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Criticón 

101 | 2007
Mateo Alemán y Miguel de Cervantes

Los «episodios» del Guzmán de Alfarache y del Quijote


Anthony Close

Edición electrónica
URL: http://journals.openedition.org/criticon/9761
DOI: 10.4000/criticon.9761
ISSN: 2272-9852

Editor
Presses universitaires du Midi

Edición impresa
Fecha de publicación: 20 diciembre 2007
Paginación: 109-125
ISBN: 978-2-85816-958-0
ISSN: 0247-381X
 

Referencia electrónica
Anthony Close, « Los «episodios» del Guzmán de Alfarache y del Quijote », Criticón [En línea], 101 | 2007,
Publicado el 10 enero 2020, consultado el 30 marzo 2020. URL : http://journals.openedition.org/
criticon/9761  ; DOI : https://doi.org/10.4000/criticon.9761

Criticòn está distribuido bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0
Internacional.
CRITICÓN, 101, 2007, pp. 109-125.

Los «episodios»
del Guzmán de Alfarache y del Quijote

A n th o n y C lo s e
Université de Cambridge

Aunque se ha escrito mucho sobre las llamadas digresiones del Guzmán1, pocos son
los estudiosos que las consideran desde el ángulo de la teoría y la práctica
contemporáneas y de lo que nos dicen sobre su intercalación en obras más extensas2.
1
Si bien los críticos del siglo xx han sido más conscientes que sus precursores de la función integral de los
pasajes moralizantes de la novela, tienden a terminar asumiendo posiciones históricamente afines a las de René
Le Sage y Leandro Fernández de Moratín, al afirmar el carácter digresivo de dichos pasajes (p. ej., McGrady,
1968, p. 56), o bien la disonancia entre el emisor de una moral convencional y el cínico pícaro (Del Monte,
1971, pp. 80-99; cf. Parker 1967, pp. 33-34). Tales actitudes quedan reflejadas en la tendencia, puesta de
moda por Américo Castro en Cervantes y los casticismos españoles (1966, pp. 41 y ss.), y continuada por una
escuela de críticos posteriores (Del Monte, Brancaforte, Carroll Johnson, Arias, Longhurst, Whitenack), a
cuestionar la ortodoxia o sinceridad del discurso del héroe, y atribuir su moralización a motivos rencorosos y
subversivos, engendrados (para la mayoría) por el estatus de converso tanto del pícaro como de su creador.
Sobre esta tendencia, véase la contundente refutación de Michel Cavillac, 1993, pp. 149-201. En general, el
reconocimiento de la unidad artística e ideológica de las «digresiones» con la narración del pícaro depende de
la disposición del estudioso a contemplarlas con una mirada comprensiva desde la coyuntura histórica e
intelectual de la emergencia del Guzmán. Esta orientación es congénita, ni que decirse tiene, a los partidarios
de la apologética tridentina (Moreno Báez, A. A. Parker, Monique Michaud), aunque no se limita a ellos, pues
incluye a otros estudiosos que tienden a defender las intervenciones moralizantes del pícaro desde un punto de
vista artístico más bien que ideológico: entre ellos, Francisco Rico, Gonzalo Sobejano, Peter Dunn, Edmond
Cros. Para una bibliografía pertinente (aparte la citada al final de este artículo), remito al citado trabajo de
Cavillac.
2
Una de las excepciones más tempranas fue Moreno Báez, 1948, pp. 166-169, que trata los comentarios
del pícaro penitente como una manifestación anticlásica propia de la exuberancia barroca y una infracción
contra la preceptiva del Pinciano. Otra excepción digna de mencionarse es el trabajo de Ana Baquero Escudero
sobre las novelas intercaladas del Quijote, 2005, que las considera en un amplio contexto literario,
refiriéndose en especial a la práctica de su tiempo y mencionando de pasada el Guzmán de Alfarache (p. 30).
Véase también el trabajo de la misma autora, 2003. La relación del tratamiento de los episodios en el Quijote
y el Persiles fue estudiada en un apartado de mi libro Cervantes and the Comic Mind of his Age (2000,
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Desde esta perspectiva, que es la que me propongo adoptar aquí, es instructivo


comparar el Guzmán de Alfarache con el Quijote, porque, aunque parten de premisas
comunes, llegan a resultados netamente contrastados, destinados a repercutir
profundamente en la novelística del barroco.
Para Alemán, la cuestión de la licitud de las digresiones —más bien, de un
determinado tipo de digresiones— es fundamental, como también lo es para Cervantes
en tanto autor del Coloquio de los perros, en el que influye directamente la novela del
sevillano3. Lo que preocupa a éste es la cuestión de si debe o no ponerse en boca de un
abyecto galeote un grave mensaje más propio de un predicador o estadista,
incongruencia que remite al problema de la compatibilidad entre los fines de divertido
entretenimiento y los de reforma moral y social. En principio, esto constituye una
infracción contra el decoro estético, iluminada precisamente por el siguiente comentario
sarcástico del preceptista Francisco Cascales en sus Tablas poéticas: «Bueno sería que a
un rústico le oyésemos consejos sacados de las entrañas de la filosofía, o discurrir
largamente diciendo el cauteloso tratado de la corte» (p. 220). Sólo hace falta
reemplazar «rústico» con «pícaro» o «perro» para dar con la preocupación común a la
novela de Alemán y al coloquio cervantino, que se refleja en las reiteradas disculpas del
pícaro al lector, igual que en las recurrentes amonestaciones de un perro al otro, por
incurrir en el sermoneo o la prolija censura de abusos y costumbres. Hasta cierto punto,
este tipo de problema afecta también al autor del Quijote, en la medida en que influye
en su manejo de la materia grave o didáctica de su novela, articulada, por la mayor
parte, a través de los «lúcidos intervalos» del protagonista. Los mismos escrúpulos se
reflejan en su decisión, motivada sin duda por principios neoclásicos, de segregar
netamente la trágica historia del Curioso impertinente del resto de la acción de la
primera parte, calificada certeramente de comedia por su imitador Avellaneda4. Sin
embargo, para Cervantes, dicho problema cede en importancia ante otro distinto, que
también atañe al decoro estético: ¿hasta qué punto deben intercalarse en la novela
historias ajenas a las aventuras de don Quijote y Sancho?
Es este un tipo de cuestión que le trae a Alemán sin cuidado. No le preocupa porque,
de acuerdo con la mentalidad de su época, da por sentado que la introducción de
episodios o digresiones es un adorno sobremanera deseable en un extenso libro de
entretenimiento como el Guzmán de Alfarache5, tanto más cuanto que, además de serlo,
es a la vez una especie de «Guía de pecadores» y «Silva de varia lección», no sólo
glosada con un comentario moral y satírico sino también amenizada e ilustrada con
ejemplos, fábulas, cuentos, apotegmas, más todos los recursos de la amplificatio
retórica6. Al comienzo de la Segunda Parte Guzmán desarrolla en términos efusivamente

