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El canon de
las Escrituras
¿Cómo se compuso esta colección de obras que forman nuestra Biblia? ¿Por qué estos libros y
no otros? ¿Cuáles fueron los criterios de discernimiento aceptar un libro como sagrado? ¿Sobre
la base de que razones se descarta una obra como “apócrifa?
Con este tipo de preguntas se plantea un problema difícil pero de gran importancia: la cuestión
del “canon” de las Escrituras”.1
Procederemos: (1) Precisando la terminología; (2) Analizando los datos históricos de las
comunidades recibieron determinados libros como normativos, por tenerlos como Palabra de
Dios; (3) Reflexionando teológicamente sobre este hecho histórico.
Terminología
La palabra “canon”
“Canon” deriva de la transliteración del término griego kanw/n (kanón), derivado a su vez de
una palabra semítica –qanû2– que significa “caña”. En su sentido originario y literal el kanon
era una vara larga que era utilizado por los albañiles o los carpinteros para tomar medidas.3
Rápidamente, de este sentido directo se derivó una doble acepción metafórica:
La primera designaba “norma”, “medida”, “regla”, y se aplicó a la norma o patrón
“standard”, que sirve para determinar, regular o medir otras entidades.
Así por ejemplo, los gramáticos alejandrinos formularon un “canon” de escritores en
lengua griega que debía servir de “norma” para aquellos que pretendían formarse
literariamente.
La segunda significación que se desarrolló con el tiempo fue la de “lista”, “registro”, es
decir, lo equivalente a “catálogo”.
Así por ejemplo, se hablaba de las tablas astronómicas de Ptolomeo como “cánones”.
1 Toda religión revelada termina por experimentar tarde o temprano la necesidad perentoria de fijar un
“canon”: si Dios ha hablado a los hombres, debe haber un medio de saber con toda seguridad dónde se
encuentra esa revelación. Esto es precisamente lo que garantiza el canon: señala los límites entre lo que es
y lo que no es revelación, entre “lo humano” y “lo divino”. ¿De qué serviría la revelación si no hubiera
forma de identificarla como tal?
2 En asirio, qaneh en hebreo, qn en ugarítico.
3 Así, por ejemplo, en Ezequiel 40,3 “Me llevó allá, y he aquí que había allí un hombre de aspecto
semejante al del bronce. Tenía en la mano una cuerda de lino y una vara de medir, y estaba de pie en el
pórtico”.
4 Gálatas 6,16 “Y para todos los que se sometan a esta regla, paz y misericordia, lo mismo que para el
Israel de Dios”.
1 Clemente 7,2 menciona el “glorioso y santo kanon de nuestra tradición” en contraste con
la “vanas y vacuas preocupaciones”, es la norma que guía la predicación y el ethos
cristiano.5
EUSEBIO DE CESAREA emplea el vocablo “kanones” para las listas que el ha compilado: por
ejemplo, las fechas de los monarcas asirios, hebreos, egipcios: etc.
Se conocen como los “cánones de Eusebio” a listas de referencias de los Evangelios
contenidas en su “Carta a Carpiano”: el primer “canon” cita pasajes paralelos que se
encuentran en los cuatro Evangelios; el segundo, pasajes paralelos en los Evangelios,
excepto Juan; y así hasta el décimo, que cita pasajes contenidos en sólo uno de los
Evangelios.
Eusebio listó los libros del Nuevo Testamento (HE 3,25; 6,25), pero llamó a esa lista
“catálogo” (katalogos).
LAS DECISIONES DEL CONCILIO DE NICEA fueron designadas como “cánones”, en tanto que
eran las decisiones disciplinares de los sínodos, que funcionaban como reglas para los
cristianos, para vivir conforme a ellas.7
SAN ATANASIO parece ser el primer cristiano que trata el tema del canon en el sentido de
lista de libros inspirados cuando afirma hacia el 350 que “el Pastor de Hermas no forma
parte del canon”.
