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GENERO Y TRABAJO SOCIAL 2018

HISTORIA DEL FEMINISMO-NURIA VALERIA


El feminismo es un discurso político que se basa en la justicia, es una teoría y práctica política articulada por mujeres
que tras analizar la realidad en la que viven toman conciencia de las discriminaciones que sufren por la única razón de
ser mujeres y deciden organizarse para acabar con ellas, para cambiar la sociedad. Partiendo de esa realidad, el
feminismo se articula como filosofía política y, al mismo tiempo, como movimiento social. Con tres siglos de historia a
sus espaldas, ha habido épocas en las que ha sido más teoría política y otras, como el sufragismo, donde el énfasis
estuvo puesto en el movimiento social.

Victoria Sau

«el feminismo es un movimiento social y político que se inicia formalmente a finales del siglo XVIII y que supone la toma
de conciencia de las mujeres como grupo o colectivo humano, de la opresión, dominación y explotación de que han
sido y son objeto por parte del colectivo de varones en el seno del patriarcado bajo sus distintas fases históricas de
modelo de producción, lo cual las mueve a la acción para la liberación de su sexo con todas las transformaciones de la
sociedad que aquélla requiera»

El feminismo es capaz de percibir las «trampas» de los discursos que adrede confunden lo masculino con lo universal,
como explica Mary Nash. Ésa es la revolución feminista. No es una teoría más. El feminismo es una conciencia crítica
que resalta las tensiones y contradicciones que encierran esos discursos.

LA PRIMERA OLA

A partir del Renacimiento, que es cuando se transmite el ideal del «hombre renacentista» —que lejos de ser un ideal
humano, sólo se trataba de un ideal masculino—, se abre un debate sobre la naturaleza y los deberes de los sexos. Un
precedente importante es la obra de Christine de Pizan La ciudad de las damas, escrita en 1405. En ella, defiende la
imagen positiva del cuerpo femenino, algo insólito en su época, y asegura que otra hubiera sido la historia de las
mujeres si no hubiesen sido educadas por hombres. Sorprendentemente, elogia la vida independiente de las mujeres.

Los últimos años del siglo XVIII y los primeros del XIX señalan la transición de la edad moderna a la contemporánea. Las
características de este período histórico son el desarrollo científico y técnico y sus fundamentos fueron tres: el
racionalismo —toda realidad puede ser científicamente analizada según principios racionales—; el empirismo —la
experiencia de los hechos produce su conocimiento—; y el utilitarismo —el grado de verdad de una teoría reside en su
valor práctico.

Al mundo que anunciaban teóricamente los filósofos de la Ilustración se llega gracias a dos procesos revolucionarios.
Por un lado, las revoluciones políticas que derribarán el absolutismo y caminarán por un primitivo embrión de
democracia y la revolución industrial, que transformará los métodos tradicionales de producción en formas de
producción masiva. Sin embargo, Rousseau, uno de los teóricos principales de la Ilustración, un filósofo radical que
pretende desenmascarar cualquier poder ilegítimo, que ni siquiera admite la fuerza como criterio de desigualdad, que
apela a la libertad como un tipo de bien que nadie está autorizado a enajenar y que defiende la idea de distribuir el
poder igualitariamente entre todos los individuos, afirma que, por el contrario, la sujeción y exclusión de las mujeres es
deseable. Es más, construye el nuevo modelo de familia moderna y el nuevo ideal de feminidad. El ejemplo de
Rousseau es probablemente el mejor para identificar lo ocurrido en aquella época. Todo el cambio libertario y político
que supone la Revolución francesa, sus filósofos, sus políticos, sus declaraciones de derechos, por un lado, traen como
consecuencia inevitable el nacimiento del feminismo y por otro, su absoluto rechazo y represión violenta. Como señala
Ana de Miguel: «Las mujeres de la Revolución francesa observaron con estupor cómo el nuevo estado revolucionario no
encontraba contradicción alguna en pregonar a los cuatro vientos la igualdad universal y dejar sin derechos civiles y
políticos a todas las mujeres.» Así, el nacimiento del feminismo fue inevitable porque hubiese sido un milagro que ante
el desarrollo de las nuevas aseveraciones políticas —todos los ciudadanos nacen libres e iguales ante la ley— y el
comienzo de la incipiente democracia, las mujeres no se hubiesen preguntado por qué ellas eran excluidas de la
ciudadanía y de todo lo que ésta significaba, desde el derecho a recibir educación hasta el derecho a la propiedad. Otra
de las formas en las que las mujeres participaron en la política de este momento fue a través de Los Cuadernos de
Quejas. Fueron redactados en 1789 para hacer llegar a los Estados Generales (una especie de Parlamento de la época
que a los pocos días se constituyó en Asamblea Nacional), las quejas de los tres estamentos: clero, nobleza y tercer
estado (el pueblo). Las mujeres quedaron excluidas de la Asamblea General y entonces se volcaron en los Cuadernos de
Quejas donde hicieron oír sus voces por escrito, desde las nobles hasta las religiosas pasando por las mujeres del
pueblo. Esos Cuadernos «suponían un testimonio colectivo de las esperanzas de cambio de las mujeres.

¿Qué pedían y reivindicaban las mujeres del siglo XVIII? Fundamentalmente, derecho a la educación, derecho al trabajo,
derechos matrimoniales y respecto a los hijos y derecho al voto.

En su libro Vindicación de los derechos de la mujer, abogaba por el igualitarismo entre los sexos, la independencia
económica y la necesidad de la participación política y representación parlamentaria. Wollstonecraft es radicalmente
moderna puesto que pone el embrión de dos conceptos que el feminismo aún maneja en el siglo XXI: la idea de género
—lo considerado como «natural» en las mujeres es en realidad fruto de la represión y el aprendizaje social o como diría
años después Simone de Beauvoir «no se nace mujer, llega una a serlo»—,y la idea de la discriminación positiva puesto
que asegura la autora inglesa: «Y si se decide que naturalmente las mujeres son más débiles e inferiores que los
hombres ¿por qué no establecer mecanismos de carácter social o político para compensar su supuesta inferioridad
natural?

A modo de resumen, «el debate feminista ilustrado afirmó la igualdad entre hombres y mujeres, criticó la supremacía
masculina, identificó los mecanismos sociales y culturales que influían en la construcción de la subordinación femenina
y elaboró estrategias para conseguir la emancipación de las mujeres. Los textos fundacionales del feminismo ilustrado
avanzaron haciendo énfasis en la idea acerca de la cual las relaciones de poder masculino sobre las mujeres ya no se
podían atribuir a un designio divino, ni a la naturaleza, sino que eran el resultado de una construcción social. [...] Al
apelar al reconocimiento de los derechos de las mujeres como tales, situaron las demandas feministas en la lógica de
los derechos”. Sin embargo, el poder masculino reaccionó con saña. En 1793, las mujeres son excluidas de los derechos
políticos recién estrenados. En octubre se ordena que se disuelvan los clubes femeninos. No pueden reunirse en la calle
más de cinco mujeres. En noviembre es guillotinada Olimpia de Gouges.Muchas mujeres son encarceladas. En 1795, se
prohíbe a las mujeres asistir a las asambleas políticas. Aquellas que se habían significado políticamente, dio igual desde
qué ideología, fueron llevadas a la guillotina o al exilio. Quince años más tarde, el Código de Napoleón, imitado después
por toda Europa, convierte de nuevo el matrimonio en un contrato desigual, exigiendo en su artículo 321 la obediencia
de la mujer al marido y concediéndole el divorcio sólo en el caso de que éste llevara a su concubina al domicilio
conyugal. Con el Código de Napoleón —explica Amelia Valcárcel—, la minoría de edad perpetua de las mujeres
quedaba consagrada: «Eran consideradas hijas o madres en poder de sus padres, esposos e incluso hijos. No tenían
derecho a administrar su propiedad, fijar o abandonar su domicilio, ejercer la patria potestad, mantener una profesión
o emplearse sin permiso, rechazar a su padre o marido violentos. La obediencia, el respeto, la abnegación y el sacrificio
quedaban fijados como sus virtudes obligatorias. El nuevo derecho penal fijó para ellas delitos específicos que, como el
adulterio y el aborto, consagraban que sus cuerpos no les pertenecían. A todo efecto ninguna mujer era dueña de sí
misma, todas carecían de lo que la ciudadanía aseguraba, la libertad.» Las mujeres entraron en el siglo XIX atadas de
pies y manos, pero con una experiencia política propia a su espalda que ya no permitiría que las cosas volviesen a ser
exactamente igual que antes puesto que la lucha había empezado. «Sin capacidad de ciudadanía y fuera del sistema
normal educativo, quedaron las mujeres fuera del ámbito completo de los derechos y bienes liberales. Por ello, el
obtenerlos, el conseguir el voto y la entrada en las instituciones de alta educación se convirtieron en los objetivos del
sufragismo.» El sufragismo continuará con la lucha que las mujeres del siglo XVIII inauguraron, y que a muchas les costó
incluso la vida, sin llegar a disfrutar ningún derecho
LA SEGUNDA OLA Del sufragismo a Simone de Beauvoir

¿DE DÓNDE SALEN LOS SUFRAGISTAS? A las mujeres estadounidenses del siglo XIX no las sacaron de casa sus propios
problemas, sino una injusticia que se desarrollaba a su alrededor y que, por lo visto, percibían mejor que su propia
realidad: la esclavitud. Las mujeres, que ya habían luchado junto a los hombres por la independencia de su país, hasta
entonces una colonia inglesa, se organizaron para terminar con la situación de los esclavos. Esta actividad les aportó
experiencia en la lucha civil, en la oratoria, en los asuntos políticos y sociales, y, por otro lado, les sirvió de «linterna»
para ver cómo la opresión de los esclavos era muy similar a su propia opresión. Las hermanas Sarah y Angelina Grimké,
nacidas en una familia propietaria de esclavos de Carolina del Sur, fueron de las primeras activistas en el movimiento de
abolición de la esclavitud que luego aplicaron su crítica social a la condición de la mujer

Explica Alicia Miyares que la Declaración de Seneca Falls se enfrentaba a las restricciones políticas: no poder votar, ni
presentarse a elecciones, ni ocupar cargos públicos, ni afiliarse a organizaciones políticas o asistir a reuniones políticas.
Iba también contra las restricciones económicas: la prohibición de tener propiedades, puesto que los bienes eran
transferidos al marido; la prohibición de dedicarse al comercio, tener negocios propios o abrir cuentas corrientes. En
definitiva, la Declaración se expresaba —y de forma muy rotunda—, en contra de la negación de derechos civiles y
jurídicos para las mujeres. Así, en 1848, cuando el recién nacido Manifiesto Comunista proclama que la historia de la
humanidad es la historia de la lucha de clases, las reunidas en Seneca Falls se encargan de señalar que ésa era sólo
parte de la historia. Ellas eran el primer movimiento político de mujeres. Ellas eran las que convocaban, las que se
reunían y reclamaban derechos para sí mismas. Las mujeres se convertían en sujeto de la acción política.

Por fin, en agosto de 1920, el voto femenino fue posible en Estados Unidos. El sufragismo fue un movimiento de
agitación internacional —señala Amelia Valcárcel—, presente en todas las sociedades industriales, que tomó dos
objetivos concretos —el derecho al voto y los derechos educativos— y consiguió ambos en un período de ochenta años,
lo que supone ¡tres generaciones militantes empeñadas en el mismo proyecto.

Sin embargo, ni siquiera el sacrificio de la joven Davidson fue suficiente ni puso fin a la lucha. Tuvo que estallar la
Primera Guerra Mundial. El rey Jorge V amnistió a todas las sufragistas y encargó a lady Pankhurst el reclutamiento y la
organización de las mujeres para sustituir a los hombres que debían alistarse. «Un buen ejemplo del pragmatismo
inglés», señala Salas. Por fin, el 28 de mayo de 1917 fue aprobada la ley de sufragio femenino por 364 votos a favor y 22
en contra, casi como contraprestación a los servicios prestados durante la guerra, ¡después de 2.588 peticiones
presentadas en el Parlamento! De todas formas, las inglesas tuvieron que esperar aún otros diez años a que las
condiciones para su derecho al voto fueran idénticas a las de los varones ya que en la primera ley se decía que podían
votar las mujeres mayores de 30 años. Diez años más tarde, todas las mayores de 21, la misma edad que los varones,
podían votar y ser votadas.

Las sufragistas no reivindicaban sólo el derecho al voto, al sufragio universal. Se las conoce por ese nombre porque fue
en el voto donde pusieron todo el énfasis. Confiaban en que una vez conseguido éste, sería posible alcanzar la igualdad
en un sentido muy amplio. Las feministas de esta época reivindicaron el derecho al libre acceso a los estudios
superiores y a todas las profesiones, los derechos civiles, compartir la patria potestad de los hijos y administrar sus
propios bienes. Denunciaban que sus esposos fueran los administradores de los bienes conyugales, incluso de lo que
ellas ganaban con su trabajo. En la práctica, cualquier marido podía «alquilar» a su esposa para un empleo y cobrarlo y
administrarlo él. También reivindicaban igual salario para igual trabajo.

en el siglo XIX se da una gran paradoja. Por un lado, las mujeres quedan divididas. Con la llegada del capitalismo, las
mujeres se incorporan al trabajo industrial dado que eran una mano de obra más barata y menos reivindicativa que los
hombres. Sin embargo, en la burguesía —la clase social adinerada del momento y que cada día tenía más poder—, las
mujeres se quedaban encerradas en su casa. No se les permitía trabajar y cada día eran más cosificadas. Simplemente
simbolizaban el poder de sus maridos. Cuanto más hermosas mejor. Casadas, carecían de derechos; solteras, eran
castigadas y rechazadas socialmente. Pero a pesar de esta separación cada vez mayor en distintas clases y por lo tanto
con distintos roles, y distintas exigencias, las mujeres comienzan a organizarse. Con el sufragismo, «el feminismo
aparece, por primera vez, como un movimiento social de carácter internacional, con una identidad autónoma teórica y
organizativa. Además, ocupará un lugar importante en el seno de los otros grandes movimientos sociales, los diferentes
socialismos y el anarquismo

Y a mediados del siglo XIX comenzó a imponerse en el movimiento obrero el socialismo de inspiración marxista. La
atracción inicial entre marxismo y feminismo fue mutua. Ambas son teorías críticas, que contemplan la realidad con
disgusto y que todo lo que tocan, lo politizan. Por ejemplo, cuando el marxismo habla de clase social o plusvalía está
politizando la realidad y poniendo las bases del sindicalismo internacional. El feminismo igual: cuando habla de acoso
sexual o feminización de la pobreza está haciendo política.

