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La eterna conquista

La represión sistemática contra las normales rurales, ahora contra las compañeras de

Cañada Honda, la resistencia que actualmente se está dando en Tepoztlán contra un

megaproyecto (ampliación de la autopista para el “desarrollo”), el saqueo de nuestros

recursos naturales y el despojo sistemático, son episodios de una guerra contra los pueblos,

momentos de la eterna conquista. La conquista es más que un momento de la historia. Se

podría definir como la imposición violenta, por fuerzas externas, de un sistema de

dominación.

El despojo, la destrucción de la cultura dominada, la violencia sistemática, el racismo, la

desigualdad y la reorganización de la economía atándola a los intereses externos, son parte

de la conquista y su consecuencia, la colonia. El sistema de dominación instaurada por la

conquista-colonia ha dejado en la sociedad mexicana una profunda marca difícil de borrar.

Como señalan los estudios de la colonialidad del poder, la decolonización de nuestras

sociedades es una tarea pendiente y urgente por hacer.

Guillermo Prieto, político e intelectual liberal del siglo XIX, con sinceridad escribió que la

independencia “nos convirtió a nosotros realmente en los gachupines de los indios”.

Señalando la continuidad de la colonia en el México independiente. El sistema de

dominación inaugurado por la conquista, a lo largo de la historia se ha buscado desmontar,

pero logra cada vez actualizarse. Una tragedia recurrente, que es también la de un país

inestable, sin soberanía y en crisis. Algunos pensadores lo observan como un Estado

fallido, pero podría ser el estado colonial, en un momento de su eterna conquista.


El neoliberalismo se puede entender como una actualización de la conquista. Una ofensiva

violenta para establecer un nuevo sistema de dominación. En el camino se ha perdido la

soberanía, la desigualdad social se agudizado, la acumulación por despojo se convierte en

el eje de desarrollo y se explota la mano de obra mexicana a niveles extremos. Desde abajo,

desde el pueblo, este periodo se presenta como una tragedia, como una guerra.

El pofiriato cuyo lema fue “orden y progreso”, periodo de la llamada pax porfiriana, fue

para el pueblo en realidad una época de guerra, represión, esclavitud y muerte. Eso estamos

viviendo en la actualidad con el neoliberalismo. La visión desde abajo, de los pueblos, del

despojo, de la agudización de la explotación, de las familias desgarradas por la migración y

la violencia, es una historia que hay que rescatar. Es el testimonio de una guerra, de la

eterna conquista.

Las múltiples luchas contra el neoliberalismo son un bando de resistencia. Sin embargo, no

todas visualizan el peligro y la magnitud de la presente guerra. De ahí la importancia de las

luchas comunitarias, de la candidatura indígena del CNI-EZLN y las resistencias contra los

megaproyectos. En esta reedición de la conquista las comunidades indígenas son

vanguardia y no se equivocan en señalar que lo que está en juego es la vida.

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