pp.128-150), del que fue adelanto mi artículo «Los episodios del Quijote» (1999, pp. 25-47). Véase también
la referencia a Edmond Cros en una nota más abajo. La traducción española de Cervantes and the Comic
Mind of his Age será publicada en breve por el Centro de Estudios Cervantinos.
3
Véase Close, 2000, pp. 40-45 y 310.
4
«Como casi es comedia toda la historia de don Quijote de la Mancha, no puede ni debe ir sin prólogo».
Así empieza el prólogo al Quijote de Avellaneda, p. 7.
5
Sobre ello, Close, 1999 y 2000, pp. 128-150.
6
En los preliminares de la segunda parte tanto Alemán como su admirador y panegirista, el alférez Luis
de Valdés, hacen hincapié en la naturaleza retórico-didáctica del libro, aspecto estudiado a fondo por Edmond
Cros, 1967. Sobre la irritación que sienten los lectores modernos del Guzmán ante lo digresivo de dicho
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líricos el tópico «chè per tal variar natura è bella», rechazando las diversas peticiones de
quienes desean que se restrinja a un solo tema o tipo de materia (II, i, 1, pp. 48 sq.). Esta
apología de la variedad se hace eco de otra que aparece al comienzo del capítulo cuarto
de su Vida de San Antonio (1604, f. 12). Aquí, excusándose por haber dedicado los tres
primeros capítulos a la relación de la fundación de Lisboa, lugar de nacimiento del
santo, y de las hazañas de su fundador, el rey Alonso Enríquez, Alemán dice:
«Costumbre mía es, y no la tengo por mala, ir en mis escritos llevando por delante la
parte curiosa de aquello que se me ofrece, por no hacer otro camino. Si es poco, aun el
rejalgar no daña, y si bueno, siempre y en toda parte aprovecha» (f. 12v). Según esto,
para el sevillano, incluso lo marginalmente asociado al tema principal es admisible. A
este respecto, su divergencia de Cervantes es tajante.
No para aquí la semejanza entre la biografía del santo y la autobiografía ficticia del
pícaro. Se deduce de los preliminares de ambas que las dos vidas se conciben, a pesar de
su naturaleza opuesta, como unidas por su finalidad ejemplar, positiva en un caso,
preventiva en el otro, la cual justifica en cada uno añadir a la relación de los hechos una
glosa edificante 7. En ambas obras, además, la glosa plantea un problema de decoro, que
en la Vida de San Antonio consiste en faltar a la rigurosa pertinencia propia de una
historia verídica. Pero aquí la solución está a la mano: a Alemán le basta apelar a una
tradición milenaria para alegar que «porque como sean las vidas de santos ejemplo a las
nuestras, tengo por permitido […] irlas parafraseando con moralidades y alegorías, de
donde se saque fruto» 8. En cambio, por los motivos ya aducidos, esta coartada no le
vale a su pícaro narrador.
No obstante, la glosa retrospectiva y la ornamentación suplementaria son
consustanciales a la concepción del Guzmán de Alfarache, efectuándose de varias
maneras, de las que algunas ni siquiera se consideran digresivas. Pienso, por ejemplo, en
múltiples cuentecillos, ejemplos, fábulas y apólogos que surgen al hilo de la narración o
de las glosas sentenciosas que se le imponen9. No hay indicio alguno de que, para

material humanístico, debido a que ignoran su trasfondo cultural, véase Cros, 1967, p. 242, y sobre el “anti-
realismo” de los relatos intercalados, pp. 277 y ss.
7
Me refiero en especial a la «Declaración para el entendimiento de este libro» en los preliminares de la
primera parte del Guzmán (1599), y al elogio a Mateo Alemán de Juan López del Valle en los de San Antonio
de Padua (1604, sin paginación). El breve «Letor» de Alemán que precede su vida del santo, igual que la
citada «Declaración» del libro de 1599, defienden, aunque no con idénticos argumentos, la inclusión de
exégesis moralizantes para sacar la oportuna lección de la escueta relación de los hechos. En cuanto al elogio
de López del Valle, que sin duda refleja el pensamiento de Alemán, equipara las exégesis incluidas en los dos
libros por su efecto provechoso, aunque señalando su naturaleza distinta: en un caso, el de «espuelas a los
varones perfetos, para que lo sean más», y en el otro, el de «freno para detener los hombres, que dejándose
sobar de sus pasiones, se despeñan por cosas de poca sustancia, como bienes temporales y mundo».
8
En realidad, esa tradición milenaria fue interrumpida por Pedro de Rivadeneyra que, por primera vez en
la hagiografía, se guió rigurosamente en su Vida de San Ignacio (versión latina, 1571; castellana, 1584) y
biografías de otros jesuitas, por el criterio de la verdad histórica, atestiguada por testigos oculares y
documentos fehacientes. Con ello, dejó de lado la milagrería y el culto a lo maravilloso propios de la
hagiografía medieval, e incluso su tendencia a la moralización, invocada por Alemán como justificación de su
procedimiento en Vida de San Antonio. Sin el precedente establecido por Rivadeneyra, la glosa moralizante de
Alemán en la biografía del santo nada hubiera tenido de anómalo y no hubiera necesitado apología. Véase la
introducción a Pedro de Ribadeneira. Historias de la Contrarreforma, 1945, pp. 16-23.
9
Hay múltiples referencias a estos «lugares extrínsecos» en Cros, 1967, pp. 188 sq. y 222-242.
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Alemán, tales casos sean un paréntesis en la narración del pícaro. Ni tampoco lo son
forzosamente sus intervenciones morales o satíricas, porque, en principio, el asunto
esencial de la novela es la vida de Guzmán junto con las reflexiones penitentes que le
suscitan a la hora de escribirla. Pero éstas se someten a una condición implícita, cuyo
riguroso cumplimiento es en la práctica irrealizable: la de que no incurran en el
sermoneo o el arbitrismo socio-político. La misma reiteración de las disculpas de
Guzmán por sus infracciones llama la atención sobre la imposibilidad de evitarlas: «Yo
también he ido tras de mi pensamiento, sin pensar parar en el mundo. Mas, como el fin
que llevo es fabricar un hombre perfeto, siempre que hallo piedras para el edificio, las
voy amontonando. Son mi centro aquestas ocasiones y camino con ellas a él» (II, i, 7, p.
127).
Consideremos ahora a Cervantes, empezando por observar que, a pesar de sus
conocidas vacilaciones acerca de la designación genérica del Quijote, tiende a concebirlo
como una especie de crónica ficticia. Puesto que se burla del género caballeresco con sus
pretensiones de historicidad, imita desde el principio el discurso de un grave cronista.
Piénsese en todo el elaborado juego a base del manuscrito de Cide Hamete Benengeli.
Pero la deuda con la historia no se limita al remedo burlesco del lenguaje y actitud del
historiador ante su materia. Para la preceptiva contemporánea, como reconoce Alemán
en el prólogo a su Vida de San Antonio, el deber del historiador no es meramente contar
la verdad, sino una sola verdad, temáticamente unificada y despojada de detalles
irrelevantes. Esta noción se transmite a la poesía épica en España, puesto que los poetas
daban por sentado que el asunto del poema heroico debería basarse en hechos
históricos, restringiéndose a los episodios los elementos puramente ficticios10. Un
ejemplo de ello se encuentra en el prólogo a la segunda parte de La Araucana, donde
Alonso de Ercilla ofrece una racionalización de su modus operandi en términos que
anticipan muy de cerca los utilizados por Cervantes en el preámbulo de Don Quijote II,
44 para explicar el porqué de su cambio de estrategia respecto de los episodios de la
segunda parte11.
Dicho preámbulo, si bien frívola y vagamente expresado, constituye la principal
declaración del novelista alcalaíno sobre el tema12. Empieza con un reproche que
Benengeli se dirigiría a sí mismo en el manuscrito original por haber tomado entre
manos «una historia tan seca y tan limitada como esta», en la que se siente obligado a
hablar siempre de don Quijote y Sancho «sin osar estenderse a otras digresiones y
episodios más graves y más entretenidos». Por lo cual, según el moro, se valió en la
primera parte del recurso de novelas intercaladas, de las que dos (El curioso
impertinente y el relato del capitán cautivo) están más o menos separadas de la historia,

