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Antonio Bastidas

Poeta y religioso guayaquileño nacido en el año 1615, hijo del Cap. Jacinto de Bastidas y
de la Sra. María de Carranza y Castro Guzmán.

Perteneció a la orden de los jesuitas, a la que ingresó en mayo de 1632, y posteriormente,


basándose en sus amplios y profundos conocimientos ejerció la cátedra de retórica en el
Seminario de San Luis, donde fue también maestro del ilustre sacerdote Jacinto de Evia.

“Antonio Bastidas aparece en la cronología histórica de la poesía ecuatoriana, como el


primer poeta colonial, sus versos, forjados en el molde gongorista revelan una espontánea
disposición lírica para el cantar místico, o, simplemente panteísta y admirativo. Como
traducción de los latinos, ha sido estimada su versión de la Silva a la Rosa compuesta por
Ausonio y atribuida a Virgilio” (F. y L. Barriga López.- Diccionario de la Literatura
Ecuatoriana).

Su estilo poético converge dentro de una literatura casi de compromiso, aunque deja reflejar
algunos atisbos de emoción sincera, y para muchos, es quizás el mejor glosador con que
cuenta la poesía nacional.

Toda su vida la dedicó a las letras, la enseñanza, y sobre todo, al Evangelio, hasta que la
muerte lo sorprendió en Bogotá, el 1 de diciembre de 1681.

Todas las Historias de la Literatura Ecuatoriana hasta el presente han considerado como el
poeta más antiguo nacido en el suelo patrio al maestro Jacinto de Evia, a cuyo nombre salió
a luz en Madrid, al apuntar el último cuarto del siglo XVII, un libro en 8.º mayor con el
siguiente título: Ramillete de varias flores recogidas y cultivadas en los primeros abriles
de sus años por el Maestro Xacinto de Evia, natural de Guayaquil. En Madrid. En la
imprenta de Nicolás de Xamares, mercader de libros, año de 1675.
Pero basta leer la primera frase del prólogo «A la juventud estudiosa», para venir en
conocimiento de que, más que autor, es Evia editor de las Poesías del padre Antonio
Bastidas, su «Maestro de Mayores y Retórica», en el Seminario de San Luis, poesías a las
que añadió, como para acompañarlas, las suyas propias, junto con algunas de un tercer
poeta, el doctor Hernando Domínguez Camargo.

Jacinto de Evia

Como consta de la segunda carta del padre Bastidas al padre Bermudo, Evia es «el
discípulo y amigo por cuyo cuidado se imprimen estos dos libros» (el Ramillete y
la Invectiva), y el que facilitó su publicación prestando su nombre; y ya que es indiscutible
la importancia del volumen publicado en Madrid en 1675, como muestra primeriza
fehaciente del despertar de la poesía en nuestra vida nacional, bien merece que se ponga un
poco más de afán del puesto hasta ahora en dilucidar la personalidad de este enigmático
maestro Jacinto de Evia.

La iniciativa de formar el Ramillete y editarlo es a no dudarlo de Evia. El Ramillete marcó


una época en la historia de las letras de este país y apareció bajo el nombre de Evia para
ahorrarle a Bastidas el engorro de obtener las Licencias necesarias, dada su condición de
jesuita. En el Proemio, dedicado a la juventud estudiosa, Evia ofreció algunas Flores
poéticas cultivadas de su ingenio, los versos que pudo recoger de su maestro Bastidas y
otros pocos que adquirió después que salió de su escuela, por darle este breve honor y
gloria y pagarle, siquiera esta vez reconocido, lo que debió tantas veces a su doctrina.

