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Para la historiografía oficial peruana, el periodo de 1821 a 1842 constituye la primera etapa de
la historia republicana del Perú.
Se inicia oficialmente el 28 de julio de 1821, día en el que el general rioplatense José de San
Martín, jefe de la Expedición Libertadora, proclamó la Independencia del Perú en Lima, la
capital del hasta entonces Virreinato del Perú. Sin embargo, para el historiador Jorge
Basadre el punto de partida del nacimiento de la República del Perú, sería, sensu stricto, la
instalación del Primer Congreso Constituyente del Perú, que se da el 20 de
septiembre de 1822.1
Cierra dicho periodo el año de 1842, cuando se inicia un periodo de anarquía, sucedida tras la
derrota y muerte en Bolivia del presidente Agustín Gamarra.
A este período de veinte años, Basadre ha denominado como la Época Fundacional de la
República o la Iniciación de la República, pues fue una etapa en el que el Perú no solo se libró
de la dominación española y definió su sistema de gobierno, sino que consolidó su espacio
territorial, repeliendo los intentos de países vecinos de fracturar su integridad:
Se puede dividir el proceso de la emancipación peruana en dos fases:
El 21 de agosto de 1820, se embarcó el Ejército Libertador del Perú, conformado por una
fuerza combinada de chilenos y rioplatenses, que sumaban 4.118 efectivos. Salió de
Valparaíso con ocho buques de guerra con 247 cañones y víveres para seis meses, tripulados
por 1.600 marineros y soldados, y 16 transportes con más de siete mil toneladas y once
lanchas cañoneras.
El 7 de septiembre el Ejército Libertador inició el desembarco en Paracas. Ocupó Pisco el 8 de
septiembre. Tomado el puerto de Pisco, San Martín dirigió una proclama para que sus tropas
no cayeran en abusos, con líneas principistas, como las siguientes:
“La ferocidad y la violencia son que no conocen los soldados de la libertad; y si contra todas mis
esperanzas, alguno de los nuestros olvidase sus deberes, declaro desde ahora que será
inexorablemente castigado conforme a los artículos siguientes:
1º Todo el que robe o tome por violencia de dos reales por arriba, será pasado por las armas,
previo proceso verbal que está observado en el ejército.
2º Todo el que derrame una gota de sangre fuera del campo de batalla, será castigado con la
pena del Talión.
3º Todo insulto contra los habitantes del país, sean europeos o americanos, será castigado
hasta con la pena de la vida, según la gravedad de las circunstancias.
4º Todo exceso que ataque la moral pública o las costumbres del país, será castigado en los
mismos términos que previene el artículo anterior”.
Posteriormente, un destacamento del ejército libertador, tomó posesión de la ciudad
de Chincha, al norte del puerto de Pisco.
El virrey Joaquín de la Pezuela.
Pezuela ratificó el armisticio a las ocho de la noche. Luego, se dio inicio a las Conferencias.
No se logró ningún acuerdo porque los puntos de ambas partes eran inconciliables. Por el
lado español se intentó que los patriotas reconocieran la autoridad del Rey de España bajo el
amparo de la Constitución liberal de 1812 que acababa de jurar. San Martín, por su parte,
exigió el reconocimiento incondicional de la independencia de América.
Lo más interesante de estas Conferencias, fue lo que propuso muy reservadamente San
Martín, por intermedio de sus delegados, acerca de la instalación de una Monarquía
Constitucional en el Perú independiente, con un príncipe español a su cabeza. El Virrey eludió
dar una respuesta, pues era un tema que solo competía decidir a la corte de Madrid.
Y así finalizaron las conferencias de Miraflores. No se ha precisado el local en que se llevaron
a cabo. Según el padre Vargas, debió ser la casa hacienda de Surquillo, hoy junto al teatro
Marsano, más o menos, en el parque Miranda.
El resultado de estas negociaciones lo leemos del oficio que San Martín dirigió a Pezuela el 4
de octubre de 1820:
“Son las 6 de la tarde y esta mañana llegaron mis diputados por cuyo conducto quedo instruido de las
proposiciones a que se han extendido los de V.E. Nunca esperé después de las protestas pacíficas en
que abundaban las comunicaciones de V.E. que el resultado de las aperturas fuese tan diametralmente
opuesto a mis más sinceros deseos, suficientemente manifestados por mis diputados. Pero ya que ha
sido imposible conciliar las ideas de V.E. con las intenciones de América en general, con las del
gobierno de Chile y las de las Provincias Unidas y con el honor del ejército que mando, me es sensible
verme en la necesidad de librar al éxito de mis armas, el destino de los pueblos, cuya independencia he
venido a proteger”.
El por qué de esta falta de conciliación, la encontramos en el manifiesto que San Martín hace
al pueblo peruano, sobre el resultado de las negociaciones el 13 de octubre de 1820:
“Las proposiciones del Virrey de Lima, han sido o totalmente inadmisibles o desnudas de una verdadera
garantía”.
José Bernardo de Tagle, más conocido como el Marqués de Torre Tagle, ganó para la causa libertadora
la extensa Intendencia de Trujillo, en el Norte del Perú (1820).
Placa en el Monumento a la Libertad recordando la proclamación de la Independencia de Trujillo por
el Marqués de Torre Tagle.
El 30 de octubre de 1820, San Martín arribó a Ancón, y en acción concertada, el 5 de
noviembre de ese mismo año, en una incursión sorpresiva del almirante Cochrane al Callao,
se capturó a la fragata “Esmeralda”, con lo que se dio el golpe de gracia a la escuadra
española.
El 10 de noviembre, San Martín ingresó a Huacho. El 2 de diciembre, el batallón realista
Numancia se rindió y adhirió a las fuerzas de Arenales, quien retornaba de su campaña a la
sierra central para reencontrarse con San Martín en el norte chico. El 27 de diciembre de
1820, se proclamó la independencia en Lambayeque. El 29 de diciembre de 1820, Trujillo,
convocado a Cabildo Abierto por su intendente José Bernardo de Tagle, Marqués de Torre
Tagle, juró la independencia. El 6 de enero de 1821, Piura juró la independencia. En el mismo
mes, también declararon la independencia Cajamarca, Chachapoyas, Jaén y Maynas.
Mientras tanto, la semilla sembrada por la expedición en la sierra central empezó a dar
inmediatos frutos y se formaron las montoneras. Dichos grupos guerrilleros indios, liderados
por patriotas criollos o indígenas, comenzaron a asediar a los realistas, sin dejarlos en paz. El
alzamiento popular fue incontenible. Dándose cuenta de ello, San Martín ordenó al general
Arenales otra expedición a la sierra central.
El motín de Aznapuquio[editar]
En el ínterin, había habido un cambio en el gobierno virreinal: había cesado como
virrey Joaquín de la Pezuela, siendo reemplazado por el teniente general José de la Serna.
Ello fue el resultado del motín de Aznapuquio, ocurrido el 29 de enero de 1821 y
protagonizado por un grupo de oficiales del ejército realista acantonado cerca de Lima, que se
hallaban descontentos con la actuación de Pezuela. El nombramiento de de La Serna sería
posteriormente ratificado por el rey de España.
Conferencias de Punchauca[editar]
La entrevista de Punchauca, entre el virrey del Perú Jose de la Serna y el general argentino José de
San Martín.
En abril de 1821, el virrey de La Serna, mal de su grado, pero obligado por las instrucciones
traídas desde España por el comisionado Abreu, en el sentido de llegar a un acuerdo pacífico
con los patriotas, invitó oficialmente a San Martín a entrar en negociaciones, lo que el general
argentino aceptó. Como sede de estas reuniones se designó la casa hacienda Punchauca,
situada a 25 km al norte de Lima, en la jurisdicción de Carabayllo.
En la primera fase de estas conferencias, se reunieron los delegados de San Martín: Tomás
Guido, Juan García del Río y José Ignacio de la Roza; y los delegados del virrey: Manuel de
Llano y Nájara, José María Galdeano y Mendoza y Manuel Abreu (4 de mayo de 1821). Los
delegados patriotas fueron instruidos para que se abstuviesen de llegar a algún acuerdo en
tanto que no fuese reconocida la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata,
Chile y Perú. Como ya había ocurrido en las anteriores conferencias de Miraflores, los
españoles se mantuvieron inflexibles en no reconocer la independencia, lo que hacía que
ambas partes se enquistaran en posiciones insalvables. Se decidió solo un armisticio de 20
días y se programó una entrevista personal entre los jefes adversarios, es decir entre de La
Serna y San Martín.
La entrevista entre de La Serna y San Martín se realizó el 2 de junio. Acompañaban al virrey,
el general José de la Mar y los brigadieres José de Canterac y Juan Antonio Monet. Por su
parte, San Martín estaba acompañado por el general Gregorio de las Heras, Mariano
Necochea y Diego Paroissien.
Según testimonio del comisionado Abreu, el plan que San Martín expuso al virrey consistía
esencialmente en lo siguiente: que se instalaría una regencia, de la que de La Serna sería
Presidente y que estaría, además, integrada por un vocal nombrado por el virrey, y otro
nombrado por San Martín. Los dos ejércitos beligerantes deberían unificarse y se declararía la
independencia. Luego, San Martín en persona viajaría a Madrid para solicitar de las Cortes
que escogieran a un infante de España, un príncipe Borbón, que debía ser proclamado Rey
del Perú. En un primer momento, a de La Serna no le pareció inaceptable este plan y
consideró incluso la voluntad de San Martín de ir a España como un gesto de buena voluntad.
Al parecer, esa también fue la primera impresión de sus oficiales, que departieron con los
delegados patriotas en medio de brindis y chanzas. El virrey pidió dos días para consultar a
todos sus oficiales y, según parece, se impuso entonces el criterio de sus dos oficiales más
importantes, Canterac y Valdés, que vieron en el plan de San Martín solo un pérfido ardid para
ganar tiempo. De La Serna se abstuvo de dar una respuesta a San Martín, aduciendo que no
tenía instrucciones para decidir en asuntos tan trascendentes.
