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LA ETNOGRAFÍA DEL HABLA Y LA COMUNICACIÓN.

UN RECORRIDO HISTÓRICO*

LUCÍA A. GOLLUSCIO

1. Primeras aproximaciones

C ontinuadora de la tradición americanista de Franz Boas y Edward Sapir, la


etnografía del habla –también llamada etnografía de la comunicación– surge
desde el principio como una aproximación al lenguaje y el habla en su contexto
etnográfico. Tal perspectiva, que se presenta por primera vez en el trabajo de Dell
Hymes que da nombre a la disciplina (Hymes, 1962), recibe un tratamiento más
completo en el artículo que el mismo autor escribe en colaboración con John
Gumperz, publicado dos años más tarde en la revista American Anthropologist
(Gumperz y Hymes, 1964).
Orientaba la propuesta de estos dos científicos sociales su preocupación por
crear un ámbito interdisciplinario que se centrara en el estudio del habla entendi-
da como “los usos de la lengua en el desarrollo de la vida social” (Bauman y
Sherzer, 1975: 96). Ese vacío de conocimiento no había sido cubierto hasta
entonces ni por la antropología ni por la lingüística. Con respecto a la antropo-
logía, a pesar de que había estado preocupada desde sus orígenes por la relación
estrecha entre lenguaje y cultura, el estudio de la organización y pautamiento
de la lengua y el habla nunca había sido uno de sus temas centrales. La lingüís-
tica, por su lado, fuertemente influida, en su etapa de fundación como ciencia,
por el positivismo y, contemporáneamente a los primeros trabajos de Hymes,

* La primera versión de este “Recorrido...” fue escrita durante mi estadía como investigado-
ra visitante en los Departamentos de Antropología y Lingüística de la Universidad de Texas
en Austin entre septiembre de 1993 y marzo de 1994, en uso de una beca postdoctoral
otorgada por la Wenner-Gren Foundation for Anthropological Research. Agradezco a
dicha institución y a mis colegas Joel Sherzer y Anthony Woodbury por el fructífero
intercambio académico durante ese período.

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por el racionalismo,1 había centrado su objeto de estudio en el código de la


lengua, en la lengua como sistema formal (la langue, para de Saussure; la fono-
logía y la morfosintaxis, para los estructuralistas norteamericanos y europeos; la
sintaxis, para Chomsky).
En realidad, la misma selección del nombre para este nuevo campo de investi-
gación –etnografía del habla– resulta transgresora tanto de las corrientes lingüísticas
como de las antropológicas hegemónicas de la época. Ambas, la etnografía y el habla,
habían sido –y aún lo son– minusvaloradas desde una perspectiva “científica”. Histó-
ricamente, a ambas se les ha otorgado un lugar secundario: la etnografía, por conside-
rarse “mera descripción”; el habla, porque su multiplicidad de manifestaciones y su
dependencia del contexto la convertían en la parte de la lengua imposible de sistema-
tizar. El habla había sido definida a principios de siglo por de Saussure (parole) como
“heteróclita”, los estructuralistas norteamericanos la habían eliminado del núcleo del
objeto de estudio de la lingüística (Hockett, 1958) y, ya en la década del sesenta, la
corriente lingüística hegemónica –la teoría generativista–, al identificar su objeto de
estudio con el ámbito de la “competencia” y afirmar la centralidad de la sintaxis,
vuelve a dejar el habla –asociada con el dominio de la performance o puesta en uso del
sistema–, fuera del alcance de la descripción lingüística.2 La etnografía del habla, en

1. Con referencia a la influencia del positivismo en la constitución de la lingüística como


ciencia, cf. la obra de Ferdinand de Saussure (1915) y los desarrollos del estructuralismo
europeo, por un lado, y la postura teórica que sustentó el estructuralismo norteamericano,
a partir de Leonard Bloomfield (1928, 1933), por el otro. En cuanto a la influencia del
racionalismo, cf. la propuesta del generativismo, que asume desde el principio una concep-
ción mentalista e innatista entroncada con el cartesianismo (Chomsky, 1957, 1965).
2. Por los años sesenta, simultáneamente con las primeras propuestas de Hymes y Gumperz
desde la antropología, esta ampliación del alcance de la descripción al lenguaje en uso comienza
a tomar forma también en el campo de la lingüística. Surgen nuevas orientaciones que, desde
distintas perspectivas, proponen el estudio del lenguaje en su contexto social, como la
sociolingüística (Labov, 1966, 1972), la lingüistica funcional sistémica (Halliday, 1970) y la
sociología del lenguaje (Fishman, 1972). Desde la filosofía del lenguaje, la teoría de los actos de
habla (Austin, 1960; Searle, 1962; Grice, 1975, entre otros) reconoce al lenguaje común
como su objeto de análisis, definiendo conceptos como “acto ilocucionario” y “performatividad”,
que van a dar un impulso especial al desarrollo de distintas aproximaciones vinculadas con la
pragmática. A pesar de las diferencias teóricas y metodológicas entre las orientaciones citadas,
las reúne el cambio de foco, de la lengua como estructura formal (código) a la lengua en uso.
La publicación de Sociolinguistics (Bright, 1966), que incluye el importante trabajo de Hymes
“Two types of linguistic relativism (with examples of Amerindian ethnography)” (cf. 8.3.1),
junto a contribuciones de los más importantes sociolingüistas de la época, institucionaliza el
reconocimiento académico de la etnografía del habla –hasta ese momento ligada especialmente
a la antropología lingüística– como una orientación sociolingüística.

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cambio, se configura sobre un giro teórico-metodológico cualitativamente


importante, por el cual la “ejecución” o “actuación” (performance), aquel compo-
nente que Chomsky había definido como imperfecto, desviado, heterogéneo
(frente a la homogeneidad y sistematicidad de la sintaxis), resulta resignificado
como dominio privilegiado en el cual estudiar los usos de la lengua en una
comunidad determinada.
En síntesis, en los momentos de exposición programática de la etnografía
del habla, prevalecían en las dos disciplinas ideas de homogeneidad y universa-
lidad (hablante-oyente ideal, comunidades uniformes, etc.). Frente a esto, Dell
Hymes propone, en cambio, un acercamiento al estudio del lenguaje desde lo
heterogéneo y lo particular, definiendo la búsqueda de la “organización de la
diversidad” (1974) como la tarea científica del lingüista. Tal tarea encuadra en
una propuesta contestataria basada en las siguientes afirmaciones: (a) el objeto de
estudio es el habla; (b) los usos del habla forman sistema y (c) los usos del habla son
distintos entre las culturas.
A pesar de surgir en el marco del desarrollo de la antropología lingüística, la
etnografía del habla no nace como un apéndice de aquella, sino como “un mode-
lo distintivo y complementario que se define por una serie de intereses básicos y
bien reconocidos” (Bauman y Sherzer, 1975: 46). Los citados autores, ambos dis-
cípulos de Dell Hymes, definen la especificidad de esta nueva perspectiva en
torno a los ejes que sintetizamos a continuación. Mientras la antropología lingüís-
tica había centrado tradicionalmente sus estudios en: (a) la descripción del siste-
ma de las lenguas exóticas del mundo, (b) sus reglas gramaticales, (c) las relacio-
nes genéticas y areales entre las lenguas, (d) los sistemas semánticos (de parentes-
co, color, espacio y tiempo, por ejemplo) y (e) los textos como producto (sin
consideración de las condiciones y procesos de su ejecución), la etnografía del
habla orientó desde el principio sus investigaciones al abordaje de esos mismos
tópicos, pero incorporando el estudio de: (a) la dimensión del uso social de las
lenguas, (b) las reglas culturales que organizan esos usos, (c) las condiciones
comunicativas necesarias para que hablantes de lenguas no relacionadas selec-
cionen ciertos rasgos de una lengua, y no otros, (d) los usos sociales de las distintas
formas que coexisten en un mismo sistema semántico y, finalmente, (e) los textos
como proceso, como ejecución, actualización o puesta en uso de las formas discursivas
propias de una cultura y sus usos comunicativos en la interacción social.
El objetivo final –y fundacional– de la etnografía del habla, como heredera
de los estudios americanistas, es, entonces, profundizar la reflexión sobre la rela-
ción entre lengua, cultura, sociedad e individuo (Sherzer, 1982, 1983, 1987).

En la Argentina, deseo enfatizar la relevancia de la contribución de los lin-


güistas Emma Gregores y Jorge Suárez a partir de la década del sesenta, no sólo al

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desarrollo de la lingüística como ciencia moderna en nuestro país y el reconoci-


miento de la labor de sus investigadores en la comunidad académica nacional e
internacional, sino a la introducción y difusión de la perspectiva que hoy nos
ocupa, esto es, el estudio del lenguaje y del habla en su contexto etnográfico, con
aplicación particular a las lenguas indígenas americanas (frente a la tendencia
fuertemente hegemónica de ese momento hacia una lingüística descriptiva cen-
trada en el código). En ese sentido, se debe destacar el aporte de ambos profesores
a la formación de centros de estudio y de recursos humanos especializados desde
el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas y en las universi-
dades nacionales donde desarrollaron su actividad en docencia e investigación.
Además de su paso por la Universidad de Buenos Aires, donde ambos habían
realizado sus estudios de grado en Letras, Gregores se desempeñó como profesora
en la Universidad Nacional de La Plata y Suárez, en las Universidades Nacionales
de Tucumán y del Sur.
Discípulos de Charles Hockett en Cornell University, los citados lingüistas
argentinos obtuvieron su Doctorado en Filosofía, con especialización en lingüís-
tica antropológica, a principios de la década del sesenta. Sus tesis doctorales sobre
la fonología (Gregores) y la morfosintaxis (Suárez) del guaraní fueron publicadas
en un solo volumen por Editorial Mouton de La Haya. The Colloquial Guarani
(Gregores y Suárez, 1964) constituye una de las obras más importantes escritas
sobre esa lengua y su rigurosa descripción es aún hoy citada no sólo en trabajos
sobre guaraní, sino en estudios lingüísticos comparativos y tipológicos.
Gregores y Suárez regresaron con el firme propósito de impulsar el desarrollo
de la lingüística en nuestro país, sueño que pudieron llevar a cabo con mayores o
menores dificultades según los avatares políticos y académicos de esos años. A
partir de 1966 se produce la renuncia de ambos profesores a la cátedra universita-
ria luego del golpe de Estado militar. Emma Gregores continuó su actividad como
investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas (CONICET),
en el Centro de Investigaciones en Ciencias de la Educación (adscripto al Institu-
to Di Tella), donde creó la Sección de Lenguas Indígenas, espacio generoso en el
que varios de nosotros tuvimos el privilegio de formarnos.
Por su parte, desde la década de 1970 Jorge Suárez desarrolló una importante
labor como investigador y docente en El Colegio de México, realizando aportes
decisivos para el conocimiento de las lenguas de Mesoamérica y Sudamérica
tanto en el campo de la lingüística descriptiva como en el de la lingüística histó-
rica y comparativa. Entre ellos se destaca su clasificación de las lenguas patagónicas
y sus estudios sobre las lenguas de México.
En cuanto a sus contribuciones desde el punto de vista metodológico, además
de las “Pautas para el relevamiento etnolingüístico” de Emma Gregores (en este
volumen), ambos investigadores elaboraron un extenso y detallado corpus de

