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PECADOS CAPITALES
Origen y fuentes del trazado
de la ciudad de La Plata

Por Fernando Francisco Gandolfi


y Eduardo César Gentile
Fernando Francisco Gandolfi es Arquitecto (UNLP). Se desempeña como Profesor
Titular de los talleres de Historia y Arquitectura, Director del Instituto de Investiga-
ciones en Historia, Teoría y Praxis de la Arquitectura y la Ciudad y de la Maestría en
Conservación, Restauración e Intervención del Patrimonio Arquitectónico y Urbano
(FAU-UNLP). Trabaja en temas de patrimonio arquitectónico y urbano, memoria e
identidad e historia urbana y es proyectista y asesor en conservación y restauración
de edificios. Ha publicado numerosos artículos en medios nacionales y ha participado
en encuentros científicos locales e internacionales. Obtuvo -junto a la Arq. Ana Otta-
vianelli- el 1º premio en la categoría “Recuperación y puesta en valor obras de hasta
1.000 m2” otorgado por la Sociedad Central de Arquitectos y la CICOP por la obra
“Casa Mariani Teruggi. Sitio de Memoria”.

Eduardo César Gentile es Arquitecto (UNLP). Se desempeña como Profesor Titular


de los talleres de Teoría y Adjunto de los de Historia y Arquitectura, Investigador en el
Instituto de Investigaciones en Historia, Teoría y Praxis de la Arquitectura y la Ciudad y
Director de la revista Estudios del Hábitat de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo
de la UNLP. Es profesor en distintos posgrados. Trabaja en temas de historia urbana,
transformaciones de obras y sitios de valor patrimonial y es asesor y proyectista en
conservación y restauración de edificios. Ha publicado numerosos trabajos en revis-
tas y libros y expuesto en congresos nacionales e internacionales.
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La ciudad de La Plata fue fundada como capital de la Provincia de Buenos


Aires, el 19 de noviembre de 1882 en el sitio conocido como Lomas de En-
senada, a 60 kilómetros al sur de la ciudad de Buenos Aires. El origen de su
fundación devino de la crisis política desatada en torno a la federalización
de la ciudad de Buenos Aires y de su consecuente secesión del territorio
provincial en 1880, tras el enfrentamiento armado entre fuerzas nacionales
y bonaerenses en Los Corrales Viejos, última batalla de las guerras civiles
argentinas. La creación de una Nueva Capital implicó en aquel momento
una fuerte apuesta del Estado provincial a la modernización del país y esta
significación imprimió un carácter excepcional a la empresa que, en el as-
pecto técnico, se encomendó al Departamento de Ingenieros de la Provin-
cia de Buenos Aires. Este organismo funcionaba desde 1875 como sucesor
directo de la Oficina de Ingenieros Nacionales fundada por Sarmiento en
1869, heredera -a su vez- del legado intelectual y técnico del Departamento
Topográfico, creado en 1824.
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Nos interesa en este trabajo exponer las ideas que intervinieron en el pro-
yecto de la ciudad de La Plata, revisando su naturaleza y antecedentes. Pre-
ferimos hablar de ideas de alcance urbano y no propiamente urbanísticas,
dado que ni se trató de un corpus compilado y relativamente coherente
-como para su tiempo fueron las Leyes de Indias- ni tampoco eran ideas
propias del urbanismo como disciplina. Por ello, en el caso de La Plata, su
realización fue el producto de un ecléctico empleo de antiguas y nuevas
prácticas, y saberes provenientes de diversas fuentes, implementados por
los diversos actores que participaron en las múltiples tareas que convergie-
ron en la fundación de la ciudad. Esta circunstancia hace que las ideas se
presenten comprometidas con “el barro de la historia”.

1- Tabla rasa: como primera acción política en el plano de la realización


fáctica de la ciudad, el Estado provincial abrió el juego con una decisión
trascendente en el plano urbanístico, cuya necesidad sería planteada en oc-
cidente a lo largo del siglo XX: la propiedad pública de la tierra como prerre-
quisito del (buen) urbanismo. Se expropiaron para ello 16.818,87 hectáreas
de tierras altas de llanura, incluido el pueblo de Tolosa, destinadas al casco
y el ejido, involucrando una idea clave en el urbanismo moderno como es
la “tabla rasa”, que evitase el perpetuo compromiso y negociación con las
preexistencias.