Además, en su carta de Pascua del año 367,8 estableció el contraste entre “los libros
incluidos en el canon (ta kanonizómena), y transmitidos y creídos como divinos”, con “los
libros llamados apócrifos (apokrypha)”, que los herejes mezclaron con los libros de la
Escritura divinamente inspirada.
La distinción que hace ATANASIO entre libros “canónicos” y “apócrifos” recuerda a la
triple distinción hecha por EUSEBIO en referencia a los libros “testamentarios”
(endiathekos; HE 3,3 y 3,25): los “homologoumena”, que fueron indiscutiblemente
aceptados por todos, los “antilegomena” u obras discutidas, y los “notha” u obras
claramente superiores9 Los libros llamados canónicos por Atanasio y los
“homologoumena” testamentarios de Eusebio no coinciden totalmente, pero sí en gran
parte.
El “canon bíblico” es la colección de los libros inspirados por Dios, recogidos por la
iglesia y considerados por ella como “regla de verdad” en virtud de su origen divino.
“[...] la santa madre Iglesia, por fe apostólica, tiene por sagrados y canónicos los libros
íntegros del Antiguo y Nuevo Testamento, con todas sus partes, como quiera que,
escritos por inspiración del Espíritu Santo (cf. Jn 20,31; 2Ti 3,16; 2Pe 1,19-21; 3,15-16)
tienen a Dios por autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia misma” (Dei
Verbum 11).
Los “libros canónicos” recibidos en la Iglesia católica fueron descriptos y señalados con
legítima autoridad por el CONCILIO DE TRENTO el 8 de abril de 1546.
Algunos libros obtuvieron este reconocimiento en fecha muy temprana, otros tardaron en ser
aceptados, dado que se planteaban muchas dudas acerca si eran o no inspirados. Así, en la
terminología católico romana, los libros del Antiguo Testamento se dividen en
“protocanónicos” (39) y “deuterocanónicos” (7):
Los “deuterocanónicos” son aquellos libros canónicos que, antes de ser definitivamente
admitidos en el canon, fueron alguna vez objeto de discusión.14
10 La terminología que se refería a estos libros como “endiathekoi” (=“colocados en la Alianza”, es decir,
en el “catálogo” o en el uso de la Iglesia) y/o “homologados” (en cuanto recibidos por la autoridad
competente; antes de las decisiones romanas del siglo V, se trataba de la autoridad de las iglesias locales)
fue reemplazada por el término “canónico”, que asumió todos estos significados.
11 SENTIDO “ACTIVO”; subraya el valor regulador de la Biblia para la Iglesia.
12 SENTIDO “PASIVO”; subraya la autoridad de la Iglesia para determinar la inspiración de tal o cual libro,
con exclusión de otros. Es importante señalar que determinados libros han sido declarados “canónico”s
por la Iglesia no porque ella tenga poder sobre esos libros sino porque ellos ya eran regla de fe y de vida
para la misma Iglesia, es decir, eran su “canon” (en el sentido de norma o canon activo) y por ello los ha
declarado libros “canónicos” (canon en sentido pasivo). La Iglesia por tanto no crea su “canon” sino que
declara como tal a aquellos libros en los que ha descubierto la Palabra normativa de Dios.
13 ROBERT - FEUILLET, Introducción a la Biblia I, Barcelona (Herder 1970), 63 (cf. 61): “la canonicidad
no aparece... como una cualidad añadida en cierto modo al libro, sino como la expresión en términos
jurídicos, de una relación que tiene el libro con la Iglesia por razón de su cualidad de libro divino”.
14 La terminología no implica que los “protocanónicos” son “más canónicos” que los “deuterocanónicos”
sino que los libros “protocanónicos” fueron aceptados con poco o ningún debate, mientras que hubo serios
cuestionamientos acerca de los “deuterocanónicos”.