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palabras y más de quinientas emisiones para recolección de información lingüís-


tica, profusamente utilizado en una versión inédita por discípulos, no discípulos
y discípulos de discípulos hasta la actualidad.3

1.1 Momentos

En el desarrollo de la etnografía del habla, se pueden reconocer varios mo-


mentos.4 Luego del primer período, de carácter programático (en los sesenta), a
principios de la década siguiente se comienzan a generar trabajos de investiga-
ción ya definidos en ese marco, como el estudio de Keith Basso sobre el silencio
entre los apaches occidentales que se incluye en nuestra antología. Esa segunda
etapa queda registrada en 1974 con la publicación de Explorations in the
Ethnography of Speaking, recopilación realizada por Richard Bauman y Joel
Sherzer. Este libro y el artículo de reseña sobre el tema que escriben los mismos
autores (Bauman y Sherzer, 1975), a la vez que sintetizan un momento de la
gestación del campo, plantean necesidades y direcciones para el trabajo futuro
y estimulan nuevas producciones. Se abre así otra instancia, definida por la
aparición de etnografías del habla más abarcadoras e integrales (varias ya en
ciernes en los artículos de Explorations...) y un número creciente de estudios de
caso centrados en el habla.5
El estadio más reciente se caracteriza por la ampliación de la metodología y
los objetivos de la etnografía del habla a comunidades urbanas y a otros campos,
en contextos interdisciplinarios. En ese sentido, son importantes los trabajos com-
parativos en antropología política y ciencia social, las investigaciones que estu-
dian las relaciones entre lenguaje y poder en las sociedades igualitarias y jerárqui-
cas, los fenómenos de la etiqueta, la adquisición del lenguaje y la socialización
lingüística, las relaciones interétnicas, la medicina, la educación y las leyes.6
Asimismo, se configura una nueva propuesta teórico-metodológica: la aproxima-
ción a la lengua y la cultura centrada en el discurso (Sherzer, en este volumen; Urban,

3. El corpus de emisiones para obtención de información sintáctica aparece por primera vez
publicado como apéndice en Lastra (1998: 69-162).
4. Cf. “Introducción” a la segunda edición (1992) de Bauman y Sherzer (1974).
5. Cf., entre otros, Gossen (1974), Salmond (1975), Foster (1974), Bauman (1983), Sherzer
(1983), Philips (1983). Una preocupación de ese momento, que ya había sido explicitada en
Explorations..., es la necesidad de pasar de los estudios de caso a las generalizaciones que
llevaran a una etnología del habla significativa (Bauman y Sherzer, 1992). En esos años, Joel
Sherzer mismo plantea una crítica detallada al campo (Sherzer, 1977).
6. Cf. una enumeración amplia de trabajos en Bauman y Sherzer, 1992: XV-XVI.

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1991), en el marco de una concepción de la cultura como “discursos que circulan


socialmente” (Urban, op. cit.: 1).
Finalmente, este período se caracteriza por la constitución del discurso como
objeto de estudio, la revisión del concepto tradicional de contexto (Duranti y
Goodwin, 1996) y la transformación cualitativa que implica la introducción del
concepto de contextualización con la incorporación de categorías como “marco
(de producción e interpretación)” y “pista de contextualización” (Gumperz, en
este volumen, 1982 y 1991) y el reconocimiento de la dimensión pragmática o
indexical del significado (Silverstein, 1976 y 1993; Briggs, 1986); han ido confi-
gurando los siguientes ejes teóricos que, al decir de Alessandro Duranti (1997),
orientan actualmente la discusión y la investigación en lingüística antropológica:
indexicalidad (con trabajos sobre reflexividad lingüística y (meta)pragmática del
discurso), roles de participación (con el cuestionamiento de la unicidad del rol del
hablante y del oyente) y performance (como arte verbal y como práctica social
creativa; cf. la sección 7 (abajo) y Bauman (1975), en este volumen).

1.2 Campo y tópicos

Con respecto a los tópicos seleccionados, los etnógrafos del habla estudian,
entonces, la gramática de la lengua más los usos y pautas comunicativas y
cognitivas vigentes en una comunidad de habla determinada, incluyendo la
consideración de más de un código lingüístico en juego y de las funciones
directivas, expresivas y estilísticas de la lengua, además de la función referencial.
Incorporan, en ese marco, los usos estilísticos y expresivos de los marcadores
gramaticales y de los items léxicos. Otorgan especial importancia no sólo a los
medios del habla,7 sino a los significados sociales de los hechos de habla del grupo, y
a la relación entre unos y otros. Analizan, así, cuáles son los valores y actitudes
sociales asociados con la/s lengua/s o variedad/es en uso en esa comunidad;8
qué hacen sus miembros con los medios de habla disponibles; cómo se organi-
zan tales medios como parte integrante de la vida social; qué situaciones y actos

7. Los medios del habla (Hymes, 1974) abarcan el repertorio lingüístico, los géneros y
marcos, es decir, “los ladrillos a partir de los cuales se configuran las emisiones” (Bauman y
Sherzer, 1975: 103). El repertorio lingüístico es la totalidad de recursos lingüísticos disponi-
bles (incluye los registros y variedades lingüísticas y/o las distintas lenguas vigentes) en una
comunidad de habla (Gumperz, 1972: 21).
8. Cf. la relevancia que ha tenido la consideración de este punto por parte de la etnografía
del habla en los desarrollos actuales sobre ideología lingüística (Silverstein, 1979; Woolard,
Schieffelin y Kroskrity, 1997).

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comunicativos son socialmente reconocidos; cuáles son las formas discursivas y


los modos de hablar propios de esa comunidad y la evaluación que de tales
formas y sus ejecutantes hacen sus miembros; cuáles son considerados social-
mente como arte verbal.
Estarán especialmente preocupados por analizar el papel del habla en el pro-
ceso de socialización del niño. En ese sentido, si se asume que la socialización se
da simultáneamente en y por la lengua, que se trata de procesos propios de cada
cultura y que una investigación lingüística, como dijimos más arriba, no sólo debe
considerar la función referencial de lenguaje sino las funciones expresiva y directi-
va, se deberá incluir el estudio de estos aspectos tanto en el proceso de adquisición
del lenguaje como en los procesos básicos de comunicación e interacción social
(Golbert y otros, 1988; Ochs y Schieffelin, 1986).
A pesar de que esta orientación aparece relacionada en sus orígenes con los
estudios de grupos étnicos, se puede realizar la etnografía del habla que circula en
cualquier grupo social: un barrio, una institución escolar, un hospital, un grupo
terapéutico, el personal de una empresa o un banco, un grupo de teatro o un coro.
Ésta abarcará, entonces, una descripción del habla y una presentación de las
teorías y las prácticas del habla en la vida social de esa comunidad, tal como las
actualizan sus miembros en sus distintas actividades y situaciones comunicativas,
desde el ritual hasta la vida cotidiana (Sherzer, 1983).

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El desarrollo de la lingüística antropológica en el siglo XX


H ASTA LA DÉCADA DESDE LA DÉCADA D ESDE LA DÉCADA
DEL SESENTA DEL SESENTA DEL OCHENTA

Objeto CÓDIGO H ABLA DISCURSO


de estudio Lengua como Usos de la lengua Discurso como práctica
sistema formal sociocultural e histórica
- contexto + contexto + contextualización
Alcance de Estrecho Amplio Amplio
la descripción
Funciones Referencial + Directiva + Indexical o pragmática
+ Expresiva
+ Estilística
Competencia Lingüística Comunicativa (Meta)comunicativa
Unidades Unidades segmentables
segmentables + no segmentables
Unidades LINGÜÍSTICAS S OCIALES/LINGÜÍSTICO - LINGÜÍSTICO -COMUNICATIVAS-
de análisis COMUNICATIVAS SOCIALES

•prácticas discursivas/
textos interaccionales
•grupo social: comunidad •comunidad de habla
de habla (revisión)
•evento de habla (componentes)
•acto de habla

•ejecución (performance) •ejecución (performance)

•categorías •usossociales de •usos sociales de categorías


gramaticales categorías lingüísticas lingüísticas: relación forma-
•categorías léxicas contenido-función; poesía
de la gramática y gramática
de la poesía
Metodología Aproximación Aproximación Aproximación
etnográfica etnográfica etnográfica
palabras, emisiones usos del habla discursos en su contexto
y textos recogidos en su contexto sociocultural
Posibles pasos del análisis:
•representación
•análisis de la estructura
retórica
•análisis de claves de
contextualización y otros
recursos creadores de marco
•incorporación de categorías
sociales
Algunas •Igualdad de las •Habla como objeto •Discurso: intersección entre
contribuciones lenguas del mundo de estudio lenguaje, cultura y sociedad;
a la teoría •Diversidad •El habla forma sistema constitutivo y constituyente
•Relación entre •Cada cultura tiene su propio de lo social; creador de
lengua, cultura sistema de usos del habla identidades y relaciones
y pensamiento •Performance o ejecución: sociales
concepto clave •Reflexividad de la lengua
y la cultura
•Indexicalidad
•Teoría de la interpretación
•Desafío de la unicidad de los
roles de hablante y destinatario

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2. Algunos postulados epistemológicos

La etnografía del habla tiene una base epistemológica empirista, inductivista,


transcultural y relativista. En la década del sesenta, y en el marco de su propuesta
para la redefinición de la relación entre lingüística y antropología (“la lengua en la
cultura, no “la lengua y la cultura”),9 Dell Hymes define los pilares epistemológicos
del desarrollo de la lingüística antropológica en los siguientes términos:

Las lenguas del mundo son equivalentes en adecuación social, iguales en complejidad
total y casi infinitamente diversas en estructura (...); igualdad en el sentido de
igualdad de consideración científica y relevancia potencial; diversidad y relativismo
en los sentidos del respeto por la integridad de los fenómenos; apertura para el descu-
brimiento de la diferencia; insistencia sobre el poner a prueba los supuestos generales
transculturalmente; cultivo de las bases inductivas para la validación de las afirma-
ciones empíricas “en terreno”; y, sobre todo, (...) el reconocimiento de que la tarea
más difícil y quizá precisamente más antropológica es no tanto establecer semejanzas
o diferencias, sino más bien descubrir y demostrar las relaciones entre ellas, en los
fenómenos y en los niveles de explicación (Hymes, 1964: 75; traducción propia).

Tales principios tienen su origen, sin duda, en el infatigable esfuerzo de Franz


Boas por separar los conceptos de raza, cultura y lengua (Boas, 1911) y en la
epistemología sapiriana, que se planteó como objetivo centrar el énfasis en la
igualdad entre todas las lenguas, metas de estos humanistas en abierta reacción a
las concepciones etnocéntricas circulantes en la época respecto del valor de las
llamadas “lenguas de cultura” frente a esas otras, llamadas “lenguas primitivas” y
habladas por los llamados “pueblos primitivos” del mundo. Esta reacción, como
dice Hymes, no se basaba sólo en principios democráticos, sino en firmes princi-
pios científicos, ya que su enunciación –y la asunción de tales axiomas por parte
de los antropólogos lingüistas– resultaba indispensable para poder realizar un
trabajo académico en ese campo (cf. punto 8.1).

3. De la descripción a la teoría

Tanto Dell Hymes como Joel Sherzer y Richard Bauman han estado desde el
principio comprometidos con la elaboración de una teoría del habla y del

9. Así, Hymes titula Language in Culture: A Reader, a su recopilación de textos fundacionales


en esta perspectiva, publicada en 1964.

