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VICTIMIZADOS SEXUALMENTE.
Santiago de Chile
2015
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RESUMEN
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INDICE
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3.7.2. Sexo de la Víctima……………………………………………….… 48
3.7.3. Sexo del Agresor…………………………………………………... 49
3.7.4. Relación Víctima/Victimario………………………………………. 49
3.7.5. Nivel Socioeconómico…………………………………………….. 50
4. Daño y Victimización Sexual.…………………………………………………… 50
4.1. Contexto Psicojurídico………………………………………….…….……. 50
4.2. Trauma……………………………………………………………….…..…… 52
4.3. Sintomatología………………………………………………………..…….. 54
4.4. Género y Agresiones Sexuales…………………………………….….….. 56
III.- METODOLOGIA.…………………………………………………………………..…. 60
1. Enfoque Metodológico……………………………………………………...….. 60
2. Tipo de Estudio…………………………………………………………….…..… 60
3. Enfoque Teórico-Metodológico…………………………………….…........... 61
4. Selección de la Muestra………………………………………………...……… 62
4.1. Características de la Selección de Participantes del Estudio……..… 62
4.2. Criterios Mestrales…………………………………………………..…….. 63
4.2.3. Criterios de Inclusión……………………………………….….….. 63
4.2.4. Criterios de Exclusión.…………………………………….….…… 64
5. Técnica de Recolección de Datos……………………………………..……… 64
6. Estrategia de Análisis e Interpretación de Datos…………………….….….. 66
7. Criterios de Validez…………………………………………………….……...... 68
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1.4.1. (Re)significación de la Victimización Sexual…………..…...... 90
1.4.2. Percepción del Ofensor…………………….………………..….. 93
1.4.3. Percepción de Daño…………………………….……………..… 95
2. Codificación Axial…………………………………………..…………………... 98
3. Codificación Selectiva………………………………………….……….…....... 105
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I.- PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA
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:::::::::::
1.- Marco Contextual y Relevancia:
Asimismo, podemos ver que la preocupación por dichas formas de transgresión no solo
se limita a ser una problemática social, sino que también se encuentra contemplada en
programas gubernamentales y dentro del mundo jurídico, esto último al ser tipificadas
como delito de acuerdo a nuestro Código Penal, en tanto vulnera un bien jurídico
protegido, en este caso la libertad sexual (para víctimas mayores de 14 años) y la
indemnidad sexual (para menores de 14 años) (Mandiola, 2008).
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De esta forma, considerando el marco psicosocial y jurídico descrito, es que la psicología
forense presenta una especial relevancia al constituirse en una rama auxiliar al sistema de
justicia, a partir del entendimiento fenomenológico de las agresiones sexuales. En este
sentido, dado que el Ministerio Público no solo tiene la labor de investigar y probar la
ocurrencia de la trasgresión sexual misma, sino que también el distinto impacto y
gravedad que ejercen estos hechos sobre la víctima, es que la pericia psicológica se
constituye en un medio de prueba generalmente utilizado por las Fiscalías, adquiriendo
importancia de acuerdo al Art. 314 que señala lo siguiente: “procederá el informe de
peritos siempre que para apreciar algún hecho o circunstancia relevante fueren
necesarios o convenientes conocimientos especiales de una ciencia, arte u oficio”
(Ministerio Público, 2008; p.19).
Siguiendo la misma línea, cabe resaltar que son dos las solicitudes psicolegales
recurrentes en los peritajes psicológicos en delitos sexuales, correspondiendo la primera a
la evaluación de credibilidad del relato y la segunda a la evaluación de daño. Si bien la
pericia de credibilidad ocupa un rol importante como medio de prueba utilizado por parte
de la Fiscalía para intentar probar la ocurrencia de los hechos materia de investigación, el
segundo tipo de solicitud resulta trascendental para estimar en qué medida se ha visto
alterado el desarrollo psicosocial y sexual de un sujeto aún en desarrollo, lo que se
constituye en un poderoso factor a considerar en los agravantes del delito, especialmente
tomando en consideración los Artículos 69 y 368 del Código Penal, los cuales incorporan
en la sentencia la extensión del daño causado y las dinámicas relacionales del evento
abusivo (Ministerio Público, 2010). Por otra parte, resulta necesario precisar que la
evaluación de daño no solo se circunscribe al ámbito penal, sino que también puede ser
solicitada por Tribunales de Familia con un énfasis puesto en los antecedentes
proteccionales para el niño y/o adolescente.
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de socio/familiares, que sean compatibles con vivencias de transgresión asociadas a una
victimización sexual, esto en consideración a la fenomenología del delito y de la
significación que la víctima le otorga a dicho evento (Ministerio Público, 2010).
De este modo, podemos señalar que las secuelas de una agresión sexual se vivencian de
un modo distinto de acuerdo a un compendio de variables incidentes, entre los que se
incluye el ciclo evolutivo que cursa la víctima, diferencia que se traduce no sólo en el
espectro sintomático mayormente esperable para uno u otro grupo de individuos, sino que
también con respecto al modo en que se inscribe el evento sexual como recuerdo, y la
forma en cómo éste se integra en el conjunto de significados y cosmovisión del afectado,
el que cambia notoriamente si es un prescolar o adolescente.
Al mismo tiempo, puede presuponerse que las implicancias y huellas psíquicas que tiene
una agresión sexual para un sujeto también podrían variar de acuerdo al factor género de
la víctima, esto al considerar que la subjetividad de un individuo es sexuada, vale decir,
que de acuerdo a la cultura dominante nos constituimos como sujetos masculinos o
femeninos, siendo éste el eje trasversal desde el cual se asienta nuestra identidad,
vínculos y nuestra manera de mirar el mundo (Bourdieu, 2000), por lo que si incluimos
factores socioculturales e históricos que originan y mantienen estereotipos que rodean a
lo femenino, masculino y el tipo de sexualidad que envuelve a ambas categorías, desde
aquellos elementos se clasificaría a las acciones abusivas en lugares distintos de acuerdo
al género con el que se haya formado un individuo. En este sentido, un evento como la
agresión sexual pudiese impactar de manera diferente en cada persona según estos
términos, por lo que se constituye en un factor importante a tener en cuenta a la hora de
describir y comprender el impacto del delito en las vidas de quienes vivencian una
agresión sexual.
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Ahora bien, desde la revisión bibliográfica se advierte que los estudios que toman en
consideración esta última variable (género) tan relevante para la configuración subjetiva
del delito por parte de la víctima, son escasos (Walker, Carey, Mohr, Stein y Seedat en
Losada, 2012). Asimismo, se observa que gran parte de estas investigaciones limitan sus
alcances en intentar pesquisar una posible sintomatología diferenciada en hombres de
mujeres, intentando así, observar el daño a través de los síntomas. Al respecto, es
necesario precisar que el daño psíquico se considera más abarcativo que los mismos
síntomas, en tanto existen niños asintomáticos, sobreadaptados o con manifestaciones
sintomáticas que no necesariamente se presentan de forma reactiva al evento abusivo
(Silva y Venegas, 2004). De este modo, se hacen necesarios estudios que busquen
profundizar en el impacto que genera la inscripción de la agresión sexual a nivel subjetivo
de sujetos femeninos y masculinos, no desde una mirada comparativa, sino más bien, en
un intento de encontrar una fenomenología común a esta variable que vaya más allá de
los síntomas.
Al mismo tiempo, la relevancia del enfoque de género radica en otorgar una igualdad de
derechos y oportunidades a partir de las diferencias de cada persona según su sexo, por
lo que en cualquier procedimiento, tal como lo es la evaluación pericial de daño o
programas de intervención, entre otros, se estima fundamental que se considere a esta
variable como una necesidad dentro del contexto de los derechos humanos. De ahí la
relevancia de la presente investigación, al intentar dar luces de cómo es significado este
tipo de vivencias abusivas a la luz de la incidencia del género y especialmente en la
configuración de la masculinidad.
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2.- Pregunta de Investigación:
¿Cuáles son los discursos que emergen en los adolescentes varones que han sido
transgredidos sexualmente por un ofensor de sexo masculino respecto de la construcción
de su masculinidad?
3.- Objetivos:
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II.- MARCO TEORICO
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1. MASCULINIDAD
En este sentido, los factores que operan en dicha construcción se encuentran insertos en
lo que corresponde al modelo ecológico (Bronfenbrenner, 2002), es decir, entendiendo al
ser humano como un sistema global en el cual se interrelacionan transversalmente
elementos del mismo individuo, de su plano interaccional, como también factores sociales
de su entorno más próximo y elementos socioculturales.
Respecto de este último nivel, entendido como lo macro, se concibe a la cultura como un
rasgo distintivo de lo humano, siendo definida como un conjunto de conocimientos
compartidos por un grupo de sujetos que tienen una historia en común y que participan en
una misma estructura social, refiriéndose de este modo a la forma de vida de los
miembros de una sociedad (Giddens, 2000). Al mismo tiempo, destaca que la cultura es
organizada y es organizadora a través del lenguaje, medio por el cual se transmiten los
conocimientos adquiridos colectivamente, los que a su vez contienen las creencias
míticas, por lo que a partir de aquellos conocimientos se construyen las normas y reglas
que organizan a la sociedad (Morin, 1994).
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representaciones no solo dependen de variables fisiológicas y/o psicológicas, sino que
necesariamente inciden en su conformación, factores socioculturales e históricos que
moldean la construcción social de la realidad (Grossman, 1992).
En este sentido, el modo en que se perciben los comportamientos, tanto propios como de
los demás, están moldeados por la constitución de creencias culturales que se han
aprendido por medio de la socialización, los que de acuerdo a Araya (2002), serían
representativos de la cultura dominante. De esta forma, el contexto macro en que nos
desarrollamos, interactuamos y nos vinculamos, como parte de la sociedad occidental a la
que pertenecemos, corresponde a los mandatos de la cultura patriarcal, siendo éste el
modelo hegemónico que transversalmente está presente en el mundo con influencia
judeo-cristiano desde miles de años (Herrera, 2011).
Al respecto, este último tipo de cultura se define como un sistema social imperante en que
hombres y mujeres se encuentran en grupos desiguales, siendo los hombres quienes
detentan el poder, predominando de esta forma, una jerarquía de dominación que ejercen
a niveles superiores los varones (Eisler en Araya, 2002). Al mismo tiempo, Herrera (2011),
refiere que al ser de tipo hegemónico, todas las construcciones creadas social y
culturalmente están atravesadas por este tipo de ideología, por lo que se reproduce en
todas las esferas de la cotidianeidad, incluidas las relaciones afectivas. Conjuntamente,
Castell (1999) plantea que dicho sistema al ser una estructura básica de todas las
sociedades contemporáneas, inevitablemente incide en todos los sujetos que la
componen, siendo a la vez, la familia patriarcal el núcleo que la fundamenta y mantiene.
1.2.- Género:
Este concepto es definido como una construcción social respecto de las diferencias
sexuales biológicas entre ambos sexos y desde la cual se determinan las características
psicológicas y patrones comportamentales entre hombres y mujeres, siendo además
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adquirido durante la socialización (Hardy y Jiménez, 2001; Batres, Recinos y Dumani
2002).
En este sentido, a través de este proceso se constituye en cada individuo una identidad
de género, que les permite reconocerse y ser reconocidos por los demás como sujetos
femeninos o masculinos, siendo a la vez el marco desde el cual se definen y regulan las
relaciones sociales (Olavarría, 2000). Complementando lo anterior, Moldenhauer y Ortega
(2004), dan cuenta que si bien el individuo está determinado por los cromosomas
sexuales y el desarrollo de las características sexuales secundarias, es la identidad de
género la que le otorga a cada persona el sentido de pertenencia a lo masculino o
femenino, esto de acuerdo a las reglas establecidas socioculturalmente.
Por otra parte, cabe precisar que el género no constituye una forma de práctica en
particular, sino que es una forma de estructurar la práctica social en general, esto bajo
una forma de dominación desde lo masculino que usa los medios de violencia de género
como forma de mantener aquella forma de interacción (Connell, 1997), y que de acuerdo
a Bourdieu (2000) sería legitimizada y naturalizada, expresándose tanto a nivel manifiesto
como de forma simbólica en las interacciones cotidianas.
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Al mismo tiempo, Amorós (1990), señala que el conjunto de varones como género-sexo
se constituye mediante un sistema de prácticas reales y simbólicas, siendo la
autodesignación la que desempeña el papel de articularlas. En este sentido, el hombre
paradigmático no existe, sino que sería un invento social, de modo que no puede ser sino
el conjunto metaestable de pactos o acuerdos entre varones por el cual se constituye el
colectivo de éstos como género-sexo, a la vez que el patriarcado sería el constructo
metaestable de aquellos pactos (Ibid).
A la vez, esta misma autora señala que a pesar de variados cambios sociales que
emerjen desde el siglo pasado y que se han acentuado en estas últimas décadas, sigue
vigente la violencia de género, la que se traduce por ejemplo, en que si bien una gran
cantidad de mujeres ha ingresado al ámbito público mediante el ejercicio laboral
remunerado, no han abandonado el espacio privado, el que no deben descuidar al ser
considerado como propio de ellas (Añon, s/f). De este modo, dichos cambios sociales no
han implicado una redefinición de la esfera pública/privada, sino que ésta se lleva a cabo
en las mismas bases de poder asentadas en la desigualdad (Ibid).
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En este sentido, a modo de explayarse en el párrafo anterior, destaca que sería el mundo
social el que otorga a la corporalidad y realidad biológica una realidad sexuada, es decir,
cargando al cuerpo de percepciones, atribuciones y pautas de comportamiento de orden
sexuante (Bourdieu, 2000). Así, de acuerdo a este mismo autor, el género al encontrarse
organizado en torno a lo reproductivo y biológico, se define en base a la corporalidad y los
procesos de reproducción humana por los que atraviesa el individuo durante su ciclo vital
(despertar sexual, relaciones sexuales, proceso de embarazo, parto, cuidado del niño,
entre otros). No obstante, tal como se señaló anteriormente, dicho nexo con lo
reproductivo es estrictamente social, es decir, que a pesar de ciertas características
diferenciadoras a nivel biológico entre hombres y mujeres, es desde dicha diferencia
donde se funda arbitrariamente un conjunto de representaciones sociales (Ibid).
Al mismo tiempo, hay una inculcación colectiva respecto del concepto de cuerpo y la
forma de utilización de éstos, asociando a lo femenino lo penetrable, lo receptivo y la
maternidad, a la vez que a lo masculino se le otorgan características ligadas a la virilidad
y la cualidad de penetrar, entre otros, por lo que el principio fundamental de división de
género está dado por la asociación entre lo masculino/activo y femenino/pasivo, siendo
éste principio desde donde se organiza, dirige y expresa el deseo masculino como
posesión y dominación erótica sobre lo femenino (Bourdieu, 2000). En este sentido, los
cuerpos femeninos son considerados como apropiables, penetrables, situados como
objeto de deseo y a la mujer proveedora de ese placer, siendo así cosificado y visto como
un producto mercantil, y a los varones como deseantes de ese producto (Blanco, 2009).
De este modo, es en el cuerpo donde se viven las discriminaciones del sexo, que a su vez
están a la base de las relaciones de poder (Ibid).
En tanto, Bourdieu (2000) refiere que existe una exaltación de la virilidad, la que se
expresa a través de ritos que otorgan un sentido de pertenencia a lo masculino, a la vez
que excluye de manera perpetua a lo femenino, considerándose a esta última categoría
como una especie de entidad negativa caracterizada por la privación de las propiedades
masculinas. De esta forma, nuestra realidad se ha formado en base a paradigmas
centrados en lo androcéntrico, en la cual la identidad de género masculino se construye a
partir de la referencia y oposición con el otro, es decir, ser hombre significa no ser mujer,
paradigma que a la vez se constituye en un esencialismo y universalismo (Ibid).
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Siguiendo la misma línea, Bourdieu (2000) define a este esencialismo como sexismo,
aludiendo que es el que presenta mayor rigidez en contraste con otros como el racismo o
clasismo, siendo por tanto el más difícil de desarraigar. Al respecto, este anclaje tiene que
ver con que la individuación es sexuada, en tanto forma parte de la subjetividad más
íntima de un sujeto (Araujo y Rogers, 2000). Conjuntamente, destaca que el sexismo al
ser una forma de esencialismo opera a nivel constante y sublime en todas las capas de la
sociedad, por mucho que su manifestación mute en consideración al contexto
socio/histórico/cultural, por lo que simbólicamente ha estado y está presente en los
discursos y estructuraciones del espacio, de las interacciones, relaciones y afectos, entre
otros (Bourdieu, 2000).
En este sentido, las divisiones del mundo social, concretamente las relaciones sociales,
se han instaurado en base a la diferenciación del sexo, clasificando todas las prácticas
según distinciones que se reducen a la oposición entre lo masculino y lo femenino, lo que
a su vez recibe su necesidad de ser insertada en un sistema de oposiciones homólogas,
tales como alto/bajo, adentro/afuera, adelante/atrás, entre otros, adoptando el género
masculino para juzgarse una de las categorías constitutivas taxonómicas dominantes
(Bourdieu, 2000).
1.4.- Masculinidad(es):
¿Cómo se forma la masculinidad?, ¿Cómo se hace de un hombre un hombre?
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contexto socioeconómico, cultural e histórico, por lo que su manifestación está circunscrita
a un determinado contexto específico (Olavarría, 2000).
Dentro de esta cultura patriarcal en que todos nos desenvolvemos, se levanta una forma
de masculinidad que es definida en la literatura como “hegemónica”, imperando ésta
como una normativa que se incorpora en la subjetividad y construcción de la identidad de
hombres y mujeres, buscando regular al máximo la relación entre éstos, normalizando las
conductas de poder por parte de los varones, a la vez que también subordina a los
hombres que no cumplen a cabalidad su deber de lo que implica “deber ser un hombre”,
siendo ellos mismos el patrón por el cual se comparan y son comparados (Olavarría,
2000, 2004).
Por otra parte, destaca que esta masculinidad hegemónica también es dinámica, en tanto,
se ha ido transformando, observándose que desde los últimos siglos ha tendido a
predominar un tipo de pensamiento que Bourdieu (2000) define como falocéntrico, el que
consiste en una exaltación de la virilidad. De esta forma, se aprecia que la masculinidad
se ha sexualizado, por lo que sus representaciones simbólicas están asociados al falo y al
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hecho de poseerlo, siendo de esta forma el órgano sexual masculino un instrumento que
mide la virilidad y representa la masculinidad (Barbosa en Hardy y Jiménez, 2001).
En este sentido, autores como Hardy y Jiménez (2001), dan cuenta que las conquistas
amorosas, multiplicidad de parejas heterosexuales, erección del pene y penetración,
corresponderían a símbolos de autoafirmación de la virilidad, encontrándose la
satisfacción sexual en la genitalidad y penetración. De esta forma, los roles sexuales en
base a dichos elementos serían una norma social respecto de lo que debe ser el
comportamiento de los hombres (Connell, 1997).
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pacto del patriarcado a partir de un actuar que no es del todo convergente con lo que se
espera de ellos, siendo también excluidos de dicho círculo de legitimidad, lo que se
advierte en la utilización de un vocabulario que denigra a estos individuos bajo el rótulo de
“mariquita”, “hijito de la mamá”, “madre”, entre otros, resultando esto homologable a la
femeneidad (Connell, 1997).
