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Teorías criminológicas: La criminología positivista y el paradigma

etiológico de la criminalidad

Autor: Suárez. Paulo I. –

Fecha: 24-jul-2017

Cita: MJ-DOC-11926-AR | MJD11926


Sumario:
I. Introducción. II. La criminología positivista: al menos, un error
metodológico.

Doctrina:

Por Paulo I. Suárez (*)

I. INTRODUCCIÓN

1. Fundamentalmente a partir del siglo XIX, con la consolidación


del pensamiento positivista y las elaboraciones teóricas de
Cesare Lombroso, Rafaele Garófalo y Enrico Ferri, es posible
apreciar la construcción de una serie de discursos criminológicos
que, en cuanto tales, han procurado comprender el complejo
fenómeno de la criminalidad, para ser más específicos, han
intentado dar una explicación satisfactoria al interrogante
relativo al «por qué una persona deviene en autor de un
comportamiento desviado».

Efectivamente, en sus inicios, ha sido preocupación esencial y


exclusiva de la criminología aprehender el origen y las razones
de ciertas conductas calificadas como delictivas en el
entendimiento de que dicha comprensión posibilitaría prevenir,
primaria y secundariamente, la comisión de futuros ilícitos
penales.
Se ubica aquí usualmente el nacimiento de la criminología como
ciencia o saber científico, en función de la utilización de una
metodología que posibilitaría no solo la contrastación conceptual
de sus postulados y afirmaciones, sino, fundamentalmente, una
contrastación empírica.

No puede dejar de referirse asimismo, en este sentido, que es en


el año 1879 cuando el antropólogo francés Topinard inventa el
nombre de «criminología».

2. Sin embargo, previo a ello, resulta ineludible referirse a la


denominada «escuela clásica» del derecho penal y, en este
sentido, a la obra de Beccaria, la que, según afirman Taylor,
Walton y Young, es la primera en formular los principios de la
llamada «criminología clásica» (1).

A este respecto, si bien hay acuerdo mayoritario en el sentido de


ubicar el origen de la criminología en las construcciones teóricas
de la escuela positiva, existen voces autorizadas que sostienen
que dicho origen debe situarse en las elaboraciones de la
denominada «escuela clásica» del derecho penal con la famosa
obra de C.Beccaria «De los delitos y de las penas». A este
respecto, si bien es verdad que, a diferencia de la escuela clásica,
fue la escuela positiva quien procuró delimitar como objeto de
estudio al fenómeno criminal y la explicación del último
constituyó su preocupación central, no es menos cierto que, a la
luz de las posteriores ampliaciones del campo de investigación e
indagación propio de la criminología, significativos aspectos del
desarrollo teórico de la escuela clásica deben ser considerados
como propiamente criminológicos. En este sentido, importantes
aspectos de la crítica al sistema punitivo -efectuada por Beccaria
en su obra- constituyen una temática que claramente cabe
calificar como «criminología».
Sin embargo, resulta importante señalar una suerte de cambio
de actitud respecto de la consideración del fenómeno criminal a
partir del auge del positivismo y en relación con el período de
predominio del Iluminismo.

A continuación, se desarrollan los postulados fundamentales de


la primera de las teorías criminológicas propiamente dichas,
realizando las consideraciones críticas que se estiman
pertinentes por el autor y señalando el aporte que cada una de
ellas puede brindar para la construcción de un modelo integrado
de ciencia penal.

II. LA CRIMINOLOGÍA POSITIVISTA:AL MENOS, UN ERROR


METODOLÓGICO

La primera de las elaboraciones teóricas constitutiva de un


verdadero paradigma criminológico es conocida como
«positivismo criminológico» y puede ser definida, en términos
generales, como una «concepción patológica de la criminalidad y
del delincuente, que ve en el delito un hecho anómalo y en su
autor un ser “diverso”, “anormal”, al cual es necesario corregir,
reformar, reeducar».

Tiene su origen en las formulaciones dogmáticas de la llamada


«escuela positiva», cuyos mayores exponentes lo constituyeron
las obras de Cesare Lombroso («L’uomo delinquente», cuya
primera edición data de 1876), Rafaele Garófalo («Criminología»,
1905) y Enrico Ferri («Sociología criminale», 1900), y respecto de
la cual es usual ubicar el nacimiento de la criminología como
ciencia (2).

Para esta escuela, fuertemente influida por el positivismo


cientificista entonces dominante, la criminología conforma una
disciplina de carácter científico (cualidad que sería consecuencia
de la utilización de los métodos propios del positivismo), y
conforme a la cual se le atribuye como tarea excluyente de la
criminología el estudio de las causas del comportamiento
criminal. De allí la denominación de «paradigma etiológico de la
criminalidad» para referirnos a ella.

