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Introducción
El perdón es uno de los factores cruciales para mantener nuestro corazón sano. Al tomar la
decisión de perdonar, liberamos nuestro corazón del sufrimiento, el resentimiento y la
amargura. Al negarnos a perdonar nos quedamos amarrados al pasado, a la situación de
agravio que vivimos y a nuestro ofensor, de esa forma le otorgamos a nuestros ofensores o
enemigos un poder sobre nuestra vida, y la facultad de definirnos: nuestra emocionalidad,
cómo nos comportamos y en quiénes nos convertimos. En esas condiciones no hay
posibilidad de sanar las heridas emocionales ni restaurar una relación, ni seguir adelante
con nuestras vidas; pero el perdón nos devuelve el control de nuestras vidas.
“El corazón alegre constituye buen remedio; mas el espíritu triste seca los huesos”.
Proverbios 17:22
Es un hecho estudiado por las ciencias médicas y del comportamiento humano, que los
estados emocionales afectan positiva o negativamente la salud. La Biblia también expone
esa verdad: “El corazón alegre constituye buen remedio; mas el espíritu triste seca los
huesos”. Por eso en el Nuevo Testamento exhorta a quitar o soltar emociones tóxicas como
la amargura, el enojo y la ira, y adoptar una actitud de benignidad, de compasión y de
perdón: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería, calumnias y toda malicia.
Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así
como Dios los perdonó a ustedes en Cristo” (Efesios 4:31-32).
La falta de perdón daña nuestra salud La falta de perdón incide en el aumento de las
complicaciones psicosomáticas, las enfermedades cardíacas, la menor resistencia a las
enfermedades físicas, entre otras complicaciones de salud; pero a su vez el perdón deriva
en mejores desenlaces clínicos y mayor competencia para lidiar con el estrés. “La falta de
perdón crónica provoca estrés. Cada vez que la persona piensa en su agresor, su cuerpo
reacciona. Reducir la falta de perdón, reduce el riesgo para la salud. De modo que si usted
perdona, puede fortalecer realmente su sistema inmunológico” (Dr. Everett Worthington).
Según el investigador y médico Don Colbert, los estados emocionales asociados a la falta
de perdón, tales como: ira y hostilidad, resentimiento, ansiedad, derivan en padecimientos
físicos, tales como:
− Disminuye el dolor
− Extiende la longevidad
“Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería, calumnias y toda malicia. Más
bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como
Dios los perdonó a ustedes en Cristo”. Efesios 4:31-32.
La retención del perdón tiene asociados estados emocionales tóxicos, tales como el
sufrimiento (dolor crónico) y resentimiento u odio (enojo cronificado). Estos estados
emocionales están cargados de emociones tóxicas que afectan la sanidad psicológica de la
persona. Esto es consecuencia de la negación a perdonar y a soltar la situación dolorosa y
a la persona ofensora involucrada, lo que hace que el dolor de la herida y el enojo
experimentado por la situación se prolonguen en el tiempo más de lo normal. Asociados al
dolor (sufrimiento) y el enojo crónico (resentimiento), se desarrolla un perfil psicológico
caracterizado por una constelación de estados emocionales tóxicos, tales como: mal humor,
irritabilidad, descontento por la vida, conductas agresivas, victimización, entre otras.
La disposición para perdonar, libera a la persona del dolor y el enojo asociados a la
situación vivida, lo cual trae paz y serenidad a la vida de la persona, devolviéndole la
armonía emocional.
“Dios perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
Mateo 6:12
Toda persona tiene la necesidad de recibir el perdón de Dios, a quien ha ofendido; pero
también necesita poder otorgar perdón a otros que le han ofendido o agraviado. Así
funciona la economía de Dios.
Esa doble necesidad se expresa en la oración del Padre Nuestro: “Dios perdona nuestras
ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mateo 6:12). El perdón es
un acto que toda persona necesita practicar en dos direcciones: en sentido vertical,
invocando el perdón de Dios; y en sentido horizontal, concediéndolo a otras personas.
Como creyentes constantemente necesitamos experimentar el perdón en ambas
direcciones, si queremos mantenernos espiritualmente sanos.
“Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra
otro…”. Colosenses 3:13.
No existe relación duradera sin perdón. Puesto que no vivimos en un mundo perfecto, ni las
circunstancias se dan según nuestras expectativas, siempre está abierta la posibilidad de
errar, ofender o dañar a otra persona, por lo que hacemos o dejamos de hacer o dar. En
muchos casos la ofensa es más bien percibida que real, pues tiene que ver con las
expectativas que una persona tiene de otra, o la evaluación que hace desde sus mapas y
paradigmas. Por eso las relaciones saludables conocen de cerca y practican el perdón. Las
personas que valoran las relaciones (familiares, hermandad cristiana, amistad, trabajo, etc.)
practican el perdón, como una vía para manejar los conflictos, zanjar las diferencias, tratar
con el dolor de heridas abiertas y restaurar la relación cuando ésta esté estancada o
estropeada. De ahí la importancia de cultivar el hábito de perdonarse mutuamente –
perdonaos unos a otros – perdonando cuando se ha sentido ofendido, y pidiendo perdón
cuando se está consciente de haber ofendido al otro.