El feminismo, en cuanto nace el marxismo, establece relación con él porque es la primera teoría crítica de la historia
que contempla las relaciones humanas en clave de dominación y subordinación, lo mismo que el feminismo... con una
diferencia. El marxismo no tiene ninguna capacidad explicativa para analizar otro sistema de dominación: el
patriarcado, la dominación de los hombres sobre las mujeres. De ahí que se sientan próximos y, al mismo tiempo,
polemicen constantemente

Así, tanto Marx como Engels describen la opresión de la mujer como una explotación económica. A Marx, la
emancipación de las mujeres no le lleva ni tiempo ni espacio en su obra y, cuando lo trata, tan sólo es un apéndice de la
emancipación del proletariado. Engels sí lo intentó y fruto de sus esfuerzos es la obra El origen de la familia, la
propiedad privada y el Estado. En ella, Engels señaló que el origen de la sujeción de las mujeres no estaría en causas
biológicas, la capacidad reproductora o la constitución física, sino sociales. En concreto, en la aparición de la propiedad
privada y la exclusión de las mujeres de la esfera de la producción social. Según este análisis, la emancipación de las
mujeres irá ligada a su independencia económica.

Explica Ana de Miguel que para Zetkin, los problemas de la proletaria no tenían nada que ver con sus maridos ni con los
hombres de su misma clase social, los obreros. Los problemas de las mujeres proletarias sólo tenían que ver con el
sistema capitalista y la explotación económica. Sin embargo, la activista socialista defiende el apoyo a las
reivindicaciones del movimiento feminista burgués, especialmente el derecho al voto. Y para ella, la aportación
fundamental que hace el marxismo a las mujeres es defender que éstas deben entrar en el sistema de producción.

Fue Heidi Hartmann quien describió la relación entre marxismo y feminismo como un matrimonio mal avenido, pero
son muchas las autoras que hablan de ello. De hecho, a pesar de la buena voluntad de Bebel, el divorcio entre
sufragismo y socialismo en Europa a finales del siglo XIX era patente. Es cierto que tenían reivindicaciones comunes —
educación, mejoras en el trabajo, igualdad de salarios, derecho al sufragio—, pero las estrategias políticas eran muy
distintas. Todo ello, a pesar de los esfuerzos y la sagacidad de Zetkin para integrar a las mujeres dentro del partido con
la Internacional Socialista de Mujeres

Fue Alejandra Kollontai quien dio un paso más allá dentro del marxismo y sus ideas se acercaron mucho a lo que sería
el feminismo radical de los años setenta. Alejandra Kollontai fue quien articuló de forma más racional y sistemática
feminismo y marxismo. Porque Kollontai no se limitó a incluir a la mujer en la revolución socialista, sino que definió qué
tipo de revolución necesitaban las mujeres. Para ella, abolir la propiedad privada y que las mujeres se incorporaran al
trabajo fuera de casa no era suficiente ni mucho menos. La revolución que necesitaban las mujeres era la revolución de
la vida cotidiana, de las costumbres y, sobre todo, de las relaciones entre los sexos. Rotunda, para Kollontai no tiene
sentido hablar de un «aplazamiento» de la liberación de la mujer, en todo caso, habría que hablar de un aplazamiento
de la revolución. Con estas ideas, claro está, Kollontai tuvo muchos enfrentamientos con sus camaradas varones que
negaban la necesidad de una lucha específica de las mujeres.

EMMA GOLDMAN: MUJERES LIBRES


Goldman mantenía que, para las mujeres, el cambio no vendría de reformas como el derecho al voto. Para ella, lo
importante era una revolución que surgiera de las propias mujeres, no tanto de la conquista del poder como de la
«liberación» del peso de los prejuicios, las tradiciones y las costumbres. Su feminismo estaba mucho más próximo al de
la década de los setenta que al de sus propias contemporáneas ya que su análisis sobre la condición oprimida de las
mujeres se centraba en el problema sexual. Para Goldman, éste era el arma más importante que la sociedad esgrimía
contra la mujer.

Simone de Beauvoir

Simone de Beauvoir llega a la conclusión de que la mujer ha de ser ratificada por el varón a cada momento, el varón es
lo esencial y la mujer siempre está en relación de asimetría con él. Y desarrolla el concepto de la hetero designación ya
que considera que las mujeres comparten una situación común: los varones les imponen que no asuman su existencia
como sujetos, sino que se identifiquen con la proyección que en ellas hacen de sus deseos. Pero la filósofa no se queda
ahí. Todo el primer volumen del ensayo es una investigación sobre estos conceptos. Y con ella, también inaugura una
forma de trabajar que será característica del feminismo de la tercera ola, el carácter interdisciplinar del mismo. El
feminismo posterior ya no se dedicará sólo a la reivindicación, sino que indagará en todas las ciencias y disciplinas de la
cultura y el conocimiento como hizo Simone de Beauvoir. Para llegar a las conclusiones del primer volumen, la filósofa
estudia las ciencias naturales y humanas: biología, psicología, materialismo histórico..., y luego hace un recorrido por la
historia de Occidente y por los mitos de la cultura. Su conclusión es que no hay nada biológico ni natural que explique
esa subordinación de las mujeres, lo que ha ocurrido es que la cultura —desde la Edad del Bronce— dio más valor a
quien arriesgaba la vida —que es lo que hacían los hombres en las guerras y conquistas de nuevos territorios— que a
quienes la daban —que es lo que hacían las mujeres con su poder de concebir. Después de este trabajo de análisis e
investigación del primer volumen, el segundo se inicia con la famosa frase «No se nace mujer, se llega a serlo». Porque
para la filósofa «se trata de saber lo que la humanidad ha hecho con la hembra humana». Ésta es la base sobre la que el
feminismo posterior construirá la teoría del género.

LA TERCERA OLA

Del feminismo radical al ciberfeminismo

De nuevo reinaba la domesticidad obligatoria. Parece que los soldados tras la dura guerra quisieron hacer realidad el
mito del reposo del guerrero y consiguieron vivir aquello con lo que soñaban durante las sangrientas batallas: casas
grandes con mujeres amorosas pendientes de sus deseos y de un montón de hijos que tanto se necesitaban en todos
los países después de los millones de muertos. También había que revitalizar la economía. Se echó a las mujeres de los
trabajos que habían tenido, su lugar lo ocuparon los varones y se desarrollaron electrodomésticos y bienes de
consumo. Consumo, mucho consumo que necesitaba a muchas mujeres dispuestas a comprar. Todas perfectas amas de
casa.

para Friedan, el problema era político: «la mística de la feminidad, que en realidad era la reacción patriarcal contra el
sufragismo y la incorporación de las mujeres a la esfera pública durante la Segunda Guerra Mundial, identifica mujer
con madre y esposa, con lo que cercena toda posibilidad de realización personal y culpabiliza a todas aquellas que no
son felices viviendo solamente para los demás

Ella contribuyó a poner la primera piedra creando la Organización Nacional para las Mujeres cuyas siglas (NOW) en
inglés, significan «ahora, ya. No se trataba de enfrentar a las mujeres contra los hombres; los hombres formarían parte
de la organización, aunque serían las mujeres las que llevarían la voz cantante. Friedan, quien sería su primera
presidenta, escribió la frase fundacional de la Declaración de Principios de NOW en una servilleta de papel. «Acometer
las acciones necesarias para que se incluya a las mujeres en la corriente general de la sociedad norteamericana ya,
ejerciendo todos los privilegios y responsabilidades que de ella se derivan, en una asociación auténticamente igualitaria
con los hombres.» «Acciones, no palabrería», repetiría Friedan.
NOW empezó oficialmente el 29 de octubre de 1966 con unos trescientos afiliados. Entre sus miembros se contaban
dos monjas, mujeres sindicalistas, empresarias y algunos hombres.

La declaración reivindicaba la igualdad de oportunidades y que se pusiera fin a la discriminación de las mujeres y de
otros grupos marginados frente al empleo, que en las instituciones de educación superior dejaran de existir las cuotas
de acceso para mujeres, que hubiera igual número de mujeres que de hombres en las comisiones y las direcciones de
los partidos políticos, que se pusiera fin a la falsa imagen que de la mujer daban los medios de comunicación y a las
políticas y prácticas proteccionistas que negaban oportunidades a las mujeres.

Friedan y su organización han llegado a ser las máximas representantes del feminismo liberal. El feminismo liberal se
caracteriza por definir la situación de las mujeres como una desigualdad —y no una opresión o una explotación—. Por
ello, defienden que hay que reformar el sistema hasta lograr la igualdad entre los sexos. Las liberales definieron el
problema principal de las mujeres como su exclusión de la esfera pública, y propugnaron reformas relacionadas con la
inclusión de las mismas en el mercado laboral. También, desde el principio tuvieron una sección destinada a formar y
promover a las mujeres para ocupar cargos políticos.

FEMINISMO RADICAL

El feminismo radical se desarrolló entre 1967 y 1975 y puso patas arriba tanto la teoría como la práctica feminista y, de
paso, la sociedad, que era lo que pretendían

El feminismo radical tuvo dos obras fundamentales: Política sexual de Kate Millett, publicada en 1969, y La dialéctica del
sexo de Sulamith Firestone, editada al año siguiente. Fue Sulamith Firestone quien formuló el feminismo como un
proyecto radical —como explica Celia Amorós—, en el sentido marxista de «radical». Radical significa tomar las cosas
por la raíz y, por lo tanto, irían a la raíz misma de la opresión.

En estas obras se definieron conceptos fundamentales para el análisis feminista como el de patriarcado, género y casta
sexual. El patriarcado se define como un sistema de dominación sexual

que es, además, el sistema básico de dominación sobre el que se levantan el resto de las dominaciones, como la de
clase y raza. El patriarcado es un sistema de dominación masculina que determina la opresión y subordinación de las
mujeres. El género expresa la construcción social de la feminidad y la casta sexual se refiere a la experiencia común de
opresión vivida por todas las mujeres.

El interés por la sexualidad es lo que diferencia al feminismo radical tanto de la primera y segunda ola como de las
feministas liberales de NOW. Para las radicales, no se trata sólo de ganar el espacio público (igualdad en el trabajo, la
educación o los derechos civiles y políticos) sino también es necesario transformar el espacio privado. Son herederas de
la «revolución sexual» de los años sesenta, pero desde una actitud crítica. Ya no son las puritanas del siglo XIX, pero
tampoco se dejan engañar por la retórica de una revolución sexual que «traía carne fresca al mercado del sexo
patriarcal».

Con el eslogan de «lo personal es político», las radicales identificaron como centros de la dominación áreas de la vida
que hasta entonces se consideraban «privadas» y revolucionaron la teoría política al analizar las relaciones de poder
que estructuran la familia y la sexualidad. Consideraban que los varones, todos los varones y no sólo una elite, reciben
beneficios económicos, sexuales y psicológicos del sistema patriarcal. Además de revolucionar la teoría política y
feminista, las radicales hicieron tres aportaciones, como mínimo, igual de importantes: las grandes protestas públicas,
el desarrollo de los grupos de autoconciencia y —menos espectaculares pero enormemente beneficiosos para las
mujeres— la creación de centros alternativos de ayuda y autoayuda.

La rebelión fue compleja porque al ponerse las gafas violetas, todos esos análisis significaban cambios en las relaciones
familiares y de pareja. Por eso los grupos también fueron una red de apoyo para las mujeres que comenzaron a cambiar
su «rol», a cambiar sus familias y sus parejas, a sentirse libres y ejercer como tales. Y en muchos casos eso implicaba,
más que cambios, rupturas. Las radicales hicieron todo al mismo tiempo: desarrollar la teoría que dejaba en evidencia
las relaciones de poder entre hombres y mujeres, ponerle nombre a la raíz de la desigualdad, sacarlo a la luz pública y
manifestarse subversivamente contra el orden establecido; crear los medios para que cada mujer hiciera un proceso
personal de liberación, apoyarla y, además, proveer los recursos materiales (guarderías, casas de acogida...) que esa
libertad recién estrenada necesitaba.

A partir de 1975, el feminismo ya no volvió a ser uno, singular. El feminismo radical abrió las compuertas. A partir de su
teoría y su práctica —de «lo personal es político» y los grupos de autoconciencia—, las aguas se desbordaron. Cada
feminista comenzó a trabajar sobre su propia realidad. Las semillas echaron raíces, con lo que el feminismo fue
floreciendo en cada lugar del mundo con sus características, tiempos y necesidades propias.

Así, a partir de los años setenta, el feminismo nunca más ha vuelto a ser uno. La explosión del feminismo radical, en
todos los sentidos, para bien y para mal, tuvo varias causas. Además de la ya dicha —una vez puesta la semilla de «lo
personal es político» cada grupo se puso a hacer política desde su propia realidad vital—, una característica común de
los grupos radicales fue ser anti jerárquicos y absolutamente igualitaristas.

El hecho de que el feminismo ya no se pueda nombrar en singular, de que nunca más haya vuelto a mantener la unidad
de las sufragistas o de las radicales, no quiere decir que esté enfrentado, aunque en ocasiones así ha sido. Las
feministas de la diferencia, en sus comienzos, atacaron tanto al sistema y cultura patriarcales como a las feministas «de
la igualdad», como se comenzaron a denominar a aquellas que mantenían sus orígenes en la Ilustración y se sentían
herederas de toda la historia (Revolución francesa, sufragismo y lucha por los derechos políticos y sociales). Fue un
enfrentamiento importante y doloroso que duró casi dos décadas y que ya parece estar superado.