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discurso.10 Dentro del marco epistemológico que asume la etnografía del habla,
tal tarea parte necesariamente de la investigación empírica, pero debe, a la vez,
proponerse ir más allá de los límites de una simple descripción, de un estudio de
caso. Así, afirma Hymes: “...la preocupación primordial ahora debe ser realizar los
análisis descriptivos de una variedad de comunidades. Sólo en relación con el
análisis real será posible conducir argumentos análogos a aquellos posibles ahora
en el estudio de la gramática, tales como adecuación, necesidad, generalidad de
conceptos y términos” (Hymes, en este volumen: pp. 55-89).
La producción de los antropólogos lingüistas arriba mencionados se orienta a
iluminar algunos aspectos teóricos que conciernen al estudio de la lengua y el
habla en un contexto social y cultural. En ese sentido, afirma Sherzer, en su libro
Formas del habla kuna (Kuna Ways of Speaking), la primera etnografía del habla
integral sobre un pueblo particular:

La investigación translingüística y comparativa proveerá tipologías significati-


vas, generalización teórica y formalización, como así también una perspectiva
que permita distinguir lo universal de lo particular y lo sorprendente y especial de
lo común y esperado, en la cual ubicar los desarrollos históricos y areales (Sherzer
[1983], 1992: 18).

El mismo autor señala también otros aportes teóricos de un estudio de los modos
de hablar de un grupo como el que propone. Entre ellos, destacamos dos líneas: por
un lado, las contribuciones al análisis de las relaciones entre discurso ritual y coti-
diano; por otro, la formulación y puesta a prueba de categorías para analizar la
relación entre el habla de una comunidad y otros aspectos de la vida social.

4. Desde el terreno: algunas consideraciones metodológicas

La etnografía del habla propone, entonces, una aproximación transcultural,


comparativa y tipológica, a partir de “una detallada investigación etnográfica de
comunidades, situaciones y eventos particulares” (Sherzer, op. cit.: 18). Elegir una
perspectiva etnográfica significa privilegiar “la observación directa de las activi-
dades de un grupo social y la participación en ellas durante un período extendido
de tiempo” (Trosset, 1986). En suma, no hay etnografía del habla sin trabajo de
campo. Además de la observación y la observación con participación, existen
otras técnicas de recolección y registro de la información. Entre ellas, se incluyen

10. Cf. Hymes, 1971, y Sherzer, 1983, en este sentido.

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las entrevistas individuales y grupales, las historias de vida y de comunidad, el


reconocimiento de redes sociales y de habla. La interacción cara a cara, como
también el registro de las situaciones lingüísticas y comunicativas en terreno y de los
discursos en su contexto natural de ejecución, serán componentes metodológicos
fundamentales de este campo de investigación.
Con respecto a la metodología, es interesante destacar que el análisis prelimi-
nar de los datos se realiza en terreno. Es importante la puesta a prueba en el campo
de las propias percepciones con las intuiciones nativas, así como la incorporación
de la dimensión pragmática y metacomunicativa (Briggs, 1986), con el registro
de lo no dicho, los implícitos y lo paralingüístico. Para el análisis de la informa-
ción, la etnografía del habla integra aportes y categorías de otras disciplinas rela-
cionadas –como el análisis del discurso, la etnopoética, la teoría literaria y la
pragmática–, así como de otras ciencias sociales.
El diseño de una investigación sobre los modos de hablar de una comunidad
particular “debe permitir una apertura a categorías y modos de pensamiento y
conducta que pueden no haber sido anticipadas por el investigador” (Saville-
Troike, 1982: 4 y ss.). En el caso de una etnografía del habla de la comunidad de
pertenencia del investigador, esta particularidad debe ser incorporada al análisis.
Un acercamiento así definido inscribe, sin duda, la etnografía del habla en el
campo de los modelos cualitativos de investigación social. En especial, se vincu-
lará con aquellos centrados en la interacción comunicativa y las prácticas discursivas
(entendidas como procesos de producción e interpretación de significados), en el
marco de un concepto del lenguaje como práctica social e histórica.
Nuestra antología incluye extractos de una contribución pionera para la me-
todología de investigación en etnografía del habla: la primera “Guía para el
estudio etnográfico del uso del habla”, de Joel Sherzer y Regna Darnell, que John
Gumperz y Dell Hymes incorporaron en Directions in Sociolinguistics (1972).
Por esos mismos años, también en el marco de la lingüística antropológica e
incorporando los aportes de la etnografía del habla publicados hasta ese mo-
mento a su propia experiencia como investigadora, Emma Gregores (cf. 1.1.)
elaboró un minucioso documento titulado “Pautas para el relevamiento
etnolingüístico” para ser aplicado en el trabajo de campo en comunidades indí-
genas, contribución que ha podido ser incluida en la presente edición de esta
antología. Estas “Pautas”, que habían permanecido hasta hoy inéditas, han cir-
culado y han sido aplicadas por lingüistas y antropólogos argentinos en distintas
comunidades de habla indígenas y no indígenas hasta la actualidad –cf. entre
otras, las investigaciones de Omar Gancedo sobre los guayaquis aches de Para-
guay, de Golbert (1975 y otros trabajos) y Golluscio (1988 y otros trabajos)
sobre los mapuches, y de Elena Lozano, sobre los vilelas, entre otros.

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5. Unidades de análisis

En su obra Foundations in Sociolinguistics, Dell Hymes afirma que: “Una aproxi-


mación sociolingüística debe mirar a la lengua desde su matriz social” (Hymes,
1974). Es en ese marco que la etnografía del habla define sus unidades de análisis.

5.1 Unidades lingüístico-comunicativas

A partir del reconocimiento de que el habla es sistemática y, por lo tanto, se


puede estudiar, el objeto de la etnografía del habla, “consistente con su perspec-
tiva sociolingüística” (Bauman y Sherzer, 1975: 104), es el estudio del repertorio
lingüístico de un grupo, en términos de sus usos y funciones en la vida sociocultural.
Ya en los años setenta, Dell Hymes había afirmado que “en la búsqueda de la
estructura, de Saussure está interesado en la palabra; Chomsky, en la oración; la
etnografía del habla, en el acto de habla” (Hymes, 1971). El acto de habla es,
entonces, la unidad mínima de análisis de la etnografía del habla. Los actos de
habla (preguntar, responder, ordenar, afirmar, hacer un chiste, entre otros) se van a
articular en un evento de habla, definido en términos de Hymes como “aquellas
actividades o aspectos de actividades directamente gobernadas por reglas o nor-
mas para el uso del habla” (Hymes, en este volumen). Eventos de habla son,
entonces, una conversación, una conferencia, una pieza de oratoria, una narra-
ción. La unidad mayor es la situación de habla o situación comunicativa, que puede
estar constituida por eventos de habla distintos y por componentes comunicativos
no lingüísticos. Son situaciones de habla una clase, una reunión familiar, un
velorio, una ceremonia religiosa, una visita.
Sobre la base del esquema seminal de Roman Jakobson de los “factores cons-
titutivos de cualquier evento de habla, de cualquier acto de comunicación”
(Jakobson, 1960: 353), Dell Hymes identificó y definió los componentes del evento
de habla:11 escenario (tiempo y lugar –setting– y escenario psicológico –scene–);
participantes (hablante, oyente, audiencia); fines (propósitos –ends–, como resul-
tados y como metas); forma y contenido del mensaje (act sequence); clave o tono
(manera o espíritu en que se ejecuta el acto de habla –key–); canal (oral o escrito,
telegráfico, etc.) y formas del habla (lenguas o dialectos; códigos; variedades y
registros), componentes que reúne bajo la etiqueta de instrumentalities; normas de
interacción e interpretación; y género (Hymes, en este volumen).
A medida que avanzaba su desarrollo teórico, Hymes fue modificando y com-
pletando su primera propuesta (1962) dibujando, asimismo, líneas de interrelación

11. Cf., en inglés, el acrónimo SPEAKING, para abarcar todos los componentes (Hymes,
en este volumen).

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LA ETNOGRAFÍA DEL HABLA Y LA COMUNICACIÓN. UN RECORRIDO HISTÓRICO

entre los componentes. La definición de los distintos tipos de participantes y de


fines; el reconocimiento de la clave que rige sobre –o domina– los actos y eventos
de habla, otorgándoles su tono característico (formal, informal, ritual, coloquial,
familiar); la diferenciación entre normas de interacción y normas de interpretación,
así como también su ubicación particular en el esquema general de los compo-
nentes (abarcando la totalidad del evento de habla); la consideración de los
géneros y de las secuencias de los actos de habla (Hymes, en este volumen); y,
especialmente, la inclusión del evento mismo (Hymes, 1974) como componente
–incorporando, de esa manera, el concepto y la práctica de la reflexividad
metapragmática–, han significado, sin duda, aportes de suma relevancia para una
aproximación al estudio del habla y el discurso en su contexto sociocultural.
En síntesis, esta propuesta transforma el alcance de la descripción lingüística,
la cual abarcará no sólo el código, sino también los usos sociales de la/s lengua/s
que circula/n en la vida social de un grupo. El análisis lingüístico se extiende así
de la oración al discurso; de la consideración exclusiva y excluyente de las comu-
nidades monolingües al reconocimiento e interés por las sociedades bi- o
multilingües y por el estudio de las lenguas que surgen del contacto entre los
pueblos;12 de la función referencial a las funciones expresiva, apelativa y poéti-
ca. Y abre el camino a la consideración de la función metapragmática.
Cobra sentido, en este momento de la presentación, definir dos conceptos
íntimamente relacionados, básicos para el modelo teórico que estamos comen-
zando a perfilar, a saber: comunidad de habla y competencia comunicativa. Mientras
el primero define la entidad humana que se elige como unidad social de análisis,
el segundo remite a la propiedad compartida por determinados individuos que
los define como miembros hablantes y, sobre todo, comunicantes de una misma
comunidad de habla.

5.2 Unidad social de análisis: la comunidad de habla

En sus escritos fundacionales, Dell Hymes afirma: “El término comunidad de


habla es necesario y primordial porque postula como base de la descripción una
entidad más social que lingüística. Se comienza con un grupo social y se consideran
todas las variedades lingüísticas en ella presentes, en lugar de comenzar con alguna
de esas variedades” (Hymes, en este volumen). Recordemos que, en esa misma obra,
Hymes propone una definición amplia de habla: “El habla es considerada aquí

12. Es interesante destacar, en este punto, que el conocimiento de los procesos de pidgini-
zación y creolización en distintos lugares del mundo ha recibido especial estímulo con las
investigaciones de Dell Hymes, John Gumperz y sus discípulos (cf. Hymes (ed.), 1971).

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LUCÍA A. GOLLUSCIO

como la subrogación de toda forma de lenguaje, incluyendo la escritura, la can-


ción y el silbido derivado del habla, el tañido de tambores, el toque de cuerno y
otros similares” (idem).
La comunidad de habla es, entonces, la unidad social de análisis para la
etnografía del habla (Gumperz, 1968). Esta constitución de un nuevo “foco de
interés de la investigación lingüística” (Saville-Troike, op. cit.), basado en una
teoría del lenguaje que lo define en la vida social, implicará también cambios
metodológicos cualitativos. De esa manera, se desplaza el objeto de estudio del
nivel individual (idiolecto, para los estructuralistas; intuición nativa del hablan-
te, para el generativismo) al nivel de la interacción social. Se accederá al conoci-
miento de la/s lengua/s de un grupo humano determinado a través del análisis del
habla y los discursos que circulan socialmente en él.
Sin embargo, no todos los grupos humanos constituyen una comunidad de
habla. Un grupo será concebido como comunidad de habla si comparte algunas
características, las cuales han variado a lo largo del tiempo, paralelamente al
desarrollo histórico de la lingüística y la antropología. Tal será el tema del próxi-
mo apartado.