2- Límites: la idea que presidió la fundación de la ciudad fue que su desa-


rrollo se enmarcara dentro de claros límites físicos respecto a la extensión
sobre el territorio. La traza, atribuida al ingeniero Pedro Benoit (Buenos Ai-
res, 1836 - Mar del Plata, 1897) en su carácter de Director del Departamento
de Ingenieros, fue descripta por él como “un cuadrado perfecto, limitado
por un bulevar de circunvalación de 100 metros de ancho que encierra
una superficie de una legua cuadrada”. Hubo dos cuestiones donde no se
plantearon límites: quedó liberada a futuras regulaciones la altura máxima
construible (que “naturalmente” en sus primeras décadas no pasó de dos
niveles, con escasas excepciones) y no se fijaron densidades de ocupación
que previesen qué número de habitantes tendría la ciudad.

Dos cuestiones surgen al observar la forma perfectamente delimitada del


trazado de La Plata: por un lado, la potencial contradicción con el creci-
miento demográfico que auspiciaba el Estado (regulado por la Ley Nacio-
nal Nº 817/76 “de Inmigración y Colonización” conocida como “Ley Avella-
neda”), y por otro, la elección de un modelo urbano anacrónico a la luz de
las experiencias más satisfactorias producidas por entonces. Respecto a
esta segunda cuestión, el proyecto de La Plata retomó tanto los esquemas
habituales desarrollados por el Departamento, como el modelo de ciudad
ideal del renacimiento, al emplear una forma geométrica “pura” atravesada
por directrices oblicuas que se cortan en el centro. Asimismo, se han ob-
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servado algunos vínculos con la ciudad ficcional que Julio Verne describió
en su libro Les Cinq Cents Millions de la Bégum, publicado en 1879, que
cautivó el imaginario local al punto que el periódico El Nacional comentó
que “Dardo Rocha se propuso realizar la utopía científica de Julio Verne”.
Proyectos urbanos relativamente contemporáneos como el Ensanche de
Barcelona proyectado por Ildefonso Cerdá (1861) o más atrás el trazado de
Washington de Pierre L’Enfant (1791) planteaban por el contrario una forma
abierta, dada la posibilidad de las ciudades de extenderse en superficie
hasta donde las preexistencias geográficas o de los asentamientos vecinos
lo permitieran.

El devenir histórico (donde se combinó la lógica implacable del mercado


de tierras y la debilidad de las regulaciones) mostró tempranamente el des-
borde de los límites fijados, cuando el casco aun no había sido completado.
Afortunadamente la previsión de un ejido regular de quintas y chacras or-
denó en forma razonable el desarrollo “extramuros” dentro de la malla de
calles y avenidas.

3- ¿Orden formal rígido o flexible?: la segunda idea que apareció en el


proyecto para la ciudad es que el trazado en cuadrícula jerarquizado con
avenidas, diagonales, rond points, bulevares y variaciones dimensionales
de las manzanas resultaba más apropiado a una gran capital que la cruda
cuadrícula de la Ley Avellaneda (con cuyas prescripciones se trazó la
ciudad de Resistencia en 1878).

Dentro de este trazado, los edificios públicos más significativos se ubicarían


equilibradamente en la hilera de manzanas comprendida entre las avenidas
51 y 53 (eje monumental) y sobre las avenidas 7 y 13. Benoit sostenía
que aquel era el mejor modo para que “se distribuya la población en
varias direcciones, evitando así la aglomeración de edificios en un mismo
punto, lo que a no dudarlo habría perjudicado el adelanto de la capital”.
La construcción de los edificios públicos comenzó inmediatamente a la
colocación de la piedra fundamental, como modo de garantizar la seriedad
de la empresa que el Estado asumía. A la vez que iban jalonando el trazado,
tornaban visible la jerarquía relativa de cada uno, aunque lo hicieron
ubicándose dentro de la trama al modo hispánico y no como puntos
focales, lo cual permite la percepción del eje sólo a partir de la vista de una
planimetría.

La trama resultó flexible para aceptar nuevos edificios públicos como sede
de programas institucionales o de servicios: si bien muchos establecimientos
no previstos en el programa fundacional podían desarrollarse en una
manzana, otros necesitaron englobar varias de ellas, interrumpiendo la
trama circulatoria. Tales fueron los casos de los Hospitales Policlínico y
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San Juan de Dios o las estaciones de ferrocarril. La primera terminal del


Ferrocarril del Sud ocupaba una manzana frente a la actual Plaza San
Martín y dos manzanas adyacentes para paso de vías y áreas de servicio,
mientras que la nueva (inaugurada en 1906) se extendió a cinco manzanas
y la del Ferrocarril Provincial a nueve en 1912.

