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Hacia una historia de la historiografía regional en la Argentina

María Gabriela Quiñonez


UNNE

La publicación de un libro que reúne trabajos referidos a la configuración del campo


historiográfico santafesino desde fines del siglo XIX hasta avanzada la década de 1960,
se presenta como una formidable ocasión para reflexionar acerca de la historia de la
historiografía regional en la Argentina. Si aceptamos su existencia, ella podría tener
como objeto de estudio un amplio conjunto de obras que iría desde las crónicas
elaboradas en los tiempos coloniales, referidas a espacios que hoy integran nuestro
país, hasta los trabajos que se han producido en las distintas regiones y provincias a
partir de la profesionalización del campo historiográfico con la apertura de
Universidades con carreras de historia. Ese amplio corpus incluiría sin dudas las obras
producidas en el escenario protohistoriográfico de las provincias en la segunda mitad
del siglo XIX y en gran parte del siglo XX, cuando las principales instituciones
dedicadas a la indagación sobre el pasado en el interior de la Argentina eran las Juntas
de Estudios Históricos y a esa tarea se dedicaban individuos de las más variadas
formaciones e intereses.
Detenernos a pensar en esta posibilidad nos lleva a reflexionar acerca del papel
asignado a las historias provinciales y regionales en la historia de la historiografía
argentina y en cómo ha sido delimitado su objeto de estudio. Hace más de ocho
décadas, en 1925, Rómulo D. Carbia, inauguraba la Historia de la Historiografía
Argentina con una obra que desplegaba ese título, y tiempo más tarde, entre 1939 y
1940, la misma era reeditada como Historia Crítica de la Historiografía Argentina, sin
que su autor hubiera incluido cambios que renovaran sustancialmente su contenido, a
pesar de que en los años transcurridos se habían producido significativos aportes en
los distintos géneros a los que aludía, en particular el que había denominado crónica
regional.
Son indudables los méritos que le han sido reconocidos a la obra de Carbia con la que
se inauguraba el análisis historiográfico en nuestro país. En ella reunía, ordenaba,
clasificaba y valoraba una cuantiosa producción de estudios de carácter histórico
elaboradas en un espacio que se ajustaba a los límites de la Argentina y en un período
que iba desde los tiempos coloniales hasta las primeras décadas del siglo XX.1 En ese
conjunto distinguía, por una parte, una sucesión de grandes escuelas, desde la erudita
hasta la nueva escuela histórica; y por otra, una serie de géneros menores entre los
que contenía a heurísticos, datistas, monografístas, ensayistas y cronistas, rubro en el
cual ubicaba, entre otras de su tipo, a las crónicas regionales.2
No debemos perder de vista quien era el autor de esa clasificación y el lugar que
ocupaba en un campo historiográfico que avanzaba hacia su profesionalización.
Rómulo D. Carbia era un miembro eminente de la “Nueva Escuela Histórica”, el grupo
de historiadores –integrado por Ricardo Levene, Luis María Torres, Emilio Ravignani,
Diego Luis Molinari, entre otros- que renovó las formas de hacer historia en la

