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9ª VISIÓN = LA SÉPTIMA TUBA

(XI: 15-19)
Apo 11:14 El segundo ay se pasó, y bien pronto vendrá el ay tercero, o la tercera desdicha.

Son Males universales, afectan a todos los hombres y a todo el mundo católico.

“Tocó la trompeta el séptimo Ángel. Entonces sonaron en el cielo fuertes voces que decían:
«El imperio del mundo ha pasado a nuestro Señor y a su Cristo; y reinará por los siglos de
los siglos.» Y los veinticuatro Ancianos que estaban sentados en sus tronos delante de Dios,
se postraron rostro en tierra y adoraron a Dios diciendo: «Te damos gracias, Señor Dios
Todopoderoso, “Aquel que es y que era” porque has asumido tu inmenso poder y has
empezado a reinar. Las naciones se habían encolerizado; pero ha llegado tu cólera y el tiempo
de que los muertos sean juzgados, el tiempo de dar la recompensa a tus siervos los profetas,
a los santos y a los que temen tu Nombre, pequeños y grandes, y de destruir a los que
destruyeron la tierra.» Y se abrió el Templo de Dios en el cielo, y apareció el Arca de su
Alianza en el Templo, y se produjeron relámpagos, y voces, y truenos, y temblor de tierra y
fuerte granizada”.

Lo que hace entender que este capítulo es simultaneo a siguiente capítulo es que la misma
idea se expresa con casi las mismas palabras en el: Apo 12:10 Oí una gran voz en el cielo
que decía: Ahora llega la salvación, el poder, el reino de nuestro Dios y la autoridad de su
Cristo, porque fue precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante
de nuestro Dios de día y de noche.

Esto nos da un hito, o sea, es un suceso o acontecimiento que nos sirve de punto de referencia
para entender que la Séptima Tuba, la Mujer Coronada, las dos Bestias, el Cordero y los
144.000 vírgenes, las siete copas, la gran Ramera, y la caída de la gran Babilonia suceden
casi simultáneamente y recién el capítulo 19 se hace efectivo el reinado del Verbo de Dios.

El Padre Castellani comenta:

Después suena la Tuba y sigue la descripción de la Parusía vista desde el Cielo y como triunfo
de Dios sobre el mal, más que como catástrofe de la tierra. Ya hemos visto que el fin del
mundo significa dos cosas: el término temporal de la Historia y el comienzo intemporal de
la Metahistoria del hombre. El Profeta llama aquí a Cristo “Aquel que es y que era” y no ya
“El viniéndose”, puesto que aquí es venido. La Parusía está netamente significada: la
terminología meteorológica es típica del Fin del Siglo. En el Arca del Testamento ven
algunos intérpretes a María Santísima (Foederis Arca) visible en la tierra en los últimos
tiempos por sus aparicio¬nes, su devoción recrecida, la definición dogmática de sus glorias
y privilegios. Esta imagen ciertamente significa que algo de Dios se ve que antes no se veía.
El Pantocrátor o Todopoderoso es Jesucristo, cuya divinidad San Juan no se cansa de
enunciar. El Séptimo Ángel y el Tercer Ay es la Parusía: “Mas ¡ay! de la tierra y del mar,
porque descendió a vosotros el Diablo, lleno de gran furor, sabiendo que le queda poco
tiempo” (XII: 12).

En el cap. 10:7 se nos dice que con la séptima trompeta el misterio de Dios quedara
consumado, no obstante se anuncia el tercer Ay. “Sino que cuando se oyere la voz del séptimo
ángel, comenzando a sonar la trompeta, será consumado el misterio de Dios, según lo tiene
anunciado por sus siervos los profetas”. La séptima trompeta consuma el misterio de Dios.
El misterio de Dios es Cristo, según San Pablo: Col 2:2 para que sean confortados sus
corazones y, estrechamente unidos en la caridad, alcancen todas las riquezas de la plena
inteligencia y conozcan el misterio de Dios, que es Cristo…

Estos secretos atañen particularmente a los designios de salvación que realiza Dios en la
historia humana.
1. Mar 4:11, 12 y El les dijo: A vosotros os ha sido dado a conocer el misterio del Reino de Dios,
pero a los otros de fuera todo se les dice en parábolas, para que, mirando, miren y no vean;
oyendo, oigan y no entiendan, no sea que se conviertan y sean perdonados. ”

Cristo, el misterio, queda consumado. La humanidad dividida en dos, los discípulos entran
en el misterio, siendo esto un don de Dios, y los de afuera les cierran el corazón. Este misterio
actualmente en acción en la tierra para la salvación de los creyentes, y que está en lucha con
el misterio de iniquidad, queda consumado, reducir todas las cosas bajo una sola cabeza,
Cristo.

Si el P. Castellani ha dicho: “Las siete tubas de la visión son siete grandes hitos heréticos de
la historia de la Iglesia, siete anticristos, en el sentido en que habla San Juan es su carta,
precursores y analogados del último, al cual preparan sin saberlo cumulativamente”…Las
herejías van creciendo en fuerza y malignidad, aproximándose al Hombre de pecado.

La Séptima Tuba es, como de costumbre, la Consumación de las herejías, de la apostasía.

El Concilio Vaticano II, donde se estableció en la Iglesia el resumen de todas las herejías. “El
liberalismo condenado por la Iglesia hace un siglo y medio. Ha entrado en la Iglesia
gracias al Concilio Vaticano II”. (Mons. M. Lefebvre).

La “gran calamidad” anunciada por Nuestro Señor Jesucristo como preludio de su segunda
venida gloriosa, comporta la aparición de “falsos cristos”, cuya seducción induce a los
hombres a la apostasía (S. Mc 13,5s.21s; 24,11 ), y tiene por signo “la abominación de la
desolación” instalada en el lugar santo (S. Mc 13,14 ), tiene por fruto, que tantos hombres se
extravíen y se adhieran a la mentira en lugar de creer en la verdad y tiene por objetivo hacer
abortar el designio de salvación, destruir el misterio de Dios que es Cristo.

La apostasía es una empresa que proseguirá sin reposo, situando a los hombres, sobre todos
a los que tienen autoridad, en el interior de una lucha de la que nadie puede escaparse. “El
que no está conmigo está contra mí”. La apostasía es la que induce siempre a crucificar de
nuevo por su cuenta al Hijo de Dios, (Heb 6,4 ) “Porque es moralmente imposible que
aquellos que han sido una vez iluminados, que así mismo han gustado el don celestial
de la Eucaristía, que han sido hechos partícipes de los dones del Espíritu Santo, que se
han alimentado con la santa palabra de Dios y la esperanza de las maravillas del siglo
venidero, y que después de todo esto han caído; es imposible, digo, que sean renovados
por la penitencia, puesto que cuanto es de su parte crucifican de nuevo en sí mismo al
Hijo de Dios, y le exponen al escarnio”.

Mons. Straubinger comenta, que aquí se refiere a la apostasía de la fe. Se reniega del bautismo
y del Espíritu Santo, de ahí la imposibilidad de levantarse de este pecado, semejante a un
nuevo pecado de Adán. Pecado contra el Espíritu Santo, porque rechaza la luz, y nos deja
privados de la gracia que viene de la fe y entregados sin defensa en manos de Satanás padre
de la mentira. La apostasía que sirve para los que no han caído en ella, “el que este de pie,
cuide de no caer”, debe impulsar a los cristianos a la vigilancia, exigida por la fe en el día del
Señor. Velar es resistir a la apostasía de los últimos días y estar apercibido para recibir a
Cristo que viene. La gran apostasía exige a los discípulos una oración y una sobriedad
continua.