10
Sobre ello, Pierce, 1961, pp. 229 y ss.
11
«Aunque esta Segunda Parte de la Araucana no muestre el trabajo que me cuesta, todavía quien la
leyere podrá considerar el que se habrá pasado en escribir dos libros de materia tan áspera y de poca variedad,
pues desde el principio hasta el fin no contiene sino una misma cosa, y haber de caminar siempre por el rigor
de una verdad y camino tan desierto y estéril, paréceme que no habrá gusto que no se canse de seguirme»,
Ercilla, La Araucana, ii, p. 9. Confiesa, sin embargo, haber incluido dos episodios en la segunda Parte,
justificando su inclusión por tratar de grandes hechos históricos acordes con la rebelión de los Araucanos, las
victorias de San Quintín y de Lepanto. Aunque no lo dice, el material episódico no se limita a eso, sino que
comprende mucho más. Véase Close, 2000, p. 136.
12
Cervantes, Don Quijote de la Mancha, pp. 979-980.
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aunque las demás «son casos sucedidos al mismo don Quijote, que no podían dejar de
escribirse». No obstante, en la continuación, temiendo que los lectores se saltaran las
interpolaciones para no dejarse distraer de las aventuras del loco hidalgo y su escudero,
«no quiso ingerir novelas sueltas ni pegadizas, sino algunos episodios que lo pareciesen,
nacidos de los mesmos sucesos que la verdad ofrece, y aun estos limitadamente, y con
solas las palabras que bastan a declararlos». Es decir, se decidió a reducir el tamaño de
los episodios, enlazarlos estrechamente con el tema principal, y para ello, hacer que amo
y mozo interviniesen en ellos, en vez de marginarlos, como ocurrió en el Quijote de
1605. Fijémonos en la estricta equivalencia entre «verdad de la historia» y sucesos en
que participa activamente la famosa pareja.
Como se ve, Cervantes se guía mucho más rigurosamente por la pauta de «la verdad
de la historia» en la segunda parte del Quijote que en la primera, de donde, sin
embargo, no está ausente. Aflora brevemente en el revelador preámbulo de I, 28, donde,
ya inmerso en el embrollo de los amantes en Sierra Morena, y con la perspectiva de una
larga serie de episodios por delante, Cervantes sale al paso de las objeciones potenciales
del lector puntilloso diciendo que, gracias a la decisión de don Quijote de revivir la
caballería andante, «gozamos ahora, en nuestra edad, necesitada de alegres
entretenimientos, no sólo de la dulzura de su verdadera historia, sino de los cuentos y
episodios della, que, en parte, no son menos agradables y artificiosos y verdaderos que
la misma historia» (p. 316)13. Este pasaje, con su canto a los placeres de la variedad,
revela de pasada las dudas de Cervantes sobre si debe o no rendirse a ellos. La
afirmación de que los episodios son en parte no menos agradables, artificiosos y
verdaderos que la historia, más allá de su función de topos de modestia, sugiere que, en
parte, son precisamente eso, al menos en el sentido de menos «verdaderos»; es decir,
menos esenciales. No obstante, merecen verse incluidos por razones que nada tienen que
ver con su pertinencia: el que «nuestra edad [esté tan] necesitada de alegres
entretenimientos».
La norma de adhesión a «la verdad de la historia» influye también en el método
original, y en la segunda parte, revolucionario, empleado por Cervantes para enlazar los
episodios con el tema principal. El método tradicional, empleado por innumerables
escritores desde la Antigüedad en adelante, incluido Alemán, era el «yuxtapositivo»: es
decir, se describen circunstancias propicias para la diversión —el ocio de un viaje, un
banquete o sobremesa o siesta, un tiempo de fiestas, un período de gran inquietud o
aflicción— en las que uno de los personajes es incitado por los demás a contarles un
cuento14. Tales pretextos no sólo pretendían conferir verosimilitud a la intercalación,
sino prevenir la desaprobación de los críticos mojigatos. Aunque Cervantes no deja de
aprovecharlos, no depende exclusivamente de ellos, sino que refuerza los enlaces de los
episodios con la acción principal mediante el método «coordinativo». Aquí, el personaje
narrador relata hechos que, si bien comienzan independientemente de dicha acción,
ocupan el mismo cronotopo que ella, y se van entremezclándose con ella cada vez más

13
Sobre este pasaje, Close, 2000, p. 133. La bibliografía sobre los episodios del Quijote es muy extensa.
Para no abultar demasiado las notas de este artículo, remito a las referencias en los ya citados trabajos de
Baquero Escudero (2005), y míos (1999, 2000).
14
Véase Close, 2000, pp. 137-138. Tomo prestada la distinción entre métodos yuxtapositivo y
coordinativo a Pilar Palomo, 1976, pp. 18 y ss.
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hasta alcanzar su resolución. Todas las narraciones interpoladas de la primera parte,


exceptuando El curioso impertinente, corresponden a este método. Ciertamente,
Cervantes no lo inventó, pues deriva de Heliodoro y de otras fuentes y es inherente a la
estructura de las novelas pastoriles españolas, incluida La Galatea. Lo que sí tiene de
original su empleo en Don Quijote es la manera en que Cervantes lo aprovecha para
fundir líneas narrativas incongruentes. En lugar de coordinar materiales análogos,
novelas cortesanas o bizantinas con ficción pastoril, como hace en La Galatea, combina
historias románticas con las aventuras cómicas del loco hidalgo, entrelazándolas de tal
manera que la palabra «combina» apenas si hace justicia a lo estrecho de la síntesis. Por
ejemplo, en la descripción de las historias relacionadas de Cardenio y Dorotea, son don
Quijote y Sancho quienes descubren los vestigios de la desesperada huida de Cardenio a
la sierra, interpretan las pistas, escuchan el informe de su loco y lastimero
comportamiento de boca de un cabrero, y también la primera parte de la historia de sus
propios labios (I, 23). Así, ante las posibles críticas de los lectores por lo demasiado
extenso de los episodios del primer Quijote, Cervantes podía argumentar, excepto en el
caso del Curioso impertinente, que «son casos sucedidos al mismo don Quijote, que no
podían dejar de escribirse». Fueron sus escrúpulos respecto de «la verdad de la historia»
los que le llevaron por este camino.
Queda pendiente la espinosa cuestión de cómo identificar con precisión los episodios
del Guzmán de Alfarache y del Quijote, y para abordarla, conviene recapacitar sobre la
concepción prevaleciente de su función y necesidad. Para los hombres de la época, estas
cuestiones eran determinadas, en un principio, por la preceptiva aristotélica y los
ejemplos concretos de las grandes épicas antiguas y renacentistas. Para los preceptistas,
«episodio» era virtualmente sinónimo de «digresión», como también lo es para
Cervantes en el ya citado preámbulo de Don Quijote II, 44 15. El mismo pasaje refleja,
mediante la referencia a «digresiones y episodios más graves y más entretenidos» y, a
continuación, a la «gala y artificio» de las novelas intercaladas, el supuesto común a la
tradición épica de que los episodios son accesorios de la acción principal, destinados a
proporcionar la grandeza, variedad y ornamentación esenciales para el atractivo
artístico de la obra16. Según el discurso de Giraldi Cinthio sobre el poema heroico,
debían atestiguar el virtuosismo retórico del escritor y su capacidad para abordar una
variadísima gama temática: «acontecimientos inesperados, muertes, exequias, lamentos,
reconocimientos, triunfos, batallas extrañas, justas, torneos, catálogos, ordenanzas, y
otras cosas semejantes» 17. Las épicas del Renacimiento y el Barroco, del Orlando

