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2/3/2020 Tecnología ≠ ciencia aplicada, e industria ≠ tecnología por Mario Bunge

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Tecnología ≠ ciencia aplicada, e industria ≠ tecnología por Mario


Bunge
14 de noviembre de 2018

Un artículo glorioso para desmontar uno de los mitos más asentados en los estudios de política cientí ca
(Con motivo del homenaje al profesor Klaus Kornwachs)

En los medios de comunicación de masas pervive la confusión entre ciencia y tecnología introducida por Francis Bacon cuando
abogaba por una “ losofía de los trabajos” que sustituyera a la “ losofía de las palabras” de los escolásticos. Esta confusión se
actualizó con Auguste Comte, fundador del positivismo clásico, que acuñó la fórmula “Savoir pour pouvoir” (Saber para poder). Se
trata de una concepción que también compartieron el joven Marx y su mejor amigo y colaborador Friedrich Engels en su famosa
Tesis XI al confundir erróneamente el criterio de utilidad (“the proof of the pudding is in the eating”, sólo se puede evaluar la cualidad
de algo tras haberlo usado o experimentado) con el criterio de verdad manejado por los cientí cos, esto es el del poder predictivo
acompañado de la compatibilidad con el grueso del conocimiento previo.

Examinemos dos historias que, aunque parezcan carentes de relación, son pertinentes para nuestro problema: las ondas
gravitacionales y la cuna de la revolución industrial.

1 Notas sobre ciencia pura: las ondas gravitacionales

La detección de las ondas gravitacionales en noviembre de 2015 debería haber constituido un hito de la separación entre ciencia y
tecnología. De hecho, este hallazgo sensacional conllevó el triunfo de una investigación cientí ca básica o desinteresada que
realizara Einstein hace un siglo. No cabe duda de que los experimentadores recibieron el apoyo de ingenieros civiles que
participaron en la realización del diseño original de la instalación experimental del LIGO [Laser Interferometer Gravitational-Wave
Observatory], que requirió dos enormes interferómetros y dos formidables tubos de vacío de 6.000 metros de longitud. Lo que nos

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interesa aquí es que lo que motivó esta exitosa investigación reciente no fue la utilidad sino la pura curiosidad cientí ca –en el mismo
sentido que ya escribió Aristóteles. De hecho, el hallazgo en cuestión no tiene aplicaciones prácticas que actualmente podamos
prever, aunque sólo sea porque la energía de las citadas ondas es ín ma. Sólo la intervención de unos cuantos burócratas con visión
de futuro permitió juntar y organizar a un grupo de cerca de 1.000 cientí cos, que gastó 1.100 millones de dólares estadounidenses
trabajando en un proyecto que logró culminar una investigación que no había ofrecido resultados durante casi medio siglo.

COMUNIDAD DE EDUCADORES: UN ESPACIO PARA


VISIBILIZAR EL PENSAMIENTO DE LOS DOCENTES
(HTTPS://FORMS.GLE/SSATYWJOMDSFF2T27)
La Red Iberoamericana de Docentes (42.000 miembros (http://redesib.formacionib.org)) quiere aprovechar la gran visibilidad
que tiene sus blogs, tanto en la Red como en abierto, y va a iniciar una etapa en la que se van proponiendo temas de interés para la
profesión docente que se actualizarán cada dos meses y que serán revisados por nuestro Comité Académico con el compromiso de
hacer un retorno de todo lo recibido. Los docentes que a lo largo de 2020 publiquen un mínimo de 5 artículos recibirán un
certi cado acreditativo. El registro en esta acción es libre y gratuito y las entregas se harán a través de una plataforma Moodle para
tener un control y las herramientas de evaluación adecuadas. Los datos que se solicitan son los necesarios para emitir, en caso de
haberlo logrado, los certi cados. Registro en: https://forms.gle/ssatywJomDs 2T27 (https://forms.gle/ssatywJomDs 2T27)

Y EN 2020 ESTAMOS HACIENDO ENTRE TODOS EL


AÑO IBEROAMERICANO DE LA CULTURA CIENTÍFICA

Lo que mantuvo la fe de los miembros del equipo del LIGO fue que la predicción de Einstein formaba parte de su compleja y bella
teoría de la gravitación, otras predicciones de la cual han sido empíricamente con rmadas desde 1919. Ése fue el año en el que el
equipo dirigido por el astrofísico Arthur Eddington con rmó la curvatura de la luz estelar por el efecto del campo gravitacional de la
Tierra. Desde entonces, se han corroborado alrededor de 30 “efectos” adicionales que la misma teoría predecía.