FEMINISMO DE LA DIFERENCIA

El concepto de diferencia ha sido polémico por varias razones. La primera, por su propio nombre. Desde el modelo
patriarcal y androcéntrico, con el varón como medida de lo humano, que incluso se apropia de lo neutro y lo considera
masculino, la diferencia de género se entiende como negativa e inferior. Sin embargo, el feminismo de la diferencia
toma la palabra y le da un sentido completamente distinto. Reivindica el concepto y se centra precisamente en la
diferencia sexual para establecer un programa de liberación de las mujeres hacia su auténtica identidad, dejando fuera
la referencia de los varones.186 «No queríamos ser mujeres emancipadas. Queríamos ser mujeres libres porque sí, por
derecho propio.»187 Así, para este feminismo el camino hacia la libertad parte precisamente de la diferencia sexual.
«Descubrimos lo que era la amistad y la complicidad entre mujeres en un ambiente sin jefes, sin novios, sin maridos, sin
secretarios generales que mediaran entre nosotras y el mundo.»188

Una de sus ideas clave es señalar que diferencia no significa desigualdad y subraya que lo contrario de la igualdad no es
la diferencia, sino la desigualdad. El feminismo de la diferencia plantea la igualdad entre mujeres y hombres, pero
nunca la igualdad con los hombres porque eso implicaría aceptar el modelo masculino.189 Entre sus propuestas
destacan la importancia de lo simbólico: «Las cosas no son lo que son, sino lo que significan.»190 Y reivindican que lo
que hacen las mujeres puede ser significativo y valioso, sea igual o no a lo que hacen los hombres. Entre las fórmulas
para crear otro «orden simbólico» se da mucha importancia al arte: el cine, la literatura, la música, las plásticas diversas
utilizan símbolos que van al corazón del problema.

Fue el feminismo radical el que dio paso al feminismo cultural y al de la diferencia en Europa. Explica Sendón de León
que aunque la falta de estructuras y la ausencia de lideresas —puesto que no querían ni profesionalizar la política ni
repetir los esquemas de siempre—, causaron la desaparición del movimiento radical, de todo aquello surgió el
sentimiento de la sororidad, que iba más allá de la camaradería. La sororidad se había fraguado en los grupos de
autoconciencia, en los que se reflexionaba sobre la propia vida de las mujeres, creando así una conciencia de género
que perviviría en las décadas posteriores. Para 1975, la mayoría de los grupos de autoconciencia se había disuelto.

¿Cómo se dio el salto del feminismo radical al cultural? Quizá la última conclusión de Política sexual de Kate Millett da la
pista:
El profundo cambio social que implica una revolución sexual atañe sobre todo a la toma de conciencia, así como a la
exposición y eliminación de ciertas realidades, tanto sociales como psicológicas subyacentes a las estructuras políticas y
culturales. Supone, pues, una revolución cultural que, si bien ha de llevar consigo esa reestructuración política y
económica a la que suele aplicar el término revolución, tiene que trascender necesariamente dicho objetivo.

La pionera en el feminismo de la diferencia es Luce Irigaray. Junto a Irigaray, Annie Leclerc y Hélène Cixous son las más
destacadas representantes del feminismo francés de la diferencia. El grupo Psychanalyse et Politique que formaron
surgió en los setenta y es un referente ineludible del feminismo francés, pero realmente es un feminismo sólo para
filósofas pues sus textos son tremendamente crípticos y oscuros. No así sus críticas al feminismo de la igualdad, que son
muy claritas: lo descalifican porque consideran que es reformista, asimila las mujeres a los varones y no logra salir de la
dominación masculina. Sus partidarias protagonizaron duros enfrentamientos con otros feminismos, pero Irigaray y
Cixous innovaron la teoría feminista al insistir en la subversión del lenguaje masculino, la reivindicación de la escritura
femenina y la creación de un saber femenino. También en Italia surgió una importante corriente del feminismo de la
diferencia. A finales de los sesenta y durante toda la década siguiente, Italia fue uno de los países más activos dentro
del movimiento feminista. Aunque la mayoría de los grupos estaban ligados a la política de izquierda, entre ellos
apareció Carla Lonzi con su obra Escupamos sobre Hegel, una crítica despiadada a la cultura patriarcal y, de paso, «a las
aspiraciones igualitarias de un cierto feminismo colonizado, ya que la igualdad es un principio jurídico, mientras que la
diferencia supone una realidad existencial.

Lo más característico del feminismo italiano de la diferencia es el término affidamento, que se puede traducir como
«confiar o dejar una cuestión en manos de otra persona». Con el affidamento se crean lazos sólidos entre mujeres
otorgándose confianza y autoridad unas a otras. De esta manera, se reconstruye la autoridad femenina inexistente en
el patriarcado. Explican que precisamente el patriarcado se basa en la autoridad paterna en detrimento de la materna.
Así, el affidamento entre mujeres es la práctica social que rehabilita a la madre en su función simbólica. Al recuperar la
grandeza materna perdida, su valor simbólico, se podrá construir al mismo tiempo la autoridad social femenina

FEMINISMO INSTITUCIONAL

El camino de este feminismo se abrió gracias al feminismo internacional de entreguerras que impulsó el Informe
Mundial sobre el Estatus de la Mujer, realizado por la Liga de Naciones. Con este informe se cambió completamente la
idea de que la situación de las mujeres fuese competencia exclusiva de los gobiernos nacionales. Desde entonces, se
convirtió en un asunto asumido por los organismos internacionales. El siguiente paso fue la creación de la Comisión
sobre el Estatus de las Mujeres de las Naciones Unidas en 1946.

El feminismo institucional, según en los países donde se ha desarrollado, asume formas distintas. Desde los pactos
interclasistas de mujeres a la nórdica —donde se habla de feminismo de estado—, a la formación de lobbys o grupos de
presión a la americana, hasta la creación de ministerios o institutos interministeriales de la mujer (en España se creó el
Instituto de la Mujer en 1983). Al margen de los logros concretos en cada país, el feminismo institucional tiene en
común, lo que supone un cambio radical respecto a todos los feminismos anteriores, su apuesta por situarse dentro del
sistema. Por un lado, ha traído avances respecto al inmovilismo que suponía la postura anterior de no aceptar los
pequeños cambios; por otro, hay quienes consideran incluso que el institucional no es feminismo. Lo cierto es que el
asentamiento del feminismo institucional ha supuesto un cambio lento y difícil para todo el feminismo ya que éste es
un colectivo que, aparte de su vocación radical —no hay nada más ajeno al feminismo que lo políticamente correcto—,
siempre se había desarrollado alejado del poder

LAS MÁS MODERNAS: ECOFEMINISMO Y CIBERFEMINISMO

En la ecofeminismo se aúnan tres movimientos: el feminista, el ecológico y el de la espiritualidad femenina. Así lo


define la Women’s Environmental Network, la red de mujeres ambientalistas. Aunque también dentro del propio
ecofeminismo hay varias corrientes, lo característico es su capacidad de construcción y no sólo de defensa ante el
arrollador desarrollismo sexista. En los países del sur, son las mujeres quienes controlan todas las fases del ciclo
alimentario. Se calcula que en América Latina y Asia, las mujeres producen más del 50 % de los alimentos disponibles,
cifra que en África llega al 80 %. Pero también son ellas quienes se encargan de conseguir el agua y la leña. A cambio,
estas mujeres son dueñas del 1 % de la propiedad y su acceso a créditos, ayudas, educación y cultura está
tremendamente restringido. Las eco feministas fueron las primeras en dar la voz de alarma acerca de que la pobreza,
cada vez tiene más rostro de mujer.

Las eco feministas, además de desarrollar su propia teoría como corriente feminista y realizar estudios sobre dioxinas,
contaminación o nuevas técnicas agroquímicas, son tremendas activistas.

- El movimiento Chipko (en hindi significa «abrazar»)


- El Cinturón Verde, programa creado en 1977 por Wangari Maathai, combina el desarrollo comunitario con la
protección medioambiental.

la red es el instrumento perfecto para organizar campañas tanto locales como mundiales entre un colectivo siempre
falto de tiempo y de recursos. Además, en Internet se están proponiendo nuevas formas de creatividad feminista que
por añadidura son fácilmente compartidas. Así, se puede hablar de una potente corriente, el ciberfeminismo que, como
mínimo, tiene tres ramas desarrollándose con fuerza: la creación, la información alternativa y el activismo social.

Fue en Australia, en 1991, donde el grupo de artistas denominado VNS Matrix, acuñó el término de ciberfeminismo. Su
propuesta consiste en utilizar la tecnología para la subversión irónica de los estereotipos culturales. Esta rama del
ciberfeminismo pretende, por medio de las nuevas tecnologías, construir una identidad en el ciberespacio alejada de
los mitos masculinos. Las raíces teóricas parten del feminismo francés de la tercera ola.

Una segunda rama se inició en el desarrollo de la perspectiva de género y el uso estratégico de las redes sociales
electrónicas. Este ciberfeminismo social surgió en 1993 en la Asociación para el Progreso de las Comunicaciones donde
se creó el grupo APC-mujeres con la intención de utilizar las nuevas tecnologías para el empoderamiento de las mujeres
en el mundo.

El primer éxito del ciberfeminismo social se vivió en la IV Conferencia Mundial de Mujeres en Pekín, donde un equipo
de 40 mujeres de 24 países creó un espacio electrónico con información de lo que ocurría en la capital china en 18
idiomas, que contabilizó 100.000 visitas en su página web. Teniendo en cuenta la poca o nula cobertura informativa de
estos encuentros. A partir de Pekín, fue una realidad que las redes electrónicas ofrecen una nueva dimensión a la lucha
y el trabajo feminista. Quizás el mejor ejemplo fue la Marcha Mundial de Mujeres del año 2000, organizada por las
feministas canadienses y que movilizó a millones de activistas de todo el mundo en torno a dos ejes fundamentales de
la lucha feminista: la pobreza y la violencia de género

LA NUEVA TAREA: NOMBRAR Y DESENMASCARAR

Cada grupo, desde su realidad, corriente dentro del feminismo y formación, empezó a desgranar los temas: la
sexualidad femenina, el aborto y los derechos reproductivos, la salud femenina, el control de natalidad, la nutrición, los
deportes, la investigación científica y farmacéutica, el embarazo, el parto y la maternidad. Estudiando el cuerpo y las
relaciones de poder que todo lo impregnan cuando hablamos de mujeres, se reveló el grave problema de la violación y
su práctica habitual en el control de las mujeres. De hecho, nombrar entonces la violencia dentro de la familia fue un
paso decisivo para su inicial reconocimiento. En los setenta, las feministas ya habían identificado de forma clara el
maltrato y la violencia contra las mujeres, aunque se haya tardado décadas en trasladar todos estos conocimientos a la
sociedad y en convencer a los poderes públicos de que es un problema de estado de urgente solución.

En la misma línea, se desenmascararon las trampas del lenguaje, la sesgada visión sexista de los medios de
comunicación, la ultrajante representación de las mujeres en la publicidad, las diferencias de salario, los déficits en los
servicios sociales, las exclusiones de la historia, las mentiras de las ciencias sociales, las carencias de las ciencias
experimentales... En definitiva, se dijo con rotundidad que ya no es posible, con rigor académico, considerar como
universal y neutral un punto de vista unilateral, el masculino. Llegadas al siglo XXI, «lo que nos une» y queda pendiente
para todas las mujeres, de todos los rincones del mundo, es hacer realidad que los derechos de las mujeres son
derechos humanos.

Todo esto, más la creación de nuevos modelos de relaciones personales e íntimas y de diferentes opciones de vida para
las mujeres, fue posible gracias a la impertinencia, inteligencia y

valor de las mujeres de la Revolución francesa, de las sufragistas, de las feministas de todas las clases: utópicas,
anarquistas, socialistas, marxistas, radicales, ilustradas, de la diferencia... de todas las razas y de todos los países, ricas y
obreras, asalariadas y amas de casa que supieron que la vida, además de vivirla, está para disfrutarla.

MULTICULTURALISMO, JUSTICIA Y GÉNERO- AGRA ROMERO


Multiculturalismo se utiliza en un sentido amplío, más bien descriptivo, para manifestar la evidente variedad de
culturas, la diversidad intra e internacionales. unas veces encontramos el multiculturalismo asociado con lo
"políticamente correcto", otras con el feminismo, el nacionalismo, el eurocentrismo o la etnicidad y la cultura; unas
veces referido en general a la cultura, otras vinculado a los nuevos movimientos sociales". Es decir, funciona como una
especie de "comodín”. Al convertirse en "ismos" se trivializan y al mismo tiempo se desdibujan o diluyen las diversas
caracterizaciones y matizaciones de modo que en unos casos adquiere connotaciones positivas y en otros claramente
negativas, se somete a idealizaciones o a demonizaciones. De ahí también la necesidad de adjetivarlo y así tendremos
un multiculturalismo moderado o radical, conservador, liberal o crítico, particularista o pluralista.

Frente al multiculturalismo trivial o comodín, el que merece especial atención es el multiculturalismo normativo y/o
crítico y su relación con la justicia y el género.

Multiculturalismo

Tiene especial relevancia en EE. UU como señala

Will Kymlicka: Algunas personas empican el término "multicultural" de una manera más amplia para englobar una
extensa gama de grupos sociales no étnicos que, por diversas razones, han sido excluidos o marginados del núcleo
mayoritario de la sociedad como ser discapacitados, gays, lesbianas, mujeres, la clase obrera, ateos o comunistas

En Canadá el termino se emplea a lo relativo al derecho de los inmigrantes a expresar su identidad étnica, frente a los
prejuicios y la discriminación. Su uso en Europa respondería a los poderes compartidos entre las comunidades
nacionales. Kymlicka, a su vez, va a reservar el término multicultural para las diferencias nacionales y étnicas, no para
las demandas de grupos socialmente marginados, sentido éste adoptado predominantemente en Estados Unidos.
Desde esta última perspectiva el multiculturalismo aparece vinculado a los denominados "nuevos movimientos
sociales" que se caracterizarían por reclamar ciertos tipos de cambio social y por politizar las diferencias. Y, en algunos
casos, adopta la denominación de "política de la diferencia".

KymÜcka, Young o Walzer comparten la preocupación por la justicia social y política. El multiculturalismo o la "política
de la diferencia" se entienden desde la perspectiva de la consecución de una mayor igualdad social y económica, de una
política participativa e inclusiva. Sin embargo, la discusión y comprensión del multiculturalismo se plantea como
movimiento o proyecto en el que el reconocimiento, la identidad y la cultura están en primer plano, de donde se sigue
una fuerte lógica de separación y auto afirmación, así como una buena dosis de esencialismo.