No obstante, las conversaciones continuaron, nuevamente entre delegados. El clima insalubre
del valle de Chillón obligó a que la sede de las conferencias se trasladara nuevamente al
pueblo de Miraflores, al sur de Lima. Allí, el 8 de junio, los diputados del Virrey de La Serna,
Manuel del Llano, José María Galdiano, Manuel Abreu, con su secretario Francisco Moar y los
diputados de San Martín, Tomás Guido, Juan García del Río, José Ignacio de La Rosa, con el
secretario Fernando López Aldana, reiniciaron las conferencias. No se logró ningún resultado.
Desde el 20 de junio, las reuniones continuaron a bordo del buque neutral Cleopatra,
igualmente sin resultado en lo que respecta a los puntos centrales. Lo único rescatable que se
acordó en todas estas reuniones fue prorrogar el armisticio hasta el 30 de junio, así como un
canje de prisioneros.
Tras las conferencias de Punchauca el virrey José de la Serna observó que mantenerse en
Lima le era totalmente desfavorable desde todo punto de vista, por lo que tomó la decisión de
retirarse de la ciudad capital del virreinato con sus tropas, acción que ejecuta el 6 de julio de
1821. Empero, dejó un destacamento al mando del general José de La Mar, para que
custodiara la Fortaleza del Real Felipe, en el Callao.
El ejército realista al mando del general José Canterac, ya había dejado Lima, rumbo a la
sierra, el 25 de junio de 1821. En su persecución fue enviado Arenales. Este destacamento
patriota ya estaba a punto de enfrentarse a las fuerzas de Canterac, pero desistió por órdenes
de San Martín. Indudablemente, el general argentino no deseaba un enfrentamiento frontal
con los españoles.
El 5 de junio de 1821, el virrey José de la Serna anunció a los limeños que abandonaba la
capital para refugiarse en el Callao, en la fortaleza del Real Felipe. Lima quedaba abandonada
a su suerte. Según el inglés Sir Basil Hall: «los timoratos eran presa fácil de los temores más
extraños; los audaces y fuertes no sabían de qué modo utilizar su coraje; los vacilantes
estaban en el estado más calamitoso». Como la fortaleza del Real Felipe, según el virrey, era
el sitio más seguro, «multitudes se precipitaron hacia el castillo, y al ser interrogadas sobre las
razones que les empujaban a abandonar la ciudad, no daban otra que el miedo». Mientras
tanto, parte del pueblo limeño, representado por algunos notables (españoles y criollos), hizo
llegar una invitación a San Martín para que ingrese a Lima, el 9 de julio de 1821. En efecto, el
Libertador del Sur, mandó un pequeño destacamento de patriotas e hizo su entrada a Lima en
la noche del 12 de julio de 1821. «En vez de venir con pompa oficial, como tenía derecho a
hacerlo, San Martín esperó que oscureciese para entrar a la capital a caballo y sin escolta,
acompañado por un simple ayudante.», continúa diciendo Basil Hall. Dos días después lo hizo
el grueso del ejército libertador, «siendo recibido con mucho fervor patriótico».
Sobre el ánimo de los limeños al tiempo del ingreso del Ejército Libertador a Lima, Pedro
Escribano, nos dice: «parece mentira. En los días siguientes Lima se fue reanimando
lentamente. Poco a poco la población tomó confianza en los emancipadores y comprobó que
no había razón para el temor. Mucho había pesado, en todo caso, la mala conciencia»
Por su parte, sobre lo mismo, Sir Basil Hall, dice: «Era inconcebible que tanta gente pudiera
estar encerrada tan largo tiempo sin tentarse siquiera una vez a curiosear, especialmente
cuando el peligro no era inminente o cierto».
Proclamación de la Independencia del Perú[editar]
El general José de San Martín invitó al Cabildo a declarar la independencia, lo que se cumplió
inmediatamente (14 de julio de 1821). El 17 de julio fue recibido en la capital el almirante Lord
Cochrane.
El sábado 28 de julio de 1821, en una ceremonia pública muy solemne, José de San Martín
proclamó la independencia del Perú. Primero, lo hizo en la Plaza de Armas. Después en la
plazuela de La Merced y, luego, frente al Convento de los Descalzos (actual distrito del
Rímac). Se estima que en la Plaza de Armas de la capital de la nueva República del Perú, la
concurrencia sobrepasaba las 16,000 personas.
El libertador José de San Martín, con una bandera en la mano exclamó fervoroso:
«El Perú es, desde este momento, libre e independiente, por la voluntad general de los pueblos, y
por la justicia de su causa, que Dios defiende. ¡Viva la Patria! ¡Viva la Libertad! ¡Viva la
Independencia!».
José de Canterac.
Mientras que en Lima San Martín se dedicaba a fundar el nuevo estado peruano, el virrey La
Serna, aprovechando el retiro de Álvarez de Arenales de la sierra central, empezó a recuperar
posiciones. Reforzó sus posiciones en Jauja y Huancayo, puntos desde donde planeó hostigar
a Lima, pero esta operación no era fácil, por la resistencia que oponían los peruanos andinos.
Como en los castillos del Callao permanecía una guarnición española apostada con gran
cantidad de armamentos, el virrey planeó hacer una incursión allí. La temeraria expedición
española se preparó en Jauja, seleccionándose a 2.500 infantes y 900 de caballería, al frente
de los cuales fue puesto el general Canterac.2
Canterac partió de Jauja el 25 de agosto de 1821, rumbo al valle del Rímac (Lima y Callao).
En el trayecto sufrió el ataque de los montoneros peruanos, que le ocasionaron numerosas
bajas. Impresionado por este ataque, Canterac dividió sus fuerzas en dos columnas, una bajo
su mando, que marchó por la ruta de San Mateo, y otra bajo el mando de Lóriga, que siguió la
ruta de Lurín. Ambos se encontraron en Cieneguilla, unos km al sur de Lima. Los realistas se
encontraban en condiciones desastrosas, tanto física como moralmente. En esas condiciones
habría sido posible que los patriotas los acorralaran y exterminaran. No obstante, San Martín,
que desde su emplazamiento estaba al tanto de los movimientos de los realistas, no quiso
atacarlos.34
Los realistas empezaron el 8 de septiembre a desplazarse de Cieneguilla con dirección al
Callao, dispuestos en tres unidades, mandadas por Valdés, Monet y Carratalá, mientras que
Canterac iba al frente de la caballería. Los 7.000 soldados de línea del Ejército Libertador y los
más de 3.000 montoneros peruanos, que contemplaban atónitos tal avance, ardían por entrar
a combate, pero San Martín, pese a los ruegos de su jefe de estado mayor, general Las
Heras, se negó a dar la orden de ataque. Hasta el mismo almirante Cochrane visitó a San
Martín y le pidió que le pusiera al mando de 2.000 soldados, con los que prometió aniquilar a
todas las fuerzas realistas. Pero San Martín se volvió a negar, siendo recriminado por
Cochrane; fue en ese momento en que se produjo la ruptura entre ambos. Se afirma que la
actitud de San Martín, de no querer atacar a los realistas, se debía a la esperanza que
depositaba en que estos aceptarían las ofertas que les había planteado en la conferencias de
Punchauca para llegar a un acuerdo de paz; de ser cierto ello, se equivocaba rotundamente. 5
Fue así que, en una maniobra sorprendente, y sin que las tropas patriotas los obstaculizaran,
los realistas de Canterac llegaron hasta el Callao y se encontraron con las fuerzas del general
José de La Mar, que custodiaba la Fortaleza del Real Felipe (10 de septiembre de 1821).
Luego de hacerles conocer las nuevas órdenes del virrey La Serna, y de entregarles
avituallamiento militar, Canterac regresó a la sierra el 16 de septiembre. 6
El alto mando del ejército libertador, reaccionó tarde, cuando Canterac ya se hallaba rumbo a
la sierra. Se dispuso que las tropas patriotas al mando del general Guillermo Miller (que era
nacido en Inglaterra e incorporado a las filas patriotas desde 1817, en Buenos Aires) le
siguieran produciéndose escaramuzas entre la vanguardia del ejército patriota y la retaguardia
del ejército realista. Como consecuencia de estos enfrentamientos armados, se produjeron
bajas considerables en el ejército de Canterac, principalmente por desbande y por la acción
heroica de los montoneros peruanos. Canterac se reunió con La Serna en Jauja, el 1 de
octubre de 1821, 35 días después de que iniciara la osada expedición al Callao. 7
Cuando oficiales generales del ejército Libertador vieron retirarse a la expedición de Canterac
hacia la sierra, luego de su espectacular avance al Callao, fueron presas de la más
exacerbada indignación. No podían entender la razón por la que San Martín se había negado
a dar la orden de ataque, perdiéndose varias oportunidades de batir a las fuerzas realistas en
el largo trayecto de Cieneguilla al Callao. Según ellos, se había desperdiciado una magnífica
oportunidad de acelerar el fin de la guerra de la independencia. Al no hallar una explicación de
carácter estratégico, surgieron diversas hipótesis sobre problemas personales que aquejaban
al Libertador. Una de ellas decía que su adicción al uso del opio para combatir sus dolores
estomacales (que se le presentaron de manera aguda a partir de la batalla de Chacabuco),
habían minado su voluntad y firmeza. Sea como fuera, casi todos los oficiales concordaron en
que era preciso deshacerse de San Martín, si se deseaba rectificar la estrategia militar que
debía conducir al triunfo. Surgió así una conjura para deponerlo, apresarlo y deportarlo. Las
reuniones de los conjurados se realizaron en las oficinas del estado mayor, en los primeros
días de octubre de 1821. Tácitamente, apoyaban la conjura el comandante del ejército,
general Juan Gregorio de Las Heras, y el jefe de estado mayor Rudecindo Alvarado. Cuando
ya estaba a punto de darse el golpe, los conjurados cometieron el error de poner al tanto del
plan al coronel venezolano Tomás Heres, comandante del batallón Voltígeros (ex Numancia),
creyendo que se les uniría. Pero Heres corrió presuroso a informar de la conjura a San Martín,
quien se limitó a confrontar al denunciante con los oficiales acusados. Estos negaron
rotundamente la acusación e incluso desafiaron al venezolano a someterse a duelo. San
Martín apaciguó los ánimos y envió a Heres a Colombia, para evitar que sufriera algún
atentado. Naturalmente, el plan de los conjurados se desbarató, al perderse el factor sorpresa.
