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Como punto de partida y aspecto central de las siguientes reflexiones es necesario resaltar
que todo proceso educativo tiene necesariamente un carácter contextual, es decir, está
enmarcado y ubicado en una trama socio-histórica concreta, la cual debe ser interpretada y
entendida, de manera que este proceso de producción y reproducción social sea la base que
contribuya a asumir los retos que debe enfrentar el colectivo social; es decir, no se forma
simplemente para ser eficiente y pertinente en el mercado laboral, sino para ser un actor en
la trama social, que es por definición multidimensional.
Alrededor de este tema se han hecho una serie de planteamientos e instituciones como la
Organización de Naciones Unidas han trazado lineamientos tendientes a una Educación
para el Desarrollo Sostenible, las cuales han tenido un efecto limitado, entre otras cosas por
su persistencia en ligar desarrollo y crecimiento económico, por lo que se requiere explorar
otras perspectivas.
1
Doctorando en Planificación y Manejo Ambiental de Cuencas. Integrante del Grupo de Estudios
Interdisciplinarios sobre el Territorio “Yuma-IMA” de la Universidad del Tolima. jmverar@ut.edu.co
2
Magister en Planificación y Manejo Ambiental de Cuencas Hidrográficas. Integrante del Equipo de
Acreditación y Autoevaluación y Catedrática en pregrado y Posgrado de la Universidad del Tolima.
palbarra@ut.edu.co
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Politóloga y Candidata a Magister en Desarrollo Rural de la Universidad del Tolima. Integrante del Grupo
de Estudios Interdisciplinarios sobre el Territorio “Yuma-IMA” de la Universidad del Tolima.
eandreamoreno@ut.edu.co
En esta vía, los planteamientos principales que se abordan en este trabajo se ubican en tres
momentos: en primer lugar, se trata de caracterizar lo que se denomina crisis ambiental
global; luego, se expone una interpretación de sus raíces centradas en una crisis del
pensamiento y la civilización occidental capitalista, ligada a lo que Marx denominó fractura
metabólica entre la humanidad y la naturaleza; finalmente, se enuncian de manera general
los principales retos a enfrentar y superar para no incurrir en una educación universitaria
anacrónica que mantenga la ruta en la que se acentúan la decadencia y el riesgo de colapso
civilizatorio.
Al hablar de crisis ambiental global es necesario señalar que el adjetivo global no solo hace
referencia al alcance planetario de la crisis, sino al hecho palpable de que ésta no solo
afecta la resiliencia o capacidad de la biósfera de asimilar los efectos de fuerzas que
perturban sus equilibrios dinámicos, sino de daños que afectan el mismo tejido social y las
fibras más íntimas de lo humano, su bienestar, identidad y autoestima.
En este sentido, en las siguientes líneas se hará una descripción sumaria de algunos rasgos
de la crisis en estas tres dimensiones, iniciando por los efectos planetarios de la
industrialización y el consumismo en los ecosistemas y las condiciones de vida material de
la sociedad a nivel mundial.
4
Esta categoría propuesta por Marx asimila los procesos de flujos de entrada y salida de materia, energía e
información necesarios para el funcionamiento de cualquier colectivo social desde un hogar, una finca, un
municipio, una urbe, un país, etc., con los procesos metabólicos desarrollados por cualquier organismo vivo,
desde una célula hasta un organismo pluricelular. En estos procesos, la sociedad toma de la biósfera el agua,
alimentos, minerales, materias primas, fuentes energéticas y en general todos los elementos materiales que
requiere para su funcionamiento, luego los transforma y acondiciona para ser empleados en todo tipo de
actividades, a partir de las cuales genera residuos que son vertidos nuevamente a la atmósfera, el suelo, las
aguas superficiales o subterráneas, etc.
Así, el aumento vertiginoso de las emisiones de gases contaminantes (incluyendo los de
efecto invernadero), los vertimientos de aguas residuales, fármacos y sustancias químicas
de síntesis, la generación de residuos sólidos y la deforestación, entre otros procesos que
afectan la trama de relaciones de la biósfera, han desencadenado efectos nocivos como la
pérdida de suelos, bosques, biodiversidad y glaciares; escasez hídrica; aumento del nivel
del mar, de la acidez de los océanos, desertización, y el aumento de la recurrencia e
intensidad de eventos climáticos extremos (sequías, inundaciones, olas de calor o frío,
huracanes, tornados, tifones, tormentas eléctricas, etc.); entre otros.
No obstante, cabe señalar que esta categoría ha sido fuertemente cuestionada por la
homogenización que hace de la humanidad (Biermann et al., 2016; Moore, 2013; Vega
Cantor, 2019), puesto que, diluye las diferencias significativas entre los impactos
ambientales generados por el modelo civilizatorio occidental y otras cosmovisiones o
formas de significar y habitar el mundo; en este sentido, aunque “todos” somos causantes
de la crisis ambiental, no lo somos en la misma proporción, correspondiéndole a los países
económica y tecnológicamente más desarrollados (Estados Unidos, buena parte de los
países integrantes de la Unión Europea, Reino Unido, Japón, Canadá, Australia, China y
Rusia) la mayor parte de la responsabilidad, en tanto que, las consecuencias negativas
afectan principalmente a los más pobres (ONU Hábitat, 2011).