Así pues, se hace necesaria una reflexión crítica sobre el multiculturalismo como indica N. Fraser: Reflexionar sobre el
multiculturalismo es quedar inmediatamente enredados en complicadas cuestiones en torno a la relación entre
diferencia e igualdad. Es plantearnos los siguientes interrogantes ¿Qué diferencias merecen reconocimiento público y/o
representación política? ¿Qué diferencias, por el contrario, deberían considerarse irrelevantes para la vida política y
tratarse como asuntos privados? ¿Qué afirmaciones de identidad tienen su fundamento en la defensa de relaciones
sociales de desigualdad y dominación?
Monoculturalismo e individualismo

la cultura, el conocimiento, el arte, la política o la educación, están centradas en una visión eurocéntrica que, en calidad
de posición hegemónica, marginaliza o excluye las contribuciones y la diversidad aportadas por los "otros". Así, la
historia, el arte, la filosofía, la música, tienden a reflejar la forma occidental o europea. Se entiende, pues, que esa
visión es monocultural y se argumenta que los grupos excluidos se ven afectados significativamente por cuanto dicho
monoculturalismo genera autoimágenes negativas que repercuten en su autoestima y en sus posibilidades de
educación y trabajo.

El multiculturalismo más radical, por su parte, basa sus propuestas en su anti eurocentrismo, en su
antimonoculturalismo, y todo lo que de él deriva, ofreciendo soluciones "centristas", como por ejemplo el
"afrocentrismo", presentándose como tradiciones irreconciliables con el monoculturalismo eurocéntrico. La diferencia
se valora positivamente, la variedad y diversidad cultural son buenas. Comporta posiciones separatistas fuertes.
Mientras que un multiculturalismo más moderado incidirá en que las diferencias culturales no sean causa de exclusión,
debido al predominio de una cultura dominante o hegemónica. Insistirá en que los individuos pertenecen a grupos
particulares, más el énfasis recae sobre la exclusión, la estigmatización o la injusticia, contra la mistificación de una
cultura particular, sea la que sea. Defiende políticas de inclusión y coalición. Ambos cuestionan el monoculturalismo, se
oponen al liberalismo tradicional y, fundamentalmente, al ideal asimilacionista que busca trascender o eliminar las
diferencias, apelando a una "autodefinición" positiva de las diferencias de grupo que conlleva el reconocimiento y el
trato diferencial. Reconocimiento e identidad son las claves. No sólo el monoculturalismo está en el punto de mira, la
crítica al individualismo constituye otro elemento determinante. Concretamente, frente al liberalismo tradicional por
considerar que sostiene una visión atomista, abstraerá, uniforme de los individuos, que no se corresponde con el
carácter situado de los mismos, con su pertenencia a grupos, con su identidad cultural. En definitiva, lo que se
cuestiona es la supuesta neutralidad del liberalismo y del Estado liberal, que no logra resolver el problema de las
diferencias, no consigue la separación entre cultura y Estado. El liberalismo descansa en una comprensión
insuficientemente sensible a la diferencia por lo que las minorías sólo pueden ser cooptadas por la cultura hegemónica,
esto es, conduce a la asimilación.

Los problemas que plantea el multiculturalismo hacen referencia a dos aspectos: la pérdida de unidad y el
provincianismo cultural.

1) La primera en el contexto estadounidense, apela a la amenaza para la unidad, la identidad nacional y cultural,
a la caída en el particularismo y en la imposibilidad de adoptar estándar alguno.
2) La segunda señala el peligro de esencialismo y determinismo cultural, de reificación y mistificación de las
diferencias.

En sus versiones fuertes, en efecto, el multiculturalismo emplea como arma la cultura, bien de una forma romántica,
bien de una forma instrumental, La cultura se convierte en el núcleo de la lucha y de la "política de la identidad". Ahora
bien, el multiculturalismo, la crítica al monocuituralismo y al individualismo se dirige a problemas epistémicos y
normativos, éticos y políticos que no se pueden esquivar.

La política de la identidad

el debate por el multiculturalismo se articula en torno a la identidad/diferencia. Como concepción afirmativa la


identidad “remite a la afinidad y afiliación de los asociados así identificados, esto es concebida como vínculo,
dotándolos de un sentido o espacio común, manteniendo unidos a sus miembros”.

Pero la identidad también puede ser excluyente, precisamente para los que están fuera de su alcance e incluso hacia
dentro, puesto que, insistiendo en su carácter esencial (racial o de otro tipo) o simplemente apelando a la solidaridad
de grupo, alguna gente tendría que mantenerse en lo que no quieren ser. Lo mismo ocurre con la diferencia. En nombre
de la diferencia hay una larga historia de exclusiones, a saber, cuando los diferentes no son parte de la formación social,
no son incluidos en los valores de trato moral y respeto. La diferencia puede emplearse como marca, como delimitación
(herencia, biología), de superioridad moral. Como ya antes se indicaba, la lógica de la identidad/diferencia puede
conducir bien a una posición claramente separatista, "centrista", bien a una posición incluyente, de coalición. El
problema deriva de la consideración de la cultura como única y genuina fuente de valor, de verdad y de identidad;
cuando la cultura es el sello de autenticidad del grupo y consecuentemente el arma a utilizar en la política de la
identidad.

La política de la identidad, que emplea la cultura como arma, naturaliza dicho concepto, lo esencializa. Como indica J.
W. Scott

"la identidad se toma como el signo referencial de un conjunto fijo de costumbres, prácticas y significado, una herencia
imperecedera, una categoría sociológica fácilmente identificable, un campo de rasgos y/o experiencias compartidas"

La crítica de Scott pone de manifiesto que lo problemático no es la diversidad, la pluralidad de identidades, sino la
diferencia en tanto que conlleva jerarquías y asimetrías de poder, esto es, en tanto que producida por la discriminación,
"un proceso que establece la superioridad, la tipicidad o la universalidad de alguien en términos de Inferioridad,
atipicidad o particularidad de otros”. no se puede asumir que la gente es discriminada porque ellos ya son, de hecho,
diferentes. Hay que atender al proceso de producción de la Identidad, no presentarla como algo preexistente, anterior
a la discriminación. Esto significa naturalizar y esencializar la identidad.

En contraste con una visión naturalizada y esencialista de la identidad, la crítica postmoderna, la "desconstrucción" ha
dado un cierto empuje a la lucha política en torno a la identidad y a cierta forma de multiculturalismo, justamente,
desde una posición claramente antíesencialista. Ahora, todas las identidades son "construcciones sociales", tanto las
individuales como las colectivas, son el resultado de los procesos de lucha social, cultural y política, de luchas por el
poder y por imponer ciertas definiciones de identidad frente a otras. El género, la sexualidad, la raza, son socialmente
construidos y, consecuentemente, no son algo dado, preconstituido, sino fruto de la lucha que opera en la construcción
de identidades. la concepción (antiesencialista mantiene que todas las identidades y diferencias son represivas y
excluyentes. Son construidas a través del discurso o, en sus versiones más fuertes, son simplemente "ficticias".

Antiesencialismo (deconstructivista) y multiculturalismo sitúan el tema de la identidad en el centro de la lucha política.


Ambos, a su manera, coinciden en la crítica al liberalismo, ponen en cuestión su concepción individualista, su modelo de
racionalidad, de justicia y de universalidad. Los multiculturalistas entienden que el proyecto liberal descansa en una
idea de tolerancia y pluralismo que no contempla adecuadamente la diferencia o no es lo suficientemente sensible a
ella, puesto que conduce a la asimilación de las minorías por la cultura hegemónica. Mientras que el multiculturalismo
crítico, no el radical o centrista, se interrogaría por aquellas normas sociales y políticas, por la formación del
conocimiento y por los criterios de distribución desde la perspectiva de la heterogeneidad, de un modelo dialógico de
interpretar la pluralidad. Sostiene una política de coalición y formas de solidaridad entre individuos situados
diferentemente; enfatiza las experiencias comunes y su finalidad sería la representación de las voces de los marginados,
en el horizonte de una política emancipatoria. El multiculturalismo, así entendido, no excluye sino que exige abordar los
problemas normativos.

La cuestión ya no es la del multiculturalismo en sus versiones fuertes y su crítica radical al liberalismo, más bien la
pregunta es a la inversa, siguiendo a Amy Gutmann, esto es, sí "todas las demandas de reconocimiento hechas por los
grupos particulares, a menudo en nombre del nacionalismo o el multiculturalismo, son demandas antiliberales* La
respuesta es que no, Se continúa, por tanto, con los problemas de identidad y cultura, entendidos ahora desde una
propuesta normativa en la que toma cuerpo una política del reconocimiento, de la diferencia, pública y centrada en los
grupos culturales.

La política del reconocimiento

La política del reconocimiento propuesta por Taylor, en efecto, se separa del multiculturalismo que representa un
ataque a los fundamentos de la civilización occidental, como también se separa y critica las posiciones que sustenta el
deconstruccionismo. Su idea fundamental es que la tradición política liberal proporciona una buena base para el
multiculturalismo.

Su defensa y modo de entender el multiculturalismo se basa en la idea —asociada con Kant y Rousseau- de que todo
ser humano tiene una dignidad inherente, independientemente de su posición social o de sus dotes naturales. Esa
dignidad inherente demanda el respeto como iguales. La igualdad de respeto se expresa públicamente en los derechos
individuales de libertad de expresión, asociación y conciencia.

Sin embargo, sostiene, la idea de dignidad, que hace referencia al "reconocimiento", a la afirmación social de nuestro
valor. Rousseau es la clave. Los seres humanos poseen una necesidad fundamental de ser reconocidos por los otros.

Taylor intenta una reconfiguración del liberalismo, argumentando desde la "modernidad" en la que, indica, se producen
dos cambios significativos. Uno, el desplome de las jerarquías sociales que servían de base al honor. Surge la dignidad,
un sentido universalista e igualitario. El segundo cambio se produce a finales del siglo XVIII y supone una nueva
interpretación de la identidad, a saber: la "identidad individualizada" que es particularmente mía y que yo descubro en
mí mismo. surge la identidad como ideal de la "autenticidad".

Lo que resulta novedoso en la época moderna no es, por tanto, la necesidad de reconocimiento sino "la ponderación de
las condiciones en que el intento de ser reconocido puede fracasar". La identidad se constituye en diálogo abierto. el
reconocimiento no es una cortesía sino una "necesidad humana vital".

Centrándose en la esfera pública explora las posibilidades de la política del reconocimiento. Encuentra que emerge la
"política del universalismo" y el principio de ciudadanía igual, pero también la "política de la diferencia" que tiene
igualmente una base universalista: Esto significa, por un lado, tener los mismos derechos, ser, en este sentido,
idénticos; por otro, se pide el reconocimiento de que somos distintos.

Según Taylor:

"La política de la diferencia brota orgánicamente de la política de la dignidad universal por medio de uno de esos giros
con los que desde tiempo atrás estamos familiarizados, y en ellos una nueva interpretación de la condición social
humana imprime un significado radicalmente nuevo a un principio viejo"

Ambas políticas están en tensión. Subraya Taylor, que, ambas dan cuenta de un potencial humano universal: la
dignidad, una capacidad que comparten todos los seres humanos; y el potencial de modelar y definir nuestra propia
identidad como individuos y como cultura.

La exigencia de reconocimiento tiene una doble especificación, q-.ie refleja la paradoja del liberalismo. La neutralidad,
se pone en cuestión dado que responde a una cultura hegemónica que constriñe a las minorías a conformarse y
adaptarse a ella, resultando, pues, claramente discriminatoria. En su crítica más radical, la política de la diferencia
insiste en que el liberalismo no es más que un particularismo que se disfraza de universalismo a costa de imponer una
falsa homogeneidad.

Para concretar su visión Taylor acude al caso de Quebec en Canadá y explora, a su modo de ver, los temas más
importantes derivados de la pregunta por el reconocimiento, destacando que son dos concepciones del liberalismo de
los derechos los que están enfrentados, en función de su relación con la diversidad.

El liberalismo no procedimental propuesto por Taylor Parte del hecho de que hoy más y más sociedades resultan ser
multiculturales en el sentido de que "incluyen más de una comunidad cultural que desea sobrevivir" y ante esto el
liberalismo procedimental conlleva una rigidez excesiva que lo puede convertir en impracticable La demanda de
reconocimiento hoy, dice, es explícita, no se trata sólo de que se deje sobrevivir a las diferentes culturas sino de que
"reconozcamos su valor". El punto en el que va a basar su defensa del reconocimiento del valor de las culturas descansa
en la suposición de que todas las culturas tienen igual valor.
En última instancia, Taylor suscribiría una visión esencialísta de la identidad en la medida en que la hace depender de
un modelo fuerte de integridad moral

Justicia y genero

problema para las mujeres, señala Susan Wolf, no es el riesgo de no conservar la identidad del sexo femenino. El
problema es que "esta identidad está puesta al servicio de la opresión y la explotación". Dos son las fallas de
reconocimiento más importantes para Wolf: una, la incapacidad de reconocer a las mujeres como individuos y, otra, la
incapacidad de reconocer los valores y las capacidades implicadas en las actividades que tradicionalmente han sido
asignadas a las mujeres, incapacidad de entender que la experiencia y la atención dedicada a las mismas no suponen un
límite sino que pueden aumentar sus propias capacidades.

Para Wolf, la línea de pensamiento seguida por Taylor es desafortunada, refiriéndose justamente a la suposición y
posterior justificación del reconocimiento de valor de las culturas. La falta de reconocimiento o de respeto no depende
de las creencias sobre el mérito o valor relativo de una cultura en comparación con otra. El remedio, por tanto, no
puede ser la afirmación de la misma sino el comprender que son parte de nuestra comunidad. Reconocernos como una
comunidad multicultural, dirá Wolf, y así reconocernos y respetar a los miembros de esta comunidad en toda nuestra
diversidad.

El reconocimiento, el multiculturalismo, no es una cuestión de deseo de apreciación sino de justicia. El estudio de las
diferencias culturales, la apreciación de la diversidad, no es lo único realmente relevante, hay que aprender también
que algunos grupos han sido explotados y dominados por otros, es un interés por la justicia, no por la auto realización o
la celebración de la diversidad.

Taylor enfatiza el carácter relacional de la identidad pero no lo aplica en las relaciones entre grupos sociales, no
teniendo en cuenta que, en gran medida, son relaciones de poder las que están implicadas. Así pues, el reconocimiento
es una cuestión de justicia. La idea de que las culturas son los objetos propios e inmediatos de la política del
reconocimiento, y que esta política, así como los temas centrales de la identidad, puede ser generalizable a grupos
sociales y contextos distintos, parece tener más problemas, como es el caso del género.

