevo a Pedro en su breve tránsito por el agua acercándose a Jesús y, sin
embargo, ante una racha de viento parece recobrar la lucidez racional para darse cuenta
de que está haciendo algo imposible, por lo que no puede ser verdad lo que está
viviendo. La lógica humana desluce, entonces, la intuición sobrenatural de la fe y el
amor para empezar a hundirse, su vida se apaga y grita pidiendo auxilio: «Señor,
sálvame», y, agarrado al Señor, escucha sus palabras: «¡Qué poca fe! ¿Por qué has
dudado?».
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MARTES 4 DE AGOSTO
SAN JUAN MARÍA VIANNEY
EVANGELIO
San Mateo 15, 1-2.10-14
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PARA MEDITAR
1. El santo que hoy conmemoramos tiene muchos devotos por ser hombre de gran
corazón, enamorado de Jesucristo y amante de la salvación de las almas. Un corazón
verdaderamente universal como es la Iglesia y como debe ser el nuestro. Un corazón, el
suyo, a la medida del Corazón de Jesucristo, que da la vida por sus amigos, es decir, por
todos los hombres de todos los tiempos: es el único Salvador definitivo de toda la
humanidad en el tiempo y en el espacio. Por ese corazón grande, la Iglesia ha nombrado
al santo Cura de Ars patrono de los sacerdotes, le pide muchas vocaciones y la santidad
de los presbíteros. Hoy nos unimos en particular a esa oración que recorre nuestro
mundo en particular desde el siglo XIX en que vivió el santo sacerdote.
El texto del profeta Jeremías nos hace ver ese corazón de Dios que ama a su Pueblo,
le corrige, le perdona y le ofrece siempre su misericordia. Por una parte, señala que la
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herida de la infidelidad a la Alianza está enconada, pues los hombres tardan mucho en
reconocer sus pecados y en arrepentirse; y, por otra parte, el Señor promete una
renovación porque protegerá al Pueblo, lo reconstruirá de sus ruinas, y hará que se
multiplique. Esto ha ocurrido, en verdad, en el pueblo hebreo y más en la Iglesia, el
Pueblo de Dios en marcha hacia la Patria definitiva, mientras transforma el mundo con la
fuerza del Espíritu Santo que actúa por encima de las apariencias. Por todo eso
confiamos siempre en las promesas de Jesucristo y trabajamos con esperanza teologal
que actúa en nosotros mientras caminamos con los pies en la tierra y la cabeza en el
cielo. ¿Pero es así en nuestro caso? Porque comprobamos que, a menudo, trabajamos
mucho, sí, aunque con poca visión sobrenatural, afanados en lo inmediato y olvidados
quizá de lo más importante.
El salmo invita a sostener esa esperanza esforzada y responsable cuando canta: «Los
hijos de tus siervos vivirán seguros, su linaje durará en tu presencia. Para anunciar en
Sión el nombre del Señor, y su alabanza en Jerusalén, cuando se reúnan unánimes los
pueblos y los reyes para dar culto al Señor». No dejemos de soñar y más cuando el
ambiente nos parece adverso y tardan en llegar los frutos.
2. No olvidamos que la misericordia deriva del corazón, cor misericors, en latín. Nos
invita a mirar ahora cómo es nuestro corazón. Los hombres miran al exterior, pero Dios
conoce el corazón de cada uno. De ello nos habla hoy el evangelio cuando algunos
judíos se sorprendían porque los apóstoles no siempre guardaban el ritual de abluciones,
pues les parecía que despreciaban las tradiciones del pueblo. Aprovecha Jesucristo la
ocasión para enseñar el fondo del asunto sin borrar las prescripciones rituales: Dios ve el
corazón limpio o sucio de los hombres y quiere que cada uno descubra la calidad del
suyo y se esfuerce por sacar lo mejor de sí mismo. El ejemplo que pone es,
suficientemente, luminoso: lo que mancha al hombre no es el alimento que entra por la
boca y se digiere, sino lo que sale de la boca. Y reconocemos la importancia de cuidar
que nuestras palabras sean positivas y serenas, que construyan y no destruyan la alegría
de los demás o la fama de las personas.
¡Cuántas veces tendremos que arrepentirnos de hacer un comentario negativo que es
murmuración! Porque las palabras revelan el pensamiento de cada uno y lo que hay en el
fondo de su corazón. Hoy se nos brinda una ocasión para meditar acerca del octavo
mandamiento: No darás falto testimonio ni mentirás. El Compendio del Catecismo
explica que, en primer lugar, indica el deber de buscar la verdad y adherirse a ella,
ordenando la propia vida según las exigencias de la verdad. Porque en Jesucristo la
verdad de Dios se ha manifestado íntegramente: Él es toda la verdad. Quien le sigue vive
en el Espíritu de la verdad, y rechaza la doblez, la simulación y la hipocresía[3]. Además
nos pide dar testimonio de la verdad, incluso con sacrificio, como hicieron los mártires
del pasado y del presente.
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También abarca este mandamiento la obligación de ser veraces en la información, la
defensa de la vida privada y el peligro del escándalo con palabras y con obras, así como
la reserva en los secretos profesionales que han de ser siempre guardados. Después de
este contenido positivo, atiende también a lo que prohíbe: la mentira, el falso testimonio
y el perjurio, los juicios temerarios y la adulación. Pedimos al Señor estar bien atentos
para no caer en estos pecados que, además, exigen una reparación conveniente.
Siempre estaremos atentos para alimentar nuestra mente con la verdad, no siempre
fácil de hallar, cuidando la sinceridad con nosotros mismos, primero, y, por ello, en la
dirección espiritual o al participar en algún medio de formación. Quienes suelen hacer
algún examen al final de la jornada han elegido un buen medio para conocerse mejor,
hacer un propósito de mejorar y rectificar después. Evitaremos, de este modo, ser ciegos
y guías de ciegos como terminan hoy las palabras de Jesucristo.
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MIÉRCOLES 5 DE AGOSTO
DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE SANTA MARÍA
EVANGELIO
San Mateo 15, 21-28
Jesús salió y se retiró a la región de Tiro y Sidón. Entonces, una mujer cananea,
saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor,
Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo». Él no le respondió nada. Entonces,
los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando». Él les
contestó: «Solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel». Ella se acercó y se
postró ante él diciendo: «Señor, ayúdame». Él le contestó: «No está bien tomar el pan de
los hijos y echárselo a los perritos». Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero
también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos». Jesús le
respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas». En aquel
momento, quedó curada su hija.
s
PARA MEDITAR
1. En la ciudad de Éfeso tuvo lugar un concilio importante que defendió con certeza
que la Virgen María es verdadera madre de Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Ya
entonces, había quienes consideraban su maternidad solo como del hombre Jesús y no
del Jesús Dios, lo cual implicaba un error decisivo respecto a la Persona de Jesucristo.
Es decir, se trataba de un problema cristológico y, por ello, mariológico, que afectaba al
núcleo mismo de la fe que afirma con certeza que Jesucristo es verdadero Dios
encarnado y verdadero hombre nacido de la Virgen María. No debe pensarse que, en
Jesucristo, hay como dos personas, una divina como Hijo del Padre, y otra humana como
hijo de María, porque se rompería la unidad del ser del Salvador. Por el contrario, la fe
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coherente con los evangelios afirma que el Señor es Persona divina única, con dos
naturalezas, una divina y otra humana, sin confusión ni separación.
No son disquisiciones teológicas, sino la realidad revelada, creída y vivida desde el
principio, como lo vemos en la piedad: hablamos con Jesús como una sola persona que
es Dios, amamos su naturaleza humana tal como la muestran los evangelios: de ahí la
contemplación de su infancia como un niño más, su amor por los amigos, el dolor en la
Vía Crucis, y tantas devociones posteriores como al Corazón sacratísimo de Jesús, o su
mirada en tantas imágenes y cuadros. Y, a la vez que nos conmueve su Humanidad
santísima, estamos reconociendo también su naturaleza o condición divina, cuando
vemos los milagros que hace, hasta resucitar muertos, y cumplir siempre la Voluntad del
Padre.
En consonancia, la Virgen es ciertamente la madre de Jesús porque lo ha engendrado
por obra y gracia del Espíritu Santo y continuado en la gestación hasta darlo a luz en
Belén sin detrimento de su virginidad. Es Madre de Jesús en su condición humana y,
dado que tiene solo una Persona divina, podemos afirmar con verdad que es la madre del
único Jesucristo.
Pues bien, en conmemoración de este importante paso de fe desde el siglo V, se
celebra la dedicación de la primera gran basílica dedicada a la Madre de Jesucristo en la
ciudad de Roma. Según consta por la tradición, Ella indicó el lugar donde deseaba que se
construyera aquel templo, por medio de una sorprendente nevada este día del mes de
agosto; por eso, se conoce esta advocación como la Virgen de las Nieves y, por ello, son
innumerables los templos que multiplican el amor a la Madre de Dios con nosotros.
Si utilizamos las lecturas de esta semana, podemos descubrir en Jeremías una
referencia a la Virgen María, algo que no intentaba el profeta que vivió siete siglos antes
de María y de Jesucristo. En efecto, anuncia al pueblo hebreo o la Hija de Sion un
tiempo de alegría y felicidad, porque Yahvé la ama: «Con amor eterno, te amé; por eso,
prolongué mi misericordia. Todavía te construiré, y serás reconstruida, doncella de
Israel; todavía te adornarás y saldrás con panderos a bailar en corros; todavía plantarás
viñas en los montes de Samaria, los que planten cosecharán».
2. Otra mujer aparece hoy en el evangelio por ser un monumento de fe. Es una
cananea que vive al norte de Galilea, la tierra judía de Jesús, y suplica la curación de su
hija poseída por algún demonio. Jesucristo se había retirado con sus discípulos para
sustraerse de las muchedumbres que le seguían alrededor del lago de Genesaret, y no les
dejaban tiempo ni para comer; de este modo, pueden descansar —Jesús es hombre
verdadero— y puede avanzar en la formación para que asimilen mejor sus palabras y sus
milagros.
Aquella mujer clama rogando esa curación y no se detiene ante el silencio de Jesús
cuando parece que no la escucha, hasta el punto de que los discípulos le piden que la
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atienda y los deje tranquilos. Es más, cuando Jesús la atiende por fin, no es para
concederle el favor, sino para poner resistencia porque ella no pertenece al pueblo
elegido, que es el destinatario primero de su misión redentora. Con un lenguaje que nos
puede sorprender, Jesús pone a prueba la fe de aquella madre y le dice: «No está bien
echar a los perros el pan de los hijos». No sorprende, en cambio, a los discípulos porque
es un modo habitual de hablar para referirse a los otros pueblos circundantes que no son
el pueblo elegido. Ella persevera con humildad y obtiene el milagro de la curación de su
hija y el elogio del Señor: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas». En
aquel momento, quedó curada su hija.
Todas las madres con fe se han visto representadas alguna vez en esta buena mujer
cuando sufren por alguna enfermedad de un hijo, física o espiritual, y se ven incapaces
de remediarla. Nos enseña a todos que es necesaria la perseverancia en la oración y,
especialmente, en la de petición, no para ablandar el corazón de Jesucristo, sino para
agrandar el nuestro con perspectiva más sobrenatural y reconocer que los caminos del
Señor no son nuestros caminos. De modo misterioso y, a veces, milagroso, Dios cura el
cuerpo, apoyando la colaboración humana y, sobre todo, las almas que se han alejado de
él porque cuenta con la oración de las madres y de los padres.
Si esto hacen las madres de la tierra, ¡qué no hará la Virgen María, para derretir la
nieve de los corazones endurecidos y fecundar las almas de algunas madres, de algunos
padres y de muchos hijos!
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JUEVES 6 DE AGOSTO
LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR
EVANGELIO
San Mateo 17, 1-9
Seis días más tarde, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y
subió con ellos aparte a un monte alto. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro
resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. De repente, se
les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y
dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una
para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Todavía estaba hablando cuando una nube
luminosa los cubrió con su sombra y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el
amado, en quien me complazco. Escuchadlo». Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces,
llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis». Al
alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban del monte, Jesús
les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre
los muertos».
s
PARA MEDITAR
1. La Maternidad divina de María, que ayer celebrábamos, abre la puerta hoy a esta
fiesta de Jesucristo que la Iglesia celebra al vislumbrar algo de su divinidad: recordar
aquel momento sublime para los apóstoles, Pedro, Santiago y Juan en lo alto del monte
Tabor. Allí los primeros cristianos edificaron una primera iglesia para revivir con
emoción ese encuentro y no se perdiera con el tiempo un lugar tan sagrado.
Hoy el templo del Tabor es una buena construcción edificada sobre las ruinas de las
anteriores, a la que se accede por una larga avenida, que muestra en su fachada dos torres
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laterales y un cuerpo central triangular para significar la transfiguración de Jesús rodeado
a derecha e izquierda por Moisés, el gran patriarca, y Elías, el gran profeta, para los
judíos. En el interior, un amplio presbiterio que tiene detrás un ábside con el mosaico
representa la transfiguración encima del altar donde se celebra la Misa para los
peregrinos. Estos encuentran una particular luminosidad conseguida por amplios
ventanales abiertos en la fachada, los muros laterales y el ábside.
En este lugar, Jesucristo ha mostrado su gloria divina, confirmando así la confesión
de Pedro poco antes —«tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo»— y para fortalecer la fe
de los apóstoles ante la proximidad de la Pasión, que ya ha empezado a anunciarles. En
medio del asombro, ellos oyen una voz desde la nube luminosa que dijo: «Este es mi
Hijo, el Amado, en quien me he complacido: escuchadle». Los padres de la Iglesia —
como san Jerónimo— comentan esta escena comparando a los dos personajes con Jesús:
ellos son siervos, pero Jesús es el Hijo; ellos son queridos por el Padre, pero Jesús es el
Amado; Moisés y Elías hablan de Cristo, pero Jesús es el Señor que debemos escuchar.
Y, por ello, los fieles cristianos nos aplicamos esta exhortación a fin de escuchar las
enseñanzas de Jesús, contemplar sus milagros, meternos en los evangelios y, por ello,
encontrarse con Jesucristo vivo ahora que nos habla en la intimidad de una oración
recogida y en las enseñanzas de la Iglesia.
A ello nos invitan las siguientes palabras de san Josemaría: «Cuando se ama a una
persona se desea saber hasta los más mínimos detalles de su existencia, de su carácter,
para así identificarse con ella. Por eso hemos de meditar la historia de Cristo, desde su
nacimiento en un pesebre, hasta su muerte y su resurrección. En los primeros años de mi
labor sacerdotal, solía regalar ejemplares del evangelio o libros donde se narraba la vida
de Jesús. Porque hace falta que la conozcamos bien, que la tengamos toda entera en la
cabeza y en el corazón, de modo que, en cualquier momento, sin necesidad de ningún
libro, cerrando los ojos, podamos contemplarla como en una película; de forma que, en
las diversas situaciones de nuestra conducta, acudan a la memoria las palabras y los
hechos del Señor.
»Así nos sentiremos metidos en su vida. Porque no se trata solo de pensar en Jesús,
de representarnos aquellas escenas. Hemos de meternos de lleno en ellas, ser actores.
Seguir a Cristo tan de cerca como Santa María, su Madre, como los primeros doce, como
las santas mujeres, como aquellas muchedumbres que se agolpaban a su alrededor. Si
obramos así, si no ponemos obstáculos, las palabras de Cristo entrarán hasta el fondo del
alma y nos transformarán. Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante
que espada de dos filos, y se introduce hasta en los pliegues del alma y del espíritu, hasta
en las junturas y tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del
corazón»[4].
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2. San Ignacio de Antioquía fue uno de los primeros mártires del siglo II y obispo
famoso por sus cartas pastorales a las Iglesias locales que iba encontrando de camino a
Roma donde recibió la palma del martirio. Gran defensor de la unidad y la caridad,
porque amaba profundamente a Jesucristo. Le amó tanto que, cuando, según una
tradición, por orden de Trajano, le obligaron a renegar del Señor respondió que era
imposible quitarlo de sus labios. Le amenazaron con cortarle la cabeza y así no
pronunciaría el santo Nombre y contestó: «Aunque lo apartes de mis labios, del corazón
nunca podrás desprenderlo; lo llevo escrito en él y, por eso, no puedo cesar de
invocarlo». El piadoso relato de su martirio refiere que, después de cortarle la cabeza, le
sacaron el corazón y vieron que llevaba grabado en letras de oro el nombre de Cristo.
Enamorarse de Jesucristo es una tarea que nunca se acaba, como le ocurrió a san
Pedro, que transmite aquel recuerdo imborrable de la transfiguración del Señor, cuando
ya ha visto el desarrollo de las promesas de Jesús: sus años finales, su Pasión y Muerte, y
su gloriosa Resurrección cuando le vieron durante un tiempo con su cuerpo glorioso si
bien no radiante, como en el Tabor. Lo refiere diciendo que no cuentan a los primeros
cristianos unas fábulas fantásticas, pues son testigos oculares de la grandeza del
Salvador: «Esta voz, traída del cielo, la oímos nosotros, estando con él en la montaña
sagrada. Esto nos confirma la palabra de los profetas, y hacéis muy bien en prestarle
atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día, y
el lucero nazca en vuestros corazones».
Podemos hacernos la pregunta acerca de por qué Jesús se transfiguró en un lugar alto
y distante de Nazaret y de Cafarnaúm junto al lago de Genesaret, y encontrar la respuesta
en la necesidad del esfuerzo humano, físico y moral, para que los ojos del alma puedan
contemplarle. Es la experiencia de cada uno de nosotros y, desde luego, de los santos que
comprenden la necesidad de la limpieza del corazón, de la purificación de las
intenciones, de la rectitud de conciencia para encontrar a Jesús. Si no hay
desprendimiento y sinceridad, no podemos encontrarle, y, junto a eso, hace falta crecer
en las virtudes, como la templanza, la fortaleza, la justicia y la prudencia, además de
abrirse a la gracia para que nos aumente la fe, la esperanza y la caridad. Entonces, con
ese esfuerzo ascético —que no es solo para los consagrados que se apartan del mundo—
podremos participar también ahora de la transfiguración del Señor Jesús.
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VIERNES 7 DE AGOSTO
EVANGELIO
San Mateo 16, 24-28
Entonces, dijo a los discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a
sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el
que la pierda por mí, la encontrará. ¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo
entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre
vendrá, con la gloria de su Padre, entre sus ángeles, y, entonces, pagará a cada uno según
su conducta. En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte
hasta que vean al Hijo del hombre en su reino.
s
PARA MEDITAR
1. San Agustín escribió La ciudad de Dios en la que reina el amor, el orden y la paz;
es como una teología de la historia válida también para nuestra época. Está contrapuesta
a la ciudad de los hombres sin Dios que carece de paz, de orden y de amor. Y en ella,
todo arranca del fondo del corazón de las personas que creamos estructuras de pecado o
bien entramados de virtudes.
