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repaso a los trabajos que se han hechos sobre su poesía, descubriremos que son
escasos y que en su mayoría se centran en la contemplación de la naturaleza
concebida como Creación y en la raigambre de su obra en los textos bíblicos
(Arbona Abascal, 2018; Andrés Ruiz, 2006; S. Park, 2009). Sin dejar estos temas
apartados, pues son cruciales y trasversales a toda su obra, en estas páginas nos
dedicaremos al análisis de otra de las ramas de su poesía, a saber, aquella que se
dedica al comentario de las circunstancias económicas y culturales de la sociedad.
La pobreza, la desigualdad, la marginalidad, la mediocridad del político y la
hipertrofia mercantil del capitalismo de las sociedades contemporáneas son
problemas que inquietan a José Jiménez Lozano y que aparecen en toda su obra.
Los hallamos en sus ensayos y cuadernos de apuntes como este que escribe en
1984:
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El tono y los temas de Tantas devastaciones, Un fulgor tan breve, El tiempo de Eurídice distan
mucho del resto de los poemarios. En estos priman el pesimismo y la atención a lo efímero y tienen
gran importancia las tragedias del siglo XX y el desengaño con la coyuntura social, cultural y
económica. En la entrevista que tuvimos la oportunidad de hacerle para el cuarto número de la
revista TEMBLOR – Asidero poético le señalamos que habíamos apreciado un viraje al optimismo desde
la publicación de los mentados poemarios. Él reconoció el cambio en la mirada:
Ciertamente que yo también […] pero quizás, como usted dice, por una cierta intensidad de
la belleza de la naturaleza, o porque mis viejos amigos, como el arcipreste de Hita, me
llamaron y me percaté de que no se puede pasar por esa belleza sin celebrarla, y por este
mundo sin reírse de sus cosas y de las nuestras. (Jiménez Lozano, 2018: 10)
Título del libro [lo añadirá el coordinador del volumen]
mendigo en su obra y cómo éste nos habla de las relaciones que la poesía guarda
con la realidad económica, social y cultural.
El narrador […] solo tiene ojos para ellas [Siprah y Puah], […] es ciego para los
resplandores de la corte faraónica; […] no le importan los nombres de los príncipes, ni
la gloria entera de sus hazañas, sus Grandes Relatos guardados por sus escribas para
memoria eterna. (Jiménez Lozano, 2003: 70-71)
Las lavanderas, los inocentes, los maestrillos y los mendigos son personajes
que suelen poblar sus narraciones y sus poemas. Todos ellos comparten con Siprah
y Puah su condición marginal: todos ellos son extraños al poder. Su posición social,
mísera en ocasiones, su carencia de bienes o de reconocimiento les libera de actuar
según las inercias y los mandatos de las sociedades. Los mendigos, de entre ellos,
son los que mejor cristalizan esa opresión, esa negación de la identidad a lo largo de
la Historia y esa libertad que mana de la pertenencia a los márgenes. De ahí, que
Jiménez Lozano los prefiera para canalizar su crítica.Así, como escribe Carlos
Marín Aires: «La preferencia por la mendiga es, por tanto, una decisión ética y, al
mismo tiempo, una elección estética» (2005: 460).
En los poemas de José Jiménez Lozano, los mendigos tienen los trabajos
más duros, siempre al servicio de otros. Se puede apreciar cómo en esa entrega a lo
ajeno, sus manos, sus herramientas de trabajo, van perdiendo sensibilidad, se tornan
torpes. En la pieza “Las manos de la mendiga”, el poeta nos las describe. Están
«trabajadas y deformes», «ásperas y descoyuntadas» (Jiménez Lozano, 1992b: 37)
debido a las labores a las que se dedican:
Las ocupaciones a las que son relegados los mendigos les dejan las manos
destrozadas e inservibles para otro tipo de trabajos más sofisticados o de mayor
cualificación: «No sabrían tomar una pluma entre sus dedos, / ni un pincel, ni un
pomo de perfume, / ni una delicada tela o un espejo» (Jiménez Lozano, 1992b: 37).
Sin la habilidad ni la posibilidad de ejercer un trabajo mejor, quedan recluidos en
los estratos sociales más bajos, sin reconocimiento. No debe extrañarnos, por tanto,
que ninguno de los que aparece en su obra tenga nombre o que su infamia se haga
evidente cuando aparece junto alguna personalidad histórica. En el poema “Muerte
de Proust”, Jiménez Lozano cuenta con una buena dosis de ironía cómo la muerte
se muestra respetuosa frente a la figura del escritor mientras que al mendigo le
arrebata la vida sin ningún tipo de consideración:
Los mendigos y las mendigas de José Jiménez Lozano tampoco tienen casa y
aparecen siempre a la intemperie, sufriendo el frío y las inclemencias de la noche.
La luz de la mañana alumbra en algunos de sus poemas a las mendigas tiritando
(José Jiménez Lozano, 2005: 182) o incluso sus cadáveres congelados sobre la
nieve:
y extiende,
para que el sol la vea limpia,
su alegría.
(Jiménez Lozano, 2005: 14)
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Tanto el cadáver del mendigo como el del pájaro llegan a ser objeto de una mirada
estetizante. El propio poeta parece darse cuenta de ello y llega a escribir un poema titulado “Cauté!”,
en el que advierte de los peligros de convertir el dolor en objeto de deleite estético.
Es cierto que la actitud del anciano frente a los militares es de total pasividad.