CATÓLICOS PROTESTANTES
15 Aunque no se acostumbre a llamarlos así, también fueron objeto de controversia los siguientes libros o
pasajes del Nuevo Testamento: Hebreos, Santiago, Judas, 2 Pedro, 2 y 3 Juan, Apocalipsis y Marcos 16,9-
20 y Juan 7,53-8,11.
16 Cf. R. PIETROANTONIO, Itinerario Bíblico II, Buenos Aires (Aurora 1989), 18-20, donde habla de
Apócrifos I (= deuterocanónicos) y Apócrifos II: III Esdras; III Macabeos, Oración de Manasés, muchas
veces llamados “apócrifos” en ediciones protestantes.
17 El término en rigor designa aquellos libros ficticiamente atribuidos a determinados autores, por
ejemplo, Henoc o Manasés.
18 Cf. J. M. SÁNCHEZ CARO, “La formación de una conciencia canónica en la Escritura”, en: ARTOLA-
SÁNCHEZ CARO, Biblia y Palabra de Dios, Navarra (Verbo Divino 1992), 74-78 y 78-82.
Éxodo 24,1-11
Según este pasaje, Moisés recibe las palabras del Señor y las pone por escrito. Después toma el libro de la
Alianza y lo lee en público al pueblo en el contexto litúrgico de un sacrificio de alianza. El pueblo
responde al final: “Todo lo que ha dicho el Señor lo haremos y obedeceremos” (Éxodo 24,7).
Deuteronomio 31,9-14.24-29
Muestra como la Ley de Dios, escrita por Moisés, aparece como algo sagrado; por eso se guarda en el
arca de la Alianza y se lee públicamente en el santuario cada 7 años ante el pueblo. Esta Ley será la norma
de vida del pueblo (cf. vv 12-13).19
2 Reyes 22-23
Relata el hallazgo de un libro, al que el rey y el pueblo entero se somete, por ver en él la expresión de la
voluntad de Dios.20
Nehemias 8
Relata como Esdras lee el libro de la Ley, que se promulga como norma vinculante para ser judío y a la
que es preciso ajustarse si se quiere pertenecer a la comunidad santa.
2 Macabeos 2,13-15
Hace referencias a libros valiosos reunidos por Nehemías, y a otros libros, dispersos a causa de la guerra,
pero rescatados por Judas. 1Macabeos 1,56-57 muestra la preocupación de los seléucidas por destruir los
libros a los que los judíos tenían por Ley.
El prólogo del Sirácida
Se refiere a “la Ley, los Profetas y los otros Escritos”, indicando ya ciertas diferenciaciones dentro del
conjunto mismo de los libros sagrados de Israel.
19 La misma conciencia de estar ante una ley sagrada y normativa se encuentra en determinados pasajes
redaccionales de los llamados “profetas anteriores” –por ejemplo, Josué 1,8; 4,10; 8,31-35– que nos
muestran a Josué y al pueblo de Israel aceptando la ley de Moisés como norma de vida.
20 También Jeremías 36 por ejemplo, nos muestra claramente una palabra escrita que, por ser de Dios, es
normativa para el rey. El rey la quema, pero se vuelve a escribir, y queda como testimonio que se
cumplirá.
21 Cf. J. TREBOLLE BARRERA, “Concepto y criterios de »canonicidad«“, en: Id., La Biblia judía y la
Biblia cristiana. Introducción a la historia de la Biblia, Madrid (Trotta 1993), 164-166.
22 El uso del término griego “canon” procede del campo neotestamentario. Es característico de una
visión cristiana de la Biblia y además, corresponde a una época tardía en la historia de la formación del
canon neotestamentario, el siglo IV dC. Por eso, la aplicación de la palabra “canon” a la Biblia hebrea
resulta bastante inadecuada. Las discusiones rabínicas sobre el carácter canónico o apócrifo de algunos
libros bíblicos –como el Cantar y Qohélet – giran en torno a la expresión “manchar las manos”: cabe
suponer que de los libros que se dicen que “manchan las manos” eran considerados “canónicos”. Cf. J. M.