Hoy se nos presenta la profecía de Nahún, que reclama la atención del pueblo
elegido para que agradezca a Yahvé su protección, y no olviden los sufrimientos
padecidos a causa de los invasores. El espectáculo que describe parece de película: «Ay
de la ciudad sangrienta, toda ella mentirosa, llena de crueldades, insaciable de despojos.
Escuchad: látigos, estrépito de ruedas, caballos al galope, carros rodando, jinetes al
asalto, llamear de espadas, relampagueo de lanzas, muchos heridos, masas de cadáveres,
cadáveres sin fin, se tropieza en cadáveres. Arrojaré basura sobre ti, haré de ti un
espectáculo vergonzoso. Quien te vea se apartará de ti, diciendo: desolada está Nínive,
¿quién lo sentirá?, ¿dónde encontrar quien te consuele?».
24
El desastre de Nínive se repite en la historia bélica de la humanidad cuando los
hombres se olvidan de construir la ciudad de Dios, dominar a otros mediante las armas,
unas de acero y otras con mentiras y estrategias manipuladoras. Cuando los corazones no
están con-cordes y se enseñorea la dis-cordia. En cambio, cuando los discípulos de Jesús
desarrollan el espíritu de servicio en todas las ocupaciones, desde las más influyentes de
la política y la economía hasta los servicios domésticos, entonces, crece la ciudad de
Dios desde dentro hacia afuera; porque la santidad es personal y tiene importantes
repercusiones en la sociedad, como la fe que no se reduce a las convicciones personales,
sino que va creando estructuras de bien que facilitan la convivencia.
San Juan Pablo II destacaba la importancia de los santos en la construcción de
Europa y del mundo al proclamar a santa Brígida de Suecia copatrona de Europa: «No
cabe duda de que, en la compleja historia de Europa, el cristianismo representa un
elemento central y determinante. (...) La fe cristiana ha plasmado la cultura del
continente y se ha entrelazado indisolublemente con su historia. (...) El camino hacia el
futuro no puede relegar este dato y los cristianos están llamados a tomar una renovada
conciencia de todo ello para mostrar sus capacidades permanentes. Tienen el deber de
dar una contribución específica a la construcción de Europa, que será tanto más válido y
eficaz cuanto más capaces sean de renovarse a la luz del Evangelio»[5].
Nos aplicamos este deber cuando avanzamos en espíritu de servicio empezando por
la familia, en los trabajos, en atención a los necesitados y estamos dispuestos a colaborar
con generosidad en los asuntos públicos, conformando la opinión pública en los medios
de comunicación, creando plataformas para defender la vida desde su origen hasta la
muerte natural, el derecho de los padres a educar a sus hijos sin trabas impuestas por
ideologías sesgadas, así como el derecho a la libertad religiosa en todas sus
manifestaciones, con la libertad de conciencia. Por ello, hacemos examen de conciencia
y pensamos qué más puedo hacer, si me quedo en la queja estéril, si mi apostolado es el
adecuado a los tiempos graves que nos ha tocado vivir.
2. En el evangelio de hoy Jesús nos exhorta a plantear ese examen y a ser más
decididos en el servicio para extender el reino de Dios como atmósfera sana y santa que
mueve a la ciudad de Dios. «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí
mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el
que la pierda por mí, la encontrará. ¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo
entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla?».
La ambición humana quiere ganar el mundo entero porque mira las cosas como de
tejas abajo, es decir, no se preocupa de las cosas de arriba, del cielo para prepararlo ya en
esta tierra. Muchas veces, lo urgente, «como suele decirse», nos impide atender a lo
importante que es salvar el alma, algo que entendemos bien cuando reconocemos que
nadie se salva ni se condena solo porque está enlazado profundamente con los demás,
25
empezando por los más próximos: familia en sentido amplio, amistades, vecinos o
compañeros de trabajo. La ambición del cristiano es servir, lo cual significa tanto la
actitud de vivir hacia los demás luchando en tantos detalles diarios contra las tendencias
egoístas, como capacitarse para ser útil estudiando y aprendiendo según la propia
profesión y vocación.
Siempre podemos acudir a la Virgen Madre para aprender qué es la llamada personal
para hacer de la vida un servicio al prójimo en las tareas corrientes, porque con ellas
estamos levantando la ciudad de Dios.
26
SÁBADO 8 DE AGOSTO
SANTO DOMINGO DE GUZMÁN
EVANGELIO
San Mateo 17, 14-20
s
PARA MEDITAR
27
cure de los males. Es lo más sensato para cualquiera y lo coherente con la fe, no para
convencer a Dios, sino para convencernos nosotros de que somos criaturas necesitadas
de Él. En esos momentos malos de enfermedad o de rupturas, palpamos nuestra
indigencia pues no somos dioses, como algunos se creen: de la noche a la mañana y de la
mañana a la noche cambia el rumbo de la vida y echamos mano de la esperanza, al
menos como recurso natural y mejor cuando nos ponemos expresamente en manos de
Dios. Algo que la mayoría hemos experimentado en estos meses de epidemia mundial.
La fe es la condición que Jesucristo pone para realizar milagros, como el de curar a
ese hijo enfermo. Entonces realizó solo unos pocos y todavía sigue haciéndolo, a veces,
por medio de algunos santos a los que invocamos como intercesores. La Iglesia
comprueba mediante un proceso riguroso si una determinada curación parece obra del
cielo, cuando los médicos no encuentran una explicación científica para certificarla. De
todos modos, los milagros externos son escasos, pues lo habitual es que los médicos
hagan un diagnóstico certero y apliquen el remedio oportuno. Por eso los creyentes
pedimos curaciones del cuerpo y del alma a Dios por la mediación de la Santísima
Virgen o la intercesión de algún santo.
Por la fe valoramos en su justa medida las personas, los acontecimientos y los bienes
de la tierra, porque todo tiene sentido en su relación al plan divino de salvación que no
siempre sabemos encontrar a causa de nuestra limitación para las cosas de Dios o por
nuestro engreimiento. San Agustín lo tenía bien claro cuando preguntaba: «¿Qué vale
toda la tierra? ¿Qué vale todo el mar? ¿Qué vale todo el cielo? ¿Qué todos los astros?
¿Qué vale el sol? ¿Qué vale la luna? ¿Qué vale el ejército de los ángeles? Yo tengo sed
del Creador de todas estas cosas; tengo hambre de Él; tengo sed de Él»[6].
Vale la pena examinarse hoy acerca del tono sobrenatural de nuestra vida y de qué
medios estoy poniendo para desarrollar esa capacidad de cumplir en la tierra la Voluntad
de Dios expresada en mi vocación específica. Recordemos, además, que los actos de fe,
esperanza y caridad son como las válvulas por las que se expande el amor, en un fluir
continuo que nos va identificando con Jesucristo. Y, en resumidas cuentas, rezamos hoy
con el corazón las palabras del salmo: «Él será refugio del oprimido, su refugio en los
momentos de peligro. Confiarán en ti los que conocer tu nombre, porque no abandonas a
los que te buscan».
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Se trataba de una desviación de la fe iniciada en Albi, al sur de Francia, aunque ellos
se consideraban cátaros, es decir, los puros. Consiguieron organizarse de un modo
amenazador para los fieles de la Iglesia y para la civilización católica. Profesaban un
dualismo según el cual existen dos principios, uno bueno creador del espíritu y la luz, y
otro malo creador de la materia y de las tinieblas. Jesucristo sería un enviado de Dios
como un ángel superior que tendría un cuerpo aparente —la materia es mala, decían— y,
por ello, no sufrió ni murió ni resucitó. Además, afirmaban que la Iglesia habría
degenerado en la historia desde los orígenes y ellos llamaban a regenerarla como los
puros amanes del espíritu. A esos albigenses les sobraba la estructura de la Iglesia
centrada en Roma y daban importancia al corazón. De ahí que veamos en ellos la
tentación y caída que se repite en la historia del cristianismo protagonizada por los puros
que se creen elegidos para cambiar la Iglesia.
Hoy también encontramos grupos semejantes que rechazan la organización
jerárquica, la vocación sacramental del sacerdocio, los sacramentos como signos eficaces
de la gracia, las enseñanzas morales sobre el matrimonio y la sexualidad. También la
tentación de quienes se guían más por los signos de los tiempos, las encuestas o la
sensibilidad de los tiempos actuales mientras piensan que la Iglesia no comprende al
hombre moderno o que sus enseñanzas están desfasadas. Por eso una persona con fe,
esperanza y caridad, se esfuerza por observar con visión sobrenatural las limitaciones y
aun pecados de los miembros de la Iglesia, reconociendo la santidad ontológica de la
Iglesia como esposa de Jesucristo. Así lo proclamamos cada domingo al recitar el Credo
en comunión: Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.
De nuevo comprendemos el peligro de situarse entre los puros y de juzgar a la Iglesia
y a los demás con poca visión sobrenatural, es decir, con un ejercicio deficiente de las
tres virtudes teologales. Y valoramos la constitución de la Iglesia fundada por Jesucristo
con su estructura jerárquica, los sacramentos como vehículos de la gracia y encuentro
real con Jesús, y la importancia del gobierno y el derecho que da forma a los diversos
carismas del Espíritu Santo suscitados en la Iglesia por el Espíritu Santo, siempre
encauzados según la potestad de régimen de la Jerarquía sagrada encabezada por el
Vicario de Jesucristo.
En consecuencia, pedimos a la Virgen María, Madre de la Iglesia, que nos obtenga
un aumento en la fe, la esperanza, y la caridad, mientras reforzamos la comunión interna
y externa con el Papa, los obispos y todos los fieles con la misma dignidad de hijos de
Dios llamados a buscar la santidad en medio del mundo.
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DOMINGO 9 DE AGOSTO
DECIMONOVENA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
EVANGELIO
San Mateo 14, 22-33
s
PARA MEDITAR
1. La fe es diálogo interpersonal.
2. Todos llamados a la oración, que es hablar con Dios.
30
mano, lo agarró y le dijo: “¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?”. En cuanto subieron a la
barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él, diciendo: —“Realmente
eres Hijo de Dios”».
La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que nos ha
revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque Él es la verdad misma[7]. Por eso,
los discípulos de Jesús debemos corresponder teniendo una fe viva y operativa, animada
por la caridad. Aunque la fe reside en la inteligencia —por eso hay que conocer la buena
doctrina—, es la persona misma quien actúa con fe y visión sobrenatural sabiendo leer el
mensaje de Dios en los acontecimientos. Hoy pedimos esa fe para nosotros y nos
comprometemos a cuidarla con la buena doctrina, siguiendo las enseñanzas del Papa y
de los obispos; también nos comprometemos a difundirla entre nuestros iguales, y a
aportar los medios económicos para la misión universal de la Iglesia.
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LUNES 10 DE AGOSTO
SAN LORENZO, DIÁCONO Y MÁRTIR
EVANGELIO
San Juan 12, 24-26
s
PARA MEDITAR
1. Es algo que nos resulta difícil pues supone dar cosas y servicios a los demás y,
principalmente, regalarse a sí mismo, lo cual pide pensar hacia fuera, así como superar
las dificultades que encontramos cada día. El Señor nos espera para santificarnos las
veinticuatro horas del día y está dispuesto a darnos las gracias convenientes para
sobrellevar las contrariedades, pues quiere ayudarnos y consolarnos cuando lo
necesitamos.
Así, renovamos los deseos eficaces de ser santos en la vida ordinaria, teniendo una
voluntariedad constantemente renovada que eleve las acciones cotidianas al plano
sobrenatural y las convierta en instrumento de apostolado, de servicio y de visión
integral de cada persona. De ahí que los días que nos parecen iguales pueden ser
distintos, no tanto por las ocupaciones cuanto por el amor que pongamos y los servicios
que prestemos. Como sabrás, esto se llama visión sobrenatural que no es estar en las
nubes, sino actualizar el fin que buscamos según nuestra vocación y la función en la
sociedad.
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La dedicación recta e intensa al trabajo y a la familia necesariamente encontrará
obstáculos que nos exigen esa visión sobrenatural de la que hablamos. De ordinario son
pequeñas contrariedades en el trato con las personas del entorno y la misma dificultad de
la labor, incluidas las tareas de apostolado, pues todos debemos actuar en bien de las
almas cercanas o lejanas, aprovechando los medios de comunicación de que disponemos
en la actualidad: se pueden utilizar con superficialidad o con seriedad para comunicarse
y estar informados debidamente superando la atentación de la curiosidad. Son oportunas
las palabras de Santiago en su epístola cuando escribe: «tened, hermanos míos, por
objeto de sumo gozo el caer en varias tribulaciones, sabiendo que la prueba de vuestra fe
produce la paciencia, y que la paciencia perfecciona la obra, para que vengáis a ser
perfectos y cabales sin faltar en cosa alguna»[11].
Las pequeñas contrariedades son, para quien las contempla con visión sobrenatural
de hijo de Dios, una oportunidad de acercarse más al Señor, de crecer en espíritu de
sacrificio y de mejorar en puntos concretos de su vida; son momentos en que podemos
calibrar si nos mueve el amor a Dios y el servicio a los demás, o las raíces del egoísmo
nos dominan. No debemos exagerar ni permitir que la imaginación mantenga el eco de
un desencuentro que no entendemos o de un problema que no aceptamos, pues mirando
a Jesús en la Cruz se rebaja el nivel de sufrimiento, según enseña san Juan Crisóstomo:
«¿Qué has sufrido tan grande que pueda compararse a lo que sufrió tu Señor, que fue
maniatado, abofeteado, azotado, escupido; que, después de haber hecho infinitos
beneficios, sufrió la muerte más ignominiosa de todas las muertes?[12].
Son reflexiones prácticas sobre la enseñanza repetida de Jesucristo cuando compara
nuestro servicio generoso a los demás con el grano de trigo, algo que entendían los
discípulos que veían con los ojos cómo se realiza la siembra. El agricultor no puede
escatimar los granos que arroja en la tierra aun sabiendo que algunos se perderán, pues le
importa que la gran mayoría caerá en buena tierra y con un proceso natural —que casi
parece milagroso— aquellos granos enterrados se descomponen para dar una nueva vida.
Es uno de los muchos misterios de la naturaleza que, bien observados, como hace el
Señor, ofrecen el sentido de las contrariedades, de las carencias y aun de la misma
muerte. Renovamos ahora el propósito de no ser tacaños, sino generosos para darnos a
los demás y alegrar así a nuestro Dios Padre creador.
2. San Lorenzo fue un diácono del siglo III con la misión de administrar las
aportaciones generosas de aquellas primeras familias de cristianos para atender a tantas
viudas, huérfanos y necesitados. Durante esa persecución de Valeriano, se le exigió que
presentara una relación con los bienes de la Iglesia y en verdad lo hizo haciéndose
acompañar —dice la tradición— de esos necesitados provocando la ira de los
perseguidores de la Iglesia. Fue condenado y martirizado pocos días después del papa
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Sixto II y, según la tradición, quemado en una parrilla, como es conocido y suele
representarse en la iconografía cristiana.
Precisamente, en el famoso monasterio de san Lorenzo de El Escorial, se representa a
san Lorenzo con el instrumento de tu martirio, la parrilla, que figura como emblema
tallado en piedras, sillares, rejas, y en el centro del gran retablo con la pintura de Tibaldi,
siguiendo el programa iconográfico sobre los misterios del rosario: en el cuerpo de
abajo, algunos misterios gozosos; en el central, algunos dolorosos destacando, en el
centro, el cuadro de san Lorenzo en medio de la flagelación de Jesús y la cruz a cuestas,
y en el superior, otros misterios gloriosos del Señor. El monasterio lleva su nombre por
decisión del monarca Felipe II por haber vencido al francés Enrique II en la batalla de
San Quintín, coincidiendo con la festividad del diácono mártir. Desde este monasterio y,
desde hace siglos, se han llevaba a cabo las obras de misericordia corporales como la
atención a los menesterosos y enfermos, y las espirituales en forma de enseñanzas,
cultivo de las ciencias y las artes.
Vale la pena grabar en el corazón esta disposición de servir al próximo, es decir, a
todos sin hacer comparaciones, sino mirando la entrega de Jesús y de sus seguidores más
fieles como san Lorenzo y, por encima, la Virgen Madre a quien podemos ver en Nazaret
pendiente de los familiares y vecinos, contando siempre con las manos fuertes y
sacrificadas de san José. Felices ellos porque vivieron en continuo asombro natural
sabiendo que Jesús estaba en medio de ellos.
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MARTES 11 DE AGOSTO
SANTA CLARA
EVANGELIO
San Mateo 18, 1-4.10.12-14.
s
PARA MEDITAR
1. La Biblia está llena de imágenes prácticas para que todos puedan entender las
palabras de Dios: se sirve de ejemplos de la naturaleza, de los campos y ganados, de la
familia que son para nosotros tan cercanos y de experiencia cotidiana. Hoy leemos un
pasaje del profeta Ezequiel que recibe un libro o rollo escrito por dentro y por fuera con
una serie de elegías, lamentos y ayes de los hombres atribulados que necesitan el
consuelo de Yahvé.
Hoy vemos esos libros del Antiguo Testamento utilizados por los judíos para las
oraciones que se enrollan sobre un soporte y se va desenrollando conforme avanza la
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lectura, realizada solo por dentro. El libro de esta visión de Ezequiel, en cambio, está
escrito también por fuera, es decir, todo él está lleno de la palabra de Dios que se hace
patente de todos aun sin abrirlo. Quizá sirva de alusión a la claridad con que Dios habla
directamente por medio de las enseñanzas de la Iglesia, en la oración y en la conciencia
de cada uno. Una llamada, pues, a nuestra alma para que sepa leer así la Palabra de Dios,
pues, si bien la Escritura muestra millones de palabras, en realidad, se trata siempre de la
Palabra de Dios, el Hijo que se ha encarnado y habita entre nosotros. Ezequiel, los
profetas, los salmos, y la historia de Israel se refieren a Jesucristo aun sin saberlo ellos ni
haberle conocido: porque Jesucristo es el único Salvador del mundo en el tiempo y en el
espacio, como conocerán después los cristianos, discípulos del Señor de la historia.
