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[23]. Era necesario, entonces, que las copias de las cosas celestiales
fuesen purificadas con estos sacrificios, pero que las cosas celestiales
mismas lo sean con mejores sacrificios que estos.
En este texto se destacan dos cosas: las copias de las cosas celestiales, y
las cosas celestiales mismas. Las copias, por supuesto, son el santuario
terrenal y todas las cosas que estaban allí; el santuario celestial está ante la
presencia de Dios. Consideraremos estas dos cosas en orden.
[a]. “Copias de las cosas celestiales”. El escritor dice que la purificación del
tabernáculo, del altar, de los utensilios y del rollo del libro era necesaria. La
palabra necesario indica que la ley requiere que estas cosas sean purificadas.
Y es precisamente eso lo que el escritor afirma en el versículo precedente
(9:22).
Él llega a la conclusión de que “sin derramamiento de sangre no hay perdón”.
Dios mismo dio instrucciones al pueblo de Israel, por intermedio de Moisés, de
que se purificasen del pecado mediante el derramamiento de la sangre de
animales sobre el altar del santuario. Esta sangre era adecuada para permitir
que el sumo sacerdote entrase en el Lugar Santísimo del tabernáculo, pero
hacía falta un sacrificio mejor antes de que pudiera aparecer un mediador ante
la presencia de Dios en el cielo.
[b]. “Las cosas celestiales mismas”. El tabernáculo erigido por Moisés era “una
copia y una sombra de lo que hay en el cielo” (8:5). El santuario celestial es “el
tabernáculo mayor y más perfecto, no hecho por el hombre” (9:11). Cristo entró
en este santuario después de haber derramado su sangre en la cruz del
Calvario.
[24]. Porque Cristo no entró en un santuario hecho por el hombre, que era
sólo una copia del verdadero; él entró en el cielo mismo, para presentarse
ante Dios a favor nuestro.
Aunque Dios hizo que el velo del templo se rasgase desde arriba hasta abajo
al morir Jesús (Mt. 27:51), Jesús mismo nunca entró en un “santuario hecho
por hombres”. Cuando el escritor de Hebreos hablaba de “mejores sacrificios”
(9:23), él establecía una comparación entre los sacrificios animales y la sangre
de Cristo. Y aunque vemos que el sacrificio de Cristo es mejor, también vemos
que en esencia la comparación es inadecuada.
[25]. No entró tampoco al cielo para ofrecerse a sí mismo una y otra vez,
del modo en que el sumo sacerdote entra cada año al Lugar Santísimo
con sangre que no es la suya propia. [26a]. De ser así, Cristo hubiera
tenido que sufrir muchas veces desde la creación del mundo.
Al establecer un paralelo con el sumo sacerdote levita, el escritor de Hebreos
subraya las profundas diferencias existentes entre el sacerdocio de Cristo y el
sacerdocio levítico. Es como si el escritor fuese interrogado, por así decirlo, por
un lector judío que presenta cierto número de argumentos.
[a]. Como sumo sacerdote Cristo nunca podría haber entrado en el Lugar
Santísimo de un santuario terrenal. El pertenecía a la tribu de Judá, no a la de
Leví. Cierto, por eso fue que entró al cielo.
Sí, pero fuera de aquellas personas que fueron resucitadas de entre los
muertos, el hombre no puede morir dos veces.
[e]. Una vez al año el sumo sacerdote entraba y salía del Lugar Santísimo, pero
Cristo entró en el santuario celestial una sola vez.
[26b]. Pero ahora él ha aparecido una vez para siempre al fin de los
tiempos para quitar el pecado por medio del sacrifico de sí mismo.
Después de hacer una afirmación que obviamente no podía ser cierta, el
escritor describa ahora terminantemente la razón de la venida de Cristo al
mundo: “para quitar el pecado”. El adverbio ahora se refiere no al tiempo sino a
la realidad. De hecho, el escritor está diciendo: “Así es el asunto”.
