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Ontología II
A través de los actos de los seres humanos, la manera en que interactúan entre
ellos, sus costumbres y la jerarquía que establecen para diferenciar lo que
consideran más importante de aquello de lo que no lo es tanto, en fin, a través de
la forma en que los individuos construyen su mundo, su cultura, puede leerse la
concepción que tienen de ellos mismos, de la esencia del ser humano.
Actualmente puede verse cómo todos nuestros actos como individuos de una
sociedad son siempre hechos con miras hacia el futuro, es decir, vivimos
pensando que existe un fin último hacia el cual deben tender todos nuestras
acciones, lo cual hace que nos convirtamos en seres pasivos que se encuentran
determinados por el mundo que consideramos exterior a nosotros.
Tampoco podríamos entender cómo pudo el hombre abandonar ese estado si no supiéramos
que alberga en su seno un espíritu, el cual, desde el momento en que se elemento es la
libertad, aspira a liberarse de sí mismo, a desatarse las ligaduras de la naturaleza y sus
cuidados y a abandonar sus propias fuerzas en manos de un destino incierto a fin de regresar
algún día como vencedor y por sus propios méritos a ese estado en el que vivió la infancia de
su razón sin tener ningún saber sobre sí mismo.1
1
Schelling, Escritos sobre filosofía de la naturaleza, Madrid, Alianza, 1996, pp. 70 – 71.
cómo es que la especulación con la que intenta dotar de significado el mundo
debe servir tan sólo como un medio para transformar su estado ingenuo en un
conocimiento que le sirva para vivir mejor en armonía con la naturaleza de la que
es parte. El hombre tiene que utilizar la herramienta de la especulación que es
impulsada por el espíritu porque la naturaleza misma fue quien le otorgó dicha
herramienta. De aquí puede verse cómo es que el ser humano constituye aquella
vía por la cual la naturaleza adquiere conciencia y puede manifestarse de una
manera cognoscible. Es así como surge la dicotomía sujeto-objeto, en la que, en
un primer momento, se encuentra el hombre identificando conceptos con
entidades reales con el fin de ajustarlos a su entendimiento limitado.
2
Ibid., p. 120.
sus fuerzas permean la actividad del hombre como productor. Por lo cual, lejos de
entender los productos del entendimiento humano como meros resultados de éste,
debe tomarse en consideración que éstos se encuentran inscritos dentro de la
dinámica de las fuerzas de la naturaleza, que fungen como producto y productor y
que constituyen la actividad de la naturaleza. Esta actividad no tiende hacia un fin
último determinado, más bien tiende hacia sí misma, es decir, es inmanente. La
naturaleza tiene como fin último la preservación de su propia existencia y en tanto
que la preservación constituye el fin, no puede hablarse de teleología, sino de una
actividad infinita, de un productor que se nutre constantemente de sus propias
producciones.
La finalidad de la naturaleza es, pues, un particular concepto a priori que tiene su origen
solamente en el Juicio reflexionante. Pues atribuir a los conceptos de la naturaleza algo como una
relación, en ellos, de la naturaleza con fines, no se puede hacer: se puede tan sólo usar ese
concepto para reflexionar sobre ella, refiriéndose al enlace de los fenómenos en ella que es dado
según leyes empíricas.3
3
Kant, Crítica del juicio, Madrid, Tecnos, 2007, p. 91.
4
Ibid., p. 242.
Esto quiere decir que puede encontrarse en el enlace de la imaginación y el
entendimiento una nueva forma de concebir la realidad de la naturaleza, más allá
de la experimentación, que pueda otorgarle dinamismo a la creación de
conceptos, ya que éstos, en un primer momento pueden parecer estáticos en tanto
que tratan de ordenar la naturaleza y con ello crear un mundo ideal.