Sei sulla pagina 1di 20

comunitarismo

Los presupuestos comunitaristas


Una síntesis
Belén Moncada
Universidad de Navarra

En los últimos años el Comunitarismo ha comenzado a tomar


fuerza como alternativa intelectual y política dentro del horizonte del
pensamiento sociológico. Su arraigo en EEUU es cada vez mayor,
hasta el punto de constituir un auténtico foro de debate dentro de la
sociología y la política. En España el pensamiento comunitarista cobra
cada vez mayor importancia, fundamentalmente a través del trabajo
que se realiza desde la SASECE, el capítulo español de la Sociedad
para el Avance de la Socioeconomía.

¿Pero qué es exactamente el Comunitarismo? ¿Es un nuevo sis-


tema político, sustituto de una democracia agotada? ¿O es una nueva
revolución sociológica llamada a unir a los comunitaristas del mundo,
como en su día lo hizo el marxismo? ¿Es por fin la solución a los ex-
cesos del liberalismo y la sustitución al anacrónico comunismo en una
sociedad post industrial?

Podemos definir el Comunitarismo como una respuesta socio


política al desgaste de las alternativas liberal y socialista en el intento
de ordenar lo público y lo privado. El principio del mercado como regu-
lador social de la vida cotidiana se revela ya insuficiente para afrontar

113
Los presupuestos comunitaristas. Una síntesis

los nuevos retos que la actual sociedad plantea56, y la planificación


socialista, aguada quizás en sus versiones europeas, no termina de
calzar con la necesidad dual de crecimiento y libertad. El nuevo siglo
ha traído consigo un nuevo concepto de Estado, así como un nuevo
concepto de persona, espacio y tiempo, que desestabilizan los para-
digmas liberal y socialista de bienestar.

Al agotamiento del individuo liberal como sujeto y, especialmente,


a las nuevas necesidades de convivencia en un mundo plural, viene en
parte a contestar este paradigma sociopolítico que es el Comunitarismo,
donde el individualismo liberal y el igualitarismo socialista son supera-
dos por una nueva alternativa política y social de hondas raíces clási-
cas. Además, el Comunitarismo constituye una propuesta práctica —y
no puramente académica—, capaz de ponerse en marcha en cualquier
momento. Su aplicabilidad —que en nada merma su rigor doctrinario—,
hace de esta nueva alternativa política y social una invitación a la ac-
ción, una propuesta que habrá que concretar para cada entorno social.
El Comunitarismo no es, por tanto, una política universalizable.

La comunidad y la persona.
Los nuevos sujetos

Lo más sencillo para explicar el Comunitarismo es compararlo con


lo que no es. Así, resulta fácil entender su definición de persona si la de-
finimos en contraposición a la definición liberal. Sus postulados quedan
siempre más claros si al definirlos se hace referencia a los postulados
liberal y socialista a los que se opone. Sin embargo, el Comunitarismo
no constituye solamente algo que no es liberalismo ni socialismo, sino
que tiene una identidad teórica y práctica propia. Si bien su intención
es eminentemente práctica, su formulación teórica arroja muchas luces
sobre su modo de entender al hombre y su entorno social.

Para poder definir este paradigma sociológico, hay que comenzar


por considerar que el sujeto humano no sólo es, sino que coexiste57. De
56 Cfr. “Laberintos; transcurso por las señas del sentido”, en Anthropos, 188 (2000), p. 140.
57 Cfr. PÉREZ ADÁN, José, Socioeconomía, Editorial Trotta, Madrid, 1997, p. 82.

114
comunitarismo

ahí que el Comunitarismo conciba la sociedad como una comunidad de


comunidades dotadas de atributos. La comunidad, objeto de análisis del
Comunitarismo, es entendida como colectivo humano unido por relacio-
nes. La sociedad deja de ser, por tanto, la suma liberal de múltiples indivi-
dualidades aisladas, interrelacionadas entre sí por criterios de convenien-
cia política o económica y se presenta como un sujeto de acción. Al dotar
de subjetividad a la comunidad, el Comunitarismo rasga el orden liberal
basado en el individuo como sujeto único de derechos, y desarrolla una
teoría sobre la relación como base de la sociedad. Al descomponer el
“yo vs. tú” mediante el “nosotros”, el Comunitarismo lanza a la arena
sociológica y política un nuevo concepto de bien común, interés, dere-
chos y deberes, y una redefinición del papel del Estado y el mercado.

La comunidad, según el paradigma comunitarista, es un organis-


mo vivo, con el que hay que contar a la hora de organizar la sociedad.
Si el individuo es la unidad de análisis de la teoría democrática liberal,
diferenciándose así de la concepción medieval; y la clase es la unidad
de análisis y de acción del socialismo58, podemos decir que la comu-
nidad constituye la unidad de análisis y de acción del Comunitarismo.
Por ello aboga por la recuperación de la dimensión comunitaria del
hombre, que parece haber perdido esa referencia antropológica a la
hora de pensar sobre sí mismo.

La irrupción del “nosotros” perfora también la ideología nacio-


nalista basada en la exclusividad de los sujetos respecto de los otros.
El nacionalismo, lógica consecuencia de la visión individualista liberal,
explica las diferencias colectivas como la suma de individualidades del mis-
mo género o especie cultural59. Y en virtud de esas diferencias con otras
sumas de individualidades establece un criterio de identidad (y otro de ex-
clusión) dentro del orden político y social. El Comunitarismo, en cambio,
propone una visión solidaria frente a la insolidaridad propia de las políticas
nacionalistas.