Dado los cambios sociales que se han advertido desde las últimas décadas, los que han
flexibilizado los roles de género, dicho modelo hegemónico de masculinidad ha entrado en
cuestionamiento por un gran número de varones, en tanto, provoca malestar,
incomodidad y tensión a muchos individuos, dado que perciben los mandatos de la cultura
patriarcal como una especia de “carga” que limita sus interacciones sociales. De este
modo, desde las últimas décadas estamos atravesando una crisis de la masculinidad, la
que se encuentra relacionada con la pérdida de los espacios de poder de lo masculino,
viéndose de esta forma, disminuídas las convicciones imperantes de la cultura patriarcal
(Araujo y Rogers, 2000).
Siguiendo la misma línea, Herrera (2011), señala que dicha crisis postmoderna aqueja
principalmente a varones de nivel socioeconómico alto, en tanto el concepto de hombre
heredado desde sus generaciones anteriores no calzaría con sus actuales perspectivas.
Al respecto, tal como lo ejemplifica Fernández (2009), no es lo mismo observar la
construcción de masculinidad en un hombre adulto mayor de bajo nivel socioeducacional
que en un joven de educación superior.
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En este sentido, dado el contexto descrito se advierte la emergencia de una nueva forma
de masculinidad, siendo ésta definida como “emergente” y que surge como un
cuestionamiento a los mandatos culturales dominantes.
A pesar de lo anterior, existen autores que ponen en entredicho esta nueva masculinidad,
en tanto, a pesar del discurso cuestionador de lo hegemónico, en esta nueva forma de
masculinidad sigue inalterable el lugar de supremacía de los varones respecto de las
mujeres, por lo que dicha masculinidad emergente no necesariamente está planteada
bajo parámetros no patriarcales (Fernández, 2009). Siguiendo esta última línea, de
acuerdo a Olavarría (2000) y Álvarez (2006), la emergencia de la masculinidad emergente
coexiste con la mantención de los mandatos del patriarcado, por lo que si bien existen
varones que tratan de diferenciarse, dicho modelo dominante les permite continuar
haciendo uso del poder sobre las mujeres, aunque ahora desde algo más sutil. De esta
forma, si bien la forma hegemónica de masculinidad tendería a ser practicada cada vez
por un número menor de hombres, la gran mayoría la legitima mediante una masculinidad
cómplice, en tanto participarían de sus dividendos (Connell, 1997).
Por otra parte, a pesar de los cambios acaecidos en las últimas décadas en Chile
respecto de las prácticas de género, los estudios realizados dan cuenta que la
construcción de la masculinidad está basada en el mandato imperante de la cultura
patriarcal, advirtiéndose en los discursos de los entrevistados características valoradas
positivamente en torno de lo que debe ser un varón, basadas éstas en los estereotipos de
género (Olavarría, 2000, 2001). Asimismo, este último autor (2001), refiere que existirían
cinco ámbitos en los cuales los varones chilenos dan cuenta discursivamente de una
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superioridad sobre las mujeres en lo que respecta a la construcción de sus identidades y
relaciones de género, siendo estas: autonomía personal, sexualidad, el cuerpo, relaciones
sociales y la posición asignada en la familia.
Al respecto, este mismo autor señala que a través de ritos por los que atraviesa el
individuo en su ciclo vital intenta validar su masculinidad, siendo el primer gran rito de
iniciación la perdida de la virginidad con una mujer. En este sentido, si bien dicho rito no
presenta la liturgia de los pueblos ancestrales, persigue la misma finalidad, que es adquirir
los mandatos para ser incorporados al mundo de los hombres. Del mismo modo, la mujer
y lo femenino representan el límite de la masculinidad, por lo que los hombres que pasan
dicho límite se exponen a ser estereotipados como no pertenecientes al mundo de los
varones, siendo entonces marginados y tratados de forma inferior (Gilmore en Olavarría,
2001).
Por otra parte, en una investigación más reciente realizada en nuestro país, se advierte la
prevalencia de la masculinidad hegemónica en los entrevistados, la que se presenta de
manera generalizada, aunque de una forma sutil. En este sentido, a pesar que la
emergencia de nuevas masculinidades es bien recibida, al explorarse en profundidad en
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los discursos se observa que éstos corresponden a una versión suavizada del modelo
hegemónico (Álvarez, 2006).
En este sentido, este último concepto se entiende como derechos inherentes a todas las
personas, por lo que buscan satisfacer necesidades básicas para que los sujetos puedan
actuar como un agente moral, es decir, para desenvolverse de manera libre, responsable,
y racional, protegiéndolas a la vez, ante cualquier tipo de abuso y arbitrariedad de poder
(Añon, s/f).
Al respecto, lo anterior queda pasmado en una Declaración de parte de los Estados que
integran las Naciones Unidas en el año 2000, en la cual las Naciones reafirman su
determinación a desplegar esfuerzos que se encaminen al respeto por los Derechos
Humanos, entre los que se incluye el compromiso a promover la igualdad entre los sexos
(Servicio Nacional de la Mujer, 2007).
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Mujer de las Naciones Unidas en el 2004, en los cuales se releva el papel de los hombres
para el logro de la igualdad de género (MenEngage, 2014).
2. ADOLESCENCIA
¿Qué entendemos por Adolescencia?
Al llevar a cabo una revisión histórica de aquel concepto y sus implicancias, se advierte
que la adolescencia es un fenómeno bastante reciente, surgiendo como una construcción
social en la sociedad occidental recién durante el desarrollo de la industrialización. En
este sentido, destaca que en las sociedades preindustrializadas la adolescencia como
proceso era inexistente, considerándose entonces que los niños eran adultos en la
medida que maduraban físicamente y eran aptos para el trabajo. En tanto, en la
actualidad se aprecia que este período, entendido como una transición de la infancia a la
adultez, es un fenómeno global que está presente en casi todas las culturas, aunque
adoptando diferentes formas dependiendo del contexto en que se sitúe (Papalia,
Wendkos y Duskin, 2010).
De este modo, es difícil dar una definición inequívoca de la adolescencia, en tanto cada
sociedad define a este grupo dependiendo de sus propios parámetros, esto con un
carácter dinámico, por lo que la perspectiva de este concepto se puede transformar
(Fernández, 2009). Por tanto, la interrelación de múltiples factores socioculturales
incidentes otorgará diversas manifestaciones de lo que es la adolescencia. Así, un joven
será distinto en la cultura occidental que en una tribu de África, o un adolescente en el
presente en contraste con 40 años atrás, o dentro de una misma cultura y momento
histórico, dependerá también de factores tales como el nivel socioeconómico y
educacional, entre otros (Silva, 2007).
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A la vez, al entender este concepto como una construcción social, se concibe que la
adolescencia no sólo responde a la incidencia de factores socioculturales, sino que
también vivenciales del mismo individuo, por lo que la subjetividad surge de una
interrelación entre elementos del desarrollo de la persona, con aspectos colectivos
relacionados a los grupos sociales (Fernández, 2009). En este modo, dado que la
adolescencia se debe observar desde una óptica que integre el entrelazado de dichas
variables, las que se conjugan en la construcción subjetiva de aquel proceso, es
necesario plantear este proceso como adolescencias.
Por otra parte, si bien variados autores han circunscrito dicho proceso en un determinado
rango etáreo, esto depende del lente teórico con que se le observe, por ejemplo, de
acuerdo a la Organización Mundial y Panamericana de la Salud se sitúa entre los 10 y los
19 años o desde una mirada sociocultural concibiendo que dicho proceso no tiene un
inicio ni final marcado, en tanto dependerá del contexto en que se desenvuelva cada
persona (Silva, 2007). No obstante, se aprecia que la tendencia mayor para situar este
proceso, está entre el comienzo de los cambios puberales y el tiempo en que se
encontrarían consolidadas dichas transformaciones, además de las correspondientes
modificaciones psicosociales que se observarían alrededor de los 19 años
aproximadamente (Santillano, 2009).
Al mismo tiempo, es necesario complementar dicha postura con lo planteado por Guerino
y Rogers (2001), quienes refieren que si bien durante el curso del desarrollo de un
individuo los procesos de cambio están presentes de manera permanente, transversal y
dinámicamente, es en la adolescencia donde se lleva a cabo el cambio más abrupto y
vertiginoso, en tanto involucra, tal como se señaló anteriormente, fuertes alteraciones a
nivel biológico, psicológico y social.
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2.1.- Cambios Biológicos:
En este sentido, durante la adolescencia el ser humano vive una verdadera revolución
hormonal, en tanto se secretan niveles glandulares de andrógenos y sobre todo de
dehidroepindrosterona (DHEA), siendo éstos crecientes en comparación con su
manifestación durante la infancia, por lo que ahora participarán en el crecimiento del vello
púbico, axilar y facial, así como en un crecimiento corporal más rápido, y que
posteriormente dará paso a la gonadarquía, que se refiere a la maduración de los órganos
sexuales, encontrándose de esta forma, estrechamente relacionada con la emergencia de
los cambios físicos (Papalia et al., 2010).
En tanto, destaca que si bien dichos cambios se presentan como una irrupción en la vida
del sujeto, el desarrollo físico es sólo una parte de esta etapa, por lo que desde una
comprensión biopsicosocial, a pesar que este proceso es impulsado por factores
biológicos, su expresión estará definida en parte por aspectos culturales (Papalia et al.,
2010).
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2.2.- Cambios Psicológicos:
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En tanto, cabe destacar que otro factor relevante en la composición de la identidad en los
adolescentes se refiere al autoconcepto, el que surge en torno a los cambios físicos
derivados del desarrollo, dado que éstos provocan una alteración de la imagen de la
corporalidad, del sentido del yo y de la forma de relacionarse con el mundo (Silva, 2007).
En este sentido, el físico cobra gran importancia durante la adolescencia en lo que
respecta a la conformación del autoconcepto y autoestima, en tanto los jóvenes pueden
idealizar su cuerpo, o por el contrario, al sentir desagrado por su imagen corporal
disminuir o perder seguridad en sus relaciones sociales (Ibid).
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Al mismo tiempo, asociado a los nuevos escenarios en que el joven se desenvuelve, se
advierte un pseudoalejamiento de sus progenitores, en tanto las relaciones familiares se
vuelven conflictivas y ambiguas, lo que se podría comprender desde una mirada
psicodinámica por una reestructuración de la significación de los padres, quienes habrían
sido idealizados durante su infancia (Guerino y Rogers, 2001). De este modo, el
adolescente comienza a construir una nueva percepción de éstos, a los que ahora
tenderá a desidealizar, ya no concibiéndolos como omnipresentes y todopoderosos,
siendo remplazada por una imagen mucho más realista (Santillano, 2009).
En este escenario, en esta etapa se amplían las relaciones con los coetáneos, las que se
vuelven más intensas, constituyéndose los pares en una fuente importante de apoyo
emocional, solidaridad, orientación moral y comprensión para el adolescente (Papalia et
al., 2010). Al mismo tiempo, aquellas relaciones se constituyen en un espacio de
construcción psicológica, dadas las nuevas experiencias de posicionamiento social del
joven fuera del grupo familiar, espacio donde se ensayarán y perfeccionarán nuevas
destrezas sociales, las que le serán útiles en el mundo adulto (Guerino y Rogers, 2001;
Santillano, 2009). De este modo, es durante el período de la adolescencia cuando mayor
importancia tiene el grupo de pares, en contraste con cualquier otra época de la vida de
un sujeto, siendo en este momento cuando los jóvenes dependen más de los amigos que
de los padres o de otros (Papalia et al., 2010).
Considerando lo anterior respecto del gran nivel de incidencia que tienen los coetáneos
para el adolescente, es que éstos también se constituyen en una fuente de presión para el
desarrollo de determinados comportamientos en el joven y de la adecuación de éste a las
normas grupales, por lo que la necesidad del adolescente de reconocimiento y aceptación
grupal, hace que sus pares regulen su comportamiento (Domínguez en Santillano, 2009;
Silva, 2007).
29
Por otra parte, en este período también surgen las relaciones amorosas y vida sexual,
tópicos en los que se ahondarán en el próximo apartado. Al respecto, dichas relaciones
tienen gran importancia, por cuanto le darán un nuevo matiz al sistema de relaciones que
establecen los adolescentes, además que desde éstas se comenzarán a conformar las
bases de lo que serán sus próximas relaciones de pareja y también su futura familia
(Santillano, 2009).
En primera instancia, es necesario precisar que la sexualidad forma parte del desarrollo
normal del individuo durante su ciclo vital, en tanto se concibe a la persona como un ser
sexuado. No obstante, su manifestación variará dependiendo de la etapa de vida de cada
persona, además de ser el resultado de la interrelación de variables biológicas,
psicológicas, culturales e históricas entre otros.
Al mismo tiempo, de acuerdo a una línea freudiana, cabe señalar que en las etapas
anteriores, especialmente en la primera infancia, el placer estaba dirigido hacia el mismo
sujeto de manera perversa y polimorfa, no obstante, es en la adolescencia donde se
manifiesta hacia un otro en una forma similar a la sexualidad de los adultos (Freud,
1905). De esta forma, de acuerdo a Moldenhauer y Ortega (2004), en este periodo
existiría un despertar de la sexualidad, aumentando en la persona un gran interés por
todo lo relacionado a dicho ámbito, por lo que el joven despliega conductas que buscan
saciar sus dudas y despejar sus temores.
En este escenario, surge la atracción física y afectiva hacia un tercero, por lo que el
adolescente comienza a establecer relaciones románticas a través de las cuales buscará
30
satisfacer los nuevos deseos que le impone su cuerpo, esto mediante besos, caricias y
contacto genital (Guerino y Rogers, 2001; Silva, 2007; Moldenhauer y Ortega, 2004),
buscando nuevas experiencias para ampliar su intimidad y de esta forma investigar sobre
el amor y probar su madurez sexual, entre otros (Silva, 2007).
En tanto, dada la interacción entre las relaciones amorosas y las relaciones con sus
pares, el adolescente prestará una especial atención en cómo pudiera afectar una
relación romántica en su posición con sus coetáneos (Bouchey y Furman en Papalia et
al., 2010).
Respecto de la orientación sexual, es dable señalar que las investigaciones dan cuenta
que es la heterosexualidad la que predomina en casi todas las culturas conocidas, esto a
pesar que la adolescencia es una etapa en la cual las fantasías, atracciones o
experiencias homosexuales pudieran darse en mayor medida que en otros períodos, lo
que no obstante, no determina la orientación sexual (Papalia et al., 2010). A pesar de esto
último, resalta que dichos contenidos tenderían a ser marginados o excluidos por los
mismos adolescentes, considerando el poder que tiene el grupo de pares sobre el
individuo y en cómo dicho grupo se constituye como el principal referente de lo que debe
ser la sexualidad. De este modo, existe en los jóvenes la presión por alejarse del rótulo de
ser afeminado, homosexual o lo que se parezca a dicha categoría, lo que intentarían
demostrar mediante la competencia y el sobresalir en este tipo de actividades (Álvarez,
2006).
En cuanto al rito de iniciación, el que se entiende como la primera relación sexual, cabe
señalar que éste ocupa un lugar preponderante en los jóvenes, tanto por sus expectativas
y temores, entre otros, por lo que no resulta extraño que los adolescentes se entrenen a
31
sí mismo fantaseando con vínculos amorosos y relaciones sexuales (Riutort y Cancino en
Silva, 2007).
32
de género con el propósito de intentar alcanzar esa masculinidad dictada como norma
(Olavarría, 2000, 2001, 2004).
En este sentido, es importante señalar que la asociación entre dicho rito y la masculinidad
se sostiene en la reafirmación de una heterosexualidad activa, siendo éste uno de los
mandatos principales del modelo hegemónico (Olavarría, 2001). Por tanto, la iniciación
sexual heterosexual sería el primer gran ritual que sostiene la masculinidad, antecediendo
a otros que se llevarían a cabo en épocas posteriores de la vida: incorporación al mundo
del trabajo y la paternidad (Ibid).
Por otra parte, de manera coligada a lo anterior, se advierte que la importancia de las
relaciones amorosas y del grupo de pares se encuentra directamente relacionada a la
conformación de la masculinidad durante este período. En este sentido, respecto de las
primeras, éstas le permitirán al joven poder afirmar su identidad masculina, dándole a la
vez, sentido afectivo y sexual a dichas interacciones, constituyéndose del mismo modo en
un aprendizaje para la futura vida en pareja y convivencia. En cuanto al grupo de pares,
dada la importancia que éste constituye para el adolescente y de la socialización que
33
deriva desde dichas interacciones, es de importancia resaltar que en investigaciones
nacionales los sujetos refieren que éste sería el grupo más recordado e influyente en lo
relativo a la conformación de sus identidades heterosexuales (Olavarría, 2001).
Al hacer un recorrido histórico que nos permita comprender el rol que ha ocupado el niño
a lo largo del desarrollo de la sociedad occidentalizada, nos damos cuenta que éste ha ido
variando dependiendo del contexto cultural e histórico en que se sitúe. En este sentido, se
advierte que mayoritariamente ha sido concebido como un ser invisibilizado y sin
derechos, llegando a ser considerado por ciertos períodos como angelical y libre de
34
pecado, hasta llegar a ser un sujeto de derechos en épocas más contemporáneas. No
obstante, de manera transversal a la posición que ha ocupado, hay elementos comunes
que se han presentado de forma contínua, tal es el caso del maltrato ejercido desde el
mundo adulto, el que incluye la violencia sexual.
En este sentido, la utilización de niños para satisfacer deseos sexuales en los adultos es
una situación que data desde las épocas más remotas, lo cual queda plasmado en
investigaciones realizadas por DeMause, citado en Intebi (1998), quien da cuenta que en
la antigüedad el niño vivía en un ambiente de manipulación sexual, ejemplo de esto es
como se le consideraba en la antigua Roma y Grecia, en donde los jóvenes eran
utilizados como objetos sexuales por hombres mayores.
De igual forma, DeMause refiere que con la irrupción del Cristianismo se instaura una
nueva concepción de la infancia, siendo considerados desde entonces como seres
inocentes, puros, incontaminados y sin conocimiento carnal, por lo que socialmente se
reprobaban los contactos sexuales con éstos. A pesar de esto último, los registros de
aquella época indican que la victimización sexual no habría cesado, e incluso desde las
posturas moralistas se sostenía que era el mismo niño quien debía impedir que abusaran
de él (Intebi, 1998).
En tanto, desde el siglo XVIII se advierte que el mundo adulto comienza a relacionarse de
una nueva forma con la infancia, instalándose desde aquel período la intrusión de la
relación paterno filial, concibiéndose así a la crianza como una posibilidad de formar a los
niños, guiarlos y enseñarles a adaptarse a lo que será el mundo adulto (Intebi, 1998), lo
que se acentúa en el siglo venidero, aunque ahora centrándose en una reflexión sobre la
naturaleza de los cuidados básicos y protección que la sociedad debía otorgarles (Barudy,
1998).
35
Por su parte, a pesar de tales acercamientos sociales, fueron las teorías Freudianas sobre
la sexualidad infantil las que sacaron este tema de lo que Finkelhor (1980), refiere como
consecuencias de la oscura época victoriana, hacia el campo de la discusión científica.
Así, las experiencias sexuales en la niñez jugaron un papel relevante en las primeras
teorías de Freud sobre la neurosis, quien propone en 1896 una explicación revolucionaria
de los trastornos mentales, aludiendo que la etiología de la neurosis radicaba en traumas
sexuales ocurridos en la infancia (Intebi, 1998), esto a pesar que el mismo Freud se
retracta en 1905 de su denominada teoría de la seducción (Calvi, 2005).
En este sentido, el trabajo de Freud adquiere gran importancia no sólo porque marca un
punto de partida a través del cual se comienza a develar la temática de las agresiones
sexuales, sino también por el estudio de las repercusiones que éstas tendrían en la vida
adulta de las personas que la vivencian, dando pie al surgimiento de nuevos trabajos, tal
como lo es la obra de Ferenczi en 1933 “la confusión de lenguas entre los adultos y el
niño”, que describe las secuelas del trauma sexual en la vida adulta (Calvi, 2005).
