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Escribir la primera novela

Por Silvia Adela Kohan

En la vida real, los acontecimientos son imprevisibles y desordenados. En una novela, la


intriga debe también ser imprevisible, pero no debe ser desordenada: para construir una
historia interesante, es necesario estructurarla. La noción de estructura se equipara a la de
composición de un cuadro (un pintor compone, sabe cuáles son los elementos básicos,
cómo se han colocado unos con relación a los otros sobre la tela, conoce la importancia
relativa otorgada a cada uno y el efecto global). ¿Qué pasos habrá que tener en cuenta?

Diseñar la intriga

Se puede identificar la intriga previamente o durante la escritura de la novela. En cualquier caso, la


curva va en dirección ascendente hasta el punto culminante. Sobre un eje se indican los capítulos o
los principales acontecimientos; sobre el otro, los puntos tensión. Mientras que las escenas
principales aguzan el interés del lector, las secundarias hacen bajar la curva. La variación de la
atmósfera se anota también en la curva.

La acción es más inmediata que la descripción e implica al lector

Escribir una novela es dar vida a una historia que se desarrolla delante de los ojos del lector gracias
a la acción, el diálogo, la descripción. Se trata de hacer ver, oír y sentir a medida que se desarrollan
los hechos. En muchos casos, la descripción permitirá conectar las escenas de acción y decirle al
lector todo lo que debe saber: cambios de ambiente, de ritmo, intrigas secundarias.

Cuándo comenzar la novela

Los novelistas del siglo XIX comienzan la mayoría de las veces apaciblemente, por la descripción de
un paisaje, o por la del contexto familiar del héroe, que todavía no ha sido presentado. Los lectores
contemporáneos son más exigentes y prefieren sumergirse directamente en la intriga. Necesitan
engancharse de tal modo que casi se vean obligados a continuar la lectura. Se puede comenzar la
historia antes de una crisis, al principio de la crisis o en lo mejor de la misma. El modo será
naturalmente activo; se trata de sumergir al lector en la acción dramática. No es indispensable que
comprenda inmediatamente lo que pasa, pero no habrá que esperar demasiado tiempo antes de
clarificar la situación,

Cómo debe ser ese inicio

Los primeros párrafos deben dejar abierta una interrogación. ¿Quién es ese narrador cuya madre
acaba de morir? ¿Cómo podrá el protagonista encontrar el camino que desea hallar? ¿Por qué uno
de los personajes está triste, o colérico, o inquieto? ¿Quién es el asesino? Conviene colocar al
personaje principal y su entorno en las primeras líneas para que de entrada el lector se familiarice
con él y sepa situarse en la trama: la idea es contar qué pasa y a quién le pasa para que el lector
se interese y pueda seguir el desarrollo de los hechos. Es más interesante contar cómo pasó que
qué pasó.

Se puede introducir el conflicto desde el principio o después de una larga introducción. Hay quienes
tienen pensada la novela completa y la inician por la primera página y siguen ordenadamente hasta
el final. Los hay que avanzan por distintos caminos (que finalmente se unen en un común
denominador). Los hay que empiezan por el final y aglutinan distintas partes sabiendo que deberán
organizarlas respetando ese final. Evidentemente, en el primer párrafo el novelista instala al lector
en un ambiente, una atmósfera, un conflicto o una situación. Ese inicio marca una ruptura con la
linealidad: algo diferente pasa, por eso lo contamos; algo se desea decir compulsivamente, y el
inicio es la compuerta tras la que se presenta un mundo singular. La "promesa" puede estar
contenida en el primer párrafo o en el siguiente, y el primero es como la antesala, el que establece
el contraste. El comienzo de la novela, la primera página, suele contener, concentrada, toda la
novela. Debe captar la atención del lector, presentar al personaje y definir el conflicto del que se
deriva (o en el que se encuentra condensado) el tema que nos preocupa y la intención que nos ha
llevado a escribir la novela. Conviene no plantear demasiadas cuestiones desde el principio, la
sencillez es sin duda el principal triunfo de los primeros párrafos. No introducir demasiados
personajes de golpe, no ahogar al lector con una cantidad de informaciones concernientes a la
complejidad de la intriga o al contexto es la clave. La sencillez y la claridad.