58 Cfr. MERTZ,Oscar “Fundamentos de la teoría política democrática liberal”, Estudios Públicos nº 17 (1985),
Santiago de Chile, p. 41.
59 Cfr. PÉREZ ADÁN, José, Manifiesto Anticonservador, Ediciones Carmaiquel, ¿Valencia?, 1998, pp. 66-67.

115
Los presupuestos comunitaristas. Una síntesis

Una buena sociedad es aquella que, como dice Amitai Etzioni,


fundador del Comunitarismo, considera a las personas como un fin en
sí mismo, y no un medio60. En este sentido, el Comunitarismo se aleja
totalmente del concepto de individuo que maneja el liberalismo, en vir-
tud del cual las relaciones entre los individuos se articulan en función
del beneficio que de esa relación se reporta. A la vez se diferencia del
concepto socialista de persona, que hace desaparecer al individuo de la
escena para otorgar todo el protagonismo político y social al Estado.

Para el liberalismo individualista, las relaciones que pueden


construirse en una sociedad se basan, por tanto, en el interés. El
único límite que se impone es que no dañen al otro; es decir, de
nuevo el interés. El Comunitarismo parte de la idea de que la óptica
individualista en la que hoy nos movemos ha reducido las personas
a individuos aislados, y sus relaciones a contratos. La artificialidad
de la sociedad creada a partir de esta reducción liberal imposibilita
cualquier relación que exceda el criterio racional del interés. Por eso,
desde está lógica liberal, se hace imposible definir el bien común,
ya que lo común ha dejado paso a la atomización individual. El bien
común es el bien individual.

En el caso de la economía neoliberal esto es evidente. Tanto


tienes, tanto vales. La vida económica está regulada por las relaciones
impersonales que crea el mercado, y que asignan valor a lo que aporta
beneficio económico. De esta manera, en la óptica liberal, el Estado
se limita a garantizar la inviolabilidad de la libertad individual y a salva-
guardar los derechos. La noción de deberes se desliga de la noción de
individuo, ya que no cabe en una perspectiva basada en el interés.

Del mismo modo, para el socialismo el Estado se convierte en


el comprador, vendedor, suministrador y dueño absoluto del goce del
bien común. Acaba así con el individualismo liberal, pero también con
la libertad personal. El Estado se convierte en la cosmogonía socialista
en el dispensador de derechos y deberes individuales. Unos deberes,
por cierto, impuestos desde arriba en virtud del poder monopolizador
que ostenta el Estado sobre las voluntades individuales.
60 Cfr. ETZION, Amitai , La Tercera Vía. Hacia una buena sociedad. Propuestas desde el Comunitarismo, Editorial
Trotta, Madrid, 2001, p. 16.

116
comunitarismo

El Comunitarismo plantea una idea bien distinta de las anterio-


res: si el hombre se considera fin y no instrumento, las relaciones en-
tre las personas pasan por la vía del mutuo compromiso. En otras
palabras, se trata de reconocer que nacemos en una sociedad que ya
existía —y que, por tanto, hay que contar con ella— 61, y que la valía
de una persona no depende de su eficacia, profesión, dinero, modo de
ser o su relación con las cosas, sino de la aceptación de su dignidad.
De esto se deriva la igualdad de derechos individuales de todas las
personas, y la igualdad de responsabilidades individuales con ellas, el
entorno o la comunidad. Como personas, el Comunitarismo defiende
que tenemos el derecho a ser tratados como fines, y el deber de tratar
a los demás del mismo modo. De esto modo se configura una nueva
identidad, no nacida de la renta, no de la lengua, raza o religión, sino
de la dignidad que es propia de cada ser humano.

La reaparición de la responsabilidad

Al reconocer en una sociedad este paradigma, la comunidad queda


creada no por relaciones de interés, sino por lazos de afecto y compromi-
so mutuo. El Comunitarismo pone compromiso donde el liberalismo ponía
contrato. Y esa sociedad creada a partir de estos presupuestos será, por
ende, una sociedad no excluyente como la nacionalista, sino integradora,
donde es tarea de todos conseguir un mínimo básico satisfactorio.

A la vez, el Comunitarismo entiende que esta primacía de la civi-


lidad frente al individuo no merma la esencia de la persona individual,
sino todo lo contrario: la potencia al realzar las relaciones que confor-
man los ámbitos sociales de los distintos sujetos. En la comunidad el
individuo, por tanto, no desaparece, sino que forma activa parte, den-
tro de las distintas comunidades en las que se agrupa.

Estas comunidades no son impuestas, sino que surgen de modo


natural cuando “aprendemos a dialogar y a relacionarnos diacrónicamen-
te con quienes nos han precedido o nos van a suceder, y sincrónicamente
61 Cfr. PÉREZ ADÁN, José, Manifiesto Anticonservador, op.cit., p. 64.

117
Los presupuestos comunitaristas. Una síntesis

con quienes sólo por apreciaciones indirectas podemos reconocer como


coetáneos”62. Existe comunidad en la medida en que se dialoga; en la
medida en que existe una conciencia moral compartida, porque concu-
rren unos valores determinados, que pueden considerarse socialmente.