No obstante, a pesar de los estudios realizados a comienzos del siglo pasado en torno a
esta temática, aún no era considerado como una problemática social, es decir, reconocido
en el interior de un contexto de interacción social amplio, como lo es toda la comunidad
(Barudy, 1998).
36
3.2.- Antropología de las Agresiones Sexuales:
Por otra parte, al considerar el tabú del incesto, ello como la prohibición de las relaciones
entre miembros de un mismo grupo familiar, surge la interrogante respecto de la
universalización del abuso sexual infantil, no solo desde la especie humana, sino desde
estudios etiológicos que refieren a modo de ejemplo que los animales que viven en sus
ecologías naturales cuentan con mecanismos biosociales que impedirían el acto sexual
entre los animales que estén vinculados por el apego (Barudy, 1998).
De esta forma, de acuerdo a la evidencia antropológica, se sugiere que el tabú del incesto
como una forma de restricción sería algo virtualmente universal, al igual que el contacto
sexual entre niños y adultos, el que a pesar de su ocurrencia, está prohibido en la mayoría
de las culturas, por lo que las relaciones sexuales entre un adulto y un niño sólo estarían
permitidas en algunos casos enmarcado esto en una circunstancia ritualista y no
connotada como algo sexual (Finkelhor, 1980).
Por su parte, Levi-Strauss, citado en Barudy (1998), señala que tal prohibición como regla
sería de origen social, pero puede suponerse la existencia de un componente que sería
presocial, es decir que sería de origen natural, constituyéndose en la regla que marca el
paso de la naturaleza a la cultura. Por su parte, de acuerdo a Barudy (1998), constituyen
una regla fundamental para proteger a los menores del abuso sexual por parte de los
adultos, asegurando, por ende, la supervivencia del grupo y de la especie.
37
Por tanto, de acuerdo a los autores antes mencionados, la victimización sexual infantil,
sería la consecuencia de un trastorno del tabú del incesto, transgresión que se produce al
interior de la matriz biológica y social de base que debería posibilitar al infante convertirse
en una persona sana a nivel biopsicosocial, malversando aquellos adultos sus funciones
respecto del cuidado y socialización de los niños, esto al utilizarlos para sus propios fines
(Ibid).
Al mismo tiempo, Barudy (1998) refiere que en nuestra sociedad y cultura operan dos
poderes hegemónicos que facilitan la ocurrencia de este tipo de ofensas; el patriarcado y
la hegemonía generacional impuesta por el mundo adulto, que se direccionan de manera
bidireccional entre las personas con los distintos subsistemas que componen la sociedad,
los que lejos de ser característicos de la modernidad, se han presentado desde tiempos
remotos.
Así, Barudy (1998) plantea que la ideología patriarcal juega un rol fundamental en la
génesis del abuso sexual, por cuanto en esta ideología los hombres están investidos de
38
un poder casi absoluto sobre la mujer y los niños, en la que implícitamente está la noción
que hasta sus cuerpos son de su dominio. De esta forma, desde dicho factor se
desprenden creencias que quedan arraigadas en los individuos, tales como la obediencia
y sumisión a la autoridad del hombre, lo que a su vez, se perpetúa por medio de la
socialización. Por tanto, tal poder de lo masculino es algo incuestionable dado que en la
cultura es a ellos a quienes se le atribuyen ciertas cualidades tales como la fuerza,
autoridad, protección y la competencia (Ibid). Así, la victimización sexual se daría de
manera común en nuestra sociedad debido al grado de supremacía masculina existente
(Finkelhor, 1980).
Complementando lo anterior, destaca lo referido por Calvi (2005), quien da cuenta que el
patriarcado no solo designa una forma de familia fundada en el poderío paterno, sino
también otorga el sustento de la estructura social.
En tanto, cabe destacar que el grupo familiar cumple un rol preponderante a la hora de
comprender fenomenológicamente los delitos sexuales infantiles, por cuanto, es en dicho
ámbito donde se traspasan las creencias culturales y sociales antes descritas, esto a
través de la socialización primaria y también porque es en aquel espacio donde se llevan
a cabo mayoritariamente este tipo de actos abusivos (Restrepo, Salcedo y Bermúdez,
2009).
39
industrializada, emergiendo entonces relaciones más estrechas y directas, a la vez que
también cambia la división de roles, los que se llevarán a cabo en función de dos ejes: el
doméstico-afectivo, el cual es atribuido a la mujer y el eje racional/agresivo, el cual es
atribuido al hombre, a la vez que se consigna dicho espacio como privado y desde el cual
no se permite el acceso de lo público. Así, la concepción de la familia como un “recinto
privado”, alimentada por la ideología de que la mujer es propiedad del marido y los hijos
patrimonio de los padres, constituye un obstáculo para la detección de cualquier tipo de
maltrato a los niños, lo que a su vez tiene sus repercusiones hasta la actualidad
(Sanmartín en Echeburúa y Guerricaechevarría, 2005).
Por otra parte, además de los factores producidos por el modernismo, también es
necesario incluir aspectos de orden económico y político derivados desde el capitalismo,
los que también inciden en la ocurrencia de la victimización sexual infantil (Barudy, 1998).
De este modo, con la ideología capitalista los valores dominantes de la sociedad se
orientan a un consumo voraz que propicia un contexto en donde los niños corren el
peligro de ser visualizados como objetos a consumir, esto para compensar en los
victimarios carencias afectivas y relacionales resultantes de lo que el mismo Barudy
(1998) define como una atomización social.
Al respecto es necesario precisar que si bien este tipo de ofensas corresponde a una
forma de maltrato en la infancia, presenta claras diferencias fenomenológicas respecto de
40
otras formas de maltrato durante aquella etapa (Mebarak, Martínez, Sánchez y Lozano,
2010).
En este sentido, Aguilar y Salcedo (2008) definen el abuso sexual como una modalidad de
agresión que se caracteriza por actos de violencia física o psicológica, ejercidos por un
perpetrador con un propósito sexual definido, diferenciándolo a la vez, de otras formas de
maltrato básicamente por las repercusiones que conlleva en la víctima, siendo éstas de
tipo psicosexual, afectivo, social y moral.
A su vez, Barudy (1998) define los distintos tipos de actos de transgresión sexual
indistintivamente como un abuso sexual, cuyo mensaje maltratador es transmitido por los
comportamientos sexuales del victimario, constituyéndose en un profundo y grave
atentado contra la integridad física y/o psicológica de las víctimas, siendo incluso
comparado por este autor como un asesinato moral de los niños.
41
relativos al término legal de la infancia y el marco jurídico de los delitos sexuales, de
acuerdo a la legislación de cada país (Cantón y Cortés, 2007).
De esta forma, dichos elementos descritos son recogidos en las principales definiciones
del abuso sexual infantil, tal como lo refiere por ejemplo la National Center of Child abuse
and Neglect en 1978, según la cual el abuso sexual infantil es entendido como los
contactos entre un niño y un adulto, cuando éste usa al niño para estimularse
sexualmente (Mebarak et al., 2010).
Por su parte, Kempe en Barudy (1998), define el abuso sexual como “la implicación de un
niño o de un adolescente menor en actividades sexuales ejercidas por los adultos y que
buscan principalmente la satisfacción de éstos, siendo los menores de edad inmaduros y
42
dependientes y por tanto incapaces de comprender el sentido radical de estas actividades
ni por tanto, de dar su consentimiento real. Estas actividades son inapropiadas a su edad
y a su nivel de desarrollo psicosexual y son impuestas bajo presión -por la violencia o la
seducción- y transgreden tabúes sociales en lo que concierne a los roles familiares”
(Barudy, 1998; p. 161).
A pesar de lo anterior, es necesario hacer la salvedad que el abuso sexual también puede
ser cometido por otro niño cuando éste es significativamente mayor que la víctima o
cuando está en una posición de poder o control sobre el afectado (Echeburúa y
Guerricaechevarría 2005).
Por otra parte, considerando ahora la dimensión legal de las agresiones sexuales
infantiles, dicha conducta constituye una vulneración grave de los derechos reconocidos
en nuestra Constitución Política, además de estar contemplado en los tratados de
Derechos Humanos suscritos por el Estado de Chile, en este caso, la Convención sobre
los Derechos del Niño (Ministerio de Salud, 2011). Al mismo tiempo, se constituye en un
delito, en tanto vulnera un bien jurídico protegido; la indemnidad sexual en menores de 14
años y libertad sexual en jóvenes mayores de esa edad, de acuerdo a la Ley 19.927 del
Código Penal (Mandiola, 2008).
43
profesor, vecino, entre otros) y extrafamiliares (léase un extraño a la víctima),
estableciéndose dinámicas diferenciadas en cada tipo de agresión.
Por su parte, Summit en Intebi (1998), analiza cinco patrones conductuales diferenciados
que aparecen en el abuso sexual: el secreto, desprotección, atrapamiento y acomodación,
la revelación tardía y la retractación, señalando que los dos primeros son requisitos
44
indispensables para que el abuso ocurra, mientras que los tres restantes se constituirían
en sus consecuencias.
En tanto, Perrone y Nannini (1997) mencionan que el abuso sexual tiene lugar con
posterioridad a una preparación de la situación abusiva por parte del ofensor, a la vez que
el acto abusivo en sí, se instauraría bajo la denominación de lo que refieren como
“hechizo”, en el cual el agresor no solo seduciría a la víctima, sino que también la
confunde y le hace perder el sentido crítico, quedando por tanto, el niño atrapado en una
alineación con el ofensor, es decir siendo colonizado por dicho sujeto. De esta forma, en
primera instancia se produciría una efracción, es decir, a través de la cual el agresor hace
notar a la víctima que sus límites están rotos y no puede diferenciarse a sí mismo del otro,
para posteriormente producirse una captación del niño, instaurándose la dinámica abusiva
que finalmente le permiten introducir señales en éste a fin que se anticipe a
comportamientos abusivos predefinidos, pudiendo así cronificarse el abuso (Ibid).
Del mismo modo, cuando la situación abusiva se transforma en algo crónico, comienzan a
funcionar los mecanismos adaptativos para acomodarse no sólo ante las demandas
sexuales crecientes, sino ante el descubrimiento de la traición, dado que hasta ese
momento, aquel sujeto pudo haber sido percibido por el niño como una figura protectora,
afectuosa y amable. De esta forma, la víctima se acomoda a las experiencias traumáticas
mediante comportamientos que le permiten sobrevivir en lo inmediato, para lo cual
mantiene una fachada de pseudonormalidad (Intebi, 1998)
Finalmente, Intebi (1998), refiere que a medida que se instalan sentimientos de culpa y
vergüenza, las víctimas tienden a aislarse de su entorno social, acompañado esto de una
desvalorización personal generalizada y repercusiones en su autoestima. De esta forma, y
condicionado por sentimientos de vergüenza, temor y traición, es probable que surjan
sentimientos de coparticipación respecto del ilícito.
45
Por otra parte, respecto de los tipos de agresiones extrafamiliares, destacan
fenomenológicamente dos tipos de ofensas, las cometidas por sujetos conocidos de la
víctima y por desconocidos. Al respecto, por mucho que ambos se encuentren en un
mismo grupo, su accionar, dinámica abusiva, estrategias de victimización, de
silenciamiento, entre otros, presenta radicales diferencias entre sí. En este sentido,
Salinas (2011) postula que en los abusos extrafamiliares cometidos por desconocidos
sería esperable un evento único ejecutado mediante la coerción física y amenaza, dado
esto por la ausencia de interacciones previas y, por ende, de desconocimiento de la
víctima con el victimario.
De esta forma, se advierte que el accionar de los ofensores conocidos se distancia del
tipo de agresiones extrafamiliares cometidos por desconocidos, observándose así, que
este tipo de transgresiones presenta una mayor similitud con las victimizaciones en un
contexto intrafamiliar.
3.7.- Epidemiología:
Diversas son las investigaciones que se han llevado a cabo por tratar de pesquisar
estadísticamente la tasa de ocurrencia de las agresiones sexuales, no obstante, éstas
presentan resultados disímiles dependiendo de la metodología de investigación
empleada, sea mediante la utilización de estudios de incidencia o prevalencia (Losada,
2012).
46
Respecto de la incidencia, ésta se entiende como el número de casos de agresiones
sexuales denunciados o detectados por autoridades oficiales en un período de tiempo
determinado (Wynkoop, Capps y Priest en Losada, 2012). No obstante, dicha forma de
aproximarse estadísticamente a este fenómeno no está exento de críticas, en tanto sus
conclusiones varían dependiendo de la legislación de cada país y del momento histórico,
por lo que constituiría más un índice del funcionamiento de los profesionales y entidades
sociales que del número real de abusos sexuales que se han llevado a cabo (Losada,
2012).
Similar postura se aprecia en lo expuesto por Villagra (s/f), quien refiere que los datos
oficiales no representan la real tasa delictual, dado que aquellos estudios al sustentar sus
resultados exclusivamente en casos ingresados al sistema formal, sólo reflejarían un
porcentaje de las agresiones sexuales, no abarcando así la denominada cifra negra.
A pesar de lo anterior, es necesario resaltar que si bien los estudios de prevalencia dan
un mayor acercamiento a la tasa negra, aún no se logra conocer la verdadera magnitud
de este evento, en tanto, estudios de auto-reporte dan cuenta de una prevalencia delictiva
sexual mucho más alta de lo que se cree. En este sentido, destacan dos investigaciones
longitudinales prospectivas de personas adultas con historias documentadas de agresión
sexual durante su infancia, en las que se encontraron que más del 30% de los sujetos que
47
respondieron no informaron sobre sus experiencias abusivas (Williams en Berliner y Elliot,
2002).
A la vez, diversos autores explican dicho fenómeno dada la aparición de algún grado de
desarrollo de carácteres sexuales físicos, no obstante, las víctimas aún continúan siendo
niños con su respectivo grado de inmadurez psicológica (López, en Echeburúa y
Guerricaechevarría, 2005). Del mismo modo, el descenso de las victimizaciones
aparecida la adolescencia, se podría comprender por una posible mayor resistencia ante
el accionar del perpetrador, de acuerdo a lo reportado por López, Hernández y Carpintero
en Cantón y Cortés (2007).
48
Finkelhor en Losada (2012), señala que de acuerdo a una revisión realizada en 21 países
sobre la prevalencia de las agresiones sexuales en niños, se encontró que el 3% de los
varones y el 7% de las mujeres, sufrieron abusos durante su infancia.
A la vez, en un meta-análisis más reciente realizado por Pereda, Guilera, Forns y Gómez-
Benito en Mebarak (2010), se advierte que con la intención de establecer datos de
prevalencia a nivel mundial, se revisan artículos de 22 países, distinguiendose que un
7,9% de los hombre y un 19,7% de mujeres habría sufrido alguna forma de abuso sexual
antes de los 18 años de edad (Mebarak et al., 2010).
Asimismo, se aprecia que los estudios realizados entre el año 1946 y el 2011, darían
cuenta que la prevalencia oscilaría en un orden del 18,9% en mujeres y 9,7 % en varones,
por lo que una de cada cinco mujeres y uno de cada diez hombres habría sido víctima de
abuso sexual (Losada, 2012). A la vez, dicho porcentaje presenta correspondencia con
estudios de incidencia a nivel nacional, los que refieren que al mes de Junio del año 2010,
el Servicio Nacional de Menores, registró un total de 6.194 casos por abuso sexual, de los
cuales un 75% correspondían a mujeres (Ministerio de Salud, 2011).
Los estudios dan cuenta que dicha figura corresponde de manera predominante a
varones, siendo éstos porcentajes mayores al 80%. En este sentido, Mebarak et al.,
(2010), refieren que los porcentajes varían entre el 80% y el 92%, a la vez, que Aguilar y
Salcedo (2008), refieren un porcentaje del 99% donde el agresor sería hombre. Al
respecto, dichos antecedentes son convergentes con datos oficiales de Gendarmería de
Chile, donde se señala que en el año 2004 la totalidad de las personas recluídas por un
delito sexual correspondía a varones (Macchino, 2007).
La mayoría de los abusos sexuales son cometidos por sujetos que presentan un grado de
parentesco o son conocidos de la víctima. En este sentido, Echeburúa y
Guerricaechevarría (2005), dan cuenta que la mayor parte de los abusos se desarrolla al
interior del Hogar.
49
Al respecto, Finkelhor en un meta-análisis realizado en el año 1994, da cuenta que en el
80 % de los casos, los agresores eran personas conocidas por la víctima, lo que a la vez,
es consistente con estudios nacionales que refieren que entre un 70 y 80% de los casos,
el agresor corresponde a un familiar o conocido del niño (Maffioletti y Huerta, 2011).
Por otra parte, cabe mencionar que desde las últimas décadas, se observa un aumento
de la incidencia en los casos de victimización sexual infantil (Losada, 2012), lo que podría
ser explicado también por la mayor visibilidad en la agenda pública de esta problemática,
el impacto de los programas de denuncia social, cambios en la legislación y el comienzo
de la reforma procesal penal, entre otros (Ministerio de Salud, 2011). Sin embargo, la
prevalencia no ha presentado variaciones significativas.
50
principalmente desde programas de prevención y reparación, a la vez que el mundo
judicial desde la penalización del mismo, principalmente.
Respecto de esto último, destaca que las agresiones sexuales a niños y adolescentes se
encuentran tipificadas como delitos, en tanto, se vulnera un bien jurídico protegido; la
libertad sexual (mayor de 14 años), que se entiende como el derecho de cada sujeto de
elegir con quién, cómo, cuándo y dónde tener relaciones sexuales, y la indemnidad sexual
(menor de 14 años), que se comprende en que la persona no tiene un desarrollo
psicosexual necesario para expresar su voluntad en el ejercicio de la sexualidad,
dependiendo ambos elementos del factor etáreo de la víctima al momento de la comisión
del delito, encontrándose a la vez dichas conductas abusivas contempladas en el Art.
19.617 del Código Penal (Mandiola, 2008).
51
equilibrio (Daray en Silva y Venegas, 2004). Por tanto, la evaluación de daño (en el
contexto pericial) adquiere importancia en la medida que intenta establecer el nexo causal
entre el ilícito y las repercusiones de dicha acción, es decir, la lesión psíquica derivada del
evento abusivo (Ministerio Público, 2010).
Conjuntamente, Salinas (2011) plantea que el daño derivado de una transgresión sexual
debe comprenderse como un fenómeno multicausal, en tanto las repercusiones estarán
mediadas por la presencia de lo que dicha autora refiere como variables intervinientes,
que contempla elementos tanto de índole contextual como idiosincráticos. Siguiendo la
misma línea propuesta por Salinas, el daño se enmarca en la subjetividad de la persona,
por lo que una vivencia de aquella naturaleza si bien presenta elementos mnomotéticos,
es una evaluación ideográfica, es decir; ante una misma situación abusiva existen
diferencias individuales respecto de cómo se configura el daño. De este modo, no resulta
fácil establecer dicho nexo causal y unívoco entre delito y daño, en tanto, existen causas
múltiples en torno a una determinada alteración (Esbec en Silva y Venegas, 2004).
Finalmente, es dable señalar que para establecer una posible relación entre un evento
abusivo y los efectos derivados, se deben evaluar criterios atingentes a las características
del evento abusivo, repercusiones de la vivencia, relación temporal entre la victimización y
sus consecuencias y la emergencia sintomática, además de la intensidad entre el evento
estresante y su relación con la gravedad del daño (Orengo en Ministerio Público, 2010).
