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Cómo sepultaban los…

Métodos de sepultura en el judaísmo (I): la época del Primer Templo


La sepultura en el judaísmo es halajá. Y esta obligatoriedad de sepultar a los muertos ha acompañado al
pueblo judío a lo largo de toda su historia, desde la época de los patriarcas. Lo primero que hace Abraham
cuando muere su esposa Sara es buscar un lugar para enterrarla: "Sara murió en Kiriat Arbá, también
conocida como Hebrón, en la tierra de Canaán. Abraham vino a exaltar a Sara y a llorar por ella.  Abraham se
levantó de al lado de su muerto, y habló a los hijos de Jet. Soy un inmigrante y un residente entre ustedes –
dijo–. Véndanme una propiedad para un lugar de sepultura con ustedes de modo que pueda yo enterrar a
mi muerto" (Génesis 23:2-4).

Pero a pesar de la la importancia de la sepultura en el judaísmo, o tal vez debido a ello, el pueblo judío no
siempre ha enterrado a sus muertos de la misma manera. Y en cada época diferente de la historia los judíos
se han visto en la necesidad de adaptar el método de entierro a las condiciones políticas, sociales y religiosas
que les rodeaban. De este modo, podemos distinguir hasta cuatro técnicas distintas de sepultura que se
corresponden a los grandes periodos históricos del pueblo de Israel: época del Primer Templo; época
del Segundo Templo; época de la Mishná y el Talmud; época de la Diáspora (hasta la actualidad).

Durante la época del Primer Templo el principal método de entierro consistía en cuevas mortuorias
familiares. Se excavaban cuevas en estructuras de roca. Dentro de cada cueva había una habitación que
contenía pequeñas plataformas de piedra alrededor de la pared en las cuales se apoyaban los
cadáveres. Con el paso del tiempo el cuarto se iba llenando, y llegaba un momento en el que ya no quedaban
bancos libres para colocar más cuerpos. Cuando esto sucedía, liberaban espacio arrastrando los huesos a
una fosa común que generalmente se encontraba en la entrada de la cueva. Y así sucesivamente. El
arqueólogo Gabriel Barkay, que dirigió las excavaciones en Katef Hinom (una necrópolis de Jerusalén de la
época del Primer Templo), decidió bautizar este sistema de sepultura con el nombre de maasefá, que podría
traducirse por repositorio. Según Barkay, la expresión bíblica neesaf el abotav (fue reunido junto a sus padres)
hace referencia a este método de enterramiento propio de la época. 

Cueva mortuoria familiar en Katef Hinom (Jerusalén)


de la época del Primer Templo
 
La manera en la que los judíos enterraban durante la época del Primer Templo estaba íntimamente
relacionada con la creencia en la resurrección de los muertos. Se creía que la resurrección, cuando ésta se
produjese, sería una resurrección colectiva. Y esta creencia se refleja claramente en la profecía de los huesos
secos del Tanaj (Ezequiel 37), en la que todos los huesos se levantan juntos y recobran vida.
 
En una de las cuevas mortuorias de Katef Hinom fueron hallados en una maasefá huesos de hasta 69
personas diferentes. Si todos los muertos resucitan al mismo tiempo, tal y como se creía, no es necesario
enterrar cada cuerpo por separado y la sepultura individual, al menos en la época del Primer Templo (siglos
X-VI a. C.), no tiene ninguna relevancia.
 

Tumbas de la época del Primer Templo


en el Valle de Hinom (Jerusalén)
 

Métodos de sepultura en el judaísmo (II): la época del Segundo Templo

Cementerio judío en el Monte de los Olivos


(imagen extraída del documental El Segundo Templo)

Si durante la época del Primer Templo las cuevas mortuorias familiares estaban relacionadas con la creencia
judía en la resurrección colectiva, a partir de la época del Segundo Templo comienza a desarrollarse una
concepción diferente que viene acompañada por un cambio radical en el método de sepultura. La creencia
primitiva de una resurrección colectiva da paso a una creencia más evolucionada según la cual la
resurrección, al llegar la era mesiánica, sería una resurrección individual. 

