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....

En
filosofía
Christiáh D e l a c a m p a g n é ü r i á Hisió.n v
de la filosofía del s i 0 o ; ^ qüe^hd^'e^^
de grandes nóttibrés y frases fátffQsas, sin
y sagaz féfiexión sobre loí^ prdblém as fuhdánáénlaí^
en to rn o a los qué Se ha:desarróíládo el pensártiientó
co n tem p o rán eo y sUs inibricacidñés con íps. ;
acgntecim iéntos más trágicos; d é d q i üjtimó^^
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A pesar de las difiGüItadéá que éntrána ju zg ar um
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tan reciente, esté báíánce.pos nrtuist
dé la ap aren te cónfusióh qüe Ctéan lás áb ü n d á n tés
escüelas, bay un aire d e fam ilia énítté éliá$: que'fqrrríiari
un organism o y rio úna áéurnulaciqñ; ud árGhipiélágp
y no una serie de islas independiéntes. Y el fundárhénto,
de está unidad es üria rriismá pregunta: la tarea
de la filosofía ¿es constituir un saber de regías rigurosas
cuya única obligación es proporcionar un utillaje para
la ciencia o bien, co m o querían Sócrates y Platón,
proporcionar al hom bre una guía teórica para la acción?
W ittg en s téin , Heidegger, Sartre y Popper y otros
pensadores decisivos, han dado réspuestas diversas
a esta pregunta, que sigue sin resolverse. Delacam pagne
recoge sus enseñanzas e identific# sus inconsistencias,
y, gracias al vigor con que los estudia, m uestra
que la anunciada m u erte de la filosofía
está aún léjana.

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Christian Delacampagne;

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CHRISTIAN DELACAMPAGNE

HISTORIA DE LA FILOSOFIA
E N EL SIGLO X X

TRADUCCIÓN DE CONDAL MAYOS

Ediciones Península

Barcelona
L a edición original de esta obra fue publicada en 19 9 5
por Editions du Seuil (París), con el título
Histoire de la philosophie au XX^ siécle.

© Editions du Seuil, 19 9 5.

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita


de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas
en las leyes, la reproclucción total o parcial de esta obra por
cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía
y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares
de ella mediante alquiler o préstamo púbÜcos, así como
la exportación e importación de esos ejemplares para su
distribución en venta fuera del ámbito de la U nión Europea.

Diseño de la cubierta: Albert i Jordi Romero.

Primera edición: mayo de 1999.


© de la traducción: Condal M ayos Solsona, 1999.
© de esta edición: Ediciones Pem'nsula s.a.,
Peu de la Creu 4, 0 8 0 0 1-Barcelona.
e - m a il : correu@grup62.com
i n t e r n e t : http://www.peninsulaedi.com

Fotocompuesto en V íctor Igual s.l., Córsega 2 37 , baixos, 08036-Barcelona.


Impreso en Romanyá/Valls s.a., Pla^a Verdaguer i, Capellades.
DEPÓSITO l e g a l : B. I9.IO 4-I999.
ISBN: 8 4 -8 30 7 -2 0 8 -4 .
EN MEMORIA DE MI PADRE
Y DE NUESTRA CONVERSACIÓN INTERRUMPIDA
EL 2 4 DE OCTUBRE DE I 9 9 I .
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C O N T E N ID O ©
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Prefacio a la edición española 9


Prefacio 13
Introducción. Nacimiento de la modernidad 17
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I. LA V IA SEG U R A D E LA C IEN C IA 29
1. Progreso de la lógica 29
2. De la lógica a la fenomenología/ Z 36
3. De la lógica a la política 49
4. La disidencia de Wittgenstein 64 ■(;-3

2. LAS FILO SO FIA S D E L F IN A L 87 ©


1. El final de Europa 87 ’■ x;;)
2. El final de la opresión 104
3. El final de la metafísica- 127
4. Después del final 148
e;;;)
P E N SA R A U S C H W IT Z 168
1. Los caminos del exilio 168 G
2. La decisión de Heidegger 178 v V
3. Primeras investigaciones 204 ©
4. La instrucción del p r o c e s o ñovlchSirn&í 218

E N LA GUERRA FRÍA 231 n


1. Los partidarios del liberalismo 231
2. E l defensor de la libertad ícirf^C- 242 .©
3. ¿Hacia una tercera vía? 2Ó2
4. Destinos del marxismo A lfh M S s e C 270 '-(f)

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# C O N T E N ID O

L A R A Z Ó N E N T E L A D E JU IC IO i U L ?§,7
: @ 1. «Estructura» frente a «sujeto>5f^^*^’^ ^ ^ * * ^ ^ ESlffiCrAí^^,^^
2. Una historia de la verdad 305
3. De la desconstrucción al n eopragm atism o^rQ ^j 322
4. ¿Comunicación o investigación? 338
^uiníi»n
Epílogo. La catedral inacabada 351
Glosario 357
Indice de nombres 363

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PREFACIO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

Al leer la traducción española de mi libro, no puedo evitar sorpren­


derme de que, en esta investigación que pretende abarcar el con­
junto de la filosofía occidental desde hace cien años, no figure nin­
gún filósofo contemporáneo de origen español o latinoamericano.
. Esta extraña.«laguna», sin embargo, no revela ignorancia u ol­
vido. Hace un cuarto de siglo que España se ha convertido, en cier­
ta medida, en mi segunda patria. H e vivido y trabajado en ella du­
rante numerosos años, y una parte de mi vida íe está fielmente
viriculada. Deseo pues decir claramente ¡que no pertenezco a aque­
llos que subestiman la importancia, la riqueza o la originafidad de
la cultura española.
N o desconozco tampoco la vitalidad de las culturas latinoameri-
cánas del siglo xx, ni la amplitud de su contribución a la investiga­
ción, en filosofía, en psicoanálisis y en las distintas ciencias sociales.
La «laguna» en cuestión se explica, de hecho, por otra razón:
una razón que apimta al proyecto mismo que ha dirigido mi traba­
jo, así como a la estructura de conjunto que ese proyecto me obli­
gaba a adoptar para componer mi libro.
M i proyecto no era escribir im diccionario, una enciclopedia,
ima especie de «catálogo» de los filósofos o de las grandes filoso­
fías de nuestro siglo. Otros lo han hecho o lo harán. M i proyecto
— que me atreyo a creer, en un cierto sentido, más original— era
hacer aparecer, por una parte, las principales mutaciones que han
afectado én profundidad al campo de la filosofía contemporánea y,
por otra parte, mostrar que para comprender bien las mencionadas
mutaciones era necesario situarlas en relación con el horizonte de
la historia real— económica, social, política y cultural— del siglo xx.
En definitiva, lejos de aproximarse a un «inventario», mi traba­
jo debía basarse en elecciones, en la fijación de prioridades, en la
selección de algunos de los «campos teóricos» más particularmen-
H I S T O R IA D É LA F IL O S O F ÍA E N EL SIG LO X X

te significativos— con el riesgo, evidentemente, de tener que dejar


en la sombra gran cantidad de autores que, por notables que hu­
bieran sido, no habían aportado ningima contribución notable a la
transformación de esos «campos teóricos».
La única pregunta que se plantea entonces es saber por qué, a
fin de cuentas, la mayor parte de los grandes filósofos de lengua es­
pañola de estos últimos años, de Miguel de Unamuno a María
Zambrano, o de José Ortega y Gasset a Xavier Zubiri, parecen
encontrarse en esta última categoría— la categoría de los que han
permanecido en cierta medida «en los márgenes» de los grandes
debates filosóficos internacionales.
Por supuesto, es inútil buscar una respuesta «metafísica» a esa
pregunta. La respuesta surge, simplemente, de la historia política y
de la sociología de las instituciones filosóficas. Y, sin estar especial­
mente atraído por un trabajo sobre este tema, no me sorprendería
que un estudio de esé típó llegara a las siguientes conclusiones.
Por una parte, la dictadüra que gobernó España de 19 39 a
19 75, dictadura ^ la vez política e ideológica, ahogó, si no toda for­
ma de pensamiento, ál menos toda posibilidad, para un pensa­
miento crííico ^y ¿qué es la filosofía, sino una forma de pensamiento
eminentemente crítico}), de establecer conexiones con pensamien­
tos extranjeros y de participar en los debates internacionales. Ha
sido necesario que se produjera la «transición» democrática para
que esta situación cambie finalmente y puedan acceder a la escena
internacional filósofos tan originales como Félix de Azúa, Josep
Ramoneda, Xavier Rubert de Ventos, Femando Savater o Eugenio
Trías.
Por otra parte, el eurocentrismo característico de las institucio­
nes culturales europeas, hasta fecha reciente, no ha permitido en
absoluto á los filósofos de América Latina, sobre todo si publicaban
en una lengiia diferente del inglés, hacerse aceptar por las institu-
cióñes en cuestión. Aunque anglófonos, los filósofos norteameri­
canos han tenido, por su parte, cierta dificultad en darse a conocer
a sus colegas europeos como auténticos interlocutores. Han termi­
nado por lograrlo hace\m cuarto de siglo. N o me sorprendería que
sus émulos sudamericanos a su vez terminen pór conseguirlo final­
mente en las próximas décadas. H ay que esperar que la llamada
«mundiahzación» (término sobre el que habría mucho que decir
por otra parte) tenga también efectos positivos.

10
P R EFA C IO A LA E D IC IÓ N E S P A Ñ O L A

Mientras tanto, deseo que la presente obra, que no tiene nada


de definitiva, constituya al menos la investigación preliminar de un
«panorama» de la filosofía en el siglo xx. Deseo también que abra
camino a otros trabajos análogos, que, en la medida en que estarían
redactados desde perspectivas diferentes, permitirían dar a cono­ 0 i
cer, ya sea una nueva aproximación a los mismos problemas, ya sea ■0 I
a problemas o a problemáticas nuevas. (§ !
En fin, no quisiera terminar sin agradecer a Gon^al Mayos, mi tD ^
traductor en lengua castellana, el excelente trabajo aquí realizado. ©
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PREFACIO

Los filósofos ¿deben interesarse por la historia de su propia disci-


plina?
Algunos de ellos responden negativamente. Ya sea porque pien­
san que la filosofía no tiene historia, que es eterna profundización
de una misma pregunta a la que no se puede dar ninguna respues­
ta definitiva: cada filósofo debería pues volver a tomarlo todo por
su cuenta a partir de cero. Ya sea porque creen que el estatuto de la
filosofía es el de una ciencia en sentido pleno, a la que se le asegura
im progreso lento pero cierto: el estudio de sus errores pasados se­
ría entonces mucho menos útil que la búsqueda de nuevas verdades.
Otros estiman, al contrario, que la filosofía no existe hiera de su
propia historia. Que se confunde con él corpus de los textos en que
se expresa. Y que filosofar consiste en primer lugar en explicarse
con esos textos: dicho de otra manera, en afrontar—-para reconsi­
derarlos o para desmarcarse de ellos— los problemas que plantean
y las tesis que formulan. Ningún filósofo podría ahorrarse tal con­
frontación, ya sea con el corpus entero, ya sea con una de sus par­
tes más significativas; la historia de la filosofía— entendida como
trabajo de relectura crítica de las grandes obras del pasado— se
convertiría, en este caso, en im momento estratégico esencial de la
actividad filosófica propiamente dicha.
Esta última perspectiva es la que he escogido, sin ocultarme que
tal elección provocaba inmediatamente una doble dificultad.
La primera en lo tocante a la delimitación del sector estudiado.
Si bien no hay nada de sorprendente, parece, en que un filósofo se
interése por su tiempo, en el caso del siglo xx, ¿por qué tendría que
poseer este «siglo»— unidad de medida perfectamente a rb itraría-
una coherencia interna que autorizara a aislarlo? La respuesta, sin
duda, no puede venir sino de la investigación misma— ^incluso én el
caso, como espero mostrar, de que desde el inicio de ésta, que el úl-

13
H I S T O R I A D E LA F IL O S O F ÍA E N E L SIG L O X X

timo cuarto del siglo xix constituye claramente, para la historia de


la filosofía, el inicio de una «ruptura» de cuyas consecuencias so­
mos todavía prisioneros en la actualidad.
Segunda dificultad: a partir del momento en que se quiere crí­
tica, una relectura de los últimos cien años de la filosofía occiden­
tal no puede pretender hacerse pasar por «neutra» o por «no com­
prometida». Esforzándose por ser tan «objetiva» como lo permite
el asunto, la historia— o la reconstrucción— que propongo aquí,
expresando ima forma de leer los textos y por tanto de ver el mun­
do, no podría ser sino una historia entre otras posibles. Incluso si
tengo la debilidad de no creerla errónea del todo, no me oculto que
presenta lagunas, que da muestras de ciertas injusticias, que mues­
tran, por decirlo todo, mis opciones filosóficas: «defectos» inhe­
rentes a toda empresa de este género, pero que tienen sus razones
de ser, sobre las cuales quisiera explicarme brevemente.

Comencemos por las lagunas y las injusticias, o al menos por las


más visibles de entre ellas.
A fin de conservar, tanto como se pueda, una coherencia en esa
lectura, he limitado el campo de mi estudio a la filosofía stricto sensu.
N o se encontrarán aquí— salvo cuando una referencia se muestra ne­
cesaria-informaciones relativas a las ciencias llamadas «humanas» o
«sociales»: lingüística, ciencias cognidvas, etología, psicología, psico­
análisis, sociología, ciencia política, historia, etnología o antropología.
H e tenido que renunciar, por otra parte, a explorar un buen nú­
mero de debates suscitados por la intervención de la filosofía en
otrás regiones del saber: debates sobre el determinismo de los fe­
nómenos microfísicos, sobre la naturaleza y el funcionamiento del
derecho, sobre la interpretación de las obras literarias y artísticas,
por no citar más que algunos ejemplos. Condenado a ser selecti­
vo— pues nadie puede decirlo todo— , me he obligado a permane­
cer en el interior de un «espacio» de problemas históricamente
determinado, que se podría considerar «común», si no a todos, al
menos a la mayor parte de los filósofos del siglo xx.
Obhgado, por las mismas razones, a limitarme a los filósofos
mas «importantes», he decidido no conservar sino aquellos cuyos
escritos habían modificado sustancialmente la configuración de ese

14
PR EFAC IO

«espacio común». Si otras obras, destacables en sí mismas, no son


en absoluto— o no suficientemente— ^recordadas en este libro, no i)
son por mi parte ni el efecto de un «olvido» ni el de la «indiferen­
cia». Ello proviene simplemente de que sólo habría podido in­
cluirlas artificialmente dentro de los Emites de mi propósito. En C¡:5
resumen, se debe a lo que— a pesar de su interés intrínseco— en
ellas ha permanecido marginal hasta ahora o privado de posteridad. ©
:0
O
M is opciones, sin embargo, no resultan simplemente de la elección O
que he hecho de los filósofos que estimo importantes. Se manifies­ .'o
tan también en la manera de presentar sus tesis, al estudiarlas. C:)
Si fuera necesario resumirlo en una frase, diría que mi método
de lectura se basa en la convicción de que las ideas no caen del cie­
lo, ni tampoco nacen por generación espontánea. Su historia no es
nunca «pura». Toda idea comporta consecuencias de orden cientí­
fico, político o religioso. Cada vez que he podido, me he esforzado
por aclararlas. Por arrancar a los discursos de los filósofos sus pro­
puestas implícitas. Por comprender con quién dialogaban, o contra
©
quién se batían, cuando proponían tal concepto nuevo, tal proble­ ©
ma inédito. ©
La lógica de esta posición me ha obligado— en algunos casos — a &
evocar la biografía con cierta amplitud. En efecto, me parece difí­
cil leer correctamente a ciertos pensadores sin conocer el tras­ & i
fondo, existencial o sociológico, que ha visto nacer a sus obras. ■© í
Más en general, no creo que los grandes debates filosóficos puedan
ser completamente separados del contexto histórico en que se han
©
desarrollado. Las dos guerras mundiales, la revolución de 1 9 1 7 ,
el nazismo y el comunismo, Auschwitz e Eliroshima, la güeñ a fría, el
final de los imperios coloniales, la lucha de los pueblos oprimidos
del Tercer Mundo y otros: tantos fenómenos demasiado cargados
de consecuencias, en todos los dominios, para que una gran parte de Q
la filosofía contemporánea no se haya visto afectada por ellos, de ima -ó b
forma u otra.
Ultima elección, también discutible: que haya recurrido en esta ■O
investigación a instrumentos que son los que usa habitualmente el
historiador de las ideas— ideas, por ejemplo, de escuela y de movi­
miento, de influencia y de filiación. Indiscutiblemente cómodas.
H IS T O R IA D E LA FILO SO FÍA E N EL SIGLO X X

esas nociones que utilizo aquí sin tematizarlas no dejan de ser pro­
blemáticas. Y sin duda deberían ser objeto, a su vez, de una refle­
xión crítica— reflexión que, por sí sola, exigiría un libro nuevo.

Sería vano ocultar que el presente trabajo se ha alimentado no so­


lamente de asiduas lecturas sino también, hasta un punto del que
yo mismo no soy consciente, de toda mi experiencia personal des­
de que emprendí, hará muy pronto treinta años, el aprendizaje de
la filosofía. Y, en particularj de un gran número de encuentros y
conversaciones que, de una manera u otra, han contribuido a la
formación de mis ideas.
Baste decir, aquí, que algunos de esos encuentros me han mar­
cado indeleblemente. El más determinante ha sido el primero, con
Edouard Barnoiil, iñi profesor de filosofía en los últimos cursos de
bachillerato en el instituto Louis-le-Grand (1966). Quisiera igual­
mente recordar a algunos grandes filósofos desaparecidos cuya pa­
labra me ha sido siempre cercana: Jacques Lacan, Louis Althusser,
Román Jakobson, HerbertMarcuse, Vladimir Jankélévitch, Alichel
Foucauk y Thomas Kuhn.
Gracias a ellos, pero también a muchos otros que están todavía
vivos— y entre los que debo nombrar, como mínimo, a Jacques
Derrida, Jacques Bouveresse y Stanley Cavell— , he tenido la ex­
cepcional suerte de poder descubrir, fuera de los libros, algunas de
las múltiples formas en que se conjuga el verbo «pensar». U n poco
de esa suerte, igualmente, he querido hacer partícipes a mis lec­
tores. Y en primer lugar a los más jóvenes, a los que— como mi
hijo^— parecen abocados a crecer en un mundo donde la voz de la
filosofía, amenazada por toda suerte de violencias, tendrá cada vez
más dificultades en hacerse escuchar.
Permítaseme, finalmente, agradecer a las dos personas gracias a
las cuales existe este libro: Thierry Marchaisse, quien lo ha susci­
tado y cuya amistad vigilante me ha ayudado considerablemente a
mejorar el texto, y Rose-Marie, cuyo apoyo moral me ha sido esen­
cial para llegar al término de esta loca empresa a la que he estado a
punto de renunciar muchas veces.
c . D.


IN TR O D U C C IO N

N A C IM IE N T O D E L A M O D E R N ID A D

Algunos años más de atrocidades varias en Bosnia, en Ruanda o en


otras zonas, y se acabará nuestro siglo.
N o tendrá que hacer trampas para llevarse, dentro del palmarás
de la historia, el gran premio del horror. Sería inútil buscar: ninguna
época ha visto perpetrar tantos crímenes a escala planetaria. Críme­
nes en maga, ocganizadp&ffg Qnahnente y a sangre fría. Crímenes sa­
lidos de una insondable perversión del pensamiento— una perversión
que quedará simbolizada para siempre en el nombre de Auschwitz.
N o obstante había comenzado bien, este siglo que tan mal fina­
liza. Había tenido unos comienzos prometedores. Incluso había
dado, entre 1880 y 19 14, serios motivos de optimismo, especial­
mente a una Europa que estaba entonces en la cima de su poder.
¿Acaso no atraviesa, durante los treinta años que preceden a la
Primera Guerra mimdial, una verdadera edad de oro? Militar y eco­
nómicamente, domina al resto del mundo. Gracias a los progresos de
la tecnología, de la medicina y de la educación, cree ver triimfar las
Luces. En fin, precedida por la vanguardia de sus pensadores radica­
les y de sus artistas innovadores, entra en ese mismo momento en una
nueva era, la «modernidad», anunciando profundos cambios en el
orden de la cultura.
Para apreciar la importancia de esos cambios, es necesarioj^or-
^ r j u e , del Renaci^núento 15^ ^ deí^iglo^ix. Tas producdo-
nes del arte y del saber son consideradas, no como simples consiryc-
xiones ment^es,
Sin duda el mecanismo según el cual se engendran ta­
les representaciones fue objeto de muy diversos análisis, que en oca­
siones criticaban su carácter «natural». N o obstante, tales denuncias
escépticas quedan aisladas. ParaJa mayoría de aqu^UQjs^que.asJUeÍQ^

nuestra mente está en pleno acuerdo con el mimdo.

17
H IS T O R IA D E LA FILO S O F ÍA E N E L SIG LO XX

Por mucho tiempo dominantes, esas convicciones cesan progre-


sivament^ de s ^ a^partir de ,]c88 q. Ligadas a una imagen del uni­
verso que no ha evolucionado demasiado en tres siglos, se ven cues­
tionadas junto con ésta. Cuestiones hasta ahora rechazadas resurg^en

í&§Sí^^íS§Jtej^^qU£^.Eg§iden ¿son verdadera-


QLcnte las únicas p o p le s? ¿Seguro que reflejan algo m^s^qué "opa
nes subjetivas o normas culturales? Por múltiples razones, artistas,
científicos y filósofos empiezan a dudar de ello, Pero si bien muchos
rechazan como ilusoria la pretensión de nuestros lenguajes de decir
la verdad, por contra se apasionan por los signos mismos, los cuales,
al perder su transparencia, ganan en misterio. Análogamente se apa­
sionan por el mecanismo de la representación, que se convierte, en
pocos años, en el objeto de las reflexiones más subversivas.
Se trata, si se quiere, de una ^^^rísi^>. Pero de una cn^s^^ercL^
J á d a ^ o mo
racióm Piie^LStla, lógica iÍ£Ja.x& p rcscr^ció ^ en el sentido clásico
del término, no es más que una construcción de L mente^y no la

bles otros tipos de const^cció^ O tros usos de los signos pueden^


se^jjQoaginadas^ o ^ s j ; e g l a ¿ ^ l juego elabor^as. Reglas que a su
vez deberían permitir la exploración de territorios nuevos, en la
medida de la sed de expansión que, en todos los campos, domina
Europa por entonces.
Tales son algunas de las preocupaciones que, en todas partes
donde se las ve aflorar, permiten ver, entre 1880 y 19 14 , el surgir
de una cultura decididamente «moderna».

Preocupaciones manifiestas, por ejemplo, en los poetas de esos


años. Rilke, Apollinaire, Saba, TraJd, Cendrars, Pessoa, Ungaretti
o Maiakovski no deben su afinidad sólo a la edad. Tienen en común
tratar el lenguaje^ con una libertad hasta entonces impensable. Las
palabras, ciertámente, se resisten. N o se puede jugar con ellas sin
poner en peligro su sigmficación. Con todo, “algunos, como los
«futuristas» rusos, aceptan asumir tal riesgo. Sus tentativas desem­
bocarán muy pronto en la invención, por Khlebnikov, de una len­
gua sin precedentes, la «transmental» {zaourn).

18
N A C I M I E N T O D E LA M O D E R N I D A D ■©
©
En el universo de los sonidos, sometidos a códigos menos rígi­
dos que los dé las palabras, las experimentaciones abundan desde el ©
fin del siglo xix. Wagner, Moussorgski, Mahler y Debussy consi­
guen sacudir el yugo de la armonía que, desde Bach, gobierna la O
música occidental. Arnold Schonberg termina por hacerla explo­ ©
tar. Su Pierrot lunaire (1912), primera obra rigurosamente atonal, „©
conistituye el punto de partida de toda la música llamada serial o
dodecafónica.
Pero es sobre todo el lenguaje pictórico el que se ve subvenido
por los cambios más espectaculares. Estos tienen como causa in­
mediata la expansión de la fotografía. ¿Para qué, en efecto, limitar­ ©
se a la reproducción de las apariencias, ahora que esta tarea puede
ser llevada a cabo por medios puramente mecánicos? Conscientes ©
del hecho de que un tal «progreso» les plantea el desafío de forjar­
se una nueva legitimidad, los pintores deciden entonces buscar en O
ellos mismos las leyes que en adelante regirán su trabajo, eñ lugar
• de dejárselas dictar al ojo. f)
Verdadera aventura filosófica, la historia de la pintura moderna
comienza, por una parte, con la triple reacción de Cézanne, Van
Gogh y Gauguín contra el realismo óptico predicado por los im­
presionistas y, de otra parte, con el movimiento simbolista. Los O
primeros abren la vía a una reconstrucción mental de lo real que ()
sistematizarán fauvistas (1905) y cubistas (1908). En cuanto a los ©
adeptos del simbolismo, apelando a Moreau, a Redon o a Klimt, i
deciden dar la espalda al mmido sensible para fijarse como objeti­ D
vo la representación de su propio universo mental, atravesado por -©
inquietudes religiosas. De esta ruptura espiritualista surge, bajo la
O
influencia de Kandinsky y de Kupka, muy pronto seguidos por
Malevitch y Mondrian, la pintura llamada abstracta o no figurativa
'(■-'■i
(1910).
Pero todavía queda por dar un paso más. Si el Cuadrado negro
sobre fondo blanco (19 15 ) de Malevitch es, en sus propios términos,
una pintura «no objetiva», no por ello deja de poseer valor repre­
sentativo. Simplemente, en lugar de remitirse a un objeto visible, 'o
se refiere a un absoluto espiritual. Tres años más tarde, el Cuadra­ ,/ 0
do blanco sobre fondo blanco (1918) marca el resultado de esta travesía ■t)
iniciática. Atendiendo a su fin supremo, la pintura cree encontrar
su fin. Malevitch deja sus pinceles.
1,-3
El hecho de que los vuelva a tomar, algunos años más tarde.

19
H IST O R IA D E LA FILO SO FÍA E N EL SIGLO XX

para componer extraños lienzos figurativos al estilo «primitivo»


prueba, no obstante, que no se puede decidir por decreto la muerte
de la pintura. N o más, por otra parte, que la de la filosofía.

I V'í-
J
sino >

[Dns|á®qÍon^:d!^Í5)dpÍ%ias'3c:&^ ^
análisis^d e ^ -S
Las matemáticas son las primeras en ser alcanzadas por ese pro­
i ©- ceso de-refímdi^ión. Este se inició en los años 1870, cuando Dede-
kind yxCantoTf entie otros, constatando que carecen de rigor sus
conceptos de base— los de la aritmética, en particular— , empren­
dieron una audaz reflexión sobre su propio lenguaje— reflexión vin-
^ i ^ d a a un desarroilo-^in precedentes de la lógica, que p o r^ntonr,
ces tiende a convertirse en la ciencia más «fimdamental» de todas.

el concepto de
«quantum» de acción. La antigua hipótesis de la esí ;a atómi-
ca de la materia se ve definitivamente confirmada.(Emstei formu-
la la teoría de la relatividad (1905). Puesto que rompe en pedazos
la idea— heredada de Newton— de un espacio y de un tiempo ab­
solutos, esta teoría se muestra revolucionaria también para la re­
presentación científica del mundo, como puede serlo la invención
concomitante de la abstracción para la representación pictórica de
éste. '
Resultado de las investigaciones sobre la estructura del átomo,
la mecánica «cuántica» conoció, en los años siguientes, un rápido
desarrollo- En su interpretación dominante, defendida por Bohr
y fortalecida por las relaciones de incertidumbre de Heisenberg
(1927), conducirá al_cucstianamiento del detcrminismo clásico—
cuesrionamiento a su vez contestado por Einstein, Schrodinger y
de Broglie, cuyas objeciones permanecen todavía hoy en el cora­
zón de un debate crucial para el fuUiro de la física.

nante,,.Por una parte,

zo
N A C IM IEN T O D E LA M O D ERN ID A D

. Poríjo^giai^p^^iitet lí^^a^^isputa g

rf.fiiJli^®!#s0»^a?¿apTO3M Fisiología y
neurología hacen importantes progresos, en favor dcLqmibio de
perspectiva, en la medida en que l^s-^rabajos de E^steur:^bren la
vía a la medicina moderna y los d^M enti^ a la genética o teoría de
la herencia.

CJi|ud^^g¿^sga(da^del¿fíc^ geografía, eco­


nomía, sociología), ??
d|^j|te^qiiCLdesdj^^isti^§Sijángplo^

^r^rári distancia de la filología clásica, más preocupada por la


evolución histórica de las lenguas que por su funcionamiento in­
terno,
, muyas^

Mq^staSi cplpmalgsjíe^inDri
En tanto que descubre las riquezas
de las costumbres y de las representaciones «prelógicas» (Lévy-
Bruhl), la etnología no puede más que criticar la pretendida «su­
perioridad» de la civilización europea y reconocer, detrás de la
«diversidad» de las sociedades sin escritura, la unidad profunda del
hecho simbólico. Dicho de otro modo, del género humano.
Por lo que respecta al psicoanáh^i^T^término acuñado en 1 896
por el médico vienés Sigm u n í F re u ^ (i8 5 6 -I9 3 9 )— , si bien no
constituye una ciencia en el senodolisual del término, como subra­
yará muy pronto Karl Popper, tampoco se reduce a una nueva me­
tafísica ni a una rama de la psicología o de la psiquiatría. Lejos de
ser ima noción romántica o una categoría nosográfica, el incons­
ciente freudiano es el nombre de una «instancia» universal cuya
aparición parece concomitante a la del lenguaje, de lo simbólico en
general. Su exploración revela una práctica de desciframiento, ya
sea a través del síntoma neurótico cola­
boración conjosef Breuer, 1895), ^ s u j e t o «normal»— a tra­
vés del triple canal del sueño, del acto falhdo y del chiste {}Vitz). En
todo caso es lo que Freud— quien no parece haber tenido conoci­
miento de las investigaciones de su casi contemporáneo Saussure—

21
H IS T O R IA D E LA F IL O S O F ÍA E N E L SIG L O X X

ilMiiiffiMEaaflaiMia ^Sinigroba^aQiéskéstasis<¡m.menoSi;esBeetacuT
S
? ^ i l Í ^ * f f l ® á ® l á § i i § B a ^ 5á Í ® ^ ......

jQfi.,f '{ S ? ? ^ B IiK S íg !®K IP S Íg ®í 3K 6^^é^a^]giSfia©¿ií^^

Pues bien, en 1880, no


En ese momento, efectivamente,

1^ Defendida, entre
otros, por la escueia de Marburgo, cuyo cabeza de fila es el filóso­
fo neokanriano Hermann Cohén (18 4 2 -19 18 ),

Vr:cntí:CiGniQ‘‘:»^^MSMÉÉjSi^

—discutibles—-ded^^"¿¿fe

. Ejem ­
plo: «Todos ios cuerpos son extensos». Constituyendo la extensión
la esencia del cuerpo, un juicio semejante permite dilucidar el co­
nocimiento, pero no acrecentarlo.

22
N A C IM IEN T O D E LA M O D ERN ID A D

Estos son, a su vez, de dos clases: En el jui­ ■©


cio sintético a posteriori^ la prueba de la unión entre el predicado y ■©
el sujeto tiene que venir de fuera. N o puede ser aprehendida más
que en una intuición empírica. Ejemplo: «Todos los cuerpos son
pesados», puesto que el peso, a diferencia de la extensión, no per­ ©
tenece a la esencia de los cuerpos. priotúv^^ r

©
o bien: «La lí­ O
nea recta es el camino más corto de un ptmto a otro». o

geometría, la intuición pura es de orden espacial:
ini mente aprehende la existencia de correspondencias entre pun­

tos, líneas y superficies situados en ün espacio mental. En aritmé­
tica, es de orden temporal: mi mente asimila una adición cualquiera
a tma sucesión de números que se desarrolla, como el pensamien­
to, en el tiempo. ©
Todas las proposiciones de la física, en cambio, así como las de ©
las ciencias de la naturaleza en general, constituyen juicios sintéti­
cos a po^e7'iori. Rn calidad de tales, resultan indefinidamente re\d-
sables.
Sin © !
©
©
©
(tOT^doií—precisa Kant— isWrí^i\^:cÍGs;SlásTn^^
m
■©
ir '©
d e ik ^ ^ & nám áuDS^ ■:©
=q ue^eii @
M ^ paiiiSiSpn ^iejfó^pu ^dM^bér^táfasd^^ri tesis dc: Kant.
O
'O
I. K a n t, Crítica de la razón piira^ trad. fr., P arís, P U F , 19 6 8 , « In tro d u c c ió n a ia O
ló gica trascen d en tal», p. 7 7 . [T ra d . cast. de P e d ro R ib as; Crítica de la razón pura,
M a d rid , A lfa g u a ra , 19 7 8 .] ;■©
D
23
H IS T O R IA D E LA FILO SO FÍA EN EL SIG LO X X

& que5sM&sqndi.GtoM4ÍespO:stb:ffidádífí©s?óftíi^^^^^

esp,ítte^tiiMpO-^;gae^SBíeHg!EGi^
ccaSifnsiíjjM^^ todos nuestros conceptos derivan de
(?)
una docena de c<categQrías:’5-generales, que pertenecen a la de
nuestro entendimientc^^n suin^^¡^¡|liilÉ!^$agailW ÍgM fflaa^^
suteaastTasfgruiigatgjí^anieffg g ^
te a u iíl» 0 ;biBHmdadi:t e b % íé a p Plg§tflta-nadei3^aiiiéntedi^
Hi-) djeiOHgSj^gndaSjaiag:^ tateggslMSpmd»esissdekiKant
Eíítt§j,^q§'^§|;^^j¿a^,gpmpJBn3;ea6arias-?ls*f?iÍBaf^^^^
dogm¡atismOijen:á|^;gU;aj[j®©.;ppdtáTO
MÍStnaít(Leibniz). fe^segunda^ deteessep»éis«o^e»®l;p:e^^^
pi^Gipi:!a^amaijeM 3ÍjMsimfe i^iilairti^adffl,>fe

impfplatz) sdftaajiÉedat

flda ^ ñfiilíilj^lSgiaigiiMBffiiigíríasBeápgeaMraStt^á^

sgjweiiaiáaiiáfeaa^^ . Dicho de otro modo, en®vSBÍÍLGar"


qii6SMeíicahajots#iM$g®teíade®tt‘dittg^^^
p:orta?#tói'és#'
Filosofía de la ciencia, filosofía prudente,
Gotistit,iiyei;,enáCÍff:tjtp-;?ej:ititl(A:.e^^ Sin duda
su teoría del conocimiento presenta bastantes dificultades cuando
• se la analiza con detalle. Pero, a pesar de éstas, i^l|8^»8ñafiisrn^gka.n^
fian:p#io.?dgj:a;!ideí';e^H§|Í!gair;;jmij.jipp4eIo.vj;a^
dBS,e|ad:CT^aaiggB:ig-Ci?r3 fi%sftffi>jmá§í^^g,d8!§URgi^!ejJfl.S|qi^^^

jM)MMdáfMSbllMi^^qin^^ 3 |s^dg,%:^;l3.mas^ 4 ggngi^agp^Q{i;^n:¡pa^^^


.....iíütiieúnyiiiésDtodfiísáinT®^^

.está~(licigidof;nienc.yct¿biíttá'és=tásV¿ta^^

2. Ib id ., P re fa c io de la segu nda edición ( 1 7 8 7 ) , p. 20,

M
N A C IM IEN T O D E LA M O D ERN ID A D

Dicho de^üTp modo. él^Míjá^^hpap g y t a ^


— =N.

primerQ rechaza globalmente la intuición. El según-


do laconserva dándole un sentido y un papel diferentes. Pero el
uño y el otro, de hecho, tuvieron un precursor común. Pues la crí­
tica comenzó— de manera muy discreta— en i 8io, apenas seis años
después de la muerte de Kant. Su cuna: el Imperio austrohúngaro,
vasto ámbito cultural donde el pensamiento kantiano, de origen
«prusiano», ha tenido siempre más dificultades para implantarse
que en otras zonas.

llama Bern-
h a rd ^ ^ z ^ & iy S i-iS Nacido en Praga, Bolzano es im sacer­
dote c^míéo que enseña la «ciencia de la religión» en la univer­
sidad Carlos.
leibniziañ^i^En primer lugar porque, excelente matemático, es au­
tor de teoremas fundamentales para el análisis, esa rama de las ma­
temáticas que se desarrolló a partir de la invención del cálculo
infinitesimal por parte de Leibniz. En segundo lugar, porque
se interesa por la lógica, disciplina que emerge en la Antigüedad
gracias a Aristóteles y la escuela estoica, pero a la cual Ramón Llull
y después Leibniz han abierto nuevas perspectivas, poco compren­
didas en su época.
Deseoso de convertir a los judíos y musulmanes a la «verdade-

vamente exitosas. Descartes, cuatro siglos más tarde, ironiza aún a


propósito de las especulaciones lulianás, a las cuales no coñcede
ningún crédito.
Más precavido, Leibniz se esfuerza por mejorar el «arte» de
Llull. Avezado diplomático, cristiano ecuménico, intenta contribuir
también a la unificación del género humano al facihtar la unifica­
ción de los conocimientos. Pero ¿cómo conectar éntre sí las separa­
das ramas del saber? Traduciéndolas a una lengua imiversal accési­

ts
H I S T O R I A r>E L A F I L O S O F Í A E N E L S I G L O X X

ble a todos: la de las matemáticas. Leibniz se esfuerza pues en con­


cebir una escritura formal (Jingua characteri^icd), compuesta de un
pequeño número de signos primitivos capaces de expresar, según
reglas combinatorias, todos los conceptos pensables. A este simbo­
lismo convencional le bastaría con aplicar mecánicamente ciertas
operaciones para obtener, por simple cálculo, la respuesta a no im­
porta cuál cuestión (calculus ratiocinator). Los contemporáneos de
Leibniz no veían, en sus investigaciones largo tiempo menosprecia­
das, nada más que el efecto de una extraña propensión a soñar. Kant
las ignora, así como la lógica en general— disciplina inútil y que no
había hecho mngún progreso, cree, desde Aristóteles.^ Ésta es la pri­
mera razón por la que el leibniziano Bolzano rechaza a Kant.

I íT e $ i^ ^ e desarroíTa en sus lOontjHbnciones


a una exposición de Ja;s matemáticas sobre mejores fundamentos (i8 io ).
Esa obra que pasa desapercibida en su época es, sin embargo, t e

espacial o temporal, la intuición es, en efecto,


siempre empírica. Puede— como el recurso a la figura en las de­
mostraciones geométricas— tener un papel accesorio, de tipo pe­
dagógico. Pero no se podría obtener de ella ningún teorema digno
T í nombre.

TaiexdusiivámenteJágm ^ ^
Es, en suma, en el deseo de triunfar donde Kant— según él—
había fracasado, por lo que Bolzano rechaza la doctrina de la « E s ­
tética trascendental». A pesar de la situación marginal a la que le
condena esta decisión, prosigue no obstante sus trabajos y publi­
ca bajQ una relativa indiferencia— una monumental Teoría de la
ciencia (1837), seguida de una obra póstuma, Paradlas sobre el infi­
nito (18 5 1).
Esta última prefigura las investigaciones ukeriore^s del matemá­
tico Richard Dedekind ( 1 8 3 1 - 1 9 1 6 ) sobre la naturaleza de los nú-

3. Ib id ., P r e fa c io de la se g u n d a ed ició n , p . 1 5 .

26
■fc)
ÍD
©
N A C IM IEN T O DE LA M O D ERN ID A D
®
meros irraeionales, así como la invención de la teoría de conjuntos a
(1872) por otro científico alemán— que se declarará, también, vi­ a
gorosamente flntikanüano— , Georg Cantor (18 4 5 -19 16 ).
a
Por lo que respecta a la Teorta de la ríencia, enlaza con la ambi-
©
.ción leibniziana de una mathesis universalis, dicKfTTTrDtiTiJiiQ^
con el proyecto de una unificación dy| saber.-pQr.-mediajde-re»Ias o
puramente lógicas. Introduce además una noción inédita, la de o
«representación erTsí», a fin de subrayar la necesidad de una dis­ ©
tinción entre, por una parte, el contenido conceptual de una re­ ©
presentación y, por otra parte, las imágenes mentales capaces de
expresarlo. Más en general, desarrolla la tesis— de inspiración pla­
tónica— según la cual las leyes lógicas, dotadas de una «verdad en
©
sí» independiente de nuestra subjetividad, no podrían reducirse a
©
los procesos que acompañan su formulación en nuestra mente.
G
(?)
O
..-~ ___________ _______ :----------------------- ©
Ila K » iH a e m te £ K tíía § ta ifn iu d b j& ^ i^é ^j^rü O ñ c e s m
tfíliíéáS íálK ant,^
ñ iiM ii¿ íE ® 6S W jásásd§£n.9iÉ M áE"<^^ ^ m a n e ra —^Uiás: G
©
S ^ r e t ^ f r perceptible enTVustría y en Polonia, su influencia G
se manifiesta por ejemplo en el dominico Franz Bren taño (18 38 -
19 17), nacido en Alemania pero docente en Viena, o en Alexius O
von Meinong (1853-1920 ), quien, después de haber sido almufí^ O
a cabo lo esencial de su carrera en Graz.íj^^gm (;)
ta u m ^ M e in o n ^ ^ í,j
©
©
©

Otro alumno Se Rrcntanr>^j4 inde en su país las tesis de Bolza­


no, el polaco IC asim iO V ardowsy)( 1866-1958), autor de un libro ■;0
titulado Del contenido y ^ t ^ ^ e ^ d e las representaciones (1894). En el '©
curso de sus años de enseñanza en la universidad de Lwow, de 1 895
a 1930, ©fr0ÓS?|>MÍ3MRa.d9 .S,P9 L 0^^ ■'©
17
H IS T O R IA D E L A F ILO SO F IA EN EL SIGLO X X

U3K®feppj.Sj^@ ^il(íi.
M ienhas tanto, Jl^é^^ip^iigiamgptsijdisfaa^igi^iim^
^|jfe|dgmasi^g^¡dg§^ g g ^ fe^:eiibíáti£jjteicft^ftilnfe^asMOBiE

2-.'^ — Hp^Hy@B.agigj^Á;;;£S.iBjt!Ssta.sA^ tasi- a l4¿ié-nig T n a>-d H -


#tndatrygn:t0^;Kd&dasp:fflaíeMi^titoi«ft
0 rftSirfiéía:i:líMkMid6íÍííto.E^"tehe^üfiaiM&M:0Md®atéMii®335íS^^^^^^^^
(ág:lÉ,lgií|íti:áie.
fy) P l fca^6riida>jadsalitefepfii;geMiiTatgán;aafe¡as^^áiagoai¡d^^
Mtepro,alim.eai(
r ^ mQ:^;dgsx5^^btb^pE0 ^igwendoinofet^teas;^aáa^d^if^^
I I d‘^artt^-^q-uej;,jgste>lai?e.onidnGÍaáaam¿^e-alleiáw^^^^^ I¡>esc^iibMmiena
i !t:*3fitia^;mttfepma^Etwesi^Qbb^Báiiaai^0 ^ n vy,

28
L A V IA S E G U R A D E L A C I E N C I A

I. PROGRESO D E L A LÓ GICA

más exactamente de un re-


nadnuentfe^Í08É|¡lépcaí^fí^tó^^^ los dos grandes libros
de G e o rg ^ ^ o o J^ (i8 i5 -i8 6 4 ) donde ese progreso tiene su punto
de x^2LXÚá2L\^^dlms ymtemático deja /ogr/z (iSzi?)— cuyo subtítu­
lo, «Ensayo parl^ncalm r^ferrazoM inieu^>>, recupera explícita­
mente la expresión leibniziana de calculus ratiocinator— Y

J^Ktemádco con experiencia, especialista en análisis y álgebra.


a ¿ d e ^ d e i^ S ld a g m ^

sibibdaé^ei^pliGardpsiím
d^fflffiSÍ®jdiJ^;Uniyersp^^ por utilizar los términos
de su compatriota Augustus De Morgan (180 6 -18 71). Y para poner
esta hipótesis a prueba intenta revitalizar la teoría aristotélica del si­
logismo traduciéndola al lenguaje del álgebra.
Supongamos que las variables x e y representan clases de obje­
tos cualesquiera. La aportación específica de Boole consiste en no­
tar mediante i la clase entera (el universo del discurso), por o la
clase vacía y por el símbolo z;— que no es todavía un cuantificador
en el sentido preciso del término—-la palabra «algunos». Gracias a
esta notación un juicio de la forma «Todos los hombres son mor­
tales», se convierte en «Todos los^^ son algunos x», dicho de otro
modo:;y = vx. De la ecuación correspondiente,^'-!;^’ = o, es fácil ob­
tener, por una serie de operaciones algebraicas elementales, otras
fórmulas, como por ejemplo:3^ ( i- x ) = o («los hombres no morta­
les no existen»).
El uso sistemático de tal simbolismo permite eliminar las ambi-

29
H IS T O R IA D E LA F ILO SO F ÍA E N EL SIGLO X X

güediades semánticas inherentes a los silogismos tradicionales, en


tanto que la aplicación mecánica de reglas del cálculo elimina todo
riesgo de error en el proceso deductivo. Boole reencuentra así, por
un método puramente formal, el conjunto de resultados a los que
Aristóteles tan sólo había llegado de manera empírica.
Alentado por ese primer éxito,

. ¡aí^^íeió ri^ ^ serJa^^de¿jSamap:rTghjffl


— dentro del espírim del

s!^^„^s.fe0rzaVén fo r ^ geriera-
Jesíádelpensam;iento;:dichó de ota^Q modo, env<e^^
gteba1 %éf#á^Ónáiníae^^^ Puesta en marcha en la primea
ra parte de su trabajo de 18 54 , tal perspectiva tropieza con dificul­
tades explicables, en buena medida, por las imperfecciones de la
notación utilizada. Por otro lado, la segunda parte de la obra, que
proceso las reglas de la indu^ión
d ^ calculo d^ prqS^ilidades^:—,
._§.^,.9tascaL-eUvfoirnidabl eS43ro hIiemas_ij;ÍE¿fi^^p]uí^tG^^^

í^ ¿ á M í!E g lg § ^ ®£ 9M§’í®:¿QPSéfer;$us^^
de la- introspección psicológica-.
.^ ® § ^ É E ^ S ? Í i S s S Í S S Í S Í § S ^ U Í 2 B S E l Í g y •su"^
vás^®>^ro^^O^,^l; .^geb]^^d^ B

dp-
K^bÉéliá^í

Filósofo y sabio de múltiples intereses,


tura europea como lo eran entonces los intelectuales de Mdéva

®^®ÍEsdfín:sdg¡¿já^^o^ 4eníev;d^.;;pepjs^inienío
_S3®^ltí®^y?^í^p?í^gm^íDsnió?áí^ céP-ferbfa^pféféííd
iipda^ÓGtóma para des­
vincularse del sentido dado a este término por su discípulo William
James (18 4 2 -19 10 ).

30
L A V ÍA SEG U R A D E LA C IE N C IA •©
G)
De hecho, más que im sistema filosófico en sentido clásico,
o
o
o
V j

■ xma
n ^ a^!pi#aíña$iidóssaleia:da:g;(jeh^
®StaÍKf?ftRÍfíÍgí;ÍS^?P:roigjt||||M r)
to n i^ hacerlo suyo, el ad­ i' y\
jetivo «pragmático»— ,^peEQji:e^Mgdeiiéamri§m0--^a]!gqugi;^epro^
cha‘>ce»»gsi#ijM'PteM 3tgtaptóBggfeTOgaítghdffr^^ D
tfeada;.inWÍ.ciQBg-^. í^i^ingifeitespsj,iiwestig;agffines;té^ó^ ©
~tohasRidehálgebra?.bQoleanaSe esfuerza en perfeccionar la nota­ ■©
ción simplificándola, por una parte, y, por otra, introduciéndole— Ó
a partir de una sugerencia de uno de sus aliunnos (1883)— los cuan- (■■ )
tificadores: cuantificador universal («todos los...») y existencial "o
(«algunos...»). # g i ^ 0á sSq \i^ ;p Ó lteiW i^ tó ijte É 6Mte';ÉÍ4í S § ^ ()
;inteFesa.poiy.a;fílesofía^de>laJógáGai^gPttiaRlá^a#plitdag{^gWÍgc i j ^
dg^ilw<;?;pFm(3Í;palgg;€ipófPdév^gh:ós^at^^
©
síjfntelbs {tokens). hldiées <ffl(/irer) «eáeaffiBS </rowr). Sussabundantes^
t t iÍ^ S Í ÍÍE S S te .'dQmmóíShácéFídS'télSér^^ ©
Hftmpo .no^reeonoGido. de una^idiseiplina'müeva, ládpgTO (\)
ci'encia;idedóS?.si^ós^^FCQn^-Eérdin'awd‘dé^5 álFs^i33»év'*uhbi,déd0'feráh- C;)
tecéSbré^dlSlWmg^^
Ü
(i89o)=íise_:
\:.,y
rfefíeEe^sencíaltiisntéi-‘ádáRan^st3|iaCíóñes^de-j;Bóole-y-de^-EGirce,
©
en cuya dependencia se inscribieron también lós trabajos de l ^ l ó -
©
gicoS Giuseppe Peano (18 5 8 -19 32) y Ernst Zermelo (18 7 1-19 5 3 ).
8in-?emhár^óv’'esimá"Qbrá"dednspiraeiértiiwmy^difeEente, dájideiiú^ ■©
rn^emát^oaisladQ;^^egejia quevya;aiPEevocar ehgramcamhi
:-;0
dl'Me!iMBi^|fis|óíieam parte dG la filosofía del siglo:~
) XX.

'-O

y
4. « C ó m o h acer claras nuestras id e as», texto re co g id o en C h a rle s S. P eírce, A ■©
la recberche d'ime méthode, P e rp iñ á n , P re sse s U n iv e r sita ir e s de P e r p ig n a n , i 9 9 3 »
pp. 1 5 5 - 1 7 5 -

31
H IST O R IA D E LA F IL O S O F ÍA EN E L SIGLO XX

Profesor d^matemáticas en Ja universidad de Tena, Gottlol]


^ j —npiLnijx—

f i l f f i S S ^ ^ ^ d e quien deplora, por lo demás, el poco interés por


la lógica—

riigilgíÉiSi como na mostrado muy 5ien"C3^uss, dofímtnjye^^A


,5SfflSfflíáliSi^®to&ÉSBSÍSS^í^^lS]ÉEBSíri<?Sí:SiQIÍSsgy^gigS|^^*
dynW^tM§§Mg®dBS@^.^H^g0JLW

Piensen lo que piensen los neokantianos ortodoxos, Ia^®^ate>


fflÉÍiSSlíffl8i®iltó(WtóMMfflM®di®pü©§¿dBllto
Por una parte, dentro de la vía abierta por G 2LusSyS^é^mW!B^^^í^^
d©i;cpn;(5^pt^b)gTOm^tríá§ffiov^ *^(1826),
( i ^ 2 9) ^y^gm anm (1853).
SGrwi^y^si^jQrías^qne^/MW^fíMiáyñpteenfax^^
cUdiano^pn t^^!dg^.;ueys,e>:b^s.eiLje^^
P 01*, otra.í^ l©Sí#rpgreso,s,.p^ar^los^:^^^
por tanto de la abstracción—^©lí^^ábsi:^;-^
p0CQ;,^pj94Q^J|[sgnatpma]üGas^^
tps^lós!^^^^^ Entrevista por Bolzano, efectivamente construida -
por Cantor, la teoría de conjuntos— que no se refiere al n ú m ero -
aparecerá en adelante como la más simple y la menos conflictiva de
todas las teorías matemáticas.
lÉ M & ló É ^ Í S a íl & f e ía ^ íg i 4 l d t e r f l § # a f liS já i& e g e ^ M ^

igualmente por Husserl,

¿¿E R !S 2dBÍ£ÍSS 3S g ^ ti^ S j,-^ d e d r^ ^

quej — i

I.q;^r^]^ráBgglg|arijffieti^
m rglgs]jre{g]^^i^^¿j^^^
tema cj^r^i^o^
Un primer esbozo de semejánte sEtema le es ofrecido por Boole.
Sin embargo, si bien este último ha construido un calculus ratioci-

32
LA V ÍA SEG URA D E LA C IEN C IA

nator— es decir una técnica facilitadora de la resolución mecánica


de ciertos problemas— , no ha demostrado realmente la validez de
las leyes lógicas que rigen tal resolución. Por otra parte, su nota­
ción no es suficientemente potente para transcribir de nuevo la
totalidad de la aritmética. áE
£ g br a. b@oteana,

gua formalizada d e l c omo él mismo la llama,


son expuestos en su primer texto importante^ la Begriffsschrift
(1879)— título que significa literalmente ^scrití]iira^4e$Jo5^gQUcep^
tos? o
Igualmente inspirado en el simbolismo entonces vigente en ál­
gebra, aunque más tosco que el de Boole y de un manejo menos fá­
cil, el siinte0lisinOj:pr0puest0^en?e^é%pu^ónló

dé un númerodimitado de tétmnrió¿Mj^Cóirp Sro la tarea se revela


ardua. Así Frege, después de haber publicado una primera versión
aún tributaria de la lengua alemana usual, l o s F u^ d ^ e ^ la^
^ ^ |w éh ^ ^ i884), experimenta la necesidad de m o d m c^a genera-
lizandoelempleo de su ideografía y corrigiendo esta últiina con un
cuidado extremo a medida que descubre sus imperfecciones. Efec­
tuada a lo largo de veinte años de ímproba labor, esta modificación
conduce a una nueva obra,
cuyo primer volumen se edita en 1893 y i^segundo en 1903-
desde el punto de vista
intelectual, proyoiEa =a d r ^ resulta len^ pa^^ vGpnti;a<jictorÍQ.
EiL?súí^hábérjíSeí^óñtabifiz^anr sobr^^^^
d j^ 4 ¡ógíéó^4 fegih$tíGO^Oi;ma
En el plano lógico, la ideografía fregeana presenta una doble
ventaja. Hace posible el cálculo de los predicados introduciendo el
uso de los cuantificadores {Begriffsschrifi, § 31), cuatro años antes
de que Peirce y sus alumnos hiciesen lo mismo por su cuenta. T am ­
bién autoriza la reconstrucción, bajo forma axiomática, del cálculo
de proposiciones, ignorado por Aristóteles y prácticamente descui­
dado por los lógicos desde su invención por la escuela estoica.
Po^^tra^parte, las^modifiéac^^^ los Fujida-^
en un
arfículo:^def-i'8Q2. ^ Sentido referend a». se reve-
lar^n^preoiosasyuo sol giéáusino también para el

33
H IST O R IA D E LA FILO SO FÍA E N EL SIG LO XX

?9Wáli|ͧifegWÍsEicb. iSffiwee^saFteiideiiaafede; íeoH ^ ^ explica^aeí ¿-


(Sinn) # a ! ^ g R t , ,gj3 g,^§i,3j{La^gep|o.^ab)ga con la»
M § íá liS l 8§ÍáfliSMb^ÜK3 {Vorstellun^ qHedoiiacoiHDaña .en nuestra ^

(Bedeutun^. X^as. expresiones, «estrella .del anoehe<;^F)» y « e^Q>ella-‘


.j ^ ^ k á i a M M g n g t i .igl-Htismo: senadOvAa pe^ar ^ e¡ que: tienen j a>
|B ÍI®a^SfÍSá?:'.fel:EÍan ei^.Eem C SsM ?i#stí^^^^
igH§|BmRm:áíáp>tQ p6SÍG ÍO H e^g^n ;ti|oJ^
^ (^G^danké)j hd debe

Y5 £dad:»^eg;yaJ£í:egei

Q ¿/ ^^ M ^ ^ J^éSjd^¿^se.-aiiáUsi§yes; TOr^er «psi-^


-■ QQ^sistente en i!e^GÍr jos Gonoep^Q^ lágiGQs^p^^Q^^^
foOTa^bde todas las
sentido, poseen el misino
rateítide^^í^dá-^^ Frege justifica así un principio que se convertirá
en fundamental para los lógicos modernos, el principio de exten-
sionalidad; según éste, toda proposición compuesta no es más que
una función de verdad de las proposiciones que la componen.

En primer lugar, preifíqúéiíSürfdeografiaipejmite ^


di^l^dep^^dingi^ettí^e.ésta^peFmaneeía^n^relacúón con las lenguas
nap^ales. En segundo lugar, porque la famosa definición avanzada
en los Fundamentos (§ 68), según la cual «el número que corresponde
al concepto F es la extensión del concepto ‘equivalente \gleichzahti¿[ al
concepto FV>, constituye un indiscutible éxito para la tesis logicista.

Ja

^stá, qbligado^acompaj^^ el o^o


y can toria-^v
jiaei^^¿^steuciaireaj de: u^^ teligíbl e^jjoh 1ado^ eenrid^pg
Js^ ^ lB iíg M á S6 a Si;y^©QzandQ$:números de lina reaíídad^^m

J ^ s t a e lk s ^ la aritm ^ca^lo g^ci^ad ^;^;^

34
LA VÍA SEGURA D E LA C IE N C IA

los primeEos -añós^ dcrmestria^ srplc); :superior a la_lógis3


<¿Sí^aÍ3EaÍ7jida»ipmr;Rñnlte. Cdiistituvé:ien ühá escala más ji a n l i a ^ ( í
éjgtf pl&'de im' :¿istemaASÍrnbQÜco.cn;^d^^
de réjeflas' precisas peimite'fencadéiiar liña ,con otra jas etapas sueg^ j
givás dé iiin razonamiento dedñeavñ ña^^ o aa O
parte, como la significación de Jos conceptos puede ser fijada desde (^)
el principio de manera convencional, se está tentado de creer que se Q
dispone finalmente de un método general, de \m caleuhis^ratiocma-
C.1
tor, apto para resolver no importa qué problemay^En suipa-r^quejp
o
verdadero coincide adecuada y totalment£-£Qll.kL-d£i5 pstEable-.
S in ^ m b a r g g y e s t p n o e s á s L p u c s p á p e s a r d é s u s a s p e c t o s d e s M - o
cables; ja iconstmcción fregcanaTáiMdámemgy va^ #éncontrar^mi- o
nadá^oreldéscabrim ienlforil^TOálñá^
SfiBOi Vinculada a la utilización por j'Vegc dé la noción de exteri-
riÓñdé'üná 'elasé-ó dé un cóneéptóY'ésáSeón#^^ — que coinci­
de, en su principio, con otras antinomias matemáticas descubiertas
anteriormente por Cantor o Burali-Forti— es explícitamente iden- C")
tificada', en junio de 1902', pof uno de los primeros (y raros) lecto­
res de Frege, el joven BertrandRuiss^^

o
la $ a ^ e d 3 ¡É d e ;^ a ja ^ ^
*&pp^!?fiSjunftJGlase:^.jjs&ráYQmQKésiacmkmbíEO^ Si así es,
deberá poseer la propiedad determinante de esta clase, que es no ser
miembro de ella misma. Si no es así, no deberá poseer la propiedad
en cuestión: entonces deberá ser miembro de sí misma. Cadásama í
dejajakpiJJarip ipiplicaj^pues,^ contraria.
EÍ i6 de junio de 1902, Russelí escribe a Frege para comunicar­
le este descubrimiento que pone en tela de juicio toda la construc­
ción elaborada por este último. En su respuesta, datada el 22 de ju­
nio, Frege confiesa que la carta «me ha sorprendido más allá de lo
que pueden expresar las palabras y, me siento tentado de decir, me
ha dejado consternado». Con tal cuéstionanuento, añade, «no sola-
niente=e.s;G l fu n d a ir ie n t o d e n i t a r itin é tÍc .á ,;s in o :(fir é c r :!in e n le el ú iii Q
co ■ fundaiñentó; posible,de la aritmética, lo que jiarece disiparse».'
0
5. G o lt lo b F r e g e , carta a B ertran d R ussell del 22 de ju n io de erad. ir. en
Lo^íjiíc etfondemeiitsdesTjiíJthéTfUiüques (18^0-1^1^), antología preparada p o rb ra n ^ o ís
R iv e n c y P h ilip p e de R ouilh an, París, P ayo t, 1 9 9 2 , p. 2 4 2 .

35
I /■■"'V

H IST O R IA D E LA FILO SO FÍA E N E L SIGLO X X

iI
If ¿No.
^ Josgi^e5gS:;i^a,tóQnal.é^^^^^^ de la
i Í'i-- posihilj^ad;!^^^
b
Algunas semanas más tarde, en im apéndice añadido in extremis
a las pruebas de imprenta del segundo tomo de Las leyesfundamenta­
les (1903), :®fflgg|pjt-0pone;rpara^^upérar^^ téc-
rútaiñeñté poáíÉ^vsádsfáétCítiáv qué se^e^^ mejorar
cndos años^^s^^ Morirá sin haber podido consolidar la obra
de su vida.

io^,:|u^^ las-
i ^ .¿^Jg,^niári^S:í^;l^a^cTÍsis, de Ja que

I^ Salvo considerar que la crisis en cuestión, ligada a la


naturaleza huidiza de la noción de fundamento, es quizás menos
trágica de lo que nos parecía, puesto que no impide en modo algu­
no a los matemáticos continuar progresando.

^|b|jos;^:de^^rejg%tengan

lYlíLgS}£í®Íilj¿ÉEíl^£tc@SB?i 5
roñ¿M g,conversign|en^
Y, aÍgjmQg^^jñ9§:;mJ§¿|g|;d^(x,9^^
invigsjñgáí^^
Hasta el punto de que los numerosos herederos de esos dos fi­
lósofos, partidarios de la fenomenología y adeptos al empirismo ló­
gico, podrían con pleno derecho reivindicar, en la persona de Fre-
ge, un ancestro común. Un ancestro por cuya mediación unos y
otros se enlazan-—a la vez que algunas veces se contraponen— con
una misma línea: la de los kantianos críticos de Kant.

2. D E L A LÓ G IC A A L A FEN O M EN O L O G ÍA

Nacido en iVJ^ssi^i^enton^^^^rgvinci^ del Imperio austrohúnga-


ro, EdmuncQHug§,^®^^8^g^;ijy^)|manificsta Jpyen^.TO
El desarro­
llo de su carrera universitaria confirma esta doble vocación. Su te­
sis de doctorado, leída en 1882, trata sobre el cálculo de variacio­
nes. Es después, en Viena, en compañía de Kasimir Twardowski,

36
LA V ÍA SEGURA D E L A C IEN C IA

cía: laciSlQSQfía^^rehusandovcomo BLcnf i i ^ -


Desde este momento,
fimdan3r^nt9 ^d^dasma!:cmáticas:^r--obj^jSvp;4 S
d SIlniciQ^
j 18§7"oF8ene^u^Há
ción con un ensayo sobre el concepto de número (Cantor se con­
taba entre sus examinadores), a partir del cual edita, en 18 9 1, un
libro que se presenta como el primer voliunen de una Filosofía de la
aritmética.
Subtitulada «Investigaciones psicológicas y lógicas» y dedicada
por el autor a su «maestro» Brentano,gl^^^a|
danremente Ips. de E
bi ci ón.fregeanade^^^^
Husserl piensav eni^ie£tcu.^Qne^eSeA^anou|3a:^teii^
ciones matemáticas,de>;base:I]H gualdad^Ja ¡anaj^9gfa^^ la
unidad) pQrn0Gmn^;Iógcas^^:;SÍmgfé
scrnuede cltminar^Qj"
la s-p:rgJtei^^ ^
También en 1891 publica una reseña de las Lecciones sobre el ál­
gebra de la lógica de Schroder, donde, después de haber expresado
su admiración de principio por la lógica formal, fereprocha no
considerar los conceptos sólo desde el ángulo de la extensión y no
de la comprehensión, esto es, reduGii: a
las de,unj)nro. cálculo.
Puesto que no rompen de manera suficientemente nítida con
la tradición empirista, estas tesis no pueden por más que suscitar la
reprobación de Frege. El autor de los Fundamentos considera, en
aquel momento, posible y necesario reconstruir el concepto de nú­
mero cardinal a partir sólo de las investigaciones de la lógica. La
tentativa husserliana, dirigida a hacer del número el producto de un
proceso mental de abstracción, le parece mancillada por un psicolo-
gismo inútil. Tal es, al menos, la objeción que desarrolla en un ar­
tículo de 1894, consagrado por entero al primer libro de Husserl.*^
Husserl decide entonces revisar sus posiciones. Sin duda su evo­
lución es el fruto de muchos factores convergentes y no sólo de las

6. G o ttlo b F r e g e , « C o m p r e renclu de Philosophie der Aiitmetíh—I d ’ E d m u í\d


H u s s e rl» ; trad. fr. en G o ttlo b F r e g e , Ecrits íogiques et philosophiques, París, S eu il,
1 9 7 1 , pp. 1 4 2 - 1 5 9 .

37
H IS T O R IA D E LA F IL O S O F ÍA E N E L SIGLO X X

críticas de Frege, de las que Husserl incluso pretenderá, años más


tarde, no haber tenido ninguna influencia.^ Sin embargo, precisa­
mente como consecuencia de ellas renimcia a publicar el segundo
volumen de su Filosofía de la aritmética y, paralelamente, reempren­
de el estudio de la lógica. De esa «conversión» surgen, en 1900 y
1902, los dos tomos de Su mejor libro, en
opinión de algunos de sus discípulos, y el quevanun^^^eteaciinien-
To¿de^a-disciplina mieyaJa-«feaQmenQlQgía>>>en u ^ principio de^
^fínidaj^según una expresión que Husserl abandonará en lo sucesi-
vo— @m€^j^ontQlogía^ pura de las vivencias en geperalxy.^
Esta vez, subtitulado «Prolegómenos a la lógica pura», el primer
tomo parece haber sido escrito para ilustrar una sentencia de Goet­
he que Husserl, no sin humor, cita al final de su prefacio: «N o hay
nada que se condene más severamente que los errores de los que nos
acabamos, de deshacer».^ Nada .más severo, en efecto, que la conde­
na aquí ejecutada sobre la psicología asociacioñista saÜda de Locke
y encamada, más recientemente, por la Lógica de John StuartMill.
Partidario de un empirismo integral, Mili es célebre por haber
intentado reducir el principio de contradicción— principio de ba­
se de la lógica— a una simple «generalización» sacada de su expe­
riencia por una mente observadora. Contra tal afirmación— que él
suscrito—y, en generaUt®ggaig^«d^^^
incluyendo las defendidas en su
tiempo por sabios ilustres (Mach entre otros), iHusserFinteuta?»

Otorga un rendido homenaje, en una página admirable


del libro, a la obra de Bolzano, cuya importancia filosófica procla­
ma bien alto.*°
Más particularmente consagrado a los principios de la teoría
del conocimiento, el segundo tomo de las Investigaciones desarrolla
una concepción de la lógica que se hace eco todavía de la de Fre-
^ pesar de que éste apenas sea citado— , pero que revela tam-

7 . C a r t a d e H u s s e r l a S c h o lz de] rp d e fe b re r o de 1 9 3 6 , c ita d a e n F r e g C '


H u ss e rl, Correspo7idance, trad. fr., M a u v e z ín , T . E . R . , 1 9 8 7 , p. 1 3 .
8. E d m u n d H u ss e rl, Reche?ches logigues^ trad. fr., P a rís, P U F , 1 9 6 9 , c. I, p. 2 3 6 .
[T r a d . cast. de M a n u e l G . M o r e n t e y J o s é G a o s : Investigaciones lógicas, M a d rid ,
A lia n z a E d it o r ia l, 1 9 8 2 .] 9. Ib id ., p. x. 10 . Ibid ., pp. 2 4 7 - 2 50 .

38
I
■ ©
LA V ÍA SEGURA D E LA C IE N C IA

bién las influencias, aunque contradictorias, de Kant y d


©
Como éste, i^aSsecbse:ii^erzaiPOiáM>daiE;^Qfem b 1
©
la lógica y la^p ría d¿Tcptiociinjento,/disciplinas q n e ^
J h e n a n s e r v ir a s u .v e z d e z ó c a lo j j a r a ju fla n u e v a : f i l Q S Q & a ^ v ^ s s ii! ^
:c g m é ia ^ ^ g u ro sa .lM g ^ M a m i^ jn ;^ ÍiE a i^
© '
o
:> s ,.d £ ..\m a x x u .c r-k n -' ©
Gta, ;gtyascendigQtalj>>„;d&^fixperieiieLatidÉam aJifíüáiñíi^
denz), o indutabilidad independiente de la dispersión de nuestras
imágenes mentales. Y sin duda'estaí<í®§.ión>iíiq
o
pOPftóbjetQ'-íSignáficaeiónéS’ idéáleS'•mdSpendiéntéss d
o
personal subjetiva, debe más a Descartes, que a Kaht (quien recha­ .©
zaba su posibilidad) o que a las tesis expuestas, en su Ensayo sobre ©
¡os datos inmediatos de la conciencia (1889) y en Materia y meinor ia (D
(1896), por el filósofo fi-ancés Henri Bergson (18 5 9 -19 4 1), cuyas fe)
doctrinas espiritualista y vitalista eran en aquellos momentos
desconocidas por Husserl. Por lo demás, si Bergson confia a la in­
tuición la tarea de captar lo real en su esencia fundamental, que O
identifica con la «duración» pura, su manera de revalorizarla en
Ci)
relación con la intefigencia (o facultad de los conceptos)— redu­
i )
cida en su esquema al rango de conocimiento «inferior»—-no es
dejna§iado:¿C(unpat(blc xon Ja iéxigencia preside la o
andadura feuqinenplógica. A partir. xde, .§sta , e.>dgenc^ tanto (:omo '()
(íes(íé Igs^ppsiGiouqs antipsií^ílQ^SffSí^^^^^ no ©
dejatSeiiserrsaw-más ,paradójico yer,qug .|iq^^^^ ' fe}
GoniuntOí.de su construcción de laieniginátiea idea de <<intuJCÍou de tí)
©
;Dg^jagjgpg(tTadigeio®éss|bgddS§MJáMtnbfCió®M
"(fe
ye0tOjqu§);las!§^ el autor de las Investigaciones lógicas es absolu­
v '.- j
tamente consciente puesto que se sitúa, precisamente, en el marco
cauto de una «investigación». MoKpbsí^pí^KH^y qup .tratar dc re- ’to
á§e|^f^l|S; Para lograrlo, para ^alcanzar g-sa: claridad y esa evidencia. ■ C;)
'O
....... . . ■©
ftglsrfis>|.ÍM0íd.fi;v,estaipérspeblx#.ísSigMSicé:n:l-as:.,c^^^^ fe j
nes®IÍM ®S®ilfilKÍíi entre abril y mayo de 1907, ante sus estudiantes .'■ 'O
de la universidad de Gotinga— que abandonará en 191Ó para incor­
porarse a la de Friburgo. ;í®MÍlfefe®Bes;,5e.ráq ,pubUpadaSi,;despUGSi p
fe'))
39
H IST O R IA D E LA F ILO SO F ÍA E N EL SIGLO X X

! |
^ íS\. « d s iÜ iS S a s £ Í a & gug«s
1
(cogitatio7ies)\ d i¿ ¿ d é >
®¡
lM\ 1 SSM B Q ^ P - ^!®á^feséSB®M 5^ 4ilHii¿SEM§£?ifc¿SS

. 'T .....^. :.-:-.\\.:?:.v.-.'-.v.‘.■ ■ .'-r•' »t-^BMfTOfraiL*

^ fítí
©
©
(■y
0,¡jsaiTgJ:la|4as|^^^ en lo
sucesivo, éiÍÍ^ÍiaiSi®¿a^^^

él un^ exposición sistemática. ^ ó g i^ ^ o :m^ak:pyA^^^


(1929) recupera, baio una forma detallada, el conjunto de sus críti-
® _cas co_na~aJaJógíca_e^e^ heredada de Frege. Finalmente, las
^^g^lj^ffl^gg^g^^g^^gifi^smgidas^e fas conlSrencias pronunciadas
en París en 19 29 — terminan de explicitar las modalidades de su re­
torno, más allá de Kant, en dirección a la filosofía francesa.

z^feésíSílcial^^ un principio, es
evidente que ésta no tiene demasiado que ver con la empresa inicia­
da por Hegel en su Fenomenología del espíritu (1807). Por contra, se
acerca más a la «faneroscopia»— o «descripción de la estructura de
las apariencias»— imaginada por Peirce, que por entonces Husserl
no conocía, como no conocía a Bergson. Pero no resultará menos
difícil reducüla al estado de esquema general, en la medida en que
PAtecjsxd^pendiéntesde4 ojquei.íáfíisserpMama;.Ja5.^
dutabilidad^^^^d Digamos, para simplificar, que e§>^o-.,
siblg:;4 ig jÍn ^ j^ j^ jg fía^p^5y^Epgme^
©, g;l:)LgpEW;SÍ<?^
®.-
& I I . « M o n ch e m in de p en sée e t la p h é n o m é n o lo g ie » , texto re c o g id o en M a r d n
H e id e g g e r , Questions III et IV, trad. fr., París, G ^ ÍJim ard , co l. T e l , 19 9 0 , p. 3 2 9 .

40
LA VÍA SEG U RA DE LA G IE N C IA

]áMe^|gÍlMi^ttfeiagPá^gfeE^Etsiflna*áaáMa^
.iBs.e.>.el;eQ]aQcimie
Í ^ ^ ^ Í ^ ^ Í @ S l i S ^ S S ® l E i £ . 4 S ii!s¿j^ S É ÍS á ía $B £ 35a S £ E Í^ '
' ' ^ M i ^ ^ ^ ^ ' 3S S 5J0 É & W - m a r ¿ i a W B s 6 B 5 $í$gÍS&te.^fí?.
C..fnQQÍnaJD5;^fenQTTieTTns>>.cy>nstitaiti^v^aa.TñnGÍen
rojo») y a 4 p..,i?Jln«^ (<<ei rojo») íg u © ^
c^ SM jía k sd ÍB á B m ss.jiia ^ sg g j^ ^
t^ g á sa »
fíf^ncréta descripeiQn.de las,estructur^^
cripcioh que se considera mas Fundamental que la ofrecida por las
ciencias de la naturaleza), ^¡^áswallpfeaauOjgba^^
j e n ra W . jufi.:nQs. e r ^ e g a la s ^ O ^ U á # d g S^i!Íjg|<^Bíli^S!li^S$a^'
q;üSv:í2d:;Por%áeíiniás,,^^¿gt{^|g)¿®^^
$aSjmism.%s>i (zM Sachen sclbst)—-dicho de otrQjrngdoy^ijo!§^ n á g i ^
nos— que en .vm ,p.ri|ngr^mgm^t^r;gr;qspjg:^^^<iÉátaddsliaaétÉ^
lenomenólogico, entre .filósofos (Heidegger. Sartre) fatigados de
las abstracciones vehiculadas por los neglantísmQj^le^
fraticás. (Lion .BninsGbjdcg) -
^ '* ^Seg^tb^g H T o n í e n t o f l l ^ ^ ^ —es decár.-ie)iiBBift^fflefóielrfluc •

jeto aiq ^^p u n tai s€jdesp fe s 3áEQaaEatégas?te^3^ ^


s e d n s p Í E 3 ^ ja ¿ ^ jo ^ ^ ^ M ^ ^ (1874)
{gg,D, ajqmpaMi;gcpnp!|^gÍi tnéritay^eahabeB^^^
cíón.d ^ i5 ^ ^ g ^ p ^ p i &JaxseolásaGa¿me.dieyal^aja^ilMSi^
i.n e r . n ^ n V n ¿ e e n ^

efectQves.cQpsden(^ía^^^^
j ^ ^ ^ ^ ^ p Í 5^ 5 ^ g ^ p ^ i Í 9 )EyiE|paidiAtoWt®i>RQin6$íp3$ar¡iK31ilt,
Ggy[^QÚa:.§is.ndq.,jjina;.cie.n.d5L4ianMalrJ$úen43:aSvq)^^
. p a rte ,„d t^ Ja .m ^ ^
dependiente de,, y anterior a ,jo d % Jjs iu ,...^
la explican pórnienorizadamente las Ideas directrices..., d0ffldfi.seán=‘
trnrliirp el concento de «noema». mediador indisnensabie.^enttc, ej.

. / Én uriHercenfedtimo momento,ifinalniente., ,la .conciencia te-


» L— lií'TírTflTil
4 g§gubrej:^^^ajnlsn:)^. más^
41
H IS T O R IA D E LA FILO SO FÍA E N EL SIG LO X X

i ;

d^oglj.pyes^^ han, §i;dp antes de ser


^ al menos lo que expiiea uno de los últimos tex-
tos de Husserl, su trabajo de 19 3^ sobre E l otilen de la geovictría—
que quizás lleva la huella de la influencia, ahora de vuelta, sobre
Husserl del existencialismo heideggeriano. Reenlazando simbóli­
camente con la preocupación por los fundamentos característica de
los años 1880, ese texto representa en cualquier caso la expansión
final del proyecto fenomenológico. Así como, en cierta manera, su
clausura sobre sí mismo.

N os guardaremos de llevar a cabo un juicio demasiado rápido so­


bre tal proyecto. Teoría y práctica fenomenológicas están estre­
chamente ligadas, sus resultados en gran medida están en función
de la habilidad con que el fenomenólogo aplica su teoría al análisis
concreto de un «fenómeno» dado. Por lo demás,dasW:ejc>res;ides^
®É^íüi0n^§íigpiimihólQg3 e^sssón:habitoaimfet#—como las de Sar-
I I: tre— t ant o^
ggg^:H u ssejj^afjañrmadQ^imiehas^veces^tdfe^im:prj^y^^-at:^(Qj^^
m en tÍ?O rI^ p ¡ S i p - ^ a poner np rerminr^^rl^fr,

Nada es menos seguro. En efecto,


mente se (.puede negar que la empresa jífénomenoló^g^ se sitúa/-
pese a su singularidad, como deseendiente directa del kantismo-
y, ..más.v-aim>v;del;,€aríesianismó. .¿No.ha si^p:,:^ el-primero>
en situar el fundamento de toda ciencia^.envía experiencia de la^
conciencia :Com© pensarmento «puro^> (res cogltanf)? g^f qué ha he­
cho Kant, .sino inscribir en las estructuras del sujeto trascendentaf
las condipionesvde posibilidad de todo conocimiento,; es decir, las
formas de la sensibilidad: y las categorías del entendimientp?
JL¿av0tiginalidad de idusserl-consistejva^nvdj^Quent^ enmdiga^
_iÍHrje§ÉJ dpfíe Coma^Kim jd^cide

¿G ontiere^íy^w detó

42
LA V ÍA SEG U RA DE LA C IE N C IA :«> I

' >»gpndas>», el exorbitant£Ji£tdiejri£¿áeídlÉi^cdM^ C o o :w Q ;E £ l^


©
finalniente. n(Tve.meÍQr jnanerai!dBsfiMidaEidM¿£kMÍa&;fÍi»e j^uhoy:
Hinándolas/a unaufilQSQfía Juzpadai CQmQwmasi^cdeDrífíga^ qug ■©
¿ús^rnaSj^^limpJifiBdDiasiWaiá&uánianMíssdiiRMgfiam a
idealiSEroáSMiJiopgd'- (S‘oin©íSÍ^id6s-ÍSi^5i®?íisí>!Íi^t?S^i®w^^^ h
F ré g ^ e se pEOgFama rivmea hubiese :SÍdorpuestó:eii tela deí juicio. Q
Perspectiva muy clásica, en suma. Demasiado, dirá Heidegger, o
a partir de 1927. Pero que Husserl considera que es, absolutamen­ ©
te, íajÁnica^ósíBler’Para-comprender los objetivos de tal afirma-
p i ^ hay que remitirse a aquel tejtto suyo que mejor los exiipne,
o
.filosofía comq ciencia ri.gurps.ag_X^ii). Textp por oo’a parte
"o
tStT^enHul-quera-pesaT~dr1afí¡panencias, no se trata de un simple
artículo, sino más bien de iSnáveiidadiWWabifi^^ manifiesto ©
de una fenomenología que—-por lo menos hasta la Primera Gueira ©
mundial— se siente llevada por las alas del triunfo.
De entrada, proclama quc?<<desder.s.U:iVriiner.mon)gP.tp [:;;JJ?Jjr
lpspfía;ha.qfíi7¡ftadp.seEv]imaiSÍgaGÍaaÍígpg>SM ■ (■ 1

a su. realización. F.stp§;pbstácplos, no obstante, concede Husserl,


'o
iSQitaedps. i S S i í S i B i f í>fc
^cenidfibiIp^S^KtoggdgitoEgígieraM ]BJaáffl!flH SJÍa§.fti^gH~ "o

éoñ o^^en to^u ^ él más qu_ei»nprpdíMaQ.eBJttgJ3.KP-&-^gda i

I; mo^ p a ^ p a^ ^ ^ I sup rem a6Íaid iH H SÍ^i:g ^ hiMgd£l§JjRft^»PQg ;i


9 9 X J,laS-dpsfprroaS;idQrtÚQ.anj:.e_^^^
\:J
O

:^tini6ta pay¡^!d,§¿siurqanifie^osgstá~desjdnadatairéfutai¿ebriat^^
jn o ¿ ^ ja jg g ffl4a . ySi^ StOid^ r engamhasiSg¿j&Jgiaa^^
'rTar;jqpe^^ksjposkiPneS;def;adyersario.íues^
g9^ t s 5sa©áógiTO,asssB>¿!sarim .m ;ÍP^ • '■ (J
Q
1 2 . E d m u n d H u sse rl, La Philosophie comme Science rigoureuse, trad. fir., P arís,
La filosofía como ciencia estric­
P U F , 1 9 8 9 , p. I I . [T ra d . cast. de J , R ovira A rm e n g o J:
ta^ B u en o s A ires, In sd tu to de F ilo so E a , 1 9 5 1-]

43
IS !

yI ]!'
;M
HISTORIA DE LA FILOSOFÍA EN EL-^SlG L ^ vX
Simbolizado por el biólogo, alemán
defensor de xm materialismo radical, la príhiera^efctrina intenta
i I! «naturalizar» ideas y hechos de conciencia, dicho de otro modo, tra­
i i|
I i;l
tarlos como cosas— lo cual es contrario a lo que Husserl considera­
í? íil ba su esencia. Reduciendo las leyes lógicas a simples regularidades
psicológicas, y éstas a su vez a procesos físico-químicos, destruye sin
darse cuenta la base misma del saber científico, del cual pretende ha­
cer su valor supremo. llÍÍIM¡tóistóOm©i:esápiis.&efc4i§G^^^
qteaS®!&,ssfiíi'E8j§Ól®íiM.a<3fil0.s.Q£ía. Tí%.es.j!.p0jCii^a,^djj^ filosofía
incojpsistiente.
Por lo que reépe£t^^lMSEQr.Í6^^^^ representado aquí por la
obra de WilhehTrS^ ^ e v iÍL ^ X T i(^ .i 4 .mo!fetawd& tas:^>^^^ <
^^M^^^ÁGeisteswnicnsihaften) 0>4giií^i^s.GÍeneias«,so,cw^^^^
la diin,elisión Itistóricacs Gentral,.reposa tanibién soloreun postula-
í|Pí®RÍÍ9Ítpí?íaíafirniaeión según la Guai ño h a b r í a : e n . s í , iii-
dependiente xlei Ja íevolución,, sino tan sólo jdeas spciahnente reco-
h09Ídas:iGomo¿y^idas, en La-
conu adicci ónies; fíagranCe; si no, hay verdad,ensí,,m^^^ dcr
9ypJudónjJa,.d.e:hhistorÍGÍsmo:noies;en!absolut©imás^,,.G^^ que la
deflai-doctrina^^p^^^ Más.!en,general,,sLtQí^^^^^^
9099 Ja ;P.Qsibili4 ad.rmsma^ d Motemos al respec«-
tQ: fiue;.9 S.t^;mismOf,argumento ser.4 ,frecuentementeiUtilizado, des­
pués, . d e , , J H n s s e r . l , , p q t l o s ^ — como, por
e p m p 't S i l K b lj e r m a s y .P u t n a m e n s u ,p o lé n Ú G a ,;C o n
( f e s m ^ i § ( h a i 0 :9 a d a ^ u n a :d e .s u s jd o s fo ^ m a s ..e l,« p o s iti^ es

que, así
mismo, hará fortuna, pero esta vez del lado heideggeriano— ,
lJusserlirü.9Í4 4 aJaataUa,rea^firmandoj 3Íen altn.la_.snh&^ de...|a fllo--
y lúre. Patajalyar.el_saber,,p.ara permi,tir.a.laAraz.ón
^^SS^P'i^hi,afi,tQj4 Í.99Cptl0 í^ni49ilh?j,.hay;.q
5Set.fcrmto,ri^^ ptiede spr
o & á d 9 iBa 5 Ía^i,j^sgfíat£eJQ.0 Bae.n9 lógicaxn;t.en(h4 a,^qm^^
4 fe.,Í3S^í^enGÍas,»»,,ellajpisrnarancla4 aírexiyUiL,^yjg|g,s^.a^^
Cuand^,49auo9jiya,inipoteneia.,jde,susant!^^ in­
cluido—p3ra.jen.Gartjlarjg.dplQs.QXía-,j|pTtií:j^^^^
.MljggMl^gaigíaM:aBlaáSM¿DiTiKeatQv considerándose e l

1 3 . Ib id ., p. 80.

44
LA VÍA SEGURA D E LA C IE N C IA

c o n d u c ir lo a SU té r m iu Q . C o n é l. v s o la m e n t e .c Q n é L l a f i lo s o fía se >
G o n y é r r ii^ ^ x r ^ ^ ^ N o im a x c n ^ ptra^^ l^..:Bj3~
^^a^ujjr^^igurosa^d e^^
~^i;^ÍIH Taz 5 í i 3 ^ ^ El texto de 1 9 1 1 , en svima, anuncia un
nuevo inicio. Para la filosofía, evidentemente, pero también para la
cultura entera, de la cual la filosofía no es más que la expresión es­
piritual más elevada.
Sin duda H cuando así profetiza el (re)nacimiento de la
filosofía desde.sus escombros, no hace más que imitar el gesto retó­
rico de Descartes y de Kant, por el cual se instaura todo pensá-
miento fundador. Sin duda.esta iiiutación, perrnitiendo a la fenó-
menplogía, mscribirse a, su vez en la gran tradición de la metafísica
clásica, contribuye a encerrarla en el modelo que querría superar.
Pero el arcaísmo al cual, de golpe, éste se condena no se les mues­
tra inmediatamente ni a Husserl ni a sus primeros discípulos. Tam ­
bién muchos de los que, a partir de la primera década, ridiculizan la
fenomenología lo harán— con la notable excepción de Heidegger—
con la convicción de obrar en beneficio del progreso de la razón,
por tanto del progreso sin más. Desde entonces, confortado por su
apoyo, Husserl no cesará de avanzar en la vía que se había trazado
para sí mismo, persuadido de que el futuro, si no presente, tennina-
rá por darle la razón.
De esa perseverancia es testimonio, como un eco del texto de
1 9 1 1 , la conferencia que dio venticuatro años más tarde, el 7 de
mayo de 19 35, en el Kulturbund de Viena. T\x^^\2iá^La^iC^hk de ja
conferencia partede la ideTae
queT^ímmSínd^ád europealb una «familia>> de naciones uni­
das erttre sí por un lazo «fraterno»,*^ en pocas palabrias, una espe­
cie de «patria» espiritual que poseería, según Husserl, una eviden­
te superioridad sobre todas las otras culturas^ ya se trate de la India,
de China o, para reconsiderar su ejemplo, de los «papúes»— a los
que poca cosa, cree, les separa de la animalidad.
^^obre quíé de J&irppa? Sofírg la, tti^
pie inyenciQrtde d ^ jljyp so fí
esta fprmid^^^^^^^ está en la actuaUda.d en..peligrpi, .^ o r

1 4 . Ibid ., p. 5 9 .
1 5 . E d m u n d H u sse rl, Ln crise de Vhumanité européenne et la philosophie, trad. fr.,
P a rís, H a d e r , 1 9 9 2 , p- 5 5 .

45
H IST O R IA D E LA F ILO SO FÍA EN EL SIGLO XX

.SͧAtt£.i^^^^.cgj^jmda,poEíeL£ánc^^positj^sta>>-^ÉsterdesiaTT--
jüASl 9.£6 cÍ9Jlism.Q.inteLeetyaLy‘
JSfii»!- € g |]^ S lg g 4 o^a ! l . '^ g a c ió n ,¿ ^ a ¿¡Q S Q Ía ^ b m Ia-Dueita-a.
todos loS'gxcesos denrraQQnaUsm^^
déla épQca/ ^ ^ lo que
no ha variado después de 1 9 1 1 .

Permitir al filósofo
convertirse en el «arconte»^^ de la humanidad. l^^nHuitániea
^ ^ ^ l l ^ M i ^ ^ f í ^ M ^ n M i a ^ r t e d e d a í G Í e n c á a ^ m i r D 5;^.^.vd
# l^ A ^ # ^ c :t^ a á te la 5d ^^Íaíe r ^ ^
Puede parecer sorprend en teque^^
después de la llegada de Hitler al poder— en que fue pronunciada
dicha conferencia, Husserl no se haya mostrado más crítico con
su propio etnocentrismo, ni con respecto al término «arconte»— a
menos que haya buscado deliberadamente oponer un buen «ar-
conte» a un mal Fiihrer (son dos palabras prácticamente sinóni­
mas). ^^dgtdaJrnjsnMéjisó^pr^^ g ^pésafeídeSlasg^aMedac^^
ldiM^ÉSyft^c^agigjj4dj^;dar]ig;^a
eansánjcente^.
> ^ Í® m ^ n o c ió n como mínimo
^lM €S¿!Eesta^ilé^^.gngus 4 e:^chQya:-^^^ Un
intelectualismo semejante tiene algo de desconcertante.
^patpral^a^idjeLpeligrq que^
lo contrario. En él, el dis­
curso sobre la crisis de los valores europeos— ilustrado, desde 19 18 ,
por Valéry, Rosenzweig, Heidegger y tantos otros— no es un ejer­
cicio de estilo. Para asegurarse de ello, es suficiente recordar que
perdió un hijo en los combates de la Primera Guerra mundial. Y
que los nazis le apartaron en 19 33 de toda actividad pública en A le­
mania por causa de sus orígenes judíos, a pesar de que se había con­
vertido libremente al protestantismo en i88ó. Aunque sólo sea por
estas dos razones, Husserl es un hombre profundamente infeliz.
3terOi^iggl:¿^Í5dd3^vescá^JieridQ¿ef^ 9 ^
de íghumamd^ elevarse par
. de SH ^ y de las contingencias de la historia.

16. Ib id ., p. 7 2 . 1 7 . Ibid-, p . 6 5 .

46
■ ;© !
LA VÍA SEGURA D E LA C IE N C IA ■© I

Náda puede obligarle a dudar de sí. N i los acontecimientos exte­ © i


riores, ni incluso, en el interior del mundo académico, el desinte­ ■ ® j
rés progresivo de los científicos de su entorno. '© I
Pues— esto es lo más grave—líáSmbMÓadfi Jai fenora^c^^ I
por,.cpnv.Qrti.rse,en la ciencia de las ciencias ha embarrancado \

nifestajuentefta mediados de los-añpsjttm Husserl lo I


sahefffluy-bieni o experimentales— '© i
desarrollarse a su alrededor sin preocuparse demasiado por la fa­ ■© i
mosa <<re.ducción eidética». Incluso va a tomar buena nota, no sin
o
melancolía, de esa pérdida de interés, tal como lo revela— entre
_0
Qrros— im texto frecuentemente citado pero mal comprendido, el
apéndice xxviii del parágrafo 73 de L<j crisis de las ciencias europeas y
la fenomenología trascendental. «La filosofía como ciencia dice ese O
texto redactado durante el verano de 19 3 5 — >ciencia seria, riguro­ v)
sa e incluso apodícticámente rigurosa; el sueño se ha acabado [dcr ■ ,©
Traúm ist ausgetraümi]».'^ ■O
Sin embargo, no nos equivoquemos sobre el sentido de seme­ ■('■)
jante constatación. Que el sueño se haya acabado es lo que piensan en ©
19 3 5 muchos de aquellos que en principio han creído en la feno­
©
menología. Si bien Husserl, no obstante, toma nota de tal decep­
ción, rehúsa compartirla. Y si bien deplora que se la haya abando­
®
nado durante el camino, no tiene ninguna intención de renunciar a (.)
■©
su viaje. LáífgpopiepQlQgíaí
cho jde tQdip;£QF p e s a f ^ » ©
Y. en efecto,;épntinugtáDesde el> día si^ icu te a^a.^§ggunda ©
Guerra volverá; a. emer - ©
yersasTPeró en ellas ya no estará presente sino a título de referén- ;©
cTa inás o menos lejana, ufflairefereneia^^ eclipsa- ©
da por otras .corrientes de pensamiento: éidstencíalisinp (ICarl
©
-fespersj, trermenéutica. (Hans-Georg Gadamer, Gianni Vattimo),
rp)^Y|pprnfa_/Iean-Paul Sartxe), (Maurice
B
M ilíilW 'ppnfy). Se mezclarán frecuentemente con ella^BESO^UP^'
ciones de orden reliposo— o al menos espiritual— de orígenj^^^ c®
(Martin Buber, Emmanuel Levinash católico (Jeari-Luc Marión) o

1 8 . E d m u n d H u sse rl, La crise des Sciences européennes ct la phénomcnologie tt^ans-


cendeiitale, erad, fr., P arís, G aU im ard , 1 9 7 6 , p. 3 5 2 . [T r a d . casi, de Ja c o b o M u ñ o x y :[)©
S a lv a d o r M a s : La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología ttnscendental, B a rc e ­
:í'0
lona, C rític a , 1 9 9 1 .] •

47
H IST O R IA D E LA FILO SO F ÍA E N EL SIGLO XX

protestante (Paul Ricoeur). Laáenom£¡nídQgLa>HPa-.‘i j J ^ ^ ^


M B^rojqjue ^tstintas^>va-
cigí\gs, en cuyo seno su singularidad-^y sus ambiciones iniciaies—
i
Í.'ág;^^ane¿^^esfi.edips^aQ ^m Ím descubrir. Con.
§}¡sJl^vestieadmmJógi(as, Husserl ha rendido^un inmenso servicio a
i; íj
ISi^tegofía vfi^pgea; jPesjaugs antes, qua Russell, le. ha

9PPlPl?^9 su relación con la ciencia y la teoría del canorimientr> T p


™^dpjcagi¡¿^¡ielíat^ad||rg^,^d^ La ha devuelto a
SiP£OBri^W|ii—lajlnjmJüalsnücPT«p,in5S JQ i®tP 43pirCp
arrancándola al cielo de las abstracciones neokanríanas p ara r^m r.
davlG ,la.ui;gengig dg tornar cn^CTenta e^ por el su-^
jeto- V
Pero al misnu),tiempo la ha conducido a nn,callejón sin salida al

ílsl#¿^Zía-(incluso si se tratase de im cogito más comprehensivo que


el de Descartes),,dando, la e deliberadamente a la evolnción He
I? GÍejicia Y,a§6Íji:g-t;^Q,.^ecjd^ soberbiamente ía fiierza^
- de todo.lo que|-—historia, lenguaje, deseo— ^nenaM ^,con minar d.es-
■ dejdiBíeii^lla ilusoria ‘
;^ífla(&uptu|nD|pgía gomo la entendía el enveje-
cysJEÍP§§&d.>^^9 -^BLcpi4tró.poce,j,,pgco^n^^
tp,PPdPi9^al, J . p e p r de.SH JS8|ud.ahlg,3í9lHn.^.,d a la^ gp-
Los adeptos más jóvenes sólo han podido escapar a,
esta tendencia liberándose de la ortodoxia husserliana— más o me­
nos abiertamente, según el caso.
Y ^ iH P 4 .™ á ¿Je jp s. giienJa ienonienolpgia hay una cierta ini-

.b..3.SÍpnes> es^defaÍlecirniento..¿no.,.estaba inscrito desdb e*t^


. P>PÍPiPQ^ P L:?'^aP >jr—grapdÍQsp. .perp utópico— de una filosofía
a i^ yj^z, qpm hinda^
de,
por add fracaso?
ETejemplo deTíu'^eH'noT^s'^el único en sugerirlo. A la misma
conclusión conduciría mutath mutandis el de Bertrand Russell, quien,
i":9 en otro lenguaje (la lógica fregeana), ha tenido el mismo sueño y
durante los mismos años.

48
LA V ÍA SEG U R A D E LA CIEN C IA

D E LA LÓ GICA A LA P O L ÍT IC A
3-

Nacido en el seno de im ^^^^^aristo crátíca de ideales liberales,


Bertrand Arthur W illiaiC^^ussejj p 1 872-1970) es nieto de lord John
Russell, miembro del paraTO^Azg y dos veces primer ministro.
Después de una infancia soUtaria, marcada ya por la pasión de las
certezas, se ve empujado por la familia a una carrera administrati­
va por la cual no siente ningún interés. Por contra, a la edad de die­
ciocho años descubre la Lógica de Alill y, puesto que se interesa por
las matemáticas, escoge estudiar esta disciplina en Cambridge. Dey
senganadQTápidamente por la manera conveneional.de la enseñari-
^ a de las^^^v^ se encamina entonces hacia la filosofía. Y,
másvpreeisamentev hacia el ideaUsmo,^
Enwla ^ en efecto, los medios universitarios m
viesan una fase de reacción contra el empirismo que, de Eocke a
Huipe y Alill, ha dominado con frecuencia la escena británica. A
partir de 1880 esta reacción toma la forma de un retorno a Kant
y, sobre todo, a Hegel. Introducidas en Oxford por Thomas Hill
Creen (18 3 6 -18 8 2 ) y Edward Caird (18 3 5 -19 0 8 ), las doctrinas
hegelianas son recuperadas por Bemard Bosanquet (18 4 8 -19 2 3 ) y
Francis Herbert Bradley (184 6 -19 24)— cuya principal obra. Apa­
riencia y realidad, conoce en 1893 importante éxito. Cambridge
tiene también sus neohegehanos, George Stout (1860-1944), di­
rector de la revista Mind, y John Ellis M cTaggart (18 6 6 -19 2 5 ),
que serán los jpmneros^aestros del joven Russell. Este escribirá
más tarde que A lcT aggarM<decía poder probar por la lógica que el
hombre es bueno^Tefalma jinmortal. La demostración— admitía—
era larga y difícil».*’ ^
Bajo su influencia, Russell redacta im trabajo para la tesis de li-
_c^^aLtüraL(i894) sobre los fundamentos deJa geom e^a. querepu-
diará a continuación. En él se esfuerza.! sin gran éxito, por defender
la filosofía kantiana de las matemáticas contra el desmentido im­
plícito la multiplicación de las geometrías no euclidianas^Simultá-
neamente, se inicia en economía política. Después, y para profun-

1 9 , B ertran d R u ssell, HiUoire de vt^s idees philosophiques, trad. fr., P a rís, G a lli-
m ard, col. T e l , 19 8 8 , p. 4 6 . [H a y trad. cast. de lasObras completas de B . R ussell en
M a d rid , A g u ila r, 19 7 3 O

49
H IS T O R IA D E LA F IL O S O F ÍA E N EL SIG LO X X

dizar en sus conocimientos sobre ese dominio, lleva a cabo una es­
tancia en Berlín.
Esta le permite familiarizarse con la doctrina de los socialdemó-
cratas alemanes (Wilhelm Liebknecht, August Bebel). Derivada de
Marx, pero de un Marx liberado de todo dogmatismo y frecuente­
mente releído a la luz de Kant, esta doctrina, que preconiza la jus­
ticia social y la emancipación de la mujer, le impresiona favorable­
mente. Además, los principales representantes del movimiento
neokantiano, cuya sede se sitúa en Marburgo, los filósofos Hermann
Cohén y Paul Natorp, no esconden su simpatía por los ideales so­
cialistas. Debido a tales convergencias políticas, Russell recupera el
estudio de Kant, que, a su vez, le remite a las matemáticas.
feM3^g^®ritneiyí^;4ibFos,publicado5^Ti^velan, fiem anerasigni fi-
centros de interés; El primero, ha social-
democracia alemana (1896), surge de su experiencia berlinesa. El se­
gundo, M^S^yo^^obre losfundamentós de la geometría {iSg']), desarrolla
los temas de su tesis de fin de carrera. El tercero. Una exposición crU
tica de la filosofía de Leibniz {igoo)— del cual se harán eco muy pron­
to los trabajos de otro leibniziano, el lógico francés Louis Coutu-
rat (18 6 8 -19 14 )— , muestra el papel creciente que tiene en su
pensamiento Ja reflexión sobre la lógica. Esta capacidad para pasar
con soltura de un tema a otro permanecerá hasta el final como una
de las características más destacables de la actividad russelliana. Se
explica, no obstante, por la constancia de^^n-PMuefín nnmer(i de
$ lí' ,pí!gQg^gacio^es fundamentales, en primeraT^^a_delas^uaÍ^es figü^
ir ra n j £ v ^ ^ a d ^ J a l u ^ ^
I r Cuando vuelve de Berlín a Cambridge, Russell es eXt^áofellow
Trinity College. Es allí donde, en los años siguientes, se pro^
dueirá contra el idealismo.
camatadas^ el filósofo George Edward

\M p o r ^ por su parte, también comenzó siendo idealista^ M uy ^


promUr^m embargo^ Jarnetafíricaj^
¿Qué puede querer decir-ese decurso tañ
^ Ie|ado!^^dgLM ^QÍ%^d CQxnún? De ¡a ironía, M oore—
seguido por Russell— pasa a la crítica. En abril de 1899, abre las
hostilidades publicando en la revista M ind— de la que llegará a ser
director en 1 9 2 1 — im artículo, «L a naturaleza del juicio», que aco­
mete abiertamente los Principios de lógica de Bfadley (1883).

50
i
I) ^

LA V ÍA SEGURA D E LA C IEN C IA
■ fe
■fe ,
Este Último, que se forma una concepción rigurosamente tinitaria
fe
del absoluto, afirma no creer en la existencia de las relaciones. En
fe
consecuencia, aimque se dice opuesto al empirismo, cae en el psico-
fe
logismo rechazando admitir que la significación de una idea pueda
poseer una realidad en sí independiente del sujeto que la piensa. fe
Contra tal doctrina, que desemboca en una concepción fusional y fe
mística del conocimiento, a,-imíf de ‘fe
ilóSjegnegptps.y de las TelaGi^ Considera los primeros como do­ ©
tados de una existencia propia, independiente de nuestra mente, y fe
las segundas como claramente distintas de los términos que relacio­ fe
nan. Aunque ingenuo en ciertos aspectos, EeSjÉ6%;realismo tiene dos
fe
y.irtifdes. Por una parte, contribuye a su manerí} a la liquidación del
■fe
ipsifioleigismo. Por la otra, permite óOn§)®mr/Una te^^ del
cpnMÍnWfintQ,íanalítica, pluralista y abierta a la idea de verificación. fe
Cuatro años más tarde (1903), Moore publica otro articulo, fe
«Una refutación del idealismo»— que trata severamente el solipsis- Q)
mo de B e r k é le y — , así como su primer gran libro, ethka. O
Ésteiilustra la*posibifidad de extender el realismo a,^ de los ■fe
covtceptos morales. En la base de este trabajo, que ejercerá una in­ fe
fluencia considerable en la filosofía angloameric3ní¡!,;Se encueno a
fe
la tesis según lá cual «Bien» (Good) no es un sustantivo, es decir el
()
nombre de una «cosa» particular, sino un predicado utilizado en
ciertos tipos decjuieios, ios juicios éticos. Por otra parte; tal predica-^ ■ fe

do es indefímible, pues lo que quiere expresar— lejos de ser miste-


rioso-^es a la vez simple y muco; es imposible equivocarse sobre é l. ■ '('1
Así pues, apoyándose :Cn el «sentido común» {commón seme)ji_pAr- ■ :)
tiendo de la confianza en el lenguaje usual, correctamente analiza­ : )
do, Moore consigue disipaiü.Q-qneJIamaJa-«fal!a.cia.gatut!3li¿^^ ■'fe
{naturalinic fallacy), es decir, el razonanúerttQ ei^óneo .D.QL.¿Lfltie
'fe
meta%icoOfímo¿Bentham^MilLdíátouéEeídQ4mtieri^ejqiliear^el
Bien FeduciJmtiola,aoiraxQS.a (por ejemplo, al placer o a la utilidad).
‘fe
■©
E lím é to d O y p a r a l a é p o c a , es r E n t u s ia s m a d o p o r
la s p e r s p e c tiv a s q u e o f r e c e a la filo s o fía , R nS seM fcy^^^ ‘t-?
Pero, si bien se convierte a jas concepciones ele Moore, ya por g§- .. '"fe
tgjSitfechasibai^ecidido aplicarlas/a nn^dominioúij^rgflífctigléticD^ ■ ■ -fe
iO^ más exactamente, volver a la vía oue le atraíaaljTüal-dje-SiisciS.- r©
ía ^ p la ^ n ^ r ig ^ ió n sobre ef fundamentQjdeia&JQiafglPá^ ‘‘ ©
ti cas,.. ■ ;©
Una vía k a n t ia n a , e n s u m á . P e r o d e n t r o d e la cual R u s s e ll d e c i-

3| líi H IST O R IA D E LA FILO SO FÍA EN EL SIG LO XX
t !;í
dg^aJioraiPoiierjen Eela de,W la doctrina de la «estética trascen­
■; -v:,: dental»— como» ames que él, Frege, cuyos trabajos ignoFa todavía.
ií 'S?' E^.¿ambÍQ),Jia.xiescubiertQ los de Bóole, P eii ^ , Scliroder y, sobre
Jodo^ los ^deLlógico italiano Giuseppe Esanos a quien conoció en
París en julio de 1900 en un congreso internacional ide filosofía^
1 ©
i "■"■ Encuentro decisivo que provoca en Russell una verdadera
«revolución» intelectual, mienp-as que sus cambios posteriores^—
dirá él en lo sucesivo— manifíesta ^ u na sinipie «evolución» Así;
b ^ p JaÁn|dMeiy:ia.cprL)unta de^doore y dp ÉeanO, Russell pone”en
í # marcfi^'vSUKgran, proyecto.: ími^aFTas'm^
. ^ ® a 51fin£Síiftgw», li^ tÜ S A .c a p ^ z ^ d ^ a ta n tiz ¿ ^
í Proyecto cuyo primer esbozo, se encuentra contenido"^en íbs Lor
Q pjdMÍpio^^de^l^-mate77mticn‘{'^vih\íczúos en 1903 pero redactados én
lo esencial a finales de 1900) y cuya forina. definitiva será desa­
©
r'^ rrollada en los Principia mathematica. Escritos en estrecha colabo­
ración con el filósofo y matemático Alfired N orth Whitehead
(18 6 1 -1 9 4 7 ) , los tres volúmenes de esta última obra, cuyo título
, está calcado del de M oore, se publicarán escalonadamente entre
19 10 y 1 9 1 3 .

...-.'
un método—ría;atención a.las estructuras de la lengua— m mn una
filosefia— pluralisrno y realismo de los conceptos. jQ.enunciapdo a.
I Su,yeztelTísicologismQ> tanto el deBradleycom o el deM ill, Russelír
s.eparaj.a.p^mente la p Jógica autónoma, de la
la expresa mediante palabras.-Afirma por otra parte que,
i.
■'í lí siempre y cuando se evite mezclar estos dos niveles, el análisis lin-
lif gülstíS9.de una frase puede servir de hilo conductor al análisis
1 iií lógicOide la,,prQposÍGÍón CQrrespondiente. Sin ser un «maestro», la
1 r; gramática puede ser un «guía».
^ 1.
■ ?■ lingüísfico» («a linguistic turn», la firase
■ es de Richard Rorty) en e l pensamienm moderno, e.se mérprlr. se
convertirá, a lo largovde.los decenlos sijgViientes'y bnjtvflistintas. for-
uiaSj en referencia común para todos.los partidarios de la filosofía
pensamiento, que domina todavía hgy^l^
d°*^?'^ld7 !?J-a.ÍPúPXaciP-P.,princi^
i: ,tí::QíÍSÍElo;dp.sdeiieJ punto de vista de la técnica filosófica.
Su primera ,a.p_hcadón c:nlMMmc4m>Srd4Ja-fmtentdtiea^caiíáuc.e! a
i; . Russell a. g pejFar una (fis.dndón fundamental entre «significación»,y.
,.j 1. -ueja-egeSaSa^mEcodu^

5^
LA V ÍA SEG URA D E LA C IE N C IA

^<^pntido» v esta distinción reposa sobre definido-


^¡Í^STmipíesriin nombre «significa» un concepto— y, en virtud de ello,
jiene seaíijdch^-, mientras que este^nm o~<^^ un objeto. Por
h jp ^ s is ^el hecho de qne comprendamos el significado^ de nn tériui-
]OoJinplkMí=uejé^^ a través de^\m cjoncepto, ajm^obifiíP
dotadojdem o inteligible (el nú-
jnerp-)* Enertemente teñida de platonismo, esa ontplpgía se revelará
pronto como de una excesiva riqueza. A partir de 1905, su exuberan­
cia deberá ser revisada a la baja.
Pero mienaa5.i3nta.ofce.gfijmJIiJ££Q^^
Q^GCió.n_dgJ[as: ma temájicas! Definiendo rla^noGión.d^^
l^ ^ jT O £ ió a iP ii^ íiig n £ e Jó ^ (puesto
que una clase es el conjunto de los objetos por los cuales una fon­
dón es verificada), Russell utiliza el cálculo de clases para introdu-
cir la teoría de losj<ór4enes>^.ésXa.a ?u vez,jggra T O n ^
“cepío^de número c^rúin^. yécnicamentej. eEéxítp^de
^ ppjabn. En sus Notaciones de lógica matemáti­
ca (1894) y en su Compendio de matemáticas (o «Formulario comple­
to», cuyos cinco volúmenes van apareciendo entre 1895 y 1908),
emplea un sistema original de notación bautizado como «pasigra-
íia», en el que se inspiran Russell y otros. Capaz— como su nom­
bre indica— de «notarlo todo»,

lógÍGos. .a4,„cq m a .^ ^ de inanera m e n o sjp ro lu ^

remite.
Por otra parte es Peano quien, en el momento de su encuentro
con Russell de julio de 1900, le habla por primera vez de los traba­
jos de Frege. Russell los lee progresivamente durante los dos años
siguientes y descubre entonces, no sin sorpresa, la existencia de
múltiples puntos de convergencia entre Frege y él. Lfí§..dos„h,am-
bres^mj^rigiL,.e;aas„Qms.£Ssas,^mia,im
zauf,9.,4eljgi^ por su parte, xesums. en una .fórrpula
«jorpreprlentR: «Todo el naundo Salvo un f i l ó s ^
rencia e.ntce urLpflsteYjngi idea¿eÍPQS.tej.,l3ej~i;;.j9£Q^xenJa^feFen=
cia_entre el número 2 y núj^a^del númeiq^z.^itiTfijriÜjargOjJa^djs-
giLción.es. tan necesaria en im caso como en el otro En.ppcas
palabras, todo conocimiento debe ser recoaocim i^ to [...]. La,ant-
mética^debe ser descubierta de la núsma forma que Colón descu-

53
H IST O R IA D E LA FILO SO F ÍA E N EL SIGLO X X

brillas In(jias _occideiitales> y no creamos a jos números más de lo


que él ha creadQja.los.indÍQs^/°
Desgraciadamente, ej <<descubrinüento>> de los_faQdainentos de

Nuevo, Mundo. Los griegos ya se habían interrogado sobre el cré­


dito que merecía la frase «Todos los cretenses son mentirosos»,
cuando es pronunciada por un cretense (paradoja de Epiménides).
Se ha visto que contradicciones del mismo género habían sido se­
ñaladas, más cercanamente a nosotros, por Cantor (1895) y Bura-
li-Forti (1897).
leyendo en iqqi los trabajos de Can^pr. Pero, aimque tales antino­
mias:— ligadas al concepto de clase-—sean de tal naturaleza como
para cuestionar la construcción logicista, Russell no calibra sus
consecuencias inmediatamente. Es sólo cuando, despu¿s_^h^^
d^sci^iex^ una nueva antinomia en el primer tomo de
fundamentales la afitmétkg^á^^ recibe la respuesta desespe­
rada de este último, que comprende la importancia de lo que esta­
ba en juego. Sij^yierASalyaiJasmatemÍÓ£as>,esiudíspensaW
solver esQ^«^rgdoj^^^^ N o seji^ta tanto de im-simplgjiiego mental
como del_porvenir de la ciencia.
^^Cofflü^'segunrkrtonío de las Leyesfundamentales y justo antes de
su publicación. Los principios de la matemática se ven aumentados por
un texto donde Russell evoca su molesto descubrimiento— y aprove­
cha la ocasión para rendir un gran homenaje a los trabajos de Frege,
que habían anticipado los suyos propios. Las dos obras aparecen en
1903 con algunas semanas de diferencia. La obra de Frege propone,
para disipar la contradicción, un artificio cuyo carácter precario re­
conoce el propio autor. La obra de Russell, por contra, sugiere un
inicio de solución.
Apoyándose en la distinción— introducida por Peano— entre la
pertenencia y la inclusión, distinción que prohíbe a tm conjunto
pertenecerse a sí mismo, esta solución reviste la forma de ima <<^^7
como la mortalidad
no es ella misma mortal, un predicado no debería poder ser predi^
cado de sí mismo sino solamente de un individuo, concepto de

20. B e rtra n d R ussell, Principies of Mathematics, L o n d r e s , A lie n and U n w in


Los principios de lama-
ed ., 1 9 3 8 , § 4 2 7 , p. 4 5 1 . [T r a d . cast. de Ju a n C a r lo s G im b e r g :
temática^M a d r id , E s p a s a -C a lp e , 1 9 8 3 .]