La familia, ejemplo de comunidad

Quizás el ejemplo más claro sea la comunidad familiar. Si bien


puede haber muchos tipos de comunidades (residenciales, étnicas, re-
ligiosas, laborales, etc.), se considera a la familia un sujeto social de
primer orden, soberano, sujeto de valores. Es en la familia donde primor-
dialmente se establece el “derecho para establecer derechos y obliga-
ciones recíprocas”63. En la cultura individualista, la libertad se confunde
con la independencia de los otros, del entorno, de Dios. De este modo,
la búsqueda del interés propio es la única obligación de cada individuo.
Por lo tanto, las relaciones humanas nacidas al calor de esta visión indi-
vidualista se basan en la necesidad del otro para mi complemento, para
mi satisfacción personal. La persona se convierte, pues, en un medio,
que deja de ser útil en el momento en que “cesa la conciencia de su
necesidad para vivir a gusto conmigo mismo”64. Las relaciones huma-
nas así entendidas no tienen más fundamento y fin que el fenómeno del
enamoramiento, desligado de cualquier compromiso moral o jurídico de
fidelidad a la otra persona. El “instantaneísmo” que se desprende de
esta visión de la familia conduce irrevocablemente a excluir de la misma
a aquellos posibles miembros que no reporten beneficio o utilidad, o que
no puedan cuidarse de sí mismos, como los ancianos o los niños65.

62 PÉREZ ADÁN, José, “La Comunidad: haciendo visible lo invisible”, op.cit., p. 567.
63 BALLESTEROS, Jesús, “Las concepciones de las familias en las Terceras Vías”, en PÉREZ ADÁN, José (ed.),
Las Terceras Vías, Ediciones internacionales Universitarias, Madrid, 2001, p. 251.
64 Op.cit., p. 252.
65 Esta pérdida de solidaridad conduce hacia la familia monoparental, “y lo que es peor –señala Ballesteros-, hacia
la familia de un solo miembro. (…) El 53% de las unidades en Berlín constan ya de una sola persona y el siglo
XXI presenta en Europa todos los riesgos de convertirse en el siglo de los solos. Para hacer frente a ello, con el
factor de deshumanización que comporta, es necesario que se forme en la conciencia colectiva un movimiento
de opinión favorable a la promoción de la familia como ámbito de solidaridad que tenga en cuenta la dimensión
diacrónica. La solidaridad intergeneracional requiere la superación del nihilismo, según el cual el futuro no
puede comenzar. La familia amplia es el remedio contra las desigualdades y marginaciones” (BALLESTEROS,
Jesús, op.cit., p. 255).

118
comunitarismo

Frente a esta visión reduccionista se alza la propuesta comunita-


rista de familia compuesta por el “matrimonio de pares”, como lo llama-
ba Etzioni66. En este matrimonio de hombre y mujer se une sexualidad
y reproducción como un proyecto de apertura a la filiación, donde el
padre y la madre tienen los mismos derechos y las mismas respon-
sabilidades, derivados de su condición de padre y madre. El Comu-
nitarismo supera así la visión tradicional de la familia y el matrimonio,
donde los deberes paternales se circunscribían a lo social, mientras
que los maternales se ceñían a lo doméstico.

El Comunitarismo otorga al niño prioridad dentro de la familia, al


tratarse de alguien que no puede defenderse por sus propios medios,
superando así la visión individualista. Como comunidad, la familia res-
ponde a una lógica de solidaridad y compromiso, y no de interés. Es
en la familia donde la dimensión comunitaria de la persona se desarro-
lla en plenitud, gestando de este modo la propia identidad.

La buena sociedad y la socioeconomía

Con el Comunitarismo irrumpe la comunidad como sujeto co-


lectivo en el análisis político. Y como sujeto, la comunidad cuenta con
una valoración moral: El hecho de que podamos hablar de una buena
sociedad o una mala sociedad significa básicamente dos cosas: una,
que la bondad o maldad (la salud, en definitiva) de una sociedad es
medible67. Y dos, que, al igual que los individuos, existe una capacidad
de autoperfeccionamiento en la sociedad.

Por otro lado, la definición comunitarista de la persona como fin


lleva consigo un modo de entender las relaciones sociopolíticas que
conforman el orden social. Una buena sociedad, de este modo, será
aquella en la que el reconocimiento de cada persona como fin sea
el ideal a alcanzar. Un ideal, el de la excelencia social, capaz de ser
medido mediante criterios sociométricos, que sobrepasan los criterios
66 Cfr. ETZION, Amitai , La nueva regla de oro, Paidós, Barcelona, 1999, pp. 92 y ss.
67 Cfr. PÉREZ ADÁN, José, “La Comunidad: Haciendo visible lo invisible”, Arbor CLXV, 652 (abril 2000), p. 567.

119
Los presupuestos comunitaristas. Una síntesis

exclusivamente economicistas por los que el liberalismo mide el bien-


estar individual.

Desde el punto de vista de la ciencia económica han surgido


críticas a este modelo liberal de eficiencia versus justicia. Entre ellas,
destaca la aportación de Israel M. Kirzner y su nuevo planteamiento de
justicia distributiva en el capitalismo68. Pero a efectos de este análisis
la más interesante, destaca la crítica hecha desde la Socioeconomía.

La Socioeconomía se presenta a este propósito como una nueva


disciplina que une los estudios sobre economía con otras ciencias socia-
les, a fin de hacer de ella una ciencia que garantice un criterio transnacio-
nal de bienestar, dentro del sistema cultural, técnico y biofísico en el que
se desenvuelve la realidad humana, y un sistema de medición del mismo
adecuado a su amplitud, y no reducido a los romos niveles de medición
econométricos. Según el nuevo criterio de racionalidad, la Socioecono-
mía elabora todo un código axiológico de valores de comportamiento, al
igual que hiciera la economía neoclásica en la cultura capitalista.