Esta transformación en la teología judía se fundamenta en la idea de la recompensa y el castigo divinos tras la


muerte. Dice el Libro de Daniel: "Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados,
unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua" (Daniel 12:2). De este versículo se
desprende la idea de que las recompensas, o castigos, serán diferentes para cada persona. Al morir, cada
uno se presenta ante Dios en un juicio celestial y, según sus acciones en la vida, es bendecido con el cielo o
castigado con el infierno. El Libro de Daniel es uno de los libros más tardíos del Tanaj. Fue escrito en algún
momento entre el periodo persa (siglos V-IV a. C.) y la Revuelta de los Macabeos (siglo II a. C.). Es decir, fue
escrito durante la época del Segundo Templo, probablemente por los sabios de la Gran Asamblea, institución
antecesora del Sanedrín. 

Por tanto, si ahora la resurrección es individual y el juicio celestial es personal, la sepultura también tiene que
ser individual. Y a partir de la época del Segundo Templo el pueblo judío comienza a enterrar a sus muertos
de manera particular, cada uno por separado. Se excavaban cuevas en estructuras de roca. Pero, a diferencia
de la técnica utilizada durante la época de los reyes de Judá, en estas cuevas no había plataformas de piedra
donde apoyar los cuerpos, sino que se realizaban pequeños nichos en la pared (kujim, en hebreo) dentro de
los cuales se depositaban los cadáveres. Cada nicho tenía una piedra giratoria en la entrada que le
otorgaba al difunto cierta privacidad. 

Nichos de la época del Segundo Templo con piedras


giratorias en la entrada (Horvat Burgin)
 
Mediante este nuevo sistema de enterramiento tampoco se esperaba, como ocurría en la época del Primer
Templo, a que se llenaran las tumbas para vaciarlas. En el periodo del Segundo Templo se colocaba el
cuerpo en el interior del nicho y se cerraba con la piedra giratoria, de tal modo que el nicho
quedara totalmente sellado. Al cabo de 12 meses regresaban los familiares a la tumba, recolectaban con
cuidado los huesos y los colocaban en un pequeño recipiente de piedra caliza llamado osario. El tamaño de
los osarios varía dependiendo de la longitud del fémur, que es el hueso más largo del cuerpo
humano. Conociendo este detalle es posible intuir la edad aproximada del difunto a través del tamaño del
osario. Hoy en día, cuando los arqueólogos abren un osario lo que normalmente encuentran es una calavera
(es lo último que se colocaba) y debajo los fémures cruzados. Los huesos más pequeños, normalmente
reducidos a polvo por el paso del tiempo, permanecen en el fondo.
 

 Osarios de la época del Segundo Templo


(imagen extraída del documental El Segundo Templo)
 
¿Por qué regresaban los familiares al cabo de 12 meses para recoger los huesos y colocarlos en un osario?
Según una creencia judía que se desarrolla precisamente durante la época del Segundo Templo, el infierno
no es una condena eterna sino una especie de castigo temporal en donde cada uno paga por sus pecados
antes de llegar al cielo. Y el tiempo máximo que una persona puede pasar en el infierno, después de ser
juzgado por el tribunal celestial, es de 12 meses. Por eso, el día en el que se recolectaban los huesos para
colocarlos en el osario (yom likut atzamot) era para los familiares un día de júbilo y alegría. Ese día se
celebraba un banquete festivo en honor al difunto. Porque incluso si la persona había recibido tras su muerte
el peor de los castigos posibles, 12 meses en el infierno, a partir de ese momento su alma ya se encontraba
en el cielo.
 
Y mientras, en el plano terrenal, sus huesos eran preservados dentro del osario a la espera de la resurrección
que tendría lugar en la era mesiánica. Una resurrección que, en la época del Segundo Templo, ya no es
colectiva sino individual.