Al asimilar ese volumen, Ezequiel manifiesta que le supo dulce como la miel y
quedaron saciadas sus entrañas. Otras veces, parece que las palabras de Dios son
amargas porque exigen un conducta recta y sincera, como hacen los mandamientos que
se repiten varias veces en los primeros libros históricos de la Biblia. En cualquier caso,
los hombres sensatos que meditan las palabras de Dios encuentran su dulzura, pues
muestran la finalidad y sentido de nuestra vida así como el camino para vivir con
sensatez en ese mundo y aspirar a la vida eterna en Dios.
Vale la pena leer el libro de la Sabiduría, los Proverbios, los Salmos o a los grandes
profetas como Ezequiel o Isaías para reconocer que marcan el camino de la sensatez, de
la honradez y de la felicidad en la tierra. Porque, a veces, dedicamos tiempo a leer obras
de moda o con cierto interés y dedicamos menos del que podríamos a estas palabras de
sabiduría que pueden influir mucho en nuestra vida. Es más, algunos escritores que han
asimilado esas enseñanzas han sido capaces de asimilar su dulce contenido y plasmarlo
en sus obras inmortales de literatura universal, como Cervantes, Lope de Vega,
Calderón, Dostoievski o Keats.
2. Hacerse como niños que confían en la inteligencia de sus padres que los protegen
es lo que nos pide el Señor según el evangelio del día. Añade, además, que, quien acoge
a los pequeños en su nombre, le acoge en realidad a Él mismo, lo cual supone que
algunos no los acogen cuando no los desean, les impiden nacer o los maltratan. Y nos
recuerda que la inocencia es necesaria para contemplar el rostro del Padre celestial: se
les supone a los niños y se nos exige a los adultos. Aún añade Jesús la imagen del buen
pastor que cuida de todas las ovejas, hasta el punto de salir a buscar a la que se ha
perdido, mientras deja a las restantes bien protegidas, y se alegra, finalmente, de haberla
encontrado, dando por bien empleados los esfuerzos para hallarla y reunirla con las
demás en el aprisco.
La oveja que no llegó al redil con el rebaño, quizá solo quedó rezagada por su falta
de experiencia o su exceso de curiosidad, y se quedó mordisqueando la hierba entre las
matas. Ese pastor vuelve hacia atrás, busca entre las hondonadas o barrancos y silva para
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ser reconocido por la oveja despistada. Cuando la encuentra no se enfada con ella ni la
golpea con el cayado, sino que la carga sobre sus hombros y la devuelve al redil.
Jesucristo nos enseña que todos estamos llamados a ser hijos de Dios y que nadie
puede marchar solo en su camino hacia Dios: cada uno es responsable de sus decisiones
personales y profesionales porque ayudará al bien común —que incluye los bienes del
espíritu— o lo perjudicará en alguna medida. Nadie se irá solo al cielo o al infierno, se
nos recuerda, a veces. Buen momento, pues, para hacer algo de examen sobre nuestros
objetivos, propósitos y obras, por si encontramos algo que rectificar.
Hemos de dar la vida cada día con vigilancia amorosa sobre los hijos, alumnos,
amigos y compañeros para ayudar en la medida de nuestras capacidades y posibilidades,
cuando vemos defectos, errores, cansancio o alejamiento de Dios. No se trata de dedicar
un poco de tiempo a pensar en los demás —que no es poco, por cierto— ni de rezar de
vez en cuando por las personas con las que convivimos, sino de desarrollar la atención y
cuidados permanentes que ponen las madres en el cuidado de sus hijos más pequeños.
Santa Clara, cuya memoria celebramos hoy, vivió en el siglo XIII, siguió a san
Francisco y fundó con él la orden popularmente conocida como las clarisas. Siempre
encontró dificultades: unas externas, empezando por la oposición de sus padres, y otras
internas que superó apoyada en la dulzura de las palabras divinas y, sobre todo, por el
trato profundo con Jesucristo; con la entrega a su vocación contribuyó mucho a
enriquecer el culto a Jesús Sacramentado en la Eucaristía: hoy día sus conventos
extendidos por todo el mundo muestran que Jesucristo es el primero y la fuente de
nuestra atención a los demás.
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MIÉRCOLES 12 DE AGOSTO
SANTA JUANA FRANCISCA DE CHANTAL
EVANGELIO
San Mateo 18, 15-20
Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has
salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el
asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la
comunidad y, si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o
un publicano. En verdad os digo que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en los
cielos, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en los cielos. Os digo,
además, que, si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo
dará mi Padre que está en los cielos. Porque donde dos o tres están reunidos en mi
nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
s
PARA MEDITAR
1. «Os aseguro»: dos veces lo repite Jesucristo en el evangelio de hoy, como para
que se grabe bien en la mente de los apóstoles. ¿Qué quieres, Señor, que se nos meta de
veras en el corazón? Que no estamos solos, nos viene a decir. La Providencia del Padre
está siempre pendiente de nosotros, junto con el Hijo y el Espíritu Santo, y no debemos
olvidarlo, aunque, a veces, parece que uno se siente solo o desamparado: puede ser
porque nos separamos subjetivamente del prójimo, de la mujer o del marido, de los
hermanos, de los colegas, o puede ser porque algunos sucesos nos abruman con su peso
objetivo, como ha ocurrido este año con la pandemia que azota a la humanidad.
La ceremonia penitencial presidida por el papa Francisco en el Vaticano en el mes de
marzo ha sido impresionante y la hemos vivido como una llamada de Dios. La presencia
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del Cristo imponente del siglo XVI chorreando sangre y agua así como la mirada
maternal de la Virgen Salus populi romani acogen la oración de los creyentes ante Jesús
Eucaristía. La soledad de la Plaza de San Pedro era solo aparente, pues millones de
miradas se empapaban con la lluvia fecunda de la contrición y el deseo de estar más
cerca de Dios.
El papa Francisco seguía como hilo conductor el evangelio de la barca a punto de
naufragar en medio de la tempestad mientras los hombres se ven impotentes para frenar
el acontecimiento: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe? El comienzo de la fe es
saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos, solos, nos
hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros, las estrellas. Invitemos a
Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al
igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque
esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo
malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca
muere»[13].
La actitud cristiana es confiar en la Providencia de Dios que no suple nuestra libertad
como el mejor de los padres que saben educar a sus hijos sin sustituir su iniciativa y sin
sustituirlos porque los abocaría al infantilismo permanente. De ahí que Jesucristo no se
prodigue cada día con milagros cuando nos encontramos en peligro, pues, entonces,
nuestra existencia y la misma naturaleza serían líquidas y sin la consistencia de la
realidad que tiene sus leyes porque son lo mejor para todos.
2. El Señor concreta en este evangelio alguna medida para no aislarse y recibir las
ayudas necesarias ante el riesgo del error en las ideas y en las acciones, o de falta de esa
rectitud de intención: «Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace
caso, has salvado a tu hermano». Desde luego, se refiere a los casos graves en que está
en peligro su alma o su cuerpo, pero principalmente debemos ejercer esa corrección
paternal, esponsal o filial que llamamos fraterna, como hacía Jesús con sus apóstoles y
los primeros cristianos, por ejemplo, Pablo al corregir una desviación de Pedro sin
malicia pero que podía inducir a error a los cristianos, cuando se apartaba de comer con
los que procedían del paganismo.
Juan Crisóstomo, el gran santo predicador, lo expresaba con acierto al decir: «Si el
solo hecho de ser de una misma ciudad les basta a muchos para hacerse amigos, ¿cuál
tendrá que ser el amor entre nosotros, que tenemos la misma casa, la misma mesa, el
mismo camino, la misma puerta, idéntica vida, idéntica cabeza; el mismo pastor y rey
maestro y juez y creador y Padre?[14].
Dios sabe bien que le amamos de verdad, que estamos dispuestos a luchar por ser
cada día mejores, aunque conoce nuestra fragilidad y capacidad de error, no de
nacimiento podríamos decir, sino a causa del pecado de origen y de los pecados
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personales que dejan huellas, aunque sean perdonados y rectificados. Por eso ha previsto
esas ayudas normales y sobrenaturales de unos con otros, siguiendo un orden para no
herir, lo cual requiere el ejercicio concreto de la caridad y la rectitud de intención al
advertir algo que no va bien en la conducta externa de alguien cercano.
Hoy podemos examinar, en la presencia de Dios, la calidad de nuestra ayuda a la
santificación de los demás —marido, hijos, hermanos, abuelos, amigos— porque
queremos ser estímulo y no rémora que retarde su progreso en las virtudes hacia
Jesucristo. Viene a ser una participación en los trabajos del Espíritu Santo y cooperar en
su misión de santificar a las almas.
La Virgen María fue, durante toda su vida, ejemplo de caridad vigilante y amorosa.
En Caná nos enseñó a poner los medios concretos para remediar las faltas de los demás.
Al finalizar aquí nuestra meditación le confiamos nuestros buenos propósitos de confiar
en la Providencia, de sentirnos unidos en la comunión de fe en la Iglesia y en el grupo
pastoral que frecuentamos, y de hacer y recibir esas correcciones oportunas con caridad
cristiana.
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JUEVES 13 DE AGOSTO
SANTOS PONCIANO E HIPÓLITO, MÁRTIRES
EVANGELIO
San Mateo 18, 21-19, 1
s
PARA MEDITAR
41
1. Vamos a meditar hoy sobre el perdón. Jesucristo ha dicho que aprendamos de Él
que es manso y humilde de corazón, aunque tantas veces no llegamos a perdonar a pesar
de los buenos propósitos. Sin embargo, no vamos a detenernos en el camino de la
imitación de Cristo al comprobar la dureza de nuestro corazón, porque perdonar es don
de Dios que puede cambiar un corazón de piedra en un corazón de carne. Utiliza,
incluso, advertencias severas y aun castigos que permite, como escuchamos hoy en la
lectura de Ezequiel.
Este profeta recibe la indicación de predicar arrepentimiento a los hijos de Adán, a la
casa de Israel que tantas veces se rebela contra Yahvé. Se le pide a Ezequiel que prepare
sus pertenencias y salga de su casa a la vista de todos para abandonar su tierra y emigrar
hacia lo desconocido. Así lo hace y recibe, después, el mensaje de Dios preguntándole
qué le han dicho sus vecinos naturalmente extrañados por su repentina decisión: «Soy
señal para vosotros; lo que yo he hecho tendrán que hacerlo ellos: irán cautivos al
destierro. El príncipe que vive entre ellos se cargará al hombro el hatillo, abrirá un
boquete en el muro para sacarlo, lo sacará en la oscuridad y se tapará la cara para que no
lo reconozcan».
El mensaje anuncia el castigo al pueblo elegido por su falta de lealtad a la Alianza
con Yahvé, empezando por los que tienen más fuerza y responsabilidad en gobernar a la
comunidad. Aviso para todos y más para quienes tienen algún tipo de poder político,
legislativo, económico, educativo o artístico. Tarde o temprano, todos tendremos que dar
cuenta a Dios por la repercusión de nuestras acciones en los demás: podemos configurar
una sociedad y unas instituciones respetuosas de la dignidad y los derechos humanos o
que nos materialice y embrutezca.
En este sentido, escuchamos también las palabras del salmo: «Tentaron al Dios
Altísimo y se rebelaron, negándose a guardar sus preceptos; desertaron y traicionaron
como sus padres, fallaron como un arco engañoso. No olvidéis las acciones de Dios». En
lenguaje común podemos traducirlo con el conocido dicho: Dios perdona siempre; los
hombres, a veces, pero la naturaleza nunca perdona. No se puede ir contra las leyes de la
naturaleza, contra las leyes morales necesarias para nuestra felicidad, ni contra Dios.
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digo que hasta siete, sino hasta setenta veces siete», según leemos en el evangelio de este
día.
Por ejemplo, durante las persecuciones en el siglo III, el papa Ponciano y el
presbítero Hipólito recibieron el martirio, aunque, a veces, estuvieron en desacuerdo
entre sí y se enfrentaron durante algún tiempo. Sin embargo, el destierro y el martirio les
unieron definitivamente ante el Señor y fueron martirizados durante la persecución de
Maximino. Se perdonaron y perdonaron a sus verdugos ofreciendo su vida por la Iglesia.
Porque la doctrina del Maestro enseña que el perdón de las ofensas ha de ser una
característica de sus discípulos en primer lugar para dar ejemplo a todos, y seguir el
ejemplo de Jesucristo para sintonizar con su corazón misericordioso. Conocemos por
experiencia propia la dificultad de vivir esta enseñanza y perdonar de corazón desde el
primer momento a quienes han tratado de hacernos un mal. Y con más frecuencia en los
pequeños roces de la convivencia en familia, en los trabajos y entre amigos. Perdonar
siempre en lo pequeño y en lo grande, sin resquemores ni resentimientos, sabiendo que
Él perdonará siempre nuestras ofensas, tal como rezamos cada día en el Padrenuestro.
Cuando seguimos este ejemplo y mandato de Jesucristo encontramos paz y somos
más felices porque no estamos hechos para poner barreras, sino para tender puentes,
como repite el papa Francisco. Sigamos meditando ahora este evangelio pidiendo a la
Virgen María que nos alcance la gracia que necesitamos para querer a todos, y más a los
cercanos, con un cariño tal que sepa olvidar las ofensas y los roces, aprovechándolas
para ser mejores y obtener, así, el perdón de su Hijo por nuestros pecados.
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VIERNES 14 DE AGOSTO
SAN MAXIMILIANO MARÍA KOLBE, MÁRTIR
EVANGELIO
San Mateo 19, 3-12
s
PARA MEDITAR
1. Todos valoramos la fidelidad como gran valor humano aunque, a veces, cuesta
mucho vivirla, asediada por nuestra fragilidad ante la fuerza de las pasiones heridas
desde el pecado de origen. Muchos no son fieles en lo poco y tampoco lo serán en lo
mucho, como nos enseñó Jesús.
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Después de la fidelidad a la fe, el ejemplo más poderoso es el matrimonio, siempre
presente entre los hombres a lo largo de la historia sin distinguir religiones y culturas. La
capacidad de compromiso es connatural al ser humano que puede comprometer su
palabra de por vida en el matrimonio, y de otros modos en los contratos y convecciones
libremente elegidas. De ahí la sorpresa y el escándalo que produce la traición: a la esposa
o al marido, a la amistad, a un contrato o a la patria, y, por eso, es natural la reacción de
apartarse de los traidores.
El profeta Ezequiel, al que escuchamos estos días, vuelve a pedir la fidelidad a su
pueblo respecto a la Alianza que Dios les ofreció a sus antepasados como cabezas del
pueblo elegido. Por eso, cuando se esfuerzan por ser fieles, reciben los beneficios de los
dones de Dios que les favorece ante los peligros de otros pueblos más poderosos; pero,
cuando olvidan ese compromiso esencial, Dios los amonesta y permite desastres que les
quitan libertad.
De nuevo aparece el matrimonio como símbolo del pacto de Yahvé con su pueblo, al
que trata como a su esposa elevada de la nada a una gran dignidad. Figura como una
criatura mal nacida y abandonada que es recogida y cuidada con cariño, y cuando llega a
la edad del matrimonio, es desposada con gran mimo y amor. Sin embargo, llegará la
prueba y abandonará al esposo divino que la perdonará, pues no cabe otra actitud en su
corazón infinito y misericordioso. Vemos así que la realidad del amor esponsal es una
imagen frecuente en la Biblia para designar la fidelidad de Dios, el horror de la traición
al amor, y el perdón del Esposo siempre dispuesto con un corazón amante.
Naturalmente, el episodio de la traición y del perdón se aplica siempre tanto a la esposa
como al esposo.
Muchos nos damos cuenta del grave mal que todo esto causa a la sociedad en forma
de infidelidades de todo tipo, y de infelicidades para muchas familias que lo fueron y
ahora están destruidas. También se dan cuenta quienes promueven una sociedad
materialista y sin Dios donde el poder prevalece sobre las personas, y la mayoría de los
ciudadanos también siente que ese no es el camino; pero unos y otros prefieren no
profundizar, ni tampoco practicar la fuerza de la virtud como escudo contra los ataques
del demonio, cuya perversa misión es destruir a los hombres y al matrimonio como gran
obra del Creador y Redentor. Actitud perversa la de aquellos poderosos en la luz o en la
sombra: perversa en el sentido estricto de hacer peor y volver al fango en vez de
convertir al ser humano en mejor, de acuerdo con el sentido común y la ley natural, que
nunca dejará de existir ni de ser conocida salvo por las conciencias cauterizadas por la
maldad y el error.
2. «Todas las cosas que están escritas fueron escritas para nuestra enseñanza, con el
fin de que mantengamos la esperanza», escribe san Pablo en su epístola a los romanos.
Lo que dicta la ley natural y lo que enseña la fe cristiana es luz para las conciencias y
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regla para los poderosos. Aquella actitud de Dios ante su esposa, el pueblo elegido, nos
enseñará siempre la importancia de cultivar la fidelidad, la lealtad, sin la cual la sociedad
se pervierte. También a cada uno ha amado el Señor con predilección y derramado con
abundancia su misericordia en nuestra alma; tiene derecho a que le correspondamos con
una disposición de entrega sin vacilaciones por amor. Esto lo tuvo muy en cuenta san
Maximiliano cuando se ofreció generosamente para sustituir a otro prisionero del campo
de concentración, culminando, así, su entrega sacerdotal de toda su vida.
Cuando se trata de fidelidad, es difícil distinguir entre las cosas importantes y las
menudas, y si no, que se lo digan a los enamorados que cuidan detalles poco valorados
por la mirada ajena, y como también lo prueban los celos por insignificancias aparentes:
porque saben o intuyen que la entrega total merece ser custodiada con primor. La falta de
lealtad nunca es cosa de poca monta, porque siempre hay que medirla en relación a la
confianza entre enamorados y, por ello, entre cada alma con Dios.
La sinceridad con uno mismo para conocerse mejor y huir de las ocasiones de ser
infiel o traidor, y también con los demás, es el camino habitual para crecer en fidelidad a
nuestros compromisos. Por ejemplo: los casados en el matrimonio, los fieles unidos a
una institución eclesial; los sacerdotes, a su celibato y servicio; o los consagrados, a su
vocación específica; y todos fieles a la Iglesia como Esposa de Jesucristo, como hacemos
al renovar, de modo solemne, los compromisos bautismales en la Vigilia Pascual,
cuando el Salvador abre la Pascua y el Espíritu Santo renueva la faz de la tierra.
46
SÁBADO 15 DE AGOSTO
LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
EVANGELIO
San Lucas 1, 39-56
s
PARA MEDITAR
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celebración con unas palabras de san Juan Pablo II sobre cuatro dimensiones de esa
fidelidad excelsa que resplandece hoy de una manera especial.