Encontrar la primera frase

Armar la primera frase con sabiduría, de manera que abra una expectativa al lector, es un asunto
difícil. Lo que el novelista busca, y tiene la obligación de buscar desde las primeras palabras, es su
propia voz, la mirada peculiar que determine cómo será contada la novela, el tono de la misma. El
arranque de la historia nunca es definitivo hasta no tener escrita la novela completa. Esta primera
marca puede desaparecer a medida que se avanza, puede constituir el inicio o pasar a ser el final
de la novela. Pero siempre es una señal, un rastro a seguir. La primera frase debe indicar que algo
va a suceder, debe ser una promesa para el lector.

Un buen desenlace

Todo en una intriga debe cumplir una función. Así, el final tiene que ser evidente con relación a la
intriga, con respecto a lo que pasó antes, debe ser un desenlace que el conjunto de la historia
"pida".

En determinado momento, el autor debe saber cómo acabará su historia porque el desenlace tendrá
una gran influencia sobre el desarrollo de la intriga. Es como un viaje: si uno sabe adónde va, puede
prepararse para eso; si parte en coche sin tener ninguna idea del trayecto, cabe la posibilidad de
que no llegue a ninguna parte, aunque también puede ser que por el camino tenga encuentros no
previstos que le resulten más atractivos. Es cuestión de hacer la prueba, para escribir no hay
recetas y cada uno crea su propio proceso. En todo caso, es conveniente reflexionar sobre estas
variantes, que es lo que haces al leer este artículo. En suma, desde un punto de vista práctico, la
precipitación es el enemigo de un buen desenlace. Hay que saber darle su tiempo. A la vez, hay que
acabar la novela con contundencia, sin extraviarse en comentarios ni justificaciones. No añadir
nuevos elementos que el lector no necesita.

Interrogarse

Cada novelista suele tener un método propio de trabajo, pero, aun así, siempre es conveniente
recurrir a la interrogación. Interrogar a la idea o a los elementos de la imagen, así sea uno o varios
personajes, una acción, un lugar. Las respuestas resultantes aportan material para ampliar la idea
básica. Como cuando la piedra que se arroja a un lago emite ondas concéntricas, las respuestas
emitirán ondas derivadas de la idea básica: cada una actúa sobre la vecina, y así sucesivamente
hasta el infinito. Este es un método eficaz contra los bloqueos y permite tender nuevos hilos, abrir
otros senderos en la selva narrativa. "Siempre parto de una imagen que me persiga un tiempo. La
rodeo de detalles, dejo que me proporcione una escena y le pregunto qué es lo que hace ahí. Por
qué está ahí", dice Italo Calvino. Interrogarnos a nosotros mismos como productores de esa idea,
esa imagen, esa frase; preguntarnos qué pretendemos decir. E interrogar al texto, a sus mínimos
componentes.

Encontrar nuestro sistema de producción puede ser camino para ponernos en marcha y llegar a
buen puerto.

Bienvenido el deseo de escribir


(entre el cuerpo y el alma)
Silvia Adela Kohan

Esas cosas que uno quisiera decir y no dice... Lo que no se acaba de entender... Lo que se sabe y
lo que no se sabe... Los pensamientos que interrumpen y molestan... Lo que se desea, lo que se le
desea a los demás...
Escribiéndolo, se reacomodan los pensamientos. Hacerlo sobre una misma o a partir de una misma
exige coraje, pero proporciona un gran bienestar. Puede dar lugar a un proyecto narrativo, da
sentido a la vida. Escribir sin limitaciones y sin frenos, resuelve problemas emocionales, mejora el
estado de ánimo. permite saber lo que una no sabe de sí misma y encontrar la propia voz.
I

Escribir pone en marcha la alegría. En el momento en que me dispongo a escribir todo bulle en mi
interior, es un saludable acto de vida.
Dice Doris Lessing: “La función de la literatura es comentar la vida para gente que también está
interesada en analizar la suya a través de la literatura”. Una frase, un poema, un fragmento de
novela, funcionan como la revelación de algo que permanecía oculto para el autor del texto y que
aflora en su lectura. Tan sólo, con las cartas autobiográficas a los amigos es posible sentirse mejor.
En todos los casos, las palabras escogidas son delatoras.