SÁNCHEZ CARO, “La formación del canon bíblico”, en: ARTOLA-SÁNCHEZ CARO, Biblia y Palabra de
Dios, Navarra (Verbo Divino 1992), 83 s. J. TREBOLLE BARRERA, “Colecciones de libros bíblicos. Libros
canónicos y libros no canónicos”, en: Id., La Biblia judía y la Biblia cristiana, 159s.
¿Hubo en esa comunidad hombres, organismos que recibieran una misión y luces particulares
para conservar los libros sagrados y distinguirlos de los otros? ¿Competía esta función a los
sacerdotes y profetas? (cf. Deuteronomio 31,9-10). ¿Podemos determinar la existencia de algún
criterio de discernimiento?
El proceso de constitución del canon veterotestamentario estuvo guiado por los criterios básicos
de autoridad y antigüedad. Se reconoció carácter «sagrado» –libros canónicos e inspirados a la
vez– a aquellos libros que podían acreditar un origen mosaico o profético y que se remontaban
a una época anterior al momento en que la cadena sucesora de los profetas quedó
definitivamente interrumpida, es decir, según se creía, a la muerte de Malaquías, en tiempos de
Artajerjes.
Eso no significa que todos los grupos judíos tuvieran el mismo criterio. De hecho, existía una
vasta literatura religiosa sin límites precisos, como demuestran por ejemplo, los
descubrimientos de Qumrán.
A fines del siglo I de nuestra era, tras el desastre del año 70 cuando en Jamnia o Yabné (al sur
de la actual Tel Aviv) se buscó dirimir algunos conflictos de autoridad entre rabinos a propósito
del carácter sagrado o no de cinco libros bíblicos, los rabinos fariseos propusieron se tomaran
en consideración ciertos criterios.
Por ejemplo:
Si bien las colecciones de la “Torá” (cf. Nehemias 8-10) y los “Profetas” estaban más o menos
fijadas antes de la obra del Sirácida (s. II a.C.; cf. Sirácida 46,1-49,10) es necesario insistir en el
hecho de que entre las comunidades judías de la época circulaba una importante literatura
religiosa –no sólo en hebreo sino también en griego– que no tenía fronteras canónicas claras y
definidas, ni en cuanto a la cantidad de los libros ni en cuanto a que el texto en sí fuera
intocable.
23 Cf. J. TREBOLLE BARRERA, “VI. El canon de la diáspora judeo-helenística y VII. El canon cristiano del
Antiguo Testamento”, en: Id., La Biblia judía y la Biblia cristiana, 238-243 y 243-245 (donde expone las
dos tendencias más importantes que se disputan la explicación del canon cristiano del Antiguo
Testamento: cf. ibid. 244).
Así lo indica, por ejemplo, la comparación del texto hebreo –llamado “masorético” (TM)– con
la traducción griega de los “Setenta” (LXX), que ofrecen diferentes formas textuales.
En la época de la predicación de Jesús había todavía alguna fluctuación entre los judíos en lo
que se refiere a la determinación de cuáles eran los libros que formaban la Sagrada Escritura.
Los Saduceos y los Samaritanos admitían solamente el Pentateuco
En la comunidad de los Esenios, junto al Mar Muerto, parecería que admitían un número
mayor de libros que los que admitían los demás judíos.
En Alejandría se admitían también los libros que entre los católicos se llaman “deutero-
canónicos”, además de otros libros.
Más tarde, ya en época cristiana, los judíos determinaron el ‘canon’ de las Escrituras,
rechazando los libros que se conservaban sólo en griego.
Esa era la situación en el momento en que el naciente cristianismo recibía las Escrituras del
pueblo judío. La Iglesia recibió las Escrituras de los judíos pues, tal como ellos las aceptaban a
comienzos del s. I, es decir, con contornos no muy precisos y grupos que no consideraban que
el canon estuviera definitivamente cerrado. Luego no se consideró vinculada a las decisiones y
24
a la actitud del judaísmo post-cristiano .