Comentarios del Padre Leonardo Castellani.

“Así pues el dogma de la Trinidad, envuelto en la niebla germánica y en una complicada


terminología, se convierte en un panteísmo sutil que va a desembocar en la adoración del
Hombre; la gran herejía de nuestros tiempos, la ultima herejía que será, según la predicción
de San Pablo, el sacrilegio del Anticristo: ‘el cual se exaltará y levantará sobre todo lo que
es Dios, sentándose en el Templo de Dios, y haciéndose adorar como Dios’.” (El Evangelio
p.240).

“Ciertamente, la crisis actual de la Iglesia tiene un carácter que no han tenido las otras; es
absolutamente total: total en la extensión, cubre todo el mundo; total en la intensidad, pues
la herejía naturalista (o el ‘aloguismo’, como la llamo Belloc) es la herejía más radical que
ha existido y puede existir: falsifica todos los dogmas del Cristianismo vaciándolos de su
contenido sobrenatural, y poniendo en su lugar la adoración sacrílega del Hombre; que
sabemos será la doctrina del Anticristo.” (Domingueras Prédicas, ed. Jauja, 1997 p. 136).

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Texto del libro Iota Unum, Cap I pag. 71.

51. CARACTERES DEL POSTCONCILIO. LA


UNIVERSALIDAD DEL CAMBIO
La primera característica del período postconciliar es el cambio generalizadísimo que revistió
todas las realidades de la Iglesia, tanto ad intra como ad extra. Bajo este aspecto el Vaticano
II supuso una fuerza espiritual tan imponente que obliga a colocarlo en un puesto singular en
la lista de los Concilios. Esta universalidad de la variación introducida plantea además la
siguiente cuestión: ¿no se trata quizá de una mutación sustancial, como dijimos en §§ 33-35,
análoga a la que en biología se denomina modificación del idiotipo?

La incógnita planteada consiste en saber si no se estará produciendo el paso de una religión


a otra, como no se recatan en proclamar muchos clérigos y laicos. Si así fuese, el nacimiento
de lo nuevo supondría la muerte de lo viejo, como sucede en biología y en metafísica. El
siglo del Vaticano 11 sería entonces un magnus articulus temporurn la cima de uno de los
giros que el espíritu humano viene haciendo en su perpetuo revolverse sobre sí mismo. El
problema puede también plantearse en otros términos: ¿no sería quizá el siglo del Vaticano
II la demostración de la pura historicidad de la religión católica, o lo que es lo mismo, de su
no-divinidad?
Puede decirse que la amplitud de la variación es casi exhaustiva . De las tres clases de
actitudes en las cuales se compendia la religión (las cosas que creer, las cosas que esperar, y
las cosas que amar), no hay ninguna que no haya sido alcanzada y transformada
tendenciosamente. En el orden gnoseológico, la noción de fe pasa de ser un acto del intelecto
a serlo de la persona, y de adhesión a verdades reveladas se transforma en tensión vital,
pasando así a formar parte de la esfera de la esperanza (§ 164).

La esperanza deprecia su objeto propio, convirtiéndose en aspiración y expectativa de una


liberación y transformación terrenales (§ 168). La caridad, que como la fe y la esperanza
tiene un objeto formalmente sobrenatural (§ 169), rebaja del mismo modo su término
volviéndose hacia el hombre, y ya vimos cómo el discurso de clausura del Concilio proclamó
al hombre condición del amor a Dios.

Pero no sólo han sido alcanzados por la novedad estas tres clases de actitudes humanas
concernientes a la mente, sino también los órganos sensoriales del hombre religioso y
creyente. Para el sentido de la vista han cambiado las formas de los vestidos, los ornamentos
sacros, los altares, la arquitectura, las luces, los gestos.

Para el sentido del tacto la gran novedad ha sido poder tocar aquello que la reverencia hacia
lo Sagrado hacía intocable. Al sentido del gusto le ha sido concedido beber del cáliz.

Al olfato, por el contrario, le resultan casi vetados los olorosos incensarios que santificaban
a los vivos y a los muertos en los ritos sagrados. Finalmente, el sentido del oído ha conocido
la más grande y extensa novedad jamás operada en cuestión de lenguaje sobre la faz de la
tierra, habiendo sido cambiado por la reforma litúrgica el lenguaje de quinientos millones de
personas; la música ha pasado además de melódica a percusiva, y se ha expulsado de los
templos el canto gregoriano, que desde hacía siglos suavizaba a los hombres la edad del
enmudecimiento de los cánticos (cfr. Ecl. 12, 1-4) y rendía los corazones.

Y no anticipo aquí lo que se verá más adelante sobre las novedades en las estructuras de la
Iglesia, las instituciones canónicas, los nombres de las cosas, la filosofía y la teología, la
coexistencia con la sociedad civil, la concepción del matrimonio: en fin, en las relaciones de
la religión con la civilización en general.

Se plantea entonces el difícil discurso de la relación entre la esencia y las partes contingentes
de una cosa, entre la esencia de la Iglesia y sus accidentes. ¿Acaso no pueden todas esas cosas
y géneros de cosas ser reformadas en la Iglesia, y permanecer la Iglesia idéntica?

Sí, pero conviene observar tres cosas.

Primero: también existen lo que los escolásticos llamaban accidentes absolutos, aquéllos
que no se identifican con la sustancia de la cosa, pero sin los cuales tal cosa no puede existir.
Tales son la cantidad en la sustancia corpórea, o la fe en la Iglesia.
Segundo: aunque en la vida de la Iglesia haya partes contingentes, no todos los accidentes
pueden ser asumidos o excluidos indiferentemente por ella, ya que así como toda cosa posee
unos accidentes determinados y no otros (una nave de cien estadios, decía Aristóteles, ya no
es una nave), y así corno, por ejemplo, el cuerpo tiene extensión y no tiene conciencia, así la
Iglesia se caracteriza por ciertos accidentes y no por otros, y los hay que no son compatibles
con su esencia y la destruyen.

El perpetuo combate histórico de la Iglesia consistió en rechazar las formas contingentes que
se le insinuaban desde dentro o se le imponían desde fuera, y que habrían destruido su
esencia. Por ejemplo, ¿no era acaso el monofisismo un modo contingente de entender la
divinidad de Cristo? Y el espíritu privado de Lutero, ¿no era acaso un modo accidental de
entender la acción del Espíritu Santo?

Tercero: aunque las cosas y los géneros de cosas afectados por el cambio postconciliar son
accidentes en la vida de la Iglesia, éstos no se deben considerar indiferentes, como si pudieran
ser o no ser, ser de un modo o ser de otro, sin que resultase cambiada la esencia de la Iglesia.
No es ciertamente éste el lugar para introducir la metafísica y aludir al De ente et essentia de
Santo Tomás. Sin embargo es necesario recordar que la sustancia de la Iglesia no subsiste
más que en los accidentes de la Iglesia, y que una sustancia inexpresada, es decir, sin
accidentes, es una sustancia nula (un no-ser).

Por otra parte, toda la existencia histórica de un individuo se resume en sus actos intelectivos
y volitivos: ahora bien, ¿qué son intelecciones y voliciones sino realidades accidentales que
accidunt vienen y van, aparecen y desaparecen? Y sin embargo el destino moral de salvación
o de condenación depende precisamente de ellas.

Por consiguiente, toda la vida histórica de la Iglesia es su vida en sus accidentes y


contingencias. ¿Cómo no reconocerlos como relevantes y, si se piensa, como sustancialmente
relevantes? Y los cambios que ocurren en las formas contingentes ¿no son cambios,
accidentales e históricos, de la inmutable esencia de la Iglesia? Y allí donde todos los
accidentes cambiasen, ¿cómo podríamos reconocer que no ha cambiado la sustancia misma
de la Iglesia?

