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Cristián Sánchez
"Yo estaba en
secreto"
El más desconocido de los cineastas chilenos sale por fin de las sombras. En el
Bafici 2006 le dedicaron un ciclo, un profesor de Stanford está preparando un
libro sobre su obra y en marzo de este año se presentará una completa
retrospectiva de sus películas en el Festival de Cine Latinoamericano de
Toulouse. Mientras disfruta estos reconocimientos, Sánchez se prepara para
volver tras las cámaras con un western y una cinta sobre el hampa chileno. (Foto:
Alaluf Duque)
Cristián Sánchez (1951) es el creador de los antihéroes más extraños de la pequeña historia
del cine chileno. Como R., ese estudiante de liceo que vagaba sin rumbo aparente en Los
deseos concebidos (1982). O como Gallardo, el turbio taxista que "aguachaba" a una lolita
en El zapato chino (1979). Con un bajo perfil que se ha empeñado en cultivar a lo largo
de toda su carrera, Sánchez ahora vive un momento inusual: está siendo redescubierto.
El primero en liderar esta cruzada fue el periodista y crítico uruguayo Jorge Ruffinelli que
-desde su posición como profesor de Stanford- está preparando un libro sobre su cine.
Luego vendrían los festivales. El año pasado el Bafici le dedicó un ciclo en la
franja Malditos latinos. Y después de mucho tiempo, el 2006 sus películas volvían a ser
exhibidas públicamente en Chile. Primero en el Festival de Cine de Valparaíso, donde
incluso le dedicaron un simposio, y luego en un ciclo de la Universidad Arcis.
Por obra y gracia de Ruffinelli, su principal promotor, esto recién comienza. En marzo
presentará en el Festival de Cine Latinoamericano de Toulouse una completa retrospectiva
de sus películas y los festivales de La Habana, Lima y Los Ángeles también están
interesados en mostrar su obra. Pero Sánchez, fiel a su bajo perfil, más acorde con el de
un profesor universitario que cita a Deleuze que con el de un cineasta de festivales, parece
no perder la calma.
-¿Cómo nace el interés de un profesor de Stanford, como Jorge Ruffinelli, en hacer un
libro sobre tu obra, que es tan desconocida?
-Por eso le atrajo. Él había visto algunas películas mías. Además de ser profesor del
Departamento de Portugués y Español de Stanford, hace más de 10 años está haciendo un
diccionario de cine latinoamericano. Tiene una enorme cantidad de fichas y ha visto una
cantidad de cine que no te lo puedes creer. Compró una copia de Cautiverio Feliz (1998)
y le maravilló. Considera que es una de las mejores películas que han tratado el tema
indígena y el mestizaje. También había visto El cumplimiento del deseo (1994), que le
fascinó, y había conseguido una copia de Los deseos concebidos, pero muy mala. En
diciembre del 2005 finalmente nos contactamos. Vino a Chile, me entrevistó durante 3
horas, y esa fue la primera base de la entrevista que aparecerá en el libro.
-No, simplemente estaba preparando las fichas de mis películas para su diccionario. Las
leí, me gustaron, y ahí empezó a gestarse este diálogo, en que yo le hablo de Bresson, de
Ilya Prigogine, de física teórica y de Deleuze. Todos los elementos con los que trabajo.
Entonces ahí le quedó la convicción de que había más de lo que había visto. Vio las otras
películas, como El zapato chino, y le encantaron. Con la única que tiene más reservas, y
que hemos discutido mucho, es Cuídate del agua mansa (1995), que le parece un poco
machista. Pero también me ha dicho: "En un universo tan pequeño (seis películas), y
además hechas con tan poco recursos, aquí hay varias obras maestras". Finalmente me
dijo que la entrevista sería publicada en la revista de Stanford, pero además quería hacer
un libro. Para mí ha resultado extraordinario, porque me ha obligado a pensar mis
películas.
-¿Y has podido establecer las influencias de tus directores favoritos en tu cine?
-Yo los tomo como mis maestros. Son mis referencias. De alguna manera ciertos
procedimientos yo los he tomado de Buñuel, de Godard, de Rohmer, de Ruiz. Son mis
referentes, pero el repertorio con el que uno puede operar siempre es más pequeño. Lo
que pasa es que ahora me di cuenta. Antes creí que sólo me gustaban. Y ahora me doy
cuenta que yo he reelaborado mi concepción, mi mirada, mi escritura, tomando elementos
de eso, pero no al azar, sino que los elementos que eran necesarios para constituir mi
sistema. Pero había un sistema y eso es lo importante, que no es la sumatoria o agregar
elementos de otros autores, que podría ser una especie de cinefilia. En mi caso no hay
cita, no funciona así. Es la internalización de ciertos elementos. Por ejemplo el uso del
off en El zapato chino, que es neutro, tiene una cierta música chilena, hay un canto, una
manera de expresión, que por muy átono que sea, pasa a ser expresivo. No es la atonalidad
radicalmente extraña de Bresson.