4.2.- Trauma:
Respecto del concepto de trauma, éste deriva del griego y significa herida (Carvajal,
2011). Al respecto, es necesario hacer la distinción de evento traumático y trauma
52
psíquico, ya que desde el conocimiento lego se tiende a confundir y/o dar como similares
a tales conceptos, esto bajo la premisa del paradigma centrado en la situación traumática,
el que refiere que dada la intensidad extrema del evento dañino, se manifestarán un
conjunto de alteraciones expresadas en una pérdida de control de las respuestas
emocionales y cognitivas (Pignatiello, 2006).
No obstante, el mismo autor plantea que dicho paradigma resulta limitado al momento de
entender el fenómeno del trauma, por lo que es necesario acudir a la comprensión de éste
como una realidad psíquica, en la cual el impacto no sólo depende etiológicamente de un
hecho objetivable, sino que sería el resultado de operaciones subjetivas que hacen
constituir a dicha vivencia como traumática (Ibid). En este sentido, al adoptar aquella
perspectiva, ya no se comprende el trauma como una incapacidad del sujeto de
responder a una experiencia extrema, sino que dependerá de una respuesta subjetiva que
la persona le confiere al hecho y la valoración de éste respecto del riesgo de la integridad
psíquica (Pignatiello. 2006).
Sin perjuicio de lo anterior, esta última autora refiere que existen acontecimientos que
necesariamente devienen en traumatismo, haciendo hincapié en las agresiones sexuales,
especialmente en el incesto, refiriendo que dichas acciones provocarían secuelas
devastadoras para el psiquismo infantil (Calvi, 2005).
Por otra parte, Pignatiello (2006) refiere que el trauma no necesariamente se instala al
momento de la ocurrencia del evento, sino que se podría manifestar durante el contínuo
vital de la persona, cuando la escena abusiva alcanza al recuerdo con una intensa carga
de afectos displacenteros, volviéndose en aquel instante como traumática.
53
disociación como un mecanismo habitual en este tipo de victimizaciones, el cual es
entendido como el impedimento de asociación entre dos cosas (Intebi, 1998) o tal como
refiere Freud, correspondería a la falta de integración entre pensamientos, sentimientos y
experiencias (Freyd, 2003), resultando adaptativo en la medida que evita conectarse con
lo doloroso o con significados dañinos, impidiendo así que las emociones que genera un
evento traumático invadan la vida de una persona descontroladamente desorganizando
su funcionamiento cotidiano, lo que le permitiría al sujeto poder convivir con lo
displacentero y sobrevivir a la situación traumática, conservando una adaptación al
entorno (Intebi, 1998; Freyd, 2003).
4.3.- Sintomatología:
Considerando lo antes señalado, acerca del impacto psíquico que podrían producir las
situaciones abusivas, cabe preguntarse de manera específica respecto del tipo de
repercusiones que podría acarrear una conducta sexual entre un adulto y un niño. Al
respecto, si bien se ha consensuado en la literatura más actualizada la ausencia de
síntomas patognomónicos asociados a los delitos sexuales (Pereda, Gallardo-Pujol y
Jiménez, 2011), se observan variadas investigaciones que dan cuenta de un daño
coligado a este tipo de acciones (Browne y Finkelhor; Enns y cols.; Herman; Rowan y Foy
en Freyd, 2003).
54
A la vez, la literatura ha centrado sus esfuerzos en clarificar los elementos que incidirían
en un peor pronóstico, observándose en este sentido que las vivencias de abuso en los
que coexista la violencia física, penetración, cronicidad de la transgresión y una cercanía
afectiva con el ofensor, conllevarían a un pronóstico de mayor gravedad (Ministerio de
Salud, 2011; Ibaceta, 2007).
Cabe detenerse acá en el tipo de vinculación entre la víctima con el hechor y la relación
de esta variable en el pronóstico, en tanto a mayor cercanía vincular, la interacción se
torna indecodificable para el niño, por lo que surgen sentimientos de culpa y vergüenza
(De Paúl; Pérez-Albéñiz y otros en Pons-Salvador et al., 2006), a la vez que la autoestima
de la víctima se deteriora, especialmente en situaciones crónicas, dada la sensación de
indefensión persistente (Intebi, 1998).
Por otra parte, destaca que en consideración a la etapa de la experiencia traumática los
indicadores de daño presentarán diferentes características, en tanto, en la época en que
el abuso está comenzando sería más frecuente observar signos y síntomas compatibles
con el cuadro de estrés postraumático, mientras que en la fase crónica del abuso sexual,
se reconocerían otro tipo de reacciones, siendo entonces esperable conductas asociadas
a una acomodación patológica (Intebi, 1998).
55
Por otra parte, se ha observado que existe una importante variabilidad temporal de la
manifestación de síntomas, de modo que posibles alteraciones podrían aparecer de forma
reactiva a la vivencia, o también en la adolescencia o vida adulta del sujeto (MacDonald
en Pons-Salvador et al., 2006). Respecto de esto último, existen estudios prospectivos
que intentan establecer una relación a largo plazo entre el abuso sexual infantil y posibles
trastornos. Al respecto, algunas de estas investigaciones señalan que el riesgo de
presentar síntomas depresivos, ansiosos, intento de suicidio, abuso de alcohol o
Síndrome de Stress Postraumático en la vida adulta, es cerca de tres veces mayor en
niños, niñas o adolescentes víctimas de abuso que en la población no abusada
(Ministerio de Salud, 2011).
Finalmente, destaca que si bien no se ha logrado establecer una relación directa entre la
vivencia de agresión sexual y algún tipo particular de psicopatología, se han encontrado
correlaciones positivas entre aquel antecedente y determinados cuadros de morbilidad
psiquiátrica (Ibaceta, 2007). Sin embargo, se ha observado que no existe un factor
etiológico único y específico en el desarrollo de patologías, a la vez que tampoco se ha
podido establecer que los efectos de una agresión sexual deriven en un síndrome único
(Ibid), advirtiéndose por tanto, que ante la vivencia de agresiones sexuales existe una
heterogeneidad de respuestas.
Si bien en los apartados anteriores se describen las variables que inciden en el daño
asociado a las agresiones sexuales, se extrañan mayores investigaciones que integren el
concepto de género, especialmente al considerar que nos movemos dentro de roles
impregnados por la cultura patriarcal, en donde el varón es la figura que está posicionada
jerárquicamente sobre las mujeres, niños y adolescentes con un poder sobre éstos,
especialmente dentro del ambiente familiar (Ministerio de Salud, 2011), aspecto que a la
vez, hace comprensible que la gran mayoría de los ofensores sean de género masculino.
Del mismo modo, desde una visión sociocultural, los estereotipos y relaciones de género
le permiten al hombre analizar las diferentes situaciones sociales a la luz de este enfoque,
por lo que las diferencias y ópticas con que se construye la subjetividad de las personas
están influenciadas por lo social, por lo que dicho aspecto se debe tener presente al
56
momento de evaluar el daño en las víctimas de agresiones sexuales en varones. En este
sentido, en la variabilidad de las experiencias y secuelas derivadas de una agresión
sexual, es necesario también incluir la variable de género en víctima y agresor (Ministerio
de Salud, 2011).
Por otra parte, se advierte que los escasos estudios en la temática (género y agresiones
sexuales) han guiado su atención en otro ámbito, el de reconocer por ejemplos secuelas
en los varones pero no necesariamente vislumbrando la variable de género. Ejemplo de lo
anterior, son estudios con niños varones agredidos sexualmente por ofensores del mismo
género, en donde los resultados dan cuenta que cuando dichas acciones suceden más
tempranamente, de manera prolongada, con mayor severidad y ejecutados por un
miembro de la familia, las víctimas tenderían a desarrollar un vínculo inseguro (Altman en
Mebarak et al., 2010), a la vez, que en los niños abusados sexualmente con mayor
severidad, se observaría una mayor tendencia a reportar olvidos asociados a la agresión
(Ibid).
En tanto, es dable mencionar que el número de varones que refieren haber sufrido una
victimización sexual ha aumentado de manera significativa (Intebi, 1998). En este sentido,
esta misma autora da cuenta que dicho incremento en las denuncias reflejaría una
temática encubierta dado el contexto sociocultural que incidiría en subestimar dicho tipo
de acciones.
Asimismo, en una investigación realizada por Made en Losada (2012), sobre prevalencia
y la relación víctima-victimario en una muestra de estudiantes universitarios, se advierte
que los hombres que refieren haber vivenciado una agresión sexual no se consideraban
abusados durante su infancia (83%), en contraste con un 68% de las mujeres, calificando
a dicho período como normal.
57
Al respecto, algunas investigaciones indican que los estudios atingentes a niños varones
se encuentran subrepresentados, especialmente en casos de abuso sexual extrafamiliar.
En este sentido, Brassard y McNeill en Cantón y Cortés (2007), reportan como posibles
explicaciones de dicha subrepresentación variados factores; que los niños develarían
menos aquellas acciones, en tanto las perciben como menos traumáticas, a la vez que
existiría la naturaleza del tabú roto respecto de la actividad sexual/homosexual, y
finalmente, dado por las normas de socialización en el marco de género, que esperaría
como mandato que los varones sean fuertes y capaces de defenderse.
Así, a los niños y/o adolescentes les resultaría más difícil hablar de aquellas agresiones,
en tanto el modelo de masculinidad imperante daría como característica en los hombres el
uso de la fuerza física, estando por tanto, la expectativa que el varón se debe cuidar y
defender, esto dado por la socialización que fomenta la agresividad, al contrario de las
niñas en que fomenta la pasividad, por lo que la ofensa sexual vendría a atentar también
contra la autoconfianza masculina y el estigma implícito de la homosexualidad (Intebi,
1998).
Por tanto, como variable que incide negativamente en que éstos se reconozcan como
víctimas, está el estereotipo cultural que posiciona a los hombres como sexualmente
activos y a las mujeres como pasivas (Finkelhor, 1980).
En este escenario, Bolton, Morris y MacEachron, en Cantón y Cortés (2007), señalan que
los niños tendrían mayor riesgo que las niñas de ser agredidos, dado que recibirían una
menor protección social, dado que el entorno centra su mayor preocupación en las
mujeres, tanto en aspectos relativos a la prevención como en tratamientos.
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Del mismo modo, la última fuente citada, agrega que cuando la víctima de abuso sexual
es un varón, las secuelas en el núcleo familiar sería la disfuncionalidad en torno a sus
expectativas en el plano de estudios y ámbito laboral. No obstante, en el caso de ser una
víctima mujer las familias tenderían a resentir dicho suceso traumático, viéndose
truncadas las posibilidades de la niña en el futuro, asociándolas a un rol doméstico y al
matrimonio, aspecto que se daría principalmente en zonas rurales (Ibid).
Finalmente, es necesario señalar que si bien dicho factor no es del todo relevado dentro
de la literatura, lo que en cierta medida se advierte en lo señalado por Walker, Carey,
Mohr, Stein y Seedat en Losada (2012), quienes refieren que a pesar de los vastos
estudios existentes en torno a las consecuencias del abuso sexual, su desarrollo es aún
limitado, lo que se agrava cuando la víctima es hombre.
59
III.- METODOLOGÍA .
________________________________________________________
60
manifiesta un determinado fenómeno (Hernández, Fernández y Baptista, 1991). De este
modo, en lo que respecta a esta investigación, se buscó a través de los discursos que
fueron emergiendo por parte de los entrevistados, en este caso adolescentes que
reportan actos de transgresión sexual en su contra, acceder desde una mirada
exploratoria a elementos de su subjetividad relativos al proceso de construcción de su
masculinidad, para luego describirlos desde un análisis interpretativo y de esta forma
aproximarse al fenómeno que se investiga.
En cuanto a los pasos necesarios para generar una teoría en consideración a esta
estrategia metodológica, éstos responden a la categorización de la información y
61
finalmente la comparación de manera constante entre las categorías, buscando de esta
forma establecer una explicación del fenómeno.
Cabe destacar que en los criterios definidos para determinar la selección de participantes
no se consideró el nivel socioeconómico, educacional, sociocultural, ni étnico, en tanto, la
literatura muestra (Barudy, 1998; Intebi 1998) que los delitos sexuales afectan de forma
transversal a las víctimas independientemente de la presencia de aquellas variables, no
existiendo de este modo un perfil de víctima en consideración a dichos elementos.
Por otra parte, no se consideraron como factores excluyentes que el delito fuera extra o
intrafamiliar, o que la ejecución del mismo se hubiese cometido en alguna etapa particular
del ciclo vital de la víctima, así como que el delito denunciado incluya un episodio único,
62
reiterado o crónico, o en la tipificación del delito sexual. En este sentido, lo anterior se
fundamenta por una parte en la escasez de la muestra, dada la baja tasa de denuncias y
especialmente en la riqueza teórica que se podría obtener al triangular los datos que
emerjan de la sistematización de aquellos elementos.
63
4.2.2.- Criterios de Exclusión:
Déficit intelectual.
Dificultades de expresión verbal, ejemplo: trastornos de la comunicación (DSM IV
–TR) que impidan o dificulten significativamente el establecimiento de un diálogo
con el entrevistador.
64
En este sentido, estos mismos autores la definen de la siguiente forma:
Del mismo modo, esta entrevista en profundidad se caracteriza por ser semiestructurada,
en tanto, se establecen tópicos generales a indagar, los que se llevan a cabo con
espontaneidad dependiendo de la interacción entrevistado/entrevistador, es decir
presentándose con flexibilidad en cuanto la forma y orden que emerge la información,
teniendo como objetivo a la vez, otorgar una capacidad de ordenamiento al entrevistador
de los diversos ejes a abordar, pero permitiendo la aparición de otras áreas que pudieran
surgir, sin circunscribirse solo a dichos ámbitos preliminares.
En este sentido, se confeccionó una pauta inicial de entrevista con temáticas a indagar
(anexo N° 1), que incluían tópicos y preguntas generales a modo de buscar elicitar la
emergencia de reportes en los entrevistados respecto de las siguientes áreas: social,
individuo, sexualidad y victimización sexual, quedando además abierta la posibilidad de
incluir cualquier tópico propuesto por los entrevistados.
Del mismo modo, la participación de los entrevistados fue voluntaria, donde se les explicó,
tanto a ellos como al adulto a cargo, aspectos éticos tales como el fin académico de la
información aportada y la confidencialidad de su identificación, lo que se les expuso de
manera verbal y también por escrito en un documento consistente en un consentimiento
informado (anexo N° 2) que resumía los elementos que involucran la investigación.
Por otra parte, es dable señalar que considerando el contexto judicial en que se llevaron a
cabo las entrevistas, con el fin de no incidir en el proceso pericial, las áreas a tratar
presentaban convergencia con los objetivos diseñados para dicha evaluación, por lo que
ambas instancias coexistieron potenciándose mutuamente en cuanto a un tipo de
entrevista cualitativa.
65
Finalmente, es necesario señalar que las entrevistas se llevaron a cabo en dependencias
del CAVAS-INSCRIM del área pericial, siendo el perito a cargo del caso, quien estuvo a
cargo de la entrevista, siguiendo los lineamientos otorgados por el investigador a cargo de
este estudio. Al respecto, las entrevistas se efectuaron por 5 peritos (uno se repite), al
mismo tiempo que uno de éstos correspondió al investigador a cargo del presente estudio.
En lo que respecta a las características físicas del espacio donde se desarrollaron las
entrevistas, corresponde a una sala Gesell, en la cual se encontraba presente otro
profesional psicólogo (también interiorizado de la investigación y que fue diferente en
cada caso), cuya función fue controlar posibles variables de sesgo, tales como la
presencia de preguntas sugestivas u otras variables que pudieran incidir negativamente
en la entrevista, comunicándose con el perito a través de un sistema de sonopronter.
Conjuntamente, destaca que la totalidad de las entrevistas fueron grabadas en formato de
audio y/o video, herramienta que quedó íntegramente a disposición del investigador, quien
posteriormente (junto a un equipo de apoyo) transcribió íntegramente las entrevistas a fin
de realizar el análisis respectivo.
En primera instancia, considerando que no se puede llegar a producir una teoría formal en
la investigación, sin previamente establecerse una teoría sustantiva de la misma
(Hernández, Herrera, Martínez, Páez y Páez, 2011), inicialmente se establecieron
categorías preliminares: área individual, social, sexualidad y transgresión sexual, que
intentaron servir como un ordenamiento para el entrevistador respecto de los tópicos a
indagar, desprendiéndose éstos desde la literatura especializada en la materia de la
observación y experiencia del investigador, principalmente.
66
En este escenario, la entrevista se llevó a cabo con flexibilidad y dejando abierta la
entrada a nuevos datos o temáticas no contempladas inicialmente. De igual forma, de
manera posterior se realizó una transcripción textual de cada entrevista y se llevó a cabo
lo que Strauss y Corbin (2002) denominan como un microanálisis o análisis línea por
línea, lo que exige examinar e interpretar los datos de manera minuciosa, no sólo en lo
referido a lo que el entrevistado dice, sino en cómo lo dice. De este modo, siguiendo con
los planteamientos de estos mismos autores, al realizar este análisis microscópico de la
información, se establecen conceptualizaciones y clasificaciones de la información
obtenida, dando pie de esta forma al levantamiento de categorías, las que se entenderán
como conceptos que representan fenómenos (Ibid).
Por tanto, siguiendo a estos mismos autores es a través de este proceso de “codificación
abierta” donde los datos se descomponen de manera sistemática con el objeto de
establecer propiedades entre éstos. En este sentido, desde los contenidos que fueron
emergiendo, éstos fueron comparándose entre sí, buscando similitudes y diferencias, y
siendo agrupados en conceptos más abstractos y con nuevas propiedades que
posteriormente se convirtieron en categorías y dimensiones, constituyéndose así, en los
ejes de análisis. A la vez, de manera ulterior se realizó una comparación constante entre
aquelllos elementos, por lo que el conjunto de dicho accionar se traduce en lo que
corresponde a la “codificación axial”, siendo ésta definida como la interrelación entre las
categorías y subcategorías, con su respectiva vinculación, logrando así traducir el
fenómeno a lo que correspondería a una mirada comprensiva e integral de éste, que
incluya el entramado de condiciones causales (conjunto de acontecimientos pesquisados
que influyen sobre el fenómeno), intervinientes (condiciones que inciden con las
condiciones causales sobre el fenómeno) y contextuales (se refiere al conjunto de las
condiciones específicas que se entrecruzan en las dimensiones creando las
circunstancias por medio de las cuales los jóvenes responden al fenómeno), para de esta
forma apreciarse las estrategias de acción/interacción (entendidos como actos
deliberados que se orientan a resolver el problema o moldear de alguna manera el
fenómeno) y posteriormente las consecuencias. Dicho conjunto de elementos se traduce
en un diagrama que intenta dar una mirada comprensiva del fenómeno a través de los
datos encontrados (Strauss y Corbin, 2002).
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En este sentido, considerando los elementos anteriormente expuestos es que se dio paso
a lo que corresponde a la “codificación selectiva”, la que se define como el proceso de
integración de las categorías, esto mediante la emergencia de una categoría central que
se obtiene desde la saturación de datos (Flick, 2004) y desde la cual se desarrolla la
teoría emergente. De este modo, aquel elemento es lo que representó lo medular del
proceso de investigación, en tanto cubre e integra a la totalidad de las categorías y
dimensiones mediante una línea única narrativa.
