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CONSTRUCCION DE LA MASCULINIDAD EN ADOLESCENTES VARONES

VICTIMIZADOS SEXUALMENTE.

RODRIGO ANTONIO MUÑOZ ESPINOZA

Tesis para optar al grado de Magíster en Intervención Psicojurídica y Forense.

Profesor Guía: Aída Leiva Chacana


Profesor Metodólogo: Tatiana Tomicic Calvo

Santiago de Chile
2015

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RESUMEN

La presente tesis buscó acceder a las subjetividades de sujetos adolescentes varones,


que reportan una transgresión sexual por parte de un ofensor de sexo masculino. Se
intentó aportar de manera complementaria con las investigaciones existentes a partir de
la descripción y comprensión de cómo las variables género y adolescencia inciden como
huella psíquica, en la construcción de la masculinidad a partir de una vivencia de
agresión sexual. Para ello se utilizó la metodología cualitativa y como enfoque
metodológico la teoría fundamentada. Así, se logró distinguir que el factor género está
presente de manera transversal en todos los ámbitos de la cotidianeidad de los
entrevistados, no obstante, se advierte que a partir de la (re)significación de la vivencia
abusiva, concatenada con la emergencia de la adolescencia, dicha experiencia se
inscribe con características de traumática, reafirmándose desde entonces una
masculinidad de tipo hegemónica. Finalmente, queda abierto el desafío para seguir
investigando en este ámbito.

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INDICE

I- PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA………………………………………………. 7


1. Marco Contextual y Relevancia………………………………………………….. 7
2. Pregunta de Investigación………………………………………………………... 11
2.1. Objetivos……………………………………………………………………… 11
2.2. Objetivo General…………………………………………………………….. 11
2.3. Objetivos Específicos..…………………………………………………….. 11

II.- MARCO TEORICO……………………………………………………………………. 12


1. Masculinidad………………………………………………………………………. 12
1.1. Cultura, Sociedad e Individuo…………………………………………….. 12
1.2. Género………………………………………………………………………... 13
1.3. Cuerpo y Género…………………………………………………………….. 15
1.4. Masculinidad(es)…………………………………………………………….. 17
1.4.1. Masculinidad Hegemónica………………………………………… 18
1.4.2. Masculinidad Emergente………………………………………….. 20
1.4.3. Estudios Nacionales en torno al Género y Masculinidad…….. 21
1.5. Género y Políticas Públicas……………………………………………….. 23
2. Adolescencia……………………………………………………………………… 24
2.1. Cambios Biológicos………………………………………………………… 26
2.2. Cambios Psicológicos………………………………………………......... 27
2.3. Cambios Sociales…………………………………………………………… 28
2.4. Adolescencia y Sexualidad………………………………………………… 30
2.5. Adolescencia y Masculinidad……………………………………….......... 32
3. Victimización Sexual Infantil…………………………………………………….. 34
3.1. Contextualización Histórica………………………………………………… 34
3.2. Antropología de las Agresiones Sexuales………………………………. 37
3.3. Factores Socioculturales y Agresión Sexual……………………………. 38
3.4. Delimitación de las Agresiones Sexuales……………………………….. 40
3.5. ¿Qué es una Agresión Sexual?.............................................................. 41
3.6. Dinámica de las Agresiones Sexuales…………………………………… 43
3.7. Epidemiología……………………………………………………………….. 46
3.7.1. Grupo Etáreo………………………………………………….……. 48

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3.7.2. Sexo de la Víctima……………………………………………….… 48
3.7.3. Sexo del Agresor…………………………………………………... 49
3.7.4. Relación Víctima/Victimario………………………………………. 49
3.7.5. Nivel Socioeconómico…………………………………………….. 50
4. Daño y Victimización Sexual.…………………………………………………… 50
4.1. Contexto Psicojurídico………………………………………….…….……. 50
4.2. Trauma……………………………………………………………….…..…… 52
4.3. Sintomatología………………………………………………………..…….. 54
4.4. Género y Agresiones Sexuales…………………………………….….….. 56

III.- METODOLOGIA.…………………………………………………………………..…. 60
1. Enfoque Metodológico……………………………………………………...….. 60
2. Tipo de Estudio…………………………………………………………….…..… 60
3. Enfoque Teórico-Metodológico…………………………………….…........... 61
4. Selección de la Muestra………………………………………………...……… 62
4.1. Características de la Selección de Participantes del Estudio……..… 62
4.2. Criterios Mestrales…………………………………………………..…….. 63
4.2.3. Criterios de Inclusión……………………………………….….….. 63
4.2.4. Criterios de Exclusión.…………………………………….….…… 64
5. Técnica de Recolección de Datos……………………………………..……… 64
6. Estrategia de Análisis e Interpretación de Datos…………………….….….. 66
7. Criterios de Validez…………………………………………………….……...... 68

IV.- PRESENTACIÓN Y ANÁLISIS DE RESULTADOS……………….……….….… 69


1. Codificación Abierta……………………………………………….…….……… 69
1.1. Area Social……………………………………………………….………… 69
1.1.1. Familia………………………………………………….………….. 69
1.1.2. Pares………………………………………………………….……. 75
1.1.3. Cotitianeidad……………………………………….……….......... 79
1.2. Individuo………………………………………………………….….……… 82
1.2.1. Autoconcepto……………………………………………….…….. 82
1.2.2. Afectos…………………………………………………………….. 85
1.3. Area Sexual……………………………………………………….…......... 87
1.3.1. Sexualidad y Victimización Sexual.…………………….……… 89
1.4. Victimización Sexual……………………………………….……….…….. 90

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1.4.1. (Re)significación de la Victimización Sexual…………..…...... 90
1.4.2. Percepción del Ofensor…………………….………………..….. 93
1.4.3. Percepción de Daño…………………………….……………..… 95
2. Codificación Axial…………………………………………..…………………... 98
3. Codificación Selectiva………………………………………….……….…....... 105

V.- DISCUSIÓN TEORICA DE LOS RESULTADOS………………………..………. 112


1. Adolescencia, Masculinidad y (Re)significación del Abuso…….….…….. 112
2. Vactores Sociales y Vinculares…………………………………….….……… 114
3. Identidad.…………………………………………………………….….……….. 118
4. Sexualidad……………………………………………………………..………… 120

VI.- CONCLUSIONES………………………………………………….……….………… 123

VII.- BIBLOGRAFÍA…………………………………………………….…….………...... 127

VIII.- ANEXOS…………………………………………………………….………….……. 135

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I.- PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA
_________________________________________________________
:::::::::::
1.- Marco Contextual y Relevancia:

Las agresiones sexuales corresponden a un fenómeno que se ha presentado en nuestra


realidad nacional de manera permanente en el tiempo y transversal al contexto social,
educacional y cultural. Sin embargo, es en las últimas décadas que ha comenzado a
visibilizarse como una problemática social, tanto por el impacto emocional que causa en
las víctimas, como porque constituye una de las peores formas de violencia que se
pueden ejecutar en contra de un individuo, siendo incluso homologable, de acuerdo a
Intebi (1998), a un balazo en el tejido emocional de los afectados.

De igual forma, la preocupación social por esta problemática se ha incrementado en la


medida que la mayor parte de las víctimas corresponden a niños y/o adolescentes,
quienes abarcan el 70% de los casos, siendo de igual forma, considerado por la población
nacional como el delito más grave (Maffioletti y Huerta, 2011). Al mismo tiempo, cabe
destacar que la literatura científica orientada en la descripción fenomenológica de las
agresiones sexuales infantiles da cuenta que el número predominante de este tipo de
ofensas se ejecuta en un contexto intrafamiliar o por parte de un conocido de la víctima,
quienes abarcan entre un 70 y 80% en estos casos (Ibid). Al respecto, dicho tipo de
victimizaciones implica una dinámica relacional que Barudy y Dantagnan (2005) definen
como una perversión en la asimetría de poder entre adultos y niños, por lo que surge
entonces, la necesidad de velar tanto por la integridad física como psíquica de los niños
y/o adolescentes, por cuanto en esta etapa también se desarrollan y consolidan los
procesos básicos de personalidad, que son las que se podrán en manifiesto en el futuro
(Castillo, 2003).

Asimismo, podemos ver que la preocupación por dichas formas de transgresión no solo
se limita a ser una problemática social, sino que también se encuentra contemplada en
programas gubernamentales y dentro del mundo jurídico, esto último al ser tipificadas
como delito de acuerdo a nuestro Código Penal, en tanto vulnera un bien jurídico
protegido, en este caso la libertad sexual (para víctimas mayores de 14 años) y la
indemnidad sexual (para menores de 14 años) (Mandiola, 2008).

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De esta forma, considerando el marco psicosocial y jurídico descrito, es que la psicología
forense presenta una especial relevancia al constituirse en una rama auxiliar al sistema de
justicia, a partir del entendimiento fenomenológico de las agresiones sexuales. En este
sentido, dado que el Ministerio Público no solo tiene la labor de investigar y probar la
ocurrencia de la trasgresión sexual misma, sino que también el distinto impacto y
gravedad que ejercen estos hechos sobre la víctima, es que la pericia psicológica se
constituye en un medio de prueba generalmente utilizado por las Fiscalías, adquiriendo
importancia de acuerdo al Art. 314 que señala lo siguiente: “procederá el informe de
peritos siempre que para apreciar algún hecho o circunstancia relevante fueren
necesarios o convenientes conocimientos especiales de una ciencia, arte u oficio”
(Ministerio Público, 2008; p.19).

Siguiendo la misma línea, cabe resaltar que son dos las solicitudes psicolegales
recurrentes en los peritajes psicológicos en delitos sexuales, correspondiendo la primera a
la evaluación de credibilidad del relato y la segunda a la evaluación de daño. Si bien la
pericia de credibilidad ocupa un rol importante como medio de prueba utilizado por parte
de la Fiscalía para intentar probar la ocurrencia de los hechos materia de investigación, el
segundo tipo de solicitud resulta trascendental para estimar en qué medida se ha visto
alterado el desarrollo psicosocial y sexual de un sujeto aún en desarrollo, lo que se
constituye en un poderoso factor a considerar en los agravantes del delito, especialmente
tomando en consideración los Artículos 69 y 368 del Código Penal, los cuales incorporan
en la sentencia la extensión del daño causado y las dinámicas relacionales del evento
abusivo (Ministerio Público, 2010). Por otra parte, resulta necesario precisar que la
evaluación de daño no solo se circunscribe al ámbito penal, sino que también puede ser
solicitada por Tribunales de Familia con un énfasis puesto en los antecedentes
proteccionales para el niño y/o adolescente.

Dado lo anterior, surge entonces el constructo de “daño” desde el campo psicojurídico,


siendo éste entendido como el impacto de vivencias sobre el mundo psíquico de la
víctima de forma reactiva a la ocurrencia de la agresión sexual, esto en función de la
configuración previa del sujeto a nivel individual, familiar y social (Contreras, Capella,
Escala, Nuñez y Vergara, 2005). Por tanto, el objetivo de la evaluación pericial psicológica
de daño se orienta a evaluar una posible lesión psíquica en el menor que sea atribuible a
los hechos denunciados, explorando para esto en los indicadores psicológicos, además

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de socio/familiares, que sean compatibles con vivencias de transgresión asociadas a una
victimización sexual, esto en consideración a la fenomenología del delito y de la
significación que la víctima le otorga a dicho evento (Ministerio Público, 2010).

Por otra parte, si bien se advierte un consenso en la literatura en torno a la ausencia de


síntomas patognomónicos asociados a una victimización sexual (Ibaceta, 2007), gran
parte de las investigaciones han centrado sus esfuerzos en la sistematización de
síntomas presentes en cada ciclo evolutivo o en realizar estudios comparativos intentando
vislumbrar un mayor o menor daño en consideración a determinadas variables, tales
como la edad y el género, entre otros, elementos que no es posible pasar por alto a la
hora de analizar las consecuencias de un evento abusivo.

De este modo, podemos señalar que las secuelas de una agresión sexual se vivencian de
un modo distinto de acuerdo a un compendio de variables incidentes, entre los que se
incluye el ciclo evolutivo que cursa la víctima, diferencia que se traduce no sólo en el
espectro sintomático mayormente esperable para uno u otro grupo de individuos, sino que
también con respecto al modo en que se inscribe el evento sexual como recuerdo, y la
forma en cómo éste se integra en el conjunto de significados y cosmovisión del afectado,
el que cambia notoriamente si es un prescolar o adolescente.

Al mismo tiempo, puede presuponerse que las implicancias y huellas psíquicas que tiene
una agresión sexual para un sujeto también podrían variar de acuerdo al factor género de
la víctima, esto al considerar que la subjetividad de un individuo es sexuada, vale decir,
que de acuerdo a la cultura dominante nos constituimos como sujetos masculinos o
femeninos, siendo éste el eje trasversal desde el cual se asienta nuestra identidad,
vínculos y nuestra manera de mirar el mundo (Bourdieu, 2000), por lo que si incluimos
factores socioculturales e históricos que originan y mantienen estereotipos que rodean a
lo femenino, masculino y el tipo de sexualidad que envuelve a ambas categorías, desde
aquellos elementos se clasificaría a las acciones abusivas en lugares distintos de acuerdo
al género con el que se haya formado un individuo. En este sentido, un evento como la
agresión sexual pudiese impactar de manera diferente en cada persona según estos
términos, por lo que se constituye en un factor importante a tener en cuenta a la hora de
describir y comprender el impacto del delito en las vidas de quienes vivencian una
agresión sexual.

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Ahora bien, desde la revisión bibliográfica se advierte que los estudios que toman en
consideración esta última variable (género) tan relevante para la configuración subjetiva
del delito por parte de la víctima, son escasos (Walker, Carey, Mohr, Stein y Seedat en
Losada, 2012). Asimismo, se observa que gran parte de estas investigaciones limitan sus
alcances en intentar pesquisar una posible sintomatología diferenciada en hombres de
mujeres, intentando así, observar el daño a través de los síntomas. Al respecto, es
necesario precisar que el daño psíquico se considera más abarcativo que los mismos
síntomas, en tanto existen niños asintomáticos, sobreadaptados o con manifestaciones
sintomáticas que no necesariamente se presentan de forma reactiva al evento abusivo
(Silva y Venegas, 2004). De este modo, se hacen necesarios estudios que busquen
profundizar en el impacto que genera la inscripción de la agresión sexual a nivel subjetivo
de sujetos femeninos y masculinos, no desde una mirada comparativa, sino más bien, en
un intento de encontrar una fenomenología común a esta variable que vaya más allá de
los síntomas.

Por otra parte, al hablar de género y victimizaciones sexuales inevitablemente estamos


aludiendo directamente a los derechos humanos, en tanto, aquellas interacciones están
marcadas por la jerarquía, el poder y la violencia, las que actúan tanto a nivel manifiesto
como simbólicamente sobre las clases más vulneradas, en este caso niños, niñas y
adolescentes. De esta forma, para objetivos de esta tesis nos centraremos
particularmente en la violencia sexual, pero triangulando aquel tópico con el factor
adolescencia y género, entendiéndose este último como una construcción social que
moldea la subjetividad de las personas, y siendo la base desde la cual se estructura la
división del mundo (Olavarría, 2000, Hardy y Jiménez, 2001).

Al mismo tiempo, la relevancia del enfoque de género radica en otorgar una igualdad de
derechos y oportunidades a partir de las diferencias de cada persona según su sexo, por
lo que en cualquier procedimiento, tal como lo es la evaluación pericial de daño o
programas de intervención, entre otros, se estima fundamental que se considere a esta
variable como una necesidad dentro del contexto de los derechos humanos. De ahí la
relevancia de la presente investigación, al intentar dar luces de cómo es significado este
tipo de vivencias abusivas a la luz de la incidencia del género y especialmente en la
configuración de la masculinidad.

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2.- Pregunta de Investigación:

¿Cuáles son los discursos que emergen en los adolescentes varones que han sido
transgredidos sexualmente por un ofensor de sexo masculino respecto de la construcción
de su masculinidad?

3.- Objetivos:

3.1.- Objetivo General:

“Describir los discursos que emergen en torno a la construcción de su masculinidad en


adolescentes varones que han vivenciado una transgresión sexual por parte de un
ofensor de sexo masculino”.

3.2.- Objetivos Específicos:

o Describir los discursos construidos en torno a las relaciones sociales en


adolescentes que han vivenciado una transgresión sexual.

o Describir los discursos construidos respecto de la identidad de género en


adolescentes que han vivenciado una transgresión sexual.

o Describir los discursos construidos en torno a la sexualidad en adolescentes que


han vivenciado una transgresión sexual.

o Describir los discursos construidos por adolescentes en torno a la vivencia de


transgresión sexual.

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II.- MARCO TEORICO
________________________________________________________

1. MASCULINIDAD

1.1.- Cultura, Sociedad e Individuo:


¿Qué es el individuo?

Para la presente investigación se comprenderá al individuo como un sujeto que si bien


tiene un componente biológico, es predominantemente psicosocial, por lo que la
construcción de la realidad estará dada por un marco socio/histórico/cultural que actuará
como moldeador en la construcción de las percepciones, emociones y representaciones,
siendo por tanto, éste el marco desde el cual se construye la subjetividad.

En este sentido, los factores que operan en dicha construcción se encuentran insertos en
lo que corresponde al modelo ecológico (Bronfenbrenner, 2002), es decir, entendiendo al
ser humano como un sistema global en el cual se interrelacionan transversalmente
elementos del mismo individuo, de su plano interaccional, como también factores sociales
de su entorno más próximo y elementos socioculturales.

Respecto de este último nivel, entendido como lo macro, se concibe a la cultura como un
rasgo distintivo de lo humano, siendo definida como un conjunto de conocimientos
compartidos por un grupo de sujetos que tienen una historia en común y que participan en
una misma estructura social, refiriéndose de este modo a la forma de vida de los
miembros de una sociedad (Giddens, 2000). Al mismo tiempo, destaca que la cultura es
organizada y es organizadora a través del lenguaje, medio por el cual se transmiten los
conocimientos adquiridos colectivamente, los que a su vez contienen las creencias
míticas, por lo que a partir de aquellos conocimientos se construyen las normas y reglas
que organizan a la sociedad (Morin, 1994).

Así, se considera que cultura, sociedad e individuo están estrechamente relacionados, en


tanto el ser humano es individual pero al mismo tiempo también es social, por lo que no
se puede separar a las personas de otros individuos ni menos de su sociedad y cultura
(Maturana, en Grossman 1992). Por consiguiente, nuestras percepciones, creencias y

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representaciones no solo dependen de variables fisiológicas y/o psicológicas, sino que
necesariamente inciden en su conformación, factores socioculturales e históricos que
moldean la construcción social de la realidad (Grossman, 1992).

En este sentido, el modo en que se perciben los comportamientos, tanto propios como de
los demás, están moldeados por la constitución de creencias culturales que se han
aprendido por medio de la socialización, los que de acuerdo a Araya (2002), serían
representativos de la cultura dominante. De esta forma, el contexto macro en que nos
desarrollamos, interactuamos y nos vinculamos, como parte de la sociedad occidental a la
que pertenecemos, corresponde a los mandatos de la cultura patriarcal, siendo éste el
modelo hegemónico que transversalmente está presente en el mundo con influencia
judeo-cristiano desde miles de años (Herrera, 2011).

Al respecto, este último tipo de cultura se define como un sistema social imperante en que
hombres y mujeres se encuentran en grupos desiguales, siendo los hombres quienes
detentan el poder, predominando de esta forma, una jerarquía de dominación que ejercen
a niveles superiores los varones (Eisler en Araya, 2002). Al mismo tiempo, Herrera (2011),
refiere que al ser de tipo hegemónico, todas las construcciones creadas social y
culturalmente están atravesadas por este tipo de ideología, por lo que se reproduce en
todas las esferas de la cotidianeidad, incluidas las relaciones afectivas. Conjuntamente,
Castell (1999) plantea que dicho sistema al ser una estructura básica de todas las
sociedades contemporáneas, inevitablemente incide en todos los sujetos que la
componen, siendo a la vez, la familia patriarcal el núcleo que la fundamenta y mantiene.

De este modo, las pautas de interacción, valores y creencias, se articulan en torno a


conceptos tales como la verticalidad, la obediencia, la disciplina y el dominio del género
masculino sobre el femenino (Grossman, 1992; Herrera, 2011), siendo dichos elementos
los que sostienen la violencia de género (Machuca en Araya, 2002).

1.2.- Género:

Este concepto es definido como una construcción social respecto de las diferencias
sexuales biológicas entre ambos sexos y desde la cual se determinan las características
psicológicas y patrones comportamentales entre hombres y mujeres, siendo además

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adquirido durante la socialización (Hardy y Jiménez, 2001; Batres, Recinos y Dumani
2002).

En este sentido, a través de este proceso se constituye en cada individuo una identidad
de género, que les permite reconocerse y ser reconocidos por los demás como sujetos
femeninos o masculinos, siendo a la vez el marco desde el cual se definen y regulan las
relaciones sociales (Olavarría, 2000). Complementando lo anterior, Moldenhauer y Ortega
(2004), dan cuenta que si bien el individuo está determinado por los cromosomas
sexuales y el desarrollo de las características sexuales secundarias, es la identidad de
género la que le otorga a cada persona el sentido de pertenencia a lo masculino o
femenino, esto de acuerdo a las reglas establecidas socioculturalmente.

Así, por medio de la socialización se imponen desde el nacimiento de los individuos


características diferenciadoras de acuerdo al sexo biológico que traen, por lo que antes
que los niños puedan etiquetarse como de un género u otro, reciben una serie de
mensajes preverbales respecto de lo permitido y prohibido de su conducta (Batres et al.,
2002). De este modo, dichos elementos se constituyen en estereotipos de género,
concepto que se entiende como categorías descriptivas que definen las características y
comportamientos aceptados y valorados socialmente de acuerdo al género, y que
posiciona a lo masculino como sujetos libres, fuertes, valientes, activos, racionales,
violentos y desarraigados afectivamente, a la vez que el estereotipo femenino
correspondería a personas dependientes, débiles, temerosas, emocionales, pasivas,
tiernas y sacrificadas en torno a los hijos, entre otros (Grossman, 1992). Al respecto,
destaca que dichos estereotipos, especialmente los masculinos, han estado presentes en
imágenes arquetípicas de héroes y guerreros, expresandose a través de diversas
manifestaciones culturales: leyendas, novelas, cuentos y en el cine, entre otros (Herrera,
2011).

Por otra parte, cabe precisar que el género no constituye una forma de práctica en
particular, sino que es una forma de estructurar la práctica social en general, esto bajo
una forma de dominación desde lo masculino que usa los medios de violencia de género
como forma de mantener aquella forma de interacción (Connell, 1997), y que de acuerdo
a Bourdieu (2000) sería legitimizada y naturalizada, expresándose tanto a nivel manifiesto
como de forma simbólica en las interacciones cotidianas.

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Al mismo tiempo, Amorós (1990), señala que el conjunto de varones como género-sexo
se constituye mediante un sistema de prácticas reales y simbólicas, siendo la
autodesignación la que desempeña el papel de articularlas. En este sentido, el hombre
paradigmático no existe, sino que sería un invento social, de modo que no puede ser sino
el conjunto metaestable de pactos o acuerdos entre varones por el cual se constituye el
colectivo de éstos como género-sexo, a la vez que el patriarcado sería el constructo
metaestable de aquellos pactos (Ibid).

Conjuntamente, de acuerdo a Añon (s/f), dicho sistema específico de dominación


masculina gira en torno a dos esferas: la pública (ligada a la producción, el proveer, lo
competitivo, quien otorga seguridad) y la privada (ligada a lo doméstico, lo emocional, el
cuidado y bienestar familiar), situando a las mujeres de manera subordinada en este
segundo ámbito, a la vez que desde dicha separación es desde donde se ha forjado el
orden social y político. Al mismo tiempo, la perpetuación de lo anterior y de los
estereotipos de género que la sostienen, ha hecho que la diferenciación y roles de género
se constituyan en un esencialismo, es decir, en una forma de ver aquellos elementos de
forma naturalizada.

A la vez, esta misma autora señala que a pesar de variados cambios sociales que
emerjen desde el siglo pasado y que se han acentuado en estas últimas décadas, sigue
vigente la violencia de género, la que se traduce por ejemplo, en que si bien una gran
cantidad de mujeres ha ingresado al ámbito público mediante el ejercicio laboral
remunerado, no han abandonado el espacio privado, el que no deben descuidar al ser
considerado como propio de ellas (Añon, s/f). De este modo, dichos cambios sociales no
han implicado una redefinición de la esfera pública/privada, sino que ésta se lleva a cabo
en las mismas bases de poder asentadas en la desigualdad (Ibid).

1.3.- Cuerpo y Género:

Al respecto, la literatura da cuenta de una estrecha relación entre el concepto de género y


cuerpo, en tanto todos los fenómenos humanos se pueden entender a partir de la
diferencias sexuales anatómicas y biológicas, siendo desde éstas donde se construye la
división mítica del mundo, y desde la cual se estructura y fundamenta el orden social
(Bourdieu, 2000).

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En este sentido, a modo de explayarse en el párrafo anterior, destaca que sería el mundo
social el que otorga a la corporalidad y realidad biológica una realidad sexuada, es decir,
cargando al cuerpo de percepciones, atribuciones y pautas de comportamiento de orden
sexuante (Bourdieu, 2000). Así, de acuerdo a este mismo autor, el género al encontrarse
organizado en torno a lo reproductivo y biológico, se define en base a la corporalidad y los
procesos de reproducción humana por los que atraviesa el individuo durante su ciclo vital
(despertar sexual, relaciones sexuales, proceso de embarazo, parto, cuidado del niño,
entre otros). No obstante, tal como se señaló anteriormente, dicho nexo con lo
reproductivo es estrictamente social, es decir, que a pesar de ciertas características
diferenciadoras a nivel biológico entre hombres y mujeres, es desde dicha diferencia
donde se funda arbitrariamente un conjunto de representaciones sociales (Ibid).

Al mismo tiempo, hay una inculcación colectiva respecto del concepto de cuerpo y la
forma de utilización de éstos, asociando a lo femenino lo penetrable, lo receptivo y la
maternidad, a la vez que a lo masculino se le otorgan características ligadas a la virilidad
y la cualidad de penetrar, entre otros, por lo que el principio fundamental de división de
género está dado por la asociación entre lo masculino/activo y femenino/pasivo, siendo
éste principio desde donde se organiza, dirige y expresa el deseo masculino como
posesión y dominación erótica sobre lo femenino (Bourdieu, 2000). En este sentido, los
cuerpos femeninos son considerados como apropiables, penetrables, situados como
objeto de deseo y a la mujer proveedora de ese placer, siendo así cosificado y visto como
un producto mercantil, y a los varones como deseantes de ese producto (Blanco, 2009).
De este modo, es en el cuerpo donde se viven las discriminaciones del sexo, que a su vez
están a la base de las relaciones de poder (Ibid).

En tanto, Bourdieu (2000) refiere que existe una exaltación de la virilidad, la que se
expresa a través de ritos que otorgan un sentido de pertenencia a lo masculino, a la vez
que excluye de manera perpetua a lo femenino, considerándose a esta última categoría
como una especie de entidad negativa caracterizada por la privación de las propiedades
masculinas. De esta forma, nuestra realidad se ha formado en base a paradigmas
centrados en lo androcéntrico, en la cual la identidad de género masculino se construye a
partir de la referencia y oposición con el otro, es decir, ser hombre significa no ser mujer,
paradigma que a la vez se constituye en un esencialismo y universalismo (Ibid).

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Siguiendo la misma línea, Bourdieu (2000) define a este esencialismo como sexismo,
aludiendo que es el que presenta mayor rigidez en contraste con otros como el racismo o
clasismo, siendo por tanto el más difícil de desarraigar. Al respecto, este anclaje tiene que
ver con que la individuación es sexuada, en tanto forma parte de la subjetividad más
íntima de un sujeto (Araujo y Rogers, 2000). Conjuntamente, destaca que el sexismo al
ser una forma de esencialismo opera a nivel constante y sublime en todas las capas de la
sociedad, por mucho que su manifestación mute en consideración al contexto
socio/histórico/cultural, por lo que simbólicamente ha estado y está presente en los
discursos y estructuraciones del espacio, de las interacciones, relaciones y afectos, entre
otros (Bourdieu, 2000).

En este sentido, las divisiones del mundo social, concretamente las relaciones sociales,
se han instaurado en base a la diferenciación del sexo, clasificando todas las prácticas
según distinciones que se reducen a la oposición entre lo masculino y lo femenino, lo que
a su vez recibe su necesidad de ser insertada en un sistema de oposiciones homólogas,
tales como alto/bajo, adentro/afuera, adelante/atrás, entre otros, adoptando el género
masculino para juzgarse una de las categorías constitutivas taxonómicas dominantes
(Bourdieu, 2000).

1.4.- Masculinidad(es):
¿Cómo se forma la masculinidad?, ¿Cómo se hace de un hombre un hombre?

Cabe destacar en primera instancia, que al hablar de “masculino” estamos apuntando a la


forma en que se manifiesta el género. En este sentido, la masculinidad se define como la
posición de las relaciones de género, además de la adherencia y compromiso de los
varones con esta posición, es decir a lo que aspiran llegar a ser como hombres (Connell,
1997; 2003; Hardy y Jiménez, 2001).

Conjuntamente, la masculinidad se caracteriza por ser dinámica, en tanto depende del


contexto sociocultural del individuo y de variables asociadas al mismo
sujeto, pudiendo de esta forma ser permanente o mutar durante el ciclo de vida de cada
persona (Connell, 2003; Kimmel en Fernández, 2009). A la vez, al ser una construcción
cultural que se reproduce socialmente, no se puede definir sin considerar factores como el

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contexto socioeconómico, cultural e histórico, por lo que su manifestación está circunscrita
a un determinado contexto específico (Olavarría, 2000).

En este sentido, considerando la interrelación de las variables que inciden en su


composición, es imposible hablar de un solo tipo de masculinidad, en tanto, existen una
multiplicidad de éstas (Araujo y Rogers, 2000). No obstante, considerando la literatura, se
advierten dos tipos preponderantes, las que se describen a continuación:

1.4.1.- Masculinidad Hegemónica:

Dentro de esta cultura patriarcal en que todos nos desenvolvemos, se levanta una forma
de masculinidad que es definida en la literatura como “hegemónica”, imperando ésta
como una normativa que se incorpora en la subjetividad y construcción de la identidad de
hombres y mujeres, buscando regular al máximo la relación entre éstos, normalizando las
conductas de poder por parte de los varones, a la vez que también subordina a los
hombres que no cumplen a cabalidad su deber de lo que implica “deber ser un hombre”,
siendo ellos mismos el patrón por el cual se comparan y son comparados (Olavarría,
2000, 2004).

En este sentido, se entiende la masculinidad hegemónica como la manifestación más


“pura” del patriarcado, por lo que la construcción de la identidad masculina está basada
en estereotipos rígidos de género que vienen imperando desde miles de años. De esta
forma, dichos elementos imponen conductas que caracterizan lo que debe ser un
“hombre”, basadas en la fortaleza física, el carácter, seguridad en su masculinidad,
agresividad, racionalidad, contención emocional y una sexualidad activa en donde las
mujeres son el objeto de deseo (Olavarría, 2004). Del mismo modo, posee un elemento
clave que es el poder, que al estar asociado a la masculinidad, exigiría poseer diversas
características, tales como “ganar”, “ser duro” y “fuerte” (Hardy y Jiménez, 2001).