Así fue como la hipótesis de las ondas gravitacionales, lejos de quedar aislada, arraigó rmemente en una de las más importantes
teorías de la física. Dicho de forma breve, el hallazgo del LIGO se cimentó en un deseo y una aceptación basados fundamentalmente
en que había sido predicho por una teoría exitosa. Mataron dos pájaros de un solo tiro: el dogma empiricista de que todas las
indagaciones cientí cas nacen de la observación y la confusión pragmatista de la ciencia con la tecnología.

2 Manchester en vez de París

Si la industria moderna fuera hija sólo de la tecnología, y si ésta consistiera sólo en ciencia aplicada, entonces la revolución industrial
(ca. 1760-1820) habría empezado en París, la ciudad de la luz, y no en el sombrío Manchester. En 1750, París era la segunda ciudad
europea más poblada (tenía 556.000 habitantes) y podía considerarse la sede de las mayores y más progresistas comunidades

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cientí cas y humanistas del mundo. Era la Meca de los mejores cientí cos y de los escritores más populares. En cambio, Manchester
apenas llegaba a los 20.000 habitantes, aunque su número se multiplicaría por diez durante el siglo siguiente, mientras que en el
mismo periodo París sólo doblaría su población.

Baste evocar una pequeña muestra de cientí cos franceses en activo durante la revolución industrial: d’Alembert, Bu on, Condorcet,
Lagrange, Laplace y Lavoisier, a los que deberíamos añadir una recua de visitantes extranjeros como Leonhard Euler, Alexander von
Humboldt y Ben Franklin. La comunidad cientí ca británica durante ese mismo periodo no era menos esplendorosa: podemos
mencionar a Babbage, Black, Cavendish, Davy, William Herschel, Jenner y Priestley. Los cientí cos extranjeros visitaban París, no
Londres, por no hablar de Oxford y Cambridge, que se especializaron en formar a clérigos y que rechazaron la solicitud de ingreso de
John Dalton por ser cuáquero, y que fue el único nacido en Manchester que dejó una profunda huella en la ciencia: fue nada menos
que el fundador de la química atómica.

Cabe decir que ninguno de esos eminentes cientí cos estaba interesado en las máquinas, de modo que no realizaron aportaciones
signi cativas a la revolución industrial. Los inventores de la máquina de vapor, de la hiladora con husos múltiples, de la válvula de
vapor y del telar mecánico fueron ingenieros autodidactas como Cartwright, Hargreaves, Newman y Watt. Los artefactos más
ingeniosos fueron el autómata del pato de Vaucanson y el telar programable de Jacquard. Ambas invenciones sólo fueron
plenamente explotadas dos siglos más tarde con el desarrollo de la informática. Y, con la excepción de Vaucanson, ninguno de esos
inventores estaba interesado en la ciencia básica y ninguno esperaba hacerse rico con sus invenciones.

3 Los insumos y los productos de la revolución industrial

Algunos grandes patrimonios procedieron de plantas manufactureras que utilizaban nuevas máquinas y que estaban nanciadas por
inversores capitalistas, en concreto algunos de los comerciantes que habían amasado grandes fortunas con el comercio de esclavos.
Por consiguiente, y contrariamente a la “ley” de Marx de los cuatro estadios –esclavitud, servidumbre, capitalismo y socialismo–, el
comercio de esclavos oreció en el periodo que estamos examinando y contribuyó signi cativamente al nacimiento del capitalismo
industrial. El pasado no había muerto.

Lejos de ser un producto sólo de la tecnología, el capitalismo industrial que nació en Manchester y en otras ciudades inglesas
similares tenía al menos tres tipos de insumos, como muestra el siguiente diagrama:

Permítasenos un breve comentario acerca del insumo y del producto de este sistema. Como puede colegirse de las biografías de los
inventores de las nuevas máquinas, la nueva tecnología utilizaba sólo una pequeña parte de la nueva ciencia nacida tres siglos antes.
De hecho, ninguno de ellos tenía un nivel de formación su ciente para entender cabalmente la nueva ciencia: eran más artesanos
que ingenieros. En cambio, en ese momento el trabajo era muy abundante y barato. De hecho, los salarios que se pagaban a los
trabajadores de las fábricas inglesas de algodón por 14 horas de trabajo apenas les alcanzaban para subsistir (unos 20 peniques o 10
quilos de pan por día en 1740). (Nótese que en la actualidad el trabajo en los Estados Unidos supone menos del 10% del coste de
una mercancía común).