Por otra parte, se utiliza la triangulación del investigado (Hidalgo, s/f), donde la verificación
se realiza del contraste de la información emitida por terceros que están involucrados en
esta investigación, en este caso, la asesora metodológica y profesora guía, quienes
tuvieron acceso al material recolectado y de manera constante se sostuvieron reuniones
con el investigador con la finalidad de disentir en los diferentes puntos de vista sobre un
mismo fenómeno y los datos que se van obteniendo.
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IV.- PRESENTACION Y ANALISIS DE LOS RESULTADOS
________________________________________________________
_____________________________________________
1.- CODIFICACION ABIERTA:
1.1.1- Familia:
Padre:
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“-¿Cómo es la relación con tu papá?- Bien, de confianza (…) siempre me habla de todo,
si es que salgo no tengo que hacer esto y esto y si es que tengo relación tengo que
siempre usar condón” (Pablo).
“Ahora ya aprendió a ser responsable de cerca, estar en contacto con nosotros sobre
todo conmigo que fui como el último en entrar como en eso en ayudarnos a crecer, en
acompañarnos en nuestra vida con nuestras decisiones, y no simplemente dejar que
nuestras decisiones fueran, sino también a veces estar al lado de nosotros y decir vamos
yo te ayudo” (Luis).
“No es una persona por así decirlo que me ponga límites en la vida (…) no me apoya en
mis malas aptitudes, pero no me reprime, que es distinto, una persona se puede portar
mal y alguien lo puede castigar y reprimir, pero él no hace eso o sea sabe convivir
conmigo de tal manera que mis acciones me dejen enseñanza, él me ha criado de esa
manera, en el sentido como social, de cómo relacionarme (…) de alguna manera logra
explicarme y hacerme entender que cualquier mala acción que yo cometa, al fin y al cabo
la única persona que termina perjudicando es a mí mismo” (Luis).
En tanto, es posible distinguir que las interacciones están predominadas por aspectos
lúdicos recreativos con la figura paterna, especialmente en los casos en que los padres
se encuentran separados, donde la mayoría de los jóvenes reside junto a su madre y la
interacción con el progenitor se lleva a cabo de manera frecuente.
“A veces salgo a comer con él, en las vacaciones viajamos, me apoya en lo del futbol y
eso” (Jorge).
“Siempre salgo con mi papá, acampamos mucho (…) a mi papá le gusta acampar (…)
hemos ido a acampar a la nieve varias veces”; “ahí empezó a ser mejor porque empezó
a suceder más como la diversión, salir a socializar, todo eso más con el tema de mi
papá” (José).
70
suplen desde lo financiero: nutricias, vestuario u otras en los casos de cohabitación con
esta figura.
“Le pido plata a mi papá si me quiero comprar una ropa nomás, que mi papá siempre me
compra el vestuario completo, zapatillas, pantalones, tres chaquetas, tres poleras (…) en
total gasta como ochenta” (Pablo).
“-¿Qué le gustaba hacer al papá XXXXXXX?- Era camionero -¿Y cuando estaba en la
casa?- Tomaba su chelita (…)” (Andrés).
Siguiendo la misma línea, se observa que en los casos de padres separados, la mayoría
de los jóvenes (3 de 4) residen junto a la madre. A la vez, fue posible distinguir que en los
discursos alusivos a la evocación mnémica atingente al período en que cohabitaban con
la figura paterna, este sujeto ocupó en al menos un momento el rol de proveedor
económico del grupo familiar.
“Mi papá hacia surf, después el agua estaba media contaminada, y hizo judo, y hizo
clases de judo y llegó a los juegos olímpicos de xxxxxxxx, después se fue a estudiar a
Alemania (…) él es ingeniero farmacéutico (…) -¿Cómo lo describirías a él?- eh, es como
súper estudioso (…) muy ordenado, no es como tan estricto (…) a veces anda estresado
por el trabajo es buena gente, simpático, y eso” (Jorge).
“Después mi papá siempre nos dijo que hiciéramos deporte, así que cuando nos
metíamos a un taller de algún deporte en el colegio, mi papá nos iba a buscar a mí y a mi
hermano, la ex pareja de mi mamá no le gustaba que hiciéramos tanto deporte porque le
quitábamos mucho tiempo para el estudio” (Mario).
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“Es decidido creo, pero influye mucho en los demás o por lo menos lo intenta, ahorrativo,
deportista -¿Cómo es eso que trata de influir a los demás?- En donde estudiar, que
decisiones tomar, por ejemplo mi papá quería que me fuera a estudiar a Alemania, a la
universidad y le dije que no quería, y desde tercero medio todas las semanas me
hablaba del tema para que yo me fuera” (Mario).
Madre:
En este punto, se advierte una clara tendencia en los entrevistados (5) a dar cuenta de
una relación ambivalente y por variados momentos conflictiva con la figura materna,
pesquisándose dificultades en la integración de ésta. En este sentido, la madre es
descrita por algunos como una persona vulnerable e inestable emocionalmente, mientras
que en otros momentos y sumados otros entrevistados, la refieren como lejana a la
satisfacción de sus necesidades afectivas. Cabe destacar que la inestabilidad emocional
con que la describen es valorada negativamente por la totalidad de los entrevistados que
refieren dicho elemento. Al mismo tiempo, se pesquisan críticas a la ejecución del rol
materno, dando cuenta de conductas desplegadas por ésta que no resultan convergentes
con lo que ellos consideran que debería ser su rol; dedicada con efectividad al ámbito
doméstico y/o encargada del cuidado, desarrollo y contención emocional de sus hijos,
dando cuenta los sujetos de carencias afectivas derivadas desde la percepción de dicha
figura.
“Es muy histérica”; “Ahora desde esa vez no le tengo confianza a mi mamá para contarle
las cosas, porque en un momento no me cree [En alusión al delito]” (Pablo).
“Toda esa situación me empieza como a tensionar, porque ese sentimentalismo hipócrita
y esas ganas de decir no, tú no estuviste ahí, no, no, no ves a esa madre que
supuestamente hace todo por los hijos y aquí y allá, y era desesperante ver esa
interacción”; “(…) sus fallas no estaban ahí, estaban por así decirlo en el comportamiento
básico que cualquier madre debería tener hacia su hijo, cariño, amor y afecto, fueron
cosas que en ese sentido faltaron y que faltan hoy en día” (Luis).
“Mi mamá ni siquiera me pescaba cuando chico, porque mi mamá me decía que le dijera
Kathy nomás” (Andrés”).
72
Complementando lo anterior, se logra pesquisar en un discurso la emergencia de dichos
alusivos a una parentalización por parte de la madre sobre su persona, dando cuenta del
tener que asumir el rol de “padre de la casa”, estado a cargo de funciones tales como la
toma de decisiones en lo que respecta a lo económico y en la contención emocional ante
una inestabilidad emocional que se percibe en la madre.
“Estaba más pendiente de mi mamá, de la casa, estaba pendiente de las cuentas que
no nos alcanzaba, no sé, pa pagar las cosas, vivía preocupado, entonces siempre mi
mamá dependió mucho de mí (…) prácticamente se apoyaba en mí, vivía apoyada en
mí y eso me empezó a afectar (…) yo tenía que consolarla, tenía que decirle que todo
iba a estar bien, tenía que ayudarla en el tema emocional (…) yo como viví siempre
preocupándome de ella” (José).
Así, y sin perjuicio de las recriminaciones antes referidas, la totalidad de los adolescentes
dan cuenta de un rol materno que asocian naturalizadamente al ámbito
doméstico/privado, estando a cargo de los hijos y de aspectos atingentes a lo normativo y
al cuidado de éstos, por lo que de esta forma se observa que coexiste la crítica a cómo
se ejecuta el rol, con la normalización del rol materno ligado a lo afectivo y cuidado que
llevan a cabo hacia los hijos. De este modo, la figura materna es exculpada de aquella
carencia afectiva, dado su rol histórico como “dueña del hogar” con que la posicionan
como su labor principal, resaltando así el estereotipo femenino que implica.
“Ella dice a esta hora tengo que salir, a esta hora tengo que llegar”; “trato de ganarme la
confianza pa que me dé permiso” (Pablo).
“-¿Tu mamá a qué se dedica?- Ya no está aquí -¿Y cuando estaba?- A cuidarme, a
hacerme el almuerzo”; “Cuando se portaba bien hacía caso en todo [En alusión a pareja
de la madre] -¿A quién le hacía caso?- A mi mamá -¿Y en qué le hacía caso?- En
hacerle las cosas -¿Hacerle qué cosas?- Pucha, hacer el aseo” (Andrés).
“Me deja salir bastante, pero siempre que le diga a donde voy a estar, los horarios igual,
con quien me junto, que le deje un teléfono donde estoy también por cualquier cosa”
(Jorge).
73
discursivamente como un referente afectivo significativo, dando cuenta de una cercana
relación con ésta, sin perjuicio que también la asocia con características ligadas al ámbito
emocional y privado.
“Es muy buena, cariñosa, atenta, fuerte, es sensible, pero no le gusta llorar con nosotros,
prefiere llorar sola -¿Qué cosas le hacen llorar?- las cosas que dice mi hermano chico
cuando se enoja, le saca cosas en cara” (Mario).
“Este último tiempo ha estado trabajando como en call center, que mi mamá por el tema
de la depresión y todo eso dejó de trabajar muchos años, entonces se descuidó mucho”
(José).
“Mi mama siempre fue muy relajada muy liberal, pero siempre le importaba la protección,
los cuidados, porque es enfermera, tiene actitud de enfermera” (Mario).
Padres:
De este modo, es posible advertir en sus discursos que la madre se encuentra asociada
al mundo emocional, donde la contención y cuidados por parte de ésta se valoran
74
positivamente, a la vez que existe una normalización de dichas conductas, no así el
padre, figura que se encuentra ligada al desarrollo de habilidades sociales, lo académico
y ocupando un rol más bien periférico en lo que respecta a la crianza, estando asociado
preferentemente a lo recreativo.
Familia y delito:
En lo que respecta a este punto, se observa una divergencia entre los entrevistados, en
tanto algunos (3) dan cuenta de una actitud receptiva en su familia nuclear respecto de
sus dichos acusatorios iniciales, percibiendo en aquel instante a su entorno de manera
acorde a sus necesidades, independientemente de la presencia de temores asociados a
una posible reacción negativa de este grupo.
Al contrario, los otros entrevistados (3) dan cuenta de una recepción lejana a lo esperado
respecto de sus dichos acusatorios, señalando una sensación de desprotección en este
sentido.
“Me dan rabia, me dan rabia porque recién me pescan ahora, porque ya de lo sucedido
que pasó, tratan de protegerme y el que lo hizo siempre fue mi primo, nadie más, mejor
dicho mis primos” (Pablo).
“¿Y qué pasó cuando llegó tu mamá?- Mi mamá no me quiso creer (…) no me quiso
creer a mí”; “Y nadie me creía”; “Nadie me creía y el 2014 me creyeron” (Andrés).
1.1.2.- Pares:
En este apartado, se observa que la mayoría de los entrevistados (5) da cuenta del
establecimiento de lazos de amistad con un número amplio de personas, no obstante,
tienden a estratificar dichos vínculos de acuerdo al grado de cercanía con éstos, siendo
sus mas cercanos un número reducido de personas, con los cuales tienden a establecer
relaciones estrechas, donde se logra una unión íntima marcada por la cohesión y en
75
donde se valoran positivamente como pilares de aquellos vínculos conceptos tales como
la lealtad, confianza, contención y apoyo mútuo:
“Siempre cualquier cosa que necesite la haría, porque yo soy él, él es mi hermano, no es
ni amigo ni nada, es mi hermano, porque nos conocimos hace cuatro años (…) si es que
pasa algo va pa mi casa y lo cuenta, o sino yo voy pa su casa y lo cuento (…) por
confianza entre los dos nos damos así como todo, ya, toma mi celular, revísalo, o ya,
toma mi face, la clave de mi face revísalo, puras cosas así, siempre nos vemos todo”
(Pablo).
“Yo tengo mis amigos de la infancia (…) mis amigos externo, que fueron los que nacieron
desde la adolescencia en adelante y que se mantienen por así decirlo en el día de hoy,
como un círculo cercano (…) mis amigos cercanos así como del alma, los más cercanos
son dos, que son el xxxx y el xxxxxx”; “Los tres hemos pasado cada cosa juntos, nos
hemos visto en las más altas y en las más bajas, entonces igual como que nos
conocemos todo y sabemos bien como funciona cada uno (…) nos encanta igual estar
como apañándonos” (Luis).
“Saben escuchar, apoyaban, aparte eran chistosos, hacíamos tonteras juntos, sabían
cuando era el momento para estar tranquilos o en momentos difíciles apoyar (…) El año
pasado se le murió la mamá y fue un golpe para todos, nos afectó a todos porque bueno
a él le afectó mucho más obviamente (…) así que tratábamos de apoyarlo en todo, si
tenía complicaciones para buscar a su hermana del colegio a su casa nosotros nos
ofrecíamos llevarlo, cosas así” (Mario).
Al mismo tiempo, los sujetos considerados como mas cercanos son pertenecientes en su
mayoría a su mismo género, constituyéndose éstos en su grupo de referencia a nivel
identitario, presentando además compatibilidad de intereses y gustos, los que se
caracterizan por ser preferentemente actividades que involucran lo lúdico/recreacional, y
en otros momentos la actividad física y/o actividades de tipo intelectual.
“Los dos somos iguales, escuchamos la misma música, nos gusta vestirnos bien, eh, nos
gusta siempre salir a lesear, jugar a la pelota, ah y siempre pasarla bien ahí con él”
(Pablo).
“Con el xxxx y el xxxxx toco música, pero también nos juntamos a lesear, a caminar, a
comer, a comprar, weás de adolescente, no somos muy carreteros tampoco, porque no
76
somos de esa voláa, y ahí estamos y leseamos su pichanga loca, en eso estamos”
(Luis).
De igual forma, se advierte una tendencia también a establecer vínculos afectivos con
personas de género femenino, aunque caracterizándose dichas relaciones por ser más
distantes y que por ende, implicando un menor grado de intimidad, a la vez que en sus
reportes se observan pautas interaccionales diferenciadas con éstas, donde los
entrevistados se sitúan en un rol de contenedor principalmente o sencillamente
reportando que aquellas diferencias interaccionales están dadas por el factor de género.
“La xxxxx es una ex compañera que una vez volvimos a hablar (…) nos empezamos a
acercar, por eso mismo que tengo de como ser comprensivo, de escuchar a las
personas, eh, y nos acercamos, nos empezamos a caer bien, nos agarramos como
cariño y ahora somos como mejores amigos en ese sentido” (Luis).
“-¿Hay alguna diferencia en la relación con amigos y con amigas?- Es diferente, porque
unas son mujeres y los otros son hombres -¿Por qué sería diferente?- Porque igual es
como distinto -¿En qué sentido?- O sea, en la forma de ser (…) en el lenguaje que uno
habla cosas así (…) es distinto hablar de hombre a hombre a hombre mujer, por los
temas de conversación” (Jorge).
“Me enojé en Fantasilandia [En alusión a conflictos que implican la disputa física] habían
unas personas entera de flaites (…) llegan y le agarran el poto y las tetas a mis amigas y
se estaban riendo y lo hicieron tres veces hasta que ya, y ahí nos echaron de
Fantasilandia, las otras veces había un curao que molestaba a mi polola o a la polola de
algún amigo cuando estábamos carreteando” (Mario).
Por otra parte, es necesario señalar que si bien no son la tendencia, dos (2) entrevistados
presentan matices discursivos respecto de lo antes señalado, en tanto, en uno (1) las
relaciones cohesionadas, de apoyo y confianza se presentan con el género femenino,
aunque adoptando al igual que con la mayoría de los entrevistados un rol de contenedor
y complementariedad con éstas.
77
“Me acuerdo que en ese tiempo conocí a quien ahora es mi mejor amiga, ella me
presentaba a sus amigas empecé a tener más amigas, empecé a salir más”; “Ella se
muestra como fría, pero sufre, pero no demuestra y en realidad con las niñas como ella,
que me han atraído, siempre tienen problemas, eh, son más depresivas -¿A qué
atribuyes eso de que te atraigan más las personas depresivas?- Que me gusta la idea de
creer que las puedo ayudar” (José).
“-¿Aparte de amigos, tienes amigas?- No, no tengo amigas -¿Por qué no?- Porque no
quiero -¿Cómo te caen las mujeres?- Bien -¿Has tenido alguna amiga alguna vez?- No -
¿Por qué?- No me gustan -¿Cómo son las mujeres como amigas? Bien, pero no me
gustan” (Andrés).
“Mi mejor amigo en mi cumpleaños cuando cumplí los quince me dijo “yo te invito al mall
y te compro un regalo especial”, y dije “ya ¿qué regalo?” “Ahí lo vay a ver” (…) y me dijo
“ya, toma tu regalo, ya, elige de qué condón” (…) dijo “ya, toma, tu regalo un condón, una
cajita”” (Pablo).
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en un rol de quien ofrece confort y apoyo, lo que daría cuenta de un tipo relacional
asimétrico con éstas
1.1.3.- Cotidianeidad:
“No me gusta quedarme callao al frente de nadie (…) nunca me he quedado callao (…)”
(Pablo).
“Siempre me han explicado que eh hay que accidente hay que tomar el control de la
situación y para que porque eh la gente se pone nerviosa cuando sucede un accidente
entonces hay como evitar el caos y todo eso (…) una vez me acuerdo que hubo, eh, un
niño se desmayó en mi colegio, en mi curso y hice los primeros auxilios, hice lo que tenía
que hacer” (José).
“-¿Y cuándo jugay al gallito con quién juegas?- Con mis compañeros -¿Quién gana?- Yo
-¿Y hay alguien que te gane?- No” (Andrés).
“Me acuerdo que una vez en su liceo lo golpearon entre tres a cuatro personas (…) y ahí
nos enojamos y con el equipo de futbol fuimos como 5 a pegarle a los tipos que le
habían pegado, eso si me molesta, que hayan sido homofóbicos y que le hayan pegado
porque era gay, más encima cobardes entre tres pegándole a uno y con fierros, así que
por eso fuimos a pegarles” (Mario).
Por otra parte, se aprecia que la totalidad de los entrevistados dan cuenta de
expectativas asociadas al ejercicio de roles laborales tradicionales o que desde el
imaginario social se enmarcan como masculinas.
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“Me gustaría ser mecánico automotriz industrial, no, mejor dicho maestro en mecánica y
arquero (…) desde chico me gustaban los autos (…) tengo un vecino que me va a llevar
a la xxxxxx en tercero medio, si es que hago la práctica me va ayudar a estudiar ahí y
terminar el cuarto ahí (Pablo).
En este sentido, desglosando los discursos relativos a este elemento, se observa que en
la mayoría de los sujetos (4), sus expectativas se orientan al desarrollo intelectual,
creativo, o de una posición de ayuda a terceros (pero de una labor que desde lo colectivo
es considerada de status social) lo que de manera matizada y con otra vía de expresión
sigue la misma línea de los roles tradicionales, en la medida que se posicionan como
sujetos activos, con poder y con tendencia a lo público.
“En verdad siempre me gustó [medicina] me gustaba más biología, química y después fui
profundizando en los temas, yendo a ver los hospitales y todo y me empezó a gustar”
(Mario).
“Es más motivante que ser otro puesto -en alusión a arquero de futbol- porque cuando se
tira alguien todo pasa en cámara lenta, es decisión es tuya si es que se tira o no se tira,
es como un reacción buena que es lo mejor, siempre me ha gustado porque como que te
libera”; “Uso todo el cuerpo, me gusta eso, me gusta moverme, no importa lo que me
haga, que me hago daño, la cuestión es que voy a jugar ahí” (Pablo).