Empecé a tratar de entender lo que había estado haciendo por intuición. Porque yo me
dejo llevar por la intuición, poderosamente. Si no siento la película, las imágenes, no
puedo filmar. Las imágenes tienen que invadirme, obsesionarme. Y después veo que esa
intuición corresponde a un modo de expresión. Yo creo que tiene que ver con una visión
espiritual de las cosas. Ahí está de nuevo la referencia a Bresson y a muchos otros. Dreyer
y Ordet, que es una película que me fascina. También con Godard y sus tres períodos,
sobre todo el último, que me encanta. Notre musique y Elogio del amor son
extraordinarias. Y Tarkovski que siempre me ha gustado. Es por ahí donde mi cine
funciona.
-Uno de los sellos de tu cine es el lenguaje que ocupan los actores, siempre muy
realista, como si uno estuviera escuchando una conversación cualquiera.
-Ese tipo de héroe aparece más claramente en el personaje del adolescente R., en Los
deseos concebidos y Francisco Núñez de Pineda, en Cautiverio feliz.
-Claro, R. ni siquiera tiene un nombre. ¿Y qué está buscando R.? Un hogar. Huye de su casa
porque se hace inhabitable. Son héroes que descubren que los espacios supuestamente
habitables son prisiones, inhabitables. Entonces hay que hacer la experiencia del
recorrido, del viaje. ¿Y dónde están las casas, las patrias? En el viaje mismo. Y cada uno
de estos espacios son pequeñas estaciones no más, que no deben ser vistos como Itacas.
Porque no hay nostalgia.
-Fuiste invitado a Bafici el año pasado como parte de un ciclo de cineastas malditos de
América Latina. ¿Por qué "maldito"?
El zapato chino
-Una de las cosas que más sorprende de El zapato chino es el taxista que interpreta
Andrés Quintana, tu actor fetiche. ¿Cómo se te ocurrió este personaje?
Vías paralelas
-Va a salir el libro de Ruffinelli, estuviste en Bafici, se han hecho ciclos con tus
películas en Chile, irás a Toulouse. ¿Cómo te tomas este redescubrimiento?
-Bien, lo que quiero ahora es hacer más películas, estoy con la ansiedad de aprovechar
este vuelo, esta resurrección, para definitivamente tener recursos y sacar algunos
proyectos, terminar Camino de sangre/Sangre en el camino.
-Es la misma película que tiene dos partes. Camino de sangre es una historia de bandidos
que ocurre en 1882, en el campo chileno. Es una película de 50 minutos y de pronto esos
mismos personajes aparecen en esta época, y en vez de ser bandidos rurales son
guardaespaldas de un narcotraficante en Sangre en el camino. Es una película de muy
bajo presupuesto, hecha en digital, no costó más de $10 millones. Camino de sangre ya
está lista, ahora tengo que ver si me consigo la plata para hacer Sangre en el camino este
verano, porque habría posibilidad de llevarla a algunos festivales. El otro guión que tengo
listo, Tiempos malos, que voy a presentar al Fondo Audiovisual este año, es una película
en Super 16 ampliada a 35 mm. Los dos formatos me interesan.
Camino de sangre la hice en dos veranos, entre el 2001 y el 2003, la filmé en una zona
cerca de Rancagua, El Rulo, en el valle del Cachapoal, durante 12 días de rodaje. La hice
con mis actores, Daniel Pérez, de El otro round (1983), y Juan Carlos Ramírez, que ha
estado en casi todas mis películas. Ellos son los dos bandidos. Está lista, pero no quiero
mostrarla todavía porque quiero terminarla como un largo. Es una película clásica además,
un homenaje al western norteamericano, a John Ford, a Hawks.
-No te imaginaba como admirador del western...