«La primera dimensión se llama búsqueda. María fue fiel ante todo cuando, con
amor, se puso a buscar el sentido profundo del Designio de Dios en Ella y para el
mundo. Quomodo fiet? —¿Cómo sucederá esto?, preguntaba Ella al Ángel de la
Anunciación. Ya en el Antiguo Testamento el sentido de esta búsqueda se traduce en una
expresión de rara belleza y extraordinario contenido espiritual: “buscar el Rostro del
Señor ” (...).
»La segunda dimensión de la fidelidad se llama acogida, aceptación. El quomodo fiet
se transforma, en los labios de María, en un fiat. Que se haga, estoy pronta, acepto: este
es el momento crucial de la fidelidad, momento en el cual el hombre percibe que jamás
comprenderá totalmente el cómo; que hay en el Designio de Dios más zonas de misterio
que de evidencia; que, por más que haga, jamás logrará captarlo todo (...).
»Coherencia es la tercera dimensión de la fidelidad. Vivir de acuerdo con lo que se
cree. Ajustar la propia vida al objeto de la propia adhesión. Aceptar incomprensiones,
persecuciones antes que permitir rupturas entre lo que se vive y lo que se cree: esta es la
coherencia. Aquí se encuentra, quizá, el núcleo más íntimo de la fidelidad.
»Pero toda fidelidad debe pasar por la prueba más exigente: la de la duración. Por
eso la cuarta dimensión de la fidelidad es la constancia. Es fácil ser coherente por un día
o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente
en la hora de la exaltación, difícil serlo en la hora de la tribulación. Y solo puede
llamarse fidelidad una coherencia que dura a lo largo de toda la vida. El fiat de María en
la Anunciación encuentra su plenitud en el fiat silencioso que repite al pie de la cruz. Ser
fiel es no traicionar en las tinieblas lo que se aceptó en público»[15].
Impresiona la visión del Apocalipsis sobre esa Mujer envuelta por el sol, con la luna
bajo sus pies, y con una corona de doce estrellas en su cabeza. Va a dar a luz su hijo,
aunque el dragón acecha para devorarlo. Pero ese Hijo varón está destinado a reinar el
mundo para salvarlo y no como piensan los poderes terrenales, de modo que ambos son
llevados al cielo. La piedad cristiana ve en esa Mujer a la Virgen María gloriosa que
acompaña a su Hijo en el reinado del mundo. Pero hay más: la exégesis suele decir que
esa Mujer es la Iglesia destinada a dar a luz a los hijos de Dios hasta el fin de los
tiempos.
Ciertamente sufrirá persecución a lo largo de la historia, pero las puertas del infierno
no prevalecerán. Además, no hay oposición entre ambas interpretaciones puesto que
María es Madre de la Iglesia, de todos los salvados en la historia, y ha recorrido ya todo
el curso de la salvación: ahora reina en el cielo con majestad de Reina y Madre. La
Iglesia peregrina ve ya en la Virgen el camino y el final de la historia de la Salvación. La
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fiesta de la Asunción celebra, precisamente, esa visión de María como la mujer y reina
del Apocalipsis.
Por otra parte, muchas veces, hemos visto la imagen de la Virgen sentada y con Jesús
en su regazo, porque ella misma es el Trono del Dios-con-nosotros: lo ha engendrado en
su Humanidad, lo ha dado a luz, y nos lo entrega para que le amemos. Por eso, alabamos
a María cuando decimos que es Asiento de la Sabiduría, Sedes sapientiae, una
advocación muy querida por universitarios y estudiantes, aunque, de algún modo, todos
somos estudiantes, porque debemos cultivar más nuestra inteligencia en cualquier
trabajo: leer, consultar, pensar, encontrar la verdad y actuar. Unos, en la oficina; otros,
en el taller; otros, en el hogar, y todos siendo más amigos de los buenos libros.
2. Sabemos que Dios es un Gran Artista, tal como algunos lo han representado
pintando a la Virgen: unos ángeles presentan la paleta de colores; enfrente hay un lienzo
sostenido desde arriba por otros ángeles y en los laterales, por los padres de la Virgen,
san Joaquín y santa Ana. Y el Padre da los últimos retoques a una bella imagen de
María. Se trata de una buena catequesis sobre la Virgen como la criatura más perfecta
que ha salido de las manos de Dios: es Inmaculada, Virgen y Madre, Asunta en cuerpo y
alma a los Cielos, Coronada como Reina por la Trinidad Santa.
Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, exclama Isabel en el
encuentro retratado en el evangelio. Y a María «se le escapa» aquel reconocimiento:
Porque ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso, cuyo nombre es santo. La
hermosura con que pintan a la Virgen es verdad y expresión de su alma llena de gracia;
por ello hay motivo para que la piedad la represente de mil maneras según las culturas
destacando siempre la belleza de la Mujer.
«Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé»[16]. Los expertos
saben cuánto atrae el rostro hermoso de una mujer para hacer publicidad de un perfume,
de un disco o de un coche. Sí, la belleza entra por los sentidos y se dirige al corazón,
pasando por la inteligencia y, de este modo, causa ese agrado que nos proyecta hacia la
eternidad. También es verdad que, a veces, la belleza se pervierte con fines torcidos sin
respetar la dignidad de las personas; pero Dios ama la belleza, Dios es el Gran Artista
que nos atrae desde la Creación a su Perfección divina. Porque lo que seduce y atrae de
la belleza es su origen divino, y «quien desprecia lo bello no puede rezar y será incapaz
de amar», como escribió el teólogo Von Balthasar. Valoramos tanto las imágenes
sagradas y la belleza de las catedrales: una larga historia de colaboración entre la fe y el
arte para educar nuestros sentidos y elevarlos hacia Dios.
Al celebrar hoy la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma al Cielo deseamos
purificar nuestros ojos y nuestro corazón, acudiendo con frecuencia al sacramento de la
Reconciliación donde se nos dice: «La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, la intercesión
de la Bienaventurada Virgen María y de todos los santos, el bien que hagas y el mal que
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puedas sufrir, te sirvan como remedio de tus pecados, aumento de gracia y premio de
vida eterna. Amén».
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DOMINGO 16 DE AGOSTO
VIGÉSIMA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
EVANGELIO
San Mateo 15, 21-28
Jesús salió y se retiró a la región de Tiro y Sidón. Entonces, una mujer cananea,
saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor,
Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo». Él no le respondió nada. Entonces,
los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando». Él les
contestó: «Solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel». Ella se acercó y se
postró ante él diciendo: «Señor, ayúdame». Él le contestó: «No está bien tomar el pan de
los hijos y echárselo a los perritos». Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero
también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos». Jesús le
respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas». En aquel
momento, quedó curada su hija.
s
PARA MEDITAR
1. El pueblo judío era consciente de su elección divina para traer al Mesías salvador
pero menospreciaba a los paganos al confundir los perfiles de su religión con la raza
aramea y con la nación judía. Por eso, la mujer cananea del Evangelio de hoy sabe que
pide a Jesús «un imposible», por ser una extranjera que solicita un milagro al rabí de
Nazaret. Sin embargo, a ella se aplican las palabras de Isaías: «A los extranjeros que se
han dado al Señor, para servirlo (...), los atraeré a mi monte santo, los alegraré en mi casa
de oración». Y vemos una ocasión para acordamos de los inmigrantes que viven entre
nosotros para acogerlos mejor y darles ejemplo de fe cristiana, aunque no ignoramos la
complejidad de los problemas que plantean.
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La mujer cananea que comenzó orando a gritos: «Ten compasión de mí», y solo
obtuvo al principio el silencio de Jesús, «se postró ante él y le pidió: —Señor,
socórreme». Ella se considera indigna del milagro pero lo necesita para su hija y confía
en el Señor. Y Jesús, que ve el corazón de esta mujer, está dispuesto desde el principio a
concederle lo que pide, aunque hace como si no la escuchara para que ella demuestre la
humildad de la fe, y para que nosotros aprendamos que, con fe grande y con
perseverancia, podemos rendir el Corazón de Jesús. Así, Jesús pronuncia uno de los
elogios más grandes que han salido de su boca: «Mujer, qué grande es tu fe: que se
cumpla lo que deseas». También tú y yo necesitamos de Jesús algunos milagros, sobre
todo para el alma, pero ¿acudimos con la fe, confianza y humildad de la mujer cananea?,
¿perseveramos como ella hasta escuchar de Jesús: grande es tu fe; hágase como tú
quieres?
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LUNES 17 DE AGOSTO
EVANGELIO
San Mateo 19, 16-22
Se acercó uno a Jesús y le preguntó: «Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para
obtener la vida eterna?». Jesús le contestó: «¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno
solo es Bueno. Mira, si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos». Él le
preguntó: «¿Cuáles?». Jesús le contestó: «No matarás, no cometerás adulterio, no
robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo
como a ti mismo». El joven le dijo: «Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta?». Jesús le
contestó: «Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres —así
tendrás un tesoro en el cielo— y luego ven y sígueme». Al oír esto, el joven se fue triste,
porque era muy rico.
s
PARA MEDITAR
1. El profeta Ezequiel sigue avisando al pueblo acerca de los males que le vienen
cuando se olvida de Dios y los beneficios innumerables que les ha otorgado; por eso,
tiene motivos para enojarse con sus elegidos, no tanto porque le hieran, sino porque se
hacen daño a sí mismos. Son como niños que carecen de criterio para distinguir entre el
bien y el mal, aunque el pueblo hebreo tiene culpa porque recibe muchos avisos de parte
de Dios para que sea fiel a la alianza.
Una vez más, Yahvé permite que otros pueblos asedien y sometan a su pueblo para
que tenga conciencia de estar necesitado de su gracia, pues les resulta fácil —nos resulta
fácil— confiar en las propias fuerzas como si fuéramos autosuficientes. Ocurrió ayer y
ocurre también hoy cuando los hombres configuramos un estilo de vida que prescinde en
la práctica y en el fondo de Dios. En efecto, algunos quieren inventar a un hombre nuevo
como si fueran el mismísimo Fausto que crea su homúnculo, que hoy llamaríamos
53
transhumanismo; cuando Dios estorba los grandes planeamientos globales pues piensan
que la religión es un sentimiento poco práctico; cuando las reglas de la economía
mundial dejan de considerar a las personas como la clave del crecimiento; cuando
muchos políticos reniegan de la historia cristiana de Occidente y consideran a los
hombres y mujeres como simples votantes e imponen una antropología sin alma ni
necesidades espirituales.
Por eso, Ezequiel avisa al pueblo de que la muerte de su mujer y el duelo
consiguiente en silencio también le ocurrirá al pueblo judío, mientras no rectifique y
supere la superficialidad en que viven. Un aviso que aceptamos también nosotros porque
el alto nivel de vida, las ventajas de una sociedad del bienestar, y las múltiples maneras
de viajar y descansar, todo eso nos puede meter en la nube de la superficialidad, sin
encontrar tiempo para tratar a Dios. En cambio, cuando una persona pone a Dios en el
centro de su vida, al menos de deseo, y encuentra tiempo para Dios —por eso, hacemos
oración y cultivamos la presencia de Jesucristo Eucaristía— entonces, supera la
tentación de la superficialidad. Y nuestra vida tiene consistencia y volumen.
2. Resulta fácil imaginar y comprender la escena del evangelio de hoy, el del joven
rico: «Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?». Es la
pregunta moral fundamental, como explicaba san Juan Pablo II en su encíclica Veritatis
Splendor, sobre el esplendor y brillo de la verdad. Sin verdad, no puede haber rectitud
moral, algo que había intuido este joven de buen corazón y con ganas de hacer de su vida
algo útil.
Para empezar, deseamos tener ese mismo corazón limpio y la altura de miras del
joven, pues, sin esa condición fundamental de honestidad y deseo de aprender los
principios para obrar el bien, nadie puede hallar el sentido de su vida. Es verdad que,
después, el joven rico no tendrá fuerzas para seguir a Jesucristo con total
desprendimiento; sin embargo, no dejamos de admirarle en su disposición y podemos
suponer que, después de este encuentro, seguiría al Señor, aunque no fuera parte del
grupo de los más íntimos. Y lo podemos pensar porque Jesús no deja que nadie se
marche de vacío.
Además, pedimos que haya muchos más jóvenes con esta disposición de seguir a
Jesús, cuando el Espíritu Santo suscita la llamada a una vocación apostólica precisa en
algunas de las realidades eclesiales para vivir entregados en el mundo; y también cuando
la misión se especifica en el sacerdocio, la misión o la vida consagrada. ¡Te pedimos,
Dios Espíritu Santo, que no falten las vocaciones y que nosotros no dejemos de
prepararlas en los jóvenes o en quienes llegan a la plenitud de la juventud!
Como el joven del evangelio, nosotros, tú y yo, necesitamos tener claras las verdades
que fundamentan la actuación personal recta y servicial. Buscamos normas de juicio y de
actuación ciertas, permanentes y sencillas en las diversas situaciones que se nos
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presentan a lo largo de la vida, que siempre tendrán un contenido moral. La formación
que buscamos, o deberíamos buscar con más empeño, va dejando en el alma valores
objetivos certeros que acaban por hacernos personas de criterio: sabemos por dónde
encaminar los pasos hacia Dios y admitimos que los principios deben encarnarse en
decisiones rectas.
Reconocemos que toda formación tiene una dimensión apostólica, de servicio y de
caridad. Nadie debe pensar que camina por la senda de la rectitud como modelo superior
a la media de las personas, como si fuera un gran pensador o un dechado de perfección.
¡Señor, graba en nuestra alma el sentido de la formación reconociendo que el ejercicio de
la prudencia y de las virtudes tiene una dimensión apostólica fundamental: tener para
dar, como las buenas fuentes que manan limpian, no forman charcas, y llegan muy lejos
haciendo germinar las buenas semillas de las flores en los campos del mundo!
Sigamos con nuestra meditación subrayando ahora que, para ser personas de criterio,
no basta tener ideas claras, sino que es preciso que formen un conjunto armónico, que
cada una ocupe su sitio, que estén subordinadas unas a otras según un justo orden. Y ese
principio ordenado de nuestra vida es el que nos indica hoy el Señor, respondiendo a la
pregunta del joven: «si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos». Guardar es
mucho más que cumplir unas normas de conducta pues supone: observarlos con mimo
reconociéndolos en el contexto de la búsqueda de la santidad, que es la unión afectiva y
efectiva con Dios Padre, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo. Sin piedad fuerte
no se pueden guardar bien los mandamientos, pues quedarían como piezas sueltas
cuando, en verdad, están enlazados por el amor a Dios y al prójimo.
Para cumplir la voluntad de Dios, es necesario ser ecuánimes, conocer bien los
hechos, distinguir lo cierto de lo opinable, saber aplicar los principios de la doctrina
católica al asunto que debemos realizar. Y esto supone rectitud y limpieza de corazón,
como decíamos, y también el estudio, como la adquisición de cualquier ciencia. Porque
llama la atención que personas con una buena cabeza y saber profesional tengan un
escaso conocimiento de la doctrina católica sobre las cuestiones fundamentales; por
ejemplo, sobre la conciencia como voz de Dios, sobre la dignidad de toda persona
humana o sobre asuntos básicos de bioética en que se juega la verdad de la existencia
humana.
Cada vez es más importante contar con una preparación doctrinal coherente y
adecuada para ayudar a los demás; y también para que nosotros mismos sepamos
discernir lo verdadero de lo falso en las corrientes de pensamiento de moda. La
formación se cultiva estudiando —como venimos diciendo—, seleccionando lo que
leemos en el ámbito profesional y de la cultura, en las novelas y películas que buscamos;
consultando cuestiones morales en relación con la familia y el trabajo, y siempre
dedicando tiempo para Dios.
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Pidamos, de nuevo, esa prudencia sobrenatural a nuestra Madre, con la advocación
Asiento de la Sabiduría, Sedes Sapientiae, que algunos estudiantes ponen cerca de los
libros y apuntes, que nos alcance de Dios este don del corazón joven y limpio, con la
disposición de ser generosamente prudentes para seguir el ejemplo de Jesucristo y
cumplir la voluntad del Padre.
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MARTES 18 DE AGOSTO
EVANGELIO
San Mateo 19, 23-30
Entonces, Jesús dijo a sus discípulos: «En verdad os digo que difícilmente entrará un
rico en el reino de los cielos. Lo repito: más fácil le es a un camello pasar por el ojo de
una aguja, que a un rico entrar en el reino de los cielos». Al oírlo, los discípulos dijeron
espantados: «Entonces, ¿quién puede salvarse?». Jesús se les quedó mirando y les dijo:
«Es imposible para los hombres, pero Dios lo puede todo». Entonces, dijo Pedro a Jesús:
«Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?». Jesús
les dijo: «En verdad os digo: cuando llegue la renovación y el Hijo del hombre se siente
en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en
doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Todo el que por mí deja casa,
hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará
la vida eterna. Muchos primeros serán últimos y muchos últimos, primeros.
s
PARA MEDITAR
1. Nuestras lecturas de hoy son un eco del encuentro del joven rico con Jesús, y
proponen la necesidad de vivir desprendidos, de practicar la pobreza, que para la
mayoría se realiza en medio del mundo: en su raíz es para todos los cristianos, aunque de
modo diverso —no más cómodo—, según la función que cada uno desarrolla en la
sociedad. No vivirá de igual modo la pobreza y desprendimiento un franciscano que un
diplomático o que unos padres de familia con varios hijos. Sin embargo, pesa todavía en
la mente de algunos cristianos el estilo de vida mendicante de los religiosos como ideal,
a la vez que consideran como una concesión rebajada el desprendimiento que debe vivir
un artista o un hombre de empresa que sostiene a muchas familias.
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Son fuertes las palabras de Jesús dirigidas a los discípulos: «Os aseguro que,
difícilmente, entrará un rico en el reino de los cielos. Lo repito: más fácil es a un camello
pasar por ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios». La comparación tan
gráfica plantea la dificultad que todos vamos a encontrar para vivir más desprendidos
apelando a la generosidad para emplear los talentos y los bienes propios a la mejora de
las personas que nos rodea, teniendo un corazón grande que sabe ver las carencias de los
demás.
Por eso, abundan las organizaciones de voluntariado, con gentes que dedican su
tiempo a satisfacer esas necesidades, como los bancos de alimentos, comedores,
acompañamientos a enfermos en hospitales, o asistencia a personas mayores en sus
domicilios cuando apenas tienen familia. Y lo mismo ocurre con las empresas de
voluntariado que recogen medios para proyectos internacionales destinados a países
poco desarrollados, que se concretan en levantar escuelas y formar a niños y jóvenes, en
organizar estudios superiores para la formación de buenos profesionales, la edificación y
atención de hospitales, o lo mismo para la formación de sacerdotes, religiosos y
misioneros. Labor callada que realizan con poco ruido, aunque, alguna vez, aparezcan
justamente en los medios de comunicación. Para todos ellos va nuestro agradecimiento y
nuestra ayuda en forma de aportaciones económicas y de comunicación, a la vez que
pensamos qué más podría hacer yo para aportar, es más que un pequeño grano de arena.