Por otra parte, destaca que esta masculinidad hegemónica también es dinámica, en tanto,
se ha ido transformando, observándose que desde los últimos siglos ha tendido a
predominar un tipo de pensamiento que Bourdieu (2000) define como falocéntrico, el que
consiste en una exaltación de la virilidad. De esta forma, se aprecia que la masculinidad
se ha sexualizado, por lo que sus representaciones simbólicas están asociados al falo y al

18
hecho de poseerlo, siendo de esta forma el órgano sexual masculino un instrumento que
mide la virilidad y representa la masculinidad (Barbosa en Hardy y Jiménez, 2001).

En este sentido, autores como Hardy y Jiménez (2001), dan cuenta que las conquistas
amorosas, multiplicidad de parejas heterosexuales, erección del pene y penetración,
corresponderían a símbolos de autoafirmación de la virilidad, encontrándose la
satisfacción sexual en la genitalidad y penetración. De esta forma, los roles sexuales en
base a dichos elementos serían una norma social respecto de lo que debe ser el
comportamiento de los hombres (Connell, 1997).

En tanto, se aprecia en la literatura que la heterosexualidad correspondería a la prueba


definitiva de la validación de la masculinidad (como un hombre se hace hombre), la que
se lleva a cabo a través de ritos y prácticas que buscan la descontaminación, es decir, la
diferenciación, exclusión y negación de lo femenino (Badinter, 1993). Al respecto, dicho
elemento se aprecia en las investigaciones realizadas respecto de la construcción de la
masculinidad, en la cual predominan el uso de jerarquías polarizadas (hombre/mujer,
heterosexual/homosexual, fuerte/débil, entre otros), observándose que los sujetos se
definen en oposición a lo femenino, repudiando esto último concibiéndolo como lo que no
se debe ser; “bebé”, “débil”, “homosexual”, “mujer” (Jociles en Ramírez y Contreras,
2012).

De este modo, considerando lo anterior, emerge la homofobia o rechazo a cualquier


manifestación de conductas feminizadas (Kaufman y Parquer en Hardy y Jiménez, 2001;
Olavarría, 2000, 2004). En este sentido, dentro de las relaciones de género también
existen los varones subordinados, quienes presenten una orientación homosexual,
existiendo una estigmatización cultural respecto de este último grupo, quienes ocupan la
parte más baja de una jerarquía de género entre los mismos hombres. De esta forma, la
homosexualidad con su respectivo placer receptivo anal, correspondería a la bodega de
todo lo que simbólicamente es expelido de la masculinidad hegemónica, asimilándola a la
feminidad (Connell, 1997), a la vez que también sería repudiada en la medida que pone
en duda los roles sexuales y rompe los pactos que fundamentan al patriarcado.

En este sentido, la masculinidad gay sería la masculinidad subordinada más evidente,


pero no sería la única, en tanto, algunos hombres heterosexuales podrían amenazar el

19
pacto del patriarcado a partir de un actuar que no es del todo convergente con lo que se
espera de ellos, siendo también excluidos de dicho círculo de legitimidad, lo que se
advierte en la utilización de un vocabulario que denigra a estos individuos bajo el rótulo de
“mariquita”, “hijito de la mamá”, “madre”, entre otros, resultando esto homologable a la
femeneidad (Connell, 1997).

Por tanto, considerando lo antes señalado, resalta que la identidad masculina no se


sustenta exclusivamente en los atributos de género masculino, sino que por la posición
que cada varón ocupa dentro del grupo social en que se desenvuelve (Fuller en Espinoza,
2010), por lo que la masculinidad hegemónica se constituye en la medida que es
reconocida por los demás varones, pero que no basta con adquirir, también hay que
validar y ser “digno” de poseerla (Olavarría, 2001; Badinter, 1993).

1.4.2.- Masculinidad Emergente:

Dado los cambios sociales que se han advertido desde las últimas décadas, los que han
flexibilizado los roles de género, dicho modelo hegemónico de masculinidad ha entrado en
cuestionamiento por un gran número de varones, en tanto, provoca malestar,
incomodidad y tensión a muchos individuos, dado que perciben los mandatos de la cultura
patriarcal como una especia de “carga” que limita sus interacciones sociales. De este
modo, desde las últimas décadas estamos atravesando una crisis de la masculinidad, la
que se encuentra relacionada con la pérdida de los espacios de poder de lo masculino,
viéndose de esta forma, disminuídas las convicciones imperantes de la cultura patriarcal
(Araujo y Rogers, 2000).

Siguiendo la misma línea, Herrera (2011), señala que dicha crisis postmoderna aqueja
principalmente a varones de nivel socioeconómico alto, en tanto el concepto de hombre
heredado desde sus generaciones anteriores no calzaría con sus actuales perspectivas.
Al respecto, tal como lo ejemplifica Fernández (2009), no es lo mismo observar la
construcción de masculinidad en un hombre adulto mayor de bajo nivel socioeducacional
que en un joven de educación superior.

20
En este sentido, dado el contexto descrito se advierte la emergencia de una nueva forma
de masculinidad, siendo ésta definida como “emergente” y que surge como un
cuestionamiento a los mandatos culturales dominantes.

A pesar de lo anterior, existen autores que ponen en entredicho esta nueva masculinidad,
en tanto, a pesar del discurso cuestionador de lo hegemónico, en esta nueva forma de
masculinidad sigue inalterable el lugar de supremacía de los varones respecto de las
mujeres, por lo que dicha masculinidad emergente no necesariamente está planteada
bajo parámetros no patriarcales (Fernández, 2009). Siguiendo esta última línea, de
acuerdo a Olavarría (2000) y Álvarez (2006), la emergencia de la masculinidad emergente
coexiste con la mantención de los mandatos del patriarcado, por lo que si bien existen
varones que tratan de diferenciarse, dicho modelo dominante les permite continuar
haciendo uso del poder sobre las mujeres, aunque ahora desde algo más sutil. De esta
forma, si bien la forma hegemónica de masculinidad tendería a ser practicada cada vez
por un número menor de hombres, la gran mayoría la legitima mediante una masculinidad
cómplice, en tanto participarían de sus dividendos (Connell, 1997).

1.4.3.- Estudios Nacionales en torno al Género y Masculinidad:

Las investigaciones a nivel nacional se presentan de manera convergente con los


resultados obtenidos en estudios realizados en América latina, refiriendo estos últimos
que el sistema sexo/género se caracteriza por la dominación del hombre sobre la mujer
(Olavarría, 2000). En este escenario, diversas investigaciones plantean la existencia de
un sistema de masculinidad hegemónico que opera a nivel subjetivo y entrega pautas
identitarias, afectivas, vinculares y de comportamiento, que en muchos casos operan a
modo de evitar la marginación o estigma (Parrini en Ramírez y Contreras, 2012).

Por otra parte, a pesar de los cambios acaecidos en las últimas décadas en Chile
respecto de las prácticas de género, los estudios realizados dan cuenta que la
construcción de la masculinidad está basada en el mandato imperante de la cultura
patriarcal, advirtiéndose en los discursos de los entrevistados características valoradas
positivamente en torno de lo que debe ser un varón, basadas éstas en los estereotipos de
género (Olavarría, 2000, 2001). Asimismo, este último autor (2001), refiere que existirían
cinco ámbitos en los cuales los varones chilenos dan cuenta discursivamente de una

21
superioridad sobre las mujeres en lo que respecta a la construcción de sus identidades y
relaciones de género, siendo estas: autonomía personal, sexualidad, el cuerpo, relaciones
sociales y la posición asignada en la familia.

Conjuntamente, las investigaciones dan cuenta que la conformación de la identidad de


género se ha constituido en base a la biologización de lo social, con representaciones que
se estructuran en base a la sexualidad, familia y trabajo (Álvarez, 2006). En este sentido,
se advierte que la confirmación de la identidad masculina se funda en lo biológico y
anatómico (tener pene), por lo que la construcción del género la conciben como algo
innato (Olavarría, 2001). Sin embargo, para poseer el título de hombre es necesario
demostrarlo en el “hacerse hombre” exponiendo a los otros ciertas cualidades y atributos
que se han adquirido a través de la vida, permitiéndoles esto poder reconocerse y ser
reconocido como varones (Ibid).

Al respecto, este mismo autor señala que a través de ritos por los que atraviesa el
individuo en su ciclo vital intenta validar su masculinidad, siendo el primer gran rito de
iniciación la perdida de la virginidad con una mujer. En este sentido, si bien dicho rito no
presenta la liturgia de los pueblos ancestrales, persigue la misma finalidad, que es adquirir
los mandatos para ser incorporados al mundo de los hombres. Del mismo modo, la mujer
y lo femenino representan el límite de la masculinidad, por lo que los hombres que pasan
dicho límite se exponen a ser estereotipados como no pertenecientes al mundo de los
varones, siendo entonces marginados y tratados de forma inferior (Gilmore en Olavarría,
2001).

En este sentido, la heterosexualidad presenta una gran importancia en la conformación de


la masculinidad, observándose en los testimonios de los entrevistados una especie de
animalidad ligada a la sexualidad, es decir concibiendo el deseo sexual como más fuerte
que la voluntad (Olavarría, 2001). Al respecto, se otorga una gran importancia a la
búsqueda y conquista de las mujeres, a quienes se deben poseer y penetrar (Ibid).

Por otra parte, en una investigación más reciente realizada en nuestro país, se advierte la
prevalencia de la masculinidad hegemónica en los entrevistados, la que se presenta de
manera generalizada, aunque de una forma sutil. En este sentido, a pesar que la
emergencia de nuevas masculinidades es bien recibida, al explorarse en profundidad en

22
los discursos se observa que éstos corresponden a una versión suavizada del modelo
hegemónico (Álvarez, 2006).

1.5.- Género y Políticas Públicas:

En consideración a lo anteriormente señalado, respecto que la violencia de género está


presente desde los cimientos de la cultura patriarcal expresándose tanto a nivel manifiesto
como simbólicamente e incidiendo en todas las formas de estructura que conforman este
tipo de sociedad, es que este fenómeno se constituye en un tópico de primera línea en lo
relativo a los Derechos Humanos.

En este sentido, este último concepto se entiende como derechos inherentes a todas las
personas, por lo que buscan satisfacer necesidades básicas para que los sujetos puedan
actuar como un agente moral, es decir, para desenvolverse de manera libre, responsable,
y racional, protegiéndolas a la vez, ante cualquier tipo de abuso y arbitrariedad de poder
(Añon, s/f).

Así, es posible dar cuenta que la temática de la violencia de género ha traspasado el


ámbito académico y de las ciencias sociales ocupando progresivamente un rol
preponderante en las políticas públicas, en tanto, cada vez más se realizan propuestas de
intervención para garantizar el cumplimiento de la equidad entre hombres y mujeres, esto
para asegurar un bienestar en la población (Servicio Nacional de la Mujer, 2007).

Al respecto, lo anterior queda pasmado en una Declaración de parte de los Estados que
integran las Naciones Unidas en el año 2000, en la cual las Naciones reafirman su
determinación a desplegar esfuerzos que se encaminen al respeto por los Derechos
Humanos, entre los que se incluye el compromiso a promover la igualdad entre los sexos
(Servicio Nacional de la Mujer, 2007).

Al mismo tiempo, las orientaciones en torno a políticas públicas de género han


comenzado a enfatizar la importancia de incluir a los varones y niños en dichas
intervenciones, lo cual queda plasmado, por ejemplo, en la Plataforma de Acción de
Beijing, en 1995 y en el 48° período de sesiones de la Comisión Jurídica y Social de la

23
Mujer de las Naciones Unidas en el 2004, en los cuales se releva el papel de los hombres
para el logro de la igualdad de género (MenEngage, 2014).

Finalmente, también como un factor importante a considerar a la hora de fomentar las


políticas públicas ligadas a la equidad de género, corresponde a la estrecha vinculación
que este concepto presenta con la seguridad económica y social, en tanto ha quedado
plasmado que a mayor equidad de género también se fomenta el bienestar en dichas
áreas (Ibid).

2. ADOLESCENCIA
¿Qué entendemos por Adolescencia?

Al llevar a cabo una revisión histórica de aquel concepto y sus implicancias, se advierte
que la adolescencia es un fenómeno bastante reciente, surgiendo como una construcción
social en la sociedad occidental recién durante el desarrollo de la industrialización. En
este sentido, destaca que en las sociedades preindustrializadas la adolescencia como
proceso era inexistente, considerándose entonces que los niños eran adultos en la
medida que maduraban físicamente y eran aptos para el trabajo. En tanto, en la
actualidad se aprecia que este período, entendido como una transición de la infancia a la
adultez, es un fenómeno global que está presente en casi todas las culturas, aunque
adoptando diferentes formas dependiendo del contexto en que se sitúe (Papalia,
Wendkos y Duskin, 2010).

De este modo, es difícil dar una definición inequívoca de la adolescencia, en tanto cada
sociedad define a este grupo dependiendo de sus propios parámetros, esto con un
carácter dinámico, por lo que la perspectiva de este concepto se puede transformar
(Fernández, 2009). Por tanto, la interrelación de múltiples factores socioculturales
incidentes otorgará diversas manifestaciones de lo que es la adolescencia. Así, un joven
será distinto en la cultura occidental que en una tribu de África, o un adolescente en el
presente en contraste con 40 años atrás, o dentro de una misma cultura y momento
histórico, dependerá también de factores tales como el nivel socioeconómico y
educacional, entre otros (Silva, 2007).

24
A la vez, al entender este concepto como una construcción social, se concibe que la
adolescencia no sólo responde a la incidencia de factores socioculturales, sino que
también vivenciales del mismo individuo, por lo que la subjetividad surge de una
interrelación entre elementos del desarrollo de la persona, con aspectos colectivos
relacionados a los grupos sociales (Fernández, 2009). En este modo, dado que la
adolescencia se debe observar desde una óptica que integre el entrelazado de dichas
variables, las que se conjugan en la construcción subjetiva de aquel proceso, es
necesario plantear este proceso como adolescencias.

Por otra parte, si bien variados autores han circunscrito dicho proceso en un determinado
rango etáreo, esto depende del lente teórico con que se le observe, por ejemplo, de
acuerdo a la Organización Mundial y Panamericana de la Salud se sitúa entre los 10 y los
19 años o desde una mirada sociocultural concibiendo que dicho proceso no tiene un
inicio ni final marcado, en tanto dependerá del contexto en que se desenvuelva cada
persona (Silva, 2007). No obstante, se aprecia que la tendencia mayor para situar este
proceso, está entre el comienzo de los cambios puberales y el tiempo en que se
encontrarían consolidadas dichas transformaciones, además de las correspondientes
modificaciones psicosociales que se observarían alrededor de los 19 años
aproximadamente (Santillano, 2009).

De esta forma, en consideración a los elementos anteriormente expuestos, es que para


objetivos de la presente investigación se entenderá la adolescencia como: “(…) un
período de desarrollo del ser humano, que sin poder enmarcarse en límites etáreos
precisos, está comprendido entre las edades de 10 y 19 años aproximadamente. En él se
consolidan una serie de cambios e integraciones desde lo social, lo psicológico y lo
biológico (sociopsicobio) (…)” (Santillano, 2009; p.60).

Al mismo tiempo, es necesario complementar dicha postura con lo planteado por Guerino
y Rogers (2001), quienes refieren que si bien durante el curso del desarrollo de un
individuo los procesos de cambio están presentes de manera permanente, transversal y
dinámicamente, es en la adolescencia donde se lleva a cabo el cambio más abrupto y
vertiginoso, en tanto involucra, tal como se señaló anteriormente, fuertes alteraciones a
nivel biológico, psicológico y social.

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2.1.- Cambios Biológicos:

Complementando lo anteriormente señalado respecto de las abruptas transformaciones


que se llevan a cabo durante la adolescencia, Papalia, Wendkos y Duskin (2010) y Silva,
(2007) aluden que éstas se podrían homologar a una especie de metamorfosis en el
cuerpo del individuo y que culminarán con un abrupto cambio físico, esto dado por las
proporciones corporales, rápido aumento de la estatura y desarrollo óseo, además de la
adquisición de la madurez sexual y fertilidad, entre otros.

En este sentido, durante la adolescencia el ser humano vive una verdadera revolución
hormonal, en tanto se secretan niveles glandulares de andrógenos y sobre todo de
dehidroepindrosterona (DHEA), siendo éstos crecientes en comparación con su
manifestación durante la infancia, por lo que ahora participarán en el crecimiento del vello
púbico, axilar y facial, así como en un crecimiento corporal más rápido, y que
posteriormente dará paso a la gonadarquía, que se refiere a la maduración de los órganos
sexuales, encontrándose de esta forma, estrechamente relacionada con la emergencia de
los cambios físicos (Papalia et al., 2010).

Cabe destacar, que aquellos cambios se clasifican en características sexuales primarias y


secundarias. Acerca de los primeros, se refiere a los órganos necesarios para la
reproducción, en este caso: el pene, escroto, vesículas seminales y la próstata. Por su
parte, los segundos contemplan los signos fisiológicos de la maduración sexual que no
involucran de manera directa a los órganos sexuales: cambio de voz, textura de la piel,
crecimiento del vello púbico, facial, axilar y corporal (Papalia et al., 2010). Al respecto,
dichos cambios se caracterizan por presentarse de manera progresiva, llevándose a cabo
en un rango etáreo que bordea los 9 y 16 años (Ibid).

En tanto, destaca que si bien dichos cambios se presentan como una irrupción en la vida
del sujeto, el desarrollo físico es sólo una parte de esta etapa, por lo que desde una
comprensión biopsicosocial, a pesar que este proceso es impulsado por factores
biológicos, su expresión estará definida en parte por aspectos culturales (Papalia et al.,
2010).

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2.2.- Cambios Psicológicos:

De acuerdo a la literatura especializada en la temática (Papalia et al., 2010), se aprecia


que los cambios psicológicos que se manifiestan en esta etapa son variados. En este
sentido, adquiere importancia el desarrollo de competencias cognitivas, que de acuerdo a
la teoría piagetana se circunscribe en la adquisición del pensamiento formal, lo que le
permitirá al joven la incorporación y utilización de elementos propios de una lógica más
abstracta, logrando así, describir episodios de una manera más flexible, a la vez que logra
establecer hipótesis sobre supuestos que no necesariamente corresponden a objetos de
su realidad concreta. Al mismo tiempo, sus nuevas destrezas cognitivas le permiten poder
definir y discutir conceptos abstractos, por ejemplo, el amor, justicia o la libertad, entre
otros, a la vez que lingüísticamente se toma mayor consciencia de las palabras y la
utilización de éstas como símbolos que pueden tener múltiples significados, en este caso
la ironía, uso de metáforas, juego de palabras, entre otros (Owens en Papalia et al.,
2010).

Al mismo tiempo, emergen cambios ligados al proceso de individuación y factores


emocionales que incidirán en cómo se vivenciarán los cambios físicos que se presentan
durante este periodo. En este sentido, de acuerdo a Erickson en Papalia et al., (2010), la
adolescencia se caracterizaría por una crisis de la identidad, en la que el sujeto se
encuentra en una búsqueda de definición, de individuación, entendida ésta como una
batalla por lograr su autonomía y diferenciación de los demás, tarea que no resulta exenta
de dificultades, en tanto debe lidiar no sólo con las transformaciones físicas y
psicológicas, sino también con situaciones de riesgo que emergen coligadamente
(enfermedades de transmisión sexual, alcohol, drogas, paternidad adolescente, entre
otros). De esta forma, dicha búsqueda de identidad se encuentra dentro de un proceso
evolutivo que se presenta de manera acentuada durante la adolescencia, y que a su vez
puede generar un fuerte estrés dada la irrupción de cambios internos y externos (Silva,
2007). Así, en consideración a los contenidos anteriormente expuestos puede
comprenderse la emegencia de una crisis en esta etapa, en tanto, las estructuras
psíquicas de la infancia y los conceptos psicosociales en los que se afirmaba su mundo
ya no le son suficientes, viéndose así el adolescente obligado a reposicionarse y
redefinirse a partir de dicha crisis (Guerino y Rogers, 2001).

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En tanto, cabe destacar que otro factor relevante en la composición de la identidad en los
adolescentes se refiere al autoconcepto, el que surge en torno a los cambios físicos
derivados del desarrollo, dado que éstos provocan una alteración de la imagen de la
corporalidad, del sentido del yo y de la forma de relacionarse con el mundo (Silva, 2007).
En este sentido, el físico cobra gran importancia durante la adolescencia en lo que
respecta a la conformación del autoconcepto y autoestima, en tanto los jóvenes pueden
idealizar su cuerpo, o por el contrario, al sentir desagrado por su imagen corporal
disminuir o perder seguridad en sus relaciones sociales (Ibid).

De esta forma, de acuerdo a esta última autora, la percepción de la apariencia física se


asocia con la autoestima y el tipo relacional del sujeto con el entorno, es decir, si tiene
una adecuada autoestima sus relaciones serán basadas en la confianza de sus
capacidades. Esto a pesar que en la percepción de la imagen corporal estarán incidiendo
factores a nivel macro, tales como los medios de comunicación o prototipos de belleza
validados culturalmente (Silva, 2007).

2.3.- Cambios Sociales:

En conjunto con los cambios biológicos y psicológicos descritos, durante la adolescencia


también se presentan cambios sociales, los que están estrechamente relacionados con
los anteriores. En este sentido, el autoconcepto también se relaciona directamente con su
desempeño social, sea en el plano educacional, ocupaciones y comportamiento sexual,
entre otros (Silva, 2007).

Siguiendo la misma línea, Moldenhauer y Ortega (2004), se refieren a la adolescencia


como un período de apertura al mundo y a los demás, a través de la cual los jóvenes
buscan independencia respecto de los padres, a la vez que se desarrollan y consolidan
competencias y cualidades para relacionarse con sus pares. De esta forma, los nuevos
estímulos sociales, los nuevos contextos en los que el sujeto participa, implican que el
adolescente tenga que dejar el rol de niño y buscar en el rol de joven un nuevo
posicionamiento social, desplegando para esto estrategias que socialmente se le
demandarán en un futuro cercano y en el cual su estatuto puede cambiar, dado que éste
puede variar de una etapa a otra (Silva, 2007).

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Al mismo tiempo, asociado a los nuevos escenarios en que el joven se desenvuelve, se
advierte un pseudoalejamiento de sus progenitores, en tanto las relaciones familiares se
vuelven conflictivas y ambiguas, lo que se podría comprender desde una mirada
psicodinámica por una reestructuración de la significación de los padres, quienes habrían
sido idealizados durante su infancia (Guerino y Rogers, 2001). De este modo, el
adolescente comienza a construir una nueva percepción de éstos, a los que ahora
tenderá a desidealizar, ya no concibiéndolos como omnipresentes y todopoderosos,
siendo remplazada por una imagen mucho más realista (Santillano, 2009).

Así, en consideración a dichos elementos se reestructurán las relaciones familiares, a la


vez que se posibilitará que el adolescente participe mayormente en espacios exteriores.
En este sentido, el grupo primario vivenciará la mayor independencia que el individuo
pueda presentar durante su ciclo vital, en tanto las transformaciones antes mencionadas
ocurren en función de la adquisición de una nueva posición social para al adolescente
(Santillano, 2009).

En este escenario, en esta etapa se amplían las relaciones con los coetáneos, las que se
vuelven más intensas, constituyéndose los pares en una fuente importante de apoyo
emocional, solidaridad, orientación moral y comprensión para el adolescente (Papalia et
al., 2010). Al mismo tiempo, aquellas relaciones se constituyen en un espacio de
construcción psicológica, dadas las nuevas experiencias de posicionamiento social del
joven fuera del grupo familiar, espacio donde se ensayarán y perfeccionarán nuevas
destrezas sociales, las que le serán útiles en el mundo adulto (Guerino y Rogers, 2001;
Santillano, 2009). De este modo, es durante el período de la adolescencia cuando mayor
importancia tiene el grupo de pares, en contraste con cualquier otra época de la vida de
un sujeto, siendo en este momento cuando los jóvenes dependen más de los amigos que
de los padres o de otros (Papalia et al., 2010).

Considerando lo anterior respecto del gran nivel de incidencia que tienen los coetáneos
para el adolescente, es que éstos también se constituyen en una fuente de presión para el
desarrollo de determinados comportamientos en el joven y de la adecuación de éste a las
normas grupales, por lo que la necesidad del adolescente de reconocimiento y aceptación
grupal, hace que sus pares regulen su comportamiento (Domínguez en Santillano, 2009;
Silva, 2007).

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Por otra parte, en este período también surgen las relaciones amorosas y vida sexual,
tópicos en los que se ahondarán en el próximo apartado. Al respecto, dichas relaciones
tienen gran importancia, por cuanto le darán un nuevo matiz al sistema de relaciones que
establecen los adolescentes, además que desde éstas se comenzarán a conformar las
bases de lo que serán sus próximas relaciones de pareja y también su futura familia
(Santillano, 2009).

2.4.- Adolescencia y Sexualidad:

En primera instancia, es necesario precisar que la sexualidad forma parte del desarrollo
normal del individuo durante su ciclo vital, en tanto se concibe a la persona como un ser
sexuado. No obstante, su manifestación variará dependiendo de la etapa de vida de cada
persona, además de ser el resultado de la interrelación de variables biológicas,
psicológicas, culturales e históricas entre otros.

En este sentido, si bien desde la primera infancia el niño experimenta sensaciones de


placer (al tocarse, al ser besado o acariciado), o tal como refiere Elster en Fernández
(2009) que la sexualidad comienza en el momento en que como seres humanos nos
descubrimos como poseedores de nuestro cuerpo, es en la adolescencia donde la
sexualidad hace explosión y se exterioriza, especialmente por la emergencia de cambios
hormonales y la capacidad del individuo de tener relaciones sexuales (Moldenhauer y
Ortega, 2004).

Al mismo tiempo, de acuerdo a una línea freudiana, cabe señalar que en las etapas
anteriores, especialmente en la primera infancia, el placer estaba dirigido hacia el mismo
sujeto de manera perversa y polimorfa, no obstante, es en la adolescencia donde se
manifiesta hacia un otro en una forma similar a la sexualidad de los adultos (Freud,
1905). De esta forma, de acuerdo a Moldenhauer y Ortega (2004), en este periodo
existiría un despertar de la sexualidad, aumentando en la persona un gran interés por
todo lo relacionado a dicho ámbito, por lo que el joven despliega conductas que buscan
saciar sus dudas y despejar sus temores.

En este escenario, surge la atracción física y afectiva hacia un tercero, por lo que el
adolescente comienza a establecer relaciones románticas a través de las cuales buscará

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satisfacer los nuevos deseos que le impone su cuerpo, esto mediante besos, caricias y
contacto genital (Guerino y Rogers, 2001; Silva, 2007; Moldenhauer y Ortega, 2004),
buscando nuevas experiencias para ampliar su intimidad y de esta forma investigar sobre
el amor y probar su madurez sexual, entre otros (Silva, 2007).

En tanto, dada la interacción entre las relaciones amorosas y las relaciones con sus
pares, el adolescente prestará una especial atención en cómo pudiera afectar una
relación romántica en su posición con sus coetáneos (Bouchey y Furman en Papalia et
al., 2010).

Por otra parte, un componente esencial de la sexualidad de las personas se refiere a la


identidad sexual, en tanto involucra verse a sí mismo como un ser sexuado, lo que le
permitirá establecer apegos románticos y reconocer su propia orientación sexual. De esta
forma, dichos elementos conforman un aspecto importante en la identidad de cada
persona, incidiendo de manera profunda en las relaciones e imagen que cada sujeto tiene
de sí mismo (Papalia et al., 2010).

Respecto de la orientación sexual, es dable señalar que las investigaciones dan cuenta
que es la heterosexualidad la que predomina en casi todas las culturas conocidas, esto a
pesar que la adolescencia es una etapa en la cual las fantasías, atracciones o
experiencias homosexuales pudieran darse en mayor medida que en otros períodos, lo
que no obstante, no determina la orientación sexual (Papalia et al., 2010). A pesar de esto
último, resalta que dichos contenidos tenderían a ser marginados o excluidos por los
mismos adolescentes, considerando el poder que tiene el grupo de pares sobre el
individuo y en cómo dicho grupo se constituye como el principal referente de lo que debe
ser la sexualidad. De este modo, existe en los jóvenes la presión por alejarse del rótulo de
ser afeminado, homosexual o lo que se parezca a dicha categoría, lo que intentarían
demostrar mediante la competencia y el sobresalir en este tipo de actividades (Álvarez,
2006).

En cuanto al rito de iniciación, el que se entiende como la primera relación sexual, cabe
señalar que éste ocupa un lugar preponderante en los jóvenes, tanto por sus expectativas
y temores, entre otros, por lo que no resulta extraño que los adolescentes se entrenen a

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sí mismo fantaseando con vínculos amorosos y relaciones sexuales (Riutort y Cancino en
Silva, 2007).

Finalmente, es dable resaltar que la sexualidad tiene un marco socio/histórico/cultural que


define su expresión. En este sentido, Fraser en García y De Gatica (2008), refiere que la
sexualidad correspondería a una construcción social que se sostiene en las relaciones de
poder, en tanto constituye un lugar de diferenciación social arraigado en la valoración
cultural del modelo dominante (heterosexualidad), de esta manera, lo que se encuentra
fuera de dicho modelo sería distintivo de anormal, inferior o desvíado y, por tanto,
excluído y despreciado.

De esta forma, García y De Gatica (2008) refieren que la expresión de la sexualidad


responderá a factores dados por la socialización de género de la cultura patriarcal, por lo
que en base a dichos elementos se conformará un imaginario social que se despliega
hasta normar la vida privada de los sujetos mediante pautas sexuales definidas de
comportamiento, las que al encontrarse naturalizadas se incorporan como esquemas
predefinidos de la sexualidad. Así, los modos de representarse los adolescentes en su
sexualidad, responderían a construcciones socio/históricas que consagran un deber ser
(Ibid).

2.5.- Adolescencia y Masculinidad:

Se observa en la literatura que la adolescencia es un período crítico en lo que respecta a


la construcción y reafirmación de la masculinidad. De este modo, dado los cambios
anteriormente descritos, el adolescente reinterpretará su cuerpo y establecerá nuevas
relaciones con el entorno, lo que derivará en una negociación con los poderes del mundo
adulto en lo relativo a sus prácticas sociales y los antiguos patrones culturales,
emergiendo así, propuestas alternativas en torno al orden de género y, por ende, de
nuevas formas de masculinidad (Connell, 2003).

No obstante, en forma controversial se advierte que es en la adolescencia donde también


la masculinidad dominante se manifestaría en la forma más desenfadada, en tanto los
individuos buscarán asentar y reafirmar el modelo hegemónico a través de sus relaciones

32
de género con el propósito de intentar alcanzar esa masculinidad dictada como norma
(Olavarría, 2000, 2001, 2004).

Conjuntamente, destaca que dicha masculinidad a la que los jóvenes aspiran no se


alcanza por si sola, sino que debe ser reafirmada por terceros, concibiéndola como algo
que se debe lograr, conquistar y merecer (Olavarría, 2000, 2004). Al respecto, destacan
investigaciones realizadas en Chile con adolescentes, en las que se advierte que si bien
éstos tienen internalizada la noción de que nacen con una característica biológica, “tener
pene”, serían hombres incompletos hasta que no sean reconocidos y validados por los
demás como varones ya consagrados, lo que se adquiriría mediante la ejecución de
ciertos ritos (Olavarría, 2000).

De este modo, de manera constante el adolescente intentará demostrar su masculinidad,


especialmente ante sus referentes identitarios, mediante pruebas en las que exponga el
esfuerzo, dolor y/o uso de la fuerza, entre otros, para así ser aceptados y reconocidos
como hombres (Ibid). No obstante, la mayor prueba de consagración de su masculinidad
durante la adolescencia, se refiere a la perdida de la virginidad, a través de la cual buscan
ser validados por los demás como varones ya consagrados, en tanto se han ganado una
especie de título de hombre que conquista y penetra a una mujer (Olavarría, 2000).