El ramillete
El título mismo del libro es significativo: Ramillete de varias flores poéticas, recogidas y
cultivadas en los primeros abriles de sus años. «Recogidas» ya insinúa la mezcla de
composiciones propias y ajenas. Evia, por lo demás, está tan lejos de la menor intención de
engañar a nadie, que desde las primeras líneas del prólogo «A la juventud estudiosa», con
la mayor claridad por dos veces especifica lo que en su libro corresponde al padre
Bastidas: «Ofrezco -dice- a la juventud este Ramillete de varias flores poéticas, algunas
cultivadas de mi ingenio, y otras que tenía recogidas del Muy Reverendo Padre Antonio
Bastidas, de la sapientísima y nobilísima religión de la Compañía de Jesús, el tiempo que
fue mi Maestro de Mayores y Retórica. Califícolas con tan ilustre epígrafe, no porque
juzgue que sean de tal aseo y aliño que, por lo vistoso y galante de los poemas, le venga
nacido lo florido y honroso de este título, cuanto por haber sido los primeros partos en que
desabrocharon los abriles tiernos de mis años y la amena primavera de la edad de mi
maestro».
Como, además de los versos propios y de los de Bastidas, incluye Evia una sección
atribuida a Hernando Domínguez de Camargo, añade: «Llámole Ramillete por los varios y
diversos asuntos y argumentos que recojo en este volumen de los jardines de tres floridos
ingenios que en él propongo».
Y termina el Prólogo con una última declaración terminante: «He tomado este trabajo por
ofrecer a la florida juventud los versos que pude recoger de mi Maestro, siendo su
discípulo, y otros pocos que adquirí después que salí de su escuela, por darle este breve
honor y gloria, y pagarle, siquiera esta vez reconocido, lo que debí tantas veces a su
doctrina».
Empieza la obra con la sección de Flores fúnebres. El exordio de esta parte, después de
explicar con graves conceptos la conveniencia de esta prioridad, termina con la siguiente
declaración: «Y porque este Poético Ramillete tenga la dichosa estrena que deseo, te
advierto que estas primeras flores, con la traducción de la Rosa, son todas de mi Maestro,
porque, ya que él me enseñó erudito, quiero que acredite con estos funestos lilios y
delicadas rosas de su ingenio, las que después te ofrecerá el mío, que es gloria del discípulo
honrarse con los aciertos del Maestro, y confesar ingenuo los logros de su enseñanza». Esto
significa que son del padre Bastidas las 50 composiciones, que ocupan las páginas 8 a 61.
Bastidas poeta
Una vez que queda establecido que el título glorioso de primer poeta ecuatoriano
corresponde al padre Antonio Bastidas, tiene él derecho indiscutible a especial atención y
estudio.
Hace todavía poco tiempo, los prejuicios de la preceptiva pseudoclásica y de la romántica
apartaban los ojos con desdén de las producciones poéticas del siglo XVII, dando a sus
autores por «aventajados discípulos de la escuela culterana» en la cual «todo era
extraviarse, andar en tinieblas y delirar siguiendo paso a paso la lamentable carrera de
perdición de los poetas de la metrópoli». Ahora que las escuelas poéticas modernistas han
revalidado lo que hay de plausible   -32-   y admirable, aun a vuelta de desviaciones e
incongruencias, en la anhelante prosecución de la poesía pura que caracteriza al
gongorismo, ya ningún crítico juicioso puede tratar de locuras las audacias líricas de los
autores que figuran en el Ramillete.
Pero es preciso conservar la serenidad en la apreciación estética y no ver más de lo que hay
-peligro en que fácilmente caen los que tratan de valorar un autor ignorado o preterido.
Hay, pues, que empezar confesando que no es Bastidas un poeta superior de inspiración y
aliento propios, que revele una vida poética interna y que aporte algún latido nuevo a la
lírica universal. Es, en su época y en su escuela, un buen artífice, versificador de ordinario
impecable, fácil, suelto, ingenioso, adiestrado en las peculiaridades del habla y de la
sintaxis gongorinas, capaz de adaptarse a los más arbitrarios requerimientos de Rengifo.
Quien quiera ver la frescura y gracia con que a veces se desliza por los diez escalones de la
espinela, lea las dedicadas «A la flor de la temprana muerte del Príncipe Don Baltasar
Carlos», glosando la conocida cuarteta:

Admirad, flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer Lis de España fui,
hoy flor de ese cielo soy.

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