“[En alusión a scout] Me gustó que fueran tan organizado que fueran eh, ordenados, no
sé, me gustaba esa onda, eran como, eran como mini militares (…) los llamaban y
dependiendo de por ejemplo la forma de los, o sea de los sonidos eh, se tenían que
formar y no sé, me gustaba eso que se formaban, los conocimientos que tenían algunos
que hacían las cosas tan rápido, todo eso”; “Tenemos que hacer cosas muy rápido, a
veces la adrenalina es tan alta que no nos damos cuenta cuando nos hacemos heridas
entonces después estamos llenos de tajos o raspones recién como en la noche nos
damos cuenta que tenemos heridas”; “Me gusta mucho cansarme (…) Me gusta (…) Es
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que en scout nos exigen mucho físicamente (…) nos levantamos a las ocho de la
mañana nos despiertan y ya tenemos que salir a hacer ejercicios, después no sé, hay
que subir banderas, que hay que ponernos uniforme para subir banderas, después
empiezan las actividades y casi toda las competencias son con esfuerzo físico” (José).
“me gusta jugar futbol (…) empecé en xxxxxx, después en el dos mil diez jugué futbol en
xxxxx y el dos mil trece me salí de xxxxx” (Jorge).
De igual forma, también se advierten intereses ligados al área intelectual que impliquen la
racionalidad, creatividad, el situarse en un rol de quien transmite sus conocimientos o en
el ayudar.
“Me gusta leer (…) me gusta mucho la lectura (...) me gusta el deporte, no soy una
persona atlética, pero si se me da la oportunidad de hacer deporte lo hago (…) me gusta
el ejercicio físico, me gusta también la comprensión del deporte (…) me gusta enseñar,
una vez un amigo me llamó para enseñarle a su hermano chico una canción de, no, un
ejercicio, es un ejercicio que se le enseña a los niños para que comprendan las figuras
rítmicas (…) y el cabro se empezó a encantar con la música, entonces me gusta eso de
que a las personas le atraigan lo que uno sabe, lo que uno conoce (…) ver compartir
conocimiento con las personas (…) me gusta mucho (…) me gusta enseñar las cosas
que sé” (Luis).
“Ese cariño que le tenía a la persona era más porque la idolatraba y hacía cualquier cosa
por esa persona (…) pero era más un cariño de como que quería su aceptación, porque
quería ser como él” (José).
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“-¿Qué tiene Ricky Marty qué te gustaría que fuera tu papá?- Quiero parecerme a él -
¿En qué te gustaría parecerte a él?- No sé, en el pelo, tiene como visos así” ; “ -¿Qué es
lo que más te gusta de Ricky Marty?- No lo voy a decir (…) -¿Pero pa poder entender,
qué es lo que más te gusta de Ricky Marty?- Estar con él -¿Estar con él de qué forma?-
Con él, que él sea mi papá (…) -¿Y qué pasaría si ves a Ricky Marty, qué harías?- Irme
con él -¿Para dónde?- No sé” (Andrés).
1.2.- Individuo:
1.2.1.- Autoconcepto:
Como elemento común observado en este apartado, se aprecia que la totalidad de los
entrevistados presenta dificultad en la integración de su autoconcepto, en tanto, en sus
reportes se observan divergencias respecto de la imagen que tienen de sí mismos. A
pesar de aquello, como elementos comunes se advierte una tendencia a describirse y
proyectar (o querer proyectar) un rol activo frente al entorno, observándose una
interrelación indisoluble entre la autoimagen, imagen proyectada, conducta y afectos.
De este modo, en la manifestación de dicha postura, se advierte que ésta toma diferentes
formas y matices, en tanto algunos entrevistados se consideran “fuertes”, “invulnerables”,
“impulsivos” ,“competitivos” y “reaccionarios” frente situaciones consideradas como
“injustas” o en las que se sientan “doblegados”, estimando necesario abordar dichos
momentos con una actitud activa, directa y con fortaleza.
“Yo respondo mucho, no me gusta quedarme callao al frente de nadie (…) nunca me he
quedado callao” (Pablo).
“Soy algo rebelde entonces cuando siento que si me pasan a llevar a mí o a otras
personas me levanto” (Luis).
“[En alusión al padre] Puede opinar, puede dar opciones, dar información, pero si uno no
quiere, no tiene por qué estar insistiendo (…) a mí no me gustaba la idea, dejar a toda mi
familia acá, e irme solo, no me gustaba esa idea, así que fue como tú me podí decir todo
lo que querai, pero yo no voy a ir” (Mario).
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Al mismo tiempo que se posicionan frente al entorno como sujetos activos y sociables,
siendo dichas características valoradas positivamente, pesquisándose a la vez,
elementos que dan cuenta de un autoconcepto que se sostiene en parte de la
identificación con el padre.
“-¿Cómo te describirías?- Igual soy como algo inquieto -¿En qué sentido?- No sé, como
que siempre hago cosas, no soy como de quedarme acostado”; “Es buena onda igual se
parece como a mí en algunas cosas en la personalidad (…) a veces como que tenemos
el mismos carácter, eh, pero es simpático buena onda, eh, le gusta la música, eso más
que nada -Me dices a veces como que tenemos el mismo carácter ¿en qué cosas se
parecen del mismo carácter?- Eh, es que no, como que no sé específicamente, pero a
veces las cosas que hacemos son como parecidas (…) cuando a veces como
respondemos frente a una situación cosas así” (Jorge).
“(…) que tengo de como ser comprensivo, de escuchar a las personas”; “Soy ese tipo de
personas que todos los amigos van para contarles sus problemas (…) y piden consejos”
(Luis).
“Trato de ser derechamente lo que siento naturalmente, sin tratar de poner una
personalidad por así decirlo estereotipada que era el gallo que trataba de ser antes para
ocultar cualquier problema que existiera en mi vida (…) ocultaba que tenía pena,
ocultaba por ejemplo que tenía un complejo conmigo mismo, me costaba mucho aceptar
decir a rato, chuta yo me siento feo, me costaba mucho decir eso, entonces trataba de
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ocultarlo, trataba de fingir que era una persona que, que siempre tengo una confianza en
mí mismo” (Luis).
A la vez, se pesquisa en uno (1) de los entrevistados que dicha distancia con los afectos
disfóricos y la orientación a lo público y regulado, se relaciona con el fortalecimiento de su
autoconcepto, dada la sensación de eficacia y estabilidad que logra en actividades
competitivas.
“En tercero medio el año que repetí, eh, empecé a tener una identidad que ahora me
parece un poco estúpida”; “Empecé a ser demasiado tímido, no podía conversar con las
personas, me daba vergüenza todo, prefería quedarme en la casa ayudando a mi mamá
que salir, todo eso me empezó afectar más cuando empecé a ser más grande (…)
empezó como a desaparecer cuando ya entraba en confianza, cuando ya sentía que ya
no que no me iban a juzgar por como fuera”; “Igual como extrañaba los campamentos,
las competencias y todo eso, soy muy competitivo (…) siento que es lo único que hago
bien”; “Me gusta ganar, entonces eh, allá es muy competitivo, no sé, hay puntos por todo
porque así no hay algunos quien gana por puntos, entonces eh, como a mí me gusta el
orden y todo, cuando alguien es desordenado o no sé, en la formación no se forman bien
formado te descuentan puntos cosa así, entonces me gusta ser mejor que los demás”
(José).
Al mismo tiempo, es necesario destacar también que en dicho entrevistado, sus reportes
relativos al deterioro emocional y las dificultades en la conformación de su identidad, se
relacionan directamente a una ansiedad respecto de una posible exclusión social
derivada de la atracción amorosa por personas de su mismo género, elemento que en
alguna medida persiste al momento de la entrevista, intentando incluso renegar de dicha
orientación.
“Empecé a tener, eh, por decir así problema de identidad, eh, me empezaron como a
atraer los hombres y me empecé a deprimir por ese tema” (José).
Por otra parte, en lo que respecta a una posible percepción de los demás sobre su
persona y la convergencia/divergencia con su autoconcepto, se aprecian resultados
disímiles. En este sentido, algunos entrevistados tienden a dar cuenta de una percepción
positiva de los demás sobre ellos, señalando características basadas en su
comportamiento, que a su vez presentan compatibilidad con la imagen que tienen de sí
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mismos. Otros por el contrario, dan cuenta de una divergencia entre su autoimagen y el
cómo conciben que ésta es proyectada.
“Una vez una amiga me dijo ‘Ah erí bonito todo eso’, pero le dije ya, ustedes lo dicen
pero yo me encuentro feo”, nadie se puede encontrar, si es que te lo dicen te lo dicen”
(Pablo).
“De repente cuando empiezo a jugar futbol me, empecé a ponerme de arquero (…) yo
antes era pero guatón, guatón, gordo (…) dije ya, si no soy gordo y empecé y el traje del
arquero era rojo y yo me veía gordo, y de repente dije ya, pongámosle y hacían dar tres
vueltas a la cancha completa, es como la de un estadio, la daba, después ejercicio,
tomaba agua (…) y ahí seguí, me fui medio al chancho” (Pablo).
1.2.2.- Afectos:
En este punto, se observa en la totalidad de los entrevistados una dificultad para integrar
afectos displacenteros que provengan de situaciones significadas como dañinas,
intentando de manera constante controlar su mundo afectivo, lo que podría responder a
intentos de reafirmación de aspectos ligados al estereotipo masculino. En este sentido,
en su mayoría (4) los sujetos entrevistados dan cuenta de una afectación emocional que
interfiere de manera significativa en su cotidianeidad, tendiendo como forma de
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afrontamiento, en algunas instancias, a exteriorizar sus afectos; sea mediante conductas
disruptivas o intentando controlar su emocionalidad.
“De repente después que pasó eso pasaron dos años y no lloré, ni una lágrima, peleaba
con mis papás, me pegaban y no lloraba, tenía peleas con alguien, no lloraba”; “Como
desde que pasó eso, onda le pegó la cuchillá, yo empecé a tener rabia, y el mismo
cuchillo que le enterró a mi primo yo se lo iba a enterrar a mi hermano” (Pablo).
“Trataba de fingir que era una persona que, que siempre tengo una confianza en mí
mismo, que hay que estudiar, que nunca voy a dudar de lo que soy (…) trataba de
aparentar a través de mi personalidad que así era, tenía una capa (…) una capa muy
racional para poder expresar mis emociones (…) a través de mi racionalidad ocultaba mi
emoción”; “Voy bloqueando para mantener una imagen, como una imagen de
invulnerabilidad cuando me siento muy vulnerable, para no estar igual, eh, para no recibir
juicios, para todas esas cosas, para no sentirme expuesto” (Luis).
Por su parte, en otros momentos dan cuenta del despliegue de conductas en las cuales
también se sustraen del entorno, ésto como forma de evadir el malestar emocional
asociado, orientando hacia sí mismos los afectos de corte depresivos, tales como;
sensación de vulnerabilidad, tristeza y temor, además de reportar una autoestima
empobrecida.
“Estuve con miedo, del futuro y todo eso y tenía el pensamiento de matarme, estuve
como en, me sentía culpable por pensar eso -delito- y me hacía daño me cortaba”;
“Empecé a desconfiar más de la gente, empecé a ser más cerrado, más frío, me dejé de
preocupar del colegio, empecé a no ir al colegio, dormía, dormía lo que más podía, le
sacaba pastillas para dormir a mi mamá a veces, y que me cargaba estar en fiestas”;
“Empecé a ser demasiado tímido, no podía conversar con las personas, me daba
vergüenza todo, prefería quedarme en la casa ayudando a mi mamá que salir, todo eso
me empezó afectar más cuando empecé a ser más grande, era tímido con todos, eso”
(José).
Por otra parte, es dable señalar que dos entrevistados presentan dificultad para dar
cuenta verbalmente de elementos alusivos a su mundo afectivo, especialmente ante
contenidos disfóricos, pesquisándose una actitud evasiva ante la indagación por parte del
entrevistador.
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1.3.- Área Sexual:
“[En alusión a primera relación sexual] Igual fue bien porque la perdí con la persona que
igual duré harto, no la perdí con cualquiera, con cualquier persona que viera en la calle
‘ah, ya, ésta’, no, (…) igual la perdí con una persona que era especial” (Pablo).
“La gente que en general va a la disco o a estos carretes full distorsión ven al sexo con
una acción de poder, que el tipo que es más mino tiene poder (…) o la mina que
conquista más guachos lo mismo, eh, o de placer puro o de hedonista, y eso a mí me
desagrada porque como que no le toman el real peso de lo que es el acto sexual” (Luis).
Del mismo modo, al ahondarse en las relaciones de pareja propiamente tal, se advierte
una tendencia en los entrevistados (4) a establecer vínculos amorosos de tipo
heterosexual predominando la complementariedad. Al mismo tiempo, es necesario
destacar que en un entrevistado, en el cual la elección de sus relaciones de pareja en la
actualidad son del tipo homosexual, se observa que dicha orientación emerge durante la
adolescencia provocando en un inicio un malestar emocional e intentos de negación de
aquella inclinación, la que valora negativamente, de manera acentuada en un comienzo,
y con ambivalencia al momento de la entrevista.
“Empecé a sentir como que de verdad me gustaba, empezaba como a negarme, de que
no, que estaba pololeando (…) entonces empecé a como a negarme que me gustaba,
que me estaba atrayendo”; “Empecé a tener problemas de homosexualidad y todo eso
entonces empecé como a odiarme de a poco de mí mismo, entonces empecé como
demasiado como a caer en depresión, el ánimo muy bajo y todo eso” (José).
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Puede constatarse que en la actualidad da cuenta del rechazo a los elementos
feminizados en sus parejas.
“Cuando lo conocí era, era más como decirlo no era tan afeminado (…) y cuando
empezó a tomar más confianza conmigo empezó a ser demasiado afeminado y (…) me
empezó a generar rechazo, y terminé la relación con él (…) no me agradan cuando son,
o sea cuando los hombres son como demasiado afeminados” (José).
De igual forma, este mismo sujeto refiere que de manera previa había mantenido
relaciones de pareja de tipo heterosexual, aunque explicitando que dicha elección se
lleva a cabo por influenciabilidad del entorno.
“Pololié por primera vez con una niña de donde yo vivía y ella en realidad no me gustaba
era más por el hecho de que (…) por darle en el gusto a la gente -¿Cómo así?- Me
decían como (…) serían linda pareja, a ella le gustay les haría bien que pololeen” (José).
Por otra parte, se pesquisa en (1) entrevistado un rechazo al contacto íntimo en torno a
las relaciones de pareja.
“-¿Y tú has pololeado alguna vez?- No, no me gusta (…) yo nunca voy a pololear”
(Andrés).
“Fue una discusión y de repente eh, le pegué pero sin pensar (…) trataba de parar pero
no podía, ya, me relajaba, súper bien, pelea y discutía y de repente al segundo le
pegaba (…) tampoco quería pegarle ni nada, pero era la rabia la que uno cuando tiene
rabia no la controla, reacciona nomás, no lo piensa” (Pablo).
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“Yo siento que parte del hecho de que ser feo ya sea para uno o para los demás, afectan
las relaciones, la posibilidad de encontrar una relación amorosa”; “Siento que una
persona si es que llega a estar conmigo, no es tan así como para toda la vida, porque al
final como que va a encontrar algo mejor, encontrar a una persona que le va a poder
ofrecer lo mismo que yo y más y se va a ir” (Luis).
Se advierte una tendencia en los entrevistados a otorgar una relación explícita entre el
delito vivenciado y una afectación en términos generales.
“Con todo esto tema que empezaba a pensar y todo eso empecé a recordar más lo que
pasaba con mi primo, no poder decirle que no y todas esas cosas y me empezó a afectar
más”; “-Antes pensabas que te gustaban pero que además te gustaban porque te había
pasado ésto con tu primo algo así entendí yo- Si, o sea en ese tiempo también me pasó,
el año pasado también me pasaba, o sea hasta el día de hoy de repente lo pienso”
(José).
En lo que respecta a una posible asociación entre la esfera sexual y la situación delictiva,
se advierte que la mayoría (4) de los entrevistados reportan un nexo causal entre los
hechos delictivos y alteraciones en este ámbito que se mantienen hasta la actualidad. Sin
embargo, se observa diversidad en la forma en que se manifiestan dichas repercusiones,
observándose desde el despliegue de un rol activo que incluye la impulsividad y
agresividad, hasta sentimientos de menoscabo e inferioridad que los hacen retraerse y
tomar distancia de posibles vínculos amorosos, además de sentimientos de culpa,
rechazo y devaluación sobre lo femenino.
“Fue culpa de mi hermano [Ofensor], es que me hizo guardar todo y sacarlo justo en el
momento que no quería [Agresión física a pareja]” (Pablo).
“Me molestaba que él estuviera como medio afeminado (…) prefiero alguien como más
piola, más tranquilo, no tan loca” (José).
Del mismo modo, es dable señalar que se observa en algunos entrevistados (3) una
tendencia a presentar dichas alteraciones en la medida que existe un estímulo a través
del cual se reediten los eventos abusivos.
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“Me empezaron como a atraer los hombres y me empecé a deprimir por ese tema y
probando me empecé a recordar más lo que me había pasado cuando más chico”
(José).
“Ahí como cuando perdí la virginidad con ella, ya tuvimos relaciones, empezaron los
recuerdos (…) de lo que me pasó con mi hermano” (Pablo).
“Me dejaba una sensación rara, de mal gusto, porque en realidad yo no sabía en realidad
lo que era eso, también no me lo quería tomar a mal tampoco, entonces a veces me
daba vuelta en la cabeza nomás las cosas”; “Igual lo que he sufrido por decir así (…) la
incomodidad que tenía cuando hacía eso de él contra mí”; “-¿Y qué pasaba contigo
cuando eso ocurría?- a veces me bajaba el ánimo, eso más que nada” (Jorge).
“Me sentía raro (…) que no sabía que era (…) al principio, me sentía como vacío por
dentro” (Pablo).
“Pensaba que era como algo era nuevo para mí o sea de que o sea que sabía, como que
no estaba correcto, eh, me acuerdo que me sentía mal después cuando sucedía, me
sentía como culpable” (José).
En este sentido, llama la atención, especialmente en los casos donde el delito se habría
ejecutado durante el período de infancia, que los entrevistados no sólo no habrían
logrado comprender dichas acciones como transgresoras, sino que al intentar
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entenderlas las habrían asociado a una interacción en la cual ocupaban un rol feminizado
y/o de pareja, donde los actos son significados como un “intercambio sexual” recíproco,
siendo éste frecuente y enmarcándose dentro de una dinámica instalada.
“Ahí empecé como a explicarme porque estaba viendo una película, que un día dieron
una película de dos hermanos que eran, que estaban botados en una isla, algo así, no
me acuerdo, y eran, pero eran mujer y hombre, entonces eran como después hacían el
amor todo eso, y yo quedé qué raro y después le expliqué lo mismo y le dije a mi mamá
(…) mamá el xxxxx me está tratando como mujer” (Pablo).
“Me acuerdo que cuando no sucedía nada yo me sentía mal, creía que mi primo estaba
enojado conmigo (…) sentía que era como, no sé, como las típicas relaciones en las que
como que la mujer está engancha del hombre, y, eh, la mujer o sea el hombre se enoja y
la mujer piensa que todo lo hizo mal, que, que daría cualquier cosa porque la pareja
estuviera bien” (José).
“Me preguntaba cosas, cómo son mis sexos o a veces me acuerdo que iba a mi cama se
ponía al lado y me empezaba hacer como cariño así (…) se metió en mi cama por
ejemplo y esas cosas, a veces como que preguntaba cosas personales, que tienen que
ver como con sexualidad (…) o sea preguntaba si uno ya había eyaculado, cosas así,
puras cosas así que le teníamos que avisar, cosas así (…) más que nada eso, que
tenían que ver con sexo” (Jorge).
