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VICERRECTORÍA

EDUCACIÓN A DISTANCIA

Ficha de cursada de Fernández Enguita, Armonía, Contradicción y Conflicto

Prof. Hernán Longobucco

El texto de Fernandez Enguita aborda de manera contundente la forma en qué la


teoría sociológica clásica afrontó dos de los problemas fundantes de la disciplina, la
naturaleza de la acción social y el orden social. A partir del trabajo sociológico de los
tres padres fundadores, Marx, Weber y Durkheim, Fernandez Enguita repasa, en este
capítulo, la tensión que existe entre consenso y conflicto, y al interior de este último,
entre el monismo y el pluralismo. Nos propone de este modo, un análisis de las
diferentes posiciones que han adoptado cada uno de estos tres sociólogos.

Antes de comenzar con las tres visiones clásicas es importante reconocer, apoyados en
la obra de Jeffrey C. Alexander (2000)1, la controversia que genera el estudio de la
naturaleza de la acción social. Nos referimos a si las personas en su enfoque del
mundo son egoístas (racionales) o idealistas (no racionales), si son normativas y
morales (no racionales) o puramente instrumentales (racionales), si al actuar les
interesa aumentar la eficiencia (racionalmente) o si están regidas por emociones y
deseos inconscientes (no racionales). Todas estas dicotomías se relacionan con la
cuestión vital de la referencia interna o externa de la acción social. Muy a grandes
rasgos podemos decir que los enfoques racionalistas de la acción social consideran que
la persona recibe un impulso de fuerzas externas a su voluntad, mientras que los
enfoques no racionales implican que la acción está motivada desde el interior de uno
mismo. Pero no basta con identificar y responder sobre la naturaleza de la acción
(externa o interna), ya que para que la sociología pueda dar respuesta sobre la acción
social también debe interrogarse acerca del problema del orden. Es decir, la
organización política.

Como podremos observar, para Fernández Enguita, Marx, Weber y Durkheim, como
sociólogos, están de acuerdo en que la sociedad respeta patrones, estructuras
independientes de los individuos que la componen, pero tienen desacuerdos acerca
del modo en que se genera este orden. Difieren, por lo tanto, en considerar ya sea un
enfoque individualista (monismo) o un enfoque colectivista (pluralista) del orden.

Los que presuponen una posición colectivista (Marx y Durkheim), entienden que los
patrones sociales son previos a todo acto individual específico, y son, en cierto sentido,
producto de la historia. Así el orden social es un dato externo que enfrenta al individuo
recién nacido. Si fuera un adulto, los colectivistas reconocen que el orden social existe
tanto dentro como fuera del individuo, pero lo importante, desde esta perspectiva
colectivista, ya sea que se considere al orden social tanto dentro como fuera del
individuo, es que no considera que sea producto de consideraciones de este momento,
es decir, de aquí y ahora. Los fundamentos teóricos que brindan para argumentar esta
posición reconocen que todo acto individual está apoyado en la dirección de la
estructura preexistente (aunque esta dirección sea sólo una probabilidad para los que

1
Jeffrey C. Alexander (2000): Las teorías sociológicas desde la Segunda Guerra Mundial.
Barcelona, Gedisa.

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reconocen que la acción tiene un elemento de libertad). Algunos ejemplos pueden


resultar esclarecedores: la economía determina la dirección de los actores económicos
individuales, el sistema religioso determina la conducta de un creyente individual, y no
es la fe la que permite surgir una iglesia, las organizaciones partidarias producen
políticos, y no son estos quienes constituyen los partidos, etc.

En contraposición a esta perspectiva, los partidarios del individualismo (Weber) a


menudo reconocen que parecen existir tales estructuras extra individuales en la
sociedad, y por cierto reconocen que hay patrones inteligibles. Pero aún así, insisten
en que estos patrones son producto de la negociación individual y consecuencia de
una opción individual. No sólo creen que las personas son portadoras de las
estructuras sino que ellas producen esas estructuras en los procesos concretos de la
interacción individual. De modo que, los individuos tienen no sólo un elemento de
libertad, sino que pueden alterar los fundamentos del orden social en cada punto
sucesivo del tiempo histórico. Las personas no portan, desde esta visión, el orden
social dentro de sí mismos. En cambio, siguen ese orden o se rebelan contra él, puede
ser incluso contra sus propios valores, según sus deseos y expectativas individuales.

