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EDUCAR EN LA CONVICCIÓN.

Reflexión en torno a la formación


tecnológica de los estudiantes de
arquitectura.
2006.
09
Documento actualizado el 15 de Enero de 2011
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Arq. Jorge Hernán Salazar Trujillo
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Matrícula A0570049534
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Teléfonos. 57-(9)4-511 46 56 / 513 17 48
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Fax. 57-(9)4-5719062. Medellín, COLOMBIA.
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Email. jhsalaza@unal.edu.co
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Progresivamente fui comprendiendo, como supongo que lo terminan comprendiendo


la mayor parte de los docentes, que nuestro aprendizaje ni es instantáneo ni ocurre de
manera automática, es el final de un proceso que ocurre a veces muy rápidamente y
en otras ocasiones en periodos de tiempo bastante prolongados y que
paradójicamente no tiene mucho que ver con los contenidos curriculares. .

Siendo todavía un estudiante estaba yo completamente convencido que la universidad


era un sitio de encuentro al que los docentes asistían para enseñar (en la acepción de
mostrar, exhibir, señalar) los conocimientos y que por nuestra parte, a los estudiantes
nos correspondía aportar nuestra colaboración para comprender aquello que se nos
enseñaba. Cada uno de estos encuentros se podría considerar como exitoso en la
medida que el docente se pudiera retirar del aula con la certeza de haber enseñado lo
que correspondía para ese día y que yo pudiera irme a casa habiendo entendido lo que
acaba de serme presentado. Lógicamente algunas cosas tendrían luego que ser
estudiadas en casa para asegurar una mayor permanencia en mi mente, pero si lo
enseñado en clase había sido comprendido por completo, se trataba de una tarea
rutinaria, que exigía voluntad, tiempo, pero poco esfuerzo intelectual. Con los libros era
algo diferente, puesto que la labor de comprensión-aprendizaje-estudio permanecía
aglutinada e indiferenciada en las lecturas sucesivas y por esta razón el proceso de
aprendizaje me resultaba allí menos evidente. Siendo ya egresado pude constatar que la
participación de una persona que me pudiera enseñar o entrenar en algo para mi
desconocido no era imprescindible para que yo aprendiera y lo consideré, en cierta

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forma, una variación del modo de aprendizaje a través de la lectura: se trataba de “saber
leer los problemas”, “entender las situaciones” y cosas por el estilo.

Estas creencias permanecieron más o menos inalteradas durante muchos años, incluso
cuando me encontraba ya ejerciendo como docente, pero paulatinamente aquellas
situaciones en las cuales un estudiante manifestaba o demostraba tener dificultades en el
aprendizaje de algo me hicieron necesario comenzar a entender que el asunto no
resultaba tan simple. Sin importar lo bien que yo expusiera un tema y lo muy
concentrados que se encontraran los estudiantes, la presencia simultánea de ambos
componentes no bastaban para garantizar que el aprendizaje ocurriera. Progresivamente
fui comprendiendo, como supongo que lo terminan comprendiendo la mayor parte de los
docentes, que nuestro aprendizaje ni es instantáneo ni ocurre de manera automática, es
el final de un proceso que ocurre a veces muy rápidamente y en otras ocasiones en
periodos de tiempo bastante prolongados y que paradójicamente no tiene mucho que
ver con los contenidos curriculares.

Preservamos mediante la educación aquellos conocimientos que consideramos


legítimos, pero verdades que en su momento parecieron irrefutables, por las que se
luchó y murió en importantes pero sangrientos momentos de la historia, hoy no existen
más que como verdades históricas. Los sistemas de creencias y verdades coexisten,
mutan, evolucionan y se extinguen, las estructuras sociales se tambalean cuando las
verdades en que están fundamentadas son rebatidas y reemplazadas, pero a la vez todo
el potencial de innovación y regeneración de las estructuras de legitimidad, así como los
organismos e instituciones que poseen la autoridad, sólo resultan posibles en la medida
que este socavamiento sea permitido, incluso fomentado. El progreso cultural de la
sociedad humana se encuentra vinculado a cierto margen de cuestionamiento y
reemplazo de sus estructuras de legitimidad, un margen lo suficientemente amplio como
para permitir que la sociedad se pueda auto-transformar paulatinamente y lo
suficientemente estrecho para que esto no devenga en la erosión y desmoronamiento
culturales. Cuando todos los miembros de una sociedad aportan su voluntad, creatividad
y conocimiento a apuntalar la representación colectiva del mundo, se transforma en un
colectivo que no busca la contradicción y refutación de sus ideas, sino que únicamente
se ocupa de transmitir y preservar su sistema de creencias y verdades, todo aquello que
no encaje en él será calificado de error, locura o herejía. En una sociedad que establezca
la endogamia intelectual como su pauta de comportamiento, ni los roles sociales ni los
conocimientos podrán cambiar, únicamente perpetuarse.