¿Por qué apareció Cristo en esta tierra? En pocas palabras: para cancelar el
pecado. El quitó la deuda del pecado que estaba escrita en la cuenta del
creyente. La venida de Cristo puso fin a dicha deuda. Y la cuenta muestra
ahora el sello que dice pagado.
¿Cómo quitó Cristo el pecado? El mismo fue el sacrificio que se requería
para pagar por los pecados de todo el mundo (1 Jn. 2:2). Tal como lo expresó
el precursor de Cristo, Juan el Bautista: “¡He aquí el Cordero de Dios que quita
el pecado del mundo!” (Jn. 1:29). Cristo no tenía sustituto. Él se sacrificó a sí
mismo como sustituto de los pecadores. Mediante su muerte él pagó la deuda
“para quitar los pecados de mucha gente” (9:28).
¿Cuál es el significado de la comparecencia de Cristo? El sumo sacerdote
levítico entraba año tras año en el santuario interior. Su entrada ante la
presencia de Dios tenía sólo un efecto temporal. Esto contrasta con el hecho
de que Cristo compareció una sola vez—fue una vez para siempre. El entró en
el cielo una sola vez, es decir, cuando ascendió. El efecto de su única
comparecencia dura para siempre.
¿Cuándo vino Cristo? El escritor de Hebreos escribe: “al fin de los tiempos”.
Esto no necesita ser una referencia al fin del mundo, ya que en el mismo
contexto el escritor dice que Cristo aparecerá otra vez (v. 28). La expresión
aparentemente indica el impacto total del advenimiento de Cristo y el efecto de
su obra expiadora. Y a causa de su triunfo sobre el pecado, vivimos en los
últimos tiempos.
[27]. Así como el hombre está destinado a morir una sola vez y después
de eso enfrentar el juicio, [28]. del mismo modo Cristo fue sacrificado una
sola vez para quitar los pecados de mucha gente; y aparecerá por
segunda vez, no para cargar con el pecado, sino para traer salvación a
todos los que le están esperando.
El escritor de esta epístola tiene apego por las palabras una vez; las usa
ocho veces (6:4; 9:7, 26, 27, 28; 10:2; 12:26, 27).
En el contraste que se expresa en estos dos versículos, la expresión una
vez ocupa un lugar prominente: “el hombre está destinado a morir una sola
vez” y “Cristo fue sacrificado una sola vez”. A causa del pecado de Adán, Dios
pronunció la sentencia de muerte sobre la raza humana (Gn. 3:19). Toda
persona se enfrenta con la muerte una sola vez, a excepción de aquellos que
resucitaron de entre los muertos. Nadie puede escapar de la muerte. Al
hacerse hombre, Cristo fue puesto bajo la misma sentencia de muerte.
También él murió una sola vez.
El hombre recibe, por implicación, la pena de muerte a causa del pecado. El
escritor de Hebreos así lo indica el añadir la cláusula “y después de eso
enfrentar el juicio”. Existe una secuencia lógica entre la muerte y el juicio, ya
que el hombre debe comparecer ante la corte para rendir cuentas de su
pecado. “Porque Dios traerá a juicio, toda obra, aun las cosas ocultas, sea
buena o mala”. (Ec. 12:14).
La última parte del versículo 28 expresa una nota de alegría y felicidad:
¡Cristo viene! Aquellos que anhelantes esperan su regreso repiten
constantemente la oración que se encuentra al fin del Nuevo Testamento y que
se proferida en respuesta a la promesa de Jesús: “Sí, vengo pronto”. Ellos
oran: “Amén. Ven, Señor Jesús” (Ap. 22:20).
Con gozo los creyentes anticipan el día del regreso de Jesús, ya que
entonces el Señor morará para siempre con su pueblo, tal como lo ha
prometido. A su regreso traerá completa restauración para aquellos que
anhelantes le esperan. Cuando Cristo more para siempre con su pueblo, éstos
experimentarán la salvación plena y libremente.