En este sentido, es importante señalar que la asociación entre dicho rito y la masculinidad
se sostiene en la reafirmación de una heterosexualidad activa, siendo éste uno de los
mandatos principales del modelo hegemónico (Olavarría, 2001). Por tanto, la iniciación
sexual heterosexual sería el primer gran ritual que sostiene la masculinidad, antecediendo
a otros que se llevarían a cabo en épocas posteriores de la vida: incorporación al mundo
del trabajo y la paternidad (Ibid).

Por otra parte, de manera coligada a lo anterior, se advierte que la importancia de las
relaciones amorosas y del grupo de pares se encuentra directamente relacionada a la
conformación de la masculinidad durante este período. En este sentido, respecto de las
primeras, éstas le permitirán al joven poder afirmar su identidad masculina, dándole a la
vez, sentido afectivo y sexual a dichas interacciones, constituyéndose del mismo modo en
un aprendizaje para la futura vida en pareja y convivencia. En cuanto al grupo de pares,
dada la importancia que éste constituye para el adolescente y de la socialización que

33
deriva desde dichas interacciones, es de importancia resaltar que en investigaciones
nacionales los sujetos refieren que éste sería el grupo más recordado e influyente en lo
relativo a la conformación de sus identidades heterosexuales (Olavarría, 2001).

En tanto, resalta que dada la búsqueda de pertenencia a este grupo y la reafirmación de


su masculinidad, en este período experimentarían la presión de sus pares por subordinar
a otros varones que encuentren asociados a una mayor sensibilidad y, por ende, bajo el
rótulo de afeminados, aquellos sujetos serían percibidos como débiles. De esta forma, en
esta etapa se fortalecería la homofobia, el sexismo y el heterosexismo, lo que los jóvenes
llevan a cabo mediante el ejercicio de actos violentos sobre otros con la finalidad de
demostrar lo “hombres” que son (Olavarría, 2004).

Finalmente, cabe destacar que en la construcción de la masculinidad, el cuerpo,


entendido como una estructura anatomofisiológica, adquiere gran importancia, en tanto,
desde una mirada social la cultura hace al cuerpo, por lo que éste sería el lugar de la
experiencia de cada persona en la interacción con los demás (Fernández, 2009). Al
mismo tiempo, de acuerdo a Maffia (s/f) el cuerpo actúa como una frontera, como un lugar
de separación y de encuentro, contemplando una dimensión simbólica que opera para
darle sentido a lo propio de lo ajeno, reordenando a la vez las condiciones de la vida, los
espacios, las conductas, los deseos y la identidad, entre otros. De esta forma, el cuerpo,
sexualidad, emocionalidad, construcción de la identidad y masculinidad se encuentran
entrelazados en la cotidianidad de la persona, manifestándose en todas sus
representaciones respecto de la construcción social y de la subjetividad del mismo sujeto
(Fernández, 2009).

3. VICTIMIZACION SEXUAL INFANTIL

3.1.- Contextualización Histórica:

Al hacer un recorrido histórico que nos permita comprender el rol que ha ocupado el niño
a lo largo del desarrollo de la sociedad occidentalizada, nos damos cuenta que éste ha ido
variando dependiendo del contexto cultural e histórico en que se sitúe. En este sentido, se
advierte que mayoritariamente ha sido concebido como un ser invisibilizado y sin
derechos, llegando a ser considerado por ciertos períodos como angelical y libre de

34
pecado, hasta llegar a ser un sujeto de derechos en épocas más contemporáneas. No
obstante, de manera transversal a la posición que ha ocupado, hay elementos comunes
que se han presentado de forma contínua, tal es el caso del maltrato ejercido desde el
mundo adulto, el que incluye la violencia sexual.

En este sentido, la utilización de niños para satisfacer deseos sexuales en los adultos es
una situación que data desde las épocas más remotas, lo cual queda plasmado en
investigaciones realizadas por DeMause, citado en Intebi (1998), quien da cuenta que en
la antigüedad el niño vivía en un ambiente de manipulación sexual, ejemplo de esto es
como se le consideraba en la antigua Roma y Grecia, en donde los jóvenes eran
utilizados como objetos sexuales por hombres mayores.

De igual forma, DeMause refiere que con la irrupción del Cristianismo se instaura una
nueva concepción de la infancia, siendo considerados desde entonces como seres
inocentes, puros, incontaminados y sin conocimiento carnal, por lo que socialmente se
reprobaban los contactos sexuales con éstos. A pesar de esto último, los registros de
aquella época indican que la victimización sexual no habría cesado, e incluso desde las
posturas moralistas se sostenía que era el mismo niño quien debía impedir que abusaran
de él (Intebi, 1998).

En tanto, desde el siglo XVIII se advierte que el mundo adulto comienza a relacionarse de
una nueva forma con la infancia, instalándose desde aquel período la intrusión de la
relación paterno filial, concibiéndose así a la crianza como una posibilidad de formar a los
niños, guiarlos y enseñarles a adaptarse a lo que será el mundo adulto (Intebi, 1998), lo
que se acentúa en el siglo venidero, aunque ahora centrándose en una reflexión sobre la
naturaleza de los cuidados básicos y protección que la sociedad debía otorgarles (Barudy,
1998).

De este modo, la toma de conciencia por la indefensión de los niños y la consiguiente


preocupación de los adultos acerca de su cuidado y bienestar son hechos bastante
recientes, más aún en lo que respecta a la visibilización de las agresiones sexuales
infantiles.

35
Por su parte, a pesar de tales acercamientos sociales, fueron las teorías Freudianas sobre
la sexualidad infantil las que sacaron este tema de lo que Finkelhor (1980), refiere como
consecuencias de la oscura época victoriana, hacia el campo de la discusión científica.
Así, las experiencias sexuales en la niñez jugaron un papel relevante en las primeras
teorías de Freud sobre la neurosis, quien propone en 1896 una explicación revolucionaria
de los trastornos mentales, aludiendo que la etiología de la neurosis radicaba en traumas
sexuales ocurridos en la infancia (Intebi, 1998), esto a pesar que el mismo Freud se
retracta en 1905 de su denominada teoría de la seducción (Calvi, 2005).

En este sentido, el trabajo de Freud adquiere gran importancia no sólo porque marca un
punto de partida a través del cual se comienza a develar la temática de las agresiones
sexuales, sino también por el estudio de las repercusiones que éstas tendrían en la vida
adulta de las personas que la vivencian, dando pie al surgimiento de nuevos trabajos, tal
como lo es la obra de Ferenczi en 1933 “la confusión de lenguas entre los adultos y el
niño”, que describe las secuelas del trauma sexual en la vida adulta (Calvi, 2005).

No obstante, a pesar de los estudios realizados a comienzos del siglo pasado en torno a
esta temática, aún no era considerado como una problemática social, es decir, reconocido
en el interior de un contexto de interacción social amplio, como lo es toda la comunidad
(Barudy, 1998).

De esta forma, la aceptación de la existencia de niños victimizados sexualmente por


adultos ha sido el resultado de un largo proceso de cuestionamiento de las
representaciones sociales, las que impedían llevar este fenómeno a una conciencia
social, siendo este proceso de reconocimiento no algo aislado que ocurre en la actualidad,
sino el resultado de lo que Barudy (1998) define como una co-construcción mental en el
interior del campo social y durante un determinado período histórico.

En este sentido, de acuerdo a Intebi (1998), dicho proceso sería un fenómeno


revolucionario, en tanto se comienza a levantar el velo que enmascaró el abuso sexual,
que sucedía como una especie de praxis en todo el desarrollo histórico de la sociedad y
que también impidió ver las consecuencias sobre las víctimas.

36
3.2.- Antropología de las Agresiones Sexuales:

En el apartado anterior se describe como la victimización sexual infantil ha estado


presente desde los cimientos de la sociedad occidentalizada, y como ha mutado la
concepción que se ha tenido de dicha conducta, desde su normalización, hasta ser
considerada como una problemática social. No obstante, si este tipo de agresiones se ha
presentado de manera transversal en el desarrollo de la historia, cabe preguntarse si son
inherentes o no a cualquier tipo de cultura. En este sentido, Losada (2012) refiere que el
abuso sexual en la infancia ha sido un problema frecuente en todas las sociedades y
culturas, citando incluso el mismo autor a Redondo y Ortiz en el 2005, quienes exponen
que este tipo de comportamientos se lleva a cabo desde las culturas más primitivas hasta
las más desarrolladas, estando presente de manera transversal durante todo el desarrollo
histórico (Ibid.).

Por otra parte, al considerar el tabú del incesto, ello como la prohibición de las relaciones
entre miembros de un mismo grupo familiar, surge la interrogante respecto de la
universalización del abuso sexual infantil, no solo desde la especie humana, sino desde
estudios etiológicos que refieren a modo de ejemplo que los animales que viven en sus
ecologías naturales cuentan con mecanismos biosociales que impedirían el acto sexual
entre los animales que estén vinculados por el apego (Barudy, 1998).

De esta forma, de acuerdo a la evidencia antropológica, se sugiere que el tabú del incesto
como una forma de restricción sería algo virtualmente universal, al igual que el contacto
sexual entre niños y adultos, el que a pesar de su ocurrencia, está prohibido en la mayoría
de las culturas, por lo que las relaciones sexuales entre un adulto y un niño sólo estarían
permitidas en algunos casos enmarcado esto en una circunstancia ritualista y no
connotada como algo sexual (Finkelhor, 1980).

Por su parte, Levi-Strauss, citado en Barudy (1998), señala que tal prohibición como regla
sería de origen social, pero puede suponerse la existencia de un componente que sería
presocial, es decir que sería de origen natural, constituyéndose en la regla que marca el
paso de la naturaleza a la cultura. Por su parte, de acuerdo a Barudy (1998), constituyen
una regla fundamental para proteger a los menores del abuso sexual por parte de los
adultos, asegurando, por ende, la supervivencia del grupo y de la especie.

37
Por tanto, de acuerdo a los autores antes mencionados, la victimización sexual infantil,
sería la consecuencia de un trastorno del tabú del incesto, transgresión que se produce al
interior de la matriz biológica y social de base que debería posibilitar al infante convertirse
en una persona sana a nivel biopsicosocial, malversando aquellos adultos sus funciones
respecto del cuidado y socialización de los niños, esto al utilizarlos para sus propios fines
(Ibid).

3.3.- Factores Socioculturales y Agresión Sexual:


¿Por qué en nuestra sociedad se ha convertido en un fenómeno y problema social?,
¿Cuáles serán los factores que inciden para que este tipo de victimización se manifieste
en nuestra sociedad?

Al respecto, dicho fenómeno lejos de responder a causas individuales o de


funcionamiento de una determinada familia, se debe comprender como un fenómeno
complejo, siendo el resultado de un compendio multifactorial de factores de riesgo, donde
interactúan el ofensor, la víctima, la familia y el entorno social (Sanmartín en Echeburúa y
Guerricaechevarría, 2005), además de elementos socioeconómicos y socioculturales que
agrega Barudy (1998), los que se entrecruzan con las variables antes señaladas,
facilitando de esta forma la emergencia de la violencia sexual infantil. En este sentido, el
lente con que se concibe en esta investigación a las agresiones sexuales a niños y/o
adolescentes, se enmarca dentro de una mirada amplia que resulta convergente con el
modelo ecológico de Bronfenbrenner (2002), que incluye tanto elementos micro,
concernientes al mismo sujeto, como interaccionales, además de elementos sociales y
culturales.

Al mismo tiempo, Barudy (1998) refiere que en nuestra sociedad y cultura operan dos
poderes hegemónicos que facilitan la ocurrencia de este tipo de ofensas; el patriarcado y
la hegemonía generacional impuesta por el mundo adulto, que se direccionan de manera
bidireccional entre las personas con los distintos subsistemas que componen la sociedad,
los que lejos de ser característicos de la modernidad, se han presentado desde tiempos
remotos.

Así, Barudy (1998) plantea que la ideología patriarcal juega un rol fundamental en la
génesis del abuso sexual, por cuanto en esta ideología los hombres están investidos de

38
un poder casi absoluto sobre la mujer y los niños, en la que implícitamente está la noción
que hasta sus cuerpos son de su dominio. De esta forma, desde dicho factor se
desprenden creencias que quedan arraigadas en los individuos, tales como la obediencia
y sumisión a la autoridad del hombre, lo que a su vez, se perpetúa por medio de la
socialización. Por tanto, tal poder de lo masculino es algo incuestionable dado que en la
cultura es a ellos a quienes se le atribuyen ciertas cualidades tales como la fuerza,
autoridad, protección y la competencia (Ibid). Así, la victimización sexual se daría de
manera común en nuestra sociedad debido al grado de supremacía masculina existente
(Finkelhor, 1980).

Complementando lo anterior, destaca lo referido por Calvi (2005), quien da cuenta que el
patriarcado no solo designa una forma de familia fundada en el poderío paterno, sino
también otorga el sustento de la estructura social.

Por su parte, de acuerdo a las características de la sociedad adultista que hemos


construído, han existido creencias de corte religioso, ideológico e incluso posturas
científicas que han justificado y mistificado el abuso de poder de los adultos sobre los
niños (Barudy, 1998), por lo que tales creencias culturales basadas en la desigualdad
sexual y generacional, sostienen un sistema de dominio masculino, dejando a los niños y
adolescentes como vulnerables sexualmente (Finkelhor, 1980). A la vez, Sotelo y
González (2006) refieren que tales creencias culturales tienden a perpetuar el abuso
sexual infantil, además de ocultarlo, silenciamiento en las víctimas, e incluso legimitando
el mismo.

En tanto, cabe destacar que el grupo familiar cumple un rol preponderante a la hora de
comprender fenomenológicamente los delitos sexuales infantiles, por cuanto, es en dicho
ámbito donde se traspasan las creencias culturales y sociales antes descritas, esto a
través de la socialización primaria y también porque es en aquel espacio donde se llevan
a cabo mayoritariamente este tipo de actos abusivos (Restrepo, Salcedo y Bermúdez,
2009).

Al respecto, se menciona que el grupo familiar ha ido variando en su función y


conformación dado los cambios sociales que se han producido a través de la historia. En
este sentido, un cambio sustancial se produce con el paso a la sociedad moderna

39
industrializada, emergiendo entonces relaciones más estrechas y directas, a la vez que
también cambia la división de roles, los que se llevarán a cabo en función de dos ejes: el
doméstico-afectivo, el cual es atribuido a la mujer y el eje racional/agresivo, el cual es
atribuido al hombre, a la vez que se consigna dicho espacio como privado y desde el cual
no se permite el acceso de lo público. Así, la concepción de la familia como un “recinto
privado”, alimentada por la ideología de que la mujer es propiedad del marido y los hijos
patrimonio de los padres, constituye un obstáculo para la detección de cualquier tipo de
maltrato a los niños, lo que a su vez tiene sus repercusiones hasta la actualidad
(Sanmartín en Echeburúa y Guerricaechevarría, 2005).

Por otra parte, además de los factores producidos por el modernismo, también es
necesario incluir aspectos de orden económico y político derivados desde el capitalismo,
los que también inciden en la ocurrencia de la victimización sexual infantil (Barudy, 1998).
De este modo, con la ideología capitalista los valores dominantes de la sociedad se
orientan a un consumo voraz que propicia un contexto en donde los niños corren el
peligro de ser visualizados como objetos a consumir, esto para compensar en los
victimarios carencias afectivas y relacionales resultantes de lo que el mismo Barudy
(1998) define como una atomización social.

Por tanto, dichas características sociales facilitan la instauración de un proceso de


cosificación del cuerpo del niño y por ende, de una posible pedofilización social, lo que a
su vez se contextualiza en un principio dominante a nivel cultural, en la cual todo se vende
y se compra (Ibid).

Finalmente, cabe destacar que la descripción de este conjunto de factores


socioeconómicos y socioculturales, no solo predisponen a la aparición de este tipo de
victimizaciones, sino que también otorgan una visión en la que se justifican y banalizan
dichos eventos (Barudy, 1998).

3.4.- Delimitación de las Agresiones Sexuales:

Al respecto es necesario precisar que si bien este tipo de ofensas corresponde a una
forma de maltrato en la infancia, presenta claras diferencias fenomenológicas respecto de

40
otras formas de maltrato durante aquella etapa (Mebarak, Martínez, Sánchez y Lozano,
2010).

En este sentido, Aguilar y Salcedo (2008) definen el abuso sexual como una modalidad de
agresión que se caracteriza por actos de violencia física o psicológica, ejercidos por un
perpetrador con un propósito sexual definido, diferenciándolo a la vez, de otras formas de
maltrato básicamente por las repercusiones que conlleva en la víctima, siendo éstas de
tipo psicosexual, afectivo, social y moral.

A su vez, Barudy (1998) define los distintos tipos de actos de transgresión sexual
indistintivamente como un abuso sexual, cuyo mensaje maltratador es transmitido por los
comportamientos sexuales del victimario, constituyéndose en un profundo y grave
atentado contra la integridad física y/o psicológica de las víctimas, siendo incluso
comparado por este autor como un asesinato moral de los niños.

En tanto, de acuerdo a Perrone y Nannini (1997) se puede comparar la dinámica


relacional víctima/victimario con la forma más extrema de lo que este autor define como
violencia castigo, siendo esta última entendida como el tipo de violencia que surge entre
dos sujetos participantes en una relación complementaria y desigual, en la cual la persona
en posición inferior ve alterada su consciencia, identidad y voluntad, entregándole al otro
el poder sobre sí y visualizando dicha relación como “natural”.

3.5.- ¿Qué es una Agresión Sexual?

En consideración a la literatura especializada, no es posible acuñar un concepto unívoco


de abuso sexual, en tanto éste variará de acuerdo a la óptica con que se le comprenda.
En este sentido, para algunos autores la conducta abusiva incluye desde el contacto
genital, anal y oral, hasta el exhibicionismo, voyeurismo o la utilización del niño para la
producción de pornografía (Madansky en Echeburúa y Guerricaechevarría, 2005). Sin
embargo, para otros, se excluyen de aquella categoría las conductas que no impliquen un
contacto físico directo (Ibid), o tal como lo plantea Barudy (1998), quien considera que el
acto abusivo recoge todas las acciones o gestos por los cuales el adulto obtiene
gratificación sexual. Asimismo, aquella variabilidad se acentúa al incorporarse aspectos

41
relativos al término legal de la infancia y el marco jurídico de los delitos sexuales, de
acuerdo a la legislación de cada país (Cantón y Cortés, 2007).

A pesar de lo anterior, en la literatura se observan criterios que generan consenso para


definir el abuso sexual infantil, en este caso la relación de desigualdad, en tanto existe
una asimetría de edad y poder entre la víctima y victimario, la utilización del niño como
objeto sexual por parte del ofensor (Echeburúa y Guerricaechevarría, 2005) y el uso de la
coerción como estrategia para someter a la víctima, sea ésta explicita (uso de la fuerza
física) o implícita (engaño y/o estrategias más sutiles para lograr la captación del niño,
tales como la compensación de bienes materiales, lúdicos, nutricios, entre otros) (Kuitca,
Berezin y Felbarg, 2011; Kilpatrick en Echeburúa y Guerricaechevarría, 2005).

En lo que respecta a la asimetría de edad, este criterio se fundamenta en la noción que el


niño es un ser inmaduro evolutivamente, a diferencia del adulto quien tiene un grado de
madurez biológica, niveles experienciales y expectativas muy diferentes en el plano
sexual (Aguilar y Salcedo, 2008), por lo que de acuerdo a Barudy (1998), impediría al niño
participar de un verdadero intercambio y consentimiento en dicha área. De esta forma, la
diferencia de edad, fuerza, y tamaño del abusador respecto del niño, generan una
diferencia significativa de poder entre ambos, por lo que involucrar al niño en una
actividad sexual es en sí una conducta abusiva, en tanto dicho comportamiento no es
convergente con su nivel de desarrollo cognitivo, emocional ni social (Servicio Nacional de
Menores, 2004). En este sentido, Wolfe, Wolfe y Best en Echeburúa y Guerricaechevarría,
2005, plantean que dados los elementos antes descritos, la mera conducta sexual entre
un niño y un adulto es siempre inapropiada.

De esta forma, dichos elementos descritos son recogidos en las principales definiciones
del abuso sexual infantil, tal como lo refiere por ejemplo la National Center of Child abuse
and Neglect en 1978, según la cual el abuso sexual infantil es entendido como los
contactos entre un niño y un adulto, cuando éste usa al niño para estimularse
sexualmente (Mebarak et al., 2010).

Por su parte, Kempe en Barudy (1998), define el abuso sexual como “la implicación de un
niño o de un adolescente menor en actividades sexuales ejercidas por los adultos y que
buscan principalmente la satisfacción de éstos, siendo los menores de edad inmaduros y

42
dependientes y por tanto incapaces de comprender el sentido radical de estas actividades
ni por tanto, de dar su consentimiento real. Estas actividades son inapropiadas a su edad
y a su nivel de desarrollo psicosexual y son impuestas bajo presión -por la violencia o la
seducción- y transgreden tabúes sociales en lo que concierne a los roles familiares”
(Barudy, 1998; p. 161).

A pesar de lo anterior, es necesario hacer la salvedad que el abuso sexual también puede
ser cometido por otro niño cuando éste es significativamente mayor que la víctima o
cuando está en una posición de poder o control sobre el afectado (Echeburúa y
Guerricaechevarría 2005).

Por otra parte, considerando ahora la dimensión legal de las agresiones sexuales
infantiles, dicha conducta constituye una vulneración grave de los derechos reconocidos
en nuestra Constitución Política, además de estar contemplado en los tratados de
Derechos Humanos suscritos por el Estado de Chile, en este caso, la Convención sobre
los Derechos del Niño (Ministerio de Salud, 2011). Al mismo tiempo, se constituye en un
delito, en tanto vulnera un bien jurídico protegido; la indemnidad sexual en menores de 14
años y libertad sexual en jóvenes mayores de esa edad, de acuerdo a la Ley 19.927 del
Código Penal (Mandiola, 2008).

3.6.- Dinámica de las Agresiones Sexuales:

Al ahondarse en los mecanismos de interacción que conducen y posibilitan los


acercamientos sexuales, es necesario explorar no sólo en las causas y factores
predisponentes, sino también en las dinámicas que facilitan el escenario para la ejecución
y mantención de este tipo de conductas.

En este sentido, es dable mencionar que las relaciones abusivas contemplan la


interacción entre tres actores: el ofensor, la víctima y aquellas personas que forman parte
de la interacción víctima-victimario, es decir, los que estarían en conocimiento de la
situación abusiva (Servicio Nacional de Menores, 2004). De este modo, considerando
aquellos elementos, las agresiones sexuales se pueden distinguir fenomenológicamente
entre tres tipos: intrafamiliares, ejecutadas por sujetos conocidos (léase un sujeto cercano
a la víctima pero que no presente un lazo de parentesco con ésta, ejemplo, sacerdote,

43
profesor, vecino, entre otros) y extrafamiliares (léase un extraño a la víctima),
estableciéndose dinámicas diferenciadas en cada tipo de agresión.

En lo que respecta a las victimizaciones sexuales intrafamiliares, es dable señalar en


primera instancia que éste es el espacio en donde se ejecutan mayormente este tipo de
ofensas (Restrepo et al, 2009). En cuanto a la dinámica abusiva propiamente tal, ésta
contemplaría la consecución de fases, las que pueden adoptar múltiples formas
dependiendo de la interacción de variables que se presenten. No obstante, Cantón y
Cortés (2007) señalan que lo más frecuente es que el ofensor inicie un proceso gradual
de sexualización en torno a la víctima, disfrazando su intencionalidad lasciva y
estimulando al niño para que éste se sienta partícipe.

Complementando lo anterior, destaca que dicha dinámica no es estática ni lineal,


llevándose a cabo generalmente sus fases de forma gradual y paulatina, aunque
pudiendo por momentos superponerse y llevarse a cabo de forma paralela. En este
sentido, Barudy (1998), refiere que tal proceso comienza con un acercamiento progresivo
del agresor en torno a la víctima, orientando ello a ganar su confianza para así perpetrar
el acto abusivo, seguido aquello por una interacción abusiva propiamente tal, en la cual el
ofensor utilizaría estrategias basadas en la normalización de dichas conductas.
Conjuntamente, resalta que dado el conocimiento del hechor respecto de la transgresión a
la ley que conlleva su actuar, despliega un conjunto de estrategias de silenciamiento, que
van desde la amenaza directa sobre el niño, hasta el chantaje y manipulación emocional
(Ibid). Asimismo, Echeburúa y Guerricaechevarría (2005), dan cuenta que dicha dinámica
abusiva se mantendría principalmente por la instauración del secreto por parte del
agresor, el cual se sustentaría por temores generados en la víctima. Asimismo, al
desarrollarse aquellas acciones abusivas en una intimidad familiar amparada por el
secreto se dificultaría la develación, a la vez que un posible reporte otorgado por el niño
derivaría en una rotura de la homeostasis familiar existente hasta ese momento (Barudy,
1998).

Por su parte, Summit en Intebi (1998), analiza cinco patrones conductuales diferenciados
que aparecen en el abuso sexual: el secreto, desprotección, atrapamiento y acomodación,
la revelación tardía y la retractación, señalando que los dos primeros son requisitos

44
indispensables para que el abuso ocurra, mientras que los tres restantes se constituirían
en sus consecuencias.

En tanto, Perrone y Nannini (1997) mencionan que el abuso sexual tiene lugar con
posterioridad a una preparación de la situación abusiva por parte del ofensor, a la vez que
el acto abusivo en sí, se instauraría bajo la denominación de lo que refieren como
“hechizo”, en el cual el agresor no solo seduciría a la víctima, sino que también la
confunde y le hace perder el sentido crítico, quedando por tanto, el niño atrapado en una
alineación con el ofensor, es decir siendo colonizado por dicho sujeto. De esta forma, en
primera instancia se produciría una efracción, es decir, a través de la cual el agresor hace
notar a la víctima que sus límites están rotos y no puede diferenciarse a sí mismo del otro,
para posteriormente producirse una captación del niño, instaurándose la dinámica abusiva
que finalmente le permiten introducir señales en éste a fin que se anticipe a
comportamientos abusivos predefinidos, pudiendo así cronificarse el abuso (Ibid).

Del mismo modo, cuando la situación abusiva se transforma en algo crónico, comienzan a
funcionar los mecanismos adaptativos para acomodarse no sólo ante las demandas
sexuales crecientes, sino ante el descubrimiento de la traición, dado que hasta ese
momento, aquel sujeto pudo haber sido percibido por el niño como una figura protectora,
afectuosa y amable. De esta forma, la víctima se acomoda a las experiencias traumáticas
mediante comportamientos que le permiten sobrevivir en lo inmediato, para lo cual
mantiene una fachada de pseudonormalidad (Intebi, 1998)

Al mismo tiempo, en consideración al planteamiento de Finkelhor y Browne en Silva y


Venegas (2004) respecto del modelo traumatogénico, dada las características de dicha
dinámica emergen en la víctima la sensación de estigmatización, indefensión, traición y
sexualización traumática.

Finalmente, Intebi (1998), refiere que a medida que se instalan sentimientos de culpa y
vergüenza, las víctimas tienden a aislarse de su entorno social, acompañado esto de una
desvalorización personal generalizada y repercusiones en su autoestima. De esta forma, y
condicionado por sentimientos de vergüenza, temor y traición, es probable que surjan
sentimientos de coparticipación respecto del ilícito.

45
Por otra parte, respecto de los tipos de agresiones extrafamiliares, destacan
fenomenológicamente dos tipos de ofensas, las cometidas por sujetos conocidos de la
víctima y por desconocidos. Al respecto, por mucho que ambos se encuentren en un
mismo grupo, su accionar, dinámica abusiva, estrategias de victimización, de
silenciamiento, entre otros, presenta radicales diferencias entre sí. En este sentido,
Salinas (2011) postula que en los abusos extrafamiliares cometidos por desconocidos
sería esperable un evento único ejecutado mediante la coerción física y amenaza, dado
esto por la ausencia de interacciones previas y, por ende, de desconocimiento de la
víctima con el victimario.

En lo referente al agresor conocido, dicho sujeto generalmente pertenece al círculo social


de la víctima, por lo que generalmente se infiltran en el núcleo familiar del niño, siendo en
muchos casos un agente de confianza de los adultos a cargo de éste, logrando así captar
al entorno del niño y tener un mayor acceso a éste, siendo dicho accionar definido por
Barudy (1998) como “vampirización”. De este modo, los acercamientos sexuales no
ocurren de manera inmediata, sino que el ofensor se tomaría un tiempo para acercarse y
manipular a la víctima, esto mediante un proceso de seducción, a través del cual aprende
sus intereses, temores y preocupaciones, a la vez, que se posiciona como un sujeto de
confianza, siendo ésta una estrategia para la concreción del acto abusivo (Intebi, 1998).

De esta forma, se advierte que el accionar de los ofensores conocidos se distancia del
tipo de agresiones extrafamiliares cometidos por desconocidos, observándose así, que
este tipo de transgresiones presenta una mayor similitud con las victimizaciones en un
contexto intrafamiliar.

3.7.- Epidemiología:

Diversas son las investigaciones que se han llevado a cabo por tratar de pesquisar
estadísticamente la tasa de ocurrencia de las agresiones sexuales, no obstante, éstas
presentan resultados disímiles dependiendo de la metodología de investigación
empleada, sea mediante la utilización de estudios de incidencia o prevalencia (Losada,
2012).

46
Respecto de la incidencia, ésta se entiende como el número de casos de agresiones
sexuales denunciados o detectados por autoridades oficiales en un período de tiempo
determinado (Wynkoop, Capps y Priest en Losada, 2012). No obstante, dicha forma de
aproximarse estadísticamente a este fenómeno no está exento de críticas, en tanto sus
conclusiones varían dependiendo de la legislación de cada país y del momento histórico,
por lo que constituiría más un índice del funcionamiento de los profesionales y entidades
sociales que del número real de abusos sexuales que se han llevado a cabo (Losada,
2012).

Similar postura se aprecia en lo expuesto por Villagra (s/f), quien refiere que los datos
oficiales no representan la real tasa delictual, dado que aquellos estudios al sustentar sus
resultados exclusivamente en casos ingresados al sistema formal, sólo reflejarían un
porcentaje de las agresiones sexuales, no abarcando así la denominada cifra negra.

Por su parte, los estudios de prevalencia se refieren al número de personas adultas de la


población general que reconocen haber sufrido alguna ofensa sexual durante su infancia
(Cantón y Cortés; Bringiotti en Losada, 2012), constituyéndose sus resultados en un
índice más representativo de la realidad en comparación con los estudios de incidencia
(López, Hernández y Carpintero, en Cantón Cortés, 2007).

En este escenario, a través de estas últimas investigaciones se ha intentado un


acercamiento a la cifra negra de los delitos sexuales, esfuerzos que datan sus orígenes
en los estudios de Kinsey en la década de los 40 y 50, que arrojan una prevalencia de
este tipo de delito de un 24%. Por su parte, en estudios más recientes se estima que entre
un 15% y 20% de la población podría experimentar algún tipo de abuso sexual
(Echeburúa y Guarricaecheverría, 2005).

A pesar de lo anterior, es necesario resaltar que si bien los estudios de prevalencia dan
un mayor acercamiento a la tasa negra, aún no se logra conocer la verdadera magnitud
de este evento, en tanto, estudios de auto-reporte dan cuenta de una prevalencia delictiva
sexual mucho más alta de lo que se cree. En este sentido, destacan dos investigaciones
longitudinales prospectivas de personas adultas con historias documentadas de agresión
sexual durante su infancia, en las que se encontraron que más del 30% de los sujetos que

47
respondieron no informaron sobre sus experiencias abusivas (Williams en Berliner y Elliot,
2002).