15
Véase Weinberg, 1961, I, pp. 410-411, 434-436; II, p. 994. Aunque los preceptistas en general
muestran preferencia por «episodio», para algunos, como Giraldi Cinthio, citado más adelante, los dos
términos son intercambiables.
16
El prólogo de Suárez de Figueroa a su novela pastoril La constante Amarilis (1609) expresa la idea de
modo tajante: «Ni te parezca busco en los siguientes episodios nuevas ocasiones de dilación, que si lo miras
con cuidado, hallarás ser su trabazón no violenta, antes llamarse uno a otro con propriedad, o por razón de
materia, o por novedad de sujeto; y para ornamento y belleza de obra digna de alabanza no solo es lícita, mas
forzosa la variedad de digresiones y extensión de coloquios». Cito por la edición de 1781.
17
Giraldi Cinthio, Discorsi, p. 26. Entre los trillados ejemplos de semejante material abigarrado están las
descripciones de juegos, bodas y lugares deleitosos, de las que Cervantes nos brinda ejemplos en su Persiles y
Sigismunda. Así, los juegos que se describen en Persiles I, 21 imitan los celebrados para conmemorar la muerte
de Anquises en la Eneida de Virgilio, libro V. El sueño de una isla idílica relatado por Periandro en Persiles II,
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furioso de Ariosto al Bernardo de Bernardo de Balbuena, ofrecen abundantes ejemplos


de ello. Las interpolaciones del Bernardo, destinadas a competir con la variedad del
mismo Orlando furioso de Ariosto, ofrecen ejemplos concretos de esta amplia gama:
descripciones de palacios, cuevas, castillos, el cielo, la tierra, el infierno; fábulas
mitológicas; escenas de caza; transformaciones y encantamientos; genealogías; y las
narraciones en flash-back mediante las cuales cada nuevo personaje nos cuenta su vida y
milagros.
Es más, para los teóricos, que se fundaban en la autoridad de Aristóteles (Poética
1459a-1459 b), el argumento principal debía ser lo suficientemente escueto y sencillo para
facilitar esa variedad. Según el análisis que de la Eneida hacen preceptistas como Tasso y
Cascales 18, la mayor parte del poema consiste en episodios: es decir, secuencias que
ponen en primer término a personajes secundarios como Dido, Turno, Acestes, Evandro,
cuyas historias se incrustan en la del viaje de Eneas para fundar un nuevo reino en Italia.
Por ejemplo, para Cascales, una parte significativa de lo acontecido a Eneas con la reina
Dido en Cartago, que abarca desde la mitad del primer libro del poema hasta el final del
cuarto, constituye un episodio, pues nada tiene que ver directamente con el asunto
esencial. No obstante, a pesar de serlo, se junta con la acción principal de un modo
verosímil y necesario, y por tanto cumple con la preceptiva al uso. Cito:

Virgilio se propone esta acción una y simple en la Eneida. Eneas, ganada Troya, viene a Italia,
avisado del oráculo, a poblar una nueva ciudad; corre tormenta en su navegación y viene a dar
a Cartago, adonde cuenta muchas cosas de Troya; Dido se enamora de él, y no pudiendo
haberle, ausente, se mata. Eneas camina para Italia y la conquista. Enamorarse Dido de Eneas,
y matarse por la ausencia de Eneas acción diversa es de la principal, pero tan aptamente se
junta según el verisímil, que parece pende de ella; pues no se sigue mal que, siendo él un
príncipe tan valeroso y la reina Elisa de tan altos pensamientos, le pretendiese por marido; y,
por otra parte, quedarse frustrada en sus esperanzas.19

El Persiles y Sigismunda, novela bizantina cortada según el patrón aristotélico, y de


cuya estructura laberíntica y lujuriante Cervantes se alardea, corresponde a esta
concepción de la estructura de un poema heroico. Sin ir más lejos en busca de ejemplos,
toda la larga narración en flash-back de Periandro en el libro segundo del Persiles
constituye un episodio parecido a la relación de Eneas que empieza en el libro segundo
de la Eneida20. Incluso las circunstancias son parecidas, pues Periandro cuenta su
historia durante su estancia en el palacio de Policarpo después del naufragio de los
peregrinos frente a la costa del reino, la hija del rey se enamora de Periandro, este y los

15, hace pensar en otros lugares propicios para la sensualidad dentro de la tradición épica, como el dominio
de la maga Alcina en el canto 6 del Orlando furioso de Ariosto; la boda de pescadores descrita en Persiles II,
10 corresponde a uno de los temas episódicos más socorridos de la época, hasta tal punto que Suárez de
Figueroa, en el prólogo citado en nota anterior, promete excluir la descripción de bodas de su novela pastoril.
18
Tasso, Discorsi, p. 598; Cascales, Tablas poéticas, p. 72; Aristóteles, Poética 1455b15-23.
19
Cascales, Tablas poéticas, pp. 67-68.
20
De episodio lo califica Mauricio en el siguiente comentario a su hija, en que critica la extensión del
relato: «porque los episodios que para ornato de la historias se ponen, no han de ser tan grandes como la
misma historia» (Persiles y Sigismunda II, 14, vol. I, p. 264).
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demás peregrinos huyen de la isla al enterarse de los designios de Policarpo de raptar a


Auristela, el palacio acaba destrozado por un incendio que recuerda el de Troya.
Por supuesto, la intercalación de episodios en una obra larga no se limitaba al género
épico, ni siquiera a libros de entretenimiento. Pueden encontrarse en La historia de las
guerras persas de Heródoto, El asno de oro de Apuleyo, el Satyricon de Petronio, libros
de caballerías, la tradición celestinesca, los Coloquios satíricos de Torquemada, el
Galateo español de Gracián Dantisco, la Diana de Montemayor, y muchas obras más 21.
En la tradición derivada del Decamerón, que en la España del Barroco reflejaba hasta
cierto punto la moda vigente de las academias literarias, cada una de las diversiones a
las que da pie el período de fiestas o de ocio que la obra describe —no sólo novelas, sino
canciones, epigramas, discursos retóricos, piezas teatrales, etcétera— pudiera
considerarse como un episodio dentro de ese marco. Aunque en el primer Quijote
Cervantes sigue más o menos el modelo de La Galatea, con cuyo asunto pastoril
alternan novelas acerca de las aventuras amorosas de personajes cortesanos, su
concepción de la materia episódica de su obra maestra no se identifica exclusivamente
con este tipo de relatos, ni siquiera en la primera parte. No podía por menos de tener
presente el ejemplo de los libros de entretenimiento españoles que salieron a luz en los
años inmediatamente anteriores a la publicación de las dos partes del Quijote. En
especial, la primera parte del Guzmán y la continuación apócrifa de Juan Martí, que
juntamente presentaban una amplia gama de digresiones: aparte de novelas cortas
—género que Alemán contribuyó más que nadie, antes de Cervantes, a implantar en
España—, el listado abarca sermones, cuentecillos, casos históricos, fábulas, piezas
jocosas o burlescas, oraciones retóricas, reflexiones morales, sociopolíticas, satíricas y
literarias. A este extenso abanico de materias, reforzado por el ejemplo de la segunda
parte del Guzmán en 1604, se sumarían en el mismo año las digresiones eruditas y
devotas del Peregrino en su patria de Lope, entre las que se cuentan emblemas, autos
sacramentales, y milagros de la Virgen.
Respecto del primer Quijote, Cervantes y sus coetáneos habrían calificado de
episodios no sólo las novelas intercaladas, sino también, por lo menos, el elogio a la
Edad de Oro, el discurso de las Armas y las Letras, y el diálogo entre el canónigo de
Toledo y el cura sobre libros de caballerías y la comedia, marcados todos ellos con
indicadores que señalan su estatus digresivo. Así, las dos oraciones del manchego se
califican respectivamente de «arenga» y de «preámbulo», términos que en los dos
contextos se emplean como sinónimos de «digresión»22. Cada una se pronuncia en el