En caso de Weber, es necesario hacer la salvedad que dentro de la esfera de decisión


del individuo se encuentra, y es fundamental su rol, la ética como determinante de las
acciones de los hombres. En tal sentido, a diferencia de Durkheim y de Marx, más
evidentemente, la obra de Weber más que pensarse desde las estructuras materiales,
es decir variables materiales, debe analizarse de la relación del individuo con esferas
más inteligibles cómo lo es la ética en todas sus dimensiones: ética religiosa, ética
ciudadana, ética política, etc. Eso sí, sin relegar las variables materiales pero no
considerándolas como determinantes

Hacemos esta salvedad respecto de la obra de Weber porque consideramos que puede
confundirse la metodología de este al ser considerado como un mero individualista,
que muchas veces se asemeja al voluntarismo (por citar un ejemplo: Nieztche)

Pensando entonces en las posiciones señaladas anteriormente, Fernandez Enguita,


afirma que la visión durkheimiana de la sociedad se caracteriza por una perspectiva
pluralista (colectivista) y armónica del orden (ausencia de conflicto), la marxista
también es colectivista pero a diferencia de Durkheim supone la inevitabilidad y la
trascendencia (superación del conflicto en un nuevo orden social), la weberiana, si
bien reconoce una multiplicidad, diversidad e irresolubilidad de los conflictos sociales,
tiene una perspectiva individualista de la acción social.

La corriente sociológica que identificamos con el positivismo y el funcionalismo, la que


representa en su conjunto (aunque podamos destacar en medio de ella a Durkheim), el
compromiso con la unidad interna del sistema social comprendido dentro de los
límites del Estado nacional, considera el conflicto como algo residual y marginal, frente
a un orden social básicamente estable y armónico, aunque evolutivo. Durkheim
distingue a los hechos sociales de dos modos, aquellos que considera normales y
aquellos que considera patológicos. Aquí el consenso es la condición sine quan non
(esencial, indispensable, imprescindible) de la existencia misma de la sociedad, lo que

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realmente hace posible la unidad de la sociedad, el consenso espontáneo de las partes,


es la solidaridad.

Para que pueda existir este consenso en la perspectiva durkheimiana resulta necesaria
la creación de normas unitarias, que ejerzan una acción reguladora de las conductas,
es decir, de las pasiones y expectativas de las personas. Todo lo que se aparte de estas
normas será considerado anormal y patológico.

En cambio para Marx y para Weber, señala Fernandez Enguita, el conflicto es algo que
resulta inevitable, aunque como ya fue dicho, desde perspectivas muy distintas. El
conflicto en Marx se desenvuelve como lucha de clases de ahí su perspectiva pluralista
de la acción social. El conflicto se manifiesta como conflicto entre fuerzas productivas y
de relaciones de producción. De ahí su famosa frase “toda la historia de la humanidad,
hasta el día, es una historia de lucha de clases”. Este antagonismo, que para Marx por
ejemplo, sintetiza las sucesivas oposiciones entre patricios y plebeyos, señores y
siervos y burgueses y proletarios, puede considerarse como la expresión práctica del
conflicto entre la organización social y el desarrollo de las capacidades humanas y
naturales, es decir, entre las relaciones de producción imperantes y las fuerzas
productivas que se desarrollan en su interior.

Al realizar una teoría de la historia, no sólo como interpretación del pasado sino como
predicción del futuro, Marx creyó descubrir, no la existencia de las clases, no su lucha,
sino la relación de está con la dirección de la historia. La revolución de la clase
proletaria traería desde la perspectiva de Marx, una sociedad sin clases, al no oponer
una forma de poder o desigualdad por otra (como sí hizo la burguesía al oponer la
propiedad absoluta e incondicional a la propiedad feudal o la compraventa de la fuerza
de trabajo a la servidumbre). Según Fernandez Enguita, o bien, Marx lleva de este
modo, todos los demás conflictos sociales a uno solo, la lucha de clases (entendida
como lucha en torno a la propiedad de los medios de producción), o bien, no hizo más
que ignorar todos los demás focos de conflictos. En realidad hace lo primero,
estableciendo un relación de determinación entre la multiplicidad de conflictos con el
primigenio y fundante de la conflictividad.

Por otra parte, la teoría económica abstracta y la dialéctica hegeliana, adecuadamente


combinadas, sirvieron a Marx para construir el materialismo histórico. Según el propio
Marx y en función de lo que viene sosteniendo Fernández Enguita, en la producción
social de su vida las personas establecen determinadas relaciones necesarias e
independientes de su voluntad, aquellas que denomina relaciones de producción.
Estas corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas
productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción conforma la
estructura económica de una sociedad. Se transforma entonces en la base real sobre la
que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden
determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material
condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la
conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo
que determina su conciencia, dice Marx.