El “individuo” liberal sólo reconoce las normas del mercado. De


este modo, el liberalismo se expresa en lo económico a través de la
libertad del agente económico en busca de la eficiencia, reconocida
ahora como el mejor camino del Estado hacia su crecimiento. Nace así
un nuevo homo oeconomicus, cuya motivación principal era la maxi-
mización de beneficios. Desde el punto de vista de la nueva ciencia
económica, la persona quedó convertida en un consumidor, y el bien
común fue sustituido por la búsqueda del bienestar individual69. Para

68 Cfr. KIRZNER, Israel M. Creatividad, capitalismo y justicia distributiva, traducción española de Federico Basáñez,
Unión Editorial, Madrid, 1995. Kirzner afirma que la innata y constante capacidad creativa de los seres humanos
hacen del proceso social una realidad dinámica fruto de la interacción de miles de personas. Ello imposibilita
conocer con detalle cuáles serán los costes y beneficios derivados de cada acción, lo que exige que el ser
humano tenga que utilizar como piloto automático de comportamiento una serie de guías o principios morales
de actuación. Estos principios morales de actuación se basan en la eficiencia. Por eso afirma Kirzner que desde
un punto de vista dinámico la eficiencia no es compatible con distintos esquemas de equidad o justicia, sino que
surge única y exclusivamente de uno de ellos. (Cfr. Jesús HUERTA DE SOTO, op.cit.)
69 Según Piettre, este individualismo tuvo dos vertientes: la política, que condujo a la democracia y las libertades
políticas individuales, y la del individualismo económico, en la que la libertad radica en que el consumidor puede
escoger sus mercancías, del mismo modo que los electores escogen sus opiniones. De este modo, “mientras en
el foro se trataba del sufragio universal de electores iguales, en le mercado se trataba –y se sigue tratando-, del
sufragio restringido, eminentemente censitario, de los únicos consumidores provistos de medios monetarios, y
tanto más influyentes cuanto éstos sean mayores. Así el mismo individualismo y el mismo liberalismo daban por
resultado engendrar en política la democracia de los pobres y en economía la de los ricos”. (André PIETTRE,
Las tres edades de la economía, Madrid, 1962, pp. 281-282).

120
comunitarismo

la filosofía liberal, el bien común fue la búsqueda del interés propio,


concepto en el que influirá enormemente la obra de Adam Smith y su
mano invisible. Como señala Koslowski, “el sí mismo, el yo, no el gru-
po, se hace responsable de sus acciones y su posición social”70. Este
es el cambio radical de la antropología y ontología modernas.

La Socioeconomía se presenta como la alternativa de medición


al paradigma neoclásico. Desde el punto de vista económico, pretende
“reconducir la ciencia económica al seno del contexto social y moral
que la vio nacer”71, y dotarla de los fines que le son propios: la justicia,
la solidaridad y la felicidad globales. Para ello, asume que la econo-
mía está inmersa en una determinada realidad social y cultural, y que
los mecanismos de decisión económica de los individuos se hayan
influenciados por ésta, así como por valores, emociones, condiciona-
mientos culturales, que superan con creces el mero cálculo racional
del propio interés. Rechaza, por tanto, el criterio de racionalidad liberal
de maximización de beneficios como fines del comportamiento eco-
nómico y aboga por un nuevo criterio más amplio del comportamiento
económico. Es así cómo la Socioeconomía se presenta como para-
digma alternativo a la lógica liberal, y plantea un nuevo sistema eco-
nómico que cuenta con su definición particular de agente económico:
el homo sociologicus. Para medir la felicidad de este nuevo sujeto, la
socioeconomía propone criterios sociométricos, más amplios que los
econométricos.

La salud social

Así como una buena persona no se mide en función de su riqueza


o tamaño de casa, sino más bien por los valores que la hacen bue-
na, una sociedad sana no se mide tampoco por —exclusivamente— su
renta per cápita o número de empresas. Así, para el Comunitarismo la
salud de una sociedad no está definida por más o menos Estado, o más
o menos regulación del mercado. La salud social se define por la mayor

70 KOSLOWSKI, Peter , La ética del capitalismo, op.cit., p. 31.


71 PÉREZ ADÁN, José, Socioeconomía, Editorial Trotta, Madrid, 1997, p. 17.

121
Los presupuestos comunitaristas. Una síntesis

o menor adecuación de una sociedad a criterios morales de excelencia.


¿Criterios morales? ¿Acaso la sociedad puede tener virtudes y defec-
tos? Así es. El Comunitarismo lanza a escena la sociedad como sujeto,
la sociedad como actor. Un actor configurado por las relaciones de una
pluralidad de sujetos. De este modo, la comunidad se entiende como un
entorno humano (no espacial), donde la virtud tiene un atributo social y
donde existe una conciencia moral compartida.

¿Y qué conforma el ideal social? ¿Qué criterios hay para saber


si una sociedad es buena o mala? En la racionalidad liberal, la felici-
dad (el bienestar), es medida en términos económicos de renta, o en
términos políticos de libertad de elección. De esta creencia surge la
medición que se hace del desarrollo de los distintos países. Así por
ejemplo, el reflejo de la medición del desarrollo más reconocido es
el Índice de Desarrollo Humano que elabora Naciones Unidas. Dicho
índice se basa en los criterios de medición que mencionábamos tales
como la renta, la esperanza de vida al nacer, el índice de alfabetiza-
ción, e incluso otros criterios que se saldrían del análisis estrictamente
econométrico, como el nivel de participación ciudadana, o la equidad
entre los géneros72. Sin embargo, estos índices no miden aspectos
como las estadísticas de criminalidad, la equidad generacional, el res-
peto y la estabilidad familiar, las desviaciones sociales, la satisfacción
laboral, el desarraigo juvenil, la participación social, la ecología, etc.
Estos ámbitos de examen sociométrico sobrepasan los índices de
medición de desarrollo económico, precisamente porque tomarlos en
cuenta supondría reconocer un nuevo “sujeto estadístico”, fuera del
individuo, que es la comunidad73.