En tanto, respecto del desglose de las investigaciones realizadas, se obtienen


antecedentes relativos a diversos componentes de los delitos sexuales, entre ellas el
rango etáreo, género de la víctima y del agresor, además de factores socioeconómicos y
culturales.

3.7.1.- Grupo Etáreo:

Se detecta que el mayor número de victimizaciones se da en la etapa prepuberal, lo que


se observa desde los trabajos de Kinsey en 1953, quien refiere que el 24% de los
entrevistados refiere haber experimentado dichos eventos antes de la adolescencia
(Intebi, 1998). Del mismo modo, estudios epidemiológicos más recientes dan cuenta de
similares resultados, refiriendo que durante la preadolescencia se incrementa el riesgo de
abuso sexual. Al respecto, López, Hernández y Carpintero, en Cantón y Cortés (2007),
señalan que los abusos sexuales se producían con mayor frecuencia entre los 12 y 13
años de edad. A la vez, en un meta-análisis de 15 investigaciones, realizado en el año
1997, encontró que la edad media en la que se inicia el abuso corresponde a los 10 años
(Ministerio de Salud, 2011).

A la vez, diversos autores explican dicho fenómeno dada la aparición de algún grado de
desarrollo de carácteres sexuales físicos, no obstante, las víctimas aún continúan siendo
niños con su respectivo grado de inmadurez psicológica (López, en Echeburúa y
Guerricaechevarría, 2005). Del mismo modo, el descenso de las victimizaciones
aparecida la adolescencia, se podría comprender por una posible mayor resistencia ante
el accionar del perpetrador, de acuerdo a lo reportado por López, Hernández y Carpintero
en Cantón y Cortés (2007).

3.7.2.- Sexo de la Víctima:

La Organización Mundial de la Salud estima que en el mundo aproximadamente 150


millones de niñas y 73 millones de niños han sido víctimas de alguna de las formas de
agresión sexual antes de cumplir los 18 años (Mebarak et al., 2010). Por su parte,

48
Finkelhor en Losada (2012), señala que de acuerdo a una revisión realizada en 21 países
sobre la prevalencia de las agresiones sexuales en niños, se encontró que el 3% de los
varones y el 7% de las mujeres, sufrieron abusos durante su infancia.

A la vez, en un meta-análisis más reciente realizado por Pereda, Guilera, Forns y Gómez-
Benito en Mebarak (2010), se advierte que con la intención de establecer datos de
prevalencia a nivel mundial, se revisan artículos de 22 países, distinguiendose que un
7,9% de los hombre y un 19,7% de mujeres habría sufrido alguna forma de abuso sexual
antes de los 18 años de edad (Mebarak et al., 2010).

Asimismo, se aprecia que los estudios realizados entre el año 1946 y el 2011, darían
cuenta que la prevalencia oscilaría en un orden del 18,9% en mujeres y 9,7 % en varones,
por lo que una de cada cinco mujeres y uno de cada diez hombres habría sido víctima de
abuso sexual (Losada, 2012). A la vez, dicho porcentaje presenta correspondencia con
estudios de incidencia a nivel nacional, los que refieren que al mes de Junio del año 2010,
el Servicio Nacional de Menores, registró un total de 6.194 casos por abuso sexual, de los
cuales un 75% correspondían a mujeres (Ministerio de Salud, 2011).

3.7.3.- Sexo del Agresor:

Los estudios dan cuenta que dicha figura corresponde de manera predominante a
varones, siendo éstos porcentajes mayores al 80%. En este sentido, Mebarak et al.,
(2010), refieren que los porcentajes varían entre el 80% y el 92%, a la vez, que Aguilar y
Salcedo (2008), refieren un porcentaje del 99% donde el agresor sería hombre. Al
respecto, dichos antecedentes son convergentes con datos oficiales de Gendarmería de
Chile, donde se señala que en el año 2004 la totalidad de las personas recluídas por un
delito sexual correspondía a varones (Macchino, 2007).

3.7.4.- Relación Víctima/Victimario:

La mayoría de los abusos sexuales son cometidos por sujetos que presentan un grado de
parentesco o son conocidos de la víctima. En este sentido, Echeburúa y
Guerricaechevarría (2005), dan cuenta que la mayor parte de los abusos se desarrolla al
interior del Hogar.

49
Al respecto, Finkelhor en un meta-análisis realizado en el año 1994, da cuenta que en el
80 % de los casos, los agresores eran personas conocidas por la víctima, lo que a la vez,
es consistente con estudios nacionales que refieren que entre un 70 y 80% de los casos,
el agresor corresponde a un familiar o conocido del niño (Maffioletti y Huerta, 2011).

3.7.5.- Nivel Socioeconómico:

Los estudios epidemiológicos no han encontrado diferencias respecto de la clase social,


etnia o nivel educativo (Cantón y Cortés, 2007; Brown en Villagra s/f). A pesar de lo
anterior, se ha encontrado una asociación entre casos de abuso sexual y un bajo nivel
socioeconómico, lo que no obstante, puede explicarse de acuerdo a Finkelhor en Cantón
y Cortés (2007), por el mayor contacto que tienen dichas familias con los servicios
sociales.

Por otra parte, cabe mencionar que desde las últimas décadas, se observa un aumento
de la incidencia en los casos de victimización sexual infantil (Losada, 2012), lo que podría
ser explicado también por la mayor visibilidad en la agenda pública de esta problemática,
el impacto de los programas de denuncia social, cambios en la legislación y el comienzo
de la reforma procesal penal, entre otros (Ministerio de Salud, 2011). Sin embargo, la
prevalencia no ha presentado variaciones significativas.

Finalmente, destaca que a pesar que no se conoce la verdadera magnitud de dicho


fenómeno, lo que sí se sabe es que las agresiones sexuales tienen consecuencias
cualitativas de mayor envergadura e intensidad que los delitos corrientes (Villagra, s/f).

4. DAÑO Y VICTIMIZACION SEXUAL

4.1.- Contexto Psicojurídico:

Considerando lo anteriormente descrito, respecto de cómo aquel tipo de victimización se


constituye en una vulneración a los derechos humanos, resalta que desde el último
tiempo ha comenzado a ser tratado cada vez con mayor fuerza por los programas
gubernamentales. En este sentido, se advierte que las políticas públicas lo han abordado

50
principalmente desde programas de prevención y reparación, a la vez que el mundo
judicial desde la penalización del mismo, principalmente.

Respecto de esto último, destaca que las agresiones sexuales a niños y adolescentes se
encuentran tipificadas como delitos, en tanto, se vulnera un bien jurídico protegido; la
libertad sexual (mayor de 14 años), que se entiende como el derecho de cada sujeto de
elegir con quién, cómo, cuándo y dónde tener relaciones sexuales, y la indemnidad sexual
(menor de 14 años), que se comprende en que la persona no tiene un desarrollo
psicosexual necesario para expresar su voluntad en el ejercicio de la sexualidad,
dependiendo ambos elementos del factor etáreo de la víctima al momento de la comisión
del delito, encontrándose a la vez dichas conductas abusivas contempladas en el Art.
19.617 del Código Penal (Mandiola, 2008).

De este modo, considerando el modelo adversarial en que se basa y lleva a cabo


actualmente nuestro sistema penal, el Ministerio Público a través de la figura del Fiscal
asoma como el encargado de tener a cargo la investigación e intentar probar el acto
delictivo. Sin embargo, su tarea no sólo se limita a tal punto, en tanto, debe hacer visible
al Tribunal las repercusiones de tales acciones y el tipo interaccional víctima-victimario,
esto de acuerdo al Art., 69 y 368 del Código Penal (Ministerio Público, 2010), en tanto
dichos elementos se encuentran directamente relacionados con la cuantía de la pena y
con la emergencia de posibles agravantes o atenuantes que incidirán en la resolución
judicial.

En este escenario, la psicología jurídica, especialmente el área forense, adquiere


importancia para el mundo judicial, recurriéndose a ésta como una ciencia auxiliar para
clarificar su labor, especialmente dado por el conocimiento fenomenológico de las
situaciones abusivas en el plano sexual, emergiendo desde ahí la importancia de la
evaluación pericial psicológica de daño, prueba que a la vez se enmarca en el Art. 314 del
Código Penal (Ministerio Público, 2008).

De esta manera, dado el contexto psicojurídico, es necesario en primera instancia


clarificar el concepto de daño en este contexto, el que se comprende como el menoscabo
que sufre una persona a consecuencia de un determinado evento, entendiéndose éste
como un quiebre en su contínuo vital, quien hasta ese momento presentaba un estado de

51
equilibrio (Daray en Silva y Venegas, 2004). Por tanto, la evaluación de daño (en el
contexto pericial) adquiere importancia en la medida que intenta establecer el nexo causal
entre el ilícito y las repercusiones de dicha acción, es decir, la lesión psíquica derivada del
evento abusivo (Ministerio Público, 2010).

En este sentido, el daño se entenderá como el impacto de dichas vivencias abusivas en el


mundo psíquico de las personas, esto en función de la configuración previa de la víctima,
tanto a nivel individual, como familiar y social (Contreras et al, 2005). Del mismo modo,
aquella alteración se observaría en un deterioro o trastorno en el ámbito afectivo,
intelectual o volitivo de un sujeto, limitando así su capacidad de goce en algún área de su
cotidianeidad, lo que a la vez se puede manifestar de manera reactiva al evento aversivo
o en el contínuo vital del sujeto (Castex en Ministerio Público, 2010).

Conjuntamente, Salinas (2011) plantea que el daño derivado de una transgresión sexual
debe comprenderse como un fenómeno multicausal, en tanto las repercusiones estarán
mediadas por la presencia de lo que dicha autora refiere como variables intervinientes,
que contempla elementos tanto de índole contextual como idiosincráticos. Siguiendo la
misma línea propuesta por Salinas, el daño se enmarca en la subjetividad de la persona,
por lo que una vivencia de aquella naturaleza si bien presenta elementos mnomotéticos,
es una evaluación ideográfica, es decir; ante una misma situación abusiva existen
diferencias individuales respecto de cómo se configura el daño. De este modo, no resulta
fácil establecer dicho nexo causal y unívoco entre delito y daño, en tanto, existen causas
múltiples en torno a una determinada alteración (Esbec en Silva y Venegas, 2004).

Finalmente, es dable señalar que para establecer una posible relación entre un evento
abusivo y los efectos derivados, se deben evaluar criterios atingentes a las características
del evento abusivo, repercusiones de la vivencia, relación temporal entre la victimización y
sus consecuencias y la emergencia sintomática, además de la intensidad entre el evento
estresante y su relación con la gravedad del daño (Orengo en Ministerio Público, 2010).

4.2.- Trauma:

Respecto del concepto de trauma, éste deriva del griego y significa herida (Carvajal,
2011). Al respecto, es necesario hacer la distinción de evento traumático y trauma

52
psíquico, ya que desde el conocimiento lego se tiende a confundir y/o dar como similares
a tales conceptos, esto bajo la premisa del paradigma centrado en la situación traumática,
el que refiere que dada la intensidad extrema del evento dañino, se manifestarán un
conjunto de alteraciones expresadas en una pérdida de control de las respuestas
emocionales y cognitivas (Pignatiello, 2006).

No obstante, el mismo autor plantea que dicho paradigma resulta limitado al momento de
entender el fenómeno del trauma, por lo que es necesario acudir a la comprensión de éste
como una realidad psíquica, en la cual el impacto no sólo depende etiológicamente de un
hecho objetivable, sino que sería el resultado de operaciones subjetivas que hacen
constituir a dicha vivencia como traumática (Ibid). En este sentido, al adoptar aquella
perspectiva, ya no se comprende el trauma como una incapacidad del sujeto de
responder a una experiencia extrema, sino que dependerá de una respuesta subjetiva que
la persona le confiere al hecho y la valoración de éste respecto del riesgo de la integridad
psíquica (Pignatiello. 2006).

En otras palabas, Calvi (2005), refiere que el evento traumático en sí no es determinante,


sino que éste actuará en consideración a las inscripciones previas del sujeto y sus
organizaciones ya constituídas, por lo que lo traumático no sería lo acontencial sino que
correspondería al efecto.

Sin perjuicio de lo anterior, esta última autora refiere que existen acontecimientos que
necesariamente devienen en traumatismo, haciendo hincapié en las agresiones sexuales,
especialmente en el incesto, refiriendo que dichas acciones provocarían secuelas
devastadoras para el psiquismo infantil (Calvi, 2005).

Por otra parte, Pignatiello (2006) refiere que el trauma no necesariamente se instala al
momento de la ocurrencia del evento, sino que se podría manifestar durante el contínuo
vital de la persona, cuando la escena abusiva alcanza al recuerdo con una intensa carga
de afectos displacenteros, volviéndose en aquel instante como traumática.

En tanto, de acuerdo a Barudy en Ibaceta (2007), derivado de la agresión sexual se


despliegan una variedad de mecanismos defensivos que permiten a la víctima sobrevivir a
dicha traumatización. Al respecto, variados autores mencionan la emergencia de la

53
disociación como un mecanismo habitual en este tipo de victimizaciones, el cual es
entendido como el impedimento de asociación entre dos cosas (Intebi, 1998) o tal como
refiere Freud, correspondería a la falta de integración entre pensamientos, sentimientos y
experiencias (Freyd, 2003), resultando adaptativo en la medida que evita conectarse con
lo doloroso o con significados dañinos, impidiendo así que las emociones que genera un
evento traumático invadan la vida de una persona descontroladamente desorganizando
su funcionamiento cotidiano, lo que le permitiría al sujeto poder convivir con lo
displacentero y sobrevivir a la situación traumática, conservando una adaptación al
entorno (Intebi, 1998; Freyd, 2003).

A pesar de lo anterior, si bien dicho mecanismo resulta adaptativo en un comienzo, su uso


prolongado o utilización como defensa privilegiada en el tiempo derivaría en trastornos de
personalidad, ya que sus efectos provocan quiebres en el encadenamiento de los
recuerdos (Intebi, 1998).

4.3.- Sintomatología:

Considerando lo antes señalado, acerca del impacto psíquico que podrían producir las
situaciones abusivas, cabe preguntarse de manera específica respecto del tipo de
repercusiones que podría acarrear una conducta sexual entre un adulto y un niño. Al
respecto, si bien se ha consensuado en la literatura más actualizada la ausencia de
síntomas patognomónicos asociados a los delitos sexuales (Pereda, Gallardo-Pujol y
Jiménez, 2011), se observan variadas investigaciones que dan cuenta de un daño
coligado a este tipo de acciones (Browne y Finkelhor; Enns y cols.; Herman; Rowan y Foy
en Freyd, 2003).

No obstante, las consecuencias de una agresión sexual dependerán de la interrelación de


numerosas variables tanto a nivel personal de la víctima (relacionadas
predominantemente con su funcionamiento basal), dinámica establecida con el ofensor,
características de la agresión y aspectos relativos al contexto social y familiar, por lo que
los trastornos o sintomatología deben ser evaluados tomando en cuenta dichos factores
(Ministerio de Salud, 2011).

54
A la vez, la literatura ha centrado sus esfuerzos en clarificar los elementos que incidirían
en un peor pronóstico, observándose en este sentido que las vivencias de abuso en los
que coexista la violencia física, penetración, cronicidad de la transgresión y una cercanía
afectiva con el ofensor, conllevarían a un pronóstico de mayor gravedad (Ministerio de
Salud, 2011; Ibaceta, 2007).

Cabe detenerse acá en el tipo de vinculación entre la víctima con el hechor y la relación
de esta variable en el pronóstico, en tanto a mayor cercanía vincular, la interacción se
torna indecodificable para el niño, por lo que surgen sentimientos de culpa y vergüenza
(De Paúl; Pérez-Albéñiz y otros en Pons-Salvador et al., 2006), a la vez que la autoestima
de la víctima se deteriora, especialmente en situaciones crónicas, dada la sensación de
indefensión persistente (Intebi, 1998).

En tanto, Ibaceta (2007) da cuenta de factores relacionados al entorno y características


de la develación con las repercusiones que vivenciaría una víctima de agresión sexual. Al
respecto, este autor señala que la reacción del entorno circundante de la víctima se torna
central, ya que una percepción positiva respecto de sus adultos cercanos disminuye las
posibilidades de la aparición de una sintomatología coligada.

Por otra parte, destaca que en consideración a la etapa de la experiencia traumática los
indicadores de daño presentarán diferentes características, en tanto, en la época en que
el abuso está comenzando sería más frecuente observar signos y síntomas compatibles
con el cuadro de estrés postraumático, mientras que en la fase crónica del abuso sexual,
se reconocerían otro tipo de reacciones, siendo entonces esperable conductas asociadas
a una acomodación patológica (Intebi, 1998).

A pesar de lo anterior, la exteriorización de los síntomas dependerá de características del


funcionamiento basal de cada niño, en tanto, en algunos se podrían advertir
comportamientos disruptivos, en otros por el contrario revierten el impacto traumático
sobre sí mismos mediante conductas retraídas pseudoadaptadas, depresivas o a través
de manifestaciones somáticas de distinta clase (Ibid). A destacar, se menciona que dicha
apariencia de normalidad, entendida como la ausencia de síntomas, no sería sinónimo de
una integración de lo traumático (Arnstein en Ibaceta. 2007).

55
Por otra parte, se ha observado que existe una importante variabilidad temporal de la
manifestación de síntomas, de modo que posibles alteraciones podrían aparecer de forma
reactiva a la vivencia, o también en la adolescencia o vida adulta del sujeto (MacDonald
en Pons-Salvador et al., 2006). Respecto de esto último, existen estudios prospectivos
que intentan establecer una relación a largo plazo entre el abuso sexual infantil y posibles
trastornos. Al respecto, algunas de estas investigaciones señalan que el riesgo de
presentar síntomas depresivos, ansiosos, intento de suicidio, abuso de alcohol o
Síndrome de Stress Postraumático en la vida adulta, es cerca de tres veces mayor en
niños, niñas o adolescentes víctimas de abuso que en la población no abusada
(Ministerio de Salud, 2011).

Finalmente, destaca que si bien no se ha logrado establecer una relación directa entre la
vivencia de agresión sexual y algún tipo particular de psicopatología, se han encontrado
correlaciones positivas entre aquel antecedente y determinados cuadros de morbilidad
psiquiátrica (Ibaceta, 2007). Sin embargo, se ha observado que no existe un factor
etiológico único y específico en el desarrollo de patologías, a la vez que tampoco se ha
podido establecer que los efectos de una agresión sexual deriven en un síndrome único
(Ibid), advirtiéndose por tanto, que ante la vivencia de agresiones sexuales existe una
heterogeneidad de respuestas.

4.4.- Género y Agresiones Sexuales:

Si bien en los apartados anteriores se describen las variables que inciden en el daño
asociado a las agresiones sexuales, se extrañan mayores investigaciones que integren el
concepto de género, especialmente al considerar que nos movemos dentro de roles
impregnados por la cultura patriarcal, en donde el varón es la figura que está posicionada
jerárquicamente sobre las mujeres, niños y adolescentes con un poder sobre éstos,
especialmente dentro del ambiente familiar (Ministerio de Salud, 2011), aspecto que a la
vez, hace comprensible que la gran mayoría de los ofensores sean de género masculino.

Del mismo modo, desde una visión sociocultural, los estereotipos y relaciones de género
le permiten al hombre analizar las diferentes situaciones sociales a la luz de este enfoque,
por lo que las diferencias y ópticas con que se construye la subjetividad de las personas
están influenciadas por lo social, por lo que dicho aspecto se debe tener presente al

56
momento de evaluar el daño en las víctimas de agresiones sexuales en varones. En este
sentido, en la variabilidad de las experiencias y secuelas derivadas de una agresión
sexual, es necesario también incluir la variable de género en víctima y agresor (Ministerio
de Salud, 2011).

Por otra parte, se advierte que los escasos estudios en la temática (género y agresiones
sexuales) han guiado su atención en otro ámbito, el de reconocer por ejemplos secuelas
en los varones pero no necesariamente vislumbrando la variable de género. Ejemplo de lo
anterior, son estudios con niños varones agredidos sexualmente por ofensores del mismo
género, en donde los resultados dan cuenta que cuando dichas acciones suceden más
tempranamente, de manera prolongada, con mayor severidad y ejecutados por un
miembro de la familia, las víctimas tenderían a desarrollar un vínculo inseguro (Altman en
Mebarak et al., 2010), a la vez, que en los niños abusados sexualmente con mayor
severidad, se observaría una mayor tendencia a reportar olvidos asociados a la agresión
(Ibid).

En tanto, es dable mencionar que el número de varones que refieren haber sufrido una
victimización sexual ha aumentado de manera significativa (Intebi, 1998). En este sentido,
esta misma autora da cuenta que dicho incremento en las denuncias reflejaría una
temática encubierta dado el contexto sociocultural que incidiría en subestimar dicho tipo
de acciones.

Lo anterior también se observa en una investigación con victimarios que se encontraban


encarcelados, quienes reportaron bajo condiciones de confidencialidad, haber ejecutado
una mayor cantidad de abusos a los detectados por el sistema legal, a la vez, que ante la
indagación del género de sus víctimas, éstos informaron que el porcentaje mayor de
víctimas eran varones (Abel, Mittelman y Becker en Cantón y Cortés, 2007).

Asimismo, en una investigación realizada por Made en Losada (2012), sobre prevalencia
y la relación víctima-victimario en una muestra de estudiantes universitarios, se advierte
que los hombres que refieren haber vivenciado una agresión sexual no se consideraban
abusados durante su infancia (83%), en contraste con un 68% de las mujeres, calificando
a dicho período como normal.

57
Al respecto, algunas investigaciones indican que los estudios atingentes a niños varones
se encuentran subrepresentados, especialmente en casos de abuso sexual extrafamiliar.
En este sentido, Brassard y McNeill en Cantón y Cortés (2007), reportan como posibles
explicaciones de dicha subrepresentación variados factores; que los niños develarían
menos aquellas acciones, en tanto las perciben como menos traumáticas, a la vez que
existiría la naturaleza del tabú roto respecto de la actividad sexual/homosexual, y
finalmente, dado por las normas de socialización en el marco de género, que esperaría
como mandato que los varones sean fuertes y capaces de defenderse.

Así, a los niños y/o adolescentes les resultaría más difícil hablar de aquellas agresiones,
en tanto el modelo de masculinidad imperante daría como característica en los hombres el
uso de la fuerza física, estando por tanto, la expectativa que el varón se debe cuidar y
defender, esto dado por la socialización que fomenta la agresividad, al contrario de las
niñas en que fomenta la pasividad, por lo que la ofensa sexual vendría a atentar también
contra la autoconfianza masculina y el estigma implícito de la homosexualidad (Intebi,
1998).

Por tanto, como variable que incide negativamente en que éstos se reconozcan como
víctimas, está el estereotipo cultural que posiciona a los hombres como sexualmente
activos y a las mujeres como pasivas (Finkelhor, 1980).

En este escenario, Bolton, Morris y MacEachron, en Cantón y Cortés (2007), señalan que
los niños tendrían mayor riesgo que las niñas de ser agredidos, dado que recibirían una
menor protección social, dado que el entorno centra su mayor preocupación en las
mujeres, tanto en aspectos relativos a la prevención como en tratamientos.

Por su parte, se ha observado también en esta construcción de daño la reacción del


entorno sociofamiliar, en el que se incluye al grupo de pares, en tanto dichos agentes
también inciden en la significación que le otorgará el niño a tales acciones. En este
escenario, dados los mandatos sociales de la cultura patriarcal, ante una situación de
agresión sexual contra un niño existiría un prejuicio-temor, especialmente desde su grupo
familiar respecto que pueda adquirir una preferencia u orientación sexual de tipo
homosexual (Ministerio de Salud, 2011).

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Del mismo modo, la última fuente citada, agrega que cuando la víctima de abuso sexual
es un varón, las secuelas en el núcleo familiar sería la disfuncionalidad en torno a sus
expectativas en el plano de estudios y ámbito laboral. No obstante, en el caso de ser una
víctima mujer las familias tenderían a resentir dicho suceso traumático, viéndose
truncadas las posibilidades de la niña en el futuro, asociándolas a un rol doméstico y al
matrimonio, aspecto que se daría principalmente en zonas rurales (Ibid).

Finalmente, es necesario señalar que si bien dicho factor no es del todo relevado dentro
de la literatura, lo que en cierta medida se advierte en lo señalado por Walker, Carey,
Mohr, Stein y Seedat en Losada (2012), quienes refieren que a pesar de los vastos
estudios existentes en torno a las consecuencias del abuso sexual, su desarrollo es aún
limitado, lo que se agrava cuando la víctima es hombre.

59
III.- METODOLOGÍA .
________________________________________________________

1.- Enfoque Metodológico:

El presente estudio corresponde a una investigación cualitativa, siendo ésta definida en


un sentido amplio como una investigación que produce datos descriptivos, en los cuales
no se busca acceder a una realidad objetivable o medible, sino que intentar comprender
un fenómeno, accediendo a las subjetividades de las personas de manera holística, es
decir viendo a los sujetos como un todo, tanto desde un contexto pasado como en
situaciones en que se encuentran actualmente y de esta forma, desde una mirada
inductiva desarrollar conceptos, intelecciones y comprensiones del fenómeno (Taylor y
Bogdan, 1994).

De igual forma, el investigador busca acceder a las subjetividades de los entrevistados de


un modo natural y no intrusivo, es decir, que la información emerja desde un modelo de
conversación normal y no desde una interrogación pregunta/respuesta, por lo que se trata
de comprender a las personas desde su propio marco de referencia, de su cotidianeidad o
desde lo que Blumer (en Taylor y Bogdan, 1994) refiere como un interaccionismo
simbólico, es decir, intentando comprender los significados sociales que las personas
asignan al mundo que los rodea, entendiéndose los significados como productos sociales
que surgen de la interacción.

En síntesis, es dable señalar que en esta investigación no se buscó acceder a una


realidad objetivable y única, sino que desde una mirada constructivista acceder a las
múltiples variedades que permanecen en la diversidad de historias que circulan en la
sociedad (Ibañez, 1992).

2.- Tipo de Estudio:

Esta investigación corresponde a un estudio exploratorio y descriptivo, orientándose el


primer concepto en examinar una determinada temática o problema de investigación que
esté poco o nada abordada en la literatura, a la vez que el segundo concepto centra su
objetivo en describir situaciones y/o eventos, es decir, pesquisar cómo es y como se

60
manifiesta un determinado fenómeno (Hernández, Fernández y Baptista, 1991). De este
modo, en lo que respecta a esta investigación, se buscó a través de los discursos que
fueron emergiendo por parte de los entrevistados, en este caso adolescentes que
reportan actos de transgresión sexual en su contra, acceder desde una mirada
exploratoria a elementos de su subjetividad relativos al proceso de construcción de su
masculinidad, para luego describirlos desde un análisis interpretativo y de esta forma
aproximarse al fenómeno que se investiga.

3.- Enfoque Teórico-Metodológico:

Respecto de la estrategia metodológica utilizada, para efectos de esta investigación se


utilizaron los planteamientos basados en la Teoría Fundamentada (Grounded Theory),
siendo ésta entendida como una metodología que busca adquirir conocimientos sobre el
mundo social a través de la teorización de datos, especialmente desde la lógica de las
teorías sustantivas, buscando de igual forma explicar, describir y ordenar los parámetros
que nos construyen, siendo definida de la siguiente forma:

“Se refiere a una teoría derivada de datos recopilados de manera sistemática


y analizados por medio de un proceso de investigación (…) permite que la
teoría emerja a partir de los datos” (Strauss y Corbin, 2002; p. 13 y 14).

Al respecto, destaca que la teoría fundamentada es en su esencia una tradición cualitativa


para la realización de investigaciones sociales, siendo una fortaleza el hecho que se
sustenta en la realidad observada y registrada, que a su vez tiene sus cimientos
epistemológicos en el interaccionismo simbólico, así como en la escuela de Chicago y en
el Pragmatismo Americano. Respecto de esto último, es definido como una comprensión
de la sociedad a través de la comunicación, o como lo define Blumer en Taylor y Bogdan
(1994) como un proceso en el cual las personas interactúan con símbolos para construir
significados, por lo que mediante las interacciones simbólicas, los sujetos adquieren
información, mediante las cuales logran entender las experiencias propias y de los demás,
por lo que a través de aquellas interacciones les permite conocer a sus semejantes.

En cuanto a los pasos necesarios para generar una teoría en consideración a esta
estrategia metodológica, éstos responden a la categorización de la información y

61
finalmente la comparación de manera constante entre las categorías, buscando de esta
forma establecer una explicación del fenómeno.

Se entiende que la elección de esta estrategia radica preferentemente en su esencia


cualitativa que la define, en tanto, busca acceder a la realidad de cada individuo por
medio de la observación, explicando el fenómeno social relativo a la presente
investigación: construcción de la masculinidad en adolescentes agredidos sexualmente,
mediante la teorización de los mismos datos encontrados.

De este modo, se consideró a la teoría fundamentada como el enfoque metodológico más


pertinente para los objetivos de la presente investigación, especialmente al existir escasez
de estudios en el área. Del mismo modo, en consideración a las áreas que se abordaron
(sexualidad, aspectos de la historia de vida de la persona, cotidianeidad, conformación de
la identidad, entre otros), es que dichos elementos lejos de ser cuantificables, es
necesario describirlos e interpretarlos, ahondando en las subjetividades desde una mirada
que resulta convergente a este enfoque.

4.- Selección de la Muestra:

4.1.- Características de la Selección de Participantes del Estudio:

Correspondió a sujetos adolescentes de sexo masculino, residentes en territorio nacional


que reporten algún tipo de victimización sexual en su contra por parte de un ofensor de su
mismo sexo.

Cabe destacar que en los criterios definidos para determinar la selección de participantes
no se consideró el nivel socioeconómico, educacional, sociocultural, ni étnico, en tanto, la
literatura muestra (Barudy, 1998; Intebi 1998) que los delitos sexuales afectan de forma
transversal a las víctimas independientemente de la presencia de aquellas variables, no
existiendo de este modo un perfil de víctima en consideración a dichos elementos.

Por otra parte, no se consideraron como factores excluyentes que el delito fuera extra o
intrafamiliar, o que la ejecución del mismo se hubiese cometido en alguna etapa particular
del ciclo vital de la víctima, así como que el delito denunciado incluya un episodio único,

62
reiterado o crónico, o en la tipificación del delito sexual. En este sentido, lo anterior se
fundamenta por una parte en la escasez de la muestra, dada la baja tasa de denuncias y
especialmente en la riqueza teórica que se podría obtener al triangular los datos que
emerjan de la sistematización de aquellos elementos.

4.2.- Criterios Muestrales:

La muestra incluyó a adolescentes varones de los cuales se haya denunciado una


agresión sexual en su contra y que se encuentren ingresados al Centro de Atención a
Víctimas de Atentados Sexuales “CAVAS-INSCRIM”, del área Pericial Metropolitano,
Centro perteneciente a la Policía de Investigaciones de Chile. En este escenario, la
entrevista realizada para objeto de la presente investigación se incluyó dentro del proceso
pericial atingente a la solicitud psicolegal emanada desde la Fiscalía.

4.2.1.- Criterios de Inclusión:

 Adolescentes de sexo masculino entre 12 a 19 años


 Ofensor de sexo masculino, al menos 5 años mayor que el adolescente (no
importa si extra o intrafamiliar, frecuencia del abuso, época en que se cometió el
delito o tipificación del delito sexual).
 Que el entrevistado cuente con las competencias testimoniales (valoradas por el
evaluador).
 Que entregue un reporte de los actos de transgresión sexual denunciados.
 Que cumpla con al menos uno de los siguientes criterios de confirmación de la
transgresión sexual:
 Evidencia médico legal.
 Reconocimiento/confirmación del ofensor.
 Opinión experta: que el evaluador considere los dichos del adolescente como
creíbles (en consideración a la metodología utilizada) y/o cobre fuerza la
hipótesis relativa a la supuesta ocurrencia de las acciones denunciadas.

