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García Arriola Kenya María

Ontología II

A través de los actos de los seres humanos, la manera en que interactúan entre
ellos, sus costumbres y la jerarquía que establecen para diferenciar lo que
consideran más importante de aquello de lo que no lo es tanto, en fin, a través de
la forma en que los individuos construyen su mundo, su cultura, puede leerse la
concepción que tienen de ellos mismos, de la esencia del ser humano.

Actualmente puede verse cómo todos nuestros actos como individuos de una
sociedad son siempre hechos con miras hacia el futuro, es decir, vivimos
pensando que existe un fin último hacia el cual deben tender todos nuestras
acciones, lo cual hace que nos convirtamos en seres pasivos que se encuentran
determinados por el mundo que consideramos exterior a nosotros.

Schelling considera que dicha pasividad no es el estado natural del hombre,


sino que es un paso que éste sigue impulsado por su espíritu que desea darle
forma a aquello que le rodea. Por medio de la especulación, desea ordenarlo para
poder entenderlo, para dotar de significado aquello dentro de lo cual se encuentra
inmerso y con ello regresar a su estado inicial:

Tampoco podríamos entender cómo pudo el hombre abandonar ese estado si no supiéramos
que alberga en su seno un espíritu, el cual, desde el momento en que se elemento es la
libertad, aspira a liberarse de sí mismo, a desatarse las ligaduras de la naturaleza y sus
cuidados y a abandonar sus propias fuerzas en manos de un destino incierto a fin de regresar
algún día como vencedor y por sus propios méritos a ese estado en el que vivió la infancia de
su razón sin tener ningún saber sobre sí mismo.1

Al decir Schelling que el ser humano eventualmente regresará como vencedor al


estado en el que se encontraba en un primer momento, está intentando explicar

1
Schelling, Escritos sobre filosofía de la naturaleza, Madrid, Alianza, 1996, pp. 70 – 71.
cómo es que la especulación con la que intenta dotar de significado el mundo
debe servir tan sólo como un medio para transformar su estado ingenuo en un
conocimiento que le sirva para vivir mejor en armonía con la naturaleza de la que
es parte. El hombre tiene que utilizar la herramienta de la especulación que es
impulsada por el espíritu porque la naturaleza misma fue quien le otorgó dicha
herramienta. De aquí puede verse cómo es que el ser humano constituye aquella
vía por la cual la naturaleza adquiere conciencia y puede manifestarse de una
manera cognoscible. Es así como surge la dicotomía sujeto-objeto, en la que, en
un primer momento, se encuentra el hombre identificando conceptos con
entidades reales con el fin de ajustarlos a su entendimiento limitado.

Lo anterior no quiere decir que el ser humano se diferencie de alguna manera


con la naturaleza que le rodea, sino que, en tanto que aquel es tan sólo una parte
de ésta, debe necesariamente seguir la misma dinámica que la naturaleza, la cual
puede entenderse como actividad:

Puesto que la naturaleza sólo es el organismo visible de nuestro entendimiento, la naturaleza


no puede más que reproducir lo regular y está sujeto a una finalidad y al mismo tiempo se ve
obligada a producirlo. Pero si la naturaleza no puede producir más que lo que es regular, y
desde el momento en que lo produce con necesidad, tenemos que también en la naturaleza
pensada como autónoma y real – y en la relación de sus fuerzas – el origen de estos
productos regulares y sujetos a una finalidad tiene que probarse nuevamente como necesario,
de modo que lo ideal también vuelva nuevamente a surgir de lo real y a tener que ser
explicado a partir de él.2

El ser humano, en tanto que posee un entendimiento limitado en relación a las


fuerzas indeterminadas mediante las que actúa la naturaleza, las cuales le
resultan incognoscibles, puede jugar el papel de productor. Pero, siendo así, tiene
que crear productos que le resulten cognoscibles y que estén acotados por los
límites de su entendimiento, atribuyéndole así, significado a la naturaleza.

Es así como ésta puede parecer un resultado de las exigencias del


entendimiento humano, pues éste la obliga a arrojarle respuestas, a producir
conceptos. Pero, ya que ella se encuentra más allá de los límites del
entendimiento humano, es autónoma e indeterminable, y la manera en que actúan

2
Ibid., p. 120.
sus fuerzas permean la actividad del hombre como productor. Por lo cual, lejos de
entender los productos del entendimiento humano como meros resultados de éste,
debe tomarse en consideración que éstos se encuentran inscritos dentro de la
dinámica de las fuerzas de la naturaleza, que fungen como producto y productor y
que constituyen la actividad de la naturaleza. Esta actividad no tiende hacia un fin
último determinado, más bien tiende hacia sí misma, es decir, es inmanente. La
naturaleza tiene como fin último la preservación de su propia existencia y en tanto
que la preservación constituye el fin, no puede hablarse de teleología, sino de una
actividad infinita, de un productor que se nutre constantemente de sus propias
producciones.