Cualquier situación didáctica diseñada para propiciar el aprendizaje de las técnicas en


arquitectura podrá tener momentos para que los estudiantes tomen contacto efectivo con
el tema, pero a pesar de ello, una buena parte de lo que ocupe el tiempo de un
estudiante de arquitectura en el área de la técnica le resultará inútil para cuando este listo
para ejercer la profesión. La educación es un oficio paradójico, pero en aquellas
temáticas que están sujetas a un progreso permanente y acelerado la paradoja se hace
más evidente, pues el factor de obsolescencia resulta aquí sencillamente insoslayable.
Los docentes y estudiantes convivimos con esa paradoja y muchas veces terminamos
por ignorarla, olvidando que todavía el futuro no existe y que por lo tanto no podemos
trabajar sobre aquello que aún no ha sido creado. En parte por ello un docente orientado

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hacia el área tecnológica deberá estar siempre en permanente actualización y se
preocupará por ofrecerle a sus estudiantes conocimientos e información de la máxima
actualidad y vigencia que le sea posible, pero a pesar de todo su empeño y compromiso,
le resultará sencillamente imposible educar acerca de aquello que todavía no existe pero
que sin duda va a resultar útil para el desempeño profesional en el futuro.

Toda preocupación por parte del docente para asegurar la actualidad del tema y la
vigencia de la información que suministra o sugiere a sus estudiantes como material de
estudio de poco sirve en tanto aquello acerca de lo que se enseña se encuentra
condenado a una acelerada obsolescencia. Como buena parte de los temas de estudio
no le serán de utilidad durante la vida profesional al futuro egresado no aplicará ni
utilizará estos conocimientos y al final terminarán por ser olvidados. Es comprensible que
el panorama resulte desolador, pero no por ello hay que olvidar que en toda situación
didáctica hay más de un propósito de aprendizaje: por un lado un trabajo orientado a la
consolidación y construcción de un conocimiento y por otro un aprendizaje acerca de los
procesos gracias a los cuales el conocimiento puede ser adquirido. En los procesos
educativos hay muchas cosas que efectivamente se olvidan, pero regularmente van
acompañadas de otros aprendizajes muchísimo más difíciles de olvidar y que están
incluidos en lo que reconocemos bajo el nombre de formación. En la mayor parte de las
ocasiones estos segundos resultan de mucha mayor trascendencia.

El sentido de Eficacia

"La sabiduría es lo que queda cuando casi todo ha sido entregado al olvido."

Ha quedado en suspenso la idea de que siempre hay algo oculto detrás de los temas de
estudio, algo inmaterial y elusivo que para su adquisición requirió de los contenidos que
en su momento fueron estudiados, se "encarnaba" en los conocimientos, iba con ellos,
pero en últimas era algo bien distinto. Para quienes poseen "eso" el conocimiento pasa a
la categoría de un simple insumo y por ello no le resulta tan importante conocer acerca
de un tema, de hecho les basta saber que lo supo, o que alguien lo sabe, o que
efectivamente se puede trabajar para saberlo. Para una persona capaz de ver un
problema desde este ángulo, el conocimiento sobre un tema le resulta menos importante
que la convicción de sentirse en capacidad de pensar y actuar acertadamente frente al
mismo. Si los docentes de arquitectura supiéramos educar directamente en eso tal vez
podríamos ahorrarnos un largo camino, pero resulta que la convicción es un punto de
vista, se puede llegar a él pero no puede ser aprendido y mucho menos ser enseñado;
los puntos de vista son conquistas individuales, a lo sumo se puede incentivar el
desplazamiento de la atención del aprendiz para facilitarle llegar a ellos. El conocimiento
transforma nuestro entendimiento del mundo, por esta razón cuando se olvida un
conocimiento la mirada queda y no se pierde. No es posible volver a ser el mismo luego
de haber sabido algo.