1
Rómulo D. Carbia, Historia Crítica de la Historiografía Argentina. Bs. As., Coni, 1940, 3ra. Ed. Esta edición
fue antecedida por la primera realizada en 1925 bajo el título de Historia de la Historiografía Argentina,
publicada como el tomo II de la Biblioteca Humanidades de la Universidad de La Plata y una segunda del
año 1939, publicada por la misma institución.
2
Rómulo D. Carbia. Op. Cit., 1925.
Argentina desde comienzos del siglo XX, al transformarla en un saber científico, con la
introducción del método, y avanzar hacia la profesionalización de la disciplina anclada
en nuevos espacios institucionales. A partir de la gran recepción de su obra, debida no
solo a sus méritos intrínsecos, sino a su casi exclusividad temática en el campo de los
estudios históricos; principiaba con ella, una delimitación de lo que sería en adelante el
objeto de estudio de la historia de la historiografía Argentina.
La operación que hiciera al distinguir entre grandes escuelas y géneros menores, no
tardó en llevar a una separación entre las obras que podían denominarse “historia
argentina” o “historia nacional”, y aquellas que quedaban restringidas al calificativo de
“crónica regional” o “historia provincial”, género que sería cultivado mayoritariamente
por hombres que no solo eran originarios de las provincias, sino que además escribían
desde su condición de hombres del interior. Esta distinción fue percibida claramente
por un observador extranjero como Clifton Kroeber, que en 1965 bautizaba a estas
historias y a sus autores como “provincialistas”, representantes de un revisionismo
moderado en el cual incluía también al rosarino David Peña por su obra dedicada a
Facundo Quiroga.3
Desde la primera edición de la obra de Carbia comenzaba a perfilarse la noción de que
el objeto de estudio propio de la historia de la historiografía argentina se conformaba
con las “historias nacionales”, es decir, una larga serie de obras de distinta
envergadura y rigor científico –cuando estuvieran dadas las condiciones para exigirlo-,
iniciada en 1861 con la Historia Argentina de Luis L. Domínguez4, continuada en
momentos culminantes con la monumental Historia de la República Argentina de
Vicente Fidel López, que comienza a publicarse en 1883, y divulgada a partir de las
producciones de muchos “historiadores nacionales” como Mariano Pelliza o Clemente
Fregueiro, a los que se sumarían toda una pléyade de normalistas que vulgarizaron esa
“historia nacional” a partir de las obras didascálicas.5 Es así que, desde un principio, las
obras escritas más bien con la vocación de ser “historias nacionales” que con la
posibilidad real de ser congruentes con esa denominación, llevarían ese rótulo
cualesquiera fuesen los límites estrictos de lo que hoy llamaríamos su
“regionalización”.6
Muchas de las obras que han utilizado esta denominación desde el último tercio del
siglo XIX -la de Vicente Fidel López por citar el ejemplo paradigmático- se referían
estrictamente a procesos que giraban en torno de Buenos Aires, o de las acciones de
las elites porteñas, o quizás, de ese espacio de difícil delimitación denominado
“rioplatense”, mientras las referencias al interior más profundo, fundamentalmente, al
espacio extrapampeano, se diluían en el relato. Serían los hombres del interior, los que

3
El historiador norteamericano Clifton Kroeber, al analizar las obras históricas escritas en la Argentina
desde el siglo XIX, creyó advertir un “revisionismo moderado” en la obra del rosarino David Peña y en las
que escribían otros historiadores del interior que desde comienzos del siglo XX se dedicaron a reivindicar la
lucha de las provincias frente al centralismo de Buenos Aires y a reafirmar su contribución a la tradición
democrática argentina. Véase: Clifton Kroeber. Rosas y la revisión de la historia argentina. Bs. As., Fondo
Editor Argentino, 1965
4
Ernesto J. A. Maeder. La obra histórica de Luis L. Domínguez. En: Nordeste, Facultad de Humanidades,
UNNE. Resistencia, Nº 3, 1961, pp. 113-166. Maeder sostiene que la obra tuvo cinco ediciones entre 1861
y 1870.
5
María Gabriela Quiñonez. Las historias provinciales y la construcción de una historia nacional en la
Argentina (1864-1920). Ponencia inédita presentada en las I Jornadas Internacionales de Historiografía
Regional realizada en la Facultad de Humanidades de la UNNE los días 9 y 10 de noviembre de 2006. Una
versión anterior fue presentada y publicada en CD en las IV Jornadas Nacionales de Historia Moderna y
Contemporánea (2004).
6
Nos referimos a la expresión regionalizar en el sentido en que la trata Susana Bandieri. Véase: Bandieri,
Susana. La posibilidad operativa de la construcción histórica regional o cómo contribuir a una Historia
nacional más complejizada. En: Sandra Fernández y Gabriela Dalla Corte (Comps.). Lugares para la
historia. Espacio, historia regional e historia local en los estudios contemporáneos. Rosario, UNR Editora,
2001, pp. 91-117
al leer esas historias, desde lugares alejados de Buenos Aires, comenzarían a
cuestionar el uso de ese título, al no ver incluidos en esas historias, acontecimientos o
situaciones que consideraban fundamentales para la “historia nacional” y que habían
sido protagonizados por las sociedades provincianas a las que pertenecían.
En 1864, casi contemporáneamente a los debates protagonizados por Bartolomé Mitre
con Dalmacio Vélez Sarsfield y Juan Bautista Alberdi, el cuyano Damián Hudson, daba
a conocer su primera versión de “Recuerdos históricos sobre la provincia de Cuyo” en
la Revista de Buenos Aires. En ella decía: “…invitamos a los hombres estudiosos de las
demás provincias a hacer otro tanto, a fin de que compilados estos anales, sirvan a dar
mayor acopio de luz y de verdad al que ha de escribir la historia general de la
República Argentina”7. En 1877, el mismo año en que se publicaba la tercera edición
de la Historia de Belgrano, el jujeño Joaquín Carrillo en la introducción de su libro
“Jujuy. Provincia federal Argentina. Apuntes de su historia civil” afirmaba: “La historia
nacional está todavía en estudio y en formación, y hasta hoy se encuentra localizada
en el círculo de acontecimientos pasados en la capital o de los dependientes de
aquellos; sin que, con escasas excepciones, hubiesen sido publicados datos
importantes de los archivos provinciales…”8 Décadas más tarde, Bernardo Frías, en
1902 con “Historia del General Martín Güemes y de la Provincia de Salta, o sea de la
Independencia Argentina”, y Manuel Cervera en 1907 con “Historia de la ciudad y
provincia de Santa Fe. Contribución a la historia de la República Argentina”
testimoniaban desde los títulos de sus obras esa apelación a la construcción de una
historia argentina que contemplara los aportes de las provincias. El historiador
correntino Hernán Félix Gómez, cuya obra e influencia ha sido estudiada de manera
sistemática a mediados de los años noventa, es un claro ejemplo de cómo las obras de
los historiadores provinciales habían adquirido envergadura y rigor metodológico a
partir de la influencia de la Nueva Escuela Histórica. Resulta interesante destacar no
sólo la visión que Gómez tenía de cómo debía elaborarse la historia nacional sino
también, su parecer acerca de los estudios históricos que se realizaban en las
provincias. Para el historiador correntino la historia argentina “…es una, indivisa, pero
puede ser vista desde la plataforma de las catorce provincias, que actuaron con ideas y
sentimientos propios en el devenir de los sucesos… Por otra parte, si bien deben
destacarse las individualidades, no puede escribirse la historia provincial con el criterio
excluyente del medio, sino considerando a los acontecimientos como escenas de la
historia argentina, vinculados con los sucesos de las demás provincias…”9 Los
argumentos acerca de la inexistencia de una historia que pudiera considerarse
“nacional” no fueron patrimonio exclusivo de los hombres del interior; en 1910 Luis V.
Varela10, en la introducción a su Historia Constitucional sostenía que la historia
argentina debía ser “rehecha”, y por ello sostenía que en su libro había intentado hacer
“...una historia de la República Argentina, y no exclusivamente de Buenos Aires, como
la mayor parte de las Historias Argentinas que hasta ahora se han publicado.” 11