54
■ ©
LA V ÍA SEGURA D E LA C IE N C IA

<<tíoo>> ló g ic o i n f e r i o r . E f e c m a m e n ^ ■©
■ la rnntradicciQflgg resid ,g..giya^p .aa£ÍÓ a^^g^t^^^^^ •a
bía, por ejemplo, de una clase que sena «miembro de si misma>>. ■a
M aue'la formación de tales exRresion £ § j^ .£ § P £ Q a a ta S J^ ^
o
L r la s reglas sintásBSas, desde el inicio mismo. Dicho de oua

'0
cisterna de ■ '©
:. s f :^ ..a J E m g f i - k J S p i i 0 i 2 Ü j a £ a ^
■ a
^ ^ ^ ^ ^ T ^ ^ g 4 f c i l M m a jp £ 6 f lG u p A d jó iM if io M iñ a $ « k s - ^ ' .o
t r S Í S i a s empArgjm 4 ^SQíUg^dgJ^Q.t 6 W o
I en J ^ d o c g k a § J á . g á S 8 M ^ ^ 'o
■ F)
I ; S Í ^ l S ^ r E i r í r m m a ^ t o d a v í a algunos anos a Russell.
i ^ f S i g a r á , entretanto, a redimensionar la ontologia demasiado
o
I «permisiva» sobre la que reposaban los Principios.
17)
R En looí. ese iedim_ens¡Qnmiiem^
I d>f. h a
i noso problema de
id s ll» 3 de JVayeém '^— > R\??sdí.;íPH^-®.^. :a
I Í ^ Í ¿ f l £ S f f l d l S ¿ & . a 4m a . f e B i k Í á ^ a
la prom edad,,^tjdjdíSA^Q S9,)B2á9kaaffiLgíSlti.^$^^o^^^‘^"9
''o
i ¿ ie s ig n ¡.D a d a ío t^ .m i& m a .M a s u Q ^ á d 2 Js S R ^ (■ )
I ton¿svesolxeiS£*BSLla.m ngm iGC^^
" 'o
I " ^ in á ia e a d flL ^ is te n d a ^
± pn.de> ser verificada (o no)j ^ S ' ^ r o c e t o e n t ^ ^
& ^ ^ l^ R ^ .e n te m a n e ja ¿a .^ ^ e ^ ^ ^ "‘ o
^ OT3 I^es'e?onom íás^niolog}^s;JlO-OtpíMi^^---C^^^ 'í*
'- ’^ósmo defendido por Meinong, por F r e g ^ p ^ é D m ^ t e a p Q ^ '''a

ím ir w T f* S e n ;m :^ s lK r & ^ ^
n ^ o _^ S]SS'm n g ú a.Q b je£o ,^ a iu i^ -esta xu lo _ta d ^ ^ ^ ^ ^ ^
“(y
rente sentido— «el actu^lrex d e f e «la montana de o‘ ° •
'■ ';o
m E ^ ^ tíV n p o , s"e orienta hacia un constructivismo prudente.
'i.)
: de evitar la aparición de entidades problemaucas, toda rioc
compleja deberá ser re d e sc rita -^ re c o n st^ id a -a partir de no­
ciones más simples, ellas mismas consideradas aceptab es. .. a
mente como los conceptos aritméticos lo son en xma presenta i
axiomática correcta. ■03
‘^ a
55
^ tí:'.

fX
H IST O R IA D E LA F ILO SO FÍA EN EL SIG LO X X
©-
Ginco años más tarde (1910 ), y , foito. de esa nueva fíloso% .
© L a o b r í j^ue^eb e
tanto^á^V^iteliead Gomo a Russell, no constituye solamente sü ma­
yor contribuoónTlá'cuesuoñ^ fimdamento de las matemáticas.
Ei£B£g.^il,B¿.?Ah£gJ^-g¿aJa.Te:aj^ más completa del p rograma
Q - .
Isgifiisíai gSJÜ£astQ-.BfliLBotzaaQ.xer.ca de tln siglo antes, p f rn
Fr-gg§JíO:-B.udQ.;reaÜzar p-or sí mismo.
■ ¿
^^i§H-R§í;¿^0.dad.Tesid.eí.antg,to.d9j,j!ejjj^l.^eglj9.^
£Áie¿gX-64 iiAi..g.U£.¿e .liimta & traducir las fórmulas de la aritmética
i. y .i g f lg a i.m á e J a J á g is a J R u s s e n ^ J ^ t ^ _ ^ ^
jm ^ m e d io s q u e é s ta le s , OJfcece. ¥ « o s o l ^
.m SaE^:Jj¿ffi!K étí3,¥veljnáI^
ÍSt^ Ígd iyiL íí|X S.tled gino que estas ultimas son eUas mis-
lugs.regpnstpTudas.a vui pequeño.numero de nocione»; pri-
iB .Í t íX iji£ 8 n ^ ^ g o jy m Como se haTecaícado hlbTtual-
mente, ¡hay que esperar al segundo teorema del capítulo ciento
diez del segundo tomo de los Principia para que sea demostrada la
fórmula; « i + i = 2»!
1? solidez del edificio resulta garantizada ahora por la
exposición definitiva— ^bajo una forma~mucho más detallada que en
1903 de la, teoría de jipbs; En adelante, las contradicciones que
empañaban los trabajos de Cantor y Frege desaparecen realmente.
ít.'
(?::;}'■ ela horada ~
^en 1905 permite J'^cm^aMr la ontoíogía anár^ los Principios
(.';)
por unrHóminairsmQ^meto.d,Qfó
~d'é^Occam,. y a.gp.mp unxonstructivi.smn vigilante Dicho
brevemente, el formidable éxito de los P7'incipia— apoyado sobre ima
filosofía satisfactoria para el «sentido com ún»^se presenta a prime­
ra vista como una fortaleza inexpugnable.
Ese monumento del pensamiento puro no carece sin embargo
'^udisuias. Comencemos por las dificultades técnicas, ligadas al ca-
t rácter por definición interminable de toda búsqueda del fundamen-
tt ?íinÍÍ'f>i3 So- Para asentar los de la aritmética, Russell y Whitehead tuvieron
€ it que recurrir a algunos postulados discutibles, entre los cuales al me-
(,. ! / nos uno— el de la existencia de un conjunto infinito-—parece impo­
sible de justificar desde im estricto punto de vista lógico.
En segundo lugar, la obra permanece incompleta puesto que
ti'.. deja la geometría aparte. Existe en efecto ima incompatibilidad de
principio entre la naturaleza categórica de las leyes lógicas y el ca-
56
la v ía seg u r a d e la c ie n c ia

rácter simplemente hipotético de los sistemas de axiomas geométri­


cos. Russell-—que, en geometría, había empezado siendo kantia-
j^Q__se había dado cuenta de ello a partir de 19 0 1. Ese año escribió:
<<Se me ha probado con el descubrimiento de los sistemas no eucli-
dianos que la geometría no arroja más luz sobre la naturaleza del es­
pacio que el que arroja la aritmética sobre la población de los Esta­
dos Unidos [...]. Saber si los axiomas de Euclides son verdaderos
es una cuestión que deja indiferente al matemático puro».^* Largo
tiempo rechazadas, las consecuencias de esta posición— por otra
parte inatacable— se traducen en la inexistencia del cuarto volumen
de los Principia. La geometría, si no es más que un juego axiomáti­
co, escapa a la matemática pura y, por consiguiente, a la reducción
logicista.
En tercer lugar, a la cuestión de saber si lá elección de las nocio­
nes primitivas efectuada por Russell y Whitehead es la correcta, la
única respuesta posible es que ésta se justifica a posteriori, por el he­
cho de que permite la reconstrucción de la aritmética y del análisis. ^ 1
Sucintamente, éstas son las consecuencias que garantizan la validez
de las premisas— y no a la inversa, como sería normal. Sentida como
ima frustración por los matemáticos profesionales, esa situación ex­
plica que éstos se conviertan durante el siglo xx en un tanto escép­
ticos respecto de la lógica y, por consiguiente, se muestren indife­
rentes al problema de fondo de su disciplina. Para un matemático
actual, los Principia sólo tienen un interés estrictamente histórico.
Más graye^tod^^
gicas cpmo principios categOTicos. Crgi^en
verdad absoluta— la tanto para él como para un ^ ^ |
gran número de filósofos medievales y clásicos, en la confonnidad
de un^emmciado con^l^^
inteligible. Se trata, si s^ ^ie re^ d ejm jresto d e ^

¿ s ta , no resistirá la rápida evolucij^— en los años siguientes—


lajjny^tiga^cion

21. Bertrand R ussell, « R e c e n t w o rk on the p rin cip ies o f m a th e m a tic s», The In­
ternational Monthly, L o n d re s, v o L I V , pp. 8 3 - 1 0 7 . T e x t o reim p reso c o n el título
«M ath e m a tics and m e tap h ysician s» en Mysticism and logic^ and other essays, L o n d r e s ,
L o n g m an sG re e n , 19 18 .

57
If¡
II h ist o r ia D E LA filo so fía EN EL SIG LO XX

c á lc ^ o l^ iW P « ^ a c c < ^ ¿ s Í e ^ ^ l a b o r a u ii:
calculo «tnvalente» donde, entre lo v e rd a d e r?flo “S ^ se intxo
verdadero, ni falso.; “
herente como la lógica bivalente, el cálculo así construido prueba

l lili I inLñp'Me“ ' “ no e. deningün mo-


i ñ
T “ P-ooen por lo

holandés L . E J B r ^ w e r ( r s L '’ r t ó r A ' ” '’ “ 'd


renrio rlr. i Apoyándose en una suee-
ronca de su colega francés Henri Poincaré ( i S s a - r p , , w “S .
advérsanos mas resueltos del logicismo m s se llia n o (B ro m S

matemáticas
e fe c u ;¡;;r ¡n
S U a a íS fíJ^ U ^ ^ ^ desarrolla en los año¡ v d ¡ [ S : : 5 S a
" « íío « in tu ic io n is t^ ;:: d í d p ^ ^ n

Otro matemático, el alemán David H ilber) ít RKi. t ^

« b a " k í n e U e m á d e T ’’ " / A g rtT rL i,


f- ¡i' ■ tttm a t e o l fo t ^ I sato m an aacó n -, capone en los años vein-
íi 1q V 1• del razonamiento matemático Opuesto
i 14 m enm l ^ >' ' n P - W , v u e l v e a c o n c e b i r „ í " o !
r n e n t e l a g e o m e t r í a s , n o la t o t a l i d a d d e la s m a t e m á t i c a s c o ^ o 1
S im p le s is t e m a h ip o t é t ic o - d e d u c t iv o .
i 4
Último matemático, el austríaco Kurt/^Gbd^
iilt:
ii¡: -
p.. * que se'JfaSará im p o r ta n te s -^ e ^ f
Sf que se hablara mas adelante— , que establecen de manera defimri
T o d !r T “ “ ■ *' ’ ’ f » ™ » 'i “ d<Sn =n matemáticas
,.^ a £ S E J S ffiff ie á o n « un punto en común: ponen

fife o / o
^ p ^ ^ a a k w e s ^ 9 .d 9 . ? s m ^ o iu d

b k r t o su s ' d ^ S d í^ e s c u -
^^CialiagiktSi.sus ©.bjeciones llevan a ’^ s
g B g !L ¿ a ^ < M á g ^ « . p « . e h
' teoría de ínc ri-
£-^§iMQ„SS$ contrariamente a lo que se nretendí TmT p.’
iasnte^intáctíc^ En_definitiva. si se d L L
LA VIA SEG U R A D E LA C I E N C IA

plátonica, j £s ngcesyig

^^^ormuladas verbalmente en Cambridge a partir de 19 13 , con Ja


rudeza que en ocasiones caracteriza a Wittgenstein, a pesar de su
inmensa admiración por Russell, estas críticas son muy mal acepta­
das por el maestro. En 19 14, Russell confiesa a Ottoline Morrell
que se siente muy agredido por los ataques de su joven discípulo,
que lo ha llevado a la <<desesperación>í^."" Dos años después admite ■0
que su ánimo filosófico está destrozado. O
Sin embargo, en 192 2, en el prefacio que redacta para el Tracta- ■ ")
tus logico-phUosophiais de Wittgenstein, intenta conciliar las posicio­
nes de éste con las suyas propias. En 1925, una nueva introduc­ M
ción— que Whitehead, instalado en Harvard el año anterior, rehúsa
firmar— y algunas correcciones de detalle a la segunda edición de

los Principia muestran que Russell cree aún eii la posibilidad de
desactivar las críticas wittgenstenianas, integrándolas parcialmente.
Pero los dos puntos de vista son decididamente opuestos y el logi­
cismo no se presta fácilmente a revisiones de detalle. ¿Considera
:a
entonces Russell que no podrá ir muy lejos por la ría que ha escogi­
do? O bien la lógica, a la cuál tanto ha contribuido, ¿ha dejado de m
interesarle? Al menos en los años siguientes, no se consagrará ape­
nas a esta disciplina, ni a la filosofía de las matemáticas en general. m
Otras investigaciones le atraen, incidiendo sobre problemas <
■© i
más amplios, de orden ontológico o epistemológico. ¿Cuáles son,
AÁ i
por ejemplo, las concepciones del mtmdo y del conocimiento que )
O j
forman el trasfondo de los Principia? Bosquejada en Jos Problemas
!
de filosofía (1912), breve libro que se convertirá en im clásico del si­ l
glo XX, la respuesta a esta pregunta se encuentra desarrollada en ■Q 1
Nuestro conocimiento del mundo exterior (1914), así como en una se­ "© I
rie de conferencias pronunciadas en 19 18 , <<]^;i^filósQfía del ato­
o |
mismo Jógico», donde Russell reconoce explícitamente su deuda ■© !
con ciertas ideas de su ex alumno Wittgenstein. © 1
A;¡pa!^tir jjp
jU^e^erienda.^^ (smse data) i n s t i t uyen
.u i

■Q í
:o
22. V é a se la carta, del 1 8 de enero de 1 9 1 4 , de Russell a L a d y O tto líu e M o r re ll,
citada en R a y M onlc, Berti'and Russell: The spirit of solitiide, 18^2-1^21 ^H u e v a Y o rk , "©
F r e e P re ss, 1 9 9 6 , p. 3 3 9 .

59 -
H I S T O R I A D E L A F I L O S O F Í A E N E L S I G L O XX L A V ÍA S E G U R A D E LA C I E N C I A

g ^ a comprender mejor esta evolución hay


19x4 ha modificado radicalmente el cursó de La vida_de
cI^«iPPUiuÍQ,jijg^gri^ Ó, más-fexactarnente,. los «^bjechos atómicos» Russell,.El triunfo de la barbarie sobre los campos de batalla le ha
dsJ;a§agaeaS£:Ta3mpQii£ueste,iilíimQ-,y„:qHe,estudiaLQá^ llevado a experimentar con intensidad la vanidad de la cultura, la
pejáDaejtitaleáu hipocresía de la moraL Le ha conducido, como él mismo ha dicho,
■'.''I >Seia.sjasfeCQ¿i£g.pj;j,áD, quejmelve a hacer dex-iyanroda a «renunciar a Pitágoras»/^
*Í£áiHSl£íES.S2fiE§iMldS[á.d&£ffil^Sfl£Ía. ¿debe ser interpretada como Más que la investigación pura, para él lo esencial desde enton­
una forma de idealismo o de materialismo? Evitando elegir entre ces se ha convertido enel combate a favor de la razón—£i_mis.5e_n~ .
esos dos sistemas «metaffsicos», Russell, que se inclinaba en 19 1 4 rijjam ^te del sentido común- -en el espacio social. Un combate
por una especie de monismo «neutro» que no separa la mente de que, si se le cree, no tiene nada que ver con la filosofía en sentido
la niateria, opJa.enj3£Íncipip poruilM^ffaiQmenalismn»-pniidpnt#, estricto, puesto que ésta se reduce a la reflexión sobre las ciencias.
cercano al pragrrig^sinO-jieuM^liam^.me&y.^'i.empirJsrno de^F.rn<;t Y que, al contrario, debe inscribirse en las formas de acción aptas
.^d-ocfo ,Es¿te»r^^en-omenaJÍ6mo»-4nflij¿ráy.a'Sii. p ,- rt-g^p stein y* para influir en la opinión pública— tales como el periodismo, los
el Círcuji^ide^deaa. Provoca no obstante formidables dificultades ciclos de conferencias, la publicación de ensayos polémicos. Como
que Cam ap— especialmente— se esforzará por afrontar, mientras si, entre la teoría y la práctica, no fuera posible en el fondo ningu­
que el propio Russell preferirá evitarlas retomando progresiva­ na articulación estrecha.
mente— a partir de 1 9 2 1 — hacia un materialismo más clásico, fim- Existe, pues, dando la espalda deliberadamente al Russell filó­
dado en la prioridad de la materia respecto a la mente. sofo V lógico, un Russell «político», comprometido con su siglo
Por otia parte, la reflexión sobre los problemas de las ciencias pero definiéndose a lo sumo como panfletarío y nunca_j::QmjcLfilá-—
experimentales le ocupará hasta el fin de su vida. En todo caso es el Extraña «disociación» de la personalidad, que se remonta
único campo filosófico en el que continuará teniendo una produc­ muy atrás, píies el primer libro publicado por Russell era ya— hay
ción regular después de 1920. E l análisis de la mente ( 1 9 2 1), E l aná­ que recordarlo— ^un ensayo sobre el sociafismo. Veinte años más
lisis de la materia (1927), Determinismo y física (1936), Significación y tarde, su necesidad de intervenir en los grandes debates nacionales
verdad (1940) o E l conocimiento humano (1948), entre otros libros, e internacionales se reaviva con el choque de la guerra. El horror
i Í;f^";!: muestran su constante atención a los progresos de la física, de la que ésta le inspira desencadena en él un verdadero frenesí de pala­
f! ;;|!; f
psicología y de la lingüística. La estructura del universo, la na­ bras. Cuatro libros, en dos años, testimonian el vigor de su com­
turaleza del espacio y del tiempo, el funcionamiento del cerebro promiso: La guerra^ vastago del miedo (1915), justicia en tiempos de
constituyen para él cuestiones mayores, que le interesan en adelan­ guerra (1915), Principios de reconstrucción social (subtítulo: «U n mé­
te más que sus investigaciones de juventud; todo para abolir el duelo entre las naciones») (1916 ) e Ideales políti­
JSaMMea,;C3da,,g||^ás modesta qne se;,hace de su^pgjiel emtatito cos (19 17). Poco después (1918), se ve encarcelado durante algunos
fifóspfo tfádúcér'isor sí misma, una profunda evolución de su meses por haber criticado, en un artículo, algunas actuaciones del
Primera ejército norteamericano-
iT S u c a ' " Pacifista debido a su talante intemacionalista, favorable a las
f a e n t e ^ y á lld a d e ^G ideas progresistas, preocupado por la justicia social, Russell— que
se define además como libre pensador— se sitúa en el ala izquierda
del partido laborista. Por esta razón acompaña en 1920 a una dele­
gación británica invitada oficialmente a visitar la U R SS y, por tan-

23. Hbtoirt de mes ideesphilosophiques, op. ch.y p. 2 6 0 .

60 61
H I S T O R I A D E L A F I L O S O F Í A E N E L S I G L O XX L A V ÍA S E G U R A D E LA C I E N C I A

g ^ a comprender mejor esta evolución hay


19x4 ha modificado radicalmente el cursó de La vida_de
cI^«iPPUiuÍQ,jijg^gri^ Ó, más-fexactarnente,. los «^bjechos atómicos» Russell,.El triunfo de la barbarie sobre los campos de batalla le ha
dsJ;a§agaeaS£:Ta3mpQii£ueste,iilíimQ-,y„:qHe,estudiaLQá^ llevado a experimentar con intensidad la vanidad de la cultura, la
pejáDaejtitaleáu hipocresía de la moraL Le ha conducido, como él mismo ha dicho,
■'.''I >Seia.sjasfeCQ¿i£g.pj;j,áD, quejmelve a hacer dex-iyanroda a «renunciar a Pitágoras»/^
*Í£áiHSl£íES.S2fiE§iMldS[á.d&£ffil^Sfl£Ía. ¿debe ser interpretada como Más que la investigación pura, para él lo esencial desde enton­
una forma de idealismo o de materialismo? Evitando elegir entre ces se ha convertido enel combate a favor de la razón—£i_mis.5e_n~ .
esos dos sistemas «metaffsicos», Russell, que se inclinaba en 19 1 4 rijjam ^te del sentido común- -en el espacio social. Un combate
por una especie de monismo «neutro» que no separa la mente de que, si se le cree, no tiene nada que ver con la filosofía en sentido
la niateria, opJa.enj3£Íncipip poruilM^ffaiQmenalismn»-pniidpnt#, estricto, puesto que ésta se reduce a la reflexión sobre las ciencias.
cercano al pragrrig^sinO-jieuM^liam^.me&y.^'i.empirJsrno de^F.rn<;t Y que, al contrario, debe inscribirse en las formas de acción aptas
.^d-ocfo ,Es¿te»r^^en-omenaJÍ6mo»-4nflij¿ráy.a'Sii. p ,- rt-g^p stein y* para influir en la opinión pública— tales como el periodismo, los
el Círcuji^ide^deaa. Provoca no obstante formidables dificultades ciclos de conferencias, la publicación de ensayos polémicos. Como
que Cam ap— especialmente— se esforzará por afrontar, mientras si, entre la teoría y la práctica, no fuera posible en el fondo ningu­
que el propio Russell preferirá evitarlas retomando progresiva­ na articulación estrecha.
mente— a partir de 1 9 2 1 — hacia un materialismo más clásico, fim- Existe, pues, dando la espalda deliberadamente al Russell filó­
dado en la prioridad de la materia respecto a la mente. sofo V lógico, un Russell «político», comprometido con su siglo
Por otia parte, la reflexión sobre los problemas de las ciencias pero definiéndose a lo sumo como panfletarío y nunca_j::QmjcLfilá-—
experimentales le ocupará hasta el fin de su vida. En todo caso es el Extraña «disociación» de la personalidad, que se remonta
único campo filosófico en el que continuará teniendo una produc­ muy atrás, píies el primer libro publicado por Russell era ya— hay
ción regular después de 1920. E l análisis de la mente ( 1 9 2 1), E l aná­ que recordarlo— ^un ensayo sobre el sociafismo. Veinte años más
lisis de la materia (1927), Determinismo y física (1936), Significación y tarde, su necesidad de intervenir en los grandes debates nacionales
verdad (1940) o E l conocimiento humano (1948), entre otros libros, e internacionales se reaviva con el choque de la guerra. El horror
i Í;f^";!: muestran su constante atención a los progresos de la física, de la que ésta le inspira desencadena en él un verdadero frenesí de pala­
f! ;;|!; f
psicología y de la lingüística. La estructura del universo, la na­ bras. Cuatro libros, en dos años, testimonian el vigor de su com­
turaleza del espacio y del tiempo, el funcionamiento del cerebro promiso: La guerra^ vastago del miedo (1915), justicia en tiempos de
constituyen para él cuestiones mayores, que le interesan en adelan­ guerra (1915), Principios de reconstrucción social (subtítulo: «U n mé­
te más que sus investigaciones de juventud; todo para abolir el duelo entre las naciones») (1916 ) e Ideales políti­
JSaMMea,;C3da,,g||^ás modesta qne se;,hace de su^pgjiel emtatito cos (19 17). Poco después (1918), se ve encarcelado durante algunos
fifóspfo tfádúcér'isor sí misma, una profunda evolución de su meses por haber criticado, en un artículo, algunas actuaciones del
Primera ejército norteamericano-
iT S u c a ' " Pacifista debido a su talante intemacionalista, favorable a las
f a e n t e ^ y á lld a d e ^G ideas progresistas, preocupado por la justicia social, Russell— que
se define además como libre pensador— se sitúa en el ala izquierda
del partido laborista. Por esta razón acompaña en 1920 a una dele­
gación británica invitada oficialmente a visitar la U R SS y, por tan-

23. Hbtoirt de mes ideesphilosophiques, op. ch.y p. 2 6 0 .

60 61
H ISTO R IA D E LA FILO SO FÍA EN EL SIG LO XX

to, a priori bien dispuesta para con la revolución bolchevique. L o


que descubre durante este viaje breve pero intenso en extremo (es
recibido durante una hora por Lenin) le incita, no obstante, a revi­
sar sus posiciones.
N o era tanto que rechazara el nuevo sistema económico— al
contrario, admite que el gobierno soviético hace lo más adecuado,
en un contexto difícil, para alimentar a la población— , como espe­
cialmente la ausencia de libertad pofítica. El libro que relata ese
viaje. Práctica y teoría del bolchevismo (1920), es finalmente severo
con la U R S S , «esta prisión cuyos carceleros son fanáticos», y con
!l í el comunismo, al que acusa de ser «una religión y no un mo­
vimiento político ordinario».^^ Por otra parte, en los detalles,
Russell se muestra un excelente observador, anotando sin haber to­
mado previo partido tanto los aspectos positivos como los negativos
del nuevo régimen. N o odia a los bolcheviques. « N i ángeles a ve­
nerar, ni demonios a exterminar, son simplemente— dice— ^hom­
bres audaces y capaces que se esfuerzan, con gran habilidad, en una
tarea casi imposible»."^ La conclusión de este reportaje se muestra
finalmente optimista: « E l comimismo ruso puede naufragar y ser
borrado del mapa, pero el socialismo en sí no morirá jamás».'^ N o
resulta una mala predicción.
II Al final de las décadas siguientes, Russell multiplica las tomas
de posición en los dominios más diversos. Escalonados a lo largo
í';ií de medio siglo, sus textos militantes— que le valieron en 19 50 el
i premio Nobel de literatura— tratan de la condición femenina, del
iil matrimonio, de la educación, de la felicidad, de la religión__en la
I que ve el principal freno al progreso de la civilización— , de la de­

I mocracia— que imagina irrealizable en África— del futuro de la


humanidad, del impacto de la dencia en la sociedad y, por endma
de todo, de la necesidad de preservar la paz mundial.
Exacerbado por la Primera Guerra mundial, el pacifismo de
Russell permanecerá hasta su muerte como su convicción funda­
mental de todas maneras, con dos excepciones notables, más o
menos comprensibles. Si es normal verle aprobar, durante la gue­
rra de 19 3 9 -19 4 5 , el compromiso de las fuerzas aliadas en contra

24. B e rtra n d R u ssell, Pratique et Théorie du holchevisme, erad, ff., P a rís, M e r c u


r e d e F r a n c e , 1 9 6 9 , p, r o 8 . 2 5 . Ib íd ., pp. 1 1 1 - 1 1 2 . 2 6 . Ib id ., p. 194.
2 7- B e rtra n d R ussell, « L a d é m o cra d e politiq ue peu t-elle s ’ad apter aux p ro b lé -
m es de 1 9 5 0 ? » ( 1 9 5 0 ) , trad. fr. en Politique étrangere, n .° 3 , o to ñ o 1 9 9 4 , PP- 8 5 3 - 8 6 0 ,

62
(
’*;-5
■iS)
LA VÍA SEGURA D E LA C IE N C IA

^eiHider, puede sorprender— por contra— el ardor con que preco- ©


fiizav ^ri los años cincuenta, la organización de una guerra «pre- ©
venüva» contra la U R SS, con el solo fin de ünpedir a esta til tima '©
dptaíse del arma atómica. Ciertamente, Russell tiembla ante un
apocalipsis nuclear. La fuerza de sus convicciones le vale por en­ @
tonces una segimda estancia (de tma semana) en prisión en 19Ó1,
•cuando ya tiene ochenta y nueve años! '© ,
' Otra paradoja: su condena radical de la intervención norte­
■©
americana en Vietnam le conduce a acercarse, en los años sesenta,
%
ai Sartre y a diferentes movimientos de extrema izquierda a cuyo
programa político está muy lejos de pertenecer. Pero lord Ber-
tr-and Russell— que lleva este título después de la muerte de su :'0
hermano mayor, el segundo conde de Russell (19 3 1) no teme las
contradicciones, sea en su vida pública, o sea en su existencia pri­
vada. Tales mudanzas reflejan tanto su propia evolución, como
-0
las necesidades circunstanciales de los diferentes combates que ■O
afronta. Spiexistencia parece en todo caso justificar la tesis russe- 'o
Uiana según la cuana lucha por eTpfÓgfeso sociáT;incapaz^deTóp-
T S n n ¿ s e a las gjdgenciy d e j£ ^ ica ^ ^ r ^ ^ a ^ npo
'í._>
q^e^noí debería confim<Er^ con la filoso fia.
~ fijTjen tal^fírmácíofr-majal^^ o
deja de presentar graves inconvenientes, .ytielve.^ ©
confinar ados~fifQÍp.fQs7de5 trQ7 d^IfiSÍfnáte^
'/'j
abandono de la.éficaJa>eStSÓ£3^ ia ^ ¿ U B c a .,y Q U P Í ^ JM ^ ^ 'o
'"‘'"**^"'"psyu4a;jmGonsistencia dejos^^períodjstaSjj Jos m
p o etasen s u m á ^ i » ^ — sin-jusfificarla ve" - - “ «fr'* i-’ ^vic-
o
tf f l c i a .
ídiato tan peligroso, finalmente, tanto para_.tma£QmR,pat3^tiau r©
’^^La^aventura.^deJ^sseflmspirajCo^lt^io^e^c^^ )©
J3
Éstos.,düs.Decsadei::gíb«¿shj^,«aj€mis^m§,J?^^^ .©
ideayo;ealizg¿^le:r^Sampja^teÜa,MQIñfía*SRk.ííBi.§£SHí3 *á^^^ ;"C3
ciencia>>— , se condenaron de hecho^a filoso^farJrj^^erji^^^ijnau El ■ ■ /P
prinTero, al escindirse progresivamente, a partir de 1907, del trabajo PP
efectivo de los científicos profesionales, sospechosos de «positivis­
■O
mo». El segundo, a la inversa, cerrando la filosofía en ima esfera pa­
racientífica, artificialmente separada del campo social. Nnrgunp
■ 'O
de los 4-QS, en fiti, ha sabid,o^-9jhg^Mgp4Qg:5^.g^a,lgXI£ÓsJi§LSá^9^^^
63
I.:;::/,
V-V, H IS T O R IA OE LA F IL O SO F ÍA EN EL SIG L O X X

de su tiempo.
En consecuencia, la radicalidad inicial de sus respectdvais trayecto­
rias-llevadas por el viento de la historia después de la Primera Gue­
rra mundial— se vio rápidamente cuestionada por sus propios disd-
pulos. Si a pesar de todo ciertos temas fenomenológicos han cruzado
ñ todo el siglo, se debe a que han sido «recuperados» y transformados
iyX por el pensamiento existenciaUsta (Heidegger, Sartre) y la filosofía
religiosa (Levinas). Por lo que respecta a la obra de Russell, si perma­
nece como una referencia mayor para la filosofía angloamericana
contemporánea, gran número de sus facetas ha sido, incluso en vida
tó'..
de su autor, seriamente discutido—*y ante todo por quien debía ser su
primer depositario, Ludwig Wittgenstein. Gritíca que ha dejado tra-
zos sensibles en todos aquellos que, todavía hoy, se reivindican de tra­
@. dición «anahdca», lógica y lingüística, aiyo ancestro fiie Frege.
©:■

4. LA DISIDENCIA

E l filósofo más importante del siglo xx, Ludwig Wittgenstein


(18 8 9 -19 5 1), no publicó en vida más que un solo libro, él Tractatus
logko-philosophicus { i g i i ) . Desde 1929, comenzó— en sus cursos,
entrevistas y cartas— a rechazar algunas de las tesis expuestas en
éste. M ás tarde, dos años después de su muerte, el manuscrito de
Í'.V un segundo libro en el que había trabajado de 193Ó a 1949 fue pu-
bhcado con el título de ÍM^g^g0chnepJilos^cas. , Se encuentran
m. esbozadas en él nuevas posiciones que, derivando del Tractatus, se
jdesvían de él algunas veces en puntos esenciales. L 3Sa4os^a^jas
y \ i P i ^ ^ ^ ^ ^ ^ h^taflíg^ de una misma ambición: comprender íb%ué
I P ^ ^ M er Ja, p r a c tíc ^ e la .filosofía a partíriilelmiQmnntQ-en-qMe-ge.
iUa.hgdyo;evidente que ella no podría seL^similada. en ningún caso.
Proyecto cuya realización ha tomado— con los
-años— formas sucesivas, ligadas a la personalidad compleja de un
€• filósofo que nunca jamás ha dejado de cuestionarse.
Wittgenstein nace en el seno de una rica familia de la alta bur­
guesía vienesa. Su padre, industrial ilustrado, es el mecenas del
pintor Klimt, que hará de una sus hermanas un magnífico retrato.
Uno de sus hermanos, pianista, se convertirá— después de haber
■ ;í•.
perdido el brazo derecho en la guerra— en el destinatario de la de­
dicatoria del Concierto para la mano izquierda de Ravel. A su vez ex-

ií 64
LA V ÍA SEG URA D E LA CIEN C IA

i^Eiite músico, Wittgenstein permanecerá toda su vida marcado


por lá estética de las vanguardias vienesas. El estilo sobrio y geo-
ihétrico del Tractatus evoca el del arquitecto Adolf Loos, mientras
qué su atención por el lenguaje recuerda la vigilancia crítica del es-
cfitor Karl Kraus con respecto a la jerga periodística-
De origen judío, su familia está— a finales del siglo xix— ^profun­
damente asimilada. Bautizado y educado como sus siete hermanos
y hermanas en la religión católica, el joven Ludwig no deja de pre­
guntarse, de cuando en cuando, si debe considerarse como judío—
hipótesis que le preocupa tanto más cuanto el antisemitismo no cesa
de crecer en la sociedad austríaca de su tiempo. A las «inquietudes»
que suscita en él esta cuestión, se vincula sin duda el interés— difícil
de compartir— que manifiesta por Sexo y carácter (1903), célebre
panfleto antisemita y antifeminista debido a un escritor vienés judío
y homosexual, Otto Weininger.
‘ Después de unos estudios secundarios más bien mediocres, par­
te para Alemania y más tarde para Inglaterra. En Manchester, de
1908 a iq it , se inicia en una disciplina en plena expansión, la ae­
ronáutica. Por entonces está tentado por un oficio técnico que res­
pondería a su gusto por lo concreto, a sus aptitudes manuales, a su
voluntad de ser— como su padre— un hombre de acción. El desti­
no decidirá otra cosa—:agmqn-^.jGonvettido
teiii.sexaxasíejri^^ su capacidaijpara tratar los proETemas^teó-
ricQS des.deauLáü^ «arreglarlos» como se «arregla»
un negocio.
Durante el verano de 1 9 1 1 — según una tradición que no ha po­
dido ser confirmada formalmente— vuelve a Jena para conocer a
Frege. Sus estudios de ingeniero le han conducido a interesarse
por el problema del fundamento de las matemáticas, y W ittgens­
tein se pregunta por la vía que debe elegir. La respuesta le viene de
Frege, que le aconseja volver a Inglaterra para seguir, en Cambrid­
ge, los cursos de Russell. Obediente, Wittgensteiñ se incribe en el
Trinity College en las semanas siguientes.
Su encuentro con Russell— diecisiete años mayor que él— ^va a
ser decisivo para su vida. Junto a su maestro, que está a punto de
acabar la redacción de los Principia^ se sumerge en la lógica mate­
mática- Sus dotes intelectuales no tardan demasiado en suscitar la
maravilla de los grandes maestros. Moore, Russell, el economista
John Maynard Keynes y sus colegas lo aceptan entre ellos, le dejan

Ú5
Ii
I!fií
i' H IST O R IA D E LA F ILO SO FÍA E N EL SIGLO XX

9 discutir con dios en un pie de igiialdad. Después de haberse senci­


do irritado, en un primer momento, por la fogosidad del joven
austríaco, Russell termina tentado por ver en él a su hijo espiritual.
Por su parte la-.
* -“ if I « V » . ' ' * * “^*’*' ' *rf iif- rfri filL J | ) ‘ mp i nt i I IFí H H -M ~

dfe-Is.-fílosofía...casselliaaa-d.&-Jas-mftj:emáx:ira^ en partígilgt,
1^, Y^.U dgSide. W m tn d c-^u s-p arte8-eseasialesfr4fl»^eacía d f. j i p r^
Tiene sobre este tema, con Russell, discusiones tempestuosas que
provocan en éste una fase de desaliento. Desde 19 1 3 , las relaciones
entre los dos hombres comienzan a degradarse. Nunca más fueron
V:- V- cordiales.
H ay que dedr que Wittgenstein añade, a un temperamento na­
turalmente atormentado, im comportamiento a menudo imprevi­
sible, y que su mal carácter será muy pronto tan célebre como sus
depresiones. Además, el período 1 0 1 1 - 10 14 coincide para él con
y una,fase de crisis particularmente aguda! Centra su atención en la
.ÍM em Ó JUlel^iadaoifinte^U U as^^ la cual vuelve a ha­
blar con Frege, en Jena, en diciembre de 19 1 3 . E l deseo de escribir
un libro ■ c<definitivo» y la angustia de ser incapaz de ello pugnan .en
p: su pensamiento. Finalmente, sus tendencias homosexuale'S le pre­
ri'íí cipitan en im ataque de desesperación que tan sólo puede expÜcar-
se por la rigidez de su «superyo» moral. En 1 9 1 4 está literalmente
obsesionado co ala idea del suicidio.
I
Quizás habría pasado a la acción si la guerra no hubiera estalla­
do en ese momento preciso. L e sorprende en Austria, donde acaba
de volver para las vacaciones de verano. Se alista inmediatamente,
19 el 8 de agosto, a pesar de haber sido dispensado de sus obligaciones
i |>;':-i
militares por razones médicas. N o es sólo el patriotismo lo que le
guía, sino también la necesidad— como dice él mismo— de «redi­
i). f
mir sus pecados», dicho de otro modo, de revalorizarse a sus pro­
pios ojos dando a su existencia un sentido simple. La guerra le
aporta— en suma— una especie de redención moral, permitiéndole
Pí sublimar sus pulsiones suicidas.
Enviado primero al frente ruso y luego al frente italiano, bus­
ca deliberadamente el peligro, dando muestras en muchas cir­
cunstancias de im valor ejemplar. Y, a pesar de las dificultades de
su vida cotidiana, continúa trabajando. Lee a Nietzsche, Em er­
son, Dostoievski. A.pesar de continuar centradas en la lógica, sus
preocupaciones se extienden a la filosofía entera, en particular a
66
LA VÍA SEG URA D E LA C IE N C IA 99
y ló gica le^nareeenr--af eQnt]EarÍQ que a Russell— ji)
viuculaciones.tnisteripsas. Una jy^tra, anota en su dia-
i t ^ e l 24 de julio de 1916, deken se^ <<eó p JÍS.Íaam.dg^ •’ ©
Earalelamente, consigue terminar (agosto de 19 18 ) el manuscrito
dgl libro en el que ha estado soñando los últimos años y que titu­
la Abhandlung (Tratado lógico-filosófico). Difí­
cilmente otra obra habrá sido concebida en circunstancias tan dra- '"o
máticas. . . . . , , • . ©
H e c h o p r i s io n e r o p o r e l e jé r c it o i t a l i a n o e l 3 d e n o v ie m b r e

d e 19 18 , a lg u n o s d ía s a n te s d e l a r m is t ic io , es c o n d u c id o a M o n t e
C a s s in o . R e c h a z a n d o to d a s las in te r v e n c io n e s a su fa v o r , in c lu y e n d o
las d e sus a m ig o s in g le s e s q u e se p r e o c u p a n p o r su s u e r te , n o es l i ­
b e r a d o h a s ta a g o s to d e 19 19 . D u r a n te -:s u c a n t iv e r io , to m a u n a d e -
Gisión:; i e n u n c i a r ¡a* to d a t r a y e c to r ia u n i v e r s i t a r i a .
Otra vez en Viena, dona a sus parientes (septiembre de 19 19 ) la ■ ©
fortuna que la muerte de su padre le había permitido heredar seis ■ ©
años antes. Resuelto-a-ser-útil .a la sociedad- llevando ima vida más
acorde con sus aspiraciones, elige convertirse en maestro en un
^'©
pueblo de Austria, En el otoño de 1920 comienza esta experiencia
que continuará hasta 1926.
Ad&mismo-tiempo que se compromete-á esa vida ascética, se es­
fuerza-—no sin dificultades— por publicar el manuscrito del Trata^ ■©
do. En laprímavera de ipip, lo ha remitido; solicitando consejo, a
Frege y Rússelli Las respuestas n© son demasiado alentadoras. Fre-
ge; el primero, le hace saber por una carta del 28 de junio de 19 19 ©
que.no comprende lo que el libro qiúere decir. Dado que todas sus
preguntas aptmtan a la primera página, cabe preguntarse si liizo el
■ ^(2)
esfuerzo de ir más lejos. Algunas semanas más tarde, el 13 de agos­
■ "©
to, una carta de RusseU-muestra que éste, si se ha leído todo el tex­
to, no, está interesado más que en las consideraciones sobre la lógi­

ca, que está lejos de aprobar sin reserva.
Desengañado, Wittgenstein se dirige entonces a los editores "q
vieneses, de los que obtiene— a pesar del apoyo de Rilke— rechazo ■p
tras rechazo. Finalmente, en diciembre, se dirige a La Haya para
encontrarse con Russell, a quien no ha visto desde 19 14 . Este se

2 8 . L u d w ig W ittg e n ste in , Carnets trac!, fr., P a tís, G a llim a rd ,


1 9 7 1 , p. 14 6 . [T r a d . cast. de Ja c o b o M u ñ o z e Isid o ro R e g u e ra : Diario filosófico,
igi.f-1916, B a rce lo n a, A rie l, 1 9 8 2 , así c o m o de A n d ré s S á n c h e z Pascual e Isid o ro
R e g u e ra ; Diarios secretos, M a d rid , A lian za, 1 9 9 1 .)

67 •
fil H IST O R IA D E LA FILO SO FIA EN EL SIGLO XX

decide finalmente a ayudarle y escribe incluso, para el libro, una


introducción que, según Wittgenstein, revela que no le ha com^
prendido mejor que Frege.
Después de muchas peripecias, el Tratado aparece (1921) en una
revísta alemana de Leipzig, Annalen der Naturphilosophie, con múlti­
ples errores debidos al hecho de que las pruebas no fueron nunca
corregidas. Wittgenstein está horrorizado. Afortunadamente, Russell
termina por encontrar un editor inglés y la obra vuelve a ser publica­
da, en versión bilingüe esta vez (1922). El texto alemán de esta segun­
da edición es, para su autor, el canónico. La traducción inglesa es
llevada a cabo por un joven lógico de Cambridge, Frank P. Ramsey
(1903-1930). Eáitre tanto, la obra ha cambiado de título y se llamará
•1^v>: en adelante—según el consejo de Moore, deseoso de sugerir un para­
í ;'í
‘n
iy. . lelo entre Wittgenstein y Spinoza— '^ m ^ ti^ logico-phih^
© i!;:,vi;:

~/Á Este libro es excepcional por todos los conceptos. Escrito por un
II joven que, siendo un buen lógico y s i n e n demasía por
¡I v-i. la historia .d^^ parece que no ha leído más que algunos
textos de san Agustín, Schopenhauer, Kierkegaard y Nietzsche, no
por ello testimonia menos una ambición intelectual inmensa— que
l l l comunica claramente el breve prefacio redactado por Wittgens­
tein para justificar el sentido de su empresa.
^ Esta, afirma, tiene: por obj.eto inQSjt;Ear,J3^|^q^
■II
'( f

fí'% primera provocación, Wittgenstein añade una segunda al declarar­


se poco preocupado por saber si lo que había escrito concordaba
con lo que otros podían haber pensado antes que él. (Precisa, no
obstante, que siente, una deuda inmensa, respecto, a las «grandes
obras ;de Erege y los «trabajos de mi amigo el señor Bertrand
Russe;!^.) lÍ:íGoncluye subrayando— tercera provocación— que la
verdad de ¡os pensamien expresados por su Jibro le parece .«ip-

2 9 , L u d w ig W ittg e n s te in , Tractatus logtco-pbilosopbuiís, n u eva trad. fr., P arís,


Tractatus
G a lJim a rd , 1 9 9 3 , p. 3 1 - [T r a d . cast. de Ja c o b o M u ñ o z e Isid o ro R e g u e ra :
logico-philosophicus^ M a d rid , A lia n za , 1 9 7 3 - ]

68
■ m:--

la v ía se g u r a de ea c ie n c ia

gÉtóble y definitiva». En otras palabras, estima haber «resuelto, en


todos los puntos esenciales, los problemas, de una manera decisiva»’”
Lspretensión que abandonará progresivamente a partir de 1929.
. SBreve y conciso— menos de ochenta páginas— , el fraetam se
pjjcscnta bajo la forma de ima sucesión de proposiciones numera­
das! según un sistema simple (i, i .i , i . i i , 1.2, 2, etc.), destinado a
recordar la presentación axiomática de los Principia. T al estructu-
rai no obstante, es clara sólo aparentemente. En realidad, W itt-
giánstein muy raramente se toma la molestia, de. argumentar sus
afirmaciones o de explicitar los enlaces que subyacen a su encade­
namiento. Todo sucede como si,. coijyeR^^^^
filospfi'a soni;9 cr£;^,yida,d^cb^
^ l a ^ e k n tado toda tentativa de hacejide ja
demórta-ariya sobre el modelo dé ía primera. H o se trata— lo vamos
T í í r — dT uiia mera premisa metoi3o|ógig3j,sip9.d^^^^
principales de la.obra>

^mgüaiéf. directameiifélnspifqdo por la teoría de la estructura ató- ^


^ ^ * d e la materia^ELm undo-^el otro nombre de la realidad—
«todojo. que,.es ebcaSo^^^^^constitüid0^por hechos moleciilaj;.es j:

ícestados'de cosaj^^, e ^ d ^ " e n ^ C Q ^ ^ m d ^


Simétricamente pLpensanaiéaj a ^ n e „ 9 S .M f e í ^
^ ^ je ^ e s t á G O i^tilm dadej^Pjaseioi^^iííPfi^
proposki^nes¿t(^^s,quA,e,nJaJ5amen.tre.eJJa54as 4 i^
n9 g..siiap¡gs»;,5 e^bje^^^
©éianodo.análogo a como im mapa geográfico «representa» un
paisaje, físicp,
S 3sieió.D. «representa» la.ds.,J,o§-nLbjgm^ep_^eJ,^ MaS^J-Ur
,^^sta^ dos coagtione? sppidgpj^ca^^^^ §í®JlSÍ«S§lí^iifSfeiroNÍ%

gsajfi (2 .1 5 1)‘ ^l^ re^ltadgy^.,^ug, la^


excgpdónt^empffo, de su propia <<form%4^^^ ■
De esta última, Wittgenstem precisa: «la figura no puede [...J tigu- '
rar su forma de figuración; la ostenta» (2.172).
Dasdistíndón aquí introducida es a la vez nueva y fimdamental,
inclusQ SLse remite a otras— la del «fenómeno» y de la «cosa en sí»

30 . Ib id ., p. 3 2 .

69

i i '

f:;
i»:!
H IST O R IA D E LA F IL O S O F ÍA E N E L SIG LO X X

de Kant, la de la «representación» y de la «voluntad» en Schopen 4


r- ti I hauer.JIa ^ ^ ^ je to s—
l
I A f gIMigSfintttfl- H ay otras cesas— la ^ n n » misma de ja reifiesenta--i
I sfi puedcii I
I Esa_distinción entTe^fef'?^j^Qx¿g^consflmye el nú
I €.gHPral del Tractatus. A medida que se avance en el texto, se la verá |
^ desarrollarse. |
:M.ientras tanto, la¿aifirona c^ n ..deAjana^iáeptidad de e^mirtura: |

/ AQ aiwad^^eTas proposicipne — coincidiendo con.la to- .1


taliáaddell^’^ciendas de la nam rakza-^jfee.ia% ^.er„un^^g^^^ |
rléSÍ£&idsJ2§*¿Sl&QSáH(3), por definición adecuada y completa, j
Ciertamente Wittgenstein, a semejanza de sabios empiristas como \
Ernst Mach, Ludwig Boltzmann y Heinrich Hertz, toma buen cui­
dado en subrayar que las leyes de la üsica no son nada más que la
expresión de un enlace lógico entre los fenpinenos^^—en resumen,
fitie4a§,.fiigncias expermietltatles no ofrecen una explicación, sino un a ^
Esmsadendas^diGgn.;,gQb^
X.p.ara,d.ectrJo.
i^BfeRejtjen.,absolutamecesida<l de la filosofia.
W it^ em tem preGis’^ §LuB3.>flror
Mkifiq formada» equivale a la descripción c o r r e c t a ^ ^

5 g.b: la práctica>>, esta tesis se hace eco— involimraria-


H?¿f?^!'.~~^giss^gejgaflagÍ0 TOidadQnesa^ue^e.pu.g4 gP encontrar en
.Paj!íagsaB§mQv.cJ?mQ»él4 e,Eeárqfe(enj(<Cómp.ha^^
S l? s i^ a s » ) o incluso en la tradición marxista: « L a prueba del pu­
dín decía Engels (1880)— es que se com e».’ ’ L a id e a será recon­
siderada y. ainplificada por el Círculo de Viena. N o es seguro, de
todas maneras, que Wittgenstein le diera un sentido tan radicaL
como lo harán Schlick y Camap.
Abramos aquí un paréntesis para «deteirninar» J^^^guestzión re^
Elía^ño.',

3 1 - F r ie d r ic h E n g e ls , Social'trme utopique et Soc'tal'mne scientifique^ trad. fr., P a rís,


i' i Socialimio utópico y socia­
E d . S o c ia le s, 1 9 6 9 , p. 3 3 . [T r a d . cast. de A n to n io A Jd e n z a :
lismo científico, M a d rid , F r a n c is c o B eltrán , 1 9 3 0 .] .

70
o I
L A V Í A S E G U R A D E LA C I E N C I A

©
'Ifgí W ittgenstein..roás que ^tautolj^^^
No, diccii iiada sn-
ei riempo que hace ©
^ h d o sé'que llueve o no llueve» (4.461). Lóg^eay inatem^ ©
e¿^£Cas..pal»i“ ^ ‘^s> no describen rúngufla¿j:63lida!fctfieástem e,J
jpf-pligible. S e sigue de ello que no tienen en absoluto ne-
- 4^1dad de fundarse en ninguna filosofía. Por tanto la lógica es t!)
¡Mvítada a «cuidarse de sí misma» (5.473). Advertencia que vale
taínbién para las matemáticas, puesto que la proposición matemá-
tí|aí^á su vez, «no expresa pensamiento alguno» (6.21). Así son ba-j ^
últimas trazasJÍel-PlatQnismo^sobre:ePqa£_reposabaJa’
é)
^ ^ ^ a d p g ifiis ía i'
, ’ ,sPgro, si lógica y filosofía deben estar netamente separadas en­ 'O
tre sí, la primera puede clarificar la segunda. Puede ayudar a la fi-
losófía a comprender hasta qué punto es absurdo querer transgredir
las reglas de lenguaje usual, puesto que «el lenguaje mismo impide
todo error lógico» (5.4731), y «todas las proposiciones de nuestro
lenguaje ordinario están de hecho, tal como están, perfectamente
ordenadas desde un punto de vista lógico» (5.5563).
^Cahe interpretar que esta-dedaradáix— a primera vista sor­
prendente— significa que, fuera de la descripción ;«científica» de los
estados de cosas, no es posible mngún discurso?~^jSó_iiue(^^
nada que esté más allá;—ponejemplo, sobre el «sentido» del mun­ ■ ;©
do en general?
Gategóricamente, la respuesta del Xractatus se basa en dqs_pu^n-
tos. S it^eLm undajiene un jeptidQ,,.ese;sqqtidft;:debs.cnCóntrar^
no.enil~pino fuera.de.ét. E n co m ^en eiay s t ese sentid
piieHf; sgr.díc/)fl (descrito, representado) sino snlamente monrudo—
©
■©

vaÍgi;paradBj.^S£étip^:,^p]lg5íaiqH6 íSá£Íg,aíp6 §^^^ ;■ ©


ma,,CQsa»_(6 .421 ) y ambas son «trascendentales» en lajfpedjda
q u j^ p im m i,Á .£ c a y é s :4 le Íib ie a y c d & JtQ ,Jtie J.Ip .»:;a i.;^ Q n 3 i£ Ío n e s ^ ^ "(f)
iTYundn!.si.tuaLÍas.:inás allá de ch ..
N o se puede decir nada, en particular, de la «voluntad» como
:o
«soporte de lo ético» (6.423) smo que consigue dar a cada hom­
bre— más por su comportamiento que por sus palabras— una signi­
ficación de su existencia. Como máximo se puede constatar que «el

71 - '
H IST O R IA D E LA FILO SO F ÍA EN EL SIGLO XX

mundo del hombre feliz es otro que el del hombre infeliz» (6.43).
Aún menos se puede hablar de la muerte. « L a muerte no es un
¡RV acontecimiento de la vida. N o se vive la muerte» (6 .4311). ¿Esvinr
Í:^i N o es necesario señalar que tampo­
co, tales cuestiones tienen ningún sentido «expresable».
Eu-nocas palabras; no.solo que añadir
Sí sino.que es itaLidmenteam-
mt,m¿qiarA^aaQflJt3 rJos^royQ m as-^^
tesis 6.53 terrhmá Üe ajusticiaría— si se puede cleclr asi— medíante
algunas frases definitivas. .Miliniee^método, correcto en filosofía
«sería,ptopiamente éste: no deciJtLBada.másaj.iie- lo gne sp pu ftd £^-
dc.v,Q.sea,,pmpQaiddíns§.dej5L íá ^ — q^ea,„algDgue^úada
tiene que ver con la fílasnfía— . y entonces, cuantas veces aígniien
quisi<y:a,-d^ir-alg€)-inetaSsieo,._piaEa£ler.qu6^n-sus,priQ!p^£Íones'
noJiabía..d-ado->signifi6ado’#*€Íertoysignos».

1 2). Q\ie s u ^ ^ c a \itilidad podría ser


car>^ 3 e ótfó de a^^ a r ^ a

respecta a todo lo dem ás^íSr^m ^ es al menos


lo que le recomienda, sin rodeos, la séptima y última tesis del libro:
«D e lo que no se puede hablar es mejor callarse».
(pontrariamentey no obstante, a lo que creerán en los años vein­
te los miembros del Círculo de Viena, Wittgenstein i^^^q^en.^
mngnnT p^art^qu^^^^^
V-;v- rés^
q^e^Sgnga^j^^ntidq, sinq^que^
guaje. EbproppsnolBie..W las Eneas de
démárGaGión entre lo decible y lo indecible, y a ponernos en guar­
dia con tía la tentación de perseguir un objetivo (quizás legítimo)
por medios no aptos.
¿Tal doctrina sería demasiado sutil o insuficientemente explíci­
ta? Siempre será vulnerable— abasta nuestros días—-a numerosos
malentendidos, y la curiosa mezcla de formalismo y de misticismo
' ! que la envuelve no facilitará su difusión. Por lo demás, en el mo­
mento de la aparición d e P T ^ ^ el propio Wittgenstein ha de­
saparecido de la escena filosófica. Retirado a las montañas austríacas,

7^
LA V ÍA SEGURA DE LA C IE N C IA

s^zcoííszgr^ a su oficio de maestro. Ha dejado de escribir— como,


^:gunos años antes, Malevitch de pintar.

Como Malevitch, sin embargo, Wittgenstein terminará por volver


^,toniar sus pinceles.
En efecto, su deseo de fundirse con el pueblo resistió mal las
duras realidades del mundo rural. La incomprensión mutua que
reina entre él y los aldeanos y provoca incidentes. Acusado de ha­
ber nialtratado a un niño reacio a sus lecciones, dimite de su pues­
to durante la primavera de 1926. Ocupa entonces, durante algunas
semanas, un empleo de jardinero en mi monasterio, después deci­
de regresar a Viena. Invitado por su hermana Margarete a diseñar
para ella los planos de una nueva mansión, se reintegra progresiva­
mente a la vida social. Y, sobre todo, vuelve a la filosofía.
En febrero de 1927, Margarete lo presenta al filósofo Moritz
Slchlick, que ha sido uno de los primeros admiradores del Tractatus.
Aunque rechazando la participación en las reuniones del Círculo
de Viena— fundado por Schlick— , Wittgenstein acepta entrevis­
tarse con él, de tiempo en tiempo, así como con Carnap y Wais-
mann. Sus conversaciones le mostraron rápidamente que no es­
taban en la mi$ma frecuencia de onda. L o s neopositivistas habían,
creído que el Tractatus anunciaba el fin de la metafísica_en d mis-
jX!(^,<;entidn qiip ellos. Hasta que finalmente, en pleno acercamien­
to a Wittgenstein, éste, tal vez para provocar, les leyó largos poe­
mas de Rabiñdranath Tagore, y comprendieron su error. Trataron
no obstante de atraerlo de nuevo al examen de cuestiones relativas
al lenguaje de la ciencia. Waismann consiguió convencerle incluso
de asistir, en marzo de 1928, a una conferencia del matemático
Brouwer.
Partidario de ima matemática «intuicionista»^Brouwer somete.
a crítica las tesis de Russell mucho más allá de lo que el pmpxo
Wittgenstein había hechoJiasJia^dmijQüaienm Quizás es esta confe­
rencia lo que hace nacer, en el autor del Tractatus., la idea de que la
filosofía tiene todavía un camino por delante. Al mismo tiempo le
devuelve el gusto por el estudio, puesto que, algunos meses más
tarde (enero de 1929), acepta volver a Cambridge, a sugerencia de
sus amigos ingleses,

73
H IST O R IA H E LA F ILO SO FÍA E N E L SIG LO XX L A V ÍA SEG U R A D E LA C I E N C I A

E l Trinity College lo acoge con los brazos abiertos. En el trans­ i . . mientras el Tractatus parecía condenar la ética al jilenj:i^o
curso de una ceremonia un poco artificiosa y frente a un jurado ! U t- .^r> n v e rt!a r i n n e s - i n a n t e a i x l a s n c h Q-.añx 3 s -m a s . t a r d e . a t £ S t i -

compuesto por Moore y Russell, Wittgenstein obtiene el i8 de ju­ h nr«oo.o»ción m o ra U p d a jósofo. N o


nio de 1929 su doctorado en filosofía, con un texto— el Tractatus—- lanzarse con sus interlocutores a grandes discusiones so-
titiíbea en ] , • ^
que ya es un libro de culto en diversos círculos intelectuales. bMel «sentido» de la existencia. N o sólo manifiesta un ínteres cre-
1
(«Opino— anota Moore en su acta de examinador— que la tesis del cíente por Schopenhaüer y Kierlcegaard, sino que, si llega el caso, O
!i' : señor Wittgenstein es una obra magnífica; pero, al margen de esta áfirma comprender lo que quiere decir Heidegger con «Ser» y con 0
apreciación, satisface sin duda los requisitos para obtener el grado «angustia».” Para abreviar, no cesa de alejarse aJaJi^J¿£JB.tissell-y 6
de Doctor en Filosofía por Cambridge».)^^ Recibe igualmente una Hedos positivistas vienes^. . ■ j .^ o
^¡iTinUáneamente^ aparece en él \ma nueya^^^
beca de investigación que le ayuda a volver al trabajo y redacta in­
las ciencias soékkSi^iretnología en particular—
o
mediatamente, con vistas a un coloquio, una comunicadón titula­
.a
da «Algunas observaciones sobre la forma lógica». Publicada en den su§ objetos. Revelándonos la existencia de^éticas^difere^^^ í
19 29 en los Proceedings of the Aristotelian Society^ esta comunicación o
es el último texto de Wittgenstein aparecido en vida. Su autor re­ ^^^o,^nsiderar cada una de esa§i|tiegs^(^mp;^jgvgl§pem
negará, poco después, de su contenido. hteiSi I a
Com prometido en una desconstruccióirprogr^jy^d^Jfr/7rí4-^ perspectiva tal no puede sino afirmar | a
Jtis^ e\ peniamiéñto"^"Wittgenstein evoluciona en efecto, en ese f^^én^u tendencia natmaia priyileaarr-tanto en la moral como | ■ j
momento, a una velocidad vertiginosa^ N o cesará por lo demás de "^íTía filosofía del lenguaje o ías matemáticas-^¿^p4 f t l S J J ^ j 0
evolucionar, como corroboran sus notas manuscritas de los años ©
19 30 {Consideraciones filosóficas) y I 9 3 i “ i9 32 {Gramática filosófica), Las notas que redacta (19 3 1) leyendo un clásico de la etnología, La
©
así como sus cursos dictados en 19 3 3 -1 9 3 4 {Cuaderno azul, Cuader­ rama dorada d e j g j s y clarifican así la concepción «funcio-
no amarillo) o en 19 3 4 -19 3 5 {Cuaderno marrón)— todos textos publi­ nalista» que se hace ahora de la metafísica.
o
cados después de su muerte por sus amigos y sus antiguos alumnos.
El año académico 19 29 -19 30 le ve igualmente— hecho sin prece­ ©
dente— aceptar dar en Cambridge una conferencia pública. El tema C)
es la definición de la ética. A primera vista, el filósofo no hace sino C '5
profundizar las reflexiones finales del Tractatus. Recuperando la dis­ (:ií
tinción entre juicios científicos (que remiten aJ mundo) y juicios de M i
valor (expresiones de la voluntad), subraya de nuevo la imposibilidad ___________ . ®
para la ética de traducirse en discurso. «Darse descabeza contra los aa » l á l i
a diferencia de Fra- ■ c>
límites del lenguaje, esto es la ética», repite por entonces a W ais-
Jú)
mann el 30 de diciembre de 1929, con ocasión de un viaje a Viena.^^
en relación a una y a la ■ p
otra, ' ' i? , o
3 2 . C it a d o en R a y M o n lc, Wittgeníuin: The duty of genius, N u e v a Y o rlc: F r e e
Ludwig Wittgenstein: E l deber de
P r e s s , 1 9 9 0 , p. 2 7 2 . ( T r a d . cast. de D a m iá n A Jo u ; Un curso sobre la creencia que pronuncia poco después (1930 ; Q
un genio, B a rc e lo n a , A n a g ra m a , 19 9 4 .] muestra además que-—para este agnóstico—
3 3 . C o n v e rs a c io n e s de W ittg e n s te in co n S c h iic k y W a is m a n n ; trad. fr. en Ma­
nifesté dii cercle de Vieniie et autres écrits, bajo la d ire c c ió n d e A n to n ia S o u le z , P a rís, ©
P U F , 1 9 8 5 , p p . 2 5 0 - 2 5 1 . [ T r a d . cast. de M a n u e l A r b o lí; Wittgenstein y el Círculo de , 'o
Viena, M é x ic o , F C E , 1 9 7 3 .] 3 4 . Ib ¡d ., p. 2 5 0 .

, 74 75
H IST O R IA H E LA F ILO SO FÍA E N E L SIG LO XX L A V ÍA SEG U R A D E LA C I E N C I A

E l Trinity College lo acoge con los brazos abiertos. En el trans­ i . . mientras el Tractatus parecía condenar la ética al jilenj:i^o
curso de una ceremonia un poco artificiosa y frente a un jurado ! U t- .^r> n v e rt!a r i n n e s - i n a n t e a i x l a s n c h Q-.añx 3 s -m a s . t a r d e . a t £ S t i -

compuesto por Moore y Russell, Wittgenstein obtiene el i8 de ju­ h nr«oo.o»ción m o ra U p d a jósofo. N o


nio de 1929 su doctorado en filosofía, con un texto— el Tractatus—- lanzarse con sus interlocutores a grandes discusiones so-
titiíbea en ] , • ^
que ya es un libro de culto en diversos círculos intelectuales. bMel «sentido» de la existencia. N o sólo manifiesta un ínteres cre-
1
(«Opino— anota Moore en su acta de examinador— que la tesis del cíente por Schopenhaüer y Kierlcegaard, sino que, si llega el caso, O
!i' : señor Wittgenstein es una obra magnífica; pero, al margen de esta áfirma comprender lo que quiere decir Heidegger con «Ser» y con 0
apreciación, satisface sin duda los requisitos para obtener el grado «angustia».” Para abreviar, no cesa de alejarse aJaJi^J¿£JB.tissell-y 6
de Doctor en Filosofía por Cambridge».)^^ Recibe igualmente una Hedos positivistas vienes^. . ■ j .^ o
^¡iTinUáneamente^ aparece en él \ma nueya^^^
beca de investigación que le ayuda a volver al trabajo y redacta in­
las ciencias soékkSi^iretnología en particular—
o
mediatamente, con vistas a un coloquio, una comunicadón titula­
.a
da «Algunas observaciones sobre la forma lógica». Publicada en den su§ objetos. Revelándonos la existencia de^éticas^difere^^^ í
19 29 en los Proceedings of the Aristotelian Society^ esta comunicación o
es el último texto de Wittgenstein aparecido en vida. Su autor re­ ^^^o,^nsiderar cada una de esa§i|tiegs^(^mp;^jgvgl§pem
negará, poco después, de su contenido. hteiSi I a
Com prometido en una desconstruccióirprogr^jy^d^Jfr/7rí4-^ perspectiva tal no puede sino afirmar | a
Jtis^ e\ peniamiéñto"^"Wittgenstein evoluciona en efecto, en ese f^^én^u tendencia natmaia priyileaarr-tanto en la moral como | ■ j
momento, a una velocidad vertiginosa^ N o cesará por lo demás de "^íTía filosofía del lenguaje o ías matemáticas-^¿^p4 f t l S J J ^ j 0
evolucionar, como corroboran sus notas manuscritas de los años ©
19 30 {Consideraciones filosóficas) y I 9 3 i “ i9 32 {Gramática filosófica), Las notas que redacta (19 3 1) leyendo un clásico de la etnología, La
©
así como sus cursos dictados en 19 3 3 -1 9 3 4 {Cuaderno azul, Cuader­ rama dorada d e j g j s y clarifican así la concepción «funcio-
no amarillo) o en 19 3 4 -19 3 5 {Cuaderno marrón)— todos textos publi­ nalista» que se hace ahora de la metafísica.
o
cados después de su muerte por sus amigos y sus antiguos alumnos.
El año académico 19 29 -19 30 le ve igualmente— hecho sin prece­ ©
dente— aceptar dar en Cambridge una conferencia pública. El tema C)
es la definición de la ética. A primera vista, el filósofo no hace sino C '5
profundizar las reflexiones finales del Tractatus. Recuperando la dis­ (:ií
tinción entre juicios científicos (que remiten aJ mundo) y juicios de M i
valor (expresiones de la voluntad), subraya de nuevo la imposibilidad ___________ . ®
para la ética de traducirse en discurso. «Darse descabeza contra los aa » l á l i
a diferencia de Fra- ■ c>
límites del lenguaje, esto es la ética», repite por entonces a W ais-
Jú)
mann el 30 de diciembre de 1929, con ocasión de un viaje a Viena.^^
en relación a una y a la ■ p
otra, ' ' i? , o
3 2 . C it a d o en R a y M o n lc, Wittgeníuin: The duty of genius, N u e v a Y o rlc: F r e e
Ludwig Wittgenstein: E l deber de
P r e s s , 1 9 9 0 , p. 2 7 2 . ( T r a d . cast. de D a m iá n A Jo u ; Un curso sobre la creencia que pronuncia poco después (1930 ; Q
un genio, B a rc e lo n a , A n a g ra m a , 19 9 4 .] muestra además que-—para este agnóstico—
3 3 . C o n v e rs a c io n e s de W ittg e n s te in co n S c h iic k y W a is m a n n ; trad. fr. en Ma­
nifesté dii cercle de Vieniie et autres écrits, bajo la d ire c c ió n d e A n to n ia S o u le z , P a rís, ©
P U F , 1 9 8 5 , p p . 2 5 0 - 2 5 1 . [ T r a d . cast. de M a n u e l A r b o lí; Wittgenstein y el Círculo de , 'o
Viena, M é x ic o , F C E , 1 9 7 3 .] 3 4 . Ib ¡d ., p. 2 5 0 .

, 74 75
¡i i
f
i H IST O R IA H E LA F IL O S O F ÍA E N E L SIG LO XX
II
•rii-
ill

D e esta for­
ma se comprende mejor la oposición dF^Wiltgenstein al ateísmo
militante de Russell— otro punto de fricción entre ambos.
Quizás ese interés creciente por el «punto de vista de la prác­
tica» está igualmente ligado al hecho de que, llegado zfellow del
Trim ty College (1930), Wittgenstein trabó relaciones con un eco­
nomista italiano, Fiero SraíTa, marxistá y amigo de Gramsci. Es sa­
f';)- ilS: bido que el clima intelectual, en las universidades de Cambridge a
:'i; inicios de los años treinta, era favorable al socialismo. Precisamen­
!.ÍVí:
te hasta el punto de que Wittgenstein— siempre insatisfecho de su
situación— en 19 35 decide viajar a la U R S S con la esperanza de en­
iiS contrar un empleo de trabajador manual.
Su estancia en Leningrado y después en iVIoscu es de corta du­
ración. Las condiciones de vida en estas ciudades son tan duras que
no tarda demasiado en renunciar a su proyecto— tanto más cuanto
que la administración soviética, si bien está predispuesta a ofrecerle
un puesto de profesor de filosofía, no quiere nada dé él como mano
¡tó;
de obra cualificada. De vuelta a Inglaterra persiste, no obstante,
II
It
hasta 19 3 7 en soñar con la experiencia comunista, así como con la
posibilidad de retomar a la U R SS para instalarse como médico. In­
i&:l
m cluso si tales aspiraciones no se transparen tan demasiado en sus es­
l'f: critos, confirman su anclaje dentro del movimiento socialmente
m progresista. De igual modo sus gustos notorios por el cine y la no­
II
;■ -L vela policíaca atestiguan, a su manera, su rechazo de los valores del
establishment.
^■'¡
:í La historia, mientras tanto, obligará a Wittgenstein a perma­
') necer en Cambridge. Después del Atischluss (1938), no tiene ya
ningún motivo para retomar a Austria, ni para verse imponer la
nacionalidad alemana. N o hay otra solución que convertirse en ciu­
dadano británico y aceptar, en 1939, la cátedra de Moore, que se ju­
bila ese mismo año.
Este período^^stáúgualmente marcado por un desarrollo febril de

pronuiiciado en Cambrícíge le ofrece la ocasión de desarrollar sus


LA V ÍA SEG U R A D E LA C IE N C IA

sobre la estética. Simultáne^ente,


por el que manifiesta im vivo interés, no exento
de espíritu crítico— f orma {Gestaltpsychologíe)^
^laborada en los años treinta por Wolfgang Kohler (1887-1967). l^as
¿ejlexipnes que le sugieren sus investigaciones, en este momento y
tnás tarde a partir de 1945, serán recogidas después de su muerte en
dos volúmenes titulados Observaciones sobre la filosofía de la psicología
(seguidos de un tercer volumen, Ultimos escritos sobre la filosofía de la
psicología) y en una recopilación bautizada Zettel (con motivo de la pa­
labra alemana que designa las hojas en que fueron escritas las obser­
vaciones). Finalmente. siempre por medio de un
curso de Cambridge—

mente simomárico dejeste^


respuestas a esta cucstipp quetiLgiiejiljajgaLgti

a calificar (1939) a t o d a la d o ^ in a intuicionista de vasta «patra-

77
h ist o r ia de la f il o so fía en el sig lo XX

ña».^^ Al mismo tiempo, ello conseguirá desvelar en él dudas sobré |


la validez del prineipio del tercio excluso, vigorosamente co n testa-f®
do por Brouwer.^^

^Si^ ^ ^ f^ ii|^8 Jég ítíS^ (K ^ ^ ssell)ig|!^ |^ |(|^ ^ p [B ro u w er), i


íjii f.:
Por I
lo que respecta a esas reglas, son, a imagen de las que rigen la gra­
mática de una lengua, «mmotivadas»-— sin ser por tanto completa­
mente arbitrarias, puesto que si fe S ttliM á É S a ilfe tó o lip i ( y fim- ,

■ Í--

íIH-

*Ü P "

gena ya el TraUatus. feíSpSip®jigj,®j^^5¿g£givj;gs£g|g-^

la medida en que el respeto a las


reglas que gobiernan su encadenamiento produce resultados. En
resumen, en la medida en que el uso que se hace de ellas por la co­
munidad de los matemáticos se revela, en la práctica, concluyente.

u ^ J- kctures 011 tbe foundations of mathematics: Cambridge igin


o b ra d irig id a p o r C o r a D ia m o n d , H asso ck s, T h e H a r v e s t P re ss. 1 9 7 6 , p . 237.
D 3 * _ W i t t g e n s t e i n , Remarqiiesmr Usfondemmtsdesiimtbématimies, trad fr
P a n s G a lh n ^ r d . 1 9 8 3 , 5* parte, fragm entos 1 0 1 2 . pp. 2 2 8 - 2 3 0 . [T ra d . cast. de Isid o ­
ro K e g u e ra. Obsnvaaones sobre losfundamentos de la matemática, M a d rid , A lia n za 1 0 8 7 1
3 7 . Ib id ., 6 “ parte. § 2 1 , p . 2ÓÓ. ’

78
LA VÍA SEGU RA D E LA C IE N C IA
rr)
la sociología de la
por tanto, reemplazar a fa epistemología. El mismo C!)
i^jttgenstein no llega a formular de manera tan explícita esta con- r')
(gjusión «ultrapragmatista»— pero otros, más tarde, lo harán en su © i

%gar y apoyándose en él. O


,, . Queda una pregunta en la que su respuesta puede parecer decep-
©
¿qnante: éD
_________ ©
0 0 Pregunta que es tanto menos evitable cuanto que esipl^teaite^
nuevo, a partir de 19 3 1, p:gj^sagÍl®SM it|gJg^^ Se­
gún ehpn,^^erg^g d[|os, se puede— ^incluso en un sistema formal tan i©
elemental como la aritmética axiomatizada por Russell— establecer
ia existencia de al menos ima proposición indecidible, es decir, de ©
una proposición cuya verdad o falsedad no es demostrable en el sis­
tema en cuestión. De la incapacidad en que nos encontramos de pre­
venir la aparición de una proposición semejante se sigue que el cuer­
po,de los axiomas sobre los que reposa la aritmética es por definición
incompleto/UsSaHláfe^ ag a B aifefíaá^Lqüe concluye la imposi-
bilidad de probar el carácter no contradictorio de la aritmética me­
d ir te sus úrdeos medios, parece menos inquietante a corto plazo. ©
Revela no obstante, también, la existencia de límites absolutos que se
imponen, desde el interior, al proyecto de formalización.
C o n j u n t a m e n t e , q u e prolongan en 19 3 ó la i -? i

tesis de Church y Turing— hacen redoblar las campanas por el lo-


gicismo y por las ambiciones hilbertianas.

i)
Pero— lo que dice mucho sobre su evolución—-
estos resultados no parecen emocionar demasiado a \Afittgenstein. '-■3

Su última postura sobre la cuestión será la siguiente: esperemos a


ver aparecer efectivamente ima contradicción. Cuando sea éste el
caso, inventaremos un procedimiento ad hoc para «ponerla en cua­
rentena», de tal manera que el enunciado patológico no nos impida
continuar utilizando la parte «sana» de las matemáticas. Posición X)
tranquilizadora— pero cuya inspiración todavía «pragmatista» está
muy lejos de gozar de unánime aprobación entre los matemáticos.

í:)

(■ )
79
im-: H IST O R IA D E LA F ILO SO FÍA E N EL SIGLO XX

Wittgenstein tiene cincuenta años cuando estalla la Segunda Gue­


rra mundial. L e asalta de nuevo el deseo de alistarse— pero, esta
vez, contra Alemania. Y es la preocupación de cumplir un deber
1 socjal al servicio de su nueva patria lo que le lleva a solicitar (1941)
un empleo de ayudante de dispensario en im hospital londinense.
1=.; 'i' ;•:
-^- !l’i Cuando en 19 4 4 se reintegra— sin entusiasmo— en el Trinity
College, sus relaciones con Russell se han vuelto francamente
r-0 malas. Ambos se reprochan mutuamente no haber producido na­
ir-1 da valioso desde la época de los Principia (para uno) y del Tracta-
&|ji íip; tus (para el otro). Incluso la amistad de Wittgenstein con Sraffa
ii¡ pasa por una fase difícil. L a enseñanza le ha dejado definitiva­
S'fl ÍV mente de interesar. E l 26 de octubre de 1946, con ocasión de una
(:0
conferencia dada en Cambridge por Karl Popper, discute viva­
c3 ) lf r mente con éste. Popper defiende la idea de que existen problemas
& f: filosóficos de naturaleza «específica». Wittgensteiii le contradi­
m- í ce y, después, exasperado por la argumentación de su adversario,
i|á: í; agita un atizador con gesto amenazante antes de desaparecer dan­
do im portazo.^® Finalmente, en 19 4 7, Wittgenstein renuncia a su
cátedia.
Sus últimos años están marcados por algunos viajes, así como
por la progresión dolorosa del cáncer que termina por llevárselo a
la edad de sesenta y dos años- Aún son, no obstante, años intensos
li'll: li- en cuanto a la escritura. En 1949, Wittgenstein finaliza una ver­
i sión provisional de las Investigaciones filosóficas— que no se decidirá
por entonces a corregir, a pesar de su volimtad muchas veces ma­
nifestada de publicar ese libro. Después redacta las Observaciones so­
bre los colores y, hasta sus últimos días, trabaja en un texto también
inacabado, Sobf^e la certeza.
líí

U;-.i

f:;?)

3 8 . E s a es la v e rsió n de la anécdota co n tad a p o r K a rl P o p p e r en La Quite ína-


chevéey trad. fr., P a rís, P re sse s P o ck et, 1 9 8 9 , cap. 2 6 , p p . 1 7 0 - 1 7 2 . [T r a d . cast,: Bús­
queda sin tcrffñno. Ujia autobiografía intelectual^ M a d rid , T e c n o s , 1 9 9 3 .1
3 9 . B e rtra n d R ussell, Histoire de mes ideesphilosophiqiies^ op. cit., p. 2 7 1 .

80
L A V Í A S E G IT R A D E L A C I E N C I A

, , . ■ j j ,1^
Esta última formula es sin duda excesiva, pero es verdad que ly

Todo sucede cTOf^í^en oposición a lo que

huello,To^xTe se encuentra expuesto revela más un nuevo estado de


ánimo— fruto de una evolución que ha comenzado en 1929:
una nueva doctrina.
Síntoma de ese cambio de ánimo,

raijEiaaEiSM
^ (§ 7). Sin embar-
g S ^ p M ^ ^ ^ i e m ^ s ^ ^ ^ m ^ s t á tfiam^ rioción— de la que W itt­
genstein ha comenzado a hacer uso a partir del curso académico
1933-1934, en el Cuaderno azul— perm ite una aplicación mas
vasta. ■ j •

4 0 , L a trad u cció n francesa de las Investigations pbilosophiques a q u í utilizada es la


de F ie r re K lo sso w sk i, aparecid a en G a llim a rd en 1 9 6 1 . [E x c e p to algu n as m atiza -
ciones por fidelidad a la cita fran cesa d e D e la c a m p a g n e , p ro c u ra m o s seg u ir a c 1-
ció n castellana d e A lfo n s o G a rc ía S u á re z y U lis e s M o u lin e s . L . W itt g e n s t e in , In-
venigadonesfilosóficas, B a rce lo n a, E d it o r ia l C r ít ic a (en c o la b o r a c ió n c o n el
d e In vestigacio n es F ilo só fic a s d e la U n iv e r s id a d N a c io n a l A u tó n o m a d e M é x ic o ),
19 8 8 . (N. del f.).]
81
H IST O R IA D E LA FILO SO F ÍA EH E L SIG LO XX

flaáBíMS^ (§ 67). Su lista es prácticamente infinita:

Dar órdenes y actuar siguiendo órdenes—


Describir un objeto por su apariencia p por sus medidas—
Fabricar un objeto de acuerdo con una descripción (dibujo)-
Relatar un suceso—
Hacer conjeturas sobre el suceso—
Formar y comprobar una hipótesis—
Presentar los resultados de un experimento mediante tablas
Inventar una historiaj y leerla— [y diagramas—
Actuar en teatro—
Cantar a coro—
Adivinar acertijos—
Hacer un chiste; contarlo—
Resolver un problema de aritmética aphcada—
Traducir de un lenguaje a otro—
Suplicar, agradecer, maldecir, saludar, rezar [...] (§ 23).

quiere decir: «entender algo que ya está patente ante nuestros ojos>:
(§ 89)» puesto que se tr^ simple modelo que hay que seguir.

puramente técni-
•©
LA V ÍA SEGURA DE LA C IE N CIA
©
©
i.aLJii.1 __^ u j I ii„_.ü I Tractatus— que nos ordena
las Investigaciones— que asimilan ©
Iflda actividad simbólica, incluyendo la de la ciencia, a un juego re­ ©
glado__, el recorrido de Wittgenstein podría ser descrito como la © I
persecución de un mismo esfuerzo para imponer al fdósofo el res­ p !
peto riguroso de los gramáticos— o de los códigos— definiendo los © 1
lisos legítimos de los signos en general. o I
p a ¿ ^ ^ M B r iÍ® ^ ® íííb ih iÍ D d a l® $ i^ ó m w r ó n a ® im m .r .G 5
©
fl^^^^Algunos pasajes de las Investigaciones pueden sugerirlo, como
©
por ejemplo esta famosa declaración: «La filosofía no puede en modo
alguno interferir con el uso efectivo del lenguaje; puede a la postre 0
solamente describirlo. Pues no puede tampoco fundamentarlo. Deja
todoícomo está. Deja también la matemática como está y ningiín des­ ©
cubrimiento matemático puede hacerla avanzar» (§ 124). o
Sin embargo, jb :e o ia s » e É (É Íirtia ^ ^ M M larga¿a!^^ i/i'
©
■©
C:)
O
e'A

„ _ „ _ ___ la cual
uno de los mejores inté de Wittgenstein, el filósofo y lógi-
co norteamericano Saúl' l^libserva atinadamente que está en O
el centro mismo del libro 0

©
©
individüo ítislado para su único uso personal: pues, de lo contrario, '0
«creer seguir la regla sería lo mismo que seguirla» (§ 202). Síxi,^ '■ Q
0
(§ i 9) J

Wingennein <mrules and prívate language, C a m b rid g e (M ass.),


4 1 . Saú l K rip k e , ©
Alejandro T o m a s in i Bassols:
H a rv a rd U n iv e rsity Press, 1 9 8 2 , p. 7. [T r a d . cast. de
Wittgenstein. Reglas y lengnt^e privado, M é x ic o , U N A M , 19 8 9 .]

83
fe¡i
f .i,-:

H IST O R IA D E LA F ILO SO FÍA EN EL SIGLO XX

jlí MI _

O-

precio de arduas discusio­


nes. A menudo menos Íeída que la primera mitad del libro, la se­
gunda parte ofrece un resumen del último estadio alcanzado por
Wittgenstein en

m-
n)

(■-■■y —dice Wittgenstein—^


(§ íop)* Énten-
— demos por ello que está, en lo esencial, en lucíia consigo misma,
Ipuesto que los puzzles filosóficos nacen «cuando el lenguaje hace

© partiendo del principio de que no hay explicación última, no tratan


de sustituir una doctrina por otra sino, más profundamente, de de­
volvernos la idea misma de «teoría».

la única misión del filósofo resultara ser la de «mostrarle a la mos­


ca la salida de la botella cazamoscas...» (§ 309)-
«Filosofando— dice aún Wittgenstein— se llega al resultado de
84
LA V ÍA SEGURA P E LA C IEN CIA

que aiin se quisiera proferir sólo un sonido inarticulado» (§ 261).


Ün violento deseo de rechazo parece inspirar por tanto su actitud
global para con la civilización después de 19 4 5— probable efecto
de su pesimismo natural, reforzado por la experiencia de dos gue­
rras mundiales. Basta, para medir su alcance, con releer ciertas pá­
ginas de las Vermischte Bemerkungen^ u «observaciones diversas»
publicadas en inglés con el título de Culture and valué), datadas en
19 45-19 47. Se ve a Wittgenstein formular el voto de que la «bom­
ba atómica» provoque muy pronto la destrucción total de la huma­
nidad. Y ;

— la expresión no le hace justicia—

Veinte años más tarde, el norteamericano Richard

42. L u d w ig W ittg e n ste lQ , Remarques melées, txad. fr., M a u v e z in , T - E . R - , 1 9 8 4 ,


p. 66.

85
l'i i. ilí-
■O

L A S F IL O SO F IA S D E L F IN A L

^ -.7*

r f ÉL FINAL DE EUKOPA
o
.0
D ^88oa comD
Durante esos treinta años,
unos científicos rediseñan la visión que el hombre se hace del mun­
do. Artistas y escritores inventan nuevos lenguajes. Los filósofos, .0
convencidos de haber alcanzado verdades inquebrantables, creen
. j
yei^ajizarse el sueño kantiano gracias a ellos.
É ^ ^ ^ ^Sdñr3[4 J^es^tant(¿iTOásjI^ que larilusimi ha .
(3
íd^ie^:aíh:d^¿£^ . 3)
El horror que se vincula— todavía hoy— al recuerdo de 1^ Fife @

debe ante todo a su excepcional crueldad. .©

Amillones de víctimas, decenas de millones de supervivientes trau­


matizados, generaciones diezmadas, ciudades borradas del mapa: ■0
todo eso, sin hablar de los primeros bombardeos aéreos ni de las .O
amias químicas, dejará marcas indelebles en la memoria de quienes .O
lo vivieron.

Marcas tanto más dolorosas por cuanto que esa guerra habría
podidoser^e^tada. N o lo fue, por la incuria de políticos irrespon-
sahlcs. Habría podido, en última instancia, ser conducida de mane­ O
ra menos costosa en vidas humanas. N o lo fue, por la necedad de ^C:')
generales ávidos de gloria. En las trincheras, millones de hombres ..9
morían por nada: por algunas hectáreas de tierra alternativamente .Q
perdidas, recuperadas, vueltas a perder. O bien porque, culpables
de haberse sublevado contra la barbarie, fueron fusilados por or­
.9
den de sus jefes.
..
Lo absurdo de tales masacres aparece a plena luz tan pronto
■9
como se alcanza el armisticio. Los negociadores del Tratado de
Versalles, en efecto, se muestran incapaces de sentar las bases de
una paz duradera. AJ contrario, por la manera de redibujar el mapa ,:'o
:3 ')
87 - ^
■■■■■■•(:;vr

H IST O R IA D E LA FILO SO F ÍA E N EL SIGLO XX


::

del mundo, no hacen sino exacerbar las frustraciones, alimentar los


: deseos de revancha. Como subrayará Bertrand Russell— uno de
5 los primeros— , la ascensión del nazismo— ella misma causa de la
■o--
Segunda Guerra mundial— será en parte consecuencia del estado
caótico en que el Tratado de Versalles deja Europa en 19 19 . Una
consecuencia más lejana será, al final de los años ochenta, el des­
pertar de los fanatismos político-religiosos en los Balcanes, con
© nuevas masacres por añadidura.
^>a_g3¿erra_de^^^ es, pues, algo diferente de un parénte-
sis violento en el curs© d ej^ ciyiI^da_^^on^^
síntoma de una pulsij^ ^ u jci^ ^ u e^ im en ad elan té de
©■ rlevQraiLa^EurQpa. El inicio dramático— tan inesperado, tan espec­
tacular como, dos años antes, el naufragio del Titanic— de im pro­
©■
ceso de regresión preñado de amenazas para el futuro.
©,
Q,

"1 al es por otra parte el análisis que se hacen, en aquel momento,


un gran numero de intelectuales.
© Desde 19 18 , en L/z decadencia de Occidente^ el ensayista alemán
Oswald Spengler (1880 -19 36) propone una interpretación de esa
aparente «decadencia» de Europa fundada sobre una filosofía
«vitalista», propicia a las generalizaciones más discutibles. De un
romanticismo crepuscular que se considera nietzscheano, la obra
conocerá durante años un vivo éxito literario, a pesar de sus defec­
I.Vj .
tos. Influirá en las interpretaciones de Arnold Toynbee (1889 -
©. 19 75) sobre la historia mundial, así como en la estética espiritualis­
6:-) - ta de André Malraux (19 0 1-19 76 ). En el ínterin, el «socialismo
prusiano» predicado por Spengler para encauzar la oleada crecien­
te de violencia se convertirá en una referencia principal para los
í (Vi teóricos de la «revolución conservadora» (Moeller van den Bruck)
— que, adaptando la ideología de la extrema derecha alemana a las
preocupaciones de su época, contribuyeron a preparar, durante los
. V)
años veinte, la llegada de Hitler al poder.
Formulados en un estilo más sobrio, juicios igualmente pesimis­
tas sobre el futuro de Europa se hallan de nuevo en Francia bajo la
pluma del poeta Paul Valéry. Las cartas de este último sobre La crisis
del espíritu (1919 ) dicen en pocas palabras lo esencial. «Los hechos—
observa Valéry— son claros e implacables. Hay miles de jóvenes es-
88
L A S F I L O S O F Í A S JOEL F I N A L

critores y de jóvenes artistas que están muertos. Estás la ilusión per­


dida de una cultura europea y la demostración de la impotencia del
conocimiento para salvar lo que sea.

Este discurso sobre la «crisis» conoce­


rá, también, una fortuna notable a lo largo de los decenios siguientes.
En los artistas, la revuelta no es menos viva. Se manifiesta por pri-
mera vez en Zurich, en 1916, con la explosión del^^vóm ente
■ ^Sstailínformal y enemigo de las fronteras—se reconocen en él Hugo
B allf^ ax Emst, Hans Arp, Tristan Tzara, Marcel Duchamp— , este
movimiento nj¿ge:rebélá §ólá^éñté^ié^ñfr®^lSPigMv^^^
afad|mi:d®)SÍi^5;íáé>fñná^inMéWiftáPgé1^^^
< ^ 1861S^fflSi®áléivifi!¿ácÍGfriqtíé^Ka pésáí^dW S^^^^
La inspiración subversiva del dadaís­
mo alimentará, a su vez, la literatura y la pintura surrealistas así como
el cine expresionista— cuya reputación, entre las dos guerras mun­
diales, traduce la preocupación creciente de los medios cultivados
por las fuerzas oscuras que se agitan en el inconsciente.
Finalmente, la guerra y la epidemia de neurosis «traumáticas»
que ésta desencadena en los supervivientes de las trincheras desve­
lan iguahnmte./ivinterés de los psicoanalistas. Provocan la elabora­
ción, poffFreud^^ la noción de «pulsión de muerte»— ^introducida
por primefl vez en un ensayo de 1920, Más allá del principio de pla­
cer— , así como el asentamiento de la segunda «topografía» para el
psicoanálisis, centrada en los conflictos patógenos que oponen entre
sí el «ello», el «yo» y el «superyo». En el curso de los años siguien­
tes, E^feeímuestraíícada^ézwásKatentom^bpapehque?»
Psicología de las
masas y análisis del yo (1921)— considerando al leninismo, aunque la
interpretación valdrá igualmente para los fascismos europeos— , se
esfuerza por explicar el «deseo de sumisión» que lleva a las masas a
invocar un «guía» providencial, mientras que sus últimas obras— E/
porvenir de una ilusión (1927), Malestar en la cultura (1930)— traicio­
nan la amplitud del pesimismo que impregna su visión de la historia.

43. T e x t o reco gid o en Paul V a lé ry , Variétél, P arís, G a llim a rd , 19 24 » P-

89
H I S T O R I A DE LA F I L O S O F Í A EN EL S IG L O XX

Inquietudes emparentadas abrazan, indudablemente, el mundo


filosófico en su conjunto. N o solamente porque filósofos céle^
bres Hermann Cohén, M ax Scheler, Henri Bergson— no siem­
pre han podido resistirse, durante la guerra, a la tentación del
«patriotismo» militante. Sino también^^^g.ge|lg|j^

tragado por el fango del Chemin des Dames? Algunos asi lo temen.
Se ve a Russell, a partir de 19 1 5 , renunciar a toda actividad mate­
mática para consagrar lo esencial de sus fuerzas a tareas políticas.
Incluso Wittgenstein— quien no obstante no es pacifista— se
muestra estremecido por la guerra. El tono helado del Traaatus, el
desapego que se expresa en él en relación con la vida, el sentimien­
to del mundo como «totalidad limitada» que constituye su tras-
fondo todo esto ¿no es, en parte, el efecto de una singular expe­
riencia de la muerte?
D e todas formas es en la filosofía alemana donde— por razones
comprensibles— ^la enfermedad es más profunda. En efecto, de
entre los principales pueblos europeos, los alemanes constituyen
en esta época aquel cuya identidad colectiva es todavía más ines­
table. N o sólo su unidad nacional es reciente (18 7 1) , sino que per­
manece inacabada en la medida que el Estado que encama la R e­
pública de W eim ar está lejos de reunir todas las comunidades
germanófonas de Europa. Vencido, arruinado, humillado por la
pérdida de sus posesiones coloniales, este Estado es por otra par­
te contestado en el interior por toda clase de movimientos extre­
mistas a los que la crisis económica aportará apoyo popular. La
n:' impotencia de los políticos para salvaguardar la democracia hará
el resto._MQ^^^^é3^ a ii^ p)tóMárú?o^ue.^laFjSlQSofía..alema^ ^

Hay ciertamente excepciones, pues^guLedaO-íiensadores^^aia^


l^.^jdjcjón deja d g.gr proseguida impertur-
¿^klÉjlignte. Se^ngugntra esta actitud, en lo esencial, en los neo-
kanüaims de la escuela de Marburgo. así como en el interior de la
corriente fenomenológica. " — .

90
'■ r.j
■©
Y LAS FILO SO FÍAS D E L FIN A L

En Marburgp, la herencia intelectual de Hermann Cohén ©


(muertQgnoLqrS) es recogida por su más cercano discípulo, Ernst
í'Caisife^^^^^ Llamado en 19 19 por la xmiversidad de ©
"^Hámbürgo— donde es colega, entre otros, del matemático H iL
bert— , Cassirer prosigue ahí su reflexión sobre las ciencias publi­ §)
cando los tres volúmenes de su monumental Filosofía de lasfnm as .©
simbólicas 1923; ii, 1925; iii, 1929). Alimentada de un racionalismo
©
humanista y clásico, esta obra— que se esfuerza en extender el mé­
©
todo criticista kantiano al campo de las producciones constitutivas
©
de la cultura (lenguaje, mitos, obras de arte)— no verá reconocida
su imporíandíhast^^ después de 1945. m
su parte, ha estallado a partir de 19 10 en
muítíples^tenderícias. Guardián del templo que él mismo ha cons^ ©
truido, Husserl se absorbe en investigaciones cada vez más especu­ m
lativas. Sus primeros discípulos siguen cada uno su vía propia. Des­ ©
pués de haber consagrado un libro, E l hombre del resentimiento
(19 12 ), a la crítica de la cultura «burguesa» y de haber atravepdo
©
dprante la guerra una fase intensamente «nacionalista», Max §che-
©
Íer^|i874-i92 8) se orienta a la vez hacia la filo so fía ,^
^ la sociología del conocimiento. En cuanto a Kj)rl4|aspejffi(i883-
1969), su formación médica le lleva a preguntarse por ía psicología
y la psiquiatría {Psicopatologta general, 19 13), siguiendo paralela­ €1
mente una reflexión original sobre los fundamentos filosóficos de
las grandes «concepciones del mundo». ©
©
©
cual sea su interés,-rióHsoniéllos^^^^^
©
M
Las dos obras más significativas, desde esta perspectiva,
provienen de otcQ^^hqriz Una, L a estreUg^jle^la^-xc^^ ©
(19 2 1) de Fran:&RQsenweit^. rgfleia las preocupaciones espiritua­
les de una comunidad—Ta comunidad judía— cuya intensa acüivi- ©
dad será muy pronto interi;iiJTyú4%,poi: el nazismo. La otra, Ser y
tiempo ÍI Q 2 7 ) , de Martirfi'He¡degget3 ÍÉ> -.0
id^dojpidj^ r^rKIñsdútiaslosílunda m
“CJ
intétv^'tii^^éntaBdasíiibases^íde^am^TO
:J )
Rosenzweig, Heideggeir: dos pensadores que se esfuerzan por

91
H I S T O R I A DE LA F I L O S O F Í A EN EL S IG L O XX

sublimar su desespero histórico en la búsqueda de un «más allá»


mesiánico o revolucionario. Dos filósofos a los que todo parece
aproximar— pero que la historia separa, por siempre jamás.

ii.
I ■'
Frap&oseii^vgm ^ nace en Cassel, en una familia de la
burguSí^ípÉfe^inilada, que le impulsa a abrazar la carrera médi­
ca. Después de haberla abandonado en favor de estudios de historia,
se sumerge en 19 10 en mi trabajo sobre el pensamiento político de
Hegel. Casi enteramente acabada en 19 14 , la obra no aparecerá dé
todas maneras— con el título de Hegely el Estado— hasta 1920, en un
momento en que Rosenzweig está tan alejado de Hegel que verá en
'i éste el mismo símbolo de todo.lo que, en lo sucesivo, execra.
H ay que decir que mientras tanto ha tenido lugar la guerra.
Durante dos años, de 19 16 a 19 18 , Rosenzweig roza la muerte en
las trincheras de los Balcanes. Es allí donde, en julio de 19 18 , bajo
el choque de una grave crisis moral, comienza a escribir La estrella
de la redención. Como no dispone de papel, redacta el comienzo en
tarjetas postales que dirige a su madre. Acabado en febrero de
19 19 , después del aimisticio, el libro ve finalmente la luz en 19 2 1.
El mismo año, exactamente, que la primera edición del Tractatus
logico-phUoFophicus^ naci3 o~el también V la lu z dé las granadas.
Su impacto inmediato, fuera de los medios judíos, resulta hmi-
tado. Por lo demás, Rosenzweig no tendrá demasiado tiempo de
reiterarse. A partir de 1920, se ocupa en crear un centro judío
de enseñanza hbre en Frankfurt, el Freies Jüdisches Lehrhaus, desti­
nado a reaccionar contra los excesos de la asimilación, y otras acti­
!'
;,l ¡1'
vidades en las que participan Martin Buber, Gershom Scholem y
Erich Fromm. Más tarde, en 1922, se descubre atacado por una en­
fermedad incurable que le priva a la vez del uso de la palabra y de
toda motricidad. De 192 3 a su muerte vive prácticamente parali­
zado, consagrando sus últimas fuerzas a traducir, con la ayuda de
Buber, los grandes textos bíblicos del hebreo al alemán. El adveni­
miento del nazismo acaba por arrojar su obra al olvido. Un olvido
del cual, habida cuenta de que ésta ataca muy fuertemente los pre­
juicios positivistas, no ha podido jamás salir verdaderamente.
La e^^ella de la redención es no obstante un gran hbro, cuyos a r ^ -
^s,.^«e^stencialistas» remiten a la vez a Nietzsche y Kierkcg^ard.

92
LAS FILO SO FÍAS D EL F IN A L

La primera frase del texto—« L a muerte, el temor a la muerte,


atrae todo conocimiento del Todo...»'^— manifiesta la autentici­
dad de una reflexión directamente inspirada en las trincheras. Pero,
si los únicos conocimientos verdaderos son los que se adquieren
en vecindad inmediata con la muerte— ^la suya o la de alguien cer­
cano— , el primero de estos conocimientos se resume él mismo en
la constatación de que la muerte no tiene, en sí, ningún sentido. Es
el absurdo por excelencia— un absurdo al que la filosofía se esfuer­
za en vano por dar diferentes significados, todos irrisorios.
dád^:^¿la;angusJi^;¿GOñ:t^

Sistema de la totalidad, el hegehanismo aspira en efecto a resu­


mir el curso entero de la filosofía europea: es justamente esto lo
que condena Rosenzweig al rechazarlo. ]^ r lo que respecta a los^r^^

l):fe^|jj^P^éiididoM;Cma^^^ haber legitimado demasiado


abiertamenteHáa^a^tujal^^Mfolfetijl^Mtdii^^

¿Qué dice Hegel, según Ld estrella de la redención} Que el con­


flicto es el motor exclusivo de la historia. Que la historia entera
culmina con el advenimiento del Estado-nación. Y que el Estado-
nación es a la vez la forma política más acabada y la que concuerda
mejor con la esencia fundamentalmente «cristiana» de nuestra ci­
vilización. Ahora bien, en todos esos puntos, el desarrollo de los
acontecimientos no ha hecho sino darle la razón. Él Estado mo­
derno ha devenido ciertamente la realidad suprema, en cuyo nom­
bre el individuo puede ser en todo momento sacrificado. En cuan­
to a las relaciones entre Estados, no pueden ser sino belicosas, al

44. F ra n z R o se n z w e ig , Uétüile de la rédemption^ trad. fr., P arís, É d . du Seu il,


La estrella de la redención^ S a la m a n ­
1 9 8 2 , p. 1 1 . [T ra d . cast. de M ig u e l G a r c ía -B a r ó :
ca, S íg u e m e , 1 9 9 7 .]

93
H IS T O R I A DE LA F I L O S O F Í A EN EL S IG L O XX

estar comprometidos en una competencia despiadada que destila a ^


su vez los progresos de la técnica. L a guerra se confunde, en ade- ^
lante, con la lógica misma de la civilización <<cristiana>í-.

tes; ^ |

Cualquiera que sea la exactitud— evidentemente discutible—-de


esta interpretación de Hegeh

>omhtÜ d g i m m ^ a]iÍGg:l®gt íEüsdiffeiüfií imíids^ üii»s


<íati!iffisob m m h ^ c Jiáibg BSGlOhSipÉHsSeseapafe
a te l^ íáídíSm iSlítW É

periencias privilegiadas que constituyen la emoción estética o el


fervor de una celebración religiosa.
=^®#eMzi^lí^^^^0^^1áiísinguJ^dad;i;iñ'dívrd
d^Éiíá®sSa®á0S?^b|gtívoíGori®á?Íóvobjetiv
#®ÍM ^ Q n iere estar con los que se mantienen a distancia de la his­
toria, a fin de no perder toda relación con la eternidad, y no con los
que no aspiran sino a precipitarse en la lucha por la vida material.
En consecuencia, se aboca a buscar refugio en los fundamentos fi­
losóficos del judaismo tradicional, marginado durante dos mil años
por el triunfo del cristianismo.
t ■ La rebelión de Rosenzweig está muy lejos, sin embargo, de re­
ducirse a un puro y simple movimiento de retorno a las raíces ju­
daicas. Dos rasgos mayores la distinguen. Por una parte, Rosenz­
i;
weig no pretende en absoluto hacer del judaismo una solución
válida para toda la humanidad. Al contrario, admite que, si bien la
«revelación» judaica resulta la mejor para los judíos, la «revela­
ción» cristiana— en sus aspectos más auténticos— puede ser igual
de váhda para los cristianos. Esto es, que existen al menos dos for­
mas de «revelación», ambas legítimas, que reposan— como se com­
place en subrayar— sobre bases comunes. Tal ecumenismo no hará
sino chocar, en los dos campos, con los guardianes de la ortodoxia
teológica. Por lo demás, el diálogo judeocristiano predicado por La

94
mr L) ■
; ■)
LAS FILO SO FÍAS D E L F IN A L
fTí
e^ella de la redención no tendrá, ni aun después de la Segunda Guerra
f'% I
iñiindial, demasiado eco filosófico.
El segundo punto por el que Rosenzweig se aparta de las co­ '©
rrientes más militantes del judaismo de su tiempo es su actitud en
relación al sionismo— movimiento surgido con la publicación de p
E l Estado judío de Theodor Herzl (1896). A diferencia de Cohén,
Rosenzweig no es partidario de la asimilación «al cien por cien»,
pero tampoco está convencido de la idea de un retorno a Palesti­
na— idea que Scholem y Buber, por su parte, pondrán muy pronto
en práctica. Tem e que, reconstruyendo un Estado sobre la Tierra
Prometida, el pueblo judío se convierta a su vez en un pueblo como ,0
los otros, que se deje devorar por la historia, por la lucha por la
vida, por la ambición nacionalista. Su.sionismo resulta pues— si se
puede decir así— un sionismo «espiritual», que no implica la nece­ .©
sidad del retorno a Jerusalén. Rosenzweig prefiere seguir siendo -
alemán. A lo más, reprocha a sus correligionarios alemanes haber C-'O
perdido de vista los grandes principios de la moral bíblica.
Se puede no compartir tal filosofía rehgiosa. N o obstante, hay
©
que reconocerle el mérito de descansar sobre una toma de concien­
cia— sincera e intensa— del sufrimiento humano frente a la absurdi­ ©
dad de la muerte, el horror de la guerra, la injusticia de la opresión ©
ejercida por el Estado. Resueltamente individualista, este pensa­ (3
miento no tiene— como el de Wittgenstein-r-demasiadas referen­ '3
cias académicas. Sin duda procede, por una parte, de la última filo­ ,i )
sofía de Schelling— ancestro lejano de todos los existencialistas— y, O '
por otra parte, del último libro de Hermami Cohén, Religión de la ,f j
razón según lasfuentes deljudaismo (1919), donde el filósofo neokan-
- ©
tiano mostraba que la grandeza de la religión judía partía esencial­
mente de la riqueza y de la universalidad de su contenido ético.
Pero la obra de Rosenzweig supera— integrándolas— estas distintas ©
influencias pues, más allá de sus conclusiones estrictamente religio­ ,p
sas, se proyecta fundamentalmente hacia el futuro, hacía la prome­ ©
sa de un «nuevo mundo» interior, de un «renacimiento» espiritual.

'( J
_C.)
clt^ minca a Rosen zw eig ^ .^ fe^ ^ !ifi(^ 8 iM ffiilÍiíÍIH t e d i f ^
,_'ü

95
H IST O R IA D E LA FILO SO FÍA EN EL SIGLO XX

OH^gGiiíi^d N o se puede
negar: en ¿sta visión
4^gfMKIÍ©’i;S^- -
©. Oaoi;fíro|^fo^:uffiÓ^^KarliL^ durante su exilio
americano (1942), publicará uri Sñsáyo donde precisará esta com­
paración entre ambos pensadores."^^ Ahora bien, tal comparación
tomará entonces una nueva dimensión, en virtud del compromiso
personal de Heidegger— a partir de 19 3 3 — con los dignatarios del
Partido Nacionalsocialista. Y la conclusión de Lówith será que, si
bien la tesis del primado de la existencia confrontada con la muer­
te es ciertamente el punto de partida común de ambos filósofos, és­
tos divergen completamente por el espíritu con que— a partir de
i esa base— se han desarrollado. En la actualidad, sin embargo, exis­
ten filósofos que— como Emmanuel Levinas— consideran posible
apelar a ambos a la vez.

M artihddeidegg^^J^ nace enMessldrch, en el Estado de


Baden^-iúí^iefcÉórSzón de una región esencialmente rural, católica y
conservadora. Proviene de una familia modesta y practicante. Su
pacíre— tonelero— ejerce igualmente las funciones de sacristán en
la parroquia. Brillantes, sus estudios secundarios parecen destinar
al joven Martin a una carrera eclesiástica.
Sus centros de interés, no obstante, se extienden rápidamente de
la teología a la filosofía y a la literatura. En 1907, im sacerdote le re­
gala un libro que va a orientarssu‘i>pensamiento de manera decisiva,
la tesis doctoral de jgrati^jBrentgn
(^te en Aristóteles (1862). E^rént^tM

ÍU#
que constatar de paso la fecundidad del pensa­
miento brentaniano, que inspira sucesivamente la filosofía lógica
(Meinong, Twaidowsld), la fenomenología (Husserl) y el existen-
cialismo.

45. K a rl L ó w it h , « M a r tin H e id e g g e r and F r a n z R o s e n z w e ig , o r te m p o ra l]ty


and e t e r n it y » , te x to p u b lic a d o en Philosophy and Pbenomenological Research^ I I I,
B u ffa Jo , 1 9 4 2 ,

96
w p

LAS FILO SO FÍAS D E L F IN A L

AI final de sus estudios secundarios, Heidegger entra en el no­


viciado en la Compañía de Jesús. Sólo permanece quince días, a
cuyo término los jesuítas lo expulsan a causa^—^parece ser— de ina­ i
daptación física. Se matricula entonces en la facultad de Teología
de la Universidad de Friburgo. En ella profundiza sus lecturas filo­
sóficas: santo Tomás, los escolásticos, pero también las Investiga­
ciones lógicas de Husserl— que le atraen porque sabe que se trata de
un alumno de Brentano, a quien está dedicada la obra.
Es en este momento cuando Heidegger publica, en una revista
católica, sus primeros artículos. Estos atacan vigorosamente el li­
bre pensamiento, el materialismo moderno, las teorías de Nietz-
sche. Del año 19 10 data también un pequeño texto de circunstan­
cias redactado por Heidegger con motivo de la inauguración de un
monumento a Abraham de Sancta Clara, teólogo de la Contrarre­
forma conocido por la virulencia de su antisemitismo.
En 1 9 1 1 , problemas cardíacos le fuerzan a renunciar definitiva­
mente a su vocación religiosa. Devuelto a su familia, se decide—
después de algunos meses de depresión— a volver a Friburgo con
la finalidad, esta vez, de iniciar los estudios de matemáticas y de fí­
sica. Paralelamente, sigue los cursos de filosofía

Es finalmente en la facultad de Filosofía donde obtiene (julio de


19 13 ) su doctorado con una tesis de inspiración brentaniana sobre
La doctrina del juicio en el psicologismo. Dos años más tarde (19 15),
bajo la dirección de Heinrich Rickert (18 6 3-19 36 ), adalid de la es­
cuela neokantiana de Badén, obtiene la habilitación gracias a im tra­
bajo sobre Las categorías y la significación en Duns Scotto»
Mientras tanto, Heidegger es movilizado (octubre de 19 14),
pero pasa a la reserva— siempre debido a sus problemas de salud.
Vuelto a movilizar en agosto de 19 1 5 , es destinado al servicio de
censura postal en Friburgo. Simultáneamente comienza a dar al­
gunos cursos de filosofía como privatdozent. Su alegría es enorme
cuando, en el verano de 19 16, la Universidad de Friburgo recluta
un nuevo— y prestigioso— profesor: Edmimd Husserl. Heidegger,
que lo conoce personalmente en esa ocasión, busca asegurarse su
apoyo. Pero Husserl— que no comenzará a apreciar verdadera­
mente a Heidegger hasta el curso de invierno de 1 9 1 7 - 1 9 1 8 — no le
presta en im principio demasiada atención.
La falta de apoyos sólidos es una de las razones por las cuales.

97
H IST O R IA D E LA FILO SO FÍA EN EL SIG LO XX

en ése mismo verano de 19 16 , Heidegger ve perder el puesto esta-


ble que apetecía en Friburgo. Ese rechazo, del que culpa a un gru­
po de profesores católicos, provoca en Heidegger una decepción
análoga a la que le había suscitado su revocación en el noviciado y
después en la facultad de Teología. El año siguiente (19 17 ) se casa
con una joven protestante. Esos acontecimientos combinados ex­
plican que a partir de 19 18 Heidegger se aleje del catoÜcismo, em­
piece a leer a Lutero y afirme su independencia— en tanto que fi­
lósofo-—respecto a toda religión, j^l abandono progresivo de la « fe
de sus orígen£S^fa.cilitará. en todo caso, su ulterior adhesión a las
doctrinas napinmik o ^ lk r^ -r-
Las perspectivas inmediatas parecían cerradas en Friburgo y
Heidegger se presenta como candidato a un puesto en la universi­
dad de Marburgo, donde la jubilación de Paul Natorp (18 5 4 -19 2 4 )
provoca una serie de movimientos. Husserl, esta vez, le ayuda con
p'i'
ifS' tanto ardor que Heidegger obtiene su nombramiento (1923). Per­
manecerá cinco años en Marburgo, donde sus cursos, menos «con­
vencionales» que los de sus colegas, atraen a numerosos estudian­
tes. Durante este período inicia una relación sentimental con una
m
2*:.Y de sus alumnas judías, Hannah Arendt— ^relación que durará mucho
tiempo y que ambos se esforzarán por esconder durante toda su
vida. Ahora bien, Heidegger, a quien no le gusta en verdad esa re­
gión del norte de Alemania, se aparta cada vez que puede para re­
encontrar— cerca de Friburgo— su «cabaña» montañesa de To d t-
nauberg. Es en este retiro donde redacta lo esencial de Ser y tiempo,
su primer libro— y su primera publicación desde 19 16 .
¡I’
La obra, ornada con una cálida dedicatoria a Husserl— c<en
testimonio de veneración y amistad»— , aparece en 19 2 7 . Desde
el primer momento tiene im importante éxito, que Heidegger
aprovecha para preparar su retorno a Friburgo. Obtiene casi inme­
diatamente una cátedra, la de Husserl, que se jubila en 19 28. En
adelante, Heidegger ya no dejará esta universidad— de la que será
rector en 19 3 3 -1 9 3 4 , y donde enseñará hasta su suspensión por
parte de los aliados, al final de la Segunda Guerra mundial.
A diferencia de estrel^ de la redención^ Ser y tiempo no debe
experiencia de las trincheras. Heidegger no habíá-^^
ÍP^^es— en el momento final de la guerra— en una
zona de comb2^e.

98
LA S F IL O SO F ÍA S DEL FINAL ©
©
tiHftiTotasgltfde!TODpQn^TOentQjde:losivalmésMüí^apéi^¿j-lia:iiiá^
Xy¡
jíedgtécinfeiaS^r^^ ‘
Pero el libro tan sólo raramente evoca esos O
problemas, al menos de una manera directa. En efecto, Ser y tiempo ®
«i^ifaesentaiaante^tódóSóQm^ ifadinn¿c^deiafiln.sáfíca<i^ e
o
dice la primera frase del texto—í ¿ sI3lv' o
Q
vilo a la reflexión de Platón y Aris- r>
'tot^esTí?..] También es cierto que para enmudecer desde entonces
en tanto que tema de investigación verdadera»^^ 1a^nfecésidhd ^
m
-dft^^cedígi;^^i^ria^éáérivác citar a Heidegger—
©
©
^¿^f^(gggMfípristéi;efij|o]^ar;:una:«an^í^ —
■)
^ ;^ g u la r id a d ^ dividuá^ jS SE ií^ ^ d i.S StiW *
< < d |§ l^ ^ @ g ÍÍé lS (co n m jlk e ^ la jra ^ ^ o
¿L:yigoii.deLneol ogisnioTeid éggigria no¿ D£rí^¿ri£77)€led^ o
¿ÉÍ^^Í3^Í^~dicho de otro modo, uWpC^ítigavgadj^^
tela^mgtaj^ísica§gculj;>able>rfe 5habeifpeFdidq
■ íéjisdaKeiitóP
(:■ )
Nos podemos preguntar por qué la vía de una interrogación so­
bre el Ser debería pasar, ante todo, por un análisis del Dasein. La O i
respuesta heideggeriana consiste en recordar que,:^éndÓléf lióffi# ©
brS|#Lu|dló>á G
S^alj:|gv§ú^sdi^ty¿d§i^¡;sTg^:pffipMESjb® ■■ C;.)
(©I

(:;■)
©
.0
©
B^e§:p;ébséñrida::ídél¿spt;
;■ ©

46. M a r tin H e id e g g e r, Étre et Temps, erad, fir., P arís, G a llim a rd , 19 8 6 , P- 2 5 .


[E x c e p to algunas m ad za cio n e s po r fidelidad a la cita francesa de Delacam pagi've, se­
g u im o s la tradu cció n castellana de Jo s é G a o s: El ser y el tiempo, M éx ic o , F o n d o de ■©
C u ltu ra E c o n ó m ic a , 1 9 5 1 - (N. delt.).] 4 7 . Ibid ,, p. 36 . 4 8 . Ibid ., p. 38 .

99
H IST O R IA D E LA F IL O S O F ÍA E N EL SIG LO X X

vB iyes^ Mediante esta palabra, Heidegger


únicamente el hom­
bre— doy .#ja^r;€^¿dg;:^
j^erLgliepton:(gesj><ydaKnn a ^ ^

U n proyecto seme­
jante implica, a su vez, la necesidad de una confrontación con la fi­
losofía clásica que ha ido más lejos en la exploración de lo que sig­
nifica, para el hombre, la dimensión temporal— dicho de otro
modo, con Kant.

— que se inspira en parte de la mate­


ria de un curso impartido por Husserl en 19 0 4-19 0 5 sóbrenla «feno­
menología de la consciencia íntima del dempo>5— S lliH r iS q ® ^ !^
—noción central de la obra-—

eso por lo que Heidegger llama a las modalidades del pasado, d^l
presejite }^deLfeturo ^¿¿;;¿^jueí-JteniporalGs. Pero esos tres «ek-sta-
ses» no están, existencialmente, en el mismo plano. El más impor-

degger—

encuentra aquí muy cerca de Rosenzweig y, más allá, de Kierkega-


ard. Pero, a partir de esta constante común, Heidegger se encami­
na en una dirección diferente. Volviendo de la transcendencia reli­
giosa a la que se remitían sus predecesores, va— al contrario— a
profundizar su descripción de la «historicidad» del Dasein con gran
detalle.
i c g x ^ .e n ia ¿ iT n g d id aH en ¿^ n e ^

4 9 . Ibid ., p. 4 2 . 50. Ibid., p. 4 3 . 5 1 . Ibid., p. 3 8 9 . 5 2 . Ibid., p. 3 9 0 .

100
LAS FILO SO FÍAS D E L F IN A L

^ ^ s e j ú j a Heideggcrziz;^^^
Parece difícil no escuchar, en los términos «caída» y «derehc-
ción», un eco del tema spengleriano de la «decadencia». El para­
lelo, incluso si tiene límites, puede llevarse más lejos. Así como
Spengler invita a las jóvenes generaciones a levantar acta del final
de toda «gran cultura» para mejor comprometerse, militar y técni­
camente, en esa «conquista del mundo» que queda— según él—
como la última posibilidad de Occidente, del mismo modo

(aunque formulada en términos más vagos):|^dg^ff^y ^ ^ t f ^^i;^ ^


de otro modo,#hd% feóM^sjpk.7i>

UeciSÍQn.xaib!ca,Ly, en cierta
forma, revolucionaria. Pne^^esja^m4.e§íigá^e,«r
qye^cojxyoc^el final^ — incluso si, a todas luces, esa
palabra no sugiere aquí sino un retorno a los valores «eternos» de
la «gran cultura» griega y germánica.

j^ip^a^^c^yo sT n o fi^Slpj^ q d r i En conse­


cuencia, la «decisión» que predica sigue siendo puramente formal.
Su única referencia— lá «comunidad» histórica del Dasem— no es
más que un hecho empírico entre otros. Nada, en este estadio, nos
dice en qué sentido hay que entenderla. Como si fuera imposible
concebir el vínculo entre la «resolución» y sus consecuencias.
representa sin ninguna duda el ayjancejQáSM
miginal d e n i b r o J Í ® r ó a y ¡ ^ ^

otraj^aTte^csa^difípuLtad pjra^a^ una filosofía de la historia sq-


l OI
H IST O R IA D E LA F ILO SO F ÍA E N EL SIGLO XX

bre ima «analítica existenciaria» conduce a jg ^ b ra a interrumpirse


bmscament^. N o sólo, en efecto^STvolumen publicado en 19 27 se
presenta como una «primera parte» que, de hecho, no tendrá
jamás continuación, sino que— ^^en el interior de esa parte— falta
igualmente la sección tercera. Reveladoras de ciertos atolladeros,
esas lagunas no impidieron— en todo caso— al libro ser leído con
entusiasmo por la juventud cultivada de la época.
Entusiasmo aún más sorprendente habida cuenta de que, tanto
por los problemas que plantea como por su lenguaje. Ser y tiempo
resulta una obra extremadamente difícil. La explicación de esta pa-
radoja reside con toda probabilidad en el hecho de que
® Í fb -e s ta vez simple—Mtíúmplicito

cuyo contenido permanecería larga-


mente indeterminado. jl^ni:en;s^ f A^il

iijtefept^lidad^gxjrám ^
i^ g g tí^ g ÍiS 7 ¿3 e ^ s ia d o francesa?)