21
Véase Clements y Gibaldi, 1977, pp. 36-37.
22
Respecto del discurso a los cabreros, Cervantes comenta: «Toda esta larga arenga (que se pudiera muy
bien escusar) dijo nuestro caballero, porque las bellotas que le dieron le trujeron a la memoria la edad dorada»
(I, 11, p. 123); y respecto del discurso de las Armas y las Letras precisa: «Todo este largo preámbulo dijo don
Quijote en tanto que los demás cenaban, olvidándose de llevar bocado a la boca» (I, 38, p. 449), aunque
matiza el tono despectivo del comentario observando que la audiencia del caballero le escuchó con mucho
gusto e interés (pp. 444 y 449). Según el Diccionario de Autoridades, preámbulo, aparte de su sentido
principal, tiene la acepción ancilar de «rodeo o digresión impertinente en el discurso», mientras que arenga
tiene evidentemente la segunda acepción que le atribuye el diccionario de la RAE: «discurso, razonamiento
largo, impertinente, enfadoso». El tenor negativo del juicio sobre el primer discurso indica que, a estas alturas,
Cervantes se inclina a compartir la actitud de Avellaneda, para quien el material episódico del Quijote debe
separarse netamente de las aventuras quijotescas. Respecto de los motes en los escudos de quienes participan
LOS «EP IS O DIO S » DEL G UZM ÁN Y DEL QUI J OT E 117

transcurso de una cena, mientras que el diálogo literario de los clérigos tiene lugar
durante el viaje de regreso de don Quijote a su pueblo. A estos indicios debe agregarse
otro, que se emplea de modo recurrente en el Quijote. Consiste en «desenchufar»
temporalmente a los personajes incapaces de apreciar el contenido del episodio,
normalmente, por no tener la suficiente formación cultural. Puesto que tales señales de
«desenchufe» suelen acompañar muy a menudo los lúcidos intervalos del loco hidalgo,
no cabe dudar de su estatus episódico23. Como veremos más adelante, en comparación
con el Quijote de 1605, la gama de materia episódica se ampliará mucho más en la
continuación de 1615.
Antes de considerar este último punto, volvamos al Guzmán de Alfarache. Ya hemos
visto que no todo lo que a nosotros nos parece accesorio a la vida del pícaro lo es para
Alemán. ¿Cómo se señalan e identifican, pues, los elementos que sí lo son? Hay que
constatar en un principio que el sevillano nunca emplea en su novela el término
«episodio», y que, conforme con la curiosa indiferencia que tan culto y leído escritor
muestra por la preceptiva al uso, nunca aborda la cuestión que nos interesa desde el
ángulo de los conceptos aristotélicos vigentes. De éstos, el único vestigio que queda en la
obra es el empleo esporádico de «digresión», siempre con connotaciones negativas y
siempre en relación con los pasajes en que la glosa reflexiva del pícaro sobrepasa los
límites del decoro, dando pie a sus conocidas autodisculpas por su intromisión. Por
ejemplo, a propósito de su invectiva contra el falso honor mundano y los varios abusos
sociales que ocasiona, invectiva que, además de extenderse a lo largo de tres capítulos,
incluye la extensa cita de un sermón sobre un texto del evangelio de San Mateo,
Guzmán confiesa: «Pues aun conozco mi exceso en lo hablado, que más es dotrina de
predicación que de pícaro […]. Larga digresión he hecho y enojosa»24. Pero en la
mayoría de los pasajes en que surgen tales disculpas, Guzmán recurre a un lenguaje que

en un torneo en Zaragoza (capítulo 11 del apócrifo) Avellaneda declara: «que dejo de referir por no hacer
libro de versos el que sólo es corónica de los quiméricos hechos de don Quijote» (Don Quijote de la Mancha,
p. 207). Al llegar a los capítulos 37 y 38, ya iría cambiando la actitud de Cervantes ante los lúcidos intervalos
del manchego y su potencial para la ornamentación episódica, cambio que culminaría en el tratamiento de
esos intervalos en la segunda parte.
23
Así ni los cabreros ni Sancho entienden palabra del discurso de la Edad de Oro (I, 11); Sancho da «al
diablo el tanto hablar del cabrero» mientras este cuenta la historia de Marcela y Grisóstomo (I, 12, p. 134);
Sancho, siempre, se va a un arroyo a disfrutar de una empanada durante la relación de la historia de Leandra
(I, 50. p. 576). Durante el discurso de las Armas y las Letras, el «desenchufado» es don Quijote, no por su
incapacidad de comprensión —claro está—, sino más bien por su estado de distracción: se nos dice que
mientras habla, se olvida de llevar bocado a la boca (I, 38, p. 449). Aunque la mayor participación de amo y
mozo en los episodios de la segunda parte causa una disminución del mencionado recurso, no lo elimina del
todo. Así, Sancho se va a comprar unos requesones en medio del elegante discurso del manchego sobre la
poesía y la educación de los hijos (II, 16, pp. 756-759); y, en las bodas de Camacho, se interesa más por los
preparativos del banquete que por las cabalgatas y danzas en que se fija su amo (II, 20, pp. 794-795). Durante
el encuentro con el morisco Ricote, mientras el antiguo vecino de Sancho Panza le refiere la lastimosa historia
de las experiencias de su familia, incluida su hija Ana Félix, a raíz de la expulsión, los peregrinos alemanes en
cuya compañía ha vuelto clandestinamente a España, vencidos de sueño por el vino consumido, echan la siesta
(II, 54, p. 1071). Lo significativo de todos estos casos es que, ateniéndonos al criterio del «desenchufe»,
podemos identificar muchos de los episodios del Quijote.
24
El comentario que viene después de los puntos suspensivos es el comienzo de un capítulo (I, ii, 4, p.
289), siendo continuación directa de la primera parte de la cita, que es parte del último párrafo del capítulo
anterior (I, ii, 3, p. 288). Véanse también I, i, 2, p. 156; I, ii, 3, p. 283; II, iii, 3, pp. 377-378.
118 ANT HONY CLOS E Criticón, 101, 2007