7
Damián Hudson. Historia Americana. Recuerdos históricos sobre la Provincia de Cuyo. En: La Revista de
Buenos Aires. Bs. As., año I, Nº 9, 1864, p. 4 (La bastardilla en nuestra.)
8
Joaquín Carrillo. Jujuy. Provincia Federal Argentina. Apuntes de su historia civil. (Con muchos
documentos). Bs. As., 1877, p. 11.
9
María Silvia Leoni de Rosciani. El aporte de Hernán Félix Gómez a la historia y la historiografía del
Nordeste. En: Folia Histórica del Nordeste, Resistencia, N° 12, IIGHI-UNNE, 1996, p. 54
10
Luis V. Varela, destacado jurista e historiador constitucionalista, hijo de Florencio Varela y Justa Cané,
nació en 1845 en la ciudad de Montevideo a raíz de que su familia debió exiliarse durante el rosismo.
Posteriormente se radicó en Córdoba y llego a ser legislador por la Provincia de Buenos Aires en dos
períodos.
11
Véase José Carlos Chiaramonte. En torno a los orígenes del revisionismo histórico argentino. En: Ana
Frega y Ariadna Islas. Nuevas miradas en torno al Artiguismo. Montevideo, Facultad de Humanidades y
Ciencias de la Educación, 2001, p. 33-34
Al iniciarse el siglo XX no faltaron los proyectos que pretendían dotar a la Argentina de
una historia integral. Dos de ellos, ligados a los hombres de la Nueva Escuela Histórica,
surgieron en sus primeras décadas del siglo XX pero no pudieron concretarse, hasta
que en los años treinta, Ricardo Levene impulsara y dirigiera la publicación de la
Historia de la Nación Argentina desde la antigua Junta de Historia y Numismática
Americana convertida en 1938 en Academia Nacional de la Historia.
Las dificultades que se presentaron ante los intentos de concretar estos
emprendimientos pusieron de manifiesto no sólo la complejidad operativa de una obra
de esa magnitud, sino también la necesidad de atender al desarrollo de las historias
provinciales y regionales, de proceder a la consulta de sus archivos, y de publicar
series documentales -tarea en la que se destacó Emilio Ravignani- como punto de
partida para pensar posteriormente en una historia nacional. Este pequeño recorrido
por expresiones y circunstancias que testimonian la inexistencia de una historia que
pudiera contener al “pasado argentino” nos hace volver sobre la cuestión del objeto de
estudio de la historia de la historiografía argentina.
La consagración de una “historia argentina” en la cual confluían las dos tradiciones
historiográficas nacidas de la confrontación entre Mitre y López, sumada a los juicios
de Carbia sobre las crónicas regionales, implicaba que los escritos históricos elaborados
en las provincias quedaran mayoritariamente fuera de los marcos que delimitaban ese
objeto de estudio. Los historiadores provinciales y sus obras podían aspirar quizás a
ocupar un espacio marginal dentro de ella o a ser “apéndices” que ampliaran o
completaran la “historia nacional”, como de hecho ocurrió con las historias provinciales
que fueron incluidas en la Historia de la Nación Argentina, dirigida por Levene. Lo
cierto es que desde entonces no se ha podido pensar de otra manera esta cuestión, ha
quedado establecido como una suerte de obstáculo epistemológico que las obras
elaboradas en Buenos Aires podían presentarse como historias argentinas, y todo
intento de explicar procesos semejantes desde la perspectiva de las provincias no
podía trasvasar los límites de la historia regional.
Mucho se podría especular en torno de estas cuestiones, y las afirmaciones aquí
realizadas podrían calificarse de aventuradas, pero llenarían el objetivo de su
enunciación, en el marco de este libro, si lograran ampliar la discusión sobre el asunto.