Fuera del casco, insertos dentro de las líneas del ejido se ubicaron el
Hospital Melchor Romero y el Cementerio -en cuya localización pesaron
consideraciones propias del pensamiento higienista- y más tarde los
talleres ferroviarios de Tolosa y Gambier. En todos los casos se trató
de grandes equipamientos, difícilmente asimilables a la trama urbana
residencial. El caso más evidente que mostró la rigidez del trazado, fue
la conflictiva instalación del Hipódromo, de las Escuelas de Agronomía y
Veterinaria, y más tarde del Colegio Nacional de la Universidad Nacional,
cuyos requerimientos de grandes extensiones resultaron en una temprana
ocupación del aun no diseñado Paseo del Bosque.

El programa de arquitectura monumental compartió el criterio de


regularidad y economía -originado en la Ecole Polytechnique francesa,
tuvo gran influencia en las escuelas de arquitectura europeas del siglo XIX-
presentando una variedad estilística vinculada al carácter del programa y
matizada por el origen de los proyectistas. Las obras fueron realizadas en
gran parte por el Departamento de Ingenieros, por encargos a profesionales
extranjeros (italianos, suecos, belgas, y alemanes) que se habían radicado
en nuestro país; de los cinco edificios concursados internacionalmente solo
los “palacios” para la Legislatura y la Municipalidad fueron aprobados y
realizados según el proyecto de sus autores, alemanes en ambos casos.
Estos arquitectos debieron desarrollar sus proyectos imaginando que se
ubicarían en manzanas cuadradas de cien metros de lado (finalmente
tuvieron ciento veinte) y en ubicaciones frente a paseos públicos. En
otros casos, los proyectos ocuparon media manzana frente a una avenida,
dejando como reserva, para un futuro edificio de menor jerarquía (o como
en el caso del Ministerio de Hacienda, para residencia del Ministro) el terreno
remanente. Estos rasgos denotan la flexibilidad que asumieron tanto el
Estado como los profesionales encargados de la realización de los edificios.

4- Higienismo: en 1876 Benjamin Richardson publicó Hygeia. A city of


health, conocida ese mismo año en español a través de la revista que dirigía
el doctor Emilio Coni, una de las figuras clave del higienismo a caballo entre
dos siglos. Sin embargo, desde tiempos de Rivadavia, antecedentes locales
no faltaban en relación a la localización de los servicios, (particularmente
los considerados “malsanos”), la apertura de bulevares, y la aireación.
Convertido en práctica por el Departamento de Ingenieros -que fue
capitalizando el conocimiento de los problemas vinculados con las aguas-,
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la ciudad se diseñó con la mira puesta en brindar una racional zonificación


de servicios, amplios bulevares arbolados, plazas, y -aunque no figuró en
el trazado originariamente presentado al PE en mayo de 1882- el Paseo del
Bosque.

5- Abstracción: la ciudad se planteó sobre el tablero sin mayor atención a


las particularidades topográficas del sitio. En Tiempos y Fama de La Plata,
José María Rey refiere una tradición oral según la cual el centro geométrico
de la ciudad coincidente con el de la plaza mayor –luego “Moreno”- debía
ubicarse en lo que es hoy la intersección de la calle 11 con 42 ó 43, donde se
registraba una marcada pendiente hacia un arroyo cercano, que formaba
una amplia hondonada. Al verificar esta circunstancia -seguramente
anunciada por las lluvias de fines del invierno- el gobernador Dardo Rocha
instruyó al Departamento de Ingenieros para que se reubicara el centro
del trazado urbano a un punto de cota más alto, pero esta hondonada
-conocida luego como arroyo “El Gato”- detuvo el crecimiento de la ciudad
hacia el lejano oeste platense por varios años.

La relación de la ciudad con los ríos de La Plata y Santiago estuvo desde


el inicio basada en factores exclusivamente económicos. La localización
definitiva de la ciudad parece haber sido una decisión política previa a la
labor encargada a una “comisión de notables” cuyo principal argumento
fue la presencia de un puerto natural, el de la Ensenada de Barragán - Río
Santiago. No obstante, el borde de la planta urbana cuadrada de la ciudad se
dispuso a unos siete kilómetros de este curso fluvial en cuyas inmediaciones
se había fundado en 1801 el pueblo de Ensenada. En la figura 1 se observa la
traza del albardón (o tierra alta) que marcaba el límite continental durante
el Período Cuaternario, a partir del cual las tierras ascienden desde cotas
inundables (conocidas como “bañados”) a un promedio de veinte metros;
por ello fueron elegidas para fundar allí la nueva capital. El ingeniero
holandés John Waldorp, autor del proyecto del puerto, articuló esta
separación mediante un fáustico sistema con un dock central y dos canales
“de refresco” abiertos a pico y pala, perpendiculares al Río de la Plata y al
Santiago, a los cuales vinculan con la ciudad, irrumpiendo en el paisaje de
la selva marginal.

