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Francia multa a Google: $57

millones
enero 21, 2019

El regulador de datos de Francia multó a Google con casi $ 57 millones, el lunes,


argumentando que el gigante de tecnología no proporcionó a los usuarios información
transparente sobre sus políticas de consumo de datos ni de cómo se usó su información
personal para mostrar publicidad dirigida a ellos.

La Commission Nationale de l’Informatique et des Libertés, CNIL, dijo que Google, con
sede en EE. UU., dificulta a los usuarios de Internet entender y administrar sus preferencias
personales en línea.

"La información proporcionada no es lo suficientemente clara", explicó el organismo


regulador, "para que el usuario entienda que la base legal de la publicidad dirigida es el
consentimiento, y no los intereses comerciales legítimos de Google".

Se trata de la primera resolución que utiliza el nuevo y estricto Reglamento General de


Protección de Datos de la Unión Europea desde que entró en vigencia el año pasado, un
amplio conjunto de reglas que estableció un estándar global que obliga a las grandes
empresas de tecnología estadounidenses a examinar sus prácticas so pena de que sean
multadas.

Google dijo que está estudiando el fallo para determinar sus próximos pasos.

"El público espera de nosotros altos estándares de transparencia y control", indicó Google.
"Estamos profundamente comprometidos a cumplir con esas expectativas y los requisitos de
consentimiento" de las nuevas regulaciones.
Esa multa se distribuyó porque la CNIL, como se llama al regulador francés, cree que Google
no es transparente en cuanto a la forma en que recopila datos sobre los usuarios y su
explicación es demasiado vaga. Google apela contra la decisión, porque no puede estar de
acuerdo con esto y cree que hace lo suficiente para ser transparente para sus clientes.

Más multas e investigaciones podrían seguir al mismo tiempo que más europeos tomen
conciencia de sus derechos digitales. Esto es lo que dijeron en una declaración conjunta el
comisario de la UE para el mundo digital, Andrus Ansip, el vicepresidente Frans
Timmermans de la Comisión Europea, la Comisionada de Justicia de la UE Vera Jourova y
la comisionada para la economía digital de la UE, Mariya Gabriel. "Lo que está en juego no
solo es proteger nuestra privacidad, sino también nuestras democracias y garantizar la
estabilidad de nuestras economías basadas en datos".
El año negro de Facebook
Las filtraciones de datos a Cambridge Analytica y las manipulaciones
informativas rusas marcan unos meses desastrosos para la red social
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Mark Zuckerberg, el pasado abril, cuando testificó en el Congreso de EE UU por el
caso de Cambridge Analytica. ANDREW HARNIK AP
JORDI PÉREZ COLOMÉ

1 DIC 2018 - 23:32 CET

Facebook tiene más de 2.000 millones de cuentas y es una herramienta central para la
información y las relaciones sociales. Las decisiones de sus directivos ya no son las bromas
de la residencia de estudiantes donde se creó en 2004. A finales de este año han cristalizado
dos sensaciones: no están claras las consecuencias sociales de la expansión brutal de
Facebook y la compañía parece más interesada en relativizar su impacto que en ayudar a
entenderlo. Mark Zuckerberg admitió en una reunión interna que estaban “en guerra” tras un
año negro en el que los casos de Cambridge Analytica y las interferencias rusas han sido solo
la cara más conocida de la crisis de la red social.
La percepción de Facebook ha cambiado. Desde 2017 la red se ha enfrentado al caso de
filtración de datos y ha ido admitiendo en comunicados dubitativos la actividad rusa en su
red. En marzo de 2018 la empresa fue acusada de servir de plataforma generadora de odio en
Myanmar, además de casos similares en Sri Lanka o Nigeria. Durante este año también, una
docena de ejecutivos y cargos importantes han abandonado la compañía. Su valor en Bolsa
cae desde julio, no por los escándalos, sino por no cumplir expectativas de crecimiento.

“La elección de Trump lo cambió todo”, dice el experiodista de The GuardianHarry Davies.
Lo sabe por experiencia. En diciembre de 2015, cuando nadie había oído hablar aún de algo
llamado Cambridge Analytica, Davies reveló sus trucos. Fuera del entorno más preocupado
por la privacidad, nadie le prestó atención. Facebook seguía, en la percepción colectiva,
"uniendo al mundo", como dice su misión.
Durante 2016 y 2017 más de una docena de informaciones, entre ellas alguna de The New
York Times, citaban a Cambridge Analytica como “ingrediente secreto” de la victoria de
Trump. Nunca pasó de un detalle más de la campaña. Pero el 17 de marzo de 2018 estalló
todo: la periodista Carole Cadwalladr firmó en el mismo The Guardian una pieza en la que
informaba sobre los 50 millones de perfiles de Facebook recopilados para Cambridge
Analytica. El revuelo fue mundial.
MÁS INFORMACIÓN

 Reino Unido multa a Facebook con 565.000 euros por el escándalo de Cambridge
Analytica

 Jack Dorsey y la directora de operaciones de Facebook hacen un mea culpa en el


Congreso de EE UU. "Fuimos demasiado lentos en actuar".