San Martín no impuso ningún castigo a los oficiales implicados, e incluso, logró que el cabildo
de Lima obsequiara a 20 altos oficiales, fincas en el Perú por un valor cercano de 500 mil
pesos (propiedades que habían sido confiscadas a los españoles). Entre los beneficiados se
hallaban Guise, Luzuriaga, Las Heras, Necochea, García del Río, Monteagudo, Álvarez de
Arenales, Miller y Heres. Pero muchos de ellos venderían sus propiedades y se retirarían del
Perú.11
1º Lima, el norte y un sector del centro del país estaban en manos de los patriotas.
2º Y la sierra sur y centro y el Cusco estaban en manos de los realistas.
Luego, el título de Protector fue cambiado por el de Protector de la Libertad del Perú. El Perú
debe al Protectorado, que duró apenas un año y 17 días, las siguientes realizaciones político
administrativas:
1º En una medida francamente conservadora, San Martín respetó todos los títulos de
la nobleza colonial, cambiando la denominación de Títulos de Castilla por la de Títulos del
Perú.
2º Quedó fundada la Sociedad Patriótica de Lima, con la intención de defender la
instauración de un régimen monárquico peruano, del que San Martín era partidario; pero,
en la práctica, sus integrantes abogaron por el sistema republicano.
3º Se creó la Orden El Sol del Perú para reconocer la labor de los peruanos más
distinguidos y darles un estatus parecidos al de los Títulos del Perú.
4º Una comisión especial, integrada por García del Río y Paroissien, viajó
a Europa por orden de San Martín para buscar un príncipe que viniera al Perú como rey.
Estos dos personajes salieron del Perú en diciembre de 1821 y arribaron a Londres en
septiembre de 1822, época en que se terminaba el Protectorado de San Martín. Aunque
fueron reemplazados por Ortiz de Zevallos y Juan Parish Robertson, en el Perú se había
consolidado la idea del sistema republicano, por tanto, los comisionados tanto de la
primera como de la segunda, fracasaron en su intento.
5º Los primeros miembros del gabinete sanmartiniano fueron: Juan García del Río,
ministro de Relaciones Exteriores; Bernardo Monteagudo, ministro de Guerra y Marina;
e Hipólito Unanue, ministro de Hacienda. El primero era colombiano, natural de Cartagena
de Indias; el segundo, argentino, de la provincia de Tucumán; y el tercero, peruano nacido
en Arica.
6º Prefecto de Lima fue nombrado José de la Riva Agüero, un joven y rico aristócrata
de Lima, que había colaborado intensamente por la causa de la libertad.
Desastre de La Macacona[editar]
El problema mayor para San Martín, era, indudablemente, la guerra contra los realistas. Hay
quienes le han reprochado el no emprender una ofensiva total sobre los realistas, como lo
había hecho en Chile, pero el Libertador tenía sus razones para proceder así. En primer
término, era consciente de la inferioridad numérica de sus fuerzas, comparada con la de los
virreinales. Estos dominaban el interior del país, desde Jauja hasta el Alto Perú, y sumaban un
total de 23.000 soldados, mayormente hombres andinos y mestizos reclutados a la fuerza.
San Martín solo contaba con 4.000 efectivos. Un importante triunfo para los patriotas fue la
rendición de las fortalezas del Callao, el 19 de septiembre de 1821, cuyo jefe, el mariscal
peruano José de la Mar, se sumó a la causa patriota. Mientras tanto, el virrey La Serna
reorganizaba sus fuerzas en la sierra central y sur del Perú y en el Alto Perú, desde donde
realizó incursiones sobre la costa, destruyendo un ejército independiente en la batalla de Ica o
de La Macacona, el 7 de abril de 1822.
Independencia de Quito[editar]
El 24 de mayo de 1822, tropas peruano-colombianas derrotaron a los realistas en la batalla de
Pichincha (actual territorio del Ecuador) y ocuparon Quito el 25 de mayo. El contingente
peruano que intervino en esta batalla, estuvo compuesto por 1,600 efectivos al mando del
coronel Andrés de Santa Cruz y se unió a la tropa patriota colombiana en Saraguro, el 9 de
febrero de 1822. Este suceso es memorable, pues por primera vez confluían las dos
corrientes libertadoras, la del Norte y la del Sur.
Posteriormente, el general Simón Bolívar invadió Guayaquil, con el afán de anexarla a la Gran
Colombia, de la que era su caudillo indiscutible. Tanto el Libertador del Norte, Bolívar, como el
Libertador del Sur, San Martín, estaban convencidos que la definición de la independencia
americana, tenía que darse en suelo peruano.
Entrevista de Guayaquil[editar]
San Martín, no pudo, sin embargo, culminar la guerra contra los españoles. Si bien todo el
norte del Perú se había sumado voluntariamente a la causa patriota, el centro y el sur del país
permanecían ocupadas por las tropas virreinales. San Martín consideró necesaria la ayuda
militar externa y en pos de ella fue a entrevistarse en Guayaquil con Bolívar. En la entrevista
de Guayaquil, realizada entre los días 26 y 27 de julio de 1822, los Libertadores discutieron
tres importantes cuestiones:
La suerte de Guayaquil, que siendo territorio peruano, fue anexado por Bolívar a la
Gran Colombia.
La ayuda que debía prestar Bolívar para el fin común de la independencia del Perú.
La forma de gobierno que debían adoptar las nacientes repúblicas hispanoamericanas.
La entrevista no llegó ningún resultado concreto. En lo que respecta al primer punto, Bolívar
ya había decidido que Guayaquil perteneciera a la Gran Colombia y no admitió ninguna
discusión al respecto. En cuanto al segundo punto, Bolívar ofreció enviar al Perú una fuerza
auxiliar grancolombiana de 2.000 hombres, que San Martín consideró insuficiente. Y en lo
referente al tercer punto, Bolívar era decididamente republicano, contraponiéndose así al
monarquismo del Libertador rioplatense. Desilusionado, San Martín retornó al Perú, ya
convencido de que debía retirarse para dar pase al Libertador del Norte.
Antes de los sucesos de Guayaquil, San Martín había convocado al Primer Congreso
Constituyente de la República del Perú, el 1 de mayo de 1822. Se eligieron 80 diputados,
instalándose solemnemente este legislativo el 20 de septiembre de 1822. Lo presidía el
clérigo Francisco Javier de Luna Pizarro. Apenas instalado este Primer Congreso
Constituyente, aprobó una proposición que decía: “…que el Congreso Constituyente del Perú
está solemnemente constituido e instalado, la soberanía reside en la nación, y su ejercicio en
el Congreso que legítimamente la representa”.
Luego de la instalación y en la misma fecha, este Congreso ofreció al general José de San
Martín, poderes dictatoriales, que rehusó. Se varió el ofrecimiento al de Fundador de la
Libertad del Perú y Generalísimo de las Armas, título que fue aceptado por el general San
Martín, aunque de manera honorífica. Su decisión de retirarse, era terminante.
El Congreso aceptó la renuncia de San Martín y convino en la proposición de Arce diciendo
que “como quiera que el Congreso debe retener cuanta autoridad sea dable para hacer
cumplir sus determinaciones, y corriendo riesgo de que un Poder Ejecutivo extraño, aislado y
separado de él, aunque hechura suya, le puede formar partido de oposición” determinaba que
“el Congreso conserve el Poder Ejecutivo”. Se decidió también que Poder Ejecutivo debería
estar conformado por tres personas. Uno de los diputados, José Faustino Sánchez Carrión, el
célebre “El Solitario de Sayán”, sentenció en aquella oportunidad: “Tres no se unen para
oprimir. El gobierno de uno es más eficaz si gobernar es tratar a la raza humana como a las
bestias…” y agrega: “La Libertad es mi ídolo, como lo es del pueblo. Sin ella no quiero nada;
la presencia de uno sólo en el mando me ofrece la imagen odiada del Rey”.Y así quedó
constituida la Suprema Junta Gubernativa, conformada por tres congresistas:
La misión primordial de la Suprema Junta Gubernativa, era proseguir la lucha contra los
realistas. El virrey La Serna contaba con más de 20.000 soldados que ocupaban el territorio
entre Cerro de Pasco (centro del Perú) y el Alto Perú (sur del Perú, actual Bolivia). Ya San
Martín había previsto que eran necesarias más fuerzas para poder derrotar a los realistas,
quienes habían convertido todo ese territorio en un verdadero bastión de su poderío. Se
hallaba todavía en curso la ayuda que Bolívar había ofrecido al Perú para derrotar a los
españoles. Efectivamente, durante la Entrevista de Guayaquil, Bolívar ofreció a San Martín
ayuda militar al Perú, la que se concretizó en julio de 1822, con el envío de tropas al mando
de Juan Paz del Castillo, pero estas eran todavía insuficientes. En septiembre de ese año,
Bolívar ofreció otros 4.000 soldados más, pero la ya instalada Suprema Junta Gubernativa
sólo aceptó la recepción de 4.000 fusiles. Las relaciones del Perú con la Gran Colombia
entraron en su punto más crítico debido a la anexión de Guayaquil a territorio grancolombiano.