Aquellos discípulos se dan cuenta de esa exigencia de Jesús planteada ayer al joven
rico y a todos ellos hoy, pues el desprendimiento con manifestaciones exteriores requiere
el desprendimiento del corazón de bienes, personas, proyectos personales. No se trata,
repetimos, de vivir apartados del mundanal ruido ni de minusvalorar los bienes terrenos,
sino de limpiar periódicamente el corazón de la concupiscencia en su sentido amplio de
apegamiento a las personas y cosas, algo que se hace más necesario a causa del pecado
de origen y de los propios pecados.
Con la espontaneidad que le caracteriza, Pedro plantea a Jesús: «ya ves que nosotros
lo hemos dejado todo y te hemos seguido, ¿qué será de nosotros? Y le respondió Jesús:
todo el que haya dejado casa, hermanos o hermanas, padre o madre, o hijos, o campos,
por causa de mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna». Quizá a
Pedro le movía un interés y razonamiento bastante humanos, pero también es verdad que
había dejado todo para seguir al Maestro; por eso, Jesús no le corrige, sino que le
adelanta algo de su plan para recompensar a quienes le sirven en la tierra con fidelidad.
2. La tarea de limpiar el corazón está en el fondo de las lecturas de este día a fin de
ser más felices mientras hacemos felices a los demás. Una tarea difícil y habitual para
levantar la mirada y vivir al día gozando o penando, riendo o llorando, para que todas
nuestras oraciones y acciones comiencen y acaben con Dios. Esa entrega del corazón y
purificación de los sentimientos no se realiza de una vez y es preciso renovarla a
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menudo, sobre todo, ante los reveses o los éxitos que nos llegan. Así, en el matrimonio,
los esposos no deben vivir de las rentas y tienen que inventar nuevos modos de
enamorarse, de disculpar los defectos que quizá se hacen más patentes con los años, de
evitar fabricar algún cuento de la lechera rebobinando la imaginación hacia atrás, o
abriendo el corazón a la primera persona que nos seduce.
Otro tanto tienen que hacer quienes se han entregado a Dios con una vocación
específica sea como sacerdotes y religiosos, o mediante la entrega apostólica en medio
del mundo. Una tentación puede venir con el tiempo pensando que uno es menos feliz de
lo que esperaba o que el tiempo se acorta y no se ha realizado tanto como soñaba, y
puede dejarse enlazar por el desaliento, las comparaciones o la tristeza. También podría
ocurrir por un deterioro psíquico de la salud, aunque, posiblemente, tenga mejor arreglo
siendo sinceros, dejándose ayudar, y acudiendo al especialista si hiciera falta.
En tiempos de infidelidad, posiblemente algunos tengan que luchar más para renovar
su entrega y soslayar las tentaciones, pues, a veces, el demonio está detrás del éxito
profesional, de una cara bonita o de una empatía recién descubierta. La lealtad es
necesaria siempre viviendo los compromisos adquiridos, valorando más la propia
familia, y respetar la fuerza de la palabra dada también en los pequeños detalles de cada
día: ser sinceros, decir la verdad, controlar la imaginación, rectificar la intención y pedir
el consuelo del Señor: «ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido,
¿qué será de nosotros?». El sacramento de la Confesión es una práctica habitual fruto de
la sinceridad y camino para el propio conocimiento, pues no solo perdona los pecados
mortales, sino que perdona los veniales y concede fuerzas para consolidar la virtud de la
fidelidad que está acompañada por otras: la limpieza del corazón, el desprendimiento del
propio yo, la voluntad dócil a las llamadas de la gracia, y el espíritu de servicio a Dios y
al prójimo como misión principal de nuestra vida.
Por todo ello, acabamos pidiendo ese desprendimiento a san José, el hombre fiel que
Dios ha elegido para educar en la tierra a su Hijo, el gran santo que ha hecho de su vida
un servicio incomparable y difícil a Jesús y a su esposa la siempre Virgen María.
59
MIÉRCOLES 19 DE AGOSTO
SAN JUAN EUDES
EVANGELIO
San Mateo 20, 1-16
s
PARA MEDITAR
60
de la voz de Dios para fustigar el egoísmo de los malos pastores: son aquellos elegidos
para cuidar al pueblo con las palabras y hechos de Dios a la vez que dan ejemplo de
fidelidad, pero que no han respondido a su vocación. No han fortalecido a las ovejas
débiles, ni curado a las enfermas, ni vendado a las heridas; no recogen a las descarriadas,
ni buscan a las perdidas, y maltratan a las fuertes. Por eso: «Me voy a enfrentar con los
pastores; les reclamaré mis ovejas, los quitaré de pastores de mis ovejas, para que dejen
de apacentarse a sí mismos los pastores; libaré a mis ovejas de sus fauces, para que no
sean su manjar... Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro».
Toda una recriminación para quienes no cumplen su misión de dirigir, orientar y
cuidar a los hijos de Dios. Habla directamente de aquellos pastores —la imagen tantas
veces repetida en la Escritura Santa— porque no cumplen la misión encomendada. Una
tentación que puede darse en los clérigos no solo por autoritarismo o abuso, sino,
principalmente, por no estar a la altura de su exigente misión de servicio estando
entregados cada día y a lo largo de toda su vida.
También es un aviso para todos los que ejercen alguna autoridad y tienen cuidado de
la comunidad. En primer lugar y por compromiso radical, pensamos en los padres y
madres de familia, por su grave responsabilidad de educar a sus hijos como buenos
cristianos a la vez que buenos ciudadanos. No se trata solo de que cuiden la instrucción y
los idiomas, sino de que transmitan la fe genuina de la Iglesia y las normas morales
principales dando ejemplo de buenas conductas.
Y en el plano más general es una llamada a los dirigentes de la política para que
examinen sus intenciones reales, su rectitud de conciencia y la búsqueda sincera del bien
común sin sectarismos, algo que, por desgracia, no siempre se aprecia en algunos
gobernantes. Parece que se apacientan a sí mismos por su ambición de poder, mientras
descuidan tomar medidas beneficiosas para todos, empezando por los peor situados en la
vida —los descartados de que habla el papa Francisco— y sin confundir las conciencias
con leyes contrarias a la ley natural, la más democrática de todas puesto que está inscrita
en cada persona: el respeto de la vida desde el nacimiento a la muerte natural, la
naturaleza del matrimonio de un hombre con una mujer, el derecho y responsabilidad de
los padres a educar a sus hijos o la libertad religiosa y de culto sin trabas.
La comparación con las tareas de los pastores abarca también a los educadores en su
papel subsidiario respecto a los padres que son los primeros responsables. Se les pide no
solo la adecuada preparación intelectual, sino también una objetividad alejada de los
prejuicios sociales, morales y religiosos que pueden manipular a los alumnos, desde la
primaria hasta la universidad. Quienes configuran la opinión pública desde los medios de
comunicación deben pensar en conciencia acerca de su influjo sobre los ciudadanos, y
del peligro de manipulación de las noticias en busca de un buen titular, como suele
decirse. Y peor si se trata de las televisiones, radios y prensa oficiales —donde las haya
61
—, pues aumenta el riesgo de faltar a la verdad, de difundir noticias falsas —que ahora
llamamos fake news—, en particular cuando tienen algo de verdad.
«El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me
conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Me guía por el sendero justo, por
el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas
conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan». Este salmo nos conforta muchas veces
sosegando el corazón de sus inquietudes y desconciertos, ante algún fracaso, una
enfermedad o la misma muerte. Por eso es uno de los preferidos en los sepelios que
acompañan a un difunto a su última morada en la tierra.
62
También hoy pedimos al terminar nuestra mediación que no falten buenos
trabajadores y pastores en la Casa del Señor. La vocación a la santidad en medio del
mundo será el modo más habitual de trabajar con responsabilidad y afán apostólico.
Pedimos por los buenos pastores elegidos en la jerarquía de la Iglesia para que sean
buenos, serviciales y con olor a oveja, como dice el papa Francisco; y que no falten en la
Iglesia las vocaciones al sacerdocio, a las órdenes religiosas, y la presencia habitual de
matrimonio santo que sepan transmitir la gracia y la fe de Jesucristo. Los jóvenes de
estas familias, y todos en general, son la esperanza del mundo y el consuelo de la Iglesia.
Quizá podríamos apropiamos con audacia de aquellas palabras de la Virgen
Santísima cuando reconoce en su humildad que el Todopoderoso ha hecho obras grandes
en ella: no solo la elección como la Madre de Dios, sino también el crecimiento sin
límite en la gracia de que estaba llena desde el principio de su existencia terrena.
Hermanos, bajo el amparo de María quizá también nosotros podamos decir al fin de
nuestra vida en la tierra que Dios ha hecho obras grandes en mí y conmigo. Que así sea.
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JUEVES 20 DE AGOSTO
SAN BERNARDO DE CLARAVAL
EVANGELIO
San Mateo 22, 1-14
Volvió a hablarles Jesús en parábolas, diciendo: «El reino de los cielos se parece a un
rey que celebraba la boda de su hijo; mandó a sus criados para que llamaran a los
convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar otros criados encargándoles que
dijeran a los convidados: «Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses
cebadas y todo está a punto. Venid a la boda». Pero ellos no hicieron caso; uno se
marchó a sus tierras; otro, a sus negocios; los demás agarraron a los criados y los
maltrataron y los mataron. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con
aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: «La boda está
preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y
a todos los que encontréis, llamadlos a la boda». Los criados salieron a los caminos y
reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de
comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no
llevaba traje de fiesta y le dijo: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de
boda?». El otro no abrió la boca. Entonces, el rey dijo a los servidores: «Atadlo de pies y
manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes».
Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos.
s
PARA MEDITAR
1. Palabras del profeta que seguimos estos días con el reproche de Yahvé a su
pueblo, porque se apartan de su compromiso y caen una y otra vez como si fueran
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paganos. Y otra vez Yahvé les promete perdón, previo arrepentimiento de corazón, y una
nueva vida en su gracia:
«Os recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los países, y os llevaré a
vuestra tierra. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas
vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar. Y os daré un corazón nuevo, y os
infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un
corazón de carne». ¡Bendita insistencia porque su misericordia es infinitamente mayor
que todos los pecados de los hombres! A esta oferta permanente de gracia corresponde la
contrición de los hombres como repite el salmo 50 que hoy volvemos a recitar en
primera persona, porque nos sabemos pecadores necesitados de perdón, que
complementa al acto penitencial con el que comenzamos al participar en la Santa Misa
los domingos y días entre semana.
Celebramos hoy la memoria de san Bernardo, uno de los grandes por su influjo desde
el siglo XII en la joven orden monástica del Císter. Gran predicador, defensor de la buena
doctrina y promotor de la paz en la Europa de entonces. Fue un hombre activo como
fundador a la vez que contemplativo, algo que puede parecer poco compatible, a
algunos, pero que la experiencia de los santos —también de los que luchamos por ser
fieles— muestra con la gracia de Dios. Fue un gran amante de la Virgen y se le atribuye
entre otros muchos escritos marianos la conocida oración del Acordaos, que nos
complace dirigirle ahora a María: «Acordaos, oh, piadosísima Virgen María, que jamás
se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu
asistencia y reclamando tu socorro, haya sido abandonado de ti. Animado con esta
confianza, a ti también acudo, oh, Madre, Virgen de las vírgenes, y, aunque gimiendo
bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante tu presencia soberana. No
deseches mis humildes súplicas, oh, Madre del Verbo divino, antes bien, escúchalas y
acógelas benignamente. Amén».
2. «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo...». Así
comienza Jesús esta parábola que recoge hoy el evangelio de san Mateo. Se trata de su
hijo único y por eso invita a muchas personas para que participen de la alegría de la
familia, y disfruten del banquete que es alimento y comunión, aunque antes no se
hubieran conocido: venid a la boda.
¿Qué ocurre, a continuación? Pues que no todos valoran la suerte de haber sido
convidados y siguen metidos en sus ocupaciones habituales, no tienen tiempo, y parecen
insensibles al regalo que se les hace; porque el egoísmo tiende a encerrar a cada uno en
sus tareas y preocupaciones mientras le hace poco sensible al cariño y detalles que los
demás esperan de él.
Podemos reparar en esta parábola, de una parte, en el enfado de ese rey —que hoy es
como un eco de aquella indignación que Ezequiel pone en Dios respecto a su pueblo—
65
y, de otra, en la renovada generosidad suya pues vuelve a invitar a todos pidiendo a los
criados que vayan a las calles y caminos hasta que se llene la sala del banquete. Leemos
con claridad que todos somos llamados a esa participación en la vida eterna con Dios,
que identificamos con la llamada a la santidad en el mundo y a participar en la
Eucaristía. En efecto, cada domingo los fieles vemos que muchos caminos conducen
desde el hogar al templo parroquial a fin de participar en el banquete eucarístico. Y lo
hacemos con el traje de fiesta, el alma blanca, para no dar un disgusto a Jesucristo y ser
rechazados.
Algo que también podemos aplicar a nuestra vestidura exterior acorde con el día del
Señor: día del hombre, día de la familia y día del descanso. Los hijos pequeños aprenden
así el valor de la Misa y de la Comunión vertical con el Cuerpo de Cristo, pero también
de la comunión horizontal de unidad con los demás fieles, y ese cuidado externo refleja
las buenas disposiciones para participar en la celebración eucarística. Un poco de
esfuerzo, de atención y de cuidado, sobre todo, en verano, facilita la piedad y el respeto a
las cosas santas.
Observamos, también, que, para participar en el gran banquete de Dios, es
imprescindible la vestidura nupcial: la gracia santificante que limpia el alma de los
pecados para estar en la Casa de Dios con los hermanos en la fe. Esa gracia la recibimos
en el Bautismo, que borra el pecado original y nos hace hijos de Dios en Jesucristo
acogidos en el seno de la Iglesia. Dada la fragilidad humana y aquellas huellas del
pecado de origen, Jesucristo ha inventado el sacramento de la Confesión en el que
concluye la contrición por los pecados veniales o mortales.
Queremos pedir luz al Espíritu Santo para valorar nuestros pecados y faltas, a fin de
sentir la necesidad del sacramento de la Penitencia, como fuente de gracias y manantial
de aguas que limpian el alma. Precisamente, quienes acuden con frecuencia al Perdón no
son los que más pecan, aunque alguien podría pensar erróneamente lo contrario, sino los
que desean fortalecer su alma y las virtudes para amar a Dios, reparar por los pecados
propios y ajenos, y para servir a los demás. Además de que quien se acostumbra a llamar
a las cosas por su nombre —pecado, gula, lujuria, ira— no se engaña ni engañará a los
demás contribuyendo a una convivencia sincera.
La Virgen, que es Madre nuestra, acogerá y fortalecerá ese buen deseo que tenemos
de corresponder a la gracia divina. Y se enternecerá cuando le pedimos de corazón
rezando el Avemaría: Ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra
muerte. Amén.
66
VIERNES 21 DE AGOSTO
SAN PÍO X PAPA
EVANGELIO
San Mateo 22, 34-40
Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y
uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el
mandamiento principal de la ley?». Él le dijo: «“Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”. Este mandamiento es el principal y
primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En estos
dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas».
s
PARA MEDITAR
1. Hemos sido creados para la vida y no para la muerte, que entró en el mundo a
causa del pecado de origen cometido por Adán y Eva, los primeros progenitores del
género humano. La vida es respiración, aliento, expansión, fecundidad, que en el ser
humano es, fundamentalmente, espiritual.
Hoy se nos propone una visión sorprendente del profeta Ezequiel sobre los huesos
muertos diseminados sobre la superficie de un gran valle. La voz de Yahvé le pregunta a
este hijo de Adán si aquellos huesos secos pueden revivir. «Señor, tú lo sabes», responde
con prudencia Ezequiel, pues desconoce el misterio de la vida, pero también con fe, pues
sabe que Dios es todopoderoso.
Recibe la respuesta de parte de Dios: «Hijo de Adán, estos huesos son la entera casa
de Israel, que dice: Nuestros huesos están secos, nuestra esperanza ha perecido, estamos
destrozados. Por eso, profetiza y diles: Así dice el Señor. Yo mismo abriré vuestros
sepulcros, os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel,
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cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que
soy el Señor. Os infundiré mi espíritu, y viviréis; os colocaré en vuestra tierra y sabréis
que yo, el Señor, lo digo y lo hago».
También la tradición de fe lo aplica a la vida, la muerte y la inmortalidad de cada
uno. No hace falta conocer a fondo los planteamientos filosóficos que pueden aportar
razones sobre la supervivencia después de la muerte; basta la intuición natural y el
sentido común para alimentar la íntima convicción de que una persona humana —yo
mismo, mi madre o mis hijos— no se extingue completamente con la muerte, como sí
ocurre en los animales.
Los actos genuinamente espirituales que realizamos todos los días proceden de un
principio espiritual que los anima y, por eso, lo designamos como el alma, el aliento, la
vida espiritual indisociable de la vida natural. Todos los días hacemos planes, tenemos
proyectos, pensamos y reflexionamos sobre lo que hacemos o debemos hacer, queremos
a los más íntimos y nos sacrificamos por ellos, buscamos esperanza ante las dificultades,
tratamos de dar un sentido superior a la enfermedad o la muerte y, sobre todo, rezamos
cuando la vida nos supera. Todos estos actos tienen naturaleza espiritual: es cierto que
siempre tienen un componente material y sensible, pero no se reducen a ello. Sabemos
que un acto de amor es mucho más que el latido del corazón, y que un pensamiento es
mucho más que las neuronas del cerebro.
Jesucristo ha resucitado con su mismo cuerpo, que conserva las llagas de la Cruz
como para corroborarlo ante los discípulos y es un cuerpo glorioso con unas nuevas
cualidades que le despegan de las leyes de la naturaleza porque Jesús con su Ascensión
entrará definitivamente en la vida eterna con el Padre y el Espíritu Santo. Y nos ha
prometido que en el cielo va a prepararnos el lugar que nos corresponde como buenos
hijos de Dios.
Esta resurrección futura de la carne es coherente con nuestra condición humana pues
nuestra persona, nuestro propio yo, es una sola realidad compuesta de alma y cuerpo que
solo es tal porque está organizado por ella para realizar actos espirituales a la vez que
corporales: un abrazo, un saludo, un servicio, un diálogo o simplemente escribir. No
somos un alma que tiene un cuerpo y menos aún un cuerpo que ha evolucionado más que
un chimpancé, por más que algunos se adhieren a esas hipótesis por falta de bagaje
filosófico o por falta de fe, o por ambas cosas a la vez.