No es un héroe, pero en su desprecio y en el gesto con el que les ignora se halla el
valor de su postura. Frente a las naderías que los militares y su beligerancia
persiguen, se nos describen las cualidades del mendigo que los ve pasar como
tesoros o como piezas de un botín mayor. Su quietud como la de un «dios de
cuarzo», su «corona de hambre», «el dorado centro de la amargura entre sus
manos» y la «moneda del desprecio» conforman una imagen que habla de la
posibilidad de una riqueza alternativa a la terrenal. Este «indito», al igual que el
resto de mendigos, ve los horrores del mundo suceder ante él y, en su martirio, lo
único que parece consolarle es la promesa de otra riqueza que no es la de este
mundo. Y esa promesa es, en la obra de Jiménez Lozano, de índole religiosa, es
decir, la promesa de un Paraíso que está por llegar:
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Un buen ejemplo de la influencia que dicho texto ha ejercido sobre la obra de José Jiménez
Lozano puede encontrarse en su novela Las sandalias de plata. En ella elabora un juego intertextual
con San Manuel Bueno, mártir de Miguel de Unamuno según el cual se busca reinterpretar y corregir el
sentido de la obra según la idea de Simone Weil de que está más cerca de la verdad el idiota del pueblo
que el mismo Sócrates. La información aparece ampliada en “Huellas de San Manuel Bueno, mártir de
Miguel de Unamuno en Las sandalias de plata de José Jiménez Lozano” (Asencio Navarro, 2018).
Nombre y apellidos
Aquellos que más a menudo tienen ocasión de sentir que se les hace un daño son los
que menos saben hablar. Nada más horroroso, por ejemplo, que ver en un tribunal a un
desgraciado balbucear ante un magistrado que lanza ocurrencias graciosas en un
lenguaje elegante. (Weil, 2010: 19)
Del mismo modo que un vagabundo acusado ante el tribunal por haber cogido una
zanahoria de un campo, está plantado ante el juez que, cómodamente sentado, desgrana
elegantemente preguntas, comentarios y bromas, mientras que el otro consigue apenas
balbucear, así también está plantada la verdad ante una inteligencia ocupada en
establecer elegantemente opiniones. (Weil, 2010: 32)
La verdad para Weil está así plantada ante la inteligencia y ante los doctos. Si
se quiere alcanzar, uno ha de desbaratar la elegancia de su formación y su talento
para poder escucharla. Lo mismo ocurre si se quiere escuchar la súplica del
vagabundo. Se debe hacer un importante ejercicio de empatía, de desprenderse de la
comodidad propia para hacer de uno el dolor y la desgracia ajenas, «anonadar la
propia alma», como dice la autora. «Por este motivo no hay esperanza para el
vagabundo en pie ante el magistrado. Si a través de sus balbuceos sale algo
desgarrador, que taladra el alma, no será oído por el magistrado ni por el público.
Es un grito mudo», (Weil, 2010: 34) acaba sentenciando Simone Weil.
El vagabundo del que habla Simone Weil, al igual que los mendigos de José
Jiménez Lozano, balbucea o grita mudamente frente a un mundo que no quiere o no
puede escucharles. La sola presencia tanto de uno como de otro dan testimonio
verdadero de la injusticia de nuestro tiempo y, lanzan, aunque sea de manera
silenciosa, un grito de denuncia al mundo con la pregunta “¿Por qué se me hace
daño?” Como veníamos diciendo, Jiménez Lozano ha leído y comentado en varias
ocasiones este texto. De hecho, hay en su obra poética un excelente ejemplo en el
que resuena el eco de las ideas de Weil.
“Epigrammata” es el título del colofón de Un fulgor tan breve y conforma, con
diferencia, el grupo de poemas en los que más dura y contundentemente se critican
cuestiones económicas y culturales. Coincide esto con que un mendigo habla por
primera vez en “Asamblea del Fondo Monetario Internacional”, poema que abre
con unos versos que describen una reunión de poderosos mandatarios, en la que
todos «tan peinados, tan calvos, / llegados desde los cuatro puntos de la tierra, / con
sus trajes tan caros, sus carteras, / sus zapatos lustrosos, sus papeles» están haciendo
cálculos sobre la vida humana:
«Señores,
es duro decirlo, pero necesitamos
más sangre de pobre,
más destrucción de mundo,
nos estamos quedando muy delgados con la baja
de los valores éticos.»
(Jiménez Lozano, 1996: 231)
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Sabemos que José Jiménez Lozano tiene constancia de dicho ensayo dado que aparecen
comentarios a su lectura en sus diarios: «Swift escribió una propuesta para eliminar a los segundos [los
pobres], cuya necesidad, por otra parte, como mano de obra barata, ha bajado muchísimo y seguirá
bajando» (Jiménez Lozano, 1986: 20)
Título del libro [lo añadirá el coordinador del volumen]
acabar con la ingente pobreza infantil que amenaza Irlanda: que los progenitores
pobres vendan sus niños a matrimonios más ricos dado que el infante es «at a year
Old a most delicious nourishing and wholesome Food, whether Stewed, Roasted,
Baked, or Boiled; and I make no doubt that it will equally serve in a Fricasie, or a
Ragoust» (Swift, 1967: 23).
El poema prosigue, y, al igual que ocurre con los balbuceos del vagabundo de
Weil, la revelación del mendigo, antes que hacer evidente una nueva realidad o
cambiar de parecer a estos hombres, les hace reafirmarse en sí mismos. Ni siquiera
le contestan y se limitan a, como diría la escritora francesa, establecer
elegantemente opiniones:
BIBLIOGRAFÍA