* * *

El itinerario de conformación de una historia de la historiografía regional en la


Argentina, que ha dado sus primeros pasos en la segunda mitad del siglo XX y se
afirma en lo que lleva transcurrido del actual, ha corrido por carriles paralelos a los de
la historia de la historiografía argentina que –es de suponer- debería contenerla. Sin
embargo, y, desde entonces, pretender la inclusión de trabajos dedicados al análisis de
autores, obras, contextos de producción, argumentos, redes de sociabilidad y muchos
otros aspectos tenidos por regionales como partes de una historia de la historiografía
argentina, resulta una empresa de difícil concreción.
Entre los argumentos que suelen esgrimirse acerca de las crónicas, historias e
historiadores provinciales que son objeto de estudio de quienes se dedican a la historia
de la historiografía regional, uno de los más referidos es el escaso impacto que estas
obras y sus autores han tenido, en diferentes épocas, en los círculos intelectuales
porteños. Pero si se trata de la recepción de las obras como una de las variables
fundamentales del análisis historiográfico, debe tenerse en cuenta que muchas obras
escritas en las provincias, que no han tenido un alto impacto en los círculos
intelectuales “nacionales” de Buenos aires, se han constituido en columnas vertebrales
de las visiones hegemónicas del pasado local o provincial en espacios que también son
parte de la República Argentina, y su análisis resulta imprescindible a la hora de
entender cómo esas sociedades provincianas se han situado frente al relato nacional
que fue llevado a las provincias a partir de las obras de los fundadores y de la
nacionalización de los planes escolares, entre otras políticas homogeneizadoras. Pero
más allá de ese impacto a nivel local, desde fines del siglo XIX, algunas obras de
historiadores provinciales han tenido una recepción poco evaluada desde la historia de
la historiografía argentina, en figuras como los rosarinos Estanislao Zeballos y David
Peña, o el porteño Ernesto Quesada, o en historiadores extranjeros, como es el caso
del uruguayo Luis Alberto de Herrera, que permitirían reconstruir vínculos, diálogos e
intercambios que discurrían por fuera del escenario porteño.
Las historias locales o provinciales surgieron durante la segunda mitad del siglo XIX, en
un contexto de producción en que el uso político del pasado para sostener
reivindicaciones era una herramienta apropiada para algunas provincias, especialmente
extrapampeanas, que habiendo perdido peso en su representación, se sentían víctimas
del centralismo político, y con dificultades para hacer escuchar sus reclamos, al no
contar con hombres integrados a espacios de decisión en la elite nacional. A estas
dificultades de orden político se sumaban los problemas para hallar una salida al
encierro que implicaba el modelo económico agroexportador. En aquellas provincias
que parecían estar exitosamente integradas, tanto desde un punto de vista político
como económico, sus intelectuales también experimentaban la necesidad de escribir la
historia propia, reducida a los límites provinciales, y de reclamar el reconocimiento de
los aportes realizados por sus provincias al proceso de formación del estado argentino,
inexistentes o poco referidos en las obras consideradas “nacionales”.
Por ello, si la historia nacional tiene un momento fundacional en las obras y las
polémicas de Mitre y López, más allá de los precursores como el Deán Gregorio
Funes12, ¿dónde situaríamos el origen de la crónica regional como antecedente de las
historiografías provinciales? Si tomamos en cuenta a algunas de las obras inaugurales
de los estudios históricos en las distintas regiones del país tendríamos precursores
como el cuyano Damián Hudson (1864), el correntino Juan N. Alegre (1866), el jujeño
Joaquín Carrillo (1877), y el santafesino Ramón Lassaga (1881), por lo cual, podríamos
sostener que la historia de carácter regional surge de manera autónoma y simultánea,
con relación a las obras fundadoras de la historiografía argentina.13
Pero lo que resulta indudable es que la producción de crónicas, apuntes, notas,
estudios históricos, de distintos alcances y erudición, crecen y se multiplican en todos
los espacios provinciales en la medida en que impacta en ellos la divulgación de la
historia nacional que llega a través del libro de Luis L. Dominguez, el manual de Juana
Manso, o las grandes obras de Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López, estos últimos,
figuras que generaban un gran respeto entre los intelectuales de las elites
provincianas.
Por supuesto que en el siglo XIX, y hasta que se produce el impacto de la nueva
escuela histórica en las provincias, estaremos refiriéndonos a una protohistoria regional
y/o provincial y a protohistoriadores, en el sentido en que lo señala Gustavo Prado.14 El
aporte de este historiador resulta fundamental para revalorizar estas crónicas
regionales como fuentes de una historia de la historiografía regional que tenga sus
orígenes en estas expresiones del siglo XIX y no necesariamente a partir de las