Por tanto, la diferencia entre la situación a que se refiere el Syllabus y la de la Iglesia en su


actual desorientación reside precisamente en el hecho de que las exigencias y postulados del
mundo, entonces externos a la Iglesia y combatidos por ella, se han introducido en la Iglesia,
ya sea disminuyendo el antagonismo, u ocultándolo, o debilitándolo para hacerlo tolerable,
o bien (y es la vía más practicada) aminorando la fuerza del principio católico elevándolo a
un punto de tal amplitud que no abraza la totalidad de lo verdadero, sino la totalidad sincrética
de lo verdadero y lo falso.

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Al sonar la séptima trompeta aparece el Anticristo, pero no se lo nombra, pues, esto es visto
desde el cielo. Y, si ni los ángeles de cielo saben ni el día ni la hora, al sonar la séptima
trompeta aparece el Anticristo y ya comienza a contarse los 1260 días. Comenzó la parusía.
Esto es motivo de que en el cielo se alegren mas, porque “El reino de este mundo ha venido
a ser reino de nuestro Señor y de su Cristo, y, destruido ya el pecado, reinará por los
siglos de los siglos. Amén”.

Al llegar a la séptima tuba recapitula, mas, nos enseña algo que no se había visto en los
anteriores septenarios, pues, la parusía presentada abiertamente esta recién en el cap. 19, vs
11…Después de la séptima tuba y el tercer Ay, suceden: la mujer coronada, la aparición de
la bestia de siete cabezas y diez cuernos (el Anticristo), la bestia que subía de la tierra (el
Pseudoprofeta), el Cordero sobre el monte Sión, las siete copas llenas de la cólera de Dios,
la gran ramera, ruina, juicio y venganza de Babilonia; y recién después de la destrucción de
Babilonia aparece el Verbo de Dios montado en un caballo blanco, y la consecuente
destrucción del Anticristo. Entonces, desde la séptima tuba suceden tantas cosas, que se las
llama a todas juntas el tercer ¡Ay!, o la tercera desdicha. “porque descendió a vosotros el
Diablo, lleno de gran furor, sabiendo que le queda poco tiempo”.

He aquí la respuesta de San Juan: el triunfo del Redentor y de su Iglesia está asegurado; la
Iglesia siempre será perseguida; la lucha de los poderes de las tinieblas contra ella durará
siempre sobre esta tierra, pero nunca dejará la Iglesia de salir victoriosa.

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Comenta así estos versículos Mons. Straubinger: los tres ayes indican que las tres plagas que
siguen serán más espantosas que las cuatro que preceden.

Ante el reino de Cristo que llega, los cielos prorrumpen en júbilo. Muchos expositores creen
que aquí se trata del triunfo de Jesús sobre el Anticristo, a quien Él matara “con el aliento de
su boca y con el resplandor de su venida”. Es decir, que este versículo es el antípoda de S.
Jn. 14,30, donde Jesús declara que el príncipe de este mundo es Satanás. Entonces, después
de la muerte del Anticristo, como comentan algunos SS. PP. e intérpretes, se convertirán los
judíos, no habiendo más obstáculo al establecimiento del reino completo de Dios y de Cristo
sobre el mundo (Fillion). Pirot señala como característica del estilo apocalíptico la falta de
esperanza en el “siglo presente” para refugiarse en el “siglo futuro”. Podría extenderse esta
característica a todos los escritos del N. Testamento, siendo evidente que tener esperanza
significa no estar conforme con lo presente, pues quien está satisfecho con lo actual se arraiga
aquí abajo. De ahí que a los mundanos le parezca pesimista el Evangelio…

Y podríamos agregar sobre todo el Apocalipsis, del cual escribió Mons. Straubinger, “el
espíritu de profecía consiste en dar testimonio de Jesús, y de sus palabras, en Apo. 1,9-12,17,
donde parece mostrársenos que hay una persecución especial para los que tienen este
testimonio de orden profético.
Los veinticuatro ancianos que están sentados en sus tronos en la presencia de Dios, parecen
simbolizar el Antiguo y Nuevo Testamento: los doce Patriarcas y los doce Apóstoles, que
por su parte representarían a todos los santos de cielo. Felipe Scio de San Miguel, agrega que
están vestidos de bellos mantos de la inocencia y de la pureza, y como que están en una
continua fiesta: tienen coronas de oro como reyes y como vencedores ilustres del mundo el
demonio y la carne.

El versículo 17, es una alabanza como leemos en el Salmo 92. Allí Mons. Straubinger
comenta: La Biblia de Sales, comenta este último texto del Apocalipsis, después de señalar
la caída de Babilonia, pone la siguiente nota del Martini: “Según nuestra manera de entender,
Dios comienza a reinar y ejercitar su sempiterno y absoluto imperio que tiene sobre todas las
cosas, solo cuando, ejecutadas sus venganzas y castigados los enemigos, demuestra contra
estos su absoluta potestad no menos que su generosa bondad hacia los elegidos reunidos en
su reino por todos los siglos”.

El versículo 19, se habla del Arca de la alianza. Oculta a los ojos de los mortales en el Templo
de Jerusalén, se manifestará a todos, lo cual significa el triunfo final del Cordero que fue
inmolado y que ahora será el León de Judá…

Los terribles cuadros que van desfilando ante nuestros ojos, son otros tantos motivos de fe,
amor y esperanza para los que tienen los ojos fijos en aquel que está simbolizado en el Arca
del Testamento. “Ella figuraba, dice Fillion, el trono del Señor en medio de su pueblo. Su
aparición súbita, en el momento que acaba de comenzar el reino de Dios, es muy
significativa: la alianza está consumada para siempre entre el Rey celestial y su pueblo.

1 0 ª VI SIÓN = LA MU JER C ORONADA (XII)


“Y una gran señal apareció en el cielo: una mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies,
y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; la cual, hallándose encinta, gritaba con
dolores de parto y en las angustias del alumbramiento”.

La Visión de la Gloriosa Parturienta pertenece a la Séptima Tuba.

Esta Mujer es o bien la Virgen Santísima, o la Iglesia, o Israel. No conviene simplemente ni


con María Santísima ni con la Iglesia; aunque en cierto modo, sí; por lo cual la Liturgia lee
este pasaje figurativamente en algunas fiestas de Nuestra Señora, y los pintores cristianos
representan con ese símbolo la Inmaculada Concepción.

Como símbolo de Israel, alude a la conversión de los judíos en los últimos tiempos.

La “mujer de las doce estrellas” aparece en el cielo como una señal, es decir, una realidad
prodigiosa y misteriosa. Esta personificación de la comuni¬dad teocrática era tradicional (Os.
2:19-20; Jer. 3:6-10; Ez. 16:8) y la imagen de Sión en trance de alumbramiento no era
desconocida del judaísmo (Is. 66:8).

El vestido de sol es la fe verdadera y la luna bajo la pies es el mundo cambiante; la corona


de doce estrellas en la plenitud de la doctrina y los predicadores de ella. Por eso se dice que
en el fin del mundo el sol se oscure¬ce¬rá y caerán las estrellas. Aquí mismo, en esta visión,
hay una gran caída de estrellas, la tercera parte de las estrellas del cielo, arrastradas por la
cola del dragón y que son arrojadas a la tierra; eso significa la gran cantidad de doctores del
error que habrá en el fin del mundo.

