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RESUMEN

CAPÍTULO PRIMERO

DEBERES MORALES DEL HOMBRE


Podríamos decir que en este capítulo no da a conocer el respeto a Dios es el ser
que reúne la inmensidad de la grandeza y de la perfección; y nosotros, aunque
criaturas suyas y destinados a gozarle por toda una eternidad, somos unos seres
muy humildes e imperfectos; así es que nuestras alabanzas nada pueden añadir a
sus soberanos atributos. Pero Él se complace en ellas y las recibe como un
homenaje debido a la majestad de su gloria, y como prendas de adoración y amor
que el Corazón le ofrece en la efusión de sus más sublimes sentimientos, y nada
puede, por tanto, excusarnos de dirigírselas. Tampoco nuestros ruegos le pueden
hacer más justo, porque todos sus atributo son infinitos, ni por otra parte le son
necesarios para conocer nuestras necesidades y nuestros deseos, porque El
penetra en lo más íntimo de nuestros corazones, pero esos ruegos son una
expresión sincera del reconocimiento en que vivimos de que Él es la fuente de todo
bien de todo consuelo y de toda felicidad, y con ellos movemos su misericordia, y
aplacamos la severidad de su divina justicia, irritada por nuestras ofensas, porque
Él es Dios de bondad y su bondad tampoco tiene límites. ¡Cuán propio y natural no
es que el hombre se dirija a su Creador, le hable de sus penas con la confianza de
un hijo que habla al padre más tierno y amoroso, le pida el alivio de sus dolores y el
perdón de sus culpas.
CAPÍTULO SEGUNDO

DE LOS DEBERES PARA CON LA SOCIEDAD


Dentro de estos deberes se resalta, Deberes para con nuestros padres El amor y
los sacrificios de una madre comienzan desde que nos lleva en su seno. Cuántos
son entonces sus padecimientos físicos, cuántas sus privaciones por conservar la
vida del hijo que la naturaleza ha identificado con su propio ser, y a quien ya ama
con extremo antes de que sus ojos le hayan visto, Cuánto cuidado en sus alimentos,
Su primer cuidado es hacernos conocer a Dios. ¡Qué sublime, qué augusta, qué
sagrada aparece entonces la misión de un padre y de una madre! El corazón rebosa
de gratitud y de ternura, al considerar que fueron ellos los primeros que nos hicieron
formar idea de ese ser infinitamente grande, poderoso y bueno, ante el cual se
prosterna el universo entero, y nos enseñaron a amarle, a adorarle y a pronunciar
sus alabanzas. Después que nos hacen saber que somos criaturas de ese ser
imponderable, ennobleciéndonos así ante nuestros propios ojos y santificando
nuestro espíritu, ellos no cesan de proporcionarnos conocimientos útiles de todo
género, con los cuales vamos haciendo el ensayo de la vida y preparándonos para
concurrir al total desarrollo de nuestras facultades. El amor y los sacrificios de una
madre comienzan desde que nos lleva en su seno. ¡Cuántos son entonces sus
padecimientos físicos, cuántas sus privaciones por conservar la vida del hijo que la
naturaleza ha identificado con su propio ser, y a quien ya ama con extremo antes
de que sus ojos le hayan visto!
Deberes para con la patria
Nuestra patria, generalmente hablando, es toda aquella extensión de territorio
gobernada por las mismas leyes que rigen en el lugar en que hemos nacido, donde
formamos con nuestros conciudadanos una gran sociedad de intereses y
sentimientos nacionales.
Cuánto hay de grande, cuánto hay de sublime, se encuentra comprendido en el
dulce nombre de patria; y nada nos ofrece el suelo en que vimos la primera luz, que
no esté para nosotros acompañado de patéticos recuerdos, y de estímulos a la
virtud, al heroísmo y a la gloria. Las ciudades, los pueblos, los edificios, los campos
cultivados, y todos los demás signos y monumentos de la vida social, nos
representan a nuestros antepasados y sus esfuerzos generosos por el bienestar y
la dicha de su posteridad, la infancia de nuestros padres, los sucesos inocentes y
sencillos que forman la pequeña y siempre querida historia de nuestros primeros
años, los talentos de nuestras celebridades en las ciencias y en las artes, los
magnánimos sacrificios y las proezas de nuestros grandes hombres, los placeres,
en fin, y los sufrimientos de una generación que pasó y nos dejó sus hogares, sus
riquezas y el ejemplo de sus virtudes...

CAPÍTULO TERCERO

DE LOS DEBERES PARA CON NOSOTROS MISMOS


Para Carreño Los hombres que viven en una sociedad civilizada no lo hacen para
pelear y combatir entre sí, como en los tiempos primitivos, sino para auxiliarles unos
a otros, haciendo así la vida más fácil y amable para todos. Nada hay por eso que
impulse tanto al bienestar y el progreso de una nación como la sociedad entre sus
habitantes, y para esto son indispensables la cortesía, las buenas maneras, la
tolerancia y el trato gentil entre unos a otros y Debemos por eso tolerar, respetar y
honrar y, si es posible amar en el sentido cristiano, a nuestros semejantes y con
más razón a nuestros compatriotas, y proceder siempre de la misma manera como
nosotros desearíamos ser tratados por ellos. En una palabra, debemos hacernos
amables, para poder ser amados y que de esta manera el principio cristiano de
“amaos los unos a los otros”, pueda cumplirse plenamente en la práctica diaria.
Si todos somos mal educados, irrespetuosos, egoístas y, en vez de ayudar,
maltratamos a nuestros semejantes sin consideración a su edad y condición, y
pretendemos siempre para nosotros el primer puesto o la mejor tajada, si cedemos
fácilmente a los arranques de la ira o del mal genio, o perturbarnos, sin importarnos
nada la tranquilidad, el silencio, el reposo o el sueño a que los demás tienen también
derecho, si injerimos, denigrarnos y humillarnos a los otros como si fuéramos los
amos del mundo, no seremos dignos de vivir en una sociedad civilizada y
merecemos la universal reprobación. Con hombres así la convivencia diaria se hará
ingrata y amarga, cuando no francamente imposible.