El capital también era abundante y barato en la época


de la revolución industrial, y cabe señalar que el
comercio de esclavos era a la vez intensivo y
enormemente bene cioso. (La mayor ruta del comercio
de esclavos era la que hacía los trayectos Inglaterra-
Golfo de Guinea-Caribe o Sur de Estados Unidos-Gran
Bretaña. Básicamente, los esclavos se intercambiaban
por algodón, azúcar y café). A diferencia de los

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aristócratas, que invertían fundamentalmente en


tierras y acciones, los comerciantes de esclavos
invirtieron su efectivo en la nueva industria. En
consecuencia, los industriales ingleses no necesitaron
pedir crédito a banqueros o prestamistas. Los
industriales franceses no tenían acceso a este tipo de
capital puesto que Haití, la única colonia con trabajo
esclavo, era demasiado pequeña y no suministraba
materias primas a la industria.
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El principal producto de las algodoneras era el calicó,
Te invitamos a unirte a nuestra red. Queremos contar con todos los
un paño de algodón barato apto para hacer vestidos y
educadores, cientí cos y cooperantes dispuestos a compartir para mejorar la
ropa interior. A diferencia de los nos brocados de
capacidad de los jóvenes de América latina y la península Ibérica
seda producidos en Lyon para los ricos, el tejido inglés
(http://redesib.formacionib.org/main/authorization/signUp?)
era accesible a millones de personas en todo el mundo,
especialmente en la India británica. Ese fue el secreto del gran éxito de la revolución industrial: un consumo de masas a través de
una producción en masa. Por supuesto, debían competir con la tela de algodón que los nativos producían con los telares manuales
presentes en las casas. Pero los británicos sabían cómo sortear este obstáculo: incapacitaron a los tejedores bengalíes cortándoles
los pulgares. Sin duda, esta crueldad era incompatible con la retórica altisonante de libre comercio de los políticos ingleses y de sus
lósofos. Pero alguien tenía que pagar por el progreso. Y el ejército británico en la India se aseguró de evitar que ese precio lo
pagaran empresarios y comerciantes. La carga recayó sobre los trabajadores indios y sobre los contribuyentes tanto de Gran
Bretaña como de la propia India, que mantuvieron al medio millón de efectivos del ejército británico en la India comandado por
hombres con una "capacidad innata para el liderazgo" o por sus serviles subordinados nativos.

Conclusiones

Hemos sostenido las tesis de que los tecnólogos y los cientí cos básicos persiguen objetivos distintos: mientras los primeros buscan
la utilidad, los últimos tratan de hallar nuevas verdades. Sin embargo, los individuos de ambos campos actúan fundamentalmente
motivados por la curiosidad. Además, la investigación experimental avanzada de la “gran ciencia” realiza un uso intensivo de las altas
tecnologías, como ocurre en el caso de los ensayos clínicos de medicamentos a gran escala, la detección de neutrinos y la
observación de agujeros negros. Para podernos permitir hablar de la Biblia, a la vez debemos dejar que María y Marta hagan su
trabajo. En otras palabras, necesitamos a la vez cerebro y manos. Necesitamos a ambos, y el Homo sapiens los necesita para evitar
acabar siendo Homo stultus.

Sin embargo, debemos tratar de seguir progresando sin explotar a nadie. No vivimos en 1845, cuando el gran Heinrich Heine
empatizó con los sufridos tejedores de Silesia y profetizó: “Altdeutschland, wir weben dein Leichentuch” (Vieja Alemania, tu sudario
helado ya tejen nuestros dedos). En gran parte de lo que llamamos Occidente hemos consumado un gran progreso social desde la
instauración del Estado de bienestar. Pero ya es hora de completar la tarea iniciada hace dos siglos por los reformadores sociales
que buscaban la justicia social, esto es el equilibrio entre las obligaciones y los derechos, y el control de los avances tecnológicos para
evitar sus efectos dañinos: mano de obra masiva “redundante”, guerras cada vez más destructivas, degradación medioambiental y
entretenimiento estupidizante. Deberíamos ser capaces de parafrasear a Heine diciendo: Neuzeit, Wir weben deine Windel (Tiempos
modernos, vuestros pañales ya tejen nuestros dedos).

Mario Bunge (http://www.sinpermiso.info/Autores/Mario-Bunge)

se doctoró en Ciencias Fisicomatemáticas por la Universidad de La Plata en 1952. Fue homenajeado con el Premio Príncipe

de Asturias, 14 títulos de doctor honoris causa y cuatro de profesor honorario. Actualmente es profesor de Filosofía en la

McGill University de Montreal (Canadá). Los temas principales de su amplia bibliografía (40 libros y más de 500 artículos)

son la física, la losofía de las ciencias naturales y sociales, la semántica, la ontología y la ética.
Traducción: Jordi Mundó 

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