“Y vióse otra señal en el cielo: un gran dragón de color de fuego, con siete cabezas y diez
cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas. Su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas
del cielo y las precipitó sobre la tierra. El dragón se detuvo delante de la mujer que iba a dar
a luz, para devorar a su hijo en cuanto lo diera a luz. La mujer dio a luz un hijo varón, el que
ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro; y su hijo fue arrebatado hasta Dios y
hasta su trono. Y la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios para ser
allí sustentada durante mil doscientos sesenta días”.

Aparece la fuerza enemiga de la naturaleza humana, el Demonio. El dragón, llamado


serpiente, es el mismo Satanás. Siete diademas ind ican su autoridad real, y son las que le
corresponden como príncipe de este mundo; pero muchas más tendrá Jesucristo el día de su
triunfo (19:12).

El Hijo Varón levantado al Trono de Dios es sin duda Jesucristo; y por cierto, no el Cristo
del Calvario, sino el de la Parusía, “que ha de regir a todas las naciones con cetro de
hierro”.

Dar a luz a Cristo puede convenir solamente a María Santísima, a la Iglesia y a Israel.
Excluidas las dos primeras (aunque no del todo, porque están incluidas en el Israel de Dios)
por no convenir a ellas las peripecias que aquí narra el Profeta, la visión significa el Israel de
Dios, como lo vieron San Hipólito, San Victorino, San Agustín, San Beda.

El Israel de Dios es simbolizado en las Sagradas Escrituras por una esposa, a la cual se
promete el perdón de su infidelidad, la total purificación y el desposorio final.

La Visión designa indudablemente los tiempos parusíacos: la cifra típica de 1260 días, 42
meses, 3 años y medio, que en San Juan repetidamente, como en Daniel, marca el período
del Anticristo.

“Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron con el
dragón. También el dragón y sus ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya
en el cielo lugar para ellos. Y fue arrojado el gran dragón, la serpiente antigua, el llamado
diablo y satanás, el engañador del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus Ángeles fueron
arrojados con él. Oí entonces una fuerte voz que decía en el cielo: «Ahora ya ha llegado la
salva¬ción, el poder y el reinado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo, porque ha sido
arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche delante de nuestro
Dios. Ellos lo vencieron gracias a la sangre del Cordero y a la palabra, de la cual daban
testimonio, menospre¬ciando sus vidas hasta morir. Por eso, regocijaos, oh cielos, y los que
en ellos habitáis. ¡Ay de la tierra y del mar! porque el diablo ha bajado donde vosotros con
gran furor, sabiendo que le queda poco tiempo»”.

No se trata de la caída de los ángeles malos al comienzo de la creación, sino de la Parusía: la


lucha misteriosa de los últimos tiempos, a la cual alude San Luis María Grignon de Montfort
en su Tratado de la Verdadera Devoción (49-54).

El Acusador, el diablo, conserva un poder desconocido en el cielo (“delante de Dios”), poder


que le será quitado en la Parusía. El diablo, por el pecado no perdió su naturaleza y el poder
que de ella se sigue. Piensan algunos, basados en una frase de Cristo, que satanás es el ángel
puesto al gobierno de la creación sensible: “Príncipe de este mundo”.

Su poder se redobla en la tierra y en el mar, o sea en el mundo mundano; porque lo queda


poco tiempo. Comienza el tercer ay: las acechanzas de los poderes infernales crecerán y este
lamento final recuerda la advertencia del capítulo 8:13.

“Cuando el dragón vio que había sido arrojado a la tierra, persiguió a la mujer que
había dado a luz al hijo varón. Pero se le dieron a la mujer las dos alas del águila grande
para que volase al desierto, a su lugar, lejos del dragón, donde tiene que ser alimentada
por un tiempo y tiempos y la mitad de un tiempo”.

No se trata de una segunda huída de la mujer al desierto; los versículos 13 y 14 vuelven a


tomar el versículo 6 y lo desarrollan.

Las dos alas de águila (símbolo de la protección divina) pueden ser los dos Testamentos
(como opina Andrés de Cesarea) o los Dos Testigos (según Primasius) o Moisés y Elías (la
Ley y los Profetas). También representa el don de profecía, solaz del alma de la Iglesia en la
última tribulación y única defensa suya. En el capítulo ocho hemos visto que un águila vuela
por el medio del cielo profetizando el juicio; y el mismo profeta Juan está representado en su
mismo libro como un águila.

El desierto o la soledad puede significar el abandono y desprecio por parte de los judíos no
convertidos y del inmenso mundo apostático y neopagano en derredor. Pero también, y a la
vez, puede profetizar un desierto físico, la tierra de Moab (“locum paratum sibi a Deo”), a la
cual exhorta Isaías en el capítulo XVI, que no rechace a los refugiados y peregrinos judíos
hijos suyos, antes bien los acoja y les sirva de escondite en los últimos tiempos.

La soledad y el desierto serán ante todo la intensa vida interior que espera a los fieles
combatidos. De esta vida interior surgen los profetas, así como de la guerra surgen los héroes.
El que Dios mismo la sustente o alimente indica la penuria y la pobreza de esas nuevas
comunidades: los fieles bajo el reino del Anticristo.

“Entonces el dragón vomitó de sus fauces como un río de agua, detrás de la mujer, para
arrastrarla con su corriente. Pero la tierra vino en auxilio de la mujer: abrió la tierra
su boca y tragó el río vomitado de las fauces del dragón”.

El dragón y su representante en la tierra, el Anticristo, no le pierden ojo. La persecución de


la serpiente a la parturienta es la lucha de Israel con el demonio. El aluvión que desata el
dragón de su boca para ahogarla son las grandes persecuciones y luchas que ha sufrido y
sufrirá el Israel de Dios. La tierra que se abre y traga el río significa que se salvará gracias a
las mismas contingencias tumultuosas del mundo y de la época.

“Entonces se enfureció el dragón contra la mujer, y se fue a hacer la guerra contra el


resto del linaje de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el
testimonio de Jesús”.

Este pasaje indica que hay dos núcleos o grupos de “hijos de la Mujer” separados: los judíos
convertidos y los cristianos gentílicos fieles y perseverantes.

El poder del demonio será tremendo y se desatará en todas direcciones; en operaciones


ocultas y nefandas de magia y espiritismo, en el poder mortífero e idolátrico de la ciencia
moderna, en la tiranía implacable de la maquinaria política, en la crueldad de los hombres
anarquizados y vueltos fieras de la tierra, en la seducción sutil de los falsos doctores que
usarán el mismo cristianismo contra la Cruz de Cristo, en terribles tormentos interiores que
sobre los exteriores sufrirán las almas fieles sometidas a las noches oscuras que no se
resolverán en esta vida: conflictos de conciencia desgarradores, porque la mística católica
quedará reducida a su parte pasiva y habrá como una suspensión provisoria d e los favores
divinos mientras satanás suscitará falsas místicas y éxtasis nefandos.

Hacia el final del Apocalipsis aparecen dos mujeres misteriosas, una Madre y una Mala
Hembra.

En la Escritura la mujer significa constantemente Israel, es decir, la religión. Dios apostrofa


a su pueblo como a una adúltera o la requiebra como una novia. Los deuteroprofetas
abandonan incluso la imagen de Reino para insistir en la figura de Esposa.

Las dos mujeres del Apocalipsis representan la religión en sus dos polos opuestos: la religión
fiel y la religión corrompida. Estos dos aspectos de la religión son perfectamente
distinguibles para Dios, pero no siempre para nosotros. La cizaña se parece al trigo y no será
separada hasta la siega. Por eso son dos los Ángeles que siegan en la visión catorce; uno corta
la mies madura y otro vendimia los racimos que han de ser pisoteados en el lagar de la
iracundia divina, los agraces. Una prostituta no se distingue en la naturaleza ni en la forma
de una mujer honesta; sigue siendo mujer, no se vuelve bestia…; está sentada sobre la
bestia…

Por eso San Juan vio en la frente de la Ramera la palabra misterio, y dice que se asombró
sobremanera, y el Ángel le dice: “Ven y te explicaré el arcano de la Bestia”. Es el misterio
de iniquidad, la abominación de la desolación; la parte carnal de la Iglesia ocultando,
adulterando e incluso persiguiendo la verdad.