5.2.1 De comunidad lingüística a comunidad de habla


Ya en la década del veinte, en sus postulados seminales para la lingüística
como ciencia, Leonard Bloomfield había definido comunidad lingüística
(Bloomfield, 1928). Años más tarde, dedica el capítulo 3 de su libro Language a
este tema, definiendo comunidad lingüística como “un grupo de gente que se
interrelaciona por medio de la lengua” (Bloomfield, 1933: 42). Como bien ob-
serva Richard Hudson, esta definición deja “abierta la posibilidad de que algunos
se interrelacionen por medio de una lengua y otros, por otra” (Hudson, 1981
[1980]: 36).
Agregando el requisito de la intercomunicación, Charles Hockett afirma en su
Curso de Lingüística General: “Cada lengua define una comunidad lingüística: el
conjunto entero de personas que se comunican unas con otras, bien directamente,
bien indirectamente, a través del lenguaje común” (Hockett, 1972 [1958]: 8).
A partir de 1960, las definiciones que se formulan sobre comunidad de habla
enfatizan: a) la necesidad de la frecuencia de la interacción y los límites de la comu-
nidad de habla (Gumperz, 1962, 1968); b) las reglas compartidas de hablar y de
interpretar el habla (Hymes, 1972); c) las actitudes y valores compartidos con respec-
to a las formas y usos de la lengua (Labov, 1972); d) las comprensiones y presuposi-
ciones compartidas con respecto al habla (Sherzer, 1977).
En Directions in Sociolinguistics, Dell Hymes y John Gumperz postulan una
“definición cualitativa (que) se expresa en términos de las normas para el uso de
la lengua” (Gumperz e Hymes, 1972). Para Hymes –a la luz de los trabajos de

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LA ETNOGRAFÍA DEL HABLA Y LA COMUNICACIÓN. UN RECORRIDO HISTÓRICO

Labov, Barth, Gumperz y otros–, el factor decisivo no será la frecuencia de


interacción ni el manejo de una misma lengua materna, sino “la definición de las
situaciones en las que tiene lugar la interacción, particularmente la identifica-
ción (o la falta de ella) con otros” (Hymes, en este volumen).
En la evolución de este concepto, han tenido fundamental importancia el
acceso a comunidades de habla bi- o multilingües y el conocimiento de los pidgins
y las lenguas criollas del mundo. En ese marco, dos aspectos resultan especialmen-
te relevantes. Primero, todos los autores arriba mencionados habían dado el salto
cualitativo hacia la consideración del habla como parte del objeto de estudio de
la lingüística, de manera que en la década del setenta se distingue entre comunidad
lingüística y comunidad de habla (linguistic community y speech community). En ese
sentido, el trabajo de Hymes que se incluye en esta antología esclarece diferencias
importantes a partir del aporte del lingüista checo J. Neustupny, quien acuña el
término Sprechbund, “campo del habla” (a semejanza de Sprachbund, “campo de la
lengua”), para las situaciones en que se comparten normas sociolingüísticas entre
lenguas contiguas. Hymes, siguiendo esa línea de reflexión, va a definir distintas
unidades de análisis, en los siguientes términos: “En suma, la comunidad de habla
de una persona puede ser, efectivamente, una única localidad o una porción de la
misma; el campo de la lengua de una persona estará delimitado por su repertorio
de variedades; su campo del habla, por su repertorio de modelos de habla. La red
de habla de una persona es la unión efectiva de los dos últimos” (Hymes, en este
volumen).
Segundo, y en íntima relación con lo anterior, ya no se identifica ese concepto
con el manejo de una sola lengua, sino que se explicita, especialmente en la
producción de John Gumperz, la posibilidad de que la comunidad sea “monolin-
güe o multilingüe” (Gumperz, 1962). En esa misma línea, el autor arriba citado
afirmará, años más tarde: “En tanto los hablantes compartan el conocimiento y las
restricciones y opciones comunicativas que gobiernan un número significativo
de situaciones sociales, se puede decir que son miembros de la misma comunidad
de habla”. Para agregar más adelante: “Los miembros de una misma comunidad de
habla no necesitan hablar la misma lengua ni usar las mismas formas lingüísticas
en ocasiones similares. Todo lo que se requiere es que haya como mínimo una
lengua en común y que las reglas que gobiernan las estrategias comunicativas
básicas sean compartidas, de modo que los hablantes puedan decodificar los
significados sociales que contienen los modos alternativos de comunicación”
(Gumperz, 1972). Asumiendo una posición aún más radical, Gumperz dirá más
adelante que es “comunidad de habla cualquier grupo humano intercomunicante
diferenciable”.
Las propuestas así explicitadas resultan especialmente interesantes para expli-
car situaciones como las de las lenguas americanas, muchas de las cuales atraviesan

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LUCÍA A. GOLLUSCIO

francos y acelerados procesos de retroceso y cambio lingüístico. Las palabras de


ambos autores sugieren que un grupo de hablantes que se comunican en una
lengua común que ya no es la lengua de sus mayores (aun un grupo que no
comparta necesariamente la misma lengua, va a afirmar Gumperz) pero que, sin
embargo: (a) se identifican y son identificados como miembros de la comunidad,
(b) tienen una competencia receptora, (c) comparten las pautas cognitivas y (d)
actualizan eficientemente las normas comunicativas del grupo, pueden seguir
formando parte de la comunidad de habla vernácula.

5.2.2 Revisiones del concepto de comunidad de habla desde la sociolingüística


Sobre los límites y alcances explicativos del concepto de comunidad de ha-
bla, en los últimos años se han realizado nuevos aportes desde la sociolingüística
que enriquecen aún más las posibilidades de explicación de los procesos de man-
tenimiento/cambio lingüístico de las lenguas minoritarias, estrechamente rela-
cionados con procesos hegemónicos más amplios.
Dentro de esas contribuciones, sintetizaré en este apartado las posturas de
Suzanne Romaine y Nancy Dorian, en los artículos que integran la recopilación
que publicó la primera de ellas bajo el título Sociolinguistic Variation in Speech
Communities (Romaine, 1982).13 La provocativa propuesta de Marie Louise Pratt
(1989 [1987]) en torno a una lingüística de contacto, aparecida en el tomo colec-
tivo que se publicó en castellano bajo el título Lingüística de la escritura (Fabb y
otros, 1989 [1987]) es tratada separadamente (cf. 5.2.3).
El artículo de Romaine, “What is a speech community” (1982), plantea un re-
análisis de la citada entidad sociolingüística. A partir de las definiciones de
Gumperz (1968) y Labov (1966), la autora critica la tendencia a la homogenei-
dad que surge de la propuesta de este último en el trabajo citado, en los siguientes
términos: “Las comunidades de habla en las cuales la variación sociolingüística
está organizada de un modo monótono y lineal constituyen más la excepción que
la regla” (Romaine, op. cit.). Por el contrario, esta autora enfatizará la tendencia a
la heterogeneidad y a la coexistencia de gramáticas en la misma comunidad de habla.
En ese sentido, cuestionará la afirmación de que todos los dialectos o lectos
tienen la misma forma subyacente y que todos los miembros de un grupo usan las
reglas de una gramática del mismo modo. Para la citada sociolingüista, las gramá-
ticas de la comunidad y del individuo “no son isomórficas” (op. cit.); existen
normas diferentes de habla y prestigio vinculadas a distintos individuos y grupos
coexistentes en la misma comunidad de habla; en fin, dos grupos sociales pueden
integrar la misma comunidad de habla y no usar la lengua del mismo modo.

13. Cf., en el mismo sentido, Duranti (1997).

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LA ETNOGRAFÍA DEL HABLA Y LA COMUNICACIÓN. UN RECORRIDO HISTÓRICO

En síntesis, Romaine no recomienda renunciar al concepto de comunidad de


habla como “el grupo de hablantes que comparte un conjunto de normas y reglas
para el uso de la lengua” (Gumperz, 1968), pero subraya el hecho de que ese “uso de
la lengua” –y el acceso a él– van a orientarse en distintas direcciones (los individuos
podrán compartir el mismo Sprachbund sin compartir necesariamente el mismo
Sprechbund).14 Por último, enfatiza la utilidad metodológica del concepto de red
social15 usado por Milroy y colaboradores a lo largo de sus trabajos (Milroy y Margrain,
1978; Milroy, 1987),16 ya que resulta un nivel de abstracción menos complejo y
amplio que el de comunidad de habla. Reconocer la pertenencia de un mismo
individuo a distintas redes permite distinguir la existencia de grupos humanos dife-
rentes en interacción lingüística y comunicativa dinámica y cambiante, con áreas
de superposición y áreas de exclusividad. Pero todos, al fin, con posibilidades de
integrar una misma comunidad de habla. O bien, por el contrario, de integrar la
misma red a pesar de pertenecer a comunidades de habla distintas.
Por su parte, el trabajo de Nancy Dorian, titulado “Defining the speech
community to include its working margins”, analiza la situación sociolingüística
concreta de los descendientes pescadores de East Sutherland, hablantes bilingües
de inglés y gaélico escocés. Sin embargo, su propuesta va más allá de un estudio de
caso. En realidad, significa un aporte cualitativo en cuestiones tales como muerte
de lengua, lenguas en contacto, procesos de mantenimiento/cambio lingüístico,
relaciones sociales y lingüísticas de hegemonía/subordinación, etc.
Dentro de este grupo social y cultural, Dorian distingue tres tipos de hablantes.
El foco de su trabajo lo constituyen aquellos semihablantes de bajo rendimiento
y bilingües casi pasivos de gaélico e inglés, en tanto “desafían las definiciones de
comunidad de habla” (idem). Ambos grupos quedarían, sin duda, fuera del alcan-
ce del concepto convencional de comunidad de habla ya que no cumplen ningu-
no de estos dos requisitos: (a) uso de la lengua entendida como uso activo de una
variedad lingüística por los individuos en cuestión y (b) pautas regulares compar-
tidas de reacción subjetiva a la variación fonológica (Labov, 1972).

14. Cf. Hymes, en este volumen. Romaine relaciona su postura con dos conceptos que Dell
Hymes define en este trabajo: tipos (kinds) y usos de la lengua.
15. Cf. la definición de Dell Hymes sobre red de habla dentro del campo de habla (Hymes, idem).
16. En trabajos recientes, Lesley y James Milroy analizan la relación entre dicha noción y la
de clase social, y formulan la especificidad de cada una en los siguientes términos: “Clase
social es fundamentalmente un concepto diseñado para elucidar estructuras y procesos
sociales, políticos y económicos en gran escala, mientras que red social se relaciona con el
nivel interpersonal y comunitario de organización social” (Milroy y Milroy, 1992). En ese
sentido, las perspectivas que se basan en uno o en otro de los conceptos se configuran como
complementarias, no conflictivas.