El Comunitarismo, en cambio, entiende que la felicidad no es


una cuestión individual, sino colectiva, porque constituye la salud so-
cial, la sociología de la virtud. En este sentido la salud social depende
en gran medida del alejamiento o acercamiento a la moral. Se en-
tiende moral como los valores que socialmente se comparten, fruto
del diálogo social, tanto con el resto de la sociedad, la naturaleza, la
tradición, el pasado y el futuro.
72 Cfr. PÉREZ ADÁN, José, La Salud Social, Editorial Trotta, Madrid, 1999, pp. 33-34.
73 Ibíd.

122
comunitarismo

La “virtud colectiva” no es, por tanto, la suma de las excelencias


individuales de los miembros de una comunidad, sino más bien el mar-
co estructural creado a partir de una moral compartida74. Por eso los
parámetros de medición provienen de la sociología más que de la eco-
nometría. La salud social no se encuentra en el diagnóstico del merca-
do, sino en el diagnóstico del entorno social y la realidad concreta en
el que ese mercado funciona. Éste es el reto que toma inicialmente la
socioeconomía, paradigma alternativo a la racionalidad liberal, que en-
tiende al sujeto individual como algo más que un homo oeconomicus75.
Los criterios económicos no bastan, porque no nos dan una idea clara
de si las personas están siendo tratadas como fines o como medios.

Entre estos criterios de excelencia social que detectan el grado de


felicidad colectiva se encuentran la equidad generacional, el grado de
desigualdad de una sociedad —donde se entiende desigualdad tanto
en el bienestar como en la seguridad—, etc. Valores como el amor, la
lealtad, la ayuda, el cuidado de los hijos, el respeto al medio ambiente, y,
a la vez, antivalores como el abuso de menores, malos tratos al cónyu-
ge, delitos violentos, etc., nos están hablando claramente de la salud de
una sociedad, de una felicidad compartida. Como se ve, estos criterios
sólo pueden ser detectados en virtud de un análisis socioeconómico.
Las mediciones econométricas son incapaces de revelar este tipo de
información, fundamentalmente porque por esencia cuestionan la canti-
dad, y no la calidad, y además siempre referidas al sujeto individual.

Vemos así que existen “óptimos sociales” que nos hablan de la


mayor o menor bondad de una sociedad, que, por lo tanto, puede cam-
biar y crecer, ser mejor o peor; en definitiva, estar viva. Existen, por
tanto, comportamientos saludables socialmente y patologías sociales,
que dependerán del grado de adecuación a la moral social o, como la
llama Etzioni, la “cultura moral”76. En este sentido, veamos por ejemplo
qué se considera patología social o virtud: el hecho de que en una so-
ciedad haya un alto nivel de suicidios nos está hablando de algo que no
funciona bien en esa sociedad. Lo mismo puede decirse de aquellas

74 Cfr. PÉREZ ADÁN, José, La Comunidad: haciendo visible lo invisible, op.cit., p. 567.
75 Al respecto, ver PÉREZ ADÁN, José, Socioeconomía, Madrid, Editorial Trotta, 1997.
76 Cfr. ETZION, Amitai , La Tercera Vía. Hacia una buena sociedad, op.cit., pp. 45-74.

123
Los presupuestos comunitaristas. Una síntesis

sociedades en las que los mayores no están atendidos, o existe un nivel


alto de familias desunidas. Independientemente de que la desunión de
las familias, o el suicido, se reconozca políticamente como una “opción”,
eso no significa que esa opción sea la más saludable, o que las perso-
nas de dicha sociedad sean más libres. A este tipo de cosas es a las
que se refiere el Comunitarismo al afirmar que la salud social, o lo que
es lo mismo, la felicidad colectiva, es medible, igual que se puede medir
el nivel de renta de un país o la tasa de natalidad.

Estado, mercado y comunidad

¿Significa todo esto que el Comunitarismo es como un colecti-


vismo bienintencionado? ¿Acaso la agrupación de los individuos en
distintas comunidades no es lo que proclama también el comunismo?
La diferencia fundamental entre el Comunitarismo y los sistemas co-
lectivistas es, por un lado, que el Comunitarismo no es un sistema,
con una versión omnicomprensiva de todos los aspectos de la vida,
tanto políticos, como económico-sociales y culturales. Es un modo de
entender la vida y la acción social que proporciona la sociología de la
virtud. Por otro lado, no se puede tampoco poner el Comunitarismo
a la altura del comunismo o liberalismo, ya que en el caso de los se-
gundos, el sujeto del que se predican virtudes o defectos es el Estado
(grande para unos, mínimo para otros); mientras que el sujeto del Co-
munitarismo es la comunidad, ente vivo y susceptible de evolucionar.

Por eso puede decirse que los comunitaristas son al mismo tiem-
po liberales y socialistas, y al mismo tiempo no lo son. La mayor auto-
nomía individual o el menor intervencionismo estatal no son cuestiones
que hacen de una sociedad buena o mala cualitativamente, sino la ade-
cuación a la cultura moral elaborada a partir del diálogo comunitario77.