Por eso la parte fiel de la Iglesia padecerá entonces dolores como de parto, y el dragón estará
a punto de tragar su hijo.

La esposa comete adulterio cuando su legítimo Señor y Esposo, Cristo, no es ya su alma y su


todo; cuando los gozos de su casa no son ya toda su vida; cuando codicia lo transitorio del
mundo en sus diversas manifestaciones; cuando mira sus grandezas, riquezas y honores con
ojos golosos; cuando busca la alianza de un poder terreno contra la amenaza de otro poder
terreno; cuando los teme demasiado; cuando reconoce al mundo como una realidad “muy
ponderable” y lo mira como una potencia cuya ira procura evitar a cualquier costa; cuyo
agrado y benevolencia solicita; con cuya “sabiduría”, educación, ciencia, cultura, políti¬ca,
diplomacia está encantada. Eso es lo que llama el Profeta “fornicar con los reyes de la tierra”.

“Fornicar” llaman los profetas a la idolatría. “Fornicar con los ídolos” significa poner los
ídolos en lugar de Dios, el legítimo Esposo de nuestras almas. “Fornicar con los reyes de la
tierra” significa poner a los poderes de este mundo en el lugar de Dios.

Primero se fornica en el corazón desfalleciendo en la fe; después en los hechos faltando a la


caridad.

El error fundamental de nuestra práctica actual (en incluso de la teoría, a veces) es que
amalgamamos el Reino y el Mundo, lo cual es exactamente lo que la Biblia llama
“prostitución”.

Así que conviene probar todo espíritu y quedarse solamente con el que es bueno: porque,
¡ojo¡, las Dos Mujeres son gemelas. Las Dos Mujeres son hermanas nacidas de una misma
madre: la Religión, la religiosidad, el profundo instinto religioso, irradicables en el ser
humano.

Este es el sentido de las Dos Mujeres; son las Dos Ciudades de San Agustín, llegadas a su
máximo de tensión contraria, pero siempre mezcladas entre ellas y en sus habitantes.

El significado concreto y ya esjatológico de las Dos Mujeres es éste: la Mujer Celestial y


Afligida es el Israel de Dios, Israel hecho Iglesia; y concretamente el Israel convertido de los
últimos tiempos. La Mujer Ramera y Blasfema es la religión adulterada ya formulada en
Pseudo Iglesia en los últimos tiempos, prostituida a los poderes de este mundo y asentada
sobre la formidable potencia política y tiránico imperio del Anticristo.
+++

Mons. Straubinger: La mujer de las doce estrellas aparece en el cielo como una señal, es decir
una realidad misteriosa y prodigiosa… Esta personificación de la comunidad teocrática era
como tradicional en (Os. 2, 19-20; Jer. 3, 6-10) y la imagen de Sion en trance de
alumbramiento no era desconocida del judaísmo (Is. 66, 8). Sobre la aplicación a la Iglesia,
dice Sales que en todo caso la palabra Iglesia debe ser tomada en su sentido más lato, de
modo que comprenda ya sea el Antiguo, ya el Nuevo Testamento. Algunos restringen este
simbolismo a Israel que se salva en el capítulo anterior (11, 1, 13, 19; cf. 7, 2 ss),
considerando que las doce estrella son las doce tribus, según Gen . 37, 9. Gelin dice a este
respecto que “en cuanto refugiada en el desierto (v. 6 y 14-16) la mujer no puede ser sino la
comunidad jadeo-cristiana” pero no precisa si es la que se convierte al principio de nuestra
era o al fin de ella.

La liturgia y muchos escritores patrísticos emplean este pasaje en relación con la Santísima
Virgen María, pero es sólo en sentido acomodaticio, pues “la mención de los dolores de parto
se opone a que se vea aquí una referencia a la Virgen María”, la cual dió a luz sin detrimento
de su virginidad. Puede recordarse también la misteriosa profecía del Protoevangelio (Gen.
3. 15 s.) donde se muestra ya el conflicto de este capítulo entre ambas descendencias y se
anuncian dolores de parto como aquí, lo cual parecería extender el símbolo a de esta mujer a
toda la humanidad redimida por Cristo, conceptos que algunos aplican también a las Bodas
de 19, 6 ss., que interpretan en sentido lato considerando derribado el muro de separación
con Israel.

Tiene dos alas. Hablemos del ala de los cristianos fieles.

Cabe mencionar que algunos, como San Justino, primer comentador del Apocalipsis,
opinaron que el katéjon era la misma Iglesia, cuya presencia constituía el último obstáculo
para la manifestación del Anticristo. Según él “Ecclesia de medio fiet”, la Iglesia será quitada
de en medio.

La interpretación, solo se puede entender en el sentido de la estructura temporal de la Iglesia


la cual, como dice San Juan “fornicará con los reyes de la tierra” (Ap 17, 1-9), al menos una
parte de ella, tomando su sede en el lugar santo: “Cuando veáis la abominable desolación…”
(Mt 24, 15), instalada donde no debe…

También San Victorino aplicó el katéjon a la Iglesia. “La Iglesia será quitada”, dice él, en el
sentido de que volverá a las catacumbas, perdiendo todo influjo en el orden social.

EL R ECOGIMIENTO D E LA I GLESIA.
El misterio de iniquidad se desarrolla en dos fases distintas: I) Fase pre-escatológica. Y, II)
Fase escatológica. Lo que distingue y separa estas dos fases, es que Cristo toma a sí mismo
a su esposa, y con esto es quitado del medio aquel que, durante la primera fase, impedía que
el misterio de iniquidad penetre en el lugar Santo.

Además tenemos que distinguir entre la Iglesia como congregación y la Iglesia como
instrumento de congregación.

Aquel que proyecta una congregación para un fin determinado, debe también equipar a esta
congregación con la autoridad y los medios necesarios para alcanzar ese fin.

Así que la Iglesia de Cristo no es solamente una congregación de elegidos, sino también un
instrumento de congregación. Podemos y debemos distinguir entre la Iglesia como institución
divina (mediante la cual el Espíritu Santo congrega en un cuerpo a todos los hijos dispersos
de Dios), y este mismo cuerpo místico congregado.

Aunque el Padre Van Rixtel dice que se pueden distinguir mas no separar, desde el Concilio
Vaticano II y hasta nuestros días, hemos presenciado cómo se operó más y más esa división
entre la Iglesia como congregación y la Iglesia como instrumento de congregación. La
Primera, la Iglesia como congregación, como cuerpo místico, es la Esposa que junto con el
Espíritu, en los tiempos apocalípticos, dicen Ven (Apo. 22,17); mientras que la segunda, la
Iglesia como instrumento de congregación, al sonar la ultima trompeta, magna herejía, cae
progresivamente en nanos de anticristos, y se descompone año a año hasta llegar a ser la sede
del Anticristo.

LA VI SIBILIDAD D E LA IGLESIA Y LA
SI TUACIÓN A CTUAL
Amplios extractos de la conferencia dada por S. Exc. Mgr Lefebvre, Ecône el 9 de septiembre
de 1988, después del Retiro sacerdotal.

Monseñor responde a los argumentos teológicos de Don Gérard desarrollados en su


declaración publicada por el Diario Présent el 18 de agosto de 1988 y demuestra la
debilidad de los mismos.

