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El deporte como forma estética

Jenny Acosta

La relación entre actividad deportista y estética ha ido cambiando a lo largo del tiempo. En
la Antigua Grecia, por ejemplo, parecía evidente que el deporte implicaba una
manifestación estética, una forma en la que era posible apreciar formas bellas que dejaran
en el observador la satisfacción de contemplar algo placentero.
Para corroborar esta consideración, baste con mencionar algunas esculturas que evocan la
belleza del deporte: el Discóbolo de Mirón (que retrata el momento en el que el atleta se
prepara para lanzar el disco), Púgil en reposo (en la que se aprecia a un luchador
descansando después de un combate, con los guantes puestos y la cabeza herida por la
competición), incluso en las esculturas que no tienen una escena deportiva como su tema
principal, puede notarse la unión entre estética y deporte, pues todas muestran la belleza
del cuerpo humano cuando es trabajado con la disciplina y constancia del deporte. Esta
unión también se observa en los trazos de las vasijas griegas: carreras de caballos, luchas,
atletas corriendo o lanzando el disco y la lanza.
Podemos ir más allá de lo que muestra el arte griego y apelar a la filosofía platónica o
socrática, en las que constantemente se apela al cuidado y embellecimiento (no en el
sentido de la vanidad) del cuerpo humano, pues este es el lugar en el que nuestra alma
mora, además de las consecuencias negativas que el descuido del cuerpo trae para la
salud física y espiritual.
Sin embargo, estas consideraciones ya no son tan comunes en nuestros días, en primer
lugar, porque el deporte se ha convertido —como casi todo bajo el capitalismo— en un
negocio sólo disponible para aquellos que lo puedan pagar; en segundo lugar, porque la
vanidad desproporcionada es una de las motivaciones más comunes para que alguien se
preocupe por su cuidado físico; por último, porque se nos ha enseñado a disfrutar el
deporte de una forma muy específica: como espectadores de un espectáculo que apela
casi exclusivamente al consumo y al entretenimiento momentáneo del observador, en
lugar de que se comience a disfrutar el espectáculo deportivo como una forma de educar
y elevar al individuo y al colectivo.
Bajo ese contexto, surgen voces disidentes que se niegan a seguir la corriente del deporte-
mercancía, y buscan que las actividades deportivas se consideren en toda su extensión:
como formadoras de disciplina y constancia, como formas bellas de apreciar el cuerpo
humano más allá de la vanidad promovida por el capitalismo, como un modo de fomentar
el trabajo en equipo y la cooperación de los individuos para alcanzar un fin común. Una de
estas voces, es la del Movimiento Antorchista, que desde hace dos décadas organiza cada
dos años una justa deportiva de entrada libre, a la que ha nombrado Espartaqueada, en
honor a Espartaco, el esclavo romano que buscó la igualdad entre los hombres.
En estas Espartaqueadas, se promueve el trabajo conjunto, la valorización estética del
deporte a través de encuentros del más alto nivel que son protagonizados por niños,
jóvenes y adultos, de algunas de las colonias más pobres del país, negando con esto que el
deporte deba ser exclusivo de las élites. Además, los asistentes a este evento se van con
una visión distinta del deporte, y no podría ser de otra manera, pues pueden apreciar la
belleza del cuerpo humano bajo distintos enfoques: voleibol, natación, basquetbol, futbol,
atletismo, ciclismo, entre otros. Con esta clase de eventos, el Movimiento Antorchista
busca que la valoración del deporte como muestra estética y forjadora de seres nuevos
sea cada vez más vigente en contraposición a su mercantilización.

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