A ello se sumó el hecho de que Juan Paz del Castillo recibiera instrucciones de su gobierno
de no comprometer a sus fuerzas sólo en caso de que el éxito estuviera garantizado y sólo en
el norte peruano, por lo que entró en conflicto con los intereses del Perú, que se enfocaban en
atacar a los realistas del centro y del sur. Dicho oficial colombiano retornó a su patria, en
enero de 1823, disgustado al no lograr imponer sus condiciones. Las relaciones con la Gran
Colombia se enfriaron entonces, en los precisos instantes en que se libraba la llamada
Primera Campaña de Intermedios.
La Suprema Junta de Gobierno organizó una expedición militar contra los españoles que
todavía dominaban el sur del Perú. Esa expedición se conoció como “Campaña de los puertos
intermedios” o simplemente “Campaña de Intermedios”, pues el plan era atacar a los
españoles desde la costa sur situada entre los puertos de Ilo y Arica. Este plan había sido
bosquejado por el mismo San Martín, pero originalmente contemplaba, además del ataque
desde la costa sur peruana, una ofensiva combinada de los argentinos por el Alto Perú y de
los patriotas de Lima por el centro del Perú. Sin embargo, la Junta no pudo lograr el concurso
del gobierno de Buenos Aires, abrumado por dificultades internas, y no otorgó al ejército que
guarnecía Lima los medios necesarios para que iniciara oportunamente una ofensiva a la
sierra central. La partida del colombiano Juan Paz del Castillo influyó también para que se
paralizaran los preparativos del llamado ejército patriota del Centro.
Esta primera Campaña de Intermedios, comandada por el general rioplatense Rudecindo
Alvarado, acabó en total fracaso al no seguirse el plan completo y al no ponerse dinamismo en
las acciones, lo que dio tiempo a que los realistas se pusieran a la defensiva.
Alvarado llegó a Iquique en donde hizo desembarcar un destacamento para que iniciara
acción sobre el Alto Perú. Luego se dirigió a Arica, donde permaneció sin desembarcar por
espacio de tres semanas, dando tiempo para que el virrey La Serna, informado por su servicio
de espionaje de la presencia patriota, ordenara a sus lugartenientes José de
Canterac y Jerónimo Valdés acudir con sus fuerzas a la zona amenazada. Cuando a fines de
diciembre Alvarado desembarcó en Arica y avanzó sobre Moquegua se encontró con las
fuerzas realistas que ocupaban mejores posiciones. Valdés le salió al encuentro, librándose
la batalla de Torata. El jefe realista resistió ocho horas hasta que llegó en su auxilio Canterac
con su caballería; juntos pusieron en fuga a los patriotas, logrando así la victoria para la
bandera del rey (19 de enero de 1823. Animado Valdés con su éxito, persiguió a las tropas de
Alvarado, alcanzándolas y venciéndolas definitivamente en la batalla de Moquegua (21 de
enero de 1823). Las tropas patriotas, reducidas a la cuarta parte de su número original,
tuvieron que reembarcarse precipitadamente y retornar al Callao con cerca de 1.000
sobrevivientes.
De entonces data la letrilla que los españoles difundieron desde su campamento situado a
poca distancia de Lima, en la que se burlaban del Congreso:
Congresito ¿cómo estamos
El motín de Balconcillo[editar]
Artículo principal: Motín de Balconcillo
Los oficiales patriotas al mando de las tropas que guarnecían Lima, ante el temor de una
ofensiva española, firmaron una solicitud ante el Congreso, fechada el 23 de febrero de 1823
en Miraflores, invocando la designación de un solo Jefe Supremo «que ordene y sea
velozmente obedecido», en reemplazo del cuerpo colegiado que integraba la Junta; se
sugería incluso el nombre del oficial indicado para asumir el gobierno: el coronel José de la
Riva Agüero y Sánchez Boquete.
La crisis se ahondó al ser presentada otra solicitud al Congreso por parte de las milicias
cívicas acuarteladas en Bellavista y una tercera encabezada por Mariano Tramarría. El día 27
de febrero las tropas se movilizaron desde sus acantonamientos hasta la hacienda de
Balconcillo, a media legua de Lima, desde donde exigieron la destitución de la Junta. Estos
sublevados estaban encabezados por el general Andrés de Santa Cruz. Fue el primer golpe
de estado de la historia republicana peruana, conocido como el Motín de Balconcillo, con el
que se inauguró la sucesión de gobiernos de facto que jalonaron el transcurso de la vida
republicana.
Riva Agüero puso en marcha una gran actividad para poner al Perú en condiciones de
terminar por cuenta propia la guerra de la Independencia. Su obra gubernativa se concretó en
los siguientes puntos:
Riva Agüero emprendió la Segunda Campaña de Intermedios, embarcándose sus tropas del
14 a 25 de mayo de 1823, rumbo a los puertos del sur, desde donde planeaba atacar a los
españoles que todavía dominaban todo el sur peruano. Esta expedición la comandaba el
general Andrés de Santa Cruz y como jefe de estado mayor iba el entonces coronel Agustín
Gamarra. Santa Cruz prometió regresar victorioso o muerto. Era la primera vez que se ponía
en acción un ejército formado íntegramente por peruanos. Santa Cruz desembarcó sus
fuerzas en Iquique, Arica y Pacocha y avanzó sobre el Alto Perú. Los patriotas obtuvieron al
principio algunas victorias. Gamarra ocupó Oruro y Santa Cruz La Paz. Pero la reacción de los
realistas no se hizo esperar. El virrey La Serna envió a su general Gerónimo Valdes para que
atacara a Santa Cruz, produciéndose la batalla de Zepita (25 de agosto de 1823), a orillas
del lago Titicaca. Los patriotas quedaron dueños del campo, pero sin obtener una victoria
decisiva. Acto seguido, Santa Cruz ordenó la retirada hacia la costa, siendo perseguido muy
de cerca por las fuerzas de La Serna y Valdes, quienes despectivamente denominaron a esta
campaña como la “campaña del talón”, aludiendo a lo cerca que estuvieron de los patriotas
que se retiraban, casi “pisándoles los talones”. Santa Cruz no paró hasta llegar al puerto
de Ilo donde se embarcó con 700 sobrevivientes. La campaña terminó, pues, en total fracaso
para los patriotas.
El Congreso peruano acatando las recomendaciones del general Sucre, invitó al Libertador del
Norte, general Simón Bolívar a trasladarse al Perú «para consolidar la independencia». Bolívar
se embarcó en el bergantín Chimborazo en Guayaquil, el 7 de agosto de 1823, llegando
al Callao el 1 de septiembre del mismo año. El día 10 de septiembre el Congreso de Lima le
otorgó la suprema autoridad militar en toda la República. Seguía siendo Torre Tagle
presidente, pero debía ponerse de acuerdo en todo con Bolívar. El único obstáculo para
Bolívar era Riva Agüero, quien dominaba el norte del Perú, con capital en Trujillo. Riva Agüero
no dio señal de querer llegar a un acuerdo que posibilitara la unificación de todas las fuerzas
patriotas bajo el mando del Libertador del Norte, y más bien quiso entenderse con los
realistas.
El mismo Bolívar abrió campaña contra Riva Agüero, marchando al norte. Pero antes de que
se desatara la guerra civil, Riva Agüero fue apresado por sus propios oficiales encabezados
por el coronel Antonio Gutiérrez de la Fuente, quien, desobedeciendo la orden de fusilarlo, lo
desterró a Guayaquil (25 de noviembre de 1823). Bolívar entró a Trujillo en diciembre
de 1823 y quedó así dominando la escena política y militar del Perú. Luego emprendió regreso
a Lima. El 1 de enero de 1824, estuvo en Nepeña y Huarmey, de ahí pasó a Pativilca en
donde enfermó de paludismo.
Campaña de Junín[editar]
Preparativos[editar]
Mientras Bolívar preparaba todo lo concerniente a la campaña final de la independencia desde
su cuartel en Trujillo, Sucre recorría el terreno en la sierra, y con la protección de los
montoneros levantaba croquis y planos del territorio que sería inevitablemente escenario de la
guerra. Se mejoró el servicio de espionaje, se prepararon los campos y el forraje para los
caballos, y se establecieron depósitos de víveres a lo largo de la ruta que debía recorrer el
ejército libertador.
Tanto los soldados como los caballos se entrenaron para afrontar los rigores del clima. El
ejército se hallaba concentrado entre Cajamarca y Huaraz. La división peruana estaba al
mando del mariscal José de La Mar, mientras los colombianos, reforzados con nuevas tropas
llegadas de Colombia al mando de los generales Lara y Córdova, estaban encabezados por
Sucre.
Movimientos preliminares[editar]
Bolívar logró formar un ejército de cerca de 10.000 hombres, pero las fuerzas virreinales
sumaban cerca de 18.000. Un suceso vino entonces a nivelar las fuerzas rivales. Fue la
sublevación del general español Pedro Antonio de Olañeta en el Alto Perú al frente de 4,000
soldados (febrero de 1824), lo que obligó a La Serna a enviar al general Valdés a combatirle
con las fuerzas realistas acantonadas en Puno. Esta coyuntura motivó a Bolívar a abrir de
inmediato campaña contra el ejército realista más cercano, que era el de José de Canterac, el
cual estaba acantonado entre Jauja y Huancayo.
El ejército libertador avanzó hasta el Callejón de Huaylas (Áncash). En el mes de mayo,
continuó su marcha hacia la sierra central, apoyado eficazmente por las montoneras
acaudilladas por Marcelino Carreño. Arribó a Huánuco, el 26 de junio de 1824. Luego siguió
hacia Cerro de Pasco.