Métodos de sepultura en el judaísmo (III): la época de la Mishná y el


Talmud

Necrópolis judía de la época  de la Mishná  y el Talmud  (Beit Shearim)


 
La Gran Revuelta Judía (67-73) y la Rebelión de Bar Kojba (132-135) generan una nueva realidad en la
historia del pueblo judío. A partir de esos acontecimientos, los judíos comienzan a vivir fuera del territorio
de Judea en contra de su propia voluntad. La situación es tan inestable que surge el temor, bastante
razonable, de que al cabo de 12 meses ningún familiar pueda regresar al nicho del difunto para recolectar sus
huesos y colocarlos en el interior de un osario, como era costumbre durante la época del Segundo Templo.
Debido a que se trata de un sistema de enterramiento que consta de dos fases, la consecuencia halájica de
no completar el procedimiento es que el difunto no ha sido enterrado. Y en el judaísmo enterrar a los muertos
es una obligación. Por eso, el pueblo judío se ve nuevamente en la necesidad de modificar, esta vez por
razones prácticas, el método de sepultura. 

A mediados del siglo II d. C., la mayor parte de la comunidad judía se traslada a la zona de Galilea, en
el norte del país. Allí adoptan el método de entierro más común entre los paganos, que consiste en depositar
el cadáver del difunto en un sarcófago el día de su muerte. O en otras palabras: consiste en completar el
proceso de sepultura el mismo día para no tener que regresar a la tumba al cabo de un tiempo determinado.
Las cuevas mortuorias pasan a ser, en la época de la Mishná y el Talmud, enormes almacenes de sarcófagos
amontonados.
Sarcófago judío del siglo III d. C. hallado
en la necrópolis de Beit Shearim
 
Los rabinos sabían que eran tiempos difíciles y que no todos los judíos podían vivir en Israel. Y en esa misma
época desarrollan una idea teológica destinada a preservar el vínculo entre el pueblo judío y su tierra. Dice
el Talmud de Babilonia: "El que está enterrado en la tierra de Israel es como si estuviera enterrado bajo el
altar del Templo" (Ketuvot 111). Es decir, el judío que no tiene el privilegio de vivir en Israel al menos deberá
esforzarse por ser enterrado en Israel.
 
En la época del Segundo Templo el cementerio más popular se encontraba en el Monte de los Olivos, pues
la tradición afirma que allí comenzará la resurrección de los muertos de la era mesiánica. Pero en la época de
la Mishná y el Talmud (siglos II-V d. C.) Jerusalén es una ciudad pagana (Aelia Capitolina). Los judíos no
tienen permitido vivir en la ciudad, mucho menos ser enterrados en ella, de modo que se crea una pequeña
disyuntiva. Por un lado, los judíos quieren ser enterrados en Israel. Por otro lado, el acceso a Jerusalén y al
Monte de los Olivos está prohibido. ¿Acaso existe en Israel otro lugar digno para ser sepultado? La solución
se halla en una ciudad de Galilea llamada Beit Shearim.
 

Sinagoga de Beit Shearim del siglo III d. C.


 
Junto con la mayor parte de la comunidad judía, también los grandes rabinos, los cohanim y el Sanedrín se
trasladan a Galilea a raíz de la Rebelión de Bar Kojba. Entre ellos se encuentra Rabí Yehuda Hanasí,
compilador de la Mishná y principal líder político y religioso de la época. El Talmud de Jerusalén relata que
a su muerte, en la primera mitad del siglo III, fue enterrado conforme a su deseo en el cementerio de Beit
Shearim. Este hecho convertirá a esta ciudad de Galilea en la principal necrópolis del pueblo judío de
la época de la Mishná y el Talmud.
 
Los arqueólogos israelíes Benjamin Mazar y Nahman Avigad hallaron en las excavaciones de Beit Shearim
más de 30 cuevas que contienen cientos de sarcófagos de piedra. Y es que judíos de todos los rincones de la
diáspora encuentran en Beit Shearim, al lado de la tumba de Rabí Yehuda Hanasí, un lugar alternativo a
Jerusalén para ser sepultados. De este modo, la necrópolis de Beit Shearim sustituye al Monte de los
Olivos durante los siglos III-IV d. C., época de máximo esplendor de Aelia Capitolina, al tiempo que la tradición
de los osarios, popular en la época del Segundo Templo, es relevada por sarcófagos.