Sin embargo, según algunas críticas, ciertas comprensiones de la identidad y el reconocimiento que surgen en el pasado
más reciente no toman estos conceptos en el sentido expuesto por Taylor, tal es el caso del feminismo. La explicación
de la especificidad de la necesidad del reconocimiento de las diferencias que deriva de los nuevos movimientos sociales
tiene que ver con la opresión; ésta ya no se considera exclusivamente en términos económicos y políticos sino también
en términos culturales, extendiéndose a la dimensión psicológica, a áreas como la sexualidad o la conducta. En otras
palabras, el reconocimiento no tendría que ver con las tradiciones, con la extinción de formas culturales y culturas, sino
con la percepción de que la opresión se manifiesta también en las formas de descripción y evaluación, que se puede
manifestar, en definitiva, no sólo en actos directos de exclusión sino también de formas más sutiles y de ahí que
tampoco se pueda evitar el hablar del poder.

Identidad, diferencia e igualdad el debate en el seno del feminismo

La reflexión sobre el multiculturalismo y el reconocimiento no puede desligarse del cambio que se opera en los años
noventa, especialmente en Estados Unidos, y en el que el feminismo está directamente implicado. El punto
fundamental que merece atención es la tematización de la identidad/diferencia y sus implicaciones teóricas y prácticas
para el feminismo y el género. Nancy Fraser se ha ocupado de este tema, El feminismo ya no puede centrarse
únicamente en las diferencias de género, hay que entender cómo éstas están interrelacionadas con la clase, la
sexualidad, la nacionalidad, la etnicidad o la raza. Al mismo tiempo sigue siendo necesario mantener el proyecto de
extensión de la democracia y combatir las injusticias.

Partiendo del contexto estadounidense, Fraser pone énfasis en que hay que evitar dos tendencias que, según su tesis,
comparten una misma carencia: no ser capaces de relacionar una política cultural de identidad y diferencia con una
política social de justicia e igualdad. Estas dos tendencias son, de un lado, el multiculturalismo en aquellas versiones
que defienden que todas las identidades y diferencias son merecedoras de reconocimiento; y, por otro, un
antiesencialismo indiscriminado que considera que todas las identidades y diferencias son ficciones represivas.

Fraser indica que el debate sobre la diferencia en el seno del feminismo se desarrolla en dos fases. La primera de los
años sesenta a los ochenta aproximadamente. El debate en estos años gira en torno al "feminismo de la igualdad" y al
"feminismo de ¡a diferencia", y el centro del mismo es la "diferencia de género". En este contexto, el feminismo de los
setenta desafía la perspectiva igualitaria del feminismo de los sesenta, éste es visto como androcéntrico y
asimiiacionista, es decir, que buscaría "ser como hombres". El feminismo de la diferencia o cultural que aparece en
estos años comparte la idea de que la diferencia de géneros es real y profunda, la más importante de todas las
diferencias. Las mujeres "como mujeres" comparten una identidad común, de ahí que haya que reconocer, no
minimizar o abolir, las diferencias de género, la diferencia adquiere, pues, un sentido positivo, afirmativo, que incide en
los lazos de "sororidad". Así, el movimiento se divide en dos visiones contrapuestas sobre la diferencia de género que
se corresponden con dos formas diferentes de entender la injusticia y la igualdad

Las feministas de la igualdad incidían en la desigualdad social, en la necesidad de una distribución justa y en la
participación equitativa. Las de la diferencia ponían de manifiesto que el androcentrismo cultural debía ser tomado en
consideración. Pero, como señala Fraser, la resolución de las diferencias no dio lugar a esa nueva perspectiva
integradora que combinase la oposición a la desigualdad social y al androcentrismo cultural. Se da un cambio en el
contexto del debate al introducir otros ejes de diferencia como la clase, la raza, la sexualidad, la etnicidad. El centro del
debate se desplaza y ahora son las "diferencias entre mujeres" las que ocupan la atención. Este desplazamiento viene
propiciado por las críticas de las mujeres lesbianas y de color al modelo supuestamente universal de las mujeres
blancas, heterosexuales, anglosajonas y de clase media. Las críticas van destinadas en principio al feminismo cultural o
de la diferencia, al que consideran culpable de invisibilizar u ocultar las diferencias entre mujeres, pero el de la igualdad
tampoco queda exento

Estas críticas a la atención exclusiva a la diferencia de género coinciden con el despliegue de los "nuevos movimientos
sociales" y el inicio de la "política de la identidad" en los años ochenta. En este nuevo escenario, dice Fraser, cada uno
de los nuevos movimientos politiza una diferencia "diferente", interfiriendo, más que coexistiendo, unos con otros. En
los noventa, por tanto, el debate feminista fundamental atiende básicamente a las "diferencias entre mujeres", lo cual
tiene su lado positivo, introduce elementos correctores frente a visiones homogeneizantes y esencialistas. En este
momento el antiesencialismo y el multiculturalismo tratan de ofrecer alternativas, sin embargo, ambos desdibujan el
problema. Se basan en concepciones unilaterales de la identidad y la diferencia. Su debilidad resulta del fracaso en "no
haber percibido que las diferencias culturales sólo podrían ser elaboradas libremente y democráticamente mediadas
sobre la base de la igualdad social" (Fraser)

La crítica que dirige al antiesencialismo radica en que éste desemboca en una postura escéptica sobre la identidad y la
diferencia al reconceptualizarlas como construcciones discursivas. Esta es, según la denomina Fraser, la versión des
construccionista del antiesencialismo que "consideran las reivindicaciones de identidad en términos exclusivamente
ontológicos. Por el contrario, no se plantean de qué modo una identidad o una diferencia dada se relaciona con las
estructuras sociales de dominación y con las relaciones sociales de desigualdad"

Ben Habib señala que el stand point feminism estaba obsesionado con la madre y la maternidad, el feminismo
posestructuralista con la sexualidad y el travestismo. el feminismo de la diferencia o el standpoint feminism da primacía
a las éticas del cuidado frente a las de la justicia; los feminismos postestructuralistas consideran que la justicia es una
quimera o, en cualquier caso, afirman la imposibilidad de establecer criterios o principios normativos de justicia, éstos
siempre generarán exclusiones. En el caso del multiculturalismo lo que hay que remediar son las injusticias culturales,
por lo que estará muy cercano a las tesis del feminismo de la diferencia.

el multiculturalismo en su uso más frecuente, según Fraser, se ha convertido en un llamamiento a una alianza potencial
de todos los nuevos movimientos sociales que parecen luchar por el reconocimiento de las diferencias: «esta alianza
une potencialmente a feministas, gays y lesbianas, miembros de grupos "racializados" y de grupos étnicos
desfavorecidos opuestos a un enemigo común: una forma de vida pública culturalmente imperialista que considera al
varón heterosexual, blanco, anglosajón y de clase media como un modelo humano, en relación con el cual todo lo
demás aparece como una desviación» (Fraser, 1995: 50). Esta lucha común tendría como objetivo el reconocimiento de
formas públicas multiculturales, de una pluralidad de diferencias igualmente valiosas de ser humano. Esta es la "versión
pluralista" del multiculturalismo, según su denominación. Entiende la diferencia de un modo "un i lateralmente
positivo", celebra a-críticamente la diferencia, cuya naturaleza se considera exclusivamente cultural.

Pero sobre todo, es cuestionable su olvido o desentendimiento de la desigualdad: "la diferencia se independiza de la
desigualdad material, de las diferencias de poder entre los grupos y de las relaciones de dominación y subordinación
que se dan dentro del sistema"

En su versión pluralista, el multiculturalismo considera que la injusticia más general es el imperialismo cultural y el
remedio más apropiado la revalorización de todas las identidades desacreditadas. Ambos, el feminismo de la diferencia
y el multiculturalismo, tienden a sustancializar las identidades, no tienen en cuenta que las diferencias son construidas
y se Ínter relacionan, representan un "enfoque acumulativo de la diferencia".

El multiculturalismo pluralista, por tanto, al igual que el deconstructivismo anti esencia lista, no puede dar respuesta a
las cuestiones políticas fundamentales: "ninguno de los dos consigue conectar una política cultural de la identidad y
diferencia con una política social de justicia e igualdad. Ninguno comprende el aspecto esencial de esa conexión; las
diferencias culturales sólo pueden ser libremente elaboradas y democráticamente mediadas sobre la base de la
igualdad social" (Fraser, 1995: 53). Fraser concluye proponiendo tres tesis: la primera, no volver al viejo debate
igualdad/diferencia, atender a las "diferencias entre mujeres", pero volviendo a relacionar los problemas de la
diferencia cultural con los problemas de la igualdad social; la segunda, desarrollar una visión antiesencialista que
permita vincular una política cultural de igualdad y de diferencia con una política social de justicia y equidad; la tercera,
no suscribir el punto de vista monocultural, desarrollando una visión multicultural que permita hacer juicios normativos
sobre el valor de las distintas diferencias a partir de su relación con la desigualdad (Fraser, 1995: 54-55)

tras estas tesis descansa el proyecto básico que anima la reflexión teórico-práctica de esta autora, a saber, un enfoque
bifocal o bivalente de la justicia, una concepción normativa de la justicia que tome en consideración tanto el
reconocimiento como la redistribución. Así, se llega al punto fundamental, esto es, que el multiculturalismo, el género y
la justicia requieren una teoría normativa. Young y Fraser desarrollan una propuesta normativa y política de la justicia.
Se trata, por tanto, de hacer frente a los problemas, no de evitarlos o ignorarlos

justicia y política de la diferencia

Young presenta una propuesta que vincula la justicia con la política de la diferencia. Situándose en el terreno de los
nuevos movimientos sociales, intenta desarrollar una teoría de la justicia política, normativa y emancipadora que toma
como base la ética comunicativa de Habermas y otras tesis cuestiona la lógica de la identidad que niega o reprime la
diferencia, con la orientación postmoderna que critica el discurso unificante y la homogeneidad.

sus reflexiones sobre la política de la diferencia tienen su origen en las discusiones que se dan en el movimiento de
mujeres sobre la importancia y la dificultad de reconocer las diferencias de clase, raza, etnicidad... Esta discusión es la
que le ha llevado a moverse del centro exclusivo en la opresión de las mujeres a intentar comprender también la
posición social de otros grupos oprimidos. El punto de partida filosófico de este libro, nos dice, está en las demandas
sobre la dominación social y la opresión en Estados Unidos. El objetivo explícito, en consecuencia, es desarrollar la
teoría de la justicia que responde a la práctica política de los nuevos movimientos sociales, entre ellos el feminismo,
demandas que, a su juicio, no son recogidas por las teorías de la justicia.

A partir de ahí elabora una concepción de la justicia política cuyos conceptos nucleares son los de dominación y
opresión; las cuestiones de toma de decisiones, división del trabajo y la cultura son las realmente importantes en lo que
a justicia social se refiere. En clara contraposición con las teorías de la justicia que, dice, responden a un paradigma
distributivo, limitada básicamente a los bienes materiales, aunque en algunas versiones también afecta a bienes no
materiales basándose en el ideal de imparcialidad, que excluye las voces o perspectivas de los grupos marginados no da
cabida al concepto de grupos sociales. Siguen un ideal asimilacionista que implica negar la realidad o la deseabilidad de
grupos sociales.

Así, la aproximación política a la justicia va a requerir crear espacios públicos en los que la diferencia de grupo, la
representación de las distintas voces, sea reconocida, afirmada. Young va a defender, pues, una "ciudadanía
diferenciada" en un ámbito público heterogéneo. La justicia no es posible mientras los grupos marginados permanezcan
silenciados.

El ideal de relaciones sociales y políticas que inspira a Young tiene que ver con la experiencia positiva de la vida en la
ciudad, rechaza una visión romántica, localista o comunitarista, parte por tanto del modelo urbano de vida incorpora
cuatro virtudes que representan la heterogeneidad más que la unidad: la diferenciación social sin exclusión, la variedad,
el eroticismo y la publicidad. El concepto de un público heterogéneo lleva, a su vez, a dos principios políticos: ti) que
ninguna persona, acción o aspecto de la vida de una persona debería ser forzada a la privacidad y b) que ninguna
práctica social o institucional debería ser excluida a príorí como un tema propio de expresión y discusión pública.

La propuesta de Young tiene importancia en tanto que afecta al alcance de la justicia, aquí se hace coextensiva con la
política, no con la distribución. no supone situar a la justicia social en el terreno de las preferencias o formas de vida de
individuos o grupos, distingue entre justicia y vida buena.

incide en que la justicia afecta a las instituciones, refuerza su carácter estructural, remite al contexto institucional.
Dicho contexto incluye, además del modo de producción, cualquier estructura o práctica, las normas y regias que las
guían, el lenguaje y los símbolos que median en las interacciones sociales mismas, en las instituciones del Estado, en la
familia, en la sociedad civil, en el lugar de trabajo. Las cuestiones distributivas, por consiguiente, no quedan fuera, el
alcance de la justicia se amplía y desplaza su centro a la opresión y la dominación

La dominación y la opresión son las formas de la injusticia La dominación se refiere a las condiciones institucionales que
inhiben o impiden a la gente participar en la determinación de sus acciones o de las condiciones de sus acciones. La
democracia social y política es lo opuesto a la dominación. La opresión, según Young, tiene cinco caras: la explotación,
la marginación, la falta de poder, el imperialismo cultural y la violencia.

su manera de entender la "política de la diferencia". Oponiéndose al ideal de justicia que define la liberación como la
trascendencia de la diferencia de grupo y que comporta un ideal asimilacionista, argumenta a favor de una definición
de la liberación que adopta una versión de la política de la diferencia, incardinada en los nuevos movimientos sociales, y
que descansa en la autodefinición positiva de la diferencia de grupo. Lo que está en cuestión es el significado de la
diferencia social desde una perspectiva no esencialista, igualitaria que define la diferencia de una forma más fluida y
relacional, es decir, la diferencia es vista como el producto de los procesos sociales. La igualdad, por tanto, se
reconceptualiza para garantizar la participación e inclusión de todos los grupos. Dado que el logro de la igualdad formal
no elimina la diferencia, se requiere el trato diferencial para aquellos grupos oprimidos o desaventajados. La diferencia,
pues, se afirma positivamente y conlleva la autoorganización de los grupos oprimidos.