12
Fabio Wasserman. Entre Clío y la Polis. Conocimiento histórico y representaciones del pasado en el Río
de la Plata (1830-1860). Bs. As., Teseo, 2006.
13
Podríamos remontarnos hasta las crónicas que aparecieron en el Telégrafo Mercantil en los primeros
años del siglo XIX, pero las que aquí consideramos fueron concebidas en momentos en que aún no se
publicaban la 3ra. Edición de la Historia de Belgrano de Mitre y la Historia de la República Argentina de V.
F. López. En las crónicas posteriores, las estas obras serán ampliamente citadas, y en el caso de la historia
de López, en muchos casos cuestionada y refutada en algunos de sus juicios.
14
Gustavo S. Prado. Las condiciones de existencia de la historiografía decimonónica argentina. En:
Fernando Devoto y otros. Estudios de Historiografía Argentina II. Bs. As., Biblos, 1999,
historias que se producen a partir del centenario, las cuales llevaran los signos de
influencia de la Nueva Escuela Histórica, y que paradójicamente no serán incluidas en
la segunda edición de la obra de Carbia.15
Ya en las historias de fines del siglo XIX, de calidades tan diversas, aparecen rasgos
que las asemejan entre si, y que hacen absolutamente apropiado el uso de la
expresión “genero reivindicatorio”, que utiliza Fernando Devoto para referirse a las
obras que ocho décadas atrás Carbia había calificado de crónicas biográficas y
regionales. Los textos de carácter históricos, que en muchos casos son misceláneas o
no superan la simple publicación de fuentes, publicados en las provincias en la
segunda mitad del siglo XIX son juzgados por Carbia de manera anacrónica, al
pretender exigirles el cumplimiento de unos requisitos que eran propios del campo
profesional que él estaba contribuyendo a crear. Hoy en día, los historiadores
disponemos de un conjunto de conceptos teóricos de las ciencias sociales que nos
permiten enriquecer notablemente el análisis de esas obras, y a partir de ellas
entender los objetivos de sus autores, el tono en que fueron escritas, los recortes
realizados al seleccionar los documentos que se incluyen, el impacto local que
provocaron; y además, nos permite comprender las adjetivaciones que inspiraron en la
obra de Carbia.
Desde el conocimiento producido y acumulado por quienes se dedican al análisis de los
campos historiográficos provinciales, es posible sostener que los tempranos debates
protagonizados por Bartolomé Mitre con el cordobés Dalmacio Vélez Sarsfield y el
tucumano Juan Bautista Alberdi, más allá de su menor incidencia en el momento
fundacional de la historiografía argentina, nos brindan claves para entender el tono
reivindicatorio de los escritos históricos que se elaboraban en las provincias. Desde los
apuntes, notas, crónicas, que no son más que meras recopilaciones de documentos,
como los “Apuntes Históricos de la Provincia de Salta” que publica Mariano Zorreguieta
en 1866, a las historias argumentativas y documentadas como la obra pionera de
Joaquín Carrillo, de 1877, el contexto de producción de estas obras se expresa
notablemente en el contenido de las mismas, se trate de relatos fundadores de la
historia provincial o de simples recopilaciones de documentos que, en los criterios de
selección de las fuentes que se deciden exhumar, denotan ese afán vindicador que
caracteriza a todo escrito histórico que proviene de fuera de Buenos Aires. La historia
provincial no nace pretendiendo hilvanarse armoniosamente con la llamada historia
nacional, más bien surge para cuestionarla o completarla.