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LUCÍA A. GOLLUSCIO

Sin embargo, afirma la autora, tampoco son miembros de la comunidad de


habla inglesa; existen dos características que los hacen totalmente distintos de los
monolingües ingleses. Éstas son: (a) su control receptivo sobresaliente del gaélico
hablado en el lugar –que les permite, incluso, oficiar como traductores– y (b) su
dominio de las normas sociolingüísticas que operan en la comunidad gaélico-
hablante.
En cuanto se asume una posición más amplia que incluye los parámetros
arriba expuestos y se reconoce la actitud integradora activa de los miembros
hablantes de la comunidad de habla gaélica hacia ellos, estos individuos resultan
integrantes particulares de la comunidad de habla gaélica.
Este estudio presenta, entonces, un ejemplo revelador de la riqueza de posibi-
lidades de los conceptos que se manejan en etnografía del habla y de la necesidad
de revisarlos en confrontación con la realidad. En este caso, la competencia
comunicativa excede la competencia gramatical y el uso entendido como activi-
dad y como producción, para incorporar nociones de uso receptor y de sentimien-
tos de pertenencia y de inclusión social intergeneracional que operan en la defi-
nición de los límites de lo que constituye una comunidad de habla.

5.2.3 De comunidad de habla a comunidad discursiva


Si fue relevante el giro histórico del concepto de comunidad lingüística al de
comunidad de habla, el uso de la noción de comunidad discursiva (Urban, 1991)
resulta representativo de aquellas orientaciones lingüísticas y antropológicas que
definen el lenguaje como práctica social e histórica y, al reconocer, en el discurso,
su poder constituyente y constitutivo de lo social, enfatizan la necesidad de estu-
diar los discursos vivos circulando socialmente y producidos históricamente con
un antes y un después discursivos que les dan sentido”.17
En un marco teórico que incorpora, entonces, los conceptos bajtinianos de
intertextualidad y heteroglosia y afirma que “la cultura está localizada en signos
concretos, públicamente accesibles, de los cuales los más importantes son instan-
cias reales de discurso”, Greg Urban definirá comunidad discursiva como aquella
dentro de la cual “una instancia de discurso surge sólo sobre la base de una historia
continuada de tales instancias, en relación con las cuales puede ser situada. El
‘situacionamiento’ real se hace subjetivamente, pero se basa en un vasto rango de
experiencia histórica con otras instancias, que son también parte de la circula-
ción pública del discurso en la vida de una comunidad en marcha” (op. cit.: 9). En
fin, comunidad discursiva será aquella en la cual se constituyen y actualizan los
discursos de la cultura.

17. Urban, op. cit.

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LA ETNOGRAFÍA DEL HABLA Y LA COMUNICACIÓN. UN RECORRIDO HISTÓRICO

5.2.4 Crítica al concepto de comunidad: la lingüística de contacto


En su artículo “Utopías lingüísticas” (1989 [1987]), Mary Louise Pratt critica
la noción de comunidad de habla vigente en sociolingüística, vinculándola con el
concepto de comunidad imaginada en la obra de Anderson (1983). Así, Pratt afir-
ma que la comunidad de habla ha sido concebida por las corrientes sociolingüísticas
contemporáneas (Labov, Hymes, etc.) según las tres características del estilo utó-
pico de imaginar las naciones-estados modernas reconocidas por Anderson, a
saber: los límites, la soberanía y la comunidad. Esta última, “imaginada” a la
Anderson como “una cofradía horizontal, profunda; una fraternidad” (Anderson,
1983; Pratt, op. cit.).
La autora define la lingüística que producen tales orientaciones como lingüís-
tica de comunidad señalando sus limitaciones, en tanto su teoría y sus prácticas
están restringidas no sólo por el requisito del “compartir”, sino también por una
noción de sistema y estructura que borran el conflicto, la contradicción y la
coexistencia de modelos y estrategias opuestas –en última instancia, la heteroge-
neidad–. Frente a esta posición, Pratt sugiere una perspectiva diferente, que reco-
nozca “la subjetividad hendida” en los grupos dominados (Bisseret Moreau, 1984).
Éstos son requeridos simultáneamente para identificarse con el grupo dominante
y para disociarse de aquél; su discurso es distinto del del grupo dominante, a la vez
que es permeado por él.
En realidad, propone otro modo de hacer lingüística: “Imaginemos, pues, una
lingüística que descentre la comunidad, que adopte como eje la operatividad del
lenguaje a través de líneas de diferenciación social, una lingüística que centre su
atención sobre los modos y zonas de contacto entre el grupo dominante y los
dominados, entre personas de identidades diferentes y múltiples, entre hablantes
de distintas lenguas, que ponga su foco sobre el modo en que tales hablantes se
constituyen con respecto al otro de forma relacional y por diferencia y sobre el
modo en que manifiestan las diferencias por medio de la lengua. Llamemos a esta
empresa lingüística de contacto” (op. cit.: 60). Pratt entronca este término con la
noción de Roman Jakobson (1960) de contacto, como un componente de los
eventos de habla, y con la definición de Uriel Weinrich (1953) del fenómeno de
las lenguas en contacto, “uno de los desafíos más reconocidos a la sistematizada
lingüística del código” (idem).

6. Competencia comunicativa: un concepto central

El tratamiento sobre comunidad de habla hasta aquí expuesto sugiere, sin duda,
una relación estrecha con la noción de competencia comunicativa, nuclear para la
etnografía del habla. Sobre la base del concepto de competencia de Chomsky, y en

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LUCÍA A. GOLLUSCIO

el marco de su propuesta sociolingüística, a principios de los setenta Dell Hymes


acuña el término competencia comunicativa para nombrar ese conjunto de conoci-
mientos y habilidades de una persona que se adquieren en el proceso de socializa-
ción y que abarca no sólo el conocimiento de la gramática, sino el de los usos de la
lengua. Así, Hymes afirma que “el niño normal adquiere un conocimiento de las
oraciones no sólo como gramaticales, sino como adecuadas. Él o ella adquieren una
competencia de cuándo hablar, cuándo no, y de qué hablar con quién, cuándo,
dónde, de qué forma. En pocas palabras, el niño llega a ser capaz de llevar a cabo un
repertorio de actos de habla, de tomar parte en eventos de habla, y de evaluar la
actuación de los demás” (Hymes, 1971). Cuando Dell Hymes define comunidad de
habla tentativamente como “una comunidad que comparte reglas para el manejo y la
interpretación del habla, y reglas para la interpretación de por lo menos una variedad
lingüística” (en este volumen), ratifica su postura respecto del alcance del concepto
de competencia. Compartir las reglas gramaticales no es suficiente. Compartir las
reglas del habla, tampoco. Para este autor, ambas condiciones son necesarias.
A este respecto, la preocupación de Hymes al definir competencia comunicativa
está centrada en “sugerir que, en tanto lingüistas preocupados por la comunica-
ción en grupos humanos, debemos ir más allá de la mera descripción de los patro-
nes de uso lingüístico para concentrarnos en aspectos del conocimiento compar-
tido y de las habilidades cognitivas, aspectos que son tan abstractos y generales
como el conocimiento al que se refiere Chomsky con su definición más estrecha
de competencia lingüística” (Gumperz, en este volumen).
La reconsideración de esta noción, que plantea John Gumperz en las sesiones
de 1982 (en este volumen) y 1984 de las Mesas Redondas sobre Lenguas y Lin-
güística que convoca la Georgetown University, aporta aires nuevos al análisis de
situaciones sociolingüísticas de contacto como las que caracterizan a nuestro país
y muchos otros de América Latina y el mundo.
En un primer paso de su reflexión, el citado antropólogo explora los alcances
de una definición de competencia comunicativa en términos del “conocimiento de
las convenciones lingüísticas y las convenciones comunicativas vinculadas a
éstas que los hablantes deben poseer para iniciar y sostener el compromiso
conversacional. El compromiso conversacional es, claramente, una precondición
necesaria para la comprensión. La comunicación siempre presupone compartir en
alguna medida convenciones de indexicalización, pero esto no significa que los
interlocutores deban hablar la misma lengua o dialecto en el sentido en que los
lingüistas utilizan el término” (Gumperz, en este volumen).
Esta revisión del concepto de competencia comunicativa se plantea en un
marco teórico definido por: 1) una aproximación interactiva centrada en la rela-
ción entre el hablante y el oyente y en la comprensión; 2) la incorporación del
nivel de las inferencias conversacionales y el análisis de los distintos procedi-

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LA ETNOGRAFÍA DEL HABLA Y LA COMUNICACIÓN. UN RECORRIDO HISTÓRICO

mientos que las producen y 3) la propuesta de elaboración de una teoría universal


de la competencia comunicativa.
Cuando vuelve al análisis del mismo concepto dos años más tarde, John
Gumperz afirma que la capacidad de contextualizar y, entonces, comprender lo
que se oye en términos de lo que ya se conoce está gobernada por habilidades
cognitivas que comparten muchas de las características de la competencia lin-
güística (son convencionales, aprendidas en el curso de los procesos de socializa-
ción lingüística y, una vez internalizadas, se emplean automáticamente sin re-
flexión consciente). Pero, a la vez, manifiesta características especiales que deri-
van de la propia naturaleza de las conversaciones como ejecuciones interactivas
múltiples (Gumperz, 1984).
Para el antropólogo nombrado, “los participantes de un intercambio
conversacional no sólo entran en el proceso de negociación sobre la base de su
control de la gramática y el léxico: para entender lo que se dice dependen de proce-
sos inferenciales indirectos que giran sobre el conocimiento del mundo” (op. cit.).
En ese sentido, el aporte de Gumperz incorpora la dimensión de la cultura en
la consideración de este proceso. Por un lado, la cultura “es un componente
integral de lo que los analistas del discurso llaman conocimiento esquemático”;
por otro, “el trasfondo cultural y la experiencia interactiva canalizada cultu-
ralmente también determinan la adquisición de las convenciones de
contextualización por las cuales la selección entre distintos rasgos de la ejecución
adquiere significación situada” (Gumperz, en este volumen).
Por último, los trabajos de investigación que se han ido llevando a cabo en las
últimas décadas en el marco de concepciones interactivas de los procesos de
socialización y socialización lingüística están interesados en la relación entre la
información cultural y el contenido –así como la organización– del discurso. Para
Elinor Ochs y Bambi Schieffelin, por ejemplo, la socialización a través del uso de
la lengua y la socialización para usar la lengua son procesos simultáneos, de modo
que el individuo se vuelve miembro hablante y miembro competente del grupo
social al mismo tiempo (Schieffelin y Ochs, op. cit.).