Sus presupuestos filosóficos y postulados fundamentales son los


siguientes:

1. En primer lugar, parte de una concepción naturalista y acrítica


del fenómeno criminal según la cual la criminalidad es entendida
como un dato ontológico de ciertos comportamientos,
hallándose preconstituida a la reacción social y al derecho penal.
De este modo, la criminalidad es concebida como una entidad
natural dada de antemano a la experiencia social y a la reacción
institucional del sistema penal, como una cualidad esencial e
intrínseca de ciertos comportamientos (los comportamientos
«delictivos»).

2.De allí que el delito constituya para esta corriente del


pensamiento criminológico una suerte de entidad natural -en su
momento se hizo común la expresión «delitos naturales»- que
solo restaba explicar en sus causas y que consecuentemente la
tarea de la criminología se limite a la búsqueda de las causas de
una criminalidad entendida de modo naturalista.

Entre las pretendidas causas del comportamiento delictivo,


Cesare Lombroso privilegiaba diversos factores de carácter
biológico y de naturaleza sobre todo hereditaria, Garófalo
acentuaba el papel de los factores psicológicos, y Enrico Ferri la
influencia de los factores sociológicos.

3. En el contexto de la ideología positivista, y en oposición a los


postulados de la escuela clásica (que veía en el delito el producto
de la libre voluntad del sujeto contraria a la norma) el paradigma
etiológico de la criminalidad postula un rígido determinismo
(biológico, psicológico, sociológico) de modo que la sola
presencia en la persona de los pretendidos «factores» de la
criminalidad conllevarían, sin más, el surgimiento de la conducta
delictiva, o cuanto menos el peligro de que ello acontezca.

Como expresó Alessandro Baratta en una precisa crítica a esta


postura, el delito es «reconducido por la escuela positiva a una
concepción determinista de la realidad en la que el hombre
resulta inserto y de la cual, en fin, de cuentas, es expresión todo
su comportamiento» (3).

Sin embargo, como puede apreciarse, es el «sujeto


criminalizado» quien deviene en objeto de estudio para la
criminología positivista.

Efectivamente, el paradigma etiológico de la criminalidad se ha


«construido» en base a la observación y análisis de personas
previamente seleccionadas por el sistema penal, los sujetos que
examinaba clínicamente para elaborar la teoría de las causas de
la criminalidad fueron individuos caídos en el engranaje judicial y
administrativo de la justicia penal, clientes de la cárcel y del
manicomio judicial.

Y de ello deriva precisamente el grave error metodológico en que


incurrieron los exponentes de la escuela positiva. Alessandro
Baratta señalaba acertadamente dicho «error de método» en
esta forma de proceder al examen del fenómeno criminal al
apuntar que los primeros estudios «científicos» de la
criminología tenían como objeto de análisis personas
previamente seleccionadas por el sistema penal, es decir,
criminalizadas; ignoraban, por ende, que la «materia prima»
sobre la cual procedían al examen y sobre la base de la cual
desarrollaban sus construcciones teóricas la constituían sujetos
previamente seleccionados por el poder punitivo. El equívoco
que de allí derivaba era el de partir de la criminalización de
ciertos comportamientos y de ciertos sujetos, considerando por
eso mismo el deber ocuparse de una realidad que poseía
caracteres y causas naturales específicas, «como si el mecanismo
social de la selección de la población criminalizada debiese, por
una misteriosa armonía preestablecida, coincidir con una
selección biológica» (4).

Se omite, de este modo, el análisis del trasfondo ideológico que


subyace al derecho penal y al sistema penal en su conjunto, en
definitiva, que anima la selectividad estructural del poder
punitivo.

Sin embargo, debe advertirse, la miopía de este modo de


proceder al estudio del fenómeno criminal, el que al menos no
es inocente, pues se trata de un saber de observación, de algún
modo clínico, sobre la base del cual los individuos sobre los que
se procede al examen son objetos de un saber que permitirá, a
su vez, nuevas formas de control social (5).

No puede dejar de señalarse que, a partir de este desarrollo


teórico, se consolidan una serie de prejuicios generalmente
asociados con el fenómeno delictivo, específicamente respecto
de los autores de comportamientos criminalizados. En este
sentido, en primer término, y toda vez que el positivismo
consideraba como «causas» o «factores» de la criminalidad
ciertas características socioeconómicas presentes en los sectores
desposeídos y marginados de la sociedad capitalista, tiene lugar
un fenómeno singular que perdura hasta el presente, el cual
consiste en una especie de identificación entre delincuencia y
pobreza, entre criminalidad y pertenencia de una persona a
estratos sociales excluidos e indigentes.