(fuente: Fideliter N° 66. Noviembre-diciembre de 1988).

Mis queridos amigos,

Pienso que ustedes, que están ahora en el Ministerio y que quisieron conservar la Tradición,
tienen la voluntad de ser sacerdotes como siempre, como lo fueron los santos sacerdotes de
antes, todos los santos párrocos y los santos sacerdotes que nosotros mismos pudimos
conocer en las parroquias.
Ustedes continúan y representan de verdad la Iglesia, la Iglesia Católica.

Creo que es necesario convencerse de esto: ustedes representan de verdad la Iglesia Católica.

LA I GLESIA VI SIBLE
No que no haya Iglesia fuera nosotros; no se trata de eso. Pero este último tiempo, se nos ha
dicho que era necesario que la Tradición entrase en la Iglesia visible.

Pienso que se comete allí un error muy, muy grave.

¿Dónde es la Iglesia visible? La Iglesia visible se reconoce por las señales que siempre ha
dado para su visibilidad: es una, santa, católica y apostólica. Les pregunto: ¿dónde están las
verdaderas notas de la Iglesia? ¿Están más en la Iglesia oficial (no se trata de la Iglesia visible,
se trata de la Iglesia oficial) o en nosotros, en lo que representamos, lo que somos? Queda
claro que somos nosotros quienes conservamos la unidad de la fe, que desapareció de la
Iglesia oficial. Un obispo cree en ésto, el otro no; la fe es distinta, sus catecismos abominables
contienen herejías. ¿Dónde está la unidad de la fe en Roma? ¿Dónde está la unidad de la fe
en el mundo? Está en nosotros, quienes la conservamos.

La unidad de la fe realizada en el mundo entero es la catolicidad. Ahora bien, esta unidad de


la fe en todo el mundo no existe ya, no hay pues más de catolicidad prácticamente. Habrá
pronto tantas Iglesias Católicas como obispos y diócesis. Cada uno tiene su manera de ver,
de pensar, de predicar, de hacer su catecismo. No hay más catolicidad. ¿La apostolicidad?
Rompieron con el pasado. Si hicieron algo, es bien éso. No quieren saber más del pasado
antes del Concilio Vaticano II. Vean el Motu Proprio del Papa que nos condena, dice bien:
“la Tradición viva, esto es Vaticano II”. No es necesario referirse a antes del Vaticano II, eso
no significa nada. La Iglesia lleva la Tradición con ella de siglo en siglo. Lo que pasó, pasó,
desapareció. Toda la Tradición se encuentra en la Iglesia de hoy. ¿Cuál es esta Tradición?
¿A que está vinculada? ¿Cómo está vinculada con el pasado?

Es lo que les permite decir lo contrario de lo que se dijo antes, pretendiendo, al mismo tiempo,
guardar por sí solos la Tradición.

Es lo que nos pide el Papa: someternos a la Tradición viva. Tendríamos un mal concepto de
la Tradición, porque para ellos es viva y, en consecuencia, evolutiva. Pero, es el error
modernista: el santo Papa Pió X, en la encíclica “Pascendi”, condena estos términos de
“tradición viva”, de “Iglesia viva”, de “fe viva”, etc., en el sentido que los modernistas lo
entienden, es decir, de la evolución que depende de las circunstancias históricas. La verdad
de la Revelación, la explicación de la Revelación, dependerían de las circunstancias
históricas.
La apostolicidad: nosotros estamos unidos a los Apóstoles por la autoridad. Mi sacerdocio
me viene de los Apóstoles; vuestro sacerdocio les viene de los Apóstoles. Somos los hijos de
los que nos dieron el episcopado. Mi episcopado desciende del santo Papa Pío V y por él nos
remontamos a los Apóstoles. En cuanto a la apostolicidad de la fe, creemos la misma fe que
los Apóstoles. No cambiamos nada y no queremos cambiar nada.

Y luego, la santidad. No vamos a hacernos cumplidos o alabanzas. Si no queremos


considerarnos a nosotros mismos, consideremos a los otros y consideremos los frutos de
nuestro apostolado, los frutos de las vocaciones, de nuestras religiosas, de los religiosos y
también en las familias cristianas. De buenas y santas familias cristianas germinan gracias a
vuestro apostolado. Es un hecho, nadie lo niega. Incluso nuestros visitantes progresistas de
Roma constataron bien la buena calidad de nuestro trabajo. Cuando Mgr Perl decía a las
hermanas de Saint Pré y a las hermanas de Fanjeaux que es sobre bases como esas que será
necesario reconstruir la Iglesia, no es, a pesar de todo, un pequeño cumplido.

Todo eso pone de manifiesto que somos nosotros quienes tenemos las notas de la Iglesia
visible.

Si hay aún una visibilidad de la Iglesia hoy, es gracias ustedes. Estas señales no se encuentran
ya en los otros. No hay ya en ellos la unidad de la fe; ahora bien es la fe que es la base de
toda visibilidad de la Iglesia.

La catolicidad, es la fe una en el espacio.

La apostolicidad, es la fe una en el tiempo.

La santidad, es el fruto de la fe, que se concreta en las almas por la gracia del Buen Dios, por
la gracia de los Sacramentos. Es totalmente falso considerarnos como si no formáramos parte
de la Iglesia visible. Es increíble. Es la Iglesia oficial la que nos rechaza; pero no somos
nosotros quienes rechazamos la Iglesia, bien lejos de éso. Al contrario, siempre estamos
unidos a la Iglesia Romana e incluso al Papa por supuesto, al sucesor de Pedro. Pienso que
es necesario que tengamos esta convicción para no caer en los errores que se está
extendiéndose ahora.

¿SALIR D E LA I GLESIA?
Por supuesto, se podrá objetársenos: ¿”Es necesario, obligatoriamente, salir de la Iglesia
visible para no perder el alma, salir de la sociedad de los fieles unidos al Papa”?

No somos nosotros, sino los modernistas quienes salen de la Iglesia.

En cuanto a decir “salir de la Iglesia VISIBLE”, es equivocarse asimilando Iglesia oficial a


la Iglesia visible.
Nosotros pertenecemos bien a la Iglesia visible, a la sociedad de fieles bajo la autoridad del
Papa, ya que no rechazamos la autoridad del Papa, sino lo que él hace. Reconocemos bien al
Papa a su autoridad, pero cuando se sirve de ella para hacer lo contrario de aquello para lo
cual se le ha dado, está claro que no se puede seguirlo.

¿Salir, por lo tanto, de la Iglesia oficial? En cierta medida, ¡sí!, obviamente.

Todo el libro del Sr. Madiran “La Herejía del Siglo XX” es la historia de la herejía de los
obispos.

Es necesario, pues, salir de este medio de los obispos, si no se quiere perder el alma. Pero
eso no basta, ya que es en Roma donde se instala la herejía. Si los obispos son herejes (incluso
sin tomar este término en el sentido y con las consecuencias canónicas), no es sin la influencia
de Roma. Si nos alejamos de esta gente, es absolutamente de la misma manera que con las
personas que tienen el SIDA. No se tiene deseo de atraparlo. Ahora bien, tienen el SIDA
espiritual, enfermedades contagiosas. Si se quiere guardar la salud, es necesario no ir con
ellos.

¡Sí!, el liberalismo y el modernismo se introdujeron en el Concilio y dentro de la Iglesia. Son


ideas revolucionarias; y la Revolución, que se encontraba en la sociedad civil, pasó a la
Iglesia. El cardenal Ratzinger, por otra parte, no lo oculta: adoptaron ideas, no de Iglesia,
sino del mundo y consideran un deber hacerlas entrar en la Iglesia.