7. El concepto de performance o ejecución y la etnografía del habla

Otro pilar de la aproximación de los etnógrafos del habla es el concepto de


performance, “ejecución o actuación”,18 de los modos de hablar de un grupo social

18. Como ya se ha anticipado en la presentación, a lo largo de esta antología se traduce


interpretativamente el lexema performance como “ejecución” o “actuación”. Se elige

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LUCÍA A. GOLLUSCIO

en toda su amplia gama, que abarca desde el discurso cotidiano hasta el ritual y
esotérico.19 La valoración y redefinición de la performance, ámbito ignorado tan-
to por el estructuralismo europeo como por el posbloomfieldiano y dejado fuera
del objeto de estudio por la teoría generacional,20 resulta otro de los elementos
transgresores de la etnografía del habla.
Richard Bauman y Joel Sherzer (1992) reconocen dos sentidos básicos de esta
noción. Por un lado, definen ejecución como práctica social creativa (Bauman y
Briggs, 1990), praxis del hablar, “uso situado de la lengua en la conducción y
constitución de la vida social” (Duranti, 1988). Esta perspectiva del término,
asumida por los representantes de la aproximación a la cultura centrada en el
discurso, entronca con desarrollos en lingüística, teoría literaria y ciencias socia-
les orientados hacia la práctica que nacen en contraposición a “concepciones
estructurales, sistémicas, colectivas y normativas sobre la sociedad y la cultura”
(Bauman y Sherzer, op. cit.: XIX).21
Por otro lado, la ejecución ha sido, desde el principio de su resignificación,
un concepto estrechamente asociado –hasta identificarse en algunos casos
(Bauman, 1975, 1977)– con el arte verbal, con los usos más marcados del habla,
aquellos considerados socialmente como usos estéticos.
A partir de la obra de Bauman Verbal Art as Performance (en su primera ver-
sión, que se publica en este volumen, y la versión ampliada, que introduce su
compilación de 1977), la poética y la retórica de la ejecución son el foco de varios
volúmenes. Entre ellos, se destacan las obras de Tedlock (1978, 1983, 1987),

“ejecución” por su asociación semántica con “hacer” y con “actualización o puesta en acto”,
en general, y por su extendida aplicación al dominio del arte (música, poesía, teatro), en
particular. La traducción en español por “actuación” resulta también pertinente ya que
evoca los significados “presentación delante de una audiencia” o “puesta en escena” inhe-
rentes al concepto de performance que Richard Bauman desarrolla desde sus primeros traba-
jos sobre el tema (Bauman, en este volumen y 1977). Agradezco a Fernando Fischman sus
observaciones sobre este último punto. La traducción como “desempeño”, significado
involucrado en el tema verbal inglés to perform y su sustantivo derivado performance, no
reflejaría la riqueza semántica del concepto, tal como ha sido apropiado y desarrollado por la
etnografía del habla y el folclore.
19. Cf. Sherzer (1983).
20. A pesar de considerar a la performance fuera del objeto de estudio, Bauman reconoce que
es Chomsky el que le otorga nombre y cuerpo (Bauman, op. cit.).
21. Cf., en especial, la concepción de discurso en el marco de una teoría social del significado,
en la obra de Bajtin y Voloshinov.

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LA ETNOGRAFÍA DEL HABLA Y LA COMUNICACIÓN. UN RECORRIDO HISTÓRICO

Hymes (1981), Sherzer (1990) y Urban (1991), entre otros, así como también las
recopilaciones de Sherzer y Urban (1986) y Sherzer y Woodbury (1987).22
Para todos los autores citados, los problemas de traducción y presentación
forman parte del análisis de los discursos. Su compromiso con esa postura se revela
en una actitud concienzuda de investigación y experimentación de distintos mo-
dos de transcripción y representación de los textos.23

8. Lenguaje, cultura, pensamiento y realidad

“No puede haber mapuche sin lengua,


no puede, como no puede haber buey sin pata.”
Palabras de Jorge Cornejo F., mapuche chileno (1970),
reproducidas en Hernández (1974).

8.1 Preliminares

Decíamos al comenzar esta introducción que la reflexión sobre la compleja


relación entre lenguaje, cultura y sociedad ha sido el eje fundante del desarrollo
de la lingüística antropológica y, en especial, de la etnografía del habla. Como
afirma Joel Sherzer, éste es “un tema ya clásico en la historia de la lingüística y la
antropología” (Sherzer, en este volumen). Más aún, es un viejo tópico en la histo-
ria de la humanidad. Recordemos, en ese sentido, que esta problemática ya apare-
ce en el pensamiento clásico. Así, como reconocen Fishman (1980) y otros auto-
res, Herodoto buscaba causas lingüísticas en las diferencias culturales notables
que reconocía entre griegos y egipcios. Del mismo modo, la discusión de Platón
en el Cratilo sobre la índole del lazo que une el nombre con la cosa nombrada –en
otras palabras, aquél entre convención y naturaleza– señala, en última instancia,
una preocupación en torno a los términos de esta relación.24

22. Cf. Translating Latin American Indian Verbal Art: Ethnopoetics and Ethnography of Speaking,
recopilación de Kay Sammons y Joel Sherzer (2000) que reúne una serie de trabajos centra-
dos en la presentación y el análisis de un discurso de un pueblo indígena de América Latina
recogido en la lengua original y en su momento de ejecución.
23. Idem.
24. Sobre los desarrollos de estas ideas en los siglos XVIII y XIX, cf. Friedrich (1986),
Fishman (1980 y 1982), Koerner (1992), Lucy (1996 y 1997), Gumperz y Levinson
(1996), entre otros.

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LUCÍA A. GOLLUSCIO

En el siglo XX, los vínculos entre lenguaje, pensamiento y cultura se asocia-


ron con la noción de relativismo lingüístico y la así llamada “hipótesis de Sapir-
Whorf”, definida en los años cuarenta por Benjamin L. Whorf en estos términos:
“lo que he llamado ‘principio del relativismo lingüístico’ (...) significa, en térmi-
nos informales, que los usuarios de gramáticas marcadamente diferentes están
inclinados por sus gramáticas hacia diferentes tipos de observaciones y diferentes
evaluaciones de actos de observación externamente similares y, por consiguiente,
no son equivalentes como observadores, sino que deben arribar a visiones del
mundo de algún modo diferentes” (Whorf, 1956: 221). La existencia de tal rela-
ción ha sido afirmada o cuestionada enfáticamente desde distintas disciplinas y
perspectivas totalmente opuestas.25

25. Así, Einstein afirmaba en 1954: “Por eso, podemos concluir que el desarrollo mental del
individuo, y su modo de formar conceptos, depende en un alto grado del lenguaje. Esto nos
permite advertir hasta qué punto el mismo lenguaje significa la misma mentalidad. En ese
sentido, pensamiento y lenguaje están mutuamente vinculados” (citado en Hunt y Agnoli,
1991). Frente a esta postura, pocos años después, Noam Chomsky propone un modelo
teórico como el generativismo, antirrelativista por definición. En realidad, el surgimiento de
las ciencias cognitivas en la década del sesenta pone en cuestión desde su raíz la existencia
de la hipótesis del relativismo y contribuye a generar una actitud creciente de descrédito
hacia ella por parte de la comunidad científica, descrédito que culmina con la difusión de los
resultados de la investigación de Berlin y Kay (1969) sobre la independencia entre los
“colores básicos” y las lenguas.
En Europa, la tesis ha tenido sus defensores (como los lingüistas Martinet, Mounin y Benveniste)
y sus críticos, como Ferruccio Rossi-Landi (1968), quien analiza el relativismo desde el marxis-
mo para concluir definiéndolo como una tesis neoidealista imposible de sustentar (cf. sus
argumentos en 8.3). A pesar de su cuestionamiento definitivo del relativismo, el ensayo de
Rossi-Landi revela, por un lado, una actitud de respeto hacia Whorf, Sapir e Hymes y, por
otro, un profundo rechazo a la tendencia “desmanteladora” que advierte en los detractores del
whorfianismo, desde las posturas neopositivistas cientificistas, de donde surge con más vigor el
ataque (cf., por ejemplo, Rossi-Landi, 1968: 12).
En el caso de la antropología, este tema resulta arena de conflicto y pugna de acentos. Al
mismo tiempo que el desarrollo de la disciplina está íntimamente asociado a este concepto,
su formulación pone en cuestión la propia existencia de la profesión y los alcances científi-
cos de sus resultados. Si fuera cierto que cada lengua-cultura-mundo es una entidad separada,
nada se podría conocer, comparar, generalizar, comunicar; todos, procesos propios del desarro-
llo científico. Desde esa perspectiva, tanto el particularismo como la unidireccionalidad y la
relación de causalidad entre lenguaje y cultura que caracterizaron a las posturas relativistas
extremas resultan insostenibles científicamente.
Se trata, en realidad, del enfrentamiento de dos posturas epistemológicas de larga y fuerte
tradición en la historia de las ideas occidentales, en general, y en la de la concepción del

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LA ETNOGRAFÍA DEL HABLA Y LA COMUNICACIÓN. UN RECORRIDO HISTÓRICO

En realidad, los debates sin fin y el apasionamiento con que se ha defendido


o acusado de los peores delitos al relativismo lingüístico resultarían curiosos en la
historia de las ideas si no fuera porque su enunciación está ligada a núcleos
decisivos para los planteos sobre el alcance y los límites del ser humano, como son
el lenguaje, la concepción del mundo y el conocimiento de la realidad.
Joshua Fishman (1982), al igual que otros autores, reconoce dos subhipótesis
en el pensamiento whorfiano. Mientras la primera proposición –a la que Fishman
llama W1– afirma una relación de causalidad (o, al menos, de influencia), entre
la lengua y la cultura de sus hablantes, de modo que “el mundo es experimentado
y definido de manera diferente en comunidades lingüísticas diferentes” (Cole y
Scribner, 1974), la segunda proposición –W2–, identificada con lo que ha dado
en llamarse determinismo lingüístico y cuya validez Fishman rechaza totalmente,
“va más allá de la simple afirmación de que hay diferencias en la cognición
asociadas con diferencias lingüísticas para sostener que realmente el lenguaje
causa tales diferencias” (Cole y Scribner, op. cit.).
Asimismo, en su artículo de 1980, Joshua Fishman sistematiza las limitaciones
del pensamiento de Whorf (relacionadas, en realidad, con limitaciones de su
horizonte de conocimientos), en los siguientes “modelos”: 1) modelo de diferencia:
Whorf reconoce diferencias superficiales entre las lenguas, tal como le revela su

lenguaje, en particular: la tesis de la irreducibilidad, que enfatiza la búsqueda de la generali-


dad, universalidad y autonomía de los hechos lingüísticos, frente a otra, la de la relatividad,
que centra su interés en lo contingente, en las formas reales del habla bajo circunstancias
concretas y específicas y que incluye la dimensión ideológica en la conformación misma de
la lengua (Hanks, 1996). En ese sentido, E. F. Koerner, en su artículo de reseña sobre el
tema, afirma que la hipótesis del relativismo: “...nunca ha atraído el interés de la vasta
mayoría de los lingüistas de la ‘corriente hegemónica’, muchos de los cuales están preocupa-
dos con la investigación de parámetros abstractos y principios que subyacen supuestamente
a la estructura lingüística de todas las lenguas. En realidad, aquellos interesados en esta
hipótesis creen, en cambio, que hay una gran variedad de organización gramatical en las
lenguas del mundo y mantienen su curiosidad acerca de la relación que puede existir entre
las diferencias semánticas y estructurales de las lenguas y las diferencias en las percepciones
del hablante y el ambiente sociopsicológico, intelectual y cultural que estas lenguas parecen
portar” (Koerner, 1992: 173-174).
Por eso es que, a pesar de las críticas definitivas formuladas al relativismo de los cuarenta, es,
sin embargo, desde la lingüística antropológica desde donde han surgido los intentos de
explorar las relaciones entre lenguaje, cultura y sociedad de manera creativa y superando las
limitaciones de un whorfianismo entendido à la lettre (cf. la obra de Dell Hymes, Paul
Friedrich, Joel Sherzer, entre otros).