63
4.2.2.- Criterios de Exclusión:

 Déficit intelectual.
 Dificultades de expresión verbal, ejemplo: trastornos de la comunicación (DSM IV
–TR) que impidan o dificulten significativamente el establecimiento de un diálogo
con el entrevistador.

A continuación se presenta un resumen con la muestra obtenida:

Pseudónimo Edad Ofensor

Pablo 14 años Hermano

José 17 años Primo

Luis 18 años Pareja de la madre

Andrés 13 años Pareja de la madre

Jorge 15 años Pareja de la madre

Mario 19 años Pareja de la madre

5.- Técnica de Recolección de Datos:

Para la presente investigación se utilizó la entrevista en profundidad de tipo


semiestructurada. Al respecto, este tipo de entrevista se define como un dispositivo de
producción y recolección de datos, siendo caracterizada de acuerdo a Taylor y Bogdan
(1994), por ser flexible y dinámica, donde lejos de ser directiva o estandarizada, surge de
un modelo conversacional entre iguales, en que el entrevistador reposa de manera
exclusiva en el relato del otro.

64
En este sentido, estos mismos autores la definen de la siguiente forma:

“Reiterados encuentros cara a cara entre el investigador y los informantes,


encuentros éstos dirigidos hacia la comprensión de las perspectivas que
tienen los informantes respecto de sus vidas, experiencias o situaciones”
(Taylor y Bogdan, 1994; p. 101).

Del mismo modo, esta entrevista en profundidad se caracteriza por ser semiestructurada,
en tanto, se establecen tópicos generales a indagar, los que se llevan a cabo con
espontaneidad dependiendo de la interacción entrevistado/entrevistador, es decir
presentándose con flexibilidad en cuanto la forma y orden que emerge la información,
teniendo como objetivo a la vez, otorgar una capacidad de ordenamiento al entrevistador
de los diversos ejes a abordar, pero permitiendo la aparición de otras áreas que pudieran
surgir, sin circunscribirse solo a dichos ámbitos preliminares.

En este sentido, se confeccionó una pauta inicial de entrevista con temáticas a indagar
(anexo N° 1), que incluían tópicos y preguntas generales a modo de buscar elicitar la
emergencia de reportes en los entrevistados respecto de las siguientes áreas: social,
individuo, sexualidad y victimización sexual, quedando además abierta la posibilidad de
incluir cualquier tópico propuesto por los entrevistados.

Del mismo modo, la participación de los entrevistados fue voluntaria, donde se les explicó,
tanto a ellos como al adulto a cargo, aspectos éticos tales como el fin académico de la
información aportada y la confidencialidad de su identificación, lo que se les expuso de
manera verbal y también por escrito en un documento consistente en un consentimiento
informado (anexo N° 2) que resumía los elementos que involucran la investigación.

Por otra parte, es dable señalar que considerando el contexto judicial en que se llevaron a
cabo las entrevistas, con el fin de no incidir en el proceso pericial, las áreas a tratar
presentaban convergencia con los objetivos diseñados para dicha evaluación, por lo que
ambas instancias coexistieron potenciándose mutuamente en cuanto a un tipo de
entrevista cualitativa.

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Finalmente, es necesario señalar que las entrevistas se llevaron a cabo en dependencias
del CAVAS-INSCRIM del área pericial, siendo el perito a cargo del caso, quien estuvo a
cargo de la entrevista, siguiendo los lineamientos otorgados por el investigador a cargo de
este estudio. Al respecto, las entrevistas se efectuaron por 5 peritos (uno se repite), al
mismo tiempo que uno de éstos correspondió al investigador a cargo del presente estudio.

En lo que respecta a las características físicas del espacio donde se desarrollaron las
entrevistas, corresponde a una sala Gesell, en la cual se encontraba presente otro
profesional psicólogo (también interiorizado de la investigación y que fue diferente en
cada caso), cuya función fue controlar posibles variables de sesgo, tales como la
presencia de preguntas sugestivas u otras variables que pudieran incidir negativamente
en la entrevista, comunicándose con el perito a través de un sistema de sonopronter.
Conjuntamente, destaca que la totalidad de las entrevistas fueron grabadas en formato de
audio y/o video, herramienta que quedó íntegramente a disposición del investigador, quien
posteriormente (junto a un equipo de apoyo) transcribió íntegramente las entrevistas a fin
de realizar el análisis respectivo.

En este escenario, se aplicaron entrevistas en profundidad a 6 sujetos que cumplían con


los criterios de inclusión y que manifestaron su interés de participar en la investigación,
entrevista cuya duración osciló entre las 5 y 9 horas aproximadamente, y que se divide en
2 o 3 sesiones.

6.- Estrategia de Análisis e Interpretación de Datos:

Respecto de este punto, y considerando la aplicación de la teoría fundamentada como


estrategia metodológica, se establecieron varios pasos como procedimientos a seguir.

En primera instancia, considerando que no se puede llegar a producir una teoría formal en
la investigación, sin previamente establecerse una teoría sustantiva de la misma
(Hernández, Herrera, Martínez, Páez y Páez, 2011), inicialmente se establecieron
categorías preliminares: área individual, social, sexualidad y transgresión sexual, que
intentaron servir como un ordenamiento para el entrevistador respecto de los tópicos a
indagar, desprendiéndose éstos desde la literatura especializada en la materia de la
observación y experiencia del investigador, principalmente.

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En este escenario, la entrevista se llevó a cabo con flexibilidad y dejando abierta la
entrada a nuevos datos o temáticas no contempladas inicialmente. De igual forma, de
manera posterior se realizó una transcripción textual de cada entrevista y se llevó a cabo
lo que Strauss y Corbin (2002) denominan como un microanálisis o análisis línea por
línea, lo que exige examinar e interpretar los datos de manera minuciosa, no sólo en lo
referido a lo que el entrevistado dice, sino en cómo lo dice. De este modo, siguiendo con
los planteamientos de estos mismos autores, al realizar este análisis microscópico de la
información, se establecen conceptualizaciones y clasificaciones de la información
obtenida, dando pie de esta forma al levantamiento de categorías, las que se entenderán
como conceptos que representan fenómenos (Ibid).

Por tanto, siguiendo a estos mismos autores es a través de este proceso de “codificación
abierta” donde los datos se descomponen de manera sistemática con el objeto de
establecer propiedades entre éstos. En este sentido, desde los contenidos que fueron
emergiendo, éstos fueron comparándose entre sí, buscando similitudes y diferencias, y
siendo agrupados en conceptos más abstractos y con nuevas propiedades que
posteriormente se convirtieron en categorías y dimensiones, constituyéndose así, en los
ejes de análisis. A la vez, de manera ulterior se realizó una comparación constante entre
aquelllos elementos, por lo que el conjunto de dicho accionar se traduce en lo que
corresponde a la “codificación axial”, siendo ésta definida como la interrelación entre las
categorías y subcategorías, con su respectiva vinculación, logrando así traducir el
fenómeno a lo que correspondería a una mirada comprensiva e integral de éste, que
incluya el entramado de condiciones causales (conjunto de acontecimientos pesquisados
que influyen sobre el fenómeno), intervinientes (condiciones que inciden con las
condiciones causales sobre el fenómeno) y contextuales (se refiere al conjunto de las
condiciones específicas que se entrecruzan en las dimensiones creando las
circunstancias por medio de las cuales los jóvenes responden al fenómeno), para de esta
forma apreciarse las estrategias de acción/interacción (entendidos como actos
deliberados que se orientan a resolver el problema o moldear de alguna manera el
fenómeno) y posteriormente las consecuencias. Dicho conjunto de elementos se traduce
en un diagrama que intenta dar una mirada comprensiva del fenómeno a través de los
datos encontrados (Strauss y Corbin, 2002).

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En este sentido, considerando los elementos anteriormente expuestos es que se dio paso
a lo que corresponde a la “codificación selectiva”, la que se define como el proceso de
integración de las categorías, esto mediante la emergencia de una categoría central que
se obtiene desde la saturación de datos (Flick, 2004) y desde la cual se desarrolla la
teoría emergente. De este modo, aquel elemento es lo que representó lo medular del
proceso de investigación, en tanto cubre e integra a la totalidad de las categorías y
dimensiones mediante una línea única narrativa.

7.- Criterios de Validez:

Para el resguardo de la credibilidad de este estudio, entendido aquel concepto como el


proceso por el cual el investigador logra reconocer las observaciones, conversaciones,
pensamientos y emociones de los entrevistados, aproximándose a lo que éstos mismos
piensan y sienten realmente (Hidalgo, s/f), se utilizaron para ello técnicas de validación
basadas en la triangulación.

En este sentido, destaca en primera instancia la triangulación del investigador (Denzin en


Flick, 2004), procedimiento que está dado por la variedad de entrevistadores,
minimizándose así las desviaciones derivadas desde el entrevistador como persona.
Conjuntamente, para asegurar la validez del procedimiento, se da cuenta de la
supervisión presencial de las entrevistas por otro profesional, implementado esto a través
de una sala de espejo unidireccional, donde se puede establecer comunicación por medio
de un sistema de sonopronter. Estos elementos técnicos tienen la función de controlar las
posibles variables de sesgo del entrevistador, resguardar la neutralidad de las entrevistas
y favorecer el cumplimiento de los objetivos.

Por otra parte, se utiliza la triangulación del investigado (Hidalgo, s/f), donde la verificación
se realiza del contraste de la información emitida por terceros que están involucrados en
esta investigación, en este caso, la asesora metodológica y profesora guía, quienes
tuvieron acceso al material recolectado y de manera constante se sostuvieron reuniones
con el investigador con la finalidad de disentir en los diferentes puntos de vista sobre un
mismo fenómeno y los datos que se van obteniendo.

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IV.- PRESENTACION Y ANALISIS DE LOS RESULTADOS
________________________________________________________
_____________________________________________
1.- CODIFICACION ABIERTA:

La información obtenida desde las entrevistas se presenta descriptivamente de acuerdo a


las categorías y subcategorías diseñadas inicialmente y considerando el orden en que
fueron propuestos los objetivos de esta investigación:

En tanto, a fin de clarificar la descripción de los resultados obtenidos, a continuación se


expone una tabla con una caracterización global de los entrevistados: (Anexo N° 3)

1.1- Área social:

1.1.1- Familia:

En este apartado se consideró principalmente a las figuras parentales, entendiéndose por


éstos a los referentes paternos que el individuo constituye a nivel subjetivo en dicho rol.
Asimismo, dichas figuras se consideran de gran relevancia al ser los agentes primarios
de la socialización, siendo desde éstos donde provienen las primeras pautas
comportamentales, creencias y estereotipos de género.

Padre:

Respecto de la figura paterna, se advierte una tendencia en los entrevistados a otorgar


características positivas a la interacción con dicho sujeto, siendo definida como una
relación de confianza, donde el padre se posiciona en un rol de consejero y orientador,
siendo aquellos elementos valorados positivamente por los adolescentes. Al mismo
tiempo, se constituye en un referente identitario para los jóvenes, a la vez que ocupa un
rol preponderante en lo que respecta al favorecimiento de las relaciones sociales. En este
sentido, se aprecia que a través de aquel tipo relacional se favorece el despliegue de
conductas que desde el imaginario social se catalogan como masculinas (sabiduría,
orientador, guía, apoyo, entre otros).

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“-¿Cómo es la relación con tu papá?- Bien, de confianza (…) siempre me habla de todo,
si es que salgo no tengo que hacer esto y esto y si es que tengo relación tengo que
siempre usar condón” (Pablo).

“Ahora ya aprendió a ser responsable de cerca, estar en contacto con nosotros sobre
todo conmigo que fui como el último en entrar como en eso en ayudarnos a crecer, en
acompañarnos en nuestra vida con nuestras decisiones, y no simplemente dejar que
nuestras decisiones fueran, sino también a veces estar al lado de nosotros y decir vamos
yo te ayudo” (Luis).

“No es una persona por así decirlo que me ponga límites en la vida (…) no me apoya en
mis malas aptitudes, pero no me reprime, que es distinto, una persona se puede portar
mal y alguien lo puede castigar y reprimir, pero él no hace eso o sea sabe convivir
conmigo de tal manera que mis acciones me dejen enseñanza, él me ha criado de esa
manera, en el sentido como social, de cómo relacionarme (…) de alguna manera logra
explicarme y hacerme entender que cualquier mala acción que yo cometa, al fin y al cabo
la única persona que termina perjudicando es a mí mismo” (Luis).

En tanto, es posible distinguir que las interacciones están predominadas por aspectos
lúdicos recreativos con la figura paterna, especialmente en los casos en que los padres
se encuentran separados, donde la mayoría de los jóvenes reside junto a su madre y la
interacción con el progenitor se lleva a cabo de manera frecuente.

“A veces salgo a comer con él, en las vacaciones viajamos, me apoya en lo del futbol y
eso” (Jorge).

“Siempre salgo con mi papá, acampamos mucho (…) a mi papá le gusta acampar (…)
hemos ido a acampar a la nieve varias veces”; “ahí empezó a ser mejor porque empezó
a suceder más como la diversión, salir a socializar, todo eso más con el tema de mi
papá” (José).

También, se observan características del padre ligadas al ejercicio de un rol tradicional,


apreciándose en la totalidad de los discursos analizados un desempeño laboral estable y
de tipo tradicional de parte de dicha figura, siendo éste quien toma las decisiones en lo
relativo a los hijos cuando se encuentra asociado el factor monetario, a la vez que ocupa
el rol de proveedor económico y encargado de la satisfacción de necesidades que se

70
suplen desde lo financiero: nutricias, vestuario u otras en los casos de cohabitación con
esta figura.

“Le pido plata a mi papá si me quiero comprar una ropa nomás, que mi papá siempre me
compra el vestuario completo, zapatillas, pantalones, tres chaquetas, tres poleras (…) en
total gasta como ochenta” (Pablo).

“Después encontramos un colegio relativamente cerca (…) la verdad lo escogimos entre


yo y mi papá, lo escogió mi papá porque es católico va a misa los domingos, entonces
ese colegio es católico (…) y mi mamá es luterana, entonces le gustaban otros colegios,
pero al final es mi papá el que paga el colegio” (Mario).

“-¿Qué le gustaba hacer al papá XXXXXXX?- Era camionero -¿Y cuando estaba en la
casa?- Tomaba su chelita (…)” (Andrés).

Siguiendo la misma línea, se observa que en los casos de padres separados, la mayoría
de los jóvenes (3 de 4) residen junto a la madre. A la vez, fue posible distinguir que en los
discursos alusivos a la evocación mnémica atingente al período en que cohabitaban con
la figura paterna, este sujeto ocupó en al menos un momento el rol de proveedor
económico del grupo familiar.

Finamente, se advierte una tendencia a percibir a este sujeto centrado en intereses


ligados a lo público; sea en sus hobbies, los que resaltan con características ligadas a la
competitividad, el despliegue de la actividad física y/o actividades de tipo académico.

“Mi papá hacia surf, después el agua estaba media contaminada, y hizo judo, y hizo
clases de judo y llegó a los juegos olímpicos de xxxxxxxx, después se fue a estudiar a
Alemania (…) él es ingeniero farmacéutico (…) -¿Cómo lo describirías a él?- eh, es como
súper estudioso (…) muy ordenado, no es como tan estricto (…) a veces anda estresado
por el trabajo es buena gente, simpático, y eso” (Jorge).

“Después mi papá siempre nos dijo que hiciéramos deporte, así que cuando nos
metíamos a un taller de algún deporte en el colegio, mi papá nos iba a buscar a mí y a mi
hermano, la ex pareja de mi mamá no le gustaba que hiciéramos tanto deporte porque le
quitábamos mucho tiempo para el estudio” (Mario).

71
“Es decidido creo, pero influye mucho en los demás o por lo menos lo intenta, ahorrativo,
deportista -¿Cómo es eso que trata de influir a los demás?- En donde estudiar, que
decisiones tomar, por ejemplo mi papá quería que me fuera a estudiar a Alemania, a la
universidad y le dije que no quería, y desde tercero medio todas las semanas me
hablaba del tema para que yo me fuera” (Mario).

Madre:

En este punto, se advierte una clara tendencia en los entrevistados (5) a dar cuenta de
una relación ambivalente y por variados momentos conflictiva con la figura materna,
pesquisándose dificultades en la integración de ésta. En este sentido, la madre es
descrita por algunos como una persona vulnerable e inestable emocionalmente, mientras
que en otros momentos y sumados otros entrevistados, la refieren como lejana a la
satisfacción de sus necesidades afectivas. Cabe destacar que la inestabilidad emocional
con que la describen es valorada negativamente por la totalidad de los entrevistados que
refieren dicho elemento. Al mismo tiempo, se pesquisan críticas a la ejecución del rol
materno, dando cuenta de conductas desplegadas por ésta que no resultan convergentes
con lo que ellos consideran que debería ser su rol; dedicada con efectividad al ámbito
doméstico y/o encargada del cuidado, desarrollo y contención emocional de sus hijos,
dando cuenta los sujetos de carencias afectivas derivadas desde la percepción de dicha
figura.

“Es muy histérica”; “Ahora desde esa vez no le tengo confianza a mi mamá para contarle
las cosas, porque en un momento no me cree [En alusión al delito]” (Pablo).

“Toda esa situación me empieza como a tensionar, porque ese sentimentalismo hipócrita
y esas ganas de decir no, tú no estuviste ahí, no, no, no ves a esa madre que
supuestamente hace todo por los hijos y aquí y allá, y era desesperante ver esa
interacción”; “(…) sus fallas no estaban ahí, estaban por así decirlo en el comportamiento
básico que cualquier madre debería tener hacia su hijo, cariño, amor y afecto, fueron
cosas que en ese sentido faltaron y que faltan hoy en día” (Luis).

“Mi mamá ni siquiera me pescaba cuando chico, porque mi mamá me decía que le dijera
Kathy nomás” (Andrés”).

72
Complementando lo anterior, se logra pesquisar en un discurso la emergencia de dichos
alusivos a una parentalización por parte de la madre sobre su persona, dando cuenta del
tener que asumir el rol de “padre de la casa”, estado a cargo de funciones tales como la
toma de decisiones en lo que respecta a lo económico y en la contención emocional ante
una inestabilidad emocional que se percibe en la madre.

“Estaba más pendiente de mi mamá, de la casa, estaba pendiente de las cuentas que
no nos alcanzaba, no sé, pa pagar las cosas, vivía preocupado, entonces siempre mi
mamá dependió mucho de mí (…) prácticamente se apoyaba en mí, vivía apoyada en
mí y eso me empezó a afectar (…) yo tenía que consolarla, tenía que decirle que todo
iba a estar bien, tenía que ayudarla en el tema emocional (…) yo como viví siempre
preocupándome de ella” (José).

Así, y sin perjuicio de las recriminaciones antes referidas, la totalidad de los adolescentes
dan cuenta de un rol materno que asocian naturalizadamente al ámbito
doméstico/privado, estando a cargo de los hijos y de aspectos atingentes a lo normativo y
al cuidado de éstos, por lo que de esta forma se observa que coexiste la crítica a cómo
se ejecuta el rol, con la normalización del rol materno ligado a lo afectivo y cuidado que
llevan a cabo hacia los hijos. De este modo, la figura materna es exculpada de aquella
carencia afectiva, dado su rol histórico como “dueña del hogar” con que la posicionan
como su labor principal, resaltando así el estereotipo femenino que implica.

“Ella dice a esta hora tengo que salir, a esta hora tengo que llegar”; “trato de ganarme la
confianza pa que me dé permiso” (Pablo).

“-¿Tu mamá a qué se dedica?- Ya no está aquí -¿Y cuando estaba?- A cuidarme, a
hacerme el almuerzo”; “Cuando se portaba bien hacía caso en todo [En alusión a pareja
de la madre] -¿A quién le hacía caso?- A mi mamá -¿Y en qué le hacía caso?- En
hacerle las cosas -¿Hacerle qué cosas?- Pucha, hacer el aseo” (Andrés).

“Me deja salir bastante, pero siempre que le diga a donde voy a estar, los horarios igual,
con quien me junto, que le deje un teléfono donde estoy también por cualquier cosa”
(Jorge).

A pesar de lo anteriormente descrito respecto de cómo se percibe a la figura materna y el


rol asociado a ésta, es dable señalar que en un sujeto entrevistado, dicha figura emerge

73
discursivamente como un referente afectivo significativo, dando cuenta de una cercana
relación con ésta, sin perjuicio que también la asocia con características ligadas al ámbito
emocional y privado.

“Es muy buena, cariñosa, atenta, fuerte, es sensible, pero no le gusta llorar con nosotros,
prefiere llorar sola -¿Qué cosas le hacen llorar?- las cosas que dice mi hermano chico
cuando se enoja, le saca cosas en cara” (Mario).

Finalmente, se observa que la totalidad de los entrevistados sitúa a la madre inserta


laboralmente, aunque con una tendencia a definir la vida laboral de ésta como inestable
o ligada a un rol que desde el imaginario social se asocia a lo femenino; tales como el
“cuidar” o “servir”.

“Este último tiempo ha estado trabajando como en call center, que mi mamá por el tema
de la depresión y todo eso dejó de trabajar muchos años, entonces se descuidó mucho”
(José).

“Mi mama siempre fue muy relajada muy liberal, pero siempre le importaba la protección,
los cuidados, porque es enfermera, tiene actitud de enfermera” (Mario).

“Trabaja en un hospital, pero repartiendo comida” (Pablo).

Padres:

Vislumbrando al padre y madre en su conjunto, destaca que en la totalidad de los


entrevistados se detectan elementos diferenciadores respecto de ambas figuras en
consideración a las conductas y roles asignados a cada uno, sea en la actualidad, como
en el transcurso del ciclo vital de cada sujeto, o de los factores circunstanciales que
inciden en la composición familiar. En este sentido, a pesar de las variables incidentes en
cada entrevistado y de su núcleo familiar, se advierte que los elementos relacionados a
los roles de género de ambos padres se presentan de manera estable y constante, a
pesar de ciertos matices y variaciones con que se manifiestan.

De este modo, es posible advertir en sus discursos que la madre se encuentra asociada
al mundo emocional, donde la contención y cuidados por parte de ésta se valoran

74
positivamente, a la vez que existe una normalización de dichas conductas, no así el
padre, figura que se encuentra ligada al desarrollo de habilidades sociales, lo académico
y ocupando un rol más bien periférico en lo que respecta a la crianza, estando asociado
preferentemente a lo recreativo.

Familia y delito:

En lo que respecta a este punto, se observa una divergencia entre los entrevistados, en
tanto algunos (3) dan cuenta de una actitud receptiva en su familia nuclear respecto de
sus dichos acusatorios iniciales, percibiendo en aquel instante a su entorno de manera
acorde a sus necesidades, independientemente de la presencia de temores asociados a
una posible reacción negativa de este grupo.

“(…) tristeza porque mi familia no me creyera, tristeza porque no me apoyaran, y me he


sentido bien haberlo denunciado, por las personas que me han apoyado, que me han
creído, que me dan fuerza y todo eso” (José).

Al contrario, los otros entrevistados (3) dan cuenta de una recepción lejana a lo esperado
respecto de sus dichos acusatorios, señalando una sensación de desprotección en este
sentido.

“Me dan rabia, me dan rabia porque recién me pescan ahora, porque ya de lo sucedido
que pasó, tratan de protegerme y el que lo hizo siempre fue mi primo, nadie más, mejor
dicho mis primos” (Pablo).

“¿Y qué pasó cuando llegó tu mamá?- Mi mamá no me quiso creer (…) no me quiso
creer a mí”; “Y nadie me creía”; “Nadie me creía y el 2014 me creyeron” (Andrés).

1.1.2.- Pares:

En este apartado, se observa que la mayoría de los entrevistados (5) da cuenta del
establecimiento de lazos de amistad con un número amplio de personas, no obstante,
tienden a estratificar dichos vínculos de acuerdo al grado de cercanía con éstos, siendo
sus mas cercanos un número reducido de personas, con los cuales tienden a establecer
relaciones estrechas, donde se logra una unión íntima marcada por la cohesión y en

75
donde se valoran positivamente como pilares de aquellos vínculos conceptos tales como
la lealtad, confianza, contención y apoyo mútuo:

“Siempre cualquier cosa que necesite la haría, porque yo soy él, él es mi hermano, no es
ni amigo ni nada, es mi hermano, porque nos conocimos hace cuatro años (…) si es que
pasa algo va pa mi casa y lo cuenta, o sino yo voy pa su casa y lo cuento (…) por
confianza entre los dos nos damos así como todo, ya, toma mi celular, revísalo, o ya,
toma mi face, la clave de mi face revísalo, puras cosas así, siempre nos vemos todo”
(Pablo).

“Yo tengo mis amigos de la infancia (…) mis amigos externo, que fueron los que nacieron
desde la adolescencia en adelante y que se mantienen por así decirlo en el día de hoy,
como un círculo cercano (…) mis amigos cercanos así como del alma, los más cercanos
son dos, que son el xxxx y el xxxxxx”; “Los tres hemos pasado cada cosa juntos, nos
hemos visto en las más altas y en las más bajas, entonces igual como que nos
conocemos todo y sabemos bien como funciona cada uno (…) nos encanta igual estar
como apañándonos” (Luis).

“Saben escuchar, apoyaban, aparte eran chistosos, hacíamos tonteras juntos, sabían
cuando era el momento para estar tranquilos o en momentos difíciles apoyar (…) El año
pasado se le murió la mamá y fue un golpe para todos, nos afectó a todos porque bueno
a él le afectó mucho más obviamente (…) así que tratábamos de apoyarlo en todo, si
tenía complicaciones para buscar a su hermana del colegio a su casa nosotros nos
ofrecíamos llevarlo, cosas así” (Mario).

Al mismo tiempo, los sujetos considerados como mas cercanos son pertenecientes en su
mayoría a su mismo género, constituyéndose éstos en su grupo de referencia a nivel
identitario, presentando además compatibilidad de intereses y gustos, los que se
caracterizan por ser preferentemente actividades que involucran lo lúdico/recreacional, y
en otros momentos la actividad física y/o actividades de tipo intelectual.

“Los dos somos iguales, escuchamos la misma música, nos gusta vestirnos bien, eh, nos
gusta siempre salir a lesear, jugar a la pelota, ah y siempre pasarla bien ahí con él”
(Pablo).

“Con el xxxx y el xxxxx toco música, pero también nos juntamos a lesear, a caminar, a
comer, a comprar, weás de adolescente, no somos muy carreteros tampoco, porque no

76
somos de esa voláa, y ahí estamos y leseamos su pichanga loca, en eso estamos”
(Luis).

De igual forma, se advierte una tendencia también a establecer vínculos afectivos con
personas de género femenino, aunque caracterizándose dichas relaciones por ser más
distantes y que por ende, implicando un menor grado de intimidad, a la vez que en sus
reportes se observan pautas interaccionales diferenciadas con éstas, donde los
entrevistados se sitúan en un rol de contenedor principalmente o sencillamente
reportando que aquellas diferencias interaccionales están dadas por el factor de género.

“La xxxxx es una ex compañera que una vez volvimos a hablar (…) nos empezamos a
acercar, por eso mismo que tengo de como ser comprensivo, de escuchar a las
personas, eh, y nos acercamos, nos empezamos a caer bien, nos agarramos como
cariño y ahora somos como mejores amigos en ese sentido” (Luis).

“-¿Hay alguna diferencia en la relación con amigos y con amigas?- Es diferente, porque
unas son mujeres y los otros son hombres -¿Por qué sería diferente?- Porque igual es
como distinto -¿En qué sentido?- O sea, en la forma de ser (…) en el lenguaje que uno
habla cosas así (…) es distinto hablar de hombre a hombre a hombre mujer, por los
temas de conversación” (Jorge).

Al mismo tiempo, se advierte en un discurso que dicho rol contenedor y protector se


extrapola a un rol activo que cuida y protege ante la amenaza externa, recurriendo
incluso si es necesario a la violencia física.

“Me enojé en Fantasilandia [En alusión a conflictos que implican la disputa física] habían
unas personas entera de flaites (…) llegan y le agarran el poto y las tetas a mis amigas y
se estaban riendo y lo hicieron tres veces hasta que ya, y ahí nos echaron de
Fantasilandia, las otras veces había un curao que molestaba a mi polola o a la polola de
algún amigo cuando estábamos carreteando” (Mario).

Por otra parte, es necesario señalar que si bien no son la tendencia, dos (2) entrevistados
presentan matices discursivos respecto de lo antes señalado, en tanto, en uno (1) las
relaciones cohesionadas, de apoyo y confianza se presentan con el género femenino,
aunque adoptando al igual que con la mayoría de los entrevistados un rol de contenedor
y complementariedad con éstas.

77
“Me acuerdo que en ese tiempo conocí a quien ahora es mi mejor amiga, ella me
presentaba a sus amigas empecé a tener más amigas, empecé a salir más”; “Ella se
muestra como fría, pero sufre, pero no demuestra y en realidad con las niñas como ella,
que me han atraído, siempre tienen problemas, eh, son más depresivas -¿A qué
atribuyes eso de que te atraigan más las personas depresivas?- Que me gusta la idea de
creer que las puedo ayudar” (José).

Mientras que el otro adolescente presenta un rechazo al establecimiento de vínculos con


pares del género femenino.

“-¿Aparte de amigos, tienes amigas?- No, no tengo amigas -¿Por qué no?- Porque no
quiero -¿Cómo te caen las mujeres?- Bien -¿Has tenido alguna amiga alguna vez?- No -
¿Por qué?- No me gustan -¿Cómo son las mujeres como amigas? Bien, pero no me
gustan” (Andrés).

Finalmente, es necesario destacar una tendencia en los entrevistados (5), a describir a su


grupo de pares, en al menos algún momento de su adolescencia, como referentes
significativos que otorgan pautas de conducta a seguir, reforzando una sexualidad activa
de tipo heterosexual. Por su parte, destaca que en el entrevistado que no da cuenta de
dicho elemento, su testimonio no va del lado contrario, sino que no hace referencia al
respecto.

“Mi mejor amigo en mi cumpleaños cuando cumplí los quince me dijo “yo te invito al mall
y te compro un regalo especial”, y dije “ya ¿qué regalo?” “Ahí lo vay a ver” (…) y me dijo
“ya, toma tu regalo, ya, elige de qué condón” (…) dijo “ya, toma, tu regalo un condón, una
cajita”” (Pablo).

De este modo, es posible detectar una tendencia en los participantes a establecer


relaciones cercanas tanto con personas de género femenino como masculino, sin
embargo, posicionándose en un rol diferenciado en las interacciones con éstos, en tanto,
con sus pares del mismo género se observa una reciprocidad donde se valoran
conceptos tales como la lealtad y apoyo, entre otros, quienes a su vez se constituyen en
referentes identitarios. A la vez, en las relaciones establecidas con pares de género
femenino se observa un tipo relacional basado en la complementariedad, posicionándose

78
en un rol de quien ofrece confort y apoyo, lo que daría cuenta de un tipo relacional
asimétrico con éstas

1.1.3.- Cotidianeidad:

Respecto de la conducta y como ésta se manifiesta a nivel de su cotidianeidad, se


observa que la totalidad de los jóvenes tienden a ocupar o buscar ocupar un rol activo en
sus interacciones sociales y en la imagen que intentan proyectar, enfatizando intentos por
asumir un rol activo en las interacciones sociales, de ser protectores y/o contenedores
con terceros o sencillamente desde lo lúdico mostrándose como competitivos. Esto a
pesar que en un (1) sujeto, se aprecia una tendencia al aislamiento y/o retraimiento
social, no obstante, de igual forma dando cuenta de la búsqueda de los elementos
anteriormente descritos.

