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Artículos principales: Imperio ruso y Revolución rusa de 1905.

El zar Nicolás II y su familia.

Previamente a 1917, el antiguo Imperio ruso se regía bajo un régimen zarista,

autocrático y represivo desde hacía tres siglos cuando, en 1613, se instauró en el

país la dinastía Románov.

La abolición de la servidumbre promulgada en 1861 por parte del zar Alejandro II

fue la primera muestra de las fisuras del antiguo sistema feudal. Una vez

liberados, los antiguos siervos se desplazaron a las ciudades, convirtiéndose así

en mano de obra industrial.

A comienzos del siglo XX, el desarrollo de la industria rusa era cada vez mayor,

favoreciendo el crecimiento de las ciudades y una creciente efervescencia cultural:

el antiguo orden social se tambaleaba, agravando las dificultades de los más

pobres. Las industrias florecían y la creciente clase obrera se aglutinaba

principalmente en las ciudades, pero la prosperidad del país no había

representado beneficio alguno para la mayoría de la población.

La economía en su conjunto seguía siendo arcaica.8 El valor de la producción

industrial en 1913 era dos veces y media menor que el de Francia, seis veces
menor que el de Alemania y catorce veces menor que el de Estados Unidos.9 La

producción agrícola continuaba siendo deficiente y la falta de transportes

paralizaba cualquier intento de modernización económica.10 El PIB per cápita en

aquella época era inferior al de Hungría o al de España y, aproximadamente,

suponía una cuarta parte del de Estados Unidos.11 Además, el país estaba

dominado sobre todo por capital extranjero, poseyendo este casi la mitad de las

acciones rusas.12 El proceso de industrialización fue violento y mal aceptado por

los campesinos, que habían sido bruscamente proletarizados. La clase obrera

naciente, aunque numéricamente pequeña, se concentraba en las grandes zonas

industriales, lo que facilitó la creciente conciencia revolucionaria.13

El Imperio ruso seguía siendo un país esencialmente rural (el 85 % de la población

vivía en zonas rurales). Si bien una parte de los campesinos, los kuláks, se había

enriquecido y constituido una especie de clase media rural con el apoyo del

régimen; el número de campesinos sin tierra había aumentado, creando así un

auténtico proletariado rural receptivo a ideas revolucionarias. Incluso después de

1905, un diputado de la Duma señaló que en muchos pueblos, la presencia de

chinches y cucarachas en los hogares se percibía como signo de riqueza.14

San Petersburgo, capital del Imperio ruso en aquella época y cuna de las tres

revoluciones.
Tras la escolarización llevada a cabo unos años antes, algunos obreros habían

sido convencidos por los ideales marxistas y otros pensamientos revolucionarios.

Sin embargo, el poder zarista se mostró inmóvil. En los siglos XIX y XX, varios

movimientos organizados por miembros de todas las clases sociales (estudiantes

u obreros, campesinos o nobles) trataron de derrocar al gobierno sin éxito.

Algunos recurrieron al terrorismo y a los atentados políticos, convirtiéndose los

movimientos revolucionarios en objeto de dura represión, llevada a cabo por la

todopoderosa Ojrana, la policía secreta del zar. Muchos revolucionarios fueron

encarcelados o deportados, mientras que otros lograron escapar y unirse a las

filas de los exiliados. Desde esta perspectiva, la Revolución de 1917 es la

culminación de una larga sucesión de pequeñas revueltas. Las reformas

necesarias, que ni las insurrecciones campesinas, los atentados políticos y la

actividad parlamentaria de la Duma habían logrado, desembocaron en una

revolución impulsada por el proletariado.

En 1905, tuvo lugar una primera revolución tras la derrota rusa ante Japón en la

guerra ruso-japonesa. El 22 de enero, se convocó una manifestación en San

Petersburgo para exigir reformas al zar Nicolás II, siendo esta duramente

reprimida, en lo que se conoce como el Domingo Sangriento. Se trató de un

intento del pueblo ruso de liberarse de su zar y se caracterizó por los

levantamientos y la huelga por parte de los trabajadores y de los campesinos.

Estos formaron los primeros órganos de poder independientes de la tutela del

Estado: los sóviets y, especialmente, el Sóviet de San Petersburgo.


Revolución de febrero de 1917

Soldados rusos heridos en el transcurso de la Primera Guerra Mundial y siendo

transportados en un carro tirado por caballos.

Artículo principal: Revolución de Febrero

Las sucesivas derrotas rusas en la Primera Guerra Mundial fueron una de las

causas de la Revolución de Febrero. Cuando el país entró en guerra, todos los

partidos políticos se mostraron favorables a la participación en la contienda, con la

excepción del Partido Obrero Socialdemócrata, el único partido europeo junto al

Partido Socialista del Reino de Serbia que se negó a votar los créditos de guerra,

aunque advirtió que no trataría de sabotear la actividad bélica de la nación. Tras el

comienzo del conflicto y después de algunos éxitos iniciales, el Ejército Imperial

Ruso tuvo que soportar graves derrotas (en Prusia Oriental, en particular). Las

fábricas no se mostraron lo suficientemente productivas, la red ferroviaria era

ineficiente y el suministro de armas y alimentos al Ejército fallaba. En el Ejército,

los partes batían todas las marcas: 1 700 000 muertos y 5 950 000 heridos;

estallaron disturbios y decayó la moral de los soldados. Estos soportaban mes a

mes la incapacidad de sus oficiales —que llegó hasta el punto de suministrar a

unidades de combate munición no correspondiente con el calibre de sus armas—

y el empleo de la intimidación y los castigos corporales.


La hambruna se extendió entre la población civil y las mercancías comenzaron a

escasear. La economía rusa, que antes de la guerra contaba con la tasa de

crecimiento más alta de Europa,15 se encontraba aislada del mercado europeo. El

Parlamento ruso (la Duma), constituida por liberales y progresistas, advirtió al zar

Nicolás II de estas amenazas contra la estabilidad del Imperio y del régimen,

aconsejándole formar un nuevo Gobierno constitucional. El zar desoyó esta

advertencia y perdió el liderazgo y el contacto con la realidad del país. La

impopularidad de su esposa, la emperatriz Alejandra —de origen alemán—,

aumentó el descrédito del régimen, hecho confirmado en diciembre de 1916 con el

asesinato de Rasputín, asesor oculto de la emperatriz, por parte del príncipe Félix

Yusúpov, un joven noble.

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