El Catecismo nos enseña que el alma no se extingue con la muerte —a diferencia del
cuerpo— pues ha entrado ya en la vida eterna, bien como premio o como castigo
merecido por sus malas acciones. Sin embargo, en ese estado el alma personal con toda
su biografía —fe, esperanza y caridad, méritos, obras de misericordia, apostolados y
cooperaciones, trabajos de servicio a los demás y oraciones o prácticas de piedad—, todo
eso es un bagaje que espera compartir con el cuerpo, como siempre ha hecho mientras ha
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vivido en la tierra. Nada de bueno se pierde de cuanto hacemos en la tierra, y, además,
Dios es buen pagador. Esta fe la proclamamos cada domingo, el día del Señor, cuando
confesamos el artículo último de la fe: Creo en la vida eterna. Amén.
69
Hoy conmemoramos a san Pío X, el Papa que dedicó todas sus fuerzas a extender el
programa del Evangelio a todas las almas, conyugando la doctrina buena con la piedad
bien fundamentada. Para defender la fe de los errores modernistas —inclinados a hacer
una interpretación emotiva unas veces, y otras con una racionalidad alejada del misterio
—, promovió la publicación de un Catecismo mayor y otro menor, inspirándose en el
Catecismo tan completo de san Pío V. Un monumento de doctrina y de piedad
auténticas: supuso un notable impulso para la vida espiritual de la Iglesia, así como la
catequesis para la mejor formación de todos, empezando por los padres, sacerdotes y
educadores para ilustrar mejor la fe de los niños.
Una muestra de ello fue adelantar la edad de la primera Comunión a la edad de la
discreción de los pequeños en torno a los diez años, así como impulsar la práctica de la
Comunión sacramental frecuente para todos los fieles. Se trataba de poner con nuevo
brío la mirada de la Iglesia en la Eucaristía, para que los fieles encontraran la fuerza para
vivir la caridad.
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SÁBADO 22 DE AGOSTO
BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA REINA
EVANGELIO
San Mateo 23, 1-12
s
PARA MEDITAR
1. Contemplamos hoy a nuestra Madre, Santa María Reina en los cielos, fiesta que
viene a ser como la continuación lógica de su Asunción gloriosa que hemos celebrado
con solemnidad hace una semana.
Desde época inmemorial el pueblo cristiano ha aclamado a la Virgen María como
Reina y Señora que, según algunas tradiciones, eso significa el nombre en arameo y en
lengua siríaca. Así es saludada por el arcángel san Gabriel cuando le comunica los
planes de Dios para la encarnación del Hijo. «Concebirás en tu seno, darás a luz un hijo,
71
le pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor
Dios le dará el trono de David, su padre, reinará en la casa de Jacob, y su reino no tendrá
fin».
Muchas veces, hemos rezado y contemplado el quinto misterio glorioso del Rosario,
la coronación de Nuestra Señora, que hoy volvemos a considerar con admiración ante la
deslumbrante majestad de la Virgen: «eres toda hermosa, y no hay en ti mancha. —
Huerto cerrado eres, hermana mía, Esposa, huerto cerrado, fuente sellada. —Veni:
coronaberis. —Ven, serás coronada (Cant. IV, 7, 12 y 8). Si tú y yo hubiéramos tenido
poder, la hubiéramos hecho también Reina y señora de todo lo creado», como decía san
Josemaría[19].
Ezequiel tuvo una visión celestial a orillas del río Quebar: «Y caí rostro en tierra. La
gloria del Señor entró en el templo por la puerta oriental. Entonces, me arrebató el
espíritu y me llevó al atrio interior. La gloria del Señor llenaba el templo. Entonces, oí a
uno que me hablaba desde el templo —el hombre seguía a mi lado—, y me decía: —
Hijo de Adán, este es el sitio de mi trono, el sitio de las plantas de mis pies, donde voy a
residir para siempre en medio de los hijos de Israel». ¿Cómo no referir esta visión a la
Virgen María en esta conmemoración, porque en Ella habitó la gloria de Dios, el Hijo
encarnado, llenando el templo de María, la llena de gracia?
72
La Virgen María es también medianera de la gracia, acueducto por el que circulan las
aguas limpias de Dios en favor de los hombres. Con su habitual amor a la Virgen, san
Bernardo a quien ayer hemos celebrado, exclamaba en uno de sus sermones: «¿Podrá el
Hijo no ser atendido por su Padre o rechazar los ruegos de su Madre? No, no; mil veces
no. “Hallaste —dice el ángel— gracia a los ojos de Dios”. Afortunadamente, Ella
siempre encontrará la gracia. Y solo gracia es lo que necesitamos (...). Busquemos la
gracia, y busquémosla por María, porque Ella encuentra lo que busca y no puede verse
frustrada»[20].
Cuando nos sintamos incapaces de llevar a cabo una determinada tarea familiar o
apostólica o nos encontremos faltos de fuerzas para superar un defecto, acudamos a la
Virgen María. Ella vigila con amor de Madre, pronta a prestarnos mil cuidados: por
medio de Ella nos llega la gracia que nos hace victoriosos. Quizá no tengamos fuerzas
para subir a lugares muy altos donde encontrar aquella agua viva que salta hasta la vida
eterna, como dijo el Señor a la mujer samaritana; pero la Virgen, como canal divino,
como acueducto de admirables arcadas y pilares, pasa a través de hondonadas y cabezos,
trayendo hasta nosotros esa gracia de la vida eterna.
Seguros de su intercesión, le rogamos muchas veces a lo largo del día por aquella
persona querida que más lo necesite, y nuestra Madre se goza de esa unidad de sus hijos,
y hace con su poder que nuestro cariño se llene de fortaleza para mantenernos firmes,
sostenidos unos por otros en el camino de la santidad, con el amor de Dios. La oración
del Acordaos, que hemos recordado hace poco, expresa con claridad esa buena
preocupación por familiares, amigos y compañeros, que, quizá, se han alejado por un
tiempo de Ella y apenas recuerdan el calor del hogar materno.
73
DOMINGO 23 DE AGOSTO
VIGESIMOPRIMERA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
EVANGELIO
San Mateo 16, 13-20
s
PARA MEDITAR
74
«Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la
derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado
en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo». Tu es Petrus, estas
palabras están escritas en el tambor interior de la cúpula de la Basílica de San Pedro; por
debajo, está el famoso baldaquino levantado por Bernini sobre el altar y sobre el
sepulcro del Apóstol Vicario de Cristo; y por encima del tambor se levanta la
sorprendente cúpula construida por Miguel Ángel. Toda esta obra excepcional está al
servicio de la liturgia, una construcción tan sólida como la Iglesia misma y, a la vez, tan
ligera que parece llevarnos desde la tierra al Cielo como espiritualizando la materia.
Hoy pedimos fe para ver a la Iglesia como Madre y Maestra, terrena y celestial,
humana y divina, como el instrumento universal de Salvación. Llama la atención que las
personas que se convierten llegan a ver una Iglesia que nosotros no vemos, quizá por
estar mal acostumbrados o tener los ojos poco limpios, porque ellos ven la Iglesia como
el dulce hogar, como la familia de Dios en la tierra que reserva a cada hombre o mujer
un puesto a la mesa de la Eucaristía[21].
75
Constitución sobre la naturaleza de la Iglesia, para destacar la misión de la Virgen Madre
en el desarrollo de la Iglesia.
76
LUNES 24 DE AGOSTO
SAN BARTOLOMÉ APÓSTOL
EVANGELIO
San Juan 1, 45-51
s
PARA MEDITAR
77
Es verdad que se conservan tapices espléndidos de artistas que aceptaron ese desafío
para ilustrar esas visiones y facilitar la reflexión sobre el destino final de toda la historia
de los hombres. Con su arte siguen enriqueciendo nuestra imaginación para sugerir
nuevos modos de trabajar con esperanza. Algunos de ellos se exponen actualmente en La
Granja de san Ildefonso y en la Basílica benedictina de Cuelgamuros, lugares cercanos a
Madrid.
Hoy el ángel muestra al vidente la novia, la Esposa del Cordero: «Me transportó a un
monte altísimo y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por
Dios, trayendo la gloria de Dios. Brillaba como una piedra preciosa, como jaspe
traslúcido». El lector cristiano identifica pronto a esta esposa con la Iglesia cuyo templo
ya no es el de Salomón reconstruido varias veces, sino el Templo vivo que es Jesucristo
desposado con una única mujer y madre fecunda.
«Destruid este templo y yo lo reconstruiré en tres días», como así hizo uniendo para
siempre su muerte y su resurrección gloriosa. Si los pactos antiguos se hacían con sangre
de algunos animales que hermanaba, este pacto matrimonial lo hace Jesús con su Esposa
derramando su sangre y permaneciendo siempre vivo en la Eucaristía. La fecundidad de
todo matrimonio se da en la Iglesia de un modo siempre renovado pues engendra con
Jesucristo una multitud incontable de hijos a lo largo de la historia y a lo ancho del
mundo. Transmite san Mateo aquel compromiso esponsal: «Id, pues, y haced discípulos
a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y sabed que yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo».
La visión continúa describiendo que esa esposa: «Tenía una muralla grande y alta y
doce puertas custodiadas por doce ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de
las tribus de Israel. A oriente, tres puertas; al norte, tres puertas; al sur, tres puertas; y a
occidente, tres puertas. La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres:
los nombres de los apóstoles del Cordero». Podríamos decir que Jesucristo sigue su
encarnación en la Iglesia que vive de la Eucaristía, pues ese matrimonio fidelísimo es,
claramente, visible para cualquiera, no es una Iglesia simplemente espiritual que se
asiente en la conciencia de cada uno.
Tiene una muralla defensiva contra los ataques de satanás, de las persecuciones, del
ateísmo agresivo o del laicismo sinuoso; porque su misión es defender el tesoro de los
sacramentos de la gracia y la doctrina revelada que custodia y desarrolla el Magisterio de
la Iglesia, todo ello para la salvación de los hombres. Esa fortaleza sobrehumana se
asienta sobre los doce pilares que son los apóstoles, hombres con nombres concretos,
elegidos por Jesucristo con el encargo de transmitir su vocación y misión a los sucesores
en la historia hasta el fin de los tiempos. Un pasaje, pues, oportuno en el día de hoy
78
cuando celebramos la fiesta de uno de ellos, el apóstol Bartolomé o Natanael, pues el
evangelio le llama, indistintamente, con su nombre hebrero o griego.
Todo ello nos habla de la Iglesia-Esposa-Madre a la que amamos y protegemos en la
medida de nuestras posibilidades que no son pocas: en primer lugar, sabiendo algo de su
historia sin dejarse infectar por las leyendas negras de la historia; conociendo bien la
doctrina católica, que para eso está el Catecismo, para consultarlo con frecuencia;
conociendo y reflexionando las enseñanzas de la sagrada Jerarquía, del Papa y los
obispos en forma de exhortaciones, mensajes, homilías y cartas pastorales; y también
cuidando la formación participando en charlas, conferencias, retiros según la afinidad de
cada uno con alguna institución de la Iglesia. Caminar en solitario o apelar a la propia
conciencia no es camino seguro porque —como decimos— la Iglesia continúa la
encarnación del Verbo.
2. Bartolomé fue uno de esos doce elegidos. Natural de Caná de Galilea, era amigo
de Felipe y, gracias a esa amistad, conoció al Maestro, un día de primavera en la región
del Jordán. Había bajado de Galilea a Jericó, quizá para escuchar la doctrina del Bautista,
como otros judíos piadosos que esperaban al Mesías. También estaban allí Juan, Pedro,
Andrés y Felipe, que en las riberas del río habían sentido la voz imperiosa de Cristo
invitándoles a dejar todo y a seguirle. Regresaban ya hacia Galilea cuando, en algún
punto del trayecto, quizá en las afueras de Jericó, Felipe encontró a su amigo Natanael.
La conversación inicial fue escueta pues estaba todavía impresionado con la figura de
Jesús: «Hemos encontrado a Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley, y los profetas:
Jesús de Nazaret, el hijo de José. Entonces, le dijo Natanael: acaso puede salir algo
bueno de Nazaret?».
Natanael dice lo que piensa y, al mismo tiempo, acepta la invitación de Felipe
—«ven y lo verás»— para conocer de cerca al Señor, algo que le honra y señala el
camino a seguir por cualquiera ante los mensajes de Dios, aunque parezcan
sorprendentes o confusos a primera vista. Otros, en cambio, cierran los oídos y
amurallan su corazón para no seguir la intuición hacia lo sobrenatural por si nos orienta
hacia Dios.
La sencillez es cualidad que brilla, especialmente, entre las virtudes que necesita un
buen cristiano consciente de su dimensión apostólica, de su vocación bautismal
refrendada después por la Confirmación. Sencillez es descomplicación y franqueza,
naturalidad que deriva de la bondad de corazón, y encuentra su opuesto en la afectación
en el decir y en el obrar, la vanidad de llamar la atención, o el cultivo de una mente
sinuosa y enmarañada. Reflexionemos hoy, queridos hermanos, sobre estas cualidades
tan necesarias para tener una conciencia bien formada que pueda ser luz y calor para los
demás, sin ocultar nuestra condición de mujeres y hombres con fe.
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La raíz de la sencillez está en la humildad, por la que una persona reconoce y admite
la real situación de su alma. Es este conocimiento propio el que urge a ponerse
plenamente en las manos de Dios, a romper cercos y barreras que nos separan de las
exigencias de nuestra vocación o de nuestros seres más queridos: la esposa, el esposo,
los hijos, los abuelos; por eso, miramos hoy cómo van nuestras relaciones con nuestros
parientes, pues tantas veces los desacuerdos, los egoísmos, las murmuraciones han
herido el corazón y cuesta perdonar. Pidamos ahora, tú y yo, tener la gracia de no
guardar rencores y estar dispuestos a la reconciliación que tanto nos cuesta.
Siendo pequeños, niños en la malicia, pero adultos en las buenas obras, la Virgen
Esposa y Madre cuidará de nosotros, nos protegerá en sus brazos maternales y, cuando el
Señor nos llame a su presencia —como hemos visto en estos meses pasados en tantas
personas víctimas de la pandemia—, intercederá amorosamente por nosotros. Como nos
conviene estar bajo su protección le rezamos: «Bajo tu amparo nos acogemos, Santa
Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades; antes
bien, líbranos siempre de todo peligro, ¡Oh Virgen gloriosa y bendita!».
80
MARTES 25 DE AGOSTO
SAN LUIS DE FRANCIA Y SAN JOSÉ DE CALASANZ
EVANGELIO
San Mateo 23, 23-26
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del
anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: la justicia, la misericordia y la
fidelidad! Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Guías
ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello! ¡Ay de vosotros, escribas y
fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis
rebosando de robo y desenfreno! ¡Fariseo ciego!, limpia primero la copa por dentro y así
quedará limpia también por fuera.
s
PARA MEDITAR
1. Celebramos hoy a dos grandes santos: san Luis IX, rey de Francia, que vivió a lo
largo del siglo XIII, y al español del siglo XVI san José de Calasanz, fundador de los
padres escolapios. Ambos han dejado una huella honda en la Iglesia y en la sociedad,
siguiendo cada uno su vocación específica: el primero siendo cabeza del reino de Francia
con todo lo que esto comporta. Una responsabilidad grande sobre los asuntos de Estado
en la cima del gobierno y sobre la política, con acuerdos y desacuerdos, guerras y paz
buscada, lealtades y traiciones. Padre de una familia muy numerosa con la preocupación
constante por la educación de sus hijos junto con su esposa, que incluye la mejor
formación religiosa y el fomento de la vida de piedad, yendo por delante con el ejemplo.
Murió cerca de Cartago cuando intentaba de nuevo la recuperación de los lugares
sagrados en la Tierra de Jesús.
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Testimonio de ello es su testamento en el que aconseja al hijo que le sucederá lo
siguiente: «Hijo amadísimo, lo primero que quiero enseñarte es que ames al Señor, tu
Dios, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas; sin ello no hay salvación posible.
Hijo, debes guardarte de todo aquello que sabes que desagrada a Dios, esto es, de todo
pecado mortal, de tal manera que has de estar dispuesto a sufrir toda clase de martirios
antes que cometer un pecado mortal. Además, si el Señor permite que te aflija alguna
tribulación, debes soportarla generosamente y con acción de gracias, pensando que es
para tu bien y que es posible que la hayas merecido. Y, si el Señor te concede
prosperidad, debes darle gracias con humildad y vigilar que no sea en detrimento tuyo,
por vanagloria o por cualquier otro motivo, porque los dones de Dios no han de ser causa
de que le ofendas. Asiste, de buena gana y con devoción, al culto divino y, mientras estés
en el templo, guarda recogida la mirada y no hables sin necesidad, sino ruega
devotamente al Señor con oración vocal o mental.
»Ten piedad para con los pobres, desgraciados y afligidos, y ayúdalos y consuélalos
según tus posibilidades. Da gracias a Dios por todos sus beneficios, y así te harás digno
de recibir otros mayores. Para con tus súbditos obra con toda rectitud y justicia, sin
desviarte a la derecha ni a la izquierda; ponte siempre más del lado del pobre que del
rico, hasta que averigües de qué lado está la razón. Pon la mayor diligencia en que todos
tus súbditos vivan en paz y con justicia, sobre todo, las personas eclesiásticas y
religiosas.
»Sé devoto y obediente a nuestra madre, la Iglesia romana, y al sumo pontífice,
nuestro padre espiritual. Esfuérzate en alejar de tu territorio toda clase de pecado,
principalmente, la blasfemia y la herejía. Hijo amadísimo, llegado al final, te doy toda la
bendición que un padre amante puede dar a su hijo; que la Santísima Trinidad y todos los
santos te guarden de todo mal. Y que el Señor te dé la gracia de cumplir su voluntad, de
tal manera que reciba de ti servicio y honor, y así, después de esta vida, los dos
lleguemos a verlo, amarlo y alabarlo sin fin. Amén»[24].
San José de Calasanz es el otro santo que hoy celebra la Iglesia pues ejerció su
sacerdocio en España con gran celo pastoral antes de establecerse definitivamente en
Roma. En aquel siglo XVI, muchos niños y jóvenes carecían de medios para su
educación, en particular los más pobres; por ello fundó la orden de las Escuelas Pías: en
ellas atendía a los hijos de nobles junto con los de familias modestas y los más
necesitados, a fin de que estos pudieran salir de la pobreza y elevar su posición en la
sociedad, con espíritu cristiano de servicio. En los últimos años de su vida sufrió
numerosas contradicciones, difamaciones y calumnias, incluso dentro de la Orden por él
fundada: fue su corona de espinas que le unió más plenamente a Jesucristo.
