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Reino de Jaén
Manuel Fernández Espinosa
En este sen do obran muchas razones históricas que nos aclararían que el Santo
Reino de Jaén es, según los ocul stas, un territorio sagrado y mágico. Jorge Luis
Borges, en "La cámara de las estatuas", relato incluido en su "Historia Universal de
la Infamia", nos evoca uno de los mil cuentos nocturnos de Serezade. Dicho cueno
nos habla del mágico lugar donde, además de encontrarse los codiciados tesoros
de Salomón, se hallaba un conjunto estatuario que revelaba simbólicamente el
catastrófico des no del úl mo rey de los Godos, Don Rodrigo. Entre las ciudades
candidatas para ser depositarias de tesoro tan preciado figuraban -según
Serezade y su exégeta Jorge Luis Borges- Leb t, Ceuta y Jaén.
Los tradicionistas ibéricos cris anos que tocan el tema (las crónicas medievales,
Pedro del Corral -siglo XV-, o mi antepasado Pedro de Escabias en su "Repertorio
de Príncipes de España", también del siglo XV) sitúan, sin género de dudas, esa
cámara de las estatuas en la toledana Cueva de Hércules, lugar iniciá co por
excelencia. ¿Pero qué hacían esos tesoros salomónicos en Toledo?
Como podemos comprobar, con solo un vistazo, la provincia de Jaén cuenta con
muchas credenciales como para ser provincia mágica de primer rango. Entre
muchas más razones podemos destacar las recurrentes visitas de D. Enrique de
Villena (1386-1434) que fue nigromante, alquimista y Maestre de la Orden de
Calatrava, y cuya asombrosa vida y obra mereceren un capítulo aparte.
Apuntadas algunas de las bases mí cas e históricas por las cuales la provincia se
hace acreedora del tulo de Santo Reino, que repe mos, según la tradición
ocul sta equivale a la Magia, quiero ahora ocuparme, siquiera escuetamente, de
ofrecer algunas no cias sobre la brujería autóctona de Jaén en el período de la
historia moderna (siglos XVI-XVII).
Siglo XVII. Su nombre es Isabel de Moya y vive con su hermana Francisca de Vera.
Eran naturales del lugar de Jamilena (un pueblecito perteneciente a la
encomienda calatrava de Martos, actualmente es el municipio de menor
territorialidad de toda España). Pero ambas hermanas residieron en la capital de
Jaén, en donde hemos de suponer que Ana de Ortega, una vecina de Jaén, les
había enseñado ciertas artes mán cas y hechiceriles.
En el año 1572, viviendo todavía en Jaén, Isabel de Moya se escapa del cas go del
brazo secular, después de incoársele un proceso por hechicería. Los cargos por
hechicería los comparte con sus vecinas Benita de Vilches y Ana Gu érrez. No
obstante, aunque quedó comprobado que las tres realizaron "ciertos hechizos" no
habían invocado para ello a los demonios. Este par cular se hace anotar, siempre
según lo que nos transmite Coronas Tejada, en la visita del inquisidor Antonio
Matos de Noroña.
Esto cons tuía de suyo, tal y como cons tuye hoy en día, una prác ca ilícita según
la doctrina de la Iglesia Católica. Aunque nos pueda parecer que no pasaba de ser
una superchería, una niñería propia de personas incultas, en el fondo, de lo que
se trataba era de adivinar -y, por lo tanto, se explicitaba la voluntad de poder.
(Para conocer de primera mano, sin recurrir a los tópicos más usuales, la doctrina
católica sobre la magia y la adivinación, el lector puede consultar el Catecismo de
la Iglesia Católica, en su parágrafo 2116.)
Pero el "inofensivo juego" de Isabel de Moya tenía una parte más escabrosa. Para
que el método adivinatorio de las habas fuese efec vo, parece ser que, según los
documentos del auto inquisitorial, previamente había que ir a Misa a la hora de
elevar la Hos a Consagrada, y ante la Presencia Eucarís ca renegar, y no sólo en
el fuero interno sino en un murmullo, del Cuerpo de Cristo diciendo: "No creo en
vos, creo en las habillas" (sic). Isabel de Moya aseveraba que podía conocer los
sen mientos amorosos de sus cliéntulos, así como que con sus conjuros podía
atraer hombres a su voluntad y perjudicar a otras personas con sus maleficios.
Para su mayor desgracia, a la acusación por hechicera tampoco la venía a ayudar
mucho la vida licenciosa que llevaba, pues siendo viuda era notorio entre sus
vecinos que se hallaba amancebada con un individuo. Pero otra vez, la bruja se
escapó de milagro, pues volvió a negar que ella invocara a los demonios para
prac car sus hechicerías.