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LUCÍA A. GOLLUSCIO

método de traducción al inglés, pero eso no es prueba suficiente de que las estruc-
turas de las lenguas sean significativamente diferentes; 2) modelo de lengua en
sociedad: Whorf está inconscientemente preso de una concepción de comunidad
de habla como monolingüe (una lengua = una cultura; 3) modelo de alterabilidad:
Whorf suponía una lengua fija y un hablante preso de su gramática, y, en realidad,
no sólo se producen cambios lingüísticos a lo largo del tiempo sino que los pro-
pios hablantes pueden conscientemente cambiar las gramáticas y los léxicos (el
modelo de Whorf no incluye áreas como las de planificación lingüística); 4)
modelo de direccionalidad: como ya anticipamos, el pensamiento whorfiano consi-
dera al lenguaje como causa primera; 5) modelo de comunicación humana: Whorf
no considera las posibilidades que tienen las comunidades humanas para comu-
nicarse a pesar de las dificultades y más allá de las limitaciones en el manejo del
código por parte de los hablantes; 6) modelo de cognición: muchos de los procesos
cognitivos estudiados en conexión con las hipótesis whorfianas son, en realidad,
prelingüísticos (en este sentido, cf. la obra de Piaget, entre otros).
A estos límites, se agregan otros dos, argumentados consistentemente por Rossi-
Landi en el ensayo citado, a los que, siguiendo el estilo propuesto por Fishman,
llamaré 7) modelo de traducibilidad: todos los contenidos dichos en una lengua se
pueden traducir a otra y 8) modelo de conocimiento: si fuera cierta la hipótesis sería
imposible el conocimiento universal y transcultural y, por ende, la ciencia (Rossi-
Landi, 1968).
Ya sistematizadas las críticas serias formuladas al whorfianismo de los cuaren-
ta, no me interesa aquí hacer el recorrido habitual por las posiciones favorables y
adversas a tal hipótesis: existen varias razones que vuelven estériles los intentos de
ese tipo.
Primero, a lo largo de los años se ha ido creando una tradición oral y escrita
alrededor de las afirmaciones de Franz Boas, Edward Sapir y Benjamin Whorf
relacionadas con este tema, que poco o nada tiene que ver con lo que tales autores
realmente dijeron (Hill y Mannheim, 1992) y mucho menos con el momento de
la historia de las ideas en que fueron formuladas y con los objetivos epistemológicos
que guiaron su producción teórica y su práctica de investigación y las de sus
discípulos. El tratamiento de las palabras del esquimal para el hielo (Whorf,
1940) en la bibliografía de los últimos cincuenta años, entre otros, es un ejemplo
claro de manipulación pseudocientífica, plagada de inexactitudes y peligrosa
para el conocimiento (Martin, 1986).
Segundo, las formulaciones “relativistas” de Boas, Sapir y Whorf nunca apare-
cen planteadas como hipótesis científicas, a la manera del pensamiento hipotéti-
co-deductivo occidental –familiar, por otro lado, a estudiosos como Whorf, for-
mados en las ciencias exactas–, sino como axiomas necesarios para el desarrollo
de la lingüística antropológica como disciplina. En ese sentido, Jane Hill y Bruce

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LA ETNOGRAFÍA DEL HABLA Y LA COMUNICACIÓN. UN RECORRIDO HISTÓRICO

Mannheim –en la reseña sobre el tema citada más arriba– definen su enunciación
como “un axioma, una parte de la epistemología y metodología inicial del lin-
güista antropólogo” (op. cit.: 383). Más adelante, los mismos autores agregan:
“Como otros supuestos de trabajo, tales como ‘la arbitrariedad del signo’ (el
relativismo lingüístico de Boas, Sapir y Whorf) sólo se puede juzgar sobre la base
de hasta qué punto conduce a preguntas productivas acerca del hablar y la acción
social; no por cánones de falsabilidad” (op. cit.: 386; cf. también Fishman op. cit.).
Asimismo, existe en el relativismo sapir-whorfiano un componente poético, una
implicatura del tipo “entienda esto que digo más allá de lo literal” (Bauman,
1977) que coexiste con el cientificismo, en un juego de voces que se puede leer
bajtinianamente. En ese sentido, Schultz (1990) propone una lectura de la obra
de Whorf “como un diálogo polifónico (y aun paradojal) entre las voces de la
ciencia positivista y la interpretación poética” (en Hill y Mannheim, op. cit.:
386). Tal componente poético se relaciona, sin duda, con la dimensión
transgresora del whorfianismo que define Fishman en su artículo de 1980 y que
reconoce Rossi-Landi en el ensayo arriba citado (1968).
Finalmente, la naturaleza misma del planteo es controversial, ya que pone en
tensión dos posiciones epistemológica e ideológicamente antagónicas. Por un
lado, la vertiente chauvinista de la concepción del relativismo lingüístico es muy
temprana en el desarrollo de la humanidad. Paul Friedrich, quien remonta sus
orígenes al Paleolítico Superior, afirma en el comienzo de su obra: “En un sentido
simple pero pertinente, el relativismo lingüístico y el chauvinismo lingüístico
íntimamente relacionado con aquel son formas de conciencia que han estado
desarrollándose gradualmente entre nosotros desde hace mucho tiempo”
(Friedrich, 1986: 1). Por otro, también ha permitido la gestación de la otra “cara”
del relativismo lingüístico, la del paradigma boasiano, basado en el salto del
concepto de “cultura” a “culturas”, la destrucción sistemática y obstinada de cual-
quier tipo de relación “natural” entre raza, lengua y cultura y la “antievolucionaria
insistencia” –en términos de Friedrich– en la irrevocable igualdad entre todas las
lenguas del mundo.26

26. “Todas las lenguas son iguales entre sí”, sabemos bien, no es una verdad tan obvia. Más
aún, resulta violada diariamente en todo el mundo. Ideologías lingüísticas de larga y fuerte
tradición respaldan significados sociales muy arraigados en torno a la superioridad de ciertas
lenguas sobre otras (el latín sobre las lenguas romances, el alemán o el inglés sobre el
español, o todas ellas sobre las lenguas americanas), o de ciertas variedades sobre otras de la
misma lengua (el español del Río de la Plata sobre otras variedades habladas en la Argenti-
na, por ejemplo). Se sigue oyendo hablar de las “lenguas de cultura”. Y muchos todavía
dudan de que una lengua americana o una africana tengan gramática o sean sólo un conjun-
to asistemático de “sonidos guturales y poco humanos”.

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LUCÍA A. GOLLUSCIO

Me interesa, entonces, recuperar esa otra vertiente del pensamiento inspiradora


de la línea teórica que se puede trazar desde Boas, Sapir y Whorf hasta antropólogos
contemporáneos como Hymes, Friedrich, Sherzer, Bauman, Darnell, Hill,
Silverstein, Briggs, entre otros, sociólogos como Joshua Fishman, lingüistas com-
prometidos con las lenguas amenazadas del mundo y miembros de esos pueblos en
peligro que hablan lenguas en peligro; en fin, todos aquellos que siguen pensando
y repensando, creando y recreando nuevas posibilidades y alcances más amplios
de las relaciones entre lengua, cultura, sociedad e individuo, no sólo en el domi-
nio teórico, sino en la práctica cotidiana. Y ése es el camino que intento recorrer
en este apartado.

8.2 Reexaminando las relaciones entre lenguaje, pensamiento y cultura

Tres son, entonces, los elementos clave en cuestión en las propuestas del
relativismo: el lenguaje, el pensamiento y la cultura. Como afirman John Gumperz
y Stephen Levinson en su recopilación de 1996 sobre este tema, las definiciones
de la relación entre esos tres elementos en nuestros días surgen en el marco de un
clima intelectual totalmente diferente del de los cuarenta, lo que hace que tales
aproximaciones tomen una dirección muy distinta. Está claro que “no tendría
sentido intentar revivir ideas sobre el relativismo lingüístico en su forma original”
(Gumperz y Levinson, 1996: 7). Para ellos, las orientaciones relacionadas con la
antropología y la lingüística antropológica tienden a una “posición intermedia
en la que se presta mayor atención a la diferencia lingüística y cultural, pero tal
diversidad es vista adentro del contexto de lo que se ha aprendido sobre los
universales, mientras los trabajos en psicología evolutiva, al mismo tiempo que
reconocen las bases universales subyacentes, enfatizan la importancia del contex-
to sociocultural del desarrollo humano (op. cit.: 3). Ambos autores definen
relativismo del modo siguiente: “La cultura, a través de la lengua, afecta el modo

En el caso de muchas de estas lenguas subordinadas –la gran mayoría ágrafas, con lo que al
prejuicio étnico se une el de la superioridad de la escritura– la situación es más grave. No sólo
muchos de los miembros de la sociedad hegemónica naturalizan el prejuicio de que “eso que
hablan los indígenas” no es una lengua, sino que, en un notable ejemplo de internalización
de la ideología del dominador, esta falacia es muchas veces asumida por los propios hablantes
miembros de esas minorías que pueden llamar a su lengua “dialecto”, o se asombran de que
se pueda escribir una gramática o un diccionario sobre ella.
La recomendación de considerar el estudio de los significados sociales (actitudes y valores) en
juego en las situaciones comunicativas se encuadra, justamente, en la necesidad de desarticular
el prejuicio y las ideologías lingüísticas naturalizadas en un grupo social.

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LA ETNOGRAFÍA DEL HABLA Y LA COMUNICACIÓN. UN RECORRIDO HISTÓRICO

en que pensamos, muy especialmente, quizá, nuestra clasificación del mundo


experimentado” (op. cit.: 1).
Por su parte, John Lucy, quien ha dedicado un importante volumen de su
investigación de los últimos años a este tema (Lucy, 1992a, 1992b, 1996 y
1997), recupera la relevancia particular que tuvo la dimensión cognitiva en el
desarrollo de las propuestas del relativismo, como se puede advertir en la si-
guiente afirmación: “La hipótesis del relativismo lingüístico, esto es, la pro-
puesta de que la lengua particular que hablamos influye en el modo en el cual
pensamos sobre la realidad, forma parte de la cuestión más amplia de cómo el
lenguaje influye sobre el pensamiento” (Lucy, 1997: 291). En esa línea,
sistematiza y examina críticamente los intentos que se han realizado histórica-
mente en torno a esta cuestión, propone incrementar la investigación empírica
que ponga a prueba, sistemática y científicamente, los alcances de dicha hipó-
tesis y enumera varias características que debe tener tal investigación para que
sea válida. En este sentido, sugiere estudios comparativos, centrados en una
variable lingüística significativa (una categoría gramatical central, más que un
conjunto menor del vocabulario) y, preferentemente, referencial. Asimismo, es
necesario evaluar la competencia cognitiva de los hablantes individuales en
distintos contextos.
Frente a esta postura de reconocimiento de las propuestas de relativismo como
pasibles de ser demostradas, otros autores –como ya anticipé más arriba– cuestio-
nan su status de “hipótesis científica”, definiéndola, en cambio, como un axioma
sapiriano, “un término acuñado por Sapir para la epistemología transcultural de
la tradicion boasiana” (Hill y Mannheim, 1992: 383).