“No me gusta quedarme callao al frente de nadie (…) nunca me he quedado callao (…)”
(Pablo).

“Siempre me han explicado que eh hay que accidente hay que tomar el control de la
situación y para que porque eh la gente se pone nerviosa cuando sucede un accidente
entonces hay como evitar el caos y todo eso (…) una vez me acuerdo que hubo, eh, un
niño se desmayó en mi colegio, en mi curso y hice los primeros auxilios, hice lo que tenía
que hacer” (José).

“-¿Y cuándo jugay al gallito con quién juegas?- Con mis compañeros -¿Quién gana?- Yo
-¿Y hay alguien que te gane?- No” (Andrés).

“Me acuerdo que una vez en su liceo lo golpearon entre tres a cuatro personas (…) y ahí
nos enojamos y con el equipo de futbol fuimos como 5 a pegarle a los tipos que le
habían pegado, eso si me molesta, que hayan sido homofóbicos y que le hayan pegado
porque era gay, más encima cobardes entre tres pegándole a uno y con fierros, así que
por eso fuimos a pegarles” (Mario).

Por otra parte, se aprecia que la totalidad de los entrevistados dan cuenta de
expectativas asociadas al ejercicio de roles laborales tradicionales o que desde el
imaginario social se enmarcan como masculinas.

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“Me gustaría ser mecánico automotriz industrial, no, mejor dicho maestro en mecánica y
arquero (…) desde chico me gustaban los autos (…) tengo un vecino que me va a llevar
a la xxxxxx en tercero medio, si es que hago la práctica me va ayudar a estudiar ahí y
terminar el cuarto ahí (Pablo).

En este sentido, desglosando los discursos relativos a este elemento, se observa que en
la mayoría de los sujetos (4), sus expectativas se orientan al desarrollo intelectual,
creativo, o de una posición de ayuda a terceros (pero de una labor que desde lo colectivo
es considerada de status social) lo que de manera matizada y con otra vía de expresión
sigue la misma línea de los roles tradicionales, en la medida que se posicionan como
sujetos activos, con poder y con tendencia a lo público.

“En verdad siempre me gustó [medicina] me gustaba más biología, química y después fui
profundizando en los temas, yendo a ver los hospitales y todo y me empezó a gustar”
(Mario).

En cuanto a sus intereses, se pesquisa en la totalidad de los entrevistados una necesidad


hacia la estructura, lo regulado, lo que se observa en su preferencia por actividades
recreativas de tipo competitivo que estén normadas y que a la vez impliquen el contacto
físico en su mayoría, además del esfuerzo, lo relacionado al aprendizaje y una búsqueda
a la consecución de ganar como logro.

“Es más motivante que ser otro puesto -en alusión a arquero de futbol- porque cuando se
tira alguien todo pasa en cámara lenta, es decisión es tuya si es que se tira o no se tira,
es como un reacción buena que es lo mejor, siempre me ha gustado porque como que te
libera”; “Uso todo el cuerpo, me gusta eso, me gusta moverme, no importa lo que me
haga, que me hago daño, la cuestión es que voy a jugar ahí” (Pablo).

“[En alusión a scout] Me gustó que fueran tan organizado que fueran eh, ordenados, no
sé, me gustaba esa onda, eran como, eran como mini militares (…) los llamaban y
dependiendo de por ejemplo la forma de los, o sea de los sonidos eh, se tenían que
formar y no sé, me gustaba eso que se formaban, los conocimientos que tenían algunos
que hacían las cosas tan rápido, todo eso”; “Tenemos que hacer cosas muy rápido, a
veces la adrenalina es tan alta que no nos damos cuenta cuando nos hacemos heridas
entonces después estamos llenos de tajos o raspones recién como en la noche nos
damos cuenta que tenemos heridas”; “Me gusta mucho cansarme (…) Me gusta (…) Es

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que en scout nos exigen mucho físicamente (…) nos levantamos a las ocho de la
mañana nos despiertan y ya tenemos que salir a hacer ejercicios, después no sé, hay
que subir banderas, que hay que ponernos uniforme para subir banderas, después
empiezan las actividades y casi toda las competencias son con esfuerzo físico” (José).

“me gusta jugar futbol (…) empecé en xxxxxx, después en el dos mil diez jugué futbol en
xxxxx y el dos mil trece me salí de xxxxx” (Jorge).

De igual forma, también se advierten intereses ligados al área intelectual que impliquen la
racionalidad, creatividad, el situarse en un rol de quien transmite sus conocimientos o en
el ayudar.

“Me gusta leer (…) me gusta mucho la lectura (...) me gusta el deporte, no soy una
persona atlética, pero si se me da la oportunidad de hacer deporte lo hago (…) me gusta
el ejercicio físico, me gusta también la comprensión del deporte (…) me gusta enseñar,
una vez un amigo me llamó para enseñarle a su hermano chico una canción de, no, un
ejercicio, es un ejercicio que se le enseña a los niños para que comprendan las figuras
rítmicas (…) y el cabro se empezó a encantar con la música, entonces me gusta eso de
que a las personas le atraigan lo que uno sabe, lo que uno conoce (…) ver compartir
conocimiento con las personas (…) me gusta mucho (…) me gusta enseñar las cosas
que sé” (Luis).

Finalmente, cabe destacar que la totalidad de los adolescentes tienden a la búsqueda de


referentes identitarios que sean de su mismo género y que sean cercanos afectivamente,
tanto dentro de su núcleo familiar como en pares, pesquisándose incluso en uno de los
participantes una tendencia a superponer las necesidades del otro por sobre las propias
como forma de ser aceptado y satisfacer así sus necesidades.

“Ese cariño que le tenía a la persona era más porque la idolatraba y hacía cualquier cosa
por esa persona (…) pero era más un cariño de como que quería su aceptación, porque
quería ser como él” (José).

Por su parte, en otro joven se aprecian reportes atingentes a la necesidad de buscar


dicho referente identitario (parental) fuera de su círculo socio/familiar, incluso con
referentes no tradicionales desde lo masculino más hegemónico, y con los cuales
también busca satisfacer necesidades de tipo emocional.

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“-¿Qué tiene Ricky Marty qué te gustaría que fuera tu papá?- Quiero parecerme a él -
¿En qué te gustaría parecerte a él?- No sé, en el pelo, tiene como visos así” ; “ -¿Qué es
lo que más te gusta de Ricky Marty?- No lo voy a decir (…) -¿Pero pa poder entender,
qué es lo que más te gusta de Ricky Marty?- Estar con él -¿Estar con él de qué forma?-
Con él, que él sea mi papá (…) -¿Y qué pasaría si ves a Ricky Marty, qué harías?- Irme
con él -¿Para dónde?- No sé” (Andrés).

1.2.- Individuo:

1.2.1.- Autoconcepto:

Como elemento común observado en este apartado, se aprecia que la totalidad de los
entrevistados presenta dificultad en la integración de su autoconcepto, en tanto, en sus
reportes se observan divergencias respecto de la imagen que tienen de sí mismos. A
pesar de aquello, como elementos comunes se advierte una tendencia a describirse y
proyectar (o querer proyectar) un rol activo frente al entorno, observándose una
interrelación indisoluble entre la autoimagen, imagen proyectada, conducta y afectos.

De este modo, en la manifestación de dicha postura, se advierte que ésta toma diferentes
formas y matices, en tanto algunos entrevistados se consideran “fuertes”, “invulnerables”,
“impulsivos” ,“competitivos” y “reaccionarios” frente situaciones consideradas como
“injustas” o en las que se sientan “doblegados”, estimando necesario abordar dichos
momentos con una actitud activa, directa y con fortaleza.

“Yo respondo mucho, no me gusta quedarme callao al frente de nadie (…) nunca me he
quedado callao” (Pablo).

“Soy algo rebelde entonces cuando siento que si me pasan a llevar a mí o a otras
personas me levanto” (Luis).

“[En alusión al padre] Puede opinar, puede dar opciones, dar información, pero si uno no
quiere, no tiene por qué estar insistiendo (…) a mí no me gustaba la idea, dejar a toda mi
familia acá, e irme solo, no me gustaba esa idea, así que fue como tú me podí decir todo
lo que querai, pero yo no voy a ir” (Mario).

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Al mismo tiempo que se posicionan frente al entorno como sujetos activos y sociables,
siendo dichas características valoradas positivamente, pesquisándose a la vez,
elementos que dan cuenta de un autoconcepto que se sostiene en parte de la
identificación con el padre.

“-¿Cómo te describirías?- Igual soy como algo inquieto -¿En qué sentido?- No sé, como
que siempre hago cosas, no soy como de quedarme acostado”; “Es buena onda igual se
parece como a mí en algunas cosas en la personalidad (…) a veces como que tenemos
el mismos carácter, eh, pero es simpático buena onda, eh, le gusta la música, eso más
que nada -Me dices a veces como que tenemos el mismo carácter ¿en qué cosas se
parecen del mismo carácter?- Eh, es que no, como que no sé específicamente, pero a
veces las cosas que hacemos son como parecidas (…) cuando a veces como
respondemos frente a una situación cosas así” (Jorge).

Asimismo, ello coexiste en algunas oportunidades con una autoimagen asimilada a la de


un sujeto racional que a la vez se caracteriza por presentar una actitud consejera y
contenedora respecto de los otros, especialmente frente a los más cercanos con quienes
presenta una vinculación afectiva.

“(…) que tengo de como ser comprensivo, de escuchar a las personas”; “Soy ese tipo de
personas que todos los amigos van para contarles sus problemas (…) y piden consejos”
(Luis).

En conjunto con lo anterior, se aprecian dificultades en los entrevistados para integrar su


mundo afectivo, especialmente durante la adolescencia. En este sentido, sin perjuicio de
lo antes señalado, se pesquisa en variados momentos la presencia de sentimientos de
ineficacia, fragilidad y vulnerabilidad respecto del entorno, afectos de los que si bien
logran reconocer y explicitar, son asociados a un malestar, a lo displacentero que
deteriora su cotidianeidad, por lo cual intentan renegar o tomar distancia de aquello
mediante su ingreso a lo público, lo activo o lo social.

“Trato de ser derechamente lo que siento naturalmente, sin tratar de poner una
personalidad por así decirlo estereotipada que era el gallo que trataba de ser antes para
ocultar cualquier problema que existiera en mi vida (…) ocultaba que tenía pena,
ocultaba por ejemplo que tenía un complejo conmigo mismo, me costaba mucho aceptar
decir a rato, chuta yo me siento feo, me costaba mucho decir eso, entonces trataba de

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ocultarlo, trataba de fingir que era una persona que, que siempre tengo una confianza en
mí mismo” (Luis).

A la vez, se pesquisa en uno (1) de los entrevistados que dicha distancia con los afectos
disfóricos y la orientación a lo público y regulado, se relaciona con el fortalecimiento de su
autoconcepto, dada la sensación de eficacia y estabilidad que logra en actividades
competitivas.

“En tercero medio el año que repetí, eh, empecé a tener una identidad que ahora me
parece un poco estúpida”; “Empecé a ser demasiado tímido, no podía conversar con las
personas, me daba vergüenza todo, prefería quedarme en la casa ayudando a mi mamá
que salir, todo eso me empezó afectar más cuando empecé a ser más grande (…)
empezó como a desaparecer cuando ya entraba en confianza, cuando ya sentía que ya
no que no me iban a juzgar por como fuera”; “Igual como extrañaba los campamentos,
las competencias y todo eso, soy muy competitivo (…) siento que es lo único que hago
bien”; “Me gusta ganar, entonces eh, allá es muy competitivo, no sé, hay puntos por todo
porque así no hay algunos quien gana por puntos, entonces eh, como a mí me gusta el
orden y todo, cuando alguien es desordenado o no sé, en la formación no se forman bien
formado te descuentan puntos cosa así, entonces me gusta ser mejor que los demás”
(José).

Al mismo tiempo, es necesario destacar también que en dicho entrevistado, sus reportes
relativos al deterioro emocional y las dificultades en la conformación de su identidad, se
relacionan directamente a una ansiedad respecto de una posible exclusión social
derivada de la atracción amorosa por personas de su mismo género, elemento que en
alguna medida persiste al momento de la entrevista, intentando incluso renegar de dicha
orientación.

“Empecé a tener, eh, por decir así problema de identidad, eh, me empezaron como a
atraer los hombres y me empecé a deprimir por ese tema” (José).

Por otra parte, en lo que respecta a una posible percepción de los demás sobre su
persona y la convergencia/divergencia con su autoconcepto, se aprecian resultados
disímiles. En este sentido, algunos entrevistados tienden a dar cuenta de una percepción
positiva de los demás sobre ellos, señalando características basadas en su
comportamiento, que a su vez presentan compatibilidad con la imagen que tienen de sí

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mismos. Otros por el contrario, dan cuenta de una divergencia entre su autoimagen y el
cómo conciben que ésta es proyectada.

“Una vez una amiga me dijo ‘Ah erí bonito todo eso’, pero le dije ya, ustedes lo dicen
pero yo me encuentro feo”, nadie se puede encontrar, si es que te lo dicen te lo dicen”
(Pablo).

“Siento que yo nunca me he percibido como el mundo me percibe”; “Las personas a mí


no me encuentran feo, pero yo a mí me encuentro feo” (Luis).

A la vez, se aprecia en los mismos entrevistados referencias alusivas a una imagen


deteriorada de sí mismo, ello a través de su imagen física o de características que
circunscriben en lo que denominan su “forma de ser”, a pesar de esfuerzos persistentes
desplegados que se orientan en parte a mejorar ambos elementos.

“De repente cuando empiezo a jugar futbol me, empecé a ponerme de arquero (…) yo
antes era pero guatón, guatón, gordo (…) dije ya, si no soy gordo y empecé y el traje del
arquero era rojo y yo me veía gordo, y de repente dije ya, pongámosle y hacían dar tres
vueltas a la cancha completa, es como la de un estadio, la daba, después ejercicio,
tomaba agua (…) y ahí seguí, me fui medio al chancho” (Pablo).

Finalmente, es dable señalar que en los elementos discursivos analizados en torno a la


imagen física, se encuentra el atributo de la “belleza” desde prototipos convencionales,
como una cualidad que independientemente si conciben que la tengan o no, está
presente como algo valorado positivamente y a la vez deseado, constituyéndose en un
núcleo configurante de su autoconcepto.

1.2.2.- Afectos:

En este punto, se observa en la totalidad de los entrevistados una dificultad para integrar
afectos displacenteros que provengan de situaciones significadas como dañinas,
intentando de manera constante controlar su mundo afectivo, lo que podría responder a
intentos de reafirmación de aspectos ligados al estereotipo masculino. En este sentido,
en su mayoría (4) los sujetos entrevistados dan cuenta de una afectación emocional que
interfiere de manera significativa en su cotidianeidad, tendiendo como forma de

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afrontamiento, en algunas instancias, a exteriorizar sus afectos; sea mediante conductas
disruptivas o intentando controlar su emocionalidad.

“De repente después que pasó eso pasaron dos años y no lloré, ni una lágrima, peleaba
con mis papás, me pegaban y no lloraba, tenía peleas con alguien, no lloraba”; “Como
desde que pasó eso, onda le pegó la cuchillá, yo empecé a tener rabia, y el mismo
cuchillo que le enterró a mi primo yo se lo iba a enterrar a mi hermano” (Pablo).

“Trataba de fingir que era una persona que, que siempre tengo una confianza en mí
mismo, que hay que estudiar, que nunca voy a dudar de lo que soy (…) trataba de
aparentar a través de mi personalidad que así era, tenía una capa (…) una capa muy
racional para poder expresar mis emociones (…) a través de mi racionalidad ocultaba mi
emoción”; “Voy bloqueando para mantener una imagen, como una imagen de
invulnerabilidad cuando me siento muy vulnerable, para no estar igual, eh, para no recibir
juicios, para todas esas cosas, para no sentirme expuesto” (Luis).

Por su parte, en otros momentos dan cuenta del despliegue de conductas en las cuales
también se sustraen del entorno, ésto como forma de evadir el malestar emocional
asociado, orientando hacia sí mismos los afectos de corte depresivos, tales como;
sensación de vulnerabilidad, tristeza y temor, además de reportar una autoestima
empobrecida.

“Estuve con miedo, del futuro y todo eso y tenía el pensamiento de matarme, estuve
como en, me sentía culpable por pensar eso -delito- y me hacía daño me cortaba”;
“Empecé a desconfiar más de la gente, empecé a ser más cerrado, más frío, me dejé de
preocupar del colegio, empecé a no ir al colegio, dormía, dormía lo que más podía, le
sacaba pastillas para dormir a mi mamá a veces, y que me cargaba estar en fiestas”;
“Empecé a ser demasiado tímido, no podía conversar con las personas, me daba
vergüenza todo, prefería quedarme en la casa ayudando a mi mamá que salir, todo eso
me empezó afectar más cuando empecé a ser más grande, era tímido con todos, eso”
(José).

Por otra parte, es dable señalar que dos entrevistados presentan dificultad para dar
cuenta verbalmente de elementos alusivos a su mundo afectivo, especialmente ante
contenidos disfóricos, pesquisándose una actitud evasiva ante la indagación por parte del
entrevistador.

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1.3.- Área Sexual:

Considerando el ámbito sexual circunscrito a las relaciones amorosas, se obtiene en


primera instancia la existencia de divergencias respecto de si ya se ha ejecutado el rito
de iniciación sexual (significado por ellos como un acto de consentimiento mútuo,
excluyendo de ésto a la situación delictiva), en tanto algunos entrevistados presentan una
vida sexual activa, mientras que otros aún no. Sin perjuicio de lo anterior, se advierte una
tendencia en los entrevistados a asociar su vida sexual (en lo concreto o en expectativas)
con los afectos, valorando dicho acto como un evento de importancia, en el cual el otro es
una persona relevante afectivamente, a la vez, que otorgan una valoración negativa al
acto sexual ocasional sin sentimientos.

“[En alusión a primera relación sexual] Igual fue bien porque la perdí con la persona que
igual duré harto, no la perdí con cualquiera, con cualquier persona que viera en la calle
‘ah, ya, ésta’, no, (…) igual la perdí con una persona que era especial” (Pablo).

“La gente que en general va a la disco o a estos carretes full distorsión ven al sexo con
una acción de poder, que el tipo que es más mino tiene poder (…) o la mina que
conquista más guachos lo mismo, eh, o de placer puro o de hedonista, y eso a mí me
desagrada porque como que no le toman el real peso de lo que es el acto sexual” (Luis).

Del mismo modo, al ahondarse en las relaciones de pareja propiamente tal, se advierte
una tendencia en los entrevistados (4) a establecer vínculos amorosos de tipo
heterosexual predominando la complementariedad. Al mismo tiempo, es necesario
destacar que en un entrevistado, en el cual la elección de sus relaciones de pareja en la
actualidad son del tipo homosexual, se observa que dicha orientación emerge durante la
adolescencia provocando en un inicio un malestar emocional e intentos de negación de
aquella inclinación, la que valora negativamente, de manera acentuada en un comienzo,
y con ambivalencia al momento de la entrevista.

“Empecé a sentir como que de verdad me gustaba, empezaba como a negarme, de que
no, que estaba pololeando (…) entonces empecé a como a negarme que me gustaba,
que me estaba atrayendo”; “Empecé a tener problemas de homosexualidad y todo eso
entonces empecé como a odiarme de a poco de mí mismo, entonces empecé como
demasiado como a caer en depresión, el ánimo muy bajo y todo eso” (José).

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Puede constatarse que en la actualidad da cuenta del rechazo a los elementos
feminizados en sus parejas.

“Cuando lo conocí era, era más como decirlo no era tan afeminado (…) y cuando
empezó a tomar más confianza conmigo empezó a ser demasiado afeminado y (…) me
empezó a generar rechazo, y terminé la relación con él (…) no me agradan cuando son,
o sea cuando los hombres son como demasiado afeminados” (José).

De igual forma, este mismo sujeto refiere que de manera previa había mantenido
relaciones de pareja de tipo heterosexual, aunque explicitando que dicha elección se
lleva a cabo por influenciabilidad del entorno.

“Pololié por primera vez con una niña de donde yo vivía y ella en realidad no me gustaba
era más por el hecho de que (…) por darle en el gusto a la gente -¿Cómo así?- Me
decían como (…) serían linda pareja, a ella le gustay les haría bien que pololeen” (José).

Por otra parte, se pesquisa en (1) entrevistado un rechazo al contacto íntimo en torno a
las relaciones de pareja.

“-¿Y tú has pololeado alguna vez?- No, no me gusta (…) yo nunca voy a pololear”
(Andrés).

A pesar de lo antes señalado, respecto de los vínculos amorosos establecidos y la


asociación de éstos con los afectos, se observa una clara tendencia en los jóvenes a
presentar dificultades interaccionales con sus parejas, aunque tomando aquella
manifestación diferentes formas, sea mediante la ejecución de conductas violentas sobre
éstas, como una sensación de ineficacia e inferioridad que inhibe el contacto afectivo
corporal, o sencillamente presentando dificultad para establecer un vínculo estrecho
perdurable.

“Fue una discusión y de repente eh, le pegué pero sin pensar (…) trataba de parar pero
no podía, ya, me relajaba, súper bien, pelea y discutía y de repente al segundo le
pegaba (…) tampoco quería pegarle ni nada, pero era la rabia la que uno cuando tiene
rabia no la controla, reacciona nomás, no lo piensa” (Pablo).

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“Yo siento que parte del hecho de que ser feo ya sea para uno o para los demás, afectan
las relaciones, la posibilidad de encontrar una relación amorosa”; “Siento que una
persona si es que llega a estar conmigo, no es tan así como para toda la vida, porque al
final como que va a encontrar algo mejor, encontrar a una persona que le va a poder
ofrecer lo mismo que yo y más y se va a ir” (Luis).

1.3.1.- Sexualidad y Victimización Sexual:

Se advierte una tendencia en los entrevistados a otorgar una relación explícita entre el
delito vivenciado y una afectación en términos generales.

“Con todo esto tema que empezaba a pensar y todo eso empecé a recordar más lo que
pasaba con mi primo, no poder decirle que no y todas esas cosas y me empezó a afectar
más”; “-Antes pensabas que te gustaban pero que además te gustaban porque te había
pasado ésto con tu primo algo así entendí yo- Si, o sea en ese tiempo también me pasó,
el año pasado también me pasaba, o sea hasta el día de hoy de repente lo pienso”
(José).

En lo que respecta a una posible asociación entre la esfera sexual y la situación delictiva,
se advierte que la mayoría (4) de los entrevistados reportan un nexo causal entre los
hechos delictivos y alteraciones en este ámbito que se mantienen hasta la actualidad. Sin
embargo, se observa diversidad en la forma en que se manifiestan dichas repercusiones,
observándose desde el despliegue de un rol activo que incluye la impulsividad y
agresividad, hasta sentimientos de menoscabo e inferioridad que los hacen retraerse y
tomar distancia de posibles vínculos amorosos, además de sentimientos de culpa,
rechazo y devaluación sobre lo femenino.

“Fue culpa de mi hermano [Ofensor], es que me hizo guardar todo y sacarlo justo en el
momento que no quería [Agresión física a pareja]” (Pablo).

“Me molestaba que él estuviera como medio afeminado (…) prefiero alguien como más
piola, más tranquilo, no tan loca” (José).

Del mismo modo, es dable señalar que se observa en algunos entrevistados (3) una
tendencia a presentar dichas alteraciones en la medida que existe un estímulo a través
del cual se reediten los eventos abusivos.

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“Me empezaron como a atraer los hombres y me empecé a deprimir por ese tema y
probando me empecé a recordar más lo que me había pasado cuando más chico”
(José).

“Ahí como cuando perdí la virginidad con ella, ya tuvimos relaciones, empezaron los
recuerdos (…) de lo que me pasó con mi hermano” (Pablo).

1.4.- Victimización Sexual:

1.4.1.- (Re) significación de la Victimización Sexual:

Al respecto, se observa en la totalidad de los entrevistados la emergencia de reportes


alusivos a una dificultad para comprender e integrar los actos abusivos durante al menos
la fase inicial del periodo en que éstos se ejecutan, lo que se encuentra claramente
acentuado en la medida que dichas acciones se llevaron a cabo durante el período de la
infancia. A pesar de aquello, los participantes dan cuenta de una sensación de malestar e
incomodidad asociado a la experimentación de tales eventos, siendo éstos asimilados de
manera aversiva.

“Me dejaba una sensación rara, de mal gusto, porque en realidad yo no sabía en realidad
lo que era eso, también no me lo quería tomar a mal tampoco, entonces a veces me
daba vuelta en la cabeza nomás las cosas”; “Igual lo que he sufrido por decir así (…) la
incomodidad que tenía cuando hacía eso de él contra mí”; “-¿Y qué pasaba contigo
cuando eso ocurría?- a veces me bajaba el ánimo, eso más que nada” (Jorge).

“Me sentía raro (…) que no sabía que era (…) al principio, me sentía como vacío por
dentro” (Pablo).

“Pensaba que era como algo era nuevo para mí o sea de que o sea que sabía, como que
no estaba correcto, eh, me acuerdo que me sentía mal después cuando sucedía, me
sentía como culpable” (José).

En este sentido, llama la atención, especialmente en los casos donde el delito se habría
ejecutado durante el período de infancia, que los entrevistados no sólo no habrían
logrado comprender dichas acciones como transgresoras, sino que al intentar

90
entenderlas las habrían asociado a una interacción en la cual ocupaban un rol feminizado
y/o de pareja, donde los actos son significados como un “intercambio sexual” recíproco,
siendo éste frecuente y enmarcándose dentro de una dinámica instalada.

“Ahí empecé como a explicarme porque estaba viendo una película, que un día dieron
una película de dos hermanos que eran, que estaban botados en una isla, algo así, no
me acuerdo, y eran, pero eran mujer y hombre, entonces eran como después hacían el
amor todo eso, y yo quedé qué raro y después le expliqué lo mismo y le dije a mi mamá
(…) mamá el xxxxx me está tratando como mujer” (Pablo).

“Me acuerdo que cuando no sucedía nada yo me sentía mal, creía que mi primo estaba
enojado conmigo (…) sentía que era como, no sé, como las típicas relaciones en las que
como que la mujer está engancha del hombre, y, eh, la mujer o sea el hombre se enoja y
la mujer piensa que todo lo hizo mal, que, que daría cualquier cosa porque la pareja
estuviera bien” (José).

En cuanto a esto último, resulta imperante hablar de las estrategias de victimización


detectadas, las que van en su mayoría en la línea de la seducción y normalización de las
acciones abusivas, utilizando para ello el ofensor, generalmente gratificaciones
materiales, monetarias, lúdicas y/o afectivas, las que podrían haber incidido en la
cronificación de aquellos actos, a lo que se suman estrategias de silenciamiento también
detectadas.

“Me preguntaba cosas, cómo son mis sexos o a veces me acuerdo que iba a mi cama se
ponía al lado y me empezaba hacer como cariño así (…) se metió en mi cama por
ejemplo y esas cosas, a veces como que preguntaba cosas personales, que tienen que
ver como con sexualidad (…) o sea preguntaba si uno ya había eyaculado, cosas así,
puras cosas así que le teníamos que avisar, cosas así (…) más que nada eso, que
tenían que ver con sexo” (Jorge).

“Como para compensar me compraba todo lo que quería, si quería una polera nueva,
unos lentes, un gorro, me lo compraba”; “Después a los 17 le empecé a decir que no,
pero a la media hora seguía insistiendo, si le decía que no me decía bueno entonces
querí que empiece con tu hermano y fue como ya bueno, después a los 18 empezó a
amenazar con mi hermana chica” (Mario).

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“Justo cuando quería eso empezaba como ah! qué lindo, puras cuestiones así (…) tengo
más plata, mira lo que vamos a comprar, puras cuestiones así (…) te voy a comprar este
gorro, decía oye hagamos ésto, juguemos a esto” (Pablo).

“Una vez que me puso como una como unos monitos en el computador (…) tenían
relaciones, mostraban de todo, cosas así, y a mí me daba vergüenza ver eso y todo
como que me quería tapar y todo y mi primo me decía que no, que era normal que viera
con él todo eso” (José).

En tanto, es necesario resaltar un caso en el cual el acto abusivo se habría llevado a


cabo durante el final de la infancia e inicio de la adolescencia, en el cual la estrategia de
victimización habría sido principalmente en la línea de la coacción física.

“Me obligó (…) él me empujó la cabeza hasta ahí”; “Él me empujó fuerte -Cuéntame de
eso- Me empujó la cabeza fuerte pa delante”; “Me obligó a tocarle” (Andrés).

Por otra parte, si bien anteriormente se describen elementos relativos al proceso de


intentos de significación de los actos transgresores -enmarcados todos dentro de una
dinámica instalada- y del impacto emocional que se pesquisa como coligado a dicha
vivencia reportada, resulta relevante describir un segundo proceso que se observa
derivado de la dinámica abusiva y de la interrelación de factores detectados: la
resignificación, es decir, el encontrar un nuevo significado de los actos abusivos.

En este sentido, se advierte una tendencia en los entrevistados a dar cuenta que en la
primera parte de la adolescencia existe una resignificación de aquellas situaciones,
incluso cuando ya se habían interrumpido, emergiendo recuerdos que hasta ese
momento eran más bien difusos y percibiendo desde entonces de otra manera aquellas
acciones: como una transgresión a sus límites corporales en la esfera de la sexualidad,
logrando de este modo darle sentido y verbalizarlo acorde a esta nueva comprensión.

“Cuando entré a la pre adolescencia, más o menos, 12 o 13 años empecé a tomarle el


peso (…) ahí fue entendiendo un poco lo que había sucedido, más, más allá del acto,
más allá de lo bueno y de lo malo (…) que ya fui entendiendo derechamente bien lo que
era un abuso sexual, ciertas partes de los márgenes entre las personas y todo eso”
(Luis).

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De igual forma modo, se advierte una tendencia discursiva en los entrevistados que da
cuenta que la rememoración de aquellas situaciones se encuentra asociada a la aparición
de estímulos relacionados con la esfera de la sexualidad, sea en el rito de iniciación
sexual, como en la atracción hacia un tercero.

“Empecé a tener, eh, por decir así problema de identidad, eh, me empezaron como a
atraer los hombres y me empecé a deprimir por ese tema y eh, probando me empecé a,
eh, a recordar más lo que me había pasado cuando más chico” (José).

“Ahí como cuando perdí la virginidad con ella, ya tuvimos relaciones, empezaron los
recuerdos (…) de lo que me pasó con mi hermano” (Pablo).

En síntesis, se observan dos factores asociados a dicha resignificación; el advenimiento


de la adolescencia con las capacidades cognitivas que mejoran la aproximación de los
sucesos, y las relaciones sexuales con parejas que despiertan recuerdos análogicos de
las experiencias abusivas.

Finalmente, en este apartado cabe destacar que con la resignificación la totalidad de los
entrevistados se posicionan en el lugar de víctima, donde el otro es el que ocupa el rol
activo de propiciar y ejecutar tales actos. Sin embargo, en algunos entrevistados se
pesquisan alusiones que dan cuenta de una creencia de coparticipación en aquellos
eventos abusivos.

“Lo que me acuerdo es que lo hacíamos así -¿A qué te refieres con hacerlo?- Sin nada -
¿Cómo sin nada?- Lo metía no más” (Pablo).

“Después sucedía eso, veíamos videos, nos tocábamos y todo eso, y empezó a ser
como totalmente normal para mi después” (José).

1.4.2.- Percepción del Ofensor:

A respecto, se observa que a excepción de un (1) entrevistado que no logra ampliar


información respecto de cómo concibe al ofensor, todos los demás presentan una
percepción y vínculo ambivalente con dicho sujeto. En este sentido, por un lado dan
cuenta de una valoración negativa del mismo asociado a los hechos delictivos, refiriendo

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sentimientos de malestar, rabia y afectación emocional respecto del actuar de éste,
posicionándolo discursivamente como vulneradores sobre su persona.

