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IDENTIDAD LATINOAMERICANA

Juan Rodes
Mayo de 2012

El pensamiento evoluciona a partir de una herencia que se inicia antes del nacimiento, se nutre de cuanto
aceptamos como verdadero y cambia con las nuevas creencias resultantes del trato con los demás, del
confrontamiento con situaciones ambientales y del resultado de nuestras reflexiones. Como resultado, el
conocimiento es relevo de ideas, creencias aceptadas que, con el paso del tiempo, son corregidas, ratificadas o
rechazadas. El conocimiento parte de algo para luego evolucionar, pero en sus procesos no actúa solo el
individuo, sino que también interviene el grupo social que comunica la identidad cultural. El individuo puede
compartir, rechazar y hasta reformar la cultura, pero nunca apartarla. La cultura forma parte del individuo como
su propia piel, constituye su identidad cultural. La cultura es parte de él y está sujeta a los mismos procesos de
conocimiento, solo que los realiza con la lentitud que requiere asimilar los procesos individuales.

El sentido de identidad lo confiere la cultura del grupo social al que pertenece el individuo. La cultura
también es fuente que satisface el instinto social del individuo. Ella consta de verdades acordadas por el grupo
social, es resultado de vivencias presentes y pasadas que se comunican a través de diálogos, escritos y legados.
Es la participación en el lenguaje que trasciende formas para convertirse en música, arte, teatro, literatura, cine,
historia, religión, leyendas. Es la convivencia en aceptación y rechazo de credos, donde muchas veces no está
exenta la violencia. Para los antropólogos, “cultura es la suma de creencias, conocimientos, lenguajes,
costumbres, atuendos, usos, sistemas de parentesco y, en resumen, todo aquello que un pueblo dice, hace, teme
o adora”. Las culturas son la esencia de la civilización y constituyen la identidad de las diversas poblaciones
que habitan la Tierra.

Las culturas, aun habitando regiones naturales idénticas, no son iguales. Su diferencia la establece el modo
en que sus individuos resuelven los obstáculos que el ambiente exterior interpone. Los problemas para el
desarrollo social y las formas de solucionarlos son la base para comparar las culturas. Para poder apreciar y
comprender nuestra propia cultura, es necesario el contacto respetuoso con culturas diferentes. En las demás
culturas podemos encontrar el espejo que nos devuelve nuestra propia imagen cultural. Cada cultura es
comparable con una arboleda que ha echado raíces en un mismo suelo y que ofrece su variedad y semejanza de
árboles, de ramas y de frutos. Las migraciones son nuevos árboles y semillas trasplantados de otros suelos, y
cuya exuberancia a veces ahoga la expresión de las especies originarias.

Las culturas de los pueblos que habitaron durante muchos siglos lo que es hoy la América Latina,
sufrieron un choque violento a partir de la conquista española. Fueron asfixiadas, doblegadas y casi
físicamente destruidas. Sus habitantes pasaron de ser entre 20 y 40 millones, a ser sólo de 4 millones, unos
pocos años después. No porque los españoles quisieran matarlos, ya que los necesitaban para trabajar, sino por
el tifo y la viruela que les contagiaron, enfermedades para las cuales los nativos no habían creado anticuerpos.

En el inicio conocido de la historia de nuestra especie, encontramos cinco civilizaciones, las de Mesopotamia,


India, China, Mesoamérica y los Andes Centrales. Nuestra cultura latinoamericana se inició con las
civilizaciones mesoamericana y andina. Según la teoría más aceptada, los primitivos pobladores fueron
cazadores y recolectores que pasaron a América procedentes de Siberia, por el Estrecho de Bering, durante la
última glaciación, en una época transcurrida de 70 a 100 mil años atrás. Lo más antiguo que conocemos de estas
civilizaciones, ha sido descubierto en Caral, Perú, 3 mil años antes de nuestra era. Es posible que vikingos
noruegos hayan llegado antes que los españoles, en el siglo XI, y se hayan establecido como las primeras
colonias europeas en América, pero su breve permanencia no dejó notoria influencia en las culturas indígenas.

En cuanto a los pueblos indígenas, a la llegada de los españoles, eran muy diferentes entre sí, por su
fisonomía, color, lengua, religión y costumbres. Carecían de cereales para pan y de bestias domésticas. No
conocían la rueda y su escritura la constituían jeroglíficos. Los Aztecas, Mayas e Incas, estaban más
desarrollados, en lo que se considera la Edad de los Metales. Tenían su arquitectura y una organización política
y social semejante a la existente en la cuenca del Mediterráneo, 2.500 años antes de nuestra era. Fueron
agrupaciones de pueblos regidos por un orden militar y religioso.

Las tribus menos avanzadas vivían todavía en la Edad de Piedra. Eran agrupaciones diseminadas por todo el
territorio americano, de muy variadas costumbres, generalmente, con guerreros feroces e indomables. Sus armas
eran arcos, flechas y macanas. Algunos utilizaban también lanzas y boleadoras con ramales o sogas. Había
tribus que ponían veneno en sus flechas. El vestuario y la vivienda correspondían a las características del clima
y su ubicación. Había tribus que andaban desnudas, otras se cubrían con cueros de animales; algunas carecían
de vivienda, otras construían sus habitaciones utilizando ramas, hojas, troncos, cueros, barro y paja; otras más
habitaban cuevas y se alimentaban de la caza, la pesca, frutos y raíces. Las tribus de las zonas templadas
permanecían por tiempos en un mismo lugar, cerca de donde cultivaban maíz, papa, frijol, y otros vegetales.