8.3 Redefinición del locus de la relación entre lenguaje y cultura

La definición del locus de las diferencias entre las culturas y el consiguiente


desplazamiento de lo que podríamos llamar el “foco del relativismo” están ínti-
mamente asociados con la redefinición del objeto de estudio y el alcance de la
descripción lingüística a lo largo del siglo XX. Así, hasta los años sesenta, en el
marco de una lingüística de la oración centrada en el código de la lengua, Sapir,
Whorf y otros lingüistas antropólogos buscaron la manifestación de la relación
entre lenguaje y cultura en las categorías gramaticales y léxicas. Fue en los campos
semánticos del color, el parentesco, los fenómenos naturales, y en las categorías de
tiempo o aspecto, por ejemplo, donde los etnolingüistas de esta primera mitad de
nuestro siglo trataron de definir esa relación (Koerner, op. cit.).
Ahora bien, tal interpretación, basada en relaciones unidireccionales, en-
tre gramática y pensamiento, e isomórficas y automáticas, entre lengua y cul-
tura, ha llegado a “un punto muerto” (Sherzer, 1982: 306). Aun las posturas

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LUCÍA A. GOLLUSCIO

contemporáneas que centran la investigación empírica sobre el relativismo


en categorías gramaticales, como es el caso de John Lucy sintetizado más arri-
ba, cuestionan la unidireccionalidad y proponen estudios comparativos y
nunca mecanicistas.
En cuanto a la etnografía del habla, desde sus comienzos programáticos ha
reorientado la discusión proponiendo una reformulación del locus de la relación
entre la lengua y la cultura, de la lengua como sistema al habla, esto es, del codigo al
uso, en consonancia, como anticipé más arriba, con el desarrollo acaecido en la
teoría lingüística y antropológica durante el mismo período (cf. cuadro p. 20).
Consideraré a continuación algunos hitos contemporáneos relevantes en ese des-
plazamiento teórico que ha dado origen, sin duda, a desplazamientos
metodológicos (cf. fig. 1).

8.3.1 Del código al habla


El trabajo de Dell Hymes titulado “Two types of linguistic relativism”, pu-
blicado por William Bright en Sociolinguistics (1966), plantea un viraje teórico
cualitativo ubicando el foco del relativismo ya no en la estructura (à la Whorf),
sino en el uso de la lengua. Este segundo tipo de abordaje “llama la atención
sobre las diferencias en pauta cultural, y su importancia para la experiencia y la
conducta lingüísticas” (Hymes, 1966: 114).
En el artículo mencionado, Hymes se centra en algunas cuestiones teóricas
de fundamental trascendencia y las aborda en los niveles intracultural y
transcultural. Con ese fin, coteja los cambios teóricos producidos durante el
siglo XX (antes y después de los sesenta), en torno a determinados ejes teóricos
y su concepción definida en el marco de un solo sistema, o a través de sistemas
culturales diferentes. Los ejes que tiene en cuenta son: a) estructura vs. uso de la
lengua; b) diversidad (variación) vs. uniformidad (no variación). En última
instancia, le interesa analizar la dirección de la dependencia entre la lengua y la
cultura. Así, según el citado autor: “En el pasado reciente, la lingüística y la
antropología norteamericanas parecen haber enfatizado la no variación de es-
tructura en el análisis de una sola lengua y la variación de estructura entre
lenguas” (y es en este último punto donde se había definido en ese período el
foco del relativismo).
Sin embargo, Hymes afirma que a partir de los sesenta se produce un cambio
“en la pauta de énfasis”, que se centra en el reconocimiento de la variación en
el nivel intralingüístico (cf. los aportes de la sociolingüística, en ese sentido) y
la no variación entre lenguas (cf. la búsqueda de universales del lenguaje). Su
contribución especial en este artículo será, entonces, colocar “el énfasis en la
variación de función entre las lenguas” (Hymes, op. cit.: 115), y afirmar que esta
variación de los usos de la lengua forma un sistema y que, por lo tanto, se puede

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LA ETNOGRAFÍA DEL HABLA Y LA COMUNICACIÓN. UN RECORRIDO HISTÓRICO

estudiar.27 De este modo, se produce un desplazamiento del locus de las diferen-


cias entre las culturas, del sistema lingüístico (el código) al habla.28
La propuesta de Hymes resulta doblemente revolucionaria. Por un lado, afec-
ta los desarrollos de la lingüística antropológica que se entroncaban con el pensa-
miento de Sapir, en tanto pone en cuestión la uniformidad de funciones entre las
lenguas (afirmación políticamente necesaria en el momento de producción de
Sapir, por otra parte, ya que Sapir estaba encabezando otra lucha, la de gestar un
status de lengua igualitario para las lenguas americanas u otras no indoeuropeas).
Por otro lado, sus afirmaciones también desafían el modelo estándar de Chomsky,29
modificando los alcances de la descripción lingüística.

8.4 Del habla al discurso

Este salto imaginado por Dell Hymes respecto de la consideración de la rela-


ción entre lenguaje y cultura continúa su elaboración teórica en la producción de
Joel Sherzer, quien afirma, años más tarde: “La preocupación no es acerca de la
relación entre la gramática –concebida en un sentido estrecho– y el pensamiento,
como una interpretación limitada y quizá enteramente acabada de la hipótesis de
Sapir-Whorf lo hubiera sido, sino acerca de la organización poética y retórica del
discurso como una expresión y realización de la intersección íntima entre lengua
y cultura” (Sherzer, 1982).
La obra de Paul Friedrich resulta sugerente en esa línea (Friedrich, 1979,
1986). Para este antropólogo, lingüista y poeta: “El lenguaje poético es, en suma,
el lugar de las diferencias más interesantes entre las lenguas, y donde debe estar el
foco del estudio de tales diferencias” (Friedrich, 1986: 17).
Sin embargo, coincido con Mannheim y Hill (op. cit.) en que dos puntos funda-
mentales –entroncados directamente con las distintas teorías filosóficas que susten-
tan cada una de las corrientes representadas por estos autores– las separan. Por un
lado, mientras la concepción del lenguaje poético de Friedrich se relaciona con el
caos creativo del romanticismo, Hymes y Sherzer asumen la concepción jakobsoniana
de lo poético, basada en la estructura. Por otro, y en estrecha asociación con el

27. Esa “organización de la diversidad” del habla se planteará, así, como un objetivo de la
lingüística (Hymes, 1974), en un marco teórico que afirma que las reglas, pautas, fines y conse-
cuencias del uso de la lengua en una comunidad de habla determinada, como también la forma
determinada que toma el sistema gramatical, son manifestaciones específicas de una cultura.
28. Sobre la posibilidad de que sean las categorías gramaticales más ligadas a lo pragmático las
que reflejen más de cerca una cultura, cf. la obra de Anna Wierszbicka.
29. Aspectos de la teoría del lenguaje había sido publicado en 1965.

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LUCÍA A. GOLLUSCIO

punto anterior, para el primero, la imaginación creativa de “un individuo único


(...) es una realidad central, quizá la realidad central, de la lengua y de su realiza-
ción en el habla” (Friedrich, op. cit: 16).

8.5 La expresión organiza la experiencia: Voloshinov

Es interesante comparar las posiciones anteriores con la de V. Voloshinov,


quien, desde una tradición académica muy diferente, también creía que “la len-
gua y las percepciones de la experiencia de los hablantes están entretejidas”
(Bonvillain, 1993). En ese sentido, el citado teórico ruso ya en 1929 afirmaba:
“No existe la experiencia fuera de su corporización en signos (...) No es la expe-
riencia la que organiza la expresión, sino lo contrario –la expresión organiza la
experiencia–. Las expresiones son lo que dan a la experiencia su forma y especifi-
cidad de dirección” (Voloshinov, 1991 [1929]).

8.6 Lenguaje, cultura y las lenguas en peligro

En 1993, el lingüista Anthony Woodbury presentó en el Primer Simposio Anual


sobre el Lenguaje en la Sociedad (SALSA) realizado en Austin, una ponencia con un
título sumamente sugerente: “Una defensa de la proposición, ‘Cuando una lengua
muere, muere una cultura’” (Woodbury, en este volumen). En la primera parte del
trabajo, realiza un cuidadoso recorrido crítico de las afirmaciones ya tradicionales
que vinculan la pérdida de la lengua con la pérdida de la cultura y expone los
desafíos a tales asertos desde la sociolingüística y la antropología lingüística. En la
segunda parte, presenta el sistema demostrativo del yupik –lengua esquimal– y su
uso en un mito en prosa. Este análisis demuestra “cómo un sistema lingüístico de uso
cotidiano, y las conceptualizaciones que recibe en su contexto comunitario alta-
mente focalizado pueden ser la clave de un constructo expresivo complejo”
(Woodbury, en este volumen). El reconocimiento de su particular riqueza en el uso
discursivo y la observación empírica del empobrecimiento de dicho sistema en la
traducción al inglés le permite afirmar que es en tales casos en los que la pérdida de
la lengua y su reemplazo por otra acarreará, sin duda, una pérdida cultural. Puede ser
que, en las primeras generaciones, los hablantes de la lengua de reemplazo recuerden
la lengua de sus mayores e intenten encontrar los modos para reproducir la riqueza de
ese sistema en la otra lengua, pero, en las próximas, cuando ya no queden en el oído
las palabras de los mayores, ya no habrá cómo recordarlo y se perderá. En ese marco,
Woodbury reelabora la primera versión de la proposición sobre la relación entre
lengua y cultura en los siguientes términos: “La transmisión interrumpida de una
herencia gramatical y lexical integrada indica el final directo de algunas tradiciones
culturales y es parte del desenlace, reestructuración y reevaluación de otros”.

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LA ETNOGRAFÍA DEL HABLA Y LA COMUNICACIÓN. UN RECORRIDO HISTÓRICO

8.7 La diversidad lingüística y cultural como patrimonio humano universal

Me gustaría, entonces, concluir esta introducción retomando a los fundado-


res, para poner el acento en la vertiente antihybris y contrahegemónica del
pensamiento que orienta el nacimiento y desarrollo de la lingüística
antropológica y la etnografía del habla. En ese sentido, por un lado, coincido
con Joshua Fishman en la trascendencia “iconoclasta”, para la historia del pen-
samiento, del pensamiento de Whorf. Fishman afirma que, a partir de la
desnaturalización boasiana de la relación causa-efecto entre raza, cultura y len-
gua, Benjamin L. Whorf sacó a la luz “una restricción o límite poderoso y rela-
tivamente oculto que controla la conducta de los diferentes pueblos humanos:
la estructura de las lenguas que hablan” (Fishman, 1980). Por otro, después de la
obra de Boas-Sapir-Whorf, ya no se puede sostener científicamente la superio-
ridad de unas lenguas sobre otras (afirmación que implicó siempre, sin duda, la
creencia en la superioridad de unos pueblos o unas culturas sobre otros). Final-
mente, también acuerdo con Fishman en que, para el desarrollo de la lingüística
como una ciencia humanística, no es tan importante medir la exactitud cientí-
fica de lo que él llama el “whorfianismo1” –el relativismo– y el “whorfianismo2”
–el determinismo, por otra parte, imposible ya de sostener–, sino reconocer ese
otro whorfianismo, el “del tercer tipo”, comprometido con la valoración de los
“pueblos pequeños” y las “lenguas pequeñas”. En síntesis, aquel Whorf oculto
“tras los embates de las modas” que se erige como “un campeón del reconoci-
miento y la valoración de la diversidad lingüística y cultural como parte del
patrimonio humano universal” (Fishman, 1982: 25-40).

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