Desde lo artificial a lo natural, el trazado ideal de la ciudad tuvo que vencer tres
obstáculos principales. El primero, la superposición con la trama del pueblo
de Tolosa, fundado once años antes que La Plata; el segundo, la conservación
-ordenada por Rocha- del parque del casco de la expropiada estancia de Iraola
(luego Área de reserva y Paseo del Bosque); y el tercero, la convivencia de la
planta urbana con sistema hídrico del sitio elegido (figura 2).
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Figura 1. La hora cero: el proyecto sobre el papel (1882)

 
Figura 2: Plano de la ciudad de La Plata a seis años de su fundación (1888).

6- Máquina imperfecta: para funcionar dentro del capitalismo finisecular, la


ciudad debía articularse en un universo técnico en el cual el ferrocarril y el
puerto eran protagonistas centrales. Si las experiencias mejor consideradas
auspiciaban esto, el proyecto de La Plata no logró estructurar racional y
eficientemente los movimientos entre ciudad, puerto, y región, quedando
como asignatura pendiente onerosa y aun irresuelta. Si habíamos señalado
que las estaciones ferroviarias pudieron asimilarse a la trama urbana, sus
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tendidos viarios sobre la superficie del territorio irrumpieron en el tejido


urbano, fragmentándolo disfuncionalmente y forzando su presencia dentro
de los 30 metros del ancho de las avenidas.

7- Liberalismo regulatorio: la ideología imperante entre la clase dirigente


y los actores involucrados en la construcción de la ciudad no auspició una
zonificación del crecimiento a priori -estableciendo como paliativo limitar
la venta de lotes en forma indiscriminada- ni regulaciones que fuesen
más allá de unas pocas consideraciones sobre morfología, materialidad
y carácter de las construcciones. La expansión urbana fue heterogénea y
se originó en la lógica del mercado de tierras, en la cual la diferencia de
precios entre categorías de terrenos -establecidos inicialmente de acuerdo
a las características topográficas del territorio y según sea su distancia a
los edificios públicos, plazas principales, ferrocarril y parque- determinaba
una accesibilidad diferenciada para los adquirientes. A fin de evitar estas
consecuencias no deseadas del Plan, el Poder Ejecutivo provincial decretó
el 31 de marzo de 1884 el paso de un importante sector del casco a reserva
no loteable, pero sí vendible como quintas. Como resultado de esta
improvisada decisión se observa -según el plano que acompañó el censo
local de 1910- que los 95.126 habitantes se concentraban fundamentalmente
en el sector comprendido entre las avenidas 1, 66, 13 y 38 con más de 130
habitantes por manzana. Por otra parte, en el restante sector del trazado,
se verifica la existencia de quintas: algunas manzanas aparecen unidas de a
dos con una línea punteada que indica la calle aún sin abrir. La cantidad de
habitantes por manzana es menor a 10.

8- Pragmatismo: la realización de la ciudad requirió montar un gigantesco


obrador que implicó alojar a los trabajadores en viviendas temporales.
No obstante, su carácter efímero, despreciado en un medio local que
sobrevaloraba (no sin razón) la perennidad de las construcciones de
mampostería de ladrillos por sobre las obras de madera y chapa, se
montaron aceleradamente un vasto número de viviendas prefabricadas.
Las fotos muestran que en contraste con la arquitectura mamposteril tanto
de los edificios públicos como de las residencias particulares -desde las
de gran porte, como las que el propio Rocha y, particularmente, su vice
D’Amico realizaron para sí frente a la Plaza Central (calle 50 entre 13 y 14,
y 14 esquina 51, respectivamente) hasta las más populares casas chorizo-
se realizó un importante número de construcciones de “madera y zinc”.
Desde el suntuoso Chalet de los Gobernadores -realizado por la firma Shaw
Brothers & Co. de Nueva York- hasta modestas, numerosas e idénticas
casillas de madera conferían a la ciudad un aire far west.