El pintor Francisco de Goya fue alumno de esas escuelas en Zaragoza y dedicó a su
memoria uno de los mejores cuadros: la Última Comunión de san José de Calasanz. Le
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representa recogido en el momento de recibir a Jesús sacramentado, rodeado de los
padres escolapios y de muchos alumnos, mientras una luz del cielo ilumina su rostro
curtido en mil batallas. Algunos interpretan esta obra como una reflexión sobre las tres
grandes edades de la vida: la infancia, la madurez y la ancianidad.
Dos santos, por tanto, que se santificaron en caminos distintos, uno en medio del
mundo y del gobierno de la nación y el otro como fundador con muchas obras pastorales
en favor de las almas. Aprendamos, pues, que la llamada a la santidad es para todos los
bautizados en Cristo que se particulariza en carismas distintos, aunque en la unidad de la
fe, de la caridad y del servicio a los hombres.
2. Hoy recibimos con fe las palabras de san Pablo dirigidas a nosotros porque nos
hablan de santidad en el mundo, de fidelidad a la propia vocación trabajando con
perspectiva de eternidad: «Nosotros, en cambio, debemos dar continuas gracias a Dios
por vosotros, hermanos amados del Señor, porque Dios os escogió los primeros para la
salvación mediante la santificación del Espíritu y la fe en la verdad. Dios os llamó por
medio de nuestro evangelio para que lleguéis a adquirir la gloria de nuestro Señor
Jesucristo. Así pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis
aprendido de nosotros, de viva voz o por carta. Que el mismo Señor nuestro, Jesucristo,
y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y nos ha regalado un consuelo eterno y una
esperanza dichosa, consuele vuestros corazones y os dé fuerza para toda clase de
palabras y obras buenas».
Siguiendo nuestra vocación personal cada día podemos hacer algo grande mediante
las ocupaciones ordinarias, siendo instrumentos de corredención y de elevación del
mundo sin frenarnos por las trapisondas y enredos humanos o diabólicos. Tengamos,
pues, una gran confianza en que el Señor no dejará de poner nada de su parte para llevar
a cabo el plan que decidió para nosotros desde antes de que naciéramos, desde antes de
la creación del mundo. Quizá no haremos grandes heroicidades, pero sí daremos sentido
pleno a lo que hacemos y contribuiremos a situar las personas e instituciones en el plan
divino de salvación. Sin olvidar aquellas palabras de Jesús cuando afirma que a todo el
que se le ha dado mucho, también mucho se le exigirá, como hemos visto en estos dos
santos: Luis rey de Francia y José de Calasanz.
Un peligro grande en la lucha por la santidad sería el descorazonarse porque vemos
pocos resultados en los trabajos, en la educación de los hijos o en la deriva de una
sociedad que se olvida de Dios. Frente a este tipo de tentaciones está siempre la oración,
no tanto de rezos cuanto de conversación con el Padre, el Hijo o el Espíritu Santo, para
valorar las dificultades y aún más las capacidades que tenemos como cristianos que
saben cultivar las virtudes humanas necesarias para atraer a otros a la fe.
San Luis podría haberse escudado en su alta posición para desentenderse de la
educación de los hijos, para jugar a una neutralidad entre creer y no creer, o para
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desentenderse de las normas morales de la ley natural a la hora de gobernar en medio de
posturas contrarias entre sí. Y san José de Calasanz podía haberse encogido ante los
signos de los tiempos pensando que él no podía cambiar unas estructuras sociales tan
arraigadas, o haberse retirado al ser víctima de calumnias de sus propios hijos de
religión. No fue así pues encontraron la fuerza en la oración, en la formación de la
conciencia, en la rectitud de intención, en la Cruz y en la Eucaristía.
Peor peligro para ellos y nosotros sería la falta de coherencia con la fe recibida, de
que nos habla san Pablo, y peor aún la hipocresía de quien no desea entrar en el fondo de
la conciencia para ver el peso sobrenatural de las obras suyas ante Dios. En el evangelio
de hoy, Jesucristo fustiga con dureza la actitud de algunos fariseos por ser hombres de
una religiosidad aparente: ¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello!
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato,
mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno! ¡Fariseo ciego!, limpia
primero la copa por dentro y así quedará limpia también por fuera.
Como no queremos ser cristianos de balcón —dice el papa Francisco— que se
limitan a ver cómo pasan las cosas, ponemos los medios para evitar omisiones
conscientes; sin retirarnos de la educación, de la cultura, de la economía o de la política;
por eso, pedimos también a san José esposo de María que sepamos ser responsables de la
misión que se nos confía como cristianos llamados a santificar este mundo para gloria de
Dios y servicio a nuestros hermanos los hombres.
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MIÉRCOLES 26 DE AGOSTO
SANTA TERESA DE JESÚS JORNET
EVANGELIO
San Mateo 23, 27-32
s
PARA MEDITAR
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San Pablo reacciona ante este error y les enseña la importancia del trabajo como
lugar de encuentro con Dios y de servicio al prójimo: «Ya sabéis vosotros cómo tenéis
que imitar nuestro ejemplo: No vivimos entre vosotros sin trabajar, no comimos de balde
el pan de nadie, sino que con cansancio y fatiga, día y noche, trabajamos a fin de no ser
una carga para ninguno de vosotros. No porque no tuviéramos derecho, sino para daros
en nosotros un modelo que imitar. Además, cuando estábamos entre vosotros, os
mandábamos que, si alguno no quiere trabajar, que no coma. Porque nos hemos enterado
de que algunos viven desordenadamente, sin trabajar, antes bien metiéndose en todo. A
esos les mandamos y exhortamos, por el Señor Jesucristo, que trabajen con sosiego para
comer su propio pan. Por vuestra parte, hermanos, no os canséis de hacer el bien».
La mayoría de los fieles vivimos en el mundo con una ocupación profesional, y es
ahí donde el Señor nos ha llamado y dejado para que nos santifiquemos, y cada uno
contribuya a sanear las estructuras humanas, de modo que sirvan para desarrollar una
sociedad más justa que facilite el conocimiento de Dios. Los cristianos sabemos que la
contemplación de Dios no se realiza solo en los conventos, apartados del mundo aunque
solo relativamente, pues los religiosos oran y laboran en comunión con la mayoría de los
fieles, y sin desentenderse de la marcha de la sociedad. De todos modos, la mayoría de
los fieles son y están en el mundo con la responsabilidad directa e inmediata de elevarlo
hacia Dios. La contemplación, entonces, es real, pero de manera distinta.
Por ejemplo, la santa española Teresa de Jesús Jornet, que vivió en el siglo XIX, es
patrona de la ancianidad y fundó en Barbastro la congregación religiosa de las Hermanas
de los Ancianos Desamparados; dedican su atención a los ancianos en sus residencias
para que estén bien atendidos en el cuerpo y en el alma, no les falte compañía ni los
sacramentos. Llevan más de un siglo consagradas a esta atención específica, conocedoras
de las necesidades de los ancianos, que hoy día se acrecientan en forma de soledad y de
otras carencias. Con su dedicación en las residencias o en sus casas muestran la
importancia de las obras de misericordia con aquellos que pueden ser descartados por la
sociedad. Estas religiosas no están en el mundo, por vocación específica, pero sí están en
el mundo.
Ahora bien, para la mayoría la santidad en el mundo tiene unas características
propias, como señala el Concilio Vaticano II: «Todos los fieles, cualquiera que sea su
estado y su condición, están llamados por Dios, cada uno en su camino, a la perfección
de la santidad, por la que el mismo Padre es perfecto»[25]. Si cada uno trabaja en unión
con Jesucristo —Dios y Hombre verdadero inserto en el mundo que ha redimido—,
entonces, hace la voluntad de Dios y facilita que los hombres experimenten en el
servicio que reciben la paz y la alegría de los hijos de Dios. De este modo, las estructuras
sociales, las leyes, la economía, la política, el arte y los servicios contribuirán a la mejor
humanización de la sociedad y no serán obstáculo para la búsqueda de la santidad.
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Somos realistas que conocen las dificultades que comporta actuar de ese modo recto,
pues comprobamos que no todos tienen unas miras tan elevadas y porque el príncipe de
este mundo sigue actuando en la historia de los hombres: las fuerzas del mal y la maldad
de hombres heridos por el pecado se empeñan en desterrar a Dios de la sociedad,
utilizando muchos medios de persuasión, de manipulación y de perversión. Pensemos en
las estructuras de pecado, como son el tráfico de personas, las esclavitudes y
desplazamientos, las redes de prostitución y pornografía, los genocidios, las guerras y el
tráfico de armas, la producción y comercialización de las drogas, la corrupción política y
económica, las leyes contra la vida, las ideologías contrarias a la libertad, y tantas otras.
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JUEVES 27 DE AGOSTO
SANTA MÓNICA
EVANGELIO
San Mateo 24, 42-51
Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended
que, si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y
no dejaría que abrieran un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros
preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre. ¿Quién es el
criado fiel y prudente, a quien el señor encarga de dar a la servidumbre la comida a sus
horas? Bienaventurado ese criado, si el señor, al llegar, lo encuentra portándose así. En
verdad os digo que le confiará la administración de todos sus bienes. Pero si dijere aquel
mal siervo para sus adentros: «Mi señor tarda en llegar», y empieza a pegar a sus
compañeros, y a comer y a beber con los borrachos, el día y la hora que menos se lo
espera, llegará el amo y lo castigará con rigor y le hará compartir la suerte de los
hipócritas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
s
PARA MEDITAR
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exigente, tardara en abrazar la fe. Ella es modelo de esposa y madre cristiana que logró,
primero, la conversión de su marido y, después, de su hijo Agustín, el más conocido de
ellos. Pudo ver a su hijo como cristiano, conversó largamente con él y con su nieto hasta
en el momento de la muerte dando juntos gracias a Dios por su misericordia, y
descansando feliz en la paz del Señor, aunque no llegara a verle como sacerdote ni
obispo de Tagaste, en la actual Argelia.
Buena ocasión será hoy para que las madres y los padres reflexionen sobre el
discurrir de su familia, qué medios han puesto para la educación y formación cristiana de
los hijos y cómo viven el proyecto de iglesia doméstica a la que son llamados por
vocación de Dios.
También se les pueden aplicar las exhortaciones de la lectura de este día que san
Pablo dirige a los corintios que habían recibido el evangelio de sus labios: «Doy gracias
a mi Dios continuamente por vosotros, por la gracia de Dios que se os ha dado en Cristo
Jesús; pues, en él, habéis sido enriquecidos en todo: en toda palabra y en toda ciencia;
porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo, de modo que no carecéis de
ningún don gratuito, mientras aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él
os mantendrá firmes hasta el final, para que seáis irreprensibles el día de nuestro Señor
Jesucristo. Fiel es Dios, el cual os llamó a la comunión con su Hijo, Jesucristo nuestro
Señor».
2. San Agustín recibió una buena educación humana ya en su familia de patricios con
buena posición, recibiendo clases de maestros expertos en las ciencias humanas —como
la Retórica y la Lógica— que luego le servirán para transmitir con brío el evangelio de
Jesucristo. Nos sugiere, por eso, la importancia del estudio y del trabajo bien hecho,
como hemos meditado alguno de los días pasados.
El evangelio de hoy recoge palabras de Jesucristo que exhortan a estar preparados
para cumplir nuestra misión de discípulos suyos en medio del mundo hasta que vuelva el
fin de los tiempos: «Por eso, estad también vosotros preparados, porque, a la hora que
menos penséis, viene el Hijo del hombre. ¿Quién es el criado fiel y prudente, a quien el
señor encarga de dar a la servidumbre la comida a sus horas? Bienaventurado ese criado,
si el señor, al llegar, lo encuentra portándose así. En verdad os digo que le confiará la
administración de todos sus bienes».
La palabra de la Sagrada Escritura estará presente cada día en nosotros, si podemos
participar directamente en la Santa Misa y en algún rato de meditación, como ahora
hacemos, para profundizar más en los evangelios e identificarnos con Jesús. La
formación doctrinal es necesaria, especialmente, en nuestro tiempo pues disponemos de
buenos medios en forma de charlas, círculos de estudio, clases y cursos de Biblia, de
teología y liturgia, o sobre cuestiones de actualidad. El Catecismo es lugar seguro al que
deberíamos acudir con más frecuencia para estudiar algún punto concreto o seguirlo por
89
una temporada como lectura espiritual; porque la buena doctrina no se dirige solo a la
cabeza, sino que mueve al corazón para llevar una vida coherente con la fe recibida. Solo
de esta manera estaremos dispuestos para dar luz, en ocasiones, con motivo de una
tertulia, una conversación o una explicación sobre la vida, la libertad, la ley natural, la
conciencia o la formación de los hijos.
Como Jesucristo, hemos de crecer en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y
de los hombres; para ello necesitamos conocer bien a Dios, tener una sólida formación
doctrinal religiosa para poder llevar una conducta moral recta. Un gran enemigo de Dios
es la ignorancia que se da no solo en personas poco instruidas, sino entre quienes han
alcanzado un buen nivel en su profesión. Porque siempre, y más en tiempos de
relativismo buenista, abundan quienes desconocen aspectos importantes de la ley natural,
de la antropología cristiana y del mismo Evangelio.
Junto a la ciencia de Dios necesitamos las ciencias humanas que mejoren el quehacer
profesional, aunque estando abiertos también a otros ámbitos del saber más universales
como son las humanidades, la filosofía, la historia, el arte o las obras de literatura. El
valor apostólico de la preparación profesional debe ser un poderoso incentivo que nos
mueva a no descuidarla nunca y a mejorarla constantemente. Cada uno debe seguir
estudiando después de terminar la carrera o los años dedicados a la cualificación
profesional, para estar al día en nuevas técnicas y procedimientos. Sobre esas bases cada
uno podrá tomar las decisiones convenientes en su trabajo y aportar a la vida social el
sentido cristiano que beneficiará al bien común, a la vez que ejercita la libertad de que
gozan todos los fieles en los asuntos temporales, para desarrollar el mundo en beneficio
de todos los hombres.
Además de acudir a santa Mónica recordando sus pláticas sobre la fe con su hijo
Agustín, pedimos ahora a la Virgen que esta ilusión por la formación cristiana,
profesional y social no decaiga y se haga realidad en nuestro trabajo diario, a pleno
rendimiento o en la jubilación si llega. Ella que es asiento de la Sabiduría, hará que
tengamos la ciencia que necesitamos para nosotros y para ayudar a otras almas.
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VIERNES 28 DE AGOSTO
SAN AGUSTÍN, OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA
EVANGELIO
San Mateo 25, 1-13
Entonces, se parecerá el reino de los cielos a diez vírgenes que tomaron sus lámparas
y salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran prudentes. Las
necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; en cambio, las prudentes se
llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y
se durmieron. A medianoche se oyó una voz: ¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!.
Entonces, se despertaron todas aquellas vírgenes y se pusieron a preparar sus lámparas.
Y las necias dijeron a las prudentes: «Dadnos de vuestro aceite, que se nos apagan las
lámparas». Pero las prudentes contestaron: «Por si acaso no hay bastante para vosotras y
nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis». Mientras iban a comprarlo,
llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se
cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras vírgenes, diciendo: «Señor, señor,
ábrenos». Pero él respondió: «En verdad os digo que no os conozco». Por tanto, velad,
porque no sabéis el día ni la hora.
s
PARA MEDITAR
1. Es natural que la Iglesia celebre hoy a san Agustín después de celebrar ayer a su
madre santa Mónica. De tal palo, tal astilla, dice el refrán popular principalmente
respecto a lo positivo como es el caso, pues la madre contribuyó decisivamente a que la
gracia de Dios llegara a su hijo. Las madres van por delante en las penas, como Mónica
durante tantos años al ver a su hijo alejado de Dios, y también en las alegrías, pues ella
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pudo disfrutar durante años al comprobar que tantas almas se acercaban a Jesucristo por
la evangelización llevada a cabo por su hijo Agustín.
Lo consideraba el papa Francisco en una homilía que hablaba de la Virgen María y
desde Ella veía la labor generosa de muchas madres: Una sociedad sin madres sería una
sociedad sin piedad, que solo deja sitio al cálculo y a la especulación. Porque las
madres, incluso en los momentos peores, saben manifestar la ternura, la entrega
incondicionada, la fuerza de la esperanza. He aprendido mucho de aquellas madres que,
teniendo hijos en la cárcel o prostrados en una cama de hospital o sometidos por la
esclavitud de la droga, con frío y calor, con lluvia y sequía, no se rinden y siguen
luchando por darles lo mejor. O aquellas madres que, en los campos de refugiados, o
incluso en medio de la guerra, logran abrazar y sostener sin vacilar el sufrimiento de
sus hijos. Madres que dan literalmente la vida para que ninguno de sus hijos se pierda.
Donde está la madre hay unidad, hay pertenencia, pertenencia de hijos[26].
En la primera lectura de hoy san Pablo predica sobre la Cruz de Jesús, la verdadera
sabiduría que el mundo no comprende tantas veces, y que fue también el núcleo de la
predicación de san Agustín: «el mensaje de la cruz es necedad para los que se pierden;
pero para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios. Pues está escrito: Destruiré
la sabiduría de los sabios, frustraré la sagacidad de los sagaces. ¿Dónde está el sabio?
¿Dónde está el doctor? ¿Dónde está el sofista de este tiempo? ¿No ha convertido Dios en
necedad la sabiduría del mundo? Pues los judíos exigen signos, los griegos buscan
sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos,
necedad para los gentiles; pero para los llamados —judíos o griegos—, un Cristo que es
fuerza de Dios y sabiduría de Dios».
San Agustín corría mucho en la sabiduría humana pues estuvo dotado de grandes
cualidades: fue un líder —como decimos ahora— entre sus amigos y compañeros. Sin
embargo, él mismo reconocerá que corría fuera del camino, ¿y adónde lleva un error en
él corriendo en el desarrollo del camino de un conductor equivocado? No es difícil
apreciar que algunos caminan de ese modo con triunfos humanos, aunque alejados de
Dios; rezamos por ellos y más si son personas cercanas, a la vez que hacemos algo de
examen por si en el conjunto de nuestras ocupaciones o en parcelas determinadas
estamos corriendo fuera del camino.