***

La evolución de los estudios históricos elaborados en las provincias ha sido analizada a


partir de la segunda mitad del siglo XX, como objeto de estudio de un naciente campo
de historia de la historiografía regional en la Argentina. Así la ha practicado el riojano
Armando Raúl Bazán, uno de los primeros historiadores del interior que se interesó por
analizar el lugar que ocupaban las historias y los historiadores provinciales en el marco
de la historiografía argentina. En 1983 publicó en la Revista de Historia de América un
artículo titulado “La Historiografía Regional Argentina”, en el que daba cuenta de su
visión de los vínculos entre lo que claramente distinguía como “historia nacional” e
“historia regional”.16 Bazán, que reconoce los méritos de la obra de Carbia y lamenta
que esa línea de análisis historiográfico no haya tenido inmediatos continuadores,
comparte en muchos aspectos los criterios de clasificación que aplica Carbia, pero al

15
Las principales obras de Hernán Félix Gómez elaboradas entre 1922 y 1939 son testimonio de ello.
Véase María Silvia Leoni de Rosciani. Op. Cit.
16
Armando Raúl Bazán. La historiografía regional argentina. En: Revista de Historia de América. México,
N° 96, IPGH, 1983.
mismo tiempo, se erige en un interesado defensor y reivindicador de las crónicas e
historias regionales.
El historiador riojano señala la falta de “un estudio sistemático de la
historiografía regional y su contribución al conocimiento de la historia nacional” y
acuerda con Héctor J. Tanzi acerca de los méritos que ha acumulado la historiografía
del Interior que “…ha interpretado el pasado […] posibilitando una concepción
diferente a la propuesta desde Buenos Aires”.17 Señala sin embargo que esos aportes
“habrían sido subestimados por una caprichosa distinción que, tácita o explícitamente,
sólo considera historia nacional la que se escribe desde Buenos Aires e historia menor
la que se produce en las provincias”. El convencimiento de ello sería el motivo de su
interés por “rescatar del olvido la obra de los fundadores de la historiografía regional, y
de intentar un abordaje sistemático de la producción posterior [...] cuando la
concurrencia de factores diversos le confieren pareja calidad con la producción
originada en Buenos Aires.18
Haciendo historia de la historiografía regional, Bazán señala como fundadores
del género a Joaquín Carrillo, Bernardo Frías, Nicanor Larrain y Paul Groussac19,
autores que se ocuparon de las historias del Noroeste y la región de Cuyo. Y destaca
las obras de autores como Benigno Tejeiro Martínez (Entre Ríos), Ignacio Garzón
(Córdoba) y Manuel Cervera (Santa Fe), en coincidencia con la opinión de Carbia, que
considera a estas obras como las mejores del género de las historias provinciales. En
sus escritos, de un tono reivindicatorio similar al que expresan las obras que son su
objeto de estudio, no aparece claramente la apelación a construir una historia nacional
con los aportes de las historias regionales. Más bien, parece aspirar a la subsistencia
de ambos géneros como entidades separadas, y que las segundas cumplan con el
papel de señalar los vacíos o lagunas que dejan las primeras. No parece dispuesto a
ver desaparecer los rasgos vindicadores y las notas de exaltación de las historias
provinciales, aún si la historia argentina abandonara su carácter porteñocéntrico. Su
obra referida a la historiografía regional expresa un contexto de producción de rasgos
semejantes al que en el siglo XIX había influido sobre la escritura de hombres como
Carrillo o Larrain. Y en esa clave debe leerse su reclamo: así como en la historia
argentina no se reconocen las actuaciones de las provincias, en los estudios de
historiografía argentina no se toma en cuenta a las historiografías provinciales.20
Pocos años después del retorno democrático, en las II Jornadas del Comité Argentino
de Ciencias Históricas reunido en Paraná en 1988 se buscó realizar un balance sobre la
producción historiográfica de las tres décadas anteriores sobre distintas áreas
temáticas. Los trabajos allí presentados fueron reunidos posteriormente en el libro
“Historiografía Argentina (1958-1988). Una evaluación crítica de la Producción Histórica
Argentina” (1990), compilado por los organizadores. Por primera vez aparecía allí un
panel dedicado a la “Historiografía de la Historia Regional” donde se confundían
presentaciones que tenían como marco a una provincia (Córdoba, Entre Ríos y Santa
Fe) y otras que abarcaban regiones (Nordeste, Noroeste, Cuyo y Patagonia).21 En 1996