El movimiento de mujeres, como los restantes movimientos sociales, afirma la especificidad de grupo. Pero, de hecho,
no son unitarios. Quiere esto decir que hay diferencias internas. Estas diferencias son las que propician las discusiones
sobre la raza, la clase, la sexualidad; que se organicen foros y grupos de discusión, grupos autónomos de mujeres
negras, latinas, lesbianas, que tendrían como grupo una voz distintiva para impedir el verse silenciadas por un discurso
feminista general. Aquí encuentra Young el comienzo de modelos para el desarrollo de un público heterogéneo y de un
pluralismo democrático cultural. La justicia y la política de la diferencia suponen, por tanto, que la diferencia no es una
desviación de la norma. Y, aunque existe un amplio acuerdo en que nadie debe ser excluido de las actividades
económicas y políticas por sus características adscritas, sin embargo continúan existiendo diferencias de grupos y
ciertos grupos siguen siendo privilegiados.
La justicia y la política de la diferencia responden a la necesidad del reconocimiento y de la representación explícita
para los grupos sociales oprimidos, para lo que es preciso proporcionar medios institucionales, dado que las injusticias
son también institucionales. Young pasa así a exponer qué entiende por grupo social, Un grupo social implica, en primer
lugar, una afinidad con ocias personas, afinidad a través de la cual dichas personas se identifican mutuamente y a través
de la cual otras personas las identifican a ellas. Un sentido de la historia particular, la comprensión de las relaciones
sociales y de las posibilidades personales, su manera de razonar, los valores y los estilos expresivos de las personas
están constituidos, al menos parcialmente, por su identidad grupal.

Se define, básicamente, por el sentido de identidad que tienen las personas. La justicia, en efecto, tiene como cometido
importante proteger a los vulnerables pero, asimismo, tiene que verse como un proceso de dar poder al débil. Se trata
de ir a una sociedad en la que estos grupos no sólo estén protegidos en su vulnerabilidad sino que de hecho no sean ya
más vulnerables.

Redistribución y reconocimiento: dos enfoques duales

Fraser viene a coincidir con Young en que en la filosofía política y en las teorías de la justicia contemporáneas
predomina una concepción distributiva que tiende a ignorar la política de la identidad tras el argumento, en principio,
de que representa una forma de "falsa conciencia". los teóricos del reconocimiento tienden a ignorar la distribución,
como si la problemática de la diferencia cultural no tuviese nada que ver con la igualdad social. Young da cabida a
ambas cuestiones en su teoría de la justicia, lo que, en palabras de Fraser significa, en atender a la redistribución y al
reconocimiento. Es decir, mantiene una perspectiva bifocal.

objeta a Young, los aspectos culturales a los que directamente se dirige la política de la diferencia requieren una
revolución cultural por la que las diferencias de grupo dejan de ser vistas como desviaciones de una norma y pasan a
contemplarse como variaciones culturales. No hay, por tanto, que abolir las diferencias sino afirmarías. Esta es, para
Fraser, la versión distintiva y profunda de la política del reconocimiento. y tiene como resultado que en la propuesta de
Young predomine el paradigma cultural. El concepto de grupo social que emplea es bipartito; sin embargo privilegia el
modelo de grupo social basado en la cultura, esto es, está tomando como modelo el grupo étnico propio de Estados
Unidos.

Fraser se muestra partidaria de desarrollar una teoría crítica del reconocimiento que adopta como punto de partida la
constatación de que la política de la diferencia no es siempre aplicable, o al menos no lo es tan globalmente como
parece sugerir Young.

La tarea, según Fraser, radica en integrar los ideales del paradigma de la distribución con lo que hay de genuinamente
emancipatorio en el paradigma del reconocimiento. El reconocimiento pasa a contemplarse como un asunto de justicia
y no de autorrealización. Esto es, su propuesta de una teoría bivalente de la justicia.

Al alejarse de los extremos, sin embargo, lo que se muestran son formas híbridas, son los casos difíciles, es decir,
"colectividades bivalentes" que precisan de ambas políticas a la vez: el género es una de ellas, pero no la única. Un
enfoque bipolar aconseja no considerar los ejes de injusticia individualmente sino en sus intersecciones, dado que nadie
es miembro de una sola colectividad. Lo que sugiere Fraser es que "la necesidad de una política de redistribución y de
reconocimiento de doble enfoque no se presenta solamente de forma endógena, tal como sucede dentro de una
colectividad bivalente única, sino que también surge de modo exógeno, a través de colectividades Inter seccionadas"

Fraser en una última versión de su propuesta, a saber, que el dilema reconocimiento/redistribución es real. En términos
generales su propuesta se decanta por la defensa del socialismo en la economía y de la desconstrucción en la cultura, al
menos en lo que al género y la raza se refiere (Fraser)
FEMINISMO Y FILOSOFIA: DEBATES SOBRE EL GENERO – CRISTINA MOLINA PETIT.
Desde el feminismo el genero fue adoptado como una categoría analítica esencial para estudiar cualquiera de las
ciencias humanas, categoría que enriquecía los análisis clásicos de las ideologías implícitas de los textos, partir de la
clase y la etnia.

El genero entendido en un principio como un modo de organización social que imponía unos roles estereotipados,
aprendidos y socializados desde la niñez y comienza a ser discutido en su descripción y en su misma utilidad teórica.

La actitud natural ante el genero

La actitud natural hacia el genero implica una serie de creencias como:

- Existen solo dos géneros (masculino/femenino)


- El sexo corporal-genital es el signo esencial del genero
- La dicotomía macho/hembra es natural
- Todos los individuos pueden y (deben) ser clasificados como masculinos o femeninos y cualquier desviación al
respecto, puede ser calificada como juego o como patología.

Las feministas van a poner en cuestión esta “actitud natural” ante el genero analizando por separado las categorías de
sexo, género y cuerpo.

Etimológicamente la palabra “genero” procede del verbo latino generare que significa engendrar. El sustantivo genero
tiene 2 acepciones: una que apunta a la genealogía (sentido físico, como a su referencia al sexo, procreación y linaje) y
la otra apunta a la raza, clase o especie.

El genero se usa, en principio, como una categoría lingüística para denotar un sistema de subdivisión dentro de una
clase gramatical. El género masculino, femenino o neutro marca la distinción primaria y los acuerdos gramaticalmente
necesarios (concordancia) entre los nombres, artículos y adjetivos.

Por otra parte, el número de géneros no es igual en todos los lenguajes. Esta versatilidad del genero gramatical llama la
atención de las feministas, se había descubierto desde la lingüística, que el género es una construcción cultural, que no
tiene que entenderse solo como una oposición binaria, que no está ligado al sexo cromosómico ni al cuerpo.

Los discursos feministas sobre la distinción entre sexo y genero se enmarcaron en una más amplia dicotomía entre el
par naturaleza-cultura y representan un esfuerzo por sacar a las mujeres de la categoría de naturaleza y colocarlas en la
cultura como seres sociales que se construyen y son construidas en la historia. Así poco a poco empezó a demarcarse el
sexo como una categoría biológica, determinada por los cromosomas y expresada en un cuerpo con características
genitales de macho o hembra, mientras que el género se entendería por una serie de características, expectativas,
comportamiento y valores que definirían lo que, en cada cultura se entiende por masculino o femenino.

La articulación de la categoría de género como una construcción cultural ha tenido un alto rendimiento teórico para el
feminismo, al menos en tres aspectos:

1. Una categoría fundamental a través de la cual se otorga significado a todo.


2. Una manera de organizar las relaciones sociales
3. Una estructura de la identidad personal.
Partiendo de estos tres elementos las teorías y debates en torno al género se articularán en tres apartados:

1. El género como categoría analítica aplicada a la deconstrucción de la actitud natural


2. El genero como sistema de organización social
3. El genero como criterio de subjetivación e identidad

1.el género como categoría analítica

el termino categoría analítica puede definirse como una herramienta heurística que puede realizar una función positiva
y negativa en un programa de investigación. En su función positiva, el género como categoría analítica identifica nuevos
temas de interés, ofrece nuevas claves de entendimiento, provee un marco teórico para dicha investigación. En su
función negativa, se resuelve en poner en cuestión ciertas construcciones que se asumen como naturales, de modo que
el uso del género está íntimamente ligado con el desafío de la actitud natural. Esta actitud natural postulaba el sexo
como determinante de una identidad genérica que surge espontáneamente en la forma natural de la heterosexualidad
y que ordenaba ciertos racionales roles genéricos, aceptados felizmente por individuos con identidades uniformes del
género.

1.1El cuerpo construido

Foucault en la historia de la sexualidad, ejerció una gran influencia en las feministas a la hora de deconstruir las
categorías de cuerpo y sexo como algo dado de la naturaleza. Para Foucault la sexualidad, que en una actitud natural se
consideraría como un impulso natural, privado e íntimo, es construida totalmente en la cultura, de acuerdo con los
objetivos políticos de la clase dominante.

El interés feminista por definir las categorías de sexo y cuerpo desde la construcción social se acentúa en los años 80,
por razones de emancipación, en la medida de que si el cuerpo femenino y su sexualidad definida desde la
reproducción, eran construcciones, podrían cambiarse o construirse de otra manera. La relación de estas categorías con
el genero se va a producir en otros ejes que no van a ser el de naturaleza-cultura, marco que va desapareciendo poco a
poco en estas teorías constructivistas, para las cuales todo resultará anti fisis.

El cuerpo, en este sentido, no puede considerarse como un instrumento pasivo que expresa contenidos culturales a
través de gestos, posturas o vestidos, sino como una construcción cultural en si mismo y ellos no por que se obvie la
fisis sino por que ésta viene marcada desde el principio con ciertas significaciones. Y la primera marca del cuerpo
sexuado es la del género. El cuerpo aparece configurado (gestos, vestido, movimientos, actuaciones) según las
normativas de lo que una cultura determinada entiende por “femenino” o “masculino”.

1.2El sexo dirigido

De acuerdo con Foucault el sexo-la sexualidad- es construido totalmente en la cultura de acuerdo a intereses de poder,
teniendo en cuenta que la sexualidad es muy fácil de manipular y se ha manipulado desde instancias religiosas, medicas
o políticas.

En la obra de F. la sexualidad como construcción histórica asume la forma masculina, según un marco patriarcal
androcéntrico en el que la sexualidad de la mujer es definida como mera proyección de la del varón o como objeto de la
sexualidad del varón. Lauretis quiere resaltar como algo obviado por F. en cuanto al aspecto genérico de la construcción
de la sexualidad. La sexualidad femenina ha sido invariablemente definida por un contraste cuanto por una relación
respecto a la masculina.

El sexo- la sexualidad- es ya de por si una categoría generizada, la sexualidad femenina, definida desde el varón, es un
producto atento a servir a los intereses de la reproducción. Ello a juicio de Butler, resulta opresivo para las mujeres en
general y particularmente para las lesbianas que se sitúan fuera de la economía reproductiva heterosexual.
La hetero sexualización del deseo es para Butler y Lauretis una construcción cultural que se produce por discursos y
practicas regulatorias sobre las conductas de los individuos y que instituye la oposición entre masculino y femenino. El
comportamiento sexual y el objeto de deseo se construyen de una forma “generizada” y se dirigen a un fin de acuerdo
a los intereses de una sociedad o cultura determinada.

El hecho de que las formas de sexualidad estén construidas desde intereses o desde conflictos de intereses significa que
el sexo es político.

En las sociedades occidentales modernas toman las actividades sexuales de acuerdo a un sistema de valores sociales.
En la cúspide está la sexualidad marital reproductiva monógama, considerado el mas normal, sano e incluso sano.
Luego están las parejas heterosexuales no casadas, luego los heterosexuales promiscuos y más abajo gays y lesbianas y
por último, situado en el lugar inferior de este sistema los “trabajadores del sexo”.

Este sistema jerárquico es coercitivo en el sentido moral y en cuento a la peligrosidad de ciertos comportamientos por
leyes civiles y criminalizando ciertas conductas, representándolas como amenazantes para la salud pública, familia y
para la civilización.

La sexualidad es un vector de opresión especifico que cruza otros sistemas de desigualdad social, como la clase, raza,
genero (el varón, rico de raza blanca, estará mas valorado y menos criminalizado que una mujer pobre, negra y
lesbiana)

2.el género como categoría social

2.1 el sistema sexo-género de Rubin

La domesticación de las hembras humanas se lleva a cabo dentro y a partir de un sistema de intercambio de parentesco
controlado por hombres. Es lo que llama el “sistema sexo-genero” y al que define como “el conjunto de disposiciones
por los cuales una sociedad transforma el hecho de la sexualidad biológica en productos de la actividad humana”. En
este sentido el intercambio de mujeres es la expresión de un sistema en el que “la subordinación de la mujer es el
producto de unas relaciones por las cuales el sexo y el género son organizados y producidos”.

En estos sistemas sociales el género se descubre como un sistema jerárquico organizado en torno a las relaciones que
se establecen por los intercambios de mujeres y los parentescos subsiguientes. En este sistema la sexualidad también
esta organizada y producida como heterosexualidad con el fin de orientarla al matrimonio que es la forma básica de
intercambio.

Las feministas socialistas piensan que la situación de la opresión de la mujer respondo a su posicionamiento en un
sistema social jerárquico de sexo-genero (llaman patriarcado) como así también a las condiciones materiales en las
cuales las mujeres viven y trabajan. Así la organización social, responsable de la situación de desigualdad de las mujeres
no seria solo el sistema sexo-género sino también el sistema capitalista. Esta unión del capitalismo patriarcado se
denomina “teoría del sistema dual”.

Teoría del sistema dual

Ambos análisis, el marxista (con su método histórico teniendo en cuenta la base material económica en las relaciones
de producción y en la organización social) y el feminista (con su análisis de las relaciones patriarcales) van a conformar
la teoría del feminismo socialista. El análisis de las relaciones de clase va a ser ampliado con el análisis de las relaciones
de genero ya que el feminismo socialista quiere ponerle énfasis como algo no tratado por el marxismo.