apunta claramente a la idea «digresión», sin explicitarla: por ejemplo, «Alejado voy de
Roma, para donde caminaba» (I, iii, 6, p. 422); «No quiero aquí discantar sobre el
canto llano de mis palabras» (I, ii, 1, p. 266); «¡Oh, válgame Dios! ¿Cuándo podré
acabar comigo no enfadarte, pues aquí no buscas predicables ni dotrina sino un
entretenimiento de gusto, con que llamar el sueño y pasar el tiempo?» (II, ii, 2, p. 186).
Es típico de estas intervenciones el tono de jocosa exageración, que sirve para reforzar el
efecto de atenuación apologética.
Sin embargo, son muchos los pasajes de la novela que, a pesar de señalarse
claramente como digresivos, no dan pie a ningún tipo de disculpa. Estos incluyen las
novelas e historias intercaladas, y varias anécdotas o piezas chistosas de tipo más breve.
Su carácter digresivo, como en el caso del Quijote, suele marcarse con los indicadores
tradicionales25. Muchos son introducidos de una forma que evoca el título de la
colección de cuentos de Juan de Timoneda, Sobremesa y alivio de caminantes (1569): es
decir, el pretexto que los justifica es pasar un rato agradable tras una comida, aliviar el
tedio de un viaje u otro tipo de molestia o disgusto. En el camino de Sevilla a Cazalla,
un joven clérigo relata la novela de Ozmín y Daraja, y la introduce así, refiriéndose a los
malos tratos que acaba de sufrir Guzmanillo a manos de unos cuadrilleros: «Ahora bien,
para olvidar algo de lo pasado y entretener el camino con algún alivio, en acabando las
horas con mi compañero, les contaré una historia, mucha parte della que aconteció en
Sevilla» (I, i, 7, p. 213). La cuestión de amor propuesta a don Álvaro de Luna por don
Luis de Castro y don Rodrigo de Montalvo, ilustrada por dos cuentos, es narrada
durante la sobremesa de un banquete para aplacar la ira provocada por los chistes
zaheridores de Guzmán, entonces truhán del embajador de Francia, a uno de los
invitados (II, i, 4). Otra sobremesa sirve de ocasión para la relación de la novela de
Dorido y Clorinia (I, iii, 10, pp. 369-383). En el camino de Bolonia a Milán, Sayavedra
relata la historia de su vida a Guzmán para distraerle de su miedo de ser perseguido por
los jugadores a quienes estafó en una partida de naipes (II, ii, 4, p. 207). El mismo
estado de ánimo sirve de ocasión para la lectura del «Arancel de necios» (II, iii, 1,
pp.343-349), y un pretexto parecido —el supuesto dolor de Guzmán por la muerte de
Sayavedra— mueve a un galeote a leerle la novela de Bonifacio y Dorotea durante el
viaje de Génova a Barcelona (II, ii, 9, pp. 309-329). Cuando Guzmán está preso en la
cárcel de Sevilla (II, iii, 7, pp. 484-486), recibe una carta de la esclava con la que tuvo
relaciones sexuales, una divertida retahíla de chismes y prosaicas menudencias, y la
refiere porque «es bien aflojar a el arco la cuerda contando algo que sea de

25
En la Odisea así como en la Eneida, la coyuntura en que los protagonistas relatan sus aventuras y viajes
es un banquete; en medio del libro cuarto del Asno de oro, se intercala la fábula de Cupido y Psiques, narrada
por una vieja a una doncella para consolarla por haber sido presa por ladrones y encerrada en una cueva; en
las Novelle de Sercambi, igual que en los Eccatomiti de Giraldi Cinthio, es un viaje emprendido a raíz de una
catástrofe histórica —la peste de Lucca en un caso, el saco de Roma en el otro— el que proporciona el
armazón de la narración de novelas. De esta tradición se hacen eco los títulos de colecciones de cuentos y
novelas áureas: Sobremesa y alivio de caminantes, Jornadas alegres , Tiempo de regocijo y Carnestolendas de
Madrid, etcétera. Para los novelistas españoles del Barroco, el marco favorito era el ocio de un viaje, de una
siesta, o de una temporada de fiesta o de vacaciones, como los festejos que siguen a la boda de don Alejo y
doña Irene celebrados en una finca señorial durante las canículas de verano, en los Cigarrales de Toledo
(1624) de Tirso de Molina.
LOS «EP IS O DIO S » DEL G UZM ÁN Y DEL QUI J OT E 119

entretenimiento» (p. 484), justificación tradicional de la diversión recreativa que se


remonta a Plutarco, pasando por Santo Tomás de Aquino26.
Valiéndonos de los criterios aducidos en el párrafo anterior podemos añadir a la
lista, sin temor a equivocarnos, el testamento del asno (II, ii, 5, pp. 242-243), el origen
del dicho «En Malagón en cada casa hay un ladrón, y en la del alcalde, hijo y padre» (I,
ii, 9, pp. 356-357), la relación de la fundación de Florencia y la descripción de la ciudad
(II, ii, 1, pp. 161-170). Esta lista no pretende ser exhaustiva, pues es probable que deban
incluirse también, entre otros casos posibles, «las ordenanzas mendicativas» (I, iii, 2,
pp. 388-393) por su semejanza con el «arancel de necios», así como la historia del
mendigo genovés que, al restituir a su muerte todo su caudal al Duque de Génova,
desmiente el tópico de la ancha conciencia de sus paisanos (I, iii, 5, pp. 410 y ss.)
—anécdota que guarda cierta relación con el testamento del asno. Los califico de
meramente posibles o probables por faltarles los indicadores habituales. El hecho de que
existan casos marginales como éstos no mina la validez general de las normas
establecidas más arriba.
No obstante la originalidad del método coordinativo empleado por Cervantes en el
primer Quijote, los lectores contemporáneos no habrían tenido dificultad para
identificar sus episodios, ni se habrían extrañado de su contenido, ni tampoco de la
manera como se enlazan con la acción principal. No pasa así en el Quijote de 1615,
cuyos episodios no podrían por menos de haberles resultado novedosos e insólitos. A
primera vista, el ya citado preámbulo de II, 44 parece equipararlos con novelas
intercaladas. Sin embargo, la queja de Benengeli empieza refiriéndose a «otras
digresiones y episodios más largos y entretenidos», que apunta vagamente a una gama
temática más extensa, y la misma coyuntura en que se menciona la queja, a cuatro
capítulos de distancia del cuento intercalado más próximo (la historia de la hija de doña
Rodríguez), nos incita a cuestionar lo exclusivo de esa identificación. Puesto que en el
Quijote las explicaciones autoriales de un procedimiento o incidente capaz de suscitar
dudas suelen intercalarse en él, o más a menudo, seguirlo de inmediato27, es lógico
preguntarse qué pasa justamente antes del preámbulo de II, 44. Los dos capítulos
anteriores contienen los consejos de gobierno de don Quijote y Sancho, especie de oasis
de materia grave en medio de las burlas que se hacen a la pareja en el palacio ducal. De
hecho, a lo largo de la novela, los lúcidos intervalos del loco hidalgo suelen distinguirse
netamente de sus aventuras caballerescas que constituyen el asunto principal de la obra;
por su elegancia y erudición, se corresponden con el concepto de episodio o digresión
prevaleciente, y, como hemos notado ya, suelen marcarse con indicadores que señalan su
estatus como tal.