“Como para compensar me compraba todo lo que quería, si quería una polera nueva,
unos lentes, un gorro, me lo compraba”; “Después a los 17 le empecé a decir que no,
pero a la media hora seguía insistiendo, si le decía que no me decía bueno entonces
querí que empiece con tu hermano y fue como ya bueno, después a los 18 empezó a
amenazar con mi hermana chica” (Mario).
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“Justo cuando quería eso empezaba como ah! qué lindo, puras cuestiones así (…) tengo
más plata, mira lo que vamos a comprar, puras cuestiones así (…) te voy a comprar este
gorro, decía oye hagamos ésto, juguemos a esto” (Pablo).
“Una vez que me puso como una como unos monitos en el computador (…) tenían
relaciones, mostraban de todo, cosas así, y a mí me daba vergüenza ver eso y todo
como que me quería tapar y todo y mi primo me decía que no, que era normal que viera
con él todo eso” (José).
“Me obligó (…) él me empujó la cabeza hasta ahí”; “Él me empujó fuerte -Cuéntame de
eso- Me empujó la cabeza fuerte pa delante”; “Me obligó a tocarle” (Andrés).
En este sentido, se advierte una tendencia en los entrevistados a dar cuenta que en la
primera parte de la adolescencia existe una resignificación de aquellas situaciones,
incluso cuando ya se habían interrumpido, emergiendo recuerdos que hasta ese
momento eran más bien difusos y percibiendo desde entonces de otra manera aquellas
acciones: como una transgresión a sus límites corporales en la esfera de la sexualidad,
logrando de este modo darle sentido y verbalizarlo acorde a esta nueva comprensión.
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De igual forma modo, se advierte una tendencia discursiva en los entrevistados que da
cuenta que la rememoración de aquellas situaciones se encuentra asociada a la aparición
de estímulos relacionados con la esfera de la sexualidad, sea en el rito de iniciación
sexual, como en la atracción hacia un tercero.
“Empecé a tener, eh, por decir así problema de identidad, eh, me empezaron como a
atraer los hombres y me empecé a deprimir por ese tema y eh, probando me empecé a,
eh, a recordar más lo que me había pasado cuando más chico” (José).
“Ahí como cuando perdí la virginidad con ella, ya tuvimos relaciones, empezaron los
recuerdos (…) de lo que me pasó con mi hermano” (Pablo).
Finalmente, en este apartado cabe destacar que con la resignificación la totalidad de los
entrevistados se posicionan en el lugar de víctima, donde el otro es el que ocupa el rol
activo de propiciar y ejecutar tales actos. Sin embargo, en algunos entrevistados se
pesquisan alusiones que dan cuenta de una creencia de coparticipación en aquellos
eventos abusivos.
“Lo que me acuerdo es que lo hacíamos así -¿A qué te refieres con hacerlo?- Sin nada -
¿Cómo sin nada?- Lo metía no más” (Pablo).
“Después sucedía eso, veíamos videos, nos tocábamos y todo eso, y empezó a ser
como totalmente normal para mi después” (José).
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sentimientos de malestar, rabia y afectación emocional respecto del actuar de éste,
posicionándolo discursivamente como vulneradores sobre su persona.
“-¿Qué piensas de lo que hizo el xxxxx?- No sé tío, me quiero ir -¿Qué piensas ahora del
xxxx?- Que lo odio”; “Está mal porque ningún hombre puede abusar de un niño”
(Andrés).
“Igual como que nos educaba, entonces era como por ejemplo, papá de lunes a viernes
así y obviamente nos retaba, eh, a veces hablábamos y nos llevábamos súper bien, a
veces peleábamos (…) siempre hablábamos harto, acompañaba a veces a entrenar a
xxxxx o en la casa, siempre a veces tirábamos como sus tallas, hablábamos harto de las
noticias, cosas así, o sea era como un informado también, algo que me gustaba a mí y
comentábamos como diferentes ideas de una noticia”; “Igual nos llevaba al colegio, la
plata de la empresa donde él trabajaba también la ocupaba para mantenernos a
nosotros que no somos sus hijos, entonces igual lógicamente se agradecía eso” (Jorge).
“Le decía que lo quería (…) que era un ejemplo a seguir que quería ser como él (…)
entonces aceptaba todo lo que él quería o hacía lo que me pedía”; “Para mí era un
ejemplo a seguir (…) era como mi hermano mayor” (José).
“Mi ex padrastro (…) me enseñó, así que igual siempre me cuido”; “Conmigo siempre fue
simpático, un poco cariñoso, bondadoso si teníamos que ir al supermercado y si quería
algo, llegaba y me decía ya comprémoslo o si me daba hambre, ya vamos al Mc Donald,
a comer una pizza, un helado, yo decía que linda la polera y llegaba y la compraba”
(Mario).
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1.4.3- Percepción de Daño:
“-¿Qué pasó con tu papá?- No quiero contar aquí -¿Cómo se llama tu papá?- xxxxxx -¿Y
con qué se relaciona?- No quiero (…) No, porque está mi abuela, no quiero decirlo
delante de ella, me da vergüenza”; “-¿Qué es lo que te da vergüenza?- Contar algo que
me hizo” (Andrés).
“Recuerdo también como las emociones que me generó esa situación, porque igual me
dio como un poco como de pena, vergüenza, que pasara todo eso”; “Al momento de
recordar las cosas, como que uno se vuelve a sentir vulnerable, obviamente eso a uno lo
deja expuesto a la mismas emociones que siente cuando uno está vulnerable y más
encima con el hecho de haber rememorado (...) se vuelve a sentir expuesto a esa
situación”; “Da tristeza, (…) la frustración que aunque puede ser en menos medida, igual
con el paso del tiempo se apacigua, pero no por eso desaparece” (Luis).
“La primera semana de Enero me intenté suicidar (…) con pastillas y una cortapluma (…)
ya no aguantaba más, no sabía a quién decirle, no sabía qué hacer (…) El último tiempo
he estado mal, me falta el ánimo y las ganas, me cuesta levantarme, me cuesta salir, me
cuesta comer” (Mario).
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“Mi hermano abusó de mí, por eso tuve malas reacciones con mi polola, la agredí, por
eso (…) mi hermano me hacía eso, me empezó a tocar, entonces (…) me sentía mal,
(…) me daba rabia y me desquitaba (Pablo).
“El año pasado tuve una condición como similar, caí en una pseudodepresión por así
decirlo (…) y tuve ciertos incidentes, entonces, eh, unos cortes” (Luis).
“¿-Cómo te sientes ahora?- Con un nudo en la garganta, igual que siempre cuando hablo
del tema -¿Qué te pasa cuando hablas del tema?- No me gusta acordarme (…) me
acuerdo de todo y lo trato de evitar (…) porque me dan ganas de llorar de pegarle a
algo” (Mario).
“Siempre tenía miedo de que me llegará a afectar tanto que no podía seguir con mi vida”
(José).
“Miedo a no salir adelante, miedo a dejar que las cosas me colapsaran que me
condicionaran por así decirlo por el resto de mi vida”; “Como que me desarrollé muy
después con respecto a mi entorno, en un sentido sexual (…) de qué comportamiento
está bien, qué comportamiento está mal con respecto a, a cosas tan sencillas como
abrazos, como a caricias, como a besos, todo eso” (Luis).
Por otra parte, se advierte una tendencia a evitar socializar aquellas acciones, sea en la
actualidad, como en algún momento posterior a la develación, pesquisándose fantasías
de estigmatización y exclusión, especialmente desde sus pares y/o familia. A la vez, se
observan intentos por ocultar los sentimientos disfóricos asociados a tales acciones.
“No me gusta hablar de nada porque no quiero que sepa todo el mundo de mí -¿A qué te
refieres con eso?- De que lo sepa, de lo que me pasó (…) ya, después se lo cuento a él
y pasa, a otra persona y esa persona a otra, y de repente le llega a un compañero y de
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repente cuenta, no me gusta esa cuestión, si es que lo sabe lo sabe mi mejor amigo
nomás -¿Y cómo te haría sentir eso si fuera así?- Mal, porque me dirían, mira el que le
pegó, el que lo violaron” (Pablo).
“-Cuéntame de eso- Pero en voz baja -Como quieras- No, es que pueden escuchar ahí
[En alusión a sala gessel] (…) -¿A qué te refieres con me hizo?- Abuso sexual (…) él me
abusó” (Andrés).
“Estaba desesperado y necesitaba contárselo a alguien y fui al psicólogo del colegio (…)
necesitaba desahogarme, que no quería que nadie supiera”; “Sentía miedo que todo iba
a cambiar, sentía que no iba a volver a ver a mi familia, que mi familia me iba a odiar,
que mi papá no me iba a querer más, que a mi hermano le iba a dar asco” (José).
“Lloraba todos los días, trataba de disimular cuando estaba con mi familia y con mis
amigos” (Mario).
“Después dura hasta los 12 nomás (…) la última vez que lo iba hacer, me puse a pelear
con él, le estaba pegando patás, todo eso, combos, que no se acercara a mí, y no lo
hizo, no pudo”; “Empecé a responderle mal, y empieza como ya, y sal de aquí cabro
culiao, así yo dije, ya sal, y empezamos a pelear, y ahí empecé como a pegarle todo
eso”; “Fui creciendo y me defendí (…) ahí yo empecé como hacer deporte, entonces ahí
tenía más fuerza y aproveché eso” (Pablo).
“Me acuerdo que fue en las vacaciones, ese año ahí estaba en scout y íbamos al
campamento (…) que tenía las vacaciones de invierno íba a campamento, pa semana
santa, entonces ya casi no iba para la playa, entonces me alejé más (…) -¿Y
concretamente porque tú dejaste de ir a la playa?- Porque iba al campamento (…) iba al
campamento, para mi empezó a ser más importante scout y eso” (José).
Por su parte, en los dos (2) entrevistados restantes los actos abusivos se interrumpen por
la incidencia de un tercero del entorno social o familiar que prohíbe la continuidad de la
interacción con el ofensor, aunque derivándose dicha interrupción desde la develación.
97
En conjunto con las conductas antes descritas en torno a la interrupción del acto abusivo,
también se observan en los discursos analizados, el despliegue de estrategias en la línea
de interrumpir aquellos eventos durante la misma dinámica.
“Empecé a salir todos los fines de semana y llegaba a las dos tres y media esperando
que esté durmiendo para no tener que ayudarle a hacer todo lo que él quería” (Mario).
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3.- CODIFICACION SELECTIVA
Complementando esto último, es dable señalar que las figuras parentales, especialmente
durante la infancia, ocupan un lugar preponderante en el mundo interno, siendo referentes
afectivos significativos y la base desde la cual se satisfacen o no las principales
105
necesidades, sean éstas de tipo afectivo, proteccional, nutricio, entre otros. Del mismo
modo, se advierte que cada padre presenta un rol claramente delimitado, siendo éstos la
primera fuente desde la cual se configuran y después refuerzan los roles de género, los
que ocuparán un lugar central en la conformación de la identidad y el autoconcepto. Sin
embargo, la percepción y nivel de incidencia de los padres no es estática ni permanente,
en tanto, tienden a perder influencia con la aparición de la adolescencia, pesquisándose
desde este momento una postura ambivalente respecto de los mismos, en tanto tienden a
cuestionar a dichas figuras, sus conductas y los roles desempeñados. Al respecto, fue
posible detectar que dicha crítica se relaciona especialmente con sus expectativas en
torno a la posición adoptada por el padre frente a la vivencia abusiva y la socialización de
aquellos actos.
Por otra parte, otro factor interviniente que se relaciona directamente con los factores
causales pesquisados es; la adolescencia, que destaca como una etapa en la que se
observa una reestructuración del mundo psíquico del joven dado por la irrupción de los
cambios fisiológicos, psicológicos y sociales. Al respecto, esta nueva relación con el
entorno es valorada positivamente, en tanto es relacionada con la adquisición de nuevas
herramientas, posicionamiento ante el entorno, y por ende, de una nueva configuración.
Siguiendo la misma línea, con esta apertura al mundo social emergen nuevos actores en
sus vidas; pares y pareja, tendiendo a pseudoalejarse de su grupo familiar, de sus padres,
y ocupando ahora, especialmente los pares de su mismo género, un rol preponderante en
sus vidas, constituyendose éstos en sus principales referentes identitarios, y con quienes
se establecen lazos afectivos estrechos y con límites difusos, incluso por momentos
inexistentes.
En tanto, otro aspecto que se redefine se refiere a la sexualidad, la que ahora se orienta
de manera preferente hacia un otro, en lo que será el comienzo de las relaciones de
pareja. Así, con la aparición de la adolescencia emerge una nueva forma de relacionarse
106
y posicionarse con un tercero en el plano amoroso, generalmente de sexo femenino,
observándose un despertar sexual, donde las relaciones se fundan en la
complementariedad, el encaje de características diferenciadas con un tercero, a la vez
que se tienden a establecer relaciones en las que se valoran positivamente elementos
tales como un acercamiento basado en la afectividad. De este modo, se pesquisa un
despertar sexual, percibiéndose como seres con iniciativa, la que despliegan de variadas
maneras, ejemplo a través de ritos de conquista, al mismo tiempo que dicho interés
amoroso/sexual es fomentado activamente por su entorno, especialmente por sus pares.
Por otra parte, en lo relativo al acto de transgresión sexual propiamente tal, cabe destacar
que en torno a la percepción del sujeto que sindican como agresor, se advierte una
ambivalencia respecto del mismo. En este sentido, se le considera o consideró en algún
momento como un referente afectivo significativo, e incluso posicionándolo en ciertas
instancias como un referente identitario. Dicho elemento se constituye en un factor
causal preponderante a la hora de comprender cómo es que (re)significan los actos
abusivos y el despliegue de estrategias de victimización de parte del ofensor en la línea
de la seducción y normalización. En este sentido, dichas estrategias se sostienen en una
vinculación afectiva de parte del joven, propiciada por quien identifica como ofensor, a la
vez que éstas posibilitan la reiteración y cronificación de las acciones de transgresión.
107
transgresión, no logran integrarlo adecuadamente, dada las estrategias de victimización y
los elementos antes descritos, que los lleva a posicionarse en una situación de
coparticipación de dichos eventos, incluso percibiéndose confusamente en un rol
feminizado. Esta posición entorpece una elaboración adecuada de daño sobre su
persona.
Por otra parte, se advierte que con el devenir de la adolescencia y los respectivos
cambios que esta fase conlleva, sea a nivel físico, cognitivo, social, entre otros, se lleva a
cabo una resignificación de los actos de transgresión sexual, logrando en aquel momento
concebirlos como tales, posicionándose en un rol de víctima, por mucho que puedan
coexistir sentimientos ambivalente en torno al agresor, además de culpa y sensación de
coparticipación con los que deben lidiar en la medida que se configura una nueva
percepción de aquellos actos abusivos.
Del mismo modo con la resignificación de tales eventos, se produce no solo una nueva
configuración de aquellas acciones, sino de la forma de entenderse con el mundo, con
sus pares, familia, con su sexualidad, con sus parejas, viéndose cuestionado su
autoconcepto más allá de los cambios esperables acaecidos durante la adolescencia, en
tanto, al posicionarse en un rol de víctimas, de sujetos transgredidos, y con sentimientos
ambivalentes respecto del ofensor, se coloca en jaque su configuración previa,
haciéndose necesario redefinirse tanto en sus roles de género, como en la posición que
ocupan en el mundo. Asimismo, lo anterior también coexiste con temores asociados a
cómo se les visualizará y etiquetará, viéndose de esta forma menoscabada su autoestima,
en tanto, ser víctimas les implica necesariamente estar jerarquizadamente en una
posición inferior, en un rol no acorde a lo esperado, en un rol femenino en consideración a
los estereotipos masculinos que han incorporado a lo largo de su ciclo vital, entre otros.
En este sentido, fue posible pesquisar una afectación emocional asociada a los hechos
abusivos, los que derivan especialmente desde la resignificación de los mismos.De esta
forma, se observa la emergencia de sentimientos displacenteros que no sólo se limitan a
la sensación de desagrado originada en una fase inicial concomitante a la vivencia
descrita, sino que ahora surgen ligados a esta nueva forma de comprender dichas
acciones, a este nuevo rol en que se sitúan, y desde donde ahora logran situarlo, desde la
palabra de una manera mas abstracta.
108
De este modo, desde la resignificación de tales actos abusivos, fue posible detectar el
despliegue de estrategias de acción/interacción en un lado inverso al rol de sujeto
pasivo que coparticipa del abuso mediante la no resistencia, buscando de esta forma en
primera instancia interrumpir la dinámica abusiva, lo que se logra mediante la develación
o por la resistencia física, entre otros. Así, la ejecución que aquellas conductas que logran
interrumpir dichos episodios son valoradas positivamente al ser acertadas en su finalidad,
a la vez que los hace tomar distancia del desagrado corporal coligado a la vivencia que
describen. Al mismo tiempo, destaca que ante la afectación emocional e irrupción
devastadora en su mundo psíquico derivada desde la resignificación, los hace fomentar el
despliegue de estrategias en la línea de lo (pro)activo, lo que implica tomar distancia de
los afectos displacenteros asociados a la victimización, posicionándose a la vez como
sujetos con tendencia a lo activo y lo público.
Por otra parte, fue posible identificar factores contextuales que inciden en la
construcción de la masculinidad a partir de la resignificación de los eventos abusivos. En
este sentido, se menciona la participación de los entrevistados en el proceso judicial,
instancia en la cual explicitan verbalmente los actos investigados buscando la sansión de
los mismos, siendo esto comprendido como un paso necesario para reparar en alguna
medida la vivencia abusiva descrita. De igual forma, también como factores contextual fue
posible distinguir; la adolescencia, con sus respectivos cambios físicos, cognitivos y
sociales, además de la participación en un proceso reparatorio, siendo éste significado
como un espacio de apoyo orientado a sobrellevar las secuelas psíquicas de las acciones
abusivas.
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En síntesis, cabe resaltar que con el devenir de la adolescencia se produce un hecho de
gran relevancia y que tiende a marcar un antes y después en la comprensión del evento
abusivo, de la relación con el entorno, de su autoconcepto, de sus afectos y conductas,
que van más allá de los cambios esperados en esta etapa de desarrollo, que viene dado
por la resignificación del evento abusivo, que incidirá en la construcción de la
masculinidad, y desde ahí en las estrategias de acción/interacción y consecuencias de los
actos transgresores a nivel personal, social, y en su sexualidad.
De esta forma, desde la teorización de los datos, fue posible detectar la siguiente
categoría central: La reconfiguración de la masculinidad a partir de la
(re)significación de una vivencia de transgresión sexual, que a su vez, se expone en
el siguiente diagrama:
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111
V.- DISCUSION TEORICA DE LOS RESULTADOS .
________________________________________________________
En primera instancia destaca que el factor género está presente de manera transversal y
permanente en la conformación de las subjetividades de los entrevistados, otorgando
pautas identitarias, relacionales, afectivas y de comportamientos, entre otros, las que
inciden bidireccionalmente en la tríada individuo/sociedad/cultura. Sin embargo, es en la
adolescencia donde se pone de manifiesto con mayor fuerza dicho elemento, en tanto los
sujetos varones buscan ser reconocidos y validados por los demás como masculinos, en
lo que sería la expresión más radicalizada del género a lo largo de su curso evolutivo, lo
que a su vez presenta convergencia con la literatura (Olavarría, 2000), constituyéndose
así la construcción de la masculinidad como un eje central durante esta fase.