Además, el sumo sacerdote tenía que presentar sangre animal ante Dios en
el Lugar Santísimo. Su propia sangre hubiese sido indigna, ya que él mismo
era un pecador. Pero aun la sangre de un animal tenía un efecto limitado,
puesto que el sumo sacerdote tenía que presentarse ante Dios cada año
nuevamente con sangre adicional. El escritor de Hebreos un poco más
adelante observa: “Es imposible que la sangre de becerros y machos cabríos
quite los pecados” (10:4). El sacrifico de la sangre de Cristo, sin embargo, tiene
un efecto permanente. La mismo termina con el poder imperante del pecado en
la mente del hombre (Ro. 8:2). La sangre de Cristo purifica a la iglesia para que
él pueda presentársela a sí mismo “sin mancha ni arruga ni tacha alguna …
santa y sin culpa” (Ef. 5:27). Y la sangre de Cristo limpia todo antecedente: el
pecador perdonado por Dios está ante él como si nunca hubiese pecado.
Finalmente, el sumo sacerdote levítico tras cumplir sus deberes en el
santuario interior, reaparecía ante el pueblo que él había representado ante
Dios. Pero cuando Jesús regrese del santuario celestial, lo hará para restaurar
a su pueblo al concederle el don de la salvación. Cuando Cristo vuelva, “él
aparecerá como perfeccionador de la salvación” para todos los que han puesto
su confianza en él y esperan su regreso.
Texto: 1er de Pedro Cap. 2, versículo 24. Quien llevó él mismo nuestros
pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando
muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis
sanados
1er Título
Necesaria Ceremonia De Intercesión Y Capacitación Sacerdotal. Versíc. 10
al 12. 10Después llevarás el becerro delante del tabernáculo de reunión, y Aarón
y sus hijos pondrán sus manos sobre la cabeza del becerro. 11Y matarás el
becerro delante de Jehová, a la puerta del tabernáculo de reunión.12Y de la
sangre del becerro tomarás y pondrás sobre los cuernos del altar con tu dedo,
y derramarás toda la demás sangre al pie del altar. (Léase Hebreos 9:12 al
14. y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia
sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido
eterna redención. Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y
las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la
purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el
Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras
conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?).
Comentario: [6]. (Éxodo 29: 10-14) Sacrificios —Sistema Sacrificial —
Becerro —Holocausto: Luego se procedería a la purificación judicial: se
sacrificaría un becerro como ofrenda expiatoria por Aarón y sus hijos. Nadie
podía servir a Dios hasta que Dios lo limpiara y perdonara. Esa purificación
estaba basada en la expiación, la reconciliación con Dios por medio de la
sangre derramada del sacrificio. El sacrificio de la ofrenda expiatoria tiene ricos
significados simbólicos. Observemos las instrucciones que Dios dio al respecto:
[a]. Los sacerdotes debían poner sus manos sobre la cabeza del becerro, un
acto que simbolizaba la identificación, la transferencia de los pecados del ser
humano, que ahora pasaban al animal (v. 10). El animal ahora era quien
cargaba con el pecado: sobre él recaería el juicio de Dios por el pecado y él
cargaría con el juicio que merecía el creyente. Este acto de identificación
anticipaba la venida de Jesucristo, quien cargó con los pecados del mundo.
“Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su
camino; más Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Is. 53:6).
“Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de
muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar
a los que le esperan” (He. 9:28).
[b]. Moisés debía matar al becerro delante del Señor. Este acto simbolizaba
que la ira de Dios se apaciguaba por la sustitución con el animal, que cargaba
con el juicio de Dios (v. 11). La ira de Dios contra el pecado solo puede
apaciguarse con un sacrificio. A lo largo de la historia del Antiguo Testamento,
Dios usó el sacrificio de animales para señalar y anticipar a Cristo. Sin
embargo, el único sacrificio que ha podido satisfacer la ira eterna de Dios es el
Cordero de Dios, el que Dios mismo proveyó, el Señor Jesucristo, quien murió
en la cruz. El y solo él es el sacrificio perfecto que pudo expiar el pecado y
cumplir el castigo que exige la santa justicia de Dios.
“Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los
impíos” (Ro. 5:6).
“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que, siendo aún
pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados
en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (Ro. 5:8-9).
