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des personnes, a qui ie defere, & dont Fauthorité ne peut gueres moins
sur mes actions, que ma propre raison sur mes pensées... .
... affin que ie ne demeurasse point irresolu en mes actions, pendant que
la raison m'obligeroit de Festre en mes iugemens... .
b) Ser lo más firme y resuelto que pudiese en mis acciones, y seguir con
tanta constancia las opiniones más dudosas, una vez resuelto a ellas,
como si fueran segurísimas.
Y glosa Descartes:
Imitaba en esto a los viajeros que, extraviados en algún bosque, no
deben vagar dando vueltas ( ... ) ni mucho menos detenerse, sino
caminar siempre lo más derecho que puedan, hacia un sitio fijo ( ... )
pues de este modo ( ... ) por lo menos acabarán por llegar a alguna parte
(...) Y como muchas veces las acciones de la vida no admiten demora,
es una verdad muy cierta que, cuando no está en nuestro poder discernir
las opiniones más verdaderas, debemos seguir las más probables
(podríamos llamarla «regla de la fijeza»).
¿Tienen siquiera algo que ver? Nos parece que sí, pero para poder
sostenerlo con sentido hemos de aclarar nuestra interpretación de la
regla metódica del análisis, para lo cual tendremos que ir un poco más
allá de su desnuda literalidad, tan insípidamente escueta y, en
apariencia, poco significativa.
Por ello no pueden determinarse a priori las partes en que habrá que
dividir cualquier problema, sino ir a éstos en concreto. Pues bien, en
nuestra opinión, y contemplados los problemas en su concreción
efectiva, lo que la regla segunda del método acaba por prescribir, si bien
nos fijamos, seria el reconocimiento de que es el resultado el que decide
de la pertinencia o impertinencia de la división en «partes simples»
efectuada al principio de la resolución de cada problema («principio», al
menos, en el ordo expositionis del mismo). En efecto, si no es por ese
resultado, ¿cómo podríamos saber que las partes en que hemos dividido
la dificultad son las «requeridas»? Vistas así las cosas, toda exposición
de la resolución de un problema empezará por dividir éste de tal manera
que, para quien todavía no conoce el «final», dicha división tendrá el
aspecto de un mandato imperativo «arbitrario», o por lo menos
«convencional»: podrá preguntarse cosas como «¿por qué dividir así y
no de otro modo?». Y esa división ofrecerá más bien la apariencia de la
probabilidad que la de la certeza: la certeza vendrá, si viene, cuando
esas partes simples muestren su eficacia en la producción del resultado
apetecido. Siguiéndolas, «llegaremos a alguna parte»; podría ocurrir
entonces que, como los viajeros extraviados en el bosque, lleguemos a
un punto «donde no queríamos ir» -esto es, que el resultado muestre que
hablamos errado al analizar el problema-pero, en todo caso, si no
mantenemos la coherencia con el planteamiento, ni siquiera
alcanzaremos un resultado cualquiera. Tomando un problema de los
más sencillos (por obvias razones de espacio y claridad), como el de la
reflexión de la luz del segundo discurso de la Dióptrica, podemos ver
cómo Descartes descompone la dificultad consistente en determinar
adónde irá el rayo luminoso reflejado, a fin de poder resolverla. Tras
considerar que el movimiento del rayo incidente puede analizarse como
«movimiento hacia la derecha» y «movimiento hacia abajo» -lo que le
permite trazar segmentos conforme a los cuales queda, digamos,
2
Regulae, IV, ed. Crapulli cit., pág. 18.
«contextualizado» el rayo, a su vez como segmento-, propone trazar una
circunferencia que tenga a dicho rayo por radio; esta decisión podrá
parecer «inmotivada», quizá, a quien está contemplando la exposición
del asunto (podría preguntar: «¿ y por qué no trazar un hexágono? », por
ejemplo; y sólo podría respondérsele que, con un hexágono, como se
verá, no se llegarla a un buen resultado; pero eso sólo podría decírselo
quien sabe que, trazando la circunferencia, el resultado es bueno).
Naturalmente, la circunferencia «cierra» el problema, al estatuir la
identidad del «rayo» como «radio», obteniendo así una unidad de
distancia recorrida en el mismo tiempo, lo que permitirá saber adónde
«va el rayo», supuesto el mismo tiempo: a saber, a aquel lugar que, en la
figura-espejo con la obtenida anteriormente a partir de la
descomposición del rayo incidente en su movimiento, sea el lugar
mismo adonde va otro radio. Pero esto se sabrás después; la decisión
del trazado de la circunferencia tiene la apariencia de un sea imperativo,
que se justificará por el resultado, por la llegada a un lugar tras el
camino por el bosque (en este caso, desde luego, sumamente despejado
y cómodo: el ejemplo es muy sencillo) que impide la visión del
objetivo.
III) La comparación entre las dos terceras reglas parece muy sencilla,
sobre todo si nos fijamos especialmente, tocante a la del método, en
aquel aspecto suyo que ha permitido designarla como «regla del orden»
(junto a la otra denominación -«regla de la deducción»- también
empleada para referirse a ella):
a) Conducir ordenadamente mis pensamientos, comenzando por los
objetos más simples y fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a
poco ( ... ) hasta el conocimiento de los más complejos; y suponiendo un
orden aun entre aquellos que no se preceden naturalmente unos a otros
(subrayado, claro es, nuestro).
IV) En cuanto a las dos cuartas, no nos esforzaremos aquí por extremar
una correspondencia que podría pensarse un poco demasiado artificiosa.
Se trataría, en nuestra opinión, de reglas subordinadas, secundarias, y
tampoco padecería mucho nuestra tesis si la conexión entre ambas no
pudiera establecerse de modo muy convincente. Con todo, cabe decir
que ambas son bien similares por su forma; en ambos casos se trata de
«revistar», de «recontar»:
... je n'ai jamais employé que fort peu d'heures par jour aux pensées qui
occupent Firnagination, et fort peu d'heures par an á celles qui occupent
Fentendement scul, et ( ... ) j'ai donné tout te reste de mon temps au
reláche des sens et au repos de l’esprit... 3.
Sin duda, lo más difícil sería encontrar un tipo de noción adecuada para
expresar esa unidad. Podemos hablar de Weltanschauuung, de
Denklorm, de «ideología», de «mentalidad», de muchas otras cosas, y
quizá ninguna de esas nociones sea satisfactoria. Pero alguna de ellas, o
todas juntas, tendrán que recoger lo que parece un dato histórico, y un
dato decisivo para la configuración del pensamiento de Descartes. Y
más decisivo aún según transcurría el tiempo de su vida; su
mecanicismo estático fue endureciéndose con el tiempo y ante los
ataques y, según testimonio del abate Picot, el hombre que empezó, en
la juventud, montando con gusto a caballo, prefería en su madurez
holandesa pasear en góndola por los canales, conservando el reposo
dentro de un ya apacible movimiento.