112
En este sentido, se advierte una valoración negativa de las acciones abusivas, las que
vienen acompañadas de afectos displacenteros, especialmente en la línea de la culpa,
vergüenza y sensación de menoscabo e inferioridad. Sin embargo, la valoración de
aquellos eventos en los términos que se describieron anteriormente, no se presenta en los
sujetos desde el comienzo de la vivencia y/o dinámica abusiva, por mucho que los
adolescentes realizaron esfuerzos en su momento por intentar comprender esas
vivencias, valorándolas vagamente con desagrado. Esta dificultad se explica por la
concatenación de varios factores que se potencian entre si, a saber; la inexperiencia
sexual, la etapa del desarrollo cognitivo en el que se encontraban, el vínculo ambivalente
con el agresor y por sobre todo, el despliegue de estrategias de victimización por parte de
éste que conllevan a una confusión en la percepción del actuar de dicho sujeto, lo que a
su vez, resulta convergente con la fenomenología de las agresiones sexuales,
especialmente con lo descrito por Perrone y Nannini (1997) respecto de la captación que
logra el ofensor con la víctima, siendo colonizado por éste, lo que le impiden diferenciar
sus límites con el otro.
Así resalta que durante la adolescencia emergen un conjunto de factores que otorgan una
nueva configuración al evento abusivo, dado por nuevas destrezas cognitivas, físicas,
sociales, que le permiten a los jóvenes darle un nuevo significado, comprendiéndolo y
verbalizándolo como eventos transgresores propiamente tal, por mucho que sigan
coexistiendo sentimientos ambivalentes en torno al agresor y sensación de
coparticipación en torno a tales acciones.
113
que se produzca lo traumático se requieren dos tiempos, dos “golpes”, aludiendo dicho
autor que el primer golpe es la situación propiamente tal, que se encaja en la vida real
provocando la herida y el dolor de ésta, sin embargo, existe un segundo golpe, el que se
sufre con el surgimiento de la representación de lo real “La estructura de la agresión
explica los daños provocados por el primer golpe, la herida o la carencia. Sin embargo,
será la significación que ese primer golpe haya de adquirir más tarde en la historia
personal del magullado y en su contexto familiar y social lo que explique los devastadores
efectos del segundo golpe, el que provoca el trauma” (Cyrulnik, 2008, pág. 27).
En este contexto, cabe resaltar la injerencia de las figuras parentales como modelos
identitarios en lo que respecta a los roles de género y el papel que éstos ocupan en la
construcción de la masculinidad. Al respecto, la importancia de estos vínculos de acuerdo
a la literatura, radica en que regulan el comportamiento, relaciones y emociones entre sus
miembros, al mismo tiempo que son los encargados de transmitir las creencias culturales,
especialmente a través de la socialización primaria, citando para ello a Bourdieu; “La
114
familia asume en efecto un papel determinante en el mantenimiento del orden social, en
la reproducción, no sólo biológica sino social, es decir en la reproducción de la estructura
del espacio social y de las relaciones sociales” (Bourdieu, 1997, p. 133).
De esta forma, destaca que a pesar de lo señalado, en torno a ciertas cualidades con que
se percibe a la figura paterna, relativas al rol de consejero y orientador, destaca que la
develación de las acciones abusivas no se dirige hacia éste, lo que resulta en cierta
medida paradójico dada la relación de confianza con que describen dicho vínculo. En este
sentido, surge la interrogante respecto de la posible incidencia del factor género en tal
aspecto, considerando especialmente los mandatos socioculturales con que se forma la
identidad de género y en cómo el padre participa activamente propiciando y reforzando
los mismos; como un sujeto activo, fuerte y heterosexual, a lo que se suma el factor
identitario que ocupa dicha figura para los entrevistados, por lo que tales mandatos
incorporados, y a modo de evitar la exclusión como “hombres”, podría comprenderse
desde aquel elemento que los dichos acusatorios iniciales no se dirijan hacia esta figura.
115
incorporación de la madre al mundo público/laboral, aquella función coexiste con el rol
materno y el estar encargada del ámbito doméstico/privado.
Por otra parte, cabe señalar que los padres tienden a perder influencia durante la
adolescencia, pseudoalejándose de éstos y dando cabida al grupo de pares como la
principal fuente de contención, imitación, coalición y fuente de confianza, siendo así sus
coetáneos, especialmente un número reducido de personas y de su mismo género,
quienes ocupan el lugar de mayor relevancia durante esta etapa. En este sentido, lo
anterior presenta convergencia con lo descrito en la literatura, que otorga a esta fase
características únicas en la vida de una persona, siendo descrito como un período de
apertura al mundo, a través del cual se busca independencia respecto de los padres,
desarrollándose ahora nuevas competencias y especialmente un nuevo posicionamiento
social, desplegando estrategias que se le demandarán en un futuro (Moldenhauer y
Ortega, 2004; Silva, 2007).
116
por la complementariedad, observándose en los entrevistados el despliegue de conductas
en la línea de los estereotipos masculinos: contenedor y/o protector con éstas, lo que a su
vez resulta correspondiente a lo planteado por Bourdieu (2000), respecto que lo
masculino se funda en la diferenciación y oposición de lo femenino.
117
3.- Identidad:
De esta forma, si bien se observa una identificación con los estereotipos masculinos de
tipo hegemónico, esto no significa que su autoconcepto coincida plenamente con éstos,
en tanto en su configuración, ello coexiste con afectos asociados a la resignificación de la
vivencia abusiva; el sentirse dañado, menoscabado, tanto en su integridad física como
psíquica, con sentimientos de indefensión y vulnerabilidad, los que tienden a provocar
malestar emocional, y por tanto, movilizan defensas del lado de la disociación; de este
modo, se evidencia de manera explícita reiterados intentos por tomar distancia de estas
emociones displacenteras, sea por medio de la negación de estos afectos como por
medio de un intento de control de las mismas. Sin embargo, aquella disociación, si bien
pudiera resultar adaptativa como forma de sopesar el malestar emocional, sobre todo en
un comienzo tal como plantea Intebi (1998), su utilización como defensa privilegiada en el
tiempo podría derivar en trastornos, ya que de acuerdo a esta misma autora sus efectos
provocan quiebres en el encadenamiento de los recuerdos (Ibid).
118
vienen concatenados a la experiencia del abuso. Podríamos decir entonces, que la
afirmación de la identidad en lo masculino no sólo se funda en estos casos en el proceso
típico relativo a la construcción de las masculinidades centradas en la negación de lo
femenino como propone Bourdieu (2000), sino que también se ancla en la necesidad de
disociar el mundo afectivo que se encuentra dañado, siendo la masculinidad en estos
casos, una buena excusa para alejarse de aquello.
119
Asimismo, destacan elementos atingentes a un deterioro significativo en su mundo
afectivo ligado a dicha imagen corporal que empañan su autoconcepto, observándose
sentimientos de temor y vergüenza preferentemente, además de sensación de
incomodidad, desagrado, culpa y agresión contenida, destacando que muchos de
aquellos elementos se mantienen al momento de realizarse la entrevista, pudiendo
estimarse que se encuentran de manera gravitante en las relaciones que establecen. A la
vez, los sentimientos de culpa y vergüenza guardarían relación con la dinámica abusiva
que se habría instalado, en tanto, tal como se señaló anteriormente, el ofensor habría sido
significado como un sujeto cercano afectivamente e incluso como un referente identitario,
por lo que la interacción se habría tornado indescodificable para los jóvenes, emergiendo
de este modo los sentimientos de coparticipación, culpa y vergüenza.
4.- Sexualidad:
120
Por su parte, destaca la emergencia explícita de un participante que da cuenta de una
orientación sexual de tipo homosexual, advirtiéndose en este caso un claro malestar
emocional asociado a lo anterior, además de intentos de negación de dicha realidad por
ciertos momentos y una valoración negativa de la misma. En este sentido, aquello daría
cuenta de los mandatos hegemónicos incorporados de manera homogénea en todos los
adolescentes respecto de lo que debería ser la preferencia sexual y fantasías de
exclusión social asociadas a la misma. A la vez, tal elemento presenta convergencia con
lo descrito en la literatura, en tanto la homosexualidad sería la masculinidad degradada,
siendo la bodega de todo lo que simbólicamente es expelido de la masculinidad
hegemónica, estando de esta forma la masculinidad gay, como la masculinidad más
subordinada (Connell, 1997), o tal como lo plantea Fraser en García y De Gatica (2008)
respecto que la desviación de la heterosexualidad sería distintivo de desprecio,
inferioridad y exclusión. Por tanto, independientemente que la orientación sexual sea
relativa a la elección de un objeto del mismo sexo en un entrevistado, resalta igualmente
la identidad masculina con tendencia a alejarse de lo femenino y la problemática que la
orientación homosexual le conlleva con respecto a la masculinidad hegemónica adquirida.
De este modo, la heterosexualidad es valorada positivamente, siendo ésta potenciada por
su entorno, lo que daría cuenta de lo que Badinter (1993) refiere como pactos que
fundamentan el patriarcado.
En tanto, se advierte que en las relaciones amorosas los entrevistados no sólo tienden a
establecer vínculos mayoritariamente de tipo heterosexual, sino que éstos se caracterizan
por estar basados en la complementariedad tradicional adscrita a los roles de género,
aspecto que no solo se advierte en las relaciones de pareja, sino que también en las
relaciones de amistad con el género femenino. De esta forma, las relaciones con el otro
sexo, tanto en el plano emocional-sexual como de amistad, se posicionan como ejes
configuradores de la identidad sexual propia, en tanto representan la interacción con la
alteridad, con lo distinto, imaginario desde el cual configuran la relación complementaria
que señalan establecer, relación marcada por la protección y contención que ellos, en
tanto hombres, pueden otorgarles.
121
tercero, rememorando en aquellas ocasiones recuerdos que hasta ese momento eran
más bien vagos. Se observa entonces, que la resignificación del abuso repercute en el
ámbito de la sexualidad, de pareja, área quizás más manifiestamente dañada, en tanto se
entrecruzan de manera explícita la evocación del abuso con el factor género, y desde
donde podría comprenderse la dificultad observada en los jóvenes para establecer
vínculos amorosos, los que se caracterizan por intentos de mostrarse activo desde la
agresividad e impulsividad o con tendencia a sustraerse de dichas interacciones
sintiéndose menoscabados, dado los sentimientos de vulnerabilidad asociados.
Al respecto, pudo observarse una tendencia, en los entrevistados que presentan una
relación de pareja, a asociar dicho ámbito a una reedición de las situaciones abusivas,
pero desde la identificación con elementos activos, incluso desde el lugar del agresor, en
el que de alguna forma se vulnera al otro, dando cuenta dicho elemento de la flexibilidad
en la posición victima/victimario y de la necesidad implícita en dejar de ser víctimas. Cabe
resaltar entonces, como el lugar del agresor coincide con la posición de lo masculino en la
cultura hegemónica y cómo la identificación inconsciente con elementos del victimario
reeditada en las relaciones de pareja, es un mecanismo defensivo que alimenta la
necesidad de aferrarse al modelo hegemónico.
Aun así, los problemas devenidos de esta identificación logran ser problematizados por
los entrevistados, siendo ellos mismos los que establecen el nexo causal entre la
ejecución del delito y estas repercusiones que circunscriben en el ámbito de la sexualidad
predominantemente, en tanto, la perturbación emocional va en la línea del despliegue de
afectos que interfieren significativamente en los vínculos de pareja, sea mediante
conductas agresivas hacia ésta (identificación con elementos agresivos y con la
masculinidad hegemónica), como con los mismos sentimientos de inferioridad antes
descritos que entorpecen la libre expresión emocional hacia la pareja. Así, dichos
elementos se encuentran directamente relacionados al género y a la construcción de su
masculinidad, pesquisándose a la vez, significativas alteraciones emocionales que
impiden un intercambio amoroso mútuo, percibiéndose como dañados y desde aquello
tendiendo a justificar sus dificultades en este plano.
122
VI- CONCLUSIONES
________________________________________________________
Al mismo tiempo, dado que la masculinidad es entendida como una construcción social
que depende a la vez de un contexto sociocultural e histórico en particular, se advierte
que los entrevistados no están exentos del modelo hegemónico en el que están insertos,
adhiriendo al mismo.
123
menoscabo, inferioridad e incluso persistiendo al momento de la entrevista sentimientos
de coparticipación del abuso. Así, destaca que a partir de la resignificación la escena
abusiva emerge como una irrupción en el mundo psíquico de los jóvenes, inscribiéndose
con características de traumático, dada la intensa carga de afectos displacenteros
coligados, los que incluso persisten al momento de la entrevista provocando un claro
malestar emocional y que en su mayoría asocian directamente a la experiencia reportada.
124
Respecto de los posibles alcances de esta investigación, éstos se circunscriben en
diversos ámbitos, sea desde lo forense en lo que respecta a la evaluación pericial
psicológica de daño, como en el ámbito clínico, en este caso en procesos terapéuticos
reparatorios. Esto, en la medida que desde la comprensión fenomenológica de aquellas
vivencias, en la que se incorpore el factor género y el cómo la secuela psíquica se
inscribe en las subjetividades de las personas -en consideración al contexto de la cultura
patriarcal en que nos desenvolvemos- nos permitiría re-mirar el daño psíquico a la luz de
estos hallazgos, tanto al intentar pesquisar la magnitud y extensión del daño pesquisado,
como del pronóstico y la valoración de las hipótesis al momento de levantar y contrastar la
información, además de diseñar planes de intervención más específicos que incorporen
explícitamente a los elementos encontrados.
Al mismo tiempo, los alcances no sólo se podrían limitar al ámbito pericial y de reparación,
sino también a programas de prevención en la temática de las agresiones sexuales, con
un énfasis puesto en la variable género/masculinidad, considerando que dicho elemento
se encuentra instalado como un derecho humano trascendental en lo que respecta a las
inequidades sociales, y considerando además lo gravitante de ese factor al momento de
comprender la vivencia abusiva y el daño coligado.
125
Finalmente, como propuestas se estima necesario continuar ahondando en la temática de
género y agresiones sexuales, pero considerando además otras variables, tales como
distintas etapas evolutivas de la víctima, intentando pesquisar por ejemplo, como se
configura el daño psíquico en niños preescolares o escolares a partir del cruce con el
factor género.
126
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134
ANEXO N° 1
135
- ¿Cómo eres en tu grupo de amigos?
- ¿Has tenido algún problema con
ellos? (¿qué pasó?, ¿cuándo?,
¿cómo fue?, ¿cómo se resolvió?)
- ¿Tienes secretos?, ¿se los cuentas a
alguien?, ¿a quién? (¿por qué?)
- ¿Tienes amigas?
- ¿Cómo te llevas con ellas?
Relaciones - ¿Con quién te llevas mejor? ¿por
sociales qué?
- ¿Cómo defines la relación con tus
papás?
- ¿Cómo te llevas con ellos?
- ¿Con cuál te llevas mejor? ¿por qué?
- ¿Cómo defines la relación con tu
papá?
- ¿Si le pudieras cambiar algo a la
Figuras parentales relación con tu papá, que le
cambiarías?
- ¿Cómo defines la relación con tu
mamá?
- ¿Si le pudieras cambiar algo a la
relación con tu mamá, que le
cambiarías?
- ¿Qué crees que ellos esperan de ti?
- ¿En tu familia quien toma las
decisiones?, ¿Qué opinas de eso?
136
- ¿Cuándo te gustaría pololear? (¿por
qué?)
- ¿Cómo te gustaría que fuera tu
primer pololeo?
- ¿Cómo crees que serías tú como
pololo?
- ¿Cómo te gustaría que fuera tu
Sexualidad polola/o?
- ¿Te has enamorado alguna vez?
¿cuándo?, ¿cómo fue?
- ¿Cómo supiste que estabas
enamorado?
- ¿Qué sabes de sexualidad?
- ¿Qué crees que es la sexualidad?
- ¿Cómo supiste eso?
- ¿Has tenido relaciones sexuales?,
¿Cuándo?, ¿Cómo las defines?
- ¿Cómo fue la primera vez?
(expectativas, antes y después)
- ¿Cómo te sentiste?
- ¿Con qué sensación te quedaste?
Relaciones sexuales - ¿Le cambiarías algo?
- ¿Cuál es tu opinión del sexo -o
relaciones sexuales-?
- ¿Qué piensas de las relaciones entre
personas del mismo sexo?
- ¿Cómo te gustaría que fuera tu
primera relación sexual?
- ¿Con quién te gustaría que fuera?,
¿por qué?
- ¿Cómo crees que será?
- ¿Qué no te gustaría que pasara?
- ¿Cómo te ves en el futuro en el
ámbito de pareja?
- ¿Tus amigos han tenido relaciones
sexuales?
¿Cómo es él?
¿Qué opinas de él?
¿Qué piensas de lo que hizo (o pasó -
Percepción del depende de cómo lo plantee-)?, ¿Por qué
agresor crees que lo hizo?
¿Qué pensabas de él antes de que pasara
esto?
¿Cómo te llevabas con él?
¿Qué te gustaría que pasara con él?
137
¿Hay alguien que sepa lo que pasó?
¿Cómo supieron?
Percepción de daño ¿Cómo reaccionaron los demás?, ¿Qué
(ligarlo también con piensas de eso?.
develación) ¿Cómo te hubiese gustado que
Victimización reaccionaran?
sexual
(si es que no sabe su entorno) ¿cómo
crees que reaccionarían?, ¿qué crees que
pensarían? (familia, amigos y pareja)
¿Qué crees que pensarían de tí?
¿Cómo crees que te ven los demás
después de lo que pasó? ¿por qué?
(si nadie lo sabe) ¿Se lo contarías a
alguien?
¿Cómo te sientes cuando me cuentas?
¿Cómo te sentiste cuando pasó (primera
vez)?
138
ANEXO N° 2
CONSENTIMIENTO INFORMADO
Estimado:
Nombre:
Rut:
Firma:
Fecha:
139
ANEXO N° 3
Pseudónimo Edad Temporalidad Características Ofensor Características
del Abuso Del abuso. familiares
Pablo 14 años Durante la niñez, -Actos penetrativos -Reside con
interrumpiéndose a nivel anal. ambos padres y
al comienzo de la Hermano hermano menor.
adolescencia.
José 17 años Durante la niñez, -Actos penetrativos Primo -Padres
interrumpiéndose a nivel anal. paterno separados
al comienzo de la - Contacto bucal.
adolescencia. -Contacto -Reside con la
bucopeneano. madre y hermano
Exposición a menor.
material visual de
tipo homosexual.
Luis 18 años Durante la niñez, -Contacto Pareja de -Padres
no precisando bucopeneano. la madre separados
temporalidad ni (residió con
interrupción de éste) -Reside junto a la
ésta. madre y
hermanas.
Andrés 13 años Desde el final de -Actos penetrativos Pareja de -Desconoce a su
la niñez hasta el a nivel anal. la madre progenitor.
comienzo de la -Contacto (residió con
adolescencia. bucopeneano. éste) -Reside junto a
abuela materna y
Jorge 15 años No logra precisar -No logra precisar Pareja de -Padres
la temporalidad carac. de dichas la madre separados.
de dichas acciones, las (residió con
acciones. describe como éste) -Reside junto a su
intentos constates madre y hermano
de tocaciones en mayor
su genitalidad.
Mario 19 años Durante la -Actos penetrativos Pareja de -Padres
adolescencia. a nivel anal. la madre separados.
-Contacto (residió con
bucopeneano. éste) -Reside junto a su
-Actos madre y hermano
masturbatorios. menor.
-Exposición a
material visual de
tipo homosexual.
140