17
Armando Raúl Bazán. La historiografía regional argentina…, p. 123
18
Ibidem, p. 123
19
Paul Groussac es incluido en este género por su obra Memoria Histórica y Descriptiva de la Provincia del
Tucumán. (Bs. As., Imp. Biedma, 1882)
20
Academia Nacional de la Historia. La Junta de Historia y Numismática Americana y el movimiento
historiográfico en la Argentina (1893-1938). Tomo II. Bs. As., ANH, 1996.
21
CICH. Historiografía Argentina (1955-1988). Una evaluación crítica de la producción histórica argentina.
Bs. As., 1990. Incluye: La historiografía del Noroeste Argentino por Armando R. Bazán; La historiografía en
Córdoba por Carlos S. A. Segreti; Historiografía de Cuyo por Margarita Ferrá de Bartol; La historiografía de
Entre Ríos por María del Carmen Ríos; La historiografía de la Región Nordeste por María Cristina de
Pompert de Valenzuela; La historiografía Patagónica por Hernán Asdrúbal Silva; La historiografía
santafesina a partir de 1950 por Hebe Viglione.
la Academia Nacional de la Historia publicó “La Junta de Historia y Numismática
Americana y el movimiento historiográfico en la Argentina (1893-1938)” 22, en la que
se incorporaban trabajos que habían sido producto de las actividades de celebración
del centenario de dicha institución, realizadas a lo largo de 1993. En esta publicación
también se incluían artículos que, a pesar de los diferentes enfoques que habían
utilizado sus autores, en su conjunto daban forma a una historia de la historiografía
regional, como lo venía reclamando Armando R. Bazán, presente en ambos
emprendimientos, como autor de una historiografía del Noroeste argentino.
En las últimas décadas los estudios de historia de la historiografía regional referidos a
las nociones epistemológicas y metodológicas de quienes estudiaban el pasado, a los
procesos de profesionalización, las relaciones de las elites provinciales con las
representaciones del pasado nacional, la recepción en las provincias de obras
publicadas en Buenos Aires o en el extranjero, los vínculos entre la política y la
producción historiográfica, las redes de sociabilidad intelectual y la circulación de
textos y documentos, entre otros, han crecido notablemente. En distintos centros
universitarios de nuestro país, por citar sólo algunos, como Córdoba (UNC), Nordeste
(UNNE) y Litoral (UNL) se han conformado grupos dedicados especialmente al estudio
de estos temas. Este libro es testimonio de ello. Pero no sólo en estos espacios, en
Rosario, Salta Mendoza, Catamarca, Río Cuarto, Misiones, Formosa, San Juan,
Santiago del Estero, entre otras, se llevan adelante proyectos de investigación,
individuales o colectivos, en temas que aportan a una historia de la historiografía
regional, cuyos resultados son presentados continuamente en reuniones académicas y
publicados en revistas científicas. A pesar de todos estos aportes aún sigue vacante el
lugar que en el campo de la historia de la historiografía argentina podrían ocupar las
producciones regionales.
La Historia de la Historiografía Argentina23 recientemente publicada vuelve a colocar en
un espacio marginal a los textos de carácter histórico elaborados en el siglo XIX y a las
historias regionales y provinciales del siglo XX. Para las primeras, como ya lo
señalamos, utiliza la apropiada denominación de “género reivindicatorio”, y sobre las
segundas toma nota del impacto que produjo en las provincias la aparición de la nueva
escuela histórica, aún sin ceder al análisis de los autores y las obras más importantes.
Ello, puede especularse, confirma una vez más que no es posible concebir una historia
de la historiografía argentina que no tenga como objeto de estudio a la producción
elaborada en Buenos Aires y a aquella que, aún proviniendo de ciudades del interior,
tenga una recepción significativa en la gran metrópoli.