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El materialismo histórico será una interpretación aplicable únicamente, incluso dentro


de la propia teoría marxista, a la sociedad capitalista-, por el cual la sociedad se
desgarra y polariza en su contradicción (una única contradicción como ya vimos) hasta
que el estallido inevitable y final de ésta, tras no importar qué curvas de la historia,
constituya un nuevo orden social (la sociedad sin clases). En este esquema bipolar, de
la «contradicción» no podían caber ni las figuras intermedias (clases medias que se
extinguen, posiciones intermedias que han de alinearse con alguno de los extremos),
ni los conflictos paralelos (que deberán reducirse a la «contradicción principal», como
la llamaría luego Mao), ni las configuraciones en sí mismas pluralistas e inasimilables
por ello a esquemas dicotómicos (como las desigualdades o los conflictos étnicos).

El último de los autores que analiza Fernandez Enguita es Weber. Dice el autor que
algunos teóricos norteamericanos (Parson, Bendix) lo han catalogado erróneamente
como el teórico de la burguesía, haciendo alusión a Marx como el del proletariado.
Para esta imagen la obra de Weber representa punto por punto una inversión del
marxismo. Si bien de un modo diferente, Weber adopta al conflicto como parte
constitutiva de su teoría, pero a diferencia de Marx, no a partir de una única esfera (la
lucha de clases entre el capital y el trabajo), por el contrario, está convencido de la
existencia de una multiplicidad de conflictos que surgen en la sociedad moderna. No
existe un conflicto matriz en Weber (la madre de todas las batallas). Ese
reconocimiento llevó a este sociólogo a considerar distintos escenarios conflictivos y
de intereses muy diversos.

Las palabras interés y dominación definen la obra weberiana. Las relaciones sociales
son relaciones de luchas de intereses, por lo tanto, la acción social está envuelta en
relaciones de dominación y subordinación. En esas relaciones radica que unos querrán
imponerse por la propia voluntad contra la resistencia de los otros. En Weber, además
de los conflictos de clases, existen conflictos entre estamentos y entre partidos. Las
pujas de poder se dan en estas tres dimensiones, la clase se refiere a la forma de
obtención de los bienes, de lucro, de propiedad y la posición en el mercado. En el
estamento remite al modo de vida, al consumo y al honor. En el partido, a la
distribución del poder y la influencia sobre la acción comunitaria.

Articulando las posiciones entre Marx y Weber, Fernandez Enguita, afirma que en el
primero el partido siempre es un partido de clases (proletaria, burguesa, capitalista, de
los terratenientes) o aquellos que representan los intereses de una clase. En cuanto al
estamento, en la versión marxista no puede ser otra cosa que un epifenómeno o una
manifestación puramente aparente de la clase misma, una forma de la falsa
conciencia o una división dentro de la clase, un estrato, una capa o una fracción de
clase.

Al mismo tiempo, Fernandez Enguita, señala que si Marx había centrado la división
económica de de la sociedad en torno a un criterio único o axial, la propiedad o no
propiedad (o, si se prefiere, la posesión o no posesión de medios de producción),
Weber lo consideró simplemente como un criterio entre otros. En cambio se preocupó
por establecer que toda dominación debe ser reconocida para ser aceptada como
legítima, se trata entonces de explicar este reconocimiento que da la fuerza de la razón

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a la razón del más fuerte. La producción de la legitimidad de las relaciones de


dominación no debe ser reducida a la coacción exterior de una relación física de
obediencia, ni al engaño generalizado de una persuasión totalmente ideológica: ella es
explicada por las diferencias de posición en la jerarquía social.

Finalmente, Fernandez Enguita afirma que Weber fue particularmente explícito al


analizar el conflicto social alejándose del marxismo que redujo todo a la relación que
se tenga con el capital. En weber la dominación se manifiesta mediante un conjunto de
intereses que deben ser explicitados a partir del estudio de esas relaciones.

A modo de resumen a esta introducción a la problemática sobre el conflicto que


abordaremos a lo largo de esta unidad, es importante remarcar que el pensamiento
social se aborda desde la problemática del orden, más que desde la metodología o
perspectiva del autor.

En el caso de Durkheim el orden no es una problema por lo cual no habría conflicto,


sino que existen alteraciones que deben encausarse dentro del dicho orden, por ello la
consideración patológica de las problemáticas en tanto son susceptibles de cura. En el
caso de Marx y Weber, a pesar de sus enormes diferencias metodológicas, los
conflictos son intrínsecos al orden político y de allí su incidencia y la posibilidad de
modificación, de este.

Desde esta perspectiva, interesa a esta clase identificar estas situaciones y poder
explicar en cada caso como se desarrolla esta relación entre pensamiento social, la
problemática del orden y el conflicto.

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