:<i;révQl\fóióhVs fespiri^
la vez «nacional» y «conservadora».
A partir de finales de 1928, g ljn g n s^ ^ se jia ce ^ ^ ^ ^ En
su lección inaugural en la Universidad de Fribiu-go,
—retornando al tema de la angusda-rrexpUcá^ué^
lMMW%gstámri¡^áli^ente^ju:i^éhffe]ffhMÉih^ El des­
cubrimiento de esta «contradicción»dg^gyi^|^d6clajai?:que^:^<^^g^

esta vez sin ambigüedad—


Pronunciada
delante de Husserl, quien piensa exactamente lo contrario y que

5 3 . « Q u ’e st-c e q u e la m é ta p h y siq u e ?» , texto p u b lica d o en 1 9 2 9 y re c o g id o en


M a r tin H e id e g g e r , Que^om I, trad. fr., P a rís, G a llim a rd , 1 9 6 8 , p. 6 5 . [T r a d . cast.
de X a v ie r Z u b ir i: ¿Qtié es metafísica?, 'B u en o s A ir e s , E d . S ig lo V e in t e , 19 7 0 .)
5 4 . Ib id ., p. 7 2 .
LAS FILO SO FÍA S DEL F IN A L .©
©
además está lejos de aprobar sin reservas el antropologismo del que,
según él, hace muestra la «anaUtica existenciaria» de Sc7‘ y tiempo, .'O
este aviso— con acentos, todavía, involuntariamente wittgenstei-
nianos^^jgy^lá^rg^^t^a^defímfíyavde^ddg^ mlgfénom^m- ¿ JS)
0

El año siguiente, el debate es llevado a la plaza pública con oca­ ■0


sión de los segundos encuentros universitarios franco-alemanes,
.0
que se desarrollan en Davos (Suiza) del 17 de marzo al 6 de abnl
de 1929. Consagrados a la cuestión «¿Qué es el hombre?», esos
encuentros
lante de numerosos estudiantes de ambos países— üügvuspgcie de?^ M
^|u p r ^ ;| ú egt^^la^ljaSdíéiÓ ü^ ta h :©
^^ir^un|^QÍ^gggjggt|fllÓ¿óSo^üdíotíáSSlS El en­
frentamiento se inicia a propósito de la interpretación del tiempo 0
en la filosofía kantiana pero, muy pronto, en pleno debate, sus ver­ (■: ■)
daderas propuestas son reveladas por el resumen de su conferen­ O
cia que el propio Heidegger reparte en Davos. En este texto—
0
cuya traducción francesa hará prohibir cuarenta años más tarde, a
- 0
pesar de que su contenido no deja, en el fondo, de inscribirse en la
línea de Ser y tiempo— ©
^destim^cióñ^^el término alemán, esta vez, es Zei‘^'ómn¿) « dé lo^ ©
©
©
Í ^ Í ^ l d s s í S ^ ^ S S ^ ^ ^ a | ^ m j ^ ^ S s 8 risÍ¿aB ᧠5 m:í' 0

Q
Sa^ E ^ líetiiatíías^ 0
^s^jgi^l me nt e fíií
| B ] ^ g i^ ,9 ^ e n la época—u(UUO:3?u&^muiversitari^ H ei t-
0 i
déR6^^r.,aR^reGe;éntonces?Éomói:^elüéraMóSd®iSátñüéVáü^^^^^^ i
,¿pjg n |g ^ jjQ;tq> Aunque la ilusión no tardara en disqDarse, los^ete ■? i
'< 0

jpjirtá^^^ñ^la^sttiáa;^dg^dg^QSiafí &
lugar, ©
’©

:@ I
5 5. E m s t C assirer, M a rtin H e id e g g e r, Debut sur le kantisme et ¡a philosophie (Da­ ...@
vos, mars ipzp) y otros textos presentados por F ie r re A u b e n q n e, París, B eauschesn e, ;ÍÍ:
1 9 7 2 , p. 24.

103

i!
H IST O R IA D E LA FILO SO FÍA E N E L SIG LO X X

4oáugar

figura que el propio Heidegger


representará, en el siglo xx, a la perfección. Por lo demás, el públi­
co de Davos— enti e el que se encuentran Jean Cavaillés, Em m a-
miel Levinas y M aurice de Gandillac— no dejará de ser sensible
a la violencia contenida en los ataques de Heidegger a su colega
Cassirer— a quien, en el momento de despedirse, rehusará, según
dicen, darle la mano.
(§) L a violencia, en verdad, se ha convertido ya en una realidad co­
tidiana en la Alemania de 1929. Apenas recuperada de sus heridas,
É: Europa entera se apresta a zozobrar en una nueva fase de convul­
f.)
siones. Y muy-prontoJas <<reyo^uciones>> f^ is t a s , con sus cortejos
de acuciantes tempestades, ^^ilarán.enveLcielo_OQCiden^l— ^mien­
tras en el este, el gran fulgor de esperanza surgido una mañana de
1 9 1 7 se difuininará poco a poco, llevándose con él los sueños de to­
dos los oprimidos del inundo.

2. EL FINAL DE LA OPRESIÓN

La guerra de 1 9 1 4 no sólo mató hombres. D e paso, provocó el des­


plome de algunos grandes imperios. Las monarquías prusiana, aus-
trohúngara y otomana, sin duda. Pero también, en el curso del
conflicto, el régimen zarista— cuya muerte se anunciaba desde ha­
cía un cuarto de siglo.
Precipitando la caída de este último, im puñado de revolucio­
narios m ^ ^ sta s conducidos por Vladimir Ihtch Ulianov, conocido
c o m c ^ enipÍ|L^m ^i|pl|g^ffgj^
nace^fflT^^ que no vivirá a su vez mucho más
dé;|étiii:tpá^ que, durm —en lo mejor

Precisamente a causa de su intención humanista y universalista,


esta trágica epopeya— la aventura del comunismo europeo y su fra­
caso final— ^110 puede ser verdaderamente comprendida si no se la

104
LA S F IL O SO F ÍA S DEL FIN A L

reihscribe en la historia del movimiento filosófico del que procede,


y , ante todo, en el pensamiento de su fundador, Karl Marx— mu­
chos de cuyos aspectos problemáticos, a su vez, son aclarados por
el ulterior curso de los acontecimientos.
Mirada atrás aún más necesaria en tanto quglasJ^eíSídeiM áix
durante un centenar de años,
tanto por sus partidarios como por sus detractores. Y que, castiga­
das desde el final de los años ochenta por una especie de condena
sin apelación, hoy corren el riesgo de sumirse—=por cierto tiempo
al menos— en un olvido total. ¿No es ya inquietante que haga fal­
ta, en una obra como ésta, justificarse para reconsiderarlas?

es un hombre de su siglo: el xix. -^

que encaman para él los nombres de Kant, Hegel y Feuerbach,


pero también los de Voltaire, Helvétius y d’Holbach.
Com o estos últimos, como los antiguos «materialistas» Demó-
crito y Epicuro— a los que consagra su tesis de doctorado (18 4 1)— ,

¿Tarea utópica? N o necesariamente. Durante el último cuarto


del siglo xvni, las revoluciones norteamericana y fi-ancesa han pro­
bado que la opresión no era, siempre y en todas partes, una fataÜ-
dad. Pero si, desde entonces en adelante, los feudahsmos retro­
ceden, el reino de la burguesía triunfante está aún muy lejos de
coincidir con el de la razón universal. La burguesía no ha hecho
sino confiscar en provecho propio lo que habría podido ser la vic­
toria de la humanidad entera. Sólo prospera explotando una clase
mucho más numerosa que ella: el proletariado.
Este cruza, durante el siglo xix, el infierno de la industrialización
forzada. L o que en esa época son sus condiciones de vida, apenas pue­
den imagh'iarse hoy día. Los proletarios, que pagan con su sudor y su
sangre el desarrollo del capitalismo europeo, tienen todas las razo­
nes para querer cambiar el mundo. Después de Babeuf, Saint-Simon
y los primeros socialistas franceses y británicos, Marx no puede por
105
"Q
I; H I S T O R I A DE L A F I L O S O F Í A EN EL S IG L O X X LAS F I L O S O F Í A S DEL FIN A L y-S
más que ser sensible a la justicia de su revuelta. Deseoso de ayudarles, S guién le debe corresponder tal misión. De esa disimetría— «inter- m
va a intentar identificarse con ese movimiento, conducirlo im poco prétar» tiene un sujeto (los filósofos), «transformar» no lo tiene—
I- más lejos, acercarlo a su última fase: aquella donde los proletarios, li­ amenazan con nacer dos contrasentidos. .©
'Wí
berándose de sus cadenas, conseguirán liberar a la humanidad en su De ahora en adelante, en efecto, numerosos marxistas hacen ■©
conjunto. como si Marx hubiera encargado a los filósofos transformar el
i
D e partida, pues, el primer impulso de M arx es de orden ético. mundo. Platónicos sin saberlo, algunos pretenden incluso que ha­ .0
i;i|í
E l socialista en que se convierte a inicios de los años 1840 no deja, bría inventado la filosofía que— por su sola existencia— sería capaz
Q
sin embargo, de pertenecer a la familia de los moralistas idealistas. de engendrar tal transformación. Doble error— si, al menos, se
6')
<iií'' I' atiende a la letra de los textos. Pues, en 18 45, M arx ha dejado de
dar crédito a la filosofía, como lo revelan sus ataques, en La ideolor
m ©
gía alemana^ contra los hegelianos «de izquierda», hasta poco antes
i jit^ce^pidisíi o ^ d e"da >k<es ai : e e l muy próximos a él. Ahora, únicamente los proletarios le son gra­ ■©
m .} íSÍ»
■ híglÚtif tra él^usó^í^^^ tos, puesto que son los únicos capaces de.transformai- el mundo.
•if'i¡?rí
-f''
en sus Manuscritos econóinico^filosóficos (1844). En consecuencia, su senda está ya trazada por entero, m
^ 111 N o obstante, muy pronto, a partir de 18 4 5, dos textos, las Te­ ^^q|)|g|@P4?|pgigy§4g^¿.qué:íranté ®)
sis sobre Feuerbach y La ideología alemana^ testimonian un brusco vi­ dó ;^En^ o
líM
raje en su pensamiento. Se trata de un momento crucial: el mo­
mento en que M arx deviene Marx. Desgraciadamente para ella, esperará largo tiempo; algunos di­
o
i i ■Q
Ese giro se traducé ante todo en una ruptura— no sólo con el cen incluso que todavía espera. E l propio Marx, en todo caso, no
il
Ift idealismo, sino también con la filosofía especulativa bajo todas sus volverá a ocuparse de ella en demasía, y ello por dos razones. Ante
formas.¿^pgs^||d^5^é<3feáráéia¿adicálm¿ti]tie¿áñáfe^^ todo, puesto que/Gpj^idgr3^^j.í0j!qbJgipR^^^ €1
i te i; —:^ómjQi:^iaji-fal- ©
iÉ ^ Í fflÍ E l^ h.^ggi^j^aÍ^^^gtaKipara>?éhrsignjficRaeuJQ^siice g g ^ | l | ^ i ; é ^ ^ 5igú.:lá:práetíúá£m ©
(!)
iII En r e s u m e n ^ ^ S d i f n - J^cíéñíQi^^fflS^guiÚáóUíígá por- (x)
III ©
Sí: ppútptí ¡tó^sMym^teoa evúri'^á m ^ ■©
N ada resume mejor este nuevo programa que la XI^ Tesis sobre
í# f .©
Feuerbach. <lKfflSfi®SQ&s — enuncia-^mOL^hanílíe:cfio:fmás?qüe^?2^ manera exclusiva—iatsüqja^gráñíáydeMe^úliÓ
Sil i ]^ g ;g ||g l? g p í® 0 SpárféS’;rGÍéñtíficá;^3pó^
©
ló^úiffitinpórÉáaiésy^^
;¿g^g|g^-^^5^cÍeamos con atención esta frase terriblemente elíptica. ■©
En pocas palabras, ®^'S^5fcñiM'éiáídá:íinéfi<3gm^^
né.gf^filÓSÓfi^á¿^^súr>imp©fén^fe-^ feás.%^ ^ugya¿i(^pn:(3jepigióu|disd^tetorií^ ■©
t í Í Í S i® I Í Í Í Í I Í H Í Í íl|^ ||í|S ^ g jft g ^ dggpcígM ?íA^i^diÚáW ® 3KéSÓSSím® Simple­
Pero omite precisar a mente esbozadas en el manuscrito inacabado de La ideología alema­ í)
na (que no será publicado hasta 1932), las grandes líneas de ese O
programa científico son desarrolladas en E l capital, cuyo libro pri­ 63
5 6 . K a r i M a r x , F r ie d r ic h E n g e ls , h'idéologie allemnnde^ p re c e d id a d e Theses sur
Feuerbach, trad . fr., P a rís, É d . S o c ia le s, 1 9 6 8 , p. 3 4 . [ T r a d , cast. d e W e n c e s la o R o ­ mero aparece en 1867.
ces: La ideología alemana, B a rc e lo n a , G r ija lb o , 1 9 7 2 .]

106 ^07 .'xlX

' 6-j
"Q
I; H I S T O R I A DE L A F I L O S O F Í A EN EL S IG L O X X LAS F I L O S O F Í A S DEL FIN A L y-S
más que ser sensible a la justicia de su revuelta. Deseoso de ayudarles, S guién le debe corresponder tal misión. De esa disimetría— «inter- m
va a intentar identificarse con ese movimiento, conducirlo im poco prétar» tiene un sujeto (los filósofos), «transformar» no lo tiene—
I- más lejos, acercarlo a su última fase: aquella donde los proletarios, li­ amenazan con nacer dos contrasentidos. .©
'Wí
berándose de sus cadenas, conseguirán liberar a la humanidad en su De ahora en adelante, en efecto, numerosos marxistas hacen ■©
conjunto. como si Marx hubiera encargado a los filósofos transformar el
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D e partida, pues, el primer impulso de M arx es de orden ético. mundo. Platónicos sin saberlo, algunos pretenden incluso que ha­ .0
i;i|í
E l socialista en que se convierte a inicios de los años 1840 no deja, bría inventado la filosofía que— por su sola existencia— sería capaz
Q
sin embargo, de pertenecer a la familia de los moralistas idealistas. de engendrar tal transformación. Doble error— si, al menos, se
6')
<iií'' I' atiende a la letra de los textos. Pues, en 18 45, M arx ha dejado de
dar crédito a la filosofía, como lo revelan sus ataques, en La ideolor
m ©
gía alemana^ contra los hegelianos «de izquierda», hasta poco antes
i jit^ce^pidisíi o ^ d e"da >k<es ai : e e l muy próximos a él. Ahora, únicamente los proletarios le son gra­ ■©
m .} íSÍ»
■ híglÚtif tra él^usó^í^^^ tos, puesto que son los únicos capaces de.transformai- el mundo.
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-f''
en sus Manuscritos econóinico^filosóficos (1844). En consecuencia, su senda está ya trazada por entero, m
^ 111 N o obstante, muy pronto, a partir de 18 4 5, dos textos, las Te­ ^^q|)|g|@P4?|pgigy§4g^¿.qué:íranté ®)
sis sobre Feuerbach y La ideología alemana^ testimonian un brusco vi­ dó ;^En^ o
líM
raje en su pensamiento. Se trata de un momento crucial: el mo­
mento en que M arx deviene Marx. Desgraciadamente para ella, esperará largo tiempo; algunos di­
o
i i ■Q
Ese giro se traducé ante todo en una ruptura— no sólo con el cen incluso que todavía espera. E l propio Marx, en todo caso, no
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Ift idealismo, sino también con la filosofía especulativa bajo todas sus volverá a ocuparse de ella en demasía, y ello por dos razones. Ante
formas.¿^pgs^||d^5^é<3feáráéia¿adicálm¿ti]tie¿áñáfe^^ todo, puesto que/Gpj^idgr3^^j.í0j!qbJgipR^^^ €1
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iÉ ^ Í fflÍ E l^ h.^ggi^j^aÍ^^^gtaKipara>?éhrsignjficRaeuJQ^siice g g ^ | l | ^ i ; é ^ ^ 5igú.:lá:práetíúá£m ©
(!)
iII En r e s u m e n ^ ^ S d i f n - J^cíéñíQi^^fflS^guiÚáóUíígá por- (x)
III ©
Sí: ppútptí ¡tó^sMym^teoa evúri'^á m ^ ■©
N ada resume mejor este nuevo programa que la XI^ Tesis sobre
í# f .©
Feuerbach. <lKfflSfi®SQ&s — enuncia-^mOL^hanílíe:cfio:fmás?qüe^?2^ manera exclusiva—iatsüqja^gráñíáydeMe^úliÓ
Sil i ]^ g ;g ||g l? g p í® 0 SpárféS’;rGÍéñtíficá;^3pó^
©
ló^úiffitinpórÉáaiésy^^
;¿g^g|g^-^^5^cÍeamos con atención esta frase terriblemente elíptica. ■©
En pocas palabras, ®^'S^5fcñiM'éiáídá:íinéfi<3gm^^
né.gf^filÓSÓfi^á¿^^súr>imp©fén^fe-^ feás.%^ ^ugya¿i(^pn:(3jepigióu|disd^tetorií^ ■©
t í Í Í S i® I Í Í Í Í I Í H Í Í íl|^ ||í|S ^ g jft g ^ dggpcígM ?íA^i^diÚáW ® 3KéSÓSSím® Simple­
Pero omite precisar a mente esbozadas en el manuscrito inacabado de La ideología alema­ í)
na (que no será publicado hasta 1932), las grandes líneas de ese O
programa científico son desarrolladas en E l capital, cuyo libro pri­ 63
5 6 . K a r i M a r x , F r ie d r ic h E n g e ls , h'idéologie allemnnde^ p re c e d id a d e Theses sur
Feuerbach, trad . fr., P a rís, É d . S o c ia le s, 1 9 6 8 , p. 3 4 . [ T r a d , cast. d e W e n c e s la o R o ­ mero aparece en 1867.
ces: La ideología alemana, B a rc e lo n a , G r ija lb o , 1 9 7 2 .]

106 ^07 .'xlX

' 6-j
H IST O R IA D E LA FILO SO FÍA E N EL SIG LO X X

tarea que, a partir de la creación de la


Primera Internacional (1864), absorbe cada vez más las fuerzas del;
hombre que— firmando con Engels F,l manifiesto comunista (1848)—
ha agitado el mmido a lo largo de más de ciento cincuenta años.

JnsjrQria>^q;uj^Engefejd^
:inqvln;stórigg

Stotóiudaí^ercii^;
iiQ ;;h a h e í'a q u É ite q ü é jÁ ^ ^ ^
p^ips ed^^^
Para clarificar el problema, distingamos los conceptos de la
ciencia— que tienen una referencia objetiva— de las categorías de la
filosofía— que son instrumentos de análisis racional. Categorías de
este género (causalidad, totalidad, contradicción) se encuentran in­
terviniendo necesariamente en el trabajo llevado a cabo por M arx
tendente a sentar los fundamentos de la ciencia histórica— ^notable­
mente para criticar las nociones de la economía «burguesa» (valor,
riqueza) o para sustituirlas por los conceptos cuya paternidad le co­
rresponde (formación social, modo de producción, plusvalía, lucha
de clases). Pero tales categorías normalmente permanecen implíci­
tas, formando una especie de filosófica «espontánea» que habría que
recuperar, elaborar, profundizar. Tarea que no podrá ser cumplida,
con todo rigor, hasta el triunfo de la revolución.
Sin duda hay momentos en que esta regla parece ser transgre­
dida. Releyendo todo lo que M arx pudo escribir en el curso de
su larga existencia, se encuentran, en efecto, bastantes fragmentos
donde esboza un inicio de reflexión sobre las categorías que, en el
tiempo restante, utiliza de manera acrítica. Entre esos esbozos,
poco nmnerosos, figuran algunas páginas de los Grundrisse ( 1 8 5 7 -
18 58 ) o incluso el prefacio a la Contribución d la naitica de la economía
política
Excepcionales en su obra, esas páginas han hecho correr mucha
tinta. N o obstante, con el paso del tiempo se tiene que reconocer
una cierta decepción. En el mejor de los casos, cuando recuerda la
necesidad de «invertir» la dialéctica hegeliana para «ponerla otra vez

[08
LAS FILO SO FÍAS D E L F IN A L

en pie», M arx no hace sino bosquejar un programa de trabajo. El


resto del tiempo se contenta con evolupionar en el interior de las
dos tradiciones de las que es heredero: la de la dialéctica (hegelia-
na) y la del materialismo (de la Ilustración). Sin que sus categorías
le satisfagan. N o obstante, por imperfectas que fueran, le permiten
formular las tesis que se esfuerza en construir— y que son lo único
que le importa.
Estas tesis conciernen, repitámoslo, no a la filosofía sino a otras
dos prácticas para él indisociables: la práctica científica (en el cam­
po de pensar la historia) y la práctica política (en el de hacer la his­
toria). Pero, fuera de la vaga prescripción de la que proceden am­
bas— hay que liberar al proletariado para liberar a la humanidad— ,
ninguna de las dos arraiga, hablando con propiedad, en una filoso­
fía original. Tan sólo nos podemos limitar, pues, a levantar acta de
lo constante de esta ausencia: no hay filosofía de Marx.

m a r a s m o , S u r g i d a de
algunas sugerencias de Marx reconsideradas por Engels y elabora­
das por sus sucesores, esta filosófica dará fe hasta 1 9 1 7 de una gran
vitalidad. Sin embargo,
más-fiespnésjded^jmuet^t^^^^
dggmátícamer^^^tí Decepcionante
historia cuyos meandros son, a pesar de todo, muy instructivos.

En suma, que se haga sistema para conquistar mejor los espíritus.


El sistema en cuestión-—el marxismo— comienza a desarrollarse
en los años 1870, sin que Marx tome parte en ello.
es^^8®§iilM?tófe>v^^TO 2 o-
18 9 5 )— ^l indefectible amigo, el compañero de los días difíciles, el
ejecutor testamentario del gran pensador detrás de quien, con sin­
cera modestia, no ha cesado de mantenerse discretamente.

109
H IST O R IA D E LA FILO SO FÍA E N EL SIGLO XX

N o se tendría que reprochar a Engels— a quien es inútilmente


maligno presentar como el imbécil de la pareja, como hacen algu­
nos— no haber sabido resolver los problemas teóricos en los que el
propio M arx t r o p e z a b a . c o n t r a r i o , ebmé^
titQx4 ^xb^ábéÉsii;láfíziído^a;TaBg^\i^
— y esto, sin espe­
rar la transformación de la sociedad que habría podido permitir la
aparición de nuevas categorías de pensamiento.
los
escritos de su amigo-~-la;^|[l6)S0fí:ái%ú'é^¿debén;íigQM

SriRlM KiMáóíSdíM eéHGÓM dé®h Después, apasionado de la


cultura científica y gran lector de Darwin, se ocupa en mostrar que
esas tesis están conforínes en todos los aspectos con los últimos re­
sultados de la física y de la biología de su tiempo. Así, por ejemplo,
recurre a la teoría de la evolución para demostrar que la naturale­
za— y no sólo la sociedad— funciona dialécticamente. O bien re­
formula, en un curioso lenguaje tomado a la vez de Hegel y de la
lógica formal, las leyes más generales de la dialéctica, supuesta­
mente aplicadas al ser y al espíritu.

de la naturaleza (1 8 7 5 -1 8 7 6 ), A n ti-
Uiíhring (18 7 7 -18 7 8 ), Socialismo utópico y socialismo científico (1880),
Ludwig Feuerbach y el final de la filosofía clásica alemana (1888): son
libros que en la actualidad han de ser leídos con indulgencia. Poco
satisfactorio, el esbozo que proponen del marxismo tiene como
función sobre todo colmar un déficit, disimular la incompleción de
im pensamiento: el del hombre que, mientras la revolución no hu­
biera comenzado, no podía redactar la serie filosófica a que se re­
ferían las Tesis sobre Feuerbach.
E l propio Engels, además, muere sin haberse decidido a su vez
a publicar el manuscrito inacabado de la Dialéctica de la naturaleza
(que no verá la luz hasta 19 25). Ciertamente, ha contribuido a cla­
rificar la parte política del programa mandsta, ratificada en el con­
greso de Erfurt (18 9 1), cuyas principales reivindicaciones— sufra­
gio imiversal directo y secreto, libertad de expresión y de reunión,

1 10
LA S F I L O S O F I A S DEL FINAL f'i)

igualdad jurídica del hombre y de la mujer, gratuidad de la educa­ ,€ í


ción, de la justicia y de los cuidados médicos, abolición de la pena ’Yj
de muerte, jornada de trabajo de ocho horas, prohibición del tra­
bajo para los-niños menores de catorce años— serán asumidas co­ ©
mo propias por el partido socialista obrero alemán, fundado por
Wilhelm Liebknecht. EÍÍEépM Ís¿M áS®éM s?®M ñ ‘q
©

■ (’)
d^;ygío8^iíñ®ñtéhtáfTéQl^árió
Con toda independencia de espíritu, hay que decirlo. Y sin dejarse .O
seducir por ningún dogma.


■n
Por tanto, de la crea­
ción de la Segunda Internacional—ryí^:j;9ir4;2^fe(f;h
.b|^joí0lS;ch©jqüWd0dáiígúérra:^G.on
que
o
estimula, por su parte, la vivacidad del debate político enue las di­
©
ferentes tendencias del movimiento obrero. ©
Sin duda este movimiento permanece dominado, particular- ©
Alemania, por la que encarna ICarl ’ C)
€ | |^ u t § ® 18 5 4 -19 3 8 ). 3n!^tj^^tfeé^j^nJa^priiiu3raYsíi^ íT)
^u^^^r^Engels¿^vbusca4aYCÓñ^tiHi¿!CÍÓtf^d#uñ^^jsQÓialÍSin(^ O
UQ>jj^s:^tamenteYd^termiñis^fem . Simultá­
neamente, aparecen otras concepciones que se alejan más o menos Á:)
de esta visión esjceofe^^ent^-a^i^itivista».
E n ^ a lia ^ ^ ;^ |Q i^ jU^b]^ - 1904)^evatetaY eteíQtvc

"Y:;)
Mndií^án^aY$üMézíAñtSmü>Mramse^^
^^M M ^r^nijaAlGmarúav^jRduardl^rm 850-í932),después ■©
de haber sido el ejecutor testamentafioÍ3®E n g e ls , publica un li­ '* o
bro— Los presupuestos del socialismo (1899)— ^que se^ciotñdísrWrá^ ■ '©
4ment0i';etgfáSbijfeÜaS^da®é^^^^^ Atacando a la vez,
en nombre de Kant, el materialismo «dogrnárico» de Marx y la :©
creencia de este último segiin la cual la historia está regida por le­
yes necesarias, rechaza el carácter ineluctable de la revolución. Con- '■ f )
III "'Cí
í...tv;''"

H I S T O R I A DE LA F I L O S O F Í A EN EL S I G L O X X

denado por Kautsky, su doctrina— que predica el tránsito pacífico,


por medio de reformas progresivas, del capitalismo hacia el socia­
C'.:;)-
lismo— no dejará de tener un vivo éxito hasta la Primera Guerra
■ mundial. AJ término de ésta,4fili®^ ílM itlá cá lH i®p ^ í®iii^ B
(O'). d az©i:Gpní^el:MnaMÍS;Si0 'y^pM^\g©n5¿erti^
- sp^aldem
o ’: fEn.i^;Sstná-^^ax,,J^^ — que lanza en 19 0 4 la re~
vista M arx-Studien— y i | ^ ^ j B a ^ ¿ J f i 8 8 2 - i 9 3 8 )
%rm^agdD,siprinMpio:i^*tí8sffi
má^:aj^ieto A su vez, hostiles al materialismo y
cercanos al socialismo «ético» defendido por Hennann Cohén, los
©■
«austromarxistas»— como se les llama— no por ello se reconocen
©-. en el revisionismo de Bemstein pues, a diferencia de éste, admiten
Si) . la idea de dictadura del proletariado. Su movimiento desaparecerá
© ." en 19 14 .
(■ ) Georgi V a le n tin o v itc l®Je lA a n ^ p [i8 5 6 -i9 i8 ),^ ja ^ ^

/■; _

í\y\ Las circunstancias de su polémica contra Befnstein le llevan, en los


años 1890, a subrayar que la explicación materialista de la historia
no constituye sino una parte de la concepción materialista de M arx
y de Engels, y a afirmar que todo estudio de su «sistema» debe co­
menzar por el de sus «bases» filosóficas: materialismo y dialéctica.
9 1) dMgKpresióm;<<m^
:5 no)diaí|gtjjgt^^f© q:ue^n^ — sin
saber que ésta había sido ya acuñada (1887) de manera indepen­
diente por Joseph Dietzgen, un obrero alemán que se esforzaba
por desarrollar de manera autodidacta las ideas de Marx.

este último, no sien­


do bolchevique, quedó al margen de la revolución de 19 1 7 .

57. Síilvo , una vez, en el u tu lo del capítulo cuarto de LiidwigFeuerbach de E n g e ls


p e ro , a la sa z ó n , se trata de una in te rp o la ció n de o rig en so v iético , datada en 1 9 4 9 .

11 2
LAS FILO SO FÍA S D E L F IN A L

te-

romháfirá Para
comprender su significación, es necesario en primer lugar volver
sobre élt«^ffipjKó®íiiiMSffiÓ& :q defen­
dida algunos años antes por
(18 4 3-18 9 6 ) íp s G ^ g ||^ 5 j^ ^ ^ ^ i Mach';
(18¿§^Lg7 6)—

^tójjiifjp Es en una de sus primeras obras, Observaciones sobre el aná­


lisis de las sensaciones (i886),:^i0>n|lé||gg©dug
rno^>— térm ino con;el;qTae.^e^ignasffli^íÉiÓ de- ^
irivada5;ú;^f^;GritáGÍsmn;to

^Enntó^.^de;toda: m ^j^^caij,M dem


por HusserP®— según, eL
1^MceMííMMdÍfieDá:ésfé]®3láéKéñ:S®
nj^itÓ ®coñ® 5á^dá^:dé:ínñ^n£bí^ aplicación de ese
principio¿eg|ísidéfa-ñues^s!^,^sa:^oni^;^^^^
je|iyamenite^;eale^,y:GQrrto>la^^^ lie-
>ya^j;echg^^gOmo^inutíléSflás?«Mpó^^^
de?ádei^^M^:'^=rdé imat(¿liiÜ$mo^iEa^^^
ébsjgtfaidn^sM^Sri'óñáUsinGxíf ea#
ráeMí:#Ú^i^^ál á la diferéñcteen^e.m
.90^^^JaiGtDja^^; son sinp^
rélJidádirgffiféñte^ riüé — a definir nuestros conoci­
mientos como «signos» o «jeroglíficos» de estas últimas.
T a l es la concepción que, hacia r§99^i^.elve a tomar para radi­
calizarla Alexandr AJexandrovitch B p gd a n o % (i873-i9 2 8). Reco­
nociendo a Mach el mérito de haber roto él dualismo de lo físico y
lo psíquico, Bogdanov acaba de disolver todo rastro de él afirman­
do que, psíquicos o fi'sicos, los fenómenos están hechos de ima única
e idéntica «materia». Llevado hasta sus últimas consecuencias, tal
4®®pffióínDíÚsrn en una liquidación, no solamente del

58. E d m u n d H u ss e rl, Recherches logiques, op. cit., t. I, p . 2 1 2 ss.

II3
H IS T O R IA D E LA F IL O S O F ÍA E N EL SIG LO XX

materialismo— asimilado a un anacronismo metafísico— , sino tam­


bién de la idea de verdad «absoluta». Pues lo verdadero no es, para
Bogdanov, más que ima forma de organización de la experiencia
que, por su evolución constante, refuerza las capacidades de adap­
tación del hombre en la lucha por la vida. Resulta que el proleta­
riado, la única clase capaz de conducir a la humanidad hacia un cre­
ciente dominio de la naturaleza, es igualmente la única capaz de
hacerla avanzar por la vía del progreso científico.
De hecho, Bogdanov se convertirá después de la revolución en
el teórico de la «cultura proletaria» y el primero en defender la
formidable exigencia de una ciencia «proletaria» opuesta a la cien­
cia «burguesa». Igualmente, otro empiriomonista— ^Aiiatoly Vasi-
lyevich Lounatcharski— , una vez convertido en comisario de cultura,
lanzará la idea de im arte «proletario» radicalmente antiacadémi­
co— que suscitará, de Malevitch a Tatlin pasando por los futuris­
tas, el reconocirmento momentáneo de la vanguardia artística rusa.
En la actualidad un poco olvidadas, esas múltiples tendencias
testimonian la libertad de expresión reinante— al menos hasta
1 9 1 4 — en el seno dé la constelación marxista. La revolución de oc­
tubre llevará, progresivamente, a darle punto final. A partir de 19 1 7 ,
en efecto, el marxismo cesa de ser el bien común de todos los miem­
bros de la moribunda Segunda Internacional. Pasa poco a poco a
manos de los revolucionarios rusos. Y más particularmente.a las de
su jefe, Lenin, promovido por el curso de los acontecimientos a he­
redero legítimo de Alarx y guardián «natural» de la ortodoxia.

Vladimir Ihtchli|J|iaj|t^^|rB70“ i9 24) se hace marxista hacia 1890.


Su hermano mayor, acusado de conspirar contra el zar, fue ahorca­
do en 18 8 7 ..La influencia de sus lecturas— ^Marx, Engels, Plekha-
Hov— ^hace el resto. E n lo sucesivo,

Jurista de formación, se interesa ante todo por los aspectos eco­


nómicos de la doctrina marxista, sobre los que se apoya para com­
batir las tesis de los «populistas». Contrariamente a éstos, que per­
manecen partidarios de una sociedad rural compuesta de pequeños
terratenientes, cree en la misión del proletariado industrial, así como

114
:p
LAS F I L O S O F Í A S DEL F IN A L

en la necesidad de pasar por el capitalismo para alcanzar el socia­


lismo. Pero si, en uno de sus primeros escritos, Quiénes son los «Am i­ , 'b
gos del pueblo» y cómo luchan por la demoa'acia social (1894), defiende
la idea de que la dialéctica marxista sería algo más que la «tríada» ;b )
hegeliana (tesis, antítesis y sín tesis),n o ha abierto— abasta esta fe­
cha— ningún libro de Hegel.
En 1895, visita a Plekhanov. En los años siguientes, se inicia en b :)
la filosofía leyendo a Meív^tius, d’Holbach y Kant. En 19 0 1, adop-^
';'o
ta^ipsjeudónjin^dgífeefítot e

Esta!i^puedé^suirúi^éMñ^úñaAase:^tj^oM^o]f^ ^
:conja:a^eb>zarismo^así^CQ¡moKen la^Tiyalidades que,QQQn^nvéñtré^t e í©
lr^'gji^ntfflgnaQ\dmiéntQs^gOGÍaUstas.velv-valQri:deflas.ideas se^m i?a
aifad^eiTOntribui^^tecxlto^ í ®
rri
‘Sriin^enml^ndmy^s;^U¡TpragmátÍGQ::r^
Marx— dé'^úMláíLTéligiom^ .)
0
©
mente política— por la que se adhiere sin reservas a la tradición
^C)
materialista. Adhesión que explica a su vez
eoinl^:aiEÍj¡gq43 í?:4 ?rfi^W^^^dG;::aaro
iir
Es en 1906 cuando descubre el «peligroso» contenido de los
escritos de Bogdanov. Decide inmediatamente emprender su refu­ b)
tación. La tarea le parece lo bastanté seria para consagrarle un año ^'0
entero de trabajo— con muchos meses pasados, en Londres, en la
biblioteca del British Museum. El resultado de esas investigacio­ '■ a
nes, Materialismo y empiriocriticismo^ aparece en Moscú en 1909.
Este será el único hbro de filosofía publicado, en vida, por Lenin.
T a l como podía esperarse, el contenido propiamente filosófico
de la obra, directamente derivado de Engels— el propio M arx no
es citado más que dos veces— , es más bien pobre. Se reduce a una
tesis esencial: así como no hay en la lucha de clases más que dos po­ ■'■■■o
siciones posibles y én política sólo partidarios y adversarios de la Q
revolución, de igual modo la historia de la filosofía no es más que "0
i '©
59. L e n in , Omvres, erad, fr., É d . S o c ia le s, 1 . 1 , 1 9 5 8 , Ce que sont les «Amis du pen- "'■ 'G
ple», p. I 7 9 S S . [T ra d . cast.; Obras cotnpletas, Madrid, Aka]-Ayuso, 1 9 7 2 . ]
■ íbb,
bJ
e :v .

H I S T O R I A DE LA F I L O S O F I A EN EL S IG L O X X

■ la historia de la lucha entre dos tendencias enemigas e irreconciUa-


bles, materialismo e idealismo. Es necesario, pues, escoger un cam­
po, y escoger claramente. «Los sin-partido— añade Lenin— , son en
:ííA -. filosofía de mía estupidez tan desesperante como en política»
A partir de aquí, el libro arremete vigorosamente contra Mach,
A. ■.' ■ Helniholtz, Poincaré y contra los científicos en general, a los que
'■a) Lenin reprocha el ser inconsecuentes en el momento en que se
i"':-:. aventuran en el terreno de la filosofía. Mientras que son, por nece­
sidad, materialistas en el campo de su propia disciplina, se creen
obligados a abandonar esa posición para aproximarse al empiris­
mo, al criticismo y al idealismo en general cuando se arriesgan a
©■ formular una teoría del conocimiento. Por supuesto, negar que la
materia sea la única realidad objetiva, hacerla residir en las sensa­
ciones del sujeto lleva, para Lenin, a adherirse— sin decirlo— al so-
í . lipsismo del «obispo» Berkeley. Contra tal enfermedad metafísica,
un único remedio posible: el materialismo. Y , más precisamente, el
«materialismo dialécdco».
En esta última expresión, el primer término remite a la concep­
ción del mundo según la cual la materia es anterior al pensamien­
to, no siendo éste más que un producto de aquélla. E l término
«dialéctica», por su parte, envuelve una teoría del conocimiento
definido como «reflejo»: nuestras ideas verdaderas no son «jero­
i'-:. glíficos» sino «copias» de la realidad, imágenes ajustadas al hilo de
un proceso indefinido de verificación práctica, cada nuevo descu­
brimiento se realiza por negación del anteriormente adquirido.
©. Poco original en sí misma, la exposición de esas concepciones
está empañada, por otra parte, por dudosas profecías: Lenin recha­
^A-í>■-
za admitir, por ejemplo, que la física pueda un día renunciar al de-
terminismo absoluto. A pesar de errores de ese género, la obra
consigue poner el empiriomonismo en ima situación tan difícil que
ese movimiento ya no se recuperará. Pero, más allá de los medios
■ revolucionarios, el libro no tendrá demasiados lectores. Y será ne­
cesario esperar al final de los años veinte para verlo promovido
poco a poco al rango de clásico del marxismo.
En cuanto a
estadio superior del capitalism.o^ 19 16 ; E l Es-
Vi:/ 6 0 . L e n in , Oeuvres^ trad. fr., París, É d . S o c ia le s, t. X T V , 1 9 6 2 , Matérinlisme et
Evrpiriocriticisme^ p. 2 9 8 . (T r a d . cast. en V . I. L e n in , Materialis7fi.oy empirion iticinno.
Notas a'tticas ^obre una filosofía reaccionaria^ M a d r id , E d ito r ia l A y u s o , 1 9 7 4 .]

1 16
LAS FILO SO FIAS D EL F IN A L

tado y la revolución, 19 17),

Saly^íde.manejta&gmim^
.d é ijf# 9 por ejemplo, la teoría de la
cultura «proletaria», a la que considerará siempre con desconfian­
za en razón de sus orígenes empiriomonistas.
Sin embargo, en septiembre de 19 14 , cuando la guerra acaba de
estallar, se sumerge en la lectura de la Lógica de Hegel, sin duda
para comprender mejor lo que quiere decir «dialéctica». Tom a en­
tonces decenas de páginas de notas, que serán publicadas en 1933
bajo el título de Cuadernos filosóficos. N o se encuentra en ellas nin­
guna verdadera novedad-—a excepción de la tesis célebre (y legíti­
ma) según la cual no se puede comprender nada en E l Capital si no
se ha leído, precisamente, la Lógica de Hegel.^^
Por lo demás, las tareas propiamente políticas no tardan en ga­
nar terreno. A partir de 19 17 , en efecto, Lenin no es ya ün revolu­
cionario acorralado por la policía zarista. Se convierte en un esta­
dista. Uno de los que, seguramente, habrá marcado más su siglo.

apo0ad0/;inadarf^i:eS(^ —MñlñyértdMteiste-
inav^pohcíacovde^^ — ^sé^^eñcüentí^-á^^Pfflsérite'^ém^

á|pgÍjSpd;é/lát(^dé^ií|sis|^
hipótésíséé^^á^
ra^^ferente ded^W^ el estado actual de nuestros
conocimientos, no obstante, la tercera interpretación parece la mejor.

6 1. Lenin,.O f7íü7T5, txad. fr., ParíSi É d . S o cia le s, t. X X X V I Í I , 1 9 7 1 , Cahierspht-


hsophiques, p. lyo.
117
H IST O R IA D E LA FILO SO FÍA E N EL SIG LO XX

Se puede, en todo caso, descartar la segunda sin demasiadas va­


cilaciones. En efecto, al contrario de lo que pretenden algunos de
sus adversarios, Lenin no era un conspirador aislado. Evidente­
mente hubo, en 19 1 7 , una revolución popular contra el régimen
zarista. ¿Cóm o olvidar que millones de hombres, en el interior del
viejo imperio, lo acogieron con esperanza? ¿Cómo olvidar que los
bolcheviques fueron los primeros, durante la guerra de 19 14 , en
firmar lá paz? ¿Cóm o olvidar esas imágenes rodadas por Dziga
V ertov en los primeros tiempos de la revolución y que muestran
la alegría de mujeres musulmanas finalmente liberadas del tchador}
Sólo un amnésico puede negar que ia^^je^luQiot^vvflQnsigui
ífac. Y7iq]ai^;:ésteifera::.j)OE supjaegto elvptj^fiy^^
muyrápidamentei^as^^cosasí^empezaroii a¿ir;raahi>
Por otros motivos, no es posible adherirse en demasía a la prime­
ra interpretación. Sin duda el hecho de inscribir la necesidad del gu-
lag en la idea misma de revolución presenta la ventaja de simplificar
el problema. Si el gulag está dentro de Marx, éste no puede ser sino
profundamente malvado y la idea de transformación social radical­
mente peligrosa. Marx convertido en el diablo, ya sólo falta quemar­
lo; eso es justo lo que hicieron los nazis. Nada es más seductor, nada
tiene una impronta mayor en el imaginario colectivo que esa prácti­
ca del «chivo expiatorio». Pero igualmente nada es más ilusorio.
Pues incluso si el gulag estuviera verdaderamente en M arx, ello
no nos desembarazaría tan fácilmente del hecho de que tantos
hombres— en Rusia, después en China y en otras partes— hayan
abrazado la causa del comimismo con la convicción de poner pun­
to final a una eternidad de opresión. Aún más, basta con leer a
M arx y después a Lenin para ver que el gulag no está en M arx, pero
sí en el leninismo— lo que no es en absoluto un «detalle». Cierta­
mente, Lenin se considera a sí mismo como el heredero de Marx.

gOria/En él;
;Lgrij:]^H0.í:^g7^U]a^filÓ§ofo^ÍnO^vU^

118
LAS F IL O S O F Í A S D E L FIN A L

N o es extraño, en consecuencia, que el segundo no retenga del pri­


mero más que las tesis que pueden sei-virle. N i que las reinterprete ■ a
a su manera, de la forma mejor adaptada— según él— al objetivo
que se ha fijado. a
Por tanto no deberíamos reprochar a Lenin haber Daicionado ©
deliberadamente a Marx. Utilizando la teoría marxista como bre­
viario para la toma del poder, empleándola para la dominación del
o
■0
partido bolchevique sobre el antiguo Imperio ruso, Lenin tiene de­
recho a pensar que lleva esa teoría a su lógica culminación^®I:pr;Qr
déáéábá^ffi^póf%S0Mó^ v e ^ o
^Ifdéas. ® n ’ííj845;;^Mar^:7habíá:prOGlanvadÓ c?)
o
p é M W |g Ó ®®®’sfó'rmáríñn^páfs?'%éhm¿vñO'í^^
inái^sm ó; Elupróblem^;biéñ%on^^
^ é i ® 1 é l S í h ® h ó ^ e í — rura 1, feudal, prácticamente
desprovista de infraestructuras industriales y de proletariado— no
s^iipréstóíverdafd^ahíériré'^Hdéjálséltrsrñsfoi^níar^CMebs^^
ríd'ó''poT Marx; Y que Lenin, para vencer sus resistencias, estuvo
€1
tentado de apresurar el movimiento, de forzar a cualquier precio el
curso de las cosas. Hasta que— la enfermedad le apartó prematura­
mente del poder— le toca a Stalin llevar el proceso a su ténnino.
Los procesos de Moscú, las purgas, las masacres, las deporta­
ciones, el gulag— en fin, todo lo que desde entonces se asocia a la !
horrible reputación del stalinismo— , emana de esa vohmtad en­
carnizada de imponer, a un pueblo dividido, un modelo de cambio
que de ningún modo ha sido concebido para éste. Y así, en un con­
texto de conflicto internacional (hasta 1922), en medio del odio del
■‘■ li
resto de Europa (hasta 1989) y de distintas oposiciones internas
6-3
— la del clero, por ejemplo— que, como se lia visto claramente cuan­
do a finales de los años ochenta levantaron la cabeza, no estaban ©
tampoco poseídas siempre por el puro ariior a la democracia. ©
Recordar esos hechos no tiene por finalidad disculpar a L e ­
nin— y aún menos a Stalin. Pero sí explicar cómo, bajo la embesti­
da de la historia, el arma crítica que constituía el marxismo debía ©
acabar sufriendo una seria distorsión. y
0

I19
H I S T O R I A DE LA F I L O S O F Í A EN EL S IG L O XX

Volvamos a
o r-r-baj o :;la^a.qf|iori|g;0ilj)^^
^^es:íije.^taífí^gaLart^
í^árxí^dg^lmáíTC —lo^
q u ^ ;T ^ |^ 611t^lfa:tes®jBáMélím^^MefíÉPSb^eFi0
!■'V lá^í^onjtáv^ consiguiente, la mejor filosofía posible, la
'.<A. que permitirá a la humanidad escapar definitivamente de la prehis­
toria.
V€tee:^año§lffiSsScá*def^fí^i^38f‘5^^
smo-iíde^ Diferencia esencial:
lenkúsmo|7aünt}ue2prd:tendaíap:orta^ única verda­
©•
dera, por supuesto), fí®éi^ráiaM®ado^poiK^mngihi:;s Mo>^
es:5má§;:qi^;una|c^^^Í(Ú0
una:^ónsjtna:osida;i^ádíí^^
r-^ o menos, 19 29 -19 8 9 )
mo.,^¿Qué le ha pasado?

Í 4enin>
si: h iéTi^ieíi§ á^ha be0 teadoiií el^mam^
ípráctícos (la teoría del «imperialismo», la de la función del partido
y del Estado en la revolución),

eMet®^g¡e"Le^^ si percibe la existencia de lagimas en el


interior del marxismo, en particular en el dominio filosófico, no se
ve capaz de llenarlas él solo.
Sin duda, después de 19 1 7 , juzga oportuno reforzar los funda­
mentos teóricos de la docoina y de ese modo relanzar, en el seno
del partido, la investigación propiamente filosófica. Pero la diver­
sidad que reina por entonces en el partido prueba que la suerte no
estaba echada todavía, ni Lenin estaba tampoco muy impaciente
por dirimir entre las opiniones divergentes de sus «camaradas».
E l año 19 2 2 , por ejemplo, ve la revista moscovita Bajo la Bande­
ra del M arxis77io abrir sus columnas a una polémica cuya franqueza
de estilo revela que la libertad no está todavía muerta. En un artícu­
lo de esa revista, el propio Lenin evoca la necesidad de anclar el
marxismo en la doble tradición del materiahsmo de la Ilustración y
de la dialéctica hegeliana; mientras que, en otro artículo, un uni­
versitario bolchevique (Alinin)— proclamando la inutilidad de la fi­
losofía— invita a los auténticos marxistas a arrojarla «por la borda»

120
LAS FILO SO FÍAS D E L FIN A L

al mismo tiempo que la religión. Minin no fue castigado por sus


declaraciones. Además, en ese momento, muchos revolucionarios
comparten la idea de que la «vieja» filosofía ha sobrevivido a su
utilidad. Y que, en el mundo nuevo que acaba de nacer, está desti­
nada a desaparecer en provecho de actividades más útiles.
En 19 24 el tono, progresivamente, empieza a cambiar. Algunos
días después de la muerte de Lenin, en enero, aparece la fórmula que
hace de este último el «continuador genial de Marx». En abril, Prav-
¿¿z^í^repdeila=qpubhcS^ióñHálMin^5á<iiiéi¿d^ar
iqs :d;el¿^ Su autor, Joseph Djougachvih, llamado
(#879-1953), anuncia por dónde irán los tiros.lMfeli^nhysm

^(fflágp©fíárp:dí^Í^á^sirátégiMínive^sáíli|^dasKd

El leninismo es, pues, una doctrina política: no se puede, sobre


este punto, sino estar de acuerdo. Pero Stalin no se para aquí.
También quiere hacer pasar el leninismo por un concepto filosófi­
co. El leninismo, aduce, es «el marxismo de la época del imperia­
lismo y de la revolución proletaria». Es «el marxismo desarrollado
más profundamente».^^ En resumen,

ú i n f d ekpropio^Mait.
Sin embargo,
^ ^ |^g n Í0 ^E n enero de 19 29 , s,u;-riyalj^^ expulsado defi­
nitivamente de la U R S S — donde conserva numerosos partida­
rios. El mismo año, uno de éstos (un antiguo menchevique lla­
mado Deborin), olvidando que fue poco antes el adversario de
Lenin, logra imponer la denominación «m arxismo-leninismo»
en el transcurso de la segunda conferencia nacional de institu­
ciones de investigación cienti^fica. Esta engloba, ciertamente, el

6 2 . S ta lin , Oeuvres choisies, trad. fr. (A Jb anie), É d itío n s 8 N é n t o ñ , 1 9 8 0 , p . i 8 .


[T r a d . cast.: Obras, M o s c ú , E d ic io n e s de L e n g u a s E x tra n je ra s , 1 9 5 3 - ]
6 3 . Ib id ., p .1 9 .

121
H IST O R IA D E LA FILO SO FÍA EN EL SIGLO XX

materialismo dialéctico y el materialismo histórico, cuyo con­


junto constituye— según Deborin— el bien común de todos los
comunistas sin excepción.
Finalmente, el giro decisivo se opera en enero de 1 9 3 1 . E n el
texto de un decreto concerniente al futuro de la revista Bajo la Ban­
dera del Marxismo, Stalin recupera por su cuenta la mayor parte de
las tesis de Deborin, reprochándole— con una perfecta mala fe—
haberse apartado de ellas. L o que se juega en tal combate es, evi­
dentemente, más político que teórico.
de trotskismo— ^-^-^écogerá 0
El^podei^spolMcoppor^

En 19 3 1 está claro que ese heredero será Stalin. Algunos años más
tarde, en 1938, Stalin se hará entronizar oficialmente como «filóso­
fo» con la publicación de \m texto— Materialismo dialéctico y materia­
lismo histórico— que presenta por primera vez coirio un texto pura­
mente «filosófico», no político. Reina en lo sucesivo sobre el campo
estrechamente vigilado de los debates teóricos y — en toda circuns­
tancia— dirime en nombre del materialismo dialéctico. O en nombre
del «diamat>5— como dicen abreviadamente los Rusos— , pues es
— ^por definición— el único que puede enunciar la versión ortodoxa.
N o úmcamente, pues el «diamat» ha devenido la filosofía ofi­
cial del Estado soviético, sino que la consustancialidad entre Esta­
do y filosofía fue entonces tan vivamente invocada que el primero
puede aparecer— si se toman sus declaraciones al pie de la letra—
como la realización de la segunda, por tanto como la encamación
de la verdad absoluta. Se puede comprender así, retrospectivamen­
te, la paradójica admiración que el filósofo Alexandre Kojéve— ru­
so emigrado a Francia, que no era comunista sino hegeliano— de­
dicaba a Stalin, cuya muerte le emocionó— ^segun sus propias
palabras— «tanto como la de su padre».^"^ En un cierto sentido, el
stalinismo no es nada más que el último avatar de la filosofía hege-
liana. Testimonia la realización de toda filosofía, es decir de toda
racionalidad, en y para el Estado moderno. Es la filosofía hecha Es­
tado— y definitivamente acabada por su propio triunfo.

64. P a la b ra s re c o g id a s p o r D o m in iq iie Autíret^ Alexand? e Kojeve, P a rís, G r a s se t


1 9 9 0 , p. 3 0 5 .

122
LA S F I L O S O F Í A S D E L FIN A L ■ C')
■© i

gí;)
váMWdfiStSíálménté^dé^sú:Ú^ r)

B f ilif f i a i f lL i d e t e e;aCo em
qñe^^és^aho^ádáí^éñílátiDRS S ;ínO:ÉeHquéd^jsiñ^^^ o
difícilmente— en^^h&spá^ió^dé®léi^iíÓiá-que=:le:^;.c^^ o
BüSdfe#Wsmnirséf%ñtfSá:l'dó^^
los !déb^alémánwErnst;^::BlQ délí htingaro e.)
de^MíálíáÉM^AStmnÓ^© íde^íídosj^&anceses;:
#ftüJ¿^tóM^)§í 3 ^orgésT_óUtzéryVfílósófós?:qnéT secátó^^
niRñ^Éá^ülió faseism'o lOidéte
durante su juventud, Gyorgy (también Georg)
|i 8 8 5-19 71), después de haber vivido algunos anos en Berlín
í•>
"^’y T í a lo largo de los que se consagra a investigaciones es­
téticas iE l alma y las formas, 1910; Teoría de la novela, 1916), seycpn-
\^gjgj^|r^ru;a^g||^]bfináfcdédia3®D^í^^ diciem­ ©
bre del año 19 18 , entra en el Partido Comunista y participa, como
comisario de cultura, en el efi'mero gobierno de Bela Kun en Buda­ (.)
/'íts
pest. Cuando la revolución húngara es aplastada (agosto de 1919),
busca refugio en Viena, en Berlín y, más tarde, a partir de 19 33, en
Moscú. Es en Viena donde pubUca uno de los libros más importan­ m
tes para el marxismo del siglo xx, ^ (^9^ 3)-
@
C^^gp^ádáÍáM3ÍiMúcidáMámdíilñ®M<^píÉ0^é&métÓdoT?díaléctÍGo
©
fqpe^asj^la^ljgPÚffií^VdeíMStaMellá^^^
|gmp|jgi^QudÉSdSéñi!lfeiS^a:{::misnio^
(entre otros por Deborin): se le reprocha rebatir el materiabsmo de
Marx a partir del idealismo de Hegel, de recusar la noción engelsia- ,©
na de «dialéctica de la naturaleza» y de pensar en términos demasia­
do «humanistas» el papel del proletariado entendido como «suje­ 'O
to» de la historia. Lukács acepta hacer su autocntica. Su estancia en
Moscú, si bien no le impide elaborar su concepción personal del -©
realismo en arte (muy alejada del «realismo socialista»), le obliga a in­ ■p
tegrarse en una vía más conforme con.la ortodoxia— de la que se es­
fuerza por escapar de nuevo a partir de su retorno a Budapest (1945). ■ 'y)
123
H IST O R IA D E LA FILO SO FÍA EN EL SIGLO X X

gV- Una gran ofensiva stalinista (1949), dirigida contra sus tenden-
cias «burguesas» y «cosmopolitas», le obliga no obstante a una
ífe-.
segunda autocrítica. En 19 54 , publica E l asalto a la razón, cuyas
dos partes («I. D e Schelling a Nietzsche»; «II. De Dilthey a Toyn~
®v... bee») constituyen una profunda pesquisa sobre los antecedentes
C-.O.• ideológicos del nacionalsocialismo, entre los que son denunciados
el sistema de Spengler, el existencialismo heideggeriano y todas las
formas de «vitalismo» o irracionalismo filosófico. En 19 56 , estalla
©- en Budapest mía insurrección antisoviética. Lukács se vincula acti­
vamente recuperando, en el primer gobierno de Imre N agy, las fun­
ciones de ministro de cultura que ya había ejercido en tiempos de
# -'
Bela Kun. Cuando la revuelta es reprimida por el ejército soviéti­
é-
co, debe refugiarse en la embajada yugoslava y, después, exiliarse
i, durante algunos meses. Autorizado a volver a Budapest en la pri­
mavera de 19 5 7 , se niega, esta vez, a toda autocrítica. Y, aunque
Imre N agy es ejecutado (1958), se decide a permanecer en H un ­
gría el resto de su vida, a pesar de la atenta vigilancia de que se le
hace objeto.
í: .-;* , También escritor precoz, E rn stf^ lo cI|^ i8 8 5-i9 77) redacta su

primer ensayo filosófico a la edad de tffece^ños. De 1908 a 1 9 1 1 , re­
side en Berlín— donde traba una duradera amistad con Lukács— y
en los años siguientes en Heidelberg y Barmisch. Pacifista, horro­
f;%..
rizado por la guerra y el militarismo prusiano, se exilia en Suiza
(:■■■■ -.
(19 17 ), de donde sólo volverá a Berlín para unirse al movimiento
spaitakista. s§gs¿jdjgggr:^deg;í;lihro^^^
fresiv^..^ El más novedoso de ellos. E l espt-
ritu de la utopía (1918), resulta de una sorprendente ahanza entre el
mesianismo judío y una visión espiritual del marxismo, donde los as­
pectos económicos han sido prácticamente soslayados. Thomas M ün-
zer, téologo de la- revolución (19 2 1) constituye mi homenaje a este refor­
mador del siglo X V I, que predicaba la revuelta a los aldeanos alemanes
en nombre de una interpretación democrática del Evangelio.
Bloch tiene cerca de cincuenta años cuando los acontecimien­
tos de 19 3 3 le obligan a exiliarse sucesivamente en Suiza, Austria,
Francia, Checoslovaquia y los Estados Unidos. A pesar de sus tri­
© bulaciones, consigue proseguir una obra considerable e inclasifica­
ble, irreductible tanto al marxismo ortodoxo como al de la escuela
de Fraiilcfiirt y marcado por una constante preocupación ética. De
sus trabajos sobre el poder subversivo de las místicas religiosas y de

124
v:
LAS FILO SO FÍA S D E L F IN A L

las grandes utopías saldrán los dos tomos de su obra magna, E l


principio esperanza (19 54 -19 59 ). Aparecerán en Alemania del Este,
donde Bloch acabará estableciéndose en 1948. Ahora bien, la cons-
a c c i ó n del muro de Berlín (19 6 1) acarreará su exilio en occiden­
te, y es finalmente en Tubinga donde terminará su errante exis­
tencia.
Todavía más dramática es la vida de Antonio
1937). Después de haberse adherido al socialismo e n ^ T S , partici­
pa en el movimiento de los «consejos obreros» de Turín (1919 ) así
como en la fundación del Partido Comunista Italiano (19 2 1). Ele­
gido diputado (1924), es arrestado en 19 26 por orden de Mussofi-
ni. Internado durante más de diez años, en los que redacta sus Cua­
dernos de p 7Ísión, morirá como consecuencia de los terribles tratos
sufridos durante su cautividad.
Apartándose a la vez del monismo materialista y del idealismo
metafísico, la concepción gramsdana del marxismo se define ante
todo, dentro de la vía abierta por Labriola, como filosofía de la
praxis. Esta quiere ser a la vez humanista— puesto que lo dado y
existente tan sólo puede ser superado por la voluntad humana— e
historicista— puesto que toda realidad, comprendidas la ciencia y la
filosofía, no es más que un producto de la historia. Sin duda el his-
toricismo gramsciano hunde sus raíces en ima tradición específica­
mente italiana, que ilustran los nombres de Maquiavelo, Vico y
— más cercanos a nosotros— los filósofos Benedetto Croce
(18 8 6 -19 52 ), a su vez influido por Hegel y por Nietzsche, y G io-
vanni Gentile (18 75-19 4 4 ). Pero hay propuestas específicas: si
Gramsci tiende a reinscribir la política en la historia, es para sub­
rayar mejor— contra Stalin— el carácter transitorio del Estado re­
volucionario, que también está llamado a desaparecer en favor de
nuevas formas políticas, que no dejará de suscitar la praxis proleta­
ria— dicho de otro modo, la capacidad de la clase obrera por auto-
organizarse.
Hostil al stahnismo, el pensamiento de Gramsci ejercerá, des­
pués de la Segunda Guerra mundial, una influencia no desdeñable
sobre el Partido Comunista Itahano— que conseguirá, mejor que
otros, preservar su autonomía respecto a M oscú— , así como sobre
numerosos intelectuales marxistas deseosos de escapar a la ortodo­
xia soviética. El humanismo que le anima se reencuentra en Sartre,
y la preocupación gramsciana del análisis conceptual, en Althusser.

1^5
H I S T O R I A D E L A FTLOSC SIG LO XX

Nacido en Hungría, G e o r g e í¿ ^ o lit z ^ (i9 0 3-19 4 2) emigra a


Francia en el momento del fracaso o^^^revolución de 19 19 . Inte­
resado por el psicoanálisis, publica en primer lugar una Crítica de
los fundamentos de la psicología (1928), situada bajo el signo de un
«retom o a lo concreto» y de una reflexión sobre el «drama huma­
no». A partir de su adhesión al Partido Comunista Francés (1929),
dirige ataques contra el irracionalismo, representado a sus ojos por
Bergson ijpin de un fraude filosófico: el bergsonianismo^ 1929) y algu­
nos años más tarde por el pensamiento «existenciahsta» de H ei-
degger, Jean W ahl y Gabriel Marcel («La filosofía y los mitos», ar­
tículo de 1939). Durante la Segunda Guerra mundial, participará
activamente en la Resistencia. Detenido por la policía de Vichy,
será ftis ii^ ^ ^ ^ r los nazis.
n 19 0 5-19 40) tampoco tendrá demasiado tiempo para
)bra. Hijo de \m empleado de los ferrocarriles, com­
pañero de liceo de Sartre, entra en la Escuela Norm al Superior, se
convierte en marxista, viaja a Adén, se inscribe en el Partido C o -
mimista (1927), pasa la agregación de filosofía y, después de un año
de enseñanza, decide consagrarse al periodismo. Su mejor libro, Los
perros guardianes (1932), queda como grito de revuelta contra la fi­
losofía espiritualista y reaccionaria que domina en la época la uni­
versidad francesa, y que encarnan para él las «cuatro bes»: Henri
Bergson, Maurice Blondel, Emile Boutroux y Léon Brunschvicg.
Partidario del compromiso absoluto, Nizan se esfuerza por conce­
bir la filosofía como una obra colectiva, impregnada de los proble­
mas de la vida cotidiana, hecha para el pueblo y por él. Morirá en el
frente, a comienzos de la Segunda Guerra mimdial.
SS®^ab^^g^^tiúid»¥escritosdei^stos vabr@s
pués de 1 945— %s^®abaj<í)S?dé^SiáFt^é^^thüssér ycl^fEsi^

carece de interés) déKigvólüláónario chino


Ig^grgmcóátQñérueltíéchvétprogíe^

g|Qg|giy^||rn|ses^egrigjrygi^m ^ de
noviembre de i989)^g^^fíagá5p®t^«ídaWá?la;fite
gglpÉ'. MH^sg'ól|í®:d;etouateia)rdárá; sin duda,
ragsg?—^ijrglq:§o:¡§i-|a^ig^ggQGÍ^:d^;-U^:;^^

126
LAS FILOSOFIAS DEL FINAL '■ ©

3. EL FINAL DE LA METAFÍSICA ;0


©
o
4Íiqfig^qp^g|GÍfe — O, por lo menos,íSii%figifrá^ cláf r>
^ s lé ®te x iiía ? fís H S ^ é s ^ ^
•0
¿Es necesario reemplazarla por algo diferente? ¿Por qué? ¿Por
-■ ©
una forma de pensamiento más «fundamental», el «pensamiento
del Ser» (Heidegger)? ¿O bien por un proyecto revolucionario, ■&

anclado él mismo en una vasta «concepción del mundo» (Lenin)? ■■#


la misma pregunta re­ "©
quiere una respuesta más prudente, más «positiva»./PaMó$^sábios '©

Sr—Jñatgtmatic^^
#^pgrimLgnt^l¿Si=M£Ípíe>¿ia^^

^
Bautizada comds¿^ i^ p y ria ^ jg ^ t^ ^ ^ no tuviese apenas
relaciones directas coji el pensamiento de Auguste C o m te ^ , pero
también tarde) ^<gmpiris
ese^^^yirnigpjtg^^^^^^^ están,^qculadqs,J^ de Moritz

tíiyé una escuela propiamente dicha. Á pesar ele la publicación de


un manifiesto colectivo (i q2 Q)i^^eújfre^hs^ádepñ^sri^ i:^^
lo mismo que entre sus tres o cuatio cabe­
zas de fila. — ---------------- -------------- — )
:ffiéQnlfflrt8s:?aitiad:0Sgl0S^m
©
(j)
■©
p|gMt«c)gadgk@toail|a^daiQma^^ Leibniz y
Bolzano—-|gg^^!|a^ii^gg^y^§ali^¿ai^líSíSJg^udi£EaiÉei 3áduGÍife

S llS ^ ^ ^ S S S íE d S ü S iM S B M tfe lS IE S i SgiySBiéidQsitlgvque esa:ú


á eü $^ a ^ W ^ ^ M Q y jg @ a íí|ü S lP iP l^ ííS 'S í$e i$|íB S £ S ^ S E ^ ^ E Í^ L ^

127
H IS T O R IA D E LA F IL O S O F ÍA E N EL SIGLO XX

auspiciado po^FregpS^M yt^uss^dj^l


dándole una significación aún más antimetafísL®i^|L^^ predece­
sores. Además, ^MS^tóMieoppsi^x^

Piprsu'^npmsmoi,;^^^^^^
se ; \a p ^ t tó ^ d s : ® á r ife M ^ p g g ^ d ^ ^

agergars^á,^^ corriente de pensamiento de la


que ya hemos hablado, ífl§?grttpÍriO!^ —^nacido,
como la obra de Bolzano, en el seno del Imperij^Aos^^
Maesti’o incontestado del neopositírismdyVdag^jj^seña duran­
■0 ) te veintiocho años física experimental en la Universidad Carlos de
Praga, antes de aceptar (1895) una cátedra de filosofía— que rebau­
tiza «cátedra de historia y de teoría de las ciencias inductivas»— en
la Universidad de Viena. Conservará este cargo hasta que la enfer­
medad le obligue a retirarse (i9 o i). ffla|^|[aj5Í0|Td%ui^^^^
— como se ha dicho—

bs TOcciongS;MOfíSfflá:ífi.á;S^^
.d s ensigcion It®iíilGÍi®iSí|)ellgitóS;ás^ád^ásp;pñ
real^deldiiygs^ — según M ach—
do ^ n o ;;en^pretgnder^xg^hGarloíí^Paí ^
.:que:^una í,«fjen^^
Fiel a esta lógica, M ach recusa la noción de causafidad— que su­
giere reemplazar por la de la relación funcional éntre variables— ,
igual que las ideas, newtonianas o kantianas, de espacio y de tiem­
po absolutos— prefigurando así su próxima destrucción por Eins-
tein. Rechazando de ima manera general todo enunciado dotado
de un sentido aparente pero que comprendiese términos a los que
no podría vincularse ninguna significación empírica, rechaza de­
jarse encerrar en la oposición tradicional entre idealismo y mate­
rialismo. Su «sensacionalismo» se emparenta, por contra, con las
tesis defendidas por Wilham James— que viaja a Praga (188 2) para
encontrarse con M ach— e inspirará la doctrina sostenida en 1 9 1 4

65. The Linguhtíc T i/r;i, e n sa y o s re u n íá ó s p o r R ic h a rd R o r t y , C h ic a g o , " I h e


PT niversity o f C h ic a g o P r e ss, 1 9 6 7 .

128
LAS FILO SO FÍAS D E L F IN A L

por Russell bajo el nombre de monismo «neutro», así como la pri­


mera filosofía de Camap, la de híAufbau (1928).

lá^cí^GÍa^atíte^é?SMiné5;i^^ los •
^i|gp|f&ifip§íSs|/v|i#ideilpád0s^pblíSÍ^árid^
f6M ®p ¡?M b ñ gáci8W iféc^ La deuda de és­
tos con respecto de Mach es, pues, considerable— incluso si no se
encuentra en ellos su creencia inquebrantable en el origen fisioló­
gico de las leyes lógicas, ya criticada por Husserl.
Guando M ach se jubila, su cátedra es ocupada por otro físi­
co austríaco, Ludwig Boltzmann y, después del suicidio de éste
(1906), por el filósofo Adolf Stóhr. Durante estos años decisivos
que preceden a la Primera Guerra mundial, entre 1907 y 1 9 1 2 , se
constituye lo que se llama en ocasiones el «primer» Círculo de
Viena. Se trata aún de reuniones episódicas entre tres jóvenes fas­
cinados por el empiriocriticismo y deseosos de intercambiar ideas
sobre ese tema de moda. Uno de ellos, Hans Hahn, es matemático.
E l segundo, Philipp Frank, físico. El tercero, Otto Neurath, eco­
nomista y sociólogo.
La filosofía de las ciencias está en el corazón de sus discusiones.
Discípulos de Mach, esos tres jóvenes lo son también de los físicos
franceses Pierre Duhem (1 8 6 1 -1 9 1 6 )— cuya obra maestra, La teo­
I i
ría física, su objeto, su estructura (1906), fue traducida al alemán en
.1 I
1908— y Abel Rey— cuya Teoría de. la física también aparece en ale­
mán en 1908. Los futuros neopositivistas resultan así ijmpregDja.dQS
deI<<conv^B£Íon3 lim Q^jAds.adidam rj£sm §^-BlP^
la tesis según la cual las p r Q p Q g ic iQ n e s de base de..las..teorias.jcientf-
ficas, siempre escogidas porjjfta^decásióii»deLinv«stlgador, pueden
ser revisad^ en caso de necesidad. Pero sus debates sobrepasan
— si llega el caso— el marco epistemológico para abordar los pro­
blemas políticos, sociales y religiosos, a los que están muy lejos de
ser insensibles.
La experiencia de la guerra refuerza por otra parte en ellos el
peso de esta^úít|t^^preocupaciones. Conquistado poí* las ideas de
M arx, OttB^,Í^euram entra en 1 9 1 8 en el Partido So-
cialdem ócrátClÉl^ño siguiente interrumpe sus actividades acadé­
micas para ocuparse de la planificación al servicio del gobierno so-

129
H IS T O R IA D E LA F ILO SO F ÍA E N E L SIG L O XX

cialista recientemente instalado en Baviera. Cuando este gobierno,


que había devenido comunista, vuelve a recaer en la derecha (mayo
de 19 19 ), Neurath— después de haber escapado a una tentativa de
asesinato— es arrestado y condenado a dieciocho años de reclu­
sión. Por la intervención del gobierno austríaco, su pena es con­
mutada por la de su expulsión del país. Neurath vuelve entonces a
Viena, donde es nombrado director del Museo SociaJyjlco n ó m ico .
Al mismo tiempo y por consejo de HaEhTla Universidad de V ie -
na decide llamar al filósofo alemán Moritz Schlick ( 1 8 8 2 - 1 9 3 6 )
para o Q ^ai^i^^ted ra de Mach, vacante desde la muerte de Stohr
(i9 i9 ).'í^ ették ^ s, en ese momento, el autor de dos l ib r o S í^ S ^ p ^
que desarrolla las im­
plicaciones filosóficas de la teoría de la relatividad, y una ^eforíü^
que vuelve a tomar la crítica bolza-
niana a la noción de juicio sintético apriori. Tales juicios no podrían
existir puesto que no hay intersección entre las proposiciones lógi­
co-matemáticas de un lado, que son analíticas apriori, y las propo­
siciones sintéticas de las ciencias empíricas por otro. L o cual exclu­
ye, al mismo tiempo, la posibilidad de enunciados específicamente
metafísicos.
Schlick se instala en Viena en 1922. Y es precisamente
MahrL<quien convence a los matemáticos de la universidad— Frie-
drich ^ a js|n a |]^ , K u r P ® ó d M ^ , así como a sus amigos Frank y
reunirse periódicamente con Schlick— siendo por
tanto éste el único filósofo «profesional» del grupo. Sus reuniones
informales, que terminan por institucionalizarse los jueves por la
tarde en im café vienés, permiten a sus participantes descubrir con­
juntamente los trabajos de Frege y de Russell, así como el Tracta-
tus de Wittgenstein, cuya versión definitiva aparece en 1 922.
E n 1926, el^gpj^p se refuerza con la llegada de un joven ale-
mán,¿RudolflOáTO^p,^u^ desea obtener la habilitación por la U n i­
versidad de V ié h á rA partir de ese momento, el «segundo» C írcu­
lo de Viena conoce, durante cerca de tres años, su fase de actividad
más intensa. T re s años marcados, entre otros, por la publicación
del libro más ambicioso— y el más controvertido— de
/og¿íc¿e Aufbau der IVelt).

130
LAS FILO SO FIAS D E L F IN A L

X::j
u ^ te ii^ ilg g l^ el otoño de 19 10 va a Jena ©
para seguir los cursos de Frege. La explosión de la Primera Guerra ©
mundial le parece desde el primer momento una «incomprensible ©
catástrofe».^^ Movilizado, combate en el frente hasta 19 17 . Saluda ©
con alegría la Revolución Rusa y, en 1 9 1 8 - 1 9 1 9 , la efímera victoria
de la izquierda en Alemania. p
En 19 2 1 obtiene el doctorado en Jena con una tesis sobre el í3
concepto de espacio, marcada por la influencia de la teoría de la
o
relatividad. El mismo año, se zambulle— siguiendo un consejo de
Frege— en la obra de Russell. La lectura de Nue^^o conociviiento del
mundo exterior \e causa una profunda impresión. Simultáneamente, ©
ge trae (1Q24) a partir de los Principia mathematica un Esbozo de /q^7- ©
r/Z-2a:/ztg»^Í£^^-qu€-será--pubh€ado-€n--L92rQ— y^que resulta, con el ©
TraetM s, áTOMde^ks^pFÍmeras¿^okcasiqiie)T0ma^fílosófícamentc en ^

E n 1923, finalmente, otro encuentro s^gyi®d^^§pnm an te para


su evolución: el filósofo hamburgués Haná&eichentj^dí^ji (S>
que acaba de publicar (1920) un trabajo de in s p ii^ í^ ,
•©
Teoría de la relatividady conocimiento a /)r/or/.<^a^^p^íRejghent^agfr
@

Redactada en los años 19 2 2 -19 2 5 , la Aufbau ve la luz en 1928,


después de la llegada de su autor a Viena y de sus primeros contac-
es I
O I
■© ^

ij
En otras palabras,^l^pypsniladffirfilosáfícuidé-^taí^ídfeMvaMñifc^

6 6 , R u d o lf C a m a p , «Iiícellectual Aurobiography>i>, en The Philosüphy of Riidolf


Caj-nap, textos reu nid os p o r Pau l A Sch lip p , L a S a lle I llin o is ), O p en C o u r t, 1 9 6 3 , •©
p. 9. [T ra d . cast. de C a n n e n CasteUsi^/zío/í/o^v^^í? intelectiuil, B arcelon a, P aid ós, 19 9 2 .]
6 7 . W . V . Q u in e , « L e co m b ar posiciviste de C a m a p » , en Le Cercle de Vieiive,
düctrines et controverses, textos p resen tad o s p o r J a n S e b e s d k y A n to n ia S o n le z, P a iís ,
M é r id ie n s -K Jin c k s ie c k , 1 9 8 6 , p. 1 7 0 .

^31
H I S T O R I A DE LA F I L O S O F I A EN EL S IG L O X X

ssell iano)

ripjriM;CÍa^

Q E n el prefacio a la primera edición de la Aufhau, ^aCTapiSÍ^ ^


© fpi:p^pg®^bájBáef¿Sí]^d)!lde^^
n
^^itas>i^^,í^ — expresión que apunta, por
mía p arte, iPéMs
síóáíbfej^g^óñí^ii'ás^^ E l irracionalismo debe perder la
batalla, puesto que representa las fuerzas del pasado. Existen por
í;-E^ contra, añade Carnap, profundas afinidades entre la manera cien­
tífica de pensar— que reivindica— y la actitud moderna que intenta
expresarse, por la nñsma época, en otros campos como el arte (¿no
acaba de fundar, en 19 19 , Gropius la Bauhaus})^ o bien en esos mo ­
vimientos «que luchan por imponer formas sensatas de vida indivi­
dual y colectiva, de educación y de organización social en general»,
movimientos que Carnap no nombra, pero en los que no es difícil
identificar las corrientes socialistas. Esta orientación, precisa, «re­
conoce los lazos que unen a los hombres entre sí, pero contempla
al mismo tiempo el libre desarrollo del individuo. Nuestro trabajo
está sostenido por la convicción de que tal actitud vencerá en el fu­
turo».
® (2§d ¡;:dnÍGÍMdie4j?¿0¿>Mii elíaná^h^
nppirniento^ifded^^í^^hj.^tOsi^^^^^
;,piieden5S.er74;:eGOñis.tnt^d^sj;a4^
>nad
Conform e a la doctrina de Mach, los «elementos de base» son cua­
lidades sensibles («ese rojo») que afectan a nuestra subjetividad
cuando percibimos tm objeto, experiencias globales e instantáneas
que Carnap llama «vivencias elementales» {Elementarerlebnisse).
Constituida por sensaciones, la base de la pirámide es pues «au-
topsicológica» {eigenpsychiscbe).
En cuanto a la relación de base, Carnap prefiere confiar este pa-

68. R u d o lf C a r n a p , The Logical Structure of the World, L o n d r e s , R o u d e d g e an


La coyisU-ucción
K e g a n P a u l, 19 Ó 7 , p. xv iii. [T r a d . case, de L a u r a M u é s de S c h re n k :
lógica del mundo, M é x ic o , U N A M , 1 9 8 8 .]

13^
LAS FILO SO FIAS D E L FIN A L

peí a lo que llama ima relación de «semejanza memorístdca» o de


«recuerdo de seme.)^nzü» {Áhnlichkeitserinnerung, en inglés recollec-
tion of similarity), susceptible de organizar, entre las vivencias ele­
mentales, relaciones estructuradas. Se añade además, a ésta, el con­
junto del lenguaje formal de la lógica moderna.
El plan de \zAufbau se impone ineluctablemente a partir de ese
momento. Partiendo de emmciados elementales e introduciendo
el contenido de nuestras experiencias sensoriales, Carnap recons­
truye, en un primer momento, los objetos «autopsicológicos» (que
constituyen la subjetividad) y, en im segimdo momento, los obje­
tos físicos, resultantes de la combinación lógica de los datos sensi­
bles. En un tercer momento, vienen los objetos «heteropsicoló-
gicos» (las otras personas, es decir, el mundo intersubjetivo) y, en
un cuarto momento, los objetos socioculturales (éticos, estéticos,
políticos, etc.).
. En la práctica, no obstante, los niveles superiores de la pirámi­
de apenas están esbozados.
dicho de otro modo:

PM^SÜif^i^^dudáflif. Por lo demás, la posibilidad de fimdamentar im


andamiaje tan pesado y tan complicado en un pedestal estricta­
mente sensualista— por no decir solipsista— parece de las más re­
ducidas, desde el principio.

Del enoisiasmo que se apodera entonces de los positivistas lógi­


cos nace, el año siguiente (1929), im texto colectivo al que se hace
referencia en adelante con el título á^Mm^mMdefáSmmkidefMieníti

133
H IST O R IA D E LA FILO SO F IA E N EL SIG LO XX

Ignalmente conocido con el nombre de — en ra­


zón del color de su cubierta— , ese texto es anónimo. Sólo el prefa­
cio está firmado por Hahn, Neurath y Cam ap. Estos explican que
el folleto está dedicado a M oritz Schlick— quien, temporalmente
ausente, da en ese momento conferencias en California, en Stan-
ford— para agradecerle haber escogido permanecer en Viena en
lugar de aceptar una cátedra que se le ofrecía en Bonn. Ese pretexto
permite a los autores exponer las grandes líneas de su concepción
del mundo. E l título verdadero del folleto es, por otra parte,

Weltauffasmng: Der Wiener Kreiss),


La iniciativa no dejaba de tener precedentes. Ya en 1 9 1 1 M ach
había firmado— en compañía de Einstein, Freud y Hilbert— un tex­
to llamando a la creación de ima sociedad para la difusión de la filo­
sofía «positivista». Sin embargo, ese primer manifiesto— que qüe-
dó sin continuación— no es citado por el «folleto amarillo», cuyos
autores tienden a destacar la novedad de su propio programa.
Este se inicia con una declaración que no habría reprobado Lenin:
hay un conflicto entre, por una parte, la metafísica-—que los autores
aproximan a la teología— y, por otra parte, el espíritu de la Ilustra­
ción. Entre los defensores de esta última, se cita brevemente a Russell,
Whitehead, James y los marxistas. Viena es presentada seguidamente
como un lugar propicio para la eclosión de una nueva concepción
científica del mundo. Entre otras razones para tal elección, figuran la
herencia de Bolzano (de quien Hahn ha editado, en 1920, las Parado­
jas sobre el infinitó)^ la influencia ejercida por M ach y, por último, la
elaboración de ciertos aspectos del pensamiento de Marx por los
«austromandstas» Adler y Bauer. Las ciencias sociales se encuentran,
pues, situadas en continuidad con las ciencias de la naturaleza.

«Los esfuerzos desplegados


para organizar las relaciones económicas y sociales, unificar la huma­
nidad, renovar la escuela y la educación están— subrayan— íntima­
mente ligados a la concepción científica del mundo».^^

69. Maiiifeste du cercle de Vienne et nutres écrits, p u b lic a d o s b ajo la d ire c c ió n de


A n t o n ia S o u le z , P a r ís , P U F , 1 9 8 $ , p. 1 1 4 .

134
LAS FILOSOFIAS DEL FINAL €)
:0
La segunda sección se abre a la reivindicación de un estilo teó­
rico cercano a la estética que elaboran, por la misma época, los ■í;:)
adeptos de la Bauhaus^ del constructivismo (Tatlin) o del neoplas- o
ticismo (Mondrian): «La nitidez y la claridad son buscadas, las leja­ ■0
nas sombras y las profundidades insondables rechazadas; en ciencia, ©
nada de “ prohindidades”, todo es tan sólo superficie».^^ Rfediaz^ _o
rA
hóiígitgfjj^inpjtpdag^rpuclesyd^ éf áml

.Q
Ante aquel que afírme, por ejemplo, que «Dios existe», el posi­ ■p
tivismo lógico no respondería: «Lo que tú dices es falso», sino «¿ Qué íií)
quieres decir con semejante enunciado?». ;;5iñ|gdgíTO^ íi
P
=qúe5:^^Brelíanálisi§ppüédeníME®düG ÍO

éxpMSMútícuaní^énO^^^^ Incluso convendría dis­


&
tinguir aquí entredálpWsM^a forma mejor adaptada a la expresión
p
de tal sentimiento, yJ®Stgtaífisléá^que no tiene, a fin de aientas,
valor científico ni reales cualidades poéticas. o

] | M ^ ? Admitiendo que hay aquí im problema, y para explicarlo, los .©


autores del «folleto amarillo» recurren al psicoanálisis freudiano, a ')
la teoría de la «superestructura ideológica» (es decir al marxismo), (
pero también a aproximaciones puramente lógicas. LáíP^^béri^eió^' .©
procederán de su dependencia ->
demasiado estrecha de la forma lógica de las lenguas naturales, o de
P-)
cómo sobrevaloran las capacidades del pensamiento «puro»?J0^pa:f^)

;’P

7 0 . Ib id ., p. 1 1 5 . 7 1 . Ib id ., p. 1 1 6 .

135
H I S T O R I A DE LA F I L O S O F Í A EN EL S I G L O X X

La tercera sección expone, clasificándolos por dominios, los


principales problemas «surgidos de las diferentes ramas de las
(■■■ )■ ciencias» sobre los que desean tomar posición los miembros del
Círculo. A propósito de la naturaleza de las proposiciones mate­
I' máticas, por ejemplo, se pronuncian en favor de la tesis— defendi­
í da por Wittgenstein— según la cual éstas serían puras tautologías.
C'y) Finalmente, la última sección precisa que tales tomas de posi­
©■ ■ ción filpsóficas en el dominio de las ciencias no constituyen \ma
manera encubierta de hacer renacer la filosofía de sus cenizas. Sea
cual sea el término con el que se designen las investigaciones del
Círculo, no apuntan a recrear una filosofía entendida «como cien­
cia fundamental y universal, al lado o por encima de los distintos
dominios de la única ciencia de la experiencia».^^

ca del mundo desemboca, pues, si se quiere, en una filosofía inter­


na a la práctica científica misma. Pero no a una «filosofía de las
ciencias» que pretendiera estar por encima de esa práctica.
E n conclusión,
díricarde^su^rp^ contra de los partidarios de la metafísica,
que son habitualmente los defensores de un orden social periclita­
do, se presentan como los adeptos de tm empirismo compartido
— además de ellos— por «las masas» y que va a la par «con ima ac­
titud prosociaiista»-^^

En otras palabras, «te^


cosmoyisiójL.cieatífic^^sirye^ai^^
Ampliamente difundido a través de un congreso celebrado en
PragaT en sq ^ ^ el^ ^ er<^íoné t Q ^ en seguir
da en un relativo olvido en ^e los miembros del Círculo. En primer

propio Wittgenst^^^ rechaza. .En,seg3m_do„liigai:.^Qrque las tesis


p u e defiende están muy leiQSjj^JSeJlunánimes^enLreJos-miemhras-del
Círculo. L a orientación prosocialista, en particular, si bien es la de
Carnap y Neuradi, suscita menos entusiasmo entre los demás. Mo~

Ibid., p. 127. 73. Ibid-, p. 128. 74. Ibid., p. 129


LAS FILOSOFÍAS DEL FINAL

ritz Schlick, por ejemplo, que recibe el homenaje del folleto a su


retorno de América, desaprueba el tono a su parecer demasiado ra­
dical; y sus tensiones con Neurath no harán sino avivarse en los años
siguientes.
N o o b s ta n te ,d ^ ^ S % B M l8 B liS Í^ ttll^ S iiM ^ i^ tfS 8 S S ^ d l6 j

Iqs:

Sobre todo, publicara en su segundoliúmero ( 1 9 3 1 -1 9 3 2 ) uñ^^textoc:>»


provocadoM:
ppr ej^egrnidpinpnifi \

Titulado <<M^^^^^^tméW[Üherwindun^
^Íka^j?risriégit^o^:deM
reíunaíaeGJ

Ciertamente, la;ÉM8piraciómdeaquj^|^^(Gg4 feny^^i^^tiu


EerkekyivfíMs¿fi¿c<^Sí^
^Q^ffeircigryáÉa©hte(IMlmun^k^

Lector de Mach, Wittgenstein radicalizó las perspectivas de éste al


calificar de «desprovista de sentido» {unsinnig) «la mayor parte de
las proposiciones y cuestiones» legadas por la tradición filosófica
{Tractatus^ 4.003).
En el interior del Círculo,
192 ,el cono Gimientot
| a ^ u 3 j ^ t a l a metafish
meúiídaf::e^ eñ iiíi sentida
iD:gs^^dente^eS'^simpIémenteto stivíproyecto, gnyu^e
.jjmaif^jEontra^^^^^ «S i el metafísico— explica
Schlick— no aspirara sino a la experiencia vivida, su demanda po­
dría ser satisfecha por la poesía, o el arte, o la vida misma [.,.]. Pero
al querer vivir la experiencia de lo trascendente^ confunde vivir y co­
nocer y, prisionero de esta doble contradicción, persigue sombra-
falsas». En la medida en que los textos metafísicos evocan lo tras
cendente, pueden— en el mejor de los casos— enriquecer la vidí

Í 37 i
H I S T O R I A DE LA F I L O S O F Í A EN EL S IG L O X X

juzgada como demasiado «formalista». En 19 3 4 traducido al


francés. En los años siguientes, Heidegger se esfuerza en refutarle
las tesis. Sin citar nxmca a Cam ap, sus notas tituladas «Superación
[Ubenvindun^ de la metafísica»,®^ redactadas entre 19 3 6 y 1946,
critican la doble reducción positivista de la filosofía a la teoría del
conocimiento y al empirismo lógico. Y concluyen que, si la meta­
física— o la filosofía en general— efectivamente ha finalizado, el fin
de ésta no significa en absoluto «el final del pensamiento».

Sus entrevistas
con Schlick v W aismajm, entre diciembre de 19 29 y julio de 19 3 2 ,
muestran que M a l 81figÉ(l;^dhemdó¿sinAt:Ésé^^

Éstos, por otra parte, distan de estar todos de acuerdo con Gar-
nap, como lo va a mostrar el desarrollo de nuevos debates internos
en el Círculo, en la primera mitad de los años treinta.

En el centro de esos debates, \2iAufbau se encuentra entre dos fue­


gos. Su base «fenomenalista»— derivada del «sensacionalismo» de
M ach y Schlick— es considerada como poco sólida por Neurath,
que propone sustituirla por una base «fisicalista». Pero esa susti-
tución supone, por su parte, un «convencionalismo» desaprobado
por Schlick.
La ofensiva— que hace estragos en Erkenntnis— se declara en
1 9 3 1 - 1 9 3 2 , cuando Neurath— ^mediante un artículo titulado «La
sociología en el fisicalismo»— ataca la idea de que se podrían distin­
guir fácilmente los «enunciados protocolarios» del resto de enun­
ciados científicos. De hecho— declara Neurath— , los enunciados

8 2 , M o ta s re c o g id a s en M a r t in H e id e g g e r , Essais et Conférences^ trad . fr., P a rís,


Conferen­
G a llim a r d , co l. T e l , 1 9 9 0 , p p . 8 0 - 1 1 5 . fT r a d . cast. de E u s ta q u io B a rja u :
cias y artículos, B a rc e lo n a , E d ic io n e s d el S e rb a l, 1 9 9 4 .]

142
L A S F I L O S O F Í A S D E L F IN A L
vn

no pueden ser comparados sino con otros enunciados, nunca con lo


real mismo. Una teoría científica no reposa sobre experiencias vivi­
©
das, sino sobre un conjunto determinado de «convenciones» lin­
güísticas. Las que forman el basamento de la Aufhau podrían, ©
pues— según esta tesis tomada de Fierre Duliem— , ser reemplazadas ©
ventajosamente por convenciones «fisicalistas», más conformes con 0
la generalizada idea según la cual la existencia de objetos reales, in­ Ó
dependientes de nuestra percepción, constitiúría la base de la cien­ ■ 'o
cia empírica. '©
Admitiendo en parte el buen fundamento de estas observacio­
nes, Carnap responde a través de dos textos, « E l lenguaje fisicalista
como lenguaje universal de la ciencia» (revisado y traducido al in­
©
glés dos años más tarde como The unity of Science) y «Psicología en
un lenguaje fisicalista». Renunciando a deducir los enimciados
protocolarios de experiencias primordiales, sostiene con todo que f ‘)
aquellos podrían ser puestos en relación con éstas, por medio de un ;:0
procedimiento de «confirmación» más liberal que el «principio de ■O
verificabilidad» reivindicado por la Aufbau. í :)
N o es suficiente para Neurath, quien, replicando inmediatamen­ ©
te con un artículo sobre «Los enunciados protocolarios», califica és­
tos de «ficciones metafísicas», y denimcia la tentación solipsista que

se esconde— según él— detrás de la creencia en su posibilidad.
É ^ iB láP — o conven cid o— , íGaffiap;%rm^g^í^^qrí5^

f e h f d e ^ a i d i a c i u e consi dera una


fflSíMidi^Efetivismo. ¿Se debe aceptar no importa qué fábula, so
pretexto que su coherencia interna no tiene fallo alguno? Carnap .©
no está dispuesto a admitirlo. Pero no está tampoco decidido a re­ ©
troceder, como lo atestigua el último de sus libros publicados en
Viena, La sintaxis lógica del lenguaje (1934). . í;3

M 3
1 'iiy

H IS T O R IA D E LA F IL O S O F ÍA E N EL SIG LO XX

Ese trabajo, de una complejidad excepcional, intenta realizar la


jiarte jiositiva del jirograma esbozado en La superación de la metafí­
sica.
baia.zad'o— como quería Neurath—

0:^'eemplazarla.il5 s.arl(|gi<s^:np.í,^Svp.ad^m;ás5iq^^
je,GÍMítífiGorse'iÉfaWp0tijQitánt0pde>>eIab
.nBGÍGndqsett^;l¡itít!éMi§MdéT:iéfi © ^ s i se quiere—
d e pM-Ged:eri€&StíirMajnféfáE"q.tóÍ?iá5;P;r0 pp,rí^^
ítlMyesiv^al «s
íni^iíHspafaMbíiM^pílgWnSMaí^lícPfiíieDzO'ídefclte
Se descubre, a lo largo del recorrido, que sffi3¡fécí‘MSQitóÉ®S®3idll2*
vaa^GileSíprafelemasv i P a ®
a la vez en la <<mc.tamateinática>> construida ppri;|^ilbert;!para de­
mostrar ía naturaleza no contradictoria de las maílniáticas, sa sl»
I-') <<meüaló,gipg>>'vielabpr-ada;.con el mismo objetivo ipáSSáala, lógica por
AJfred:W rsH s^i902-i983), y en los trabajos de (Sg^ilssóbre la arit-
metizlcióñ ele la sintaxis aritmética. Estrategia que, desde el prin­
cipio, le lleva a alejarse— implícitamente— del logicismo defendido
por su maestro Frege.

,Sf£^
déÍaTsMffiasiaébe;lttáaa»®ieirta§fUm^
dGdiechp34a:iSÍntaxis;id%;Ss0®spüBdé!seD>fo
biliario .de vS,:.es/;inSiifieienternente rico: ;para permitirlo.' E n TCSu»
meitj la fbt^áiizáéión.^'rBqiiiere tma.serie.infmila dc lengiiaj.es sieiní-
pre iiiá.s lieo.si»;'!'’
§in;;s,er|G,atas^Óífic%§aí%i%EÍ^^^
GOUlTÍ.buye— como, tres años antes, los teoremas de Godel—

i i r e a l i z ^ i ^ e i y ^ T ^ ^ ®tid ig 5 § e |íie fe to iíd ^ .Garnapt aS


«libétalizar^í— incluso a abandonar— pr.Qgí,esiy^ente4ps¿a^^^^
r n iá s y ^ d íc ^ íe lil^ ^ {Confirmabilidad y significa­
ción, 1 936). Yvpi'ra.lelaT.n.ente.iva .Gomplctar la lengnajé
éiéñHfiiS^^oWfíaileiínantíga^c.a^ por eso
ipismo cada vez menos fiel al ideal fregeano de extensionalidad de

8 3 . R u d o lf C a r n a p , The logkalsyfitax oflangiwge, L o n d r e s , R o u d e d g e and K e -


gan P a u l, 1 9 3 7 , p. xiii. 8 4 . Ib id ., p. 2 2 2 .

144
«SE-

LAS FILO SO FÍAS D EL F IN A L

la lógica (Introducción a la semántica, 19 4 2; Significación y necesidad,


1947)- Evolución que sus discípulos norteamericanos— comenzan­
do por Quine— no dejarán de observar con fuertes reservas.

Mientras tatito,iGáimap5Sj§|ye|dGv^u6y0:@Éa^^ Y , esta ve


joven filffliliSlálstfíáfiÓsprácticamente desconocido: K arí
(190 2-19 9 4).
Popper no es miembro del Círculo. Nacido en Viena, es desde
19 29 profesor de matemáticas y de física en una escuela secundaria,
pero ha seguido en la Universidad de Viena los cursos de matemá­
ticas de Hans Hahn. Ha conocido a Neurath en una reunión socia­
lista. Y frecuenta, por amistad, a Carnap y otros miembros del
Círculo, cuyos escritos lee asiduamente. Sídlienn.se apa-siona^^^p los
ip|||m|g}rdaLtiyos, a l^f4ógÍÉ35,d^^
éóñven&e^ IPeBlarándose de ^
realismodntfiffl5 hanásfepre0 &

<«,®.9PgreacÍDnahspio>»,,dev..N£UEatt^
...ife^giidagijqhiKh^ é is iig p^gs^rtnas»dif®Mnrg^^ o^
sjlipsismijKii^Hdi í ^ l ^ "
Sii^Bjfciajme^físiG^^— para él—ni0íesferidgsiÉ®meñte;4ma?ri©nriar
Mst^?P®B®dé-p©B:!!gspijdespr03ás¡^^.e¡ysignifi^^ Antes que recu­
sarla globalmente, piensa que es mejor intentar desmontarla «pieza
a pieza». Además, rtO CbÍiééde'iürtgilM.,erédit9 al -ííprihfcipio dé veri^

p.pr.que-ex¡sten:disc¡phnas mcontesiablGs:éómo la mecánica cuánn


ca^ir-enfrentada, por definición, a lo infinitamente pequeño— adas-

# Í ® l | ú m n l á ^ g 5W ® j p a | i ^ ^ ^ i ^ ( i ¿ j ^ ^ — dicho de
otro modo, sobre una concepción «inductívista» del descubrimien­
to, concepción ya largamente criticada por Hume.
C p p ir a F Ía in c n te v a :d ó s > h é o p 6 s ilM s ta s 7 § R ó p p e f n p : c r e e ,; q iie l i n ar-
JÍ^®2®^^í'.sáI^al menos la que supone que el mundo es infinito tan­
to en el espacio como en el tiempo^— pM dtl§éM hiM iÉÍpada..jaCT>ás_
P®faPP|; suma de;ph,seryacÍDnesí por glraadev.qiie. sea; sicinpre pcr-
fiñit^. ^exque

145
H IS T O R IA D E LA FIL O SO F ÍA EN E L SIG LO XX

ii n p r o c e s a - d e tin a tiir a lg y -a i n d u c t i v a sitig»— io á § a S Í3 S íp l^ | g a t e ^ e l ^


KBotetfd&fflé¿jaapiegá^tfeiiesijHEeDtes:;.iSͧt^S^áS^g^
SU; inenoscabQ^

^^a?1teifei^ásigualaigbÍD^t^§Ís^ que’.gn' «contir»

— por lo que a él respe^


ta—
Estas tesis están expuestas en su primer libro, JLa^l:ggl£a^
tigadón ctentíjica^qac apareció en Viena a finales de 19 3 4
ieorión dirigida—detalle irónico— ^por Schlick y FranJc El año si­
guiente, en Erkenntnis, Neurath ataca el libro mientras que Cam ap lo
defiende. Quizás Cam ap sueña por entonces con hacer de Popper un
aliado— ^pero, si tal es su esperanza, deberá renunciar pronto a ella.
L^ggptoiestá firmemente resuelto a preservar su independencia.
Por ima partepujái¿^iine^|eajáÓa^de^MQg|^ ^ S ig ^

^tJga^osv^)p^termre!ÍÍQbr^
Por otra parte, Popper condena por utópicas tanto la ambición
de La sintaxis lógica del lenguaje (inchiiv en la ciencia la sintaxis de
esta última) y, de ima manera general, toda tentativa tendente a
reconstruir en un lenguaje artificial el conjunto de la ciencia uni­
ficada. E n primer lugar, porque los teoremas de Gódel le parecen
establecer que ese lenguaje— si existiera— no estaría en condicio­
nes de responder a las necesidades de la aritmética elemental.
E n segundo lugar, porque, a partir del momento (19 36 ) en que
descubre la traducción alemana de4osMáb:ájMsMe2®^^^ la
semántica,lBi0pp^^\^^Jétt^lteá^^deiñóstramóñ defimtró

|a^ngjjaj,(^-¿q;üg^^j[?;gsgi4 ^^^ Incluso llega— forzando


un poco el pensamiento de Tarski— ^a felicitar a este último por ha­
ber rehabilitado (en su artículo de 19 3 1 sobre « E l concepto por
verdad en los lenguajes formalizados») la defirdción clásica de la ver­
dad como «correspondencia» entre nuestros enunciados y lo real.

146
■?S) !
LAS FILO SO FÍAS D E L FIN A L ;© I
E n un texto de 19 5 5 (pero no publicado hasta 1964), «L a de- .# I
i]aargaQÍoivent^^ metafísica»,®^ ^P fp li^ in téíi^ •,©
v€^í^ncia$úrrédúéfíMe^Scon^ . Veinte años más tarde, en su :©
autobiografía búsqueda sin t é r m i n o finalizará por presentar­
se cp|n^gla^iídád^r(^^^asiesíU0i^ítíél4>Osi^^ cuyas prin­ .©
cipales debilidades ya revelaba de manera rigurosa, si se le cree, su
libro de 1934. ■:0
Sin duda hay una parte de exageración en esa visión retrospec­
,'D
tiva. Pero, ñPsílfetMjté;^hay
Incluso si
jO
las dificultades en cuestión u9r^e§.táni'Solam'aute^digádas á
' ^Mgcdó^iíéñ^'^’UÜémbrÓs d '.■.O
-O

CD
En una Austria donde— desde finales de los años veinte— las fuerzas -ií'j
de extrema derecha no hacen sino progresar, los miembros del .©
Círculo— ateos, de izquierda y a veces judíos— constituyen en efec­ ■ #
to el blanco de ataques cada vez más violentos.
A partir de 193^» tmo de ellos— Herbert'Feigl— decide insta- :©
larsfe en los Estados Unidos. El mismo año, Carnap y Frank, sin
■€5
romper con sus amigos, se trasladan a Praga. En 19 32, las eleccio­ t?)
nes austríacas revelan una subida de los nazis. En 19 3 3 , Hitler
toma el poder en Alemania. Algunas semanas más tarde, el canci­ O
ller austríaco— Dollfuss— suspende el Parlamento e instaura vín :©
régimen de tipo fascista. El Partido Comunista es prohibido. En
iP 3 4 > ^ho de la muerte de Hahn, se tramita una orden de arresto ©
contra Neurath. Por suerte, éste se encuentra por entonces en im
viaje a Moscú. En lugar de volver a Austria, se dirige a los Países
Bajos, de donde pasará seguidamente a Inglaterra. ©
Después, en 193*^» se produce el drama. El 22 de junio de ese año, ;©
Moritz Schlick es asesinado de un tiro de fusil camino de la Univer­ (í.a)
sidad de Viena por uno de sus estudiantes que sé ha vuelto loco. La
.O
" 'ü
S 5 . T r a d . fr. en De J^tenne a Ca-?nbridge: Phéntage dupositivÍTfne logiqne^ de ipyo
a nosJo?irs, textos reu n id o s p o r P i e r r e ja c o b , París, G a llim a rd , 19 8 0 , pp. 1 2 1 - 1 7 0 .
86. K a rl P o p p e r, La Quete ináchevée^ op. cit.^ cap. 1 7 , « Q u i a tué le po sitívisn ie
lo g iq u e ? » , p. n p .
•O
"1
147
r“V:r

H IST O R IA D E LA FILO SO F ÍA E N EL SIG LO XX

prensa reaccionaria aprovecha para subrayar que las ideas del filóso­
fo no podían sino acarrearle una suerte parecida. E l ambiente en
Austria se ha convertido por entonces en irrespirable para quien se
esfuerza en pensar libremente. Y son numerosos los que— en toda
Europa— presienten el peligro de una próxima guerra.
Ese mismo año de 19 36 es el de la gran desbandada*, Cam ap deja
Praga para establecerse, como Feigl, en los Estados Unidos, don­
de terminará su carrera. M uy pronto se reunirán con él Reichen-
bach, Hempel, Gódel, Tarski, Bergm aim y Fran L Ainicios de 19 3 7 ,
Popper— cuyos padres son judíos convertidos al protestantismo—
toma también la ruta del exilio. Pasará todo el lapso de la guerra en
Nueva Zelanda antes de establecerse, como Feigl, definitivamente
en Inglaterra— donde, gracias a su amigo el economista Friedrich
^© von Hayek, obtendrá una plaza en la London.School of Economics.
Algunos meses después de la partida de Popper, finalmente, Frie­
drich \Vaismann se instala en Oxford. Cuando Hitler invade Aus­
tria, en marzo de 1938, no queda alU ni un solo miembro del Círcu­
lo de Viena.

GQntradicqipn^jntp®^^^^^^ — , ekespíri^ .

e S n I¿u e n ^ ^ ^
qÍerier>di:a®a:^

4. DESPUÉS DEL FINAL

iy m g n ñ a ^ id & e lla s ^ h ^ ^ l^ ^ ^
m e m e :^ si la filosofía de Rosenzweig se remite a la
fe rehgiosa, si la de Heidegger se hunde en arenas movedizas (a par-
tir de 193 3) con un gesto de adhesión a la ideología nacionalsociabs-
I ; ta y si la de Lenin se inmovüiza (por cincuenta años) en el dogma
/ stalinista, éhdestü»íñás'ísc)rpréñdem — sin duda— elsÉ^kp®'^
^ sitiyis^
Contrariamente a sus ambiciones, en efecto,

148
-w .

LAS FILO SO FÍAS D E L FIN A L

GÍejieia. Í¡iéttdr:áj al .reyésy.el efecto m el pro- i


(^t^sselliaiio) déífuiáffllos!ó®á^^^^ cónven- !

P^?^f/d^: ÍP^P?; d^l cam^^ Y será especialmente en-


%SSí&#??ftai3^ven los Estado^^^^ donde la filosofía será con­
cebida cada vez más— a partir de finales de los años treinta— como
una disciplina científica como las demás, reservada a técnicos espe­
cializados y abierta a progresos lentos pero ineluctables.
con4asLÍde^S:dgkGírG^ iign r^n ^

.ex-i
P M d É í h - ^ q p .p ;l ^ s - t T a d Í G i á a g s ¿ lj o g a le s ¿ s o l ^ ^ ^ ^ í

nm lfi^ ^vde^m gacione^. daI


L*e|’:
al hacer creer en^u unidad •dednspira^j
®íí8?Mfefeiéñ^:las;.fi]psofías;anglófonas= dedosidltimo
años^procete def
t^Pí^deia;iereeñGÍaren que sus piM
fijs.^Psippfjíélráñ^^ díe;los;tóirninos que 1ósíexprésan^;dív^
’Gon^av-^espectoy a Ja,vple!^ Jeíigüájé^ aP
que?e0n^endttai;^<rétíaduGÍr>> esos problemas: para':®^
veriosi —simplificándolo todavía más—-aVáiizar|:

e m latvu elSj^ ^ ^ ^ ^ ^^ ^ ^ ^ ¡^ ^ ^ en tro rd el.,esp M tu v^^ ^


do^x;:^
c^gg¿pie\se^it\Sn más bien.^nj|^4^a,d|^
io foim as distiritas—:lav,exigenciaí^^
l^pgll^P^ldeal:>>y que para ellos coincide coii^éMéí la diñci^^ f

Britám|?a af «injerto» positivista


fue .preparado pd| 7 vlo^ Russell hacia? i poo. Ihlprímero quiere
obligar: a Ja filosoíiáSá: so^^ sujeeionés: def «sentido eo¿
149
H I S T O R I A D E L A F I L O S O F Í A E N E L S I G L O XX

mún>>— tesis a la que da una expresión deliberadamente provocado­


ra en un artículo de 19 25, titulado precisamente «Apología del sen­
tido común».®^ ® ^ ísegundO'rdesacons^a ía jlo3;;:fil!6sQfos4Sobrepa5ar^
Iqs^íniitiss :d^:d:0.:qu:e::quier;e;ser suíCanipo propiov
la,S¿<til^cias‘. Por otra parte, la instalación definitiva de Wittgenstein
en Cambridge (1929) y la enseñanza que allí imparte famifiarizan
(durante los veinte años siguientes) a sus amigos y estudiantes con
la idea de que buen número de «puzzles» filosóficos provendrían
simplemente de una transgresión de las reglas de la gramática usual.
EMstevpuesi-idesdeJosañosiTeintarUna^i^ l£^
filtxsófiá- b^taiucSriPeF^^^^^ en jCambrídgg dótid^ ^^sa^
eórti^nte: logra iabrírfré pa^ agradas a la influenda
En su juventud, se inte­
resa primero por la. filosofiS^íemana, en particular por las Investiga­
ciones lóceos de Husserl— ^aquien reprocha haber olvidado la cuestión
de las «paradojas» lógico-matemáticas— , así como por Ser y Tiempo
de Heidegger, cuya recensión netamente crítica publica en 1929. En
los años siguientes, conoce a Wittgenstein y publica un artículo, « E x ­
presiones sistemáticamente erróneas» (1932), aún marcado por la in­
vestigación de un lenguaje lógicamente ideal— ambición heredada de
Russell y del Tractatus^ y a la que renunciará poco después.
Es Ryle qmen, en
j^ d i^ e g r^ É S ié ^ ^ 9 1 o - 1 989)— fe
Algunos meses más
tarde. Ayer vuelve entusiasmado por ésta. L e consagra el primer li­
bro sobre ese tema aparecido en lengua inglesa: Lenguaje^ verdad y
lógica (1936). :tesi^ radicalmente^^.:a^^^
dida^-.pQr ese libro,. Ryleintentará en eQnse;eueñcia> b
mmadóndevAyer^^^^^ que no se producirá hasta 19 59 . ® ó r ^
Q^g^jparter Ayer: nnsmo será pro gresivaineñte íGónducido— como
Carnap— ra^matíz^^susiprimeras posieionesv-pero no por ello deja--
Tá¿;d!gMéF^laasta;da: m neo-
Aparecida en 1982, cuando está en la cumbre
de su reputación, su Eilosofía del siglo X?Cfnp||t^a perfe
eoiistajneia íde -sus eompronúsd^ Russelíí^^ M Wittgenstein,
Carnap., rloantráb^í^s de los filósofos norteamerfe y los del

87. T r a d . fr. en G . E. Moore et la genese de la philosophie analytique, textos se le c ­


c io n a d o s p o r F r a n g o is e A r m e n ^ u d , P a rís, K lin c k s ie c k , 1 9 8 5 , pp. 1 3 5 - 1 6 0 .

150
é
LA S FILOSOFTAS DEL F I N A L
©■
— cercano al historicismo :■ ©
de Croce—r§QnsajJps qHe consagrado es.e5i!;:Í3l — rnienüas«
qiie sc;deshace deMéklegger, SartreyM érléaii-Ponry como repre- -©
seritruites.de uiia'Gbrrientc no cienu'ficaOa.fcnonienología); el mar- ‘íi3
^STOpjdáidí'eMiétíé^^^lí'eljestsTiGfeiiráiis^ ,
Por su p a r te ,^ ^ ^ ^ q u ie n , en 1947, reemplaza a M oore al

frente de la revisca M wí/— no permanece inactivo. >g.i::fechaza el
positiyisntjQ, no se prohíbe en cambio someter el discurso nictafí- :©
sici^áidffiÉilií^EÍͧ^5 fíá^lisis^^cdDrbdo átesiaguah^lUrt^iuóhio^ ■O
sobre ias «categorías» lógicas y su libro inás importante. E l :©
^P1 9) Este se ocupa en reíntárTa^^Trinción
cartesiana de cuerpo y mente, presentada como un «mito» en­
gendrado por el error consistente en atribuir a los fenómenos ©
mentales una «categoría» conceptual autónoma. Según Ryle, en
efecto, la mente no está «en» el cuerpo como lo estaría «un fan­
tasma en una máquina». Está, en relación al cuerpo, en la misma
situación que la «Universidad de Oxford» en relación al conjunto
de edificios que la componen; nada las distingue, de hecho, si no 3 i
es por una cuestión de «punto de vista»— dicho de otro modo, de
lenguaje.
í'.')
'9ú#W M ^ff^^gdi^ ti^ ;^ O 0 rite a ^ e s a s tc ^ ;e e p c ic m *e s jiid e fíe n d fó rm a -v is ió n jk .3 )
■p
©
-4 Qj^xEU£ijíS::^te;áór 4 Jjeda«aflegaaBjá^iihjf,avy^ p
posible. Láiíapiieadán deicste:4)rm'cip^^^^^
nO' podría'Jsecíseparadaide.Ias aGeiones endas qúesernaa^^^
'■ ©
’^%i^^i|í;ftl3ídfe^9RQMe"SvvídistiHta‘.<dé>vláSii<<ivórÍGÍOiiesixffiyí?que^^^^
^i®ñ?f®i!^fínabjíbMtBjfepi3@din®siÉíiWe^Mi^^
tos-^igÍ9 ;batesidedáípersónábd
L a obra— que suscitará ima viva oposición en el campo de la
fenomenología francesa, vinculada a la herencia cartesiana— no ©
deja de tener afinidades con las investigaciones del «segundo» "O
Wittgenstein, en particular con aquellos de sus textos que circula­ ;©
ban bajo la forma de manuscrito a partir de finales de los años " 't i
treinta. Este hecho suscita indirectamente un problema, al que los
trabajos posteriores de Ryle— que rechaza además considerarse a sí
mismo como un discípulo del maestro de Cambridge— no aportan
en verdad respuesta. ¿Cómo conciliar, en efecto, la prescripción '■ 't)

JS i
%
íjy.,
í I H IS T O R IA D E LA F IL O S O F ÍA EN E L SIG LO X X

wittgensteniana de confiar en las categorías del lenguaje natural


con el hecho de que ese hervidero de expresiones que es el lengua­
(:;;5 . je natural nos arrastre por sí mismo a conceder fe a la dualidad de
cuerpo y mente?
t'r A despecho del enigma que encubre esta cu estió n © ^gfar^cía^
0 _ nkleiTgugjemsugj^^Gonvcrtir^m uy.pi^

0- no participa—t:Sev^da?aMQnQ!E^ísr-de vmM
dedósi^^^^gi^ii^tebajoy-elm ^^
niieinbroS :ihiás;4emm,entesf-^
^:^ordltiáj3 ^ p Í i ^ ^ L a n g sh á k ^ st^ 1-19 6 0 ) y Peter Fre-
^ so q ^ n ácid o en 1919)-
_andador del grupo— se ha formado por sus estudios
© en la precisión lingüística. Desde vísperas de la Segun­
Cj:)' da Guerra mundial, se pone como ideal la claridad y el rigor en el
íí':3■ uso de los términos. Distanciándose tanto en relación con Ryle
como en relación ai «segundo» Wittgenstein ,en quien hace pen­
sar, pero a quien no cita demasiado y nunca sin un punto de iro­
nía— desconfía tanto de la «jerga» dentista de los neopositivistas
w
como de las «oscuridades» de la metafísica clásica. Finalmente, a
pesar de ser el primer traductor inglés de los Pundavzeiitos de la arit­
mética de Frege, rechaza por encima de todo el sueño de un len­
(?:) ’ guaje ideal, artificialmente reconstruido. T o d os los vínculos con-
cebibles del pensamiento humano se encuentran inscritos, desde
TáceTiglüS7~en'ÍRdmguaTírdmaTtárT^ómo podfm crear una mejor
uFH Ü ío^isIáH ó^TfTalg® trabajo?
E l filósofo debe pues, se^g^ Austin, b u s ^ r la s o l ^ i ó ^
preguntas^ue_sejt^qi^la^^ que no son todas ilegítimas ;a través
del análisis min lo que nuestras «frases» qui
iiay necesidad por tanto de empacharse de erudicÍQB.Íusieíica,
'•-■■■O
ni tampoco de recurrir a lasjn ú ^ es «sutilezas» d
malémaEcorLe^basta
€>'■ ^ pósito» de todos los conqcinfrentQS p o s ib ^ xo-
'íSií3 , 1 recto de ía jenguá- Y con veEGcar,.niediante el contraste,
® -. habiantes, que. ese uso se corresponde de hecho con la práctica _ac-
mal de su cornunida^^^
® : Escéptico con respecto a todas las teorías constituidas, Aus-
© ; tin— cuya enseñanza es esencialmente oral— no pubhca en vida
más que escasos artículos. Éstos serán reagrupados, después de su

152
LAS FILO SO FÍAS D E L F IN A L

prematura muerte, con sus principales conferencias, en tres libros


qué marcarán de forma duradera el paisaje de la filosofía inglesa:
Ensayos filosóficos (1961), Sense and Sensibilia (1962) y Palabras y ac-
ciones. Cómo hacer cosas con palabras ( i q 6 z ).
Resultado de conferencias prommciadas en la Universidad de
Harvard en 19 55, e s t a d i z a obra tiene como,punto de partida la
Q ks.gm áóar-djrigidacontT'n^^ teoríárñSoposiü^vistas del íengua-
Queja palabra tiene menos por ? ^ c ión el describir los .es-
ta^s^dejasjcgsas (en u n d ^ que cumplir por sí
misma una acción: es el caso, en particularice las frases que expre-*•
,YQÜP^Pll>..E£2 IB£§ii-3HÍQn.2|agi(ájr^^Q^^(enunciados «perfbrmati-
• Nixe^:dad&cas jLfaJi§a&,^ t a s frases pueden ir o-nQ-segui-
y i.jf i^ c f ^ ^ ^ c ^ m q las inm ^retan los ^ e las
emiten y a quienes van,des.tinadas. Eittrayendo de esos apuntes ima
^ SSC ffigiaaiaeJa-fiiu n u áació n — fíindada 1^ 3 Aa
(speech acts) en tres categoría»?, <<lnrnmr;..»,
— , Palabras y acciones. CÓTtm har.cr.ai-
f?^^^-fe.fe^-L8-br.é.así,..aj..Íado„deJa.íonolngTÍa,^jl^ la «siniaiH^ y |.^
semántica, un camRO,flqeKQ.aJaJin^ística: el de Ja «pragTT.átina>s
(término acuñado en 193^ por el filósofo norteamericano Charles
Aloiris), cuyo objeto no es tanto el lenguaje en tanto que sistema
cerrado cuanto el conjunto de. los usosjjue-pndemos b^-CPr-d-e él.c”
t^Í0LCuaLconta^,d^^^^ Estimulado por los trabajos'deuñ^
discípulo norteamericano de Austin— el filósofo John RogehSear 0
(nacido en 1932), quien se esfuerza en mostrar (Los actos de ten0 a-
je , 1969) que esos usos están gobernados por reglas implípiiac p^m
precisas y por los de numerosos semióticos, la «pragmática» co­
noce im desarrollo considerable a partir de entonces. Se encontra-
rá rnás tarde el rastro de su influencia en Paul Ricoeur, Karl-Ótto
í ^ e l y Türgen Hahermas.
Sin duda hay que anotar que al menos un filósofo inglés— Ber-
trand Russell— rechaza abiertamente— y desde el comienzo— este
estilo de investigación demasiado exclusivamente centrado, según
él, en el análisis lingüístico. Russell— cuyos ataques sobre ese pun­
to apoyará Popper— ^juzga en efecto las consideraciones de Austin
y de sus alumnos tan «ininteresantes» como las tesis del «segun­
do» Wittgenstein, reduciendo las unas a las otras de manera algo
expeditiva. Popper verá también, en el hecho de concentrarse en
«minutiae (en “ rompecabezas”) y particularmente en el sentido de

153
H IS T O R IA D E LA F IL O S O F ÍA E N EL SIG LO XX

las palabras», el signo de una nueva «escolástica»,^^ C o n to^do, la^


_fílof;nfíí^ del )enguajf> <<nrdinario»»-4W-e^-el-gnnmgQrdedaJilosQfía
lo pone de manifiesto,jpor
M ás teórico que Austin y en ese sentido más próximo a Ryle
— cuya cátedra en Oxford ocupa en 1968 y donde enseñará hasta
19 8 7 — , Strawson es en primer lugar el autor de un artículo, « S o ­
bre el referir» (1950),®^ consagrado a un reexamen crítico del aná­
lisis russelliano de las «expresiones denotativas». Pero su principal
m éritoj*e si de en apQrtar a la técnica aMpinana, hj, bitu.a -
pírica, las j^usti^aciones metodológica^que le ^ Están desa­
rrolladas en un libro— Individuales ( 1 959) — se presenta, no sin
provocación, como un «ensayo de metafísica descriptiva».
L a reaparición, aqm", del término «metafísica» ilustra muy bien
el olvido en que caen enüdelante las tesis d e T C ir^ lo de Viena. N o
se trata tanto de un simple retorno a Kant; aunque— de una mane­
ra muy kantiana—-Strawson declare interesar^ no sólo por el len­
guaje ordinario sino ta m b ié ii^ r sus cond i c io n a r e posibilid_a^
decir por los esquemas conceptuales subyacentes a nuestra manera
de.fíablajLiidl^undo. D e hecho, la conclusión de la obra se inscri­
be en una perspectiva más bien behaviorista, puesto que— para
Strawson— sólo existen realmente los cuerpos materiales y las per­
sonas físicas. U n cuarto de siglo más tarde, Qp:o de ju s jm^^^
y meiafísjca (19 8 5)— cqnfirina que si, para él,.eLm étada
austiniano de clarificación lingüística de_lps_con^epto^
siendo uh instrumento de análisis irremplazable, e^stejnstrumento
puede ser puesto aT sénucío ide un proyecm^ontoló^
temejmlazaxi^TLlajtxadicián c.enual.dak
Fiel a la herencia de Moore, la filosofía del lenguaje «ordinario»
se interesa igualmente por el estudio de las cuestiones é t i c a s ^ ^ ^
provoca la vida cotidiana. Desde 19 5 2 , un libro de ^ c h a ^ ;'H j^ ^ J
— E l lenguaje de la moral— abre el camino a investigaciones sobré lá"^ló-
gica de las elecciones morales, investigaciones que relanzará la pu­
blicación por Strawson de Libe7tad y resentimiento ( 1 9 7 4 ) y, desde
\ma perspectiva diferente, los estudios de Bernard Williams (nacido
en 1929) en obras como Suerte moral (19 8 1) y Etica y los límites de la

8 8 . K a r i P o p p e r , La Quite inachevée, o p . c it., p . i z i .