En este sistema dual el capitalismo y patriarcado son dos sistemas paralelos que definen la opresión propia de la mujer.
Capitalismo y patriarcado se refuerzan y se maridan de alguna forma si se tiene en cuenta que, el capitalismo sale
beneficiado por el trabajo domestico de las mujeres, un trabajo que no se paga y que sin embargo, es importante para
mantener al trabajador listo para seguir trabajando.
Un punto clave en este sistema dual fue la reelaboración de la categoría marxista de “producción” y la ampliación de la
categoría “trabajo”. El concepto de producción en Marx se refiere tanto, a la creación de materiales de consumo y a las
actividades necesarias para la supervivencia. Las feministas se dan cuenta que no pueden hablar de “producción de
hijos” en el mismo sentido que producción de mercancías, entonces las socialistas, por un lado, reelaboran el concepto
de producción como “modo de la reproducción” y por otro, amplían la categoría de trabajo de manera que incluya las
actividades de cuidados de la familia. El modo de la reproducción estará definido por una “producción emocional” en
tanto soporte emocional, poniendo sus intereses por debajo de los de su familia.

Desde la perspectiva socialista Europa una autora critica a las feministas norteamericanas, primero en su fijación en el
concepto de “trabajo” que abarca demasiado y no puede dar cuenta de otras practicas cualitativamente distintas que
realizan las mujeres y por las cuales también son explotadas y segundo, la excesiva dependencia que dan a los sistemas
sexo-género respecto a los sistemas económicos.

Para la autora el patriarcado hoy se sostiene por las relaciones sexuales libres que se establecen entre hombres y
mujeres y por las cuales estas son explotadas en una sociedad donde las mujeres necesitan amar y ser amadas para
habilitarse como personas, mientras que los hombres no.

Esta practica del “amor” que denomina la autora no puede rubricarse como “trabajo” ni puede deducirse de los
sistemas económicos sociales. Fiel a los planteamientos del primer feminismo radical la autora piensa que estas
prácticas están organizadas en un sistema social especifico, la sexualidad que es un campo de poder independiente de
las determinaciones socio-económicas. La autora cree que la organización de la sexualidad, en la que los hombres
ejercen la autoridad que se les da el “poder del amor” (por la necesidad de la mujer de amar y ser amada) es el vector
de opresión mas importante en las mujeres de hoy, desplazando el trabajo y las determinantes económicas de su
protagonismo inicial.

Desde fuera del socialismo, las feministas han criticado el sistema dual por la excesiva dependencia que conceden las
socialistas a las relaciones de género respecto a las determinaciones económicas.

3.el género como criterio de identidad

3.1 la identidad de la mujer

la autora Simone de Beauvoir dice que uno no nace mujer sino que se hace. Queriendo expresar que la categoría de
mujer es una construcción cultural, un conjunto de significados que lo son para alguien (…). La autora se está refiriendo
a lo que hoy se entiende por “genero” en su dimensión de identidad genérica.

En la construcción de la identidad genérica tiene que ver un conjunto de elementos psicológicos y representaciones
culturales además de las organizaciones económico-sociales. Se trata del proceso mediante el cual una representación
social es aceptada e incorporada por un individuo como su propia representación.

Surge la paradoja de lo que es ser mujer, ya que es un ser definido desde y en función de otros (los varones) cuyo
destino estaba marcado por la hetero designación. (ser nombrada por otros y para otros)

El primer objetivo del feminismo fue el estatuto de sujeto para las mujeres en una identidad autoasignada desde los
propios valores. En este sentido la mujer debe empezar por des identificarse de su género, tiene que posicionarse en
otro lugar, negando los términos del contrato heterosexual, se trata de un sujeto excéntrico no fuera del sistema
(imposible) sino en sus márgenes. El sujeto excéntrico halla su identidad en otro lugar del genero asignado, lo que
supone un desplazamiento del lugar seguro y aceptado por una sociedad (ejemplo lesbianas que “no son mujeres”
según la definición al uso dentro de la economía patriarcal de la heterosexualidad.)

3.2el sujeto del feminismo o la identidad común


El feminismo como proyecto emancipatorio de las mujeres necesita de un “nosotros” de una identidad común. Los
análisis del género llegan a la conclusión de que las mujeres no son un grupo natural sino una categoría social, el
producto de una relación de opresión y una construcción ideológica. Las mujeres pueden lograr una conciencia de ellas
como una clase y la transformación de la conciencia en movimiento político que es lo que va a definir al feminismo.

Desde criterios más funcionalistas se ha querido construir al sujeto del feminismo como un sujeto estratégico, este
sujeto se construye, no tiene una realidad ontológica previa y se construye como una identidad colectiva desde un
horizonte emancipatorio por una necesidad política de lucha. Se trata de una identidad coyuntural construida para un
fin determinado que puede ser asumida subjetivamente en forma de conciencia política por las mujeres que quieran y
de la forma que ellas puedan desde sus posiciones variables.

Pueden coexistir muchas “nosotras” hay mujeres que construyen su identidad colectiva mas en los ejes de raza y
sexualidad que en la de género (lesbianas que se alían con gays o mujeres de color con gran conciencia de raza). La
identidad colectiva surge como afirmación de aquella dimensión social que ha sido reprimida o perseguida en ciertas
colectividades. El sujeto se arma colectivamente desde la estrategia útil para luchar en ese frente determinado que lo
oprime y así se define por esa estrategia. Distintas opresiones llevaran a distintas estrategias de lucha, por ello, quizás
haya que renunciar a un único sujeto del feminismo y a una identidad colectiva estable y estabilizada en el género.

3.3. contra el genero

Las tareas feministas poco a poco fueron dirigidas contra el género: la identidad feminista se construirá des
identificándose de las pautas de adscripción genérica. El sujeto del feminismo diseñará su estrategia desde otros ejes
además del género y se aplicará a poner en cuestión el género como único sistema de organización social, jerárquico.
Esto significa que el género ya no será considerado como una categoría analítica sino como un elemento constitutivo de
las relaciones sociales de poder. Una autora (mary Hawkesworth) critica este desplazamiento del genero desde su
estatus categorial hacia una existencia real como una fuerza que estructura las asimetrías de poder en la vida social.
Para la autora el género habrá de contentarse con su estatuto de categoría analítica, adecuada para describir e
interrogar el cambio en cuestión que no es otro que aquella “actitud natural” hacia el género.

El género ha funcionado como categoría analítica útil para deshacer aquella “actitud natural” acrítica en torno al sexo,
la sexualidad, el cuerpo femenino. Pero el género no opera solo en lo abstracto: tiene su traducción en las experiencias
cotidianas de las mujeres como experiencias de sujeción, opresión. El género organiza, en fin, las primarias relaciones
de poder. En este sentido, es en que el que la lucha feminista debe articularse como una operación contra el género, en
la medida de que el género es un aparato de poder, es normativa, es hetero designación; pero ha de pertrecharse con
el género como categoría analítica que le permite justamente ver esa cara oculta del genero tras la mascara de la
“actitud natural”

Para Scott la lucha contra el género debe hacerse desde los diversos frentes que permiten los diferentes niveles o
elementos que entran en la constitución del género: los símbolos de femenino, masculino; las normativas de género,
las relaciones de parentesco junto con las económicas y las identidades subjetivas. Estos elementos están relacionados
entre si de modo, que los cambios sociopolíticos y económicos contribuyen a poner en juego las visiones normativas
sobre el matrimonio.

Para Lauretis la práctica posible contra el género seria la de la resistencia, ya que el género como discurso hegemónico,
permea toda la vida social y no es posible situarse fuera de él, a no ser en los márgenes donde las mujeres tendrían un
“espacio oculto” de acción contra las normativas de género.

Para Butler no encuentra un espacio oculto para luchar contra el género, para ella el género no es una atribución como
identidad, ni una relación de poder que organice sistemas jerárquicos sino un “marco regulativo (o normativo)”
discursivamente producido que sujeta y obliga a actuaciones repetidas, de modo que produce la apariencia de una
necesidad natural. El genero es construido por las mismas actuaciones genéricas (se actúa según lo que se considere
adecuado con lo femenino o masculino), no tiene una sustancia más allá de las propias actuaciones o repeticiones.
Así para Butler el género es producido discursivamente desde prácticas de exclusión (lo femenino significa que no se
puede o debe hacer o ser x) la lucha contra el genero se articula como inclusión de todos los discursos posibles sobre el
sexo y el género. Las prácticas culturales serán subversivas respecto al género en la medida en que lo muestren en su
auténtica cara como “ficción reguladora”, detrás de la cual no hay ninguna realidad estable sino el poder masculino y la
ideología de la heterosexualidad obligatoria.

Desde otro punto de vista, se critica a Butler por interpretar al género solo en términos de su producción discursiva. No
puede explicar los efectos del género en las instituciones políticas, sociales o económicas.

PROBLEMATIZANDO EL CONCEPTO DE GENERO- GABRIELA PACCI TORIÑO


El género hace a un entramado de relaciones que incluye el sexo, pero no está determinado por él.

Scott establece que el género es por el lado “un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las
diferencias que distinguen los sexos (la organización social construye saberes y esos saberes hacen a la valoración que
determina qué es masculino y femenino) y por otro lado “el género es una forma primaria de relaciones significantes de
poder” (Foucault diría que toda relación implica relación de poder y es como se construye el discurso de la sexualidad,
la invisibilidad de la mujer hace a la cuestión de poder y a su posición subordinada en la historia)

Judit Butler define al género como “un modo contemporáneo de organización de las normar culturales pasadas y
futuras, es un estilo activo de vivir el propio cuerpo en el mundo”

Ambos reconocen al género como la organización de las normas culturales, sin embargo, para Butler el género es
performativo, no es destino, es elección y, por tanto, rompe con el estereotipo heterosexual.

NATURALEZA Y CULTURA

Uno de los enfoques de género, considera que no es la naturaleza la determinante de la cultura, sino que también la
cultura determina a la naturaleza. Esto permite pensar al cuerpo (lo natural) no como medio pasivo en el que se
imprimen significados culturales.

También Butler no separa lo biológico de lo cultural, sino que los conecta. Piensa al sexo, tanto como al género, como
constructo social y cultural (valoración social y cultural respecto a ciertas actividades como amamantar o dar a luz)

Con respecto al sexo y al género Butler considera que el “sexo ni es causa del género ni puede entenderse como un
mero reflejo o expresión de aquel”, construye el concepto de un sexo/genero paródico que requiere la desconstrucción
misma del cuerpo. El cuerpo recibe inscripciones como cuerpo sexuado y las diferencias de los sexos se puede entender
como un hecho biológico y social. El cuerpo, en este sentido, no es información de los aspectos biológicos de la
persona, sino es una construcción cultural.

Las construcciones que se realizan sobre la base de las diferencias de sexos construyen un sistema de desigualdad que
se ha reproducido históricamente y la evolución de la sociedad ha hecho que se manifieste de diferentes maneras.

MANTENIMIENTO DE LAS DESIGUALDADES ENTRE SEXO

Saltzman reconoce un conjunto de construcciones sociales que hacen al mantenimiento de las desigualdades entre
sexos.

1. Ideología sexual
2. Normas sexuales
3. Estereotipos sexuales
Las ideologías sexuales justifican y legitiman “derechos y responsabilidades, restricciones y recompensas diferentes y
desiguales para hombres y mujeres”. Estas son las más resistentes al cambio ya que son parte de sistemas de creencias
más amplios (religiosos, culturales)

Las normas sexuales se refieren a las conductas que se vinculan con hombres y mujeres y el grado de consenso social
varía según la sociedad.

Los estereotipos sexuales son creencias relativas a la diferenciación sexual; es decir, son aquellas características que se
construyen con respecto a lo que hace a un sexo y al otro y la vez son determinantes para distinguir la identidad sexual
de la persona. Estos estereotipos varían en el número de los rasgos y el nivel en cada sociedad.

FEMINISMO

El movimiento feminista o feminismo nació para reivindicar la situación de la mujer y la igualdad de oportunidades para
mujeres y hombres. Este movimiento tiene una base única, sin embargo, no es homogéneo en cuanto a sus propuestas
y objetivos. Se puede distinguir a quienes defienden el determinismo biológico y por los culturalistas o constructivistas.

El feminismo como movimiento o como expresión de teorías se instauró en la sociedad para cuestionar lo legitimado y
lo incuestionado por el sistema social de hasta entonces. Construyendo respuestas diferentes con respecto a la
diferencia de la situación de la mujer y de la del hombre que históricamente se había reproducido a través de una
subordinación de la primera con respecto del segundo.

Determinismo biológico

Tiene que ver con las explicaciones que se han construido sobre la base de la determinación de la naturaleza sobre la
cultura. hay dos enfoques diferentes.

1. Sociobiología
La biología es la que en esencia determina la diferencias entre lo masculino y femenino. Los estudios de Wilson
apuntan a los fundamentos biológicos de todos los comportamientos sociales. Explica la fuerza y dominación
del hombre sobre la mujer a partir de su supuesta base biológicas.
2. Feminismo diferencialista
Como respuesta al feminismo universalista. Parten de la base que el concepto de igualdad ha ocultado la
realidad de la diferencia, anulando la emancipación de la mujer y su condición de tal, dada la negación a su
identidad bajo el “imperialismo masculino”.

Badinter considera que para esta corriente no hay posibilidad de cambio ni de creación. Cuestiona el que frente a este
enfoque el hombre y la mujer se ven condenados a representar los mismos papeles a perpetuidad, declarándose
eternamente la misma guerra.

Culturalistas o constructivistas

Consideran que no existe un modelo de femineidad y masculinidad más allá del tiempo y del espacio. La dominación
masculina ha cambiado su forma de expresión, pero siempre manteniendo el poder que ejerce sobre la mujer. Por otro
lado, Badinter explica si “la masculinidad se aprende y se construye, no cabe duda de que también puede cambiar”.

PENSAR LA HISTORIA DESDE LA PERSPACTIVA DE GENERO

Partir preguntándonos sobre la especificidad de las mujeres en la historia y su ausencia en la misma. Se enuncian tres
respuestas o causales de dicha historia:

1. El patriarcado
2. Clave marxista para la explicación de la reproducción como producción
3. La explicación psicoanalítica que lleva a la construcción del inconsciente de la opresión naturaleza cultura.

1 en los años 70 el feminismo comenzó a manejar la categoría patriarcado como manera de entender la opresión y
dominio masculino sobre la mujer. Existen dos hipótesis sobre la existencia del patriarcado. La 1ra explica el “deseo del
varón de dominar a la mujer como forma de trascender su alienación a los medios de producción de la especie” la 2da
entiende que el patriarcado ha sido “la objetivación sexual de la mujer”. La valoración de la mujer como objeto sexual
antes que, como persona, hace la existencia del patriarcado.