CAPITULO CUARTO

DE URBANIDAD Y BUENAS MANERAS

1. Llámase urbanidad al conjunto de reglas que tenemos que observar para


comunicar dignidad, decoro y elegancia a nuestras acciones y palabras, y
para manifestar a los demás
la benevolencia, atención y respeto que les son debidos.
2. la urbanidad es una emanación de los deberes morales, y como tal, sus
prescripciones tienden todas a la conservación del orden y de la buena
armonía que deben remar entre los hombres, y a estrechar los lazos que los
unen, por medio de impresiones agradables que produzcan los unos sobre
los otros.
3. las reglas de la urbanidad no se encuentran ni pueden encontrarse en los
códigos de las naciones; y sin embargo, no podría conservarse ninguna
sociedad en que estas reglas fuesen absolutamente desconocidas. Ellas nos
enseñan a ser, metódicos y exactos en el cumplimiento de nuestros deberes
sociales; y a dirigir nuestra conducta de manera que a nadie causemos
mortificación o disgusto; a tolerar los caprichos y debilidades de los hombres;
a ser atentos, afables y complacientes, sacrificando, cada vez que sea
necesario y posible, nuestros gustos y comodidades a los ajenos gustos y
comodidades; a tener limpieza y compostura en nuestras personas, para
fomentar nuestra propia estimación y merecer la de los demás; y a adquirir,
en suma, aquel tacto fino y delicado que nos hace capaces de apreciar en
sociedad todas las circunstancias y proceder con arreglo a lo que cada una
exige.
4. Es claro, pues, que, sin la observancia de estas reglas, más o menos
perfectas, según el grado de civilización de cada país, los hombres no
podrían inspirarse ninguna especie de amor ni estimación; no habría medio
de cultivar la sociabilidad, que es el principio de la conservación y progreso
de los pueblos; y la existencia de toda sociedad bien ordenada vendría por
consiguiente a ser de todo punto imposible.
CAPITULO QUINTO
DEL ASEO
Para una mayor dispersión y diferencia de la siguiente forma:
Del aseo en general
1. El aseo contribuye poderosamente a la conservación de la salud, porque
mantiene siempre en estado de pureza el aire que respiramos, y porque
despojamos nuestro cutis de toda parte extraña que embarace la
transpiración, favorece la evaporación de los malos humores, causa y
fomento de un gran número de nuestras enfermedades.
2. Nada hay, por otra parte, que comunique mayor grado de belleza y elegancia
a cuanto nos concierne, que el aseo y la limpieza Nuestras personas,
nuestros vestidos, nuestra habitación y todos nuestros actos, se hacen
siempre agradables a los que nos rodean, y nos atraen su estimación y aun
su cariño, cuando todo lo encuentra presidido por ese espíritu de pulcritud
que la misma naturaleza ha querido imprimir en nuestras costumbres, para
ahorrarnos sensaciones ingratas y proporcionarnos goces y placeres.

CAPITULO SEXTO

DEL MODO DE CONDUCIRNOS DENTRODE LA CASA


Así como el método es necesario a nuestro espíritu, para disponer las ideas, los
juicios y los razonamientos, de la misma manera nos es indispensable para arreglar
todos los actos de la vida social, de modo que en ellos haya orden y exactitud, que
podamos aprovechar el tiempo, y que no nos hagamos molestos a los demás con
las continuas faltas e informalidades que ofrece la conducta del hombre
desordenado. Y como nuestros hábitos en sociedad no serán otros que los que
contraigamos en el seno de la vida doméstica, que es el teatro de todos nuestros
ensayos, imposible será que consigamos llegar a ser metódicos y exactos, si no
cuidamos de poner orden a todas nuestras operaciones en nuestra propia casa.
Además, La mujer desordenada ofrecerá, en cuanto la rodea, el mismo cuadro que
ofrece el hombre desordenado, con todas las desagradables consecuencias
sociales que hemos apuntado. Pero ella no quedará en esto sólo; porque
comunicando su espíritu de desorden a todo el interior de su casa, al desperdicio
del tiempo se seguirá el desperdicio del dinero. Al mayor gasto ¡os mayores
empeños, y a los empeños la ruina de la hacienda. Además, como las costumbres
de la madre de familia se transmiten directamente a los hijos, por ser en su regazo
donde pasan aquellos años en que se graban más fácilmente las impresiones, sus
malos ejemplos dejarán en ellos resabios inextinguibles, y sus hijas, sobre todo, que
su vez llegarán también a ser madres de familia, llevarán en sus hábitos del
desorden, el germen del empobrecimiento y de la desgracia.
CENCADENT

Programa:
Servicios Farmacéuticos

Nombre:
Diana Catalina Sánchez

Materia:
Ética

Año:
2020

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