II

Un método: recurrir a la retrospección. Nos recontamos el pasado, y ese ejercicio nos cura al
descubrir con satisfacción que hemos sido y que somos muchas. Muchas mujeres coexisten en
nosotras y todas pueden alimentar a la escritora, desde las otras que soy, desde las preguntas,
desde la experiencia, los recuerdos, desde el cuerpo, desde los sentimientos, desde el alma.
Por momentos se sufre, nos parece que el relato se diluye y abandonamos, o nos aplasta la
autocrítica, sin embargo es cuando conviene tomarse un descanso y seguir, o consignar las
dificultades, y poco a poco, una se va dando permiso (porque a menudo se trata de eso) y se
conecta con su propia voz. Lograrlo en la escritura es lograrlo en la vida. Darse la autorización de
hacerlo es otorgarse valor.

III

O un diario íntimov(¿otro método?), un diario de ideas, un cuaderno de notas cotidiano. Un diario


(día tras día) lleva al autoconocimiento. ¿Estoy angustiada? ¿Rabiosa? ¿Eufórica? ¿Desilusionada?
Lo cuento. No omito nada. No huyo de los minuciosos detalles. Tal vez, con el tiempo, podré
transformarlo en material para una novela. Mientras tanto, si se deja a un lado el pudor, hace de
cómodo confesor, de retrato complaciente o amenazante, de alter ego.
Escribir para luchar contra la cobardía, vaya si es un ejercicio saludable.

Soy mi propia interlocutora. Me atrevo a escucharme y lo escribo. Desato nudos. Deshago grumos.
Qué alivio y qué placer. Me impulsa el deseo irrefrenable de resignificar el mundo. Escribir es
pasarlo bien con una misma.

IV

Admitanos que la escritura no es un recurso, es un fin en sí mismo. Pero salva aun sin
proponérselo. Para Dostoievski, fue el mejor tratamiento curativo, al acabar Los hermanos
Karamazov, que narra las relaciones familiares y el parricidio, se curó su epilepsia originada con la
muerte de su padre. Es mayor la probabilidad de salvación si lo escribimos porque bulle en las
vísceras.
En cuanto a Marguerite Duras, 1956 es para ella un año de trastornos emocionales: su amante la
abandona, su marido trae a otra mujer al departamento que comparten, cría a un hijo al que no
comprende y lleva meses sin publicar. Pero escribe todo el tiempo. Recurre al psicoanálisis. El
analista lee los libros de la paciente y le dice que no hace falta que vuelva, que la solución para ella
es escribir.
Muchas escritoras (como Doris Lessing) lo son a causa de la frustración. Se echan los miedos fuera
a través de la escritura.
Susan Sontag habla de la necesidad de soledad para buscar «la propia voz» y retoma a Kafka que
decía: “Para escribir nunca se está suficientemente solo. Pienso en escribir como en estar en un
globo, en una nave espacial, en un submarino, en un armario. Es ir a algún sitio donde no hay nadie
a concentrarse, a oír la propia voz de uno”. Lo corrobora Paul Auster, que agrega: “ Creo que lo
asombroso es que cuando uno está más solo, cuando penetra verdaderamente en un estado de
soledad, es cuando deja de estar solo, cuando comienza a sentir su vínculo con los demás”.