De todas formas hay cierto tipo de conocimientos que tienen una mayor capacidad para
cambiarle el punto de vista a las personas, el tipo de conocimientos que se adquieren a

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través de lo que se denomina un aprendizaje significativo. En la búsqueda de lograr un
mayor anclaje en la mente de nuestros estudiantes, los docentes elegimos de manera
intencional situaciones de aprendizaje con esta característica y por este motivo una
buena parte de los conocimientos que en el transcurso de su formación profesional
adquieren los estudiantes han operado a su vez como vehículo de el tipo de experiencias
suficientemente significativas como para transformar la mirada del aprendiz. En el afán
de optimización en que nos sumerge el sistema vigente, todos desearíamos racionalizar
nuestros esfuerzos y no educar en tantas cosas que de antemano sabemos que bien
pueden ser olvidadas, por supuesto que no se trata de la situación ideal; todos
desearíamos no olvidar aquello que en su momento nos costó tanto esfuerzo aprender,
pero si observamos el asunto desde su otra cara, no debería causarnos desosiego el
significativo papel que desempeña el olvido en nuestro reconocimiento del mundo.
Aunque el estudio de tantos temas sea inevitable, su olvido no es algo trascendental y
mucho menos una desgracia; al aprender crecemos y una vez hemos crecido, lo
aprendido bien puede ser olvidado.

Inicialmente el maestro ponía al servicio de sus discípulos su conocimiento y experiencia,


para ayudarle a sus aprendices a reconocer y corregir los errores que ellos no serían
capaces de observar en sí mismos. La posesión de un punto de vista privilegiado para el
reconocimiento de los errores ajenos es lo que hace legítima la corrección y evaluación
del maestro, pero en el sistema educativo vigente esto degeneró en un docente que se
anticipa al error y lo previene, impidiendo que el estudiante se equivoque y castigándolo
cuando lo hace, dos perversiones que deforman el proceso de aprendizaje y que
deberíamos prevenir. Con la idea de que el día de su graduación los estudiantes estén
preparados para evitar cometer muchísimos errores, los docentes actuamos como
inquisidores, enfrascados en una cacería de errores que explican bastante bien cierta
impopularidad que nos vemos en obligación de capear semestre tras semestre durante la
época de las evaluaciones. Probablemente es cierto que cuando un estudiante ha
cometido muchos errores y ayudado por el docente ha aprendido a reconocerlos se
encuentra preparado para responder a las principales eventualidades que le deparará su
vida profesional. Pero en el ámbito tecnológico y científico la veloz obsolescencia de los
conocimientos involucrados permiten asegurar que ese trata de un entrenamiento inútil,
pues al momento de su educación hay innumerables errores que todavía resultan
imposibles de cometer.

Para una persona a la que se le ha educado castigándolo por todos sus errores
cometidos debe ser una sensación bastante desagradable ponerse a pensar acerca de
los errores aún desconocidos que le aguardan para ser cometidos. Para gestionar esta
característica tan estrechamente vinculada a cualquier proyecto que involucre algún tipo
de innovación tecnológica es conveniente hacer un trabajo doble: educar al futuro
profesional en el reconocimiento y anticipación de los errores, pero haciendo todo lo
posible para que aprovechen las oportunidades que se les ofrezcan para que puedan
aplicar y experimentar su sentido de eficacia. Una forma de lograrlo es embarcar a los
estudiantes en un proyecto real que les implique un compromiso concreto, para que no
tengan más remedio que actuar y encontrar su camino. Todo aprendizaje es una
ampliación de nuestra conciencia y por lo tanto todo conocimiento o destreza
recientemente adquirida deviene en una mayor capacidad de acción. Cuando el
estudiante actúa en otros ámbitos diferentes al estrictamente académico hay una

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progresiva incorporación de realidades que enriquecen su conocimiento del mundo y a
la vez el conocimiento de sí mismo. Todos tenemos limitaciones, sería una ingenuidad
afirmar que nuestras mentes carecen de ataduras, pero precisamente propiciar que
nuestros estudiantes y nosotros mismos exploremos nuestras limitaciones es en lo que
consiste el ejercicio de nuestra libertad intelectual. La convicción de la pertinencia y la
capacidad de acción que permiten que una persona se sepa capaz de medir sus
esfuerzos, identificar sus posibles errores y actuar adecuadamente, provienen del
conocimiento de las capacidades y limitaciones personales. Cuando se le permite al
estudiante conocerse, se le está preparando para que en el futuro no asuma
compromisos que puedan superar sus capacidades. Si el estudiante es quien debe
decidir hasta dónde llega su trabajo y se compromete a llegar hasta allí sin esperar a que
nadie le diga qué es lo que tiene que hacer, tendrá que ser gerente de sí mismo. En esta
circunstancia el docente podrá actuar como asesor, tal vez opinar, ofrecerse incluso
como mano de obra, pero nunca decidir. Los docentes nunca deberíamos hacernos
cargo de las responsabilidades de nuestros estudiantes, sino por el contrario ocuparnos
de que aprovechen las oportunidades que se le presenten para coordinar, delegar y
socializar. Cuando se coloca al estudiante frente al público se le está permitiendo que
afiance su confianza en sí mismo y si se ayuda a los estudiantes a que conquisten otras
instancias de legitimidad, luego sabrán por experiencia propia que nivelarse con
estándares de calidad extra-universitarios es algo que efectivamente está a su alcance.
De esta manera cuando trascienda al docente podrá ahora verlo como un colega, incluso
como un estudiante más, para que no pierda de vista que el docente, sus conocimientos,
el estado actual de la técnica, son siempre una producción humana.

