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Cuestionario
Puesto que el hombre, tanto por necesidad como por hastío, desea existir en sociedad y
gregariamente, precisa un tratado de paz, y, de acuerdo con éste, procura que, al menos,
desaparezca de su mundo el más grande bellum omnium contra omnes. Este tratado de paz
conlleva a algo que promete ser el primer paso para la consecución de ese misterioso impulso
hacia la verdad. En ese mismo momento se fija lo que a partir de entonces ha de ser “verdad”,
es decir, se ha inventado una designación de las cosas uniformemente válida y obligatoria, y
el poder legislativo del lenguaje proporciona también las primeras leyes de verdad, pues aquí
se origina por primera vez el contraste entre verdad y mentira 1.
1
Nietzsche, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, Madrid, Tecnos, 1996, p. 20.
a las cosas no necesariamente tiene que referir a éstas porque posean una
esencia fija y determinada, sino que dicha significación surge de un impulso de los
seres humanos que, en tanto que seres dotados de intelecto, tienen por naturaleza
la necesidad de entender el mundo. Es entonces gracias a este impulso que
puede iniciarse la conformación de los valores de verdad, los cuales constituyen
los cimientos para la construcción de la vida en sociedad.
Después de los sonidos siguen los conceptos, con los cuales ya pueden
empezar a formarse los valores morales:
A partir del sentimiento de estar comprometido a designar una cosa como “roja”, otra cosa
como “fría” y una tercera como “muda”, se despierta un sentimiento moral hacia la verdad; a
partir del contraste del mentiroso, en quien nadie confía y a quien todo el mundo excluye, el
hombre se demuestra a sí mismo lo fiable y lo provechoso de la verdad. En ese instante el
hombre pone sus actos como ser racional bajo el dominio de las abstracciones; ya no tolera el
ser arrastrado por las impresiones repentinas, por las intuiciones; generaliza en primer lugar
todas esas impresiones en conceptos más descoloridos, más fríos, para uncirlos al carro de
su vida y de su acción3.
2
Cfr. Ibid., pp. 22 – 23.
3
Ibid., 25 – 26.
que, en tanto que la necesidad de verdad es el cimiento de la vida en sociedad, se
tiene que designar a la verdad como aquello a lo que obedezcan los actos
humanos, ya que de otro modo se derrumbaría la estructura sobre la cual
interactuamos como sociedad. Así surge también la figura del mentiroso, la cual se
contrapone con la del hombre honesto, y debe ser reprobada en aras de la
conservación del orden. Sin embargo, la mentira no debe considerarse como algo
opuesto a la verdad, ya que ambas cumplen la misma función: tratar de dotar de
sentido a la existencia y, aunque el sentido que le atribuyen es distinto, la
intención, sin embargo, es la misma.
El lenguaje, en tanto que es una herramienta para crear conceptos y con ello
los valores de verdad y mentira, constituye una forma de generación de acuerdos
para intentar regular la existencia. Esta generación de acuerdos no se da a través
de la mera creación de conceptos, sino también de un adecuado poder de
convencimiento. Aquí es donde entra en juego la retórica y su poder de
convencimiento. Con esto, Nietzsche le arrebata a la verdad el carácter
meramente objetivo, otorgándole, entonces, un carácter de intencionalidad. Esto
quiere decir que la verdad no es desinteresada, pues siempre obedece a intereses
tanto epistemológicos como políticos, pues, como ya se vio, lo que diferencia a la
verdad de la mentira es tan sólo el sentido, no la intención de ordenar el mundo.
Lo cual implica que, ya que los valores de verdad y mentira no son fijos, esto es,
pueden ser intercambiables, algo que en un primer momento apareció como
verdadero, en otro puede resultar falso, dependiendo del contexto y de quién
posea el poder en ese momento.
Utiliza el término ser ahí precisamente para quitarle el carácter estático al ser
y concebirlo en cada ocasión, junto con todo su contexto, y de eso es de lo que
trata la fenomenología, de concebir al ser en su devenir, sin necesidad de
abstraerlo para atribuirle una esencia fija, sino estudiándolo en cada ocasión en la
que se presenta en sus distintas caracterizaciones.
Cabe resaltar que Heidegger no concibe al fenómeno como algo que sea tan
sólo propio del ser humano, no cree que la naturaleza del fenómeno sea artificial,
construida por y para el hombre, sino que lo concibe como algo ontológico, que es
como se presenta:
“Vivir fáctico (existir) quiere decir ser en un mundo”. ¿Qué significa mundo?, ¿qué quiere decir
en un mundo? ¿Cómo es eso de ser en un mundo? No se trata de componer el fenómeno
ensamblando esas determinaciones, sino que con la acentuación ocasional de cada uno de
los términos de la indicación sólo se apunta en cada caso a un aspecto posible del mismo
fenómeno unitario fundamental4.
4
Heidegger, Ontología. Hermenéutica de la facticidad, Madrid, Alianza, 1999, pp. 109 – 110.
El mundo, para Heidegger, no constituye algo que se encuentre dado ahí, de
modo previo, sino que éste se va formando gracias a la interrelación entre los
entes, de lo cual va a dar cuenta posteriormente el lenguaje.
3. Reflexione en torno a las implicaciones políticas del modelo del rizoma aplicado
al lenguaje.
El mundo ha perdido su pivote, el sujeto ni siquiera puede hacer ya de dicotomía, pero accede
a una unidad más elevada, de ambivalencia o de sobredeterminación, en una dimensión
siempre suplementaria a la de su objeto. El mundo ha devenido caos, pero el libro continúa
siendo una imagen del mundo, caosmos-raicilla, en lugar de cosmos-raíz. Extraña
mistificación la del libro, tanto más total cuanto más fragmentado. De todas formas, qué idea
más convencional la del libro como imagen del mundo. Verdaderamente no basta con decir
¡Viva lo múltiple!, aunque ya sea muy difícil lanzar ese grito. Ninguna habilidad tipográfica,
léxica, o incluso sintáctica, bastará para hacer que se oiga. Lo múltiple hay que hacerlo, pero
no añadiendo constantemente una dimensión superior, sino, al contrario, de la forma más
simple, a fuerza de sobriedad, al nivel de las dimensiones de que se dispone 5.
En este sentido las palabras son relevantes en tanto que sirven para
configurar el mundo:
Las palabras no son herramientas, pero a los niños se les da lenguaje, plumas y cuadernos,
como se dan palas y picos a los obreros. Una regla de gramática es un marcador de poder
antes de ser un marcador sintáctico. La orden no está relacionada con significaciones previas,
ni con una organización previa de unidades distintivas. Es justo lo contrario. La información
tan sólo es el mínimo estrictamente necesario para la emisión, transmisión y observación de
órdenes en tanto que mandatos6.
6
Ibid., p. 82.
quiere decir que el lenguaje no es abstracto, pues las palabras no poseen
significación por sí mismas, no tienen relevancia si no están inscritas dentro de un
contexto y están cargadas de intencionalidad.