Cautiverio feliz
-El western me fascina. Para mí es el cine por excelencia. Siempre quise hacer un western
y quisiera hacer otro. Algunos dicen que Cautiverio feliz es mi primer western, pero lo
que estoy haciendo ahora es clásico. Me gusta mucho el cine de acción, me gustaría hacer
películas en mi concepción moderna con esos elementos. En el fondo Camino de sangre es
una explicación sobre el cine clásico. Y en la segunda parte, Sangre en el camino, es cine
moderno, se mueve la cámara, todo es más ambiguo, más preocupado de la existencia de
los seres, la primera en cambio es más narrativa. Y hay una reflexión sobre la historia del
rostro. Los personajes en que se inspira la película son los famosos Pelacaras de Teno,
conocidos por sus asaltos y porque le sacaban el pellejo de la cara a sus víctimas y fueron
combatidos por Pérez Rosales. Les sacaban la cara para evitar que identificaran a sus
víctimas. Eso me pareció fascinante, violento. Para reflexionar sobre el rostro en la
historia, sobre todo el sufrimiento anónimo. Y da la sensación de que la primera parte es
un sueño, pero no, después te das cuenta que es una filmación que están haciendo unos
cineastas y que han utilizado a estos personajes, que en verdad son unos guardaespaldas,
y que los han hecho actuar. Hay una explicación a posteriori, un poco godardiano todo.
-Sí, el Padrino chileno, pero sin copiar para nada al Padrino. Son otras formas de
expresión. Lo chileno y el hampa latinoamericano tienen sus propios códigos. Pero habría
una segunda parte que tiene algo como de tragedia griega. Incluso el personaje de Eulalio
termina enloquecido al final de la primera parte y empieza a ver a todos los personajes
que mató, a un hermano, a un mejor amigo. Y todos llegan como espectros, pero tú crees
que llegan a acusarlo. No, le dicen cosas como: "Oye Eulalio, chis, si veníamos a verte".
Todo con un tono muy chileno. Me voy a permitir esa licencia, este personaje está
enloquecido, como Macbeth. Y en la segunda parte la violencia es mucho mayor.
El zapato chino
-No, pero la tengo en la cabeza, la voy a escribir apenas funcione esto. Ahí probablemente
la nieta mata a su madre. Son otros valores, ancestrales. Yo lo veo como una reedición en
lo actual de las relaciones tribales, que sobrevivieron deformadas en el mestizaje y con
los procesos de aculturación, pero hay un transfondo tribal. Usaré un elenco de actores
conocidos, Fernando Farías haría el Cabro Eulalio, la Manuela Martelli es la nieta, Daniel
Muñoz tiene un personaje muy alocado. El adolescente lo voy a buscar, tiene que tener
como 16 años. Además de mis actores que van a estar en otros roles más chiquitos. Daniel
Pérez va a ser el chofer del Cabro Eulalio.
-No lo sé, me vi llevado a eso. También escribí una miniserie que se llama Sendas perdidas,
sobre un grupo balmacedista que niega a rendirse durante la revolución del 91, y empiezan
a hacer bandidaje social. Empecé con esas cosas de acción porque me interesaba
investigar en las claves de la sociedad chilena, del trasfondo antropológico nuestro.
-¿Tiempos malos es una película de más presupuesto que tus habituales películas?
-Claro. Necesito cerca de $110 millones. Ahora necesito conseguir un productor. Quiero
sacar este proyecto, que no sólo es ambicioso, estoy seguro le va a gustar mucho al público
chileno. Voy a trabajar con Daniel Vilches y Ernesto Belloni (Che Copete), pero no en una
cuerda humorística, sino que más siniestra.
-¿Y cómo enfocarás el libro sobre Raúl Ruiz con el que te ganaste un Fondart?
-Es un estudio teórico, que es un desarrollo más profundo del artículo que escribí en 1987
en la revista de cine de la Universidad de Chile, El progreso del cuerpo, el cine de Raúl
Ruiz. Por un lado la idea es ver los dispositivos de su cine, las imágenes, el tipo de
narración, ahora ejemplificándolo en más películas. No voy a analizar película por
película, sino ver cómo se va dando un progreso, una tendencia en Ruiz, hacia un cierto
tipo de cine donde se relacionan los muertos y los vivos, donde hay personajes que viven
en varios mundos a la vez o en varios tiempos, como el caso de Días de campo. Yo creo
que él pertenece a la imagen-simulacro, que se aparta de la imagen-cristal a la que hace
referencia Christine Buci-Gluksmann en su libro sobre Ruiz. Y ahí voy a plantear mi
concepción del simulacro, que he estado desarrollando ahora.
-¿Qué te parece ser calificado como el único discípulo de Raúl Ruiz en Chile?
-Me siento discípulo de Ruiz, pero no un imitador de su trabajo. Él, para mí, sigue siendo
un gran referente y es uno de los grandes creadores de la imagen-tiempo en su acepción
de imagen-simulacro, que se expresa en un espacio neobarroco, pero mi cine ha seguido
un camino distinto que es el de componer fuerzas y no formas.
Publicada el 12-01-2007