La no cia que nos transmite el proceso inquisitorial sobre el arte mán ca que
prac caba la susodicha Isabel de Moya es interesante desde el punto de vista del
antropólogo y, qué duda cabe, también cons tuye un mo vo de reflexión para el
estudioso del esoterismo y el ocul smo.
Isabel de Moya tal vez ignorase todas estas precisiones y predecentes esotéricos
eruditos, pero estaba prac cando un arte adivinatorio tan an guo como los
orígenes de la filoso a europea.
Las an guas brujas del Santo Reino de Jaén que conocemos gracias a lo que se
nos ha conservado sobre los procesos de la Inquisición, no parecen que tributaran
una par cular adoración a Satanás, aunque lo invocaban junto a Barrabás en
impía y blasfema promiscuidad con la invocación de la Virgen María en su
advocación de Nuestra Señora de Belén, así como con la invocación de algunos
otros santos como Santa Bárbara. De todas formas, lo que destaca de las brujas
de Jaén es su dedicación hechiceril a la resolución de conflictos amatorios.
Pero también se las acusaba, a las brujas, de prac car rituales eró cos
heterodoxos y, a veces, aberrantes en lo que se llamaba "aquelarre". ¿Qué
relación puede tener la magia con el sexo? Aun a riesgo de vulgarizar cues ones
que sólo pueden ser comprendidas después de mucho estudio e incluso prác ca
(que no recomendamos por su intrínseca peligrosidad), podemos aludir a las
confesiones de un ocul sta de la talla del alemán Arnold Krumm-Heller
(1876-1946) que sobre el par cular declaró en una de sus conferencias: "...que
para mí en la vocalización, en el uso de los mantras y la oración, mediante el
despertar de las secreciones sexuales, reside el único camino de llegar a la meta y
todo lo demás, que no sea por aquí, es perder las mosamente el empo". Lo que
Arnold Krumm-Heller describía eran las fases de una operación mágica prac cada
en algunos círculos ocul stas: en primer lugar, la vocalización (evocación lo más
perfecta posible de las fuerzas ocultas) que simultáneamente ha de correr pareja
a la profunda meditación (oración), y todo ello a la vez que se es mulan las
"secreciones sexuales".
A lo largo de la historia, una de las intenciones que han movido a los magos y
magas de todas las épocas ha sido, precisamente, la de forzar de manera ilícita el
amor, en cuyos feudos radican los fueros de la libertad personal. Se trata de un
delito que no podemos calificar de otro modo que satánico. Y es que, en correcta
lógica y buena moral, nadie debe violar el fuero interno de la persona. Sin
embargo, los brujos y brujas no sólo tratarán de averiguar si el amor que
demanda su eventual clientela es correspondido o no (por artes adivinatorias),
también tratarán de "forzarlo" mediante el hechizo que a veces es llamado
"ligamento". Cornelio Agrippa de Ne esheim nos ofrece algunas pistas en su
"Filoso a Oculta".
La hechicera más famosa de todo el reino de Jaén en el siglo XVII no fue, ni mucho
menos, la pobre echadora de habas que ha merecido nuestro interés más arriba.
La más célebre fue, según el criterio del estudioso Coronas Tejada, Ana de Jódar,
vecina de Villanueva del Arzobispo que no dudamos que fuese una experta en
"aliños".
Parece ser que las malas artes de encantamiento no funcionaron con uno de los
hombres que la ardorosa cliente requería de amores. La bruja alegó que el
hombre que se le escapaba al influjo de sus métodos de brujería era sacerdote.
Las artes mágicas parecían no tener potestad sobre las órdenes sagradas que
había recibido el sacerdote. La historia de San Cipriano se volvía a repe r: la Cruz
de Cristo era invulnerable a las asechanzas mágicas.
Por esos empos en que ejercían el oficio brujeril en el reino de Jaén las más
arriba mencionadas, encontramos el proceso de una mujer de Alcalá la Real. Su
nombre es María Montes, que a la sazón, cuando es incoado proceso contra ella,
contaba con más de cien años de edad. Esta longeva bruja, nos resis mos a
pensar que hiciera pacto con el diablo para llegar a tan venerable edad, fue
condenada al des erro por cuatro años. La Inquisición, haciendo alarde de mucho
sen do común y humanidad, la eximió de los azotes por la sencilla razón que
podemos suponer: a esa edad no hubiera resis do un cas go tan duro.
La historia (los trabajos de D. Julio Caro Baroja, por ejemplo) demuestra que los
inquisidores españoles eran hombres formados que no carecían de cierto
escep cismo e incredulidad sobre los supuestos pactos diabólicos de las brujas,
cosa que los prevenía ante muchos casos que no pasaban de ser mera histeria
colec va o patologías psiquiátricas de sus convictos. Mientras tanto, la historia
muestra que los inquisidores protestantes eran mucho más crédulos y faná cos, y
tanto más bárbaros que sus homólogos españoles.