Métodos de sepultura en el judaísmo (IV): la época de la Diáspora


La llegada al poder del Imperio bizantino merma la poca estabilidad que el pueblo judío aún poseía
en Galilea. Las restricciones de los derechos civiles de los judíos y la anulación de sus privilegios religiosos
provoca el exilio de gran parte de la comunidad. La abolición del Sanedrín, a principios del siglo V d. C.,
traslada finalmente el liderago judío a las escuelas talmúdicas de Babilonia.

Al no poder ser enterrados en Israel, como era costumbre en épocas anteriores, los judíos no tienen otra
alternativa que sepultar a sus muertos en la diáspora. Pero hay un problema. Según todas las profecías
del Tanaj, la resurrección de los muertos tendrá lugar únicamente en la tierra de Israel. ¿Y qué sucederá
entonces con los que estén enterrados fuera de Israel? Para responder a esta inquietante pregunta los sabios
plantean un nuevo concepto teológico llamado, en hebreo, guilgul mejilot. Los difuntos sepultados en la
diáspora rodarán por túneles subterráneos hasta llegar a la tierra de Israel. Una vez allí, participarán ellos
también en la resurrección de los muertos. Un midrash de la Edad Media confirma esta creencia: "Dios les
hará canales debajo de la tierra y rodarán por ellos hasta llegar al Monte de los Olivos que está en Jerusalén.
Y Dios, desde lo alto del monte, abrirá un conducto para que puedan salir" (Pesikta Rabatí 31).

Aquí comenzará la resurrección de los muertos (Monte de los Olivos)


 
Pero esta idea presenta otro interrogante. ¿Cómo harán los judíos enterrados en la diáspora para viajar
por canales subterráneos si su cuerpo se encuentra atrapado dentro de un sarcófago de piedra? La
innovación rabínica del guilgul mejilot se traduce, en términos prácticos, en una modificación del método de
sepultura. El pueblo judío abandona definitivamente los sarcófagos, utilizados durante la época de
la Mishná y el Talmud, y comienza a enterrar a sus muertos directamente en la tierra. Sin ataúd. De esta
manera, cuando llegue la era mesiánica, los cuerpos podrán realizar fácilmente el proceso de rotación
subterránea, y resucitar en Israel. Actualmente, en los países cuyas leyes prohíben este sistema de
enterramiento, la halajá determina que se debe construir un ataúd de madera con agujeros en la parte
inferior, de tal modo que el difunto esté conectado con la tierra.
 
El cambio en el método de sepultura judía a lo largo de la historia es un claro ejemplo del dinamismo de la
halajá. Un dinamismo que no sólo se ve reflejado en el método de enterramiento, sino también en la evolución
de las creencias y costumbres vinculadas a la muerte.
 

Judío ultraortodoxo rezando en un tumba


 
Si desde la época de las escuelas talmúdicas de Babilonia, a partir del siglo V d. C., el principal método de
sepultura en el judaísmo estaba relacionado con la creencia en el guilgul mejilot, el retorno del pueblo judío a
su tierra y la creación del Estado de Israel (1948) han replanteado nuevamente el debate halájico en torno a
este asunto.
 
Opinan algunas autoridades rabínicas, y con razón, que si a lo largo de la historia los judíos pudieron
modificar la sepultura por motivos prácticos y religiosos, también en la actualidad es posible realizar las
adaptaciones que se consideren relevantes y regresar a los métodos utilizados en el pasado. Ya que lo que
se reforma, al fin y al cabo, es la técnica de enterramiento y no el concepto en sí mismo. Los soldados
caídos del Ejército israelí, por ejemplo, son sepultados dentro de un ataúd cubierto con la bandera de Israel.
 

Entierro en ataúd de un soldado israelí


 

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