Como elemento que liga este fenómeno al Capitaloceno cabe recordar que la producción de
alcohol, particularmente de cerveza, fue uno de los primeros productos industrializados en
los albores del capitalismo y una de las industrias que más invierte en marketing a través de
eventos deportivos y espectáculos de masas a nivel mundial. Como consecuencia se ha
producido un aumento súbito del consumo mundial de cerveza, al punto que para el año
2014 el consumo promedio anual por persona ya había alcanzado los 25,8 litros con un
aumento de 26% en los últimos 10 años (Petovel, 2015). De igual forma, según el Banco
Mundial (2019) el consumo promedio de alcohol como etanol puro equivalente en 2016 fue
de 6,38 litros por persona al año (0,2% mayor que en 2010).
Por su parte, la Organización Mundial de la Salud (2018) señala que en el mundo, el 26,5%
de los jóvenes de 15 a 19 años son bebedores (155 millones de adolescentes), y 3 millones
de muertes al año se deben al consumo excesivo de alcohol (5,3% de todas las
defunciones). En Colombia el consumo promedio de Alcohol en 2016 fue de 5.8 litros por
persona y su tasa de crecimiento desde 2010 fue de 16%.
De igual forma, la crisis ambiental se expresa en el cisma entre mente y cuerpo, marcado
por el rechazo originado en la frustración que genera el marketing en las personas a quienes
embauca con el mensaje de que su condición y aspecto físico no encaja en los patrones
estéticos socialmente aceptados, pero esa situación es superable a través del consumo de
ciertos productos, intervenciones quirúrgicas y paquetes tecnológicos; es así como la
proliferación de diversos tipos de cirugías ofertadas como las grandes panaceas ante tal
frustración, mutilan y trastornan el cuerpos para llevarlo artificialmente a falsas condiciones
de forma, poniendo en riesgo la propia integridad o condición saludable (Bauman, 2009b).
Por su parte, según la American Society of Platic Surgeons (2018) durante 2017 se
efectuaron 17,7 millones de cirugías cosméticas y el mercado representó más de 27.3
billones de dólares; entre los procedimientos más comunes se encuentra el aumento de
senos, remodelación de la nariz, liposucción, abdominoplastia, cirugía de párpado,
inyección de toxina botulínica, relleno de tejidos blandos, exfoliación química, depilación
láser y microdermoabrasión. Es importante resaltar que estas estadísticas tienen importantes
desfaces debido a la proliferación, en países como Colombia, de sitios informales en los
que se realizan múltiples procedimientos en condiciones precarias con efectos adversos en
la salud e integridad de los pacientes.
En conjunto, estas estadísticas revelan una obsesión con la figura y la forma como el capital
se ha territorializado en nuestros cuerpos, imponiendo patrones estéticos que moldean
nuestras formas de vida, reduciéndolas al consumismo y una creciente obsesión por la
imagen y el rechazo de otras estéticas, así como a la búsqueda de “éxito” económico por la
vía que sea necesaria.
En este punto encontramos una paradoja con respecto a la propuesta de Noguera (2004) de
constituir nuestros cuerpos en la sutura que revierta la ruptura entre natura y cultura, la cual
se hizo norma en el marco de la modernidad occidental que adoptó como estrategia
cognitiva la fragmentación del mundo, colocando al Hombre blanco en la cúspide como
sujeto que observa de manera aséptica (objetiva) un mundo de objetos (incluyendo tales
cuerpos), los cuales puede controlar y manipular a su antojo, empleando la ciencia y la
tecnología.
La paradoja consiste en que dicho cuerpo que es expresión de natura y a la vez sujeto,
producto, agente y mediador de la cultura, se encuentra lacerado y mutilado, como
consecuencia de la tecnología que interviene en nuestra naturaleza orgánica para hacerla
más acorde a los patrones estéticos del mercado y la cultura de consumo de masas que
agencia (Mérida Pérez y López Hartmann, 2013).
Aunque cada caso tiene sus particularidades, estos antecedentes permiten dar cabida a un
segundo aspecto, en que se reconoce que la crisis ambiental es una crisis civilizatoria, que
requiere para su superación un cambio de paradigma; en este sentido, autores como Leff
(2004, 2006 y 2010), Boff (1996 y 2001), Noguera (2004), Ángel Maya (2003) y Carrizosa
(2000), entre otros, la ubican como una crisis del conocimiento, una crisis de la forma como
se entiende, habita y transforma el mundo; formas basadas en relaciones de dominación y
explotación, que llevan a un mundo insustentable.