8 9 . T r a d . fx. en P é t e r F . S tr a w s o n , Études de logiqiie et de lingiiistique, P a rís, E d .
du S e n il, 1 9 7 7 , p p . 9 - 3 8 . [T r a d , cast. d e A lfo n s o G a r c ía S n á r e z y L u i s M . V a ld é s V i -
llan u e va : Ensayos lógico-lingüísticos^M a d r id , T e c n o s , 1 9 8 3 .]

154
LA S F I L O S O F I A S D E L F IN A L ©
©
pltísó fía ^igj^). Por su parte, otro filósofo oxoniense— A^chael
(Dmnm5t$>(nacido en 19 25)— , convencido^^^quj^ljilépQdA^ana^

■ '©
SlslS&.á 3->d?niPlSjéLffiÍ®i?..£Qd9 P^ (al margen de sus
trabajos sobre la filosofía del lenguaje de Frege)jgajeLcimihate.<^
racismo bajo todas sus formas, al participar en la fundación del :- .( D

Joint Council for the Welfare of Immigrants y redactando un ensa­ ■O


yo sobre los procedimientos de voto. Tales orientaciones habrían
podido conducir, a su tiempo, a la apertura de un diálogo con Sar- ;©
tre o Foucault. Pero, con todo, una de las características básicas de
la filosofía británica desde hace medio siglo continúa siendo su re­
;,Q
lativa indiferencia al resto del pensamiento europeo— calificado de
«continental»:— y sobre todo al pensamiento francés— ningiin re­
presentante del cual, o casi, le parece interesante.
Reforzado por el desinterés simétrico de la mayor parte de los
filósofos-franceses hacia sus colegas «insulares», esta actítud-^mu-
tuamente intransigente— ^ha terminado por excavar entre los dos \J
países un verdadero «foso» filosófico. Como testimonian el diálogo
de sordos, en 195^» ^ resume un memorable encuentro or­
ganizado ese año en Royaumont entre filósofos «anafíticos» y feno-
menólogos o, más recientemente, la clamorosa oposición de algu­
■©
nos importantes profesores de Cambridge a la concesión a Jacques
Derrida de un doctorado hoTioris causa.
L a existencia de tal foso no es solamente deplorable. Es tanto
más paradójico cuanto, como así lo ha subrayado justamente
Dummett,^ la filosofi'a «analítica» de lengua inglesa tiene por ances­
tro a Frege, quien lo es igualmente del neopositirísmo «continental»
y— ^por la influencia que ha ejercido sobre la concepción de-las /yzr
vestigaciones lógicas— uno de los inspiradores de la fenomenología
husserliana, cuyos adeptos continúan siendo numerosos en Francia "O
y en los países latinos. Pero sin duda será necesario aún un cierto
'O
tiempo antes de que esta «puesta en perspectiva» histórica de las
principales tendencias de la filosofi'a contemporánea sea aceptada
corrientemente en las dos costas del canal. ©

90. M ic h a e l D u in m e tt, Les origines de la philosophie analytique ( 1 9 8 8 ) , trad. fr.,


P a rís, G a llim a r d , 1 9 9 1 .

^55
H I S T O R I A D E L A E I L O S O E Í A EN EL S IG L O X X

E n los Estados Unidos, la difusión_del DQsitiYismfl lógicor-alli


llamado «empirismo lógico», por la sugerencia en ese sentido de
Carnap en GpnfiTTnabüidady significación, su primer texto publicado:
directamente en inglés— ha sido facilitada por la orientación ma-
yoritariamente pragmatisu de la blosotia norteamericana desde el
ó inicio de nuestro siglo. ^ ' 1
(C) E T p r ag m aVismn rife lames ^muerto en 19 10 ) y de^Peirce (muer­
to en 1 9 14 ) permanece de,h.edho, hasta la Segunda Guérra-ráundial,
conia-d-raavWente-deminante-enJasamricersidadea-nacteaiiieri-
canas. En distintos grados, inspira el «nuevo realismo», propuesto
en una recopilación de ensayo^que aparece en 19 1 2 con este tímlo
y firmada por un grupo de filósofos jóvenes en el que se cuentan
Ralph Barton Perry (18 7 6 /19 5 7 ) y William Pepperell Montague
© ( 1 8 7 3 -1 9 5 3 ) tanto como él «realismo crítico».desarrollado como
/'“A respuesta al anterior y dado a conocer en otra recopilación de en­
sayos (1920) por Arthur O. Lovejoy ( i 8 7 3 ~i 9 ^^)’ George Santayana
(18 6 3 -19 5 2 ) y otros. Influye incluso— más de lo que podría creer­
se— en el ideal «comunitarista» de un amigo de James y Peirce, el
filósofo y lógico Josiah Royce (18 5 5 -1 9 1 6 ) , por otra parte defensor
de un idealismo absoluto y profundamente religioso. Pero las dos
obras en las que e l'í^ ^ ^ t t is m o culmina de la manera más com­
pleta son las de Jo n n U e w e ^ ^ e l filósofo norteamericano más impor­
tante de la p r i m e r a i ^ W d ^ siglo— y Clarence Irving Lewis— que,
después de haber sido alumno y ayudante de Royce en la Universidad
de Harvard, se convertirá en uno de los maestros de Quine.
Considerando el conocimiento como un instrumento gracias al
ciíareilmmbre p ü ^ e a la vez ad apg^e aljm m ^ transioimárloi
D e-w e^ i 8 59 -19 5 2) prefiere c^ fíca r de «in str^ en ta lismo» su pro-
pia doctrina. En Chicago— donde trabaja de 1894 a 1904, antes de
incorporarse a la Universidad de Colombia en Nueva York, donde
enseña de 1905 a 1930— , funda una escuela «experimental» que le
permite a la vez elaborar una nueva pedagogía y emprender investi­
gaciones originales de orden lógico y psicológico sobre la naturaleza
de la inteligencia. A pesar de que éstas estén, desde el inicio, centra­
das en las relaciones del pensamiento y la experiencia, no están apar­
tadas de las grandes corrientes del idealismo europeo. Adarcado, en
su juventud, por su lectura de K anty de Hegel, Dewey aspira ^como
este último— a una visión «totalizante» de la reabdad. Se encontra­
rán las señales de esta ambición especulativa en E l arte como experien-

156
LAS FILO SO FÍAS D EL F IN A L

da (1934) y sobre todo en su última gran obra, Lógica: Teoría de la in-


vestigaríón (1938), imponente «suma» epistemológica que se esfuerza
por formular las reglas más generales del descubiimiento científico.
Al mismo tiempo, su incansable dinamismo así como la intensi­
dad de sus convicciones hacen de Dewey la encarnación ejemplar
de una concepción típicamente norteamericana de la filosofía, col­
mada de humanismo y de optimismo. Nada resume mejor esa con­
cepción que la célebre fórmula— en Democracia y educación
(19 16 )— en la que afirma de la filosofía que debe convertirse en la
«teoría general de la educación»,’ ' subrayando que su desarrollo
está ligado, de manera intrínseca, a los progresos de la democracia.
Preosüpadp— como los neopositivistas, de los que se aparta no
obstante en múltiples puntos— por no.separar las ciencias sociales
de las ciencias exactas, Dewey ^ se contenta con extender a las
primeras su reflexión snhre la merorlnlngía ríp Es Apoyada.
eoJa-tesis-de-uueJajsoxLedad en general es el «laboratorio» donde/ 0 i*
se e l^ o ra todo pensanfiento, toda su obra se dirige a mostrar que
el principio del respeto a la experiencia no es en absoluto separable
de la preocupación-por-Ja Jifiprtaó in8 iv44p^| y por 1,^ .snlirlaj-iHarl
colecm a, particularinente en favor de los más desfavorecidos. Desde
ese pxmto de vista, constimye la primera tentativa original en favor
constnúr una «política» pragmatista, estrechamente dependien-
te^ e una coneepdoamcpcjimaital v utilitaria deLctmocim.ie.pfn, a
su vez_dexLvada_de-£eÍ£ce4f-íieJamefi^
Por último, deseoso de vivir hasta el final sus convicciones más
íntimas, Dewey no teme comprometerse a lo largo de su larga exis­
tencia en múltiples acciones militantes: como Russell, si se quiere,
pero defendiendo— a la inversa de este último— la coherencia pro­
funda de sus compromisos con el resto de su filosofía. Atraído por
las regiones del mundo donde se inventan las nuevas formas de or­
ganización social, viaja durante los años veinte a China, Turquía,
Méjico y la U R S S — países cuyas innovaciones educativas estudia
con interés sin por ello adherirse a ellas, a diferencia de su discípu­
lo y amigo Sidney Hook (1902-1989), el cual se adhiere al marxis­
mo durante unos años, antes de convertirse, a su vez, en anticomu-

9 1. Jo h n D e w e y , Démocratie et éducation, trad. fr., P a rís, A r m a n d C o lín , 1 9 9 0 ,


DcTnocmcuí y cducüciÓTL,^ B u e n o s A ir e s ,
P* 4 ^^* [T rsc i, C3st. de L o r e n z o L iiz u ria g ^ ;
L o s a d a , 1 9 7 8 .]

157
H IS T O R IA O E LA F IL O S O F ÍA E N E L SIG LO XX

nista.^^ Acepta incluso presidir, en 19 3 7 , una comisión de investiga­


ción encargada de examinar en Méjico el valor de las acusaciones
formuladas contra Trotsld después de los procesos de Moscú, co­
misión cuyo veredicto final será: «Inocente». T a n vasta y variada
como la de Russell— con quien llega a polemizar— , la obra de D e-
wey aparece así, retrospectivamente, como víctima en parte de su
propia dispersión: ésta es una de las razones por las que se encuen­
tra hoy relativa— e injustamente— olvidada, cuando no ha perdido
nada de su a cm ^ líd a d ^ ^
La obra de Lewis ( 1 ^ 3 - 1 9 6 4 ) , p ^ j^ l contrario, da una mayor
impresión deHinidadf^stá esencia^ente^pr^sagrada^a la elabora-
ción de una concepción pragm a^ta de la ló ^ ca forjtml, influida^
^la^ z p o r T e i r ^ y por RiLssell. Desde 19 10 , Lewis lee por con­
sejo de Royce— el primer volumen de los Principia mathematica.
Redacta, a continuación la primera historia de la lógica formal
(19 18 ), sigmendp_inye§jdgadones..perspn5 eÍZÍobrc^
sentidos de la idea de «inq^licación». Lewis, que enseñar^
^vidáTnT^^y^niversidad de Harvard, se reunirá allí en 19 2 4 con
t \^ ^ te h e ^ P q u ie n terniinarájtLQ3trer^-^ádénaica en esta \mi^
^^^daíLde^pués ^ e haber jpi^licadp^(i929) su obra más im p o n ^ te
—-Proceso,y, xmiddad— , vasto ensayo de cosmología_cenixado__eiiJa
aprehensión de lo real como «devenir». Ambos harán así de ese
pre^gÍP^^e^afileclmientQ el primero.en el.que el estudio d e ja ^ -
losofi'a será dqinmajo por el de la.lógica ,y-de la,t_e_or^^ de la ciem
cia— modelo que será progresivamente imitado, después de la gue­
rra, por la mayor parte de las imiversidades norteamericanas.
Éls^;sp=K^^ard, por lo demás, donde el joven W illard Van O r-
m a i^ u in e jiia c id o en 1908) efectúa, bajo la supervisión de Lewis

9 2 . H o o k se d io a c o n o c e r en un m o m e n to te m p ra n o de su a ctiv id a d p o r sus
o p in io n e s m arxista s, p e ro p o s te rio rm e n te se d esp la zó h acia una p o s ic ió n so c ia ld e -
m ó cra ta , al p u n to d e c o n v e rtirse en un d estacad o c rític o del c o m u n is m o so v ié tic o .
S u in flu e n c ia en tan to q u e te ó ric o , si b ie n g o z ó de u n a c o n sid e ra b le re p u ta c ió n
c o m o in te le c tu a l p ú b lic o y e sc rib ió n u m e ro so s aro 'cu los so b re asu n to s c a n d e n te s de
su tie m p o en re v istas y d iario s, ha sid o sin e m b a rg o tal v e z m a y o r en los filó so fo s
c e n tra d o s en p ro b le m a s p o lític o s q u e en los p o lític o s in te re sa d o s en p ro b le m a s fi­
lo só fic o s.
9 3 . L a re c e p c ió n fa v o ra b le q u e ha re cib id o la re c ie n te b io g ra fía in te lec tu a l d e ­
b id a a A la n R y a n , John Dewcy and tbe high tide of American liberalismo N u e v a Y o r k ,
W . W . N o r t o n , 1 9 9 5 , tal v e z sea u n h ala g ü eñ o in d icio de q ue las c o sa s están c a m ­
b ia n d o .

158
LAS FILO SO FÍAS D E L F IN A L ■■ ©
y Whitehead, sus estudios superiores— antes de convertirse a su
vez en profesor de la misma universidad. Precozmente atraído por
una visión precisa y rigurosa del mundo, Quine lee los Principia
mathematica a la edad de veinte años y consagra su primer artículo í')
(1930) a los trabajos del matemático francés Jean Nicod. Más tarde,
por consejo de Herbert Feigl, aprovecha una beca de viaje que le es
concedida el otoño de 1932 para desplazarse— como Ayer y en el
mismo momento— a Europa central. En Vieha, sigue los cursos de
Schlick y lee (enero de 1933) ponencia ante los miembros del
Círculo. En el siguiente mes de marzo, viaja a Praga para encontrar­
:0
se con Carnap—-del que acabará siendo amigo y discípulo— y des­
pués a Varsovia para conocer a Lukasiewicz, Lesniewski y Tarsid.
Cuando al final de ese periplo vuelve a los Estados Unidos, se
con^dera .a^.í mismo como un adepto del positivismo lógico. En ■©
cierto sentido, continuará siéndolo toda su vida, incluso cuando— a
de i939~^ 3^ se siente totalmente de acuerdo con la evolu- Q)
de Carnaprquien se aleja poco a ñoco de sTTpro-: ’■■■■)
^j[^£j?j_jfdcial por su interés creciente por la semántica y la lógica
Q
-de_prohabilidades- Quine admite por otra parte que ese programa
m
d^^^ suavizado" pero es únicamente en un artículo de 19 5 1
*^^DQS_dogmas del erñpirismo»^'^—donde propondrá una nueva ®
formulación. _
L a filosofía de Camap, sostiene Quine, se funda en dos «d og­ ©
mas» que hay que abandonar si se quiere salvar el empirismo, es ©
decir, ponerlo a resguardo de cualquier crítica. E | primero^con- O
siste en creer en la existencia de un hiato entre lenguaíéTTecíros. ■@
verdades analíticas y verdades sintéticas. Para~QÜiñe, las verd,ad£a {^3
<^uram ente» analíticas no existen: toda verdad depende
d^Lj£P¿H ^?-X 3 ¥-jQ^._hgt:fioÍ^Tncluso la lógica y las matemáticas
instancia y a través de todo tipo de meditaciones,
©
L m p fr ^ Por otra parte, ciertos desnibrími c ^
pueden obligarnos a revisar las leyes lógicas
^^J^^das por «evidentes»: así la mecánica cuántica,
por ejernplo, demuestra la fragilidad de la lejTtíeTTercio excluso, ‘O
ya recusado-por-^rouwer-: De forma general, el conocimiento no (0
0
9 4 ^' fr. en De Vienne á Cajnby'idge: Vhériuige du poúúvisTne logjqtieo de / 9 5 o
‘Q
d nosjoíirso op. cit.^ pp . 8 7 - 1 1 3 . [T r a d . cast. de M a n u e l S a c r istá n en « D o s d o g m a s dei O
e m p in s m o » en W . O . Q u in e , Desde un punto de vista ló^co, B a rc e lo n a , A r ie l, 1 9 6 2 .]

159
H I S T O R I A DE L A E l L O S O E l A EH EL S I G L O X X

es nada más que un proceso psicofisiológico qne tiene por base


una estructura empírica: el cerebro humano- Este se esfuerza por
construir, a partir de informaciones sensibles que recib^^deLex^e-
T T o rT t^ ría rq u e le permiten dar cuenta de U realidadj_ dichgjle
o ^ ^ m o d o / l e ^ r m it e n actuar sobre ella. Esa es la razón por la
que Quine propone «naturalizar» la epistemología, es decir, con-
sldj^arla^^omo uña rama de la p siro logia^, por tan to T ^^T as
«ciencias de la naturaleza» en general. ¿Es posTble, sin embargo,
reducirla m e n t ^ a lx e F e l^ perder^de vista el hecho de que los
estados mentales presentan una propiedad, la intencionalidad
— en otras palabras, la propiedad de ser «sobre» algo— , que nin-
giin mero estado físico de la materia posee?^^ ---- ^
Igualmente nocivo para un empirismo radicalj^Lsgg^do^gog^
ma"qué^llav~qñ?Fecí;¿^^^e$.^^ Es ilusorio
esperar— como hacía Carnap en la Aufbuu que cada enunciado
^ lentilicQ pueda ser reducida-aJm a--£Xp£rim cia-injne¿iata_qi^^
vejrifíqnc» Considerados separarianiení£:-yi-unQ,-pQr-unQ.,_Ques^^
enunciados no son verifí^aMesLSÓlo la ciencia, en su totalidad, pi^
de ser controiUada^jCoiria^tQ-CaiMild de nu^ejgaLgxp^rí^il^ que íxi-:
deterininad p ,_a siL v e z ,^ ^
Jxasjesjtxjm C o nocida bajo el nombjg_dejghQlism^
(del griego bolos, ‘entero’), esw docoina quineana se refiere ej^ -
Fierre Duheim ^ E m ile JN d ^ ^ No
obstante va mucho más lejos, pues se aplica no sólo a la física
(como quería Duhem), sino al conjunto de las ciencias— lógica y
matemáticas incluidas.
.. .Entrana, finalmenteC dos c o n s e ^ ericjagrimp^
mera es la tesis de la subdetérinÍñaa^jÍeJas,reoríaj_porda_expe;:
riencia. Muchas teoríasjdiferentes pueden ofrecer informes igua^l-
mente satisfactonos de los mismqs_j^ chos ,ejqperimentales^^
^b sex^Eió iT ñ o s m£ga el der£ch£ a^c^ cien r iz o
nos ac e r c y á infaliblemente^ unaj^erdad única^y.il_^fiíllGYai>i*a-S^
gunda consecuencia es el prinri|uo^e l^m deten^

9 5 . E s , sin e m b a rg o , p o sib le d ar una d e fin ic ió n lin g ü ística y , p o r tan to m a te ­


ria lista , de la in te n c io n a lid a d , c o m o h ace R o d e ric k C h is h o lm (n a c id o en 1 9 1 6 ) - ^ !
t r a d u c to r n o r te a m e r ic a n o de B re n ta n o — en Pcicciving ( 1 9 5 7 ) , a n tic ip a n d o la i ea
d e Q u in e de la « o p a c id a d re fe r e n c ia l» . S o b re este p u n to , v é a se J e a n - P ie r r e D u p u y ,
Aux origines des s'cicnccs cognitives^ P a rís, É d itio n s L a D é c o u v e r te , I 9 9 4 > p- 9 9 *

160
LAS filo so fía s D EL FIN A L

ducción. Q eim fico o no, un enunciadoxualguiera de nuestra lem


tra d u c c ^ ^ a _ ^ ^ La tra-
duccmn es ciertamente posible, pero sólo lo es de unirlengijaaoj^a
coí^iderada en su totalidad, y sólo se puede llevar a cabo en rel^~
a pn <<rorpus>> de reglas~d^aducción escogido por el ling j ^ -
ta j^ e m p r e rejdsable. Resulta que n q ^ s t e significación «en sí>>.
la significarióji n u _ s m a T ^ ^ del conjunto d e
reglas adaptadas^para.aprehenderl;^
El «holismo» de Quine no escapa— como se ve— ni al conven-
^ionalisjiio (demmciado por Schlick), m incluso a ciertas formas de
p s ic o lo g ^ o (rechazadas por Frege y R usT^II)7 E^^^17 ^ ^
a una verdadera reorientacion del empirismo lógim en ^ma direc^^~^
p ra g m a g ^ . Una orientación parecida es la emprendida, pa­
ralelamente a Quine, por otro filósofo norteamericano— W illred
Sellars (19 12 -19 8 9 ) cuyo principal ensayo— Empirismo y filosofía
de la medite (1956)— constituye a su vez una crítica del «mito del
dato», dicho de otro modo, del empirismo tradicional del sense data
defendido por Russell, Camap y Ayer. Igualmente, se podría avan­
zar que se corresponde con la tendencia general esbozada ya en los
escritos del «segundo» Wittgenstein. Con todo, Quine— que nun­
ca ha comentado personalmente las hivestigacwnesfilosóficas— se es­
fuerza por guardar las distancias tanto respecto a Wittgenstein
como respecto a los filósofos del lenguaje «ordinario».
Como la de Lewis, la obra quineana apunta principalmente a la
lógica y a la teoría del conocumento {Desde un punto de vista lógico,
19 5 3 ; Palabra y objeto, 1960; Filosofa de la lógica, 1970), Pero el empi­
rismo y el nominalismo riguroso que l o ^ m a u : ^ inspiran igual­
mente las obras de su colega N elso r^o o d m an , otro docente de
Harvard tienen un alcance que desborda—esc''esDicto marco. Si
bien a semejanza de Camap— Quine tiene tendencia a borrar la
frontera entre ciencia y filosofía, si bién piensa que la «buena» filo-
sofía de,b.e_ seX-una practica-,espe.cialJzada de tipo tífico y expert-
mental, y si bien^ consecuenciajriH^nsideraJaJústoria de esta úl­
tima como menos unoortante Que--sus-resulradQs_nbipHvnQ—-o, como
el mismo dice, los errores de los filósofos pasados como menos inte­
resantes que las tesis actualmente tenidas por verdaderas— ,’ * no cree

p6. AV. -V . Q u in e , The time of ?ny Ufe: An autobiography, C a m b r id g e (M a s s.),


M I T P re ss, 1 9 8 5 , p. 1 9 4 .

161
H IST O R IA D E LA FILO SO FÍA EN EL SIGLO XX

por ello que la filosofía en tanto que tal haya terniinado^NQ^:ee_qu


baste con limitarla al análisis del lenguaje lógicozíDatemárigQ^
que continúe siendo su dominio predilecto. C onyencid^de^guc
j Hp la fi|n5;qfía e s^ ^ lo rg rT ^ ca ract^^^ fimdamentales
de lo realj_estima que fa ontología^^eT^que se desinteresan los neo^
positivistas— puede ser tratada de manera rigi^osa y admite que la.
ética, a su vez, puede grogre^i^^acias al anáOsisJ^ Abandona,
pcTr contra, aTa^ de resolver los problemas estéticos
y a la sociología la de reglar las cuestiones políticas.
Conforme, en cierto sentido, con el espíritu de Cam ap, esta ac­
titud tendrá por efecto no obstante— dada la total hegemom'a ejer­
cida por el empirismo lógico en la filosofía norteamericana de los
anos cincuenta y sesenta— apartar temporalmente la filosofía en
América de toda reflexión sobre la historia y la sociedad. Aún más,
no hay que esperar encontrar, en el pensamiento conservador de
Quine— cuyo apogeo se corresponde con el de la guerra fi*ía , la
menor traza de la simpatía que sentía Carnap por el ideal socialista.
Por su parte ^^^n/ía"tósi^^e doctorado (JJn eludió de las cualida­
des^ 1940), NelsoñsfjrOodmanX^906-1998) reconsidera por su cuen­
ta el proyecto de la )^z^j^3^bandonada por el mismo Carnap. Su
trabajo desemboca, en La estructura de la apariencia ( 1 9 5 1), en una re­
elaboración de ese proyecto bajo una forma a la vez más modesta
y lógicamente más satisfactoria. A diferencia del constructivismo
carnapiano— que permanece prisionero de su base «solipsista»— ,
el de Goodm an se basa en la idea de que es imposible dar un sen­
tido a la noción de «elementos de base», si no es por referencia a
un criterio dado y forzosamente arbitrario. Convencido de que la
ciencia, el arte y la filosofía no son más que «lenguajes» es decir,
maneras regladas de manipular símbolos para «fabricar hechos» o
reconstruir «m im dos» {Maneras de hacer mundos^ ^97®) > G ood­
man no es por ello relativista: reconoce que ciertos lenguajes son
más «correctos» que otros (en términos de coherencia o bien de
adaptación a su contexto) y mantiene que existe ima distinción en­
tre «hecho» y «convención», si bien esa misma distinción es con­
vencional. Igualmente es— en el marco de su «teoría general de los
símbolos»— uno de los primeros en aplicar el método «analítico»
al estudio de las estructuras formales propias de las obras de arte;
no siendo éstas para él sino sistemas de signos cuyas reglas de fun­
cionamiento interno son lo único que irnporta {Lenguajes del arte^

162
O
■©
LAS FILO SO FÍAS D E L FIN A L ■/■■■■A
1968, y posteriormente ItcfoTmiLluciones en filosojía y otras artes y ©
ciencias, 1988). T a l orientación vincula singnlarmente la estédca de ©
Goodman con la desarrollada, independientemente y en la misma
■ V:©
época, por los adeptos euroneos-det^^n-ucturalismo.’ ^
Finalmente, con Donald(Davidson)(nacido en 19 17 ), que con- r©
tinúa siendo uno de los prin^aíes-discípulos de Quine, se ve r e ­ r©
aparecer ja tesis sepúnJa c u a l una verdadera frontera— aunque en
movimiento— separa claramente la filosofía del resto de las cien­ .O
cias: la primera debe tomar a su cargo los problemas a los que las .0
^gundas no ofrecen respuesta. Puntuadas por una serie de aíTícu- ;:C3
losTlos principales de entre ellos reagrupados en dos libros {Accio­
nes y acontecimientos, 1980; De la verdad y de la interpretación, 1984),
las investigaciones de Davidson conciernen a la vez a la filosofía de
ersuadido=-=cnmn Cam ap_y_coino^ylfc::^de í:)
que el materialismo es tan erróneo como el idealismo y que una es-
pecic de monismo «neutro» continúa siendo la única manera posi-
ble de c ^ c g b ir . las reladanes dé mente y cuerpordesapñiebn
pretensión «mentalista» (o antibehaviorista)^e las «ciencias cogni- o
tiyas» de^ehmidar el mecanismo de nuestros actos «mentales» como
si éstos estuviesen dotados de una realidad autónoma.
ps cierto que esas ciencias son todavía jóvenes. Salida»; de in-
y f i 5 g|?LPGes_£mpt^eiididas^_pajlÍLiÍ£.los_añQS_,tj:em (Alan Ííji- :.(■ )
sobre la automatización de los procedimientos de cálculo
(iSívestigaciones de donde surgieron los primeros ordenadores),.^
■O
así como ^e la «cibernética» popularizada por Norbert 1(V ie n e ^
(18 9 4 -19 6 4 ) en un libro con ese título (1948) donde a n a liza V rio ^
ría deí «control y comunicación en el animal y la máquina», y de la (5
teoría de la información (Claüde Shannon [191Ó)), las ciencias
cognitívas se han desarrollado en los años cincuenta y no han dado
síntesis sino con los trabajos recientes de Terry
:i^ F tK l^ £ ^ ^ d d o -^ n 19 35; E l lenguaje del pensamiento, 19 75) y de
C^D ennet^nacido en 1942; La conciencia explicada, 1991).

9 7 - U n o d e ellos, G é r a r d G e n e tte , ha su b ra yad o esta c o n ve rg en cia en su últím o


VOeiwre de l'art, P arís, E d . du S e u il, ,9 9 4 . (T r a d . cast.: La obra de a?~te. Inma-
l.b r o ,
nenciay trascendenaa, B a rce lo n a, L u m e n , 1 9 9 7 .)
98 In g e n ie ro y m atem árico, T u r in g ( 1 9 1 2 - 1 9 5 4 ) , q u e sig u ió en C a m b r id g e los
C l is o s de W ittg e n ste in , ha contribu id o co n un fam o so artículo de 1 9 3 6 (« S o b re los
n ú m e ro s co n tables, co n una aph'cación al EmtscbeidungsproblewA a arru m b ar la am bi-
Clon ^Jeibñizjana y hiJbertíana— de red ucir todo razo n am ien to a un sim ple cálculo.

163
h ist o r ia d e la filo so fía en el sig lo XX

Situados en la prometedora encrucijada_de la informática, la neiL-


rolog^a_y ta psicolinRÜística, están muy lejos de haber dicho su úl­
tima palabra.
Com o Popper y como Quine, finalmente, pero en contra de la
tesis cenH'ar'd^-^a^í#^/^— a cuyo espíritu permanece fiel G ood­
man—^ D a v id s o iy reintroduce la idea de que la «realidad» no es
sólo el result^cío de una reconstrucción lópico-lingüística sino rnás
b ie iT u ^ T e a lidad «objetiva», j c ^ s ^ caracterísüc_M_rnás_g^enerale^
nos son reveladas por la^e^ ru^tura de nuestro lenguaje. A pesar d.e
ello, ni éi ni Qinn^pueden iustifícar a fin de cuentas esa misterio-
sa «correspondencia» entre nuestro cerebro y el mundo^_
©. H ab ría^u eT iaC eT ei^te punto al menos una breve mención de
la obra de Saúl A© <ripl^(nacido en 1940), cuyo libro sobre W itt-
© genstein y la sigmficaclon ha sido ya mencionado. Sus influyentes
V-.: ■..) doctrinas acerca de la «rigidez» de los nombres y la necesidad de las
afirmaciones de identidad— presentadas por vez primera en un ex­
tenso artículo de 19 72 sobre la lógica modal, «Denominación y ne­
cesidad»— junto con su rechazo de la tradicional asociación entre
necesidad y verdades a priori^ le llevaron a refutar las teorías de la
identidad entre mente y cerebro por ser inadecuadas y erróneas. A
este repecto su pensamiento no carece de conexión con el de otro fi-
lósofo de la m efítey^lenguaje contemporáneo que ha sido ya men­
cionado, Jo h n \Searl^ quien, si bien deriva de la muy diversa tra­
dición de los a c t e s ^ habla encabezada por Austin, está igualmente
resuelto a combatir la afirmación ortodoxa en la ciencia cognitiva se­
gún la cual la mente no es. más que «lo que hace el cerebro».^^ E l fa­
moso (e interminablemente discutido) argumento de la «habitación
china» ilusn a su idea de que la mente, si bien tiene con toda seguri­
dad una base material, posee sin embargo una innegable dimensión
subjetiva íntimamente vinculada a la investigación neurobiológica.
Esta idea de «mentahdad>»— el hecho de que hallarse en tal estado
material o funcional provoca una sensación— , y la relevancia de la
experiencia vivida (im nuevo eco de Husserl) para las tefítaííyas de
explicación científica han sido recalcadas por Thom a^Nagefi(naci-

9 9 , V é a s e Jo lin R . Sea rle , El rcdcscuhimiento de la mente (C a m b r id g e , M a s s .: M IT


P re ss, 1 9 9 1 ) . P a ra una visió n global del estado presente del debate so bre la inteligen cia
artificial y asuntos relacio n ad o s co n ella, véase tam bién las entrevistas c o n S ea rle y
otro s pen sad o res en P e te r B a u m g arth e r y Sabin e P a y r, eds., Mentes que hablan: Entre­
vista a veinte eininmtes científicos cognitivos, P rín ceto n : P rin ceto n U n iv e r sity P ress, 1 9 9 5 .

164
LAS FILO SO FÍAS D E L FIN A L

do en 19 37) en diversos estudios incisivos e inteligibles, entre los que


tal vez sea el más notable E l punto de vista desde la nada (1986).'°°
^ í— a Bgsar de_las _dÍYer^encias que los separan— Quine.
Goodman y Davidson fiarecen muy representativos de un micmo

fij2 S o fia ja M ía ¿ a a ,jL a a ^ .d is tm He^cju


«»=2fflSlñ®.^bri,ttoica. Aparte _de.s\JLfídclidad a la h^J'^nciajgrajgma-
Jia a ite»i?US JWiatÍímlaádadcL.dfiSiacabl^ haber corlado
S ^ iS L rS Í 3 Íro?lJÍSl9 líPJt§Stó§JE&lxJU.-,ÜJ^^Qfía^fíC9,qtinentaÍ>>^e dpr^,
¿e^B£S£ed-&^o_al menos con ciertas tendencias de ésta, riaTgue ha*
Sgj^tribuidq a aclim átarM TIosTsrád^Tlñidó ír ^ de los años "
H£!flía= '
D e manera significativa, no obstante, será necesario esperar la lle­
gada a la escena umversitana .de investigadores «disidentes» en rela­
ción con el empirismo lógico para ver que el diálogo euroamericano
vuelve a tomar una amplitud comparable a la qué liabía conocido en­
tre 1880 y 19 39 (época en la quejames mantema relaciones estrechas
con Mach y Bergson, el joven Quine con el Círculo de Viena, etc.).
La historia de esta disidencia comporta a su vez dos fases. La prime­
ra está niál'cada por los trabajos— sobre los que volveremos— de
T h o n w s''^ ^ u to ^ u e renueva la filosofía de las ciencias, más allá de
‘'Carnapy'^ 5 opper,)con la orientación antiempirista de Bachelard y
K byr€— , así cóino por los del fíngüista Noam Chomslcy. Radonahs-
ta en el sepnt^S-ñS^siano del térnuno y por tanto, él también, an-
tiempirist^jÓhomsl^ (nacido en 1928) está convencido de que el
aprendizajeñeHenguaje por el niño no puede explicarse en la pers­
pectiva estrictamente behaviorista que es la de Quine y la filosofía
«anahtica». Por ello se esfuerza por construir— inspirándose en la
noción de «gramática general» forjada en el siglo xvii por los lin­
güistas de Port-Royal— un modelo matemático de estructuras «inna­
tas» capaces de clarificar la aparición en el hombre de la aptitud para
hablar. Sus obras (en particular Lingüística cartesiana, 1966) tienen in­
mediatamente un gran éxito en Europa— al que no es ajena la repu­
tación de intelectual «comprometido», es decir «izquierdista», que
Chomsky adquirió por sus numerosas tomas de posición poh'tica.

lo o . A c e rc a de la im portancia de la experiencia subjetiva, véase en p articu lar el fa­


m o so artículo d e 1 9 7 4 de N a g e l, « ,;C ó m o sienta ser un inurdélago.^^* en Mortnl Ques-
tions, N u e v a Y o r lc C am b rid g e U n ive rsity Press, 1 9 7 9 .

165
H IS T O R IA D E LA F IL O S O F IA E N EL SIG LO XX

En Estados Unidos, la actitud anribehaviorista de Chomsky tuvo


una influencia aún mayor en el desarrollo de la ciencia cognitiva, y ha
contribuido al reciente renacimiento del interés (ya comentado) por
la intencionalidad propio de la antigua escolástica y más tarde de
Bren taño y Husserl. Conviene observar en este punto que Fodor si­
gue a Chomsky al sostener que nuestras representaciones mentales,
incluso en el supuesto de que puedan ser reducidas a procesos neu-
robiológicos, poseen sin embargo una realidad específica (o «autóno­
ma»), mientras que Dennett, al negar esta doctrina del «realismo
intencional», se opone a las ideas de Chomsky y se sitúa en una posi­
ción cercana al «materialismo eliminativo» de filósofos que, como
Paul Churchland (nacido en 1942), defienden xma versión radical de
inteligencia artificial/"'
L a segunda fase de la disidencia antiempirista se desarrolla a
partir de los años cuarpnta^stá ilustrada^^pr^ienisadOTes b a s t ^ -
te'distjiñtos— Richard¡ R o rty^^iláry Putnar^Jjohn Rawl§j (Stanley
C a i ^ t í ^ u e , a pesar de^haberse form adó'en la tradición d elá T i-
losóíía «analítica», que consideran demasiado rígida, aspiran a
escapar de ella para poder elaborar con toda libertad su propia vi­
sión del mundo. Esos filósofos, de los que hablaremos más ade­
lante, abordan dominios— ético y político, en particular— hasta
ahora én parte desatendidos por los discípulos de Quine, y temen
menos discutir con sus homólogos europeos (Habermas, Fou-
cault, Derrida). Sus obras resultan marcadas no obstante por una
cierta desconfianza respecto de toda filosófica de la historia, así
como por una gran prudencia en la crítica social. Es imposible de­
jar de ver allí los signos de la influencia ejercida, después de me­
dio siglo, por el empirismo lógico, por su desprecio hacia toda
forma de pensamiento «dialéctico» derivada de Hegel, así como
por su volimtad deliberada de privilegiar los «hechos» en relación
a los «valores».
jl^-.duda_tales inhibiciones se levantarán progresivamente,
como lo sugiere la aparidón^r^^ en algunas universidades nor-
teamericanas, de un renovado interés por la fenomenología husser-
liana, una de cuyas ambidones— d escr^ ^ la esmicrnra de la rn ^ ~
te— les parece finalmente muy próxima a la que inspir^Ja^«d^ndas

l o i . V é a s e Paul M . C h u rch la n d , The Engine of reasm. The seat of the soul: A philo-
sophicaljoujyiey into the h'ain^ C a m b rid g e , M a s s ., MYV Press, 1 9 9 5 .

1 66
Oí)
las FILOSOFÍAS D EL FINA L
-© !
c o ^ ^ a s » y las invesrigaciones en «inteligencia arrífínal» No ©D
deja de ser menos cierto que, todavía hoy, ni el
^ncialismo son verdaderamente consíd^ados, en losEstodos I Jni-
^^55 ’ como doctrinas filosóficas en sentido pleno, cuyas tesis sería
HTiportante examinar— ajunque fuera para criticarlas. En cuanto a
o la escuela de Franldurt, son habitualmente
^ ^ ifíca d as bajo la rubrica «sociología».-AquLtambién queda, pue<>,
un fo so q u e luperar.

l o ^ E l nacim ien to de ese interés se rem onta a la p u blicació n p o r un an tígu o alu m ­
no de Q u m e , el filósofo D a g lin Follesdal, de un artículo ( 1 9 6 9 ) que com p ara el c o n ­
O
cepto husserliano de « n o e m a » y el concepto fregeano de Si?2?i. P e r o no h ay que olvidar
que el « s e g u n d o » W ittg e n ste in , a través de su exp loració n de los fim dam ento s de la -e
p sic o io ^ 'a , reco n o cía ya la existencia de «p ro blem as fe n o m en o ló g ico s», aunque rech a- :(Í
zaba la fen o m en olo gía co m o teoría y c o m o m étodo (Observaciones solrre hs colores, 19 5 0 ).
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167
P EN SA R A U S C H W IT Z

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I. LOS CAMINOS DEL EXILIO

Si el Aiuchluss (1938 ) representa en Austria el repicar fúnebre por


í'í) todas las libertades, obligando a em i^ar a quienes— como Freud y
Schrodinger— no habían podido decidirse hasta ahora, desde hace
cinco años un proceso análogo está en marcha en Alemama.
Desde que, en las elecciones del 3 1 de julio de 19 3 2 , el
N S D A P — el Partido Nacionalsocialista^—recogió catorce millones
de votos y obtuvo en el Reichstag doscientos treinta escaños sobre
seiscientos, los días de la República de W eim ar están contados. El
30 de enero de 19 3 3 , el presidente Hindenburg designa a Adolf
Elitler canciller del Reich. A partir del 14 de abril, una primera ley
establece el cese de los funcionarios judíos, comunistas o socialde-
rnócratas. U n número considerable de docentes se encuentra pri­
vado de sus funciones sin que las autoridades universitarias, con
pocas excepciones, protesten contra tales medidas. Por supuesto,
© es toda la comunidad judía la que se sabe amenazada desde ese mo­
mento. Una parte de ella toma, casi al instante, el camino del exilio.
Para medir el alcance de tal desastre— al que seguirá una catástro­
fe aún más terrible, el exterminio de quienes no habían podido partir
a tiempo— , hay que recordar que la comunidad judía en Alemania
^5— vísperas de la Segunda Guerra mundial una de las mejor asi­
miladas de Europa, tanto desde él punto de vista cultural como en el
plano social. En razón de su elevado grado de educación y del «pro-
gresismo>^ que la caracteriza desde la época de Moses Mendelssohn
(172 9 -17 8 6 ), esta comunidad tiene un papel esencial en la vida del
país al que ha dado— de Eleine a Marx y a Einstein— algunas de sus
mayores figuras en el dominio de las artes, las letras y las ciencias.
Los filósofos alemanes de origen judío, en particular, constitu­
yen durante el. primer tercio del siglo xx una «familia» intelectual

168
PENSAR AU SCH W ITZ

compleja, dotada de un excepcional brillo. Su integración es tan


conseguida que la mayor parte de sus miembros está convencida de
ser inmune a todo peligro serio en Alemania, su patria desde hace
siglos una patria a la que muchos de ellos han servido, durante la
Primera Guerra mundial, con una abnegación ejemplar. Por lo de­
más, incluso sin recordar aquí los casos de Hermann Cohén y de
Franz Rosenrweig, muertos ambos con anterioridad a la victoria
nacionalsocialista, ¿no es sintomático de un estado de ánimo más
bien optimista que ningún intelectual judío de renombre haya con­
siderado seriamente abandonar Alemania antes de 19 33?
Esta ultima obsen^ciÓQ^^mite, es verdad, al menos ima excep­
ción: la de GershornsScholgg)íi8Q7-iQ82Í. Pero la partida de éste
hacia Jerusalén (1923) ho tiene nada de exilio forzoso: se explica
simplemente por la desesperada constatación de que— como escri­
be el joven filósofo en su diario íntimo, con fecha de i de agosto de
19 1 6 la guerra de 19 1 4 es el tañido a muerte y el «entierro» de
Europa. ^ Nacido en Berlín en el seno de una familia plenamente
asimilada uno de sus hermanos será comunista, otro frecuentará
los círculos de extrema derecha— , Scholem se interesa en un primer
momento por las matemáticas. Forma parte con Camap de los ra­
ros alumnos que siguen asiduamente los cursos de Frege en Jena.
M u y pronto, sin embargo, comprende que sus verdaderos centros
de interés se sitúan mas bien del lado de la cábala judía— forma de
pensar mística en la cual las especulaciones numéricas tienen un pa­
pel importante, y que le atrae no obstante por razones intelectuales
más que religiosas. Convertido a las tesis sionistas, que continúan
siendo minoritarias en las comumdades de Europa central, escoge
libremente instalarse en Jerusalén, ciudad entonces mayoritaria-
mente árabe, a la edad de veintiséis años. Allí participará en la crea­
ción de la Universidad Hebraica (1925), donde desarrollará toda su
carrera. Consagrados al análisis histórico y estructural de las gran­
des comentes de la mística judía, sus trabaj.os ilustrarán la posibili­
dad de un tratamiento científico de los textos religiosos, contribu­
yendo a la edificación moral de una nueva nación— Israel__ , que se
convertirá en un Estado independiente en 1948.

1 0 3 . F r a s e citad a p o r S té p h a n e M o s é s, L^Ange de Vhi^oire, P a rís, É d . d u S e n il,


^ 992» P- 2 2 . ["Frad. cast. de A lic ia A la rto re ll; Kl ángel de la birria . Rosenzweíg^ Ben­
jamín^ Scholem, M a d rid , C á te d ra , 1 9 9 7 .]

IÓ9
H I S T O R I A D E LA F ILO SO F ÍA E N EL SIG LO XX

Si se deja al margen el caso de Scholem, se constata que los


lósofos judíos alemanes sólo se decidirán a escoger el exilio cuando
se vean literalmente obligados por la llegada de Hitler al poder. Sin
duda muchos de ellos deploran el fracaso—-en 1 9 1 9 — de la revolu­
ción socialista de noviembre de 19 18 , aplastada por las fuerzas re­
accionarias y clericales. Sin duda presienten de igual modo que la
crisis de identidad que atraviesa su país desde el final de la guerra
amenaza con encender los fuegos de un antisemitismo jamás ver­
daderamente extinto, de origen a la vez protestante (Lutero) y ca­
tólico (la Contrarreforma). Después de las masacres de 1096 susci­
tadas por la primera cruzada, los judíos han servido habitualmente
como chivos expiatorios de las convulsiones internas de la proble­
mática nación alemana— tan lenta en unificarse. Pero, si sus des­
cendientes de los años veinte creen tener que atravesar una fase de­
sagradable, están lejos— muy lejos— de imaginar que lo peor está
por venir. Y que la mayor parte del pueblo alemán, uno de los más
civilizados del mundo, dará muy pronto a Hitler los medios para
realizar el programa de exterminio, por otra parte claramente
anunciado por éste—^desde 19 2 5 — en Mei?i Kam pf

L a h o r a d e la m a r c h a fo r z o s a lle g ó m á s c im e lm e n t e e n 1 9 3 3 , a c a ­
r r e a n d o t o d a s u e r t e d e d if ic u lt a d e s m a t e r ia le s y d e s g a r r o s p s ic o ló ­
g ic o s . ____
Par&jCassi^]^y por ejemplo, la caída es brutal. Reputado cate­
drático y rector de la Universidad de Hamburgo, y uno de los in-
telecmales liberales más respetados de la República de Weimar,
debe dimitir inmediatamente de todas sus funciones. Parte para
Oxford, desde donde, en 1 9 3 5 , viajará a Suecia. En 1 9 4 1 se instala
en N ueva York, donde muere ( 1 9 4 5 ) ^Igtmos días antes del final de
la guerra. Ensombrecidos por informaciones que llegan a los Esta­
dos Unidos sobre el genocidio— en el que desaparece una parte de
su familia— , sus últimos años están mareados por una reflexión so­
bre el trágico fin del idealismo alemán, así como sobre el incierto
porvenir de la humanidad {Ensayo sobre el hombre^ ^944)*
Discípulo y colega de Cassirer en la Universidad de Plamburgo,
el historiador del arte Erwin Panofsky (18 9 2-19 6 8 ) emigra a su vez
a América en 1 9 3 4 , poco tiempo después de haber publicado un

170
(D
PENSAR AUSCHW ITZ ©

breve artículo— ^<La perspectiva como forma simbólica» (19 2 7)—^


que ofrece un nuevo impulso teórico a su disciplina. A partir de
Panofsky, no será ya posible estudiar las revoluciones estéticas sin
volverlas a situar en el marco de las grandes mutaciones— religio­
sas, filosóficas y científicas— de nuestra visión del mimdo, en las
que participan y a cuya explicación contribuyen, en parte. ■O
Otro alumno de Cassirer— Kric Weil (19 0 4 -19 77)— se instala en ■0
Francia en 1 9 3 3 - MoviUzado en 1940 por el ejército francés, becho ■0
prisionero por los alemanes, pasará— ^gracias a un nombre íálso— ■ :0
cuatro años de cautividad en Alemania, antes de volver a establecer­
#
se en Francia, donde continuará reaÜzando— ^sobre la base del pen­
samiento kantiano— ^trabajos de filosofía moral y pgáítina.
Nacido en 18 78 — como Cassirer— ^ a r t iiy ^ t ib e ^ s también ©
en 19 3 3 un filósofo conocido y r e s p e ta d o T E ^ o io S p á r te ima de 0
las principales figuras del judaismo europeo. Profesor de filosofía y
de religión judaicas en la Universidad de Frankfurt desde 19 23, ha
publicado investigaciones sobre la historia del hasidismo— movi- .0:0
mtento místico salido de los guetos de Europa oriental— , así como ©
un libro de inspiración fenomenológica, Foy tú (1923), consagrado
a la significación ética del diálogo de conciencias. Partidario del
acercamiento al cristianismo pero también de la alianza de judíos y
0
árabes en Palestina, es— como Rosenzweig— uno de los representan­
■ v;0
tes de ese sionismo «espiritual» que reúne a los judíos preocupados
por enlazar de nuevo con las raíces de su propia cultura aunque si­
gan siendo alemanes. Por lo demás, es obligado a dimitir de su cá­ o
tedra en 1933» pero no por eso remmeia a permanecer— en un pri­ ©
mer momento—^ n Alemania para ammar una especie de resistencia 0
interior contra los avances del nazismo. Crea incluso, con ese fin, un -G
«Servicio Central para la Educación Judaica», que consigue dirigir (-■)
durante cinco años. N o es hasta 1938, a la edad de sesenta años,
cuando se verá obligado a marchar. Viajará entonces a Palestina,
©
donde se reencontrará con Scholem y donde morirá (1965) después
O
de haber participado en la creación del Estado de Israel.
G

©
Otro grupo duramente.-MSfíe^p^&..^exilio es el que remiió. en ©
Franldurt, el filósofó.M akÍ^kheim @ )(l8Q c-io72Í. ■■■■#
Nacido en Sturtg^rj eri^uhá -fariiilia de industriales más bien
171
H I S T O R I A D E LA F ILO S O F ÍA E N EL SIGLO XX

conservadores y religiosos, HorJcheimer comienza por trabajar en


la firma paterna. E n Munich, donde se encuentra eíi 19 19 , apoya la
revolución. Arrestado por poco tiempo cuando ésta es aplastada,
parte segnidamente para Frankfurt, donde cursa estudios de filoso­
fía. Sigue las clases de W olfgang Kohier y de Max Wertheimer,
creadores de la psicología de la forma. Cumple igualmente dos se­
mestres en Friburgo donde, más que por Husserl^ es seducido tem­
poralmente por la vía existencialista que Heidegger intenta abrir.
Después de haber obtenido su habilitación (1925), pasa a ser en
Frankfurt el ayudante de un profesor neokantiano, pero np_,tarda.
en orientar sus propios cursos hada autores que le interesan verdade-
ramente: Hegel, Marx v los filósofos franceses de la Ilustración. Su
pnm erlirtículo^i930) está consagrado a una crítica de las tesis idea­
© listas desarrolladas, en sociología del conocimiento, por su colega
■o Karl Mannheim (18 9 3 -19 4 7 ), discípulo del sociólogo M ax W eber
(18Ó 4-1920). E l mismo año se ve propuesto para una cátedra de
<<fílosofía de la sociedad». Y . sobre todo, parala dirección de un la­
boratorio dependiente de Ici universidad: ^InS-tltuto dé In ve sti^ -
riones Sociales (Insütut fiir Sozialforschung).
Este fue fundado en 1923 por un acaudalado hombre de negocios
judío, Félix Weil^—el cual, impresionado por los acontecimientos
de 19 18 , se convirtió a las ideas revolucionarias y se dedicó desde
entonces a ayudar a artistas y escritores de izquierda. Dirigido de
19 2 4 a 19 3 0 por Cari Grünberg, ese establecimiento único en su
género tiene por objetos de investigación la historia del socialismo,
del movimiento obrero y de las doctrinas económicas. Posee su
propia revista y contribuye a la publicación de textos inéditos de
Mai-x y de Engels, cuyos principales manuscritos estaban por en­
tonces dispersos entre Alemania y la U R SS.
Dc<;rlp Tn3 T, Horkheimer insufla nueva vida al Instituto— pun-
to de partida de lo que se llamará en lo sucesivo «escuela de F r a n ^
fítrt>^ -^ ^ ^ su ré ^ sta , que— con el rítulo~3 e Zeitschrift fiir Sozialfors­
chung— sé convertirá muy pronto en su órgano privilegiado. Fo r­
mulará su programa director proclamando la necesidad de recurrir
a un trabajo interdisciplinar para comprender mejor los fenóme­
nos sociales. En ese momento, H orkheimer e s t^ o n y e ncido de
que la «vieja» filosofía está destinada a ser reemplazada por el con-
' Túlño cíelas ciencias so ciálésT i^m p fi'^^t^ tm sentido materia-
~“ hsta.“Pero, si bTeñ^^ simpatías no dejan demasiado lugar a la clucTa,

172
m

PENSAR A U SCH W ITZ

evita por prudencia declararse abiertamente marxista. La eleeción


de sus colaboradores indica muy bien, por contra, la idea que tiene
de la m M té ira é F fi^ ^ to . Efecteítrarefite^s princi^sd es^^^tre
ellos-(-tBrich FromjE^^beodor(f^. A d o rn o ^ Herbei^uVIarcuse-
son solam éníé^venes investigadó'reS^TOn un buen
intelectuales comprometidos.
Surgido de una familia religiosa ortodoxa, Eric^From m LtpoO '
1980) colaboró con Scholem a inicios de los años veuíte'enel Cen­
tro Libre de Estudios Judíos de Frankfurt creado por Rosenzweig
y Buber. En 19241 descubre el psicoanálisis— que ejerce a partir de
^9^7 y» eon su mujer, funda (1929) un instituto psicoanalídco
que operará, gracias a la entusiasta acogida de Horkheimer, en el
marco del Instituto de Investigaciones Sociales. Acontecimiento
histórico, puesto que se trata nada menos que de la primera entra­
da del psicoanálisis en la universidad. En lo sucesivo, los teóricos
de la escuela de Frankfurt asociarán ft^cuentemente marxismo y
psicoanálisis en sus hipótesis de investigación.
Menos revolúís;^ionario que el psiquiatra de origen austrohúnga-
ro W ilh elrm ^ ^ ch '(i89 7-i9 57)— quien lanza en Berlín, a inicios de
los años treinta, un movimiento para una «poh'tica sexual proleta­
ria» que los stahnistas calificaron de «trotskista»— , Fromm es,
con todo, en esa época, un freudi^ o de izquierda, preocupado^or
asociar la teoría de las pulsiones a la de la lucha de clases, y por po-
©eLllSiX2SAALsejDdd.o.d£JaJÜiberaa^3^^
JCristo (1930) marca el inicio de su prolífica obra, que proseguirá
después de la guerra en im sentido más-eehservador.
Nacido en Frankfurt, Theodor W > 4 ^ r ^ (19 0 3-19 6 9 ) lleva al
principio un nombre compuesto: Wiesengrund-Adorno» que une
el de su padre, judío convertido al protestantismo que hace bauti­
zar a su hijo en el templo, y el de su madre católica de origen cor­
so. Al salir de una infancia cómoda y protegida, en la cual la música
tiene— como tuvo para Wittgenstein— un gran papel, descubre 1^
estética a través de la Teoría de La novela de Lukács, y la revolución
gracias a E l espíritu de la utopía de Bloch. De 19 2 1 a 19 32 se coñ^
sagra a la crítica musical. Fascinado por la música atonal de la
escuela austríaca, se dirige a Viena en 19 25 con la intención de
convertirse— bajo la férula de Arnold Schónberg— en pianista y
compositor. Rápidamente convencido de la insuficiencia de sus do­
tes artísticas, vuelve al cabo de algunos meses a su ciudad natal y

173
H I S T O R I A D E LA F IL O S O F ÍA E N EL SIGLO XX

se dirige finalmente hacia una carrera imiversitaria centrada en la


estética.
Después de un artículo sobre la «técnica dodecáfónica» (1929),
obtiene su doctorado (19 3 1) con una tesis— Kierkegaard: construc­
ción de una estética— publicada a primeros de 1933* Adientras tanto,
Adorno se aproxima a Horkheimer— a quien conocía desde hacía
algimos años— , así como al materialismo marxista, que interpreta
en un sentido personal cercano al que le da Bloch. A partir de 19 3 2 ,
colabora en el Zeitschrift fU r Soxialforschung, al que ofrece en 19 3 6
un texto sobre el jazz— ^primera tentativa hecha por un filósofo por
comprender esa forma de arte. Una única nube en el horizonte:
publica también en una revista alemana, en I934> nn artículo don­
de elogia ciertas canciones cuyas palabras habían sido sacadas de
una recopilación de poesías dedicada a Hitler— artículo que la­
mentará explícitamenté^Heip^4 ^ ^ guerra.
E n cuanto a H e r b e n :M a r c u ^ (i898-1979), nace en Berlín en el
seno de una familia burguesarfuyas ideas retrógradas rechaza muy
pronto. En 1 9 1 7 , se afilia al Partido Socialdemócrata. Movilizado
en 1 9 1 8 , es elegido— ^al comienzo de la revolución de noviembre—
miembro de im soviet de soldados berlineses. El fi*acaso de la revo­
lución (19 19 ) le lleva además a abandonar el partido, a cuyos diri­
gentes juzga cómplices del asesinato de los líderes espartakistas,
Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg. Entonces se aparta de la po­
lítica para emprender estudios literarios, que, cuando haya termi­
nado su tesis, le permitirán obtener una plaza de ayudante en Fri-
burgo a las órdenes de Heidegger— de quien se alejará a partir de
19 3 2 . N o fue hasta el año siguiente, sin embargo, cuando conoció
a Horkheimer y se incorporó al grupo de Frankfurt en el exilio.
Para esos cuatro h o m h res^ H o r^ eim er. Fromm, Adorno y
Marcuse— la llegada de Hitler al poder cambia completamente el
j ^ s o del mimdo. E l 13 de marzo de 19 3 3 , el Instituto es cerrado
por la policía nazi con motivo de sus actividades «hostiles» al E s ­
tado. En esta fecha, Horkheimer se ha retirado ya a Ginebra, acor­
dando con el editor francés Félix Alean que la revista del Listituto
continúe apareciendo, en alemán, en París, con la ayuda de Ray-
mond Aron.
Durajite su breve estancia-en-Siiiza-—donde Bloch también
está refugiado temporalmente— , Horkheimer tiene tiempo para
emprender una-ambiciQsáJjivésdgación sobre la .

174
PENSAR AUSCH W ITZ

autoridad en el interior de la familia moderna-—^investigación


cuyos resultados serán publicados en 1936. Presintiendo qu e ja
_ascensión del
___________ fascismo
___________ __ ___amenaza la paz de toda»» Rnrnpa^
______________— 1 deríHe
---------- * • — en
abril de 19^ 4 embarcarse hada_bs_Estadns .1 luidos . En el mes de O
junio, cierra con la Universidad de Columbia de Nueva York un ©
acuerdo por el que éste alberga el Instituto. Antes de fin de año,
Fromm y Alarcuse se reúnen con él. En cuanto a Adonio, pinieba ©
suerte en un primer momento en Oxford pero, después de la lla­ ©
mada de Horkheimer, se instala también en Nueva York (1938).

Una nueva página de la historia del Instituto rnmien?^^a enton-
O
nuevo mundo. Gracias a AjoéficáT^uúght^ otros intelec­
tuales-judíos a es se^alvaráa. ^<Carl Lowith^^^or ejemplo, o
-o
I u .= L . , . . Heidegggr.— „.y :( )
sjyá para es-
tos pers^g ^ ó s lsinónimP-de supervivencia. Un filósofo, sin em
de~Iós~mepos importantes, no tendrá ocasión de esca­
par: W ^ ten-Renjamú^ j
Traerla la memoria el recorrido de este último es comprender .©
al mismo tiempo qué trágica suerte esperaba a los judíos cuando,
por optimismo o error de cálculo, vacilaban demasiado tiempo en
tomar la dolorosa decisión de marcharse.
O
o
Nacido en Berlf:^Benignilfl^( 18 0 2 -1040I es un ser sensible, ator­ ■0
mentado, de u n a 3SüIímrosa precocidad intelectual. Igualmente 0
apasionado por la literatura y la filosofía, conocerá en 19 1 5 al joven O !
Scholem cinco años menor— , que peimanecerá hasta el final como o
su confidente y que consagrará más tarde (19 75) un emotivo libro o
a la historia de su amistad.''"'» Desde 19 2 1 , Benjamin redescubre la
riqueza de la cultura judía leyendo— por consejo de Scholem— La
©
estrella de la redención. En 19 19 conocido a Bloch, a quien admi­
©
ra, y poco después a Adorno, que le fascina. Sus primeros textos re­
velan claramente su interés por la estética y por la historia, su sim-
paQa por las tesis progresistas, sus afinidades con el romanticismo o
u
© I!
1 0 4 . G e r s h o m S c h o le m , Walter Benjamín: histoire d ’une amitié, Dad . fr., P a rís,
m
C a lm a n n -L é v y , 1 9 8 1 . [T ra d . case. d e J . F . Y v a r s y V ic e n te Ja r q u e ; Walter Benjamin.
Historia de una amistad, B a rc e lo n a , P en ín su la , 1 9 8 7 .] C; ) ,
I
U S
''■(.i
H ISTO R IA D E LA FILOSOFÍA EN E L SIGLO XX

y el expresionismo, su curiosidad por el psicoanálisis, por la pintu­


ra moderna, por el arte popular, por las ciencias ocultas— pero
también las dificultades que encuentra para dar al caudal de sus ideas
©: una expresión organizada, conforme con las normas académicas.
A pesar de la redacción de una tesis de doctorado— E l co7tcepto
de crítica de af'te en el romanticismo alemán ( 1 9 1 9 )—-y de una tesis de
habilitación^— E l origen del drama barroco alemán (19 2 8 )— final­
mente rechazada por la Universidad de Frankfurt pero, al igual
que la tesis anterior, publicada posteriormente en forma de libro,
no consigue encontrar un puesto de trabajo en Alemania. Obliga­
do desde entonces a vivir de su pluma, gasta una parte de su ener­
gía en tareas periodísticas alimentarias, consiguiendo publicar no
obstante algunos libros como Las afinidades electivas de Goethe
(19 2 5 ) o Sentido único (1928). Afínales de los años veinte, Scholem
intenta sin éxito llamarlo a la Universidad Hebraica de Jerusalén.
c;:\ Después de haber estado seducido brevemente por la perspectiva
de instalarse en Palestina, Benjamín renuncia a ese proyecto. Ha
conocido en 19 2 4 a una joven revolucionaria rusa, Asia Lacis, que
no puede decidirse a abandonar.
Directora de escena, le presenta a Brecht, le hice leer a Lukács
y le convence para efectuar un viaje a Moscú de diciembre de 19 26
a enero de 19 2 7 . A partir de ese momento, Benjamín se inclina
cada vez más resueltamente hacia el materialismo histórico, que
interpreta— como Bloch— en un sentido «mesiánico», más teoló­
gico que sociológico.
N o deja de proseguir sus investigaciones estéticas— domimo
donde su penetrante sentido de la modernidad, su sensibilidad
poética, su aptitud para descifrar los «signos» de lo real como leyen­
do un libro, le inspiran textos difíciles, inclasificables, que no serán
verdaderamente apreciados sino después de la guerra {E l libro de los
pasajes— aparecido póstumamente en 19 82, es una compilación de
textos inacabada— , La obra de arte en la época de su reproductihilidud
mecánica^ 1936).
Pero, en lo sucesiyo^es la liistoria lo que se e n ^ enp-a en el c^ -
U:Q_d£_tDdas^nsjt:¿flexione^ Ip_ quedes^a_agestas
ta. IdostiX.aJas,filos>Qfi"^s--^PQSÍÚ^ así como^ al^eyoducjonismo
en todasjus formas—X £o r tanto a
Ben[am m _sam ic^tafíacia.m — pa­
sada o fíitura— , fundada en uiyanálisis de las contradiccipnes (jue

176
pen sar a u sc h w it z

constituyen su presente. Recusando a la vez la idea de causalidad


mecánica y la creencia en el carácter ineluctable del progreso, de­
sarrolla al hilo de los años siguientes— en una Unea próxima a
Rosenzweig, Bloch y Scholem— una concepción «discontinuista»
del tiempo, que convierte a éste en el ámbito por excelencia de la
«utopía»: una utopía evidentemente frágil, pero no obstante reali­
zable a poco que los oprimidos^—^adquiriendo conciencia de su si­
tuación consigan recobrar la palabra de la que han estado mucho
tiempo privados y conducir a la humanidad por la vía de esa «re­
dención» a la que apelan sus voces. El conjunto de estas complejas
perspectivas, en las que el marxismo se encuentra reconsiderado y
«superado», será desarrollado en su último escrito: Tesis sobre la f i ­
losofía de la historia (escrito entre 1 9 3 9 y 1 9 4 0 y publicado por pri­
mera vez en Los Angeles, en alemán, en 1942).
Viajero infatigable, prendado de la literatura francesa, lector de
Baudelaire, de Proust, de Aragón, de los surrealistas, Benjamin es­
coge en 1933 establecerse en París. Gracias a Adorno— que aboga
por él ante Horkheimer— , desde este momento mantiene relacio­
nes estrechas con los miembros exiliados del Instituto de Investí-
gaciones Sociales. N o obstante, cree menos que éstos en la inmi­
nencia de la amenaza que los progresos del fascismo hacen pesar
sobre Europa: no es que sea inconsciente del peligro, sino que
— como muchos intelectuales de izquierda— tiene dificultsyde^^Y^
imaginar la posibilidad de una guerra abierta entre Hitler, i(secuaz>)
del capitaUsmo, y el resto de Europa occidental. La misma ^ e r i a
se encargará muy pronto de desmentir esa ilusión.
Cuando, atormentado tanto por sus angustias como por sus di­
ficultades materiales, Benjamin se decide a abandonar Europa para
reunirse con sus amigos de Frankfurt en Nueva York, es demasia­
do tarde. La guerra está en su apogeo. Con el fin de encontrar im
barco para los Estados Unidos, tiene que pasar a España. Detenido
por la policía francesa en el momento en que intenta cruzar la
frontera española en Portbou (Gerona), el anochecer del 26 de
si e m b r e , es autorizado a pasar la noche en im hotel. Sabiendo
que va a ser conducido al día siguiente a un campo de concentra­
ción francés, se decide al alba del 27 de setiembre a poner fin a sus
días tomando unos comprimidos de morfina.
Este desesperado acto ilustra de manera ejemplar el ambiente
dramático en que viven los judíos alemanes desde 1933. Aun sin sá-

U7
HISTO R IA DE LA FILOSOFÍA E N EL SIGLO XX

ber que, del resto de su comunidad casi enteramente diezmada por


Hitler, sólo sobrevivirán a la Shoah algunos millares de invidi-
duos— para los cuales la vida no será nunca jamás igual.

2. LA DECISIÓN DE HEIDEGGBR

Trágico, el año 19 3 3 también lo es por otra razóm ^^esto que ve,


algunas semanas después de la llegada de H i^er alpb^d'^, al filóso­
fo alemán más célebre de la época— Martin í^eideggep^acceder a
las funciones de rector de la Universidad de F r i b u i ^ y convertir­
se en miembro del Partido Nacionalsocialista.
Heidegger tiene cuarenta años cuando se adhiere al N S D A P .
N o se trata, pues, de un error de juventud. Continuará como miem­
bro hasta 19 45. N o se trata, pues, de un compromiso efímero.
N o es tampoco por inadvertencia, sino gracias a la complicidad
activa de colegas pro nazis y al apoyo de las autoridades administra­
tivas como llega al rectorado de su universidad— donde se manten­
drá durante un año, de abril de 19 3 3 a marzo de 19 34 .
Ese cargo no es neutro ni puramente honorífico. Confiere a su
titular im poder real. Requiere de él ima total sumisión política.
Dentro del esfuerzo que hacen los nazis para controlar la sociedad
civil, el «encauzar» {Gleischhaltung) al sector universitario constitu­
ye ima necesidad esencial. Sería impensable confiar su realización a
personalidades indóciles o indecisas.
Por otra parte, el nombramiento de Heidegger está en relación
directa con el punto central del programa nazi: la eUminación de
los judíos. En efecto, se produce como consecuencia de la dimisión
de su predecesor— el biólogo V on M óllendorf— , quien rechazaba
(el hecho es raro) aplicar una nueva ley, impuesta por el Land de la
provincia de Badén y dirigida a poner automáticamente en exce-

1 0 5 . A u n q u e « H o lo c a u s t o » (d e riv ad o del g r ie g o holócuuston^ de la ve rsió n b íb li­


ca de lo s L X X ) es la p a la b ra n o rm a lm e n te u sad a en ca stella n o p a ra re fe rirs e a la e x ­
te rm in a c ió n de los ju d ío s eu ro p e o s d u ran te la S e g u n d a G u e r r a m u n d ia l, q u e rría e x ­
p re sa r m is reservas so b re su u tiliza ció n en este c o n tex to , p u e sto q u e p a rec e d ar a la
d e stru c c ió n nazi c o n tra lo s ju d ío s u ñ a s ig n ific a c ió n relig io sa de la q u e c a re c e . E n
F r a n c é s , es m ás c o m ú n u tiliza r el té rm in o h e b re o S h o a h , q u e tien e la v irtu d de ser
m ás n e u tr o y o b je tiv o , ya que se lim ita a d e sig n a r u n a c o n te c im ie n to e sp e c ífic o : la
« C a tá stro fe » .

178
PENSAR AUSCHW ITZ
■©
dencia a los profesores considerados «no arios». La ley es además ©
aplicada a pesar de Von MolIendorf, puesto que, de los noventa y
tres electores que han de elegir a su sucesor, trece tienen prohibido
el voto por razones «raciales». Xodo ello, aparentemente, no plan­

tea a Heidegger el menor cargo de conciencia. N o más que el que
le plantea la quema de libros «judíos y marxistas» que tiene lugar
en algunas ciudades el lo de mayo de 19 3 3 , tan sólo algunos días ■ •O
después de su elección. ^i©
E l nuevo rector aborda su tarea con un entusiasmo incontes­ •■O
table. E l 20 de mayo de i933> dirige un telegrama a Hitler para ■‘O
desaconsejarle la recepción del comité de la Asociación de Profeso­ ■■0
res Universitarios Alemanes mientras que éste no se muestre más "0
cooperador con el régimen— es decir, en tanto que la Asociación
■ '©
no haya sido «encauzada». Una semana más tarde, el 27 de mayo,
Q)
tiene lugar la ceremonia de investidura en Friburgo. Entre dos
himnos militares, Heidegger pronuncia un discurso exponiendo, ,v">
en la jerga del partido, su programa para «nazificar» la Universi­
dad de Friburgo. N o hay mucho que decir de la sustancia teórica,
más bien pobre, de ese texto agresivo, pomposamente titulado I.a ,0
autoafirmación de la universidad alemana y en el que se buscará eji ■©
vano la menor traza de independencia intelectual. Por lo demás,
desde 19 4 5 hasta su muerte, su autor impedirá prudentemente la
reimpresión de éste, tan exitosamente que de hecho el discurso
tan sólo reaparecerá en 1982, primero en Francia y luego en Ale­
mania.
E n la práctica, la principal actividad a la que se consagra el fi­
lósofo, desde el momento de entrada en funciones, es la reforma
de los estatutos de su universidad bajo el rnodelo del sistema del CD
Führerprinzip, Al final de esta reforma, que inicia y que será inme­ ■0
diatamente aplicada en otras instituciones, él mismo es nombrado
Führer de la Universidad de Friburgo el i de octubre de 19 33. Por
este nuevo título, sus poderes se ven reforzados. El rector se con­ '©
vierte en una verdadera correa de transmisión entre el Estado ©
nacionalsocialista y la juventud estudiantil. E l efecto de esa reforma
será catastrófico tanto para los jóvenes, en adelante privados de
toda libertad intelectual, como para las propias universidades, cuyo
nivel científico no tardará en declinar.
Simultáneamente, Heidegger asume con una perfecta disponi­ ©
bilidad su papel de filósofo-propagandista. Multiplica las confe- '©

179
H I S T O R I A D E LA FILO SO F ÍA É N EL SIGLO XX

rendas y los aiTÍculos en la prensa/^ La víspera del plebisdto del


12 de noviembre, llama a votar en favor de Hider. E l 30 del misni'o
mes, pronuncia en Tubinga una conferencia sobre la misión de la-
Universidad en el Estado nacionalsocialista. Públicas o privadas,
sus declaraciones de la época no dejan ninguna duda sobre la ideo­
logía que las inspira, mezcla de nacionalismo, antimaiTcismo y anti­
cristianismo.
En cuanto al antisemitismo propiamente dicho, si Heidegger
no hace de él ningima ruidosa exhibición, es simplemente porque
todo el mundo— a su alrededor— ya lo ha abrazado. N o olvidemos
que el antisemitismo, un «lugar común» en la Europa de los años
treinta y particularmente en la región de Alemania donde creció
j ©.
Heidegger, constituye el fundamento del programa nazi. En tanto
I que intelectual no tiene necesidad de reiterarlo, sobre todo si aspi­
ra a desmarcarse— por su discurso—-de la masa de los militantes
populares.
Ello no quiere decir que deje de solidarizarse con éstos. N o
sólo ningún hecho permite sostener esta optimista interpretación,
sino que existe al menos una prueba en dirección contraria: el in­
forme secreto que remite, en diciembre de 19 3 3 , a la Asociación de
Profesores Nacionalsocialistas de Goringa, donde no titubea en
denunciar a uno de sus colegas, culpable de mantener «estrechos
lazos» con j u d í o s . E s t e informe, que quería condenar a la perso­
na de que se ocupaba, nos parece hoy condenar más aún a Heideg­
ger mismo.
© E l activismo del pensador así como su retórica combativa ter­
minan, no obstante, por suscitar las reservas de aquellos que, en el
seno mismo del partido, defienden una línea, más pragmática. El
partido nazi está efectivamente dividido entre comentes en com­
petencia, luchando entre sí por la hegemonía. E l entorno de Elitler
y de las SS desconfía, por ejemplo, dél ardor revolucionario de las
SA, cuyos jefes serán asesinados en la N oche deJo^XLuchillos Lap^

10 6 - A lg u n o s d e esos textos h an sid o p u b licad o s d e n u evo (a exp en sa s de H e i ­


Nachlese zíi Heidegger, B e rn a , 1 9 6 2 . T r a d . fr.
d e g g e r ) p o r G u id o S c h n e e b e r g e r ,
(p a r c ia l) e n la re v ista Le Débat, P a rís , G a llim a r d , n .° 4 8 , e n e r o - fe b r e r o d e 1 9 8 8 ,
Pp. 176-192. ^
10 7 . H u g o O tt, Martin Heidegger: Elémentspotir une biographie ( 1 9 8 8 ) , erad, tr.,
P a rís, P ayo ü , 1 9 9 0 , p. 19 6 . [T r a d . cast. de H e le n a C o r t é s G a b a u d a n : Mai'tin Hei-
degger, M a d r id , A lia n z a , 1 9 9 2 .]

1 80
PEN SAR A U S C H W I T Z

^934)- A un nivel inferior, numerosos colegas


de Heidegger comenzando por el influyente rector de Frankfurt,
Ernst Krieck— están irritados por el celo del profeta, su estilo os­
curo, su evidente ambición. Las torpezas que comete en la gestión
de su universidad suscitan en su contra, desde el final del año 19 33,
una larvada oposición. Frente a esta creciente hostilidad, H ei­
degger termina por arrojar la toalla. En marzo de 19 3 4 dimite dis­
cretamente de sus funciones rectorales so pretexto de poderse con-
sagrar mejor a sus trabajos «científicos». Pero no abandona el
partido. Y no reniega abiertamente, hasta 19 4 5 (y tal vez nunca),
de ninguna de sus conviccione
E l filósofo Hans^Georg ^ ^ ^ m ^ ^ ^ acido en 1909)^—que ha
sido alumno de Heidegger en M ^ B m g o y que nunca ha dejado de
defender al antiguo maestro— afirma que éste llegó a criticarle en
privado, después de 1934, el répmen qué defendía en público. El
hecho no tiene nada de imposible. Humillado por el fracaso de
su rectorado, que atribuye a la envidia de la qiie era víctima, Hei-
podía muy bien estar tentado de denigrar un gobierno que
no lo sostuvo hasta el final, o a colegas que— ^maniobrando mejor que
ól pudieron permanecer cercanos al poder. Nada de sorprenden­
te, en consecuencia, si de 19 3 4 ^ ^945 se forma poco a poco una
concepción estrictamente personal de lo que habría debido ser el
nacionalsocialismo. Aunque se aventure algunas veces, en círculos
reducidos, a oponer ésta a la «deriva» del partido en el poder.
Atestiguadas por Gadamer y exphcables por la «decepción» de
^9 3 4 » ^sas opimones sin embargo no deben ser interpretadas como
la expresión de un rechazo del nazismo o de sus «excesos». Tradu­
cen, al contrario, el disgusto de no ver a ITitler ir tan lejos, o tan
rápido, en la puesta en marcha de los aspectos más «revoluciona­
rios» en el plano social y cultural— de su propio programa. Pues,
frente al «pragmatismo» de los circuios oficiales, parece que el filó­
sofo aspira en lo sucesivo a situarse como el guardián de una cierta
«pureza» doctrinal^ entre otras cosas, en lo que considera ser, por
entonces, la necesidad de una lucha enérgica contra la influencia
«moderadora» de los ambientes cristianos.
La prueba de esa aspiración nos es ofrecida, en todo caso, por un
célebre pasaje del curso del semestre de verano de 19 3 5 , titulado
hitioducción a la metafísica. En ese texto— que será publicado tal
cual en 19 5 3 , pero privado de las aclaraciones necesarias, que se
H I S T O R I A D E LA F ILO SO F ÍA E N EL SIGLO XX

deben a H ugo Ott— Heidegger ataca las teorías de un valiente


defensor de los «valores» morales, el católico Theodor Haecker
(a quien no cita explícitamente), así como el apoyo aportado a éstas
por el Frankfu'rter Zeitungy último gran periódico todavía no «en­
cauzado», y que los nazis percibían como favorable a los judíos.
Después de haber dado a entender que parecidas doctrinas debe­
rían ser definitivamente prohibidas (por otra parte lo serán muy
pronto), concluye condenando decididamente «lo que hoy es ven­
dido como filosofía del nacionalsocialismo, y que no tiene nada
que ver con la verdad interna y la grandeza de este movimiento».
Es ima manera de decir muy claramente en qué campo se sitúa el
filósofo, más de un año después de su dimisión del rectorado.
Recordemos todavía que en 1936, cuando Heidegger reencuen­
tra por azar en un viaje a Roma a su antiguo alumno Karl Lówith
— ejdhado en esa ciudad— , le confirma personalmente su apoyo al
programa nacionalsocialista (a despecho de ciertas críticas dirigidas
al «entorno» de Hitler), así como la existencia de un lazo esencial
entre esa actitud política y el resto de su pensamiento/*'^ Que en nin­
gún momento, incluso después de las violencias antisemitas de la
Noche de los Cristales (o Noche de los Cristales Rotos, 9 -10 de no­
viembre de 1938), protesta contra el cariz tomado por los aconteci­
mientos. Y que, según múltiples testimonios, persiste en llevar hasta
19 4 5, en varios actos públicos, la insignia del partido en la solapa.
N o olvidemos, finalmente, que Heidegger— que en los en­
cuentros de Davos no había respetado demasiado a su colega C a-
ssirer— permanecerá hasta el final incapaz del.menor gesto, incluso
privado, para con sus antiguos profesores o condiscípulos judíos.
Sus relaciones con Husserl— sin embargo convertido al protestan­
tismo— se interrumpen bruscamente a partir de 1930 . N o dará
ningún signo de vida a su viejo maestro durante la enfermedad que
terminará por llevárselo, y no asistirá al entierro del hombre al que
ha dedicado la primera edición de Ser y tiempo. Por lo demás, cuan-

1 0 8 . I b id ., p p . 2 7 6 - 2 8 0 .
10 9 . M a r tín H e id e g g e r, Introduaim a la métaphysique, trad. fr., P a rís, G a l li -
Introducáón a la metafísica,
m a rd , 1 9 6 7 , p. 2 0 2 . [ T r a d . cast. de Á n g e la .A c k e rm a n n ;
B a r c e lo n a , G e d is a , 1 9 9 5 . ]
n o . K a r l L o w it h , Ma vie en Allemagne avant et aprh ii’-i P ^ rís, H a -
c h e tte , 1 9 8 8 , p p . 7 7 - 7 8 . [T r a d . cast.: M i vida en Alemania antes y después de i 933 >
M a d r id , V i s o r , 1 9 9 2 .]

182
(/)
PENSAR AUSCH W ITZ

do aparece en 19 4 1 la cuarta edición de la obra, Heidegger toma la


decisión de retirar la dedicatoria a Husserl, muerto tres años antes.
Esta poco gloriosa época termina con el final de la guerra. El 25
de abril de 19 4 5 las tropas francesas entran en Friburgo. A media­ ■© !
dos de mayo, la casa de Heidegger— considerado como nazi «típi- ■© 1
co>»—es inscrita en una lista de edificios requisables para el uso de o \
las fuerzas de ocupación.
'© !
Poco después, se inicia el procedimiento destinado a decidir la
suerte del antiguo rector. Termina en enero de 1946. Heidegger es
■0 1
puesto en situación de retiro anticipado, con la prohibición de en­
■0 i
señar en público. Prohibición que el interesado no tarda en burlar
dando, a partir de 1946, conferencias «privadas».

■o
A partir del segundo semestre de 19 45, Heidegger comienza a ela­
borar por escrito*** las grandes líneas del sistema de defensa que v)
mantendrá hasta el final, como lo atestigua la entrevista concedida í )
en 196Ó a Der Spiegel y que no será publicada^— conforme al deseo
O
del filósofo, siempre prudente— hasta después de su muerte.**"
Q
Heidegger tiene todavía, a finales de 19 4 5, la elección entre
dos estrategias opuestas, ambas coherentes. O bien asumir la tota­ o
lidad de su pasado nazi a riesgo de condenarse a sí mismo al ais­ ()
lamiento y al silencio; o bien admitir que se ha engañado torpe­ ©
mente, no solo en 19 3 3 sino durante los doce años siguientes, ' ©
aunque ello implique ejecutar un gesto público de autocrítica. Las
dos actitudes, en verdad, requieren coraje. Sin duda ésta es la ra­
zón por la que Heidegger escoge una tercera.

Lenificante y deliberadamente tramposa, consiste en minimi-

1 1 1 . M a r tin H e id e g g e r, « L e re cto ra t: faits et ré fle x io n s » ( 1 9 4 5 ) , trad. fr. en la


■ Q
revista L eDébat, n o v ie m b re 1 9 8 3 . [H a y trad. cast. de R a m ó n R o d r íg u e z : La miton-
ftrmación de la Univei'sidad alemana. E l Renovado, 19 33-19^4 . Entrevista del Spiegel, ■ ®
M a d r id , T e c n o s , 1 9 8 9 ,] V é a s e tam b ié n M a r tin H e id e g g e r , « L e t t e r to the R e c to r
G
o í F r e ib u r g U n iv e r s it y » (4 de n o v ie m b re de 1 9 4 5 ) , en R ic h a rd W o lin , e d ., The
Heidegger contJ-oversy: A critical reader, C a m b r id g e , M a s s ., T h e M I T P re ss, 1 9 9 3 , U
pp . 6 1 - 6 6 .
G
1 1 2 . E n tr e v ista tradu cid a al fran cés co n el títu lo Répo7ises et Qvestions s-ur Phis-
toire etlapolitique, París, M e r c u r e de F ran ce , 19 8 8 . p i a y tradu cción castellana de R a ­
, ©
m ón R o d ríg u e z : La autoafÍ77nación de la Universidad alenuma. El Rectorado, 1933-1934.
Entf-evista del Spiegel, M a d rid , T e c n o s , 19 8 9 .]

183
H I S T O R I A D E LA FILO S O F ÍA E N EL SIGLO XX

zar el alcance de su pertenencia al N S D A P , pretendiendo que no


se adhirió a él sino durante su año de rectorado. E l filósofo está así
obligado a reorganizar— retrospectivamente— su vida en tres pe­
ríodos: antes de 19 3 3 ; durante el año I 933“ i 934i ^934 ^ ^ 945*
Y a presentarse como apolítico durante el primer período; víctima
(■: I de los acontecimientos durante el segundo; y completamente cu­
Y'") rado de su «error» desde el inicio del tercero.
Alegaciones difícilmente sostenibles. Heidegger está lejos de
ser apolítico antes de 193 3. Salido de un medio excesivamente con­
servador, busca muy pronto en la derecha, después en la extrema
derecha, los medios de una ascensión social que la República de
W^eimar no le ofrecía tan rápidamente. En cuanto a Ser y tiempo^ si
© bien no se trata directamente de un libro político, el pensamiento
©' que en él se despliega— como se ha visto— muchas veces no es sino
la transposición filosófica de ciertos temas caros a Spengler o a los
teóricos de la «revolución conservadora».
E n lo referente al año 19 3 3 -19 3 4 » interpretación que ofrece
Heidegger a partir de 19 4 5 — en particular ante los jóvenes france­
ses, no siempre bien informados, a los que se complace en recibir
regularmente— es simplemente incoherente. T a n pronto lo llama
su «gran disparate», como, al conuario, afirma que aceptó el rec­
torado sólo para oponerse mejor al control del partido sobre la
universidad— lo que es contrario a los hechos.
Queda por recordar lo más penoso. Si Heidegger hubiera sido,
como pretende, un «opositor» desde 19 34, no habría tenido nin­
guna razón para no condenar abiertamente el horror de los críme­
nes nazis a partir de 19 45. Pues bien, no hizo nada. N i una sola vez
pronuncia una palabra dando a entender que está escandalizado -
al menos a posteriori— por el exterminio de los judíos, ni siquiera
que lo desaprueba. Ese silencio, que herirá vivamente al poeta Paul
Celan, es tanto más grave cuanto que Heidegger sabe, mejor que
nadie, que «guardar silencio» no es lo mismo que «no decir nada».
¿Habría muerto el filósofo persistiendo en ignorar—com o tan­
tos otros nazis^— la barbarie del Holocausto? N o existe, ¡ay., nin­
guna razón para pensar lo contrario. Dos indicios, al menos, pare­
cen también confirmar tal interpretación.
E l primero se encuentra en una carta dirigida el 20 de enero de
1948 a Herbert Marcuse. Invitado por su antiguo alumno a hacer
su autocrítica, Heidegger rehúsa, minimiza una vez más su acción

184
PENSAR AÜ SCH W ITZ

y, finalmente, banaliza la Shoah comparándola a la dictadura que


hacía estragos, desde 19 45, en las «demíocracias populares» de la
Europa del Este. «Sustituya “judíos” por “alemanes del & t e ”__ es-
cribe a Marcuse— , y lo que usted me reprocha vale igualmente
para una de las potencias aliadas, con la diferencia de que todo lo
que pasa en 19 4 5 tiene lugar a plena luz, mientras que el sangrien­
to terror de los nazis ha sido efectivamente escondido al pueblo
alemán».**^
Con independencia de lo que tal declaración puede tener de
ofensiva para los judíos, contiene un doble engaño. Por una parte,
sugiere que no hay nada peor en el nazismo que en el comunismo,
soslayando el hecho de que la existencia de un antisemitismo de E s­
tad o-p ro p io del primero pero no del segundo— impide confimdir
ambos tipos de régimen. Por otra parte, finge olvidar que la perse­
cución de los judíos había comenzado en 19 3 3 y que, después de la
Noche de los Cristales, el sanguinario terror, lejos de ser ocultado
al pueblo alemán, se ejercía en gran medida en plena calle. Las
mentiras, con todo, son muy resistentes: estas dos en particular
cóntimian alimentando, en la actualidad, el discurso de los histo­
riadores «revisionistas» dentro y fuera de Alemania.
Segundo indicio: el único texto conocido— hasta hoy— donde
Heidegger evoca explícitamente las cámaras de gas parece ser el
siguiente pasaje de una conferencia (inédita) sobre la técnica, pro-
mmciada en Bremen en 1949: «La agricultura es ahora una indus­
tria alimentaria motorizada; en cuanto a su esencia, es lo mismo
que la fabricación de cadáveres en las camaras de gas y en los cam­
pos de exterminio, lo mismo que los bloqueos y la reducción de
los países a la hambruna, lo rmsmo que la fabricación de bombas
de hidrógeno.;.». Cabe preguntarse, ante una comparación de
tan dudoso gusto, si es producto de una insensibilidad total o si se
trata, al contrario, de una provocación calculada. ¿Ceguera o agre­
sividad? Ninguna interpretación— se admitirá— honra al «gran»
pensador.
Tales son los hechos. Por abrumadores que sean, sin embargo,

1 1 3 . C a r ta pu blicada p o r prim e ra v e z en 1 9 8 8 en la o bra de H u g o O tt y a c ita ­


da, trad. fr., p. 19 9 .
1 1 4 . E s te texto, citad o p o r W o l f g a n g S c h ir m a c h e r en Technik mui Gelassenheh
(F n b u r g o , K a rl A lb e r, 1 9 8 4 ) , p u ed e leerse en francés en P h ilip p e L a c o u e -L a b a r t h e ,
La Fiaion du politiqüe, P arís, C h ristia n B o u rg o is, 1 9 8 7 , p . 5 8 .

185
H I S T O R I A D E LA F I L O S O F Í A EN EL S IG L O X X

resultan secundarios en relación a esta cuestión de principio: ¿Se


debe consi^ a r el CDmpromiso político de Heideg^er como ii^
^Trfnsg^áment^ligado a su manera de pensar o como una «e2axnín^

En Francia^— donde el culto a Heidegger ha alcanzado, durante


los últimos cuarenta años, inquietantes proporciones— , la segunda
opción resulta la más comúnmente admitida. Esa sería también, por
otras razones, la solución adoptada por Gadamer.” ^ Semejante res­
puesta tropieza con dos objeciones: una teórica, la otra práctica.
N o se ve, en primer lugar, en nombre de qué principio se habría
de separar filosofía y política. Observación que vale especialmente
para im pensador que— como él mismo ha manifestado a ICarl L o -
with y como ha repetido a su discípulo Jean Beaufret— «todo está
unido».
N ada indica, por otra parte, que adhiriéndose ál N S D A P H ei­
degger haya tenido la sensación de romper, de una manera u otra,
con la inspiración de su obra anterior. Las implicaciones políticas
de Ser y tiempo ¿no estaban ya en la dirección deseada por la extre­
ma derecha nacionalista alemana? Ciertamente, Heidegger evolu­
ciona— pero manteniéndose notablemente fiel a sí mismo. Y si en
19 3 4 , y después de nuevo a partir de 19 4 5 , toma alguna distancia
en relación al nazismo «real», no experimenta en ningún momen­
to— a pesar de sus inflexiones— ^la necesidad de renunciar a las con­
vicciones básicas— filosóficas y poh'tícas—-que ya eran las suyas a fi­
nales de los años veinte.
Es, pues, a la unidad de estas convicciones a lo que hay que vol­
ver ahora, si se quiere intentar comprender en qué medida el com­
promiso nacionalsocialista del «maestro» de Eriburgo no es en ab­
soluto ajeno al resto dé su pensamiento.

Ser y tiempoÁs un libro inacabado. Como en todos los libros de fi-


Íi 7 e ^ hecho apimta a razones profundas. Razones que el pro­
pio Heidegger expone en una carta dirigida, en abril de 19 6 2, a un

1 1 5 . L a p o s ic ió n d e G a d a m e r se e n cu en tra resu m id a en un texto p u b lic a d o en


fra n c é s p o r e l s e m a n a r io Le Nouvel Ohservateur, del 2 2 - 2 8 de e n e ro de 1 9 8 8 , p. 4 5 .
1 1 6 . J e a n B e a u fre t, De Vexinentialisme a Heidegger^ P a rís, V r i n , 19 8Ó , p . 1 8 ,

. 186
!

PENSAR A U SC H W IT Z

filósofo norteamericano: el padre jesuíta William Richarclson (en


la actualidad profesor del Boston Gollege). ■©
La cuestión del Ser, situada en el corazón del libro, se plantea ©
en Heidegger— si hay que creerlo— desde que en IQ07 ha descu­
bierto la tesis de Brentano sobre Aristóteles. Poco después. I F T e ^
tura de las Investilaciones lógicas le sugiere una nueva manern Hp
abordar_laJamosa cuestión: el método fenomenolÓRico, situado ;;0
bajo, el signo de un retorno a la esencia misma de las cosas, g ero^ ■ :o
muy pronto, la fenomenología se desvía en dirección a un niievo
idealismo trascendental, que Heidegger rechaza porque se propq^-
•: ©
ne pensar el Ser en su teniporalidad, en su «historicidad». M ien-
■©
trasjiue Husserl, enj<<La-fíJnsnfia.j:mmxx.cÍ£ncia_rigurQsa>:t,,ha.rinf-lo
la espalda a la historia al mismo tiempo que aj.hiyorjcjsm *^ " ^ En
consecuencia, el pensamiento heideggeriano— tal como se mani­ .©
fiesta por primera vez en Ser y tiempo— se encuentra prisionero de
un conflicto. ;;0
Para resolverlo, para desplegar en fin la cuestión del Ser en todas ■ (j
sus dimensiones, hay que arrancar a la problemática del fibro de ,©
19 27 lo que puede tener aún de «metafísica». Hay que liberar de ©
todo h'mite la meditación que allí se esboza sobre el sentido de la em­
presa metafísica misma y sobre los medios para «superarla»; tentati­
va que ocupará en adelante a Heidegger hasta el final de su vida. Esa
es la razón de que no haya ruptura en su obra, sino simplemente, ■©
después de 19 27, una interpretación cada vez más personal— y an- ■O
tihusserliana— de lo que el término «fenomenología» quiere decir.
La mejor manera de recuperar el sentido de esta interpretación
podría ser remitirla a la intuición originaria de donde procede y de ^G
la cual Heidegger ha dicho muchas veces que constituye el princi­
pio alrededor del cual gira todo su pensamiento. Esa intuición— que
formula, en ciertos textos, con la ayuda del término «pliegue»*'®— , (; )
es la de una diferencia: la diferencia— imperceptible pero absoluta__
que separa el Ser del ente, a pesar de que parecen estrechamente
■■■©
unidos, puesto que no podría haber ente sin Ser, ni Ser sin ente.
C.)
■ Q
1 1 7 . M a r tin H e id e g g e r, « L e t t r e a R ic h a rd s o n » , texto re c o g id o en QueHiom III
et IV^ P a rís, G a llim a rd , 19 9 0 , p. 3 4 4 .
1 1 8 . V é a n s e p o r eje m p lo dos textos d e H e id e g g e r. « D é p a sse m e n c d e la m c - v il
Essais et Conférences, op. cit.,
ta p h y s iq u e » ( 1 9 3 6 - 1 9 4 6 ) 7 « M o ir a » ( 1 9 5 2 ) , re co g id o s en
pp . 8 9 y 2 8 9 - 2 9 1 . [T r a d . casL d e E u sta q u io B arjau : Conferencias y artíailos, B a rc e lo ­
■' ©
na, E d ic io n e s del S e rb a l, 19 9 4 .]

187
H IS T O R IA D E LA F IL O S O E ÍA EN E L SIGLO XX

En esta formulación, no es el término «ente» lo que resulta


problemático. El dpininiq denlos en^s^^^ mmxd^»-al
^EHiomb^^jesjun^^nte. Dios mismo puede ser
considerado como el «Ente supremo». L a teología no es, por tan­
to, sino una rama de la ontología, o ciencia del ente. LaxiiestioiV-
por contra, de saber en qué el Ser del ente se distingue, del ente
— X? esta distinción debiera tenerse por pri-
mordial^ e s u l t a oscura enjiLioiscaa^
^OíTé es el SerLA pesar de la importancia de lo que está en jue-
goT^na decepción espera al lector de buena voluntad, pues toda la
obra de Heidegger afirma que esa pregunta no podría, por princi­
pio, obtener una respuesta. E l SerT io ^ sJo ^ a g . 1q$ in ^í^lsico^Ü ^
.nia^.IajSJlf e D puede decir nada
de él puesto que está desprovisto de atributos. O, más exactamen­
te, lo único que se puede decir de él es una tautología: « E l Ser es lo
que es» {Was ist das Sein? Es ist Es selbst),"^ E s, en otras palabras,
irr e d u c tib ^
p<^^ p n r [n d j e r n á s ^ e l jn Q t y
tal pjn^^ii_cpnjim±o lo ha pasado poralto. «Eilosofía»i «rhetafísic^»,
«onto-teo-logía» no son, desde ese punto de vista, sino sinónimos,
nombres diferentes para designar un núsmo fracaso, un mismo
«Qlvi3 p» 7 ^ n mismo «velamientQ^!^deLS^. Pues Wor los filósofos
han encallado de manera parecida. IJjucam enre ^ qui/^s— los4)r^-
sQcráticos en un extremo de la cadenaj^LÍjjgtzs^he en el otro han
e\ Ser, durante el instani^JI^JUD-XfJi mpagQ EejcoJ.aJian
vuelto a perder^n_elrmsixULnxQm^tQ_qneJlL,gIlttgygA^.»J L í^ ^
meros porque,jnin.e.dÍ2i>t3m=eiLteJá^LiLTecaid0-pssiane4;as=.d£Liogat^
É í úídmo porque, haciendo de la «\úd a ^ x l s<valor:» supremOr -^
encierra eiiT 1q (]iie jHeideggg:x_^^^^ pesar de que el mismo
Ñietzsche rechaza el término— una «m etafísica» de los valorps.
Retengamos aquí una cosa:^pj^el logas—-modo de pensamien-
to c o n c e p u i^ y d emostrativo, indispensable para comprender los
en tes—-se revela inadecuado cuando"se_]xaX^ de.pensar lQ_citic los
^ u ^ a ^ ( c r í t i c a que añade a la del «logocentrismo» desarrollado
en los años treinta por otro filósofo pro nazi, Ludwig Klages (18 7 2 -
X956). Así pues, a ese logos, que los preso^rátirns hanTroambuido-a

119 . M a r t in H e id e g g e r , Lew e su?- rbumauisme ( 1 9 4 6 ) , texto r e c o g id o en Qu


tions III e[ ly , op. cit., p. SS.

188
PENSAR A U SCH W ITZ

fioiier en n ^rcha, Platón ha tenTiinado. de conferirle una


cía absoluta:sobre el pensamiento. Así, cuando se comprende el
«error»_de Platón, se.rximp.rend^e]-«€rrQrj>i^.^^ filosofi^. Ppf>s
filosofíg^ p la to n ism o ; incluso Jas de Marx, de Níetzsche o de
GsffiáP, s i J t ^ c onsdtuyen su «inversmn»— ^piiestg qjie
e$j2£^i£dcu;atl£ ^ ^ no es escapar de él.^^"
T a l visión de la historia de la filosofía— que permite refutar el
materialismo reduciéndolo a una simple variante del idealismo— es
cuando menos precipitada. Pero tiene el mérito de ser clara. Y de
entrañar consecuencias que no lo son menos.
¿Qué se debe hacer, en efecto, si se quiere evitar volver a caer
en el error filosófico por excelencia? Se debe, simplemente, renun­
ciar a la filosofía.
Ser y tiempo permanecerá inacabado, puesto que se trata aún
— como indica el homenaje a HusserI— de un libro de filosofi'a.
Además, Heidegger ya no escribirá más libros propiamente dichos.
Igualmente hara una cuestión de honor— ^más bien infantil— de re­
cusar la apelación de «filósofo» para invocar la de «pensador».

Pero no basta con declarar «finalizada» la filosofía para probar que


se ha salido efectivamente de ella. Aún es necesario, para que esta
«salida» comience a devenir visible, que también el «pensamien­
to» se separe decididamente del problema— ^racionalista y hiunanis-
ta que, desde sus orígenes griegos, caracteriza el discurso filosófico.
Ahora bien, al final de la Primera Guerra mundial, las tres formas
dominantes de ese racionalismo humanista son la forma cristiana, la
marxista y fuertemente perturbada por el~choque deTcon-
flicto que, durante cuatro anos, ha asolado Europa—-la forrnahberal
jHaiea encamada, entre otros, por HusserI, Russell, Cassirer y V a-
léry. Com o por azar, se traca de las tres corrientes de pensamiento
contra las que, a partir de 19 27, Heidegger no cesa de luchar.
El marxismo, sin duda, le parece encarnar la arnenaza más gra­
ve. L o aborrece hasta tal punto que, después de la Segunda Guerra

12 0 . M a r tin H e id e g g e r, « D é p a s s e m e n t de ]a m é ta p h y siq u e » , txad. fr. ya citad a,


p. 9 1 . 0 tam bién : ^<La fin d e la p h ilo so p h ie et ia tach e de la p e n s é e » ( 1 9 6 4 ) , texto
r e c o g id o en Questions III et IV, op. cit., p. 2 8 3 .

189
H IS T O R IA D E LA F ILO SO F ÍA E N EL SIG LO XX

mundial, se apoyará en la división de su país y en el hecho de que


las tropas rusas están estacionadas en Berlín para dar a entender
que el combate de Hitler no ha sido, en el fondo, más que un com­
bate contra el comunismo. Dicho de otro modo— retrospectiva­
mente— una guerra <xbuena».
Del catolicismo, que ha sido la «fe de sus orígenes», se ha ale­
jado a partir de 19 1 8 . N o dejará ninguna ocasión, en lo sucesivo,
para combatir el cristianismo en general, como— por ejemplo— en
el curso del semestre de verano de 19 3 5 (J'^troducción a la metafísi­
ca) o en el texto de 193Ó consagrado a la elucidación de la senten­
cia de Nietzsche: «D ios ha muerto». N o hay apenas necesidad de
añadir que, para él, lo que separa cristianismo y judaismo es menos
importante que lo que les une, y que rechaza ambos en nombre
de un mismo «neopaganismo» germánico directamente salido del
Sturm und Drang de finales del siglo xviii.
E n cuanto al racionalismo liberal, el de la Aufkldm ng y la fe­
nomenología, Heidegger rompe definitivamente con él inmediata­
mente después de la publicación de Ser y tiempo. D e ahora en ade­
lante consagrará una parte esencial de su obra a denunciar el
imperio maléfico— según él— de los tres grandes «ídolos» de la ra­
zón moderna que constituyen la ciencia, la técnica y la idea de pro­
greso.
Para Husserl, la ciencia encuentra su fundamento en la filosofía,
ella misma concebida como ciencia rigurosa. Heidegger, por su
parte, transfiere la fímción fundacional de la filosofía al «pensa­
miento», afirmando la inconmensurabilidad de éste en relación con
la ciencia. ¿N o subraya de mil maneras que «la ciencia no pien­
sa»?” * Antikantiana y antihusserliana, esta provocadora fórmula no
deja de recordar la tesis 6.21 del Tractatus, N o obstante, las inten­
ciones de los dos autores son muy diferentes. Declarando que la
proposición matemática «no expresa ningún pensamiento», W itt-
genstein intenta simplemente desprender las matemáticas de la
base platónica sobre la que Frege las había fundado. Heidegger, por
contra, se considera «subversivo»: acusando a la ciencia de no pen­
sar, apimta nada menos que a retirarle toda dignidad intelectual.

12 1. V é a s e p o r e je m p lo M a r t ín H e id e g g e r , Qii*appelle-t-on pe?iser? (c u rso de


1 9 5 2 p u b lic a d o en 1 9 5 4 ) , tra d . fr., P a rís, P U F , i 9 5 9 » P* ca st.:
B u e n o s A ir e s , N o v a , 1 9 8 5 .]

190
PENSAR A U SC H W ITZ

Igualmente, asimila— ^para condenarla mejor— la esencia de la


■©
técnica a la de la metafísica, culpable de complacerse en un estado
■ ©
de dependencia con relación al logos o a la «logística» (término pe­
yorativo con el que Heidegger designa todas las investigaciones sa­ -0
lidas de Frege y Russell), y globalmente convertida en responsa­
ble— sin el menor cuidado por probarlo— de todo lo que va mal en ' c!)
el mundo. «L a devastación de la tierra», se lee en una serie de no­ ■O
tas redactada en respuesta a los ataques de Carnap, no es nada más
que el «resultado de la metafísica»,*” de la que el propio Camap, •0
si se le cree, permanece prisionero. Con igual tono perentorio,
'o
avanza en 19 3 5 que «Rusia [r/r] y América [...] son ambas, desde el
punto de vista metafíisico, lo mismo, sobre todo en cuanto a su ca­
•:0
rácter terreno y su relación con el espíritu»,*'^ lo que le permitij á,
después de i945> condenar paralelamente a los dos adversarios del i©
T ercer Reich, el único que habría podido frenar la «decadencia»
espiritual de Europa. ■ €)
En cuanto a la idea del progreso, veliiculada a la vez por el co­
munismo y por el American way of Ufe, se adivina que no tiene de­ ©
masiada importancia en Heidegger. Como buen adepto de la «re­ ©
volución conservadora», es del pasado más lejano, no del futuro, de
donde espera la salvación. Y a partir del modelo del «retorno al
©
pasado» intenta pensar en esta última. Retornó a las raíces de la fi­
losofía (a los presocráticos) por una parte, pero también a las de la
germanidad, a la «pureza» de los orígenes ihtocados, anteriores a i
las equívocas mezclas. Retomo a la «patria del Ser», que coincide
con la «patria» {Heimat) sin más. Retomo al Volk concebido como ® I
cálida y tranquilizadora inrinudad, familia rural y protectora, claro © i
en la espesura, camino en el bosque {Holzwe^, cabaña montañe- €5 I
sa en suma, a esos arquetipos que, desde el romanticismo e incluso
desde la Reforma luterana, no han cesado de recitar el plañidero
canto del alma alemana así como su nostalgia de la imidad perdida
©
(o, más exactamente, nunca alcanzada). Sin hablar de su resenti­
■©
miento episódico hacia el judío, él mismo convertido en el fantas­
ma y arquetipo de un modo de vida «inauténrico», «aberrante» y,
sobre todo, «anrialemán». ■■■©
A esta triple aversión de la ciencia, la técnica y el progreso, se vin- ■0

12 2 . M a r tin H e id e g g e r , « D é p a sse m e n t de la m é ta p h y s iq u e » , trad . fr. y a citad a,


p. 8 2 . 1 2 3 , M a r tin H e id e g g e r, Introduction a la métaphysiquey op. dt., p. 4 9 .

I9I
H IS T O R IA D E LA F IL O S O F ÍA EN EL SIG LO XX

cola igualmente la desconfianza bien conocida de Heidegger con res­


pecto a la ética, su convicción de que la ética no tiene lugar dentro de
un «pensamiento del Ser». Se obsérva aquí también una superficial
convergencia con la idea wittgensteniana de que «la ética es imposi­
ble». Pero las intenciones ocultas son, nuevamente, muy diferentes.
Mienti as que Wittgenstein se limita a observar que no se pueden tra­
ducir los juicios de «valor» al lenguaje de los «hechos», Heidegger
critica el interés de una jerarquía de valores puesto que éstos tan sólo
podrían mantenerse en el interior de un discurso racional, por tan-
ro— según él— metafisico. Se ve claramente la perspectiva de tal es­
trategia. Sin la carga de los valores, no hay necesidad de ofi’ecer una
justificación de las decisiones éticas. ¿Qué mejor manera de dejar el
campo hbre, con vistas a preparar el advenimiento de un sistema fun­
dado más sobre la fuerza que sobre el derecho?
Ese recurso a la fuerza remite, a su vez, a im profundo conser­
vadurismo. El más fuerte tendrá razón en tanto sea el mas fuerte,
lo importante es mantenerse el más fuerte durante el mayor tiem -;
po posible. De aquí el «discurso de autoridad» caro a Heidegger, y
que será el suyo mucho tiempo después del final del rectorado.
Discurso oracular, el hecho de que sea pronunciado por el maestro
basta para otorgarle valor de prueba («él lo ha dicho, luego es ver­
dad»). Discurso mágico, confiere a la cita— con tal de que sea de
otro «guía» incontestable: Hitler en 19 3 3 , Heráclito en los años
cuarenta, Hólderlin al final— el papel normalmente otorgado, en
filosofía, a la argumentación. Y si ese discurso no tiene espacio para
la razón demostrativa, peor para ella: la razón es, evidentemente, la
que está en el error.
¿Hay que sorprenderse, al final de este rápido recorrido, de que
imo de los primeros textos de Heidegger publicados después de la
guerra sea precisamente una Carta sobre el humanismo (dirigida a
Jean Beaufret en diciembre de 1946), en la cual el pensador alemán
denuncia despiadadamente las «fechorías» de ese humanismo eu­
ropeo que encama por entonces Sartre? ¿Y de que las pocas p á p -
nas de una entrevista de 1966, claramente destinadas a la posterio­
ridad, encuentren aún el medio de infligir una ruda desautorización
a los ideales democráticos, fruto del racionafismo de la Ilustración?

192
PENSAR A U SCH W ITZ

U n pensamiento tan deUberadamente vuelto hacia los orígenes no


puede sino estar inclinado a rechazar la historia real, vaciarla de
todo contenido, reescribirla de la manera más provechosa para sus
propios intereses. Heidegger no ha podido resistirse a ninguna de
estas tres tentaciones.
¿Se objetará que el problema de la historicidad ocupa un lugar
central en Ser y tiempo, y que es justamente ella la que, a partir de
19 38 , atrae a Sartre hacia Heidegger? Pero la lectura que el prime-
que comprende mal el alemán— hace del segundo entre 19 38
y ^943 basa de hecho en un malentendido, que revela claramen­
te la hostilidad de Heidegger respecto a Sartre. Pues la «historici­
dad» del Dasein, tal como la concibe el maestro de Friburgo, está
tomada en un sentido «abisal», que no tiene nada que ver con lo
que el común de los mortales entiende por «historia».
Basta, para medir la amplitud de la distancia que— en Heideg-
separa reahdad y discurso, con volver sobre la interpretación
que propone, a partir de 19 35 , de la historia de la filosofía occi­
dental.
A primera vista desconcertante, esta interpretación se explica
de hecho— como lo ha mostrado muy bien Jean-Pierre Faye en
Francia” '»— a partir del contexto político que lo engendró. Todo
comienza, en la primavera de 1 9 3 4 » por un debate interno sobre la
filosofía nacionalsocialista. Eln abril de este año, el rector de la U n i­
versidad de Frankfiirt, Em st Kneck, principal representante de la
antropología «racial» y candidato al papel de ideólogo oficial del
régimen (llegará más tarde a Obersturmbannführer SS), desencade­
na contra su colega de Friburgo una operación de difamación en la
revista nazi Volk im Werden (‘Pueblo en devenir’). E l artículo pu-
bhcado califica la filosofía heideggeriana de «nihihsmo metafísi-
co» (sin duda porque se trata extensamente la cuestión de la «nada»
en ¿Qué es metafísica?) y de cercana a los «raciocinios» de los «hte-
ratos judíos» (presumiblemente Husserlj. .
A esta acusación, peligrosa donde las haya, Heidegger respon­
de invirtiendo hábilmente la ecuación. Al año siguiente, afirma en

1 2 4 . E s b o z a d o s en d istin tos artícu lo s a p a re c id o s d esp u és de lo s añois sesen ta,


lo s re su ltad o s de los trabajos de J e a n -P ie r r e F a y e so b re H e id e g g e r están exp u esto s
en La r^ison narrative, P a rís, BaJIand, 1 9 9 0 , y re su m id o s en Le piege: La phUosophie
heideggériemie et le nazisme,?zth, hzWaná,
193
H IST O R IA D E LA FILO SO F ÍA E N EL SIG LO X X

SU curso del semestre de verano (publicado con el título de Intro­


ducción a la metafísica) que el nihilismo consiste en «permanecer fi­
jado» al ente en lugar de encarar el «Ser», pero que el pensamien­
to del Ser en tanto que Ser (en el que se incluye el pensamiento de
la nada) resulta la única manera de liberarse de aquél. Dicho de
otro modo, no es él— Heidegger— , sino los adversarios del Ser
(sobreentendiendo: Krieck y los nazis antiheideggerianos) los que
son los verdaderos «nihiUstas».
N o se trata aquí de «el giro» {die Kehre) del que hablará al des­
cribir el cambio de dirección requerido para avanzar a partir de
Ser y tiempo: sus escritos del período que media entre 19 2 7 y 19 29
anunciaban ya la necesidad de una «destrucción» de la metafísica.
Significa en cambio una nueva estrategia que va.a obligar al «pen­
sador» a reescribir la historia de la metafísica como la historia del
«nihilismo». Estrategia muy ventajosa, a fin de cuentas, puesto
que si—-de 19 3 5 a 19 4 5 — le permite replicar a las acusaciones que
emanaban del interior del partido, le ayudará igualmente— des­
pués de la guerra— a asentar su inmerecida reputación de «oposi­
tor» al nazismo.
T res textos particularmente significativos puntúan esta labo­
riosa empresa de reescritura.\Un epílogo añadido en 19 43 ^ ¿Qué
metafísica?y referido— sin mencionar a Krieck— a las acusaciones
lanzadas sobre él en 19 3 4 (y renovadas en un segundo artículo pu­
blicado en Volk im Werden en octubre de 1940), explica que la fa­
mosa conferencia tenía ya como objetivo secreto «superar» el nihi­
lismo. Una introducción sobreañadida al mismo texto en 1949
afirma que el nihilismo se confunde con la historia de toda la me­
tafísica, «de Anaximandro a Nietzsche [sic]». Finalmente, un texto
de 19 5 5 redactado en homenaje al escritor nacionalista Ernst Jü n -
ger (18 9 5 -19 9 8 )— cuyo ensayo sobre La movilización total (1930 )
provocó la invención del concepto de «Estado total» por el politó-
logo Cari Schmitt (18 8 8 -19 8 5), convertido en la referencia obliga­
da de todos los ideólogos fascistas— confirma la tesis de que la «su­
peración» (fjberwindun^ nihilismo (asirmlado a la metafísica)
no puede efectuarse sino a través de su «restauración»*^^ {Verwin-
dung)y es decir y una vez más, por su «destrucción» o, más exacta-

1 2 5 . « C o n t r ib u t ío n á la q u e stio n d e T É t r e » , texto r e c o g id o en M . H e id e g g e r ,
Qiiestiom /, op. ciL^ p, 23Ó .

194
PENSAR A U SC H W IT Z Q
mente, por su «desconstrucción» {Abhau) mediante el «abando­
no»*"^ de sus representaciones constitutivas.
Nacidas de las exigencias de la polémica, tales declaraciones pue­ ©
:0 ^
den parecer en la actualidad muy oscuras. A fin de entender mejor
lo que está en juego, detengámonos un instante en su aspecto más ■

enigmático; la interpretación— eminentemente discutible-—que H ei­ - •■ r'i


degger se esfuerza por dar del pensamiento de Nietzsche presentán­ ■ ■ • -O

dolo, en sus cursos de 1936 a 1940,*"^ como la forma suprema del nihi­ ■ (■ )
lismo occidental.
■©
Recordemos en primer lugar que, dirigida en contra del plato­ . . -^
nismo, del cristianismo y del socialismo, pero también en contra de
la estupidez burguesa y del antisemitismo— cosas todas ellas que
resumían a sus ojos el «espíritu alemán» encarnado en Wagner— ,
la crítica nietzscheana de los «valores» se apoyaba también en una
demmcia global de la filosofía europea. Por una parte, Nietzsche n
calificaba ya a ésta de «metafísica» en un sentido peyorativo. Por
otra parte, le reprochaba haber desembocado en el «nihilismo»,
término que Nietzsche tomaba de los Ensayos de psicología contempo­ ■C
ránea (188 3) del escritor francés Paul Bourget.
©
Para Bourget, el nihilismo— enfermedad de la Europa moder­
na— se explica por el «cansancio» en el que una «humanidad de­
o
masiado reflexiva» ha caído a causa de su propio pensamiento, me­
diante ima voluntad de autoaniquilación. Nietzsche no podía sino •©
aborrecer ese nihilismo puesto que, para él, la «vida» era el único
«valor» verdadero. Por el contrario, veía en su propio nihilismo ; {¡\¡]
«activo», es decir, en su propio proyecto de destrucción de los va­
lores opuestos a la vida, lo previo e indispensable para la gloriosa ■

«transmutación» ammciada por Zaratustra.