Ahora bien, las autoridades no cambiaron de una iota sus ideas sobre el Concilio, el
liberalismo y el modernismo. Son anti-tradición, anti la Tradición tal como debe entenderse
y como la Iglesia lo comprende. Eso no entra en su concepción. El suyo es un concepto
evolutivo. Están, pues, en contra de esta Tradición fija, en la cual nos mantenemos.

Consideramos que todo lo que nos enseña el catecismo nos viene de Nuestro Señor y de los
Apóstoles, y que no hay nada que cambiar. Para ellos, no, todo eso evoluciona y evolucionó
con Vaticano II. El término actual de la evolución es Vaticano II.

Esta es la razón por la que no podemos vincularnos con Roma.

Suceda lo que suceda, debemos seguir como lo hemos hecho, y el Buen Dios nos muestra
que siguiendo esta vía, cumplimos con nuestro deber.

No negamos la Iglesia Romana. No negamos su existencia, pero no podemos seguir sus


directivas. No podemos seguir los principios del Concilio. No podemos vincularnos.

Me di cuenta de esta voluntad de Roma de imponernos sus ideas y su manera de ver. El


cardenal Ratzinger me decía siempre: “Pero Monseñor, sólo hay una Iglesia, no es necesario
hacer una Iglesia paralela”.
¿Cuál es esta Iglesia para él? La Iglesia conciliar, queda claro.

Cuando nos dijo explícitamente: “Obviamente, si se les concede este protocolo, algunos
privilegios, deberán aceptar también lo que hacemos; y por lo tanto, en la iglesia Saint-
Nicolas-du-Chardonnet será necesario decir una nueva misa también todos los domingos”…

Ustedes ven que quería traernos a la Iglesia conciliar. No es posible, ya que queda claro que
quieren imponernos estas novedades para terminar con la Tradición.

No conceden nada por aprecio de la liturgia tradicional, sino simplemente para engañar a
aquellos a quienes lo dan y para disminuir nuestra resistencia; insertar una cuña en el bloque
tradicional para destruirlo. Es su política, su táctica consciente. No se equivocan, y ustedes
conocen las presiones que ejercen…

Entrevista de Mgr Lefebvre un año después de las consagraciones

(Fuente, Fideliter N° 70. Julio-agosto de 1989)

Fideliter –

Algunos dicen: sí pero Monseñor tendría que haber aceptado un acuerdo con Roma, porque
una vez que la Fraternidad hubiese sido reconocida y las sanciones levantadas, habría podido
actuar de una manera más eficaz dentro de la Iglesia, mientras que ahora se colocó afuera.

Monseñor: Son cosas que son fáciles de decir. Ponerse dentro de la Iglesia, ¿qué es lo que
eso quiere decir? Y en primer lugar, ¿de qué Iglesia se habla? Si es de la Iglesia conciliar,
sería necesario que nosotros, quienes luchamos contra ella durante veinte años porque
queremos la Iglesia Católica, volviésemos a entrar en esta Iglesia conciliar para
supuestamente volverla católica. ¡Es una ilusión total! No son los súbditos los que hacen a
los superiores, sino los superiores los que hacen a los súbditos.En toda esta Curia romana,
entre todos los obispos del mundo, que son progresistas, yo habría sido ahogado
completamente. No habría podido hacer nada, ni proteger a los fieles y a los seminaristas.

Fideliter – ¿No teme que a la larga y cuándo Buen Dios lo haya llamado a El, poco a poco la
separación se acentúe y que se tenga un poco la impresión de una Iglesia paralela respecto
de lo que algunos llaman la “Iglesia visible”?

Monseñor: Esta historia de Iglesia visible de Don Gérard y del Sr. Madiran es infantil. Es
increíble que se pueda hablar de Iglesia visible en relación a la Iglesia conciliar y en oposición
con la Iglesia Católica que nosotros intentamos representar y seguir. No digo que seamos la
Iglesia Católica. Nunca lo he dicho. Nadie puede acusarme de haber querido tomarme por un
papa. Pero, nosotros representamos de verdad la Iglesia Católica tal como era antes, puesto
que seguimos eso que siempre ha hecho. Somos nosotros quienes tenemos las notas de la
Iglesia visible: la unidad, la catolicidad, la apostolicidad, la santid ad. Es eso lo que constituye
la Iglesia visible. El Sr. Madiran añade: y la infalibilidad. Pero, la infalibilidad… En lo que
representa la tradición de los papas, la tradición de la infalibilidad, estamos de acuerdo con
el Papa. Estamos unidos a él en cuanto continúa la sucesión de San Pedro y debido a las
promesas de la infalibilidad que se le hicieron.

Somos nosotros quienes se unen a su infalibilidad. Pero él, incluso si bajo algunos aspectos
se puede decir que la representa, formalmente se opone, porque no quiere más la infalibilidad.
No cree y no realiza actos señalados por la marca de la infalibilidad …

Somos nosotros quienes estamos con la infalibilidad, no la Iglesia conciliar. Ella está en
contra de la infalibilidad, es absolutamente cierto. El cardenal Ratzinger está en contra de la
infalibilidad, el Papa está en contra de la infalibilidad debido a su formación filosófica.

Que se nos comprenda bien, no estamos en contra del Papa como representante de todos los
valores de la Sede Apostólica, que son inmutables, de la sede de Pedro; pero estamos contra
el Papa que es un modernista, que no cree en su infalibilidad, que hace ecumenismo.
Obviamente estamos en contra de la Iglesia conciliar, que es prácticamente cismática, incluso
si no lo aceptan. En la práctica es una Iglesia virtualmente excomulgada, porque es una
Iglesia modernista.

Son ellos quienes nos excomulgan, mientras que nosotros queremos seguir siendo católicos.
Queremos permanecer con el Papa católico y con la Iglesia Católica. He aquí la diferencia.

Pienso, pues, que no hay que tener ninguna vacilación ni ningún escrúpulo respecto de las
consagraciones episcopales. No somos ni cismáticos, ni excomulgados; no estamos en contra
del Papa. No estamos en contra de la Iglesia Católica. No hacemos una Iglesia paralela. Todo
eso es absurdo.

Somos lo que siempre hemos sido: católicos que continúan. Es todo. No hay que buscar
mediodía a las catorce. ¡No constituimos una “pequeña Iglesia”!

+++

I OTA U N UM
Acerca del futuro de la Iglesia es la expresada por Montini como obispo y confirmada
después como Papa, y de la cual hemos tratado en § 36. (Iota Unum).

La Iglesia continuará abriéndose y conformándose al mundo (es decir, desnaturalizándose),


pero su sustancia sobrenatural será preservada res-tringiéndose a un residuo mínimo, y su fin
sobrenatural continuará siendo perseguido fielmente por una avanzadilla del mundo.
A la engañosa expansión de una Iglesia diluida en el mundo corres-ponde una progresiva
contracción y disminución en un pequeño número de hombres, una minoría en apariencia
insignificante y moribunda pero que contiene la concentración de los elegidos, el testimonio
indefectible de la Fe.

La Iglesia será un puñado de vencidos, como preanunció Pablo VI en el discurso del 18 de


febrero de 1976.

Tal inanición y anulación de la Iglesia no invalida, más bien verifica, lo expresado por 1 Juan
5, 4: «haec est victoria, quae vincit mundum, fides nostra [y ésta es la victoria que ha vencido
al mundo: nuestra fe]».