¿Qué había cambiado en dos años para que algo sabido desde hacía tiempo provocara tal
escándalo? “Es complejo y tiene mucho que ver con la dinámica de los medios”, dice Paul-
Olivier Dehaye, uno de los activistas que sigue la pista de Cambridge Analytica desde 2015 y
que ha declarado dos veces en el Parlamento británico, la segunda el martes pasado. “En
marzo pasaron tres cosas: una, un vídeo grabado con cámara oculta [por Channel 4] que
mostraba que Cambridge Analytica no era solo una agencia digital; dos, apareció la denuncia
de Chris Wylie, y tres, Facebook amenazó a periodistas" para evitar la publicación del
artículo.
El documental de Channel 4 revelaba que SCL, la empresa madre de Cambridge Analytica,
había trabajado en países en desarrollo con trampas como provocar a los adversariospara que
cayeran en fotos comprometidas. Wylie, un canadiense con el pelo teñido de rosa que había
dejado Cambridge Analytica en 2014, sitió "remordimientos" por la victoria de Trump y se
consideró obligado a dar la cara "por responsabilidad". El caso tenía ahora un villano,
Cambridge Analytica, y un héroe, el joven canadiense.

 “Esta búsqueda desesperada de respuestas a la victoria de Trump alimentó un interés


considerable por Cambridge Analytica y probablemente hizo que pareciera más importante de
lo que es", asegura Davies. Aún no había respuestas a la pregunta clave: ¿cómo pudo ser que
ganara Trump? "Decir que casi un 50% de votantes piensa de forma parecida a Trump es
inaceptable para muchos, en mi opinión. Es más reconfortante pensar que alguien ha
engañado a esos votantes con estrategias ilegítimas", dice Ángel Cuevas, investigador de la
Universidad Carlos III que lleva años trabajando sobre Facebook.

Cómo surgió Cambridge Analytica


En 2014, un joven estudiante de psicología de Cambridge, Alexander Kogan, creó una
aplicación para conocer tu personalidad con presuntos fines académicos. Más de 270.000
personas se la descargaron en Facebook. Por un permiso de la red ahora eliminado, Kogan
pudo quedarse con los datos de esas 270.000 personas y de todos sus amigos. Su objetivo
declarado era definir tipos básicos de personalidad a partir de los likes de Facebook de esos
perfiles. Esos datos fueron la base del trabajo de Cambridge Analytica.
¿Para qué? Así lo explicó Wylie en el Parlamento: “Puede aparecer así un perfil de gente más
dada a creer en conspiraciones que permite predecir la probabilidadde que sean más
receptivos a anuncios con webs o noticias falsas”. Una vez definidos qué likes o intereses
hacen que un individuo sea más proclive a ser, por ejemplo, neurótico, Facebook permite
orientar la publicidad a gente similar. Así, un anunciante puede aportar 10.000 clientes
definidos según esos rasgos y pedirle a Facebook que le busque un millón de personas
parecidas. Un detalle importante es que nadie más ve esos anuncios: existen solo para un
grupo de votantes pero nadie más puede valorar su contenido.
La labor de Cambridge Analytica añadía presuntamente ese dudoso factor emocional a lo que
ya hacen miles de empresas: identificar los perfiles de sus clientes y afinar al máximo qué
tipo de publicidad les envía. ¿Fue determinante Cambridge Analytica en el resultado de las
elecciones en las que venció Trump y el referéndum que tuvo como consecuencia el Brexit?
Es poco probable. Ahora bien ¿Los anuncios personalizados en Facebook modificaron el
resultado? Es más probable, según estudios académicos.
El mérito ruso
Pero además están los rusos. Rusia presuntamente intervino de dos formas en la campaña de
las últimas elecciones presidenciales de EE UU: una, mediante su intrusión en los servidores
del Partido Demócrata y la divulgación de sus contenidos; otra, con una campaña para
fomentar el enfrentamiento y la desinformación de los votantes. Facebook fue una
herramienta extraordinaria para la segunda. Según Facebook, 126 millones de americanos
tuvieron acceso a información publicada por agentes rusos. Si, por ejemplo, los rusos
accedieron a datos sobre likes (o Kogan les pasó los suyos) su intento de manipulación pudo
tener una base más sólida. El Parlamento británico dice tener correos electrónicos que
explican cómo desde Rusia se recopilaron en 2013 datos personales de Facebook con un
sistema similar al que usó Cambridge Analytica. Si se confirma, sería una noticia aún peor
para la red social.
El debate sobre estas elecciones sigue abierto, pero no es irreal pensar que Facebook pudo
tener un papel. Días después de las elecciones, Zuckerberg dijo que era una “idea bastante
disparatada” pensar que las noticias falsas hubieran decidido la victoria de Trump. La
precipitación con que expresó su opinión no ayudó. Gracias a una investigación de The New
York Times se ha sabido ahora que el interés dentro de la compañía por destapar la operación
rusa no fue desmedido. La número 2 de Facebook, Sheryl Sandberg, ralentizó la
investigación interna y la publicación de los resultados. La empresa parecía más interesada en
disimular que en enmendarse. "Hay maneras de entender el impacto, pero esto requiere
acceso a unos datos que solo Facebook tiene", dice Dehaye. La red no comparte ninguno de
ellos.