“El cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente
siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre” (Gá. 1:4).
[c]. Moisés debía poner la sangre en los cuernos y el pie del altar, lo cual
simbolizaba la santificación del lugar (el centro de adoración) y del adorador (v.
12).
Pensamiento 1. La sangre derramada de Cristo es un recordatorio constante
del gran amor de Dios por su pueblo. Sin su sangre, la cruz no tiene ningún
efecto, ni sentido, ni valor. Es la sangre de Cristo lo que santifica o aparta el
altar de la cruz como un elemento santo. Del mismo modo, es la sangre de
Cristo lo que santifica o aparta al creyente y lo vuelve santo.
“Porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada
para remisión de los pecados” (Mt. 26:28).
“Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con
otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Jn. 1:7).
[b]. El destino. Cristo “pasó a través del tabernáculo mayor y más perfecto no
hecho por el hombre”. Debemos notar que el escritor ha elegido el título oficial
de Cristo y no el nombre personal, Jesús. Él pone el énfasis, por lo tanto, en la
función oficial de Cristo como sumo sacerdote.
Notamos también que 9:11 tiene un paralelo en 8:1–2, “Tenemos tal sumo
sacerdote, que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en el cielo, y que
sirve en el santuario, el verdadero tabernáculo establecido por el Señor, no por
el hombre”. Y 9:11 tiene otro paralelo en 9:24: “Porque Cristo no entró en un
santuario hecho por el hombre, que era sólo una copia del verdadero; él entró
en el cielo mismo, para presentarse ante Dios a favor nuestro”. Estos pasajes
revelan que “el tabernáculo mayor y más perfecto” está en el cielo, es decir,
ante la presencia de Dios. No hemos de tomar literalmente las palabras pasó a
través, como si Cristo hubiese pasado a través del tabernáculo hacia otro lugar.
En 4:14 el escritor de Hebreos dice que “tenemos un gran sumo sacerdote que
traspasó los cielos”. El desea comunicarnos el pensamiento de que Jesús ha
ido al cielo.
El escritor se expresa con bastante precisión el decir que el tabernáculo
mayor y más perfecto no ha sido hecho por el hombre, “es decir, que no es
parte de esta creación”. En los primeros siglos de la era cristiana, los
intérpretes de la Biblia pensaban que la palabra tabernáculo de 9:11 significaba
el cuerpo de Cristo, pero el escritor de Hebreos elimina esta posibilidad por
medio de su comentario explicativo de que el tabernáculo “no es parte de esta
creación”. Toda cosa perteneciente a la creación, aun el cielo visible, queda
descartada por el comentario preciso del escritor. La morada de Dios en el
cielo, donde los ángeles rodean su trono y la innumerable multitud de los
santos canta su alabanza, es increada; no pertenece a la creación revelada a
nosotros por Dios mediante su Palabra y obra. El tabernáculo que Moisés erigió
y Dios llenó con su gloria (Ex. 40:35) difiere del “tabernáculo mayor y más
perfecto” que está en los cielos. El tabernáculo celestial da a los santos libre
acceso a Dios porque ningún velo separa a Dios del hombre. Cristo abrió el
camino a Dios en base a su obra como mediador hecha en la tierra.
[c]. El medio. ¿Cómo entró Cristo en el cielo? ¡Por medio de su muerte en la
cruz! El escritor lo expresa de esta manera: “No entró por medio de la sangre
de machos cabríos y de becerros, sino que entró al Lugar Santísimo una vez
para siempre por medio de su propia sangre”.
La expresión machos cabríos y becerros es un recordatorio del Día de la
expiación. En ese día, una vez el año, el sumo sacerdote entraba al Lugar
Santísimo con la sangre de un becerro y de un macho cabrío. El sumo
sacerdote tenía que rociar la sangre del becerro como expiación por los
pecados del pueblo (Lv. 16:11–17). La implicación es que la sangre de los
animales lograba el perdón y la reconciliación.
¡Cuán diferentes son las cosas con el gran sumo sacerdote Jesucristo! Cristo
“entró al Lugar Santísimo una vez para siempre por medio de su propia sangre,
habiendo obtenido una redención eterna”.