Entre el 31 de julio y el 10 de agosto de 1824 quedó concentrado el ejército patriota en la
región de Quillota, Rancas y Sacramento. Sumaban en total unos 8.000 hombres. El 2 de
agosto el Libertador pasó revista a su ejército en el llano de Rancas, a 36 km de Cerro de
Pasco. Terminada la revista, arengó a sus soldados desplegando una elocuencia arrolladora,
una virtud que se complementaba con su talento militar:
¡Soldados! Vais a completar la obra más grande que el cielo ha encomendado a los hombres: la de
salvar un mundo entero de la esclavitud.
¡Soldados! Los enemigos que vais a destruir se jactan de catorce años de triunfos. Ellos, pues serán
dignos de medir sus armas con las vuestras que han brillado en mil combates.
¡Soldados! El Perú y la América toda aguardan de vosotros la paz, hija de la victoria, y aún la Europa
liberal os contempla con encanto porque la libertad del Nuevo Mundo es la esperanza del Universo. ¿La
burlaréis? No. No. Vosotros sois invencibles.
Batalla de Junín[editar]
Artículo principal: Batalla de Junín
La Batalla de Junín.
Eran las dos de la tarde del 6 de agosto de 1824 cuando Bolívar llegó a la pampa de Junín y
observó que la infantería realista ya había pasado y que sólo la caballería realista, que iba a
retaguardia, se encontraba a la vista, en medio de una inmensa polvareda. Por su parte, la
caballería patriota, de 900 efectivos, que venía a la vanguardia de su ejército, convergía en
esos momentos por la quebrada de Chacamarca, mientras su infantería se encontraba todavía
distante, como a 5 km al norte.
Bolívar quiso entonces evitar que Canterac huyera y ordenó a su caballería que atacara al
ejército realista, para dar tiempo a que llegara la infantería patriota. Desde los altos de la
quebrada de Chacamarca se lanzaron los escuadrones patriotas al llano, al mando del
general Mariano Necochea.
Canterac, confiado en la superioridad numérica de su caballería, ordenó a ésta que frenara a
los patriotas, poniéndose él mismo a la cabeza, mientras que su infantería continuaba su
marcha al sur. Los patriotas no pudieron desplegar completamente sus escuadrones por lo
malo del terreno, que era un espacio angosto entre un cerro y un pantano, mientras que la
caballería realista, en terreno más propicio, desplegaba sus líneas y atacaba también. A las
cuatro de la tarde se produjo el choque, que fue muy violento. Los patriotas comenzaron a
retroceder, perseguidos por los realistas. El mismo Necochea fue herido siete veces y todo
indicaba que la refriega culminaría en derrota para los patriotas. Fue entonces cuando el
escuadrón Húsares del Perú, que se encontraba en la reserva al mando del teniente coronel
argentino Isidoro Suárez, recibió la orden de cargar sobre los realistas por la espalda. Fue el
ayudante del primer escuadrón, mayor José Andrés Rázuri, quien transmitió esa orden,
supuestamente venida del mismo Bolívar, lo que no era cierto. Rázuri, natural de San Pedro
de Lloc (en el departamento de La Libertad), cambió la orden original que era de retirada; y
esta audaz decisión fue la que cambió la historia, al trocarse una segura derrota patriota por
una victoria espléndida.
La carga de los Húsares del Perú desorientó a los realistas y dio tiempo para que los
perseguidos patriotas se rehicieran y volvieran a la lucha. Luego de cuarenta y cinco minutos
de feroz combate solo con arma blanca (sable y lanza), los patriotas obtuvieron el triunfo.
Bolívar, que ya daba por descontada la derrota y se había alejado del campo, recibió de
pronto el parte enviado por Guillermo Miller en que se anunciaba la victoria. El Libertador
estalló en alegría y dispuso desde entonces rebautizar a los Húsares del Perú como
los Húsares de Junín.
Campaña de Ayacucho[editar]
El avance patriota hacia el sur[editar]
Canterac, luego de la Batalla de Junín, perseguido por los montoneros de los coroneles
Marcelino Carreño, Otero, Terreros, por el comandante Peñaloza, por el mayor Astete, tomó
rumbo sur por las orillas del río Mantaro. Cruzó el puente de Izcuchaca, y se dirigió por el río
Pampas al Cusco, donde lo esperaba el virrey La Serna. En su retirada, el general Canterac,
perdió 3.000 soldados, entre rezagados, desertores, enfermos y extraviados. Además,
quedaron abandonados almacenes, armas y municiones.
Mientras el general Canterac seguía su fuga al sur hacia el Cusco, el itinerario de Bolívar era
el siguiente: el día 7 de agosto de 1824 estuvo celebrando la victoria de Junín en el poblado
de Reyes (hoy, Junín), el 8 de agosto estuvo en Tarma, el 12 de agosto en Jauja, el 14 de
agosto en Huancayo y el 24 de agosto en Huamanga. Llegó hasta Andahuaylas de donde
retornó el 6 de octubre. Ordenó a Carreño que hostilice permanentemente a Canterac. Delegó
el mando del ejército patriota al general Antonio José de Sucre. Con su cuartel general en
Jauja, encargó al general Andrés de Santa Cruz la jefatura de todos los montoneros de la
sierra central. Luego, acompañado sólo de su escolta, se dirigió a Lima. El 15 de agosto, en
Huamanga, había designado a su gabinete ministerial que lo conformaban: José Faustino
Sánchez Carrión, ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores; coronel Tomás de Heres,
ministro de Guerra y Marina e Hipólito Unanue, ministro de Hacienda.
Bolívar llegó a Chancay en el mes de noviembre de 1824, ingresando a Lima el 7 de
diciembre de ese año. Inmediatamente ordenó el sitio del Callao con el objetivo de rendir a las
tropas de Rodil, que estaban acantonadas en la Fortaleza del Real Felipe.
Mientras, la situación en el ejército realista es descrita así por el general García Camba:
«Este ejército brillante y animoso al principio de agosto, se hallaba ahora en el estado más lamentable;
no sólo había visto abatir la merecida fama de su caballería en los mahadados campos de Junín; no
sólo había perdido con pasmosa celeridad una gran parte de sus provincias de Tarma y Lima, las
de Huancavelica y Huamanga completas, parte del Cusco, todos sus almacenes, muchas armas,
municiones, efectos de parque y sobre todo, 3,000 infantes por deserción, sino que en poco más de un
mes había alcanzado un grado de abatimiento moral apenas concebible… Carreño cubría con todos los
montoneros el país entre Abancay y el Apurímac»
El general Antonio José de Sucre se preparó para la campaña final. Estando en Andahuaylas,
reunió a su Estado Mayor ante los informes de que el realista Jerónimo Valdez había llegado
al Cusco con un fuerte contingente, poniéndose a órdenes del virrey La Serna. Sucre, en una
inspección, llegó a Mamara. En este pueblo envió una avanzada al mando del general Miller
para espiar al enemigo. Miller regresó el 30 de octubre y le informó que los colonialistas
estaban a sólo 36 km. Sucre, entonces, ordenó el repliegue al noroeste.
Movimientos preliminares[editar]
Desde el día 4 de diciembre, ambos ejércitos marcharon separados por un abismo. Los
patriotas pasaron por Huaychao el día 5, y el 6 llegaron sus avanzadas un poco más al norte
de La Quinua. Los realistas tomaron la ruta de Huanta, por Paccaicasa. El día 6, acamparon
en Huamanguilla; la idea del virrey era cortar todo repliegue a Sucre. El 7 de diciembre, cada
ejército hizo los aprestos para la batalla, tratando de encontrar la mejor ubicación. El día 8
hubo algunos choques entre patrullas.
La Batalla de Ayacucho.
Dispuestos a entablar la batalla definitiva, los realistas ocuparon las faldas del cerro
Condorcunca y los patriotas se desplegaron en la Pampa de la Quinua. Los primeros
contaban con 9.310 hombres y los segundos con 5.580.
La Pampa de la Quinua se ubica a 12 km de la ciudad de Huamanga; los indígenas la
denominan Ayacucho. Es un área de suave declive que prolonga las faldas del cerro
Condorcunca (cuello de cóndor), montaña que se destaca en el Ande de esa región.
Descendiendo de las faldas de este cerro de este a oeste y continuando por la pampa, que
tiene una longitud de 1,600 m, se llega al pueblo de artesanos de La Quinua, situado al
término de la pendiente. En la parte más ancha la pampa tiene 600 m y se encuentra limitada
al norte por un barranco, y al sur por una abrupta quebrada. En la época de la batalla y a
mitad de la pampa, existían enormes piedras, producto de avalanchas o lloclla, que cortaba el
campo de norte a sur.
El virrey La Serna formó su ejército de la siguiente manera:
El plan de los realistas, concebido por el general Valdés, consistía en que éste mismo
empezara embistiendo contra la izquierda patriota, es decir, contra la Legión Peruana, para
hacerla retroceder y envolverla, pasando enseguida a atacar por el flanco y la retaguardia al
resto del ejército patriota. Simultáneamente, Villalobos atacaría contra la derecha patriota,
mientras Monet lo haría por el centro, para atrapar al adversario y liquidarlo en una especie de
operación de tenazas.
La batalla se inició a las diez de la mañana. Como consecuencia del plan seguido por los
españoles, la Legión Peruana de La Mar fue la que afrontó el ataque más fuerte de los
realistas, a manos de la división Valdés. La Mar y sus bravos soldados resistieron a pie firme,
pero cuando empezaron a ceder y requerir auxilio, Sucre les envió dos batallones para
sostenerlos. La Legión Peruana pudo entonces contener a Valdés, lo que fue un hecho crucial
para el resultado final de la batalla.
Al mismo tiempo, Sucre ordenó avanzar al bravo Córdova, quien al grito lacónico de
«¡Adelante! ¡Armas a discreción! ¡Paso de vencedores!», y convenientemente reforzado por la
caballería, inició el ataque y desorganizó la izquierda realista al mando de Villalobos, llegando
arrolladoramente hasta la mitad del Condorcunca en donde colocó la bandera colombiana.