Por desgracia para Nietzsche, sus tesis serán sucesivamente de­
formadas después de su muerte (1900); por su hermana— casada
■©
con un notorio antisemita por quien Nietzsche no sentía sino des­
Q)
precio— , por la extrema derecha nacionalista alemana (durante la
guerra de 19 14 ) y, en los años treinta, por los nazis. Éstos se es­
fuerzan, en particular, por recuperar en provecho propio el tema _u
■o
■-©
1 2 ó. Ib id ., p. 2 4 0 . L a tra d u cció n de Abbau p o r ‘ d é c o n s tr u c d o n ’ se d ebe al filó ­
s o fo fra n cé s G é r a r d G ra n e l.
■ f")
12 7 , E s o s curso s serán re co g id o s, despu és de la gu erra , en u n v o lu m e n titu lad o
Nietzsche^ P fu llig e n , N e s k e , 1 9 6 1 .

^95

H IS T O R IA D E LA F IL O S O F ÍA E N E L SIGLO X X

de la «voluntad de poder», disfrazándolo en mi discurso «biológi­


co» fundado en la exaltación de la «raza» o de la fuerza bruta. Se­
ría fácil a Heidegger mostrar, a partir de 19 3 5 , que esa lectura es
reductora. Pero lo que le interesa— políticamente hablando— no es
tanto rectificar un contrasentido, por lo demás grosero. Es denun­
ciar como «metafísica» la filosofía «biologicista» de Krieck, quien,
por su culto a la «vida», continúa moviéndose— sin darse cuenta—
dentro del lenguaje «nihihsta» de una filosofía de los «valores».
En suma, con el solo fin de aparecer como más «revoluciona­
rio» que los ideólogos oficiales del partido, H eidegger se va a
dedicar sobre todo en sus cursos sobre la filosofía nietzscheana a
señalar las insuficiencias de esta última. Nietzsche, en efecto, habla
de invertir los postulados de la metafísica recobrando lo sensible
en provecho de lo intehgible. Pero Heidegger sostiene que inver­
tir un sistema— sea el que sea— ^permite cambiar el sentido, no sa­
lir de él. Nietzsche queda así, contra su voluntad, prisionero del
nihilismo. N o es más que el último representante de esa «época»
nefasta cuya historia empezó con Anaximandro. Y, por ello, es
también el primero en hacer aparecer la necesidad de inventar una
vía verdaderamente nueva para sahr del nihilismo. Una vía mucho
más valiente que cualqiúer «transmutación» de los valores, y la
única que, como Heidegger pretende— frente a los nazis, ante
todo, y, después dé 19 45, ante sus vencedores— , puede dar acceso
al «pensamiento del Ser» como la verdadera «patria» del hombre.
T a n vagas como arbitrarias, esas tesis tendrán por lo menos ima
i ® utilidad: permitir a Heidegger no ser realmente molestado ni antes
ni después de 1945» El filósofo sera capaz de escapar tanto a las cri­
ticas de los nazis «biologizantes» como a las de jos antinazis. D o ­
ble juego inquietante. La simple verdad— a saber, que la interpre­
tación de Nietzsche habrá constituido una apuesta decisiva en las
luchas de facciones en el seno del N S D A P — , por toda suerte de
razones, está aún lejos de ser admitida por el conjunto de la comu­
nidad heideggeriana.
Por lo demás, a partir de 19 4 5 Heidegger toma un creciente
número de precauciones para frustrar toda investigación demasia­
do precisa sobre la realidad de sus anteriores combates. La Carta
sobre el humanismo, por ejemplo, es testimonio de sus primeras ten­
tativas para explicar que su antihumanismo surge de hecho de un
humanismo de grado superior, para rehabilitar su utilización de los

196
PENSAR A U SC H W IT Z

términos «patria» y «Occidente», y para escapar a la acusación de


haber favorecido la barbarie predicando la «destrucción» de los
«valores»..
En una conferencia contemporánea a la Carta, «¿Para qué poe­
tas?» (1946), califica su época— ^marcada por la victoria americano-
soviética— de «tiempo de miseria» y de «noche del mundo».” ® Ya
en los anos cincuenta, termina refugiándose en una esfera pura­
mente especulativa, como si su «meditación» fuera en lo sucesivo
demasiado profunda para mantener la menor relación con la his­
toria real de los hombres o con las peripecias terrenales. Aban­
donando la humanidad al pernicioso dominio de la técnica, pasa
el resto de su vida en esculpir para la posterioridad un personaje
de «pensador» incomprendido, condenado al exilio interior, sin
prácticamente ningún interlocutor váhdo fuera de Heráclito o de
Hólderlin.
E l diálogo Heidegger-Holderlin— en particular— , marcado
por la transfiguración final de la «cuestión del Ser» en una investi­
gación poético-mística de lo «sagrado» primordial, «tautológico»
e inefable, se convertirá en una especie de enigmático y fascinante
«objeto» cultural. La fascinación, ciertamente, será limitada en la
propia Alemania. Pero, al contrario, provocará estragos en los paí­
ses mediterráneos— y en primer lugaiyeix^Ftancia

En la historia de las ideas reciente, Káyuin curioso capítulo que se


podría titular: «Cóm o la izquierda francesa, para escapar de Marx,
ha salvado a Heidegger del olvido».
La moda comienza muy pronto, puesto que a comienzos de los
años treinta el pensamiento heideggeriano ya es bien acogido en
París. Georges Gurvitch le consagra una parte de su libro Las ten­
dencias recientes de la filosofía alemana (1930). E l joven Emmanuel
Levinas, que se entusiasmó en 1927 con Ser y tiempo, publica en 19 32
im artículo sobre «Martin Heidegger y la ontología». El compro­
miso nacionalsocialista del rector de Friburgo, si bien es conocido

12 8 . « P o u r q u o i des p o e te s?» ( 1 9 4 6 ) , trad . ú . en M a r tin H e id e g g e r , Chemins


quine menentnulleparí, P a n s , G a llim a rd , col. T e l , 1 9 8 6 , p. 3 2 3 . [T r a d . cast. d e jó s e
R o v ira A rm e n g o l: Sendas perdidas, B u e n o s A ir e s , L o s a d a , 1 9 7 9 .]

197
H IS T O R IA D E LA F IL O S O F ÍA E N EL SIGLO XX

desde 1 9 3 3 — ^Alexandre Koyré, entre otros, habla de él con Levi-


ñas— no suscita aún toda la repulsión que provocarán la guerra
y después la revelación de la Shoah. Sartre puede, pues, dejarse se­
ducir sin demasiados escrúpulos por la dialéctica del «ser» y de la
«nada» que descubre en la traducción francesa (19 38 ) áe ¿Qué es
metafísica? realizada por Henry Corbin, ayudante de Koyré en la
Escuela Práctica de Altos Estudios y futuro especialista en chiísmo
iraní.
C on la Liberación, el éxito del existencialismo sartreano vuelve
a poner la obra de Heidegger bajo los focos de la actualidad. Pero,
mientras tanto, el lastre de los compromisos políticos del ex rector
empieza a pesar sobre su reputación. Habiéndose hecho clara la
verdadera naturaleza del nazismo, Sartre decide entonces distan­
ciarse de Heidegger pubUcando— en su revista Les Temps Modemes
(19 4 6 -19 4 7 )— cinco artículos que constituyen un archivo con la
mayor parte de los elementos disponibles. T res de estos artículos
(de M aurice de Gandillac, Karl Lówith, Eric W eil) expresan un
juicio negativo sobre el filósofo. Sólo Alphonse de Waelhens y
Frédéric de Towarnicld se esfuerzan en absolverlo. Desde enton­
ces el debate está abierto: ¿Se puede separai^osofía y política? ¿Se
.^puede trazar una frontera entre, por ima parte, la condena teórica
del huiiianTsmo y, por ótra,T a adrniración por la «revolución?^
j^aHrmiEoHRlist^^ por su parte, responde negativamente.
Hará en 19 5 2 una breve visita a Heidegger, marcada por la mutua
incomprensión, pero cesará en lo sucesivo de referirse a su pensa­
miento. Este es aún más netamente rechazado por los marxistas.
Quedan los otros, los que rechazan a la vez a M arx y al Sartre
«marxistizante» de los años cincuenta, y entre los cuales se van a
desarrollar distintas actitudes más o menos ambiguas.
L a primera actitud parece una especie de fascinación religiosa.
Su principal representante, Jean Beaufret (19 0 7 -19 8 2 ), es sin em­
bargo un antiguo miembro de la resistencia. Se comprenden mal
los móviles que le llevaron, poco tiempo antes de su muerte, a di­
rigir cartas amistosas (recientemente publicadas) a Robert Fau-
risson, el «negacionista» francés que cree haber disipado el «m ito»

12 9 . S e g ú n un artícu lo de E m m a n u e l L e v in a s, « C o m m e un co n sen tem en t a l’h o -


rrib le » , p u b lic a d o p o r el se m a n ario Le Noúvel Observateury 2 2 - 2 8 d e e n e ro d e 1 9 8 8 ,
p .4 8 .

198
P E N SA R A U SCH W ITZ

de las cámaras de gas. Pero, a decir verdad, no se comprende


mucho mejor por qué Beaufret, que hace visitas periódicas a H ei­
O
degger desde setiembre de 1946, se esfuerza por encubrirlo, preten­
■0
diendo que la política no interesa al «pensador» e instaurando alre­

dedor de éste un ferviente culto cuyo sumo sacerdocio ejercerá.
Una variante de esta piadosa actitud consiste en conceder— co­ ■©
mo lo hace, por ejemplo, Frnn^ois Fédier, uno de los principales
traductores de Heidegger al francés— que el filósofo ha cometido al­
gunas «equivocaciones» en 1933, pero que el peso de esos «errores» ■©
resulta insignificante en relación con la parte «sana» de su obra. El .o
inconveniente es que entonces se tiene que romper la coherencia de ■©
esta última, puesto que hay que excluir numerosos textos para con­
vertirla en «irreprochable». Y esto en contra de la voluntad misma
■a
de Heidegger, quien rechaza hasta el final toda autocrítica.
M ás sorprendente aún es el comportamiento de una «familia»
intelectual que, a despecho de las peripecias de la liistoria, intenta ©
dar la prioridad absoluta al diálogo franco-alemán. Esa familia ha ©
permitido, hacia 1880, el éxito de Schopenhauer y, hacia 1930, el
de Hegel. E n los años cincuenta, comprende— entre otros— a Ale- v;,‘)
xandre Kojéve, Jean Hyppolite y Jean W ahl. Éstos son a la vez an­ o
tinazis y anticomunistas (el mismo Kojéve reconoce que su admi­ ©
ración por Stalin no debe nada a Marx), lectores de Hegel (cuya
0
Fenomenología del espíritu ha traducido Hyppolite en 19 4 1) e inte­
resados por Nietzsche, Husserl y Heidegger. Y, a pesar de sus ex­
travíos, deciden integrar al último en la gran tradición germánica
Q
que— después de tres guerras en menos de un siglo— mantiene para
ellos todo su prestigio. Cj)
¿Por qué esa decisión? Por voluntad de conciliación, por afán de
terminar con el contencioso franco-alemán y quizás por deseo (■-)
de exorcizar el trauma que ha constituido— para esos germanófilos ■©
convencidos— la revelación de la Shoah. Pero, sobre todo, porque
la intelligentsia francesa de los años cincuenta, cuando rechaza a
Sartre y Marx, no sabe a qué santo filosófico encomendarse. Hei­
degger les aparece entonces como un posible salvador. Puesto que
su pensamiento, presentado como apolítico por sus aduladores, res­
ponde exactamente a los deseos de esa intelligentsia que, después de
Auschwitz e Hiroshima, acaba de perder sus últimas ilusiones en las
llamaradas de los conflictos coloniales de Argelia e Indochina. ©
El éxito de Heidegger en Francia comienza verdaderamente en

199
H IS T O R I A DE LA F IL O S O F ÍA EN EL SIG L O XX

19 5 5 , con la famosa «conferencia de diez días» de Cerisy-la-Salle


organizada en su honor por Jean Beaufret y Kostas Axelos (nacido
en 1924). S a m e y M erleau-Ponty rehúsan asistir, pero Heidegger
conoce al poeta René Char y — al margen de la «conferencia»—
pasa algunos días en compañía del psicoanalista Jacques Lacan.
Éste ve en el existencialismo heideggeriano la dimensión trágica
que falta en S a m e y que permitiría dar a las doctrinas positivistas
de Freud un suplemento de «alma» filosófica. E n cuanto a Char,
antiguo miembro de la resistencia como Beaufret, está halaga­
do por el interés que le demuestra el filósofo alemán. Los dos
hombres simpatizan. Ausente de Cerisy, otro escritor importante,
Maurice Blanchot— quien, a su vez, se ha involucrado en la extre­
ma derecha durante los años treinta— , contribuye igualmente a
propagar en los ambientes de vanguardia el pensamiento del «se­
gundo» Heidegger, cuya carrera se puso en marcha en 1946. E n ­
cantado, el filósofo es de la misma opinión que sus nuevos amigos.
N o le puede reportar más que beneficios. En el momento en que,
en la misma Alemania, los jóvenes (Habermas) se alejan de él,
Francia se va a encargar de asegurarle una nueva notoriedad.
T res seininariosjm partidos porJdeidegger en T j mr (cerca de
Aviñón), a invitación de René Char (1966, 19^8 y 1969), llevan esa
notoriedad a su cim^. P oco a poco, el circulo de los heideggerianos
^^ensancha. A lós nombres ya citadb s, se añadeiLlos de Paul
Ricoeur, Adichel"FoucauITv Tacque^.E¿rrida^^J^coeur desarrolla
ZTpiHlHSinent — una c o i ^ p ción «hem ^ é u t ic a » de"K"
fenomenología, temda de_crisd^a^xpD, e_¿srencialismQ-y.ps^^^-^-^~
lisis. Foucault se sirve de Heidegger para releer a Nietzsche. M ar­
cado por la influencia de Blanchot, Derrida finalmente inscribe su
propio proyecto— c<desconstruir» la metafísica— en dirección de la
Abbaii heideggeriana. Incluso el marxista Louis Althusser será to­
cado— pasajeramente— por esta moda.
¿Cóm o explicar la rapidez con que se difunde en los medios in­
telectuales? Al perdón de unos, a la germanofilia y anticomunismo
de otros, se añade— a fines de los años sesenta— un nuevo factor:
^a boga del estructuralismo en las ciencias sociales. Por supuesto,
las ciencias en cuestión no interesan a Heidegger. Pero su «anti­
humanismo» teórico— reivindicado por Lévi-Strauss, Lacan, Al-
tliusser y Foucault— no puede sino coincidir con el que caracteri­
za al pensamiento heideggeriano desde 19 27. El estructuralismo,
P E N S A R A U S C H 'W IT Z

por Otra parte, renueva el interés por el lenguaje y por los signos
en general; se puede comprender que Blanchot, Foucault o Derri-
da atentos como están a los problemas de la escritura— puedan
sentirse atraídos por el audaz verbo del maestro de Friburgo, por
su manera de transgredir deliberadamente los Límites instituidos
de la expresión filosófica. A riesgo de olvidar, en su lectura «este-
ticista», las implicaciones políticas del proyecto heideggeriano.
Solo, a partir de 19 61, la voz discordante de Jean-Pierre Faye se
hace escuchar en distintos artículos, pero sin conseguir invertir la
corriente de la moda— ^no más que lo que consigue, en 1988, el ex­
celente análisis del sociólogo Pierre Bourdieu, La ontologíapolítica de
Martin Heidegger. En cuanto a las biografías de Heidegger por V ic-
tor Farias (la de éste perjudicada por un buen número de errores) y
Hugo Ott (ésta, por el contrario, un sólido trabajo académico), apa­
recidas en 1987 y 1988 respectivamente, quizás porque confirman
de manera convincente lo que ya sabían todos los que querían sa-
ber lo esencial del informe ya era por entonces conocido— , susci­
taron tales reacciones de hostilidad en Francia que la historia de este
episodio requeriría, por sí sola, un estudio separado.'^^"
Sin duda el trabajo de Ott aparece demasiado tarde puesto
que, mientras tanto, Heidegger ha entrado en la lista oficial de los
autores que el ministerio francés de educación nacional recomien­
da estudiar con vistas al baccalauréat— lista en la que no figuran, por
el contrario, ni Russell, ni Wittgenstein, ni Cam ap, ni Marcuse.

1 3 O- V íc t o r F a ria s, Heidegger et le Maztsme^ F ila d e lfia , X e m p le Ü n iv e r s it y P ress,


1 9 8 9 ; y la o bra de O t t ya citad a, Martin Heidegger: Élémentspour une hio^dphie. L o s
e rro re s que m o tiv aro n las abu n d an tes critica s al lib ro d e F a ria s se d eben tal vez,,
c o m o m ín im o en p arte, a la co m p licad a lu sto ria de su p u b lic a c ió n : fue e sc rito en
ca stella n o (p e ro n u n ca p u b b ca d o en su fo rm a o rig in a l), d esp u és tra d u cid o d el cas­
tellan o al fran cés (y p u b licad o co n el título d e Heidegger et le Nazisme, P arís, V e r d ie r ,
^ 9 ® ? ) y p o ste rio rm e n te del fran cés al a lem án co n n u m ero sas m o d ific a c io n e s y a d i­
cio n e s h e ch as p o r el au to r {Heidegger und der Nationalsozialismus^ F ra n k fu rt, S . F is -
c h e r, 1 9 8 9 ) . L a tra d u cció n inglesa fue h ech a a va rias m an o s, p rim e ro a p a rtir de la
ed ic ió n francesa, y d espu és se in c o rp o ra ro n las p artes d e la ed ic ió n alem ana que
su stitu ían cie rto s fra g m e n to s del texto fran cés o se a ñ ad ían a o tro s. P a ra m ás in fo r ­
m a c ió n , vease el p r o lo g o de los ed ito res n o rte a m e ric a n o s, Jo s e p h A la n g o lis y d f >in
R o c k m o r e , y tam b ié n el re cie n te lib ro de Lía n s S lu g a , Heidegger^s crisis: Philosophy
andpolitics in Mazt Germaiiy, C a m b r id g e , A lass., H a r v a r d U n iv e r s it y P re ss, 1 9 9 3 .

201
H IST O R IA O E LA FILO SO FÍA E N E L SIG LO XX

En la entrevista de 1966, Heidegger afirma que sus amigos írance-


ses (¿Beaufret?) le habían confesado que, cuando querían pensar o
«filosofar verdaderamente», tenían que renunciar a su lengua para
pasarse al alemán, tan grande les parecía la superioridad intelectual
de este idioma.
Pasemos por alto la ingenuidad de estas palabras. Vale más la
pena ocuparse por contra del lenguaje heideggeriano, como ha
hecho Henri Meschonnic.'^' Abundan en él metáforas y juegos
de palabras, y también esos neologismos que la plasticidad del
alemán favorece, en efecto, más que la lengua francesa. Si H e E
degger, que ha usado y abusado de esas facilidades, no hubiera
aspirado sino al noble título de poeta, no habría hecho demasia­
do daño. Pero habida cuenta de que pretende poseer el discurso
verdadero— el discurso mismo del Ser— , sus acrobacias verbales
se ven promovidas al rango de vehículo del «pensamiento»— en
detrimento, sin duda, del lenguaje conceptual, así como de los
procedimientos demostrativos habitualmente requeridos por la
filosofía.
Es imposible describir en pocas frases la influencia perniciosa
que esa práctica háya podido ejercer sobre generaciones de estu­
diantes— sobre todo en Francia, donde traductores y comenta­
ristas no titubean en sumársele, recubriendo con su propia jerga el
galimatías del maestro y amenazando con represalias a aquellos
que los critican. Pero ¿de qué lamentarse, si el propio Heidegger
nos ha prevenido de los peligros de la razón? En efecto, en_£943.
escribe que, la razón es «el adversario más obstinado del pensa­
miento».*^" He aquí una profesión de fe anrirracionalIsH que no sé
Atasca en matices. Sx se la toma al pie de la letra J iahría que concluir
que^Tpensamiento heideggeriano— si^ándo§e_fiiera del-campo-de
l a ^ o s o fía ^ st^ le cid a —-e^a^a a toda crítica filosófica. N o m os
quedaría^^entonces. sino adoptar con respecto a ellajLu3a.de.las-tres
acfituBes^siguientes,
f f -)O bien se deherÍR aceptar que ese pensamientGusea^H«ve^Fdade-
ro»^, y renunciar en el mismo instante a toda filosofía.
bien se debería vin cuW ajan^<g^ero>> liter^io sin reía ción

1 3 1. H e n r i M e s c h o n n ic , Le Langage Heidegger^ P a rís, P U F , 1 9 9 0 .


1 3 2 . « L e m o t d e N i c m c h e : " D i e u est m o r e ’ >^ ( 1 9 4 3 ) » texto re c o g id o en M a r ­
tin H e id e g g e r , Chemins qui ne mment nulle pa’rt^ op. cit.^ p. 3 2 2 .

202
PENSAR A U SC H W IT Z

alguna con la filosofía, para poder continuar practicando _estaml ti - ©


ma «como si no hubiera pasadomada^—
©
bien, como sugiereJRJchand/jRortv.^^ debería redefínir la

práctica de la filosofía de manera támRmplia.qoino^parajiQ^eHn^^
cluir, ^titre otros, el pgnsaimentQ_hejdeggeriaiiP. Se sostendría en
este caso que, lejos de ser un método de análisis conceptual capaz ■-í D
de determinar, por vía argumentativa, la mayor o menor propiedad
de algunas elecciones intelectuales, la filosofía no es sino un modo
de expresión de la subjetividad dotado de una autonomía total en
cuanto a la definición de sus propios códigos— en suma, una espe­ •VJ
cie de lenguaje «seniiprivado» cuya finalidad se reduciría a la feli­ o
cidad de su creador y, eventualmente, de sus lectores.
■O
Ninguna de esas tres soluciones, hay que decirlo, es plenamen­
©
te satisfactoria. L a primera es puramente religiosa (creer sin com ­
prender). La segunda deja inexplicado el impacto específico— y en
absoluto despreciable— que Heidegger ha podido tener sobre nu­
merosos filósofos profesionales. La tercera, finalmente, imelve a
despojar a la filosofía de toda especificidad^—y, lo que es más gra­ O
ve, a minar las bases mismas de la exigencia racionalista. o
Por otra parte la situación no carece de salida pues, segiin una
inspección más detallada, la pregunta que ha suscitado esas tres
respuestas— es decir: ¿Qué hay que hacer con el pensamiento hei-
si se sitúa fuera del espacio de la razón?— no es en sí mis­
ma una buena pregunta, en la medida en que deriva de una premi­
sa errónea. Contrariamente a lo que ha pretendido, de hecho
Heidegger no ha renunciado nunca a ese racionalismo que no ha
cesado de denunciar. En primer lugar, porque ha pasado una gran O
parte de su vida enseñando a leer y comentar— con brío, muchas ©
veces textos filosóficos- Porque, incluso en los más oscuros de sus
escritos, recurre a pesar de todo a conceptos y argumentos, por
más que éstos no sean siempre expfícitos. ¿Podría haber hecho otra
cosa, por lo demás, sin arriesgarse a condenarse a una total ilegibi­
lidad?
Y porque, finalmente, su pensamiento también tiene una ver­
tiente política, estrechamente vinculada a una determinada ideolo­ , £■>
gía nacionalsocialismo— , se muestra solidario con otra forma .. O
de racionalidad: la que, durante doce años, ha permitido a esta ideo- _©
logía ejercer un total dominio sobre la sociedad alemana, incluyen­ O
do la organización de la guerra e incluso de la «solución final».

¡03
H IS T O R IA D E LA F ILO SO F ÍA E N E L SIGLO X X

Paradójicamente, el verdadero problema es el siguiente. Si


no se trataba más que de pensamiento puro, él pensamiento hei-
deggeriano no sería más embarazoso que si fuera poesía pura. Des-
giaciadainente, no era ni lo uno ni lo otro. N o es, a fin de cuentas,
sino una filosofía. Pero una filosofía de la especie más discutible,
r-y
puesto que reposa sobre un antirracionalismo de principio que,
yy
con todo, consigue expresarse en un lenguaje suficientemente «ra­
C) cional» como para convencer a ciertos lectores.
En síntesis, si es a la vez problemático y peligroso, es porque en
él razón y sinrazón se unen de una manera única y particularmente
perturbadora. Exactamente igual que el peculiar horror de Ausch-
fí>' witz tiende a una mezcla sin precedente de locura (en los fines) y de
racionalidad (en los medios usados para conseguir esos fines).
Una mezcla sobre cuya génesis, después de la Segunda Guerra
mundial, ha sido necesario comenzarse a interrogar. A riesgo de te­
ner, para ello, que instruir el proceso de la propia razón, a fin de
comprender mejor cómo, en el espacio de dos siglos, la Ilustración
ha podido extraviarse de esa manera.

3. primeras INVESTIGACIONES

Durante mucho tiempo, los supervivientes de los campos nazis han


permanecido silenciosos. Hasta que el desarrollo, en los años se­
senta, de ún movimiento «negacionista»— dirigido a negar la exis­
tencia misma de la Shoah'^^— reaviva en ellos el deseo de hablar, de
dar testimonio mientras se está aún a tiempo. En consecuencia, las
razones de su anterior mutismo serán mostradas a plena luz.
La primera de esas razones es que no existen palabras para des­
cribir el horror de aquello a lo que han sobrevivido. N o hay palabras
para describir o pensar Auschwitz— si es verdad que es aún posible
«pensar después de Auschwitz», de «superar lo insuperable».*^"^ L a

1 3 3 . S o b r e ese m o v im ie n to « n e g a c io n is ta » , v éa se la Histoire de Pantisé?n^ítism.e


(1^ 4 5-19 93) d irig id a p o r L é o n P o lia k o v , P a rís , É d . du S e n il, 1 9 9 4 , en p a r tic u la r
pp. 1 4 5 - 1 4 9 . [ T r a d . cast.: H h to ria del antisemitisTno, B a rc e lo n a , M u c h n ik , 1 9 8 6 .]
1 3 4 . L a p rim e ra de estas e x p re sio n e s se d e b e a A d o r n o {D inlectique négative^
trad. fr., P a rís, P a y o t , 1 9 7 8 , 3* parte, cap. 3, § i) . [ T r a d . cast. de J o s é M a r ía R jp a l-
da: Dialéctica negativa, M a d r id , T a u r u s , 1975-] se g u n d a c o n stitu y e el su b títu lo de
un lib ro de J e a n A m é r y , P a r-d e ld le crime et le chdtiment, A c te s S u d , 1995-

204
PENSAR A U SC H W ITZ

simple enunciación de esta última frase aviva, es cierto, un penoso


debate. ¿Hay o no una ¡especificidad en la Shoah? Algunas veces se
teme al responder afirmativamente a esta cuestión— ^minimizar
la atrocidad de otras masacres (Hiroshima), ofender incluso la
memoria de otros pueblos (armenios, tutsis de Ruanda), víctimas
a su vez de tentativas de genocidio a lo largo de su historia. N o
obstante, no se puede sino reconocer a la Shoah el triste privilegio
de una singularidad absoluta, que revela la manera a la vez masiva
y metódica, fría y racionalmente organizada, con que ha sido per­
seguida a partir de 1 9 4 1 — la exterminación de los judíos— así
como la, estrictamente paralela y no menos espantosa, de los gi­
tanos.
Anunciada en 1 9 2 5 un libro— Mein KampJ^—muy traducido
y accesible a todos, ese programa de «purificación racial» no ijnpi-
de a las democracias occidentales amparar, durante bastantes años,
al Xercer Reich (que se paren mientes en su puntual participación
en los Juegos Olímpicos de 193 6 o bien en la actitud largo tiempo
ambigua de Churchill hacia la Alemama nazi), ni al Vaticano y a la
U R S S cerrar tratados con éste. A partir de la N oche de los Crista­
les Rotos (noviembre de 193^)» ya nada parece capaz de contener
la escalada de la violencia. Por lo demás, la amenaza de aniquila­
ción de los judíos es explícita en un discurso público pronunciado
por Hitler en enero de 19 3 9 - si bien los historiadores discuten
aún la fecha exacta en que fue tomada la decisión de la «solución fi­
nal», ésta es— con toda probabilidad— anterior al ataque contra la
U R S S . Sin duda data de finales del año 1940, como han escrito
Hannah Arendty Léon Poliakov. Las primeras masacres organiza­
das de poblaciones judías son cometidas en junio de 19 4 1 por los
Einsatzgti/ppen (‘grupos de intervención*), siguiendo lá estela de la
invasión alemana de la U R SS. En cuanto a los primeros «gasea-
mientos», se producen en un camión, en Chelmno, el 8 de diciem­
bre de 19 4 1. Jamás tamaña empresa de asesinato colectivo ha sido
premeditada— y llevada a cabo— con tanta sangre fría y con tanta
firmeza en las ideas.
Nunca jamás en el curso de la historia una empresa de ese gé­
nero se ha beneficiado del apoyo multiplicador de la ciencia, de la
técnica y de una burocracia perfectamente organizada: tres recur­
sos de los que el nacionalsocialismo ha sabido obtener todo el
partido posible y que desembocan en 1 9 4 2 -1 9 4 3 en la prolifera-

105
H IST O R IA D E LA F ILO SO F ÍA E N EL SIG LO XX

ción de esas verdaderas «fábricas de matar» que son los campos


de exterminio. Éstos, en efecto, no habrían sido posibles sin la
colaboración de numerosos técnicos, sin la producción planifica­
da de gas tóxico en cantidades industriales, sin el afán de eficacia
aportado por la administración alemana— en su conjunto— para
arrestar a los judíos y reagruparlos en los campos. En resumen,
sin la complicidad de una parte no desdeñable de la población
alemana, como Daniel J . Goldhagen ha expuesto en un libro re­
ciente.
¿H ay que recordar que es el nacionalsocialismo, y ningún otro,
el régimen que ha inventado ese objeto monstruoso— el campo de
exterminio— y que continúa siendo el único en haberlo hecho fun­
cionar a tan gran escala? Ciertamente, la U R S S puso en funciona­
miento, desde finales de los años veinte, campos de trabajo o de de­
portación. Pero, si su existencia era en sí condenable, al menos no
era apriori imposible salir con vida. La Alemania hitleriana ha pro­
ducido los primeros «campos de la muerte». Campos exclusiva­
mente concebidos para el asesinato de todos aquellos que habían
sido conducidos a ellos, mujeres y niños incluidos— por no hablar
de los «experimentos» médicos y otras torturas infligidos en esos
campos a víctimas impotentes, a ninguna de las cuales, se había es­
tablecido por anticipado, se les permitiría escapar.
H a y una diferencia, pues, entre campos de deportación y cam­
pos dé exterminio. Una diferencia que culpablemente tratan de
borrar aquellos que en la actualidad, por odio al comunismo o por
antisemitismo,'pretenden que Hitler no fue «peor» que Stalin—
alegación corriente, desde los procesos de Nuremberg, en el dis­
curso de antiguos o nuevos nazis. Para eliminar este embuste, basta
con recordar que— como ha observado justamente Léon Poliakov—
Hitler asesinaba a niños, mientras que StaUn se contentaba con
querer «reeducarlos»:'^^ matiz que, por respeto a las vícdmás, im­
porta nó perder de vista.
Se comprende que nadie, antes de Auschwitz, hubiera podido

1 3 5 . D a n ie l J o n a h G o ld h a g e n , Hitler*s Willing Executioners: Ordinary Germaiu


and the Holocausto N u e v a Y o r k , K n o p f , 1 9 9 6 , [T r a d . cast.: Los verdugos voluntarios de
Hitler. Los alemanes co7~rientesy el HolocaustOo M a d r id , T a u r u s , 1 9 9 8 .]
1 3 6 . L é o n P o lia k o v , « H is t o ir e et p o lé m iq u e s: a p ro p o s d u g é n o c id e » , Com-
mentaireo P a rís , n .° 5 3 , p rim a v e ra de 1 9 9 1 , pp- 2 0 2 - 2 0 5 .

206
PENSAR A U SCH W ITZ

imaginar hasta qué punto llegaría el horror, que ningiin antinazi ©


hubiera podido prever que eso sucedería en pleno corazón de E u ­
ropa, exactamente en la mitad del siglo xx. Y que, incluso cuando
fue revelado a los ojos de todos, ese horror sin precedente no fue
aceptado fácilmente. Pero no se trataba ya, en 19 4 5, una reac­
ción de escepticismo— reacción que la abundancia de pruebas en
adelante disponibles habría podido disipar con rapidez. Se trataba ■0
de un problema más profundo, que se podría formular de la mane­
0
ra siguiente: ante la amplitud de la Shoah, el mundo occidental ha
0
experimentado una culpabilidad tan intensa que— sintiéndose in­
capaz de asumirla— ha comenzado a rechazarla en bloque. Ha pre­
ferido repudiar el recuerdo del crimen en lugar de intentar anali­ r)
zar sus causas. Y, para protegerse mejor conn a un eventual retomo ..r-3
de lo rechazado, ha adoptado una estrategia fundada en la indife­ -f. - V

rencia, durante al menos un cuarto de siglo. L o que realmente ha­ ;.©


bía pasado en los campos no era algo digno de curiosidad— ni si­
quiera de una curiosidad estrictamente científica. -O
Esa es la segunda razón por la que los supervivientes han duda­
do en hablar durante tiempo. Sentían alrededor de ellos el muro de
esa indiferencia, mmca demasiado alejada de la sorda hostilidad,
del reproche inconsciente. N o es solamente porque las palabras les
faltaban por lo que se callaban. Es también porque nosotros no que­ ■®
ríamos escucharlas. ,
©

(.;■)
¿Auschwitz, tema tabú? Filosóficas, literarias, artísticas, las gran­ Q}
des obras de la posguerra hablan poco de él, en todo caso. Y, cuan­
Q
do lo hacen, evocan ese «innombrable»— ^por utilizar el término de

Beckett— bajo el modo metafórico, como si ningún discurso direc­
©
to fuera posible sobre esa «cosa» repulsiva hasta el límite de lo re­
presentable.
Los logros insatisfactorios de los cineastas mejor intencionados ©
son, desde este punto de vista, instructivos. Noche y bi'umci de AJain .©
Resnais (1955) constituye la primera tentativa de abordar el tema,
pero no se subraya demasiado la especificidad judía de las víctimas
del genocidio. Holocausto (1978) es un serial de aciago título, don­
de la realidad trágica de la muerte está totalmente soslayada. En
cuanto a La lista de Schindler (1993), el ingenuo optimismo que

207
H IS T O R IA D E LA F ILO SO F IA E N E L SIGLO XX

baña el escenario de Spielberg no consigue dar, tampoco, al espec­


f:3 -, tador desinformado mra justa visión del drama. Finalmente, el um-
co filme que ha estado a la altura de tal desafío continúa siendo
Shoah de Claude Lanzmann (1985)— sin duda porque no se trata
de una obra de ficción sino, más rigurosamente, de una colección
de testimonios.
¿Los filósofos han estado más inspirados? L a mayor parte de
í:; V.
ellos, a decir verdad, reanuda en 19 4 5 sus actividades como si
Auschwitz nunca hubiera tenido lugar. Particularmente sintopaáft-^.
.ca-es, desde este punto de vista, la actitud de H ans-G eorg Q a d ^
mei’^ Aunque su reprobación moral respecto al antisemitismo.no
^deja ninguna duda, Gadamer no dejó nunca, durante el Tercer Reich,
de ejercer sus funciones académicas en el marco que le era impues­
to. Admite por otra parte, en su autobiografía publicada en 1 9 7 7 ,'’
haber pasado este período sin dar prueba de un coraje excesivo. Y
si V e r d a d y jjt étodo (1960)— su obra funda n ^ a l - - s ^ n ^ a s bases
de~^ña «hennenéuúca»,^^^^ sentido
de ios acontecim iento^^^roanos^u^^^ .1?

libro enciclopédico— m yerdadera^


temporáitea, ni n m g u n a ie n ta ^
tej-iori— por que tortuosos desvíos la glorios^a herenciajagladeahs-
mo alemáíi’;se“ fi¡¡b iÍ Í l 3 L d .o _u d W

^ En Francia, la actitud global de la comunidad filosófica, en los


años que siguen al final de la guerra, es igualmente discreta.
Dos casos particulares contrastan, es verdSdTíohre ese fondo de
negligencia. E l primero es el de Jean-Paúl Sarm ^cuyas Reflexiones
sóbrela cuestión judía (1946) abordan direftanlente el problema del
anüsemitismo. E l Ubro fracasa, no obstante, al proponer un anáfi­
sis original, pues— escrito a toda prisa— no se apoya en ninguna
documentación sólida. Víctima a su pesar de los clichés antisemitas
que se arrasüaban por la Francia de antes de la guerra y prisione­
ro— como su camarada Raymond Aron— de las concepciones asi-
milacionistas que todavía prevalecían entre los judíos, Sartre no
®..- llega a reconocer, en aquel momento, la especificidad cultural del

H a n s -G e o r g A nn ées d'apprentissage pbilosophtque, trad. fr., P a rís,


137
C r it é r io n , 19 9 2 *

208
PENSAR A U SC H W IT Z

judaismo: el judío, para él, no es sino un «objeto» creado por la mi­


rada del otro— y por tanto, en última instancia, no existe. N o es sino
más tarde, a partir de su primer viaje a Israel (1967), cuando Sar­
tre llegará a remediar su ignorancia y a superar los prejuicios de su
medio.
La segunda excepción es la de Vladimir Jankélévitch (190 3-
1985). A pesar de ser el hijo de im traductor que, antes de la gue­
rra, contribuyó a introducir en Francia ciertas obras de Hegel y de
Freud, y a pesar de haber elaborado (19 3 3 ) tesis de doctorado
sobre la última filosofía de Schelling, Jankélévitch decide en 1945
romper todos los lazos que le unían a la lengua y a la cultura ger­
mánicas. Su rechazo a perdonar a los verdugos nazis se extiende
— en consecuencia— a sus compatriotas, necesariamente cómpli­
ces, e incluso a los descendientes de estos últimos. Respetable en su
radicalidad, esta actitud— sobre la que se explica en dos bellos tex­
tos, En el honor y la dignidad (1948) y ¿Perdonará (19 7 1)— ^no resul­
ta menos insuficiente, en la medida en que reposa sobre la noción,
siempre discutible, de la culpabilidad colectiva, y en que descono­
ce un aspecto esencial de la barbarie al reducirla a las dimensiones
de un problema exclusivamente alemán.
Finalmente, muy pocas ohr^s intentan mpi prender, a la_co.u-
clusión de la Segunda Guerra mundial,, cómo ha podido ser posifalg
más impprtante^^contin^ siendo las de Hannah
Arenduy í^rlJaspprs,;En partí el curso que éste p to fe ^ p n la
Xímversidacl de Heidelberg^ ^ ^ Y publica el mis­
mo año con el título de La cuestión de la culpabilidad.

Después de haber estado tentado— como otros jóvenes alemanes


de su generación— pasajeramente por el nacionahsmo, Jaspers atra­
viesa, en los años veinte, una fase existencialista que le lleva a ale­
jarse de Husserl para aproximarse a Heidegger, del que se hace
amigo.
El triunfo de Hitler, no obstante, corta la carrera de este protes­
tante casado con una judía. Desde 19 33, Jaspers es uno de los raros
intelectuales cristianos que pone el peso de su notoriedad al servicio
de ima resuelta oposición al nazismo. En 19 3 7 es destituido de la cá­
tedra que ocupa en Heidelberg y, en 1938, se le prohíbe publicar.

209
H IS T O R IA D E LA F IL O S O F ÍA E N EL SIGLO X X

Rompe por entonces con Heidegger. Y cuando, en enero de 1946, se


reintegra a su plaza, es igualmente el primero que en su país abor-
d a -^ o n una valiente lucidez— la cuestión de la culpabilidad. La de
Alemania, evidentemente. Pero también la de la humanidad en ge­
neral, toda ella implicada en la crueldad de la Shoah.
Sin duda Jaspers, en las páginas de La cuestión de la culpabilidad, se
abstiene de evocar demasiado explícitamente los recuerdos de
aquélla. Pero precisamente en relación a este acontecimiento ya no
puede ignorarse cómo organiza su análisis de la situación «espiri­
tual» en AJemania al confirmarse la derrota. Y eso, en el momento
mismo en que, en el proceso de Nurem berg, comienza a emerger
en las conciencias— y en el derecho internacional— la noción de
«crimen contra la humanidad».
Para Jaspers, el concepto de culpabilidad debe examinarse en
cuatro sentidos: criminal, político, moral y metafísico. Desde el
punto de vista criminal (o jurídico), no son culpables sino los indi­
viduos que hayan cometido efectivamente actos calificables de crí­
menes. Desde el punto de vista político, todos los ciudadanos de un
Estado— al menos los de un Estado cuyo gobierno es fimto de elec­
ciones democráticas, como es el caso del gobierno hitleriano— son
corresponsables de los actos y, por tanto, de los crímenes cometi­
dos por ese Estado. Desde el punto de vista moral, cada testimonio
de esa tragedia debe preguntarse si ha hecho siempre lo mejor que
podía hacer bajo las penosas condiciones en que se ha encontrado.
Desde el punto de vista metafísico, finalmente, es decir desde el
punto de vista de la solidaridad universal, cada uno de nosotros está
implicado en lo que les sucede a los otros, incluso si en apariencia
no puede hacer nada— pues, con todo rigor, ninguno de nosotros
puede declararse indiferente al hecho de que otras personas sean
maltratadas, aun cuando ello pasa al otro extremo del planeta.
D e estas definiciones, Jaspers extrae dos series de consecuen­
cias. En primer lugar, hay que usar con mesura la noción de res­
ponsabilidad colectiva, que no tiene— en rigor— ningún sentido
desde el punto de vista jurídico, moral o metafísico. En cambio, sí
que tiene un sentido desde el punto de vista político. En efecto, to­
dos los ciudadanos alemanes— hayan sido nazis o no— deben pre­
guntarse cómo un Estado nacionalsocialista salido de elecciones li­
bres ha podido abrirse paso y subsistir, sin verdadera oposición,
durante doce años.

21 0
PENSAR A U SC H W ITZ

¿Se trata de un accidente dentro de la historia de Alemania?


Apenas esbozada, la respuesta de Jaspers es de una fiimeza desta-
cable: el nacionalsocialiismo no es sino el último avatar de un na­
cionalismo germánico que, de la Reforma al Tratado de Versalles,
no ha cesado de exacerbarse, mostrándose tanto más agresivo
cuanto la nación alemana experimentaba persistentes dificultades V'-'\

para realizar su unidad política. Con Hitler, ese nacionalismo ha


devenido abiertamente criminal. Alemania no puede, pues, pasar la
■'‘ O
página del nacionalsocialismo como cuando se cierra un parénte­
sis. Si quiere renacer espiritualmente, debe sacar las consecuencias
:O
■ í.)
de sus errores pasados. Dicho de otra manera, la significación de
Auschwitz debe ser, para el pueblo alemán, la de una ruptura den­ ■

tro de su propia historia. Desde ese punto de vista, Jaspers queda­


rá decepcionado por la evolución de la República Federal, cuyo )
gobierno le parecerá, desde finales de los años cuarenta, más preo­
cupado por olvidar que por reflexionar. En 1948 aceptará una cá­
tedra en la Universidad de Basilea y terminará por solicitar la na­
cionalidad suiza.
Una segunda serie de conclusiones concierne a las nociones de
responsabilidad moral y metafísica. Éstas sólo pueden tener un
sentido individual, no colectivo. Pero la cuestión debe plantearse,
por lo que respecta a la responsabilidad moral, a todos los alema­ ,©
nes que permanecieron en Alemania durante el Tercer Reich. Y, por
lo que respecta a la responsabilidad metafísica, a la humanidad en
su conjunto.
Subrayando este último punto, Jaspers tiene el mérito de simar fi­ ■ ;0
nalmente el problema en su verdadero nivel. Hay que saber, en efec­ ( ■)
to, que las organizaciones judías que escapaban al control nazi, tanto x: -y
en Palestina como en Suiza o en los Estados Unidos, informaron a los ( ■)
principales gobiernos del mundo libre sobre la puesta en marcha de
la «solución final». Las primeras noticias sobre las masacres llevadas
■;0
a cabo por los Einsatzgnippen aparecieron en The New York Times, en .u)
tm breve artículo del 26 octubre de 1941.*^® El 26 de junio de 1942, '©
el Boston Globe señala que esas masacres han provocado ya la muer­ '(.■ 5
te de setecientos mil judíos. Dos meses más tarde, en agosto, tes­ A.-)
timonios que revelan la existencia de cámaras de gas llegan a los ■ I .)
■Q
138. David S, Wyman, The abandontment of thejews: Amei-ica and tht Holocausto
Nueva York: Pantheon, 1984, p. 20.

211
IIIST O R ÍA D E LA F IL O S O F ÍA EN E L SIGLO X X

Estados Unidos. El National Jewish Monthly los hace públicos en el


número de octubre. A ñnales del año 1942 no puede quedar ninguna
duda sobre la realidad del genocidio que se desarrolla en Europa.
Sin embargo, ni el gobierno norteamericano, ni las otras poten­
cias occidentales ni el Vaticano reaccionan de manera especíñca a
esas informaciones. Ningún plan de salvamento de los judíos se
pone en marcha. Hasta que en 19 44 los bombardeos aliados alcan­
zan Auschwitz, tan sólo son contemplados los objetivos industriales:
simado a algunos kilómetros, el campo de exterminio es ignorado.
En cuanto al ejército rojo, cuando llega a la vecindad inmediata del
campo, vacilará algunos días antes de ocuparlo por fin.
Esos retrasos, esas pruebas de indiferencia— de las que los his­
toriadores evitan hablar generalmente— no son «detalles». Tienen
claramente una significación «metafi'sica», en la medida en que nos
fuerzan a reflexionar sobre las consecuencias trágicas que puede te­
ner la ausencia de sohdaridad entre los pueblos. Una reflexión que
la presente situación internacional hace tan necesaria hoy como lo
era hace medio siglo.

Si Jaspers se interroga como morahsta sobre los múltiples se^ d o s'd ^


/dt5"(p6vse podría llamar el «acontecimiento de Auschwitz>^, ^arm ah
ArendtVpor su parte, intenta comprender la génesis de éste a partir de
lirhiStória política y social de Europa en los siglos xix y xx.
Nacida cerca de Hanover, Haimah Arendt (19 0 6 -19 7 5 ) estudia
filosofía en Marburgo, Friburgo y Heidelberg. Tiene sucesiva­
mente por maestros a Heidegger— con quien le vinculará toda la
vida uita compleja relación afectiva, como testimonia el homenaje
que le dirigirá con motivo de sus ochenta años— y a Jaspers— del
que será albacea literaria en 1969.'^^
Cuando los acontecimientos de 19 3 3 la obligan a abandonar
Alemania— en primer lugar hacia Praga, después hacia París— , ha
tenido el tiempo justo de publicar (1929) una tesis sobre E l concep­
to de amor en san Agustín, redactada bajo la dirección de Jaspers, y
de comenzar una biografía de Rabel Varnhagen (que no será pu-

1 3 9 . S o b r e la re la ció n a m o ro sa e n tre A xen d t y H e id e g g e r, véa se E lz b ie ta E t t in -


ger, Hannah Arendt/Martin Heidegger^ N e w H a v e n : Y a le U n iv e r s ity Press,. 1 9 9 5 .
PENSAR A U SC K W IT Z

blicada hasta 1958). Atraída por las tesis sionistas, participa en


Francia en las actividades de una organización encargada de facili­
tar la emigración de los jóvenes judíos a Palestina y efectúa, en ca­
lidad de tal, un viaje a Jerusalén (1935)- Vuelve con los sentimien­
tos mitigados, pues, si bien admira la experiencia socialista de los
kibbutziTHy reprocha a los «pioneros» su tendencia a desentenderse
de lo que pasa en el resto del mundo. Más tarde, a pesar de celebrar
la creación del Kstado de Israel, no cesará de recordar a los diri­
gentes de éste la necesidad de la cooperación de judíos y árabes.
En 1940 es internada durante un breve período en el campo de
Gurs (en el departamento francés de los Pirineos atlánticos), desde
donde termina pasando a España—-solamente algunas semanas
después de la fallida tentativa de su amigo W alter Benjamín, cuyos
últimos manuscritos contribuirá a salvar. En 19 4 1 se instala en los
Estados Umdos, donde se gana la vida escribiendo en los periódi­
cos y dando conferencias. Poco antes del final de la guerra, co­
mienza a trabajar en un proyecto de libro titulado Los eleinentos de
la vergüenza: antisemitismoy imperialismoy racismo o las tres columnas
del infiemo. Acabada en el otoño de 1949, la obra se publica en
19 5 1 con otro título: Los orígenes del totalitarismo,
Alientras tanto, Hannah Arendt ha recuperado el contacto con
la Alemania liberada. Como Jaspers— con quien mantiene una fre­
cuente correspondencia— , está decepcionada por la relativa facili­
dad con que el pueblo alemán parece aceptar lardea de que hay en
su seno numerosos asesinos impunes, mientras que sus nuevos di­
rigentes sé consagran esencialmente a la lucha contra el comunis­
mo. Adopta, por ello, la nacionalidad norteamericana (19 5 1), tras
dieciocho años de existencia «apátrída», y escoge terminar sus días
al otro lado del Atlántico. Alh publicará el resto de sus trabajos,
tanto en el campo de la filosofía como en el de la teoría p o lític a -
dos dominios qíie tiende a considerar cómo separados.
Reanudando en 194b sus trabajos filosóficos, que había aban­
donado prácticamente desde 1929, publica ese año dos artículos
es la filosofía de la existencia?» y «E l existencialismo visto
desde Francia»— que introducen en los Estados Unidos las tesis de
Heidegger y de Sartre. Dos libros posteriores marcarán su esfuer­
zo por elaborar una nueva antropología desde una perspectiva
fenomenológica: La condición del hombre moderno (1958) y La vida
del espíritu (1978).
H IS T O R IA D E LA F IL O S O F ÍA E N EL SIGLO XX

En el dominio de la teoría política, sus muy numerosos trabajos


se dirigen al problema judío, a la crisis de la cultura, a los concep­
tos de violencia y de revolución. Atenta a la actualidad, sensible a
las mutaciones que agitan su época, es una perspicaz observadora
de la sociedad norteamericana, cuyas instituciones democráticas
aprecia, si bien deplorando su incapacidad para resolver el problema
racial o su desatinado empeño en la guerra del Vietnam. Efectúa
igualmente un excelente «reportaje» sobre el proceso Eichmann
(Eichmann en Jerusalén^ 19Ó3), que provoca vivas polémicas en la
comunidad judía. Arendt, preocupada, en efecto, por despojar de
toda aura romántica a la aventura nacionalsocialista, subrayará so­
bre todo— con justo título— la «banalidad» del mal, que ilustra a sus
ojos el carácter mediocre de Eichmann, a pesar de ser imo de los
principales criminales nazis.
La aportación más notable de Harmah Arendt a la teoría políti­
ca continúa siendo, empero, el conjunto de sus reflexiones sobre la
«monstruosa» evolución de ciertos Estados europeos en la prime­
ra mitad del siglo xx. Sucesivamente tituladas «Antisemitismo»,
«Imperialismo» y «Totalitarismo», las tres partes de los Orígenes
del totalitarismo se esfuerzan en trazar de nuevo la historia de ese fe­
nómeno remontándose hasta la Revolución Erancesa. D e hecho, es
esencialmente el funesto papel desempeñado por las grandes ideo­
logías totalitarias de nuestro tiempo lo que retiene su atención.
Por lo que respecta al antisemitismo, lo interpreta como un
efecto de la decadencia del Estado-nación a comienzos de nuestro
siglo, pero también de la mutación del estatus de los mismos ju­
díos-com prom etidos desde 1800 en un proceso de creciente asi­
milación al resto de la sociedad- ¿Puede ser reducido así el antise­
mitismo a motivaciones de orden político? ¿Se está legitimado para
hacer de él una actitud exclusivamente moderna y por tanto sin re­
lación con el antijudaísmo desarrollado, desde hace dos mil años,
por la tradición cristiana? Si bien la respuesta— afirmativa— que
aporta a estas dos preguntas está lejos de ser completamente satis­
factoria, el trabajo de Hannah Arendt, que se basa en una sóhda do­
cumentación histórica, tiene en todo caso el mérito de plantearlas.
La segunda parte de su libró contiene asimismo páginas intere­
santes sobre la génesis de distintas ideologías «imperialistas»—
«pangermanismo» en los países de lengua alemana, «paneslavis­
mo» en Rusia— que a partir del siglo xix han conseguido minar el

21 4
PENSAR A U SC H W IT Z ■íA')

©
interior del Estado-nación europeo, y precipitarlo a su destrucción
al lanzarlo a guerras expansionistas condenadas al fracaso. Parece, c:)
por otra parte, que Hannah Arendt subestima el impacto del pen­ o
samiento de Marx— y de todas las doctrinas del progreso social— o
cuando afirma, en una fórmula un poco precipitada, que el bolche­
vismo debe más al paneslavismo que a cualquier otro movimiento ■o
político o ideológico.""^ I'"')
En cuanto a la estructura propia de los modernos Estados «to­
talitarios»— término que se pone de moda a la conclusión de la
©
Segunda Guerra mundial, pero que deriva de la idea de Jünger y
Schrmtt del «Estado total»— , es la primera en describir con preci­
o
sión sus principales características: preponderancia del partido so­
bre el Estado y de la fuerza sobre el derecho, complementariedad de C:;)
los papeles llevados a cabo por el terror policial (en el interior) y la
propaganda ideológica (en el exterior), pretensión ilusoria de bo­
rrar de un golpe toda diferencia entre las clases sociales. Tiene, por
otra parte, el mérito de situar a las primeras de cambio y en el co­
razón del debate un dato fundamental que los politólogos hberales
tienen muchas veces dificultades en aceptar: el hecho de que los
regímenes totalitarios se benefician habitualmente— al menos du­
rante un cierto tiempo— del apoyo espontáneo de la mayor parte
í\-)
de la población que oprimen, sin que se pueda decir que ese apoyo
sea el efecto de una ignorancia absoluta de la realidad o de un «la­ ■© I
vado de cerebro» colectivo.""^*
Su análisis, no obstante, adolece de ciertas debilidades. Preocu­
pada ante todo por la elaboración de un modelo teórico, Hannah
Aréndt considera que éste no se ha reahzado verdaderamente—
«en estado puro»— sino en el caso del nazismo y del stalinismo.
Esta visión un poco formalista le impide otorgar el interés que me­
recía al fascismo propiamente dicho— tal como se encarna en E u ­
ropa en los regímenes de Mussolini, Salazar y Franco— así como a
las tendencias totalitarias capaces de afectar, en tiempo de crisis, el
funcionamiento de los propios Estados democráticos. ©
Adimrada, por otra parte, por las semejanzas estructurales en­ ©
tre el Estado stalinista y el Estado hitleriano, tiende a hacer creer a 'O
■©
■©
The Origins of Totalitarianism^ N u e v a Y o r k , H a r c o u r t,
1 4 0 . H a n n a h A re n d t,
B ra c e and C o ., n u eva e d ició n ( 1 9 7 3 ) , p. 2 2 2 . [T r a d . cast. de G u ille r m o S o la n a : Los ©
orígenes del totalitarismo, M a d rid , A lia n za, 1 9 9 8 .] 1 4 1 . Ib id ., p. x x iii.

21 5
H IS T O R IA D E LA F IL O S O F ÍA E N E L SIGLO X X

SU lector que esos dos regímenes serían en el fondo idénticos entre


sí. Por supuesto, sabe perfectamente que más allá de sus super­
ficiales analogías una diferencia fundamental separa los dos siste­
mas: sólo uno de ellos ha producido la Shoah. Pero la importancia
de esta diferencia no está muy acentuada en su libro, cuya perspec­
tiva general, sobre todo en el país y en el momento en que apare­
ce— es decir, en plena guerra de Corea— , parece ser finalmente el
anticomunismo, al menos tanto como el antinazismo.
E n suma, falta en el pensamiento— moralménte incontesta­
ble— de Hannah Arendt verdadero rigor filosófico. Queda prisio­
nera del marco que se ha fijado, el del anáfisis «científico» de las
estructuras políticas, tanto como Jaspers queda encerrado en el del
idealismo moral. En el interior de esas limitaciones, no obstante,
contribuye a desbrozar numerosas pistas de investigación histórica
que en lo sucesivo se revelarán fecundas.

Se puede ^staE-te^tado de llevar a cabo un juicio del mismo estilo


sobre \iíia obra en 'Su t^o s aspectos cercana a la suya, la de su com­
patriota Leo Strauss,, 'si bien este último— a diferencia de Hannah
Arendt, de-quientliscrepaba en diversos puntos— siempre rechazó
separar la teoría política de la filosofía.
L eo Strauss (18 9 9 -19 7 3 ) estudia en Marburgo, donde, después
de haber sufrido pasajeramente la influencia del neokantismo, ex­
perimenta el choque de su vida al conocer a Heidegger (1922). A
despecho de los acontecimientos que le llevaron a emigrar en 19 32
a Francia (donde, en París, conoce a Alexandre Kojéve, con quien
mantendrá una interesante correspondencia hasta la muerte), des­
pués a Inglaterra y finalmente a los Estados Unidos, donde se esta­
blece en 19 38 , continuará marcado el resto de su vida por la fasci-
ilación ejercida sobre él por el autor de Ser y tiempo, A pesar de ser
uno de los primeros en denunciar la tentación nacionalsocialista
que se expresa en este libro y de rechazar el historicismo de H ei­
degger, reconoce a éste el mérito de haber levantado acta en la
conclusión de la Primera Guerra mundial del fiasco del progre­
sismo ingenuo sobre el que se basaba la filosofía neokantiana y del
que proceden también— cada uno a su manera— el comunismo so­
viético y el liberalismo norteamericano.
216
PENSAR A U SCH W ITZ

Consedente del hecho de que la modernidad ha entrado en cri­


sis a partir de los años veinte, y de que el racionalismo de la Ilus­
tración que definía el proyecto de ésta debe ser completamente re­
pensado, Leo Strauss rehúsa no obstante entregarse— como hacía
Heidegger a lo que él mismo llama una forma de «nihilismo» an-
tirracionalista. ¿Cómo arrancar, pues, la razón de su actual atolla­
dero? Ofreciéndole la posibilidad de reconstruirse en el marco del
Estado-nación y poniéndola al servicio de una democracia que sa­
bría renunciar tanto a la ambición de salvar el mundo como a la ilu­
sión de un progreso social indefinido.
Sin abandonar un profundo pesimismo, que con todo es ate­
nuado por su confianza en los valores morales del judaismo que
marcó su juventud, Leo Strauss propone a sus contemporáneos
redefinir su proyecto pohdco a partir de una meditación sobre los
grandes textos en los que éste ha surgido: los de Maquiavelo, Hobbes,
Locke, Alontesquieu, Rousseau y Kant, por supuesto, pero so­
bre todo los de Platón y Aristóteles— pues, para él, los «clásicos»
continúan siendo superiores a los «modernos». Una buena parte
de su obra está así consagrada a una lectura de esos autores, lectu­
ra cuya originalidad estriba en su planteamiento decididamente
antihistoricista. Rechazando explicar las filosofías del pasado por el
contexto cultural en que nacieron, convencido de que los grandes
problemas de la humamdad han sido siempre los mismos y de que
las ideas de Sócrates no han perdido nada de su vigencia, Strauss
estudia los textos como si escaparan al tiempo. Aún más, profundi­
za directamente en los «clásicos» para edificar su propio sistema,
elitista y conservador, pero respetuoso de la «ley natural» y preo­
cupado ante todo por P££^£jg^jjljcm d^ano conura la «tiranía»
— Incjuyjgnd^la « tfranía j e^ia^rnRyoría» ca-
t^ctensfica ,de la. democracia de masas y ya denunciada por T o c -
queville.
Crítico con respecto a la modernidad (en el sentido amplio del
término), hostil a las ciencias sociales, al marxismo y al hegelianis­
mo «de izquierda» (como lo atestiguan sus polémicas con Alexan­
dre Kojéve), Strauss contribuirá, a partir de 19 4 5, al renacimiento
de la reflexión filosófico-política en el campo occidental y termi­
nará incluso por ejercer, a partir de los años sesenta, una influencia
considerable sobre una fracción de la intelligentsia de derecha en
los Estados Unidos, influencia que posteriormente resultará deci-
217
H IST O R IA D E LA FILO SO FÍA E N EL SIG LO XX

siva en estudiosos como Alian Bloom. E l camino que propone no


deja de ser una vía estrecha. difícil entender, en efecto, cómo el
ideal socrático al que apela— el de una «república aristocrática» o
de una «aristocracia universal»*'^^—rpodría resolver de una vez to­
das las contradicciones características, hoy en día, de la democracia
liberal. Por otra parte, y en definitiva, sea cual sea el interés de su
lectura d^la^fítosofía europea, S _ y y ^ j i o ^ n s i p ie aportar m_ás_gue

qué lg.,xazóiL.DnGÍdental «ha^ocomenza dQ.ra.xr.nar. Y por que encade-


namienj^de^<<err.cu^;uhaXenido^quejieggmbQc^
deí^sigío XX,.
D e hectiOy semejante cuestión, cuya fonnuladon-Xmmg?:^-^^^
despiadada lucidez así como u m A ^d adeigj^eoría crítica»
no será ream ente p k n ^ d a , e n ^ su_^
f^ d id jd , sin dos eÍQlia3 Qs"akm^gg-
Theodor V n Adorno.

4. LA IN STRUCCIÓ N DEL PROCESO

Cabe mencionar que los Estudios sobre la autoridad y la familia ( i 9 3 ^)>


pubhcados en París por los miembros exiliados del Instituto de In­
vestigaciones Sociales de Frankfurt, constituyen la primera obra de
ese grupo de investigadores realmente colectiva y basada en inves­
tigaciones empíricas. Permanecerá, durante dos décadas, como la
única.
Los fi'ankfurtianos son, en efecto, a despecho de sus declaraciones,
antes filósofos que sociólogos, más bien inclinados a la teoría que a la
investigación de campo. Por otra parte, resultan desconcertados por las
conclusiones de su propio trabajo-^—que indican un debilitanuento de
la autoridad en la familia burguesa precisamente en el momento en
que, en toda Europa, los progresos del fascismo revelan, al contrario,
un refuerzo generalizado de las estructuras autoritarias.
Vale la pena observar, al respecto, que los investigadores del
Instituto, aunque judíos y lectores de Marx, se quedan durante bas-

14 2 . L e o S tra u ss y Jo s e p h C r o p s e y , Hirto/Ve de la philosophie politiqtie ( 1 9 6 3 ) ,


tra d . fr. (a p a rtir de la 3 “ ed ., 1 9 8 7 ) , P a rís, P U F , 1 9 9 4 , p. i o 3
7 - c a sL : Histo­
ria de la filosofía política, M é x ic o , F C E , 1 9 9 4 .]

218
0
PENSAR A U SC H W ITZ .
cantes años sin verdadera respuesta por lo que respecta al triimfo ,©
del nacionalsocialismo en Alemania. N o subestiman ciertamente la ©
gravedad del fenómeno, puesto que emigran. Pero experimentan
la impotencia de sus habituales instnunentos de análisis para ■©
afrontar esos inauditos acontecimientos.
Estas dificultades de fondo, agravadas por disensiones entre los ..C-■)
exiliados— desde su llegada a los Estados Unidos, Fromm se aleja

del grupo, con el que terminará por romper en 19 39 , mientras que
©
Marcuse, por su parte, toma distancias progresivamente— , bastan
para explicar que los miembros de la escuela de Frankfurt no pu­ .0
bliquen demasiados textos importantes durante los años treinta y el o
comienzo de los cuarenta. Marcuse redacta (19 37) su primer ensa­ ;a
yo sobre la teoría de la cultura. Adorno continúa reflexionando so­
bre el jazz en un artículo de 1936 que ya se ha mencionado y la mú­
sica de W agner (1939). En cuanto a Horkheimer, a pesar de soñar T-O
con una gran obra sobre la lógica dialéctica— que duda en empren­
der solo, por el temor de no poseer la culmra filosófica suficien­
te— , se limita a escribir algunos artículos.
Dos de ellos, «La disputa sobre el racionalismo en la filosofía
contemporánea» (1934) y «Teoría crítica y teoría tradicional»
(19 37), le ofrecen la oportunidad de marcar su oposición no sola­
mente con el Círculo de Viena, sino con el «positivismo» en ge­
neral, cuyos partidarios defienden— según él— ^una concepción es­
trictamente científica de la radonalidad; miennras que Horldieimer ©
ante todo ve en la razón el instrumento de una crítica al «desorden .©
establecido». «Teoría crítica» se convierte además, a partir de 19 37,
en el nombre bajo el que los miembros de la escuela de Frankfijrt
presentarán en adelante su programa filosófico.
©
Sin duda la filosofía de la historia de W alter Benjamín— cuya
colaboración busca el Instituto desde 19 3 6 — habría podido apor­
tarle un nuevo aliento: pero Benjaniin no llegará jamás a Nueva
York. Al contrario, sus escritos— cuyas tendencias románticas ha­ 'v)
bían disgustado en un primer momento a Horklaeimer— terminan o
por provocar—^gracias a la mediación de Adorno— una lenta evo­ i
lución en el pensamiento del director del Instituto. Contribuyen a Q
apartarle a la vez del marxismo «riguroso» de su juventud y de la •©
idea de que las ciencias sociales podrían tomar el relevo de la filo­ ■©
sofía. Consecuencia de esta evolución: Horkheimer se aproxima a
O
Adorno y le hace saber, en diciembre de 1936, que aprecia particu-
■O
219
H IST O R IA D E LA FILO SO FÍA E N E L SIG LO XX

lamiente su «mirada afilada por el odio a lo e x is te n te » ,d ic h o de


otro modo: su espíritu crítico pero no sistemático, su aptitud para
descubrir la cara escondida de las cosas. En abril de 19 4 1, cuando
Horkheimer abandona Nueva York para instalarse en Los Angeles,
Adorno le sigue sin tardanza. Comienza entonces, entre los dos
hombres, una estrecha colaboración, de un género muy raro en la
historia de la filosofía, y que la prueba de la guerra no hará sino re­
forzar.
Es en efecto en el año 19 4 1 cuando las primera^ masacres de
judíos a gmn
cTír por más tiempo la cuestión del Ba^^ influencia
del pensamiento de Benjamin^ Adonm
dadero problema, en este punto, no es el ifíacaso de la^rgm hición
inaixista, sino más bien el fracaso de la misma civilización y el
líriunfo de la b arb arj^T fó ^ían ]^n te H o ^ conyen-
RSL^£?JSái2íLáÉjL^§..^5tsas rínoj^M^ , decide.xnapren-'
der la redaccmn de un hbro^n común_con Adorno— unj i b r o cuyo
típiio propone est^ último: P i^ c t iM deJ^a U u ^ der
Aufkldrun^, Acabada en CaUfornia en 1944, la obra es publicada
ti es años más tarde en Amsterdam.

Aufkldrung, en ese trabajo, no designa solamente el Siglo de las


Luces— marcado por la gran ofensiva de la razón sino, de una
manera más general, el movimiento por el que la razón tiende a
gobernar, desde la Grecia antigua, el conjimto de la vida social y
cultural de Occidente. L o que nos proponen los autores es, pues,
claramente una «historia de la razón», de Platón a Auschwitz.
O más exactamente, algunos elementos >para ella pues la obra,
honestamente subtitulada «Fragmentos filosóficos», no está ni
sistemáticamente construida, ni verdaderamente acabada, e inclu­
so presenta ciertas disparidades debidas al hecho de que el pri­
mer fragmento parece haber sido inspirado principalmente por
Horklieimer y el segundo por Adorno.
,A primer vinazo, el lector se enfTenj^jjría_cuestipn_ d ^

14 3. C a r t a d e H o r k h e im e r a A d o r n o , citad a p o r R o l f W ig g e r s h a u s , L École
Francfort^ trad . fr., P a rís, P U F , 1 9 9 3 , p. 1 5 5 .
PENSAR AU SCH W ITZ

^:Por qué la^hurnarudadA-Cuanda dispone— gracias a su desarrollp


n^ e r ia l— de los medios cada vez_má^_pnd_erosos para ronspgiiii:.Ia
..^ c id a d , se ha_deslizadQ enjo^dosjxldmos siglos por la ppnrjir^Tit^,
Í^ia>¿a£baJde2.¿CQmo ^ h a íxaasFnrmadn el prngrrf^O rPgr^QÍ¿n
XÍgLXi^ n en su coimaiÍQ? A esta pregunta, los autores responden
mostrando (primer fragmento: « E l concepto de Ilustración») que
razón y su contrario— el mito— , lejos de ser exteriores e incon­
mensurables entre sí, no han dejado nunca de mantener vincula­
ciones dialécticas de identificación mutua. Pues, si la razón ha
nacido emancipándose del mito— como lo revela el análisis de la
épica homérica, contemporánea a ese nacimiento— , ha tenido, en
lo sucesivo y a su vez, que hacerse mito, para así combatirlo mejor.
Entre esos «mitos racionales» de una terrible ambigüedad figu­
ra en primer lugar la creencia moderna en la omnipotencia de la
ciencia y de la técnica, así como en el carácter ilimitado de su pro­
greso. Esta creencia acompaña, desde el Renacimiento, el esfuerzo
llevado a cabo por los hombres para convertirse en señores de la na­
turaleza. Pero la victoria alcanzada por ellos entraña, como contra­
partida, su alienación. El reino de la ciencia objetiva no se ejerce
solamente sobre las relaciones de los hombres con el mundo. Se
extiende a las relaciones de los hombres entre sí. Encarnándose en
el Estado moderno, provoca la reificación de la existencia social, la
colonización de la vida co ti diana--—incluyendo la vida privada-—por
una administración totahtaría y anónima. Entre la democracia nor­
teamericana y el fascismo hitleriano no hay, desde este punto de vis­
ta, sino una diferencia de grado. El segundo no hace sino llevar a un
nivel de horror hasta el momento desconocido la tendencia a la ani­
quilación del pensamiento y a la masificación de los individuos que
existe— al menos en estado latente— en todo sistema de tipo capita-
lista. pues, el reino de la ciencia objetiva— bauti?:ada ppr
como.^4jQsitivismo>>—
la^;^ o, más exactamcJXw
te, de la «deriva» catastrófica del mundo occidental en el siglo xx^
Semejante crítica del «positivismo»— con el qr.e se identifica,
según los autores, una parte importante de la filosofía europea, de
Descartes a Russell— no deja de recordar la que, veinte años antes,
Heidegger desarrolló apoyándose en Spengler. Sus verdaderas re­
ferencias teóricas, no obstante, haii de buscarse más bien en el pen­
samiento de Benjamín, en las reflexiones de Nietzsche y Freud so­

lí i
H IST O R IA D E LA FILO SO FÍA E N E L SIG LO XX

bre la crudeza del proceso civiHzador, incluso en el humanismo del


joven Marx.
Por otra parte, Horklieimer y Adorno renunciaron—-a dife­
rencia d e T íe iH ^ g e r— a la ambición de «superar» la filosofía._S.u
proye^o^se^d^e^ e m como <<pna critica.de la filQSo.fía-qHe,
en^tanto Qu^e_tah no qmere syrifí^^ la filQ sp fí^ > .^ D e que_el
p o s itivismo»— en ^ l jentido que l e ^ ^ a este término— consti-
mye una no se sigue que,,en_efh£tQ^^
tenga que r^nun^ia r j i J a j a z ^ —lo que reclama más coraje
y clarividencia— que es urgente aprender a sengrar^ e n Ja ja z ó n ,
los.elem entosjie^ de los^residim sputio^^ £sa^ehe^,_

Consagrado a la «producción industrial de bienes culturales»,


el segundo fragmento constituye un buen ejemplo de cómo los in­
vestigadores de Frankfurt utilizan la «microsociología» de la vida
cotidiana como apoyo— o pretexto— de su filosofía de la historia.
Allí se encuentra un análisis de la cultura popular norteamericana
de los años cuarenta (radio, films, revistas...), destinado a mostrar
que esos bienes culturales, producidos en serie en función de nor­
mas racionalmente elaboradas, no sirven de hecho sino para mixti­
ficar a las masas con el fin de perpetuar su sujeción. Estas pági­
nas— animadas de un antiamericanismo típico de la mentalidad
europea izquierdista de entonces—-pretenden sobre todo mostrar,
con im ejemplo preciso, la situación de «depravación» espiritual en
que se encuentra el país más desarrollado del mundo. La derrota
del fascismo, sin duda, no lo resolverá todo según Horkheimer y
Adorno, puesto que no detendrá la «m asificación» de la cultura
y de la sociedad occidentales.
El último gran fragmento, «Elementos del antisemitismo»,
constituye— con el trabajo de Hannah Arendt (1 9 5 1 ) sobre los orí­
genes del totalitarismo— uno de los primeros esfuerzos, en la filo­
sofía contemporánea, para explicitar las raíces de la persistente
estupidez que, a través de las épocas, constituye el fundamento or-

14 4 . E s t a fó rm u la fig u ra e n el p re fa c io re d a c ta d o en 1 9 ^ 9 H o r k h e im e r y
A d o r n o para una n u e v a e d ic ió n de Dialektik der Aufklanmg\ trad. fr. c o n el títu lo La
dialéctique de la raison^ P a rís, G a llim a r d , co l. T e l , P- H ^rad. cast. de J u a n
Jo sé S á n c h e z : Dialéctica de la Ilustración: Fragmentos filosóficos^ M a d r id , T r o t t a ,

1994*1
PENSAR A U SC H W ITZ
'C-f
dinario de todo odio a los judíos. Pensar el antisemitismo conlleva,
para la razón, tratar de pensar sus propios límites. Los autores, sin ©
embargo, no se hacen demasiadas ilusiones sobre el éxito de sus es­
fuerzos. Saben que el antisemitismo no puede explicarse ni por ■©
argumentos biológicos, ni por razones económicas, ni siquiera^— a
pesar del secular resentimiento cristiano— por motivos puramente
teológicos. 'o
Para ellos, tan sólo una investigación que se apoyara en el psi- ú)
coanáhsis— por ima parte— y en la historia de las mutaciones
O
sociales y culturales atravesadas por Occidente desde el final del
mundo antiguo— por otra— permitiría comprender que lo que fo­ íi
caliza el odio contra los judíos ha de buscarse en la concepción ju­ '©
día de la felicidad, en el valor absoluto que el judaismo concede al
respeto de la L ey entendido como fin en sí mismo, así como en el ■©
retiro, el desapego mesiánico en relación al curso de la historia ^■ O
mimdial, que resultan de ello. ¿Sería el judaismo el último fer­ :í
mento de resistencia espiritual a la onmipotente dominación del
«positivismo» sobre la existencia social de los hombres «civiliza­
dos»? Se podría, en todo caso, entresacar de esta hipótesis una ex­
plicación de la constancia con que ciertos «civilizados», aplasta­
dos por el progreso de esa civilización que ha perdido todo
sentido de los valores, experimentan la necesidad— para soportar
sus propios sufrimientos— de perseguir con su odio la última «mi­
noría» capaz de dar fe, solamente con su mera existencia, de su
fracaso metafísico.
A modo de conclusión, Horkheimer y Adorno observan que el
nazismo, haciendo del antisemitismo la clave de su programa, ha
hecho realidad uno de los más antiguos fantasmas antisemitas:
puesto que constituye el escándalo por excelencia de la razón mo­
derna, el genocidio nos obliga a considerar en la actualidad el pro­
blema judío como el «punto de inflexión de la historia».
Gracias a la ayuda económica del American Jewish Committee,
el esbozo de ima teoría del antisemitismo contenido en Dialéctica de
la Ilustración suscitará, a partir de 1945, nuevas investigaciones, apo­
yadas por pesquisas empíricas más precisas, en las que participaron
sociólogos y psicólogos como Bruno Bertelheim (1903-1990). Esas
investigaciones desembocan a su vez en la publicación de una obra
Q
14 5. La Dialectique de la raison^ op. cit., p. 2 0 7 .

223
H IST O R IA D E LA F ILO SO FÍA E N EL SIG LO X X

colectiva, Estudios sobre el prejuicio (1949)— título que remite evi­


dentemente a los prejuicios racistas. Titulada «L a personalidad au­
toritaria», la primera parte (1950) de esta obra expone el resultado
de un trabajo dirigido por Adorno, referente a los complejos— en el
sentido freudiano del ténnino— capaces de favorecer la adhesión a
las ideologías de tipo fascista. Diversos psicoanalistas seguirán, en
las décadas siguientes, este tipo de investigación.

Mientras tanto, la guerra ha terminado. N o sin aprensiones, H ork-


heimer y Adorno se deciden a volver a Alemania. E l primero re­
cupera su cátedra en la Universidad de Frankfurt, de la que será
rector en 19 5 1 . E l mismo año, reinstala en su ciudad de origen el
Cí ' Instituto de Investigaciones Sociales, cuyas actividades se reanu­
dan poco a poco. Terminará, cuando se jubile (1958 ), por confiar
la dirección a Adorno. Durante este período, Horkheimer sólo pu­
blica unos pocos textos nuevos. Se tendrá que esperar a la aparición
póstuma de sus Notas críticas (1974) para apreciar en su justo valor
su última filosofía de la historia.
Escalonadas durante una veintena de años (19 4 9 -19 6 9 ), esas
notas tomadas día a día atestiguan la radicalización creciente del pe­
simismo congénito de Horkheimer. Ciertamente, el final de la gue­
rra significa el repicar fúnebre para el nacionalsocialismo, pero la
barbarie no ha hecho más que seguir desarrollándose bajo otras for­
mas. Si bien continúa utilizando todavía las categorías del materia­
lismo histórico para comprender el funcionamiento de las sociedades
contemporáneas, Horkheimer identifica, sin lá menor indulgencia
para ambas, las dictaduras brutalmente ejercidas en nombre del co­
munismo y las técnicas más insidiosas de idiotización de las masas
que se esconden bajo el paraguas liberal. «Oeste y Este, a fin de
cuentas, no constituyen en absoluto la antinomia en la que quieren
que creamos».

14 6 . M a x H o r k h e im e r , Notes critiques^ tracl. fr., P a rís, P a y o t , 1 9 9 3 , p« 6 8 . L a


p rim e ra e d ic ió n alem an a de las Notizen ( 1 9 7 4 ) c u b re el p e río d o 1 9 5 0 1 9 6 9 , m ie n ­
tras q u e la se g u n d a e d ic ió n , lig e ra m e n te a u m en tad a, c o rr e sp o n d ie n te al sex to de lo s
d ie c in u e v e v o lú m e n e s de los d o c u m e n to s re u n id o s d e H o r k h e im e r (F r a n k fu r t,
S . F is c h e r , 1 9 8 5 - 1 9 9 6 ) , c u b re el p e río d o 1 9 4 9 - 1 9 6 9 .

224
PENSAR A U SC H W IT Z

Sin embargo, aunque desespera de todos los movimientos co­


lectivos que afirman estar inspirados por la clase o bien por la na­
ción, Horkheimer no llega a resignarse del todo a la situación mun­
dial tal como está. Como verdadero partidario de las Luces, cree al
menos en la posibilidad, para el individuo, de actuar de manera que
disminuyan los suftimientos de otros individuos, aun cuando, para
designar esta actitud pragmática, lamenta no encontrar un término
mejor que el de «humanismo>:>— que le parece un «pobre lema
provincial de im europeo medio c u lt iv a d o » .M a l comprendido
en la época de la guerra firía, el eslogan en cuestión recuperará no
obstante una cierta actualidad después del final de la contienda.

En cuanto a Adorno, después de haber intentado proseguir la in­


vestigación esbozada por la Dialéctica de la Ilustración en ima reco­
pilación de breves fragmentos— Minima moralia (1951)— ', se consagra,
a partir de su retomo a Frankfurt, a sus cursos en la universidad
(que le ha ofrecido una cátedra) así como a trabajos de sociología y
de estética. Literatura y música continúan estando en el centro de
sus reflexiones. Aimque sus preferencias personales se dirigen a
Schonberg y la escuela dodecafónica {Filosofía de la nueva miísica^
^949)» observa con atención, en los años cincuenta, los progresos
de la música aleatoria (Stockhausen).
En 19 6 1, un coloquio organizado en Tubinga por la Sociedad
Alemana de Sociología ofrece la ocasión a Adorno y Ha bermas
— quien es desde 19 56 su ayudante en Frankfurt— de una confron­
tación directa con Karl Popper y el filósofo alemán Hans Albert,
considerados por ellos como los representantes de ese «positivis­
mo» que denunciaba la Dialéctica de la Ilustración, De sus encuen­
tros saldrá un libro— Fa disputa positivista en la sociología alemana
(1969)— donde se encuentran recogidas las intervenciones de unos
y otros.
Si bien en este momento la «discuta» está un poco cogida con
alfileres, en_eJla^ubyace la incomparibilidad de gne <;pp;irg
jos puntos de vista de Popper y_d^ Adorno. HostiLa la dialéctica
hegehana así como a la de Marx, el primero pretende garantizar la

14 7. Ib id ., p. lo o .

225
H IS T O R IA D E LA F IL O S O F ÍA E N EL SIGLO X X

objetividad y la neutralidad pó l i z a del método soeiológicck-jR^


x;iencia$ sp^iales noLdeben ser consideradas, según
ángulo diferfflte ai de la£ ^ cie n cb ^ d £ j£ ji^ jEsta^pia^ciún,
como se recordará, era la de Carnap-—si bien-Ropper haj;ghu^ado
siempre dejarse identificaLgQn_eJj[lLt£U^ Y C a r -
nj ^ ^ b í a f f ^ e r í pQiLSu parte, una- simfia^^
mo que P jo ^ p e ^ s .tá J^ jo ^ d e jx ^
giste en quipt^r .vüioiúar, la iaygstig^cióa^^^^^^ una. <<tenria
crírica>> d decir^ a jm \^a^^
tran^qrmació^^^^ De esa «disputa», que no tendrá una
conclusión clara, se retendrá sobre todo la violencia— a veces des-
mesiu*ada— de los ataques lanzados por Popper contra las ideas de
Adorno y particularmente contra el lenguaje de éste, calificado
de «oscuro» y de «trivial». Cabe notar que idénticas críticas serán
dirigidas por Adorno mismo al lenguaje de Heidegger, en un estu­
dio consagrado al último: de la autenticidad (1964).
Poco tiempo después, Adorno retorna a la filosofía fundamen­
tal con un gran libro— Dialéctica negativa (j.g 6 6 )— fruto de diez
años de trabajo. Privado— como su título sugiere^— de todo conte­
nido «positivo» y escrito en un lenguaje sobrio pero de gran difi­
cultad, este atípico texto puede ser considerado, a su vez, como una
continuación de la historia cultural de Occidente esbozada en Dia­
léctica de la llunración. Sin embargo, no se apoya en las ciencias so­
ciales— rechazadas por su «positividad»— ni en una investigación
empírica, a pesar de que los análisis concretos florecen en cada una
de sus páginas. Sin duda hay que leerla como el resultado de una ten­
tativa desesperada, por parte de Adorno, para condensar una teoría
de la sociedad— demasiado amplia para ser llevada a cabo— y para
extraer, de sus solas experiencias existenciales, las grandes líneas de
una filosofía cuya ambición sería «superar» de una vez por todas
las «metafísicas» anteriores: la de Hegel por supuesto— culpable
de haber reabsorbido lo «negativo» en el triunfo final del espíritu
absoluto— pero también la de Heidegger, condenada por sus im ­
plicaciones políticas— entre otras.
E l libro se abre con una paradoja: si la filosofía está todavía viva,
es porque le falta interrogarse por las razones de su fracaso, es de­
cir, de su impotencia para transformar el mundo liberando al hom­
bre alienado. Sigue una crítica en toda regla del pensamiento hei-
deggeriano, dirigido no sólo contra su.irracionalismo sino también

226
PENSAR A U SC H W ITZ 0
©
contra como Ser y tiempo «ontoJogiza» la historia;*'^® dicho de oü*o
©
modo, considera la situación existente— sea cual sea— como diri­
gida por el Ser mismo. Tal actitud explica, según Adorno, el ulte­
rior desliz del maestro de Friburgo hacia la apología del orden O
establecido, por consiguiente, del nazismo. En contraste con ese ©
«positivismo» político y, más en general, por oposición a toda la :©
tradición del idealismo alemán de donde procede, en lo sucesivo
Adorno se remite menos a Marx que a una «lógica de la disloca­ ''O
ción»'"^^ o de la pura negarividad. Es decir, de un pensamiento que, ;-0
renunciando a las facilidades de la «síntesis» hegeliana, rehusaría
O
conciliar ilusoriamente los contrarios proclamando su identidad
final.
:O
Ninguna síntesis, en efecto, es posible mientras un solo hombre
sufra a causa de otros hombres. «El más pequeño signo de sufrimien­ ■©
to absurdo en el mundo empírico desmiente toda la filosoñ'a de la :
identidad que quiera hacernos olvidar este suffimiento»,^^^ escribe C) \
Adorno, haciéndose eco de una reflexión de G eorg Simmel, quien o i
«se sorprendía de que la historia de la filosofía deje aparecer tan
poco los sufrimientos de la humanidad».*^' Identificado con la
negarividad, el dolor constituye, pues, el motor de la dialéctica ■
adorniana. Los tres últimos capítulos del libro ofrecen un resumen
0
concreto del funcionamiento de ésta. El primero va destinado a re­
es
definir la libertad a partir de una critica de la formulación que daba
Kant. El segundo ataca la filosófica hegehana de la historia y parti­
cularmente la noción de «espíritu del pueblo» {Volksgein), funda­
mento de todas las místicas nacionalistas y reaccionarias. E l terce­ y®
.■
ro, finalmente, nos remite a la interrogación sobre la posibilidad de
una metafísica en la actualidad— dicho de otro modo, «después de
Auschwitz».
Después de Auschwitz, dice Adorno, «toda afirmación de la
positividad de la existencia» no puede ser sino «palabrería».
W
«Auschwitz ha probado de manera irrefutable el fracaso de la cul­
©
tura [...]. Toda cultura posterior a Auschwitz, incluyendo su ur­
©
gente critica, no es más que un cúmulo de inmundicias».'^^ Ausch­
witz destruye, en suma, toda esperanza de reconciliación de la filosofía O
e

1 4 8 . T h e o d o r W . A d o rn o , Dialectiqn£ négative^ p. 6 8 .
1 4 9 . Ib id ., p. 1 1 8 . 1 5 0 . Ib id ., p. 1 6 1 , 1 5 1 . I b id .,p . 1 2 4 . G)
1 5 2 . Ib id ., p. 2 8 3 . 1 5 3 * Ib id ., p. 2 8 7 .

227
H IST O R IA D E LA FILO SO F ÍA E N EL SIG LO X X

con la experiencia. Después de Auschwitz todos somos culpables,


al menos en el sentido de la culpabilidad metafi'sica evocada por
Jaspers. Ai mismo tiempo, Adorno afirma que esta culpabilidad es
lo que nos obliga aún a filosofar— y lo único. En efecto, la filosofía
debe medirse por la existencia del mal absoluto. Debe esforzarse, si
bien no por pensarlo (¿es pensable?), sí al menos por afrontarlo. Si
no lo liiciera, si por impotencia o por cobardía rechazara esta con­
frontación, no serviría para nada. N o habría ninguna diferencia
entre ella y «la música de acompañamiento con que la SS gustaba
de cubrir los gritos de sus víctimas».
L a salida de este oscuro combate resulta incierta. Sin embargo,
el «nihilismo» materialista del último Adorno— que rechaza por
adelantado y por principio toda tentativa de dar un sentido a la
muerte— no desemboca más que el pesimismo del último Hork-
heimer en algún tipo de resignación. A pesar de su esencial incom-
pletitud, la dialéctica negativa proporciona elementos para dos for­
mas de salvación.
L a primera es de orden ético. Igual qué Horkheimer, Adorno
cree en el individuo, y únicamente en él. Admite, pues, que la ac­
ción individual no sea, a priori^ inútil. «Pensar y actuar de manera
que Auschwitz no se repita, que no suceda nada p a r e c i d o » : t a l es
después de Hitler el nuevo imperativo categórico^— un imperativo
tan obligatorio como el de Kant, incluso si resulta difícil encon-
aarle un fundamento absoluto, en razón del rechazo adorniano
de toda trascendencia religiosa. H ay que admitir aquí que la ética,
para hacer valer sus exigencias, no tiene necesidad en absoluto de
Dios, ni de ningún policía: es a cada uno de nosotros— si quere­
mos dar un sentido a nuestra existencia^—a quien corresponde es­
tar vigilante.
Subordinada a la primera, la segunda forma de salvación remite
a la estética. Contrariamente a la tentación schopenhaueriana de eri­
gir en un absoluto la desesperación. Adorno tiende a considerar que
«el curso del mundo no está absolutamente cerrado [...]. Por frágil
que sea en él todo signo del Otro, por desfigurada que sea toda fe­
licidad en tanto que revocable, [...] está al menos [el ser] atravesa­
do por promesas de ese Otro, constantemente traicionadas».
Traicionadas pero también reveladas, a su pesar, por las «bellas apa-

1 5 4 . Ib id ., p. 2 8 6 . 1 5 5 . Ib id . 1 5 6 . Ib id ., p. 3 1 5 .

228
PENSAR A U SC H W IT Z

riencias» de la obra de arte y por la emoción que esas apariencias


suscitan, esas «promesas de felicidad» a las que nadie puede resistirse.
Com o Nietzsche, Adorno invita, pues, al filósofo a hacerse ar­
tista, a presentir la misteriosa proximidad del concepto y de la in­
tuición, de la verdad y de la locura. Esa llamada a una trascenden­
cia inmanente, exigida por la mirada de un filósofo-esteta «que no
quiere que el mundo pierda todos los colores»,'^^ constituye el
enigma final de un libro que— treinta años después de su primera
aparición— no ha librado todavía sus secretos.
Hay que decir que Adorno no tendrá demasiado tiempo para ex­
plicarse: muere tres años más tarde en plena revuelta estudiantil.
Sin embargo, su Teoría estética— publicación póstuma (1970)— ven­
drá a completar la Dialéctica negativa subrayando que hay una con-
vergencia real entre arte y filosofía— la razón de esa convergencia
está en su común aptitud para producir, por medios diferentes, una
crítica de la sociedad capitalista en la época de su «descomposi­
ción».
Trabajo considerable, tanto por la ambición que lo anima como
por la cultura que lo sustenta, la Teoría estética parte de la cuestión
qne— desde 19 4 5 — persigue a Adorno: «Se ha hecho evidente que
todo lo que concierne al arte ya no está asegurado [...], incluso su
derecho a la existencia. [...] El lugar y la función del arte en la
sociedad se han vuelto inciertos».'^® Siguen largas disertaciones
— marcadas por la influencia benjaminiana— sobre el «contenido de
verdad» de la obra de arte, sobre sus relaciones con el hecho social,
sobre las transformaciones sufi’idas en la era tecnocrática— ima era
caracterizada por el reinado del dinero, de los medios de comuni­
cación y de la burocracia. De todas maneras, a medida que se desa­
rrollan esas reflexiones, emerge igualmente la idea de que el arte,
como la filosofía, debe sobrevivir a Auschwitz, puesto que es a su
vez un medio de vigilancia política contra los extravíos de la razón.
L e bastará únicamente, para cumplir cón esa función, con dejar de
ser un puro juego narcisista. Y darse cuenta de que su misión es
conservar la traza del dolor— a fin de ser mejor testimonio en con­
tra de él— infligido al hombre por el hombre.

1 5 7 . Ib id .
1 5 ^ ’ "T h e o d o r V\^. A d o r n o , Théorie esthétique^ n u e va trad. £r., P a rís, K J in c k -
Teoría estética^ M a d r id , T e c n o s ,
sie c k , 1 9 8 9 , p. 1 5 - [T r a d . cast. de F e m a n d o R ia z a :
19 7 1-]

229
f
H I ST O R IA DE LA FILOSOFIA EN EL SIGLO XX

«¿Q u é sería del arte en tanto que escritura de la historia, si se


desembarazase del recuerdo del suftimiento a c u m u l a d o ? » . C o n
esta nueva pregimta, dirigida tanto a los pensadores como a los ar­
tistas y, además, a todos los hombres, termina la obra angustiada de
un filósofo que ha ido tan lejos como ha podido en la instrucción
del proceso a la razón y la Ilustración. U n proceso cuya apertura ha
sido requerida por la simple existencia del nacionalsocialismo. Y cuya
instrucción, medio siglo después del final de la guerra, dista mucho
de haber acabado.

1 5 9 . Ib íd ., p. 3 3 0 .

230
■i I

■i
O

E N L A G U E R R A F R IA ■©

■7;)

I . LOS PARTIDARIOS DEL LIBERALISMO

M il novecientos cuarenta y cinco es un año extraño. En el espacio


de seis meses ha terminado una guerra mundial que ha durado seis ■■®
años, mientras que comienza otra que va a durar cuarenta y cuatro.
■ .:
En su intersección, dos fechas fatídicas: el 6 y el 9 de agosto.
Esos días, la aviación norteamericana destruj^e, utilizando por
primera vez armas atómicas, las ciudades japonesas de Hirosliima y
Nagasald. Las bombas matan en pocos instantes a ciento veinte mil
personas y hieren a muchas más. Provocan estragos irreparables ■ :0
para el medio natural y un trauma psicológico de alcance mundial. ■©
En adelante, la humanidad vivirá a la sombra de una nueva amena­
za: la del apocalipsis nuclear. ©
¿Era indispensable tamaño asesinato masivo para asegurar la ■ Cj)
victoria de los Aliados sobre las potencias del Eje? De hecho, a ini­
cios de agosto de 19 45, los alemanes ya hace tres meses que se han
©
rendido. Los japoneses, por su parte, están condenados a capitular.
Bastaría con algunas semanas para agotar sus últimos deseos de re­
sistencia. Pero el verdadero problema, para los Estados Unidos, no '■ ;■ ©
está aquí. Pues, desde mayo, todo ha cambiado. ■;©
En efecto, al conocer el suicidio de Hitler, América ha creído ... o
haber terminado con el nazismo. Por un singular error de análi­
sis, provocado por su deseo de olvidar su parte de culpa en la •/ €?
Shoah, los países occidentales han escogido en su mayoría— a 7 ©
partir de ése momento^—^minimizar la importancia del fenómeno 7 ©
nacionalsocialista. En lugar de reconocerlo como lo que es real­
mente: la expresión política, exacerbada por la moderna organi­
zación burocrática y técnica del Estado, de una obsesión de « pu­
reza racial» (en este caso, el antisemitismo) cuyas raíces están
profundamente ancladas en la cultura occidental, han preferido

^31
H IST O R IA D E LA F ILO SO FÍA E N EL SIG LO XX

no ver sino el producto de una patología excepcional (la del aisla­


do individuo Hitler) o de una historia local (la de la Alemania de los
años veinte).
Desde mayo de 19 4 5, pues, el nazismo— del que nadie quie­
re creer que pueda no haber desaparecido con Hitler^—^ha dejado
bruscamente de ser el enemigo principal del mundo «libre». Ha
0/;); sido reemplazado por un nuevo enemigo: el comunismo. U n co­
-:v’ munismo «oriental» que encarnan la U R S S y, más al este, las fuer­
zas revolucionarias que agitan China.
Frente al avance de las tropas soviéticas en Europa occidental,
frente al ascenso de la insurrección maoísta, la administración nor­
teamericana se propone reaccionar con rapidez. Si decide asestar
un fuerte golpe, no es sólo para finalizar los combates en el Pacífi­
co. Es también para lanzar ima advertencia a los soviéticos. Así, la
bomba de Hiroshima es a la vez el último acto de la guerra con el
C.). Eje y el primero de un nuevo conflicto que pronto se llamará la
guerra «fría».
Esta será planetaria, como la Segunda Guerra mundial. T erm i­
nará, sin embargo, sin previo aviso, el 9 de noviembre de 1989, con
el desplome del muro de Berhn— símbolo de la división de Alema­
nia, de Europa y del resto del mundo en dos campos: capitahsta y
comunista. Debido a esta partición del mundo, Europa habrá co­
nocido, durante medio siglo, una especie de paz armada: de común
acuerdo, en efecto, las dos superpotencias— norteamericana y so­
viética— evitarán enfrentarse militarmente sobre ese terreno «sen­
sible». Pero no temerán hacerlo, por contra, en Corea, en V iet-
nam, en África, en América Latina. L a llamada guerra «fría» no lo
será en todas partes. Matará más en los países en proceso de desa­
rrollo, en conflictos locales, geográficamente limitados, de incier­
ta salida— ^y que no habrán servido de nada. De nada, sino para
mantener la presión, por ima parte, y, por otra, para acabar de
arruinar a los países en cuestión, privándolos de los medios para lo­
grar su despegue económico. Prenda de paz y de seguridad para
una Europa cortada en dos, la guerra será tma verdadera tragedia
para el resto del globo, abandonado a absurdas rivalidades políti­
cas, a la miseria y a la dictadura.
Vista desde Occidente, donde triunfará en los años sesenta la «so­
ciedad del consumo», esa tragedia no será demasiado comprendi­
da. Entre los filósofos, algunos escogerán ignorarla, ya sea porque

232
E N LA G UERRA F R IA

no les incomoda, ya sea porque estiman que la filosofía no debe


mezclarse con la historia. Consiguiendo la triple gesta de olvidar
Auschwitz; de dar la espalda al telón de acero y cerrar los ojos ante
los dramas cotidianos del Tercer Mundo, se comportarán como si
la razón no hubiera sido utíhzada para la acción y la filosofía care­
ciera de consecuencias sociales— como si el único porvenir posible,
para esta última, residiese en la exploración de los meandros de la
subjetividad, o bien de los procedimientos formales del discurso
científico. L a época les parecerá muy apacible a algunos herederos
de la fenomenología y a algunos adeptos del análisis lógico-lin­
güístico. Los primeros polemizarán ocasionalmente con los segun­
dos. Pero unos y otros estarán de acuerdo al menos en este punto
preciso: la necesidad, según ellos, de preservar su reflexión «profe­
sional» de todo contacto con el mundo.
Otros, por el contrario, tomarán partido. Elegirán su campo,
no solamente como hombres de acción, sino también como fi­
lósofos sinceramente convencidos de que sus posiciones teóricas
— sobre la naturaleza de la mente o el funcionamiento de la cien­
cia— comportan determinados compromisos en el orden ético y
político.
Entre estos últimos, se encuentran defensores del liberalismo
occidental (Popper, Aron), pero también un filósofo para el que la
hbertad será más importante que el liberalismo (Sartre), otro que
consagrará su vida a la búsqueda de una «tercera vía» (Marcuse),
otro— finalmente— que creerá posible salvar el marxismo al darle
un nuevo sentido (Althusser). Sin embargo, en un momento u
otro, todos deberán afrontar el desmentido que la realidad se en­
cargará de infligir— en grados más o menos graves— a sus esperan­
zas y a sus teorías.

Por una singular ironía; el principal pensador del campo occiden­


tal durante toda la guerra fría, sir Karl Popper, es a su vez un anti­
guo comunista. El arquetipo, en cierto sentido, de ese comunista
«arrepentido» cuya figura, a partir de la insurrección húngara de
1956, será cada vez más frecuente en los intelectuales.
Para comprender su itinerario pofítico, basta con remitirse a los
relatos que él mismo nos ha dejado, ya sea en su autobiografía

233
H IST O R IA D E LA F ILO SO FÍA E N EL SIG LO XX

— Búsqueda sin término (1974)— ya sea en las primeras páginas de


La lección de este siglo (1992), texto de una entrevista concedida por
el filósofo, dos años antes de su muerte, al periodista italiano Gian-
carlo Bosetti.
Según sus propias palabras, Popper creció en una familia vienesa
adepta a las ideas de izquierda. Jurista apasionado por la historia
social, su padre poseía en su biblioteca las obras de Marx, Lassalle,
Kautsky y Bernstein. El joven Karl tiene apenas doce años cuando
lee por primera vez (19 14 ) un libro sobre el socialismo. Cuando es­
talla la Primera Guerra mundial, adopta espontáneamente el parti­
do de la paz: para él, como para el resto de su familia, la causa de la
alianza austro-alemana es simplemente indefendible.
Después de la caída del Imperio Austríaco— a inicios de 19 19 — ,
se aproxima a un grupo comunista, cuyas convicciones pacifistas le
atraen. ¿N o han sido los bolcheviques los primeros en poner fin a
la guerra mediante el tratado de Brest-Litovsk? Durante algunos
meses, pues, Popper se considera a sí mismo comunista. Más tarde,
en julio de 19 19 , durante ima manifestación de izquierda en la que
participa, la policía austríaca dispara entre el gentío. Seis de sus ca­
maradas mueren.
Popper reacciona de manera emotiva ante este acontecimiento.
Tomando conciencia de repente del hecho de que la idea de revo­
lución implica el uso de la violencia, decide— por odio a esta últi­
ma— romper todos los puentes con el comunismo. Se convierte
pues en antimarxista por pacifismo— im pacifismo al cual, como
Russell, estará siempre muy vinculado.
Enfrascado poco después en la lectura del Capital^ Popper des­
cubre en él dos tesis fundamentales de M arx cuya importancia no
había calibrado verdaderamente. Según la primera, el capitalismo
no puede ser «mejorado» mediante reformas, sino que debe ser
destruido para poderlo reemplazar por un sistema globalmente di­
ferente. Según la segunda, esta destrucción es inevitable, en virtud
de las leyes mismas que presiden el desarrollo de la economía ca­
pitalista. Convencido de que estas dos tesis constituyen la justifi­
cación última de la utilización de la violencia por el movimiento
comunista, Popper empleará en adelante el resto de su vida en
combatirlas. Al menos en los intervalos de ocio que le dejarán los
numerosos trabajos que consagrará a la ciencia y a la teoría del co­
nocimiento— pues, como Russell también aquí, Popper pasará con

234
E N LA G U E R R A F R ÍA ©
igual íacilidad de la lucha política a la investigación epistemológi­ 0
ca y viceversa.
En el camino de esta cruzada antimarxista dos libros hacen a i
época. E l título del primero— Miseria del historicismo (19 3 5 , rees­ ■© !
crito en 1944 y publicado por primera vez en forma de dos artícu­ j
los en la revista Económica en 19 4 4 -19 4 5)— señala la doctrina que
i
va a convertirse en la bestia negra de Popper. «Historicismo», para oI
Popper, no designa solamente— como en Plusserl— la tendencia a
reducir el contenido de un concepto a lo que revela el estudio de su
■©
0
génesis histórica, sino— de manera más fundamental— la teoría se­
gún la cual la lústoria obedece a leyes que, correctamente com­
prendidas, permitirían en parte anticipar el futuro. ■0
Curiosamente, Popper ve en esa creencia— compartida no sólo
por Plegel y por Marx, sino también por numerosos historiadores
profesionales, incluyendo a historiadores resueltamente liberales— O
la expresión de una fe irracional, incompatible con una actitud au­ • í)
ténticamente científica. La historia, para él, no podría obedecer a
leyes, la idea misma de «ley histórica» le parece una contradicción
en los términos. Desgraciadamente, los argumentos avanzados
©
para justificar esta última tesis no son demasiado convincentes y la
©
tentativa que llevará a cabo Popper— en un artículo de 19 50 («In-
determinism in quantum physics and in classical physics»)— para
«deducirlos» del indeterminismo de la física cuántica lo será toda­
vía menos (como el propio Popper admite en el prólogo a la edi­ ©
ción de Miseria del histoiicismo de 1957). ¿Es legítimo por otra par­ 0
te, sean cuales sean las dificultades que provoque la aplicación de la ■©
noción de ley en las ciencias sociales, declarar esta aplicación im­ ©
posible a priori y privar así a la historia de toda posibilidad de con­ ©
vertirse en una disciplina científica?
©
La sociedad abierta y sus enemigos (1945), publicado en dos volú­
©
menes, es una empresa de mayor envergadura, aunque ese libro,
que ha conocido un éxito considerable, haya también envejecido.
Recuperando, para aplicarla a las sociedades, la distinción introdu^ o
cida por Bergson'^^ entre moral «cerrada» (fimdada en la obligación)
y moral «abierta» (ligada a las aspiraciones ideales del individuo), ©
O
fia
1 60 . H e n r i B e rg s o n , Les deux sources de la morale et de la religión, P arís, F . .Alean,
1 9 3 2 . [T r a d . cast. de Ja im e de Salas y Jo s é A te n cia: Las dos panes de la inoraly de la ■©
religión, M a d r id , T e c n o s , 19 9 6 .] ■

^35 ’■CJ)
H ISTO R IA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

Popper parte de la hipótesis— más bien arriesgada— según la cual


el historicismo, núcleo de todo pensamiento «dialéctico», estaría
necesariamente unido con la voluntad de retornar a una sociedad
«cerrada», «tribal», por tanto con el menosprecio de toda exigen-
cia de libertad individual. La obra se esfuerza, siempre, en estable­
cer la existencia empírica de tal nexo en el interior de algunas gran­
des filosofías: Heráclito, Platón, Aristóteles, Hegel, M arx— todos
ellos pensadores «dialécticos», por supuesto.
M ejor pasar rápidamente por la caricatura ofrecida de los cuatro
primeros. Heráclito es desfigurado. Platón esquematizado en extre^-
mo, Aristóteles rechazado como pensador mediocre. La crítica al
«tribalismo» heracÜteano es además tan libre que, después de ha­
ber intentado retocarla en el capítulo V de Conjeturas y refutaciones
(1963), Popper la abandonará finalmente en una nota de la traduc­
ción francesa de ha sociedad abierta.'^' En cuanto a Hegel, se ve des­
calificado desde el inicio, sobre la base de la afirmación— heredada
de Moore, Russell y Camap— de que sus libros son ininteligibles:
«fórmulas pomposas y verborrea pretenciosa».'^^ Durante toda la
guerra fría, la filosofía «analítica», de manera prácticamente unáni­
me, suscribirá ese juicio.
El análisis popperiano de los pefigros del nacionalismo ale­
m án-ejem plificado por Fichte— se revela más certero. E n cuanto
a Marx, finalmente, se beneficia— si se le compara con sus prede­
cesores— de im trato de favor. Como punto de partida, Popper re­
conoce que hay que considerarlo «entre los liberadores de la hu­
manidad»/^^ L e agradece que nos haya dejado— con el capítulo V III
del primer libro del Capital, consagrado a la jornada de trabajo del
proletario— «un documento imperecedero sobre el sufrimiento
h u m a n o » e n el infierno del naciente capitalismo. Admitiendo
sin ambages la legitimidad de la protesta marxista contra las in­
justicias sociales, Popper llega incluso a afiimar: el marxismo «m o-
ral>»—con su «sentimiento de la responsabilidad social» y su «amor
por la libertad>^— debe s o b r e v iv ir.'E llo no le impide, más bien al
contrario, esforzarse por destruir hasta sus cimientos el «marxismo
científico».

1 6 1. La Société ouverte et ses Ennemi:^ erad, fr., P a rís, É d . d u S e n il, 1 9 7 9 , t. I ,


p, 1 6 8 . [ T r a d . cast. La sociedad abierta y sus eiremigos, B a r c e l o n a ,
P a id ó s , 1 9 9 1 . ] 1 6 2 . Ib id ., 1 1 , p. 1 9 . 1 6 3 . I b id ., t. II, p. 8 3 .
1 6 4 . Ib id ., t. II, p. 2 3 0 . 1 6 5 - Ib id ., t. II, p. 1 4 1 .

236
EN LA GUERRA FRIA

Según él, en efecto, la pretensión del marxismo de fundar una


ciencia de la historia no resiste el examen. N o solamente la histo­
ria no tiene un sentido, sino que no.obedece a ninguna ley especí­
fica y no puede convertirse en objeto de la ciencia. Al pretender lo
contrario, Adarx ha confundido predicción científica y vaticinio. Y
el curso de los acontecimientos lo ha convertido en un «falso pro­
feta». Toda tentativa dirigida a transformar la sociedad capitalista
para permitir la realización de sus «profecías» no puede menos que
saldarse con una regresión— el «colectivismo» marxista no es, en el
mejor de los casos, sino una forma de «neotribalismo».
La actitud racional consiste, a la inversa, en reconocer la demo­
cracia liberal como el mejor régimen posible. Y en intentar mejorar
el sistema capitalista paso a paso, por «intervenciones limitadas»
ipiece?nealsocial engineertng), a fin de hacerlo—^progresiva y pacífica­
mente— más equitativo. Esta posición, de inspiración socialde-
mócrata, resulta muy próxima al programa político de Russell o de
Schlick. Pero Popper se alejará muy pronto de ella para alinearse,
en los años cincuenta, con un liberalismo ilimitado, andburocnitico
y antiestatal, preconizando la privatización de los servicios públicos
y de las universidades— antes de volver, al final de su vida, a una
concepción más macizada, confiando al Estado liberal la misión de
hacer respetar los derechos de los ciudadanos y de protegerlos con­
tra toda forma de violencia.
La sociedad abierta finaliza con un elogio del racionalismo, flan­
queado de una advertencia contra los peligros del «misticismo in­
t e le c tu a l» ,q u e no podemos sino suscribir. Parece difícil, por lo
demás, desaprobar a Popper cada vez que se remite, por falta de
mejor justificación, a la eterna «sabiduría popular»—-así como cuan­
do constata, en un tono desengañado, que «querer la felicidad del
pueblo es quizás el más temible de los ideales p o lít ic o s » .T a le s
perogrulladas no son demasiado aptas para suscitar el debate. Exis­
te, en cambio, otro aspecto del libro que merece discusión.
Si bien su autor afirma— en un prefacio redactado ex profeso,
el 2 de mayo de 1978, para la edición francesa— haber tomado la
decisión de escribir La sociedad abierta para defender la libertad el
día que Hitler invadió Austria, y si bien su publicación se produce
el año mismo del final de la guerra, los tres enemigos de la socie-

1Ó6. Ib id ., 1. 1 , p. 9. 1Ó7. Ib id ., t. II, p. 165. 168. Ib id ., t. II, p. 160.

237
h ist o r ia de la FILOSOFIA EN EL SIGLO XX

dad abierta (fascismo, nazismo y comunismo) no están tratados del


todo en igualdad de condiciones. Contrariamente a lo que habría
sido lógico hacer después de Auschwitz, al nazismo— imph'cita-
mente reducido a una simple variante del fascismo— no se le reco­
noce ninguna especificidad. Racismo y antisemitismo, denuncia­
dos mediante algunas vagas fórmulas, no suscitan ningún análisis.
M ás grave todavía, las doctrinas modernas del fascismo— que de­
ben poco a Platón— no son expuestas y ni siquiera brevemente
mencionadas en esa voluminosa obra, cuya segunda mitad, por
contra, está consagrada por completo a la crítica de M arx. Algunos
pasajes, donde el marxismo— en nada distinguido del stalinismo—
se ve explícitamente comparado al fa s c is m o ,in c lu s o sugieren
que—-para Popper— el primero es de hecho más peligroso que el
segando. M arx, he aquí el enemigo. Hitler, a su lado, no es nada.
Cuando se toman la molestia de responder a este tipo de obser­
vación, los incondicionales de Popper dudan entre dos argumentos
diferentes. O bien hacen valer que en 19 4 5, después de la muerte
de Hitler, el principal enemigo de la sociedad abierta no era ya el
nazismo sino el comunismo vencedor: apreciación de miras limita­
das, puesto que, menos de cincuenta años más tarde, es de nuevo el
nazismo y no el comunismo lo que aparece, en Europa y en todas
partes, como la amenaza más seria para los valores democráticos.
O bien desvían el debate afirmando que Popper aspiraba a trascen­
derlo. Dicho de otro modo, que su propósito no era denunciar tal
o cual forma de totalitarismo, sino más bien «el» totalitarismo en
general, fuese de derecha o de izquierda.
Queda por interrogarse sobre la pertinencia de este segundo
argumento. Parece implicar que la oposición de la izquierda y de la
derecha no tiene ya, en la actualidad, significación política: afirma­
ción como mínimo presuntuosa. ¿Quiere decir, por lo demás, que
hay que considerar nazismo, fascismo y comunismo como tres
tipos de regímenes absolutamente equivalentes? Ello comportaría
olvidar que el comunismo— o más exactamente el socialismo, que
es el encargado de preparar su advenimiento— diverge de los dos
primeros por el hecho de que confiere, a la futura e ideal «sociedad
sin clases», la misión de favorecer el desarrollo individual de todos
los hombres. Por otra parte, hay muchas formas posibles de socia-

169. Ibid., t. n, p. 59.

238
EN LA GUERRA FRIA

lismo «real»— y no una sola, la forma stalinista— , igual que hay


©
muchas formas de fascismo. Finalmente, por el lugar cential que
©
ocupa en su programa la política de exterminación «racial», el na­
zismo se distingue a la vez del fascismo y del socialismo. Carece, ti
pues, de interés pretender designar, por un único e idéntico térmi­
no, realidades tan alejadas entre sí. ■

N o obstante es eso precisamente lo que intenta Popper. Toda


su teoría política se basa a fin de cuentas en la idea— de un mani- .O
queísmo desconcertante— de que no existen, en sentido amplio, o
sino dos tipos de regímenes: los «buenos» (regímenes democráti­
cos) y los «malos» (regímenes totalitarios, también bautizados
o
como «dictaduras» o «tiranías»). Por supuesto, el criterio de de­
■0
O
marcación es de una extrema generalidad. Los regímenes dictato­
riales son aquellos «de los que no es posible desembarazarse sin ::0
una revolución e x ito sa » ,m ie n tra s que mi simple mecanismo
electoral debe permitir a los ciudadanos de un Estado democrático
cambiar pacíficamente de gobernantes. T a l dicotomía provoca una
cierta sonrisa. Desde el refugio neozelandés donde, de 19 38 a ■ ;0
19 4 5, compuso La sociedad abierta^ ¿olvidaría Popper que el nazismo ©
se había instalado en Alemania gracias, precisamente, a elecciones
democráticas y que casi siempre se ha mostrado preocupado por
respetar— al menos en apariencia— las formas de la legalidad?
Por su parte, los desarrollos posteriores de la guerra fría acaba­
ron de mostrar que— como sabía Lenin— el fascismo es perfecta­ ©
mente compatible con la democracia formal. El fenómeno maccar- (S)
thista en los Estados Unidos, ciertas democracias latinoamericanas
«tributarias», aportarán la prueba de ello. Finalmente, el stalinis­ (i
mo, al hundirse, terminará por desvelar— si se atiende al criterio 0
popperiano— su naturaleza misteriosamente «democrática». Sea
como sea, en efecto, en la U R SS o en Europa del Este, el socialis­
mo «real» no caerá bajo los golpes de una intervención extranjera,
ni siquiera— a excepción, muy problemática, de Rumania— como
■©
consecuencia de ima sangrienta insurreccióh. Morirá por sí mis­
■©
mo, por el efecto de sus propias carencias. Se autodesmiirá de ma­
nera deliberada y de manera más bien «consensuada». ■0
Sin embargo, desde julio de 19 19 hasta su muerte, Popper con­ o
tinuará fiel a su filosofía de base: un decidido antimarxismo. Des-
o
T70. Ib id ., 1.1 , p. 107. :©

U9
HISTO RIA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

pués de La sociedad abiertay reafirmará en múltiples ocasiones su


hostilidad a toda crítica radical del capitalismo, en particular a la
llevada a cabo por la escuela de Frankfurt. Atacará vivamente a
Adorno en sus encuentros de Tubinga (196 1), volverá a tomar esos
ataques en un texto de 1970— «¿Razón o revolución?»'^^— y fijará
todavía una vez más sus posiciones «reformistas» en una entrevista
con Marcuse, ¿Revolución o r e f o r m a ? publicada en 1 9 7 1. N in gu ­
no de esos textos aporta ninguna modificación sustancial a la expo­
sición de su tesis. Solamente una última entrevista— La lección de
este siglo (1996)— testimonia su tardía preocupación por ciertas for­
•V;:): mas endémicas de violencia en las democracias llamadas libera­
© les— comenzando por la que insidiosamente ejercen los medios au­
diovisuales sobre las conciencias.
A la larga, pues, el pensamiento político de Popper puede pare­
cer superficial, Pero no es menos vigoroso. Su claridad y la convic­
•:)
ción con que se expresa le han vahdo una gran audiencia, si no en
América— en cuyas gentes está sin duda sóhdamente arraigado el
liberalismo (en el sentido originario)— v-síen Europa occidental,
donde acabará convirtiéndose en el breviai^ de la derecha tradi­
cional y, también, en la de todos lo^rntelectuales anticomunistas.