77 “Creer como creen los liberales que la gente escogería no violar los derechos de otros en la medida en que
ello les beneficie es tremendamente ingenuo, y pensar, como piensan los socialistas, que el estado puede
hacerse presente cada vez que la libre iniciativa no baste para mantener el equilibrio y el orden social y sólo en
estas ocasiones también. Los comunitaristas son liberales cuando defienden el estado mínimo y son socialistas
cuando apoyan la expresión y sanción colectiva de la virtud. Pero donde radicalmente difieren de unos y de
otros es en considerar la comunidad, ni al estado ni al individuo, como la piedra basal del orden social”. PÉREZ
ADÁN, José, La Comunidad, op.cit., p. 573.

124
comunitarismo

De este modo se entiende que la cuestión no sea más o me-


nos Estado, más o menos autonomía individual, sino precisamente el
equilibrio entre autonomía individual y orden moral que otorga el diá-
logo social cuando se contempla la comunidad como modo de ser en
sociedad. La comunidad, por tanto, debe tener la misma importancia
o, al menos, las mismas condiciones, que tienen en la vida social el
Estado o los individuos. Y la res publica entonces se irá conformando
a partir de la actuación armoniosa (unas veces a favor del Estado,
otras del individuo, otras de la comunidad), de cada uno de los actores
sociales. No se trata de una mera distribución de competencias, sino
de la conjugación y armonización de las distintas actuaciones en aras
a la consecución del ideal de la buena sociedad; en aras a conseguir
un entorno social más saludable. Se trata de un planteamiento total-
mente distinto. Aquí el gobierno no es ni el problema ni la solución. Es
sencillamente una parte.

Por esa razón no tiene sentido para el Comunitarismo catalogar


el debate político en torno a “izquierda” y “derecha”, ya que la diferen-
ciación ideológica a la que hacen referencia esos términos no sirve
para responder a los nuevos conflictos sociales de convivencia que se
generan hoy, que no son ideológicos sino sociológicos.

De este modo, lo político y lo social deja de ser un juego de a dos


(individuo y Estado), y se convierte en un juego de a tres (individuo,
comunidad y Estado). Y una buena sociedad, una sociedad virtuosa,
será aquella que equilibre los actores de juego en una armonía social,
capaz de sacar de cada uno lo mejor y más conveniente de cada uno
en cada momento para la consecución del ideal social. No cabe duda
de que hoy el gran ausente en este equilibrio social es la comunidad.
Es necesario hacer un esfuerzo por incluir a la comunidad en el diá-
logo político, económico y social, en detrimento de la preponderancia
que las sociedades occidentales tienen hoy el Estado y el individuo.
Un ejemplo concreto del papel que la comunidad está destinada a
desempeñar es la labor de asistencia social, cada vez de mayor vo-
lumen. La desaparición de la familia como comunidad asistencial ha
provocado que el Estado supla hoy esa función, tanto de educación
de los hijos, como de asistencia a mayores, con los problemas de

125
Los presupuestos comunitaristas. Una síntesis

“impersonalismo” y desarraigo que eso lleva consigo. El papel de la


comunidad en este aspecto es hoy tan necesario como importante. Y
a ello es lo que el Comunitarismo apunta.

La tarea de equilibrar la actividad económica, las relaciones so-


ciales y la acción política no es, desde luego, fácil. Esta teoría de la
acción social supone toda una revisión de conceptos políticos y socio-
lógicos sobre los que se asienta el paradigma occidental actual, como
son el diálogo, la democracia o la responsabilidad cívica.

El diálogo comunitario

Estos “óptimos sociales” de los que habla el Comunitarismo no


son, por tanto, consecuencia de un consenso o deliberación pública,
sino que son reconocibles por sus resultados. Sin embargo, el diálogo
sí es la base de la configuración de los parámetros contingentes de
convivencia social. Ahora bien, ese diálogo no puede limitarse a la
participación de actores políticos como los partidos, sino que debe
abrirse a la opinión de nuevos actores sociales que sean depositarios
de “valor colectivo agregable al monto de calidad moral de toda la
sociedad en su conjunto para servicio de las diversas comunidades y
de sus miembros”78. En otras palabras, las comunidades, con su car-
ga histórica, cultural, religiosa, etc., son fuentes de cultura moral que
puede contribuir significativamente a la creación de un orden social
sano79. Por tanto, es necesario que las comunidades tengan soberanía
y puedan actuar e influir como un actor social más.

Este diálogo social, como ya hemos dicho, va más allá del mero
debate parlamentario. Su acción se circunscribe a un foro mucho más
amplio y rico en nivel de deliberación. El Comunitarismo llama “Megá-
logo” a este escenario social, donde el debate supera los límites de
la deliberación racional y otorga carta de presentación a la voz moral

78 PÉREZ ADÁN, José, La Comunidad: haciendo visible lo invisible, op.cit., p. 570.


79 Cfr. ETZION, Amitai , La Tercera Vía. Hacia una buena sociedad, op.cit., p. 45.

126
comunitarismo

de un colectivo. Los ciudadanos dialogan en este foro poniendo en la


palestra no sólo el criterio racional, sino los valores hijos de los senti-
mientos, pasiones, ilusiones, tradiciones culturales, y la conversación
con el futuro que vendrá. Por eso, más que con un debate racional, la
sociedad crece mediante un diálogo moral, “imagen de la sociedad en
acción”80. Así, los megálogos perfeccionan la sociedad en la medida
en que la hacen visible a sus miembros.