Otra cuestión enteramente pragmática que dejó un huella indeleble hasta


el presente es el loteo. A pesar del decreto de septiembre de 1882 que
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establecía parcelas regulares de 600 metros (cuestión difícil de lograr


en el caso de las numerosas manzanas triangulares y trapezoidales), se
reprodujo el parcelamiento, que de hecho se desarrollaba en la ciudad de
Buenos Aires durante el siglo XIX, cuyo origen se remonta a las regulaciones
hispanas. Paradójicamente se utilizó el patrón de las diez varas castellanas
de frente para dimensionar el loteo, resultando en el anacrónico 8,66
metros de ancho en una ciudad regulada por el sistema métrico decimal
con medidas enteras múltiplos de 10 metros. Este parcelamiento que no
fue el único -dado que se empleó alternativamente el de 7,50 y 10 metros-
permitía un fraccionamiento de una manzana de 120 x 120 en un número de PARA
parcelas que superaba las 40. En muchos casos, los adquirientes pudieron SEGUIR
comprar dos o más parcelas adyacentes, pero en la mayoría de los casos las
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adquisiciones fueron individuales. No hubo pues un número significativo de
grandes parcelas, dado que los recursos de los inversores fueron magros.
Esta circunstancia trazó desde el inicio un panorama urbano inclusivo, en el Barcia, Pedro Luis
sentido de la facilidad de acceso relativo a parcelas cuyos costos variaban (Compilador): La
entre 6 y 12 reales el metro cuadrado, pero generó un diminuto mosaico Plata vista por los
residencial. viajeros 1882-1912.
La Plata. Ediciones
9- Previsibilidad de los resultados formales en la construcción de la ciudad: del 80 y Librerías
de acuerdo a las tradiciones constructivas vigentes en la segunda mitad Juvenilia, 1982.
del siglo XIX, que atraviesan desde la edilicia popular a la obra de autor, la
imagen de la ciudad podía confiarse desde la esfera pública a la realización Gandolfi, Fernando
individual y aditiva de edificios cuyos rasgos se compatibilizaban con el y Eduardo
conjunto. No debía plantearse un conjunto de reglas o principios desde Gentile: Ciudades
arriba, dado que la respuesta de cada actor involucrado en la construcción bonaerenses. Un
de la ciudad era previsible. Ni siquiera el municipio ejercía un fuerte control palimpsesto en la
de policía sobre las construcciones, a las que solo el nombre y la firma pampa en Juan
del propietario garantizaba la seriedad del emprendimiento, quedando el Manuel Palacio
constructor y eventualmente el arquitecto como firmas complementarias. (director). Historia
En los planos se observa que solo las cuestiones sanitarias en el ámbito de la Provincia de
privado preocupaban particularmente a los ediles municipales, dada la Buenos Aires. Tomo
cercana epidemia porteña de 1871. IV, Capital Federal.
Edhasa, 2013.
10- Desinterés por el medio natural: al igual que en las ciudades creadas
o transformadas en el ochocientos, La Plata concebida para imponerse al Morosi, Julio:
caos, al desorden o lo impredecible de la naturaleza, no fue ajena a una La Plata, ciudad
absoluta indiferencia por incorporarla. Bajo la armonía del trazado regular nueva, ciudad
quedaban literalmente enterradas para siempre las imágenes de un paisaje antigua. Historia,
dominado por tierras bajas, hondonadas surcadas por cursos de agua y forma y estructura
amplios bañados que, a la distancia, parecen explicar porque los roquistas de un espacio
se burlaban del gobernador aspirante a presidente, llamando a “su” nueva urbano singular.
capital la ciudad de las ranas. El Bosque responde a una pragmática La Plata, UNLP /
decisión que tomó el gobernador Rocha en mayo de 1882 para evitar que Madrid, IEAL, 1983.
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el casco de la estancia de Iraola fuese loteado -en el plano enviado por


el Departamento de Ingenieros para su aprobación figuraba como “área
de reserva”-. El desinterés por este espacio, que en rigor era una tupida y
regular plantación de eucaliptus, en el que se edificaron inmediatamente
el Museo de Historia Natural y el Observatorio, no cambió hasta los años
de la década de 1920 cuando comenzó a reforestarse y concebirse como
un paseo paisajísticamente tratado. En esto la ciudad asumió el carácter
americano y duro “de frontera” propio de la primera mitad del siglo XIX
antes que el refinado clima finisecular que Europa irradiaba y suponía ser
fuente de inspiración de la Nueva Capital.

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http://www.bancoprovincia.com.ar/jauretche
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AA.VV., Álbum de la ciudad de La Plata (1882-1934), La Plata, Municipalidad,


1934. Bibliografía

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