Esta inanición de la Iglesia permanece inexplicable en línea histórica pura y tiene estrecha
relación con el, arcano de la predestinación. La fe no está «acostumbrada al triunfo», y no
hay jamás para la Iglesia victorias defini-tivas, sino victorias en curso de realizarse: es decir,
combate perpetuo en el cual ella no sucumbe, pero jamás puede dejar de combatir. Y en el
oscureci-miento de la fe, indicado en Luc. 18, 8, pueden tener lugar inversiones de la
civilización que sin embargo no invierten la realidad de ese avance de la Igle-sia: la ruina de
Roma (tan recurrente en las profecías extracanónicas), la emigración de la Iglesia de levante
a poniente (quizá a las Américas, quizá a Africa), traslaciones de imperios (según el esquema
bíblico), o destrucción y re-construcción de pueblos .

La Iglesia, semimoribunda en la pobreza, en la persecución y en el desprecio por parte del


mundo, tendrá el destino del Elegido de Thomas Mann: mientras el mundo se lanza a la
barbarie, él se refugia con espíritu de penitencia y religión en la inhumana soledad de un
inalcanzable escondite; allí se hace montaraz, diminuto, se nutre de hierba y de tierra, se
convierte en una heredad orgánica donde habita el hombre, pero en la que el hombre resulta
irreconocible. Sin embargo, en un momento decisivo para la Cristiandad, la Providencia
reencuentra al pequeño monstruo semihumano y los legados ro-manos lo traen a Roma, lo
alzan a la cumbre pontifical, y lo consagran a la re-novación de la Iglesia y a la salvación del
género humano.

De la inanición a la exaltación hay ciertamente un camino preconizado por la Fe. De la


muralla de Is. 30, 14, derrumbada en fracciones de minutos y entre cuyos escombros no se
encontrará ni siquiera un tiesto para transportar un tizón, se llega (en el orden de las cosas
esperadas) a la edificación de la Jerusalén celeste, y no sólo de la terrenal. Este pasaje
contradice las leyes de la historia humana, pero encuentra apoyo en las paradójicas
resurrecciones históricas de la Iglesia: después de la crisis arriana, en la cual peligró la tras-
cendencia, y después de la crisis luterana, en la cual igualmente corrió peligro. Y el volverse
a levantar de la perdición «sin que a oponerse basten los huma-nos» (Inf VII, 81) responde a
las leyes según las cuales opera la Providencia en el gobierno del mundo.

La acción divina transcurre de un extremo al otro, por lo que la criatu-ra alcanza el fondo del
mal y después se eleva a la cima del bien. Así, el combate moral empuja al universo hacia su
fin: la realización de la cantidad predestinada de bien moral, o como se dice en teología, la
consecución del número de los elegidos. Solamente este combate puede dar lugar al completo
desenvolvimiento de la criatura en todos los grados posibles. No se trata de que el mal sea
requerido por ese desenvolvimiento, sino de que también la victoria sobre el mal está incluída
en el destino y en las virtualidades de la criatura intelectiva.

La fe en la Providencia anuncia por consiguiente la posibilidad de una recuperación y’


sanación del mundo mediante una metanoia cuyo impulso inicial él no puede proporcionar,
pero de la que es capaz cuando lo haya re-cibido. La exigencia de la Iglesia en esta situación
ya no es leer los signos de los tiempos, porque «non est vestrum nosse tempora vel momenta
[no os co-rresponde conocer tiempos y ocasiones que el Padre ha fijado con su propia
autoridad» (Hech. 1, 7), sino leer los signos de la eterna voluntad, presentes en cualquier
tiempo y patentes para todas las generaciones que fluyen a lo largo de los siglos.

Pero lo cierto es que la trama de la historia es el arcano de la predesti-nación, y ante esto,


como decía elevadamente Manzoni, al pensamiento humano le conviene torcer las alas y
estrellarse contra la tierra.

+++

Las dos mujeres del Apocalipsis, nos plantean datos que competen a nuestra edad histórica
con respecto a la iglesia eterna y tradicional y a la iglesia carnal o anticristo (tan bien
distinguidas por Monseñor Lefebvre).

Una de estas dos mujeres, la llamada ramera, cuyo nombre es misterio (iniquidad) es la parte
carnal de la iglesia, la cual por ser infiel persigue y calumnia a la verdadera iglesia y se
atribuye para sí, el representarla. Como afirma San Agustín en De Vera Religión, algunos
justos llegaran a ser expulsados de la congregación cristiana debido a la acción de la gente
carnal.

Con respecto a la mujer fiel, según el relato apocalíptico padecerá dolores de parto y se
salvara del dragón por intervención milagrosa de Dios, que le dará la posibilidad d e huir a la
soledad del desierto con dos alas de águila. Esta figura (el águila), es representada como uno
de los cuatro animales delante el trono de Dios y tanto la tradición como los santos padres
ven la figura en forma de águila como al mismísimo San Juan, esto nos permite interpretar
que las alas que le permiten a la mujer librarse de las garras del dragón son las profecías
mismas (APOCALIPSIS) dadas por el discípulo amado, que gracias al estar velando en ellas,
le permiten no caer en manos de su enemigo. A pesar de ello, la iglesia fiel sigue siendo
atormentada por el dragón y utiliza un río de agua sucia para tratar nuevamente de adulterarla.
Este río de agua sucia, significa a nuestro entender los falsos sacramentos, ya que los
sacramentos tradicionalmente son representados con el beber agua pura y no solo eso, sino
que nuestro Señor Jesucristo en numerosas ocasiones ofrece de esta agua pura para la
salvación.
En el encuentro de Jesucristo con la samaritana, le dice: si tu supieras quien soy tu me pedirías
que te diera de beber agua…. y reafirma solemnemente “quien bebiere del agua que yo le
daré, nunca jamás volverá a tener sed” (San Juan 4:13). Con respecto al agua como figura de
los sacramentos, el relato evangélico nos trae algo muy particular y que se da solo dos veces
dentro del mismo y es que Nuestro Señor, cuando da a comunicar esta verdad grita o algunas
traducciones afirman que alza la voz (también sabemos que otro grito lo produjo cuando ya
todo cumplido expiro en la cruz). Al darnos este dato sobre la manera en que Cristo expreso
esta afirmación, nos da a entender su importancia para aquellos que lo escucharon y lo
escuchan y literalmente el texto expresa: ” En el último día de la fiesta, que es el más solemne,
Jesús se puso en pie, y en alta voz decía: Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba.

Del seno de aquel que cree en mí, manarán, como dice la Escritura, ríos de agua viva.

Esto lo dijo por el Espíritu Santo, que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no
se había comunicado el Espíritu Santo, porque Jesús todavía no estaba en su gloria” (San
Juan 7:37-39).

Aquí, el mismo Apóstol da una pequeña explicación de lo afirmado por Cristo, ya que aclara
que esta agua viva es fruto del Espíritu Santo, el cual tiene como misión el de entregar los
dones y ser catejon de protección contra los errores.

Después del Concilio Vaticano II, empiezan a distinguirse estas dos mujeres y la fornicaria
se consolida en su iniquidad, las cuales son nacidas de una misma madre, la religión o la
religiosidad como afirma el Padre Castellani. Una de ella, la falsaria ya no hace uso del
Espíritu Santo y sus sacramentos son agua sucia para las almas y preparan a los hombres para
servir al dragón y este como no puede engañar a la iglesia del Espíritu Santo que se nutre de
agua pura que sale del mismo seno del Señor, trata dialécticamente con el rió de agua sucia
de engañarla o de contaminar sus sacramentos y esto se puede ver muy bien con lo que ha
logrado el Motu Propio, pero aquellos que estén velando en las palabras de Juan águila no
caerán en las manos del dragón y de su falsaria.

Prof. Grosso, Baltazar.

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