26
Plutarco, Comparación entre Aristófanes y Menandro; Santo Tomás de Aquino, Summa theologica IIa -
ae
II , q. 168; Giovanni Pontano, De sermone, I. 6; el Memorial presentado al rey Felipe II por la villa de
Madrid, en Cotarelo y Mori, 1904, texto 129, p. 421b.
27
Como ocurre en varios lugares de la segunda parte. En los capítulos 15, 27, 62, y 70, hay largas y
pormenorizadas aclaraciones de incidentes enigmáticos que acaban de relatarse (p. ej., el cómo y porqué de la
cabeza parlante en casa de don Antonio Moreno). El preámbulo al capítulo 24 se dedica a la consideración de
las posibles explicaciones de lo de la Cueva de Montesinos, historia relatada en el capítulo anterior, mientras
el narrador interviene tres veces en el transcurso del capítulo 5 para llamar la atención sobre lo inverosímil del
estilo elevado de Sancho en el diálogo que sostiene con su mujer.
120 ANT HONY CLOS E Criticón, 101, 2007

El amplio alcance de los episodios y digresiones de la segunda parte se aprecia


claramente si tenemos en cuenta que los cuentos y novelas, cuya naturaleza episódica es
afirmada por el propio autor, suelen ir acompañados de materia suplementaria
correspondiente a los retratos de tipos curiosos que encontramos en el tercer libro del
Persiles y Sigismunda. En los dos primeros libros de la novela bizantina, los episodios
consistían en las lastimosas historias de amor y de exilio narradas por cada nuevo
miembro del grupo de peregrinos, incluida la larga narración en flash-back de Periandro
en el libro segundo; pero en el tercero, este tipo de historia alterna con dichos retratos,
que asimismo se relatan en primera persona y tienen función episódica, aunque en vez
de desarrollar una trama novelesca, describen una forma de vida. Es decir, el personaje
refiere sus costumbres, aspiraciones y opiniones, representativas de un determinado tipo
o problema social.
La relevancia de todo esto a la cuestión que ahora nos concierne es que este tipo de
materias se repite en los episodios del Quijote de 1615. Así, el autorretrato del astrólogo
Soldino en Persiles III, 18 puede considerarse una versión estilizada e idealizante de los
de Marcela en el primer Quijote y de don Diego de Miranda en el segundo. Así, los dos
jóvenes que fingen haber sido cautivos en Argel para sufragar sus gastos de viaje a
Flandes (Persiles III, 11) pueden equipararse, por su pobreza e idealismo militar, al ex
paje quien, harto de servir a arribistas tacaños en la corte, se va a la guerra cantando «A
la guerra me lleva / mi necesidad, / si tuviera dineros / no fuera, en verdad» (Don
Quijote II, 24). Así, la peregrina fea y sin escrúpulos a la que encuentran los viajeros en
Persiles III, 5 anticipa a los acompañantes alemanes de Ricote (Don Quijote II, 54),
movidos menos por devoción que por su afición al turismo, al vino y a las limosnas,
mientras que Ricote y su hija Ana Félix se corresponden con el jadraque morisco y su
sobrina Rafala (Persiles III, 11) e, igual que ellos, aunque desde un ángulo distinto,
plantean el candente problema de la expulsión de los moriscos.
El caso de Ricote demuestra bien a las claras cómo los episodios del Quijote de 1615
suelen sobrepasar las fronteras de lo novelesco para abordar desde un ángulo didáctico
o crítico problemas actuales de diversa índole. Evidentemente, el encuentro de Sancho
con su antiguo vecino morisco en II, 54 no puede considerarse como mero preámbulo de
una novela intercalada: es decir, la historia de Ana Félix, que ella misma narrará nueve
capítulos después. Constituye un episodio de pleno derecho, cuyo tratamiento del
decreto de expulsión y de sus consecuencias desde el punto de vista de una de sus
víctimas le otorga un interés político muy distinto a consideraciones románticas. Lo
mismo vale para las bodas de Camacho (Don Quijote II, 19-22), cuyo contenido
episódico abarca mucho más que el triángulo de amor pastoril, junto con las
sentenciosas reflexiones de don Quijote al respecto. Comprende todo el variado material
tratado o descrito durante el viaje a las bodas y el transcurso de las mismas: la discusión
lingüística sobre la naturaleza del buen castellano; la cuestión de si la esgrima puede
reducirse o no a reglas geométricas, con la graciosa lucha de espadas que la resuelve; la
descripción de las festividades nupciales, incluidos los preparativos del banquete. Si
tenemos en cuenta que la descripción de escenas pintorescas —bodas, batallas, torneos,
palacios, etcétera— constituye para la preceptiva de la época una importante fuente de
LOS «EP IS O DIO S » DEL G UZM ÁN Y DEL QUI J OT E 121

episodios o digresiones28, sin duda debemos incluir en nuestra lista las descripciones de
la cacería (II, 34, pp. 913-914) y de las festividades en Barcelona con motivo del día de
San Juan Bautista (II, 61, pp. 1130-1131).
Por otra parte, fiel a su declaración de principios en el preámbulo de II, 44,
Cervantes no relega a don Quijote y Sancho al margen de los episodios del Quijote de
1615, sino que lo somete todo a su juicio. Los dos chiflados de la primera parte,
excluidos, como pedía el decoro neoclásico, de los asuntos graves, ya ocupan el lugar
que antes correspondía a personajes discretos como el cura, desempeñando su función
de comentaristas y observadores de cuanto pasa en su alrededor. La coordinación se ha
llevado a sus límites, y el resultado del experimento, si bien motivado originalmente por
las normas estéticas y modas literarias al uso, desemboca en un resultado que las pone
patas arriba. Esto se sigue lógicamente del paradójico proyecto esbozado en II, 44, que
pone todo el énfasis en lo poco que los episodios de esta parte se ajustan a lo que aquella
época entendía por este término. Así, Benengeli nos asegura que las historias
intercaladas tendrán la mera apariencia de novelas; estarán totalmente integradas dentro
de la acción principal, serán breves y sucintas a la enésima potencia. Por consiguiente, se
esfuman los linderos que tradicionalmente segregaban los episodios y digresiones de la
acción principal, al tiempo que se amplía, fragmenta y diversifica su contenido, que
lógicamente se ajusta a la perspectiva de sus observadores principales, don Quijote y
Sancho. Por consiguiente, en vez de consistir principalmente en una serie de extensas
historias de amor, constituyen ya un amplio y diverso mosaico de la vida de la época, en
el cual los temas novelescos se combinan con los motivos documentales, el enfoque
pintoresco con el de la sátira moral, la política con la ética y la religión. Fue una
innovación de consecuencias fecundísimas, que los novelistas europeos —Fielding,
Smollett, Goethe— tardarían aproximadamente un siglo en aprovechar.
Precisamente por haberse llevado a cabo en el segundo Quijote el equivalente de la
cuadratura del círculo —es decir, la implementación de un concepto no episódico del
episodio—, hay muchos casos en que resulta difícil determinar precisamente dónde
empieza el episodio o digresión y dónde termina la acción principal. No obstante, el
principio general es bastante claro: Cervantes nos da a entender que es episódico o
digresivo cuanto no esté relacionado directamente con «la verdad de la historia», es
decir, con la empresa caballeresca de don Quijote, a la que vienen a asociarse
estrechamente los hechos y dichos de su escudero Sancho. Ateniéndonos a este criterio,
reduzco los episodios de la segunda parte del Quijote a las siguientes categorías
generales. Primero, los «lúcidos intervalos» del héroe, en que trata de temas como el
honor, la fama, la educación de los hijos, la poesía, las condiciones de la guerra justa, el
gobierno. Aun cuando contravengan parte del criterio en la medida en que suponen
forzosamente la participación de don Quijote, cumplen con el mismo por centrarse en
materias ajenas a su manía caballeresca. Segundo, los retratos de personajes secundarios
cuya intervención desvía la mirada del lector, siquiera brevemente, a asuntos y formas