“-¿Qué piensas de lo que hizo el xxxxx?- No sé tío, me quiero ir -¿Qué piensas ahora del
xxxx?- Que lo odio”; “Está mal porque ningún hombre puede abusar de un niño”
(Andrés).

Sin embargo, al ahondar en la percepción previa a la resignificación del delito,


especialmente en la etapa colindante al desarrollo del abuso, es posible pesquisar que
éste se constituía en un referente identitario para los entrevistados, sea como una figura
parental o como un sujeto afectivamente muy cercano, cuya interacción era
predominantemente lúdico recreativa.

“Igual como que nos educaba, entonces era como por ejemplo, papá de lunes a viernes
así y obviamente nos retaba, eh, a veces hablábamos y nos llevábamos súper bien, a
veces peleábamos (…) siempre hablábamos harto, acompañaba a veces a entrenar a
xxxxx o en la casa, siempre a veces tirábamos como sus tallas, hablábamos harto de las
noticias, cosas así, o sea era como un informado también, algo que me gustaba a mí y
comentábamos como diferentes ideas de una noticia”; “Igual nos llevaba al colegio, la
plata de la empresa donde él trabajaba también la ocupaba para mantenernos a
nosotros que no somos sus hijos, entonces igual lógicamente se agradecía eso” (Jorge).

“Mi papá el xxxx no es mi papá, yo le decía papá” (Andrés).

“Le decía que lo quería (…) que era un ejemplo a seguir que quería ser como él (…)
entonces aceptaba todo lo que él quería o hacía lo que me pedía”; “Para mí era un
ejemplo a seguir (…) era como mi hermano mayor” (José).

“Mi ex padrastro (…) me enseñó, así que igual siempre me cuido”; “Conmigo siempre fue
simpático, un poco cariñoso, bondadoso si teníamos que ir al supermercado y si quería
algo, llegaba y me decía ya comprémoslo o si me daba hambre, ya vamos al Mc Donald,
a comer una pizza, un helado, yo decía que linda la polera y llegaba y la compraba”
(Mario).

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1.4.3- Percepción de Daño:

Al respecto, se advierte que en la totalidad de los entrevistados emergen elementos


discursivos atingentes a una afectación emocional derivada de los hechos abusivos, los
que perciben como actos vulneradores sobre su persona, reportando mayoritariamente
sentimientos de fragilidad, vergüenza y temor, observándose también en algunos
sentimientos de incomodidad, desagrado, culpa y agresión contenida, elementos que en
alguna medida se mantienen al momento de la entrevista, interfiriendo también
significativamente en su cotidianeidad.

“-¿Qué pasó con tu papá?- No quiero contar aquí -¿Cómo se llama tu papá?- xxxxxx -¿Y
con qué se relaciona?- No quiero (…) No, porque está mi abuela, no quiero decirlo
delante de ella, me da vergüenza”; “-¿Qué es lo que te da vergüenza?- Contar algo que
me hizo” (Andrés).

“A veces cuando me pongo a pensar sobre el tema empiezo a recordar, me deprime, me


hace sentir impotente, me pongo a llorar de la nada”; “Pensar que, que a lo mejor me
gustaban los hombres por culpa de él, que nunca le dije que no, me empecé a sentir
asqueroso” (José).

“Recuerdo también como las emociones que me generó esa situación, porque igual me
dio como un poco como de pena, vergüenza, que pasara todo eso”; “Al momento de
recordar las cosas, como que uno se vuelve a sentir vulnerable, obviamente eso a uno lo
deja expuesto a la mismas emociones que siente cuando uno está vulnerable y más
encima con el hecho de haber rememorado (...) se vuelve a sentir expuesto a esa
situación”; “Da tristeza, (…) la frustración que aunque puede ser en menos medida, igual
con el paso del tiempo se apacigua, pero no por eso desaparece” (Luis).

“La primera semana de Enero me intenté suicidar (…) con pastillas y una cortapluma (…)
ya no aguantaba más, no sabía a quién decirle, no sabía qué hacer (…) El último tiempo
he estado mal, me falta el ánimo y las ganas, me cuesta levantarme, me cuesta salir, me
cuesta comer” (Mario).

Al mismo tiempo, se advierte divergencia en la manifestación de aquellos afectos, en


tanto, unos entrevistados tienden a exteriorizarlas mediante conductas disruptivas y
agresivas que dirigen a un tercero, en otros las orientan hacia sí mismos.

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“Mi hermano abusó de mí, por eso tuve malas reacciones con mi polola, la agredí, por
eso (…) mi hermano me hacía eso, me empezó a tocar, entonces (…) me sentía mal,
(…) me daba rabia y me desquitaba (Pablo).

“El año pasado tuve una condición como similar, caí en una pseudodepresión por así
decirlo (…) y tuve ciertos incidentes, entonces, eh, unos cortes” (Luis).

O coexistiendo dichas formas de manifestación afectiva.

“¿-Cómo te sientes ahora?- Con un nudo en la garganta, igual que siempre cuando hablo
del tema -¿Qué te pasa cuando hablas del tema?- No me gusta acordarme (…) me
acuerdo de todo y lo trato de evitar (…) porque me dan ganas de llorar de pegarle a
algo” (Mario).

De igual forma, se pesquisa una tendencia a tener la sensación de “quedar dañado”, de


sufrir repercusiones actuales derivadas de tales actos, las que dinámicamente han
tomado diversas formas, por ejemplo en la manifestación de los afectos y/o también en el
contacto corporal con terceros.

“Siempre tenía miedo de que me llegará a afectar tanto que no podía seguir con mi vida”
(José).

“Miedo a no salir adelante, miedo a dejar que las cosas me colapsaran que me
condicionaran por así decirlo por el resto de mi vida”; “Como que me desarrollé muy
después con respecto a mi entorno, en un sentido sexual (…) de qué comportamiento
está bien, qué comportamiento está mal con respecto a, a cosas tan sencillas como
abrazos, como a caricias, como a besos, todo eso” (Luis).

Por otra parte, se advierte una tendencia a evitar socializar aquellas acciones, sea en la
actualidad, como en algún momento posterior a la develación, pesquisándose fantasías
de estigmatización y exclusión, especialmente desde sus pares y/o familia. A la vez, se
observan intentos por ocultar los sentimientos disfóricos asociados a tales acciones.

“No me gusta hablar de nada porque no quiero que sepa todo el mundo de mí -¿A qué te
refieres con eso?- De que lo sepa, de lo que me pasó (…) ya, después se lo cuento a él
y pasa, a otra persona y esa persona a otra, y de repente le llega a un compañero y de

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repente cuenta, no me gusta esa cuestión, si es que lo sabe lo sabe mi mejor amigo
nomás -¿Y cómo te haría sentir eso si fuera así?- Mal, porque me dirían, mira el que le
pegó, el que lo violaron” (Pablo).

“-Cuéntame de eso- Pero en voz baja -Como quieras- No, es que pueden escuchar ahí
[En alusión a sala gessel] (…) -¿A qué te refieres con me hizo?- Abuso sexual (…) él me
abusó” (Andrés).

“Estaba desesperado y necesitaba contárselo a alguien y fui al psicólogo del colegio (…)
necesitaba desahogarme, que no quería que nadie supiera”; “Sentía miedo que todo iba
a cambiar, sentía que no iba a volver a ver a mi familia, que mi familia me iba a odiar,
que mi papá no me iba a querer más, que a mi hermano le iba a dar asco” (José).

“Lloraba todos los días, trataba de disimular cuando estaba con mi familia y con mis
amigos” (Mario).

En tanto, se estima necesario destacar que de la totalidad de los entrevistados, en tres


jóvenes, los actos delictivos se llevaron a cabo durante su infancia y se interrumpen con
el ingreso a la adolescencia, donde asumen un rol activo y/o social que en alguna medida
impide la continuidad de aquellas acciones.

“Después dura hasta los 12 nomás (…) la última vez que lo iba hacer, me puse a pelear
con él, le estaba pegando patás, todo eso, combos, que no se acercara a mí, y no lo
hizo, no pudo”; “Empecé a responderle mal, y empieza como ya, y sal de aquí cabro
culiao, así yo dije, ya sal, y empezamos a pelear, y ahí empecé como a pegarle todo
eso”; “Fui creciendo y me defendí (…) ahí yo empecé como hacer deporte, entonces ahí
tenía más fuerza y aproveché eso” (Pablo).

“Me acuerdo que fue en las vacaciones, ese año ahí estaba en scout y íbamos al
campamento (…) que tenía las vacaciones de invierno íba a campamento, pa semana
santa, entonces ya casi no iba para la playa, entonces me alejé más (…) -¿Y
concretamente porque tú dejaste de ir a la playa?- Porque iba al campamento (…) iba al
campamento, para mi empezó a ser más importante scout y eso” (José).

Por su parte, en los dos (2) entrevistados restantes los actos abusivos se interrumpen por
la incidencia de un tercero del entorno social o familiar que prohíbe la continuidad de la
interacción con el ofensor, aunque derivándose dicha interrupción desde la develación.

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En conjunto con las conductas antes descritas en torno a la interrupción del acto abusivo,
también se observan en los discursos analizados, el despliegue de estrategias en la línea
de interrumpir aquellos eventos durante la misma dinámica.

“Empecé a salir todos los fines de semana y llegaba a las dos tres y media esperando
que esté durmiendo para no tener que ayudarle a hacer todo lo que él quería” (Mario).

2.- CODIFICACION AXIAL

A continuación se presentan los diagramas correspondientes a esta codificación, dando


cuenta cada uno de la mirada comprensiva del fenómeno que se va obteniendo desde el
análisis de los datos. De este modo, se expone el entramado de factores
correspondientes a los elementos causales, intervinientes, contextuales, estrategias de
acción/interacción y las consecuencias, esto de forma separada, para dar cuenta en el
último esquema de la interrelación de éstos.

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3.- CODIFICACION SELECTIVA

Desde el análisis realizado, se advierte que la masculinidad está presente como un


proceso que se manifiesta de manera flexible, dinámica y de forma transversal abarcando
las distintas esferas de la cotidianeidad, sea el plano social, personal, sexualidad, afectos,
conductas y en la misma percepción que se le otorga a la vivencia abusiva descrita, como
en sus respectivas repercusiones.

Por su parte, en lo referente a las acciones abusivas, y el entrecruce posterior de dicho


elemento con la masculinidad, destaca en primera instancia que los factores causales
pesquisados en torno a los actos de victimización sexual se encuentran ligados
preferentemente al tipo relacional con el sujeto ofensor, la significación de éste y las
estrategias de victimización que marcan la base para la concreción e instauración de una
dinámica abusiva, con la respectiva sensación de estar captados en ésta. Así, se ven
alterados elementos atingentes al autoconcepto, vínculos, roles, entre otros, los que sin
embargo quedan de manera solapada en la configuración de cada sujeto, especialmente
al no ser comprendidas ni integradas dichas acciones en una primera instancia.

En tanto, como factores intervinientes fue posible distinguir la incorporación de roles de


género que se presentan de manera convergente a los mandatos de la cultura patriarcal,
los cuales se conciben de forma naturalizada y a la vez, se configuran en forma
complementaria y en oposición con lo femenino. En este sentido, destaca que los
entrevistados presentan una identidad de género masculina, percibiéndose como seres
sexuados y en su mayoría como heterosexuales.

Al respecto, se advirtió que la construcción de tales elementos presenta una estrecha


relación con lo social, ejemplo de ésto se encuentra en la injerencia que tiene el núcleo
familiar en aquel proceso, en tanto, se pesquisan elementos discursivos que aluden a una
percepción de los roles en aquel grupo que están delimitados de acuerdo al género de
sus participantes, especialmente en lo circunscrito a sus figuras parentales.

Complementando esto último, es dable señalar que las figuras parentales, especialmente
durante la infancia, ocupan un lugar preponderante en el mundo interno, siendo referentes
afectivos significativos y la base desde la cual se satisfacen o no las principales

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necesidades, sean éstas de tipo afectivo, proteccional, nutricio, entre otros. Del mismo
modo, se advierte que cada padre presenta un rol claramente delimitado, siendo éstos la
primera fuente desde la cual se configuran y después refuerzan los roles de género, los
que ocuparán un lugar central en la conformación de la identidad y el autoconcepto. Sin
embargo, la percepción y nivel de incidencia de los padres no es estática ni permanente,
en tanto, tienden a perder influencia con la aparición de la adolescencia, pesquisándose
desde este momento una postura ambivalente respecto de los mismos, en tanto tienden a
cuestionar a dichas figuras, sus conductas y los roles desempeñados. Al respecto, fue
posible detectar que dicha crítica se relaciona especialmente con sus expectativas en
torno a la posición adoptada por el padre frente a la vivencia abusiva y la socialización de
aquellos actos.

Por otra parte, otro factor interviniente que se relaciona directamente con los factores
causales pesquisados es; la adolescencia, que destaca como una etapa en la que se
observa una reestructuración del mundo psíquico del joven dado por la irrupción de los
cambios fisiológicos, psicológicos y sociales. Al respecto, esta nueva relación con el
entorno es valorada positivamente, en tanto es relacionada con la adquisición de nuevas
herramientas, posicionamiento ante el entorno, y por ende, de una nueva configuración.

Siguiendo la misma línea, con esta apertura al mundo social emergen nuevos actores en
sus vidas; pares y pareja, tendiendo a pseudoalejarse de su grupo familiar, de sus padres,
y ocupando ahora, especialmente los pares de su mismo género, un rol preponderante en
sus vidas, constituyendose éstos en sus principales referentes identitarios, y con quienes
se establecen lazos afectivos estrechos y con límites difusos, incluso por momentos
inexistentes.

De esta forma, en consideración a la entrada en escena de nuevos actores, se establecen


nuevas formas de relacionarse, a la vez que vínculos ya existentes se redefinen en base a
esta nueva configuración, a las nuevas necesidades, expectativas y roles con los que se
deben lidiar.

En tanto, otro aspecto que se redefine se refiere a la sexualidad, la que ahora se orienta
de manera preferente hacia un otro, en lo que será el comienzo de las relaciones de
pareja. Así, con la aparición de la adolescencia emerge una nueva forma de relacionarse

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y posicionarse con un tercero en el plano amoroso, generalmente de sexo femenino,
observándose un despertar sexual, donde las relaciones se fundan en la
complementariedad, el encaje de características diferenciadas con un tercero, a la vez
que se tienden a establecer relaciones en las que se valoran positivamente elementos
tales como un acercamiento basado en la afectividad. De este modo, se pesquisa un
despertar sexual, percibiéndose como seres con iniciativa, la que despliegan de variadas
maneras, ejemplo a través de ritos de conquista, al mismo tiempo que dicho interés
amoroso/sexual es fomentado activamente por su entorno, especialmente por sus pares.

Conjuntamente, se advierte que con el comienzo de la adolescencia, y estando


estrechamente relacionado con los cambios antes descritos, se observa una redefinición
del autoconcepto, en tanto éste se encuentra bidireccionalmente relacionado con el
entorno social. Asimismo, directamente del autoconcepto se ve incidida la autoestima,
sensación de eficacia, conductas, afectos, y por tanto, la cotidianeidad, que es el espacio
donde se manifiestan todos estos cambios personales y sociales.

Por otra parte, en lo relativo al acto de transgresión sexual propiamente tal, cabe destacar
que en torno a la percepción del sujeto que sindican como agresor, se advierte una
ambivalencia respecto del mismo. En este sentido, se le considera o consideró en algún
momento como un referente afectivo significativo, e incluso posicionándolo en ciertas
instancias como un referente identitario. Dicho elemento se constituye en un factor
causal preponderante a la hora de comprender cómo es que (re)significan los actos
abusivos y el despliegue de estrategias de victimización de parte del ofensor en la línea
de la seducción y normalización. En este sentido, dichas estrategias se sostienen en una
vinculación afectiva de parte del joven, propiciada por quien identifica como ofensor, a la
vez que éstas posibilitan la reiteración y cronificación de las acciones de transgresión.

Al mismo tiempo, se distingue otro factor relevante que incide en la ejecución e


instauración del acto abusivo, refiriéndose éste a la etapa evolutiva del sujeto que
experimenta la transgresión, especialmente cuando aquellas acciones se llevan a cabo
durante la infancia, donde predomina un tipo de pensamiento predominantemente
concreto, lo que sumado a la inexperiencia sexual y vínculo afectivo con el agresor,
inciden en una dificultad para comprender y darle sentido a dichas vivencias. De esta
forma, si bien se visualiza la experimentación de tales acciones como un acto de

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transgresión, no logran integrarlo adecuadamente, dada las estrategias de victimización y
los elementos antes descritos, que los lleva a posicionarse en una situación de
coparticipación de dichos eventos, incluso percibiéndose confusamente en un rol
feminizado. Esta posición entorpece una elaboración adecuada de daño sobre su
persona.

Por otra parte, se advierte que con el devenir de la adolescencia y los respectivos
cambios que esta fase conlleva, sea a nivel físico, cognitivo, social, entre otros, se lleva a
cabo una resignificación de los actos de transgresión sexual, logrando en aquel momento
concebirlos como tales, posicionándose en un rol de víctima, por mucho que puedan
coexistir sentimientos ambivalente en torno al agresor, además de culpa y sensación de
coparticipación con los que deben lidiar en la medida que se configura una nueva
percepción de aquellos actos abusivos.

Del mismo modo con la resignificación de tales eventos, se produce no solo una nueva
configuración de aquellas acciones, sino de la forma de entenderse con el mundo, con
sus pares, familia, con su sexualidad, con sus parejas, viéndose cuestionado su
autoconcepto más allá de los cambios esperables acaecidos durante la adolescencia, en
tanto, al posicionarse en un rol de víctimas, de sujetos transgredidos, y con sentimientos
ambivalentes respecto del ofensor, se coloca en jaque su configuración previa,
haciéndose necesario redefinirse tanto en sus roles de género, como en la posición que
ocupan en el mundo. Asimismo, lo anterior también coexiste con temores asociados a
cómo se les visualizará y etiquetará, viéndose de esta forma menoscabada su autoestima,
en tanto, ser víctimas les implica necesariamente estar jerarquizadamente en una
posición inferior, en un rol no acorde a lo esperado, en un rol femenino en consideración a
los estereotipos masculinos que han incorporado a lo largo de su ciclo vital, entre otros.

En este sentido, fue posible pesquisar una afectación emocional asociada a los hechos
abusivos, los que derivan especialmente desde la resignificación de los mismos.De esta
forma, se observa la emergencia de sentimientos displacenteros que no sólo se limitan a
la sensación de desagrado originada en una fase inicial concomitante a la vivencia
descrita, sino que ahora surgen ligados a esta nueva forma de comprender dichas
acciones, a este nuevo rol en que se sitúan, y desde donde ahora logran situarlo, desde la
palabra de una manera mas abstracta.

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De este modo, desde la resignificación de tales actos abusivos, fue posible detectar el
despliegue de estrategias de acción/interacción en un lado inverso al rol de sujeto
pasivo que coparticipa del abuso mediante la no resistencia, buscando de esta forma en
primera instancia interrumpir la dinámica abusiva, lo que se logra mediante la develación
o por la resistencia física, entre otros. Así, la ejecución que aquellas conductas que logran
interrumpir dichos episodios son valoradas positivamente al ser acertadas en su finalidad,
a la vez que los hace tomar distancia del desagrado corporal coligado a la vivencia que
describen. Al mismo tiempo, destaca que ante la afectación emocional e irrupción
devastadora en su mundo psíquico derivada desde la resignificación, los hace fomentar el
despliegue de estrategias en la línea de lo (pro)activo, lo que implica tomar distancia de
los afectos displacenteros asociados a la victimización, posicionándose a la vez como
sujetos con tendencia a lo activo y lo público.

Asimismo, se advierte que dichos elementos relativos a la forma de orientarse a lo externo


de una manera exacerbada, no necesariamente siguen la misma línea de la configuración
de su autoconcepto, en tanto, persisten elementos asociados a la transgresión sexual en
la línea de sentimientos de menoscabo, vulnerabilidad, indefensión, rumiación, culpa y
vergüenza, ligados al sentirse copartícipes de las acciones abusivas. En este sentido, se
pesquisan como consecuencias, una disociación de los afectos asociados a las acciones
abusivas, lo que en un comienzo responde a una necesidad de adaptación pero que
posteriormente tiende a rigidizarse.

Por otra parte, fue posible identificar factores contextuales que inciden en la
construcción de la masculinidad a partir de la resignificación de los eventos abusivos. En
este sentido, se menciona la participación de los entrevistados en el proceso judicial,
instancia en la cual explicitan verbalmente los actos investigados buscando la sansión de
los mismos, siendo esto comprendido como un paso necesario para reparar en alguna
medida la vivencia abusiva descrita. De igual forma, también como factores contextual fue
posible distinguir; la adolescencia, con sus respectivos cambios físicos, cognitivos y
sociales, además de la participación en un proceso reparatorio, siendo éste significado
como un espacio de apoyo orientado a sobrellevar las secuelas psíquicas de las acciones
abusivas.

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En síntesis, cabe resaltar que con el devenir de la adolescencia se produce un hecho de
gran relevancia y que tiende a marcar un antes y después en la comprensión del evento
abusivo, de la relación con el entorno, de su autoconcepto, de sus afectos y conductas,
que van más allá de los cambios esperados en esta etapa de desarrollo, que viene dado
por la resignificación del evento abusivo, que incidirá en la construcción de la
masculinidad, y desde ahí en las estrategias de acción/interacción y consecuencias de los
actos transgresores a nivel personal, social, y en su sexualidad.

De esta forma, desde la teorización de los datos, fue posible detectar la siguiente
categoría central: La reconfiguración de la masculinidad a partir de la
(re)significación de una vivencia de transgresión sexual, que a su vez, se expone en
el siguiente diagrama:

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V.- DISCUSION TEORICA DE LOS RESULTADOS .
________________________________________________________

1.- Adolescencia, Masculinidad y (Re)significación del Abuso:

En cuanto a la pregunta de investigación, relativa a conocer los discursos que emergen en


los adolescentes varones que han sido victimizados sexualmente respecto de la
construcción de la masculinidad, de acuerdo a los resultados obtenidos y análizados, fue
posible distinguir los siguientes elementos:

En primera instancia destaca que el factor género está presente de manera transversal y
permanente en la conformación de las subjetividades de los entrevistados, otorgando
pautas identitarias, relacionales, afectivas y de comportamientos, entre otros, las que
inciden bidireccionalmente en la tríada individuo/sociedad/cultura. Sin embargo, es en la
adolescencia donde se pone de manifiesto con mayor fuerza dicho elemento, en tanto los
sujetos varones buscan ser reconocidos y validados por los demás como masculinos, en
lo que sería la expresión más radicalizada del género a lo largo de su curso evolutivo, lo
que a su vez presenta convergencia con la literatura (Olavarría, 2000), constituyéndose
así la construcción de la masculinidad como un eje central durante esta fase.

Ahora, considerando este escenario y descrito el papel que juega la adolescencia en la


configuración de la masculinidad, fure posible distinguir que dichos elementos también se
entrecruzan por la victimización sexual y especialmente por la resignificación de ésta, en
tanto dichas acciones son percibidas como altamente invasivas y transgresoras no sólo a
nivel de su corporalidad, sino también en su psíquismo, inscribiéndose aquellos actos con
un carácter de traumático. En este sentido, fue posible pesquisar una restructuración de la
subjetividad de los entrevistados, en tanto la huella psíquica de la agresión sexual se
inscribe en una corriente contraria al conjunto de significados y cosmovisión de los
jóvenes respecto de los roles y estereotipos de género a los cuales adhieren, y que a su
vez resultan correspondientes con los mandatos de la cultura dominante. De ahí, fue
posible observar desde la teorización de los datos una reconfiguración de la masculinidad
a partir de la resignificación de la vivencia de transgresión sexual, por lo que este último
factor se convirtió en el eje central del análisis realizado.

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En este sentido, se advierte una valoración negativa de las acciones abusivas, las que
vienen acompañadas de afectos displacenteros, especialmente en la línea de la culpa,
vergüenza y sensación de menoscabo e inferioridad. Sin embargo, la valoración de
aquellos eventos en los términos que se describieron anteriormente, no se presenta en los
sujetos desde el comienzo de la vivencia y/o dinámica abusiva, por mucho que los
adolescentes realizaron esfuerzos en su momento por intentar comprender esas
vivencias, valorándolas vagamente con desagrado. Esta dificultad se explica por la
concatenación de varios factores que se potencian entre si, a saber; la inexperiencia
sexual, la etapa del desarrollo cognitivo en el que se encontraban, el vínculo ambivalente
con el agresor y por sobre todo, el despliegue de estrategias de victimización por parte de
éste que conllevan a una confusión en la percepción del actuar de dicho sujeto, lo que a
su vez, resulta convergente con la fenomenología de las agresiones sexuales,
especialmente con lo descrito por Perrone y Nannini (1997) respecto de la captación que
logra el ofensor con la víctima, siendo colonizado por éste, lo que le impiden diferenciar
sus límites con el otro.

De este modo, la comprensión de las acciones abusivas como tales, emerge en la


adolescencia a partir de la resignificación de las mismas, adoptando ahora una nueva
configuración y un nuevo rol, tanto en lo relativo a la autoimagen, como necesariamente
en las interacciones con el entorno, tipos vinculares y también en su sexualidad. Por su
parte, cabe resaltar que esta resignificación necesariamente está sujeta a la variable
género, en tanto, dado los mandatos culturales que los entrevistados tienen impregnados
y su respectiva identidad de género, la percepción de daño estará condicionada por dicho
factor.

Así resalta que durante la adolescencia emergen un conjunto de factores que otorgan una
nueva configuración al evento abusivo, dado por nuevas destrezas cognitivas, físicas,
sociales, que le permiten a los jóvenes darle un nuevo significado, comprendiéndolo y
verbalizándolo como eventos transgresores propiamente tal, por mucho que sigan
coexistiendo sentimientos ambivalentes en torno al agresor y sensación de
coparticipación en torno a tales acciones.

De esta forma, considerando lo anteriormente descrito respecto de cómo se llegan a


incorporar los episodios abusivos, resulta vital citar a Cyrulnik, quien da cuenta que para

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que se produzca lo traumático se requieren dos tiempos, dos “golpes”, aludiendo dicho
autor que el primer golpe es la situación propiamente tal, que se encaja en la vida real
provocando la herida y el dolor de ésta, sin embargo, existe un segundo golpe, el que se
sufre con el surgimiento de la representación de lo real “La estructura de la agresión
explica los daños provocados por el primer golpe, la herida o la carencia. Sin embargo,
será la significación que ese primer golpe haya de adquirir más tarde en la historia
personal del magullado y en su contexto familiar y social lo que explique los devastadores
efectos del segundo golpe, el que provoca el trauma” (Cyrulnik, 2008, pág. 27).

Al mismo tiempo, lo anterior presenta correspondencia con lo propuesto por Pignatiello


(2006) quien da cuenta que el trauma no necesariamente se instala al momento de la
ocurrencia del evento, sino que se podría manifestar durante el continuo vital de la
persona, cuando la escena abusiva alcanza al recuerdo con una intensa carga de afectos
displacenteros, volviéndose en aquel instante como traumática.

2.- Factores Sociales y Vinculares:

En la configuración de la masculinidad ocupa un rol trascendental el entorno, en tanto se


considera a los individuos como sujetos predominantemente sociales (Maturana, en
Grossman 1992), por lo que resulta necesario considerar la percepción y el tipo vincular
que establecen los entrevistados con los grupos con que interaccionan, especialmente si
éstos son sus referentes identitarios. En este sentido, fue posible pesquisar en los
discursos analizados elementos propios de la incorporación de la cultura patriarcal en sus
subjetividades, que delimitan sus roles y relaciones sociales. Se advierte así, que el
entorno adquiere una gran importancia en dicha configuración, aunque haciéndose la
salvedad que los diferentes actores ocupan diferentes roles y grados de importancia
dependiendo del ciclo evolutivo que curse la persona.

En este contexto, cabe resaltar la injerencia de las figuras parentales como modelos
identitarios en lo que respecta a los roles de género y el papel que éstos ocupan en la
construcción de la masculinidad. Al respecto, la importancia de estos vínculos de acuerdo
a la literatura, radica en que regulan el comportamiento, relaciones y emociones entre sus
miembros, al mismo tiempo que son los encargados de transmitir las creencias culturales,
especialmente a través de la socialización primaria, citando para ello a Bourdieu; “La

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familia asume en efecto un papel determinante en el mantenimiento del orden social, en
la reproducción, no sólo biológica sino social, es decir en la reproducción de la estructura
del espacio social y de las relaciones sociales” (Bourdieu, 1997, p. 133).

De este modo, se advierten discursos en torno a las figuras parentales que se


caracterizan por resultar convergentes con una familia de tipo patriarcal, donde el padre
ocupa un lugar orientado a lo público, encargado de proveer, orientar, aconsejar y que
fomenta la masculinidad de diversas formas: sexualidad activa de tipo heterosexual,
actividad física, intelectualidad, lo académico, competitividad o sencillamente con
actividades ligadas al espacio público, siendo estos elementos valorados positivamente
por los entrevistados. Al respecto, dichos elementos adquieren gran importancia en lo
relativo a la construcción de la propia masculinidad, en tanto, implica orientarse hacia lo
público, espacio que hegemónicamente corresponde al género masculino (Añon, s/f;
Herrera, 2011; Bourdieu, 2000), y que implica el despliegue de estrategias ligadas a lo
social, al proveer, la competencia, al ganar y al logro entre otros, elementos que tienden a
presentarse exacerbadamente en los entrevistados.

De esta forma, destaca que a pesar de lo señalado, en torno a ciertas cualidades con que
se percibe a la figura paterna, relativas al rol de consejero y orientador, destaca que la
develación de las acciones abusivas no se dirige hacia éste, lo que resulta en cierta
medida paradójico dada la relación de confianza con que describen dicho vínculo. En este
sentido, surge la interrogante respecto de la posible incidencia del factor género en tal
aspecto, considerando especialmente los mandatos socioculturales con que se forma la
identidad de género y en cómo el padre participa activamente propiciando y reforzando
los mismos; como un sujeto activo, fuerte y heterosexual, a lo que se suma el factor
identitario que ocupa dicha figura para los entrevistados, por lo que tales mandatos
incorporados, y a modo de evitar la exclusión como “hombres”, podría comprenderse
desde aquel elemento que los dichos acusatorios iniciales no se dirijan hacia esta figura.

Por su parte, en lo referente a la figura materna, se observa la emergencia de elementos


también relativos a patrones tradicionales, otorgándole a la madre atribuciones y/o
características ligadas al afecto, cuidado y control de los hijos, sea esta una característica
de ellas o algo anhelado por los entrevistados. Cabe destacar que si bien se advierte una

115
incorporación de la madre al mundo público/laboral, aquella función coexiste con el rol
materno y el estar encargada del ámbito doméstico/privado.

En tanto, acerca de la develación de los hechos de victimización sexual, destaca que en


algunos casos se dirige a la madre, dada la percepción de ésta como contenedora y
cuidadora, no obstante, de acuerdo a lo reportado por los jóvenes no se encuentra en la
madre real una actitud receptiva acorde a las expectativas existentes a partir del
esencialismo con que naturalizadamente perciben a esta figura y las que consideran
deberían ser sus cualidades, derivándose de este modo un deterioro afectivo, sensación
de malestar y desamparo al respecto.