* * *

El equipo dirigido por Teresa Suárez y Sonia Tedeschi e integrado por Mariela
Coudannes Aguirre, Carina Giletta, Inés Scarafia y Silvina Vecari realiza, con este libro,
un importante aporte a la historia de la historiografía regional en la Argentina. Si bien
el propósito inicial del equipo no fue el de aportar a este campo, la reflexión sobre
diferentes problemáticas históricas y sus propias prácticas de investigación al abordar
esas problemáticas, condujo al equipo desde ese objetivo inicial hacia el análisis del

22
Son siete los artículos dedicados a la historiografía regional y provincial, el título se justifica al analizar
como se ha organizado el contenido: I. Buenos Aires, por María Amalia Duarte; II. Córdoba, por Carlos A.
Luque Colombres; III. Cuyo, por Pedro Santos Martínez; IV. El Litoral (Entre Ríos y Santa Fe), por Beatríz
Bosch; V. El Noroeste; por Armando Raúl Bazán; VI. El Nordeste, por María Silvia Leoni de Rosciani; VII.
La Patagonia, por Néstor Tomás Auza.
23
Fernando Devoto y Nora Pagano. Historia de la Historiografía Argentina. Bs. As., Sudamericana, 2009,
475 pp.
campo historiográfico santafesino, hasta colocarlas frente a la decisión de asumirlo
como un objeto de estudio en sí mismo.
A partir de esa decisión fueron surgiendo los diversos textos, elaborados, discutidos y
madurados a los largo de los seis años de vigencia de sendos proyectos colectivos
dirigidos por las compiladoras de esta obra. Sus resultados, puestos hoy a
consideración de la comunidad científica, indudablemente serán recepcionados, con
especial dedicación, por quienes vienen desarrollando estudios sobre el campo
historiográfico en otros espacios provinciales, a fin de hallar nuevas claves que
permitan profundizar este campo en progresiva consolidación.
Los artículos que componen esta obra testimonian cual ha sido el itinerario de
configuración del campo historiográfico santafesino, desde fines del siglo XIX hasta
prácticamente la década de 1970. Los cambios económicos, demográficos y sociales
que experimentó la provincia de Santa Fe a fines del siglo XIX, elevaron su peso
político en el marco del estado nacional y dieron mayor visibilidad tanto a sus
problemáticas, propias del espacio pampeano, como a sus intelectuales, que en
algunos casos aquí tratados, como Estanislao Zeballos y Juan Álvarez, les permitieron
una importante recepción en los círculos intelectuales de la Capital Federal y de las
demás provincias. Esta particularidad del caso santafesino se suma a otra que debió
convertirla, oportunamente, en un interesante objeto de análisis y hoy se presenta
como un ingrediente atractivo para los lectores de esta obra. A diferencia de otros
casos como el de la provincia de Córdoba, en Santa Fe se plantea una situación
peculiar, la de dos escenarios de producción intelectual, que implican a su vez,
diferentes elementos condicionantes de los discursos y prácticas históricas: el de la
tradicional capital santafesina en el norte y el de la cosmopolita ciudad de Rosario en el
sur.
Otro aporte indudable de este libro deviene del hecho de que sus autoras no se
limitaron al análisis de discursos y trayectorias individuales sino que a través del uso de
adecuadas herramientas conceptuales avanzaron sobre los contextos de producción y
existencia de los discursos históricos, los procesos de construcción de memorias
sociales e institucionales, la conformación de redes sociales de producción, así como la
circulación y recepción de esos discursos. Al final de seis años de trabajo se
encuentran ante la posibilidad de reemplazar la imagen apriorística que
tradicionalmente arrojaba la producción historiográfica santafesina por la que emerge
del trabajo empírico, que revela la existencia de un campo historiográfico heterogéneo
y complejo al interior del escenario provincial.
A la pregunta que se hacen las autoras sobre el aporte que realizan con este libro es
posible dar muchas y positivas respuestas, las mismas, sin duda, irán surgiendo en
instancias de discusión académica que, quienes nos dedicamos a indagar sobre estos
temas, deberíamos promover en el futuro.

María Gabriela Quiñonez


Corrientes, septiembre de 2009

Prólogo del libro: Suárez, Teresa y Tedeschi, Sonia (comp.), Historiografía y


sociedad: discursos, instituciones, identidades, Santa Fe, Centro de
Publicaciones de la Universidad Nacional del Litoral, 2009, pp. 5-18. ISBN Nº
978-987-657-163-0

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