Al ataque de la caballería española, respondieron sable en mano la caballería de Miller.
Empezó entonces el repliegue de los realistas. Canterac no consiguió rehacer la línea. La Mar
se repuso y, a su vez, avanzó contra Valdés, quien resistió desesperadamente. El virrey La
Serna, que bregó en el campo, resultó herido y cayó prisionero. Canterac asumió entonces el
mando.
La batalla terminó en la cima del Condorcunca a la una de la tarde, con una completa victoria
de los independientes.
Los realistas tuvieron 1.800 muertos y 700 heridos, quedando prisioneros entre 3.000 y 2000
combatientes. Los patriotas tuvieron 370 muertos y 609 heridos. La cuarta parte de los
combatientes resultaron muertos o heridos, lo que nos da una idea de la fiereza de la lucha. A
Canterac, Valdés y a los altos jefes españoles, no les quedó otro recurso que aceptar la oferta
de honrosa capitulación que La Mar les hizo llegar.
En teoría, en Ayacucho combatieron en filas patriotas unos 4.000 colombianos y unos 1.500
peruanos (más una escasa fracción de chilenos y rioplatenses). Sin embargo, hay que tener
en cuenta que las bajas en los escuadrones o batallones colombianos eran cubiertas con los
naturales del país, por lo que el número de peruanos debió ser más elevado.
La Capitulación de Ayacucho[editar]
Luego de firmada la Capitulación de Ayacucho, las fuerzas realistas que ocupaban el sur del
territorio peruano, entre Cusco, Arequipa y Puno se fueron entregando a las fuerzas
independientes. El 14 de diciembre de 1824, el general Sucre ingresó al Cusco. Francisco de
Paula Otero, primero y Lara, después, tomaron Arequipa.
Pero en el Alto Perú se encontraba el general español Pedro Antonio Olañeta, quien no
aceptó la Capitulación y anunció su deseo de seguir batiéndose bajo la bandera de España.
Sucre abrió entonces campaña en dicho territorio, contando con la colaboración del
general Arenales quien, en su calidad de gobernador de la provincia argentina de Salta, se
aprestó a atacar por esta región. Sin embargo, no hubo necesidad de mayor lucha, puesto que
en la batalla de Tumusla, los propios oficiales realistas dieron muerte a Olañeta, el 2 de abril
de 1825. Así finalizó la campaña independentista en el Alto Perú.
La Fortaleza del Real Felipe, conocida también como los Castillos del Callao, fue el último reducto
español en Sudamérica.
Otro militar español que se negó a acatar los términos de la capitulación fue José Ramón
Rodil quien, al mando de la Fortaleza del Real Felipe en el Callao, se mantuvo tercamente leal
al rey de España. Como recordaremos, dicha fortaleza había vuelto a poder realista en febrero
de 1824. Bolívar acentuó el sitio de dicho bastión, cortándole todo género de suministros,
tanto por tierra como por mar. Tras meses de empecinada resistencia, recién el 23 de
enero de 1826, Rodil aceptó capitular, entregando la Fortaleza al gobierno peruano. De 6 mil
refugiados, entre militares y civiles, salieron después de la rendición, 2.400. Fueron los únicos
sobrevivientes de una acción desesperada por conservar el colonialismo. De ese grupo, sólo
400 eran militares. El general Rodil, el último paladín de los realistas en Sudamérica, se
embarcó hacia España en la fragata inglesa Briton. De esta manera culminaba el proceso
independentista de la América española.
El Escudo:
«Las armas de la Nación Peruana constarán de un, escudo dividido en tres campos, uno azul celeste, a
la derecha, que llevará una VICUÑA mirando al interior; otro blanco a la izquierda, donde se colocará el
árbol de la QUINA; y otro rojo inferior y más pequeño en que se verá una CORNUCOPIA derramando
monedas, significándose con estos símbolos, las preciosidades del Perú en los tres reinos naturales. El
escudo tendrá por timbre una corona cívica vista de plano; e irá acompañada en cada lado de una
bandera y un estandarte de los colores nacionales, señalado más adelante».
El autor del Escudo fue el diputado por Lima y Presidente del Congreso, José Gregorio
Paredes.
Nacimiento de Bolivia[editar]
Véase también: Asamblea General de Diputados de las Provincias del Alto Perú
Grabado que representa una de las sesiones del Congreso de Chuquisaca, que decidió la creación de
Bolivia.
Consumada la independencia del Alto Perú en 1825, esta región quedó en la disyuntiva de
incorporarse a las Provincias Unidas de Río de la Plata (pues había formado parte del
Virreinato del Río de la Plata) o de mantener la adhesión al Perú (pues había retornado al
Virreinato del Perú en 1809, por obra del virrey José Fernando de Abascal). Los partidarios
para su anexión a uno u otro eran numerosos. Surgió entonces una tercera posición que
encarnaba la idea de que el Alto Perú debía de formar una república nueva.
En esta situación, el Congreso Peruano, en asamblea del 23 de febrero de 1825, acordó dejar
en libertad a los altoperuanos para que resolvieran lo conveniente. Lo propio hizo el Congreso
de Río de la Plata. El mariscal Antonio José de Sucre, que había asumido el gobierno en el
Alto Perú, convocó a un Congreso en Chuquisaca, empezando las deliberaciones el 10 de
julio de 1825. El 6 de agosto del mismo año, dicho Congreso acordó casi por unanimidad la
independencia del Alto Perú, que en adelante se llamaría República Bolívar. El Libertador, que
poco después llegó en paseo triunfal, aprobó el nacimiento del nuevo Estado y a petición de
los mismos altoperuanos, les empezó a redactar su primera Constitución, la misma que
sometió para su aprobación al Congreso. El nombre de la flamante república, quedó
definitivamente establecida como "Bolivia". La Constitución, denominada Vitalicia, pues
contemplaba un Presidente de carácter vitalicio (que debía ser el mismo Bolívar) fue
sancionada el 6 de noviembre de 1826 y Sucre salió elegido como primer Presidente de la
República, cargo que aceptó por solo dos años.
La llamada Constitución Vitalicia redactada por Bolívar para Bolivia, se trataba, en realidad, de
una adaptación, con algunas enmiendas, de la Constitución Napoleónica del año VIII.
Reconocía la división de cuatro poderes: Ejecutivo, Legislativo, Judicial y Electoral.
El Ejecutivo, estaba integrado por un Presidente vitalicio con facultad de designar a su
sucesor; un Vice-presidente y tres ministros. El Legislativo, residía en tres cámaras: Tribunos,
Senadores y Censores. El Poder Judicial, se ejercía por la Corte Suprema y demás tribunales
de justicia. El Electoral, estaría compuesto por electores nombrados por ciudadanos en
ejercicio.
Esta Carta Política fue sometida también al Perú, pero como el Congreso de 1826 no logró
reunirse, fue sometida su aprobación a los Colegios Electorales de la República, que así lo
hicieron, excepto el de Tarapacá.
El más caro deseo de Bolívar era la de reunir a todos los Estados americanos en una sola
gran confederación, para lo cual convocó al Congreso de Panamá que se instaló el 22 de junio
de 1826. Sin embargo, este primer paso para lograr la unidad americana fracasó
estrepitosamente. Entonces, al verse contrastado por la realidad, Bolívar se limitó a su plan
mínimo, que era el de reunir solamente a los pueblos liberados por él, para lo cual esbozó dos
planes, a saber:
El Consejo de Gobierno[editar]
Con el retiro de Bolívar del Perú, no terminó la influencia bolivariana en este país, ya que
quedó en el mando supremo el Consejo de Gobierno presidido por el general Andrés de Santa
Cruz y apoyado por las fuerzas colombianas al mando del general Jacinto Lara. La misión
fundamental de este Consejo, por encargo de Bolívar, era la promulgación de la Constitución
Vitalicia.
El 9 de diciembre de 1826, conmemorando el segundo aniversario de la Batalla de Ayacucho,
fue jurada solemnemente, en ambas repúblicas, Perú y Bolivia, la llamada Constitución
Vitalicia, como Ley Fundamental para los dos países, a cuya cabeza se encontraba la figura
suprema del Libertador, como gobernante vitalicio. En Lima la ceremonia fue opaca, en medio
de la indiferencia y el rechazo popular. Se dice que se arrojaron monedas a los presentes,
obligándoles a que gritaran «¡Viva la Constitución! ¡Viva el Presidente vitalicio!». Pero algunos
burlonamente respondieron: «¡Viva la plata!».
Quedó instalada una Junta de Gobierno, presidida por Santa Cruz e integrada por Manuel
Lorenzo de Vidaurre, José de Morales y Ugalde, José María Galdeano y el general Juan
Salazar.
En cumplimiento con el acta del Cabildo, Santa Cruz decretó el 28 de febrero de 1827, la
convocatoria de un Congreso General Constituyente, con arreglo a la carta constitucional de
1823, y cuya misión sería decidir sobre la Constitución a implantarse, así como la elección del
Presidente de la República. Se dio cumplimiento a la convocatoria sin dificultades, pues el
pronunciamiento de Lima fue secundado pacíficamente en el resto del país y las tropas
colombianas se retiraron de igual manera, de vuelta a su patria.
José de La Mar, Presidente de la República del Perú (1827-1829). Fue el primer mandatario
constitucional del Perú libre ya de toda influencia extranjera.
La Mar, que se hallaba en Guayaquil, fue informado de su elección, debiendo entonces partir
hacia el Perú. Se dice que lo hizo de mal grado, pues detestaba el poder; aunque
posiblemente también por su salud delicada (sufría al parecer de un mal hepático). Mientras
duraba su llegada, asumió el mando interino el vicepresidente Manuel de Salazar y Baquíjano.
El 22 de agosto asumió por fin La Mar sus funciones como Presidente Constitucional del Perú.