Por otra parte, cabe señalar que los padres tienden a perder influencia durante la
adolescencia, pseudoalejándose de éstos y dando cabida al grupo de pares como la
principal fuente de contención, imitación, coalición y fuente de confianza, siendo así sus
coetáneos, especialmente un número reducido de personas y de su mismo género,
quienes ocupan el lugar de mayor relevancia durante esta etapa. En este sentido, lo
anterior presenta convergencia con lo descrito en la literatura, que otorga a esta fase
características únicas en la vida de una persona, siendo descrito como un período de
apertura al mundo, a través del cual se busca independencia respecto de los padres,
desarrollándose ahora nuevas competencias y especialmente un nuevo posicionamiento
social, desplegando estrategias que se le demandarán en un futuro (Moldenhauer y
Ortega, 2004; Silva, 2007).

Asimismo, de manera convergente a lo propuesto por Domínguez en Santillano (2009) y


Silva, (2007), se advierte la gran injerencia que los pares tienen para el adolescente,
quienes se constituyen en esta etapa en una fuente de presión y guía para el desarrollo
de determinados comportamientos, los que muchas veces llevan a cabo como forma de
lograr el reconocimiento y aceptación desde éstos.

Al respecto, se observa que el establecimiento de vínculos mayoritarios está dado por el


grado de similitud con otros sujetos del mismo género, quienes potencian conductas que
desde el imaginario colectivo se posicionan como masculinas, tanto en la resolución de
conflictos, tipos interaccionales y en una heterosexualidad activa. Por su parte, fue posible
distinguir que los vínculos de amistad con personas de género femenino se caracterizan

116
por la complementariedad, observándose en los entrevistados el despliegue de conductas
en la línea de los estereotipos masculinos: contenedor y/o protector con éstas, lo que a su
vez resulta correspondiente a lo planteado por Bourdieu (2000), respecto que lo
masculino se funda en la diferenciación y oposición de lo femenino.

Conjuntamente, respecto de su cotidianeidad se advierte la búsqueda exacerbada de


actividades e intereses que van en la línea de la masculinidad tradicional, a la vez que se
alejan de actividades consideradas como femeninas, siendo ello reforzado por su entorno.
En este sentido, aquello presenta convergencia con la forma en que se ha dividido el
mundo social, con las diferencias de género a la base (Bourdieu, 2000).

Por otra parte, se evidencian sentimientos disfóricos, relacionados principalmente con la


vergüenza, la cual se encontraría asociado a un malestar emocional asociado a la
posibilidad de socializar el abuso, contenido que los entrevistados intentan resguardar,
dada la presencia de fantasías en la línea de la exclusión y estigmatización como
“persona violada”, y el rótulo que ello implica socialmente; ligándolo a lo femenino. En
este sentido, considerando el temor a la estigmatización pesquisada, se detectan
fantasmas que tiñen la espontaneidad de las relaciones sociales establecidas con ambos
sexos, siendo en la cotidianeidad donde los elementos anteriormente descritos se ponen
de manifiesto, y siendo en el espacio social en donde se intenta conseguir y validar la
masculinidad, lo que a su vez, presenta correspondencia con lo propuesto por Álvarez
(2006) respecto de la búsqueda de la competencia en los varones como forma de alejarse
del rótulo de lo femenino y lo que implique a dicha categoría.

Al mismo tiempo, en lo atingente a los tipos relacionales observados, resulta


imprescindible ver que aquello resulta convergente fenomenológicamente con secuelas
derivadas de este tipo de vivencias, tal como señala Altman en Mebarak (2010), quien da
cuenta que los varones agredidos sexualmente por ofensores del mismo sexo, en donde
las acciones se ejecutan más tempranamente y por un miembro de la familia, tienden a
desarrollar un vínculo inseguro.

117
3.- Identidad:

Un elemento central en lo que respecta a la conformación de la identidad es el factor


género, destacando que los entrevistados se posicionan como sujetos con una identidad
masculina. Al mismo tiempo, es posible observar la exaltación de elementos propios del
modelo hegemónico con el cual buscan identificarse, el que opera a nivel subjetivo,
entregando pautas identitarias, afectivas y de comportamiento.

En este sentido, en torno a lo comportamental se observa que los resultados obtenidos


van en la línea de resaltar atributos ligados a la fortaleza, competitividad, invulnerabilidad
y racionalidad preferentemente, además de agresividad como reacción ante la amenaza.
Al mismo tiempo, a través de dichos elementos focalizan sus expectativas y conductas
hacia lo externo/público.

De esta forma, si bien se observa una identificación con los estereotipos masculinos de
tipo hegemónico, esto no significa que su autoconcepto coincida plenamente con éstos,
en tanto en su configuración, ello coexiste con afectos asociados a la resignificación de la
vivencia abusiva; el sentirse dañado, menoscabado, tanto en su integridad física como
psíquica, con sentimientos de indefensión y vulnerabilidad, los que tienden a provocar
malestar emocional, y por tanto, movilizan defensas del lado de la disociación; de este
modo, se evidencia de manera explícita reiterados intentos por tomar distancia de estas
emociones displacenteras, sea por medio de la negación de estos afectos como por
medio de un intento de control de las mismas. Sin embargo, aquella disociación, si bien
pudiera resultar adaptativa como forma de sopesar el malestar emocional, sobre todo en
un comienzo tal como plantea Intebi (1998), su utilización como defensa privilegiada en el
tiempo podría derivar en trastornos, ya que de acuerdo a esta misma autora sus efectos
provocan quiebres en el encadenamiento de los recuerdos (Ibid).

De este modo, en su autoconcepto se pesquisan contenidos que resultan contradictorios


en torno a cómo se perciben, en tanto aquel elemento se construye en base a sus
expectativas y la imagen que intentan proyectar, lo que va en la línea de reafirmar y
exacerbar lo masculino hegemónico, intentando distanciarse del mundo afectivo, dado
que éste se considera una amenaza al equilibrio que sienten haber logrado, por dos
razones complementarias; la cercanía con lo femenino y los afectos displacenteros que

118
vienen concatenados a la experiencia del abuso. Podríamos decir entonces, que la
afirmación de la identidad en lo masculino no sólo se funda en estos casos en el proceso
típico relativo a la construcción de las masculinidades centradas en la negación de lo
femenino como propone Bourdieu (2000), sino que también se ancla en la necesidad de
disociar el mundo afectivo que se encuentra dañado, siendo la masculinidad en estos
casos, una buena excusa para alejarse de aquello.

Lo anteriormente descrito emerge predominantemente desde la resignificación del evento


abusivo, asociando dichas conductas masculinizadas a estrategias ligadas a la
interrupción de los actos delictivos, presentando tales elementos una correspondencia con
lo que sería una formación reactiva, autofomentándose de este modo su masculinidad
desde lo tradicional, lo que es valorado positivamente, en tanto, es la herramienta de
utilidad para evitar la continuidad de la transgresión y/o malestar asociado. Al mismo
tiempo, cabe destacar que dicho elemento se presenta de manera transversal en la
totalidad de los entrevistados, ésto de manera independiente de la orientación sexual que
presenten, lo que daría cuenta del caracter omnipresente con que se encuentra la cultura
hegemónica en la construcción de sus subjetividades en torno a la masculinidad y los
esfuerzos por no romper el pacto del patriarcado.

Por otra parte, destacan alteraciones en la imagen construída en torno a su corporalidad,


tendiendo a significar su imagen física como deteriorada, aspecto que también interfiere
en la interacción con su entorno circundante, siendo descrito por Silva (2007) como un
factor relevante en lo que respecta a la construcción del autoconcepto y autoestima, más
aún cuando en la adolescencia los cambios físicos se caracterizan por ser abruptos, a la
vez, que de acuerdo a Fernández (2009) éste sería el lugar donde se almacena la
experiencia de cada persona en la interacción con los demás. Al mismo tiempo, resulta
inevitable dar cuenta de una relación entre esta imagen física deteriorada con lo
propuesto por Bourdieu (2000) en tanto, la corporalidad está estrechamente relacionada
con la realidad sexuada con que se configura la subjetividad y la respectiva identidad de
género del individuo, a la vez que el cuerpo al operar como una frontera simbólica, de
acuerdo a Maffia (s/f), la experiencia abusiva se anclaría con repercusiones devastadoras
en la autoimagen del sujeto, al ser este el espacio de transgresión desde lo tangible.

119
Asimismo, destacan elementos atingentes a un deterioro significativo en su mundo
afectivo ligado a dicha imagen corporal que empañan su autoconcepto, observándose
sentimientos de temor y vergüenza preferentemente, además de sensación de
incomodidad, desagrado, culpa y agresión contenida, destacando que muchos de
aquellos elementos se mantienen al momento de realizarse la entrevista, pudiendo
estimarse que se encuentran de manera gravitante en las relaciones que establecen. A la
vez, los sentimientos de culpa y vergüenza guardarían relación con la dinámica abusiva
que se habría instalado, en tanto, tal como se señaló anteriormente, el ofensor habría sido
significado como un sujeto cercano afectivamente e incluso como un referente identitario,
por lo que la interacción se habría tornado indescodificable para los jóvenes, emergiendo
de este modo los sentimientos de coparticipación, culpa y vergüenza.

En síntesis, es posible señalar que este alineamiento con la masculinidad hegemónica es


lo que les permitiría salir, al menos temporalmente de la posición de víctimas, aunque a
un costo que les implica tomar distancia disociadamente de los afectos displacenteros. De
este modo, la emergencia de aquel elemento se presenta como un mecanismo
adaptativo, especialmente al considerar los sentimientos de vergüenza y culpa derivados
de la sensación de coparticipación, dada la ausencia de límites en dicha dinámica en la
que se encontraban captados. No obstante, podemos constatar también que este proceso
produce una rigidización en el uso de los estereotipos masculinos, una tendencia a
identificarse con todos sus atributos que les impide la flexibilización de formas propias de
masculinidades que incluyan elementos considerados como femeninos en su emergencia.
En este sentido, dicha rigidización va de la mano de intentos de negación del mundo
afectivo, de los sentimientos de menoscabo, inferioridad y vunerabilidad, por lo que de
forma contraria se observan intentos de posicionarse enfatizadamente de manera activa,
con fortaleza y orientado a lo público.

4.- Sexualidad:

Un componente central en lo que respecta a la identidad de género se refiere a la


sexualidad y a las relaciones emocionales en este ámbito. En este sentido, cabe resaltar
que los entrevistados se perciben como seres sexuados que orientan su sexualidad hacia
un tercero, que en su mayoría corresponde a un otro de género femenino, identificándose
ellos como sujetos masculinos y heterosexuales.

120
Por su parte, destaca la emergencia explícita de un participante que da cuenta de una
orientación sexual de tipo homosexual, advirtiéndose en este caso un claro malestar
emocional asociado a lo anterior, además de intentos de negación de dicha realidad por
ciertos momentos y una valoración negativa de la misma. En este sentido, aquello daría
cuenta de los mandatos hegemónicos incorporados de manera homogénea en todos los
adolescentes respecto de lo que debería ser la preferencia sexual y fantasías de
exclusión social asociadas a la misma. A la vez, tal elemento presenta convergencia con
lo descrito en la literatura, en tanto la homosexualidad sería la masculinidad degradada,
siendo la bodega de todo lo que simbólicamente es expelido de la masculinidad
hegemónica, estando de esta forma la masculinidad gay, como la masculinidad más
subordinada (Connell, 1997), o tal como lo plantea Fraser en García y De Gatica (2008)
respecto que la desviación de la heterosexualidad sería distintivo de desprecio,
inferioridad y exclusión. Por tanto, independientemente que la orientación sexual sea
relativa a la elección de un objeto del mismo sexo en un entrevistado, resalta igualmente
la identidad masculina con tendencia a alejarse de lo femenino y la problemática que la
orientación homosexual le conlleva con respecto a la masculinidad hegemónica adquirida.
De este modo, la heterosexualidad es valorada positivamente, siendo ésta potenciada por
su entorno, lo que daría cuenta de lo que Badinter (1993) refiere como pactos que
fundamentan el patriarcado.

En tanto, se advierte que en las relaciones amorosas los entrevistados no sólo tienden a
establecer vínculos mayoritariamente de tipo heterosexual, sino que éstos se caracterizan
por estar basados en la complementariedad tradicional adscrita a los roles de género,
aspecto que no solo se advierte en las relaciones de pareja, sino que también en las
relaciones de amistad con el género femenino. De esta forma, las relaciones con el otro
sexo, tanto en el plano emocional-sexual como de amistad, se posicionan como ejes
configuradores de la identidad sexual propia, en tanto representan la interacción con la
alteridad, con lo distinto, imaginario desde el cual configuran la relación complementaria
que señalan establecer, relación marcada por la protección y contención que ellos, en
tanto hombres, pueden otorgarles.

Asimismo, se advierte que la resignificación de los eventos abusivos emerge durante la


adolescencia y en la medida, preferentemente, que comienzan su vida amorosa con un

121
tercero, rememorando en aquellas ocasiones recuerdos que hasta ese momento eran
más bien vagos. Se observa entonces, que la resignificación del abuso repercute en el
ámbito de la sexualidad, de pareja, área quizás más manifiestamente dañada, en tanto se
entrecruzan de manera explícita la evocación del abuso con el factor género, y desde
donde podría comprenderse la dificultad observada en los jóvenes para establecer
vínculos amorosos, los que se caracterizan por intentos de mostrarse activo desde la
agresividad e impulsividad o con tendencia a sustraerse de dichas interacciones
sintiéndose menoscabados, dado los sentimientos de vulnerabilidad asociados.

Al respecto, pudo observarse una tendencia, en los entrevistados que presentan una
relación de pareja, a asociar dicho ámbito a una reedición de las situaciones abusivas,
pero desde la identificación con elementos activos, incluso desde el lugar del agresor, en
el que de alguna forma se vulnera al otro, dando cuenta dicho elemento de la flexibilidad
en la posición victima/victimario y de la necesidad implícita en dejar de ser víctimas. Cabe
resaltar entonces, como el lugar del agresor coincide con la posición de lo masculino en la
cultura hegemónica y cómo la identificación inconsciente con elementos del victimario
reeditada en las relaciones de pareja, es un mecanismo defensivo que alimenta la
necesidad de aferrarse al modelo hegemónico.

Aun así, los problemas devenidos de esta identificación logran ser problematizados por
los entrevistados, siendo ellos mismos los que establecen el nexo causal entre la
ejecución del delito y estas repercusiones que circunscriben en el ámbito de la sexualidad
predominantemente, en tanto, la perturbación emocional va en la línea del despliegue de
afectos que interfieren significativamente en los vínculos de pareja, sea mediante
conductas agresivas hacia ésta (identificación con elementos agresivos y con la
masculinidad hegemónica), como con los mismos sentimientos de inferioridad antes
descritos que entorpecen la libre expresión emocional hacia la pareja. Así, dichos
elementos se encuentran directamente relacionados al género y a la construcción de su
masculinidad, pesquisándose a la vez, significativas alteraciones emocionales que
impiden un intercambio amoroso mútuo, percibiéndose como dañados y desde aquello
tendiendo a justificar sus dificultades en este plano.

122
VI- CONCLUSIONES
________________________________________________________

En consideración a los discursos analizados fue posible distinguir que la masculinidad


como foco central de esta tesis está presente de manera transversal en todos los tópicos
constitutivos del sujeto, configurándose en la subjetividad de éstos como una piedra
angular desde la cual interfiere y se ve interfierida en lo que respecta a la construcción de
su identidad, interacciones sociales, plano vincular y en la sexualidad.

Al mismo tiempo, dado que la masculinidad es entendida como una construcción social
que depende a la vez de un contexto sociocultural e histórico en particular, se advierte
que los entrevistados no están exentos del modelo hegemónico en el que están insertos,
adhiriendo al mismo.

De igual forma, se aprcia que dicha adherencia se manifiesta fuertemente durante el


periodo de la adolescencia, ocupando esta etapa un rol crucial a la hora de comprender la
expresión de la identidad de género a través de la configuración y validación de la
masculinidad. En este sentido, dado los significativos cambios que experimentan los
jóvenes a nivel físico, psicológico y social, deben lidiar con dicha metamorfis por lo que la
construcción de la masculinidad abarca todas esas facetas, las que ahora deberán
exponer ante el entorno.

Asimismo, cabe destacar que esta configuración de lo masculino se encuentra


entrecruzada por la vivencia de transgresión sexual y especialmente por la resignificación
de ésta, es decir, cómo se comprende e integra dicha experiencia en su mundo psíquico.

En este sentido, destaca que aquellos actos, a pesar de no ser significados en un


comienzo como eventos de transgresión sexual propiamente tal, son percibidos por los
entrevistados con desagrado corporal. Sin embargo, es a partir de la resignificación, lo
que se produce durante la adolescencia y en varias ocasiones a partir de estímulos desde
los cuales se reeditan tales acciones, cuando logran integrar dicha experiencia,
concibiéndolas ahora como actos de transgresión sexual y situándose en un rol de
víctima. Al mismo tiempo, a partir de esta resignificación emergen un conjunto de
sentimientos en la línea de lo disfórico; sentimientos de culpa, vergüenza, sensación de

123
menoscabo, inferioridad e incluso persistiendo al momento de la entrevista sentimientos
de coparticipación del abuso. Así, destaca que a partir de la resignificación la escena
abusiva emerge como una irrupción en el mundo psíquico de los jóvenes, inscribiéndose
con características de traumático, dada la intensa carga de afectos displacenteros
coligados, los que incluso persisten al momento de la entrevista provocando un claro
malestar emocional y que en su mayoría asocian directamente a la experiencia reportada.

Conjuntamente, fue posible distinguir que desde la resignificación de aquellas vivencias,


emergen conductas en la línea de exacerbar lo masculino hegemónico, orientándose los
jóvenes a lo social, activo y/o buscando establecer relaciones normadas o controladas, las
que en su momento les resultan adaptativas como una forma de sopesar el deterioro
emocional, además de permitirles desplegar estrategias orientadas e interrumpir las
acciones transgresoras.

Sin embargo, dicha exacerbación de lo masculino hegemónico a partir de la


resignificación del abuso, daría cuenta de una herida en la masculinidad, que se vuelve
menos disfuncional, en alguna medida, a partir de una formación reactiva; posición activa
masculina e identificación con elementos agresivos, en contraposición con lo femenino.
De igual forma, otro elemento pesquisado que sigue la línea de la exacerbación de lo
hegemónico se refiere a un distanciamiento de su mundo afectivo, el que por momentos
se lleva a cabo de manera disociada, en tanto el contacto con los afectos es asimilado
como una manifestación de vulnerabilidad e indefensión, siendo aquellos elementos los
que colocan en jaque su pseudoestabilidad lograda.

En este sentido, dichas manifestaciones en la línea de la masculinidad tradicional pueden


resultar adaptativas al momento de interrumpirse los eventos abusivos, dada la posición
activa y de afrontamiento con que se plantean ante dicha instancia, o como un
mecanismo desplegado a fin de seguir con su cotidianeidad y no dejarse inundar con los
afectos disfóricos. Sin embargo, su uso prolongado provoca una alteración y deterioro en
la conformación de su identidad, además de vínculos inseguros y un área sexual dañada.

Así, a partir de lo anterior se observó una reconfiguración de la masculinidad que se


orienta hacia lo hegemónico a partir de la resignificación de la vivencia de agresión
sexual.

124
Respecto de los posibles alcances de esta investigación, éstos se circunscriben en
diversos ámbitos, sea desde lo forense en lo que respecta a la evaluación pericial
psicológica de daño, como en el ámbito clínico, en este caso en procesos terapéuticos
reparatorios. Esto, en la medida que desde la comprensión fenomenológica de aquellas
vivencias, en la que se incorpore el factor género y el cómo la secuela psíquica se
inscribe en las subjetividades de las personas -en consideración al contexto de la cultura
patriarcal en que nos desenvolvemos- nos permitiría re-mirar el daño psíquico a la luz de
estos hallazgos, tanto al intentar pesquisar la magnitud y extensión del daño pesquisado,
como del pronóstico y la valoración de las hipótesis al momento de levantar y contrastar la
información, además de diseñar planes de intervención más específicos que incorporen
explícitamente a los elementos encontrados.

Al mismo tiempo, los alcances no sólo se podrían limitar al ámbito pericial y de reparación,
sino también a programas de prevención en la temática de las agresiones sexuales, con
un énfasis puesto en la variable género/masculinidad, considerando que dicho elemento
se encuentra instalado como un derecho humano trascendental en lo que respecta a las
inequidades sociales, y considerando además lo gravitante de ese factor al momento de
comprender la vivencia abusiva y el daño coligado.

En cuanto a las dificultades de la presente investigación, destaca en una primera instancia


la escases de estudios que crucen la temática de las agresiones sexuales y la variable
género, en tanto, los estudios existentes se orientan predominantemente a intentar
pesquisar la tasa de incidencia, prevalencia o sintomatología dependiendo del género de
la víctima. Sin embargo, dichas investigaciones dejan de lado la mirada descriptiva y
comprensiva desde lo fenomenológico, que justamente es el acercamiento de este
estudio; cómo la vivencia abusiva se incrusta como huella psíquica en la víctima,
dependiendo esto de la incidencia de factores socio/histórico/culturales que inciden en la
construcción de las subjetividades de los adolescentes.

Asimismo, es necesario destacar el difícil acceso a la muestra (varones-adolescentes-que


reporten una vivencia de agresión sexual), dado que estadísticamente el número de
varones que reportan una vivencia de aquel tipo es menor que las víctimas de sexo
femenino, diferencia que tiende a agudizarse con el ingreso a la adolescencia.

125
Finalmente, como propuestas se estima necesario continuar ahondando en la temática de
género y agresiones sexuales, pero considerando además otras variables, tales como
distintas etapas evolutivas de la víctima, intentando pesquisar por ejemplo, como se
configura el daño psíquico en niños preescolares o escolares a partir del cruce con el
factor género.

También se plantea como propuesta, realizar un estudio en adolescentes victimizados


sexualmente, pero por un agresor de sexo femenino, en tanto, dado los mandatos
culturales que tenemos impregnados y que se manifiestan tanto de forma explícita como
implícitamente, el daño como lesión psíquica podría presentar otras particularidades.

126
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investigación. La búsqueda de los significados. Ediciones Paidós. Buenos Aires.
 Villagra, C. (s/f). Los delitos sexuales desde la perspectiva Criminológica y
victimológica. Documento de Diplomado de Agresiones Sexuales, Universidad de
Chile.

134
ANEXO N° 1

CATEGORIAS SUBCATEGORIAS PREGUNTAS


- Háblame de ti
- Descríbete cómo eres
- ¿Qué opinas de ti? (valoración)
- ¿Crees que tienes fortalezas?,
¿cuáles?, ¿por qué?
Autoconcepto - ¿Crees que tienes debilidades?,
¿Cuáles? ¿por qué?
- ¿Le cambiarías algo a tu forma de
ser?, ¿Qué cosa?, ¿por qué?
- ¿Cómo te encuentras físicamente?
- ¿Qué crees que es lo mejor de tu
cuerpo?
- ¿Hay algo que no te guste de tu
cuerpo? ¿qué cosa?, ¿por qué?
Identidad de - ¿Si le pudieras cambiar algo a tu
Género cuerpo qué cosa le cambiarías?
- ¿Crees que hay alguna diferencia
entre hombres y mujeres?, ¿cuáles?
- ¿aparte de eso (si señala la
genitalidad), crees que hay otras
diferencias? ¿cuáles?
- ¿Qué crees que la sociedad espera
Estereotipos de del comportamiento de un hombre?
género - ¿Qué opinas de eso?
- ¿Cómo crees que debería
comportarse un hombre?
- ¿Qué cosas crees que involucra ser
un hombre?
- ¿Qué crees que la sociedad espera
de una mujer?
- ¿Qué opinas de eso?
- ¿Cómo crees que debería
comportarse una mujer?
- ¿Qué cosas crees que involucra ser
mujer?
- ¿Tienes amigos?/¿Has tenido
amigos?
- ¿Cómo son tus amigos?
- ¿Cómo defines la relación con ellos?
Grupo de pares - ¿Cómo te sientes con ellos?
- ¿Hacen cosas hacen juntos?, ¿qué
cosas?
- ¿Qué cosas conversan?
- ¿Qué te gusta hacer con ellos? (¿por
qué?)
- ¿Hay algo que no te gusta hacer con
ellos? ¿qué cosa? ¿por qué?
- ¿Qué crees que opinan de ti?

135
- ¿Cómo eres en tu grupo de amigos?
- ¿Has tenido algún problema con
ellos? (¿qué pasó?, ¿cuándo?,
¿cómo fue?, ¿cómo se resolvió?)
- ¿Tienes secretos?, ¿se los cuentas a
alguien?, ¿a quién? (¿por qué?)
- ¿Tienes amigas?
- ¿Cómo te llevas con ellas?
Relaciones - ¿Con quién te llevas mejor? ¿por
sociales qué?
- ¿Cómo defines la relación con tus
papás?
- ¿Cómo te llevas con ellos?
- ¿Con cuál te llevas mejor? ¿por qué?
- ¿Cómo defines la relación con tu
papá?
- ¿Si le pudieras cambiar algo a la
Figuras parentales relación con tu papá, que le
cambiarías?
- ¿Cómo defines la relación con tu
mamá?
- ¿Si le pudieras cambiar algo a la
relación con tu mamá, que le
cambiarías?
- ¿Qué crees que ellos esperan de ti?
- ¿En tu familia quien toma las
decisiones?, ¿Qué opinas de eso?

- ¿Te ha gustado alguien?, ¿cómo fue?


- ¿Has pololeado? (o relaciones
amorosas)
- ¿Cómo definirías esas relaciones?
- ¿Cuándo fue tu primer pololeo?
- ¿Cómo te sentiste en ese pololeo?
- ¿Cuál crees que fue el más
Ámbito de pareja importante?, ¿por qué?
- ¿Cómo te sentiste en ese pololeo?
- ¿Qué crees que fue lo mejor de ese
pololeo?
- ¿Le cambiarías algo? ¿qué cosa?
¿por qué?
- ¿tuvieron dificultades con tus
polola/os? ¿por qué fue? ¿cómo las
resolvieron?
- ¿Cómo terminó la relación?
- ¿Cómo te sentiste en ese momento?

- (si no ha pololeado) ¿Te gustaría


pololear? ¿por qué?
- ¿Qué esperas de una relación de
pololeo?

136
- ¿Cuándo te gustaría pololear? (¿por
qué?)
- ¿Cómo te gustaría que fuera tu
primer pololeo?
- ¿Cómo crees que serías tú como
pololo?
- ¿Cómo te gustaría que fuera tu
Sexualidad polola/o?
- ¿Te has enamorado alguna vez?
¿cuándo?, ¿cómo fue?
- ¿Cómo supiste que estabas
enamorado?
- ¿Qué sabes de sexualidad?
- ¿Qué crees que es la sexualidad?
- ¿Cómo supiste eso?
- ¿Has tenido relaciones sexuales?,
¿Cuándo?, ¿Cómo las defines?
- ¿Cómo fue la primera vez?
(expectativas, antes y después)
- ¿Cómo te sentiste?
- ¿Con qué sensación te quedaste?
Relaciones sexuales - ¿Le cambiarías algo?
- ¿Cuál es tu opinión del sexo -o
relaciones sexuales-?
- ¿Qué piensas de las relaciones entre
personas del mismo sexo?
- ¿Cómo te gustaría que fuera tu
primera relación sexual?
- ¿Con quién te gustaría que fuera?,
¿por qué?
- ¿Cómo crees que será?
- ¿Qué no te gustaría que pasara?
- ¿Cómo te ves en el futuro en el
ámbito de pareja?
- ¿Tus amigos han tenido relaciones
sexuales?

¿Qué piensas de lo que pasó?


Significación del ¿Cómo te explicas lo que pasó?
abuso

¿Cómo es él?
¿Qué opinas de él?
¿Qué piensas de lo que hizo (o pasó -
Percepción del depende de cómo lo plantee-)?, ¿Por qué
agresor crees que lo hizo?
¿Qué pensabas de él antes de que pasara
esto?
¿Cómo te llevabas con él?
¿Qué te gustaría que pasara con él?

137
¿Hay alguien que sepa lo que pasó?
¿Cómo supieron?
Percepción de daño ¿Cómo reaccionaron los demás?, ¿Qué
(ligarlo también con piensas de eso?.
develación) ¿Cómo te hubiese gustado que
Victimización reaccionaran?
sexual
(si es que no sabe su entorno) ¿cómo
crees que reaccionarían?, ¿qué crees que
pensarían? (familia, amigos y pareja)
¿Qué crees que pensarían de tí?
¿Cómo crees que te ven los demás
después de lo que pasó? ¿por qué?
(si nadie lo sabe) ¿Se lo contarías a
alguien?
¿Cómo te sientes cuando me cuentas?
¿Cómo te sentiste cuando pasó (primera
vez)?

138
ANEXO N° 2
CONSENTIMIENTO INFORMADO
Estimado:

Nos dirigimos a usted con la intención de solicitar su colaboración en la realización de un


estudio que se está desarrollando como parte del proceso académico de parte de un
profesional, correspondiente al Magíster Intervención Psicojurídica y Forense de la
Universidad Diego Portales. A través de esta carta queremos informarle de las
características de la investigación con el propósito de ayudarlo(a) a tomar una decisión
respecto de su invitación a participar.

El objetivo de este estudio se focaliza en la indagación de aspectos relacionados al


concepto de género. Para esto, requerimos de su colaboración a través de la autorización
para ser incorporado a este grupo de jóvenes.

Es importante señalar, que la aplicación de esta entrevista se realizará en dependencias


del CAVAS, siendo parte del proceso de evaluación pericial. Asimismo, la entrevista será
aplicadas por el(la) mismo(a) perito a cargo de dicho proceso.

Cabe mencionar, que se resguardará el anonimato y la confidencialidad de los resultados,


los que serán manejados exclusivamente por el investigador. Por otro lado, aquellos
resultados serán informados al profesional a cargo del proceso pericial, con el objetivo de
contribuir a esta evaluación.

En caso de que su respuesta sea positiva, encontrándose de acuerdo con lo


anteriormente expuesto, le solicitamos completar los datos que se exponen a
continuación:

Nombre:
Rut:
Firma:
Fecha:

139
ANEXO N° 3
Pseudónimo Edad Temporalidad Características Ofensor Características
del Abuso Del abuso. familiares
Pablo 14 años Durante la niñez, -Actos penetrativos -Reside con
interrumpiéndose a nivel anal. ambos padres y
al comienzo de la Hermano hermano menor.
adolescencia.
José 17 años Durante la niñez, -Actos penetrativos Primo -Padres
interrumpiéndose a nivel anal. paterno separados
al comienzo de la - Contacto bucal.
adolescencia. -Contacto -Reside con la
bucopeneano. madre y hermano
Exposición a menor.
material visual de
tipo homosexual.
Luis 18 años Durante la niñez, -Contacto Pareja de -Padres
no precisando bucopeneano. la madre separados
temporalidad ni (residió con
interrupción de éste) -Reside junto a la
ésta. madre y
hermanas.
Andrés 13 años Desde el final de -Actos penetrativos Pareja de -Desconoce a su
la niñez hasta el a nivel anal. la madre progenitor.
comienzo de la -Contacto (residió con
adolescencia. bucopeneano. éste) -Reside junto a
abuela materna y
Jorge 15 años No logra precisar -No logra precisar Pareja de -Padres
la temporalidad carac. de dichas la madre separados.
de dichas acciones, las (residió con
acciones. describe como éste) -Reside junto a su
intentos constates madre y hermano
de tocaciones en mayor
su genitalidad.
Mario 19 años Durante la -Actos penetrativos Pareja de -Padres
adolescencia. a nivel anal. la madre separados.
-Contacto (residió con
bucopeneano. éste) -Reside junto a su
-Actos madre y hermano
masturbatorios. menor.
-Exposición a
material visual de
tipo homosexual.

140

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