Cooperar con los estudiantes para que sean ellos los que construyan y recorran su
propio camino, de modo que puedan trascender la universidad y sentirse miembros de
una comunidad mayor, eleva su autoestima, fortalece su sentido de eficacia, incentiva su
seguridad y por lo tanto permite generar una impronta en la vida académica del futuro
profesional. El que ha ido sabe volver, para que un estudiante se sienta capaz de pensar
acerca de cómo hallar respuesta a sus preguntas no basta con que se le indique el
camino, pues cuando un docente enseña un camino lo que está demostrando es que él
conoce un camino, su camino, pero esto de poco le sirve a un estudiante al que
queramos educar en el ejercicio de su autonomía y libertad intelectual. Contrariamente,
es una practica que le esclaviza del conocimiento y la opinión ajena, pues no le incentiva
a explorar sus propios límites ni a idear y recorrer sus propias rutas. Cuando un
estudiante ha adquirido la convicción acerca de la factibilidad del conquistar sus propias
metas no emprenderá la búsqueda de un postgrado con la esperanza de entregarse a
alguien capaz de sacarlo de la ignorancia, pues ya sabrá que si bien participar en un
estudio de postgrado o trabajar en compañía de algún experto le podrá fortalecer
conceptual e instrumentalmente, pero que nadie conoce las respuestas a todas las
preguntas que uno se hace. La conclusión es simple: cuando un estudiante elabora su
propia representación acerca de lo que hace y es capaz de hacer, puede saber con
claridad de qué forma y en cuáles contextos sus conocimientos y destrezas resultan o no
aplicables. Cada persona construye su vida profesional haciéndose responsable de lo
que en ella sucede, no imitando o deseando repetir la vida profesional de los otros y
mucho menos esperando que otros obtengan para las soluciones que se necesitan.

Formar arquitectos capaces de innovador requiere que los docentes, nos ocupemos de

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desatar las mentes de nuestros estudiantes para que puedan hacerse con los puntos de
vista que les permitan comprender que el infinito es del tamaño de su imaginación. Los
estudiantes tienden a interiorizar el mundo que se les enseña en la universidad como el
mundo real y no como un mundo propio de un contexto institucional determinado.
Cuando los estudiantes comprenden que se pueden olvidar de la universidad, los libros,
los profesores y en general de todo el sistema didáctico, poseen la convicción de que
pueden elegir ser intelectualmente libres, reconociendo que su obligación social es
trascender aquello y aquellos que en su momento fue necesario para lograr su
educación. Los objetivos del aprendizaje y la instrucción en ciencia y tecnología deben
concentrarse en la naturaleza misma de las actividades tecnológicas más que en sus
hechos, teorías y principios. La formación tecnológica para los futuros arquitectos les
debería brindar la oportunidad de experimentar la ciencia no sólo desde la óptica de sus
procedimientos de aplicación tecnológica, sino también desde su faceta dialéctica de
elaboración-refutación de nuevas teorías y técnicas, libres de las leyendas,
idealizaciones, mitos y malentendidos acerca de lo que significa y representa el proyecto
tecnológico de la sociedad humana. Si se flaquea en la exploración de las fronteras entre
la ignorancia y el conocimiento, se interrumpe el camino del aprendizaje y la capacidad
de innovación y creatividad se esfuma. Despejando el camino de las verdades a medias y
el dogmatismo tecnológico para revelar la ciencia y la técnica en su verdadera
dimensión, con sus fortalezas y limitaciones, es que lograremos ser capaces de juzgar
con justicia la ciencia, sus procesos, sus productos y sus posibilidades de crecimiento,
transformación y desarrollo. De esta forma los futuros profesionales de la arquitectura
podrán valerse de su convicción para trabajar creativamente en la construcción de sus
propias verdades, en vez de dedicarse a perpetuar y transmitir a las generaciones
siguientes aquello varias décadas atrás sus profesores conocían, o lo que es tal vez peor:
dedicarse a adaptar tecnologías foráneas y hacer remiendos tecnológicos, prácticas que
rara vez se adaptan a las condiciones ambientales y sociales del sitio donde se utilizan y
que ayudan a perpetuar ciertas facetas del sistema económico vigente que están
amenazando con agotar nuestro planeta.

Fin del documento.

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