Además, al final del canon judío añadió los libros del Nuevo Testamento, lo que modifica
sustancialmente el sentido de todo el conjunto.
Nuevo Testamento
Como en el caso del AT, también el canon del NT se ha ido formando a lo largo de varios
siglos y su historia es muy compleja.
Desarrollo y nacimiento de
una “conciencia canónica” en el Nuevo testamento
También por lo que se refiere al NT pueden descubrirse algunos detalles que nos iluminan
sobre el nacimiento y desarrollo de una conciencia que va descubriendo progresivamente esos
escritos como normativos o canónicos.
Es claro que en todos los escritos neotestamentarios aparece como aceptada y normativa la Sagrada
Escritura heredada del judaísmo. También es claro que las Escrituras judías se leen e interpretan a
la luz del acontecimiento Cristo (p.e. cf. Luc 24,27.32) y la predicación apostólica (cf. Mt 28,19-
20).
En Luc 1,1-4 se expresa con claridad que ya existían otros escritos sobre “lo acaecido entre
nosotros, tal como nos lo transmitieron los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de
24 Cuando el judaísmo rabínico buscó fijar definitivamente el canon de las Escrituras –hacia fines del s. I
d.C., tras la destrucción de Jerusalén y el fin del culto en el Templo en el año 70 d.C.– la Iglesia ya se
había separado de la Sinagoga y no se adhirió a las determinaciones de los líderes religiosos de la
comunidad judía –instalados en Yabne/Yamnia, no lejos de la actual Tel Aviv, entre el 70 y el 135 de
nuestra era– y se siguió manejando de acuerdo a su propia tradición, fuertemente influenciada por el
judaísmo helenista, e incluyó, con mayor o menor flexibilidad, parte de los libros del “canon helenista”.
Los testigos más antiguos de la existencia del canon del judaísmo rabínico son:
FLAVIO JOSEFO, Contra Apionem 1,7s., hacia el 95 d.C.
El LIBRO IV DE ESDRAS 14,45, casi por la misma época.
El tratado talmúdico BABA BATHRA 14b, del siglo II d.C.
la Palabra”. Lucas, por su parte, se propone ofrecer esa tradición “para que conozcan la solidez de las
enseñanzas que has recibido”. Se trata pues de presentar un escrito que, al recoger las enseñanzas de los
apóstoles, tiene conciencia de exponer palabras y hechos normativos (canónicos) para la comunidad
cristiana. También Jn 21,23-24 –y el epílogo original del EvJn en 20,30-31– refleja una “conciencia
canónica” del redactor.
2Pe 3,14-16 alude a las cartas de Pablo situándolas a un mismo nivel de
autoridad que el resto de las Escrituras.
¿En qué se basó la Iglesia para recibir determinados libros como canónicos, rechazando al
26
mismo tiempo otros? ¿Se usaron algunos criterios concretos para ello ?
Evidentemente durante los primeros siglos de la Iglesia se utilizaron diversos criterios para
decidir la aceptación de un libro como canónico, entre los que el más importante es sin duda el
que reconoce el “origen apostólico” de una obra.
Pero también es necesario tener en claro que durante ese período la Iglesia no desarrolló una
teoría o una clasificación ordenada de los criterios seguidos para el discernimiento del canon, y
que el proceso histórico que desembocó en las “listas” oficiales –que definieron cuáles libros
27
entraban en el canon y cuáles quedaban fuera– fue muy largo y complejo .
25 Por ejemplo:
En la época del destierro y la restauración
En Alejandría, donde los judíos, al olvidar su lengua propia están en peligro de perder su propia
identidad
Frente a corrientes demasiado restrictivas, como los samaritanos y saduceos o excesivamente
disgregadoras, como los apocalípticos
Cuando el Templo de Jerusalén es destruido (año 70 dC)
Cuando es preciso distinguir claramente entre judíos y cristianos
En el momento de la crisis marcionita –que rechazaba el AT y restringía notablemente el NT– y
montanista –que pretendía introducir sus propios libros y revelaciones– entre los cristianos.