Su influencia— unida a la de Leo Strauss y Hannah Arendt— es


.u p fe c i^ fe T ^ i; eiemplo, en la obra del filósofo y sociólogo francés
^ R a y m a n d /^,q^ ^ iq o s - iq 8^). Después de haber ganado el concurso
díTTEScuela Norm al Superior (1924) y conseguido su agregación
de filosofía (1928), Aron parte en condición de lector a las univer­
sidades de Colonia y Berhn (19 3 0 -19 3 3 ). Allí descubre a la vez
la fenomenología husserlianá, el existencialismo heideggeriano, el
pensamiento sociológico de M ax Weber y la dura realidad del
triunfante nazismo. De vuelta a Francia, fi-ecuenta el seminario de
Alexandre Kojéve y publica (1938) su tesis de doctorado. Introduc­
ción a la filosofía de la historia. Profundamente inspirado por la socio­
logía alemana, se esfuerza por reinterpretar la conciencia humana

17 1. Archives ew'opéennes de sociologte^ vo l. X 3 , p p . 2 5 2 - 2 6 2 .


Revolution oder Reform? Herbe?-t Marcuse und Karl Popper:
1 7 2 . F r a n z S ta rk (ecl.),
cine Konfrontation, M u n ic h , K o s e l -V e r l a g , 1 9 7 1 .

240
É N LA gu erra fría

desde una historicidad plural, abierta y algunas veces trágica, com­


batiendo tanto las doctrinas relativistas como el determinismo evo­
lucionista.
El desastre francés de 1940 lleva a Aron a unirse, en Londres,
al general De Gaulle: pasa los cinco años siguientes en Inglaterra.
A su vuelta a París, después de un breve paso por el gabinete de An-
dré Malraux— diuante el período en que éste es miriistro en el go­
bierno provisional creado por De Gaulle tras la Liberación— , se
dedica al periodismo político. Si bien colabora en los primeros nú­
meros de Les Temps Modemes, las crispaciones de la guerra fría le
Llevan a romper, a partir de 1946, con Sartre, su condiscípulo en la
Escuela Normal. El mismo año entra como editorialista en el dia­
rio conservador Le Figuro. N o dejará en adelante de combatir las
ideas socialistas.
Uno de los momentos clave de ese combate. E l opio de los inte­
lectuales (1955), libro escrito por Aron para denunciar el nefasto
papel desempeñado, según él, por Sartre y los intelectuales de iz­
quierda, es un texto típicamente popperiano, aunque Popper no
sea nunca citado. Redactado en un estilo voluntariamente áspero,
la obra se atiene en lo esencial a declarar caduca la oposición de de­
recha e izquierda, así como a romper los «mitos» marxistas de la
revolución y del determinismo histórico. Conviene añadir, no obs­
tante, que Aron no había esperado a Popper para condenar toda
forma de pensamiento «dialéctico», puesto que ya én su tesis de
doctorado rechazaba firmemente el hegehanismo y las doctrinas
que procedían de éste— como las de M atx.
Veinte años después de E l opio de los intelectualesy la descompo­
sición interna de los regímenes stalinistas, la aparición de una
«disidencia» en Europa del Este y las revelaciones de Alexander
Solzhenitsin sobre las atrocidades del gulag ofrecerán argumentos
suplementarios al antimarxismo de Popper y de Aron— cuyos li­
bros inspiraron entonces la ofensiva antisociahsta (19 77) de algu­
nos «nuevos filósofos» franceses como André Glucksmann (nacido
en 19 37) o Bernard-Henri Lévy (1948). La caída del muro de Ber­
lín, finalmente, parecerá dar definitivamente la razón a los poppe-
rianos.

241
H ISTO R IA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

D e hecho, el liberalismo económico nunca ha gozado de tanto pre~


dicamento como en este final del siglo xx. Pero, ¿a qué precio^—en
términos de paro, de exclusión, de subdesarrollo y de despilfarro de
los recursos planetarios? Desde el final de la guerra fría, la validez de
los ideales democráticos ya no es seriamente contestada por nadie, si
bien un tal vez ingenuo politólogo norteamericano— Francis Fuku-
yama— ha creído poder concluir de ello, presentándose como lector
kojeviano de Hegel, el «final de la h is t o r ia » :p e r o ¿en cuántos
países esos ideales son efectivamente respetados? Popper no aporta,
lamentablemente, ninguna respuesta a estas embarazosas preguntas.
N o basta con reconocer— a pesar de haber vivido hasta 1994—
que había probablemente exagerado, durante medio siglo, la reali­
dad de la amenaza comunista, mientras que había peligrosamente
subestimado la que representaba, para la paz del mundo, un posible
retomo a doctrinas nacionalsocialistas. Pues es precisamente a tal re­
tomo a lo que asistimos en la actualidad, ya sea bajo la forma de mo­
vimientos nacionalistas fuertemente impregnados de racismo y de
antisemitismo— que se entrevé tanto en la actual resurrección de los
partidos xenófobos en Rusia como en e\ mundo occidental, o bien al
movimiento de «limpieza étnica» que se despliega en la antigua
Yugoslavia contra el pueblo bosnio— , ya sea en otros países, bajo el
paraguas de un «fundamentalismo» cristiano o islámico que escon­
de con dificultades, todavía, sus tendencias antisemitas.
Durante cincuenta años, en suma, Popper se ha equivocado de
enemigo. El final de la guerra fría, convirtiendo su pensamiento
político caduco en su mayor parte, ha revelado a plena luz ese
error. Nada pmeba, no obstante, que el autor de La sociedad abier­
ta haya tomado conciencia de ello. N i que sus partidarios, que con­
tinúan siendo numerosos, estén dispuestos a hacerlo en su lugar.

2. EL DEFENSOR DE LA LIBERTAD

A pesar de que se le haya considerado habimalmente— en razón de


algunas de sus tomas de posición, particularmente a inicios de los

1 7 3 . F r a n c is F u lcu y am a, La fin de Vhistoire et le Demier Homme ( 1 9 9 2 ) , erad, fr.,


E l fin de la historia y el último hom­
P a rís, F la m m a r io n , 1 9 9 2 . [T r a d . cast. de P . E lia s :
bre, B a rc e lo n a , P la n e t a -A g o s tin i, 1 9 9 4 ]

242
I
EN LA GUERRA FRIA O ^
a::)
/:áfi^"^3pcuenta— como un partidario del campo soviético, Jean-Paul
©
/|SartTe ¿1905-1980) no podría ser reducido a esta imagen simplista.
©
\^am ^m o es el opuesto exacto de Popper, aun cuando algunas veces
parece serlo de Aron. N i marxista ni antimarxista «en estado puro»,
es en primer lugar un filósofo de la libertad, para quien la libertad es ■©
mucho más importante que todas las ideologías que pretenden de­
fenderla. Por ello mismo, es políticamente inclasificable. o
Ello no quiere decir que haya estado constantemente aislado. ■o
En su entorno, en su generación, se hacen escuchar voces amigas, ■ r>
aunque no le dieran siempre la razón: las de Paul Nizan, Maurice
Q
M erleau-Ponty (1908-19Ó 1), Albert Camus (19 13 -19 6 0 ) y Simone
de Beauvoir (1908-1986).
■ 0
Pero la voz de Sartre las domina todas. A la vez filósofo y nove­
lista, polemista y dramaturgo, cabeza de fila del morimiento exis- ©
tencialista. Sartre es el intelectual total— figura nutica de las letras O
francesas que tan sólo, antes de él, Voltaire, Hugo y Zola han en­ O
carnado con parecido ímpetu. Esa es la razón por la que permane­ ' o
ce, digan lo que digan sus detractores, como el filósofo francés más ■o
importante de este siglo.
Sin embargo, sus detractores son legión. La palabra de Sartre
incomoda a todo el mundo, tanto a la izquierda como a la derecha.
Perturba el confort intelectual de los unos, ridiculiza la jerga de los
otros. En Francia, a pesar de su inmensa notoriedad, Sartre nunca
ha sido verdaderamente reconocido. Los estudiantes no leen de él
sino Las palabras^ breve relato de una fastidiosa infancia. La opi­ O
nión dominante le reprocha haber sido un mal escritor, un filóso­ ®
fo mezquino, un agitador irresponsable. Incluso los menos agresi­ V- -)

vos de sus detractores no esperaron a que muriera para enterrarlo.


Han inventado la leyenda de su precoz «senilidad» para tachar de
un solo trazo sus diez o doce últimos años de actividad intelectual.
En resumen, existe un «proceso Sartre». Para conocer todas las
©
piezas de éste, es indispensable redibujar el recorrido de su vida
©
— un recorrido que se identifica, o poco falta, con el propio siglo.
íía
Sartre es, como Marx, el producto de una educación burguesa.
(.3
Desde su nacimiento hasta la Segunda Guerra mundial lleva una
existencia protegida, la de un brillante alumno que sueña en con­ cj
vertirse en un gran escritor— es decir, según las normas de su am­ C3
biente, en novelista. Es tan sólo en su «khágne» o segundo año, en
el instituto Louis-le-Grand, mientras se prepara para ingresar en la
243
HISTORIA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

Escuela Normal Superior, cuando pasa a apreciar de veras la filoso­


fía y en primer lugar la psicología. En 1924, entra en la Escuela N o r­
mal Superior al mismo tiempo que Paul Nizan, Raymond Aron y
0
Georges Canguilhem. En ese privilegiado entorno, su personalidad
lio tarda demasiado en afirmarse. L e hace distinguirse de la de sus
compañeros y provoca, en 1928, su fracaso en la agregación de filo­
sofía. Al año siguiente, como desquite, obtiene el primer lugar en ese
concurso, mientras que Simone de Beauvoir, con quien preparó la
prueba oral, queda segunda. En adelante, serán inseparables.
Nada es más emotivo, ni más exacto, que el retrato del joven
Sartre redactado, treinta años más tarde, por Simone de Beauvoir:

[...] su ánimo estaba siempre alerta. Ignoraba el entorpecimiento, las som­


nolencias, las huidas, los regates, las treguas, las prudencias, el respeto. Se
interesaba por todo y nunca daba nada por sentado. Frente a un objeto, en
vez de escamotearlo en provecho de un mito, de una palabra, de una im­
presión, de una idea preconcebida, lo miraba; no lo abandonaba antes de
haber comprendido sus circunstancias, sus múltiples sentidos. No se pre­
guntaba lo que había de pensar, lo que hubiera sido original o inteligente
pensar; simplemente pensaba en ello [...]. No tenía por supuesto ninguna
intención de llevar una existencia de ratón de biblioteca; aborrecía las ru­
tinas y las jerarquías, las carreras, los hogares, los derechos y ios deberes,
todo lo serio de la vida. No se resignaba a la idea de tener un oficio, cole­
gas, superiores, reglas que observar y que imponer; nunca sería un padre
de familia, ni siquiera un hombre casado. [...] La obra de arte, la obra lite­
raria, era a sus ojos un fin absoluto. [...] Las discusiones metafísicas le ha­
cían encogerse de hombros. Se interesaba por las cuestiones políticas y so­
ciales [...] pero su asunto propio era escribir, el resto venía después. Por
otra parte era entonces mucho más anarquista que revolucionario.*^'^

Se está tentado de añadir que se mantendrá, durante toda su vida,


más anarquista que revolucionario. Mientras tanto, y porque hay
que vivir, Sartre se convertirá en profesor de filósoñ'a en la ense­
ñanza secundaria— en el liceo de L e Havre, en primer lugar, des­
pués en Laon y P a r ís ,.A iffii^ o tiempo lleva a cabo, gracias a un
libro de Emmanu^:i|^^evina$j^ 906-1985), un descubrimiento fun­
damental: el de la renoiogia.

17 4 . S im o n e de B e a u v o ir, Mémoires d'une jeune ftlle rangée^ P a rís, G a llim a


Memorias de una joven formal,
1 9 5 8 , p p . 3 3 8 - 3 4 0 . [T r a d . cast. d e S ilv in a B u U rich :
B a rc e lo n a , E d h a s a , 1 9 8 7 .]

244
EN LA GUERRA FRÍA

Nacido en una familia judía de Kovno (Lituania), Levinas emi­


gra en primer lugar a Ucrania antes de iniciar en Estrasburgo los
estudios de filosofía. En 19 2 8 -19 2 9 pasa algunos meses en Fri-
burgo, donde asiste a los últimos cursos de Husserl y da, a la es­
posa de este último, lecciones de francés. En 1929, en Davos, que­
da seducido^—como tantos otros— por el verbo heideggeriano,
más exaltante que el racionalismo cassireriano. El año siguiente
(1930), de vuelta a Francia, consagra su tesis de doctorado— pu­
blicada inmediatamente— a la Teoría de la intuición en la fenomeno­
logía de Husserl,
Es esta obra la que Sartre descubre, algunas semanas después
de su aparición, en una librería del Boulevard Saint-Michel. Si­
mone de Beauvoir, que relata la escena en La fue'rza de la edad^
nota que a Sartre, hojeando un libro, «le da un vuelco el cora­
zón». Y la causa es cómo Husserl propone volver, para fundar la
filosófica sobre una base inconmovible, a las experiencias concretas
vividas por la conciencia, que se corresponde plenamente con las
ideas que— sin haberlas aún elaborado— Sartre alimenta en sí mis­
mo. N o obstante, no intentará encontrarse con Levinas— qtiien, a
su vez, guardará las distancias en relación con la filosofía sartrea-
na y no se beneficiará del éxito del existencialismo con la Libera­
ción. N o habrá, pues, demasiados intercambios entre ambos hom­
bres y Levinas proseguirá en un relativo aislamiento, después de la
guerra, su propia meditación en el entrecruzamiento de la feno­
menología, el pensamiento heideggeriano y la tradición religiosa
judía.
Sartre, en todo caso, ha comprendido desde el inicio de los años
treinta que no tiene otra alternativa que sumergirse en Husserl.
Obtiene para ello una beca de investigación que le permite viajar,
en el otoño de 19 3 3 , hacia Berlín— donde releva a Raymond Aron
en el Instituto Francés. Permanece en esta ciudad un año académi­
co, incomodado por su mal conocimiento del alemán. La ardiente
actualidad que le rodea no retiene demasiado su atención. Del
peligro que representa el nacionalsocialismo apenas parece cons­
ciente cuando en el verano de 19 3 4 vuelve a Francia. Por contra,
ha asimilado el proyecto husserliano, que intenta radicalizar en su

1 75. S im o n e de B e au vo ir, La Forcé de Vdge, P a rís, G a llim a r d , 1 9 6 0 , p. 1 5 7 .


[T r a d . cast. d e S ilv in a B u llrich : La plenitud de la vida, B a rc e lo n a , E d h a s a , 1 9 8 9 .]

245
H ISTO R IA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

primer trabajo filosófico, un corto ensayo sobre «L a trascendencia


del ego», publicado en 1936, por la revista Recherches Philosophiques^
dirigida por Alexandre Koyré.
Lejos de ser una pura y simple reanudación de las ideas de
Husserl, ese ensayo propone un análisis crítico de la noción de «suje­
to trascendental» desarrollado, pocos años antes, por las Meditaciones
cartesianas, Al expulsar el Ego del «campo trascendental» para ha­
cer de él un «ser del mundo» al mismo nivel que el E g o del Otro,
Sartre se esfuerza por fundar objetivamente la autonomía d e ja
conciencia irreflexivaj_e¿jdecir j[e lo^<^rí con vistas a apar-
. tar k Fenoineiiología (^l e^o llo del solipsismo—^contra el que, si
-..se le cree, Husserl .nctLa-sabidajd^
¿El objetivo de la operación? Sartre lo explícita en las últimas
páginas del fibro. Contrariamente a lo que dicen «cigrto^eóricos
de extrema izquierda»— sin duda piensa en su amip^ Nizani comu­
nista desde 19 2 7 , que ha atacado vivamente el espirimalis^o en su
panfleto Los perros guardianes (19 3 2 )— la fenomenolBgia podrí^
ser algo más que un «idealismo ignorante d(^l siifrimípnrn, el ham^
bre, la guerra». Si aceptara hacer del yo «un existente riginosa-
ihente contemporáneo del mundo», podría al contrario engendrar
una moral y una política «absolutamente positivas», dotadas d^J:^ -
ses sólidas en la realidad. Y Sartre añade: «M e ha parecido siempre
que una hipótesis de trabajo tan fecunda como el materialismo his­
tórico no exigía en absoluto por fundaiñenro la ahsurdidad que es
el materialismo metafísico».'^^ Preocupación por el compromiso,
interés por la concepción marxista de la historia, rechazo a sacrifi­
car la libertad humana a cualquier determinismo: todos los ingre­
dientes esenciales del pensamiento sartreano se encuentran reuni­
dos en esas pocas páginas de 19 34.
Pero el pensamiento debe madurar. E n los años siguientes, Sar-
^tre profundiza su reflexión sobre el «ser en el mundo», puntuada
por un artículo entusiasta sobre «U na idea fundamental de la feno,-
menología de Husserl: l^intencionalidad» (publicado por la Nou-
velle Revue p 7angaise en enero de 1939), inspirándose en ^Lm ótodo .
husserliano para explorar las grandes cuestiones de_L p<^irnlngf;i
— que son, para él, inseparables de una reflexión sobre el arte en ge-

17 6 . Je a n -P a u l S a rtre , La Tramcendance de VEgo^ reed ., P arís, V r in , 1 9 9 2 , pp , 8 4 -


8 7 . [T r a d . casL de O s c a r M a s o tta : La trascmdericia delego^ B u e n o s A ires, C a Jd e n , 1 9 6 8 .]

246
EN LA GUERRA FRIA ©
neral y la literatura en particular. La imaginación (1936), el Esbozo ©
de ima teoría de las emociones (1939) y E l imaginario (1940) son fruto
de ese trabajo, paralelamente al cual compone sus primeras obras
de ficción: una novela {La náusea^ ^93 8) y narraciones (£/ mnro^ Í5 I
1939). Con La náusea se pone en marcha un pensamiento de la I
«contingencia» y de la «facdcidad» de la existencia, qued e s e m ^ - .0 '
cará después de la guerra en una «filosófica del absurdo». Con «La © ■
infancia de un líder», última de las narraciones recogidas en E l
■©
murOy examina Sartre los móviles psicológicos de una adhesión al
fascismo. La historia real, una vez más, se perfila en el horizonte.
c:)
Con todo, Sartre se limita todavía a observarla de lejos, sin inten­
tar reducir la distancia que le otorga la escritura. o
En 19 3 6 se abstiene de participar en las elecciones que consa­ :o
gran la victoria del Frente Popular. Aunque se alegra de ésta y se
angustia por el golpe militar en España, persiste en mantenerse al
margen de los acontecimientos. Por contra lee mucho, en particu­ •í)
lar trabajos franceses que le ayudan a mejorar su conocimiento de
la filosofía alemana. Un libro de Jean W ahl (18 8 8 -19 7 4 )— La des­
O
gracia de la conciencia en la filosofía de Hegel (1929)-—le permite acce­
©
der a las tesis de Xo Fenomenología del esphitUy obra todavía ignorada
©
por la mayor parte de los universitarios franceses de la época. Y es,
igualmente, a través de dos publicaciones ya citadas, Tendencias ©
0
anuales en la filosofía alemana de Gurvitch (1930) y «Martin Hei-
y I2L antología» de Levinas (1932), como descubre, durante el ©
invierno de 19 3 8 -19 3 9 , el pensamiento de Martin Heidegger en su ■©
traducción francesa.
El apasionamiento de Sartre es inmediato. Heidegger habla del '©
hoinbre, de la historia, de la angustia de la muerte, del sentido de
la existencia. Esos temas son tanto más fascinantes cuanto, como se
o
ha visto, las ideas políticas del ex rector de Friburgo no parecen to­
■■©

davía, en Francia, tan condenables como lo serán después de la
guerra. Como máximo se puede ver, detrás del súbito entusiasmo ’#
con que se abalanza sobre Heidegger, el despertar en Sartre de un ■©
nuevo interés n ar^Lnroblema de la historicidacL ^y. máTáíláTp^ ‘®
la^historia concreta. Pero ese interés no se habría desvelado, nunca ■©
se habría hecho consciente de sí mismo, si no se hubiera produci­ ©
do, en su vida personal, el choque de la guerra. ■ ©
N o obstante, ese choque no cambia de un solo golpe la relación ■- O
del pensamiento sartreano con lo social y lo polídco. El proceso se

H 7
H ISTO R IA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

desarrolla en varias etapas. E n primer lugar, la movilización (1939),


pinito de partida de im período de transición del que el filósofo se
esfuerza en dar cuenta, día a día, en un diario íntimo que se con­
vertirá en los Carnets de la d7'dle de guerre— texto donde, de nuevo,
resurge la exigencia de una ética adaptada a esos «tiempos de mise­
ria» que son los nuestros. Seguidamente viene (1940) ima cautivi­
dad bastante breve en Alemania. A su vuelta a París (19 4 1), Sartxe
funda con Alaurice Merleau-Ponty un círculo pob'tico-intelectual
— Socialismo y Libertad— que no tarda demasiado en autodisol-
verse. Poco después (1943), contacta en la Resistencia con el C o ­
mité Nacional de Escritores, conoce a Albert Camus, colabora con
©
publicaciones clandestinas como Lettres Franqaises y Combat. El mis­
mo aiio, además, publica E l ser y la nada y debuta en el teatro con
g':)
Las moscas.
Sin duda, ninguna de estas obras muestra ningún tipo de com­
placencia con el régimen ocupacionista. Pero Sartre no es conside­
rado peligroso por este último, puesto que sus textos franquean sin
estorbo la barrera de la censura. Se le ha reprochado mucho. De
hecho, la guerra termina sin que Sartre haya intentado participar
en una verdadera red de partisanos. La historia, no obstante, lo ha
atrapado. E i^d elan te gastará más energía en pensar su época d e jo
que ha permanecido, hasta la edad de cuarenta años, al margen de

Los años que siguen a la Liberación aparecen marcados así por


ligero equívoco. Mientras que Sartre se aleja de la filosofía es­
peculativa de su juventud para comprometerse cada vez más en el
combate político, el público, a su vez recuperada la alegría de la
paz, otorga a E l ser y la nada un éxito sorprendente habida cuenta
de que la obra es notablemente larga y densa. Inscribiéndose en
el camino abierto por Husserl y Heidegger, ese libro— cuyo títu­
lo está directamente inspirado en Ser y tiempo— revela menos nue­
vos conceptos que ún estilo de pensamiento, un tono de voz in­
habitual en la filosofía francesa de la época. La idea de que la
existencia precede a la esencia, problema de la contingencia, la re­
flexión sobre la «mala fe»— que será el nombre dado por Sartre al
inconsciente— , el juego con las nociones hegelianas de «en sí» y
«para sí», los acrobáticos anáfisis de la temporalidad vivida (que
resume muy bien la famosa frase sobre el «vaso bebido» que «ron­
da el vaso lleno como su posible y lo constituye como vaso para ser

248
EN LA GUERRA FRÍA

b e b id o » )r e tie n e n sin duda la atención de los raros filósofos


profesionales que leen la obra de cabo a rabo. Pero lo que admira
el gran público, en 1945» sobre todo cómo Sartre— dramatürgo
genial— teatraliza su pensamiento, pone las ideas en escena, les da
por escenario la calle o el café; en pocas palabras, cómo les confie­
re una dimensión universal en las situaciones más banales de la
vida cotidiana.
El soliloquio del camarero de café, el accidente de motocicleta,
la mujer abandonando insensiblemente su mano al hombre que le
hace la corte, ejemplifican así una nueva psicología concreta, libe­
rada de los lugares comunes de la introspección. Es este existen-
cialismo, esta manera de abrazar lo real, de elevar la vivencia a la
dignidad de lo filosófico, lo que expÜca la moda de E l ser y la nada
en el efervescente ambiente de Saint-Germain-des-Prés posterior
a la guerra. Esa moda tendrá como contrapartida una indiferencia
casi general hacia el contenido propiamente filosófico de la obra.
Raramente un libro de éxito habrá sido tan poco leído— y com­
prendido; entre otros, ya desde el inicio, por los censores a las ór­
denes del ocupante alemán.
Pues, aunque Sartre no era «un resistente que escribía» sino
más bien «un escritor que resistía», esto es, aunque no constituye
amenaza alguna para el régimen. E l ser y la nada no deja de consti­
tuir un formidable himno a la libertad. Titulada «Tener, hacer y
ser», la cuarta parte del libro— la última y la más importante— le
da, desde ese punto de vista, todo su sentido. Sartre recuerda que
el Dasein se define en primer lugar por su capacidad de modificar
el mimdo que le rodea, por su poder de actuar. L o acepte o no,
tiene ese poder. Incluso el esclavo en sus cadenas es libre: libre de
arriesgar la muerte al romperlas. Ello significa, añade Sartre, «que
el sentido mismo de las cadenas le aparecerá a la luz del fin que ha­
brá escogido: permanecer esclavo o arriesgarse a lo peor para libe­
rarse de la esclavitud».'^® En otras palabras, «el hombre, estando
condenado a ser libre, carga el peso del mundo entero a sus espal­
das; es responsable del mundo y de sí mismo en tanto que manera
de ser».*^’

17 7. Je a n -P a u l S a rtre , L'Étre et le Néant ( 1 9 4 3 ) , reed ., P a rís, G a llim a r d , co l.


El ser y la nada^ B u e n o s A ir e s , L o s a ­
T e l , 1 9 7 6 , p. .14 3 . [T r a d . cast. de J u a n V a lm a n
da, 19 6 6 .] 1 7 8 . Ib id ., p. 6 0 8 . 1 7 9 . Ib id ., p. 6 1 2 .

249
H ISTO RIA DE LA FILO SOFÍA EN EL SIG LO XX

D e este análisis emana, para cada uno de nosotros, una misma


pregimta: ¿Qué voy a hacer de mi libertad^ para el mundo y para mi?.
Pregunta que, en 19 4 3, resuena de una manera muy particular. La
respuesta, sin duda, no figura en el libro. Sartre, por lo demás, se
propone tratar aparte— o bien conservarlo para días mejores— el
problema de la moral y las cuestiones relacionadas con ella. « L e
consagraremos una próxima obra», co n clu ye .D e sg ra cia d a m e n ­
te, los Cuadernos para una moral^ emprendidos en 19 4 7 -19 4 8 , que­
daron inacabados.
Muchos otros análisis sorprenden, al hilo de las páginas, por la
audacia de que, para la época, hacen gala. Así, cuando Sartre deja en­
tender que, en la guerra civil española, son los comunistas los que te­
nían la concepción más clara de lo que se tem'a que hacer.^®* O cuan­
do, abordando el problema de la relación entre la masa y su líder,
explica por el «masoquismo» las situaciones donde «la colectividad
se precipita en la servidumbre y exige ser tratada como un objeto».'^^
O aún cuando desarma explícitamente la noción de raza— califica­
da de «pura y simple imaginación colectiva»*®^— y llega a escribir
que el hecho de ser judío, lejos de ser un «hecho objetivo» (enten­
damos: biológico), no es nada más que uno más de los proyectos
existenciales.
N o menos imprevista que esas declaraciones, ima velada polé­
mica contra Heidegger recorre implícitamente el libro. Sartre, es
cierto, lo cita poco. Pero cuando lo hace, es casi siempre para di­
sentir de él. Así, ironiza sobre la manera «brusca y un poco bárba­
ra» que tiene Heidegger de zanjar los delicados problemas antes
que intentar desenredarlos, o le reprocha no haber evitado mejor
que Husserl el escollo del solipsismo,'®"^ del que Sartre, a su vez, se
desembaraza afirmando la copresencia originaria, la imbricación
existencial de mi conciencia y la de otro. E n otro momento, repro­
cha a Heidegger no haber reconocido la Sexualidad como una
dimensión fimdamental del Dasein^^^^ o haber ignorado que éste
debe definirse, en primer lugar, por su capacidad de actuar sobre el
m u n d o .F in a lm e n te , los dos filósofos se forjan concepciones
diametralmente opuestas de la muerte. Para el alemán, el Dasein es

1 8 0 . Ib id ., p. 6 9 2 . i 8 i . Ib id ., p. 4 8 5 . 1 8 2 . Ib id ., p. 4 7 3 .
1 8 3 . Ib id ., p. 5 8 2 . 1 8 4 . Ib id ., p. 2 9 4 . 1 8 5 . Ib id ., p , 4 3 3 .
1 8 6 . Ib id ., p. 4 8 2

250
■O
EN LA GUERRA FRÍA ©I
por esencia un «ser-para-la-muerte», mientras que, para el francés, i
la muerte, hecho contingente como el nacimiento, llega al hombre ■©
desde el exterior, incluso sin que éste pueda tomar conciencia de ©
ella/'' ©
■ ¿Por qué, entonces, se ha repetido tanto que el existencialismo ©
francés derivaba de Heidegger? Porque, una vez más, Sartre no ha -O
sido leído— además a él le traía sin cuidado.
Los dos hombres, como se ha visto, tan sólo se encontrarán en
O
una breve ocasión (1952). Heidegger mismo rehúsa, no sin razo­
Q
nes, considerar a Sartre como un discípulo. Después que este últi­
mo ha pronunciado (1945) su famosa conferencia «E l existencialis- |/
mo es un humanismo», Heidegger replica con su Carta sobre el ,a
humanismo (1946). Esta proclama que, concediendo la prioridad de ■a
la existencia sobre la esencia, Sartre no hace sino invertir una pro­
posición metafísica para reemplazarla por otra, y que no escapa porj o
tanto al marco tradicional de la filosofía de los «valo res»/" I o
En cuanto a Sartre, a partir de 1945 ya no es el debate con Hei­ C)
degger lo que le preocupa, sino más bien la política. Ese año funda ' C)
una nueva revista, hes Temps ModerneSy cuya orientación es clara: se
(i
sitúa resueltamente a la izquierda— por mucho que, quince años más
tarde, Sartre resuma retrospectivamente su proyecto de manera me­
© .
nos vinculada, diciendo que sus amigos y él se proponían ser «antro­ ■© 1
pólogos» y «descubrir la etnografía de la sociedad ffancesa> 189 o i
Entre esos «antropólogos» se encuentra Merleau-Ponty. Anti­ .© i
guo alumno de la Escuela Normal Superior (donde se gradúa en 1

1926), donde ejercerá las funciones de agrégé-répétiteur o tutor de -©


exámenes ( 193 5-1 939 ), conoce a Sartre desde mucho tiempo antes, ©
pero no es sino al final de la guerra cuando se traban estrechos la­ Q
zos entre ambos. Minadas por una imperceptible rivalidad, sus re­
©
laciones nunca serán fáciles— sobre todo cuando Sartre se procla­
©
me más a la izquierda que su camarada. Por el momento, en la

euforia de la Liberación, las divergencias políticas entre los dos
pensadores parecen mínimas. Merleau-Poniy, después de haber ©

1 8 7 . Ibid ., p. 6 0 4 . O
1 8 8 . « L e t t r e su r l'h u rn a aism e» , texto re c o g id o en M a r tin H e id e g g e r , Questions o
III et IV,, op, cit., p. 8 5 . [T r a d . ca sL de R afael G u tié r r e z G ir a d o t: Cai-ta sobre el hu­
manismo, M a d rid , T a u r u s , 1 9 7 0 .]
1 8 9 . « M e r le a u -P o n t y » ( 1 9 6 1 ) , texto re c o g id o en Je a n -P a u J S a rtre , Siiuatioiis
philosophiqti.es, P arís, G a llim a rd , col. T e l , 1 9 9 0 , p. 1 5 5 .

251
(í)

H ISTO RIA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIG LO XX

abandonado las convicciones cristianas de su juventud, acaba de


publicar un gran libro— Fenomenología de la percepción (19 4 5 )— ,
donde se esfuerza en reconciliar la conciencia, instancia constituti­
va ae toda significación, con la experiencia del propio cuerpo,
cuestión tradicionalmente soslayada tanto por el idealismo tras­
cendental como por la psicología intelectualista. La obra se sitúa
í^..)
— como E l ser y la nada— en línea de descendencia directa respecto
de la fenomenología husserliana, pero renueva el problema de la
intencionalidad enriqueciéndolo al contacto de los resultados de
la psicología de la forma. Al mismo tiempo, enlaza con un estilo
de reflexión sobre las relaciones entre lo sensible y lo inteligible
que— de Descartes y Malebranche a Bergson, pasando por Maine
de Biran— siempre ha sido muy vivo en la filosofía francesa. L a ul­
terior evolución de M erleau-Ponty— que en 19 5 3 entrará en el
Colegio de Francia pronunciando un célebre Elogio de la filosofía—^
le conducirá a alejarse todavía más del proyecto husserliano de una
«ciencia de las esencias», para aproximarse a una meditación sobre
nuestra manera de ser en el mundo, sobre el complejo «lazo» de
nuestro cuerpo con el mundo externo, como lo certifican a la vez
El ojo y el espíritu— bello ensayo sobre la pintura moderna redacta­
do en 19 60 — y el manuscrito inacabado de su último libro, Lo visi­
ble y lo invisible (publicado en 1964, tres años después de su muer­
te). Mientras, la agudeza de su sensibilidad por lo concreto de la
vidz explica sin duda que, como Sartre, se apasione también por
la actualidad de su época y que desee perfilarla aún más conforme
a sus pronunciamientos. En todo caso, para ambos no hay otra
prioridad, en 19 4 5, que la del compromiso.
En Sartre, esa voluntad de comprometerse toma desde el co­
mienzo la forma— algimas veces agresiva— de una defensa de los
oprimidos. El gran combate de su vida será el combate contra la in­
justicia en todas sus formas. Se ha visto cómo, desde 19 4 6, sus
Reflexiones sobre la cuestión judía dan fe de su indignación frente al
antisemitismo. M u y pronto seguirán numerosos textos anticolo­
nialistas. S artre no es solamente hostil, como otros, a las guerras
decbm^as p^orJFrand en Indochina y en A rgelia. Es sobre todo_
imo de los prim erosintelectuales europeos en interesarse por lo
J2§sa_enJj3LS^paEesuieLIeiiceiJl^undo^ en comprender la nece­
sidad de ayudarlos a desarral lar.se de. manera autóruoma^
Es esajn^eligencia de la historia en vías^jejcealizarse -lo queJ e
EN LA GUERRA FRÍA

conducirá a preocuparse a la^vez prniJa-condirinn Hp Inc npjrrnc-^


TQS~EstádorUnidos, las luchas de Frantz Fanón en Argelia. China,
Cuba, Israel y los palestinos—ra quienes exhortará a partir de 1048
a, respetarse mutuaniente,-teniendo cada mir^dp lnQiL^s: pnphlr^s
derecho incontestable a Ia_existenGÍa. O incluso por la guerra del
Vietnam, en relación con la cual se incorporará, en 1966, al tribu­
nal internacional promovido por Bertrand Rússell para juzgar los
crímenes de guerra norteamericanos.
Pero, en plena guerra fría, un ciudadano europeo no podía es­
tar del lado de los «condenados de la tierra» sin preguntarse hasta
qué punto se está a su lado: dicho de otro modo, si hay que adhe­
rirse o no a la visión comunista del mundo. Es interesante consta­
tar que, en este punto como en otros, el pensamiento de Sartre
— que a veces se ha calificado de versátil— ^no varía demasiado en
cuarenta años.
Habiendo leído a Marx muy pronto, Sartre nunca ha escondido /
su admiración por los escritos de éste— sobre todo por los de ju­
ventud y por el libro I del Capital. Desde 19 34, considera el mate­
rialismo histórico como la «hipótesis» más «fecunda» para inter­
pretar la historia. Desconfía, por el contrario, del «materialismo
metafísico», lo que los marxistas de su tiempo llaman «materialis­
mo dialéctico». Esta metafísica cientista no tiene para él— como lo
explica en im texto de 1946, «MateriaUsmo y r e v o lu c ió n » — na­
da que ver con el auténtico movimiento dialéctico del pensamien­
to de Marx. Para él, no es más que una ideología coagulada, hilva­
nada con fines didácticos y filosóficamente inconsistente.
Visceralmente hostil a todo dogmatismo, demasiado ligado a su
propia libertad como para poder legitimar un régimen autoritario,
sea cual sea, Sartre no será nunca stalinista. A pesar de reconocer
los logros de la revolución soviética, a pesar de aprobar puntual­
mente tal o cual posición adoptada por los comunistas, no seguirá
el ejemplo de Nizan y no se incorporará al Partido. Para sus de­
tractores, será un criptocomumsta. Para los comunistas, más lúci­
dos en este punto, seguirá siendo un anarquista peoueño-burgués.
Situación difícil de sobrellevar y que le valdrá, por parte de unos y
otros, imiumerables críticas.
Muchas fases marcan la evolución de la tormentosa relación de
r V
/\ >
19 0 . T e x t o re c o g id o en J e a n -P a u l S a rtre , Situationsphilosopiqucs^ op, cit. . \

‘ 53
H IST O R IA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

Sartre con los comunistas. La primera está situada bajo el signo de


una simpatía respetuosa pero distante para con el partí desfusillés^ el
grupo que había constituido el núcleo de la Resistencia durante la
guerra. Se inicia en octubre de 19 4 5 con la fundación de Les Temps
M odem esy una serie de declaraciones que muy pronto conducirán
a Sartre a romper con Ra^miond Aron. En 19 4 7 M erleau-Ponty se
esfuerza en Humanismo y terror por establecer respecto al comunis«
mo «una actitud práctica de comprensión sin adhesión y de libre
examen sin menosprecios».*^* Por haber aprobado sin reserva la
inspiración de ese libro, Sartre se enemista momentáneamente con
Camus, que bascula hacia el campo anticomunista.
Sin embargo, muy pronto aparecen tensiones también entre
Sartre y el Partido Comunista Francés, el cual juzga muy seve-
ramente la moral de una de sus obras teatrales. Las manos sucias
(1948). E l mismo año, Sartre y Merleau-Ponty se adhieren al Ras-
semblement Démocratique Révolutionnaire, una nueva formación
que cree poder abrir una «tercera vía» entre capitaHsmo y comu­
nismo. Desde la primavera de 19 49 recuperarán su libertad, con­
vencidos de que la «tercera yía» en cuestión— por otra parte desa­
creditada por el descubrimiento de la financiación americana— ^no
es nada más que otra manera de camuflar la opción capitalista. Sin
embargo no se arrojan a la opción opuesta, como lo prueba la pu­
blicación en Les Temps Modemes (enero de 1950) de un texto de
M erleau-Ponty («Los días de nuestra vida») que denuncia vigoro­
samente y con el total apoyo de Sartre la existencia de campos de
trabajo en la Unión Soviética. Irritados por este gesto, así como
por el apoyo dado por la revista a la experiencia de T ito en Yugos­
lavia, los intelectuales comunistas no dejarán, en los años siguien­
tes, de atacar el existenciafismo, confundiéndolo a veces— por las
necesidades de la polémica— con el «personalismo» del filósofo
cristiano Emmanuel Mounier (19 0 5-19 50 ) y de sus discípulos agru­
pados, desde 19 3 2 , alrededor del periódico Esprit.
E l 25 de junio de 19 50 Corea del N orte invade Corea del Sur.
Consternado por ese ataque— en el que ve una prueba del imperia-
hsmo stalinista— , Merleau-Ponty rompe en ese momento defini-

19 1. M a u r ic e M e r le a u -P o n t y , Humanimie et Terreiir: Essai sur le prohlhne com-


muniste^ P a rís , G a llim a rc l, 1 9 4 7 , pp . 1 5 9 - 1 6 0 . [T r a d . cast. de L e ó n R o z itc h e n e r :
Humanismo y terror^ B u e n o s A ir e s , L a P lé y a d e , 1 9 6 8 .]

'54
EN LA GUERRA FRIA
K]:-)
tivamente con el comunismo y se aleja al mismo tiempo de Sartre.
m
Este reacciona de manera opuesta. Convencido de que, frente a la
amenaza de una tercera guerra mundial, el poder soviético conti­ ©
núa siendo partidario de la paz, y disgustado por el despliegue de •0
odio anticomunista que, en la época, sacude Occidente, decide to­
mar partido más claramente de lo que lo ha hecho hasta ahora. « A ■© '
partir de ese momento— escribirá más tarde— dedicaba a la bur­ -■ 0
guesía un odio que no morirá sino conmigo».*^* En resimien, Sar­ ’ r')
tre se convierte en un «compañero de viaje» del Partido Com u­ .O
nista Francés. Y lo explica en las dos partes del artículo, «Los
O
comunistas y la paz», que aparecen en julio y en octubre-noviem­
bre de 19 52 en Les Temps Modemes .0
Suscitan una réplica— «El marxismo y Sartre»— de un joven fi­
lósofo cercano a Merleau-Ponty, Claude Lefort (nacido en 1924), r©
fundador con Comelius Castoriadis (19 2 2 -19 9 7 ) de tma revista
teórica de inspiración revolucionaria pero antistalinista— Socialis­ •0
mo o barbarie (1949 -196 6). Habiendo respondido Sartre con viru­ ■0
lencia a esa intervención, Lefort vuelve a tomar la palabra en «D e
la respuesta a la pregunta»— texto al que Sartre contesta de nuevo
©
publicando (abril de 1954) la tercera parte de «Los comunistas y la
©
paz». En este acalorado intercambio de argumentos entre dos
(■■)
hombres que, cada uno a su manera, invocan de un modo poco or­
todoxo el marxismo, Sartre aparece írente a Lefort como menos O
sensible a la pregunta de la «objetiva» lucha de clases que a la tesis O
voluntarista de que le corresponde al Partido encarnar, a desjiecho •o
de todos, la legítima revuelta de los proletarios. Lefort acusa a Sar­ "@
tre de ser culpable de «subjetivismo». L a crítica es fundada, pero la ’ ©
actitud en cuestión— lejos de ser el ñuto de un malentendidb— co­
rresponde en Sartre a una elección política. Una elección que le ©
viene dictada a la vez por sus convicciones y su temperamento.
■ ©
En 19 52, Sartre se enemista de nuevo— sin remisión, esta vez—
■©
con Camus. Después, en 19 55, aparecen dos libros que, desde án­
gulos diferentes, ponen en tela de juicio el proyecto político sar-
treanó. En aventuras de la dialéaica, Merleau-Ponty consagra
un capítulo entero— «Sartre y el ultrabolchevismo»— a criticar las ■0
o
1 9 2 . « M e r le a u -P o n ty » , texto reco gid o en Situntiomphilosophiques, op. cit.^ p. 1 8 7 .
■©
1 9 3 . T e x t o s re c o g id o s en Je a n -P a id Sartre , Situations P7 , P a rís, G a llim a rd ,
19 Ó 4. [T r a d . cast.: Obras c o m p l e t a s A g u ila r, 1 9 7 0 .] 0
255 ;xD
HISTO R IA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

supuestas simpatías del filósofo por el leninismo. Saca así las con­
secuencias de su propia decisión de dejar de colaborar con Les
Tejpips Modeiyzes. Con E l opio de los intelectuales^ Aron facilita a la de­
recha su manifiesto del momento, esforzándose por probar— sobre
la base de Popper, pero también de Amold Toynbee, vulgarizador
de Spengler— que la lucha de clases es un «mito» y que está cerca­
no el «fin de la edad de la ideología».
L a renovación reciente del nacionalismo racista y del fundamen-
talismo religioso muestra, aposteriori, hasta qué punto la profecía era
prematura. Pero en aquel momento el éxito mediático de E l opio de
los intelectuales es enorme. Quedará como el origen de una moda— tí­
picamente parisina— consistente en declarar que, en el debate que les
opone hasta su muerte, Sartre se había equivocado y Aron tenía
razón. Fórmula fácil, pero mal fundada. Pues,-bien mirado, se tiene
que admitir que Sartre no se ha equivocado tanto como se dice.
Incluso en el corazón de los años cincuenta, no hay demasiado
que censurar respecto a su posición básica: defender a los oprimi­
dos— los del Oeste, del Este o del Tercer M undo— sin caer en
complacencias para con los opresores, sean los que sean. Esta posi­
ción se parece además a la de la escuela de Franlcfurt. Sólo difiere
en un punto importante: la crítica satreana a las dictaduras del Este
es una crítica desde la izquierda. Denuncia la ausencia de demo­
cracia detrás del telón de acero en nombre de una concepción más
auténtica del comunismo. Se aproxima por ello a una crítica trots-
idsta o, más en general, libertaria.
En 195Ó Sartre condena firmemente la invasión soviética de
Hmigría. En enero de 19 5 7 ataca directamente al Partido Com u­
nista Francés en un texto— « E l fantasma de Stalin»*^"^— que marca
el momento exacto en que deja de ser un «compañero de via­
je». Se esboza entonces un acercamiento entre Sartre y Merleau-
Ponty, favorecido por su común oposición a la guerra de Argelia y
al gaullismo. Tardíamente reemprendido, el diálogo entre los dos
hombres será sin embargo interrumpido, en 19 6 1, por la muerte
prematura de M erleau-Ponty— al día siguiente Sartre, trastorna­
do, escribirá un texto muy bello en memoria de su amigo.
Paralelamente y durante todos estos años, Sartre toma el impul­
so necesario para redactar el libro que, más allá de las peripecias de

19 4 . T e x t o re c o g id o en Je a n -P a u l S a rtre , Sitimtiom P arís, G allixn ard , 1 9 6 5 .

256
EN LA GUERRA FRÍA

la actualidad, quedará m mo su gran «explicación» con Manc/Cnir/-


de IgjnizáiLSiuíéctica^^ hecho, sólo el primer tomo de ese libro-
río— ese libro escrito en la pasión y que Raymond Aron caUficará de
«monumento barroco, abrmnador, mostruoso»— aparecerá en
1960, precedido de im ensayo escrito tres años antes, Cuestiones de
método^ que es más bien su conclusión provisional que un prefacio.
N o habrá en absoluto ninguna conclusión definitiva— como tam­
poco la hay en la historia. El texto inédito publicado póstumamen-
te (1985) bajo el título de «segimda parte» no merece exactamente
ese estatuto, puesto que se trata de hecho de un manuscrito de los
años 19 5 8 -19 6 2 , por tanto redactado al mismo tiempo que la «pri­
mera parte» y deliberadamente abandonado por su autor.
La razón de tal falta de finalización se deja entrever sin dificul-
tad. Sj^bien Sartre y M arx coinciden en definir la historj;^ <pQmo
h ^ r donde se desarrolla la prfixis humana, k individual
penuanece^ para eJ piitm/ux>r-nniTua única que cuenta— inel
si_debe circular dentro de estructuras colectivas— ^ mientras que
Marx, quejao conoce oti z^pnixis que la socia!; no ve en la historia
otro sujeto posible que las «clases» mecánicamente definidas -POI
el p,apel_que, tienen en el modo de producción económico. Esque-
ma.tizan(lQ.,,jse-p£idría dear.que. A/íarx-no acepta sino procesQs.j«£)lL=..
jetivos», mientras que Sam e, fiel a los ideales^fenomenológicosjde

parür de lo quexsT>ara J l la única reahdad: los hombres concretos,


sujetgajjidm d^ de^sus-acciones.,.

dema^ d o compatibles, pese a que S artre afírnLC,que son comple^^


mentarios, siendo laTfflción del segundo— según él— reintroduciiL^
en^ljprimero el sentído^^dg.
rnodp: pXQponei^4ma>,aj:ticulación^ahle_enfrp,^, poy upa pat^^c, ei
niarcp_jt:eáric0.xifi:eídda4)Ox,jeLmiiteda,hsü^Q.,^lu^^
parte, el conjunto de los conocimientos producidos después de la
muerte de M arx en el campo de la historia, de la sociolo^óaLJ^Lilel
psicoanáIms^«Reconquistar al hombre en el interior del marxis-
mo»:*^^ la ambigüedad de ese proyecto es evidente. Explica que

19 5 . Je a n -P a u J Sartre , Critique de la rahon dialectique^ t. I, P a rís, G a llim a rd ,


Crítica de ¡a razón dialéctica. Precedida
1 9 6 0 , p. 5 9 . [q rad. cast. de M a n u e l L a m a n a :
de Cuestiones de método^ B u e n o s A ire s, L o sa d a , 1 9 6 3 .]

257
H IST O R IA HE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

Sartxe haya podido tener la sensación, a medio camino, de haberse


metido en un callejón sin salida.
Queda la obra, que vale por sí misma— es decir, por la originali­
dad de los análisis que propone de la sociedad contemporánea, por
el tipo de «antropología estructural e histórica»*^^ que se esfuerza
por construir. Sartre no pretende descubrir la dialéctica— el mérito
le corresponde a Hegel— , sino interrogarse sobre el fundamento y
los límites de su aphcación al estudio de los «objetos humanos»
o «antropología filo só fica » .P a rtie n d o de una pregunta de tipo
kantiano: «¿E n qué condiciones es posible un conocimiento de la
liistoria?», intenta responderla exponiendo, ima después de otra,
todas la vías por las que la praxis individual— a la vez conformada y
desviada de. su objetivo por las mediaciones colectivas— consigue
deshacer las síntesis instituidas (lo «práctico-inerte») para suscitar
otras nuevas— que serán a su vez descompuestas y reemplazadas, en
una sucesión indefinida.
D e des-totalización a re-totalización, Sartre constata en efec­
to— otro punto de divergencia con M arx— que ninguna revolución
puede cambiar en profundidad la naturaleza de la historia: pues,
incluso si los oprimidos tomasen el poder, el ciclo de «alienación-
revuelta» no cesaría por ello. Por lo demás, no lo «tomarán» ja­
más, en el sentido usual del término «tomar». El poder no es, pues,
en sí, ni un fin ni un objetivo. Se ve reaparecer aquí la tentación li­
bertaria, antipolítica, que siempre habita en el corazón de Sartre,
pero que no se revelará plenamente sino en los últimos años de su
vida.
D e economía no se trata demasiado en la Crítica. Sartre consi­
dera— con una cierta falta de interés por esas cuestiones «técni­
cas»— la teoría económica de Marx como globalmente pertinente.
E l materialismo histórico— única parte del marxismo que retiene
como un elemento vital— no es por otra parte y para él una ciencia,
sino una filosofía: « L a insuperable filosofía de nuestro tiempo».*^®
L a única gran filosofía del siglo xx— en relación con la cual el esta­
tus del existencialismo mismo es tan sólo el de una «ideología»,
destinada a insertarse en el marco más amplio del marxismo.
Ahora bien, ese homenaje— que la filosofía liberal no le perdo­
nará jamás— no le impide a Sartre desplegar, en los límites de la

1 9 6 . Ib id ., p. 9. 1 9 7 . Ib id ., p. 10 . 1 9 8 . Ib íd ., p. 9.

^58
'O
EN LA GUERRA FRÍA ©
S5
teoría marxista, su propia concepción de la realidad social. O más
exactamente, ima especie de sociología «hiper-empirista» que ©
toma como objetos privilegiados los fenómenos «seriales». Ya la O
primera frase de E l ser y la nada felicitaba a la fenomenología .O
husserliana por haber mostrado que lo existente se reducía «a la se­ ©
rie de las apariciones que lo manifiestan». Veinte años más tarde,
la Crítica no hace sino transferir esa noción de «serie» del sujeto : íD
individual a los modos de ser colectivos. Sartre, habiendo esta­ (■")
do siempre más cómodo en los análisis concretos que en la teoría f
pura, logra lo mejor del libro en las descripciones que propone de
esos fenómenos «seriales» de la vida cotidiana que son el hacer
cola, la cadena de producción o la institución burocrática— hasta el
momento, al menos, en que un «grupo en fusión» viene a deshacer
la estructura fijada.
Publicados en un país que el gaiillismo y el crecimiento econó­
mico han conseguido despolitizar, esos análisis— cuyo grado de
atención a lo real no tenía equivalente por entonces, salvo en los
teóricos de la escuela de Frankfurt, ignorados por Sartre— no son C i)
demasiado comprendidos en aquel momento. Rechazados por los
©
marxistas ortodoxos que, desde 1956, unánimemente abominan de
©
Sartre, serán destacados por contra en los años siguientes por dos
intelectuales ingleses— ^Ronald Laing y David Cooper— que toma­ ©
rán prestado a la Crítica su vocabulario filosófico para formular su .0
propio programa: una crítica radical de la institución psiquiátrica
y, en particular, del reductor concepto de enfermedad «mental».
Finalmente, se revelaron de lo más clarificadores para la compren­
sión del movimiento de revuelta—^a la vez popular y estudiantil— &
que, en Francia y en otros países occidentales, pondrá al descu­
bierto en 1968 el modelo existente de relación social.

Con los acontecimientos de 1968— ^vasto proceso de «destota­
o
lización» conducido por un «grupo en fusión» parecido a los que
Q
describe la C?‘ítica— comienza la última fase deí recorrido sartrea-
no. Desafiado por los estudiantes— que prefieren a los ideólogos '©
«contraculturales» venidos de América y que resume el nombre de
Marcuse— , acusado por los obreros de ser un intelectual aislado de 9
las masas, Sartre, empero, interviene a favor de los «izquierdistas»,
víctimas a la vez de la represión estatal y del inmovilismo del Par­ ©
tido Comunista Francés. Condena la intervención soviética en O
Checoslovaquia— que aplasta en agosto la efímera «primavera de

259
HISTO R IA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

Praga»— y proclama una vez más su oposición al stalinismo en un


texto del verano de 1968, « L o s comunistas tienen miedo de la
revolución»/^^ Su única referencia política, no obstante, es la
evidente aspiración de los pueblos— tanto en el Este como en el
■I Oeste-—a un cambio de sus condiciones de existencia. Desde este
momento hasta su muerte, Sartre se sitúa en la extrema izquierda,
oscilando entre el polo libertario de esta última y su polo maoísta,
un maoísmo que justifica— en el revuelto contexto de la época—
por su hostilidad a Moscú, por una parte, y, por otra, por su sim­
patía hacia las utopías de la revolución «cultural» cWna— cuyos
crímenes, entonces mal conocidos en Europa, no serán revelados
sino posteriormente.
Así, a pesar de negarse a fundar o dirigir un movimiento, Sartre
concede, a inicios de los años setenta, su apoyo concreto a iniciati­
I vas concretas que le parecen capaces de hacer cambiar las cosas:
U 'í") por ejemplo a nuevos diarios como La Cause du Peuple (1970 ) y Ré-
volution (19 7 1), o bien a una agencia de prensa independiente de
los partidos políticos— Libération— en cuya creación participa en
19 7 1 . Ésta ayudará a crear, dos años más tarde, el diario «alterna­
tivo» del mismo nombre, cuya dirección abandonará Sartre en
19 7 4 — siempre desconfiado con el poder.
Dos grandes patinazos empañan, sin embargo, este período: el
asentimiento otorgado por Sartre a la masacre de los atletas israe­
líes por parte de terroristas palestinos en los Juegos Olímpicos de
M únich (19 7 2) y su apoyo moral a otros terroristas, los de la «F a c­
ción Armada Roja» alemana (1974). Esos dos errores atestiguan la
persistencia en él de un viejo fondo romántico, nihilista y anarqui­
zante, que le conduce a veces a celebrar la violencia poh'tica en sus
aspectos menos aceptables.
Salvo esas dos excepciones, inexcusables, la evolución del pen­
samiento sartreano en los últimos años de su vida no merece la ig­
nominia de la que ha sido abundantemente cubierto desde enton­
ces. E l «izquierdismo» que le caracteriza expresa, al contrario,
una cierta forma de lucidez llevada hasta sus consecuencias extre­
mas. Constatando que la auténtica inspiración revolucionaria del
pensamiento de M arx ha sido sacrificada en todas partes— por los
partidos comunistas— a sus juegos de poder, es consciente del

19 9 . T e x t o re c o g id o en Je a n -P a u l S a rtre , Situatiojis VUIy P arís, G a llim a rd , 1 9 7 2 .

260
EN LA GUERRA FRÍA

hecho de que los movimientos colectivos de emancipación no


pueden sino desembocar, por su propia lógica, en la creación de
nuevas instituciones burocráticas y represivas. Sartre abandona
progresivamente la idea de revolución social, pero se mantendrá
igualmente convencido de la necesidad de una revuelta individual
en contra de todas las formas políticas culpables de asfixiar la li­
bertad humana.
Ese es, en todo caso, el espíritu de un libro de entrevistas— Hay
razones para rebelarse— que realiza en 19 7 4 con dos de sus amigos,
Philippe Gavi y Fierre Victor— pseudónimo de un joven filósofo,
Benny Lévy, ingresado en la Escuela Normal Superior en 1965 y
convertido, poco después, en líder de im grupo maoísta, la «Iz­
quierda Proletaria». En el momento en que conversan, la recaída
del movimiento «izquierdista» hace presagiar su desastre final. Se
ha hecho claro, además, que cambiar el mundo es.un sueño irreali­
zable. Cada uno de nosotros puede, pese a todo, intentar cambiar
su vida, rehusando obedecer a otras leyes que a las que uno mismo
se ha fijado. Ese es el sentido de la revuelta personal— de orden
existencial y, en muchos aspectos, espiritual— que Sartre predica
en ese libro. Con independencia de los partidos políticos, sean los
que sean, su reflexión enlaza así con una tradición filosófica algo
olvidada, la del individualismo moral. Y, más allá, con ciertos as­
pectos «personalistas» de la ética judía tradicional.
En ese momento— envejecido y amenazado de ceguera— Sartre
ya no puede leer ni escribir. Pero, discutiendo con Benny Lévy
— quien desde 19 73 es su secretario— o con otras personas de su en­
torno, como por ejemplo su hija adoptiva— también judía— , des­
cubre tardíamente los grandes conceptos del judaismo. Y es con
Benny.Lévy, que vuelve paralelamente a las raíces de la religión ju­
día, con quien, algunas semanas antes de su muerte, graba una ul­
tima entrevista, La esperanza hoy— en.la que resurge, rodeada por
él de un agnosticismo tranquilo, la cuestión fenomenológica de la
trascendencia. «La voz de Sartre resuena de tal manera— anotará
más tarde Benny Lévy, al releer esa entrevista— que permite decir
en francés lo que a mí se me revela en el horizonte del hebi eo»
— del hebreo bíblico, hay que entender.
Brutalmente desautorizada por algunos allegados a Sartre— que

20 0 . Benny Lévy, Le now- de Lbontme, L a g r a s s e , V e r d ie r , 1 9 8 4 , p. 1 9 1 .

261
H IST O R IA DE LA FILOSOFIA EN EL SIGLO XX

al no comprender su camino intelectual se creen autorizados a ca­


lificarlo de «senil»— esta última entrevista plantea más preguntas
que las respuestas que aporta. Por desconcertante que sea, es testi­
go sin embargo de un esfuerzo— que no tiene nada de nuevo— para
fundar una filosofía de la libertad, en perfecta coherencia con el
proyecto inaugural de E l ser y la nada.
Ciertamente, la meditación a dos voces que allí se despliega que­
da en suspenso. Pero, después de todo, la Critica de la razón dialécti­
ca y los Cuadernos para una moral son, a su vez, restos inacabados.
Inmenso taller en efervescencia perpetua, la obra de ese infatigable
activista, de ese escritor compulsivo y violento que fue Sartre, ¿no
estaba por definición condenada a la incompleción? Es sin duda eso
mismo lo que la convierte en la acmalidad en infinitamente más es­
timulante que tantos sistemas satisfechos de su propia inercia.

3. ¿H ACIA UNA TERCERA V IA ?

__ ^ lea.de Sartre, la travesía déM arcuge ilustra la misma


b^úsqueda de una sociedadlñeior, Ia~mism ft-¿S 5 i9 crítica respecto
al capitalismo, la misma necesidad de anclarse en la tradición dia­
léctica de Hegel y de M arx. El pensamiento de Marcuse, como e f 3 e
Sartre, es un pensamiento negativo. Es gracias a esa distancia en re­
lación con la historia como los dos filósofos han escapado— uada
uno por su cuenta— de la positividad del socialismo «real». En otras
palabras, ni uno ni otro han sido comunistas, sean cuales sean las
amalgamas de que se hayan servido sus adversarios para atacarlos.
Existen, no obstante, algunas disimetrías entre Sartre y M arcu­
se. Si bien el segundo ha leído con atención al primero, la recipro­
cidad no se ha producido. Por otra parte, Sartre ha perdido en
1968 una parte de su credibilidad entre los jóvenes— al menos fue­
ra de los círculos maoístas y libertarios. La de Marcuse, al contra­
rio, no ha sido jamás tan grande como en esa época. Extraño des­
tino, además, el de la filosofía marcuseana que, a pesar de sus
insuficiencias, ha devenido en aquel entonces y durante unos años la
referencia central de la juventud «progresista» de los países occi­
dentales.
Para comprender el itinerario de Marcuse, hay que recordar
quqej acontecimiento_qu£_m^có-SiL5 da fiie^T

262
■Q
EN LA GUERRA FRÍA

lución alemana de n o v i e m b r e E r a c a s o a su vez consecun-
vo a la liauidairión del movimiento spartakista que, en ej interior de
esa r e v o lu ^ n , intentabajhacer prevalecex una orientación pro bol- '©
chevique._ .O
Guiados por /Rosa, Luxemburg ^ íiSyo-iQioh autora— enae
otros— de un trabája-doq^otía-eConómica sobre Ea acumulación del
capital (19 13 ), y por el hijo de Wilhelm Liebknecht— Karl Liebk-
necht ( 1 8 7 1 - 1 9 1 9 ) — , los spartakistas, que hacen suyo el programa
de la Revolución de Octubre, fundan en diciembre de 19 18 el Par­
©
tido Comunista Alemán, hostil al gobierno presidido por el social-
demócrata Friedrich Ebert. Sintiéndose incapaz de conservar el
■©
poder sin el apoyo del ejército y de las fuerzas conservadoras,
Ebert decide aplastar toda veleidad de subversión: es la «semana
sangrienta» de enero de 19 19 , a cuyo término, el 15 de enero, Karl
Liebknecht y Rosa Luxemburg son asesinados en Berhn.
Escandalizado por el oportunismo de Ebert, Marcuse decide
entonces dejar el Partido Socialdemócrata, del que es miembro ;(5
desde 19 17 . Si bien en ningún caso abandona el marxismo en tan­ ■ 0)
to que tal, sin embargo toma bruscamente conciencia de la necesi­
dad de apartar la energía revolucionaria del juego de los aparatos y O
de las tácticas de los políticos. En lo inmediato, se aleja de la es­
C.')
cena de la historia para consagrarse a su tesis de doctorado— E/
■Q
«KunstleiToman» germánico (1922)— y vive del comercio de libros
antiguos al tiempo que frecuenta a Benjamin, Lukács y artistas de I
izquierda. o!
En 19 27, la lectura de Ser y tiempo provoca en él un choque que . i
le conduce de la estética hacia la ontología. El contenido «concre­
to» del existencialismo EeTdeggerianQ— los problemas del Daseiiiy
®
©I>
á e l í cfrraTS’org^), de la muerte— responde a sus prnÍLuidas-aspira^ ©
cinnes. AJ mismo tiempo, el tono radical del libro le confiere una ■©
dimensión revolucionaria a la que es sensible Marcuse. Que se tra­
©
te, a la sazón, de una «revolución» conservadora no parece inco­
O
modarle, al menos en im primer momento. Marcuse cree, en esa
época, en la posibilidad de una síntesis entre existencialismo y mar­ G
xismo^ S en^ata^ejiuuvo^^uinta^ños^áT^rde^ ■G
n;e— pero con implicaciones políticas muy diferentes.
De 1928 a 19 32, convertido en ayudante de Heidegger en Fri-
burgo, Marcuse intenta abrir una «tercera vía», distinta a la vez de 'G
la segada por su maestro y la del marxismo ortodoxo. Redacta

263
‘■'i:-)
H ISTO R IA DE LA FILO SOFÍA EN EL SIGLO XX

consideraciones sobre la «fenomenología del materialismo históri­


co», la «filosofía concreta», el «marxismo trascendental». Des­
pués, a pesar de su admiración por Heidegger, termina por reco­
nocer la deriva de éste hacia el nacionalsocialismo. Discípulo de
izquierda de un pensador de extrema derecha, decide entonces
marcar sus distancias.
Su tesis de habihtación, La ontología de Hegely la teoría de la his­
toricidad (19 32), es además rechazada por Heidegger. Sin embargo
se trata de una lectura bastante clásica de Hegel, pero en la que ya
se ve que el verdadero objeto del interés de Marcuse es menos, la
comprensión del Ser que la del ente, menos la ontología funda­
mental que la reflexión sobre la historia. El mismo año, Marcuse
;:T consagra un estudio a los Manuscritos económico-filosóficos del joven
M arx (1844), que acaban de ser publicados por primera vez. La on­
(5)
tología humanista y revolucionaria que los inspira, cercana a im
hegelianismo «de izquierda», le parece en lo sucesivo más «con­
creta» que el existencialismo heideggeriano.
Algunas semanas más tarde, Marcuse abandona Alemania justo
^ntgF ^ l a ll^ a d T d e Hitlér al j Kid^TJÍejieiTLdEjjSQ^ ínriLe^
diatamente sejncorpora, gracias a la recomendación de Husserl
(que hahíalormado parte de su tribunal de tesis en 19 2 2 ), al grupo
de Horklieimer. Desde entonces, la ruptura con Heidegger es ine­
vitable. Se consuma con el primer artículo publicado por Marcuse
en el Zeitschrift fiir Sozialforschung titulado «L a lucha contra el h-
beralismo en la concepción totalitaria del Estado» (1934).
Si bien, a partir de ese momento, Marcuse se convierte en un
tmembro de la escuela de Frankfurt en el exilio de los Estados U ni-
dos, no deja de ^ n servar su independencia en eLmt.enjar.de^.stau
p e s ^ I § 4 1, hgjce por su cuenta vujesRn-^is£Lpnedje.d£air así— un
retorno a Hegel con dJjbrcL&l^iag: y revohidón^ donde entronca ex-
phcitamente j:LQn..dJbLeE.eharu.smcü.os^ de la «teoría social»
frankfurtiana. A diferencia del trabajo de 19 3 2 , ese nuevo libro
propone una interpretación de Hegel deliberadamente pohtica,
marxista y antiautoritaria. Símbolo de la Ilustración, el espíritu crí­
tico constituye, para Marcuse, el componente principal de la teoría
dialéctica fundada por Hegel y desarrollada por Marx. En cuanto a
las concepciones de la sociedad que creen poder ignorar el espíritu
crítico, condenar a Marx o menospreciar a Hegel, Marcuse las re­
chaza confundiéndolas bajo la misma etiqueta, la de «positivismo».

264
en la GUERRA FR ÍA

Haciendo suyo el eslogan de Bloch en E l espíritu de la utopía (1918):


« L o que es no puede ser verdadero», reprocha al «positivismó» ha­
ber matado el verdadero espíritu de la Ilustración, sofocando su di­
mensión fundamentalmente negativa. Esta tesis no hace sino anti­
cipar la que defenderán Horkheimer y Adorno-—quienes no citan a
Marcuse— en Dialéctica de la Ilustración (1947). Marcuse también la
desarrollará en sus Ubros posteriores, si bien reemplazando a par­
tir de los años sesenta <^ositivismo» por «pensamiento unidimen­
sional^ —
En 1942, para sufragar sus necesidades, Marcuse acepta traba­
jar para la Office of Strategic Services (O SS, que posteriormente se
transformaría en la CIA), que le encarga identificar, dentro de la
perspectiva de desnazificación, movimientos nazis y antinazis. Ese
trabajo le lleva a realizar (1946) una misión en Alemania, en cuyo
curso visita a Heidegger con la esperanza de ayudarle a encontrar
una salida honorable. La reanudación del contacto se revela decep­
cionante. Heidegger se obstina en su rechazo a condenar la Shoah.
U n intercambio de cartas, a inicios de 1948, marcará el final de sus
relaciones.
La guerra fría ha comenzado. Marcuse continúa sin embargo
trabajando para el gobierno norteamericano, colaborando (1949)
en im informe sobre «las potencialidades del comunismo mun­
dial»— «demanda» cuya ambigüedad política no parece perturbar­
le. Es cierto que el foso que le separa del socialismo «real» (esto es,
soviético) no es puramente verbal y que la búsqueda de una «ter­
cera vía» le preocupa ahora tanto como al final de los años veinte.
Sin embargo termina por dimitir de la O S S ( 1 9 5 1 ) para reanudar,
a partir de 1 9 5 4 ? carrera académica. Enseñará sucesivamente en
la Universidad Brandéis (Boston) y en la de CaUfornia (San D ie­
go). Y es igualmente en Estados Unidos donde publicará los libros
que harán de él, por otra parte, el filósofo del «Gran Rechazo».
Ese rechazo, ya se ha dicho, no deja de recordar la crítica sar-
treana del sistema capitalista. Pues, aunque Marcuse se muestra es­
céptico respecto al «subjetivismo» que inspira E l ser y la nada,^""' no

20 1. V é a se el a rtícu lo titu lad o « L ’existen tialism e: rem a rq u es so r UÉtie et le


Néant de Je a n -P a u l S a r tr e » ( 1 9 4 8 ) , trad. fr. en H e r b e r t M a r c ó s e , Culture et Sociéte\
P a rís, E d . de M in u it, 1 9 7 0 . [T r a d . cast. de E . B u ly g in y E . G a r z ó n V a ld é s : Cultura
jyror/>dW, B u e n o s A ire s , S u r, 19 6 8 .]

265
H ISTO RIA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

busca menos, de una manera que ofrece un paralelismo sorpren­


dente con Sartre, reanimar la fuerza conceptual del marxismo al
arrancarlo de sus interpretaciones stalinistas y enriqueciéndolo por
el contacto con los resultados más recientes de las ciencias sociales.
Tanto en uno como en otro, una aguda atención por las metamor­
fosis de lo cotidiano así como por el valor subversivo de las crea­
ciones artísticas alimenta constantemente la reflexión teórica, dán­
dole su particular riqueza.
Así, por ejemplo, Bros y civilización (19 5 5 )— el primero de los
grandes libros publicados por Marcuse después de la guerra— par­
te de la denuncia del «revisionismo» neofreudiano, representado
por los escritos «americanos» de Fromm y acusado de no dirigirse
sino a la «normalización» del individuo, es decir, a su adaptación a
las estructuras represivas de la sociedad. Reprochando a esa ideo­
logía Gonsevadora el haber borrado la inspiración «metafísica» del
último Freud (el de E l malestar en la cultura)^ Marcuse restituye su
valor ontológico a la oposición entre instintos de vida (Eros) e ins­
tintos de muerte (Thanatos). Considerando la vida como el depó­
sito pulsional de energías que se reprimen en la historia, muestra
que las técnicas modernas de producción capaces de poner a toda
la humanidad al abrigo de la necesidad, en lo sucesivo hacen inú­
til una gran parte de la represión impuesta al individuo por el
sistema capitalista, en nombre de pretendidos imperativos de «ra­
cionalización» social. En el horizonte de la tesis marcuseana se per­
fila, por tanto, la expectativa de un mvmdo donde Eros (el deseo) se
liberaría del Logos (la razón represiva") y donde Thanatos (la pul-
sión suicida, transformada por el rechazo en agresividad hacia el
prójimo) estaría canalizado entre hitos sjmhólicn.s, de ral manera
que reduciría la masa de las que, <;ohre
las relaciones socides. U n mundo pacificado que permitiría final­
mente la plena expansión de las potencialidades humanas, artísticas
o sexuales. Y cuyo sueño seducirá sucesivamente a la beat genera-
tion^ en los años cincuenta, y a la generación hippie, diez años más
tarde.
En E l marxismo soviético: un análisis crítico (1958), Marcuse pre­
cisa el sentido de su búsqueda de una «tercera vía», insistiendo en
las razones que le llevan a rechazar tanto el socialismo «real» como
el capitalismo. L o que convierte, en efecto, al marximo soviético
en condenable no es nada más— según él— que una característica
266
EN LA GUERRA FRÍA €)

que este sistema comparte con su adversario orríHenral! amhrv<; son


©
variantes de una misma organizacinn repcadiu, dirigida a snmetfír
’©
J individuo al primado de una «racionalidad» técniea mutiladorrir
cuya fachada institucional es la urania ejercida por el Estado. S i
la revolución soviética es una revolución fallida— o vma revolución
traicionada— no es porque haya naufragado económicamente. Es, :Q
al contrario, porque se ha guardado mucho de cambiar lo más mí­ •:©
nimo la relación entre el trabajador y sus instrumentos de trabajo. ;©
Comumsta o capitalista, el trabajador permanece esclavo de éstos.
Cambiar esa relación, liberar al hombre de su «alienación» f í m d i i - "O
mental, es decir de su servidumbre respecto del aparato de prodnr^
ción, de su sujeción a lo económico: ese es, para Marcuse, el único
programa auténticamente revolucionaric
Las grandes líneas de ese programa^cercano por su inspira­
ción a los escritos «humanistas» del i^ e n M arx— se encuentran ■©
desarrolladas en E l hombre unidimenúmal (1964). La primera parte ' iC:')
de este libro demmcia. bajo el nombre de «de<:nblirnacinn represi­
va», la ilusión de libertad individual ron la que las sndedade.s rer-
nocráticas arrullan a sus habitantes, a fin de encadenarlos mejor.
La segtmda parte ataca a la ideología dominante del numdo anglo-
americano, ese «pensamiento unidimensional» que se raracteriya
O
por su rechazo de toda negatividad crítica, y en el que M arcuse
I
engIoHaala vez el positivismo lógico, la filosofía «analítica»^—cu­
ívi' iI
yas «preocupaciones artificiales y de lenguaje enrevesado»'”' esrig-
piariaa-—e.iiLciuso~a Wittgenstein, puesto que el «error» de éstg
© j
O '
p grcce ser el- errnr .jgpostttvigtaii»—pnr..exrelenria, ^ue consiste en
quere¡L<<,cl£ÍajiJaa-das las cosas en su estado» (Investigaciones filosófi­
cas, § 124).
Titulada «Perspectivas de un cambio histórico», la tercera par- ©
te recoge las principales propuestas de Marcuse. Aspiran ni más ni
menos qiie a provocar una «catástrote» liberadora (el téiTnino es
enípleado irónicamente), jue_^coiiS£guirá subvertir* el sentido ac-
O
tual del progreso técnicQt^'^iresum en^reem ^tlaz.ar sin transición
(j
la opresiva concepción de la razón dominante en la actualidad por
una concepción realmente emancipadora— que se encuentra sinte-
ó

2 0 2 . H e r b e r t M a r c u s e , L ’homme unidimensionnel, t r a J . fr., P a rís, É<i. <ie A íi-


n u it, 1 ^ 6 8 , p . 2 3 4 * (T r a d . cast. d e A n to n io E lo rz a : £ / hovíbi'e uiiidÍTnensioiuiI B a rc e ­
G
lo n a. A rie l, 1 9 9 8 , re im p r.]

267
Kxj"

H I S T O R I A DE LA F I L O S O F Í A EN EL S IG L O X X

tizada curiosamente, en el libro, por una fónnula tomada del filó-


sofo AJfred N orth Whitehead: « La función de la razón es promo-
j veT el arte de vivir»/^^
Volviendo a tomar la idea— avanzada en 19 33 por Horkhei-
— de que los medios materiales existen en adelante para que
la tarea de realizar la justicia sobre la tierra deje de aparecer como
utópica, Marcuse predica la revolucionaria reconciliación entre la
racionalidad técnica y las aspiraciones individuales a la felicidad.
Esa reconciliación pasa, sepan éL por im axeapropiadoB del espa-
cio privado y, en consecuencia, por el rechazo de todasdaS-t^ntalL
vas autontaí^Vd ^ o l o m de la vida cotidiana.
L a cuestión estratégica— que, a pesar de Marcuse, nos remite a
Lenin— continúa siendo identificar a los actores sociales a partir de
cuya inteiTención puede producirse esa revolución. Puesto que la
clase obrera se ha descalificado por la facilidad con que se ha inte­
grado en el sistema capitalista, la respuesta marcuseana consiste en
transferir la esperanza de la voluntad de cambio a los marginados
del sistema: jóvenes, parados, marginales, minorías oprimidas, pue­
blos del T ercer Mundo...
De todas maneraSj la cohesión de ese conjunto resulta proble­
mática, tanto como su determinación— y capacidad— para transfor­
mar el sistema. ¿Por su misma condición los marginados están des­
tinados naturalmente a rebelarse? ¿Son capaces de umrse? ¿Hasta
qué punto una eventual revolución «espontánea» estaría en condi­
ciones de triunfar sin el concurso de los partidos políticos? ¿Cóm o
saber si ese triunfo no volvería a constituir nuevas estructuras re­
presivas?
MarriiseesjTTuy consciente deJa_existencitLiÍe tales problemas
V reconoce, en las últimas páginas del libro^^nue nada está ya ga-
ra n tiz a ¿^ P o r una parte, cita a Benjamin: «E s s ^ o a causa de los
que están sin esperanza por lo que la esperanza nos es dada».^°^ Por
otra, recuerda que el sistema capitalista todavía es tan poderoso
com o para conseguir asimilar, durante mucho tiempo, todo desep.
de_opo¿QÍóxL;^queJa «teoría crítica de la sociedad» no está en coji-

2 0 3 . Ib id ., p. 2,80-
2 0 4 - M a x H o r k h e im e r , « M a té ria lism e et m o ra le » , texto r e c o g id o en Théoj-ie
aitique^ Dad . fr., P a rís, P a y o t, 1 9 7 8 , p. 10 6 .
2 0 5 . H e r b e r t M a r c u s e , Vhow.mc unidmensiomul, op. cit.y p. 3 1 2 , ^

268
EN LA GUERRA FRÍA

diciones de poder hacer promesas: y que la prudencia recomienda


a la teoría mantenerse estrictamenrpr«npgai-ÍT7av:^^°<*
De hecho, si bien esa obra y los libros siguientes de Marcuse
— Crítica de la tolerancia pura (1965), E l final de. la utopía (1967) y
Hacia la liberación (1969)— conocen un éxito vital en los campus y si
bien la explosión de la revuelta estudiantil en Europa y en los E s ­
tados Unidos (1967-19Ó 9) parece en un momento dado justificar la
esperanza de un cambio, la brutal represión del movimiento, se­
guida de su atasco a partir de 1970» dan retrospectivamente la ra­
zón a la prudencia marcuseana. Marcados por el reflujo de las ideo­
logías revolucionarias, los años setenta serán los de las grandes
desilusiones. Las últimas intervenciones de Marcuse, sin aportar
elementos nuevos a sus teorías, dan fe de esa coyuntura histórica­
mente desfavorable al «G ran Rechazo».
De manera sintomática, su último libro— La dimensión estética
(^977)» publicado dos años antes de su muerte— señalará su retor­
no hacia una reflexión sobre la función de la imaginación artística,
como si— tanto para él como para Adorno— la creación individual
resultara, en im mundo donde la opresión parece eternizada para
siempre, la líiúca vía de salvación. Y como si, en el lugar de la políti­
ca, el arte permaneciera como la única forma posible de redención.
Del fracaso de la revolución alemana (19 19 ) al del movimiento
estudiantil, cincuenta años más tarde, la obra de Marcuse se inscribe
así entre dos momentos de «reflujo» que, tanto imo como el otro,
bastarían para justificar un cierto pesimismo histórico. Marcuse, sin
embargo, no ha perdido nunca la esperanza. Hasta el final, ha deja­
do una ventana entreabierta en dirección a esa «emancipación» fi­
nal por la que clamaba— aimque, desde 19 19 hasta su muerte, hayan
variado algo las formas sobre las que ha intentado imaginarla.
Las fluctuaciones y las ambigüedades del pensamiento marcu-
seano difícilmente pueden negarse. Exphcan en parte el retroceso de
su influencia veinte años más tarde. Es cierto, igualmente, que el
final de la guerra fría (1989) parece habeTproclamado la muerte dé
todo el pensamiento que, de'cercaoTdeTejbs.' se'remité a 79Taa^
el mundo «unificado» donde vivimos en la actualidad, el capitalis­
mo parece haber triunfado para siempre. ¿N o ha consegiúdo, me­
diante hábiles reformas, mejorar el nivel de vida de los trabajado-

2 0 6 . Ibici.

269
H IST O R IA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

res? ¿Acaso no ha provocado progresos nada desdeñables en cier­


tos países en vías de desarrollo? ¿Acaso el comunismo, allí donde
subsiste (en China, por ejemplo), no se ha convertido en objeto de
condena universal, dejando presagiar su cercana— y radical— eli­
minación?
Son precisamente esos n^ m o s fenómenos los^ue_deh.erían im-_
pedii^s^olvidar completam Pues si el m un d o ^ n e ^
anuncia es_aúnjiEas^<;a«ÜdimgjP¿ÍQnal^^ hace
treinta años, sus críticas podrían volver a convertirse en muy actua-
les en el futuro. L a tecnocracia capitalista no ha evolucionado en
lo fundam^ntah Continúa siendo igual d e ^ ut^taria»JgiiaLjie.iiD-
L S Íg P y felip^da^ejam ayor parte de la humanidad.
Aquí o allá, sus crisis favorecen el retomo del fascismo, incluso de
ciertas formas— apenas disimuladas— de nacionalsociaTismo
¿Q ui^ podría a s e rr a r , en tales condiciones, que la crítica
marcuseana no tiene todavía im futuro ante sí?

4. D ESTIN O S DEL MARXISMO

«Compañero de viaje» durante un corto período (19 50 -19 56 ), Sar-


tre nunca ha sido comunista. Marcuse tampoco, puesto que, después
de haber simpatizado desde el exterior con el efímero movimiento
spartakista, no ha dejado de buscar una «tercera vía» entre capitalis-
mo Y comunista^r ^ ^ f o s o separa, pues, a los dos pensadores d ST i-
lósofo Louis(^tbussejy( i q 1 8 -1 qqo )— quien, habiéndose adherido al
Partido ComiStistím-ancés (PCF) en 1948, ha permanecido como
miembro de éste hasta su retirada de la escena pública (1980).
Pero hay muchas maneras, durante la guerra fría, de ser a la vez
filósofo y comunista. Si Althusser lo hubiera sido a la manera de los
ideólogos oficiales de los países del Este durante la era stalinista, su
obra no merecería demasiado sobrevivir. N o es éste el caso. E l in­
terés de su pensamiento proviene, al contrario, del hecho de que se
manifestó muy pronto, en el interior mismo del P C F , como pensa­
miento disidente. Resuelto adversario del «diamat», Althusser ha
representado durante un cuarto de siglo la posibilidad histórica del
pensamiento marxista e, incluso, del movimiento revolucionario en
general. En todo caso, su posibilidad teórica.
Durante los tres decenios que siguen al final de la Segunda

270
EN LA GUERRA FRÍA (-■ ) I

Guerra mundial, ha intentado pensar de manera totalmente origi­


nal las relaciones entre el marxismo, la sociedad y la filosofía. A ■©
O
pesar de la situación de conflicto en que se situaba respecto de las
instancias oficiales del P C F , su trabajo ha conocido una inmensa (■:)
difusión tanto en Francia como en el resto del mundo. Luego, uno ’r
tras otro, dos acontecimientos muy distintos han contribuido a apa­
gar esa difusión, a descalificar ese trabajo.
El primero se sitúa en 1980. El 16 de noviembre Louis Althusser, .r)
en un ataque de demencia, asesina a su mujer— ^Héléne Rytmaim.
Internado en un hospital psiquiátrico, se le tiene en observación has­
©
ta que, en el mes de febrero siguiente, se le libera, habiéndose reti­
rado los cargos por la eximente de patología. Desde entonces, hasta
su muerte, lleva a cabo una existencia discreta y retirada. ©
El segundo acontecimiento— la caída de los regímenes comu­ 9
nistas en Europa del Este y en la U R SS a partir de 1989— no es :. n

sino el resultado, previsible desde inicios de los años setenta, de un


proceso global de disgregación interna, paralelo al de los partidos
comunistas occidentales que ven reducirse notablemente su base
electoral, incluso cuando, para luchar contra dicha tendencia, han
©
elegido cambiar de nombre o de programa.
Sin nada que ver entre sí, esos dos acontecimientos han sido obje­
to de una singular amalgama por parte de los adversarios dé Aldiusser.
El final de la guerra fría, asegurando el triunfo (casi) universal de las
ideologías anticomumstas, parece condenar a Alarx a las mazmorras.
Haber sido marxista durante bastantes décadas es considerado en lo O
sucesivo no sólo como una posición errónea, sino también como un
verdadero delito: culpa moral, pecado contra el espíritu, insulto al
ideal democrático. En una palabra, prueba o al menos smtoma de de­ íj)
sorden mental. Ciertamente ha habido, en Althusser, un «desorden»
de ese tipo. El asesinato de su mujer—consecuencia de años de depre­
€:)
sión y de problemas psiquiátricos— lo pone de manifiesto. De alu la
amalgama: si Althusser era maixista, si creía en la posibilidad de dar un
0
novedoso hálito al pensamiento de Marx, es porque estaba loco. A par­
tir dé aquí, nada de lo que pueda decir merece la pena ser esaichado. v,:í

Contra tales sofismas conviene sublevarse. Sean cuales sean las ‘o


dificultades existenciales— muy reales—<le Althusser, sus textos pu­
blicados no llevan su estigma. Al contrario, basta con leerlos para ver
dibujarse el proyecto— ^rigui'oso, coherente y claramente expresa­
do—^que los sustenta. Si esa lectura es difícil, incluso algunas veces : (;;;)
J71 C' )
HISTO R IA HE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

problemática, es por otras razones. Razones propiamente teóricas.


La primera apunta a la naturaleza fragmentaria de esos textos.
Confrontado con ima inmensa tarea— ^redescubrir a M arx detrás del
marnsmo institucional y en contra de éste— , Althusser no ha podido
realizarla sino lenta y progresivamente. Por eso no ha publicado nun­
ca ningún auténtico libro, sino solamente escritos breves, la mayor
parte de las veces de circunstancias: artículos, prefacios, conferencias.
Además, una gran parte de esos escritos^—-manuscritos abandonados,
textos de cursos, notas de lectura, correspondencia— permanece to­
davía inédita. Todo indica que su progresiva publicación enriquece­
rá considerablemente nuestro conocimiento de su filosofía.
Segunda dificultad: los textos altliusserianos se inscriben en un
itinerario intelectual y político que se ha tenido que inventar a me­
dida que se desarrollaba. En lugar de deslizarse, como tantos otros,
por un modelo preestablecido, Althusser se ve obligado a construir
las «normas» de su propio discurso a medida que éste se elabora.
Así se explica el hecho de que, en esa construcción, no todo sea
perfectamente lineal. L e ha tocado al filósofo modificar sus posi­
ciones, reconsiderar tesis avanzadas con anterioridad. L o ha hecho
intentando, cada vez, explicarse. T a l voluntad de claridad no deja
de tener un cierto coraje. El coraje de oponerse a la comodidad del
orden establecido— el de las instituciones filosóficas o bien el del
P C F- Pero también el coraje— mucho menos extendido— de reco­
nocer sus propias insuficiencias.

Louis Althusser nace en Birmandreis, en Argelia, en el seno de ima


familia burguesa más bien conservadora. Católico militante, pre­
para el examen de ingreso en la Escuela Normal Superior en el liceo
du Pare, en Lyon. Dos filósofos también católicos— Jean Guitton
(19 0 1-19 9 9 ) y Jean Lacroix (1900-1986), de los que será ami­
go toda la vicia— figuran entre sus profesores. Admitido a la rué
d’U lm en julio de 19 39 , sin embargo no puede proseguir sus estu­
dios con motivo de la guerra. Movilizado, es hecho prisionero en
junio de 1940. Se inicia entonces un período de cautividad que
dura cerca de cinco años. Brutalmente abocado al universo de los
campos de concentración, Altliusser se adapta aprendiendo alemán
y escribiendo su diario. Es dentro de los campos donde sufre sus
272
EN LA GUERRA FRÍA

primeras depresiones, su primera crisis religiosa. Es allí también


donde descubre— a través de algunos de sus compañeros— la signi­
ficación del compromiso político.
De regreso a la rué d’Ulm con la Liberación, prosigue en octu­
bre de 1945 sus estudios de filosofía en un ambiente ligeramente
irreal en relación con su experiencia de los años anteriores. Sigue
los cursos de Merleau-Ponty y redacta, bajo la dirección del filóso­
fo e historiador de la ciencia Gastón Bachelard, una tesis de licen­
ciatura sobre la noción de «contenido» en el pensamiento de Ple-
gel (1947). En julio de 1948, obtiene la agregación de filosofía y, en
setiembre, se instala en la Escuela Norm al como tutor encargado
de formar, a su vez, a los futuros candidatos a ese concurso: tarea a
la que se dedicará— ^mientras su salud se lo permitirá— con el ma­
yor esmero.
Esa función le permite vivir en la Escuela, de la que será un
poco más tarde secretario general. Allí permanecerá sin interrup­
ción hasta noviembre de 1980. Son circunstancias materiales apa­
rentemente favorables al desarrollo de una investigación teórica
pero, para él, psicológicamente difíciles. Althusser llegará a com­
parar, no sin humor, su vida en la Escuela con su estancia en el
campo de concentración. N o obstante, si bien es cierto que la E s­
cuela puede provocar, en los que no salen demasiado de allí, un
sentirmento de encierro, Althusser no tiene nada de eremita. D u­
rante todos sus años de actividad, no deja de trabajar en equipo,
manteniendo amistosas relaciones con sus numerosos alumnos y
recibiendo visitantes del mundo entero.
También en noviembre de 1948 se aíiha al Partido Comunista.
Esta afiliación se inscribe dentro del mismo anhelo de generosidad
que, antes de la guerra, le llevó hacia un catolicismo «social». Se
trata de una mezcla de idealismo y altruismo que explica su deseo
de ir en socorro del proletariado, juntó con la gran fraternidad de
los «camaradas». Por lo demás, no rompe inmediatamente con la
religión. Solamente a cormenzos de los años cincuenta pierde— ¿de­
finitivamente?— la fe.
La influencia de Héléne Rytmaxm, que se convierte en su
compañera en 1947, tiene im papel también en su adhesión al
P C F . Surgida de un medio modesto, antigua resistente, militante
muchos años, Héléne, que tenía ocho años más que Louis, encarna
a los ojos de este último el modelo de auténtico comunista— a pe-

273
H ISTO R IA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

sar de que también haya tenido serios desencuentros con el Parado.


U n modelo que Lóuis, intelectual e hijo de burgués, tiene im gran
interés en emular.
Desde esa época, sus relaciones son tempestuosas. N o harán
sino empeorar con los años. Sus ocasionales infidelidades desenca­
denan en Althusser im sentimiento de culpa que, a su vez, refuerza
sus tendencias depresivas. E n 1949 empieza a psicoanafizarse. E l
psicoanálisis se convierte entonces— con la política— en su princi­
pal centro de interés. Interés que le lleva a leer, muy rápidamente,
no sólo a Freud, sino también los escritos— en ese momento poco
conocidos— del psicoanalista francés Jacques Lacan.
Althusser es, además, con Hyppolite y M erleau-Ponty (Lo visi­
ble y lo invisible)^ uno de los primeros filósofos en reconocer— en un
artículo publicado en junio-julio de 1963 por la Revue de LEnseigne-
ment Philosophique la importancia teórica de las investigaciones de
Lacan. Retorna largamente a ellas en un segundo artículo, «Freud
y Lacan», publicado por La Nouvelle Critique en diciembre del año
1964.*°^ Mientras tanto (diciembre de 1963), ambos hombres lle­
gan a conocerse y, en enero de 1964, Althusser invita al psicoana­
lista— que acaba de ver retirada la autorización de dar su seminario
semanal en el hospital Sainte-Anne de París— a impartirlo en la
Escuela Norm al. Lacan profesará allí durante cerca de seis años
con toda libertad— antes de ser expulsado de nuevo (junio de 1969)
por la ira de un director reaccionario.
Volvamos a la conclusión de la guerra. Hegel, M arx y la com­
pleja relación que une al segundo con el primero están ya en el
centro del pensamiento de Althusser. E n 19 4 7 y 1950» éste publica
dos artículos dirigidos contra la interpretación «idealista»— mar­
cada por la influencia de Heidegger— que en Francia dan de Hegel
Alexandre Kojéve y je a n Hyppolite. En 1 95 3 publica en la Revue de
PEnseignement Philosophique otros dos textos «programáticos»: « A
propósito del marxismo» y «N ota sobre el materialismo dialécti­
co». Si bien esos últimos abren una vía de investigación relativa­
mente original en relación con las normas del Partido, suscitan dos
años más tarde una violenta reacción por parte de Merleau-Ponty.

207. T e xto r e c o g id o e n L o u is A lth u sser, Écrits mr In psychayialyse^ P a rís,


Freud y Lacan,
S t o c k / l M E C , 1 9 9 3 . [ T r a d . ca st, d e N u r ia C a r r e t a y R a m ó n G a r c ía :
B a r c e lo n a , A n a g r a m a , 1 9 7 0 .]

274
EN LA GUERRA FRÍA

En Las aventuras de la dialéctica, este último denuncia lo que llama C)


la filosofía «leninista», reprochándole su naturalismo y su incom­
prensión de la dialéctica, y precisamente señala los textos de j
Althusser como representativos de esos defectos/"^ Ciertamente M er­ ©I
leau-Ponty— a su vez antiguo católico y atraído por el marxismo en ©
19 4 5 — experimenta diez años más tarde la necesidad de expresar su
desacuerdo tanto con Sartre como con el P C F — ajusto en el mismo
momento en que Althusser desea dar pruebas de su reciente com­
promiso en las filas comunistas. Desde ese momento queda abolida
toda posibilidad de diálogo entre los dos filósofos. En consecuen­ .0
cia, Althusser tendrá duras palabras para con su antiguo profesor, a
quien condenará sin paliativos— en su conferencia de 1968 sobre ■O
Lenin— con el conjunto de la filosofía idealista francesa. ■©
Paralelamente a esta primera aproximación a Maix, Althusser .0
profundiza su conocimiento de los pensadores políticos clásicos, O
desde Maquiavelo— a quien durante toda su'vida tendrá en alta .C)
estima, llegando a hacer de él el verdadero precursor de Marx y
Freud— hasta Rousseau, pasando por Hobbes, Spinoza y Montes-
quieu. En 1959, consagra a este último im penetrante ensayo, publi­
Q
cado en una colección dirigida por Jean Lacroix. En Montesquieu
f)
como en Maquiavelo, Al Ausser admira ante todo la claridad con que
se pone en marcha una visión «materialista» de la historia o de la. Cl
política. E. inmediatamente, aparece lo que constituye la^origin^- ■' ■)
dad de lajconcepción althusseriana del materialismo: ya no los luga-
£es^Qmunes,jconyen^^^ desde Lenin, sobre la p n o n d ^ ^ ^ . J
materi.^CQJQTJ?5p-CClojiI_^^pííitu,_sina.iuiajy:ejdad^íaJ^^ajlH m
curso» que se^^aniza a partir de dos tes i s j j r i m e r ^ d e rnspira:^
ción ffeudiana, recuerda que hay que pasar «detrás» del contenid^_
manifíesto de cualquier enunciado par^descnhrir su sentido latente.
Í^^Laseg^db^ dh'^ctamente d e lv ^ ^
^ T s a^Hosófico, lejos de gozar djg^alguna « autonoima»,^ n^^
©
que el efecto de un proceso de «producción» determinado— incluso
«soSred eternu na do>»--por to d^ el ase de cons tricci ones es truc tma - o
le_S-de^orden..«ideologicQ^^a las que hay que tener en cuenta tanto .o
m^as cuanto.„n}i^j£,de Estecham ente líg^ o
.0
208. M a u ric e M e r le a u -P o n ty , Les aventures de la dialectiqne, P a rís, G a lliin a r d , ©
^ 9 5 5 * P- ^ 7 - [T r a d . cast. de L e ó n R oz itcK n ert L/zr aventuras de la dialéctica, B u e n o s •0
A ir e s , L a P lé y a d e , 19 7 4 -]

275
T'"'V;v;r

HISTO RIA DE LA FILO SOFÍA EN EL SIGLO XX

esas dos tesis implican el ejercicio de una lucidez poco común, de la


que dan justamente ejemplo Maquiavelo, Montesquieu y Marx: esa
es la razón por la que Althusser lee conjuntamente, y con particular
] 0 intensidad, a esos tres filósofos unidos por la desconfianza ante toda
I ideología/^
Este nuevo materialismo suscita rápidamente el interés de los
joven és;"'fi1 Ó^ó"fQr~y m ‘e|iIr5 i O n l l ^ ^
los_años.ci^uj^^ Badiou, Étienne Balibar, Roger Establet,
Fierre M acherey y Jacques Ranciére, entre otros. Arraídas_por_^
marxismo, se apasionan igualmente por el psicoanálisis, la lógica,
la historia de la ciencia y el «estructuralismo» en gen era l.^ lysu
contacto, el pensamiento althusseriano termina de abrirse a nuevos
im iizo n tes^
rr Comienza entonces im gran período de efervescencia intelectual,
en el curso del cual— entre 1960 y 19 64— ^Altliusser publica sus prin­
cipales textos sobre Marx. En primer lugar aparecen en revistas, des­
pués son recogidos en 1965 en un libro, Pour M arx, E l mismo año,
aparecen en dos volúmenes las intervenciones de Althusser, Balibar,
Establet, Macherey y Ranciére a partir de un seminario impartido en
19 6 4 -19 6 5 en la Escuela, sobre un tema que da título a la obra: Leer
E l capital. El éxito inmediato de esos escritos puede parecer tan sor­
prendente como el olvido en que han caído en la actualidad, incluso
en Francia. Para apreciarlos en su justo valor, hay que recordar que
son escritos revolucionarios en su tiempo. N o solamente, claro está,
en relación con el marxismo oficial, sino en primer lugar en relación
con la núsma tradición dominante de la filosofía francesa.

Desde la reacción bonapartista, la filosofía materialista que se ha­


bía desarrollado en Francia durante el Siglo de las Luces sufrió
un serio revés. Severamente controlados por un poder conserva­
dor, la mayor parte de los universitarios franceses— con excepción
de algunos pensadores aventureros, tentados por el diálogo con el
budismo y el hinduismo— se acantonan, a lo largo de todo el siglo
XIX, en un esplritualismo cauteloso, tan alejado de la historia y de

209. L a c o h e re n c ia de esta trip le le c tu ra a p a re c e rá m ás clara c u a n d o sea n


b lic a d o s Jo s c u r so s d ad o s p o r A lth u ss e r en la E s c u e la N o r m a l e n tre 1 9 5 0 y 19 8 0 .

276
E N L A G U ER R A FR ÍA

la política como del movixniento de las ideas científicas. Ignoran


sistemáticamente a Hegel y a Marx.
Sus herederos de la primera mitad del siglo xx hacen otro tan­
to con Nietzsche y Freud. El idealismo de Émile Chartier, que es­
cribe bajo el pseudónimo de Alain (18 6 8 -19 5 1), el neokantismo de
Léon Brunschyicg (1869-1944) y la metafísica vitalista de Henri
Bergson definen, entre guerras, la manera de pensar dominante.
Sólo, en la época, dos filósofos marxistas— Paul Nizan y Georges
Politzer— protestan contra esta atmósfera opresiva, sin conseguir
verdaderamente abrir una nueva vía.
Es cierto que a inicios del siglo xx se esboza una renovación.
Se debe, en lo esencial, a sociólogos (Émile Durkheim, Marcel
Mauss), a lógicos (Louis Couturat), a matemáticos (Henri Poinca-
ré, Émile Borel, Jeah N icod, Jacques Herbrand) y sobre todo a
especialistas en historia y filosofía de la ciencia, Émile Meyerson y
Pierre Duhem— a los que sucederán muy pronto Gastón Bache-
lard, Jean Cávaillés, Alexandre Koyré, Héléne Metzger, Georges
Canguilhem y Michel Foucault.
Las obras de Bachelard (1884-1962) y de Cavaillés (1903-1944),
en particular, adquieren toda su importancia a lo largo de los años
treinta. De formación autodidáctica, el primero se interesa sobre to­
do por la física y la química. Preocupado por definir con exactitud los
mecamsmos que permiten al saber escapar de su «prehistoria» ideo­
lógica y a los conocimientos progresar, ve en la voluntad de «ruptu­
ra», de puesta en tela de juicio de los problemas zanjados, la caracte­
rística mayor del método científico {El nuevo espíritu científico, 1934;
La filosofía del no, 1940). Se ocupa igualmente, utilizando los recursos
del psicoanálisis, en descubrir los «obstáculos» de naturaleza efecti­
va que, dentro del espírim de los investigadores, retardan o algunas
veces impiden el reconocimiento de una nueva teoría {La formación
del espíritu científico, 1938; E l psicoanálisis deljuego, 1938).
En cuanto a Cavaillés, que entra en la Escuela Normal Superior
en 19 23, de la que será, de 19 3 1 a 19 35 , tutor, su preocupación por
el rigor le lleva a reflexionar sobre la lógica y el jiroblema del fun­
damento de las matemáticas. Es el primero en pubhcar, en Francia,
un artículo consagrado a las doctrinas del Círculo de Viena (19^ 5).
Desgraciadamente, la brevedad de su vida tan sólo le permitirá re­
dactar unos pocos textos importantes— como sus Observaciones
sobre la formación de la teoría abstracta de conjuntos (1938) y su obra

277
HISTO R IA DE LA FILO SOFÍA EN EL SIGLO XX

postuma, Sobre la lógica y la teoría de la ciencia (19 4 7), marcada por


la influencia de Bolzano— así como editar la correspondencia Can-
tor-Dedekind (19 37). Habiendo entrado en la Resistencia— donde
tendrá im papel de primer orden— será capturado al principio de la
guerra y fusilado por los nazis, al igual que Politzer.
Sin embargo, ni Bachelard, ni Cavaillés, ni tampoco Kojéve
— quien en los años treinta da cursos sobre Hegel— conmocionarán
al gran público. Y, desde 19 45, el espiritualismo vuelve a aflorar.
Bergson se mantiene como el autor en boga dentro de la enseñanza
secundaria. La fenomenología, a su vez, está de moda en la enseñan­
za superior. Pero los universitarios rechazan la interpretación de
ésta que propone Sartre, cuyo pensamiento literario les incomoda, y
prefieren abocarse al pensamiento heideggeriano— el cual dará muy
pronto lugar, en Francia, a innumerables falsificaciones de la histo­
ria y de la ciencia, incluso por voluntaria ignorancia (como siempre).
T a l es el contexto académico— objetivamente mediocre— en el
que el pensamiento de Althusser cae como una bomba. Como C a­
vaillés, a quien debe más de lo que se ha dicho, Althusser parte de la
idea de que la filosofía, sin ser ella misrria ima ciencia, debe intentar
adecuarse a las normas del discurso científico. ¿Acaso no es, como
éste, una forma de trabajo intelectual, o de «producción» teórica, que
tan sólo tiene sentido en relación y mediante el respeto a ciertas re­
glas? L e corresponde a la filosofía forjar conceptos^ es decir, nociones
definibles con claridad y precisión, y articularlos en tesis, es decir, en
proposiciones que puedan ser justificadas, si bien no por medio de
demostraciones formales, sí al menos por argumentos coherentes.
Además, Althusser estima— criticando con un vigor a veces sor­
prendente la lectura sartreana de M arx— que una filosofía que pro­
cediera de esa manera no podría sino ser antihumanista. Ej_anti­
humanismo «teórico» que Althusser reivindica—-quejiq_es_en_
absoluto incompatible con^ n cierto humanismo «práctico»^ con
¿ I de que ambos niveles estén bien distinguidos—-no tiene, en
principio^jiada que ver con el de H eidegger. Sería más bien la ex­
presión de un racionalismo radical. En la línea^de C availlés^x^nien
y a reclamaba la sustitución de la «filosofía de lu r:anci.enr.ia:&..por­
uña «filosofía d e l ^ o j i c e p m ^ A 1thiisseiLConsicUra-^mpl^m^nte

2 10 . J e a n C a v a iU é s, Sur la logiqtie et la théorie de la Science, P a rís, P U F , 4 “ e d .,


1987. p. 78.

278,
EN LA GUERRA FRÍA '©
’ c;)
el punto de vista del sujeto como un punto de vista «ideoló^ieo»,
'a
imagioarío o misrifíraflrL Para él. la filosofía debe partir no del
«hombre» sino de las fiierya»; rthjpfjyas— sociales o inconscientes—
o
q u e jleterminan. habiíu3lineiit£_súl-sahedo^s_compQEtamientos--
de éste.____ ■o
Durante mucho tiempo menospreciada por la filosofía francesa, '©
la demanda de rigor se convierte así— con Althusser— en la palabra
clave del método filosófico. De repente, una convergencia parece ■©
dibujarse entre el método de éste y el que los estmcturalistas inten­ o
tan hacer prevalecer, en ese mismo momento, en la antropología
■ '0
(Lévi-Strauss) o en el psicoanálisis (Lacan). Sin embargo, Althusser -0
no podría ser considerado— a pesar de la etiqueta que, en im cierto
momento, le colgará la moda— como un estructuralista. En primer
lugar, porque el uso que hace del concepto de estructura queda muy
alejado del de Lévi-Strauss. Pero también porque es, ante todo, 'á
marxista y porque las estructuras le interesan finalmente menos que
sus mutaciones— dicho de otro modo, que la historia.

a
a
Al mismo tiempo, la filosofía althusseriana, fimdada en una lectura
C:')
completamente hueva de Marx, subvierte todas las ¡deas común­
■ í)
mente aceptadas en el interior del movimiento comunista interna­
cional.
Al respecto, hay que retomar sobre la historia de ese movi­ o
miento para medir hasta qué punto, de 1890 a 1960, A-larx ha sido o
mal leído. Los marxistas de la Segunda Internacional habían inten­
tado asociar el marxismo al kantismo dominante en la universidad
alemana. Los marxistas msos se habían adaptado, a partir de la
muerte de Lenin, a la dictadura ideológica del «diamat». Sus ému­
los de los partidos comunistas occidentales^—^junto con algunas ex­
a
cepciones (Lulcács, Gramsci, Bloch)-*-desarrollaban variantes más
©
o menos hábiles de esa coagulada ideología. En suma, nadie— en el
interior del movimiento marxista— se preocupaba ya de lo que
o
M arx había dicho realmente. ©
Althusser toma conciencia muy pronto de que hay por parte de ©
los comunistas una especie de renuncia intelectual. Convencido de .©
que esa renuncia está en el origen de los históricos callejones sin o
salida en que el stalinismo está bloqueado, experimenta la necesi-

279
H ISTO R IA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

dad de retomar a la letra misma de los textos de M arx— en tm mo­


vimiento inspirado por el esfuerzo que hace por su parte Lacan
para retornar a la letra de los textos freudianos, contra todas las
«desviaciones», cuya víctima no ha dejado de ser el psicoanálisis
desde su nacimiento. ______________________ ________ ________^
Releer a Marx, pues-./ese es el objetivo principal de~Alttmise[r.
Releerlo mn un dnhie rifrnr. E l del filólogo en primer lugar, que
vuelve a los textos originales—-separándolos de los comentarios
Vafo ios cuales la tradición ios tía amortajado— y que los escruta en
su lengua, que intenta recuperar su coherencia interna. Pero tam-
bién el del psicoanalista— siempre Lacan— que sabe caj)tar. detrás
de ío qu elliceñr'td' qü^ o se esfuerzan por esconder. En po-
© cas .pabiJ3,r3.S» una lectura «sintomática», atenta a los siLencios, a lo
no dicho, a lo «impensado» de los textos.,
Ese trabajo de lectura, largo y paciente, permite a Althusser re­
velar a un «renovado» M arx-—incluso a quiénes creían conocerlo.
I j n Marx o, mejor dicho, dos, pues Althusser es el primero en es­
tudiar el problema, en la evolución del pensamiento marxiano, de
la sucesión de dos momentos diferentes, separados por lo que lla­
ma— mediante un término tomado de Bachelard— un «corte»
epistemológico parecido al que separa la química de la alquimia o,
más en general, la ciencia de la ideología.
En un primer momento— que ilustran los Manuscritos económi­
co-filosóficos de 18 4 4 — , Marx, situándose en el punto de vista del
«hombre», proclama la exigencia, para éste, de recuperar su «alie­
nada» esencia. D e naturaleza ética más que científica, esta recla­
mación continúa centrada en la noción de sujeto. Se expresa en un
lenguaje kantiano, fichteano o hegeliano «de izquierda». Se pro­
clama revolucionaria pero sigue siendo humanista. En todo caso no
es aún materialista— por tanto, tampoco marxista.
E l «corte» se produce en 18 45. Antmciado por las Tesis sobre
Feuerbacb que constituyen su «límite anterior», se cumple en La
ideología alemana. Es en este último texto— a todos los respectos
central pero desconocido hasta 19 3 2 — donde M arx es él mismo al
convertirse en materialista; diñ'cil mutación, que comporta, a su
vez, dos aspectos que conviene pensar conjimtamente.
Por una parre, Marx comprende que el motor de la historia no_
es el Espíritu fHegel) ni el sujeto humano (Kant, Fichte), sino el
conjunto r.K)f»ri-iTr» (aunque no «aparente» en el sentido empírico

280
EN LA GUERRA FRÍA

del término) de las jFuerzas productivas y de las relaciones de pro-


duccion. Esta revolución «copemjcana» abre para la ciencia un
continente nuevo, lajiistor^a» cuyo estudio se inscribirá en adelan­
te en el marco del -txmaterialismQ )7^s^nrlrn>>^ Por otra parte, Marx,
consciente de la naturaleza conflictiva de la historia^—^que no es
nada más que la lucha de clases— decide salvar la noción hegeliana
de dialéctica, presintiendo la necesidad de darle un nuevo conteni­
do teórico. Siendo así que, en efecto— ^habría podido decirle Hei-
degger , no basta con «invertir» la dialéctica idealista para obte­
ner una dialéctica materialista. Ésta debe tener un sentido preciso.
Debe ser la teoría de las múltiples maneras por la^ cuales una cau­
salidad «invisible» (el conjunto de las fuerzas productivas y de las
relaciones de producción) es capaz de producir efectos «visibles»
(visibles en el dominio social, político o ideológico en sentido am­
plio, entendiendo por ello la ciencia, la filosofía y la religión).
Desgraciadamente, la elaboración de tal teoría-—trabajo espe­
cíficamente filosófico— apenas ha podido ser bosquejada, en vida,
por el propio Marx, quien no tenía el tiempo necesario para culmi­
narla y que tenía primero otra misión que realizar: la de construir
la ciencia materiafista de la historia. Proseguir la elaboración de la
filosofía marxista continúa siendo, pues, en 19 65, una tarea perma­
nentemente actual. También, en contra de la opinión compartida
tanto por sus «camaradas» como por sus adversarios, Althusser osa
afirmar— en pleno stalimsmo— que la filosofía marxista no exis­
te— o todavía no. Tres años más tarde, el 24 de febrero de 1968,
invitado por Jean WahI a expresarse delante de la Sociedad Fran­
cesa de Filosofía en la Sorbona y quizás inspirado por el presenti­
miento de las revueltas que van a sacudir a Francia, va más lejos.
Volviendo a considerar la metáfora hegehana de la lechuza de M i­
nerva que no levanta su vuelo sino al caer la noche, declara: «L a
jornada es larga todavía pero, como afortunadamente ya está muy
avanzada, he aquí que la noche está ahora próxima a caer. La filo­
sofía marxista se va a a lza r»/"
¿Cómo espera contribuir Althusser a la realización de tal profe­
cía,^ Retornando, realmente, al Capital, Es alfí, dentro de ese difícil
texto, donde permanece la exposición más elaborada que Marx

2 II. L o u is A lth u sser, Lénine et Li Philosophte^ P a rís, A la s p e r o , 1 9 7 2 , p. 2 4 .


[T r a d . cast. de F e lip e S arab ia: Lenin y la filosofía^ M é x ic o , E r a , 1 9 7 0 .]

281
H IST O R IA DE LA FILOSOFIA EN EL SIGLO XX

haya dado del materialismo histórico, donde deben encontrarse


— «en estado práctico>í^— ^las categorías de la dialéctica materialista,
dicho de otro modo, de la causalidad «invisible». Y , para hacer ex­
plícitas sus categorías, Althusser cuenta con apoyarse en otros dos
pensadores que, tanto uno como el otro, han intentado pensar una
estructura causal de ese tipo. E l primero, Spinoza, afirma que
Dios, o la naturaleza, es causa de sí y de todas las cosas. E l segun­
do, Freud, hace del inconsciente la secreta causa de todos los fe­
nómenos psíquicos. Dos modelos «materialistas», que fascinan a
Althusser desde hace tiempo— ^hasta el pimto de que, a lo largo de los
años, se anunciará un libro suyo sobre Spinoza que no verá la luz.^”
D e hecho y a pesar de la perturbadora proximidad de la revuel­
ta estudiantil de mayó-junio de 1968 y la decliaración hecha en la
Sorbona el 24 de febrero anterior, la filosofía marxista prometida
por Althusser finalmente no se «alzó». Entre el millar de razones
que se pueden dar de tal fracaso, quedémonos con dos que bastan
sobradamente para explicarlo.
L a primera es la imposibilidad práctica en que se encuentra
Althusser de avanzar con libertad. E n lugar de desarrollar su pro­
grama de investigación con toda independencia de espíritu— a ries­
go de equivocarse— , Althusser se siente con el deber moral, en re­
lación con el partido a que pertenece, de no afirmar nada de lo que
no estuviera seguro. Era consciente de que cada ima de sus declara­
ciones tenía consecuencias políticas, y les dedica un tiempo consi­
derable: a formularlas, a reconsiderarlas, a veces a renegar de ellas.
Siendo así, en 19 67 desaprueba, en el prefacio de la edición italiana
de Leer E l capital^ el error «teoricista» que inspira, según él, esta
obra.
E n efecto. Leer E l capital se basa todavía en una oposición
demasiado esquemática entre «ciencia» (marxista) e «ideología»
(burguesa). Asigna a la filosofía la misión de ser la teoría de esta
oposición, dicho de otro modo, la teoría de la ciencia— ^Althusser
dice a veces la «teoría de las prácticas teóricas». Tales concepcio­
nes recuerdan las del positivismo lógico— de las que derivan, en
efecto, por la mediación de Cavadles. Vuelven a ocultar la dimen-

212. Q u e d a n , n o o b sta n te , ve in te p á g in a s titu lad as « S o b r e S p in o z a » en L o u is


Éléments d'antocrítique^ P a rís, H a c h e tte , 1 9 7 4 , pp- 6 5 - 8 3 . [T r a d . cast,:
A lth u s s e r ,
Elementos de autocrítica

282
■0
©
EN LA GUERRA FRIA ■©
sión propiamente política del trabajo filosófico. A partir del mo­ ©
mento en que toma conciencia de ello, Althusser se sumerge en un ©
trabajo de reformulación que le ocupa mucho tiempo. Redefiniendo ©
la filosofía cómo «lucha de clases en la teoría»''^ y reconociéndole
la singular propiedad de producir efectos sin tener— como decía ■0
Wittgenstein— ningún objeto propio, tres textos «programaticos» 0
marcan ese diñ'cil trabajo: la Respuena a John Lewis (1973) y los Ele­ ■0
mentos de autocrítica (1974), a los que sigue una conferencia pro­ 0
nunciada en Amiens (1975), último texto filosófico publicado en C-)
vida por Althusser.^
La segunda razón de la incompleción de su proyecto inicial es
directamente histórica. La revuelta francesa de mayo-junio de
©
1968 no file guiada por el P C F . Nació fuera de él y se desarrolló en
su contra. Vasto movimiento de exasperación colectiva mantenido
por cinco millones de huelguistas, al comienzo fue conducida por ,0
elementos que aspiraban, desde la izquierda del P C F , a combatir­ í©
lo: maoístas, trotsldstas y anarquistas, en lo esencial. Su derrota, 0
evidente ya en el mes de julio, satisfizo al P C F , que en los años si­ ■■0
guientes se comprometió en una estrategia dé acercamiento al Par­ m
tido Socialista— estrategia coronada, en 19 8 1, por la victoria de la m
«izquierda imida» en las elecciones presidenciales.
Para Althusser, todo ese período fue difi'cil de vivir. Comunista
■ í-"')
muy poco ortodoxo, pero comunista al fin y al cabo, no podía en
1968 aprobar públicamente a los «pro chinos»— aunque enti*e ellos
se encontraran algunos de sus alumnos y contaran con su simpatía. O
Por lo demás, a partir del día siguiente de la primera «noche de las Q
barricadas», en mayo, cae en una depresión y pasará las siguientes .0
semanas en una clínica psiquiátrica. El reflujo del ideal revolucio- ■0
narió, a lo largo de los años sesenta, disipará el sueño de renovación O
de la filosofía marxista. El P C F , además, no desea en absoluto esa ■©
renovación. A pesar de saberlo, Althusser no puede decidirse a ■ C:)
abandonar el Partido, que prefiere criticar desde el interior. Su la­ .©
situd es perceptible en una carta que dirige el 16 de enero de 1978 '©
a un amigo georgiano— el filósofo Merab Mamardachvili— se re-
O
O
2 1 3 . L o u is A Jth u sse r, Re'pofise a John Lewis, P a rís, M a s p e ro , 1 9 7 3 , p. i i -
Posirions, P a ­
2 1 4 . L a « S o u te n a n c e d ’A m ie n s » es re c o g id a en L o u is A Jth u sser,
o
rís, É d . S o c ia le s, J^y6. [T r a d . cast. de D o m é n e c h B e rg a d a : Posiciones 19 (5 4 -/9 7 5 ",
M é x ic o , G r ija lb o , 1 9 7 7 .]

283
HISTO R IA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

procha no haber hecho otra cosa que haber fabricado «mía peque­
ña justificación muy francesa» con la pretensión del marxismo a ha­
cerse pasar por c ie n c ia ,'y duda incluso de haber tenido éxito. Los
artículos que publica en he Monde en abril del mismo año con el
título «L o que ya no puede continuar en el Partido Comunista»,^
le valen su último escándalo mediático. El Partido opta por burlar­
se: después de mucho tiempo ha renunciado, por orden de Moscú,
a todo proyecto revolucionario. Com o tantos otros militantes,
Althusser no puede sino experimentar un sentimiento: el de haber
sido tiaicionado. El efecto resultante será hundirlo, un poco más
aún, en la depresión. Dos años más tarde, sucederá el drama.