2 el Marxismo explica la subordinación femenina traspolando el análisis de los procesos de producción a la


reproducción humana. El mundo público es propio del hombre donde la producción y la política se desarrollan y el
mundo privado es femenino, donde se desarrollan las tareas reproductivas a través de una mano de obre barata.

Esta devaluación ha disminuido el respeto y la importación que socialmente se da a la actividad de las mujeres como
sujetos históricos y agentes de cambio.

3 refiere a la formación de la identidad del sujeto: el psicoanálisis, a partir de este surgen 3 enfoques diferentes.

1. Diferenciación d géneros basado en la división sexual; como los niños y niñas se ven a sí mismos y a los demás
y como construyen así su identidad de género.
La identidad de género se construye mediante procesos simbólicos que en una cultura dan forma al género.
Esta identidad es históricamente construida de acuerdo con lo que la cultura considera femenino o masculino.
2. Basado en las conductas normales y desviadas. A partir de allí se construyen categorías de comportamientos
que adscriben lo que es normal y lo que no lo es y como estas relacionan con lo femenino y masculino. Así es
como se dictamina lo que es propio del hombre y de la mujer.
3. Proviene del psicoanálisis, el cual se basa en la corriente estructuralista. Esta toma el lenguaje como causante
importante de la diferenciación de géneros, así como la construcción de un sistema de símbolos que hacen a la
asociación inconsciente de lo que pertenece o no a determinado sexo. Las palabras y su forma de
interpretación están asexuadas y esto contribuye a una diferenciación de género.

NATURALEZA CULTURA – DOMESTICO Y PUBLICO

La historia ha generado dos tipos de exclusiones que refiere a la repartición de tareas y papeles sociales. Estos son:

- La privación de la mujer en abordar integralmente la esfera pública.


- La privación del hombre en abordar la esfera íntima y privada.

Jelin plantea que el mundo urbano y rural ha ido construyendo dos esferas sociales bien diferenciadas: el mundo de la
producción y el trabajo, y el mundo de la casa y de la familia. Los espacios casa y trabajo comienzan a separarse en la
revolución industrial y con el advenimiento del capitalismo. Además, agrega que el gran cambio en las últimas décadas
fue el aumento en la tasa de participación de las mujeres en la fuerza de trabajo y agregando que esto produjo
modificaciones en el modelo de estructura familiar en donde el hogar comienza a verse amenazado.

CONCEPTO DE GENERO: REFLEXIONES CARMEN RAMIREZ BELMONTE (SOCIÓLOGA)


Desde las teorías feministas en los años 70 se pretendía demostrar que las categorías femeninas eran adquiridas de
forma cultural, se quería poder de manifiesto que el concepto de género y la diferenciación entre sexos era cuestión
cultural y no biológica.

Con estas nuevas propuestas se pretendía consolidar la idea de que los hombres y mujeres son iguales y que son los
procesos y construcciones culturales los que los hacen diferentes.
DEFINICION DE MUJER

Cuando se habla de ser humano está implícito de que se habla de varón, en cambio cuando se habla de mujer, se
menciona como un conjunto de características diferentes. Pierre Bourdieu plantea que el orden social masculino esta
tan arraigado en la sociedad que no hay que buscar explicación y queda planteado como la explicación natural, lo cual
complica el concepto de genero desde un punto de vista neutro, sin la concepción masculina predominante.

Existen dos vertientes feministas para definir el concepto de mujer y género.

1) Feminismo cultural: es la equiparación de la liberación femenina con la preservación de la cultura de las


mujeres. Valora las costumbres de la mujer, su manera de relacionarse y los aspectos típicos de su
personalidad. Para ellas, la solución es redescubrir la esencia natural y fortalecer los lazos con otras mujeres,
este feminismo cultural permite autoafirmarse y les da valor a muchas características de la mujer. Sin
embargo, tiene una limitación que es obviar el contexto social.
2) Posestructuralista: sostiene que concebir lo femenino como una esencia es un error. Piensan que se debe
rechazar todo intento de definición de mujer ya que es una forma de estereotipar y encasillar a la mujer. Hay
que admitir la pluralidad, la diferencia y deshacerse de todos los conceptos de mujer. Para esta corriente las
diferencias son muchas, pero la mayoría de ellas son sociales y culturales. El post- estructuralismo tiene muy
en cuenta el contexto histórico y social

ESTUDIOS DE GENERO

Estos estudios pretenden acercarse de una forma analítica y científica a todas las diferencias culturales, sociales y
biológicas que pueden existir en la categoría de género: masculino y femenino. A través de los estudios se pretenden
anticiparse a la situación y conocer el punto de partida para así poder determinar las estrategias necesarias y adecuadas
en orden a que la programación objeto de estudio obtenga los objetivos deseados y evitar consecuencias negativas no
intencionadas en relación al género.

POLITICAS DE IGUALDAD

Gran parte de los estudios de género están encaminados a poner en marcha medidas y políticas de igualdad. Estas
están encaminadas a establecer la discriminación positiva, a través de actividades que se conocer como acciones
positivas. Estas acciones tienen como principal objetivo eliminar los obstáculos que dificultan la igualdad real tanto a
nivel de normas como de hábitos y costumbres.

A partir de las políticas de genero aparecen otras acciones que afectan al concepto d género, es el llamado
mainstreaming o transversalidad de genero el cual pretende integrar a las mujeres en el desarrollo social, económico y
político. También trata de reconstruir un modelo que modifique las relaciones de poder a todos los niveles referidos a
la subordinación de las mujeres. La transversalidad de género es uno de los medios estratégicos para llegar a una
igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres en las políticas de gobierno.

El siguiente paso será la total desaparición de los programas políticos y sociales de cualquier medida que fomente una
discriminación positiva. Esta desaparición llegara el día en que la equiparación entre hombres y mujeres sea real, tanto
a nivel teórico como practico y los programas no harán falta.

El mayor éxito social en cuestiones de género es que las diferencias entre hombres y mujeres sean solamente biológicas
y que no conlleven ningún parámetro del entorno y contexto social.
ENFOQUE DE GENERO Y LOS MERCADOS DE TRABAJO
EL GENERO COMO CONSTRUCCION SOCIAL Y COMO CONCEPTO CIENTIFICO.

La segregación basada en el género se considera como un sistema de dominación patriarcal o como construcción social
de género que en la actualidad predomina este enfoque.

Sistema de dominación patriarcal

En EE. UU el feminismo radical de los años 60 concibió a este sistema como universal, permanente y fue ejercido en las
diferentes estructuras políticas, económicas, ideológicas y sociales dando lugar a relaciones de subordinación entre
sexos. En el capitalismo el desarrollo industrial, transformo tanto el trabajo productivo (hombre) como reproductivo
(mujeres).

Desde la perspectiva marxista una posición radical sostiene ese concepto como una lógica que trasciende los modos de
producción, de manera tal, que, si desapareciera el capitalismo, no cesaría la opresión de las mujeres.

El análisis marxista se centró en la base material de la opresión de las mujeres, pero no desarrollo aspectos de la
construcción social del género. Identifica casi totalmente el trabajo de las mujeres como ejercito industrial de reserva.

Desde la otra posición, la socialista sostiene que la división sexual del trabajo es característica del capitalismo y que al
desaparecer éste se eliminaría el patriarcado. Ello porque la división sexual del trabajo responde a las necesidades del
capital, pues:

1. El trabajo doméstico gratuito abarata los costos de reproducción de la fuerza de trabajo y la producción
doméstica es una actividad transformadora que genera valores de uso, trabajo esencial en la reproducción de
la fuerza de trabajo
2. Dada la división sexual del trabajo, las mujeres son una reserva de mano de obra barata y flexible, adaptable a
las contingencias y necesidades del capital.

En síntesis, el concepto de patriarcado fue el primero que, desde el punto de vista socio-político, identifico la
subordinación de las mujeres como proceso histórico de resolución de conflictos y no como correspondiente a la
evolución “natural” de la humanidad.

La categoría genero

Esta categoría aparece en la segunda mitad de los años 70 y explica la “subordinación femenina/dominación masculina”
como fenómeno social cuyo punto de partida es la diferenciación biológica y natural hombre/mujer.

Rubín (pionera en el desarrollo de la categoría genero) considera que a partir de los sistemas sexo-genero se explica la
construcción cultural de la diferenciación sexual mediante las practicas, símbolos, representaciones, normas, valores y
reglas que se establecen a partir de la diferencia biológica sexual, las cuales establecen las pautas que rigen las
relaciones sociales entre hombres y mujeres.

La categoría género es más integral que el concepto de patriarcado ya que abre la posibilidad a distintas formas de
relación entre los femenino y masculino.
Se analiza de qué manera el género se construye y se reproduce mediante símbolos, normas, instituciones y
organizaciones sociales, como la familia (asignación de papeles jerarquizados: la responsabilidad del trabajo doméstico
recae sobre las mujeres y niñas; se asignan más recursos a la educación de los varones) el sistema educativo, el
mercado de trabajo y la política (esta tan arraigado el género como sistema de dominación, que no bastan leyes y
normas para acabar con la desigualdad).

Universalidad, permanencia y centralidad social de la categoría género.

la desigualdad hombre/mujer esta articulada con otras formas de desigualdad como la clase social, raza, edad. Esto da
cabida a la heterogeneidad y que sirve de base al movimiento femenino no homogéneo, de gran importancia en las
sociedades subdesarrolladas caracterizadas por su heterogeneidad en lo económico, político y social.

La desigualdad por género es especifica por tres razones:

1. Universalidad espacial y temporal: se presenta en todas las sociedades y en el transcurso de toda la historia.
2. Permanencia jamás se abandona la pertenencia a la índole de hombre/mujer.
3. Centralidad social desempeña un papel central en la estructuración del orden social.

Producción y reproducción

Para el feminismo ambas esferas se interrelacionan y constituyen un solo sistema social. La separación artificial de las
esferas de la reproducción y producción s origino con el capitalismo, concretamente con la industrialización. Separando
el espacio productivo del doméstico, además modifico los tiempos de producción, estableciendo horarios rígidos y
modifico la estructura familiar.

La autonomía de la esfera de la reproducción exigió que las mujeres asumieran su papel social en esa esfera; a ello la
ideología según la cual la naturaleza asignó a las mujeres el trabajo de la reproducción y el trabajo en el hogar, así se
justificó la segregación.

Concebir la esfera de la producción y la de la reproducción como un solo sistema social implica:

a) La discriminación y segregación tienen que ser analizadas, debido a la presencia de las mujeres en ambas
esferas.
b) La desvalorización del trabajo doméstico, que pase de lo privado a lo público mediante la división sexual del
trabajo, asignando menor valor social y económico al trabajo de las mujeres.
c) El trabajo asalariado considerado productivo sea solo una parte del sistema social, y el trabajo de reproducción
no asalariado sea indispensable para la reproducción y calidad de la mano de obra. De esta manera, el
problema de la reproducción no es un problema de mujeres, sino uno del orden social en su conjunto.

LA IDIOLOGIA DE GENDER O GÉNERO


El termino genero se basa en una identidad sexual biológica, masculina o femenina. Mientras que el termino sexo hace
referencia a la naturaleza e implica dos posibilidades (varón o mujer). Las diferencias entre el varón y la mujer no
corresponderían a una naturaleza “dada” sino que seria construcciones culturales “hechas” según los roles y
estereotipos que en cada sociedad se asignan a los sexos. Al teorizar que el género es una construcción radicalmente
independiente del sexo, el género mismo viene a ser un artificio libre de ataduras. En consecuencia el varón y
masculino podrían significar tanto cuerpo femenino como masculino.
La heterosexualidad lejos de ser “obligatoria”, no significaría mas que uno de los casos posibles de practica sexual, ni
siquiera seria preferible para la procreación.

La meta consiste en re construir un mundo nuevo y arbitrario que incluye, junto al masculino y femenino también otros
géneros en el modo de configurar la vida humana y las relaciones interpersonales. Para llegar a una aceptación
universal de estas ideas, los promotores del feminismo radical intentan conseguir un gradual cambio cultural, la
llamada deconstrucción de la sociedad, empezando con la familia y la educación de los hijos.

Al proclamar que los géneros masculino y femenino serian el producto exclusivo de factores sociales, sin relación
alguna con la dimensión sexual de la persona, los defensores de la teoría se oponen a un modelo, igualmente unilateral
que el suyo, que sostiene lo contrario: niega cualquier interacción entre el individuo y la comunidad a la hora de
configurar la identidad personal como varón o mujer; y afirma que a cada sexo le corresponderían por necesidades
biológicas unas funciones sociales fijas, invariables en la historia. Este modelo, sin embargo, se considera hoy en día
falso a nivel teórico y jurídico.

PROCESO DE IDENTIFICACION CON EL PROPIO SEXO

En la persona el sexo y el género no son idénticos, pero tampoco son completamente independientes. Para establecer
una relación correcta entre ambos es necesario considerar el proceso en el que se forma la identidad como varón y
mujer. Se señala 3 aspectos de este proceso:

1. El sexo biológico: describe la corporeidad de una persona. Se distingue diversos factores. El sexo genético o
cromosómico, que se establece en el momento de la fecundación y se traduce en el “sexo gonadal” que influye
sobre el “sexo somático” que determina la estructura de los órganos reproductores internos y externos.
2. El sexo psicológico: refiere a las vivencias psíquicas de una persona como varón o mujer. En concreto consiste
en la conciencia de pertenecer a un determinado sexo
3. El sexo social: es el sexo asignado a una persona en el momento del nacimiento. Refiere a como es percibida
por las personas a su alrededor. Se entiende como el resultado de procesos históricos-culturales, se refiere a
las funciones y roles (y estereotipos) que en cada sociedad asignan a los diversos grupos de personas.

Estos 3 aspectos no deben entenderse como aislados unos de otros, por el contrario, se integran en un proceso mas
amplio consistente en la formación de la propia identidad.

Hay que distinguir la identidad sexual (varón o mujer) de la orientación sexual (heterosexual, homosexual. Bisexual)
tiene una base biológica y además es configurada por otros factores como la educación, cultura y experiencias propias.

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