Mark Zuckerberg antes de su comparecencia en el Senado. LEAH MILLIS  REUTERS

No fue la única mala decisión de Facebook. En esos meses contrató a una empresa de
relaciones públicas, Definers, para criticar con mensajes dudosos a competidores y activistas.
Dos nombres han destacado: Apple y George Soros, presidente de Open Society. La campaña
contra Soros es especialmente sensible porque es un objetivo habitual de antisemitas.
"Cuando a Facebook le empiezan a caer reproches, es obvio que los grupos que le critican
estarán activos", dice Jordi Vaquer, director europeo de Open Society. "Algunos de ellos han
tenido financiación de la Open Society y otros no. Pero lo que es nuevo es que Facebook
recurra a la herramienta de los autócratas: usar el argumento de que les paga un
multimillonario para hacer daño en lugar de afrontar el problema".

El algoritmo incomprensible
Facebook dice que es solo una plataforma donde los usuarios crean los contenidos. Es una de
sus grandes mentiras. Zuckerberg no es asimilable a un director de periódico, que encarga,
edita y ordena las informaciones. Pero tampoco es una ventana transparente. Facebook decide
qué vemos y en qué orden. Son dos decisiones de gran trascendencia que suele tomar un
algoritmo.

Esta red es una agencia de noticias personalizadas sin transparencia. La eficacia de sus
anuncios, la polarización de las noticias falsas o su uso para radicalizar son factores que no se
comprenden bien desde fuera. "Solo empezamos a entender la influencia de los algoritmos en
la formación de opiniones, pero aún no tenemos estudios que comparen personas que han
estado expuestas a algoritmos con otras que no", dice Chris Bail, profesor de la Universidad
de Duke.

El objetivo del algoritmo no es ayudar a hacer un mundo mejor, sino mantenernos en la


página para que veamos más anuncios. El mejor contenido es, por tanto, el más impactante.
En una confesión extraordinaria, Zuckerberg escribió el 15 de noviembre: “Uno de los
grandes retos de las redes es que, cuando no se controlan, la gente dedica un tiempo
desproporcionadamente mayor al contenido más sensacionalista y provocador. No es un
fenómeno nuevo. Está extendido en la tele por cable y en la prensa sensacionalista. Cuando se
lleva a otro nivel, puede minar la calidad del discurso público y provocar polarización”. 

"Las redes permiten transmitir información más radical más rápido. En el pasado, la gente
[radicalizada] tenía que suscribirse a un periódico radical o reunirse en un sótano", dice
Thomas Zeitzoff, profesor de la Universidad Americana de Washington. "Pero ahora puede
leer contenido radical en redes dirigido a quien es como ella", añade.
Según Zuckerberg, Facebook dejará de promover contenido sensacionalista: dará, siempre
presuntamente, menos carnaza. Este cambio supone un riesgo: "Si la nueva versión de los
algoritmos selecciona contenido de menor interés para los usuarios, paulatinamente irán
reduciendo su tiempo en Facebook", dice Cuevas. Quizá desde dentro han visto que es su
mejor salida.

En la comparecencia de Mark Zuckerberg en el Senado estadounidense en abril, el


representante republicano Lindsey Graham le insistió en que dijera quiénes eran sus
competidores. Zuckerberg no concretaba y Graham le preguntó: "Se lo voy a decir así. Si
compro un Ford y no funciona, puedo comprarme un Chevrolet. Si estoy molesto con
Facebook, ¿cuál es el producto equivalente al que puedo recurrir?" Zuckerberg siguió dando
largas hasta que Graham le preguntó si creía que eran un monopolio. Zuckerberg replicó
entonces: "¡No tengo para nada esa sensación!"

En realidad no hay una alternativa idéntica a Facebook, pero Zuckerberg tiene razón al decir
que compite con aplicaciones que se solapan: todas quieren el tiempo y la atención del
usuario.

La combinación de millones de usuarios, tiempo de consumo y datos de cada individuo hacen


que Facebook sea una potencia única. Es en el fondo una historia de éxito impresionante. En
2006 Facebook era un coto de las universidades americanas. Hoy hay países en los que es
sinónimo de Internet. La compañía es propietaria además de Instagram y WhatsApp, dos
minas inexploradas e inabarcables.

Facebook no quiere una regulación que limite su expansión, que le obligue a vender sus
propiedades ni que le lleve ser transparente. Pero empieza a situarse en un punto en lo que
esto no va a depender de la compañía. La peor consecuencia de esta larga crisis es la
sensación de que no son una empresa a la que se puedan confiar los datos personales de una
enorme cantidad de gente. En 2017 se contemplaban los nombres de Zuckerberg y Sandberg
como futuros miembros del Gobierno. Después de un año negro, su gestión les ha cerrado esa
opción. Facebook, de momento, resiste.

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