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RESUMEN LAS KENNINGAR – BORGES

Una de las más frías aberraciones que las historias literarias registran, son las menciones enigmáticas o kenningar de la
poesía de Islandia. Cundieron hacia el año 100. Bástenos reconocer por ahora que fueron el primer deliberado goce verbal
de una literatura instintiva. Un ejemplo: un verso de los muchos interpolados en la Saga de Grettir.
El héroe mató al hijo de Mak; Hubo tempestad de espadas y alimento de cuervos.
Hay buena contraposición de las dos metáforas. Engaña ventajosamente al lector, permitiéndole suponer que se trata de
una sola fuerte intuición de un combate y su resto. Otra es la desairada verdad. “Alimento de cuervos” es uno de los
prefijados sinónimos de cadáver, así como tempestad de espadas lo es de batalla. Esas equivalencias eran precisamente
las kenningar. Retenerlas y aplicarlas sin repetirse, era el ansioso ideal de esos primitivos hombres de letras. Lo que
procuran trasmitir es indiferente, lo que sugieren nulo. No invitan a soñar, no provocan imágenes o pasiones; no son un
punto de partida, son términos. El agrado está en su variedad, en el heterogéneo contacto de sus palabras. Reducir cada
kenning a una palabra no es despejar incógnitas: es anular el poema. Predomina el carácter funcional en las kenningar.
Definen los objetos por su figura menos que por su empleo. Suelen animar lo que tocan, sin perjuicio de invertir el
procedimiento cuando su tema es vivo. A Snorri Sturluson le agradaban las kenningar, siempre que no fueran harto
intrincadas y que las autorizara un ejemplo clásico. Traslado su declaración liminar: Esta clave se dirige a los principiantes
que quieren adquirir destreza poética y mejorar su provisión de figuras con metáforas tradicionales o a quienes buscan la
virtud de entender lo que se escribió con misterio. Conviene respetar esas historias que bastaron a los mayores, pero
conviene que los hombres cristianos les retiren su fe.
El método, ya lo habrá notado el lector, es el tradicional de los limosneros: el encomio de la remisa generosidad que se
trata de estimular. De ahí los muchos sobrenombres de la plata y del oro, de ahí las ávidas menciones del rey. Esa
identificación del oro y la llama no deja de ser eficaz. Snorri la aclara: Decimos bien que el oro es fuego de los brazos o de
las piernas, porque su color es el rojo, pero los nombres de la plata son hielo o nieve o piedra de granizo o escarcha,
porque su color es el blanco. Cuando los dioses devolvieron la visita a Aegir, éste los hospedó en su casa (que está en el
mar) y los alumbró con láminas de oro, que daban luz como las espadas en el Valhala. Desde entonces al oro le dijeron
fuego del mar y de todas las aguas y de los ríos. Mi lista de kenningar no es completa. Abundan asimismo las de guerrero.
El culteranismo es un frenesí de la mente académica; el estilo codificado por Snorri es la exasperación y casi la reductio
ad absurdum de una preferencia común a toda la literatura germánica: la de las palabras compuestas. Los más antiguos
monumentos de esa literatura son los anglosajones. El goce de componer palabras perduró en las letras británicas, pero
en diversa forma. Algunos son hermosos otros, meramente visuales y tipográficos, otros, de curiosa torpeza. Recorrer el
índice total de las kenningar es exponerse a la incómoda sensación de que muy raras veces ha estado menos ocurrente el
misterio –y más inadecuado y verboso. Antes de condenarlas, conviene recordar que su trasposición a un idioma que
ignora las palabras compuestas tiene que agravar su inhabilidad. Otras apologías no faltan. Una evidente es que esas
inexactas menciones eran estudiadas en fila por los aprendices de skald, pero no eran propuestas al auditorio de ese modo
esquemático, sino entre la agitación de los versos.
Ignoramos sus leyes: desconocemos los precisos reparos que un juez de kenningar opondría a una buena metáfora de
Lugones. Apenas si unas palabras nos quedan. Imposible saber con qué inflexión de voz eran dichas, desde qué caras,
individuales como una música, con qué admirable decisión o modestia. Lo cierto es que ejercieron algún día su profesión
de asombro y que su gigantesca ineptitud embelesó a los rojos varones de los desiertos volcánicos y los fjords. No es
imposible que una misteriosa alegría las produjera. Su misma bastedad puede responder a un antiguo humour. Las
kenningar se quedan en sofismas, en ejercicios embusteros y lánguidos.
POSDATA DE 1962: Borges escribió alguna vez, repitiendo a otros, que la aliteración y la metáfora eran los elementos
fundamentales del antiguo verso germánico. Hoy (1962) modifica esa afirmación. De las aliteraciones entiendo que eran
más bien un medio que un fin. Su objeto era marcar las palabras que debían acentuarse. Una prueba de ello es que las
vocales, que eran abiertas, aliteraban entre sí. Otra es que los textos antiguos no registran aliteraciones exageradas. En
cuanto a la metáfora como elemento indispensable del verso, entiendo que la pompa y la gravedad que hay en las palabras
compuestas eran lo que agradaba y que las kenningar, al principio, no fueron metafóricas. Así, los dos versos iniciales del
Beowulf incluyen tres kenningar que ciertamente no son metáforas y es preciso llegar al décimo verso para dar con una
expresión como hronrad. La metáfora no habría sido pues lo fundamental sino, como la comparación ulterior, un
descubrimiento tardío de las literaturas.

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