Él es sumo sacerdote y sacrificio al mismo tiempo. Él es el representante del
pueblo ante Dios. Él derrama su sangre a favor de su pueblo.
Las interpretaciones alegóricas de este pasaje (Nm. 19) son numerosas. Por
ejemplo, la becerra simboliza la propagación de la vida; las cenizas son un
antídoto contra la contaminación; los colores de la becerra alazana y de la lana
escarlata representan vitalidad; la madera de cedro representa la durabilidad; y
el hisopo es el emblema de la limpieza. Sin embargo, las dilucidaciones
fantasiosas son muy subjetivas y al fin y al cabo de poco valor. Hacemos bien
en considerar el propósito del escritor al introducir al asunto de “la sangre de
machos cabríos y las cenizas de una becerra”.
El escritor contrasta dos hechos: los actos ceremoniales cumplidos por el
creyente para obtener purificación y el derramamiento de la sangre de Cristo.
La observancia religiosa del Día da la Expiación, aunque significativa en sí
misma, promovía no obstante una percepción externa de los sacrificios. Esto se
hizo especialmente evidente en el hecho de rociar el agua de la purificación
sobre la persona declarada inmunda a causa de una contaminación. La
persona que hubiera tocado un cadáver era considerada inmunda, pero el agua
de la purificación la santificaba. El concepto de que la inmundicia era algo
externo y no interno prevalecía. Jesús reprochó una vez a los fariseos cuando
dijo: “Ahora bien, vosotros, los fariseos, limpiáis la parte exterior de la taza y el
plato, pero por dentro estáis llenos de codicia y de maldad” (Lc. 11:39).
¿Y un nuevo corazón?
[c]. Cristo “se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios”. Como sumo sacerdote,
Cristo se presentó a sí mismo como sacrificio. Se ofreció a sí mismo a Dios
espontáneamente y sin mancha. Pero a diferencia del sumo sacerdote
aarónico, que tenía que sacrificar un animal para quitar su propio pecado, el
Cristo impecable (sin pecado) ofreció su cuerpo por los pecados de su pueblo.
Él puso su vida por sus ovejas. Tal como lo testifica Juan al describir la muerte
de Jesús en la cruz, éste “inclinó su cabeza y entregó el espíritu” (19:30). Jesús
enfrentó la muerte voluntaria, determinada y conscientemente y se ofreció a sí
mismo a Dios.
¿Por qué se ofreció Cristo a Dios? Para “purificar nuestras conciencias de los
actos que llevan a la muerte”. En 6:1, el escritor había introducido la frase “de
obras que llevan a la muerte”. Esta formulación implica los efectos destructores
que el pecado tiene en la vida del creyente. Es decir, la sangre de Cristo limpia
eficazmente la conciencia del creyente, apartándolo de una vida que lleva a la
muerte espiritual y llevándolo a una vida vivida en amor y obediente servicio a
Dios. El creyente obedece los mandamientos de Dios no por obligación sino
por un sentido de gratitud por lo que Cristo ha hecho por El. El creyente,
salvado de una vida de pecado que lleva a la muerte, vive ahora una vida de
servicio para su Dios vivo
Por su propia voluntad Cristo tomó el lugar del hombre pecador y pagó por él el
castigo correspondiente. Al derramar su propia sangre, Cristo se esforzó para
obtener redención eterna, es decir, para “traer salvación a aquellos que le
están esperando” (9:28). El escritor de Hebreos sin lugar a dudas enseña la
doctrina de la expiación. Él dice: “Cristo entró en el Lugar Santísimo una vez
para siempre por medio de su propia sangre” (9:12).
El escritor de Hebreos elimina detalles de las leyes que tenían que ver con el
Día de la Expiación y con las purificaciones ceremoniales de personas
declaradas inmundas. El omite a propósito estos detalles para poner en claro
relieve el contraste entre la observancia externa de ceremonias religiosas y la
transformación interior del hombre purificado por la sangre de Cristo. Esa es,
para él, la diferencia que hay entre a la vida en los días del antiguo pacto y la
vida en la era del nuevo pacto.