El gobierno de La Mar fue el primero del Perú libre de toda influencia extranjera. Ya desde sus
primeros meses, tuvo que sofocar tres conspiraciones:
Bolivia se hallaba todavía bajo la órbita grancolombiana, con el mariscal Sucre a la cabeza
como Presidente. Sucedieron por entonces varios movimientos rebeldes en dicho país, en uno
de los cuales resultó herido el mismo Sucre en la cabeza y en el brazo derecho, logrando huir
penosamente a refugiarse en el palacio presidencial. Obligado por las circunstancias, Sucre
tuvo que delegar el poder en su Presidente del Consejo de Ministros, general José María
Pérez de Urdininea. Gamarra, que tenía bajo su mando el poderoso ejército peruano del Sur y
sin contar con la autorización del Congreso peruano, invadió Bolivia el 1º de mayo de 1828,
con la manifiesta intención de salvar a dicho país de la amenaza de la anarquía y proteger la
vida de Sucre, aunque su verdadera intención era expulsar a los grancolombianos y poner
punto final al predominio bolivariano en dicho país. Tras un paseo triunfal por territorio
boliviano, sin apenas hallar resistencia, firmó con el gobierno de Urdininea el Tratado de
Piquiza (6 de julio de 1828), en el cual se acordó, entre otras cosas, el retiro de las tropas
grancolombianas de Bolivia y la renuncia a la presidencia por parte de Sucre. Este hecho fue
muy importante para el Perú, pues se eliminaba así un peligroso frente ante la guerra
inminente contra la Gran Colombia.
Guerra contra la Gran Colombia[editar]
Artículo principal: Guerra grancolombo-peruana
El mayor problema internacional que tuvo que enfrentar La Mar fue precisamente el
enfrentamiento bélico con la Gran Colombia, encabezada por el Libertador Bolívar.
Causas[editar]
Las relaciones del Perú con la Gran Colombia se habían deteriorado debido en parte a las
diferencias fronterizas que mantenían ambos países (La Mar reclamaba Guayaquil, mientras
que Bolívar pretendía las provincias peruanas de Tumbes, Jaén y Maynas), pero más que
nada por la finalización de la influencia bolivariana en el Perú y la revocación de la
Constitución Vitalicia en 1827, hechos que disgustaron a Bolívar, pues veía como su proyecto
federativo continental se desmoronaba. Su furia hacia el Perú aumentó aún más cuando se
produjo la ocupación peruana de Bolivia en 1828 y la expulsión de Antonio José de Sucre,
hecho que puso fin a la influencia bolivariana en ese país.
El ambiente tenso fue caldeado aún más por la prensa de ambos países, que se hicieron
mutuas provocaciones e injurias. El Perú expulsó de Lima al diplomático colombiano Cristóbal
Armero, mientras que en Bogotá no se recibió al diplomático peruano, José Villa, a quien se le
extendieron sus pasaportes. En respuesta, el 17 de mayo de 1828, el Congreso del Perú
autorizó al presidente La Mar a tomar las medidas militares del caso.
Seguidamente, Bolívar, tras una violenta proclama en la que incitaba a los grancolombianos
del sur a marchar a la frontera, declaró la guerra al Perú el 3 de julio de 1828. La Mar aceptó
el reto y movilizó el ejército y marina peruanas contra la Gran Colombia. Dejó como encargado
del mando en Lima al vicepresidente Manuel Salazar y Baquíjano.
Campaña marítima[editar]
La marina peruana, al mando del almirante Martín Guise, procedió a bloquear la costa pacífica
grancolombiana, en agosto de 1828. La flota peruana resultó victoriosa en los combates de
Malpelo y Las Cruces. Luego procedió a asediar el puerto artillado de Guayaquil. Durante la
lucha, falleció el mismo Guise, al explotar una granada en la cubierta de la
fragata Presidente que comandaba (22 de noviembre de 1828). Le sucedió en el mando el
segundo jefe de la escuadra, José Boterín, quien logró finalmente acallar las defensas de
Guayaquil, obteniendo su rendición el 19 de enero de 1829. Las tropas peruanas ocuparon
Guayaquil el 1 de febrero de 1829, al mando del capitán Casimiro Negrón.
La campaña marítima fue, pues, un triunfo para el Perú. No ocurriría lo mismo con la campaña
terrestre.
Campaña terrestre[editar]
El ejército peruano, al mando del mismo La Mar, ocupó la provincia de Loja, en el sur
grancolombiano (actual Ecuador).
Otra división del ejército peruano a órdenes del mariscal Agustín Gamarra marchó desde el
sur del Perú hasta el teatro de las operaciones, con el propósito de auxiliar a La Mar. Ambos
planearon tomar la ciudad de Cuenca, que era el lugar de nacimiento de La Mar. Las fuerzas
peruanas sumaban en total 4.500 soldados.
Mientras tanto, Bolívar (que no pudo ir en persona al teatro de operaciones debido a una
rebelión en Colombia), ordenó al mariscal Antonio José de Sucre que desde Quito organizara
la defensa del Sur de Colombia.
Los dos jefes peruanos, La Mar y Gamarra, no coordinaron bien sus movimientos y Sucre,
actuando con su característica habilidad, en la madrugada del 13 de febrero de 1829
sorprendió el parque de artillería peruano en el pueblo de Saraguro y lo destrozó. A
continuación, el mismo Sucre, al frente del grueso de su ejército (4.500 hombres), acorraló y
derrotó a una división de vanguardia del ejército peruano (integrada por unos 1.000 soldados)
en el lugar denominado Portete de Tarqui, cerca de Cuenca (27 de febrero de 1829). Dicha
división peruana se hallaba aislada del grueso de su ejército, y pese a que poco después
acudieron en su auxilio fuerzas al mando de La Mar y Gamarra, estas no pudieron restablecer
la batalla y optaron por retirarse, tomando posiciones defensivas. Los grancolombianos
intentaron perseguir a los peruanos, pero al ser rechazados por los Húsares del Perú, se
aferraron también a sus posiciones.
Tarqui fue un revés para los peruanos pero no una derrota decisiva. Cada ejército quedó
dueño de su terreno y esperaban que al día siguiente se reiniciara la lucha y se librara la
batalla definitiva. La batalla final no se libró, pues La Mar, viendo que su situación era
insostenible (se le agotaban sus municiones así como no podía maniobrar en ese territorio,
muy accidentado), aceptó negociar con el adversario. Fue así como al día siguiente, 28 de
febrero, se firmó el Convenio de Girón, por el cual se establecía el retiro de las tropas
peruanas del territorio colombiano que habían ocupado (es decir Guayaquil y Loja). De ese
modo, los grancolombianos reconocían implícitamente como peruanas a las provincias de
Tumbes, Jaén y Maynas, al no reclamarlas en ese momento.
Pero sucedió entonces que Sucre, al redactar el parte de guerra y el decreto de premios para
los vencedores de Tarqui, tuvo expresiones que fueron consideradas falsas y ofensivas por
los peruanos. Mandó, por ejemplo, que en el campo de batalla se erigiera una columna en la
que se debía leer en letras de oro lo siguiente:
“El ejército peruano de ocho mil soldados que invadió la tierra de sus libertadores fue vencido por cuatro
mil bravos de Colombia el veinte y siete de febrero de mil ochocientos veinte y nueve”.
La Mar protestó en carta que dirigió a Sucre. Aclaró que el ejército peruano sólo sumaba
4.500 hombres y no 8.000; que en Tarqui fue derrotada nada más que la vanguardia peruana,
la cual llegaba apenas a 1.000 hombres; que en vano el ejército peruano esperó el ataque
final del ejército grancolombiano, luego que los Húsares del Perú rechazaran la carga del
batallón colombiano Cedeño. También señaló la valiosa y decisiva contribución peruana en las
batallas de Junín y Ayacucho, como respuesta al reproche velado de que el Perú se mostraba
desagradecido ante sus “libertadores”. De otro lado, protestó contra el accionar de los oficiales
grancolombianos, que fusilaron a un buen número de los prisioneros peruanos, y enrolaron a
la fuerza a otro grupo de cautivos. Por todo ello, La Mar decidió suspender el Convenio de
Girón hasta que se retiraran los agravios y se corrigieran los excesos.
Derrocamiento[editar]
La Mar estaba pues, dispuesto a continuar la guerra, pero fue entonces cuando un grupo de
sus propios oficiales lo tomaron preso en Piura, en la noche del 7 de junio de 1829. Dichos
militares portaban una carta de Gamarra para La Mar, donde aquel le pedía su renuncia. La
Mar se negó a hacerlo, y de inmediato fue trasladado al puerto de Paita, donde en la
madrugada del día 9 fue embarcado junto con el coronel Pedro Bermúdez y seis esclavos
negros, en una miserable goleta llamada "Las Mercedes", con destino a Costa Rica. Allí
fallecería el 11 de octubre de 1830.
Las razones que arguyó Gamarra para dar este golpe de estado fueron las siguientes: el
hecho de ser La Mar un “extranjero” en el Perú (lo cual era falso, pues La Mar era peruano
tanto por voluntad propia como de acuerdo a ley) y que su elección por el Congreso había
nacido de un arreglo tramado por Luna Pizarro (lo cual es discutible).
En Lima, el general Antonio Gutiérrez de la Fuente, aliado de Gamarra, se encargó de
derrocar al encargado del mando, Manuel Salazar y Baquíjano, asumiendo el poder
interinamente, a partir del 6 de junio de 1829. Pero no quiso conservar el poder y renunció
ante el Congreso el 1º de septiembre del mismo año.
Autoritarismo conservador[editar]
El gobierno de Gamarra quiso ser lo opuesto al de La Mar, que había sido un esfuerzo
constitucionalista. Gamarra dejó de lado la Constitución de 1828, pues no lo satisfizo por las
limitaciones que establecía al Poder Ejecutivo. Instauró un gobierno autoritario y conservador.