A partir del mes de julio de 1982, en una clínica privada y luego en


su casa, Altliusser vuelve a escribir. De esos textos que resuenan
como una voz de ultratumba tan sólo se han publicado algunos
fragmentos: im extraño escrito consagrado al «materialismo del en­
cuentro» en el que el filósofo— inspirándose en el método de su
amigo Jacques Derrida— ^se esfuerza en «desconstruir» el concepto
clásico de materiahsmo de manera que se pueda aplicar la concep­
ción heideggeriana de «nada» como «vacío» primordial;^'^ así como
un largo ensayo autobiográfico (redactado en E l porvenir es
largo— que, incluso en el narcisismo que muestra, clarifica notable­
mente algunos aspectos de su atormentada personalidad.'‘
Otros inéditos vendrán, sin duda, a enriquecer nuestra imagen
de la obra de Altliusser. ¿Conseguirán hacerle volver a ganar el lu­
gar importante que en un momento dado ocupó y que parece ha­
ber perdido? Nada es menos seguro. Sin embargo, aunque es di­
fícil releer, después del final de la guerra fría, los textos de Althusser

215. C a r ta a M e r a b M a m a r d a c h v ili, reco g id a en L o u is A ltliu ss e r , Ecrits philo-


sophifjues et politigueSj 1 . 1, P a rís, S t o c k / I M E C , 1 9 9 4 , p- 5^ 7 ‘
2 1 6 . A r t íc u lo s re e d itad o s c o n el m ism o títu lo p o r F r a n ^ o is A la s p e r o , Ce qui ne
peut pltís durer dam le Partí coviunhte^ P a rís, F ra n ^ o is M a s p e r o , 1 9 7 8 .
2 1 7 - T e x t o re c o g id o en L o u is A lth u ss e r, Écntsphilosophiques etpolítiques^ 1 . 1, op.
ñ í., p p . 5 3 9 - 5 7 b .
2 1 8 . L o u is A lth u s s e r , L'avenir dure longtemps, P a rís, S t o c k / I M E C , 1 9 9 2
El porvenir es largo. Los hechosy B a rc e lo n a , D e s ­
[ T r a d . ca st. d e M a r t a P e s sa rro d o n a :
tin o , 1 9 9 2 .] \

284
EN LA GUERRA FRÍA

sin encontrarlos singularmente «datados», no dejan de haber sali­


do de una doble pregunta que continuamos planteándonos tal como
se la planteaba su autor.
L a esperanza revolucionaria o, si se prefiere, la esperanza de
una transformación de la sociedad hacia una dirección más justa
esperanza a la que el comunismo habrá dado en el siglo xx su prin­
cipal figura histórica— ¿está definitivamente condenada? Y si no es
éste el caso, ¿en qué dirección hay que avanzar en la actuafidad
para obtener, del pensamiento de Marx, la filosofía que anuncia
pero que no entrega y que, después de un siglo, todavía no ha alza­
do el vuelo?
A la primera de estas preguntas, Althusser no se ha atrevido
nunca a responder afirmativamente. N o se hacía, por tanto, ilusio­
nes sobre la capacidad del «proletariado»-—si es cierto que ese tér­
mino tiene todavía algún sentido— para transformar, pacíficamen­
te o no, las sociedades industriales de la edad tecnocrática. A pesar
de creer sinceramente en la necesidad (moral, si no histórica) de esa
transformación, no veía mejor que Marcuse qué grupo social po­
dría ser su agente. De ahí sus titubeos políticos, que son todavía los
nuestros.
A ello se debe también su deseo de fundar una nueva filosofía
volviendo a partir de los textos mismos de Marx, pero releyéndolos
bajo la luz de todo lo que la historia y el desarrollo de las ciencias
sociales nos han revelado en un siglo. Althusser estaba convencido
de que esos textos tenían alguna cosa que decirnos incluso en la ac­
tualidad. Que el marxismo—o un cierto marxismo— estaba muer­
to, lo sabía. Pero no dudaba que el pensamiento de Marx perma­
necía muy vivo para aquel que supiera descifrarlo; y sin duda, en
este punto, no se había equivocado del todo.
Queda por determinar cómo convendría releer a Marx en los
últimos años del siglo xx. Para esta tarea de larga duración— a la
que otros, como Cornelius Castoríadis"^. o bien Jacques Derrida,
se han dedicado^— , la obra de Althusser ofrece pistas que, sin ser
exclusivas, conservarán por mucho tiempo su interés. Aunque sólo

2 1 9 . C o rn e liu s C asco riad is, L'Iiistitution imíiginaive de La sociétéy P a rís, É d . du


La institución imaginaria de la sociedady
S e n il, 1 9 7 5 . [T r a d . cast, de A n tó n ! V ic e n s :
B a rc e lo n a , T u s q u e ts , 1 9 8 3 .] Y Domaines de Lhommey P a rís, É d . du S en il, 1 9 8 6 .
[T r a d . cast. de A lb e rto L . Bixio: Los dominios del hombrcy B a rce lo n a, G e d is a , 1 9 9 4 .]

285
HISTO R IA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

fuera por esa razón, sería presuntuoso pretender que esta obra está
ya superada, aunque se cuenta probablemente— con las de M arcu-
se y Sartre— entre aquellas cuyos gloriosos «fracasos» hay que me­
ditar si se quiere reconstruir una teoría política adaptada a las ne­
cesidades de nuestro tiempo. Dicho de otro modo— como sugiere
el filósofo francés Manuel de Diéguez^— arrancar la política a las
categorías de lo religioso y renunciar finalmente a todas las formas
de «idolatría» secular/'®

2 2 0 . V é a s e M a n u e l de D ié g u e z , Le combat de la raison, P a rís, A lb ín A lic h e l,


1989, pp. 273-279.

>86
■©

L A R A Z Ó N E N T E L A D E JU IC IO ©

yy
' v,;>
©
I. « E S T R U C T U R A » FRENTE A « S U J E T O »
©
Aprisiqnada_^ntre Auschwitz e Hiroshima, entre el recuerdo im- ©
posible de la Shoah y el insoportable terror del apocalipsis nuclear/ ©
escindida poiLla^_giierra fría, escéptica con respecto a la construc­ ©
ción «comunitaria» que le proponen tecnócratas^y^olí^cos. la E u ­
ropa de los años cincuenta ha dejado de creer en su futuro^ V'; )
N adaTene de sorprendente que, en esas condiciones, reine en­ :n
tre los intelectuales la más grande confusión. Algunos de ellos /íi)
reaccionan, como se ha visto, lanzándose al «compromiso», to­
m
mando partido por el modelo americano, por el modelo marxista o
por una improbable «tercera vía». Pero otros están lejos de com~
a
partir esos entusiasmos ideológicos. En los artistas y escritores, el
pesimismo hace estragos. El absurdo reina en el teatro (lonesco, '©
Adamov). L a incomunicación se expresa en el cine (Antonioni, Res-
nais). Una misma desesperación, un mismo rechazo de la «civili­ O i
zación», una misma cólera fría inspiran las telas de Dubuffet, las
novelas de Beckett, los aforismos de Cioran."'' Bajo sus formas ex­ í/ s
tremas, esa desesperación puede conducir al suicidio. De Paul C e ­ © i
lan a Primo Levi, de Nicolás de Staél a M ark Rothko, de Lucien
Sabag a Niko Poulantzas, un número impresionante de creadores
■'í/ I
y de pensadores elige poner fin a sus días durante los decenios que
siguen a 1945.
Aún más numerosos son aquellos qíie, por desencanto, deciden ©
alejarse de la política. Convencidos de su impotencia para actuar
©
? 2 i . R u m a n o de n a cim ie n to , K m il C io ra n ( 1 9 1 1 - 1 9 9 5 ) escrib e la m a y o r p a ite ■©
de su o bra en francés {Breviario de podredumbre, 1 9 4 9 ; Silogis?nos de la amargura,
19 52 ; ha tentación de existir, 19 5 6 ) . A u n q u e sie m p re se n e g ó a ser co n sid e ra d o un
©
p e n sa d o r « p ro fe sio n a l» , sus reflexio n es so bre la a b su rd id ad de la existen cia tienen
un g ra n in terés para la filosofía.

287
l í l S T O U l A DE LA FILO SO FÍA EN EL SIGLO XX

sobre el mundo, esos desengañados intelectuales prefieren conten­


tarse con observarlo a cierta distancia, considerando que su misión
no es transformarlo sino, como máximo, comprenderlo. Entre los
últímoirdOsS movimientos despuntan a la conclusión de la guerra.
(El prinmrg se propone reencontrar p0rda-»yÍBtejj}retación» el sen-_
ndü~pérdido de la cultura moderná;, el^seg^jió clarificar por el
análisis de~sus” «estructuras» el funcionamiento, de los procesos
símbólmos. « H ermenéutica» filosóficTy «estructuralísmo» cisntí-
fico co n stitu yó, así, en eTümbral de la segunda mi^ad del siglo,
dos modos en competencia de responder a la «crisis» de Europa, a
su « m isy ia » espiritual así como a la inexorable «decadencia» de su
independencia política.
fiSi)
Í'lí)

E n un primer sentido, el término («h é m e ñ é u ti^ ^ (del griego


haynenda, que,significa ‘interpretación’)~3 esigna un método de
- ■- A ® . . .
‘^xegesiV cím ca'SM textos Jb&Iico&u¡ue se remen^Jfi^asta el siglo
yvnuy que está particularmente ilustrado eg^emÍLñiá~~pó^^a obra
5 & del filósofo Y teólogo protestante F riedrich ^ ^ e i e ]q B t;^ |i^ (^
3 ' 18 34). Pero como se sabe, al menos desde P iTí^^g^^^^om pren -
sión» interna o interpretación {Versteheii) -—^por oposición a la
«explicación» externa {Erklaren)— e s jm a actividad corriente en
muchos on os dominios, comenzando por los de las «ciencias d.el
espíritu», es decir, las fitfm aiiid^es V las ciencias sociales,.
Con H ans-G eor¿|G adam ep^que, después de haber sido bre­
vemente rector de la t^ ív e ílid a d de Leipzig inmediatamente des­
pués de la guerra, desarrolla el resto de su carrera académica en
fíeideíberg, donde se jubila en 19 68— , el término «hermenéuti-
ca» adquiere una dimensión rnás amplia: remite en adelante a un
esfuerzo de «desciframiento.» aplicable a todas las ciencias y, más
aiiá, a todas las producciones consideradas como con-
[vmtos de «signos». Esfuerzo tanto más necesario por cuanto, si
bien la «crisis» de la razón estaba~ya abierta en los años veinte^ la_.
^ tá s tr o fe ^ e la Segunda Guerra mundial— «fracaso» por excelen-
riá 7 l ? 1 a moHernidad^^^^^ha^eado una situación tal que el «sentido»
de nuestras produccionescültum lésinás elevadas parece perdido
en la actualidad, o al menos olvidado por la humanidadLeniOPea..
Ádemás, lo que~pí(3e ser « reasumido» no es exclusivamente las_cgn-

288
LA RAZÓN EN TELA DE JUICIO

diciones de posibibdad del coiiQcirnientn rihjptivo^..^nrrin pp K ?nt— ,


sino más bien las del propio «comprender».
La recuperación— o, más exactamente, la «rememoración»—
del sentido se convierte por tanto para Gadamer en él asunto pro-"^-^
pió de la filosofía. Implícito en su tesis de doctorado, redactada
bajo la influencia directa de su maestro Heidegger y consagrada, a
partir de una reJectura del Filebo, a la signiñc^ción ética del diálo­
go platónico, ese proyecto constituye el eje principal de su trabajo
a partir de 1945 y desemboca, en 1960, en la publicación dé Verdad
Habiéndose^ ron vertido en la referéncia prindpal_de-k
corriente hermenéutica, esa obra monumental se esfuerza a la vez
ambiciones metodológicas y ponerlas a prueba en
ores campos primordiales: los del arte, la historia y el lenguaje en
general^__
Contrariamente a lo que er.a-para IC^nt^ L nhr;i Hp>artp
para Gadamer una pura «formR>^frecida al juicio del gusto. Pues,
nós invita, siempre que sepamos elucidar su significación ontológi-
ca, a experimentar un «contenido de vcrdad»^ que no se reduce a la
comprensión de las intenciones del autor y cuya riqueza objetiva
no es inferior a la de un conocimiento científico. La historia es, asi­
mismo, el lugar donde se efectúa la transmisión de las tradiciones
que constituyen una «cultura», cultura que también lleva en sí su
parte de verdad: ésta es la razón por la que es importante arrancar
a la historia del relativismo historicista. D e camino, ese doble aná­
lisis conduce a Gadamer a reconocer el papel fundamental que tie­
ne el lenguaje en todas las actividades humanas. C omprender es
poner^_de^cuerdo sobre el sentido atribuido a ciertos signos.
tarea de la hermenéutica filosófica no es otra— dentro de esta per^_
péctiva— que facijitar a ía^ ^z Ja comprensión intersubjetiva y ja.
comunicación, SRly^dp^él. lengua la. reducción «tecjiic^ta>> im-
puesta a nnestros lenguajes naturales,
ajnio derna .
Sin duda permanece insuficientemente clara la cuestión de sa­
ber sobre qué base— metafísica o teológica— se fundan los princi­
pios que deben guiar la realización de esa tarea. Pero si Verdad y
método constituye, desde ese punto de vista, una producción típi­
ca— la última en el tiempo— del idealismo alemán y, seguramente,
el único gran libro «heideggeriano» publicado en Alemania des­
pués del final de la guerra, las conclusiones a que llega Gadamer

289
H IST O R IA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

están finalmente bastante alejadas de las de Heidegger. La impor-


tanda que concede al lengaaje~tiende más bien a aproximarlo a
Wittgenstein. D e hecho( Gadarpef es el primer filosofo alemán
que ha intentado tender puentes en treJa,.fenomenología~i-<;r:onri~
nental>> y la filosofía ,<<andj^^ Es este original aspecto de su
perspectiva lo que— unido a la calidad de sus intuiciones estéticas,
a su característica fe en las virtudes del diálogo y al optimismo que
anima su platónica búsqueda del «sentido»— explica la amplitud de
su impacto, no solamente en Alemania sino también en Italia y en
Francia, en particular sobre Gianni Vattimo (nacido en 19 36; Poe­
sía y ontologíUy 19 67; Las aventuras de la diferencia^ 1980) y Paul Ri-
coeuT.
Nacido eñ 1 9 R icoeur U ^ a a cabo—-después de la agregación
de filosofía, la g u errJ^ Ü ca u tí^ d a d en Alemania-— lo esencial de su
carrera en la enseñanza superior, primero en la Sorbona y a partir
de 19 6 5 en la Universidad de Nanterre. Humanista con vastos co­
nocimientos, lector atento tanto a la literatura como a las ciencias
sociales, viajero abierto tanto a la cultura angloamericana como a la
tradición germánica, se vincula en primer lugar al movimiento del
existencialismo cristiano— representado en Francia, a partir de los
años treinta, por Gabriel Marcel (18 8 9 -19 7 3 )— ^y al personafismo
de Emmanuel Mounier. En Marcel descubre el modelo de una re­
flexión filosófica capaz de otorgar un lugar central a la cuestión re­
ligiosa sin renunciar al rigor conceptual. Gracias a M arcel se inicia
desde antes de la guerra en la fenomenología, en panicular en H us-
serl— cuyas Ideas directrices traduce al francés en 19 50 — y Jaspers, a
quien consagra su primer libro (Jaspers y la filosofía de la existencia
(1974) en colaboración con Mikel Duffenne).
Después, para dar a sus inquietudes de creyente una respuesta
digna de las exigencias del método fenomenológico-—que le pare­
ce el único método reflexivo riguroso por su preocupación por la
fidelidad a las «cosas mismas»— , emprende una Filosofía de la vo­
luntad cuyo primer tomo (Lo voluntario y lo involuntario^ aparece en
1950, siendo reunidos los dos siguientes (fil hombre falible y La sim­
bólica del mal^ 1960) bajo un título único, Finitudy ctdpabilidad. Al
hilo de esos tres volúmenes, las preguntas clásicas de que parte su
trabajo— ¿Cóm o se puede querer el mal? ¿Qué es la mala fe? ¿Cuál
es el sentido de un acto involuntario?— le conducen a explorar, de­
trás de la capa superficial de la conciencia, tanto las profundidades

290
^■0
LA RAZÓN EN TELA DE JUICIO

del inconsciente individual como las del universo simbólico en el


que las grandes religiones se esfuerzan por expresar el problema
del mal. Es así como encuentra simultáneamente el psicoanálisis y ©
la hermenéutica. Tanto del uno como de la otra retiene la idea de
que la realidad humana está constituida ante todo por «signos» I
cuyo desciframiento es, en buena ley, interminable. Desarrolla esta
intuición en sus dos siguientes libros: De la interpretación: Ensayo so~
b?'e Freud (1965) y £ / conflicto de las interpretaciones: Ensayo de he7r)ie~
■ Q)
náutica
A través de la cuestión del simbolismo, estas obras abordan ya ^■ 0
el problema del lenguaje. Sin embargo será necesario el peso de
una desilusión política— Ricoeur, preocupado por la necesidad de
modernizar la universidad francesa, se decepciona por el giro que
toman los acontecimientos en 19 68 -19 69 — para que el filósofo, ju­ 0
bilándose anticipadamente, se decida a expatriarse parcialmente en ■0
los Estados Unidos (donde enseñará regularmente en la Universi­ ■-(D
dad de Chicago) y a interesarse más directamente por las ciencias ■O
del lenguaje. Culminado en 1970, ese «giro» le permite ser— con_
©
Gadamer— imo de los primeros pensadores «continentales» en.
entablar un diálogo con la filosófica «analítica». Desemboca tam­
bién en dos importantes hbros: La metáfora viva (19 75) y Tieinpoy .©
relato (tres volúmenes, 19 8 3-19 8 5). O
Si la primera de estas dos obras contempla la metáfora desde el ©
ángulo de la creación de sentido y del enriquecimiento que resulta
de ella para el texto literario. Tiempo y relato^ por contra, supera el
análisis lingüístico, puesto que, más allá de la reflexión que se des­ va
pliega sobre la escritura del pasado, lo que se plantea es la cuestión
misma del conocimiento histórico, de su estatuto y de su dosis
de verdad. Ciertamente, un libro de historia siempre depende de la i
i
categoría del «relato», incluso cuando su autor piensa, dentro del
.('■) !
espíritu de la escuela de los Anuales^ atacar a la historia de los acon­ V S
tecimientos para sustituirla por la de «larga duración»; pero ese re­ Aj i
lato no es una forma narrativa igual que las otras. Más allá de la
«disposición argumental» que utiliza el historiador para hacer
revivir el pasado, es más bien de nuestra realidad de lo que nos ha­ O
bla. E n efecto, el pasado nos pertenece en la medida en que le per­ é
tenecemos, en que nuestra acción presente se incribe en la conti­ -€)
nuidad de una memoria. En suma, en la medida en que, tanto para
los individuos como para los pueblos, la identidad no es algo dado
291
H I S T O R I A DE LA F I L O S O F Í A EN EL S IG L O X X

sino una construcción infinita, cuyo único medio posible es el


tiempo.
Finalmente, en S í mismo como otro (1990), el análisis— semánti­
co y pragmático— de la noción de «sujeto» y el diseño de una on-
tología de la «persona» se aúnan para ponerse al servicio de una
ética— cuya formulación resulta para Ricoeur una exigencia de la
razón práctica, que el filósofo debe esforzarse por satisfacer sin re­
nunciar por ello a su independencia con respecto a su propia fe, a
los sistemas teológicos y a las ideologías políticas.
Pero si b^ j j a r a Ricoeur y en gf.neraLpiraJ o sLparHdarjn*; He 1;^
hermenéutica, el sentido del mundo o de la vida indudablemente
e x i ¿ ^ m á r ^ á deH loZsig^ creencia es justa-
meme lo .quejcrirican^ co^ \ ^ or losadeptos del estructuralismo.
Pues, para éstos, el «significado» no será nmica sino mi simple
«efecto» del «significante», y el «sujeto», el efejgto.^
i";:')
ras invisit inconscientes o soda
berl^"?T^

El origen del estructuralismo es una revolución epistemológica


consun^af^=úm dos de nuestro siglo, por el lingüista suizo Ferdi-
nand gran distancia de la filología clásica, más preo-
c u p a d a ^ ^ r T ^ evolución histórica de las lenguas que por su
organización interna, S aussure intenta sentar las bases de ujia-ver-
daderá ciencia del lenguaje. En el corazón de esta última, una idea
llena de futuro: una lengua n o ^ slm a ^ 'o le ca w azarosa de p alab r^,
sino un sistema de signos que se articulan entre sí s e g ^ regias es­
pecifícaos. Constituye una totahdad autónoma que no remite sino a
sí misma y que posee su propia estructura. E s el análisis de esa es-
m icturaTo^iñe^be, en adelante, orientar el método del lingüista.
Publicado tres años después de su muerte por dos de sus an­
tiguos alumnos, el Curso de lingüística general de Saussure (19 16 )
aparece, retrospectivamente, como una de las obras fundadoras
de la investigación en ciencias sociales. Sin embargo, en su época
no fue demasiado valorado. Salvo por un pequeño grupo de escri­
tores y lingüistas rusos que, alrededor de 1 9 1 7 , se interesan por
los fenómenos del lenguaje y sueñan con elaborar, en plena revo­
lución, una teoría nueva de la literatura. De entre esos jóvenes

292
LA RAZÓN EN TELA DE JUICIO

teóricos emerge una figura excepcional: la de R o m a¿j[a ^ b so r


(18 9 6 -19 8 2 ).
Nacido en Moscú, Jakobson manifiesta desde muy joven una
notable facilidad para el aprendizaje de las lenguas. Adolescente, se
entusiasma con la vanguardia artística de su tiempo. Siendo amigo
del pintor Malevitch y de los poetas Khlebnikov y Maiakovski, par­
ticipa en marzo de 1 9 1 5 en la fundación del Círculo de Moscú, na­
cido del encuentro entre la escuela lingüística rusa, representada
por el príncipe Nicolás Trubetzkoi (189 0 -1938 ) y las teorías «futu­
ristas». Algunos meses antes de la Revolución de Octubre, crea en
Retrogrado una sociedad para el estudio del lenguaje poético, cuyos
miembros— que se denominan « formalistas»— se proponen estu­
diar la literatura como una pura construcción lingüística y ven en la
poesía, especie de «lenguaje sobre el lenguaje», su misma esencia.
Conscientes de sus raíces eslavas, los formalistas se preocupan
igualmente del folklore y en particular de la poesía popular, cuyas
producciones— generalmente anónimas— ^parecen poner de mani­
fiesto una invención verbal a la vez espontánea y sutil.
Cuando constata qué el régimen leninista se muestra cada vez
menos favorable a sus investigaciones innovadoras pero «elitistas»,
Jakobson viaja a Checoslovaquia (1920). En Praga, establece amistad
con Camap y descubre el Curso de Saussure, cuyas ideas van a trans­
formar la continuación de sus propios trabajos. Paralelamente, reen­
cuentra en Viena a Nicolás Trubetzkoi, también en el exilio. De sus
intercambios con esté último nacerá muy pronto la fonología, rama
fundamental de la lingüística estructural. Participando en la crea­
ción del Círculo Lingüístico de Praga (1926), posteriormente más
conocido como Escuela de Praga, J^ohs.Q n.,s^ orienta definitiva­
mente desde el «formalismo» hacia el «estructurahsmo».
Los acontecimientos le obligarán de nuevo a emigrar, y se ins­
talará en los Estados Unidos (1941). Allí terminará su carrera. Pero
antes de incorporarse a Harvard— donde, en 1 9 5 1 , coincide con el
joven Chomsky, entonces un miembro de la Society o f Fellows—
y, posteriormente, al Massachusetts Institute of Technology— ¿o n ­
de él y Chomsky son colegas— , Jakobson enseña durante algu­
nos años en Nueva York, en la Escuela Libre de Altos Estudios,
universidad francesa en el exiho fundada durante el invierno de
1 9 4 1 - 1 9 4 2 . El secretario general de esta escuela no le és desco­
nocido: se trata de uno de sus compatriotas, el filósofo ruso— na-

293
HISTO RIA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

cionalizado francés— ^Alexandre Koyré. Su encuentro en Nueva


York será decisivo para el futuro del estructuralismo.

P892-1964) nace en Taganrog, en una familia


judía de la burguesía comercial. M u y joven, participa en el movi­
miento nacido de la revolución de 1905, es arrestado por la policía
y termina sus estudios secundarios en prisión^ donde, se dice, lee
por primera vez las Investigaciones lógicas de Husserl. Liberado, par­
te hacia Alemania. D e 1908 a 1 9 1 1 sigue los cursos de Husserl y
Hilbert en Gotinga. De la fenomenología, que seguirá siendo para
él más un método que ima metafísica (pues, si bien está fascinado
por la «reducción eidética», rechaza el giro husserliano hacia el
ideahsmo trascendental), retendrá sobre todo la crítica del positi­
vismo y la preocupación platónica por respetar la objetividad inte­
lectual de los conceptos científicos o filosóficos.
Después de una estancia en París, durante la cual inicia una te­
sina sobre La idea de Dios en la filosofía de san Anselmo (publicada
en 1923), se encuentra en Suiza cuando estalla la Primera Guerra
mundial. Entonces vuelve a Moscú para participar en los combates
del frente ruso, así como en la revolución de febrero de 1 9 1 7 .
Socialista pero no leninista, emigra definitiyamente a Francia en
1 9 1 9 . Allí prosigue sus investigaciones sobre la filosofía religiosa
medieval, mientras redacta un ensayo sobre La filosofía y el proble?na
nacional en Rusia a inicios del siglo X IX (1928), donde desvela los la­
zos que unen, según él, el idealismo alemán con el misticismo es­
peculativo del Renacimiento. Más tarde, trabajando en un libro so­
bre La filosofía de Jacob Boehme (1929), descubre que éste no puede
ser comprendido sin aludir a la «nueva» astronomía elaborada, me­
dio siglo antes de Boehme, por Copémico.
Desde entonces, Koyré se lanza al estudio de la historia de las
ciencias, desde la antigüedad hasta la edad clásica. En este camino
es guiado por los consejos del autor de Identidad y realidad (1908)
— su maestro y amigo Émile Meyerson ( 1 8 5 9 - 1 9 3 3 ) — , epistemólo-
go francés de origen polaco cuya teoría del conocimiento se des­
marca a la vez del positivismo y del convencionahsmo, así como por
las obras de Duhem y las de Cassirer—-que fue uno de los primeros
en subrayar el interés propiamente filosófico de la historia de las

294
LA RAZON EN TELA DE JU ICIO

ideas. Al mismo tiempo, se incorpora a la sección quinta (ciencias re­


ligiosas) de la Escuela Práctica de Altos Estudios y funda (19 32) la f!)
revista Rechercbes PbilosopbiqueSy que contribuirá a dar a conocer a ©
Heidegger en Francia y en la que publicará toda la vanguardia parisi­ O
na de la época—de Sartre a Klossowsld, pasando por Bataille y Lacan. n
Dos libros de Bachelard— E l nuevo espíritu científicoXsg^f) y La
©
formación del espíritu científico (1938)— acaban de convencer a K o y­
■ .©
ré de la tesis de que el progreso científico no se desarrolla r e una
manera lineal sino discontinua, por el efecto de «cortes» o de o
«rupturas», más habitualmente provocados, por lo demás, por la ©
emergencia de nuevas concepciones teóricas que por la obsei-va-
ción empírica de los hechos. Aplicada a la historia de la física y de €5
la astronomía modernas, esta tesis bachelardiana es ilustrada de
manera ejemplar por los dos grandes libros de Koyré, Estudios ga- ©
lileanos (ig^g) y Del mundo cerrado al universo infinito (1957).
©
EUos muestran de manera convincente que la mateinárización de
la física inaugurada por Gálileo no es una reforma de detalle ni una
innovación puramente técnica. M uy al conDario, corresponde a
una revolución intelectual^ es decir, a ima transformación de nuestra
imagen del mundo— desaparición de la creencia medieval en un cos­
mos cerrado y jerárquico, reemplazada por la idea de un universo in­
finito y homogéneo en las tres direcciones—-, en resumen, a un cam­ ©
bio global de nuestros hábitos de pensamiento, tanto científicos 61
como filosóficos y religiosos. Discontinuista y deliberadamente an-
riposirivista, esa interpretación del progreso del conocimiento ejer­
cerá a su vez, conio_verem_os más adelantiEuuua ir^uencia decisiva en
© j
las primeras investigaciones de Michel Foucault y Thomas Kuhn.
Por sí mismos, estos trabajosT)astan para establear los méritos
0 i
de la obj^adg^oyré. Sin embargo, tiene otros: Koyré, en efecto, no 66 i
fue so ^ m e n te ^ i filósofo y im historiador, sino también un fonni- ü
dablá passeurfJxxn hombre que supo hacer circular a su alrededor (0
— comCLfi^séfsiglo XVII el padre Mersenne— las ideas más innovado­ ©
ras y conferirles, al mismo tiempo, ima fuerza aún mayor. A la vez ©
que introduce a Heidegger, da a conocer en Francia, al comienzo .0
de los años treinta, las obras de juventud de Hegel, punto de parti­
da de una renovación de los estudios hegelianos que preside su dis-
,0
©
^ T i e n e el se n tid o de «co n tra b a n d ista o tra fican te de id eas» en el m e jo r senti­
d o d e los térm in o s, co m o « a lto d ivu lg a d o r de id e a s». ( M del t.)

¡95
H IST O R IA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

cípulo Kojéve. Y es^m bién Kovré quien^ durante su exilio en N i ^ -


va Y o rJL jgivo la idea fecunda de poner en contacto al lingüista Ro-
nianjakobsoii con el eo ^ o go ffancérd aude L é v P S t i^ s s .

Nacido en i oo^ L é v i-S tra u sy es un agregado de filosofía que, des­


pués de mía te s ii^ ^ ^ ^ ^ E o s postulados filosóficos del materialis­
mo dialéctico» (19 2 7) y algunos años de docencia en la enseñanza
secundaria, ha experimentado la necesidad de escapar a la vez de
Europa y de un estilo de filosofía que no ofrece ningún contacto
con el mundo exterior. Gracias a la ayuda del sociólogo Célesrin
© Bouglé (18 70 -19 4 0 ), en aquel momento director de la Escuela
©' Norm al Superior, encuentra su salvación en Sudamérica, dedicán­
dose a la etnología. Asignado a la universidad brasileña de Sao Pau­
lo, lleva a cabo una primera pesquisa entre los indios Caduveo y
Bororo y más tarde, en 1938, una segunda misión, también en Bra­
sil, entre los Nambikwara y los Tupi-Kawahib— expediciones que
relatará más tarde, con humor y nostalgia, en una narración muy
«literaria». Tristes trópicos (1^^^).
L a guerra viene a perturbar la continuación de sus proyectos.
Refugiado en Nueva York, conocx..iLKmg‘é,jiuien, en 19 ^ pre-
senta a Jal^Jb§.QiL Éste le revela la existencia y potenciahdades de la
lingüistica estrucUL^. IriniediatamenteL, Léyi-Strauss---p_resintien-
do que el cpujunto de los fenómenos sociales dependientes del or-
den simbólico piorhja s^^ su vez. UQiTLQ_sls_teina de signos
poseedores de estructura específica— imafflna la posibilidad de ex-
p^Rar^"^ método de Saussme a un campo no lingüístico, el de las
relaciones de parentesco en las sociedades sin escrmira.
D e esta notable intuición, en la que ha tenido un papel decisivo
Jakobson, surgirá después de la guerra un libro. Las estructuras
elementales del parentesco (1949), que revoluciona la antropología,
al someter por primera vez un vasto conjunto disperso de obser­
vaciones empíricas a una lógica clara y rigurosa. Difícilmente acep­
tado en el mundo angloamericano, donde prevalecen estilos de
investigación menos «teóricos», ese libro irá segmdo de varios
importantes trabajos: Antropología estructural (i, 19 58 ; ii, 19 7 3), E l
totemismo en la actualidad (1962), E l pensamiento salvaje (196 2),
cuyo último capítulo rechaza tanto la noción de Lévy-Bruhl de la

296
LA RAZÓN EN TELA DE JUICIO

«mentalidad prelógica» como la concepción sartreana de la dialéc­


tica, y sobre todo los cuatro volúmenes de las Mitológicas {Lo cru­
do y lo cocido, 1964; D eja miel a las cenizas, 1967; £ / origen de lós
modales en la mesa, 1968; R l hombre desnudo, 19 71). Destinada a
mostrar que el conjunto de los mitos religiosos de los indios de
América constituye un corpus unificado en cuyo interior las mis­
mas variantes responden a reglas, esta última obra muestra la fe­
cundidad del método estructural. También muestra sus límites. En
efecto, así como Descartes había tenido que reducir la materia a la
extensión para fundar la física, igualmente Lévi-Strauss se ve obli­
gado— para construir una ciencia de los mitos— a extrapolarlos del
contexto sociocultural en que son producidos o transmitidos, y re­
ducirlos a puras series de unidades semánticas, combinables entre
sí según reglas que, aparentemente, deben menos a la historia que
al álgebra.
Convertido en profesor del Collége de France (1959) gracias al
apoyo de Merleau-Ponty, Lévi-Strauss reinará durante decenios
sobre la antropología francesa mientras continúa desarrollando, en
sus obras posteriores {La huella de las máscaras, 19 7 5 ; La mirada ale­
jada, 1983; La alfarera celosa, 1985), las grandes fíneas de su visión
del mundo. Materialista, atea y pesimista, ésta se caracteriza tam­
bién por un interés cada vez más marcado por el arte entendido
como único medio ofrecido al hombre para elevarse por encima de
la mediocridad de la vida. Fue atraído principalmente por la músi­
ca y, por supuesto, por el arte primitivo que M ax Ernst y André
Bretón le enseñaron a apreciar durante su común exilio en Nueva
York. En sus últimos años, prototipo del gran sabio encerrado en su
torre de marfil, Lévi-Strauss continúa siendo sin embargo un deci­
dido conservador, ya sea en música y arte occidentales— puesto
que su atención por la modernidad no va más allá de W agner y los
impresionistas— o en pohtica— puesto que está convencido de que
las sociedades humanas son de imposible mejora.
Pero el verdadero interés de su pensamiento se sitúa evidente­
mente en otra parte. Lévi-Strauss es, en primer lugar, im inmenso
erudito: uno de esos hombres que— como su maestro, el sociólogo
Marcel Mauss o como el sinólogo Marcel Granet— ^son capaces de
estudiar las manifestaciones más ajenas de «exóticas» culturas con
un interés tan objetivo como el del biólogo ante una sección obser­
vada a través de su microscopio. Su sunbición más original habrá sido

297
H IST O R IA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

constituir una ciencia de lo social que tenga igualmente rango de


ciencia del espíritu y que permita^ al mismo tiempo^ ahorrarse la_psi-
cologíaj disciplina de estatuto muy frápl desde el punto de vista de
Lévi-Strauss. Dentro de esta ambición reside precisamente la cohe­
rencia de los tres ejes fundamentales d^ su perspectiva: definir las so­
ciedades como sistemas simbólicos, mos^air que esos sistemas no
pueden ser juzpados jerárquicamente, p uesto que todos tienen la
misma dignidad, y restablecer finalmente su mudad profunda a
csoñicruraL p p ae^ nlpm a de la imidad del espíritu humano.
jEl otro mérito de Lévi-Strauss— haber sido durante m edio^i^
glo el ¡efe de fila de la ciirrieiite:>jestructuralista en las ciencias so-
ciales— ^no es el menor. Y es a él, en particular, a quien se debe la
aproximación a esta corriente del psicoanalista Jacques Lacan.

Pero si el pensamiento dejíLacaux iq o i - iq 8 i ) está sin duda empa­


rentado con el estructuralismo]^ lo excede de maneras tan distintas
que no se puede captar en su complejidad sino a condición de vol­
ver a trazar su gestación etapa por etapa.
N acido en una familia burguesa y provinciana, Lacan fue tenta­
do pasajeramente en su juventud por las ideas de extrema derecha.
Su instalación en París, sus estudios de medicina y su deseo de fre­
cuentar los círculos de vanguardia provocaron sin embargo una rá­
pida evolución en su pensamiento. Fascinado por la lectura de un
artículo— «Kl asno podrido»— publicado en julio de 19 30 por Salva­
dor Dalí en el primer número de Surréalisme au Service de la Révolu-
tion^ tiene una entrevista con el pintor. Dalí le explica la significa­
ción de su método «paranoico-crítico», fundado en la investigación
sistemática de las alucinaciones visuales. Marcada por este descu­
brimiento, la tesis de doctorado de Lacan, De la psicosis paranoica en
sus relaciones con la personalidad (19 32), revela su precoz interés— es­
timulado por uno de sus profesores, el psiquiatra Clérambault—
por lasj;elacian£SJÍeJa-«locura^¿^-GaiiJa.xjxacióiMrtistrca,^sLcanio
una tentativa— aún torpe—-por integrar la dimensión psicoanalíti-
ca en la teoría psiqmátrica.
N o obstante, ese trabajo pasa desapercibido excepto para N i-
zan, que le consagra un artículo elogioso en UHum anité, y para
los surrealistas. Estos le invitan a colaborar en su nueva revista, M /-

298
©
LA RAZÓN EN TELA DE JU ICIO
■■■©
notaure. Lacan, que paralelamente acaba de comenzar a ser psicoa-
nalizado, publica en 19 33 dos provocadores artículos: « E l proble­ ©
ma del estilo y de la concepción psiquiátrica de las formas paranoi­
cas de la experiencia» y «Motivos del crimen paranoico: el crimen 0
de las hermanas Papin». De esa febril época datan su culto por el i)
«estilo»— literario o en la indumentaria— , su gusto por las socie­
dades secretas y una propensión al hermetismo que no le abando­ C:)
nará jamás. :o
En los años siguientes, cada vez más atraído por las vastas pers­
o
pectivas que el psicoanálisis abre a la reflexión, Lacan se embarca
en im proyecto de relectura de los textos fundacionales de Freud.
Simultáneamente, explora la obra de Nietzsche— cuya nueva in­
terpretación, esteticista e individualista, propone por entonces su %
amigo el escritor Georges Bataille (18 9 7 -19 6 2 )— y sigue los cursos ■m
del filósofo de origen ruso Alexandre Kojéve, quien en esa misma
época se esfuerza por suscitar en Francia un renovado interés por
el pensamiento hegeliano. ■"7
Sobrino del pintor Kandinsky, Kojéve (19 0 2-19 6 8 ) ha abando­
nado la U R SS en 1920 en dirección a Alemania. En Heidelberg,
-m
donde es alumno de Jaspers, conoce a Alexandre Koyré, del que se
m
convertirá en amigo y con cuya cuñada se casará (1927). En 1926
M
defiende, bajo la dirección de Jaspers, una tesis sobre el teólogo
ruso Vladimir Soloviev (18 53-19 0 0 ) y decide instalarse en París,
donde Koyré es encargado de conferencias en la Escuela Práctica ©
de Altos Estudios desde 19 22. Guiado por este último, se sumerge
en la historia de las matemáticas y de la fisica con vistas a redactar M
un texto sobre ha idea de determinismo en la física clásica y en la física ©
modema Paralelamente, y a partir de 19 3 2 , frecuenta el cur­ ©
so impartido por Koyré sobre la filosofía refigiosa del joven Hegel.
Durante el verano de 19 3 3 Koyré, que tiene que partir a enseñar
en El Cairo, le propone dar ese curso en su lugar. Kojéve acepta y,
en otoño, se convierte a su vez en encargado de conferencias en la
Escuela Práctica. Su seminario, consagrado en lo esencial a una
lectura de la Fenomenología del espíritu (en ese momento todavía no
traducida al francés), prosigue regularmente hasta el otoño de
19 39 . Centrado en el tema del «final de la historia»— que adquie­ €1
re una resonancia muchas veces singular en un contexto marcado
por el ascenso de los fascismos— , es seguido por un pequeño gru­
po asiduo de intelectuales y escritores de vanguardia: Henry Cor-
299 ©
H ISTO R IA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

bin, Raymond Queneau, Georges Bataille, Raymond Aron, M auri-


ce Merleau-Ponty, Jean Hyppolite— e incluso Jacques Lacan, a
partir de 1934.
Gracias a Kojéve, pues, este último descubre en los textos de
Hegel una elaboración teórica de los conceptos que le preocupan,
es decir, una filosofía del deseo, del lenguaje y de la intérsubjetivi-
c:) dad. La dialéctica fenomenológica del «señor» y del «siervo», en
particular, le ayuda a pensar el tema de la lucha de conciencias,
enfrentadas entre sí para su mutuo reconocimiento. Igualmente, la
problemática hegeliana de la alienación se superpone a sú propia
reflexión sobre la enfermedad mental. D e esa lectura entrecruzada
de Hegel y Freud— que Kojéve y Lacan intentan sistematizar in­
(:?í) cluso en tm texto redactado en común en 19 36 y que finalmente nó
verá la luz— , nace la primera contribución personal de Lacan a lá
r::)
teoría psicoanahtica: su conferencia sobre el «estadio del espe­
j o » ,'" pronunciada en agosto de 19 3 6 en Marienbad, en un con­
greso presidido por Ernest Jones, quien le corta abruptamente el
discurso al cabo de diez minutos. Diecisiete años más tarde, Hegel
volverá a aparecer en la tesis central— «el inconsciente es el discur­
so del otro»— en una ponencia"^ leída por Lacan en otro congre­
so: «Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis»
(Roma, septiembre de 1953).
Pero, mientras tanto, otras influencias han ido añadiéndose
sobre ese basamento hegeliano. En 1949 Lacan lee, en el m o­
mento de su aparición, Las estructuras elementales del parentesco y
conoce personalmente a Lévi-Strauss, con el que entabla amistad
y que le presentará al lingüista Román Jakobson algunos meses
más tarde (1950 ). Poco después y gracias a Jean Beaufret, que es
desde 1 9 5 1 uno de sus pacientes, Lacan profundiza su compren­
sión de la obra de Heidegger, a quien visita en Alemania, a quien
a su vez recibirá en 19 5 5 en su propia casa y del que incluso tra­
ducirá un texto («Logos») en el primer número de la revista La
Psycbanalyse (1956).
Sin duda no hay una verdadera convergencia, en profundidad,
entre la reflexión de Heidegger y el trabajo de Lacan— aunque am-

1 1 1 . T e x t o re c o g id o en Ja c q u e s L a c a n , Écrits, P a rís, E d . du S e n il, J 9 6 6 . (T r a d .


ca st. d e T o m á s S e g o v ia : Escritos, 1 vo ls., M é a c o , S ig lo X X I , 1 9 7 2 . ] 2 2 3 . Ib id .,
p. 2Ó5.
LA RAZÓN EN TELA DE JUICIO

bos hombres compartan, entre otras cosas, idéntico gusto por el


estilo «oracular». N o obstante, parece que sea Heidegger quien
termina de convencer a Lacan de que la filosofía ha «terminado».
Pero éste no entiende por eUo apelar a un «pensamiento del Ser»,
sean cuales sean los préstamos— perceptibles en el «discurso de
Roma» que haga de Ser y tiempo. Únicamente la teoría freudiana,
tal como se esfuerza él mismo en reformularla, le parece capaz de
«tomar el relevo»— en el sentido hegeliano del témúno Aufheben—
de la filosofía. Esa es en todo caso la conclusión implícita en el in­
tercambio llevado a cabo, el lo de febrero de 19 54 , en el seminario
de Lacan, entre éste y Jean Hyppolite.
Queda por saber cómo reformular la teoría psicoanalítica, en
qué vocabidario y sobre qué bases. Volviendo a la letra misma de
los textos freudianos, responde Lacan—rquien a partir de julio de
19 53 hace de esta consigna el resumen de su propia andadma. Y,
sobr,e todo, releyendo los textos en cuestión a la luz de la lingüísti­
ca estructural.
Aqm', el papel de Jakobson ha sido decisivo otra vez— ^y doble­
mente. Por una parte, es él quien, a partir de 1950, le hace descu­
brir la obra de Saussure a Lacan. Éste, como Lévi-Strauss, capta
inmediatamente el interés que puede tener importar al psicoaná­
lisis el método del análisis estructural, aplicándolo al campo de las
producciones «significativas» del inconsciente, los sueños y los
síntomas. A partir de junio de 1954» comenta la teoría saussureana
del signo en su seminario semanal— que «oficialmente» comenzó
en 1953 en el hospital Sainte-Anne. M uy pronto irá más lejos
puesto que, en 1958, afirmará que el inconsciente tiene «la estruc­
tura radical del lenguaje»""*— algo que volverá a proclamar, en la
línea de la filosofía «discontinuista» tan cara a Koyré, la identidad
fundamental de esas dos grandes «rupturas» que constituyen los
descubrimientos de Saussure y de Freud.
Por otra parte, es tm artículo publicado en 19 56 por Jakob-
son Dos aspectos del lenguaje y dos tipos de afasia»” ’—-lo que
sugiere a Lacan una nueva aproximación a los mecanismos funda-

2 2 4 . « L a d ire cció n de la cura y los p rin cip io s de su p o d e r» , texto re c o g id o en


Ja c q u e s L a c a n , Ea'its, op. cit., p. 5 9 4 .
2 2 5 , A rtic u lo re c o g id o en R o m á n Ja k o b so n , Rssais de linguistique genérale^ P a rís,
Ensayos de lin­
É d . D e M in u it , 1 9 6 3 . (T ra d . cast. d e Jo s e p M . P u jo l y J e in G a b a n e s:
güística general^ B a rce lo n a, P la n e ta -A g o s tin i, 1 9 8 5 .]

301
H IST O R IA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

mentales del sueño, la condensación y el desplazamiento. Gracias a


las indicaciones de Jakobson, que modifica muy libremente, Lacan
en lo sucesivo ve en la condensación el equivalente de una metáfo­
ra y en el desplazamiento el de una metonimia. Extrae una original
interpretación del libro de Freud, La interpretación de los sueños^ ali­
mentada de referencias a la retórica clásica y expuesta en una con­
ferencia pronunciada en la Sorbona el 9 de mayo de 19 5 7 : «L a ins­
tancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud».” ^^
M u y pronto, dentro de ese juego de espejos entre psicoanálisis y
lingüística, ya no se sabrá si hay que considerar el lenguaje como
«condición» del inconsciente o mejor lo contrario: las dos fórmulas
se encuentran en Lacan. L o que es seguro al menos es que el in­
consciente está «estructurado como un lenguaje». Y que, dentro de
esa «cadena significativa», la función del «yo» se encuentra reduci­
da a la de un shifter (término tomado de Jakobson), dicho de otro
modo, a la de una unidad gramatical encargada de designar el sujeto
de la emmciación sin por ello significarlo. Radicalmente opuesto a la
filosofía cartesiana, husserliana o sartreana del cogito, esa concepción
de un sujeto «dividido» por el inconsciente— en la que se encuentra
de nuevo la noción freudiana de «hendidura del yo» (Ichspaltung)—
se ve completada en setiembre de 1 960 por la tesis— introducida con
ocasión de un coloquio organizado en Royaumont por Jean W ald—
que hace del sujeto un simple elemento en una estructura simbólica:
« U n significante es lo que representa el sujeto para otro significan­
t e » . E l recurso sistemático a «grafos» permitirá a Lacan bordar
numerosas variaciones sobre ese tema en los años siguientes.
Con la recopilación en un libro— Escritos (1966)— de ima selec­
ción de sus artículos y conferencias, Lacan alcanza finalmente la
notoriedad. Ciertamente, las peripecias de los conflictos que le
oponen a la institución psicoanalítica o que alteran las relaciones
de las diferentes «familias» nacidas de su enseñanza no apasionan
demasiado al gran público. Por contra, un público atento se apre­
tuja en su seminario, que desplaza sucesivamente de Sainte-Anne a
la Escuela N orm al Superior (196 4-19 69 ) y a la Facultad de D ere­
cho del Panteón (196 9-19 8 0 ).

2 2 6 . T e x t o r e c o g id o en Eaits, op, át.


2 2 7 . « S u b v e r s ió n d u sujec et d ia le c tiq u e du d ésir d ans P in c o n sc ie n t fr e u d ie n » ,
te x to re c o g id o en Ea^its, op, cit,, p. 8 1 9 .

302
■:h')

LA RAZÓN EN TELA DE JU ICIO ;) ¡

N o obstante, esa tardía notoriedad a la vez le colma y le abru­


ma. A medida que envejece, Lacan se distancia de su propio dis­
curso. Lleva a cabo imprevistos rodeos por la obra de Wittgenstein
(19 6 9 -19 70 ) o por la de Joyce. Convencido de ser incomprendido ©
en el fondo, incluso por quienes le escuchan, se refugia en los años ■©
setenta en ima reflexión cada vez más enigmática sobre la estructu­ .0
ra del psiquismo. Abandonando poco a poco el modelo lingüístico, .0
se esfuerza por comprender la psique en términos matemáticos, a
.■ í;)
ti'avés de «trenzados» y de complejas figuras topológicas como,
por ejemplo, «anillos borromianos» (que Lacan llama errónea­
mente «nudos»).
Durante las últimas sesiones de su seminario, en la primavera ©
de 1980, casi no habla, contentándose con dibujar en el encerado
misteriosos «esquemas» que dejan perplejo al auditorio. Cuando
muere, al año siguiente, la más completa división reina entre sus :©
discípulos. Esos desacuerdos entre «herederos» presuntos o reales, •Q
a los que se añaden numerosas dificultades técnicas de transcrip­
ción, provocarán un retraso considerable en la publicación íntegra ©
de los ventiséis volúmenes de su obra «oral» (19 53-19 8 0 ). Iniciada

en 19 7 3 , está muy lejos de haber finalizado.
Rechazado por una parte de la comunidad psicoanalítica, que
:f:)
desaprueba su muy personal concepción de la «cura», poco acep­
tado por la de los filósofos «profesionales»^— salvo algunas excep­
r‘'\
ciones; Hyppolite, Merleau-Ponty, Althusser, Derrida y Badiou en
Francia y Stanley Cavell en los Estados Unidos— , el pensamiento G
de Lacan continúa siendo no obstante uno de los más importantes ©
(y de los más coherentes) entre los que, en el siglo xx, han intenta­ ©
do abrir para la filosofía ima vía que asumiera plenamente las con­ ’o
secuencias del «fin» de la metafi'sica.
(J
(Xi-iy1

Gracias a la concomitante publicación de loS Escritos y de las Mito­ O
lógicas, el estructuralismo se convierte en los años sesenta en la ideo­ G
logía dominante en las ciencias sociales. Estimulada por las obras O
de Lévi-Strauss y de Lacan, esa «moda» también lo es por el de­ .©
sarrollo espectacular de la lingüística propiamente dicha (Émile
Benveniste), de la semiología (Roland Barthes, Mitologías, 1957), ©
de nuevas formas de crítica literaria (Tzvetan Todorov, Gérard

303
1 iv)

H ISTO R IA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

Genette) y del análisis histórico (Jean-Pierre Vem ant, Mito y pen­


samiento en los griegos, 19 6 5)— así como por el tardío «descubrí-
miento» de los trabajos de Georges Dumézil (18 9 8 -19 8 6 ), lingüis­
ta e historiador que, en la línea de su maestro M arcel Granet,
utiliza desde finales de los años treinta el método estructural para
y;:-)
comparar entre sí los mitos religiosos de los pueblos indoeuropeos
19 6 8 -19 73).
Ya se ha dicho que es en Francia donde esa moda produce sus
primeros efectos en el campo específico de la filosofía. Pues, a pe­
sar de todo lo que les separa, Lévi-Strauss, Lacan, Dumézil, Bar-
dies y sus émulos comparten algunas orientaciones fundamentales.
M ás bien materialistas, antidialécticos y antimarxistas (con mati­
ces: ni Vernant, ni incluso Barthes en sus inicios rechazaron com­
pletamente el marxismo), son por encima de todo antisartreanos,
es decir antihumanistas. Partidarios de una «filosofía del concep­
to», quieren terminar con el primado de la conciencia caro al autor
de E l existencialismo es un humanismo.
Según ellos, el estudio científico de las estructuras— del lengua­
je, del inconsciente, de los mitos o de las ^relaciones sociales— prue­
ba la naturaleza ilusoria de la autonomía del «sujeto»: efecto ima­
ginario del narcisismo, éste debe ser expulsado del trono que ocupa
desde Descartes. En consecuencia, el voluntarismo de Sartre, su
creencia optimista en la posibihdad de actuar sobre el curso de la
historia y su gusto por el compromiso pierden toda jusdficación.
Escépticos respecto a la política— aunque Lévi-Strauss haya sido so-
ciahsta en su juventud y Dumézil monárquico-^, los estructuralis-
tas son en los años sesenta positivistas o esteticistas— o ambas cosas
a la vez. Si admiten la necesidad de un conocimiento objetivo de los
fenómenos simbólicos, no esperan de éste que contribuya a cam­
biar el mundo. Por lo demás, no se consideran a sí mismos— si
atendemos a sus declaraciones— como filósofos. Sino, en todo caso,
como practícantes de tal o cual otra forma de saber.
¿Se les ha de creer al pie de la letra? Entonces se tendría que
concluir que no hay filosofía estructurafista. Sin embargo, si bien
los estructuralistas propiamente dichos— incluso Lacan— niegan
en efecto ser filósofos, por contra filósofos «profesionales» han
sido cahficados como «estructuralistas» por la opimón pública y
los medios de comunicación. T a l es el caso entre otros de Louis
Altliusser, Michel Foucault, Jacques Derrida y M ichel Serres.

304
LA RAZÓN EN TELA DE JUICIO

Hecho destacable, a excepción de Serres (nacido en 1930)—


cuyo saber enciclopédico, alimentado de Leibniz y de Bachelard,
conduce menos al concepto de estructura que al de comunicación
(Herynés I-V , 1969-1980 )— , los otros tres rechazan explícitamente
la etiqueta en cuestión. Althusser porque se considera marxista.
Foucault y Derrida porque— a despecho de su interés concreto por
determinado análisis de Lacan o Dumézil— la inspiración origina­
ría de su trabajo diverge del estructuralismo en puntos importantes
(Foucault) o pretende incluso cuestionarlo (Derrida).
Sin duda el caso de Foucault es el más complejo desde ese pun­
to de vista. Pues, si bien y sobre todo en sus primeras obras recurre
al utillaje estructural, el uso que hace de él y, aún más, el interés
personal— y políticamente comprometido— que le conduce a la
historia termina en la práctica por romper con la concepción
positivista del saber sobre cuya base se funda la metodología es-
truc turalista. E incluso más allá, a cuestionar la noción misma de
verdad.

2 . UNA HISTORIA DE LA VERDAD

Nacido en Poitiers, Michet 19 2 6 -19 8 4 ) entra en la E s­


cuela Normal Superior en i^ ^ S fH a redactado un trabajo consa­
grado a Hegel para la diplomatura de estudios superiores bajo la
dirección de Jean Hyppolite, al tiempo que emprendía estudios de
psicología. Sigue igualmente, a partir de 1948, los cursos de A l­
thusser, con quien establece uña duradera amistad. Incluso se afi­
lia durante dos años (19 5 0 -19 5 2 ) al Partido Comunista Francés.
Sale de él rápidarnente porque el marxismo, como teoría, no le se­
duce demasiado. Escéptico con respecto a todas la ideologías
constituidas, desconfiado hacia la concepción «heroica» del com ­
promiso personificada por Sartre, ya desde esta época no deja de
experimentar un intenso interés por la comprensión de la historia.
Y en particular por cómo, a través de ésta, aparecen y desaparecen
los sucesivos rostros de lo que llamamos, por comodidad, «la»
verdad.
Sus años de formación están marcados por distintas lecturas^:
por supuesto de L a ^ n y Lévi-Strauss, pero también de Ñietzsche.
Descubre a este último a través de la interpretación que Georges

305
H IST O R IA DE LA FILO SO FÍA EN EL SIGLO XX

Bataille había ofrecido en la Francia de los años veinte y treinta,


para quien la escritura subversiva de Nietzsche constituía el antí­
doto absoluto contra la <Ktiranía» del racionalismo hegeliano. D e­
sarrollada después de Bataille por otros escritores en búsqueda
de «transgresiones»— ^Maurice Blanchot (nacido en 19 0 7) y Fierre
Klossowski (nacido en 1905), que será también el primer traductor
francés de Wittgenstein— , esa interpretación «estetizante» del au­
tor de Tjuratustra está jalonada por la publicación en 1962 de un li­
bro de Gilíes Deleuze (19 2 5 -19 9 5 ), Nietzsche y la filosofía. Opuesta
a todos los pensamientos del Ser y de la representación, para D e­
leuze la de Nietzsche es ante todo una filosofía de la voluntad.,L e­
vantando acta del hecho de que, en ausencia de todo criterio ob­
jetivo de lo verdadero, sólo existe la ^^oluntad de verdad» del
^filósofo, ésta le ofrece la facultad de afirmar su lenguaje personal y ^
por tanto de crear sus propios conceptos sin tener que referirlos a
una norma trascendente, por definición imposible de encontrar.
Foucault— por otra parte fascinado ^ r la naturaleza Imgüisti-
ca, incluso lúdica, de la creación literaria (a la que consagrará
algunos textos marcados por su descubrimiento de Raymond
Roussel o de los escritos «psicóticos» de Jean-Pierre Brisset)— será
seducido profundamente por la lectura de Nietzsche propuesta
por Bataille, Klossowski y Deleuze. E n su madurez, invocará cada
vez más frecuentemente a Nietzsche como inspiración. Sin em­
bargo, los primeros maestros que reconoce, cuando comienza a
escribir, son ante todo historiadores. Historiadores de oficio co­
mo los que gravitan alrededor de la revista Anuales^ fundada
en 19 2 9 por M arc Bloch y Lucien Febvre, o como Philippe Aries,
pionero en los años cincuenta de la «historia de las mentali­
dades». Pero también filósofos o historiadores de la ciencia, co­
mo G astó n Bachelard, Alexandre K oyré y su común discípulo
G eorges Canguilhem (19 0 4 -19 9 5 )— autor de trabajos sobre la
biología y la medicina y, en 19 56 , de un polémico artículo atacan­
do las pretensiones científicas de la psicología académica.""® Por
supuesto sin olvidar al historiador estructuralista Georges D um é-
zil, quien, durante toda su vida, guiará a Alichel Foucault con sus
consejos.

228. « Q u ’e s t-c e q u e la p s y c h o lo g ie ? » , a rtícu lo re c o g id o en G e o r g e s C a n g u il ­


hem , Etiides d'histoire et de philosopbie des Sciences^ P a rís, V r i n , 1 9 6 8 .

306
LA RAZÓN EN TELA DE JUICIO

Nada de sorprendente en consecuencia, si son a la vez libros de


historia y de filosofía los tres que aseguran a Foucault su temprana
reputación— Enfeiynedad mental y personalidad (1954; revisado en ©
I
1962 con el título de Enfermedad mental y psicología)^ Locura y sinra­ I
zón, Historia de la locura en la edad clásica (196 1) y Nacimiento de la- ,© !
clínica (1963). Obras, por otra parte, situadas en la intersección, o
aún poco explorada, del estudio de las mentalidades, de los mitos y
de los saberes.

En primer lugar, esos libros anuncian un nuevo tono. El estilo
a
de Foucault no es el de un erudito volcado sobre el pasado. A pesar
de ser considerable, su erudición no carece de fallos. Especialistas
mejor informados— aunque tampoco desprovistos de prejuicios—
se han encarnizado mostrando los errores o descuidos que infestan
sus primeras obras. Desde su punto de vista tienen razón. Pero ol­
vidan lo principal: hostil a las instituciones universitarias clásicas ©
— que no cesará de rehuir ocupando puestos en el extranjero (Suecia, © i
Polonia, Alemania), participando en la creación de la universidad O i
alternativa de Vincennes (1968) y haciéndose elegir para el Colegio
í ‘)
de Francia (1970), donde sucederá a jean Hyppolite— , Foucault
no pretende hacer obra de anticuario. $u ainbición es otra. Consis-
te en e s c ^ i r una historia de la verdad, poniendo en el aro los la zos_ O
que ésta mantiene— tanto por sus condiciones de posibilidacLcomQ
a l a vés de sus efectos^—con el campo "social y"p"olTfi?rrira^fesm Q
_men^ consiste en destruir la pretensión positivista (o^la del ra c io n é a
hsrnx).clásico) dg^un dar^l^ber en un suelo estable y asegurado.
La mejor ilustradón de__esta empresa la ofrece In H isto ria
lpcum=r~s\\ tesis de doctorado en filosofía, dirigida por Canguilhem, O
A partir de un corpus de antiguas obras médicas descubierto en
Uppsala (Suecia)— donde, gracias a Dumézil, obtuvo el puesto de
S:,:j
director de la Maison Frangaise— , Fouoault ru£:nn^:nypja_hí^mrir>_
de las succÚY^s maneras como ha sido percibida la locura dentro de p
la cultura occidental. Considerado como portador de una sefin] sa­ p
grada, como el beneficiario de úna elección divina, él loco es libre p
y toleradQ ^ran te.la £ jdaá.M £.dia^ o n la consolidación de la mo^ Q
narquía absol^ , con la puesta en marcha de un Rsti^dn rf-nrrc^]\7 Ck- C:.)
d(ULqu£^se-libera-deJa.nit£.la de,la .iglesia, se convierte en un factor D
de^d£isordeii_,sacÍal. El «gran encierro» llevado a cabo en el siglo
XVII no bastó, sin embargo, paraai.slar laiocjira.^n-rpEríón rnn

otras formas de desviación. Hay que esperar al final de la edad clá-

307 ’áD
H ISTO R IA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

sica, en los años 17 8 0 -18 2 0 , gaij_verla redefinida en_J:érminQs de


<<enfermedadjii£intal:^_pQr la institución médica. Se convierte en~
tonces^ n objeto de un saber positivo: la psiquiatría, que se termi_-
na de constitiiir como rama de la medicina a lo largo del siglo xix,
1I !■ dando así una legirimación teórica a la práctica de internamieñto
I Q — garantía dei orden íam iliary fuente evidente de muchos abusos
1 >9 de poder.
I . L a lección de tal relectura de la historia es doble. Por una parte,
la locura— lejos de ser un objeto familiar y con contornos reconoci­
dos— no es más que una noción cuyo contenido— como la mayor
parte de los conceptos de la psicología y de las ciencias sociales en ge­
neral— ha variado ampliamente en el curso de la historia, en función
de preocupaciones políticas o «prácticas» en el sentido amplio del
término, ajenas en todo caso a la pura búsqueda de la verdad. En re-
smnen, la verdad no es el único móvil del saber, cuya función social
se inscribe en cada época en un entramado de poder determinado.
Por otra parte, ese entramado de poder no tiene en sí mismo
nada de inmutable. Basta, muchas veces, con mosti*ar la impostura
del saber sobre el que pretende fundarse para convertirlo en extra­
ñamente vulnerable. Esa es, en todo caso, la convicción de Fou-
cault y de sus primeros discípulos que, a finales de los años sesenta
y durante los años setenta, se comprometen en luchas concretas
conua la institución psiquiátrica. Por la misma época pero en una
perspectiva más sartreana, ésta es atacada por los «antipsiquiatras»
británicos Laing y Cooper, mientras que un libro-bomba redac­
tado en colaboración por Gilíes Deleuze y el psicoanalista Félix
Guattari— Antiedipo (19 7 2)— celebra con vigor las «máquinas de­
seantes» humanas para acusar mejor a los dogmas represivos del
freudismo y del «familiarismo». Difícil de discernir con precisión, el
resultado de esas luchas— que cobrarán rápidamente una dimensión
europea— será hacer retroceder un poco en todas paites las prácticas
de mternainiento abusivo, obligando a los propios psiquiatras a revi­
sar— momentáneamente— algunos de sus presupuestos.” ^
Se ha dicho que el pensamiento de Foucault— a pesar de su in­
dividualismo, su «minimalismo» y su rechazo del pathos—-está lejos

229. S o b r e el c o n ju n to de ese m o v im ie n to , véase C h r is t ia n D e la c a m p a g n e , A


tipsycbiati-ie, P a rís, G r a s s e t , 1 9 7 4 . [ T r a d . cast. d e j o s e p Antipsiqíiiatría, B a r ­
ce lo n a , M a n d r a g o r a , 1 9 7 8 .]

308
LA RAZÓN EN TELA DE JUICIO

de ser ajeno a la escena de los conflictos sociales. Aportan final­


mente la prueba de ello sus dos principales obras de reflexión epis­
temológica— Las palabras y las cosas (1966) y La arqueología del saber
(1969), a las qúe se puede añadir el texto de su lección inaugural en
el Collége de France, E l orden del discurso (19 71).
Subtitulado «Una arqueología de las ciencias humanas», el pri­
mero de esos libros vuelve sobre el período estudiado en la Histo­
ria de la locura— desde finales del siglo xvi a inicios del siglo xix— ,
con el objetivo de mostrar que, lejos de ilustrar uri progreso conti­
nuo de «la» razón, dicho período, muy al contrario, está enmarca­
do por dos rupturas subterráneas que han dado formas históricas
muy distintas a nuestras maneras de pensar.
Una primera ruptura, a finales del Renacimiento, marca la
emergencia de lo que en Francia ha dado en llamarse «edad clási­
ca». Para los teóricos del siglo xvii toda actividad intelectual y ar­
tística no puede ser concebida sino en el interior de un problema
de la «representación» que ilustran, por ejemplo, la lingüística de
Port-Royal o Las Meninas de Velázquez. En el paso entre el siglo
XVIII y el xix, una segunda ruptura hace desaparecer esta proble­
mática en favor de im modo de pensar centrado en la noción de
«sujeto». Aparece entonces una nueva idea, según la cual el hom­
bre sería a la vez el autor y el actor de su propia historia, que en­
traña la promoción de la ciencia histórica al rango de «madre de
todas las ciencias del hombre».^^° Esa segunda ruptura abre una
nueva edad, la de la modernidad, de la que no hemos salido toda­
vía pero que, desde ahora mismo, podemos presentir que, como la
precedente, tendrá un final.
Dejemos al margen la cuestión de saber si esa definición de mo­
dernidad no es demasiado extensa, porque tiende a borrar las mu­
taciones científicas y artísticas de los años 1 8 8 0 - 19 14 — sin duda
considerables. Y retengamos sobre todo las conclusiones que Fou­
cault extrae de su investigación. Conclusiones que se despliegan,
de nuevo, sobre dos registros: teórico y práctico.
Conclusión teórica, en primer lugar: la evolución del pensa­
miento se produce precisamente de forma discontinua— como de­
cían ya Bachelard y Koyré. En cada época, el pensamiento está pri-

230 . M ic h e l F o u ca u it, Lesmots et les choses, P a rís, G a llim a rd , co l. T e l , 19 9 0 , p.


3 7 8 . [T ra d . cast. de C e c ilia F r o s t: Las palabrasy las cosas, M é x ic o , S ig lo X X I , 19 9 3 -J

309
H IST O R IA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

sionero de los límites que le son asignados por la estructura empí­


ricamente determinada que sostiene la cultura dé esa época. Fou-
cault llama a esta estructura épistémé, puesto que constituye de ma­
nera general el basamento común de todas las formas del saber. Es
necesaria, pues, ima ruptura— a la vez subterránea, anónima y bru­
tal— en nuestra manera de encarar el mundo para que cambie la
épistémé, para que se desplacen los límites de lo pensable, para que
sea posible— en una palabra— pensar «de otra manera». Se notará
de paso que este problema es directamente responsable de la pre­
coz asimilación— hecha en 1966— del pensamiento de Foucault al
estructuralismo: asimilación que el principal interesado negará, ex­
plicando en La arqueología del saber que el estudio de las estructuras
en sí mismas le interesa menos que comprender cómo nuestros
«discursos» son a la vez producidos y limitados por un a priori his­
tórico que quita, al mismo tiempo, todo prestigio romántico a la
noción de «autor».
Consecuencias prácticas, por otra parte: si «el hombre no es el
más viejo problema, ni el más constante que se haya planteado el
saber h u m a n o » ,s i no es «sino una invención r e c ie n t e » ,a p a r e ­
cida a finales de la edad clásica y de la que legítimamente se puede
suponer el «cercano fin»,^^^ entonces el humanismo «teórico» se
encuentra completamente condenado. De repente, todas las filo­
sofías dialécticas de la historia— fundadas, como el hegelianismo y
el marxismo, en la creencia en un progreso engendrado por la ne-
gatividad de la acción humana— se hunden sin remisión, dejando
su lugar a nuevas figuras del saber sociológico, así como a formas
inéditas de intervención política.
¿A qué figuras y a qué formas? Esto es lo que Foucault se va a
esforzar en imaginar los años siguientes. Y no sin dificultades: así,
no conseguirá ni explicarse claramente sobre las razones de su re­
chazo del marxismo— a pesar de las numerosas entrevistas durante
las cuales ha sido invitado a explicarse sobre ese tema, como por
ejemplo la concedida en 19 78 a Duccio Trom badori— ni evitar
ciertos errores de análisis— como los que empañan su elogiosa
apreciación de los inicios de la «revolución» islámica en Irán

2 31. Ib id ., p. 3 9 8 . 2 3 2 . Ib id ., p. 1 5 . 2 3 3 . Ib id ., p. 3 9 8 .
234. E n t r e v is t a r e c o g id a en M ic h e l F o u c a u lt , Dits et Écrits P a rís,
G a llim a r d , 1 9 9 4 , t. I V , p p . 4 1 - 9 5 .

31 0
LA RAZÓN EN TELA DE JUICIO
.O
(1979). L o que es seguro es que, preocupado por practicar una mi-
litancia individual independiente de los partidos y centrada en la
politización de los problemas de la vida cotidiana, se aproxima a
inicios de los años setenta a la extrema izquierda libertaria, encon­ o
trándose así— casi en contra de su voluntad— en posiciones veci­ .0
nas a las de Sartre, con quien no llegará a abrir jamás un verdadero :©
debate teórico. ■ ;0
E n lo sucesivo, pues, las iniciativas foucaultianas de investiga­
ción o de acción proceden ante todo de una inspiración ftmda-
men taimen te «antiautoritaria». Ya sea. teniendo por objeto la his­
toria de la noción de exclusión o— como en sus primeros cursos en
el Collége de France— la genealogía del sistema penal, esas inves­
tigaciones ilustran el proyecto inédito de una «microfísica» del O
poder. En efecto, lejos de ser un bloque monolítico, el poder debe
conjugarse en plural. N o existe sino bajo una forma dispersa, in­
vistiendo redes que no están conectadas todas entre sí y que, por
eso mismo, ofrecen brechas. Particularmente complejas son sus
interacciones con las redes del saber, también en perpetuo cambio.
En ocasiones sucede que imas y otras coinciden. Entonces esa si­
..o
©
tuación produce los más violentos efectos de censura— a los que se
oponen, dramáticamente, los esfuerzos llevados a cabo por los ex­
cluidos para recuperar la palabra de la que los priva el sistema. G
Pues también existe un punto de vista de los excluidos: Fou­ :.© j
cault lo prueba publicando (19 73) la «confesión» de un joven cam­ •O 1
pesino normando culpable de parricidio: «Y o , Pierre Riviére, (,) is
habiendo degollado a mi madre, mi hermana y mi hermano». ..o I
Enterrado desde 19 35 en los archivos jurídicos, ese devastador tex­ ■ ,.o 1
to no aporta solamente una interesante clarificación sobre las «ma­ o’
nipulaciones» jurídico-psiquiátricas de que ha sido objeto este tri­
ple crimen durante el proceso; muestra asimismo la existencia, entre ! 'l
los más desamparados de los oprimidos, de una singular aptitud
para «hablar», por tanto para «saber», que no ha dejado de iser re­ ()
primida por todos los poderes— comenzando por el poder acadé­ m
mico, evidente ostentador del saber «legítimo».
Dos años más tarde (1975), Vigilar y castigar narra el «naci­ ©
miento de la prisión». Sobre la base de la Historia de la locura, ese G
nuevo libro se esfuerza por volver a trazar las mutaciones que, en
el orden de las ciencias-—o pseudociencias— médicas, psicológicas ,©
y criminológicas, han permitido la emergencia— a partir de finales
•O I

HISTO R IA DE LA FILO SOFÍA EN EL SIGLO XX

del siglo XVIII— de un sistema de «adiestramiento» del cuerpo gra­


cias al cual el Estado centralizador ha podido extender su dominio
sobre el resto de la sociedad. E n ruptura coii la práctica de los «su­
plicios» tan cara al Antiguo Régimen, ese sistema tiene como obje­
tivo— entre otros— «reeducar» al condenado, sometiéndole por la
fuerza a una «pedagogía» disciplinaria y punitiva cuyo instrumen­
to privilegiado lo constituye la moderna prisión— descendiente del
«Panóptico» de Benthani.
Pero esta vez el propósito de Foucault es más abiertamente
subversivo que en la obra de 19 6 1: ¿N o es la prisión, incluso más que
el hospital, el símbolo de un orden burgués ansioso de reprimir
toda desviación? Por lo demás, Eoucault está comprometido acti­
vamente^—por aquella época— en acciones miÜtantes dirigidas a
C!3 obtener el cierre en las prisiones francesas de las zonas llamadas de
«alta seguridad». En Europa y aún más en los Estados Unidos, Vi­
gilar y castigar se convertirá en el breviario dé una nueva «izquier­
da», centrada en la crítica a toda forma de autoridad, pohcial o
simbólica, pero relativamente indiferente a las condiciones socio­
económicas que permite a éstas ejercerse.
Al mismo tiempo, el éxito de ese hbro no dejará de plantear al­
gunos problemas a Foucault. Escéptico respecto a las ideologías de
la «liberación» con las que se quiere asociar su nombre, hostil con
la creciente inediatización de que es objeto su trabajo^ le resulta no
obstante difícil renimciar a difundir sus tesis. De esas ambigüeda­
des da fe ima entrevista anónima qué, bajo la misteriosa designa­
ción de «filósofo enmascarado», concede aP diario Le Monde en
19 8 0 "^^^— y cuyo título se hace eco de esta frase de La arqueología del
sabe?': «ALás de imo, como yo sin duda, escribe para no tener ya nin­
236
gún ros tí o»
Más profruidamente, Foucault experimenta la necesidad de re­
novarse, de desplazar los límites de su propio pensamiento al in­
ventarse otros objetos— u otros objetivos. En esa Historia de la
sexualidad que resulta ser su última obra, un trabajo subyacente de
autotransformación se opera en sí mismo, como ilustra claramen-

2 3 5 . E n tr e v ista co n C h r is tia n D e la c a m p a g n e , re c o g id a en M ic h e l F o u c a u lt,


Dits et Éo'its (rpS4 ^ op, cit t. I V , p p . 1 0 4 - r 10 .
2 3 6 . M ic h e l F o u c a u lt,VArchéologie du savoir, P arís, G a llim a r d , 1 9 6 9 , p. 28 .
[ T r a d . ca st. de A u r e lio G a r z ó n d e l C a m in o : La arqueología del saber, M é x i c o , S i ­
g lo X X I , 1 9 7 0 .]

312
LA RAZÓN EN TELA DE JUICIO

te la brecha que va separando el primer volumen— La voluntad de


saber^ pubHcado en 19 76 — de los dos tomos siguientes— E l uso de los
placeres y La preocupación de si\ que no aparecen sino después de un
largo silencio, en junio de 1984. E l mismo mes en que Foucault,
víctima del sida, desaparece prematuramente de la escena filosófi­
ca a los cincuenta y ocho años.
Simple prefacio a un libro proyectado pero aún no escrito, La
voluntad de saber parece anunciar una nueva empresa de «desmiu-
ficación» dirigida en lo esencial en contra del psicoanálisis. Éste
afirma que en Occidente el sexo no ha cesado de ser rechazado por
la moral cristiana, hasta el punto de que el simple hecho de tener
— a despecho de ese tabú— un discurso sobre el sexo constituiría en
sí mismo un acto liberador. Ilusión, replica Foucault. Él se propone,
al contrario, establecer que la cultura occidental, gracias a la prác­
tica de la confesión convertida en obligatoria por la iglesia catófi-
ca, ha hecho del sexo el objeto privilegiado de una oleada de dis­
cursos. Y así ha sucedido a partir del momento en que el sacerdote
ha sido sustituido por el psicólogo, el psicoanafista o el sexólogo
— por una pseudociencia con pretensión de autoridad médica cuya
función real es_ normalizar la diversidad de las prácticas sexuales
posibles, reduciéndola a la monotonía de un esquema único.
L a prometida demostración, sin embargo, no llegará nunca. D e­
masiado seguro de poder llevarla a cabo, Foucault se ha cansado por
anticipado de esta tarea; una tarea, a fin de cuentas, académica.
Cada vez más, hacia 1980, su interés se ha desplazado de la moral
sexual de los Padres de la Iglesia hasta la de los autores griegos o la­
tinos combatidos por éstos. En definitiva, su objetivo ha cambiado
de dirección en pleno camino. Ya no se trata de arrancar a la sexua­
lidad del dominio del cristianismo— demasiado habitualmente de­
nunciado desde Nietzsche— , sino simplemente de reencontrar, en
su positividad, las doctrinas de los antiguos sobre ese tema.
Foucault reinicia, pues, el estudio de las lenguas clásicas y,
guiado por uno de sus colegas en el Collége de France— el histo­
riador de Roma Paul Vejme— , descubre que esas doctrinas son
mucho más complejas que lo que podrían hacer suponer las teo­
rías platónica y aristotélica del amor. Para los morafistas helénicos,
estoicos y epicúreos en particular, el sexo es— como el deporte, el
aderezo o la manutención— el elemento de un régimen de vida
centrado en la construcción, por parte del sabio, de su propia per-

313
HISTO R IA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

sonalidad. Por así decirlo, un medio para conseguir a la vez el pla­


cer, la salud y la serenidad en un mundo devastado por la violencia
y olvidado de Dios.
Desapasionada, despsicologizada, esa investigación del mejor
«régim en» posible no puede dejar de seducir al convencido indivi­
dualista que es Foucault. La tesis de la «construcción de sí» le ofre­
ce igualmente el medio para efectuar ima síntesis entre su concep­
ción hedonista de la ética y su visión libertaria de la política. En
efecto, al intensificar sus placeres y tan lejos de toda preocupación
represiva como de toda obsesión emancipadora, el «sabio» se
desembaraza del rígido papel que lá cultura occidental impone al
«sujeto» humanista y contribuye, por ello, a subvertir el campo
social más eficazmente de lo que lo haría no importa qué «ideolo­
gía». Posición que, una vez más, no deja de recordar la que Deleu-
ze y Guattari han dibujado en el Antiedipo y desarrollado en M il
mesetas (1980).
Desgraciadamente, una enfermedad también trágicamente vin­
culada al sexo se llevará a Foucault antes de que tenga tiempo de
sacar todas las conclusiones esperadas de esa investigación. En
consecuencia, su obra se verá afectada por una especie de esencial
inconclusión— como la de Althusser— , en el momento en que iba
a evolucionar, sin duda, hacia otros horizontes. E , incluso como la
de Althusser, nos es en parte ocultada por el malsano interés que
suscita en la actualidad el destino de su autor, como lo muestra el
éxito reciente de una biografía de Foucault centrada en su homo­
sexualidad— biografía que, por su sistemática búsqueda de lo es­
candaloso, termina por perderlo todo: la obra y el hombre.

Quedan por analizar ciertos cambios que las obras de estos dos au­
tores han tenido tiempo de producir en la filosofía contemporánea
y cuyo efecto parece irreversible.
N o es posible seguir hablando de Marx, después de Althusser,
sin haber intentado leerlo como Althusser ha mostrado que se po­
día hacer. Igualmente, después de Foucault, no es posible ya hablar
de la verdad y del saber sin tener en cuenta que sus investigaciones

237. Ja m e s M ille r , Thepassion ofMichelFoucaidt^ N u e v a Y o r k , D o u b le d a y , 1 9 9 3 .

3^4
LA RAZÓN EN TELA DE JUICIO ■ ©

han provocado fallas y fracturas en el interior de estas vastas cate­


gorías, demasiado generales para ser operativas, en tanto que tales.
N i ignorar que estas últimas tienen en sí mismas una historia empí­
rica, en lugar de designar realidades transcendentales como creían ■©
Husserl o Russell. Tienen una historia ligada a la de la cultura oc­
cidental, en cuyo seno han emergido— con Platón— , y que puede ■©
ser levantada (en sentido estricto) por una «arqueología».
Sin duda Foucault no es el único en haberlo dicho. Con toda ■©
claridad, su «arqueología» procede del concepto nietzscheano de
«genealogía», cuya fecundidad no ha escapado ni a Bataille por
una parte ni, por otra, a Benjamin, Horkheimer y Adorno. Pero, si
bien ha reconocido al final de su vida haber sido en parte adelanta­
do por la escuela de Frankfurt, es Foucault el primero que ha dado
a ese problema «genealógico» toda su fuerza crítica, al arrancarla
del lenguaje de la dialéctica— demasiado «marcado» metafísica-
mente— , para reformularla en el lenguaje— heredado de Koyré—
de una historia «discontinuista». ' r")
Probablemente no es ningún azar que ese redescubrimiento del
relativismo nietzscheano se haya producido en la Francia de los ©
años sesenta. Llegado a adulto bajo el signo de Auschwitz y de H i­
roshima, en un país debilitado por sus conflictos coloniales así

como por la guerra fría, Foucault es en efecto muy representativo
de una generación que, habiendo perdido la confianza en las gran­
-0
des utopías sociales y no creyendo ya en el sentido de la historia,
r■ A
no puede sino sorñeter a la sistemática práctica de la sospecha los
ideales en cuyo nombre el «progreso» histórico ha sido legitimado ,0
hasta ahora. Pertenecen también a esta generación sus compatrio­ ■A -)

tas Gilíes Deleuze— que resulta, con Diferencia y repetición (1968) y


Lógica del se?ittdo (1969), el más consecuente de los nietzscheanos
actuales— ^yJean-Fran^ois Lyotard (19 2 4 -19 9 8 )— quien, original­ ■

mente miembro del movimiento de Socialismo o Barbarie, no ha


■ ,.o
cesado desde entonces de sistematizar su crítica de los grandes «re­

latos» marxistas y freudianos (Disairso, Figura, 19 7 1; Economía libi-
dinal, 1974). Fo ucault, Deleuze, Lyotard: tres pensadores «nóma^.
das», deliberadamente marginales y que, sin embargo, comparten ..(il
una misma concepoón «afiirnativa». «enérgica» y pluralista de L
práctica filosófica. ,©
Si este análisis es correcto, entonces esas tres obras podrían ;.G
ilustrar un momento estratégico de nuestro pasado reciente, en el ■■ ■ ©

315
HISTO RIA DE LA FILOSOFIA EN EL SIGLO XX

que la crisis de las filosofías de la historia— agravada por las múltiples


consecuencias de la Segunda Guerra mimdial y el triunfo planeta­
rio de una «sociedad del espectáculo» (como dicen los «situacio-
nistas»)^^^ en la que las ideas no son más que mercancías— desem­
boca al radicalizarse en una verdadera crisis de la razón, que pone en
tela de juicio hasta la posibilidad de im conocimiento científico. De
aquí resultaría que, a despecho de sus lazos ocasionales o aparentes
con el estructuralismo, esas obras escapan claramente a este último
movimiento— que nunca ha cuestionado la naturaleza trascenden­
tal de lo verdadero, no más que el neopositivismo cuyo último ava-
tar representa.
G ra cias a Foucault. en particular, y a la corriente «postestruc-
turalista^^que se inicia con éh el debate sobre_el fundamento de la.
razóm sobre sus poderes y su futuro se ha convertido en el deba­
te primordial de la Filosofía en los últimos veinte años. Pero antes
de exponer las diferentes posturas a las que da lugai% conviene re­
cordar que ninguna fatalidad vincula la concepción «disconti-
nuista» de la historia a ningún tipo de relativismo. Es,to_esJcLque
M uestra, en todo caso, ima obra que también procede de Koyxe
IieT^que^se desaT rolla de manera totalmente independiente de
Ffíucaulty y que desemhQca-£rLÍa.^tualidad en conclusiones muy
diferentes: la del filósofo norteamericano. e.hi.sxoxiad.o r_de la efen-
cia ThQniaSu.S^C»byft.

N acido en O h io l/^ ^ fk n ^p zi-ip p ó ) se dedica a estudios de física


teórica hasta que estsfila^la guerra. Sin embargo, a partir de su pri­
mer año en la universidad cobra interés por la filosofía leyendo la
Crítica de la razón pura— por entonces está fuertemente impresio­
nado por la noción kantiana de «categoría», entendida como con-

238. F u n d a d o en 1 9 5 7 p o r el e sc rito r y cin ea sta fran cés G u y D e b o r d ( 1 9


1 9 9 4 ) , el S it u a d o n is t In te r n a tio n a l era un m o v im ie n to e s p o n tá n e o q u e se p r o p u ­
so e m itir la c ríd e a m ás ra d ica l y su b versiva de la pob'ríca, la so c ie d a d y la cu ltu ra de
los siste m a s cap italistas en la era te c n o c r á d e a . L a tesis fu n d a m en ta l d e D e b o r d en
La sociedad del espectáailo ( 1 9 6 7 ) es q ue to d o lo co n c e rn ie n te a esto s siste m a s— así
c o m o el d e sa fío m arxista d irig id o c o n tra e llo s— se ha c o n v e r d d o en c u e s d ó n d e
« im a g e n » y « m e r c a n c ía » . D e sp u é s de fig u ra r a la cabeza del m o v im ie n to de 1 9 6 8 ,
el m o v im ie n to se d iso lvió en 1 9 7 2 . D e b o r d se su ic id ó en 1 9 9 4 .

316
LA RAZON EN TELA DE JU ICIO

dición de posibilidad del saber-—así como, poco después, La gran


cadena del ser (1933), obra de Arthur O. Loyejoy que le revela la
existencia de una «dinámica» propia en el desarrollo de las ideas.
Después de haber sido uno de los primeros americanos en en­
trar en París el día mismo de la liberación (25 de agosto de 1944),
vuelve a Harvar.d para acabar su tesis de física. E l rector de esa
universidad-james B. Conant- -le pide dar, simultáneamente, un
curso para no científicos destinado a hacerles comprender lo que
puede ser la prácüca de la ciencia a partir de casos concretos. Ese
ffaFajo de circunstancias— que le lleva a leer a Aristóteles para por
der explicar a sus estudiantes cómo se lleva a cabo el paso de la fír
sica griega a la de Gafileo y Newton— le hace tomar conciencia inr-^
RfgyJstamente de que la imagen del progreso científico dada por el
empirismo iogico está muy le;o$ de corresponderse con la realidad
de los problemas vividos por los científicos. De repente, una vez
terminada su tesis, Kuhn decide abandonar la física para volcarse
sofe:eJ.aJiiiít.orJajdeJ.a,cienGÍa^
Esta nueva orientación le conduce, a su vez, a sumergirse (1947)
en los Estudios galileanos de Koyré, cuyos principios metodológicos
hace suyos inmediatamente. Tres años más tarde conoce en París a
Koyré, quien le permite obtener una breve entrevista con Bachelard.
Kuhn no leerá demasiado los libros de ese último, cuyas orientacio­
nes filosóficas está muy lejos de compartir. Por contra, otros traba­
jos franceses contribuirán a la formación de sus ideas: Identidad y
realidad de Meyerson (obra célebre en aquel momento en las univer­
sidades americanas), los textos de Fierre Duhem consagrados a la fí­
sica medieval (que hacen de ésta una etapa esencial en el camino que
lleva de Aristóteles a Galileo) y los de Héléne Metzger (1889-1944)
sobre el nacimiento de la química moderna {L¿is doctrinas químicas en
Francia desde los inicios del siglo X V U hasta elfinal del siglo X V III, 19 23;
Newton, Stahl, Boerhaavey la doctrina química, 1930).
A la influencia de esta escuela de historia de la ciencia se añade
la de la Gestaltpsychologíe, \)or una parte, y, por otra, la de los descu­
brimientos del psicólogo suizo Tean Piaget (189 6-10 80 ) relativos al
carácter discontinuo— también aquí— deLdesarrollo intelectual d ^
jiiño. Por parte americana, Kuhn está marcado particularmente por
los filósofos Quine y Sellars. Aprueba tanTo la tesis— defendida por
Quine^enI«I¿s_do¿_ deJ,.empirLsmo2> (19 5 1)— de que toda
verdad depende a la vez del lenguaje y de los hechos, como la crítica

317
H IST O R IA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

propuesta por Sellars del «mito de lo dado». Ambos tienden a mos~


p-ar, le parece a Kuhn, que no se puede contmuar definiendo— mmn
hacía Popper inspirándose en Tarski— la verdad_de_una renría^nr_<^ii
simple « c orrespondencia» con la realidad exterior: hay que tomar en
c ^ n ta I gualmente otra dimensión aún más importante, la del lep-
^ a j e en j [ue se formula esa teoría y cuyas transformaciones consti-
tuyiejLeLyjrHaHeroIoEJem cÍQpc,iq.
E n 19 5 7 y dentro de la perspectiva abierta por Koyré, Kuhn
publica un trabajo sobre La revolución cope7yiicana, tratando de re­
situar los aspectos estrictamente astronómicos de esta última en
su contexto cultural, filosófico y religioso. Cinco años más tarde
(1962), pasa de ese «estudio de caso» a una reflexión más general
sobre La estructura de las revoluciones científicas, Derivada^ o t. igual
de la historia, de la filosofía y de la sociología, del conocimiento.
esta Qbra £ ^ ^ a liza la observación de que el progreso científico nn
se^produce de_nLodiLlineaL}Laciimula^Q, sino por « saltos» abrup-
tos. Tales «saltos» se producen cuando tm conjunto de teorías en-
tra en « crisis» y esTEmmado, despuéTde un cierto tijm p o ^ ^ -
yg.chp de otro conjimto teórico organizado de manera diferente.
Kuhn llama «paradigmas» a esas «visiones» sucesivas del mun-
do que, en cada époi:^^_SQ^tienen el trabajo de los sabios. U n para-
digma es una «matriz disciplinar» compuesta de hipótesis teóricas
generales, así como de im conjunto de leyes y de técnicas necesa­
rias para su funcionamiento. Define la norma de lo que es ima ac­
tividad legítima en un dominio dado y determina— en gran medi­
da— la naturaleza de los hechos que Ies está «permitido» observar
a los investigadores. Ciertamente, cualquier paradigma debe co­
h a b ita r la la larga— con ciertas experiencias que parecen contra­
decirlo. Ahora bien, puede soportar esta prueba tanto más tiempo
cuanto que las grandes teorías científicas están construidas— preci­
samente— para encajar con la mayoría de los hechos conocidos:^^^
esa es la razón además por la que Kuhn rechaza igualmente el fal-
sacionismo, sea bajo sus formas sofisticadas (Lakatos), sea bajo su
forma clásica ( P o p p e r ) y la concepción inductivista del conoci-

239. T hom as Kuhn, L¿t Structure des révolutiom scientifiques^ trad. fr., P a rís,
La es­
F la m m a r io n , co l. C h a m p s , 1 9 8 3 , pp. 2 0 3 - 2 0 4 . [T r a d . cast. d e A g u stín C o n tín :
tructura de las revoluciones científicas^ M é x ic o , F C E , 1 9 7 1 . ]
2 4 0 . V é a s e so b r e este p u n to « L o g iq u e de la d é c o u v e rte o u p s y c h o lo g íe de la

318
LA R AZÓ N EN T E L A DE JU IC IO

miento (Carnap). Por contra, cuando las «anomalías» constatadas ©


se convierten en demasiado numerosas o masivas, entonces se pro­
ducen en el espíritu de los sabios misteriosas mutaciones— subya­ ©
centes y siempre difíciles de datar con exactitud— que terminan
por producir un cambio de paradigma, es decir, una «revolución»
científica. r::;)
Para Kuhn todos esos cambios son ante todo «conversiones ^
en nuestro modo de aprehensión mental de la realidad, revplucior
lyes en el orden del lenguaje. I ^ s nuevo? conceptos no-idenen-^
sustituir a los viejos de la noche a la mañana: designan ouos obje-
tos, plantean nuevas preguntas, en resumen sugieren oora rhanera O
diferente de «ver» el mundo^ De un modo genératelas teorías a n ­
tiguas no son reuaducible$..aJb^nueyas .teQríasLsimplemente Jiñas... O
yj3gasjori.^¿n^ni]g^siu ■©
¿Debemos concluir que son lógicamente equivalentes? De ■o
hecho, un relativista podría estar tentado de subrayar que no existe .€)
en Kuhn ningún criterio trascendental que permita establecer la su­
perioridad de un paradigma sobre otro. Nada prueba, por ejemplo,
•:( )
que un paradigma prescrito lo sea en su totalidad— puesto que la
■O
propia revolución galileana procede de un retorno, más allá de Aris­
tóteles, a una concepción matemática de la naturaleza surgida de ©
Platón. E incluso cuando lo es, ello significa que nuestras creencias o
han cambiado, pero no significa en absoluto que las creencias anti­
guas hayan sido «errores» en su propio tiempo— puesto que tanto ’C )

la teoría del «flogístico» como la tesis geocéntrica no estaban glo­ o


balmente en contra de la mayor parte de las observaciones disponi­ ©
bles en la época aiando esas creencias eran tenidas por verdaderas. -€3>
De hecho, los empiristas lógicos antes que los relativistas u rg ig ^
]»n una variación en esta línea. El filósofo de la ciencia E r n e s t ^ ^ ^
©
(19 0 1-19 8 5 ), cuya obra mayor, La e^nictura de la ciencia (196 1),
tuvo la desgracia— como se ha señalado a menudo— de aparecer un O
año antes de La estructura de las revohidoñes científicas^ subrayó que
el advenimiento de la relatividad einsteniana no volvió súbitamente ■©
«equivocada» la mecánica newtoniana: ésta todavía es aplicable per­ .e
fectamente a nuestro inmediato entorno terrestre, sólo el alcan- ©

R e c h e r c h e ? » ( 1 9 7 0 ) , artícu lo re co g id o en T h o m a s K u h n , La Tensión essentielle, trad. .©
fr., P a rís, G a llim a rd , 19 9 0 . (T ra d . cast. de R o b e rto H e lie r : L/z tensión esencial, M e -
.xico, F C E , 1 9 9 2 .]

319
H ISTO R IA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO X X

ce de su aplicación ha sido severamente restringido. L a teoría de


Einstein, al proporcionar lina explicación más satisfactoria de un
ámbito más vasto de fenómenos físicos, snbsume la teoría ánterior
sin invalidarla. La crítica de la doctrina kuhniana de la inconmen­
surabilidad fue desarrollada después por un alumno de Nagel, Jo -
seph Epstein (19 17 -19 9 3 ), quien se había ganado con anterioridad
su reputación como un penetrante crítico de la'Llosofía de Ayer y
de la tentativa de Quine de reconstruir el e m p i r i s m o .
Con el beneficio de la perspectiva, sin embargo, y a la rísta del
surgimiento en este tiempo de formas más radicales de relativismo,
las diferencias entre estas dos escuelas aparecen hoy bastante me­
nos pronunciadas que en las décadas de 1960 y X970. D e hecho,
Kuhn, en un epílogo añadido a la segunda edición de La estructura
de las revoluciones científicas (publicada en 1970), así como en sus es­
critos posteriores reunidos en L a tensión esencial (1977), niega ve­
hementemente que sea im relativista. Según él, siempre es posible
llegar— sobre una base «objetiva»— a una conclusión preferible a
otras. E ¡ progreso científico, en particular, no es un engaño. Si las
teorías actuales son superiores a las que han reemplazado, no es so­
lamente por motivos sociológicos— es decir, porque la comunidad
de los investigadores lo afirme en el día de hoy. L o son porque han
conseguido efectivamente resolver más problemas, explicar un ma­
yor número de fenómenos a partir de hipótesis más económicas, o
bierpe^^cffiSr^edicciones cuantitativamente más precisas.
,\En_resiim^^, Kuhn no duda de la objetividad de la razón ni del
Jie ^ o ^ d E q u e la ciencia_cQnsrituye la forma más clevada_dc r.acio -
nalidad. Com o mucho^ acepta que el progreso científico no po-
(Mgj;er^^cpncehjjio como im proceso por el que_el espíritu hinna-

2 4 1. V é a s e Jo s e p h E p s t e in , «Proíessor Ayer o n S e n s e -D a t a » ,y o w / 7 2 ^/ ofPhilo^


sophy, 5 3 , m jin . 1 3 ( 1 9 5 6 ) , p p . 4 0 i ' 4 i 5 ; y « Q u i n e ’ s G a m b it Accepteó», Journal of
Fhilosophy, 5 5 , ñ ú jn . 16 ( 1 9 5 8 ) , p p . 6 7 3 6 8 3 . L a re se ñ a de E p s t e in so b r e Ersential
tensión de K u lin , p o r la q u e el a u to r e xp resó su g ra titu d en carta p riva d a , a p a re c ió en
The Ainerican Journal ofPhysics, 4 7 , n ú m . 6 ( 1 9 7 9 ) , pp. 5 6 8 - 5 7 0 . E p s t e in , una a u to ­
ridad en p r a g m a tis m o y u n c o n sp ic u o d iscíp u lo de P e ir c e , lleg ó a C o lu m b ia c o m o
e stu d ia n te g ra d u a d o n u e n tra s D e w e y estaba tod avía v iv o . P r o fe s ó d u ra n te m ás de
c u a re n ta a ñ o s en A jn lie rs t, d o n d e , en fe b re ro d e 1 9 9 4 , H ila r y P u tn a m d ic tó en su
h o n o r una c o n fe re n c ia su g e stiv a m e n te dcuiada « ¿ F u e W itt g e n s t e in un p r a g m a tis ­
ta ? » . E l a c e r c a m ie n to de P u tn a m a la cu e stió n de c ó m o d e sc rib im o s el m u n d o , a n a ­
lizado d e sp u é s m ás en deta/ie, p u ed e p r o p o rc io n a r un m o d o n a tu r a J de sa lv a r la d is­
tancia e n tre lo s a d e p to s d e N a g e l y los de K u h n .

320
LA RAZÓN EN TELA DE JUICIO

no se aproximaría ineluctablemente a una «verdad» preexistente


—güesto_qiieJald5&nicióru^^^ sieir>pre de L
lenguaje y, por tanto, de la historia. Esta concesión— ilimitada— al
relativismo explica la vivacidad de los ataques que han tenido como
diana las tesis de Kuhn, por parte de Popper y sus discípulos, par­
tidarios de una concepción ahistórica de la ohjetividad científica/^'
Por otra parte, ella justifica la comparación que se ha hecho mu­
chas veces entre Kuhn y Foucault.
Esa comparación tiene, no obstante, sus límites. En primer lu­
gar, a despecho de la similitud indiscutible entre los conceptos de
paradigma y épistémé, porque todo parece probar que Foucault no
ha leído demasiado a Kuhn y que éste no ha descubierto sino muy
tardíamente los trabajos de aquél. En segundo lugar, porque los
respectivos puntos de vista de estos pensadores son muy diferentes,
Foucault describe correctamente las características fimdamentales
de la épístémé que tienen lugar en la cultura europea a finales del si­
glo XVIII y que se oponen a la de la edad clásica, pero no explora en
demasía el conjunto de las causas, económicas o ideológicas, que
ha podido provocar esa mutación. En este sentido, es más mi an­
tropólogo que un verdadero historiador.
En svuna, de su investigación sobre la arqueología del saber Fou­
cault espera obtener efectos directamente políticos, de naturaleza
subversiva,mientras que Kuhn no cree que esté en la naturaleza de
la actividad filosófica contribuir por sí misma a la liberación de la
humanidad. M «todo es política» de Foucault se le opouczi^qixjn^
garte del investigador amerícanQ— upa_viriÚI^-m^cho_-mis..fi:ag-
mentada_de las diferentes prácticas sociales: escisión que, en un
sentido, no hace más que perpetuar la que separaba la escuela_d£L
Frankfiirt de Popper y de los neopositivistas. Esajsx^rpbahhm ^^
^ l a ^explicación de que Foucault s e ^ a y ^ ln iS a d o
un áiilbirQjdímdela_razQa4>aj^^ de fundamento objetivo,
mientras que Kuhn siempre ha mahtenido que la razpn ti
fundamentoJjunutable déuás de la diversidad de sus figuras histó-
.xicás. A fin de cuentas, esto es así a pesar incluso de que^ambos
— uim deliberadamente y el otro a su pesar— hayan contribuido a
proyectar la duda sobre la existencia de ese fundamentad

242. C o n c e p c ió n e.'tpuesía p o r P o p p e r en su s p rim e ro s esc rito s y d esarro llad a


en E l conocimiento objetivo ( 1 9 7 2 ) .

321
H IST O R IA DE LA FILOSOFIA EN EL SIGLO XX

De esa duda quedaba por extraer las últimas consecuencias: es


lo que h^« 4 t€qho, a partir de los años sesenta, otros dos filos
Jacque^D e r r id ^ n Francia y, en los Estados Unidos, Richarcj^orty;^

3. DE LA D ESCO N ST RU CCIÓ N AL NEOPRAGM ATISM O

Nacido en 19 3 0 en E l Biar (Argelia), Ja cq u e s^ ^ g X ^ ^ ^ g ^ ^ sa en


19 5 2 en la Escuela Norm al Superior, seis años después de Fou-
cault. Vuelve allí en 19 6 4 para enseñar filosofía^— en la misma épo­
ca en que Aithusser es director adjunto— , antes de convertirse en
jefe de estudios en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Socia-
les^— surgida de una escisión de la Escuela Práctica de Altos Estu­
dios después de la guerra.
U no de los primeros textos de Derrida— en el que por otra par­
te reconoce haber sido un «discípulo» de Foucault^"^^-—está consa­
grado a una discusión de la Historia de la locura, A pesar de sus pre­
coces divergencias, que no harán más que crecer, ambos filósofos-
comparten sin embargo una cosa: ambos son pensadores «exterio-
estructuralismo. Derrida ü id ^ Q ^ya mucho~mas lejos en la
crítica^que propone de ese j novirniento, pues si bien— como Fou-
cault— ha estado marcado por los textos «nietzscheanos» de Bataille
yJl3J^llch^t^.¿e_a£Oj^a¿em¿^enJa fe M husserliana, cuya
orientación antipositivista radicaliza inmediatamente.*'^
En lo fundamental, Derrida reprocha al estructuralismo haber
permanecido prisionero de un problema del «signo», en sí mismo
estrechamente ligado a los postulados más clásicos de la metafísica
occidental. E n efecto, contrariamente a lo que parecen creer los
adeptos de Saussure, la tesis según la cual «todo es lenguaje» no es
sino falsamente novedosa. N o hace sino enlazar con una concepción
central de la filosofía griega: la supremacía del discurso Qogos)^ asimi-

2 4 3 . « C o g i t o ec h isto ire d e la fo lie » ( 1 9 6 3 ) , texto re c o g id o en j a e q u e s D e r r id a ,


VEaiture et Ui Dijféi-ence, P a rís, E d . du S e n il, 1 9 6 7 , reed. co l. P o in ts, 1 9 9 1 , p. 5 1 .
[ T r a d . ca st. d e P a t r ic io P e ñ a lv e r : La escritura y la diferencia^ B a rc e lo n a , A n t h r o p o s ,
1 9 8 9 .)
2 4 4 . D e r r id a e m p e z ó a e stu d ia r la fe n o m e n o lo g ía en un m o m e n to te m p ra n o ,
en 1 9 5 3 (c o m o a te stig u a el a rtíc u lo p u b lic a d o en ese añ o so b re « E l p ro b le m a de la
g é n e sis en la filo so fía d e H u s s e r l» ) , c o n v e n c id o d esde el p rin c ip io de q u e ni S a r tr e
ni M e r l e a U 'P o n t y h an in te rp re ta d o c o rr e c ta m e n te a H u sse rl.

322
LA RAZÓ N EN T E L A DE JU IC IO

lado a la palabra viva o a la «voz» (phoné) y considerado como origi­


nario donante del «sentido». Así pues, ese «fonologismo»— o ese
«logocentrismo»— ^reposa a su vez, desde Platón y Aiistóteles, en
ima metafísica del Ser confíindido con el «ente supremo», dicho de
otro modo, en xma «onto-teo-logía»— puesto que, si todo es «signi­
ficante», éste no puede evitar apoyarse sobre un significado «tras­
cendental», garante último de toda donación de sentido. Desgra­
ciadamente, ese sistema de remisiones jerárquicas no podría sino
conducir a callejones sin salida conocidos desde hace mucho tiempo.
Si la filosofía aspira a desligarse de ellos, debe comenzar, pues, por li­
berarse de la dominación del logos. Y reconocer al mismo tiempo la m
«diferencia» infranqueable que separa al Ser y el ente. '"m
Así, la andadura derridiana se incribe desde su arranque en el ám­
bito del proyecto inicial de Se?-y tiempo, Derrida lo admite de buen
grado en ima entrevista con Henri Ronse publicada en Positions
(1972): «N ada de lo que he intentado habría sido posible sin la
apertura [proveniente] de las preguntas heideggerianas».*'’^ Dicho 3 i
de otro modo, a semejanza de Heidegger, no cree que se pueda de­
sembarazar de la metafísica al «invertirla», y menos atacándola de
frente en nombre de una posición diametralmente opuesta— que
tendría todas la posibiUdades de no ser, a su vez, sino una posición
metafísica más, aunque camuflada.
Su estrategia es más sutil. Nada lo ilustra mejor que el doble
trabajo que Derrida consagra a Husserl al publicar, en 19Ó2, una
larga introducción a E l origei? de la geomett'ía y, en 1967, un comen­
tario al primer capítulo de la primera de las Investigaciones lógicas
titulado ha vos:, y elfenómeno. Ya se trate, en un caso, de las nocio­
nes fundamentales de la geometría o, en el otro, del concepto de
Bedeutung— qw^ se puede traducir por «referencia» o «significa-
do>>— , Husserl se esfuerza por determinar una forma de pensa­
miento «puro» que sería a la vez el origen y la esencia de todo
discurso científicamente riguroso. Sin embargo, no consigue apre­
hender ese pensamiento sino a través de la meditación de los sig­
nos que lo expresan y, en particular, de los signos escritos que sirven ■ú
para notarlo. Contaminado por la presencia secreta de esa «escri­
tura» sin la cual ninguna enunciación científica sería posible, el ori-

©
245. Ja e q u e s D e rrid a , Positions^ P arís, É d . D e M in u it , 1 9 7 2 , p. 1 8 . [ T r a d . case,
de M . A r r a n z : Posiciones^ V a le n c ia , P r e -T e x t o s , 1 9 7 7 .]
©

323
HISTO R IA DE LA FILOSOFIA EN EL SIGLO XX

gen que Husserl cree alcanzar no es, en consecuencia, «puro». N o


hay otro origen que el impuro o, más exactamente, no hay origen:
esa es— según Derricla— la conclusión que impone la andadura
husserhana, pero que el propio Husserl ha rehusado reconocer,
con la esperanza de salvar su reconstrucción ideal de la ciencia.
Es tentador ver, en esta paradójica lectura, la matriz de todas las
siguientes. En todo caso, se reencuentran las líneas directrices en la
gran obra «teórica» de Derrida, De la gramatología (1967)- Cons­
truido como un juego de espejos, este libro se organiza alrededor
de una mise en abyme de textos que, en épocas distintas de la meta­
física occidental, proponen una misma imagen depreciativa del sig­
no escrito: el Ensayo sobre el origen de las lenguas de Rousseau y la na­
á © rración que hace Lévi-Strauss {Tristes trópicos) del descubrimiento
i ® de la escritura por los indios Nambikwara. De su confrontación,
e
I P") Derrida extrae una conclusión análoga a la de los trabajos de
Husserl; precisamente cuando pretenden demostrar la supremacía
del logos entendido como palabra viva, esos textos conducen— a su
pesar pero por su propio planteamiento del problema— a minar la
supremacía en cuestión, puesto que no pueden hacer otra cosa que
presuponer la existencia de una «archiescritura» anterior al logos
para dar cuenta de la «articulación» que define a éste. E n conse­
cuencia, la «aparición» del origen se ve, por la introducción de ese
«suplemento» (o forma previa de expresión), «diferida» hasta el in­
finito— y el sentido condenado a una irremediable «diseminación»
o dispersión.
Teoría de esa «archiescritura»— dicho de otro modo, del «gra-
ma» {gp'ammé en griego), de la traza, de la inscripción, de la tacha­
dura— , la «gramatología» se anuncia así como el nombre de una
futura «ciencia» o, al menos, de una forma de «subversión» tex­
tual particularmente devastadora. En sus trabajos posteriores, el
filósofo renuncia sin embargo a desarrollar de forma sistemática la
metodología de ese proyecto— sin duda porque la noción misma
de «teoría» le parece que se aviene con la metafísica que él trata de
desafiar. Por contra, se aplica al ejercicio activo de ese desafío,
ejercicio que asimila en principio al movimiento de la dijférarice—
sustantivo construido sobre el participio presente de verbo francés
dijférer^ que significa tanto «diferenciarse» como «diferir»— ^y que
sus discípulos popularizarán con la forma más simple de «des­
construcción», verosímilmente inspirado por el Abbau heidegge-

324
LA RAZÓN EN TELA DE JUICIO

riano y utilizado corrientemente por Derrida a partir de 1966/"^^


Efectivamente, ya se trate de Rousseau o de Levinas, de Hegel
o de Freud, se constata que por todas partes la «presencia ausente»
de la escritura— presente por los síntomas de la denegación de que
es objeto— corrompe, desde el origen, el propio origen. Ella expli­
ca a la vez el fracaso de la empresa metafísica y la exigencia que
sentimos de «superar» ésta. Sin embargo, nada prueba que esa «su­
peración» sea posible: incluso la que ha intentado Heidegger ha
embarrancado en cierto sentido. Tomando la imagen de un círcu­
lo para sugerir la clausura sobre sí mismo del discurso metafísico,
Derrida prefiere decir que sólo se puede intentar escapar a ese
círculo a condición de recorrer indefinidamente sus límites. En la
práctica, eso significa releer la filosofía occidental buscando deses­
tabilizar su centro a partir de su periferia— dicho de otro modo,
haciendo jugar en contra de ella, en los textos mismos donde se en­
carna, todos los elementos semánticos capaces de dislocar las gran­
des oposiciones binarias a cuyo alrededor se ha organizado desde
Platón: alma-cuerpo, espíritu-materia, masculino-femenino, signi­
ficado-significante, habla-escritura, teoría-práctica, etc.
Una relecturá semejante resulta muy fiel— como la que H ei­
degger practica con los griegos— a la etimología de las palabras, así
como a sus múltiples sentidos, pero también— como la escucha «flo­
tante» del psicoanalista— a las lagunas, a las contradicciones, a lo
impensado del discurso metafísico, es decir, a todo lo que, en él, es
«síntoma». Finalmente se trata, por principio, de una lectura sin
asunciones a priori, puesto que, si se quiere renunciar a la idea de tma
jerarquía de los conceptos, todos los textos tienen el mismo valor:
textos menores de conocidos filósofos (el Ensayo sobre el origen de las
lenguas de Rousseau, por ejemplo), textos de filósofos menores
(como CondiUac, estudiado por Derrida en La arqueología de lofrívo­
lo, 1973), textos de escritores que no son considerados como filóso­
fos (Jabés o Artaud, tratados en La escritura y la diferencia, 1967, o
Genet en Glas, 1974), incluso obras pintadas o dibujadas que no son
textos pero que se revelan, a fin de cuentas, como construidos por el
mismo modelo {La verdad en pintura^ Memorias de ciego, 1990).

246. V é a se , po r ejem plo, « F r e u d et la scén e de r é c r ítu r e » ( 1 9 6 6 ) , texto re c o g id o


L'Ecriture et la DíjferencCy op. cit., p. 2 9 3 . S o b r e el sen tid o d e ¿liffe'-
en Ja c q u e s D e rrid a ,
rer, véase la entrevista de D e rrid a co n H e n r y R o n se , « Im p lic a rio n s» , en Positionsy 8.