2° Título
Separando Cuidadosamente Lo Que Presentamos A Dios. Versíc. 13 y
14. 13Tomarás también toda la grosura que cubre los intestinos, la grosura de
sobre el hígado, los dos riñones, y la grosura que está sobre ellos, y lo
quemarás sobre el altar. 14Pero la carne del becerro, y su piel y su estiércol, los
quemarás a fuego fuera del campamento; es ofrenda por el pecado. (Léase
Hebreos 13:12. Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante
su propia sangre, padeció fuera de la puerta.).
Comentario: [d]. Moisés debía quemar la grosura (o grasa) y partes selectas
del animal sobre el altar, pero debía tomar lo demás, la parte mala —la carne,
la piel y el estiércol—, y quemarlo fuera del campamento (w. 13-14). Este acto
simbolizaba que el pecado (lo malo) tenía que llevarse fuera del campamento,
lejos del adorador. También simbolizaba la ofrenda expiatoria: el acto de quitar
los pecados por medio del sacrificio de uno (Jesucristo) ofrecido en favor de
otro.
Pensamiento 2. Jesucristo es quien consumó y cumplió este símbolo
mediante su propia muerte en la cruz: fue crucificado fuera de los límites de
Jerusalén, en el Calvario.
“Por lo cual también Jesús, para santificar [limpiar, purificar, apartar] al pueblo
mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta [de la ciudad” (He.
13:12).
“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros
fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Co. 5:21).
“El cual se dio a si mismo por nuestros pecados para librarnos del presente
siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre” (Gá. 1:4).
Por ejemplo, el hijo de la mujer israelita que blasfemó el nombre del Señor
tenía que ser sacado del campamento, y la gente debía apedrearlo hasta la
muerte (Lv. 24:11–16, 23; véase también Nm. 15:35).
Acán fue sacado fuera del campamento y llevado al valle de Acor donde los
israelitas lo apedrearon (Jos. 7:24–26; véase Hch. 7:58).500 A causa del
pecado del hombre, Jesús tuvo que sufrir fuera de las puertas de la ciudad
donde soportó la ira de Dios.
“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis
vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro
culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la
renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena
voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Ro. 12;1-2).
“Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y
sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por
medio de Jesucristo” (1 P. 2:5).
“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo
adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de
las tinieblas a su luz admirable” (1 P. 2:9).
“Dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus ojos por mis caminos” (Pr. 23:26).
[b]. El oficio. Había allí un grupo de profetas y maestros. Si partimos del griego,
resulta difícil discernir si las palabras profetas y maestros se refieren a dos
oficios separados o si una persona podía ser profeta a la vez que maestro.
Pablo, por ejemplo, habla de “pastores y maestros” (Ef. 4:11); desde su
perspectiva, una persona llena
un solo oficio con una función doble. Además, él pone a los profetas en una
categoría por separado, la que es ubicada en la lista después de los apóstoles.
Esto nos lleva a la conclusión de que el Nuevo Testamento revela una
diferencia entre profetas y maestros. “Dado que los maestros exponen las
Escrituras, cuidan de la tradición acerca de Jesús y explican los fundamentos
del catecismo, los profetas, no estando limitados por las Escrituras o la
tradición, hablan a la congregación sobre la base de revelaciones” (véase 1 Co.
14:29–32). Lucas describe a Bernabé y a Pablo como maestros en la iglesia
antioqueña (11:26), pero en la lista de cinco nombres (13:1) él no dice nada
específico en cuanto a quien es un maestro y quien es un profeta, y de esta
forma deja el asunto sin resolver.
Tanto Pablo como Bernabé habían sido llamados para ser apóstoles a los
gentiles. En realidad, cuando Lucas se refiere a ellos en su primer viaje
misionero, los llama “apóstoles” (14:14; y véase 1 Co. 9:1–6). La tarea que el
Espíritu Santo les asigna es dar a conocer al mundo el evangelio de Cristo y
extender la iglesia hasta los confines