Lo anterior quiere decir que la creación de los productos del entendimiento


humano es actividad pura. El ser humano especula, actúa en un primer momento
como ser pasivo para reflexionar acerca de lo que le rodea gracias a la escisión
sujeto-objeto y crear un mundo dotado de significado. Lo hace así porque es
impulsado por el espíritu que constituye parte de las fuerzas de la naturaleza,
porque ésa es su esencia y no puede ser de otra forma, esto es, actúa así de
manera necesaria. Por lo tanto el proceso descrito anteriormente sirve para el
hombre mismo, no para crear un mundo estático y artificial, en el que actúe de
manera pasiva y se encuentre determinado por éste, sino para crear significados
que puedan siempre ponerse en cuestión y que estén inscritos en la dinámica de
la actividad del hombre que tiende siempre hacia sí mismo, considerándose éste
como no como un medio, sino como un fin en sí mismo, esto es, actuando al ritmo
de las fuerzas de la naturaleza.

A simple vista, sin embargo, puede parecer que se ha abierto un abismo


infranqueable entre los productos del entendimiento humano y la naturaleza como
indeterminada, pues aunque ya se estableció la relación que tienen la actividad de
las fuerzas de la naturaleza y el entendimiento humano, no se especifica una
manera directa en que la primera ejerce su influencia sobre el segundo.

Kant, por su parte, al establecer una diferencia entre la legislación del


entendimiento que tiende necesariamente hacia el concepto de naturaleza y la
legislación de la razón, que por su parte tiende hacia el concepto de libertad,
considera necesario definir un enlace por medio del cual puedan articularse dichas
legislaciones con el concepto hacia el cual tienden aunque les resulte siempre
inalcanzable. El juicio reflexionante constituye dicha articulación, que puede él
mismo determinar sus propias leyes sin necesidad de estar inscrito y determinado
por las facultades del sujeto trascendental. Es por esto que, en tanto que está
liberado de dichas cadenas puede partir de cualquier punto arbitrario y de esta
manera encontrarse más cerca de la naturaleza y su actividad. Por lo tanto, el
objeto hacia el cual tiende éste puede entenderse como finalidad de la naturaleza:

La finalidad de la naturaleza es, pues, un particular concepto a priori que tiene su origen
solamente en el Juicio reflexionante. Pues atribuir a los conceptos de la naturaleza algo como una
relación, en ellos, de la naturaleza con fines, no se puede hacer: se puede tan sólo usar ese
concepto para reflexionar sobre ella, refiriéndose al enlace de los fenómenos en ella que es dado
según leyes empíricas.3

El juicio reflexionante puede, gracias al concepto de finalidad de la naturaleza que


él mismo se creó, tan sólo otorgarle libertad a la creación humana, en tanto que se
encuentra en el plano de la contingencia, pero no debe entenderse que por ello
pueda imponer leyes al comportamiento de la naturaleza.

Dicha libertad que se le está otorgando a la producción del entendimiento humano


resulta importante debido a que es a través de ésta que se pueden concebir los
conceptos generados por el entendimiento humano de distinta manera a la que
fueron concebidos en un primer momento, esto es, dentro de los límites de lo
determinado. Para que esto ocurra es necesario que el entendimiento se enlace
con un segundo elemento, que es la imaginación:

Cuando bajo un concepto se pone la representación de la imaginación que pertenece a la


exposición de aquel concepto, pero que por sí misma ocasiona tanto pensamiento que no se deja
nunca recoger en un determinado concepto, y, por tanto, extiende estéticamente el concepto
mismo de un modo ilimitado, entonces la imaginación, en esto, es creadora y pone en movimiento
la facultad de ideas intelectuales (la razón) para pensar en ocasión de una representación (cosa
que pertenece ciertamente al concepto del objeto) más de lo que puede en ella ser aprehendido y
aclarado.4

3
Kant, Crítica del juicio, Madrid, Tecnos, 2007, p. 91.
4
Ibid., p. 242.
Esto quiere decir que puede encontrarse en el enlace de la imaginación y el
entendimiento una nueva forma de concebir la realidad de la naturaleza, más allá
de la experimentación, que pueda otorgarle dinamismo a la creación de
conceptos, ya que éstos, en un primer momento pueden parecer estáticos en tanto
que tratan de ordenar la naturaleza y con ello crear un mundo ideal.

En el arte puede encontrarse un campo en el que es posible, a través de la


imaginación, otorgarle significaciones distintas a los conceptos creados
previamente. Con lo cual puede verse la influencia que tiene la naturaleza sobre el
hombre, pues al ser la esencia de ella actividad pura e indeterminada, se
manifiesta a través de la creación humana como múltiples posibilidades de
concebir lo cognoscible, mostrando así, cómo nuestro entendimiento es limitado y
somos parte de una inteligencia superior a nosotros que es capaz de mostrar
como la unidad de un concepto puede mostrarse como símbolo de la multiplicidad
que impera en el mundo real.

Es así como el arte puede concientizarnos de la verdadera esencia de nuestro ser,


que no debe considerarse como pasiva, es decir, no debemos determinar nuestros
actos a partir de el mundo que hemos creado con ayuda del entendimiento, pues
éste tan sólo es producción subjetiva. Debemos entendernos como seres que se
mueven al ritmo de las fuerzas de la naturaleza, ritmo que se puede entender
como actividad inmanente. Debemos hacernos conscientes de que nuestros actos
son tan sólo una manifestación de la naturaleza. El arte, al ser el enlace entre los
conceptos de entendimiento y la actividad indeterminada de la naturaleza nos
ayuda a entender esto.

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