Cristóbal Colón llegó sin proponérselo a nuestra América con su flotilla de tres carabelas. Venía en
representación de los reyes católicos de Castilla y Aragón, en busca de Catay y de Cipango, hoy China y Japón,
en el territorio que ellos denominaban Las Indias. En aquella época se sabía ya que el mundo era redondo.
Antes de decidir la partida, la reina Isabel La Católica reunió algunos sabios para consultarles. Ellos estuvieron
de acuerdo en considerar que era imposible que la expedición llegara hasta Las Indias, en lo que estuvieron
acertados; sin embargo, ante la reina, fue más convincente la insistencia de Colón que la sabiduría de los
consultados y así el terco descubridor, buscando Las Indias se encontró con nuestra América.

La expedición no era de conquista. Entre los papeles traídos por Colón estaban la geografía de Ptolomeo, cartas
de navegación, documentos de presentación de los Reyes Católicos al Gran Kan y el libro de los viajes de
Marco Polo, el veneciano. Este libro estaba lleno de fantasiosas descripciones del grandioso imperio de Las
Indias, con hermosas tierras cultivadas, carrozas, caballos y acogedoras posadas para los viajeros a lo largo de
todos los caminos. Así que la decepción de Colón y su comitiva debe haber sido grande, y la nueva
realidad cambió el objetivo diplomático de la expedición.

La conquista y posterior colonización tuvo el pretexto de la evangelización, pero cada conquistador y colono lo
que deseaba era regresar rico a su patria. Los españoles se impusieron a los indígenas con las ventajas de las
armas de fuego, las armaduras y las cabalgaduras. Los conquistadores eliminaron los sistemas locales de
gobierno, impusieron administraciones sujetas a la corona de España, condenaron a los nativos a trabajos
forzados en las minas, en construcciones y en labores de cultivo. La población indígena fue agotada y acabó
siendo diezmada por las enfermedades. La población indígena restante no era suficiente para completar el
despojo de las tierras conquistadas y los conquistadores se proveyeron de esclavos comprados a los negreros
portugueses, quienes incrementaron sus ganancias con millones de habitantes africanos arrancados
violentamente de sus aldeas, en un tráfico inhumano que se amplió por toda América, durante cuatro siglos.

Después de la conquista, la llamada de la naturaleza a la abundancia y la procreación hizo que los españoles
empezaran a cruzar su sangre con aborígenes, surgiendo nuestro mestizaje, el cual se acentuó con la sangre
negra llegada de África y con los nuevos colonos que llegaban constantemente de España. Así echó raíces la
nueva descendencia en el suelo latinoamericano.

Los siglos XVII y XVIII de la colonia consolidaron nuestra cultura con el pensamiento católico, sus creencias
en verdades reveladas por Dios, en la verdad absoluta, en la infalibilidad del papa, en la dualidad de cuerpo y
alma, en la vida eterna, en el temor al castigo y otras creencias solo basadas en la fe religiosa que sumieron
nuestra cultura en un oscurantismo semejante al europeo en la edad media y del cual ya la cultura Europa
estaba emergiendo.

El control del clero y de las autoridades, agregado a la distancia de otras culturas más avanzadas y a la casi
ausencia de medios de comunicación, causó que América Latina se mantuviera apartada de las nuevas ideas que
surgían en otros continentes. Sin embargo; en la soledad de nuestro exilio cultural se filtraban algunas
novedades como los derechos del hombre publicados en Francia, e introducidas subrepticiamente por rebeldes
mestizos cuyo dinero les permitía el privilegio de viajar, y que conspiraban, ante todo, por resentimiento con los
españoles que los despreciaban y les dificultaban la participación en la administración pública. Fue así como
pudieron aprovechar la ausencia de un rey “legítimo” en España, para declarar la independencia, organizar
campañas libertadoras, improvisar ejércitos y, culminar con éxito, después de algunas batallas, la liberación del
yugo español. No del yugo cultural de la religión, del cual todavía no logramos liberarnos, ni del yugo
despótico, porque la independencia fue el cambio del gobierno monárquico de los “chapetones” por las
dictaduras criollas oligárquicas, de las cuales apenas podemos decir, con cierto optimismo, que acabamos de
salir.

Nuestra herencia de sangre mestiza se ha fecundado con migraciones de todos los continentes. Nuestro
pensamiento dependiente, bloqueado de mitos y creencias fundadas en el temor, empieza a abrirse a todas las
culturas. La misma ausencia de autonomía cultural nos puede permitir considerar tan propio o ajeno a Buda
como a Jesús; a Shakespeare como a Cervantes; a Voltaire, Dostoievski y Nietzsche, como a Rubén Darío,
Octavio Paz, Borges y Neruda.

La superioridad de las armas de los conquistadores se impuso sobre la libertad, la religión y la cultura
indígena tradicional. Cinco siglos transcurridos de mestizaje sin una cultura propia no son suficientes para que
nos independicemos de la tradición cultural europea, de la cual todavía seguimos recibiendo influencias, y está
bien que así sea. Quienes no tenemos la inflexibilidad de una sola savia, tenemos más posibilidades de crecer
nutridos por la savia universal.

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