26 Cf. J. M. SANCHEZ CARO, “Reflexión teológica sobre el canon”, en: ARTOLA-SÁNCHEZ CARO, Biblia y
Palabra de Dios, 101-116.
27 Cf. J. TREBOLLE BARRERA, “Historia de las colecciones de libros canónicos del NT”, en: Id., La Biblia
judía y la Biblia cristiana, 248-253. Distingue cinco períodos en la formación del canon:
Para poder echar algo de luz sobre el problema de cuáles fueron esos criterios es necesario
estudiar con detalle los escritos de esos siglos. K. H. OHLIG elaboró un importante trabajo sobre
28
esa cuestión , que puede servir de guía, clasificando esos criterios en tres grandes grupos:
29
CRITERIOS “EXTERNOS”
Apostolicidad.
Antigüedad (sobre todo si se remonta a los testigos presenciales).
Aprobación apostólica.
Ortodoxia tanto eclesiástica como doctrinal.
Concordancia con la Escritura (el AT y algunas obras del NT ya recibidas en
determinada época).
Función constructiva y edificante.
Que no sean escritos meramente circunstanciales sino que tengan valor para todas las
iglesias.
Que puedan ser leídos públicamente (legibles, comprensibles, con sentido) y que no
contengan fantasías imaginarias y sin sentido.
CRITERIOS “INTERNOS”
Este tipo de criterios trata de buscar en la lectura misma de los libros bíblicos el indicio de su
inspiración y, consiguientemente, el fundamento de su canonicidad.
Los padres de la Iglesia hablan de la “experiencia pneumática” que la Iglesia tiene del
testimonio del Espíritu Santo en medio de la Sagrada Escritura, como de algo “interno” a
30
la Escritura que la Iglesia experimenta al contacto con la obra .
CRITERIOS “ECLESIALES”
No se refieren a la Escritura en sí sino a la evaluación o el uso de los textos en la comunidad
eclesial:
1. Hasta el año 70 dC, período en el que la Iglesia naciente no tenía más Escritura que «la Ley y los
profetas», aunque leídos a la luz de la cristología y la escatología cristianas.
2. Desde el año 70 hasta el 135 dC, época en que se formaron los dos núcleos iniciales del canon: la
colección de los evangelios y la colección de cartas paulinas (las demás tradiciones que se
remontaban a Pablo fueron recogidas en las cartas deuteropaulinas). Se formó también la colección
definitiva de los escritos joánicos. Hechos –que mostraba el carácter “apostólico” de la figura de
Pablo–, “Católicas” y Apocalipsis habrían circulado en principio como escritos sueltos, no integrados
en ninguna colección.
3. Período del gnosticismo naciente, desde el 135 hasta la muerte de Justino en el 165 dC, época en que
la cristiandad se despega de sus raíces judías. El gnosticismo –que sostenía que había «tradiciones
apostólicas secretas» abriendo puerta a todo tipo de doctrinas y escritos– hizo insostenible el limitarse
a la tradición oral. Marción convirtió la cuestión del canon en algo urgente. El proceso que
desmbocará en el canon será básicamente una cuestión “antignóstica”.
4. Período antignóstico: Ireneo (con su aporte con relación a la hermenéutica cristiana), Clemente de
Alejandría y Orígenes (reconociendo como inspirados o al menos discutidos Didajé, Bernabé, I
Clemente y Pastor de Hermas y discutiendo textos como Sant, Jds, 2Pe y 2y3 Jn) e Hipólito de Roma.