• Democracia

Con frecuencia se relaciona el Comunitarismo con cierto or-


ganicismo de corte corporativo típico del hispanismo de principios
del siglo XX. Las semejanzas son notables: el corporativismo aboga
por el reconocimiento de la autonomía y poder de los cuerpos inter-
medios que existen entre el Estado y el individuo, y el Comunitaris-
mo considera a la comunidad (ente intermedio), sujeto de atributos
soberano. La relación es evidente. Sin embargo, es obvio que las
diferencias son notables. Para empezar, el Comunitarismo no es un
sistema político, ni pretende serlo. Es una alternativa sociológica;
una actitud.

Por otro lado, el sistema político corporativista responde en


cierto modo a la misma lógica que el liberalismo, en el sentido de
que los gremios o comunidades intermedias actúan en lo político con
el fin de defender sus intereses. No hay, por tanto, conciencia moral
compartida, felicidad colectiva, sino más bien, “felicidades” colecti-
vas.

Es cierto que en función de los parámetros comunitaristas es


necesario hacer una revisión del concepto de democracia legado por
la ideología liberal. Si asumimos que la participación mediante elec-
ciones periódicas y la representación parlamentaria pluralista cons-
tituye una forma eficaz de gobierno, desde la óptica comunitarista
cabe preguntarse qué cuota de poder corresponde a la comunidad en
este sistema. Por eso es necesario considerar la democracia como

80 PÉREZ ADÁN, José, La Comunidad…, op.cit., p. 580.

127
Los presupuestos comunitaristas. Una síntesis

un proceso, y no un estado fijo donde todo está ordenado siempre


que exista sufragio universal y elecciones periódicas. De este modo
la democracia ha de entenderse como un concepto dinámico donde
“los nacientes poderes son sumergidos en el baño democrático para
impedir la consolidación de estructuras anónimas de carácter oligár-
quico en sus formas de actuación externa”81. A la vez, ha de colabo-
rar en el equilibrio de poder —repartiéndolo a unos y otros—, nece-
sario para la buena sociedad. Este reparto de poderes democrático
ha de utilizar como criterio la responsabilidad colectiva que le cabe a
cada comunidad en cada situación. Unas veces esa responsabilidad
recaerá más sobre los actores económicos como las empresas, en
otro momento recaerá sobre el Estado, etc. En definitiva, la democra-
cia ha de convertirse en el ámbito de acción de la sociedad civil, en la
que las responsabilidades colectivas de los distintos actores sociales
otorgan a cada uno el poder que le corresponde en el juego político,
económico y social.

Hemos aludido a que uno de los factores principales que nos


hablan de esa salud social es el nivel de participación pública de las
distintas comunidades, ya sean los barrios, las familias, las escuelas,
etc. Es decir, el papel que tienen estos grupos dentro de la sociedad.
El reconocimiento de estas comunidades como sujetos participan-
tes en la sociedad no significa otorgarles necesariamente un papel
político, sino un reconocimiento de su relevancia social en la buena
marcha de la convivencia. En otras palabras, el reconocimiento de su
capacidad de aportar a lo social. Otro factor por ejemplo, es el grado
de respeto al medioambiente, en virtud de la responsabilidad que
debe asumir una sociedad respecto a la transmisión de lo dado a sus
descendientes. El grado de preservación del medio ambiente como
signo de respeto a lo que no es propio y se comparte (en el presente
y en el futuro), es una señal inequívoca de salud social. Lo mismo
puede predicarse del respeto y reconocimiento a la familia, como
comunidad primera y escuela de valores sociales y de convivencia.
Otro factor por el que se mide la salud social es la adecuación de la
ley a la moral, y no al revés. Una sociedad excesivamente legislada,

81 PÉREZ ADÁN, José, Socioeconomía, op.cit., p. 88.

128
comunitarismo

con sanciones precisas para cada infracción de la ley es menos sana


que una sociedad donde sea la misma comunidad la que repruebe
o alabe las conductas de los ciudadanos, basándose en los valo-
res que se comparten como buenos. Por eso, en un entorno social
comunitario la conducta de sus miembros se juzga en función de la
confianza que genera la conciencia moral de pertenencia que cada
miembro tiene (personal y colectivamente). Por eso, la sanción a la
infracción es más moral que penal.

Por lo tanto, el Comunitarismo arroja nuevas luces prácticas so-


bre el concepto de democracia y participación comunitaria que consti-
tuyen, de nuevo, una invitación a la acción.

• Unidad y diversidad

Del reconocimiento comunitarista de las personas como fin y no


como medio se deriva también una idea importante: todas y cada una
de las personas tienen la misma dignidad. Si bien esta idea se acepta
comúnmente con bastante facilidad, las consecuencias prácticas que
de ella se derivan con frecuencia suelen obviarse. En concreto lo que
respecta al respeto a la diferencia del otro, y a la realidad de asumir
una pluralidad cosmovisionaria en el interior incluso de una comuni-
dad82. En este punto, el Comunitarismo rompe una lanza a favor del
reconocimiento de la otreidad que supone la diversidad cultural que
conforma hoy cualquier sociedad. Con frecuencia nos encontramos
conviviendo con personas o colectivos que no comparten nuestro mis-
mo modo de pensar, nuestros mismos valores, o nuestra cultura. Es
entonces cuando la unidad debe abrir paso a la diversidad en armonio-
sa relación a través de la educación cívica. El Comunitarismo se abre
a la posibilidad de asumir culturalmente nuevos elementos y valores
del “otro”, o a combatirlos a través de la vía democrática y social83, sin

82 Cfr. Laberintos: transcurso por las señas del sentido, Antrhopos, op.cit, p. 140.
83 “El enfoque que defendemos es el de la diversidad en la unidad. Este principio se resume en que todos
los miembros de una sociedad dada respetarán y se adherirán completamente a esos valores básicos e
instituciones que se consideran parte del marco compartido de la sociedad. A la vez, cada grupo social es
libre para conservar su distinta subcultura (políticas, hábitos e instituciones que no entren en conflicto con la
parte esencial de aquello que comparten con otros) y un fuerte sentido de lealtad a su país de origen, en tanto
que esto no interfiera en la lealtad hacia el país en el que se vive y no entre en un conflicto de lealtades”, en
Manifiesto por la diversidad en la unidad, en http://www.uv.es/~perezjos/sasece/DEU.htm.