28
Giraldi Cinthio, Discorsi (1554), p. 48; cf. Miguel de Salina, Rhetorica (1541) «Esta digresión se hace
por tres causas … La tercera es cuando nos salimos a descrebir o pintar la manera de algún lugar, persona …
o otra cosa … como es batalla, convite o declarar alguna materia que de camino se ofreció tocar. Esto se hace
por adornar o deleitar poniendo a los oyentes delante los ojos a la larga la cualidad de aquella cosa que se
nombraba que por ventura no sabían». Citado en Cros, 1967, p. 275.
122 ANT HONY CLOS E Criticón, 101, 2007

de vida que no están relacionados con el tema central. A esta categoría asigno los
encuentros con los comediantes de la compañía de Angulo el Malo (II, 11), don Diego
de Miranda (II, 16-18), los estudiantes que acompañan a amo y mozo a las bodas de
Camacho (II, 19), el chiflado humanista (II, 22, 24), el ejército del pueblo de los
regidores rebuznadores (II, 27), el morisco Ricote (II, 54), los aldeanos que llevan
pinturas de cuatro santos a su pueblo (II, 58), la fingida Arcadia (II, 58), Roque Guinart
(II, 60). De los incidentes acaecidos a don Quijote en Barcelona, tres deben considerarse
episódicos: la cabeza encantada (II, 62), la visita a la imprenta (II, 62), y a la galera real,
que culmina en la historia de Ana Félix (II, 63). Tercero, todos los cuentos y novelas del
segundo Quijote, que aparte de la historia ya mencionada, incluye las de Basilio,
Quiteria y Camacho (II, 19-21), los regidores rebuznadores (II, 24, 27), doña Rodríguez,
su hija y Tosilos (II, 48, 52, 66), Claudia Jerónima (II, 60). Cuarto, las ya mencionadas
descripciones de escenas pintorescas, así como los diversos coloquios que se entablan
con personajes secundarios, siempre que no versen sobre la manía del héroe.
Observemos, finalmente, cómo la estrecha coordinación practicada por Cervantes le
permite resolver a su manera el problema que aqueja a Alemán a lo largo del Guzmán
de Alfarache. Me refiero a la incorporación de materias graves y didácticas en una obra
esencialmente jocosa. En principio, esta mezcolanza debería quedar excluida por las
amonestaciones del amigo consejero de Cervantes en el prólogo al primer Quijote
(pp.17-18):

Y pues esta vuestra escritura no mira a más que deshacer la autoridad y cabida que en el
mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías, no hay para qué andéis mendigando
sentencias de filósofos, consejos de la Divina Escritura, fábulas de poetas, oraciones de
retóricos, milagros de santos, sino procurar que a la llana, con palabras significantes, honestas
y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo, pintando, en todo lo que
alcanzáredes y fuere posible, vuestra intención; dando a entender vuestros conceptos sin
intricarlos y escurecerlos. Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se
mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la
invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla.

La razón por la que estos preceptos dificultan la intercalación de episodios en la


novela estriba en que las materias mencionadas eran precisamente las aprovechadas
tradicionalmente para esta finalidad. Por ejemplo, el libro segundo del Peregrino en su
patria de Lope de Vega está repleto de «milagros de santos»; las «oraciones de
retóricos» y «sentencias de filósofos» no faltan en el Guzmán de Alfarache; el cuento de
Cupido y Psiques intercalado en el Asno de oro de Apuleyo es una «fábula de poetas»,
entre otras muchas que contiene la milenaria tradición épica. Frente a esta casi insoluble
dificultad, Cervantes no se limita, como Guzmán, a incumplir su propio precepto para
luego disculparse contritamente por el delito. En vez de ello, procede a introducir todas
las materias vedadas, atenuando su escasa compatibilidad con la tonalidad cómica del
tema principal mediante el truco de coordinarlas con él. Pensemos en el discurso de la
Edad de Oro, que es el primer episodio introducido en el Quijote de 1605. Ya hemos
visto que Cervantes lo califica con sorna de «Toda esta larga arenga (que se pudiera
muy bien escusar)...» (I, 11, p. 123), y añade que el caballero lo pronuncia solamente
«porque las bellotas que le dieron le trujeron a la memoria la edad dorada». Al ironizar
LOS «EP IS O DIO S » DEL G UZM ÁN Y DEL QUI J OT E 123

de esta manera sobre la intromisión del parlamento, Cervantes nos hace verlo como un
gracioso aspecto de su manía, en vez de una gratuita intervención didáctica. Aun cuando
adopte en lo sucesivo una actitud más benigna hacia los «lúcidos intervalos» del héroe,
nunca le permite al lector olvidarse de que sus momentos de lucidez son precarios,
contagiados por residuos de locura y siempre propensos a recaer en ella.
En conclusión, tanto Alemán como Cervantes operan con un concepto antiguo de
una novela larga, viéndola como armazón en la que se incrustan diversos tipos de
ornamentación pegadiza, diseñados bien para la diversión del lector, bien para su
edificación y provecho. De los dos escritores, es el autor del Quijote de 1615 quien
presenta el aspecto más moderno. Al minar la jerarquización y segregación de materias
al uso, anticipa la novela tal como cristaliza en el siglo xviii, híbrido de comedia y
romance, que, jugando caprichosamente con los convencionalismos de la narrativa
anterior, imita y funde rasgos formales de la biografía o autobiografía, el género
epistolar, la literatura de viajes, la sátira de costumbres. Pero el propósito de esta
conclusión no es enaltecer a Cervantes a expensas de Alemán. Cada uno contribuyó a su
manera, lúdica y jocosa en el primer caso, apasionadamente seria en el segundo, a
transformar la novela cómico-satírica en lo que sería siglo y medio después el reflejo y
conciencia reflexiva de su época.

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Resumen. Me propongo comparar la manera en que Cervantes y Alemán abordan el problema de cómo
intercalar episodios o digresiones en el Quijote y el Guzmán de Alfarache respectivamente. Mi aproximación
está basada en la teoría y la práctica de aquella época, y se centra en dos cuestiones principales: identificar los
episodios de las dos obras, e iluminar las actitudes divergentes adoptadas por los dos escritores ante los
criterios de decoro y pertinencia. Aunque parten de una premisa común a la época —lo deseable de la variedad
en una obra de gran extensión— alcanzan soluciones netamente contrastadas, destinadas a repercutir
profundamente en la novelística posterior.

Résumé. Mon but dans cet article est de comparer la façon dont Cervantès et Alemán abordent le problème de
l’interpolation d’épisodes ou digressions respectivement dans Don Quichotte et dans le Guzmán de Alfarache.
Mon approche se fonde dès l’abord sur la théorie et la pratique de leur époque et s’occupe de deux questions
principales: l’identification d’épisodes ou de digressions dans les deux chefs-d’œuvre et une mise au clair des
attitudes divergentes adoptées par les deux écrivains confrontés aux exigences du decoro et de la pertinence.
Bien qu’ils partagent l’idée généralement acceptée que la variété soit très désirable dans n’importe quelle œuvre
d’une longueur considérable, ils en arrivent néanmoins à des solutions nettement divergentes, qui auront une
influence profonde sur le roman aux époques suivantes.

Summary. My aim is to compare the way in which Cervantes and Alemán tackle the problem of how to
interpolate episodes or digressions in Don Quijote and Guzmán de Alfarache respectively. My approach is
based on the theory and practice of the age, and centers on two main questions: identifying episodic material
in the two works, and clarifying the divergent attitudes adopted by the two writers towards the criteria of
LOS «EP IS O DIO S » DEL G UZM ÁN Y DEL QUI J OT E 125

decorum and relevance. Although they depart from the commonly held assumption of the desirability of
variety in any work of considerable length, they reach sharply divergent solutions, destined to have a profound
influence on later prose fiction.

Palabras clave. Alemán, Mateo. Cervantes, Miguel de. Decoro. Digresión. Episodio. Guzmán de Alfarache.
Intercalación. Novela. Poética. Quijote.

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