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Hechos consumados: El mundo en guerra

“Es instructivo que el trabajo de los Dardenne suela clasificarse como cine social,
probablemente porque sus personajes suelen ser obreros o pobres. Implícito en esta forma
de pensar está la idea de que la pobreza es sólo un problema social, una abstracción de la
que lees en los diarios o con la que tropiezas en la calle, no un fracaso colectivo en nuestro
trabajo de ser humanos“.
Manhola Darghis, sobre El Hijo, de los hermanos Dardenne.
Estamos en un peladero cercano a un río. Hay unas pocas zarzas, una ciudad lejana y un
desfile de personas a la distancia que no hablan con nadie y que caminan con rumbo
desconocido. Una mujer despierta y no sabe dónde está. El hombre a su lado la sacó del
río medio ahogada. Ambos viven en la calle. El resto de la obra es el breve lapso en que
ambos discuten, se confiesan, se pelean, se enamoran.
Leí Hechos Consumados hace más de diez años. Sigo pensando que es la mejor obra
teatral escrita en Chile y que nuestros guiones de cine están todavía muy lejos de alcanzar
la potencia y la textura de su historia: en ese espacio mínimo, en esos dos personajes y
esa fogata alimentada con astillas están la marginalidad, el hambre, la urgencia política, la
relación romántica, el humor negro, el miedo a la muerte y la tan chilena sensación de no
tener el suelo bajo nuestros pies.
Sin embargo, no había caído en la cuenta (hasta que vi el montaje de Alfredo Castro con
José Soza y Amparo Noguera en el verano del 2010) de que la obra de Juan Radrigán es
también una historia de amor. Y es la mejor historia de amor posible, la del amor más allá
del cálculo y la proyección, más allá del coqueteo y la finta, el amor loco porque es
absurdo y sin futuro. El amor sin hijos, sin patrimonio ni esperanzas de una dulce vejez.
Pocas veces me he reído tanto en una sala de teatro, además. El humor de la obra es
negro y feroz como chiste carcelario. Los personajes de Radrigán podrán ser gente sin
educación, criados en la calle o el mundo obrero, pero no son estúpidos de buen corazón,
ni la ‘gente humilde’ idiota que uno acostumbra a ver en teleseries o malas películas
chilenas.
Estos son personajes complejos, duros, al filo de todo y enfrentando las dos verdades más
crueles de la vida: la miseria y la vejez. Suena como un ladrillazo, pero en escena el
conjunto es fascinante.
Y creo que esa fascinación está en la vereda opuesta a la mirada caritativa o piadosa de
“pobrecitos ellos que no tienen nada”. Como bien lo han sabido varios gobernantes y
animadores de televisión, pocas cosas reconfortan más y mejor a un chileno que hacerlo
sentir caritativo. Darle al ciudadano común la oportunidad de sentirse mejor persona es –
por feo que suene- uno de los mejores negocios del presente.
Hechos Consumados no busca hacer sentir bien a nadie. Los personajes en escena no
quieren piedad ni limosna. Exigen sus derechos, aun cuando lo hagan a un espacio abierto
que se parece más y más a un cementerio. Y lo más perturbador de todo, es que al final el
logro de la obra es hacerte sentir que no estás tan lejos de ellos como quisieras.
Nada es estable, dice Radrigán. Ni el trabajo, ni la familia ni el amor. Dios no responde y
quienes están al mando viven lejos, nunca los vemos y todo lo que dejan tras de sí es una
serie de órdenes sin sentido. Creemos estar seguros en nuestras vidas. Pero la verdad es
que apenas cinco meses de desempleo, a muchos nos dejarían a dos pasos de ese
descampado.
No he dicho nada del montaje de Castro: no soy experto en teatro y varios que sí caen en
esa calificación han escrito largo y tendido sobre ese trabajo.
Radrigán nació en 1937. Tenía más de cuarenta años cuando estrenó su primer texto
teatral. Hechos Consumados se estrenó en 1981 y durante mucho tiempo fue interpretada
como alegato contra la dictadura. Es algo bastante más que eso. Y que todos los conflictos
que planteó tres décadas atrás sigan sin resolver habla muy bien de quien la escribió y
muy mal de la sociedad que le rodea.
¿Por qué? Porque el mundo de estos personajes es un mundo en guerra. Como bien dijera
alguien a propósito de Vera Drake –una cinta ambientada en el Londres de los años ’50-
los pobres siempre viven en estado de emergencia.
A veces leo Hechos Consumados y reconozco ecos del lenguaje que inventó –o que
reinventó Radrigán- en películas como Huacho, de Alejandro Fernández Almendras e
incluso en los documentales de Agüero. A veces leo Hechos Consumados y me emociono
leyendo un diálogo que entiendo por primera vez recién ahora, como este de acá abajo:
EMILIO- ¿Y voh no le dijiste na?
MARTA- No po, que iba a decirle: con la cama y la comía no se ruega a nadie… Y también
que las cosas del corazón no se arreglan con palabras, porque a la juerza no es cariño.
EMILIO- Orgullosa la rota también.
MARTA- No, si no es que sea orgullosa, es que una necesita cariño de verdá, no de
mentira, ¿no vis que una ta viviendo de verdá?
O una de las declaraciones de independencia más sencillas y directas:
EMILIO: ¿Dos pasos pa dónde? No, muchas gracias, se los agradezco en el alma. Palabra,
si pudiera me pondría llorar a moco tendío de pruro emocionao, pero entiéndanme: son
muchas las veces ya las que me han obligao a dar dos pasos, muchas veces que he tenío
que decir Sí cuando quiero decir No; son muchas veces ya las que he tenío que elegir no
ser ná… No, compadre: d’aquí no me muevo.

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