Tuvo como consejeros a los más connotados representantes del conservadorismo peruano,
entre ellos el escritor costumbrista Felipe Pardo y Aliaga, el político, jurista y escritor José
María Pando, el orador y jurisconsulto arequipeño Andrés Martínez, y el entonces
coronel Manuel Ignacio de Vivanco.
Gamarra logró a duras penas completar su periodo constitucional. Se ha contabilizado en total
17 rebeliones y conspiraciones que ocurrieron durante este periodo, entre ellas la rebelión
de Gregorio Escobedo en el Cuzco, el 26 de agosto de 1830; la sublevación del capitán Felipe
Rossel en Lima el 18 de marzo de 1832; la rebelión de Felipe Santiago Salaverry en
Chachapoyas el 13 de septiembre de 1833; y la del mismo Salaverry en Cajamarca el 26 de
octubre de 1833.
Gamarra debió ausentarse varias veces de la capital para sofocar dichos alzamientos que
ocurrían en provincias. Durante sus ausencias, dejaba el gobierno en manos del
vicepresidente o de un encargado de gobierno.
El ministro de Gobierno, Manuel Lorenzo de Vidaurre, publicó un manifiesto, censurando la
actitud de los opositores al régimen, documento que terminaba con estas palabras: «Ha de
reinar el orden. Si fuera preciso, callarán las leyes para mantener las leyes».
Conforme pasaba el tiempo, la oposición liberal al gobierno se robusteció más y los miembros
del Congreso hicieron sentir su protesta. Fue Francisco de Paula González Vigil, sacerdote
tacneño, quien hizo la más severa crítica al régimen autoritario de Gamarra, culminando su
argumentación con las célebres palabras: «Yo debo acusar, yo acuso». En su elocuente
discurso, Vigil denunció los actos ilegales y las arbitrariedades en que había incurrido el
régimen de Gamarra. Con estas acusaciones, el gobierno se desprestigió aún más. El
Congreso se clausuró a fines de 1832.
Gobernantes interinos[editar]
General Antonio Gutiérrez de La Fuente, gran amigo y aliado de Gamarra, a quien sirvió como
vicepresidente y encargado provisorio del gobierno.
No bien dado el golpe de estado contra La Mar, Gamarra firmó con los grancolombianos
el Armisticio de Piura, el 10 de julio de 1829, por el cual se acordó un armisticio de 60 días
(que fue prorrogado al finalizar dicho plazo), además de la devolución de Guayaquil a la Gran
Colombia y la suspensión del bloqueo peruano a la costa sur grancolombiana.
Posteriormente, se reunieron en Guayaquil los delegados peruano y grancolombiano,
señores José de Larrea y Loredo y Pedro Gual, quienes suscribieron un tratado de paz y
amistad el 22 de septiembre de 1829, el llamado Tratado de Guayaquil o Tratado Larrea-Gual.
Se puso así fin, oficialmente, a las hostilidades, estableciéndose «una paz perpetua e
inviolable, y amistad constante y perfecta entre ambas naciones». Contra la creencia
generalizada, no fue un tratado limítrofe, pues solo se restringió a decir, de manera general,
que ambas partes reconocían por límites de sus respectivos territorios, «los mismos que
tenían antes de su independencia los antiguos Virreinatos de Nueva Granada y del Perú»,
aunque dejando abierta la posibilidad de hacer las variaciones que, de común acuerdo, se
considerasen pertinentes. Quedó pues pendiente la demarcación de la frontera común, labor
que debería hacer una Comisión demarcatoria bipartita, que pese a los intentos, no logró
entonces reunirse. Poco después, la Gran Colombia se fragmentó en tres repúblicas
(Ecuador, Nueva Granada o Colombia y Venezuela), por lo que el Tratado entró en caducidad,
quedando pendiente la solución del problema limítrofe entre el Perú, Ecuador y Colombia.
El primer Tratado peruano-ecuatoriano[editar]
José María Pando, el antiguo secretario de estado de España y ministro de Bolívar, colaboró con el
primer gobierno de Gamarra.
General Luis José de Orbegoso y Moncada, presidente provisorio del Perú de 1833 a 1835.
Estando ya en el último año de su gobierno, Gamarra convocó en 1833 a una Convención
Nacional, es decir, una asamblea de representantes, cuya misión sería reformar la
Constitución de 1828, tal como lo estipulaba esta misma en uno de sus artículos. Dicha
asamblea se instaló el 12 de septiembre de 1833, predominando en ella los diputados
liberales, a la cabeza de los cuales estaba el clérigo Francisco Xavier de Luna Pizarro.
Gamarra convocó también a los Colegios Electorales para la elección de un nuevo Presidente
de la República, pero dichos colegios fueron elegidos parcialmente (unas provincias eligieron
y otras no) por lo que no se pudo realizar la elección. Pese a ello, Gamarra no quiso
prorrogarse en el poder y lo dejó el 19 de diciembre de 1833, el mismo día en que finalizaba
su mandato constitucional. Entonces la Convención Nacional asumió temporalmente el poder
ejecutivo y se arrogó la potestad de elegir a un Presidente provisorio. Como candidato
gobiernista o gamarrista se presentó el general Pedro Bermúdez (el mismo que acompañara
en su exilio al derrocado presidente La Mar y que, sorprendentemente, aparecía ahora
reconciliado con Gamarra). Los liberales, por su parte, apoyaron la candidatura del general
liberteño Luis José de Orbegoso y Moncada, un militar débil y manejable. Otro candidato fue
el general Domingo Nieto. Orbegoso obtuvo 47 votos, Bermúdez 36 y Nieto un solo voto (20
de diciembre de 1833).
Fue así como llegó a la presidencia el general Orbegoso, apreciado por su ánimo caballeroso,
pero cuyo débil carácter lo hacía susceptible a las influencias de los políticos más
experimentados. Gamarra quedó muy irritado por esta elección y empezó a maquinar con sus
partidarios para derribar al nuevo gobierno, achacándolo de haber nacido de manera ilegal.
Francisca Zubiaga y Bernales más conocida como "La Mariscala", esposa de presidente Gamarra.
Estalló así la guerra civil, la primera de la historia republicana del Perú, la cual tuvo tres
escenarios:
Vista de la catedral y la plaza principal de Lima. Acuarela de J. Prendergas. Mediados del siglo XIX.
Ausente Orbegoso de la capital, se sublevaron en la Fortaleza del Real Felipe del Callao los
sargentos y soldados impagos que conformaban la guarnición (1º de enero de 1835). El
teniente coronel Felipe Santiago Salaverry sofocó la sublevación tomando por asalto la
fortaleza y haciéndose gobernador de dicha plaza (4 de enero). Luego, en la medianoche del
22 de febrero, Salaverry se pronunció al frente de su guarnición contra la autoridad del
encargado del mando, el señor Manuel Salazar y Baquíjano; poco después ingresó a Lima y
se autonombró Jefe Supremo de la República (25 de febrero), con el pretexto de que el país
se hallaba acéfalo, es decir sin presidente.
Salaverry tenía fuerza de voluntad, viva inteligencia y valor militar en alto grado. Contaba con
29 años al momento de hacerse con el poder. El cónsul de Chile, don Ventura Lavalle,
escribió a su gobierno, refiriéndose del caudillo de la siguiente manera: «Salaverry es un joven
que va a dar mucho trabajo a sus paisanos, porque a una cabeza destornillada, una ambición
desmedida y un carácter altanero y sanguinario, reúne talento y valor no común en el país.»
El nuevo gobierno fue reconocido en diversos lugares del país, mas no en el sur, que continuó
obedeciendo a Orbegoso. Éste envió contra Salaverry una división al mando del general
Francisco Valle Riestra, quien partió de Islay y desembarcó en Pisco, pero no pudo continuar
pues sus propios hombres lo apresaron y lo entregaron a Salaverry, quien ordenó su
fusilamiento (1º de abril de 1835). Pese a las gestiones que se hicieron para que se le
conmutara la pena, esta se cumplió. Fue una acción desmedida, que desagradó a todos y
creó un ambiente hostil en torno a Salaverry.
El general Domingo Nieto, desterrado con dirección a México, tomó el control del navío en el
que viajaba y desembarcó en Huanchaco, donde organizó una reducida tropa en apoyo de
Orbegoso. Salaverry, en persona, marchó a combatirlo. Pero antes de producirse el
enfrentamiento, Nieto fue apresado por sus mismos oficiales y entregado a Salaverry, quien lo
envió al destierro. Por su parte, la escuadra salaverrina logró la rendición de los puertos
sureños de Islay y Arica.
Un decreto de amnistía general, dado por Salaverry en mayo de 1835, y la convocatoria al
Congreso que debía reunirse en Jauja, daban por hecho la unificación del mando del país en
manos de Salaverry; solo Arequipa acataba todavía la autoridad de Orbegoso.
Obra administrativa[editar]
Salaverry huyó hacia el mar, pero fue interceptado por una patrulla del general Guillermo
Miller, quien consiguió su rendición prometiendo interceder por su vida. Sometido a un
proceso sumario y pese a la promesa que se le hizo fue condenado a muerte. Su último deseo
fue una pluma y unos folios, en los que escribió tres documentos: su testamento, una carta a
Juana Pérez, su esposa, y una protesta «ante la América » por su ejecución. Fue fusilado en
la Plaza de Armas de Arequipa, al lado de sus principales oficiales. Se cuenta que cuando los
fusileros hicieron la primera descarga, todos cayeron muertos, menos Salaverry, que se paró,
dio un paso a tras y dijo: «La ley me ampara», pero una nueva descarga acabó con su vida
(18 de febrero de 1836).
Muerto Salaverry, Santa Cruz pudo finalmente erigir la Confederación Perú-Boliviana, entidad
política que duraría hasta 1839
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