3^5
H ISTO R IA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

¿Cóm o definir, en la actualidad, los «efectos» de ese ejercicio


que Derrida practica desde hace casi treinta años bajo formas re­
novadas sin cesar? Inevitablemente se han producido deshces, se
han multiplicado los contrasentidos. Es por ello por lo que, en los
departamentos de literatura de las universidades norteamericanas
donde el pensamiento derridiano ha penetrado en los años setenta,
gracias entre otros al profesor de Yale Paul de M an (19 19 -19 8 3 ), la
palabra «desconstrucción» designa en la actualidad im estilo de
crítica textual que, cuando no es practicada con fortuna, se reduce
muy habitualmente a la pura y simple denuncia del carácter «reac­
cionario» de los conceptos metafísicos, es decir, en fin, de la cultura
occidental. Como, por otra parte, ésta ha sido «patriarcal» durante
mucho tiempo y Derrida no se ha olvidado de atacar lo que lla­
ma— con una palabra híbrida— el «falocentrismo», su pensamien­
to sirve también de referencia al combate teórico de las feministas
norteamericanas. Nada sorprendente si, en tales condiciones, la
ofensiva de la «desconstrucción» al otro lado del Atlántico es algu­
nas veces asimilada— ^por sus adversarios— a ima amenaza «iz­
quierdista» que no tiene otro objetivo que minar los fundamentos
del saber y de la democracia.
Ese parece ser el trasfondo, en todo caso, de una campaña or­
questada contra ella a propósito de una cuestión relativa a la inter­
pretación de Austin por un alumno de éste, John R. Searle, cono­
cido por sus posiciones conservadoras. Suscitada por la traducción
en 19 7 7 de un texto— «Signatura Acontecimiento Contexto»—
previamente publicado en Márgenes de la filosofía (1972), la encen­
dida réplica de Searle— «Para reiterar las diferencias»— provocó a
su vez una respuesta de Derrida— «Limited Iñc. a b e ...»— que
no. ha contribuido demasiado a apaciguar el d e b a t e . L a «des­
construcción» continúa siendo, pues, en los Estados Unidos una
«m oda» violentamente criticada por los filósofos «profesionales».
E incluso si pensadores no «anahticos» como Stanley Cavell y R i­
chard Rorty han sabido prestar atención a la propuesta derridiana,
no han podido, por sí solos, disipar los malentendidos ligados a la
recepción norteamericana de ésta.""^®

2 4 7 . E s t e c o n ju n to de textos (el de S e a r le re su m id o ) se en cu en tra r e c o g id o en


ja e q u e s D e r r id a , Limited Inc.^ P a rís, G a lilé e , 1 9 9 0 .
2 4 8 . E n 1 9 9 6 , la re vista Social Text a cep tó para su p u b lica ció n un a rtíc u lo de

326
■ j
LA RAZÓ N EN T E L A DE J U I C I O

Sin embargo, no es traicionar el trabajo de Derrida reconocer­ Q


le— en algún sentido— una ambición «revolucionaria». En efecto,
no se puede desconstruir la metafísica sin desconstruir la razón, ©
sin proceder a una disolución radical de sus principios de base y /'¡•vS I
del espacio— cultural y social— que organizan. Un proyecto de
@ !
este tipo no apunta, como se podría esperar, sino a liquidar el «lo- •f'> !
gocentrismo» estructuralista. Tiene necesariamente mayores con­
secuencias.
I
¿Cuáles? Aquí aparece la ambigüedad del término «revolu­
I
ción». Deseoso de evitar toda «ideologización» de su pensamiento, )
Derrida aborda este terreno con la mayor prudencia. A pesar de ad­
mitir que la «desconstrucción» engendra forzosamente efectos de
naturaleza política, actúa como si éstos no fueran reductibles a fór­ O
mulas demasiado esquemáticas. Ello no le impide por lo demás
©
combatir el racismo y el apartheid^ ni comprometerse en favor de los
«disidentes» checoslovacos-r-compromiso que le valió en 19 8 1 un
breve arresto en Praga. N i abordar, más reciente y frontalmente, la
cuestión del futuro del marxismo en el que es, hasta el momento,
uno de sus mejores libros: Espectros de M arx (1993).
Nacido de una voluntad de denuncia del mito del «final de la ■O
historia» propagado por Francis Fukuyama, ese libro recuerda que
la democracia liberal no está realmente establecida en la mayor par­
te del mundo ni es capaz— por sí sola— de resolver los problemas t) !
suscitados por el agravamiento de la injusticia y la miseria constan­
te, en Occidente y en todas partes. Mostrando que no es inútil vol­
ver, para descifrar nuestra coyuntura histórica presente, a ciertas
O
pistas abiertas por M arx y enlazando— a través de una referencia
explícita a Benjamin^"^^— con la inspiración «mesiánica» del mar­
(' -)
xismo, Derrida ha conseguido así anclar su propia reflexión en una
tradición crítica que— más allá de E l capital— se remonta sin equí­ Ü
voco posible a la vertiente «positiva» de la Ilusu ación. ©
2 4 9 . Ja e q u e s D e rrid a , Spectres de Marx^ P arís, G a lilé e , 1 9 9 3 , pp- 9 5 - 9 6 . ©
A la n S o k a l, im p ro fe so r de física de la U n ive rsid a d de N u e v a Y o rk , d e d ic a d o a una
in te rp re tació n « d e sc o n stru c c io n ista » de la te o n a cu á n tica q u e, m ás tarde, fue re c o ­ O
n o c id o c o m o un texto d e lib erad a m e n te sin sen tid o . L a « b r o m a de S o k a l» lü zo las
d elicias, n atu ralm en te, de los adversario s de D e rrid a , a p esar d e q u e n o prueba
nada, e xcep to que el c o m ité ed ito rial d e ciertas revistas no es lo bastan te cu id a d o so
al se le c c io n a r sus pro pu estas. L a p u b lica ció n en F r a n c ia de un lib ro de S o k a l y Je a n •©
B rie m o n t, Imponures Intellectnelles ( 1 9 9 7 ) , ha cre a d o una p e q u eñ a to rm en ta d and o
así n u eva vida al d ebate a través del A tlá n tic o .
o
327
H ISTO R IA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

Por contra, aún no ha conseguido liberarse completamente de


las dudas que pesan sobre los orígenes teóricos de la «desconstruc­
ción»: su doble referencia a Heidegger y a Blanchot, es decir, a dos
pensadores que fueron atraídos en los años treinta por ideologías
«revolucionarias» de extrema derecha— el nacionalsocialismo en
el caso del primero, el fascismo maurrassiano en el caso del segun­
do. Extrañamente silencioso, durante años, sobre este peliagudo
tema, Derrida ha terminado por abordarlo en dos textos— Del espí­
ritu: Heidegger y la cuestión y Psiqué: Invenciones del otro— aparecidos
en 19 8 7. De todas maneras, no tanto para condenar sin ambajes a
Heidegger cuanto, más bien, para intentar deshacer pacientemen­
te lo que, en el tejido mismo de los textos heideggerianos, vincula
;%■ aún a los vaivenes de una «metafísica de la presencia» el proyecto
de una superación y, finalmente, arrancar a ésta de tales titubeos.
Este proyecto de larga duración, que no ha hecho más que co­
menzar con estos dos libros, conduce a Derrida a subrayar que hay
también, entre el discurso nacionalsociafista de Heidegger y el dis­
curso humanista de Husserl y de Valéry, extrañas galerías subte­
rráneas de las que sólo nos podremos desembarazar a condición
de desanudar de cabo a rabo los embrollados hilos. La serenidad
que requiere tal ejercicio de desciframiento ha sido perturbada no
obstante por la aparición en Francia de las dos biografías de H ei­
degger ya mencionadas (Víctor Parias, 19 8 7; Hugo Ott, 1990) que,
provocando ima mini-crísis mediática, han obligado a Derrida a
replegarse provisionalmente en una posición defensiva.
Paralelamente a ese «caso» Heidegger, otro «caso» proyecta en
los Estados Unidos una sombra sobre Paul de Man: el descubrimien­
to— cuatro años después de su muerte— del pasado hasta ahora ig­
norado de ese universitario belga que, durante la guerra, colaboró en
su país con diarios antísemitas. Herido por la revelación de esos he­
chos, Derrida ha reaccionado sin embargo publicando un largo tex­
to (Mejnofdas: Para Paul de M an, 1988), donde se esfuerza por clari­
ficar a la vez la situación de su antiguo amigo y las dudas que estos
distintos «casos» han podido suscitar contra la «desconstrucción».
M ás allá de esas peripecias, no está prohibido interrogarse de
manera general sobre la estrecha relación que continúan mante­
niendo con el pensamiento heideggeriano dos filósofos nacidos en
famihas judías— Levinas y Derrida— , así como sobre las complejas
relaciones que mantienen entre sí.
328
LA RAZÓN EN TELA DE JU ICIO

Aiiiigo de Blanchot (al que conoció en Estrasburgo en los años


veinte), precursor de los estudios husserlianos y heideggerianos en
Francia pero al mismo tiempo discípulo de Bergson, de Jean W ahl
y de Gabriel Marcel, Levinas se dedicó— a partir de 19 4 5— a eluci­
dar en un estilo existencialista los fundamentos metafísicos de la
ética, rechazando disociarlos de una exigencia de naturaleza reli­
giosa: para él, la verdad última que libera el anáfisis último del Da-
sein es inseparable de la «revelación» de una trascendencia absolu­
ta, por la que el hombre no podría sino dejarse inundar. Después,
en sus libros mayores— Totalidad e infinito (19 6 1) y Diferente que ser
o más allá de la esencia (1974)— , se incorpora abiertamente a una
forma de meditación donde— a diferencia de lo que pasa en Marcel
o Ricoeur— el elemento propiamente filosófico parece totalmente
«desbordado» por el salto de la fe: «giro» teológico que, alejándo­
se definitivamente de Husserl, le ha valido por otra parte im tardío
éxito mediático.
Fiel a su interés de juventud por la fenomenología, Derrida
no ha cesado de estar atento al pensamiento de Levinas, a quien
ha consagrado diversos te x to s .A m b o s filósofos reconocen— cada
uno a su manera— el primado de la L ey y por tanto de la Escritura
(en mayúscula); pero Derrida rechaza claramente la idea levinasia-
na de Dios como «absolutamente otro», «diferente que ser», ori­
gen puro y no contaminado. ¿Hay que concluir que, si la devoción
de Levinas y, en menor medida, de Derrida por Heidegger se ex­
plica por una voluntad de «asimilación» que se rernonta a sus años
de juventud, la distancia tomada por Derrida con respecto de L e ­
vinas expresaría la preocupación de ir aún más lejos en el sentido
de ima emancipación de la concepción mosaica de la Ley?
En efecto, puede ser que la «secularización» de la Escritura cons­
tituya una de las consecuencias— ^necesariamente implícitas— de la
andadura de Derrida. Entonces actuaría como un puente de conver­
gencia suplementaria entre la obra de Derrida, quien ha hablado

250. D o s textos de D e rrid a so b re L e v in a s se e n c u en tra n , u n o en L/i


la diferencia^ op. cit.^ y el o tro en la o b ra c o le c tiv a d irig id a p o r F r a n ^ o is L a r u e lle ,
Textes poiir Emmaniiel Levinas^ P arís, J e a n -M ic h e l P la c e , 1 9 8 0 . E s t e ú ltim o texto
está tam bién re c o g id o en Psyché, P arís, G a lilé e , 1 9 8 7 . V é a s e tam bién su texto de
a p ertu ra de la c o n fe re n c ia c o n m e m o ra tiva , « H o m m a g e á E m m a n u e l L e v in a s » , leí­
d o en la S o r b o n a en d ic ie m b re de 1 9 9 6 , titu lad o « L e m o t d ’ a c c u e il» , q u e ha sid o re ­
cie n te m e n te p u b licad o ju n to co n la o ra c ió n fú n e b re de D e r r id a p o r L e v in a s c o n el
títu lo Adieu d E7nma7inel Levhí/is, P a rís, G a liJé e , 1 9 9 7 .

329
H IST O R IA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

mucho de su propia juventud en un texto biográfico, Circcmfesíón^^^ y


la de Benjamín, él también desgarrado por su pertenencia a dos tra­
diciones— la del judaismo y la de la Ilustración— separadas por una
imperceptible pero esencial «diferencia». Es interesante constatar,
en todo caso, que los últimos libros de Derrida— Políticas de la amis­
tad (1994) y Fuerza de ley (1994)— están en parte consagrados a la crí­
tica de la Aufkldning que se esboza en Benjamín y a las ambiguas
«afinidades» que éste ha podido mantener— al menos hasta 19 3 3 —
con el antirracionalismo de Schmitt o Heidegger. Pero, si bien es
sensible a la proximidad de esos pensamientos, Derrida lo es también
a los riesgos de «deriva» (hacia la violencia y el fascismo, por ejem­
plo) que comportan en sí mismos. Y no titubea, esta vez, en marcar
claramente lo que separa^—según él-^-el tema benjaminiano o hei-
deggeriano de la «destrucción» de lo que él llama— en la última pá­
gina de Fuerza de ley— una «afirmación desconstructiva». Com o si,
en este extraño juego de espejos, hubiera finalmente identificado la
trampa de la que la «desconstrucción», como toda crítica de la razón,
debería esforzarse por escapar a toda costa.

K u h j^ ^ F o u c ault mu que la verdad tiene una história, si


D errida observa que la metafísica occidental se «desconstruye» a sí
jn is ma, Rlchard^Rortv da un pasQ^másTdenuncia como «ilusoria»
toda tentativa por en un terreno estable y seguro.
N acido en 19 3 i ^ R ^ ^ ^ i q u e se fue a enseñar a la Universidad
de Virginia, después^Sl^aber sido durante veinte años profesor en
Princeton— se hace famoso en primer lugar al e d it^ (19 6 7) una
antología de artículos «analíticos»^ E l ^ ro lingüístico. Sin embargo,
q^g i^dacta-para^ el:libro y a -s e ^ r e n paso algu-
jHáML¿l^^^^sc^i^a_d^icnguaje «o rd im ri^».y.l^dcl ernpirlsmn
lógico son verdajderament(^capacesjde_jtpoiXara^^
vas a Jas pregimtas ^Constituyen realmente la vía «ri-
gnrasa»_que.U_enmÍ4Jm b Í£ tó ^ ^
Djez .añQs_má$..xarde,,Rarty..dasan:oUa>^coixia^d_aiid

2 5 1. T e x t o r e c o g id o en G e o f f r e y B e n n in g ro n y j a c q u e s D e r r i d a , Derri-
¿hy P a rís, E d . du S e u il, 1 9 9 1 . [T r a d . cast. de M a r ía L u is a R o d r íg u e z T a p ia :
Derriday M a d r id , C á t e d r a , 19 9 4 O

330
LA RAZÓN EN TELA DE JUICIO

caracteriza, una cQncepdmvdeJaTadonalidad que termiiLTpDrnc:^


garlea ésta toda esencia permanente. Como consecuencia, rediu^ ’©
cigndo la ciencia y la filosofía-alT:aiig£Ljie.simples practicas «cultu­ 0
rales», condena sin paliativos su pretensión de decir lo verdadero:.A^,-^ 'o
taLpretensión no le parece solamente irrealizable sino injustifíca-^^^"' '©
ble e inútil en su propio principio. Desde entonces^ Porty-sém an- ' ©

■ /'"N
riene en el punto más radical que haya alcanzado, en la actualidad,
el relativismo histórico, del que es el principal representante en lo ^ ,©
Estados U nidos^----
Con vistas a captar la lógica propia de esa rápida evolución, hay
que recordar que se han ejercido tre^iJaflueneUs distintas, al me­
nos, sobre el pensamento-dej^Qtt^ L a p r m e r a !^ ^
tismo de D ew e\^ La s ^ jn d a ^la d e I ? m osofía «continental» de
H eidegger a Demda^lXtercerM la de ciertos aspectos de la^fílo^p- i©
.
de la quB^ttirsabido sacar consecuencias muy perso-
n a le ^ -n I
■■''” !
E l recuerdo de Dewey está vinculado, para Rorty, al de su pro­ >V.) ¡
pia infancia."^' Su padre— antiguo comunista— después de haber
roto con el Partido acompañó efectivamente a Dewey a M éxico ■ ©
— donde éste estaba encargado de presidir una comisión de inves­
' @
tigación sobre los «crímenes» de Trotski. Era también amigo de
O
Sidney Hook, pragmatista de tendencia «marxistizante» pero re-
. sueltamente antistalinista. De ese ambiente familiar, Rorty here­
‘0
dó a la vez una sensibilidad política «progresista» y una precoz cu­
riosidad por el pensamiento de Dewey— quien, en los años sesenta,
no estaba demasiado de moda en los Estados Unidos. Es a este .
pensamiento, en todo caso, al que debe su preocupación por la so­
lidaridad humana, así como la convicción de que el valor de una , ti)
idea semidc-por los efectos que produce— yj)or tanto no hay nece­ . i.-. ^
sidad de que sea fnndad^ /x rnnsiderada como «insta».
1 ©
Otro interés de juventud es el que Rorty experimenta muy
. C-)
pronto por la filosofía europea, de la que es, con Stanley Cavell,
uno de los mejores conocedores americanos. Ese interés le condu­
ce, a partir de los primeros años setenta, á descubrir la obra de Q
Derrida, quien— ^ su vez— le orienta hacia Heidegger. De este úld-


252. S o b r e este pu nto véase el texto a u to b io g rá fic o de R o r ty , « T r o t s k i y las o r ­
q u íd eas sajvajes>>, en Lire Roríy^ obra co lectiva d irigid a p o r J e a n -P ie r r e C o m e tti, O
C o m b a s , E d . de l ’ É c la t, 1 9 9 2 , p. 2 5 6 ss. .0

331
H I S T O R I A DE LA F I L O S O F Í A EN EL S IG L O X X

mo, que era por entonces persona non grata en la universidad ame­
ricana, R o n y retiene sobre todo la idea de que la metafísica— en­
tendida como esencia de la filosofía occidental— está acabada, que
ya ha llegado el momento realmente de «pasar a otra cosa». Si las
preguntas de la filosofía clásica no son ya «nuestras» preguntas,
eso se debe al hecho de que estaban figadas a una época de la cul­
tura occidental que comenzó con Platón y que sólo tenían sentido
en el interior del lenguaje propio de esa época. Con su fin, que vi­
vimos en el siglo xx, ese lenguaje se ha descompuesto, arrastrando
consigo las viejas preguntas. Lejos de ser eternas, éstas no tienen
más que un interés histórico: se pueden, por tanto, abandonar.
En ese camino de «salida», Rorty encuentra mi paradójico estí-
rnulo en los trabajos de Thomas Kuhn y, a través de ellos, en la crí-
tica del empirismo propuesta por Quine y Sellars. L levando al
extremo las tesis desarrolladas por Quine en «D os dogmas dgl
em pirís^o»^ e g a a la conclusión de que no existe ni «lo dado» (aquí
se hace eco del argumento de Sellars) ni <diechbs>>, sino únicainen-
te «lenguaje». L qs «hechos» no^jexisten indepen dien tem en te.^
ronm los reconstruimos con palabras. En otros términos, la cues­
tión de saber si nuestras proposiciones son «verdaderas» (confor-
nies a mía «realidad» cualquiera) importa menos que nuestra ca-
pacidadoara inyejntar nuevos «vqcabujarios» para expresar lo_qiie
pensamos o sentimos.
Esa actitud puede parecer forzada o, por lo menos, en desa­
cuerdo con Ja realidad de las prácticas científicas existentes. N o
está demasiado alejada, no obstante, de la teoría «anarquista» del
conocimiento defendida por otro filósofo e historiador de la cien­
cia, Paul Feyerabend (19 2 4 -19 9 4 )— cuyos trabajos, contemporá­
neos a los de Kulin, desembocan en consecuencias aún más sub­
versivas, expuestas en su principal obra. Contra el método (1975).
Según Feyerabend, resuelto adversario de los «falsacionistas»
Popper y Laicatos, la historia de las grandes transformaciones del
pensamiento científico muestra que frecuentemente éstas no se
producen por azar, que el progreso no obedece a reglas fijas y
que, en materia de «descubrimiento», cualquier método sirve con
tal de que «fmicione». Se sigue de ello que la frontera entre cien­
cia y no-ciencia está en perpetuo movimiento y que las normas
del discurso científico no son imnutables ni uiúversales. Para Fe­
yerabend, el racionalismo científico no es más que un «paradigma»

332
LA RAZÓN EN TELA DE JUICIO

cultural entre otros posibles. Ninguno de esos paradigmas, siendo


«inconmensurables» entre sí, puede ser considerado como supe­
rior a los otros, ni de manera absoluta ni siquiera de manera relati­
va— como piensa Kuhn. El Estado debería, por tanto, para que la
libertad individual de elección sea preservada de todo reclutamien­
to, abstenerse de defender un paradigma frente a otro^—la ciencia
contra la religión, por ejemplo^—y contentarse con ofrecer a cada
ciudadano la posibilidad de estudiar el que le conviene.
Tentado, también, por las perspectivas «liberadoras» que abre
ese relativismo, Rorty se ve conducido así, en la corriente de los
^ños setenta, a romper abiertamente con la filosofía «analítica».
Esta, en efecto, se toma-por una filosofía científicamente rigurosa.
Por ello, participa todavía de la pura tradición kantiana, dicho de
otra manera, del «mito» metafísico por excelencia. Eara.combatir
ese mito, sin titubear al apoyarse sobre Heideggeftanto como so-
bre Derrida y Foucault, Rortv mtenta desempeñar— con respecto
a la filosofía «analítica»— ^1 papel de «asesino» que Popper habia^
tenido con respecto al positivismo lógico. En todo caso es— siem­
pre con Stanley Cavell— imo de los primeros filósofos norteameri­
canos, desde el viaje de Quine a Viena (1933), que tiende un puen­
te en dirección a la filosofía europea. Y , esta vez, en dirección a la
tendencia más anticientífica de esta última.
Verdadero manifiesto de ese nuevo pensamiento, La filosofía y el
espejo de la naturaleza obra pubficada por Rorty en 1979, se pre­
senta como un tríptico consagrado respectivamente a la naturaleza
de la mente, al estatuto de la teoría del conocimiento y al «final»
de la filosofía. En la primera parte, Rorty sostiene que toda la cul­
tura occidental desde Platón ha hecho suyo el dualismo religioso
de la mente y el cuerpo, fuente de iimumerables falsos problemas.
En esta perspectiva dualista, la mente está concebida como un
«espejo» en el que vendría a reflejarse la naturaleza— es decir, el
universo de los cuerpos. Sin embargo, no se trata por ello de una
«evidencia» universal, sino de una reconstrucción históricamente
datada y, en la actualidad, obsoleta.
En la segunda parte, Rorty mantiene que a partir de Descartes

253. T r a d - fr. co n eí título de L'Homme spéatíaire, P a rís, É d . du S eu ií, 19 9 0 .


[T r a d . c a s t de Je sú s F e rn á n d e z Z u la ic a :La filosofía y el espejo de la naturaleza, M a ­
d rid , C á te d ra , 19 8 9 .]

333
H IST O R IA DE LA FILOSOFÍA EN EL SIGLO XX

y de Locke nuestros conocimientos han sido definidos— según


el modelo especular— como «representaciones^> adecuadas de lo
real— una vez más, de aquí surgen muchos falsos problemas. N o
sólo esa representación no tiene nada de necesario, sino que podría
ser reemplazada ventajosamente por otra cpncepción-^a^concep-
ción pragmatista, por ejemplo. Como lames v como Dewey, Rorty
piensa que la^ e r dad jes.simplemenre «In mejor que Ve^Hene para
creer»; dicho de otra manera, el conjunto de los enunciados que s^
revelan como los más útiles .para Lener influjo snhreJ.gj.eaLQ. para
vivir mejor. Por contra, estima que la psicología empírica y la filo-
sofía del lenguaje—dQR.ilH&,Mlares actuales de la tilosotla «analíri^
c a » ^ n o h a ceiL^no encerrarJave^^ e n im m — caducan

F inalmente, en la tercera parte, Rorty afirma que toda filosofía


que pretenda explicar la racionalidad y la objetividad en términos
de «representaciones» adecuadas está, a su vez, obsoleta. Por lo
demás, la filosofía clásica no ha conseguido nunca fundar nuestras
creencias sobre una pretendida «correspondencia» con lo real. N o
ha servido, en el mejor de los casos, más que para ofrecer a los
hombres los medios con los que liberarse de los discursos «prescri­
tos» e inventar visiones del mundo más favorables a su propio
desarrollo. ^ «segundo» Wittgenstein. Heidegger y Dewey están
citados aquí como tres ejemplos de filósofos «pragm áticam en^>
útiles. Su función,hR..sÍ£kiy ante todo. teraftéutLc^ libelando eiTsu
C lim a s mentes del dominio de la metafísica, como en su momen­
to los filósofos de la Ilustración nos habían liberado de la teología,
han contribuido también a «secularizar» la cultura, puesto que la
metafísica no era en el fondo sino una forma elaborada de ilusión
religiosa, una religión laica.
En 19 8 2, Rorty reumó con el título de Consecuencias del pra^^ma-
tismo un conjunto de artículos publicados entre 1972 y 1980. Allí ex­
plica en qué sentido puede considerarse pra^^matista reivindicar la
preocupación sofidaria de Dewey y, al mismo tiempo, valorar las
obras de Heidegger y de Deirida. presentadas como «juegos del len­
guaje» particularmente originales y creativos. Igualmente justifica el
sentido ,de su lectura del «segundo» Wittgenstein. Las Investigado-
n^s ^/gj^rigj^constituyen,^^^un él, el esfuerzo más conseguido por
anunciar que el proyecto «fundador»— proyecto trascendental en
sentido kantiancLjdeLqueUQdavía pajtirjpa e) Ti'actatiis— está defini-..

334
LA RAZÓN EN TELA DE JUICIO

dvamente mue r t o / La filosofía ya no es, si se toma al pie de la le ^


tra esta lectura, sino-una forma.de « conversación» separada de todo
o
acceso privilegiado á lo verdadero y , por eso mismo, libre para ir a
.'■‘A
donde quiere. Si sobrevive tan sólo puede hacerlo como «género»
literario, permitiendo expresar sin constricciones su personalidad a ©
quien se libra a ella y experimentar un placer estético a su lector. K:.''
En iq 8 q. Contingencia^ ironía y solidaridad vuelve a la carga con - O
-traJaJdea— particularmente perniciosa— según la cual el p^p^j^de
la^filD^Qfi"axnn.sisririaxn^fixhjdaD»jauesixasxmeDdas..N^ creen­
cias son, por definición, contingentes. La esperanza de fundarlas es
o
v a n ^ Ello no quiere decir, precisa Rorty, que todas las i n i c i a s
tengan el mismo valor. A lgunasison más «útiles» que otras. Es
o
©
bueno, por ejemplo, creer en la necesidad del desarrollo individual,
así como en liiejorar la sociedad en que vivimos. Estas dos aspira­ ©
ciones parecen, es verdad, difícilmente compatibles entre sí, al me­ (1

nos si se las lleva hasta sus extremas consecuencias. Pero, para no


vivir esa situación como un problema «metafísico», basta con de­ o
jar— «en la práctica»— de verla como una contradicción. (')
En la utopía que Rorty— según sus propias palabras— se esfuer­ ©
za por construir, el filósofo ideal sería un «ironista liberal». Libe­
©
ral porque, estimando que la crueldad es la peor de las cosas, se
©
dedicaría a desarrollar la solidaridad entre los hombres. Ironista,
porque sabría que la precedente convicción no tiene un fundamen­ ©
to trascendental y que no le impide en absoluto buscar su felicidad <■ )
personal, en el marco definido por el rechazo de la crueldad. En ©
suma, su lenguaje «público» y su lenguaje «privado» podrían des­ o
plegarse simultáneamente y— puesto que se situarían a niveles di­ 1
í
ferentes— sin incoherencia.
Una «ironía» parecida inspira el último hbro de Paul Feyera-
S I
bend. Adiós a la razón (1987),^^^ que viene a llevar él agua al molino

2 5 4 . V é a s e so b re este p u n to el e n sa yo titu lad o « G a r d e r p u ré la p h ilo so p h ie » ,


Conséquences dit pragmatis?ne^ trad. ir .,.P a r ís , É d . du S e u il, 1 9 9 3 ,
en R ic h a r d R o r t y ,
0
Conse-
en p a rtic u la r las pp. 1 0 4 - 1 1 4 . [T r a d . cast. d e jó s e M ig u e l E s te b a n C lo q u e lb
Q
aiencias del pragmatismo, M a d rid , T e c n o s , 1 9 9 6 .]
2 5 5 . L a autobiografía de Fe ye b are n d , com pletada pocas sem anas antes de su
m u erte y publicada p óstu m am ente con el título de Killing time (C h ic a g o , U n ive rsity o f .© ,i
C h ic a g o Press, 1 9 9 5 ) , está m arcada por una fea o m isión: su renu encia a expresar pesar
a lg u n o p o r su activa participación en la Segu n d a G u e rra m undial llevan d o el uniform e
©
nazi. S u « rela tivism o » no era, en aquellos años, d em asiado d iferen te del de H e id e g g e r :©
(quien, y.acaso sea sign ificad vo , decUnó la oportunidad de c o n o c e rlo en 19 6 6 ).

335
H I S T O R I A DE L A F I L O S O F Í A EN EL S IG L O X X

de Rorty. Desarrollando la tesis de que el sentido— estrechamente


ligado a la evolución de nuestra cultura— de las palabras «raciona­
lidad» y. «objetividad» puede variar según los lugares y las épocas,
Feyerabend propone poner en un mismo plano el arte, la ciencia
y la filosofía y no considerarlas ya como actividades «imitativas»
sino como actividades «creativas». En resumen, precisa que el
«adiós» al que se refiere en su título no significa que tengamos que
renunciar a comportarnos como seres racionales. Importa simple­
mente reconocer que, según el contexto, la noción de com por­
tamiento racional puede abarcar conductas muy diferentes. Así,
la actitud de las poblaciones pigmeas que rehúyen todo contacto
con la civilización occidental— ^por volver a tomar el ejemplo de. F e ­
yerabend— ^no constituye en absoluto la prueba de su irracionalidad.
Significa, al contrario, que esas poblaciones hecho—restratégi-
camente— ^la mejor elección para ellas: la de evitar una civilización
que, desde su punto de vista, no puede sino destruir el modo de vida
al que— con plena legitimidad— permanecen vinculadas.
Es verdad, se podría objetar a Feyerabend, que la elección de los
pigmeos está «objetivamente» fundada en el sentido usual en que
nosotros mismos entendemos el término. En suma, que su capa­
cidad para analizar la situación, para argumentar y para concluir no
se distingue en nada de la que nosotros llamamos, en Occidente,
«racionalismo». A partir de aquí, ¿no se tendría que admitir que
éste, lejos de ser una particularidad emológica, un simple «credo m -
bal»— el nuestro— tiene claramente una vocación universal? ¿N o
es evidente, por lo demás, que para exponer sus tesis Rorty y Feye­
rabend deben someterse también a las normas de esa «racionalidad»
de la que, sin embargo, rechazan la pretensión dominadora?
Consciente de la precariedad de su posición, Rorty ha intenta­
do consolidaila en distintos textos reunidos, en 19 9 1, en dos vo­
lúmenes titulados Objetivismo^ relativismo y verdad y Ensayo sobre
Heideggery otfvs esadtos. Vale la pena destacar, en particular, dos as­
pectos de su defensa. Por una parte Rorty, siendo incapaz de aso­
ciarse con ningún tipo de universalismo, cada vez más tiende a res­
guardarse detrás de la noción de «juego de lenguaje». Así como
Heidegger no tiene otro mérito que el de haber inventado un «vo-

256. Pauí F eyerab en d , Adieu la raison, trad. fr., P arís, É d . du S e n il, 1 9


Adiós a la razón, M a d r id , T e c n o s , 1 9 8 7 . ]
p. 3 4 3 . [T r a d . cast. d e j ó s e R . de R iv e ra :

-> '> A
LA RAZÓN EN TELA DE JUICIO

cabulario», el «heideggeriano»/^^ de la misma manera el «rortya-


no» podría ser considerado como una tentativa origiñal para curar
las «enfermedades» engendradas por la torturante óbsesióti «fun­
dacional». Esta terapia no coíiduciríaj sí le creemos, a desacreditar
la preocupación argumentativa en tanto que tal, sino simplemente
a liberamos de la ilusión de que— para defender una convicción
dada— ^hay un argumento mejor en lo absoluto que otros.
Por otra parte, concediendo como Feyerabend que podría exis­
tir, si no uno, al menos algunos métodos científicos aceptables y
que no se podría prescindir, en la vida cotidiana, de la razón, en­
tendida en el sentido «técnico» de facultad de discernimiento,
Rorty se propone recordar que, para él, ciertas elecciones intelec­
tuales resultan— a juzgar por su efectos, al menos— c<objetivamen-
te» superiores a otras. Afirma, por ejemplo, que la démocracia es
en sí preferible a su contrario y presenta incluso esta evidencia
como más «cierta» que todo discurso filosófico que pretendiera
justificarla por un criterio «ahistórico».^^®
Estas últimas tesis pueden ser vistas como estableciendo los lími­
tes que el relativismo rortyano no está decidido a cruzar. ¿Bastan, sin
embargo, para preservarlo contra todo riesgo de deriva irracionalis­
ta? Duda profundamente de ello el filósofo Jacques Bouveresse,^^^
por otra parte abierto a las propuestas de Rorty. El relativismo, se­
gún él, no escapa a un doble reproche. Por una parte, resulta incom­
patible con el realismo que, a pesar de sus propias insuficiencias,
continúa alimentando la actividad cotidiana de la mayor parte de los
científicos. Por otra parte, aceptando a priori todos los «juegos de
lenguaje» posibles, contribuye a devaluar la práctica del debate ar­
gumentado— hasta el niomento, esencial en la filosofía— en relación
con la invención de «vocabularios» inéditos. Desde ese punto de vis­
ta, destaca Bouveresse, casi nada separa el relativismo de Rorty del

2 5 7 . R ic h a rd R o r ty , Essais sur Heidegger et nutres e'aits, trad. fr., P a rís, P U F ,


Ensayos sobre Heidegger y otros
1 9 9 5 , pp . 1 0 5 - 1 0 6 . [T r a d . cast. de J o r g e V íg íl R u b io :
pensadores contemporáneos, B a rc e lo n a , P a id ó s, 1 9 9 3 .]
2 5 8 . V é a s e en p a rticu la r el e n sa y o d tu Jad o « L a p r io ri té d e la d é m o c ra tie su r la
Olyectivisme, Relativisme et Vérité, trad. fr., P a rís,
p h ilo so p h ie » , en R ic h a rd R o r ty ,
P U F , 1 9 9 4 , pp. 1^1-222, (T ra d . casL de J o r g e V ig il R u b io : Objetividad, relativismo
y verdad, B a rce lo n a , P a id ó s, 19 9 6 .]
2 5 9 . Ja c q u e s B o u v e re sse , « S u r q u e lq u e s c o n sé q u e n c e s itidésirables d u p r a g n ia -
d s m e » , en Lire Rorty, op. cit., pp. 1 9 - 5 6 .

337
H IST O R IA DE LA FILO SOFÍA EN EL SIGLO XX

nietzscheanismo de Deleuze— quien a su vez reivindica, en ¿Qué es


filosofía? (19 9 1), el derecho a rechazar toda discusión con sus pares
por parte del filósofo en tanto que puro «creador» de conceptos.
¿Se desea evitar el deslizamiento hacia tal «aurismo» filosófico?
E n ese caso, es importante edificar una nueva «ética» de la comunica­
ción sobre un fundamento sólido. Ese es precisamente el objetivo que,
por dos vías distintas pero paralelas, persigüeírdesde hace^másrde^
veinte años los filósofos alemanes Jürgen ^ a b e im a $y TCarl-Cmo Apel. ^

4. ¿COMUN IC ACIÓ N o INVESTIGACIÓN?

Jü r g e u ,H ^ g ^ ^ S ;^ a c e en 1929 en Düsseldorf. Cuando realiza sus


estudio^dé^Tosoíia, en los años que siguen a la guerra, las ideas
nacionalsocialistas están lejos de haber desaparecido de la univer­
sidad alemana. E n cualquier caso, no son objeto de ningún trabajo
de reflexión crítica.
Su primera reacción, atestiguando su precoz interés por la so­
ciología y la política, es romper ese pesado silencio. Cuando H ei-
dcgger publica (19 53), sin una palabra de comentario, el curso que
dictó en 1 9 3 5 — Introducción a la metafísica— , el joven Habermas
(tiene veinticinco años) pubhca en el Frankfurter Allgemeine Z ei-
tung (25 de julio de 19 53) un sonoro artículo: «Pensar con H ei-
dcgger en contra de Heidegger»; En pocas palabras, todo queda
dicho. Se pone de manifiesto el vínculo profundo que une la de­
nuncia heideggeriana de la metafísica con las convicciones polí­
ticas del ex rector de Friburgo.''*^'^ Sobre todo, Habermas pone en
guardia a sus compatriotas en contra del peligro que representaría,
para ellos mismos, identificarse— aunque sólo fuera pasivamente—
con las tendencias más regresivas de la cultura germánica. « ¿E l na­
zismo— ^pregunta— mantendría con la tradición alemana relacio­
nes más estrechas de lo que se quiere admitir comúnmente?»."^’ Si

2 6 0 . E s ta c o n e x ió n ha sid o re c h a z a d a e xp líc ita m e n te , p o r su p u e sto , p o r d iv e r ­


sos e sc rito re s, tal v e z so b re to d o p o r G e o r g e S te ín e r en su Heidegger ( 1 9 7 8 ) . V é a s e
ta m b ié n el re c ie n te a p o y o d e S te ín e r a lo q u e p o d ría llam a rse la « d e fe n s a d e G a d a -
m e r » d e H e id e g g e r : « M a r t i n era el p e n sa d o r m ás im p o rta n te y el h o m b r e m ás
a m a b le [Kleijiltch]»^ en « A n a lm o st in ebríate b e w itc h m e n t» , The Times Literary Sup-
plement (L o n d r e s ) , 1 5 de a g o s to de 1 9 9 7 , p- 1 1 .
2 6 1 . « P e n s e r a ve c H e id e g g e r co n cre H e i d e g g e r » , texto re c o g id o en Jü r g e n

338
LA RAZON EN TELA DE JUICIO
©
ese es el caso, hay que llevar el debate a la plaza pública. H ay que I
!I
intentarlo todo, como había dicho Jaspers en 1946, para impedir
que Alemania siga siendo— o vuelva a ser— el «enemigo» de Occi­
dente. Dicho de otra forma, el enemigo de la Ilustración.
En 19 6 1 Habermas vuelve a la carga recordando el papel emi­ (;D
nente desempeñado por los pensadores judíos en la filosofía alema­
na desde el siglo xviii.^^" En 1968 participa activamente en el movi­
miento de estudiantes, a pesar de criticar algimos de sus excesos.
Desde entonces no cesará ya de manifestar, por sus múltiples inter­
venciones, su presencia vigilante sobre la escena polídco-intelectual
C)
alemana. Combate la corriente hermenéutica, encamada por Gada-
mer, a quien reprocha adoptar una actitud neutra y estetizante res­ .o
pecto a la historia moderna. Tom a vigorosamente partido-—en la .0
HistoHkerstreit o «querella de los historiadores» (1986)— contra el . ■©
«revisionismo» de Em stN olte, historiador conservador (y discípu­ .Q
lo de Heidegger) que— pretendiendo explicar el nazismo por la ne­ •©
cesidad de combatir el comunismo— afirma que el exterminio de los
judíos no constituye sino una «copia» de la ptugas stalinistas y re-
O
duce Auschwitz a la dimensión de una mera innovación técnica— la
■p
«técnica» del gaseado—^scitada por el temor que los nazis experi­
. ®
mentaban, por aquella época, de ser ellos las víctimas de una
agresión venida del Este."^^ La pubHcación de la biografía de Parias : CÍ
conduce a Habermas a volver (1988) sobre los presupuestos polí­ ■
tico-ideológicos del pensamiento heideggeriano."^'^ Finalmente, la C-)
reunificación de AJemania, el debate que le sigue sobre su papel en ' ' )
la Europa del fíjturo y el simultáneo retomo de la xenofobia y el ra­ ,

cismo mantienen en él una constante atención por la actualidad.

2 6 2 . « L ’id éalisin e allem an d et ses p en seu rs ju ifs» , texto re c o g id o en Profiispht-


losophiqncs et politiqnes^ op. cit. íLí
2 6 3 . « L e d éb at des h isto rie n s», texto re c o g id o en Jü r g e n H a b e rm a s, Eaits po-
litiqneSy trad . fr., P arís, E d , du C e r f , 1 9 9 0 , 3 “ parte. (H a y una se le c c ió n de esto s es­
c rito s tra d u cid o s al castellan o p o r R a m ó n G a r c ía C o ta re lo : Ensayos políticos^ B a rc e ­ O
lo n a, P en ín su la , 19 8 8 .5 ■ ■ ©
264.. Jü r g e n H a b e rm a s, Martin Heidegger: L'oettvre et Vengagemenx, tra d . fr., P a ­ Ü-'S
Textes ct
rís, E d , du C e r f, 1 9 9 4 , p. 1 6 7 - 1 9 8 . T e x t o re c o g id o en J ü r g e n H ab eiT n a s,
;
Contextes ( 1 9 9 1 ) , trad. fr., P a rís, E d . du C e r f , 1 9 9 4 , pp . 1 6 7 - 1 9 8 . fP r a d . cast. de M a ­ '■ <;)
nu el G im é n e z R e d o n d o ; Textos y contextos^B a rc e lo n a , A r ie l, 1 9 9 6 .}

H a b e r m a s, Profiis philosophiques et polhiqnes ( 1 9 7 1 ) , trad. fr., P a rís, G a llim a rd , co l. i •©


Pcifilesfilosófico-políticos,
T e l , 1 9 8 7 , p. 9 8 . [T r a d . cast. de M a n u e l Jim é n e z R e d o n d o ;
M a d r id , T a u r u s , 1 9 7 5 . ]

339
C;y

H I S T O R I A DE L A F I L O S O F I A EN EL S IG L O XX

E l racionalismo habermasiano se expresa también, por supues-


to, en SU obra propiamente teórica, feta reposa sobre la idea de
que^lo que importa es superar, no la filosofía misma, sino la oposi­
ción tradicional entre filosofía y ciencia. Aunque no pueda con­
tinuar como si no hubiera pagado nada entre y la filo­
sofía debe proseguir su misión crítica. Y no puede hacerlo sino
acercándose a las_ciencias sociales^ trabajando con éstas en un espí~
j ] ritu interdisciplinar, y utilizando todo^ sus recursos (lingüística,
psicoanálisis, socÍQÍegíá1'p^a;:sdar un nuevo contenido al proyecto
d£ lajdu^t^^^ . ^ j ^ e s u m ^ / analizando si^com placencia lo jip -
dicho de las relacidnSS"lTuniana$, esa «parte de sombra>^> sobre la
q u e ^ apoyan el co n sei^ ad u m i^ V-eI_aonformismo j ^ i pedh
todojTogresj^^
E^^^rigiU acíón inscribe a H abermas en la iradición de la £S-
^ij^hLde^^Lanldíuj^ hecho, después de haber defendido (1954)
su tesis de doctorado sobre la filosofía de la historia de SchelÜng,
Habemias (1956) se convierte en el ayudante de Adorno en Frank-
furt. Su talento de escritor es apreciado por Adorno pero, en cam­
bio, la inspiración de su primer libro— una investigación sobre
la conciencia política de los estudiantes de Alemania del Este— es
considerada demasiado izquierdista por Horkheimer. Deseoso de
alejarlo de sí, Horlcheimer impone entonces a Habermas condicio­
nes tan draconianas para concederle su habilitación que, fatigado
de la lucha, éste va a obtenerla en la Universidad de M arburgo con
un tiabajo-—E l espacio público—-publicado en 1962. Después de pa­
sar por Heidelberg, donde coincide con Gadamer y Lowith, H a-
bermas vuelve (1964) a la Universidad de Frankfurt. Ocupa la cá­
tedra de Horkheimer y enseña hasta 1 9 7 1, fecha en la que acepta la
dirección del Instituto M ax Planck en Starnberg. Ejerce esta fun­
ción durante diez años, pero dimite (19 8 1) para volver de nuevo a
Franlcfurt.
Ultimo representante de la escuela de Frankfurt, Habermas
pertenecerá elja^^^ medida en que, como sus fon dad óre ^ ^
mi te al marxismnjyjmelve a tomar por su cuenta la crítica del «po-
sitivismo_>>_. Sin embargo, interpreta esas posiciones,en un $e,atiiÍQ
muy personal, que níLtarjla^dig;mai>iadQgemaldarse^JAj:^ue,.pQ,d^^
nios n amaj^a-vex3Íómclási<^ .deJa^<teoiáa..cxítíca^^.^
Más interesado— como Marcuse— por el joven M arx que por E l
capital^ Habermas estima que el marxismo tiene seriamente la ne-

340
LA RAZÓ N EN T E L A DE J U I C I O

cesidad de ser renovado para adaptarse al análisis del capitalismo,


^ardío>> (Splitkapitalism ^^ de las sociedades industriales
en la época^i:e£liQCi:átií:a. Marcuse fue el primero que emprendió
esa renovación. Habermas le sigue, subrayando la inadecuación de
la noción de proletariado. Los obreros han visto mejorar su nivel
de vida. Se benefician en la actualidad de todas las ventajas del «es­
tado del bienestar» {welfare staté). En consecuencia, la lucha de cla­
ses ha entrado en estado de letargía. E l modelo socialista de re­
volución no está ya vigente. Por contra, el sistema administrativo
puesto en marcha por la tecnocracia hace pesar sobre el conjunto de
los trabajadores coacciones que, poco a poco, han vaciado de su sen­
tido el término «democracia»; mientras que un número creciente
de jóvenes o de parados se ve abandonado en los márgenes del sis­
tema. Para reintegrarlos, para hacer el sistema más «abierto», se
tiene que dar un segundo impulso al debate democrático. ¿Cómo
poner en marcha— para salvar ese debate— nuevas estructuras de
comunicación en el seno del espacio público? Ese es, en adelante,
uno de los grandes ejes del pensamiento habermasiano.
Por lo que respecta a la crítica ffankfurtiana del «positivismo»,
Habermas— como ya se ha visto— participó en los encuentros de
Tubinga (1961) en el transcurso de los cuales criticó a Popper su au­
sencia de reflexión sobre los presupuestos de la actividad científica.
Popper estima que el proyecto de una crítica de la sociedad no tie­
ne lugar dentro de las ciencias sociales. Esta tesis depende— según
Habermas— de un puro «decisionismo». N o se apoya en ninguna
verdadera justificación. Partidario de no imponer a priori ningún
límite af la actividad del investigador, Habermas observa que no
se podrían mantener separadas la estricta exigencia filosófica de ima
«crítica» y el trabajo de investigación empírica. Sin embargo no
CjQjxd^Jia.Jlura^L^hSBlgnigDlg'Ja^ «positivista». Su propia.
perspectiva es, en ese sentido, inás yerdáde^memg^soc^^
Ja de Horkhejmer y Adorno. N o sólo integra los resultados de la,
antropología «positivista», sino que se interesa directamente^gr
l a . filfíS O iia d g U j e | i g u a j e ^ y ^ n .p a .r t k

Interés qu^qrtóbuy£a^de en él la influencia de unp'tfé^iis


Q^lggas en la U niversidad de F m jlfiu ^ el ^ ó so fo Karí-O^gi^ Apeí.
Nacido en 1924, Apel es uno de los primeros pensadores <^cÓn-
tinentales»-—con Gadamerj^ Ricoeur— que ha tomadcLxen.xueiita
el gjrQ_^gpj::a^mático» por el q u eja filosofía angloamericana del

341
H IS T O R IA O E L A F ILO SO FÍA EN E L SIG LO XX

lengruaje ha pasado— gracias a Austin y a sus sucesores— desuna


perspectiva estrictamente fórmalista— sintáctica o semánticarrrra.
una perspectiva centrada en los psps
r^ Q c io n tiejcx^mm^kacmruAhora bien, como jmjestra su principal
obra— Transformación de la filosofía (19 73)—^\^ g^ ^ ^^ p in £o n ^^ er'
manecer en el interior de una perspectiva trá^fg^M ental de inspira­
ción kantiana. Vi^enjo en^ la^esmicti^
titutiva de una <<cQnLunidad de cDmuriicaciáa>>^Íd^iil,,un^ _d£-las
condiciones de pQ sib^d a ¿ g ^ ^ ‘^ ¿¿gjt(C ^^^ esfuer-
^' ^ p o F l u ^ a r— sobre este priorL ^pra^ináticQ^JTas.cend£ntal>^
ima «ética del discurso» (Diskursethik) que px>nga defíniriyamente
Ja_razón al abpgo de toda crítica de^tipg,
Inspirándose profundamente en este punto de vista, Habermas

biciosa V más materialista. La «comunidad de comunicación:» es.


se^iín él, un dato objetivo. Lejos de ser una dimensión dé la subje-
t i;^ a d trascendental no podría seiLseparada j:ie la ^ ^ s te a c ia ^ e ia l
^empírica. Este es el pimto de partida de las investigaciones que de­
sarrolla en los años setenta y cuyos resultados se encuentran ex­
puestos en Teoría de la acción comunicativa (iQ^i) y M oral y comunT
cación (19 8 3).
En el transfondo de esos dos libros se regis_tra la voluntad de
3 ££2íl£H^lS.-^£ 2 £?3 ...£2 H£2í L ^ ^ 51i5^ J 2SSñS§J¿^^Ustas, con vistas a
dariejin,fmdafflSMíLÍQás,¿ó¡Í^^^ y Adorno se queda­
ron aprisionados, en efecto, en una filosofía de la historia heredada
de Hegel, es decir, de una dialéctica de la cultura. Para Habeimas^
al contrario— como para M aní y lajnaysiÍS>¿i£jQ^J^QCÍQlQga^
lfistoria,tigbc.seiLCQmpj:endida,,aiií£j£) inte-
racdmiesjMC¿zZeí. por lo tanto, ldgi(;:a de esas interacciones;^;:^^

fiasa.por J a i:x)munk adjQn.vetbal^.=jQT)ue.hay..que .reconstruir.


Para hacerlo, Habermas comienza por recordar que, desde
Marx, los filósofos ya han recorrido im largo camino para salir de
la metafísica. Ya no es necesario dramatizar esa «salida» a la mane­
ra heideggeriana. L a j ^ nperación» de la metafísica esta profíinda-
mente reaüzada,por Peirce (al que Apel ha consagra(}o7enT975,
una importante obra) j^(:Qdg^yía^ás,_por la filosofía lógico^ilm-
g Í Ü ^ ^ ü C g Í d 3 .4 e.E£gg£;JL^ ElTam ino que queda por tran-
..sitar^^ s i bien evitando caer en el «positivismo>»-^está claramente

34 ^
LA RAZÓ N EN T E L A D E JU ICIO
©
iridicado en el prefacio de la edición francesa f 1087) de Teoría de la.
.© !
jicrinn roTnunir/ithia $e_trata de situar, en el fujidament^p.d^una
©
i e l£ 2 S £ e p ^ d g ^ a -
jiviij^d rnmimicaíiva>>, yinc^ulado.aLde^«m^^ Dicho de ©
otra manera: de poner la razórt^n■ situación.— como querían Sartre ©
y Heidegger— pero siuLhacejLdependct; ,esa .simadónjdnaixia J í Iqso- f') ^
fíjLdaiaxoaciendaj^ püesto^.Ug,la.5Ín^^ ;o|
tiy^.j£aairxaxon j;eaU dad— poL^defínición intersubietiva-r:rde^-b :©
jdda en sorjedacL ' ©
L a «solución» haberm asi^a envuelve, pues, una descripción ' ©
jjragm ádca del lenguaje como ínstninienm de comunicación, que

se basa a su vez en un_anáhsis d e j j j n t ^ ^ De heclio,
la mayor parte de la Teoría está consagrada a una reanudación, en
este tema, de las concepciones sociológicas de Max W eber (vol. I),
Durkheim, George Herbert Mead y Talcott Parsons (vol. II)— ^sin ©
olvidar a Marx. La específica apott^^ de Habermgs co^ Ó
mQS.jffajTj sobre esa base empírica^jcómpJ[a^sinigqi^^^ C")
por si; s^^,^^sjt^^^ de un debate auten-
-úco; losjfetúuos participantes en una misma discusión aip. deben ©
— en efecto—radniitir de. mum ciertas normas lógicas, si.
' Cl
conclusioíies aceptables para todos? Ag.LPPes,_lo que se llama «ra-
' ©
zonj^puede ser definido, sin ambigüedad, como ese^CQujuntQ^de
©
noirrias que ga^ranti;^m£lxará(^er->aienmCTáti.QQ,^{jlgUiOSQ^ejD
debate. ■ ©
Entre las objeciones suscitadas por la Teoría, hay al menos una ©
que Habermas acepta: el fundamento que propone para la razón, ; ©
siendo de orden empírico y no trascendental como el de Apel, pre­ / ©
supone la existencia de un cierto número de resultados relevantes ©
de la lingüística y de la sociología. H ay aquí, aparentemente, un
círculo vicioso. Pero ese inconveniente le parece menor a Haber-
©
mas, dado que la objetividad de las ciencias sobre las que se apoya
le parece, desde im punto de vista materialista, por encima de toda
•o
sospecha. Por lo que respecta a las ventajas de esa concepción, son

numerosas; siendo la principal de ellas— como lo explican los tex­ ,

tos reunidos en E l discurso filosófico de la modernidad (1985)— salvar .u


la razón ante los filósofos— nietzscheanos, heideggerianos, subjeti- o
vistas o «postestructuralistas»— que se encarnizan al criticarla, de
Foucault y Lyotard a Derrida y Rorty.

343
H IS T O R IA D E L A F IL O S O F ÍA E N E L SIGLO XX

Los ti es últimos rechazan la perspectiva habennasiana. Lyotard


se muestra escéptico ante el humanismo que la inspira: ¿Es cierto
que los hombres quieren comprenderse entre sí y que buscan el
consenso por encima de todo? Derrida no ve en esta perspectiva
sino una forma de retomo a una metafísica de la ciencia, forzo­
samente prisionera del «positivismo» que pretende evitar. Rorty,
por su parte, considera la reconstrucción «comunicativa» de la ra­
cr-) zón como im «juego» legítimo, pero desprovisto de valor absoluto.
Diez años más tarde, Habermas se esfuerza por responder a
estas objeciones. A Lyotard, le opone la necesidad de privilegiar
el consenso frente al desacuerdo (lo que Lyotard llama «disenso»).
A Derrida, le reprocha— como a Gadamer y, finalmente, al propio
Adorno— que se encierre en una visión este tizan te de lo real, que
#
termina por ahorrarse la historia. Contra Rorty,. finalmente, no
© deja de subrayar la natiualeza contradictoria de una posición que,
rechazando a priori el concepto de fundamento, se priva a sí misma
de base sólida, además sin oponer resistencia suficiente a la amena­
za que constituye— en este fin del siglo xx— el potente retorno de
un irracionalismo difuso y polimorfo.
A ljiilo de esjtas^paléimcas^, que distan mucho de estar conclui­
das, el debate sobre el fundamento de la razón se ha enriq.ue.cidQ
Entr»^ otras, fas
de JohnJ^avdsj Stanley CayeU y H ilaiy:P.utnam— , todos ellos pro­
fesores de filosofía en la Universidad de Harvard.

Nacido en 1 9 2 1 , J h . h t odo el hombre de un libro.


Teoría de la justicia u*abajo que ha conocido en el mundo
entero un éxito considerable, debido a su carácter triplemente in­
novador.
En primer lugai^ si bien la intención de R awls no debe cari nada
al e m p ír ic o lógico, ese libro es el primerq^en^glicapaLd^]23.te4 iQ---
lítico un estilo de reflexión^gu^e puede calificar de «analítico».
En segundo lugar, puesto que rechaza el utilitarismo de Bentham
y dejyiill y enlaza— llevándola a su máximo punto de abstracción—
con la teoría del contrato social tan querida por los juristas de los
siglos xvn y xyni, nos obliga a j ^pensar desde la base y en coniun-_
to io^príj^cipios .sohr^los.^^ rganiza(úámdejR^,..síj^^

344
LA RAZÓ N E N T E L A DE JU IC IO

dades modernas. Finalmente, puesto que se inscribe en la prolon­


gación de las luchas impulsadas en los Estados Unidos— durante
los años cincuenta y sesenta— en favor de los «derechos civiles» de
los ciudadanos negros, hace revivir una tradición liberal de iz­
quierda («liberal» en el sentido americano) que no había estado
demasiado representada, en ese país, desde la muerte de Dewey-'^^
Partiendo de una «posición original» equivalente a un «estado
de naturaleza» en el que los hombres— privados de información—
estarían situados «bajo un velo de ignorancia» en cuanto a la situa-
cíóiL.X.C3Uq.uc^S(gjD[aria, suya^^n^^ construir, Rawls se
esfuerza en mosLcax_qu.e^QdaJiQmbre razonable^ desearía perte-
necerrr—en una situación siinilar—,gi^is^ma^mas ,<<equitariTO» p
rihle. ¿CuáLes__spn,j)ue^,_lQS^ prmcipip^
ticia» entendida en ^1-sentitlo^de «equidad» (justice as faÍ77ieis)}
Easv)s..disdngiie.dos>j^pmn¿3^ (^ILLLord^n
rechDJüiaJimableA...tQd^ las libertades-individuales básiqas. Com ­
porta la elección de la democracia.^j^egiindr^prpó^^^ L ígn^iH^ifLde
oportunidades, dicho de ot-rn m;^npra7l©^Hnrrión de l^s desigual-r
dades naturales v sociales. ImpHca que el Estado tiene, en relacióm
con el «libre mercado», im papel regulador, al proceder a una re-
d.Em bjidQ a.ikJas rlquezajs y jeJas.xgntas.ciue piieda^ofi:^
más desfavorecidos por su nacimiento los medios efectivos (educa­
ción, salud, etc.) para mejorar su condición inicial.
Ese liberalismo atemperado por una preocupación moral de
equidad (que no deja de recordar las tesis decimonónicas de la so-
cialdemocracia) expone evidentemente el sistema de Rawls a dos
tipos de objeciones de signo opuesto. Por una parte, el hecho de
que— como todos los liberales— asimila la sociedad a una simple
acumulación de individuos idénticos entre sí y cuya «abstracción»
ha sido criticada— en los propios Estados Unidos— por los «comu-
nitaristas» {communitáriam)^ quienes— de.Michael Sandel (nacido
en 19 5 3) y Charles Taylor ( 1 9 3 1) al aristotélico Alasdair M aclnty-
re (1929), cuyo Tras la virtud (19 8 1) rechaza las justificaciones de
la morahdad puramente «racionales» surgidas de la filosofía de la
Ilustración y propone, en cambio, im retomo a la ética aristotéli-

2 6 5 . D e m o d o sim ilar, la o bra de R o n aid D w o r k in so b re la filo so fía del d e re ­


c h o ha re su ltad o p ro fu n d a m e n te m arcad a p o r el le g a d o h istó ric o d e la g u e rra del
V ie tn a m -

345
H IST O R IA D E LA F ILO SO F ÍA E N EL SIG LO XX

ca— intentan poner de manifiesto que la noción de «bien social» es


superior a la de individuo y que este último no existe fuera de los
numerosos grupos que—-de la familia a la nación— contribuyen a
conformar su personalidad. Por otra parte, la función regula-
d o r a le s decir, intervencionista—^que Rawls confiere al Estado ha
sido criticada por los «libertarios» {libertarians) que, como Robert
Nozicfc Anarquía, Estado y utopía, 1974), se mantienen ape­
gados al liberalismo «puro y duro» defendido por Adam Smith y
consideran que todo Estado que va más allá del Estado «m ínimo»
viola los derechos sagrados del individuo (tesis recuperada, en la
actualidad, por el Partido Republicano contra la administración
Clinton con im notable efecto inmediato: de hecho, Rawls ha teni­
do alguna dificultad para responder a la vez a estos dos grupos de
adversarlos.
D e sus respuestas, escalonadas a lo largo de más de diez años
y consolidadas en su libro más reciente— E l liberalismo político,
emerge la idea de que su concepción de la justicia como
equidad (que resumiría la fórmula bíblica « N o hagas a los demás
lo que no quieras que te hagan a ti») prefiere presentarse como una
concepción política antes que metafísica— si bien es de inspiración
kantiana. Renunciando a lo trascendental, Rawls afirma simple­
mente de esta concepción que es la mejor para fundar una política
razonable, dicho de otra manera, para asentar sobre una base sóli­
da el conjunto de reglas que, en la vida social, cada uno de nosotros
debe aceptar si quiere que los demás hagan lo mismo.
Además, rechazando la objeción según la cual su teoría, a fin de
cuentas, no sería sino una generalización avanzada de los princi­
pios de la constitución americana, Rawls afirma que tiene vocación
de aplicarse a cualquier sociedad, incluyendo la «sociedad de na­
ciones». Ofrece por ello, a su manera, una justificación al «deber
de injerencia», dicho de otra forma, a la obligación— por parte de
la naciones democráticas— de ayudar a las que todavía no lo son a
convertirse en democracias, es decir, de impedir— por la fuerza de

2 6 6 . L a s id e a s 'd e R a w ls h an sid o tam b ié n critica d a s d esd e una p e rsp e c tiv a iz ­


q u ie rd ista , n o m u y alejad a del h u m a n ism o del jo ven M a r x , p o r A lic h a e l W a l z e r en
Spheres ofjustice ( 1 9 8 3 ) .
^ ^7* etDémocratie (P arís, E d . du S e u il, 1 9 9 3 ) es una re c o p ila c ió n fr a n c e ­
Libéralisme politíque (N u e v a Y o r k , C o lu m b ia U n iv e r s it y
sa d e a rtíc u lo s de R a w ls . L r
P re ss, 1 9 9 3 ) es su ú ltim a o b ra apa re cid a en los E s ta d o s U n id o s .

346
LA RAZÓ N EN T E L A DE J U I C I O 0.0

las armas si es necesario— a cualquier tiram^a que aplaste a un pue­


blo incapaz de oponer resistencia, o incluso una guerra «injusta».
©
Puesto que ofrecen— a una izquierda prematuramente desen­
gañada por todas las experiencias de socialismo «real»— los medios ©
para pensar, desde el interior, ima transformación progresiva del
sistema capitabsta en un sentido más «equitativo», las ideas ele
Rawls quizás están en la actualidad más de moda en Europa que en ©
los Estados Unidos— aunque hayan apoyado, en cierto modo pa­ ©
radójico, la teoría sobre la ley preponderante hoy en América, ©
adelantada por Ronald Dworkin (nacido en 19 3 1), la tesis funda­
mental de cuyo libro Taking Rights Seriously (1977) consiste en la de­
©
manda individualista de que los ciudadanos disfruten de unos dere­
©
chos morales (entre otros, el derecho a la intimidad) qúe puedan
ser defendidos frente al Estado. ©
Llegada desde un horizonte totalrm fe""3 ístínforpuesto que es O
especialista en estética, la reflexión dfe S t ^ j e y e n
1926) enlaza, a su vez, con las inqmetude?^prepía?ae la filosofía
«continental». Convencido, como Rorty, de que las in v e s ^ acio;;^
nes «analíticas» no son sino el último avatar de un agotado kantL- '©
mo, Cavell estájeseo so — por contra— de abrir para el pensamien­ ©
to una nueva vía qut
©
cada vez más «unidimensional».,
por lo demás perceptible en los trabajos de, Austin— en quien reco­ ■ ) I.
noce a su verdadero maestro—-y del «segundo» Wirtgenstein, ert
particular en su interés por los aspectos más «ordinarios» de nues- ■© I
ttíLkiiguaje^uijCLjauestra^vijda.. ; Por qué el filósofo tíene_eu^£neral tD I
tendencia s ignorarlos, dicho de otra forma, a rechazar su propia I
identidad? Cayell, por su parte, después de haber escrito un libro i
extraordinariamente denso e inteligente sobre Wittgenstein^—La ■© I
exigencia de razón (1979)— comienza por buscar su propia identidad
en A la btísqueda de la felicidad (198 1), estudiando cómo el cine
Q ^
hollywoodiense— arte popular y norteamericano por excelencia—
encarna las aspiraciones del individuo modetno. Después, pasando
del film al escenario, se pregunta sobre la «negación del conoci­ ■O
miento» ejemplificada por seis piezas de Shakespeare (1987) en las
que— entre Montaigne y Descartes-—emerge ese «escepticismo»
que, según él, oscurece toda la metafísica occidental- Para librar­ .©
se mejor de él, se vuelve hacia el trascendentalismo de Emerson ■q
(18 0 3 -18 8 2 ) y muestra en qué puede ayudarnos la ética de ese

347
V;::í :|
H IST O R IA D E LA F ILO SO F ÍA EN EL SIG LO XX

autor— cuya influencia sobre el pragmatismo, Nietzsche y W itt-


genstein ha sido subestimada hasta el momento— a provocar el ad­
venimiento de ese «nuevo» mundo que nos queda por crear si que­
remos sobrevivir. Ese es, en todo caso, el sentido del enigmático
título— Ksta nueva América todavía inaccesible— de tmo de sus pri­
meros libros sobre Emerson (1989). Cavell concede, por otra par­
te, la mayor atención a los filósofos europeos; a Heidegger y a D e-
rrida, pero también a Freud y Lacan. Titulada Un tono de filosofía,
su última obra se presenta por otra parte como una especie de libre
«confesión» autobiográfica, entremezclando psicoanáhsis y teoría
de la cultura^— en la que ocupan un lugar central las cuestiones de
la «voz» y de la^audi^ión» vinculadas a la ópera.
Con H ila r ^ £uig|jm{Anacido en 1926), finalmente, la filosofía
«analítica»ti^ne sin duda su representante—o su ex represen tan-
te—-más arípico^ Si bien en im principio se dio a conocer por tra­
bajos de lógica y de epistemología en la línea de Quine, Putnam
-—cuyo padre fue comunista, como el de Rorty— siempre se ha
interesado muy de cerca por la política. En 1968 incluso fue atraí­
do fugazmente por el maoísmo. En los años siguientes, volviendo
hacia una concepcióií más clásica de la democracia, no deja de con­
servar una sensibilidad de izquierda— que, por ejemplo, le lleva a
recordar a Rawls que la justicia no es solamente un concepto y que
no se podría hacer esperar indefinidamente a los oprimidos la lle­
gada de un mimdo «mejor».
Desde 19 7 4 , en un artículo consagrado a Popper,'^^ Putnam
denuncia como errónea la estricta demarcación mantenida por éste
entre, por una parte, la ciencia^— cuya tarea sería puramente expli­
cativa— y el conjunto de las ideas políticas y filosóficas por la otra,
las cuales no tendrían ningún valor científico. Al separar tan radi­
calmente la teoría de la práctica e incluso desvalorizar ésta en el
marco de una concepción del conocimiento que se define por el
principio de falsación, es decir, por la necesidad de una referencia
a la experiencia, Popper incurre en una doble inconsecuencia. Ade­
más, Putnam, sin pretender que existan leyes históricas ni que és-

268.A Pitch ofPhilosophy, C a m b r id g e (M a s s.), H a r v a rd U n iv e r s ity P r e ss, 1 9 9 4 .


The Philosophy of
2 6 9 - H i l a r y P u t n a m , « T h e c o r r o b o r a tio n o f t h e o r ie s » , en
Kart Poppc7\ te x to s r e u a id o s p o r P a u l A . S ch ilp p ^ L a S a lI e (Illin o is), O p e n C o u r t ,
19 74 .

348
LA R AZO N E N T E L A D E JU IC IO

tas puedan ser conocidas, legítimamente advierte que afirmar a


prtori lo contrario es una decisión arbitraria, científicamente injus­
tificable y políticamente peligrosa.
Su crítica de Popper debería, naturalmente, acercar Putnam a
Habermas. Como este último, Putnam se preocupa por fundar la
razón para salvar a la vez la ciencia y la democracia. Pero no cree
en la posibilidad de una ftmdación sociológica y lingüística como la
que propone la Teoría de la acción comunicativa. Para Putnam, H a-
bermas es aún demasiado kantiano, demasiado sumiso a la influen­
cia de la filosofía trascendental de Apel. Escéptico en relación con
el proyecto de los filósofos alemanes, Putnam reivindira— como,
Roxtyr—el pragmatismo de Peirce y de Dewey, pero— a diferencia
dx.^Bm:ty---^timajqueJuqr,quejinteáJ^
mas filosóficos.^
Para é f elJiindam ento de la razón no podría encontrarse
en ningún tipo, de^asim dón iz priori. ni siquiera en un concepto
partlcubr.como, comunkación^^mo^en la práctica concreta de lo
que. UamaJLa, —-entendiendo por^ellaníar^sque^^^
perimental bajo Joda^...su^jQrmasi_dTnétodo de «ensayo y error»
M ás aún, leios de restringir el campo de aplicación de ese método
a las ciencias de la naturaleza^ lo considera como perfectamente
aplicable a las ciencias sociales, a Ij ética y a la ^ olítica. La nece­
sidad de respetar los datos de la experiencia, de no avanzar sino
tesis justificables por argumentos tmiversalmente comprensibles,
de no intentar nunca obtener por la fuerza el acuerdo del adver­
sario, no tiene necesidad de ser fundada a priori. Se desprende
completa y fácilmente de la experiencia humana por un simple
proceso de abstracción. Basta con tomar seriamente, en la refle­
xión filosófica, las nociones que tenemos por indispensables en la
vida cotidiana. ■ 0

¿£.jd esem h o ca^¿^n jim rua^mática de la razón: la


jrazón es la capacidad de diferenciar lo mejor de lo peor. De hecho,
Putnam, hostil tanto al escepticismo como al realismo «metafísi-
co» de los neopositivistas, defiende un realismo «interno»— es de­
cir, mínimo— que le aproxima directamente a la gran tradición de
Peirce y de Dewey. En la línea de estos últimos (pero también de
Austin), rechaza la dicotomía carnapiana entre «hechos» y «valo ­
res». Como Dewey, afirma que la distinción entre ciencia y ética
debe ser relativizada, que los conceptos morales pueden ser objeto

349
H IS T O R IA D E LA F IL O S O F ÍA E N EL SIGLO XX

de una justificación a la vez racional y experimental/^® En resumen,


que la filosofía no es un discurso vacío sino que, al contrario, tiene
una doble función: la de ayudarnos a vivir mejor haciendo más jus­
ta la sociedad.
Si bien no puede aceptar la crítica de Putnam relativa al fun­
damento de su propia teoría, sin embargo Habermas hace suya
— como Apel, Rawls y Cavell—-la idea de que la filosofía tiene una
misión social que cumplir. Estos distintos pensadores comparten
igualmente la tesis de que habría opciones intelectuales mejores y
peores que otras. Sin duda coinciden, en este último punto al me­
nos, con Rorty. Pero, para afianzar sus convicciones, definen bases
sólidas diferentes a las de éste. Las únicas bases, parece, sobre las
que se pueda mantener— actualmente— un discurso filosófico preo­
cupado por su propia coherencia.

270. H i l a r y P u tn a m , Le Réalisme a visage humain ( 1 9 9 0 ) , trad. fir., P a rís, É d . du


S e n il, 1 9 9 4 , c a p . I I .

350
EPILOGO

L A C A T E D R A L IN A C A B A D A

©
o
■©
o
■©
Establecer el balance de un siglo de filosofía es una empresa pe­
ligrosa, Tanto más cuanto que, durante este siglo, ni siquiera los
especialistas se han puesto de acuerdo sobre la significación del o
término «filosofía», ni sobre las fronteras del dominio que abar­
ca. En principio, toda tentativa de evaluación parece condenada
por adelantado: ¿Cóm o saber si una disciplina ha progresado,
cuando no se sabe exactamente cuál era el objetivo que pretendía o
alcanzar?
N os limitaremos, pues, para concluir este recorrido, a algunas
breves constataciones. Si no están demasiado en condiciones pa­
ra suscitar un desmesurado optimismo— ¿hay que excusarse por
ello?— , es porque su propósito consiste simplemente en ofrecer a)
lector elementos que puedan estimular su reflexión personal y evi­ •/)
tar provocar en él una visión triunfalista-—tan hueca como iluso­
ria— de los «poderes» del pensamiento.

■n

=—^ 6*» Primera observación: el debate enp;^xaciqnalismo y relativismo


central paradla.filosofía actual— está muy lejos de si^un deb^ e
©
puramente especulativo^
^Recuperemos los términos de_^este-Bebate. jS^^G^ata^^saberji
un fundamento^ l i d o ^ uedej e r ^QQpinrg¿Q^^pQrJ^razón, o bien si o !
© !
ésta CQAstituye só¡o un^niodelo cu^ qu^posee
tan sólo una superioridad relativa— es decir, ninguna superioridad
en definitiva— S0hEe^gq^modfilos.JiisiQjdcamente^pQsibles. Aña.-
j amos que ese debate se desarrolla s im u k á n e ^ Qnte^gii dos cani-
pQS_conexos: el de la ciencia y el de la política.fen el p ri^ y :o ’^ © í
esos campos, el objetivo es la cuestión del conocimiento— ^ d ^ ir_, ja
cuestión de si la ciencia nos ens£ñ^argoloBréTo^feaI», o bien si no ■ ■■
'I

351
H IST O R IA D E LA F IL O S O F ÍA E N E L SIG LO X X

es más g^riina" construcción lin^rüísdca sin relacíqir] con egtO inti­


mo. En\el segundo camjg^ el objetivo es la cuestión de Iz democra-
cia; dicho (3 a xitJcaL¿Qjma^4 a u ie ^ b je i:j^ ^ definiciójj_j^
cional» de^^gobiem^Q^^^ju^.jjég^ijgernqne. se propo^^ instaurar, la
jusricia social den\xo,.d^e,stricmT£S^^^ las libertades iii^ivi-
duaJes^j^ienjij)jü;asJfox^as^dg,.g(^^
diferentes, serían igualmente buenas.
4 ^ S e g n n d a observación: este debate tiene iin origen histórico
preciso, que i29jiayjqjj,g,,pg£¿^^ H i^sj^gidi:uieliije,d^
que, desde la Ilustraciój^ la racionalidad no ha dgjajdQ de extender
s i T H o m in l^ p B H J a j:^ ^ provo£gndsum»BmdÍ^
sí^progreso_dgJ|^,§u;;i^
riaíTmienua^s^u^e— paralelaniente— l^_^d^piadada-^^
hoTnhjpgjp.QJC„eJüaombije.sembraba^ud€is^0hi:eHeLxiiita^^
in­
fusión denOD^^Jps e^^^ La atrocidad de la Shoah, finalmente,
poniendo de manifiesto hasta qué punto podría llegar la complici­
dad de esa misma racionalidad con los peores crímenes jamás co­
metidos por el hombre, ha constituido un punto de no retorno.
r^dajLigjae-jd^JSOxpr,ejideate^a4m SHíLJj>^£tííÍ£Í^^^IX3 -
cioiiaUsmo--^cuyas premisas h ^ ] ^ n sido estab)lecid^s.^en las dns
guerras, por [^^b^g3jdfi_WÍRgSB^Xdir,JBU;i§enz;^ig,^
Heicjegger—JiayajLojnqadQjunaJbxma^da..3¿Lez>^
después^de^la_ Segunda Guerra mundial. gue^_enJlQjesenciaL.Jiabía
^idp suj^on^^seTue
Tercera y última observación, finalmente: si los debates sobre
el conocimiento y la demQjcxai:ia. p o n e i^ e manifiesto p^^
aparentemente distinto^ no pueden, sm embargo, disociarse por
cpmpJjetQ. S in duda la preferencia por la democracia no implican?
priorí que se deba renunciar al,xpJatiyisn:io^epistemQlQ Pero
éste, por contia, en la medida en que llega a declarar^—privándolas
de fimdamento objetivo— que todas las opciones intelectuales fun­
cionan, amenaza con minar por la base las tentativas más sinceras
de justificar la preferencia democrática.
Si se abandong, en efecto, la ambición de fundar la razón, se vo-

271. E s a es, en to d o ca so , la p o sic ió n de R o r ty , q u ien n o se re c o n o c e sie m p re


en las d e sc rip c io n e s q u e se dan de su « r e la tiv is m o » y p re fie re co n sid e ra rse a sí m is­
m o c o m o un d isc íp u lo « u ltr a p ra g m a tis ta » de D a v id s o n .

352
LA C A T E D R A L I N A C A B A D A

tos meiores^que otros.. Ese es, por lo demás, el motívo por el que
ciertos relativistas consideran que la principal aportación de la
filosofía del siglo xx habrá sido Hbrarnos de ella misma, es decir,
la de engendrar su propia «superación». Ya se entienda ésta en el
sentido de Heidegger o bien en el sentido de Rorty, el resultado es
idéntico: en ambos casos, la filosofía se ve reducida al rango de
simple práctica «cultural», a la que puede concederse una finalidad
estética, pero cuya utilidad social es cuando menosTestringida.
Esta posición tan sólo presenta una ventaja: la de dar lugar, en­
tre los escombros de la filosofi'a, a nuevas formas de creatividad in­
telectual, que incluso los relativistas deben admitir que no han vis­
to nacer aún.
Sus inconvenientes, por otro lado, son considerables. M ás allá
del hecho de que parece tan arbitrario anunciar el fin de la filo­
sofía como proclamar el de la historia, la pintura o bien el de la
pareja, la renuncia a toda concepción objetiva de la razón entraña
inmensos peligros para el futuro de la humanidad. Peligros que se
hacen más visibles a medida que los valores morales menos discu­
tibles parecen, en este final del siglo xx, cada día más amena­
zados.
La reaparición, en los cuatro puntos cardinales del planeta, del
racismo y del nacionalismo étnico— que fueron los principales in­
gredientes del nacionalsocialismo hitleriano— , de toda clase de
fundamentah$mos religiosos— ^por definición hostiles a la libertad
de pensamiento— , la abundancia de sectas, la explosión general de
la credulidad y del irracionalismo, por no hablar del riesgo que
constituye la difusión, por los medios audiovisuales, de ideas estan­
dardizadas que anestesian el espíritu crítico— ¿no son todos esos
fenómenos de una naturaleza que hace temer por el triunfo, a es­
cala mundial, de una verdadera regresión oscurantista?"^"
Contra una represión semejante,
-siendo— a pesar de su fragilidad— el retorno a los ideales de la Ilusj-
tración (necesariamente revisados y corregidos^ ^
tica dejR d^cusión^rgumentada^jiTionalmentc. Práctica e ideales

272. R e g re sió n justam en te d e n u n cia d a, en F r a n c ia , p o r B e m a r d - H e n r i L é v y


{La puf^eté dangereítscy P arís, G ra s se t, 1 9 9 4 ) , u n o de los ra ro s filó so fo s q u e se ha
c o m p ro m e tid a va lie n tem e n te en fa vo r de lo s m u su lm an es b o sn io s.

353
H I S T O R I A E>E L A F I L O S O F Í A E N E L S I G L O X X

que, históricamente, forman el núcleo de lo que se llama «filoso­


fía». Y que son los únicos que pueden librar el combate en favor
del respeto del hombre, no menos necesario hoy que hace dos­
cientos años, cuyo fundamento universal parece faltar.

Las convicciones éticas, donde la cuestión del futuro de los valores


democráticos aparece como determinante en relación con la del
estatuto del conocimiento, deberían conducirnos a hacer la elec­
ción del racionalismo (incluyendo el punto de vista epistemológi­
co), a pesar de sus insuficiencias, que nos corresponde superar.
Semejante elección, por su parte, permite releer de forma me­
nos «escéptica» la historia de la filosofía en el siglo xx. Y constatar
que la evolución de ésta, lejos de ser incoherente o puramente ne­
gativa, ha permitido claramente registrar ciertos progresos— limi­
tados, pero reales— , así como producir cambios irreversibles en las
más antiguas cuestiones filosóficas.
E n el capítulo de los progresos, hay que anotar como positiva la
desaparición de ciertos problemas o, más exactamente, su transfe­
rencia a otras disciplinas mejor preparadas para resolverlos. Así, el
problema del fundamento de las matemáticas se ha convertido en
un problema matemático, mientras que los que conciernen a la na­
turaleza de la materia o de la vida han ido a parar, con pleno dere­
cho, a las ciencias físicas o biológicas. Igualmente y en lo sucesivo,
corresponde a las ciencias cognitivas iluminar— en la medida de
sus posibilidades— el funcionamiento de la mente y a la lingüística
tomar a su cargo el del lenguaje.
Si bien, por otra parte, el proyecto de una filosofía entendida
— en el sentido husserliano o russelliano— como «ciencia rigurosa»
no es ya en la actualidad sino un sueño, sin embargo el «giro lin­
güístico» iniciado por Fregé, M oore y Wittgenstein ha ayudado al
pensamiento a dotarse de nuevos instrumentos de análisis. Utiles
para la mejora de sus estrategias argumentativas, esos instrumen­
tos han permitido afinar conceptos como los de «conocimiento»,
«significación» y «verdad». Les queda todavía dejar su marca en
los dominios— estrechamente vinculados— de la ética y de la polí­
tica, que han conocido, por su parte, profundas mutaciones a lo
largo de todo este siglo.

354
LA C A T E D R A L I N A C A B A D A o
©
Entre esas mutaciones se subrayarán, en el orden político, las
©
que han afectado a la idea de una «teoría crítica» del campo social.
Heredada de Marx, formulada después por numerosos pensado­
res— de Lukács y Horkheimer a Foucault y Habermas-—, esta idea
se ha liberado poco a poco de la inercia ideológica gracias, entre ©
otros factores, a la caída del comunismo europeo. Lejos de todo o
dogmatismo materialista o dialéctico, debería ser posible ahora en­ ©
carar pragmáticamente aquellas transformaciones radicales de las 0
que tienen mayor necesidad nuestras sociedades. 0
En fin, paralelamente a la exigencia de esa tarea cuya urgencia /-■ \
nos recuerdan cotidianamente los oprimidos, filósofos como Ador­
no, Sartre y Pumam han propuesto vías originales para reconstruir
6
o
la ética sobre bases autónomas, independientes de toda presupo­
sición religiosa. Reconstrucción difícil pero en absoluto imposible ■f
y, en todo caso, tan indispensable para las sociedades democráticas
como para las otras, puesto que tanto éstas como aquéllas se en­ ■©
cuentran cotidianamente expuestas a rompientes oleadas de^dolen-
cia y odio. 0
Aunque esos progresos no estén sino en su fase inicial, tienen su W
importancia. Constituyen otros tantos pasos adelante en el largo
m
camino que la razón debe recorrer aún a fin de redefinir sus fines y
0
sus medios. Teniendo en cuenta, evidentemente, las duras caídas
que la razón ha sufrido en nuestro siglo. Y las críticas, habitual­ B
mente justificadas, que se han podido hacer al «imperialismo» de 0

la Ilustración; dicho de otra forma, al culto inmoderado a la razón vy


«tecnológica», cuyos efectos destructores o perversos nos ha mos­ É¡
trado ampliamente nuestro pasado reciente. 0

0
Ciertamente, nada se ha representado de una vez por todas en la
escena de la historia, y en ninguna parte menos que en la historia
de la filosofi^'a.
La presión que ejerce el retomo del oscurantismo, las pérdidas ■0
de memoria de las que Occidente parece afectado— a intervalos re­ 0
gulares— en lo concerniente a sus errores o crímenes, la tendencia O
desastrosa a considerar que el final de la guerra fría, liberando al ©
mundo del comunismo, lo ha liberado de su peor azote^— cuando,
con toda claridad, los verdaderos problemas están en todas par-

355
H IS T O R IA D E LA F IL O S O F ÍA E N E L SIGLO XX

tes— , todos estos factores pueden hacer temer, ima vez más, que la
filosofía no esté a la altura de las misiones que le esperan.
Vasta catedral inacabada, obra inacabable cuyo fin nadie verá,
la filosofía no deja de ser— en la actualidad— el único espacio de ar-
gnmentación racional en cuyo interior nuestras sociedades pueden
construir su futuro. Dando por supuesto, claro está, que son capa­
ces de asumir su pasado y de hacerse menos ilusiones sobre la rea­
lidad de su presente.

^ .©

356
G L O S A R IO

A N T IN O M IA Contradicción (real o aparente) entre dos leyes, dos princi­


pios.

APODÍCTico Se dice de una proposición cuya verdad es a la vez necesaria y


absoluta.

AxioívíÁTiCA {teoría) Forma tomada por una teoría deductiva construida a


partir de un pequeño número de axiomas, de los cuales pueden ser de­
ducidas rigurosamente todas las otras proposiciones de la teoría según
ciertas reglas de inferencia.

BEHAViORisMO Tendencia de la psicología moderna que se asigna el com­


portamiento como objeto de estudio y la observación como método de
investigación—excluyendo, por consiguiente, el recurso a la intros­
pección.

c o N S T A T iv o Se d i c e d e u n e n u n c i a d o q u e s e l im it a a d e s c r i b i r u n e s t a d o d e
c o sa s (o p u e sto a p e r fo rm a tiv o ).

Tendencia, intelectual o artística, a concebir la real­


C O N ST R U C T IV ISM O
dad como el producto de una construcción cuyos elementos pueden
ser claramente identificados.

[príTiápio de) Principio lógico según el cual no se puede


C O N T R A D IC C IÓ N
afirmar a la vez una proposición y su negación.

Concepción según la cual las proposiciones de base


C O N V EN C IO N A LISM O
de una teoría (de una teoría cienufica, en particular) no podrían ser
elegidas sino de manera convencional, por el efecto de una decisión ar­
bitraria.

Método de lectura de un texto dirigido a desestabili­


D E S C O N S T R U C C IÓ N
zar su «centro» aparente a partir de elementos semánticos tomados de
su «periferia».

357
G LO SA R IO

DIALÉCTICA Método de razonamiento que consiste en tomar en cuenta, en


el análisis de un objeto dado, las contradicciones constitutivas de éste.

EiDÉTiCA ireducció'ii) Reducción de un objeto a su «esencia» ideal (del grie­


go eidos^ «esencia»), independiente de las apariencias sensibles bajo las
que se presenta ese objeto.

EMPIRIOCRITICISMO Teoría del conocimiento inspirada en la de Kant (dicho


de otra manera, del «cridcismo»), pero más cercana al empirismo clásico.

EMPIRISMO Sistema según el cual el conjunto de nuestros conocimientos


sería el fruto de la experiencia, siendo excluido por definición todo co­
nocimiento «innato».

EPISTEMOLOGÍA Teoría de la ciencia.

ESPiRiTUALiSMo Nombre genérico de diversos sistemas filosóficos que


afirman la independencia (incluso la anterioridad) del espíritu en rela­
ción con la materia (opuesto a materialismo).

FENÓMENO Todo lo quc puede ser objeto de una experiencia posible, en el


espacio y en el tiempo. Por extensión; todo hecho u objeto que se ma­
nifiesta a la conciencia.

FENOMENALISMO Doctrina encaminada a reconstruir la realidad objetiva a


partir de los únicos fenómenos experimentados por la conciéncia (opues­
to a fisicalismo).

i) Dcscripción de los fenómenos. 2) Método filosófico


F E N O M E N O L O G ÍA
que se propone, por la descripción de las cosas mismas, fuera de toda
construcción conceptual, descubrir las estructuras de la conciencia y la
esencia de la realidad.

FISICALISMO Doctrina encaminada a reconstruir la realidad objetiva a par­


tir de objetos físicos de base, supuestamente existentes independiente­
mente de la conciencia (opuesto a fenomenalismo).

FO R M A LISM OConcepción según la cual la actividad matemática consiste


en manipular signos según reglas dadas, sin tratar de conferirles un
sentido a priori.

Relativo a la interpretación (en griego, hermeneid) de los


h e r m e n é u t íc o

textos o de los símbolos.


358
G LO SA R IO

HEURÍSTICO Qiie puede tener una utilidad en la búsqueda o en el descu­


brimiento (del griego heuriskein^ enconti'ar).
é
HiSTORicisMO i) Concepción según la cual la significación de un objeto ©
dado no puede comprenderse sino a partir del estudio de su génesis, 2)
Más generalmente, concepción según la cual la historia obedecería a
leyes que, correctamente comprendidas, permitirían en parte anticipar
lo venidero. Q
C)
HOLisMO Doctrina según la cual los enunciados científicos se remiten a la
experiencia no de manera individual, sino únicamente a través del con­
junto de la teoría a la que pertenecen (del griego bolos, «entero»),
©
IDEALISMO Nombre genérico de diversos sistemas filosóficos que, en el #
plano de la existencia o en el del conocimiento, subordinan la realidad
©
a la mente (opuesto a realismo, materialismo).
■Q
IDEOLOGÍA Conjunto de ideas o de creencias propias de una sociedad o de
una clase social. Por extensión: sistema de ideas (en general), visión del
mundo o de la vida. En sentido peyorativo: filosofía vaga y nebulosa.

iN DECiDiBLE Se dicc de una proposición que, en el marco de un sistema


formal dado, no puede ser ni demostrada ni refutada.
0
Concepción según la cual la actividad matemática no pue­
iN T u ic iO N is M o
de utilizar sino conceptos que pueden ser construidos y proposiciones
demostradas (de aquí el rechazo del tercio excluso).

L O G iciSM ODoctrina según la cual el conjunto de las matemáticas puede \i


ser reducido a la lógica o reconstruido a partir de ella. íii
LOGOCENTRisM o Tendencia a subordinar toda actividad del pensamiento ©
al reino del logos, entendido a la vez como «discurso» y «razón». ©

Nombre genérico de diversos sistemas filosóficos que ha­


m a t e r ia l ism o
Q
cen del espíritu o del pensamiento un producto de la materia (opuesto
a espiritualismo, idealismo). ©
í.;Ji
M E siA N iSM oPensamiento orientado por la espera de un salvador que ven­ O
drá a poner fin al presente orden, considerado como malo, y a susti­ 0
tuirlo por un orden perfecto.
o
METALENGUAjE Lenguaje especializado que se utiliza para describir otro
lenguaje, llamado «lenguaje-objeto».
359
G LO SA R IO

MONISMO Sistema según el cual el mundo no está constituido sino por


una única sustancia, por un único dpo de realidad.

NEGACiONisMO Ideología dirigida a negar la realidad del exterminio de los


judíos durante la Segunda Guerra mundial.

NOMINALISMO Doctrúia según la cual un concepto no es sino un nombre


desprovisto de realidad, siendo la única realidad existente la de los in­
dividuos a los que remite ese nombre (opuesto a realismo).

ONTOLOGÍA Rama o parte de la metafísica que se aplica al «ser en tanto


que ser», independientemente de sus determinaciones particulares.

PARADIGMA Modelo.
©.
PARADOJA i ) Proposición que contradice la opinión comúnmente admiti­
da. 2) Nombre dado a las contradicciones que pueden aparecer en el
curso de un razonamiento lógico-matemático.

PERFORMATivo Se dice de un enunciado que no describe nada, pero que,


cuando se profiere, equivale a la realización de un acto (opuesto a cons­
tativo).

RE/U.ISMO i) Nombre genérico de diversos sistemas filosóficos que, en el


plano de la existencia o en el del conocimiento, subordinan el espíritu
a la realidad (opuesto a idealismo). 2) Doctrina según la cual la signifi­
cación de cada uno de nuestros conceptos posee una realidad autóno­
ma y objetiva (opuesto a nominalismo).

REVISIONISMO Posición ideológica encaminada, según el caso, a cuestio­


nar ciertos aspectos de la doctrina marxista (Benistein) o ífeudiana
(Fromm), e incluso de la realidad histórica. En este último caso, se apli­
ca (entre otras) a la tesis según la cual el nacionalsocialismo se explicaría
por la necesidad de combatir el comunismo (Nolte). Por contra, la ne­
gación del exterminio de los judíos durante la Segunda Guerra mundial
no responde a un tipo de «revisión», sino a un puro «negacionismo».

SENSACiONAL/SMo Doctrina que hace de nuestras sensaciones el punto de


partida de todo conocimiento y, por tanto, de toda reconstrucción de
la realidad.

SENSUALISMO Doctrma segúj\ la cual todo conocimiento nos llega en pri­


mer lugar por los sentidos.
360
G LO SA R IO

SOLIPSISMO Doctrina según la cual el «yo» constituiría la única realidad


existente.

TAUTOLOGÍA Proposición verdadera sea cual sea el valor de verdad de sus


componentes (y cuya negación es necesariamente una contradicción).

TERCIO EXCLUSO {principio del) Principio lógico según el cual, de una pro­
posición y de su negación una al menos es verdadera, incluso cuando
ninguna de las dos está demostrada.

TRASCENDENTE F u e r a d e l a lc a n c e d e l c o n o c i m i e n t o .

trascendental Relativo a las condiciones de posibilidad a priori^ al fun­


damento y a los límites de nuestro poder de conocer.

361
vi!)

(v)

IN D IC E D E N O M B R E S

V0
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0
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i:.:©

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©
©

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©

©
©

Aclamov, Arthur, 287 241, 243, 244, 245, 254, 256,
Adler, Max, 112 , 134 257, 300
Adomo, Theodor W ., 173, 174, Arp, Hans, 89
^77» 204, 218, 219, 220, Artaud, Antonin, 325
221, 222, 223,224,225-229, Aubenque, Fierre, 103
240, 265,269, 315, 340, 341, Auffret, Dominique, 122
342^355 Austin,JohnL., 8 5 ,1 5 2 ,1 5 3 ,1 5 4 ,
Agustín, san, 68, 81, 212 164, 326, 342, 347, 349
Alain (seudónimo de EmiJe Char- Avenarius, Richard, 1 13
tier), 277 Axelos, Kostas, 200
Albert, Hans, 225 Ayer, AJfred Jules, 150, 16 1, 320
Alean, Félix, 174 Azúa, Félix de, 10
Althusser, Louis, 16, 125, 126,
200, 233, 270-276, 278, 279, Babeuf, Gracchus, 105
280, 281, 282,283,284,285, Bach, Johan-Sebastian, 19 .
303, 304, 305, 314, 322 Bachelard, Gastón, 165, 273, 277,
Améiy, Jean, 204 278, 280, 295, 305, 306, 309
Anaximandro, 194, 196 Badiou, Alain, 2 76, 303
Anselmo, san, 294 Balibar, Étienne, 276
Antonioni, Michelangelo, 287 Ball, Hugo, 89
Apel,Karl-Otto, 153, 338, 341, 342, Barnoin, Edouard, 16
343 > 349 . 350 Barthes, Roland, 303, 304
Apollinaire, Guillaume, 18 Bataille, Georges, 295, 299, 300,
Aragón, Louis, 177 305, 3 15 , 322
Arendt, Hannali, 98, 175, 205, 209, Baudelaire, Charles, 177
2 12 -2 16 , 218, 222, 240 Bauer, Otto, 112 , 134
Aries, Philippe, 306 Baumgarther, Peter, 164
Aristóteles, 25, 26, 33, 99, 187, Beaufret, Jean, 186, 192, 198, 199,
217, 236, 317, 318, 323 200, 202, 300
Armengaud, Fran90Íse, 150 Beauvoir, Simone de, 243, 244,
Aron, Raymond, 174, 208, 233, 240, 245
IN D IC E D E N O M BR ES

Bebel, August, 50 Bradley, Francis, 49, 50, 52


Beckett, Samuel, 207, 287 Brecht, Bertolt, 176
Benjamin, Walter, 17 5 -1 7 7 , 213, Brentano, Franz, 27, 37, 4 1, 96,
219, 220, 2 2 1, 263, 268, 3 15 , 97, 137, 160, 166, 187
327. 33 o> 352 Bretón, André, 297
Bennington, Geoffrey, 330 Breuer, Josef, 21
Bentham, Jeremy, 5 1, 3 12, 344 Bricmont, Jean, 327
Benveniste, Emile, 303 Brisset, Jean-Pierre, 306
Bergmann, Gustav, 128, 148 Broglie, Louis de, 20
Bergson, Henri, 39, 40, 90, 126, Brouwer, L. E. J., 34, 58, 73, 78,
165, 235, 252, 277, 278, 329 159
Berkeley, George, 13 7 Brunschvicg, Léon, 4 1, 126, 277
Bernstein, Eduard, i i i , 1 1 2 , 360 Buber, Martin, 47, 92, 95, 1 7 1 ,
Bettelheim, Bruno, 223 ^73
Blanchot, Maurice, 200, 201, 306, Burali-Forti, Cesara, 35, 54
3 2 2 ,3 2 8 ,3 2 9
Bloch, Ernst, 12 3, 124, 125, 173, Caird, Edward, 49
174, 17 5 , 176, 177, 265, 279 Camus, Albert, 243, 248, 254,
Bloch, Marc, 306 255
Blondel, Maurice, 126 Canguilhem, Georges, 244, 277,
Bloom, Alian, 218 306, 307
Boehme, Jacob, 294 Cantor, Georg, 20, 27, 32, 35, 37,
Boerhaave, Hermana, 3 17 54, 56, 278
Bogdanov, Alexandr, 1 1 3 , 114 , Carnap, Rudolf, 28, 30, 31, 36,
115 60, 70, 73, 75, 80, 127, 129,
Bohr, Niels, 20 130, 131-X 33. H 4 > 13^. i 37 >
Boltzmann, Ludwig, 70, 129 138 -14 4 , 145 , 146, 147, 148,
Bolyai, János, 32 149, 150, 156, 159, 160, 16 1,
Bolzano, Bemhardt, 25, 26, 27, 31, 162, 163, 165, 169, 189, 19 1,
32, 38, 39,43, 5 6 ,1 2 7 ,1 2 8 ,1 3 4 , 200, 226, 236, 293, 319
1 3 7 .2 7 8 Cassirer, Emst, 91, 103, 104, 170,
Boole, George, 28, 29, 30, 31, 32, 17 1 , 182, 189, 294
3 3 > 3 5 « Castoriadis, Cornelius, 255, 285
Borel, Emile, 277 Cavadles, Jean, 104, 277, 278,
Bosanquet, Bernard, 49 282
Bosetti, Giancarlo, 234 Cavell, Stanley, 16, 166, 303,
Bouglé, Célestin, 296 326,331,333,344,347,348,
Bourdieu, Fierre, 201 350
Bourget, Paul, 195 Celan, Paul, 184, 287
Boutroux, Emile, 126 Cendrars, Blaise, 18
Bouveresse, Jacques, 16, 337 Cézanne, Paul, 19
366
ÍN D ICE D E N O M BRES

Char, Rene, 200 3 0 5 .3 2 2 -3 3 0 ,3 3 2 .3 3 3 ,3 3 4 . ■ ■f ■


Chartier, Emile, véase Alain 3 4 3 ,3 4 4 .3 4 8 . : i:- i
Chisholm, Roderick, 160 Descartes, René, 25, 28, 39, 42,
Chomslcy, Noam, 165, 166, 293 4 5 ,4 8 ,2 2 1 ,2 5 2 ,2 9 7 ,3 0 4 ,3 3 3 ,
Church, Alonzo, 79 347 ■: ©

Churcliill, Winston, 205 Dewey,John, 156, 157, 158, 320, ■■ ■..ó


Churchland, Paul, 166 33 i> 334 >3 45 . 349
Cloran, Emil, 287 Diamond, Cora, 78
Clérambault, 298 Diéguez, Manuel de, 286
Clinton, Bill, 346 Dietzgen, Joseph, 112 vv'.'V.;)
Cohén, Hermann, 22, 4 1, 50, 90, Dilthey, Wilhelm, 44, 124, 288
91, 95, 112 , 169 Dollfuss, Engelbert, 147 ■ j ©
Collingwood, Robín G., 1 5 1 Dostoievski, Fedor, 66 ■ :■ ©
Cometti, Jean-Pierre, 331 Dubuffet, Jean, 287
-M
Comte, Auguste, 127 Duchamp, Marcel, 89, 126 ■
Conant, James B., 3 17 Dufrenne, Mikel, 290
Condillac, Etienne B. de, 325 Duhem, Pierre, 129, 143, 160, 277,
Cooper, David, 259, 308 294, 3 17
Copérnico, Nicolás, 294 Dühring, Eugen, iio
Corbin, Henry, 198, 299 Dumézil, Georges, 304, 305, 306,
Coururat, Louis, 50, 138, 277 307
Croce, Benedetto, 125, 15 1 Dvunmett, Michael, 36, 155
Cropsey, Joseph, 218 Duns Scotto, John, 97
Dupuy, Jean-Pierre, 160 l )
Dalí, Salvador, 298 Durkheim, Emile, 277, 343 ■
Darwin, Charles, iio Dworkin, Ronald, 345, 347 0

Davidson, Donald, 163, 164, ©


352 Ebert, Friedrich, 263 ■. ©
De Morgan, Augustus, 29 Eichmann, Adolf, 214 i-j
Debord, Guy, 316 Eiñstein, Albert, 20, 128, 134,
©
Deborin, 1 21, 122, 123 168
Debussy, Claude, 19 Emerson, Ralph W ., 66, 347,
Dedekind, Richard, 20, 26, 278 348 ■ L->
Delacampagne, Christian, 308, Engels, Friedrich, 70, 106, 108, 0
312 109, n o , I I I , 112 , 114 , 11 5 ,
l .0
Deleuze, Gilíes, 306, 308, 314, 120, 139, 172
' .u
3 1 5 .3 3 8 Epicuro, 105

Demócrito, 105 Epiménides, 54
Dennett, Daniel, 163, 166 Epstein, Joseph, 320 ■„ 0

Derrida, Jacques, 16, 155, 166, Ernst, Max, 89, 297 Q

200, 201, 284, 285, 303, 304, Establet, Roger, 276 ■ :'i :0
367
ÍNDICE DE NOMBRES

Ettiíiger, Elzbieta, 212 Gandillac, Maurice de, 104, 198


Euclides, 57 Gauguin, Paul, 19
Gaulle, Charles de, 241
Fanón, Frantz, 253 Gauss, Cari F., 32
Farias, Víctor, 201, 328, 339 Gavi, Pliilippe, 261 .
Faurisson, Robert, 198 Genet, Jean, 325
Faye, Jean-Píerre, 193, 201 Genette, Gérard, 163, 304
Febvre, Luden, 306 Gentile, Giovanni, 12 5
Féclier, Fran^ois, 199 ^ Glucksmann, André, 241
Feigl, Herbert, 147, 148, 159 Godel, Kurt, 58, 79, 130, 144, 146,
Feuerbach, Ludwig, 105,106, iio , 148
T12, 280 Goethe, WoJfgang, 38
Feyerabend, Paul, 332, 335, 336 Goldhagen, Daniel J., 206
Fichte, Johan Gottlieb, 136, 280 Goodman, Nelson, 16 1, 162, 163,
Fodor, Je n y A., 163 164, 165
Follesdal, Daglin, 167 Gramsci, Antonio, 76, i i i , 12 3,
FoucauJt, MicheJ, 16, 15 5 , 166, 125, 279
167, 200, 201, 277, 295, 304, Granel, Gérard, 195
30 5 -314 , 3 15 , 316, 32 1, 322, Granet, Marcel, 297, 304
330 , 333, 343, 355 Green, Thomas H., 49
Franco, Francisco, 215 Gropius, Walter, 132
Frank, Philipp, 129, 130, 146, 148 Grünberg, Cari, 172
Frazer, James G., 75 Guattari, Félix, 308, 3 14
Frege, Gottlob, 25, 27, 28, 3 1- Guitton, Jean, 272
3 <5, 37 . 38, 3 9 ’ 40. 43. 48. 52. Gurvitch, Georges, 197, 247
53. 54. 55. 56, 64, 65, 66, 67,
<58 , 77, 7 9 , 81, 128, 130, 13 1 , Habermas, Jürgen, 44, 153, 166,
138, 140, 144, 149, 152, 155, 200, 33 ^ - 344 , 349, 350, 355
16 1, 169, 190, 19 1, 342, 354 Haeckel, Ernst, zf4
Freud, Sigmund, 21, 8 9 ,134 , 168, Haecker, Theodor, 182
200, 209, 221, 266, 274, 275, Hahn, Hans, 127, 129, 130, 134,
277, 282, 291, 299, 300, 301, M 5, M 7
302, 325, 348 Haré, Richard, 15 4
Fromm, Erich, 92, 17 3, 174, 175, Hayek, Friedrich von, 148
219, 266, 360 Hegel, G. W . H., 40, 43, 49, 92,
Fulcuyama, Francis, 242, 327 93, 94, 105, 106, lio, III,
112 , 115 , 11 7 , 118 , 123, 125,
lo:)
Gadamer, Hans-Georg, 47, 18 1, 127, 156, 166, 172, 199, 209,
186, 200, 208, 288, 289, 290, 226, 235, 236, 242, 258, 262,
29 L 339 , 340^ 3 4 L 344 264, 273, 274, 277, 278, 280,
Galileo, 295, 3 17 295. ^99> 300, 305, 325, 342
168
ÍNDICE DE NOMBRES

Heidegger, Martin, 24, 40, 41, Hume, David, 24, 49, 128, 145
43, 45, 46, 64, 75, 86, 91, 95, Husserl, Edmund, 25, 27, 32, 36-
96-104, 126, 127, 140, 14 1, 48, 91, 96, 97, .98, 100, 102,
142, 148, 150, 15 1, 172, 174, 1 1 3 , 127, 129, 136, 150, 164,
175, 178-204, 209, 210, 212, 166, 172, 182, 183, 187, 189,
2 13, 216, 217, 221, 222, 226, 190, 193, 199, 209, 235, 244,
247, 248, 250, 251, 263, 264, 245, 246, 248,^250, 264, 290,
265, 274, 278, 281, 289, 290, 294, 3 15 , 322, 323, 324, 328,
295, 300, 301, 323, 325, 328, 329
329, 330, 331, 333 , 334 , 335, Hyppohte, Jean, 199,274, 300, 301,
336, 337 , 338, 339 , 343 , 34 ^, 303, 305, 307
3 5 2 ,3 5 3
Heine, Heinrich, 168 lonesco, Eugéne, 287
Heisenberg, Wemer, 20
Helmholtz, Hermann von, 116 Jabés, Edmond, 325
Helvétius, Claude-Adrien, 105,106, Jacob, Pierre, 147
H 2, 115 Jakobson, Román, 16, 293, 296,
Hempel, Cari G., 148 300, 301, 302
Heráclito, 192, 197,.236 James, William, 30, 60, 128, 13 1,
Herbrand, Jacques, 277 134, 156, 15 7 , 165, 334
Hertz, Theodor, 70 Jankélévitch, Vladimir, 16, 209
Herzl, Theodor, 95 Jaspers, Karl, 47, 91, 209, 210,
Hilbert, David, 34, 58, 77, 91, 2 1 1 , 212, 213, 2 i 6, 218, 228,
1 3 4 ,14 4 ,2 9 4 290, 299, 339
Hindenburg, Paul von, 168 Jones, Emest, 300
Hitler, Adolf, 46, 63, 88, 147, Joyce, James, 303
148, 168, 170, 174, 177, 178, Jünger, Ernst, 194, 2 15
179, 180, 181, 182, 190, 192,
205, 206, 209, 2H , 228, 231, Kandinsky, Wassily, 19
232, 237, 238, 264 Kant, Emmanuel, 22, 23, 24, 25,
Hobbes, Thomas, 137, 217, 275 26, 27, 28, 31, 32, 36, 39, 40,
Holbach, Paul Henri Dietrich, 4 1, 42, 44, 45, 49, 50, 70, 78,
barón de, 105, 112 , 11 5 loo, 103, 105, 106, I I I , 115 ,
Holderlin, Friedrich, 192, 197 118 , 128, 138, 154, 156, 217,
Hook, Sidney, 157, 158, 331 227, 228, 280, 289, 358
Horkheimer, Max, 1 71, 172, 173, Kautsky, Karl, i i i , 112 , 120, 234
174, ^75, 177, 218, 219, 220, Keynes,John Maynard, 65
221, 222, 223, 224, 225, 228, IChlebnikov, Velimir, 18, 293
264, 265, 268, 315, 340, 341, Kierkegaard, Soren, 68, 75, 92,
3 4 2 ,3 5 5 100, 17 4
Hugo, Víctor, 243 Klages, Ludwig, 188
369
ÍN D ICE D E N O M BRES

Klimt, Gustav, 19, 64 Lévi-Strauss, Qaude, 200,279,296,


Klossowski, Fierre, 81, 295, 306 297, 298, 300, 301, 303, 304,
Kohier, Wolfgang, 77, 172 305* 324
Kojéve, Alexandre, 122, 199, 216, Lévy, Benny, 261
2 17 , 240, 274, 278, 296, 299, Lévy, Bérnard-Henri, 24 1, 353
300 Lévy-Bruhl, Luden, 21, 296
Kotarbinski, Tadeusz, 28 Lewis, Clarence I., 156, 158, 16 1
Koyré, Alexandre, 165, 198, 246, Lewis, John, 283
277, 294, 295, 296, 299,301, 306, Liebknecht, Karl, 174, 263
309, 3 15 , 316, 317 , 318 Liebknecht, Wilhelm, 50, i i i , 263
Kraus, Karl, 65 Lobatchevski, Nikolaí, 32
Krieck, Ernst, 18 1, 193, 194, 196 Locke, John, 38, 49, 2 17 , 334
Kripke, Saúl A^, 83, 164 Loos, Adolf, 65
Kuhn, Thomas S., 16, 165, 295, Lotze, Rudolf H., 32
3 1 6 - 3 2 1 , 33 b, 332, 333 Lounatcharski, Anatoly V., 1 1 4
Kun, Bela, 12 3 , 12 4 Lovejoy, Arthur, 156, 3 17
Kupka, Frank, 19 Lowith, Karl, 96, 175, 182, 186,
198, 340
Labriola, Antonio, i i i , 125 Lukács, Gyórgy, i i i , 12 3, 124,
Lacan, Jacques, 16, 200, 274, 279, 1 73, 1 76, 263, 279, 355
280, 295, 298, 299, 300, 301, Lukasiewicz, Jan, 28, 58, 159
302, 303, 304, 305, 348 Lutero, Martín, 98, 170
Lacis, Asia, 176 Luxemburg, Rosa, 174, 263
Lacoue-Labarthe, Philippe, 185 Lyotard, Jean-Frangois, 3 15 , 343,
Lacroix, Jean, 272, 275 344
Laing, Ronald, 259, 308 Llull, Ramón, 25
Lakatos, Imre, 318, 332
Lanzmann, Claude, 208 Maclntyre, Alasdair, 345
Lanielle, Frangois, 329 Mach, Ernst, 38,60, 70, 1 12, 116 ,
Lassalle, Ferdinand, 234 128, 129, 130, 13 1, 132, 134,
Lefort, Claude, 255 137, 142, 143, 145, 165
Leibniz, Gottfried Wilhelm, 24, Macherey, Fierre, 276
25, 26, 28, 29, 50, 127, 305 Mahler, Gustav, 19
Lenin, 62, 104, 10 9 ,112, 113, 114 - Maiákovski, Vladimir, 18, 293
119 , 120, 12 1, 122, 127, 134, Maine de Bíran, Fran^ois-Pierre,
148, 239, 268, 275, 279, 281 252
Lesniewski, Stanislaw, 28, 159 Malebranche, Nicolás de, 252
Levi, Primo, 287 Malevitch, Kasimir, 19, 73, 114 ,
Levinas, Emmanuel, 47, 64, 96, 293
1 04 , 1 9 7 , 1 9 8 , 2 4 4 , 2 4 5 , 2 4 7 , Malraux, André, 88, 241
3^5 Mamardachvili, Merab, 283, 284

370
IN D ICE D E N O M BRES
Q.)
Man, Paul de, 326, 328 Miller, James, 3 14
Mangolis, Joseph, 201 Minin, 120, 12 1 p}
Mannheim, Karl, 172 Moeller van den Bruck, Ai*thür,
M aoTse-Tung, 126 88 o
Maquiavelo, Nicolás, 125, 217, Móllendorf, Wilhelm von, 179,
©
2 7 5 .2 7 6 180
©
Marcel, Gabriel, 290, 329 Mondrian, Piet, 19, 13 5
Marcuse, Herbert, 16, 173, 174, Monk, Ray, 74 o
17 5 , 184, 185, 201, 219, 233, Montague, William P., 156 ©
240, 259, 262-270, 285, 286, Montaigne, Alichel de, 347 0
340, 341 Montesquieu, 217, 275, 276
Moore, George E., 50, 5 1, 52, 55,
o
Marchaisse, Thierry, 16
©
Marión, Jean-Luc, 47 65, 68, 74, 76, 128, 149, 150,
.()
Marx, Karl, 43, 50, 10 5 -110 , ii i, 15 4 .2 3 6 ,3 5 4
112 , 114 , 115 , 1 1 7 , 118 , 119, Moreau, Gustave, 19
120, 12 1, 123, 129, 134, 168, Morrell, Ottoline, 59 ■ '©
172, 189, 198, 199, 215, 218, Morris, Charles, 153, 200 ..0©
222, 225, 227, 234, 235, 236, Mosés, Stéphane, 169
237, 238, 241. 243, 253, 257, Mounier, Emmanuel, 254, 290
258, 260, 262, 264, 267, 269, Moussorgski, Modeste, 19
:XD
27 1, 272, 274. 275, 276, 277, Münzer, Thomas, 124
278, 279, 280, 281, 285, 314, Mussolini, Benito, 125, 215 0)
327, 340, 342, 343, 346, 354 ■©
Maspero, Frangois, 284 Nagel, Emest, 319, 320 O
Mauss, Marcel, 297 Nagel, Thomas, 164, 165 ■ r\
McTaggart, John Filis, 49 Nagy, Imre, 124
Mead, Georg H., 343 Natorp, Paul, 50, 98
k-)
Meinong, Alexius von, 27, 55, 96 Neurath, Otto, 12 7,12 9 , 130, 134,
Mendel, Gregor, 21 13 6 ,13 7 ,14 2 ,14 3 ,14 4 ,14 5 ,14 6 , ©
Mendelssohn, Moses, 168 147 M
Merleau-Ponty, Maiudce, 4 7 , 151, Newton, Isaac, 20, 3 17 ■0
200, 243, 248, 251, 252, 254, 255, Nicod, Jean, 159, 277 ■©
256, 273, 274,275, 297,300,303, Nietzsche, Friedrich, 28, 43, 66, ■ '©
322 68, 86, 92, 97, 124, 125, 188,

Mersenne, 295 189, 190, 194, 195, 196, 199,

Meschonnic, Henri, 202 200, 221, 229, 277, 299, 305,
Metzger, Héléne, 277, 3 17 3 0 6 ,3 13 ,3 4 8 ■©
Meyerson, Émile, 160, 277, 294, Nizan, Paul, 123, 126, 243, 244, ■©
3 17 246, 253, 277, 298 :®
Mili, John Stuart, 38, 49, 51, 52, Nolte, Ernst, 339, 360
344 Nozick, Robert, 346
'I 0
371 - tí)
ÍN D ICE DE N OM BRES

Occam, Guillermo de, 56 36, 80, 13 1, 145, 156, 15 8 -16 1,


Ortega y Gasset, José, 10 162, 163, 164, 165, 167, 317 ,
Ott, Hugo, 180, 182, 185, 201, 320, 332, 333, 348
328
Ramoneda, Josep, 10
Panofsky, Erwin, 170, 17 1 Ramsey, Frank P., 68
Parsons, Talcott, 343 Ranciére, Jacques, 276
Pascal, Blaise, 86 Ravel, Maurice, 64
Pastear, Louis, 2 1 Rawls, John, 166, 344-347, 348,
Payr, Peter, 164 350
Peano, Giuseppe, 31, 52, 53, 54, Redon, Odilion, 19
56, 138 Reich, Wilhelm, 173
Peirce, Charles S., 28, 30, 3 1, 33, Reichenbach, Hans, 13 1, 137,
É V.; 40, 52, 70, 137, 139, 156, 157, 148
158, 320, 342, 349 Resnais, Alain, 207, 287
Perry, Barton, 156 Rey, AbeJ, 129
Pessoa, Fernando, 18 Rickert, Heinrich, 97
Piaget, Jean, 3 17 Ricoeur, Paul, 48, 15 3, 200, 290,
Pitágoras, 61 291, 292, 329, 341
Planck, Mají, 20 Richardson, William, 187
Platón, 99, 189, 217, 220, 236, Riemann, Bernhard, 32
238» 315» 319» 322, 325, 332, Rilke, RainerM., 18, 67
333 Rivenc, Frangois, 3 5
Plekiianov, Georgi V., 112 , 114 , Riviére, Pierre, 3 1 1
120 Rockmore, Tom, 201
Poincaré, Henri, 58, 116 , 277 Ronse, Henri, 323
Poliakov, Léon, 204, 205, 206 Rorty, Richard, 44, 52, 85, 128,
Politzer, Georges, 123, 126, 277, 166, 203, 322, 326, 3 3 0 3 3 7 , 343,
278 344, 34 7 ,.34S, 349 , 350, 352,
Popper, Karl, 2x, 28, 80, 145, 353
146, 147, 148, 153, 154, 164, Rosenzweig, Franz, 46, 91, 92-96,
165, 225, 226, 233-240, 241, 100, 148, 169, 1 7 1 , 173, 177,
242, 243, 256, 318, 3 2 1, 332, 352
333 , 3 4 F 348, 349 Rothko, Mark, 287
Poulantzas, Niko, 287 Rouilhan, Philippe, 35
Proust, Marcel, 177 Rousseau, Jean J., 217, 275, 324,
Putnam, Flilary, 44, 166, 320, 325
344, 348, 349, 350, 355 Roussel, Raymond, 306
Royce, Josiah, 156, 158
Queneau, Raymond, 300 Rubert de Ventós, Xavier, 10
Quine, Willard Van Ormand, 28, Russell, Bertrand, 34, 35, 36, 48,

37 ^
ÍN D IC E D E N O M BRES

49-64, 65, 66, 67, 68, 73, 74, 1 7 0 ,1 7 1 ,17 3 ,1 7 5 ,1 7 6 ,1 7 7


75. 7 <5, 77. 78, 79. 80, 81, 88, Scholz, Heinrich, 38
90, 113 , 127, 128, 129, 130, Schonberg, Arnold, 19, 173
13 1 , 134, 138, 149, 150, 153, Schopenhauer, Arthur, 68, 75, 199
157, 158, 16 1, 189, I9I, 200, Schroder, Ernst, 31, 37, 52
221, 234, 236, 237, 253, 315, Schrodinger, Erwin, 20, 168
342 Searle, John R., 153, 164, 326
Ryan, Alan, 158 Sebestik, Jan, 13 1
Ryle, Gilbert, 15 0 ,1 5 1 , 152, 154, Sellars, Wilfred, 161, 317, 318,
163 332
Rytmann, Héléne, 271, 273 Serres, Michel, 304, 305
Shakespeare, William, 347
Saba, Umberto, 18 Shanon, Glande, 163
Sabag, Lucien, 287 Simmel, Georg, 227
Saint-Simon, Glande H., conde Singa, Hans, 201
de, 105 Smith, Adam, 346
Salazar, Antonio de O., 215 Sócrates, 217
Sancta Clara, Abraham de, 97 Sokal, Alan, 327
Sandel, Michael, 345 Soloviev, Vladimir, 299
Santayana, George, 156 Solzhenitsin, Alexander, 241
Sartre, Jean-Paul, 4 1, 42, 47, 63, Soulez, Antonia, 13 1, 134
64, 126, 15 1 , 155, 192, 193, Spengler, Oswald, 88, loi, 124,184,
198, 199, 200, 208, 209, 213, 2 2 1,2 5 6
233, 241, 243-262, 265, 266, Spielberg, Steven, 208
270, 275, 278, 286, 295, 304, Spinoza, 68, 102, 275, 282
305, 3 1 1 , 322, 343, 355 Sraffa, Piero, 76, 80
Saussure, Ferdinand de, 21, 31, Stáel, Nicolás de, 287
292, 293, 296, 301, 322 StahJ, Georg E., 3 17
Savater, Femando, lO Stalin, 118 , 119 , 12 1, 122, 125,
Scheler, Max, 90, 91 199, 206, 256
Schelling, F. W . J., 95, 124, 209, Stark, Franz, 240
340 Steiner, George, 338
Schirmacher, Wolfgang, 185 Stohr, Adolf, 129, 130
Schleiermacher, Friedrich, 288 Stout, George, 49
Schlick, Moritz, 70,73,74,127,130, Strauss, Leo, 175, 216, 217, 218,
134, 137, 138, 14 1, 143, 240
146, 147, 159, 16 1, 237 Strawson, Peter F., 152, 154
Schlipp, Paul A , 13 1, 348
Schmitt, Cari, 194, 215, 330 Tagore, Rabindranath, 73
Schneeberger, Guido, 180 Tarski, Alfred, 28, 137, 144, 146,
Schoíem, Gershom, 92, 95, 169, 148» ^59 » 318
373
ÍN D IC E D E N O M BR ES

Tatlin, Vladimir, 114 , 135 Weil, Félix, 172


Taylor, Charles, 345 Weininger, Otto, 65
Tito, 254 Wertheimer, Max, 172
Todoroy, Tzyetan, 303 Whitehead, Alfred N ., 52, 56, 57,
Tomás, santo, 97 59. 134. 158- ^59 . 268
Towarnicki, Frédéric, 198 Wiener, Norbert, 163
Toynbee, Arnold, 88, 124, 256 Wiggershaus, Rolf, 2*20
Trakl, Georg, 18 Williams, Bernard, 15 4
Trías, Eugenio, 10 Wittgenstein, Ludwig, 24, 36, 58,
Trombadori, Duccio, 310 59, 60, 64-86, 90, 95, 1 1 3 , 127,
Trotski, León, 1 2 1, 158, 3 3 1 130, 136, 137, 142, 145, 149,
Trubetzkoi, Nicolás, 293 150, 15 1 , 152, 153, 16 1, 163,
Turing, Alan, 163 164, 167, 17 3 , 190, 192, 201,
Twardowski, Kasimir, 27, 36, 96 267, 283, 290, 303, 306, 334,
Tzara, Tristan, 89 347 . 348, 352, 354
Wyman, David S., 2 11
Unamuno, Miguel de, 10
Ungaretti, Giuseppe, 18 Zambrano, María, 10
Zermelo, Ernst, 3 1
Valéry, Paul, 46, 88, 189, 328 Zola, Emile, 243
Van Gogh, Vincent, 19 Zubiri, Xavier, 10
Vamhagen, Rabel, 212
Vattimo, Gianni, 47, 290
Velázquez, Diego, 309
Vemant, JeanTierre, 304
Vertov, Dziga, 1 18
Veyne, Paul, 3 1 3
Vico, Giambattista, 125
Víctor, Pierre, 261
Voltaire, 105, 243

Waelhens, Alphonse de, 198


Wagner, Richard, 19 ,19 5, 219, 297
Wahl, Jean, 126, 199, 247, 281,
302, 329
Waismann, Friedrich, 73, 74,
1 3 0 ,1 4 2 ,1 4 8
Walzer, Michael, 346
Weber, Max, 172, 240, 343
Weil, Eric, 1 7 1, 198

374
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