La escritura como cura, como terapia del lenguaje; la precisión lexical como realización máxima de
salud.
V

Escribir para ocupar un lugar en el mundo. Si se duda de la vida o en la vida, allí está la escritura, el
acogedor espacio de la página.
Empecé sin darme cuenta, escribo desde pequeña. La pasión surgió y se afirmó como rebelión
frente a un mundo que no comprendía del todo. En la infancia, me sentía bastante sola. Con unos
padres que daban demasiada importancia a la realidad, yo escapaba al centro de las palabras (uf,
qué alivio), me refugiaba debajo de la mesa o tras los cortinados y me inventaba personajes
(aprendí a poner en boca de un personaje lo que no me atrevía a expresar). Con el tiempo, me
interné en una y otra novela poblada de mujeres entre las que estaba yo –agazapada en las manías
de una, los gestos de otra, los miedos, la curiosidad o la incertidumbre de alguna–. Ellas tenían una
historia; deseaba que me la contaran para saber más de mí.

Escribir como tabla de salvación. Para no mentirse.

VI
Escribo para reordenar las palabras de mi madre, las que le escuché y las que me hubiera gustado
escucharle decir. Soy las mujeres que me precedieron. Dicen que mi abuela se suicidó. Acaso, lo
hizo para que yo ocupara su lugar y respirara por ella. Presiento que suspiramos a dúo. Para esta
clase de presentimientos habría también una novela. Mi otra abuela era mala, me enorgullece haber
tenido como predecesora a una mujer mala, ¿qué papel jugaría en la novela?
¿Cuántas imágenes se agolpan en nuestra mente ante esta frase: “La primera cosa que recuerdo
de mi infancia es...”? Completarla, seguir, encender así el fuego de la escritura. Para escribir no hay
recetas, sólo dejarse fluir sin cortapisas. Otro método: Pasar de la evocación a la observación de
algo que pasa ante nosotros en ese momento, ante la vista o por el pensamiento y tirar de ese hilo.

VII
Marguerite Duras no se ponía a escribir si no había hecho antes la cama. A mí me pasa. ¿En eso
reside la noción de orden? Mi abuela mala decía que uno duerme tal como se hace la cama. Yo
agrego: uno escribe tal como se hace la cama.
No es igual escribir desnuda que escribir vestida, de negro, de raso, de blanco, de lino, de rojo, de
lana. Así como elijo las prendas con las que me visto, así escribo. Desenfado y suntuosidad.

VIII
Una lista de palabras, un mail, una novela rosa o negra, este artículo para la revista MYS, una notita
en la nevera, una carta al padre o a la madre, a los hijos, a un interlocutor imaginario... ¡bienvenidos
sean los interlocutores! (no decimos lo mismo aunque hablemos de lo mismo a una que a otro
interlocutor). Sea cual sea, la escritura abre las compuertas de las zonas propias a las que de otro
modo no se llegaría y pone en movimiento nuestras zonas dormidas.

Lobo Antúnes dedica un libro a sus padres, que no lo leían ni lo entendían. ¿Qué habrá querido
averiguar? ¿Qué herida habrá querido curar?
Hitos que configuran un mapa de nuestra historia personal quedarían en la sombra para siempre si
no hiciéramos el esfuerzo por sacarlos a la luz. Un repaso a las capas de nuestra biografía, cubierta
de primos, paseos, rechazos, malentendidos, permite transitar por zonas a veces dolorosas,
enfrentarlas, buscarles una función, admitirlas y encontrar la propia voz. Es un camino hacia la
reconstrucción de lo que tiene aluminosis.

IX
Tal vez, el trabajo consiste en atrapar la frase que se nos ocurre, en vez de permitir que se
desvanezca como tantas otras frases que pasan por nuestra conciencia. Tomar nota, estar
receptiva en lugar de permanecer inerte.
Los poderes liberadores, analgésicos y reconstituyentes de la escritura hacen su efecto si se les
dedica algún tiempo más o menos constante y cierto esfuerzo de sinceridad. Es cuestión de
desprender las capas de la cebolla, explorando entre ellas hasta el final, resistiendo aunque nos
lloren los ojos.
silviaadelakohan@grafein.jazztel.es

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