Ante la muerte de un amigo, Agustín estuvo bastante deprimido y le llevó a pensar
existencialmente en su propia muerte así como en el sentido de su vida actual. Y
reconoció que Dios era para él como un fantasma irreal. Según refiere en su famosa
autobiografía Las Confesiones, comenzó a reconocerse como un joven seducido y
seductor, engañado y engañador, un soberbio en sus actividades y un supersticioso en lo
religioso, y siempre un hombre vacío[27]. Los sabios maestros que frecuentaba —de un
pensamiento maniqueo— le habían inducido a creer que, si Dios existe, no se ocupa de
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las cosas de los hombres. Se trata, pues, de algo muy viejo que viene repitiéndose a lo
largo de la historia y se hace presente ahora en muchas personas por falta de formación y
quizá como excusa para no llevar una vida moralmente recta.
Podemos quedarnos con otras palabras del buen obispo san Agustín cuando, en un
tiempo de graves dificultades por invasiones en el norte de África, exhortaba a sus fieles
a poner su esperanza en Dios a la vez que trabajan cada día con actitud de servicio y por
ser mejores discípulos de Jesucristo: «¡Tiempos malos, tiempos difíciles!, dicen los
hombres. Vivamos bien, y los tiempos serán buenos. Los tiempos somos nosotros: como
somos nosotros, así son los tiempos. ¿Qué hacer, pues? Quizá no podemos convertir a
todos los hombres; procuren vivir bien, por lo menos los pocos que me están oyendo, y
ese reducido número de los buenos soporte la multitud de los malos. Estos buenos son
como el grano: ahora se encuentran en la era, mezclados con la paja; mas en el hórreo no
habrá esta mezcla. Toleren lo que no quieren, para llegar a donde quieren, ¿por qué
afligirnos y censurar lo que Dios ha permitido? (...). No censuremos al Padre de familia,
que es tan bueno. Él nos lleva sobre sí, no le llevamos a Él. Él sabe cómo gobernar su
obra. Por lo que a ti se refiere haz lo que te manda y aguarda el cumplimiento de sus
promesas»[28].
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decisiones tomadas por tantos no se desvanezcan al recuperar un régimen de normalidad:
que haya cambiado nuestro estilo de vida y los valores que importan en la sociedad.
La santificación personal es para todos una obligación y un compromiso de
coherencia con la fe y la vocación recibida. Hay que luchar, rectificar cada día un poco,
proponerse metas concretas y dejarse aconsejar buscando algún acompañamiento o
dirección espiritual. No importan los errores cuando tenemos y ejercitamos la voluntad
sincera de recomenzar una y otra vez. Viene a ser como el entrenamiento diario en el
deporte, o el que hemos vivido esta temporada para estar en forma en una situación
difícil, siguiendo un método, unos consejos y unas experiencias. Y todo eso es aplicable
al entrenamiento espiritual que tiene fin en sí mismo porque desarrolla virtudes y
encamina el destino de nuestra vida.
De nuevo un sermón de san Agustín invita a marchar con espíritu deportivo por el
camino de la santidad: «Veis que somos caminantes y decís: ¿qué es andar? Lo diré muy
brevemente: andar es progresar. Y os digo progresar para que no vayáis a entenderlo mal
y os volváis perezosos. Avanzad siempre, hermanos míos. Examinaos cada día
sinceramente, sin vanagloria, sin autocomplacerse, porque nadie hay dentro de ti que te
obligue a sonrojarte o a jactarte. Examínate y no te contentes con lo que eres, si quieres
llegar a ser lo que todavía no eres. Porque en cuanto te complaces de ti mismo, allí te
detuviste. Si dices: ¡basta!, estás perdido»[29].
Es un peligro que puede darse más en quienes frecuentan los sacramentos y tienen
una vida recta, siguen un camino vocacional, o son buenos pastores en alguna medida
por servir a las almas. Por eso, terminamos pidiendo a Nuestra Señora su mediación
maternal para tener los ojos fijos en la meta del Cielo, mientras caminamos codo con
codo con nuestros hermanos haciendo el bien o, al menos, intentándolo.
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SÁBADO 29 DE AGOSTO
MARTIRIO DE SAN JUAN BAUTISTA
EVANGELIO
San Marcos 6, 17-29
s
PARA MEDITAR
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1. La celebración litúrgica de los santos se hace el día de su muerte pues nacen
entonces para el cielo, como hacemos hoy en el martirio del Bautista. Como caso
especial, también hemos celebrado su nacimiento, por haber sido santificado en el
vientre materno por Jesús desde el seno de la Virgen María. El prefacio de esta Misa
canta la gloria de Juan, precursor del Hijo de Dios y el mayor de los nacidos de mujer; él
fue escogido entre todos los profetas, para mostrar a las gentes el Cordero que quita el
pecado del mundo. Y él bautizó en el Jordán al Autor del bautismo y, desde entonces, el
agua viva tiene poder de salvación para los hombres.
También la liturgia de hoy aplica a Juan las palabras de Jeremías al utilizar aquel
lenguaje épico que ensalzaba las hazañas del pueblo de Israel: «yo te convierto hoy en
plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país: frente a
los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente de campo. Lucharán
contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte». En efecto, el Bautista
fue conocido por su temple recio, la fortaleza y la valentía para exhortar a reyes,
principales y gentes, a la penitencia, a un cambio de conducta, sin importarle las
consecuencias, que vinieron con su martirio.
Juan subrayó con su conducta la verdad de sus palabras, y nosotros debemos seguir
ese camino de coherencia entre la doctrina y la vida, que, además, es la mejor prueba de
la validez de lo que enseñamos y condición para ser eficaces en nuestro apostolado,
humilde y audaz a la vez, cooperando con la gracia de Dios.
El cristiano es sal, levadura y luz del mundo, su misión es la de divinizar el mundo
purificándolo, llenándolo de caridad, haciéndolo fermentar en amor de Dios. Como
enseñaba Tertuliano a los cristianos de la primera hora: «Convivir con los paganos no es
tener sus mismas costumbres. Convivimos con todos, nos alegramos con ellos porque
tenemos en común la naturaleza, no las supersticiones. Tenemos la misma alma, pero no
el mismo comportamiento; somos coposesores del mundo, no del error»[30]. Magníficas
palabras que iluminarán nuestro testimonio apostólico en este mundo de relativismo
moral en el que muchos justifican su desarraigo cristiano porque siguen su conciencia,
aunque, en realidad, están siguiendo el imperativo de modas nada coherentes con la
naturaleza humana. No se trata, por tanto, de fustigar unas conductas, objetivamente,
desviadas ni de mimetizarse con el ambiente, sino de aportar luz y calor humanos en el
trato con nuestros semejantes.
Tampoco podemos extrañarnos si encontramos dificultades en esa tarea cristiana
porque Juan y todos los santos las han encontrado, tal como lo advirtió el Señor: «Si el
mundo os aborrece, sabed que antes que a vosotros me aborreció a mí»[31]. Las
dificultades son un dato con el que hay que contar de antemano y, sin buscarlas, hemos
de tener la serenidad de no temerlas cuando se presentan en nuestra vida: unas veces
ocurren en el matrimonio y en el ámbito familiar que lesionan la unidad; otras en el
96
quehacer profesional pues los buenos resultados no llegan y aparecen los fracasos; otras
causadas por las enfermedades o la muerte, como acabamos de padecer a causa de una
pandemia que paraliza a la sociedad; y otras que frenan labores apostólicas o de
solidaridad. Aunque no siempre lo entendamos racionalmente, sabemos que, si Dios lo
permite, es seguro que sacará de ellas un gran bien y mayor eficacia apostólica, como
demuestra el misterio de la Cruz previo a la Resurrección de Jesucristo.
2. Hoy vuelve a sorprendernos el episodio narrado por san Marcos con el martirio de
Juan, que meditamos también al comienzo de ese mes. Como bien sabemos, esta vez no
es una parábola para enseñar, sino una realidad triste configurada por la maldad de
Herodes, de su concubina Herodías y de la joven Salomé, con el resultado de la muerte
violenta del Bautista. Vemos un clima de superficialidad, de sensualidad, de odio y de
poder para acabar de una vez con la llamada a cambiar de conducta. En aquel banquete,
hay luces, pero mucha oscuridad moral, hay comida exquisita y abundante, pero las
almas están vacías, hay alegría y danza, pero mucho rencor por dentro; en definitiva, hay
mucha hipocresía, mucho abuso y una maldad repugnante.
Por la bondad del Señor, en la Iglesia disponemos de todos los remedios capaces de
sanar la enfermedad espiritual que aqueja a tantas almas. Contamos en primer lugar de la
luz de la doctrina expuesta y desarrollada por el Magisterio, con los sacramentos se
otorga eficazmente la gracia que los fieles necesitamos en cada momento, desde el
nacimiento a la muerte, que, de acuerdo con la tradición católica permanente, cada
periodo de la vida tiene el oportuno sacramento: el Bautismo para renacer a la gracia, la
Confirmación para fortalecer la fe, la Eucaristía como alimento para crecer, la Penitencia
para recuperar la salud espiritual dañada por los pecados; el Matrimonio como ayuda
permanente para encarnar la iglesia doméstica y extender la fe en los hijos; el Orden
sacerdotal para que los ministros renueven la Eucaristía y administren estos sacramentos
y, finalmente, la Unción de los enfermos para salud del alma en la enfermedad grave o
ante el momento de la muerte.
Además, contamos con la protección de la Virgen, de los ángeles y de los santos, en
nuestras batallas para implantar la paz y el amor entre los hombres. Se trata de extender
la Redención obrada por Jesucristo y de colaborar con la acción del Espíritu Santo en las
almas. Unas tareas que llevamos a cabo con optimismo y confianza, siendo conscientes
de que el Evangelio es la buena nueva para todos los hombres y mujeres a lo largo de la
historia del mundo.
Ajustándonos a la Voluntad del Señor tenemos la seguridad de estar siempre en
nuestro sitio, como coposesores del mundo, pero no del error, sin problemas de
adaptación porque vamos configurando la historia a base de pequeñas historias
personales, locales, universales. Somos del mundo, estamos en el mundo, y avanzamos
con el mundo, pero sin ser mundanos.
97
DOMINGO 30 DE AGOSTO
VIGESIMOSEGUNDA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
EVANGELIO
San Mateo 16, 21-27
En aquel tiempo, comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a
Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y
que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a
increparlo: «¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte». Jesús se volvió y dijo a
Pedro: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí piedra de tropiezo, porque tú piensas
como los hombres, no como Dios». Entonces, dijo a los discípulos: «Si alguno quiere
venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien
quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿Pues de qué
le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para
recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá, con la gloria de su Padre, entre sus
ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta».
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PARA MEDITAR
98
Iglesia, pero aquí le corrige con dureza; allí dominaban la fe y los dones de Dios para
bien de su Iglesia; pero aquí se impone la reacción simplemente humana y la poca visión
sobrenatural.
Nos damos cuenta de que somos débiles cuando nos separamos un poco de la
fortaleza de Dios. No confiemos, pues, en nuestras fuerzas, ni pretendamos construir un
mundo justo sin Dios, una ética civil al margen de las leyes de Dios, o una sociedad
fuerte sin respetar el plan de Dios sobre el matrimonio y la familia. Todo eso estaría
condenado al fracaso y ya hay síntomas de ello.
99
LUNES 31 DE AGOSTO
EVANGELIO
San Lucas 4, 16-30
Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre
los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta
Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor
está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a
proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los
oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor». Y, enrollando el rollo y
devolviéndolo al que le ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él.
Y él comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír». Y
todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de
su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de José?».
Pero Jesús les dijo: «Sin duda me diréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”,
haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm». Y
añadió: «En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo
aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado
el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a
ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón.
Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno
de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio».
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron
fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado
su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su
camino.
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PARA MEDITAR
1. La sabiduría de la Cruz.
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2. La sabiduría humilde.
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en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una
gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a
una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en
tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el
sirio”».
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron
fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado
su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su
camino. Pensemos que aquella mala reacción no fue mayoritaria, pero llama la atención
la pasividad de los que escucharon con agrado, y aceptaron el reproche de Jesús al
señalar que para recibir algún milagro —como esos que dicen que había hecho en
Jerusalén— hace falta tener fe en Él. De todos modos, nos resulta poco comprensible la
reacción de los otros, movidos, quizá, por la ira de unos pocos.
Es una muestra de la facilidad con que las personas se convierten en masa atizada
por los más violentos, algo que ocurrió allí, y que seguimos viendo en nuestros días: la
falta de convicciones y el anonimato mueven a la turba a emprender acciones violentas
contra los supuestos enemigos. De ahí la importancia de tener personalidad y
convicciones para no ser víctimas de agitadores sin escrúpulos que manipulan a las
gentes para alcanzar sus objetivos políticos.
En cambio, el verdadero apostolado nada tiene que ver con la imposición, sino con la
proposición, el ejemplo y el sentido de la Cruz, según enseña el Concilio Vaticano II:
«Como Cristo enviado por el Padre es la fuente y origen de todo el apostolado de la
Iglesia, es patente que toda la fecundidad del apostolado depende de la unión vital con
Cristo (...), recordando la palabra del Señor: “si alguien quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mateo 16, 24)»[34]. En realidad, el
apostolado está basado en la caridad y respeta la libertad del amigo o compañero, por lo
que está lejos de la manipulación o de la agitación sectaria: es facilitar que el compañero
se arrime más a Jesucristo.
Encontramos sabios ignorantes y orgullosos, y sabios de verdad, sabios humildes que
aprenden a sustentar su vida sobre el buen orden: Dios, los demás y yo. Uno de ellos es
san Pablo, el Apóstol de las gentes, que abre de nuevo su corazón en la lectura de hoy:
«Yo mismo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo
hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber
cosa alguna, sino a Jesucristo, y este crucificado. También yo me presenté a vosotros
débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva
sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe
no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios».
102
Terminamos hoy ese mes de vacaciones para muchos, es decir, de descanso,
convivencia familiar y de apostolado, recordando los beneficios recibidos, el cariño de
los nuestros, y disponiéndonos a emprender las tareas habituales con renovada ilusión
cristiana. Nos ponemos bajo la protección de Santa María al acabar un mes mariano pues
hemos celebrado tantas fiestas marianas: la Dedicación de la basílica de Santa María, la
Asunción de la Virgen María, y Santa María Reina, que ejerce junto a su Hijo su reinado
maternal sobre todos sus hijos.
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SANTORAL DE AGOSTO
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[1] Cfr. SAN JUAN PABLO II, Motu proprio Misericordia Dei, 7-IV-2002.
[2] CATECISMO, n. 1397.
[3] Cfr. COMPENDIO DEL CATECISMO, n. 521.
[4] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, n. 107.
[5] SAN JUAN PABLO ii, Celebración ecuménica en honor de santa Brígida de Suecia, copatrona de Europa,
13-XI-1999.
[6] SAN AGUSTÍN, Sermón 143, 1.
[7] Cfr. CATECISMO, n. 1814.
[8] SAN JOSEMARÍA, Amigos de Dios, n. 249.
[9] CATECISMO, n. 2705.
[10] SANTA TERESA DE JESÚS, Vida, 1. 8.
[11] Santiago 1, 2-4.
[12] SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre Mateo, 18, 4.
[13] FRANCISCO, ¿Por qué tenéis miedo? Mensaje Urbi et orbi del Momento Extraordinario de Oración en
tiempos de epidemia, 27 de marzo de 2020.
[14] SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilía sobre Mateo, 32, 7.
[15] SAN JUAN PABLO II, Homilía ante la Virgen de Guadalupe, México 1979.
[16] SAN AGUSTÍN, Confesiones, 10, 23, 38.
[17] SAN AGUSTÍN, Epístola 130, 8, 17.
[18] CATECISMO, n. 2742.
[19] SAN JOSEMARÍA, Santo Rosario, V misterio gozoso.
[20] SAN BERNARDO, Sermón del acueducto, 5-8.
[21] Cfr. SCOTT Y KIMBERLY HAHN, Roma, dulce hogar, Rialp.
[22] SAN IRENEO, Frente a los herejes, 3, 24, 1.
[23] SAN JUAN PABLO II, Exhortación Christifideles laici, n. 59.
[24] Liturgia de las horas. Del testamento espiritual de san Luis a su hijo Acta Sanctorum Augusti 5 (1868), 546.
[25] CONCILIO VATICANO II, Lumen gentium, n. 11.
[26] PAPA FRANCISCO, Homilía, 1 enero 2017.
[27] SAN AGUSTÍN, Las Confesiones. Palabra, p.62.
[28] SAN AGUSTÍN, Sermón 86, 8.
[29] SAN AGUSTÍN, Sermón 169.
[30] TERTULIANO, Sobre la idolatría, 1, 4, 5.
[31] Juan 1, 18.
[32] CONCILIO VATICANO II, Lumen gentium, 40.
[33] Colosenses 1, 24.
[34] CONCILIO VATICANO II, Decreto sobre El apostolado de los seglares, n. 4.
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Índice
1 de agosto. Sábado. San Alfonso María de Ligorio 6
2 de agosto. Domingo 9
3 de agosto. Lunes 12
4 de agosto. Martes. San Juan María Vianney 15
5 de agosto. Miércoles. Dedicación de la Basílica de Santa María 18
6 de agosto. Jueves. La Transfiguración del Señor 21
7 de agosto. Viernes 24
8 de agosto. Sábado. Santo Domingo de Guzmán 27
9 de agosto. Domingo 30
10 de agosto. Lunes. San Lorenzo 32
11 de agosto. Martes. Santa Clara 35
12 de agosto. Miércoles. Santa Juana Francisca de Chantal 38
13 de agosto. Jueves. Santos Ponciano e Hipólito 41
14 de agosto. Viernes. San Maximiliano María Kolbe 44
15 de agosto. Sábado. La Asunción de la Virgen María 47
16 de agosto. Domingo 51
17 de agosto. Lunes 53
18 de agosto. Martes 57
19 de agosto. Miércoles. San Juan Eudes 60
20 de agosto. Jueves. San Bernardo de Claraval 64
21 de agosto. Viernes. San Pío X, papa 67
22 de agosto. Sábado. Bienaventurada Virgen María Reina 71
23 de agosto. Domingo 74
24 de agosto. Lunes. San Bartolomé Apóstol 77
25 de agosto. Martes. San Luis de Francia y San José de Calasanz 81
26 de agosto. Miércoles. Santa Teresa de Jesús Jornet 85
27 de agosto. Jueves. Santa Mónica 88
28 de agosto. Viernes. San Agustín 91
29 de agosto. Sábado. Martirio de San Juan Bautista 95
106
30 de agosto. Domingo 98
31 de agosto. Lunes 100
Santoral de agosto de 2020 104
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