129
Los presupuestos comunitaristas. Una síntesis

que ello suponga una merma en la dignidad y respeto a la persona.


Como dice Etzioni en el Manifiesto DEU: “Resumiendo, no debemos
sacrificar la unidad o diversidad por la otra parte, pero debemos reco-
nocer que podemos aprender a vivir con mayor diversidad y a la vez
proteger bien la legítima unidad”84.

Conclusiones capitulares

El Comunitarismo hunde sus raíces en distintas proposiciones,


tanto teóricas como prácticas, que a lo largo de la historia han buscado
alternativas a las formas de relación social. Entre ellas destacan, en
opinión de Pérez Adán85, la propuesta anarquista y su personalismo
comunitario, y el cristianismo, fundamentalmente a partir de la Doctrina
Social de la Iglesia. Ambos cuentan con producción intelectual y prác-
ticas que constituyen para el Comunitarismo referencias importantes
en su producción doctrinal. Así por ejemplo, las prácticas cristianas de
comunidad de bienes que hoy practican cierto grupo de cristianos, o
las empresas cooperativas que existen, arrojan luces al Comunitaris-
mo sobre el renacimiento de la dimensión comunitaria humana.

Sin duda es valiente la propuesta de unidad en la diversidad que


lanza el Comunitarismo, ya que los conflictos sociales ocasionados
por la nueva realidad originada por la inmigración constituyen hoy un
problema pendiente de solución.

Hay que insistir, sin embargo, que el Comunitarismo no consti-


tuye una cosmogonía, una visión omnicomprensiva del mundo y del
hombre, sino más bien una invitación a la acción. Y como tal, el cam-
bio paradigmático que sus ideas reclaman pasa por una previa interio-
rización de este sistema alternativo: “La interiorización de un sistema
alternativo es previa al cambio paradigmátco si éste ha de manifestar-
se y exteriorizarse social, económica y políticamente”86. No se trata de
84 Ídem.
85 La Comunidad: haciendo visible lo invisible, Arbor, CLXV 652 (abril 2000), pp. 565-566.
86 PÉREZ ADÁN, José, Socioeconomía, op.cit., p. 86.

130
comunitarismo

sustituir un sistema por otro, sino asumir un estilo de vida que tendrá
después una repercusión social. Por eso dice el Comunitarismo que el
gobierno no es la solución ni el problema.

El Comunitarismo puede verse como una propuesta antigua y


a la vez moderna de encontrar el bien común, la felicidad social que
todos los sistemas buscan, mediante el reconocimiento del protago-
nismo social de las comunidades naturales. Podríamos definir al Co-
munitarismo como una aventura que desafía los límites de lo “política-
mente correcto”, y que supone una fractura en el modo de entender
al hombre y a la sociedad que ha legado la filosofía liberal. El Comu-
nitarismo aporta una teoría sociológica, a la vez que una propuesta
eminentemente práctica.

Fuentes

Jesús BALLESTEROS, Las concepciones de las familias en las Ter-


ceras Vías, en José Pérez Adán (ed.), Las Terceras Vías, Ediciones
internacionales Universitarias, Madrid, 2001, pp. 249-268.

Amitai ETZIONI, La nueva regla de oro, Paidós, Barcelona, 1999.

Amitai ETZIONI, La Tercera Vía. Hacia una buena sociedad. Pro-


puestas desde el Comunitarismo, Editorial Trotta, Madrid, 2001.

Jesús HUERTA DE SOTO, Eficiencia y justicia del capitalismo. Uni-


versidad Complutense de Madrid.
En http://www.jesushuertadesoto.com/madre2.htm

Israel M. KIRZNER, Creatividad, capitalismo y justicia distributiva, tra-


ducción española de Federico Basáñez, Unión Editorial, Madrid, 1995.

Peter KOSLOWSKI, La ética del capitalismo, (Colección Empresa y


Humanismo), Rialp, Madrid, 1997.

131
Los presupuestos comunitaristas. Una síntesis

Manifiesto por la diversidad en la unidad, en www.uv.es/~perezjos/


sasece/DEU.htm.

Óscar MERTZ, Fundamentos de la teoría política democrática libe-


ral, Estudios Públicos nº 17 (1985), Santiago de Chile.

José PÉREZ ADÁN, Socioeconomía, Editorial Trotta, Madrid, 1997.

José PÉREZ ADÁN, Manifiesto Anticonservador, Ediciones Carmai-


quel, ¿Valencia?, 1998.

José PÉREZ ADÁN, La Salud Social, Editorial Trotta, Madrid, 1999.

José PÉREZ ADÁN, La Comunidad: Haciendo visible lo invisible,


Arbor CLXV, 652 (abril 2000)

André PIETTRE, Las tres edades de la economía, Madrid, 1962.

VV.AA. Socioeconomía, Anthropos, 188 (2000).

132

Potrebbero piacerti anche