Esta representación social falsa se consolida de tal modo que no


solo la población en general, en sus «teorías» de todos los días,
sostiene tal postura, sino que también tiene gran acogida en las
agencias de criminalización primaria y secundaria, en especial, en
cuanto guía casi con exclusividad el accionar de la agencia
policial, influyendo asimismo en un sector importante de los
operadores jurídicos (jueces y fiscales).

En segundo lugar, y como correlato de esta ficción, tiene cabida


otra visión social errónea, según la cual no se correspondería la
pertenencia de una persona a los estratos sociales medios y
altos con la comisión de ilícitos penales. La consecuencia directa
de ello es que, por un lado, el accionar de las agencias de
criminalización se dirige prácticamente de modo exclusivo hacia
los sectores proletarios y subproletarios de la sociedad
capitalista, y por el otro, se deja un amplio margen de acción
para la denominada «criminalidad de cuello blanco».

Edwin Sutherland criticaba con acierto teorías del


comportamiento criminal como estas, basadas en condiciones
económicas, psicopatológicas y / o sociopatológicas para explicar
la conducta criminal, al sostener que no valen como
explicaciones unitarias de la criminalidad por cuanto no pueden
dar razón de una considerable proporción del comportamiento
delictivo, cual es la criminalidad de cuello blanco. Y ello vale
como crítica no solo en el sentido señalado, es decir, en cuanto
constituyen formulaciones teóricas insuficientes desde el punto
de vista de una teoría general del comportamiento desviado,
sino también porque son expresión más que clara de la ideología
dominante en este campo del saber, al concebir y denunciar
como únicos delitos -y como únicos delincuentes- los cometidos
por personas pertenecientes a los sectores pobres.

Por último, no puede pasar inadvertida la influencia que la


escuela positiva ha tenido en el surgimiento del cuestionado
concepto de peligrosidad.

El denominado «estereotipo criminal» se ha construido sobre la


base de la imagen del sujeto criminal que se ha esbozado desde
dicha concepción y se ha conformado con aquellos factores
sociológicos y económicos entronados por el positivismo como
pretendidos factores de la conducta desviada.

La selectividad del sistema penal, claramente evidenciada en la


circunstancia de que las cárceles solo están llenas de «pobres»,
como ya lo expresó hace más de cien años Michel Foucault en
dos de sus obras, en «La Verdad y las Formas Jurídicas» y en una
de sus obras más conocidas, «Vigilar y Castigar», en las que no
solo tira por la borda un postulado esencial del Estado de
derecho, cual es el mito de la igualdad ante la ley, sino que tiene
en dicha representación falsa de la realidad una de sus causas
principales, corriendo el objeto de atención de la verdadera
problemática de la criminalidad, los denominados delitos de
cuello blanco y, además, la criminalidad organizada, que actúa en
connivencia con los sectores del poder político y económico,
hacia -en palabras del citado Foucault- «siempre a los mismos»,
que no son precisamente aquellas personas que causan un
importante daño social e individual, consecuencia de la
corrupción estructural del modo capitalista de producción y la
denominada «corrupción», hacia los sectores excluidos y
desposeídos de nuestra sociedad, lo que conlleva que ningún
cambio considerable en materia de seguridad pueda realmente
efectuarse si no se entiende que los mayores y más grandes
problemas en términos de seguridad estriban en el mayor
control social y represión de la denominada «gran criminalidad
organizada», evidenciada esta por el narcotráfico, la corrupción
política y policial, y la connivencia de los sectores de poder
político y económico en la comisión y / o complicidad de los
delitos más graves.

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(1) TAYLOR, I.; WALTON, P., y YOUNG, Y.: «La nueva criminología»,
p. 1. S. l., Amorrortu, 1973.

(2) Si bien hay acuerdo mayoritario en el sentido de ubicar el


origen de la criminología en las construcciones teóricas de la
escuela positiva, existen voces autorizadas que sostienen que
dicho origen debe situarse en las elaboraciones de la
denominada «escuela clásica» del derecho penal. La famosa obra
de C. Beccaria, «De los delitos y de las penas», es un claro
exponente de esta escuela. A este respecto, si bien es verdad
que, a diferencia de la escuela clásica, fue la escuela positiva
quien procuró delimitar como objeto de estudio al fenómeno
criminal y la explicación del último constituyó su preocupación
central, no es menos cierto que, a la luz de las posteriores
ampliaciones del campo de investigación e indagación propio de
la criminología, significativos aspectos del desarrollo teórico de la
escuela clásica deben ser considerados como propiamente
criminológicos. En este sentido, importantes aspectos de la
crítica al sistema punitivo efectuada por Beccaria en su obra
constituyen una temática que claramente cabe calificar como
«criminología».

(3) BARATTA, A.: Criminología crítica y crítica del derecho penal.


Buenos Aires, Siglo Veintiuno, s. a.

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