El segundo componente tiene que ver con lo que Marx denominó fractura metabólica, o
alienación de la humanidad frente a la naturaleza (Bellamy Foster, 2004) y que se aceleró
en los albores del capitalismo, cuando a través de la denominada acumulación originaria
(Marx, 2010) o acumulación por despojo (Harvey, 2007), grandes capas de la población
fueron desprovistos de su contacto directo con el suelo, y otros medios de subsistencia en el
campo y obligados a concentrarse en grandes centros urbanos, en los que se constituirían en
la fuerza de trabajo de la industria, que ahora pasaba a ser el gran motor de la
transformación social.
En este contexto, la apuesta debe ser por un cambio societal basado en la superación de la
alienación material de la humanidad con respecto a la naturaleza, la cual requiere una
transformación radical de la propiedad sobre el suelo y los bienes comunes que han sido
cercados y saqueados, así como la recomposición de los equilibrios dinámicos del
metabolismo entre sociedad y naturaleza, reduciendo los ritmos de extracción y consumo a
niveles soportables por los ecosistemas, los sistemas culturales y territoriales locales; sin
embargo, ello implica una apuesta política que desborda los alcances de las reflexiones que
nos ocupan.
Alrededor del papel de la universidad como institución social ha habido un gran debate a
nivel mundial y Latinoamérica no ha sido ajena a este asunto, como lo evidencia el
manifiesto de los estudiantes de la Universidad de Córdoba de 1918 y la ola de
manifestaciones de finales de la década del 60 y la década del 70, por mencionar solo
algunos hitos.
En este sentido, se disputan dos ideas centrales, una que aboga por una universidad
comprometida con la justicia y la transformación social, conciencia crítica de la sociedad y
escenario para la construcción de alternativas que permitan superar las profundas crisis de
orden económico, político, cultural e incluso ambiental por las que atraviesa la sociedad.
Para ello, la autonomía universitaria, el pensamiento crítico, la generación de
conocimientos, el diálogo de saberes y la producción de tecnologías apropiadas son algunas
de la estrategias clave.
Otra corriente, aboga por una universidad menos política y más centrada en la formación de
profesionales con capacidades técnico-científicas acordes a las demandas del mercado
laboral, que produzca conocimientos y tecnologías que resuelvan los principales problemas
del mundo de la producción, en perspectiva de aumentar la competitividad de la economía
nacional. En este sentido, se proponen priorizar las carreras que son más demandadas por el
sector empresarial, haciendo a un lado las ciencias sociales, que desde esta perspectiva sólo
contribuyen a la polarización social.
Así, es muy común la proliferación de dogmas ideológicos según el cual para que haya
bienestar debe haber inexorablemente crecimiento económico, o que la existencia de una
crisis ambiental obedece a fallos del mercado y deficiencias tecnológicas que se resuelven
privatizando los bienes comunes, fijando precios a la contaminación, produciendo
tecnología más ecoeficiente y trasladando la responsabilidad al individuo, a través del
ecologismo individualizado, para que sea un consumidor más racional…
Es indudable que la visión hegemónica que ha originado estos sismas ha tomado cuerpo en
los planes de estudio y dinámicas de la mayor parte de las universidades, la cuales se
orientan al cumplimiento de indicadores y estándares de calidad y cobertura, que dejan a un
lado la reflexión sobre la crisis por la que transita la civilización occidental y su papel en la
reproducción o la transformación de los supuestos epistemológicos que la soportan.
En este sentido, la crisis ambiental debe ser asunto transversal en todo el proceso de
formación universitaria y no solo en el campo de las ciencias ambientales; en este sentido,
contrario o complementario, si se quiere, a la hiperespecialización en líneas específicas
dentro de las disciplinas, la formación de pregrado y postgrado debe ampliar la mirada
hacia una visión cosmopolita, abierta al diálogo intercultural y a cuestionar el “orden”
existente, en el sentido de indagar si ¿este es el mejor de los mundos posibles?
Ello implica, como uno de los aspectos centrales, la descolonización de la economía que
como disciplina y práctica ha sido hegemonizada y reducida a elemental crematística,
orientada a la maximización de la eficiencia del lucro individual y la acumulación aberrante
de la riqueza; así, resignificar la dimensión oikonómica del ambiente está orientado a la
superación de la reducción de este a simple recurso objeto de explotación y transformación
en bienes orientados al cubrimiento de una demanda insaciable de deseos superfluos y
banales, estimulados desde una visión consumista de la felicidad, ligada a la posesión de
objetos, diseñados para una duración fugaz (Leonard, 2010).
En este contexto y como síntesis, desde la perspectiva expuesta, la apuesta por la formación
ambiental en el marco de la Cátedra Ambiental “Gonzalo Palomino Ortiz” tras seis años de
su inicio como proceso y casi cinco de su adopción como Cátedra Institucional de la
Universidad del Tolima, ha identificado como retos:
Agradecimientos
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