5. Constitución definitiva del canon en el s. IV dC: Atanasio, Eusebio de Cesarea.
28 K. H. OHLIG, Woher nimmt die Bibel ihre Autorität? Zum Verhältnis von Schriftkanon, Kirche und
Jesus, Düsseldorf (1970); Id. Die theologische Begründung des ntl. Kanons in der Alten Kirche,
Düsseldorf (1972).
29 Aunque no son meramente externos, son algo así como “propiedades” de la Escritura.
30 Ciertamente que aquí se está sobrepasando el campo de los criterios, pues se pretende hacer referencia
a realidades no comprobables externamente.
Los teólogos reformados, con la preocupación de romper con el magisterio romano y con la
concepción de la tradición –y consecuentes con el principio de la “sola Scriptura”– pensaban
hallar en la Escritura misma el testimonio de su propia inspiración.
32
LUTERO clasificaba los escritos del NT “según la mayor o menor importancia que dan al
mensaje central de la redención”. Se puede recibir un libro en el que Cristo se muestra como
centro de las Escrituras, es decir, un escrito neotestamentario es normativo si conduce a Cristo.
CALVINO, reflexionando sobre la formación del canon del NT y preguntándose por qué, entre
los escritos de San Pablo y de los otros apóstoles, sólo algunos han llegado hasta nosotros,
responde: “Dios, en su admirable consejo, hizo que por un consenso público, una vez
repudiados todos los otros escritos, no quedaran sino aquellos en los que resplandece su
33
majestad” .
LAS CONFESIONES POSTERIORES que trataron de formular la fe protestante común, revelan una
orientación cada vez más subjetiva en la elección del criterio de canonicidad:
31 Es común a todos los intentos de fundamentación protestante del canon bíblico el esfuerzo por lograrla
sólo en la Escritura misma, limitando el papel de la tradición eclesial.
32 Presentación basada en A. BARUCQ - H. CAZELLES, “El canon de los libros inspirados”, en: ROBERT-
FEUILLET, Introducción a la Biblia I, Barcelona (Herder 1970), 72-75 y en José Manuel SANCHEZ CARO,
“Reflexión teológica sobre el canon,” en: ARTOLA-SANCHEZ CARO, Biblia y Palabra de Dios, 101-105.
33 Según CALVINO pareciera que el “consenso público” fue el medio por el que Dios dio a conocer su
“admirable consejo”. Así pues, Calvino habría enunciado el principio siguiente: “La formación del canon,
como la inspiración de cada uno de los libros contenidos en él, no depende ya de una decisión de la
Iglesia, sino de la soberana decisión de Dios”. El consenso público del que habla Calvino, sin embargo,
no dista mucho del criterio católico del “consenso eclesial”. El magisterio católico no “crea” un hecho
nuevo sino que hace constar el consenso de la tradición.
TEÓLOGOS PROTESTANTES MODERNOS, como ZAHN y HARNACK, consideran que no hay que
buscar una razón teológica del criterio de canonicidad, sino que basta sencillamente con
deducirlo de la práctica. Los únicos libros conservados son, según ellos, aquellos cuya lectura
se ha impuesto prácticamente por ser aptos para responder a la necesidad de edificación sentida
por los cristianos. De ahí se habría deducido su inspiración.
34 L. GOURNAZ (citado por ROBERT-FEIULLET, 74). El carácter artificioso de semejante texto revela la
dificultad que enfrentaban los teólogos protestantes. Necesitan salvar a la vez el testimonio interior y
personal del Espíritu Santo, los criterios subjetivos por los cuales se supone se formula este testimonio y
también el papel de la Iglesia, impuesto por la práctica.
35 O. CULLMANN, La tradition, Paris - Neuchatel (1953), 41-52.
36 El Espíritu Santo no da a los creyentes individuales una persuasión referente al canon. El Espíritu
Santo obra en la Iglesia (de todos los tiempos) por medio de carismas funcionales ligados a su función de
enseñar con autoridad y de conservar fielmente, en su integridad el depósito apostólico (“magisterio” de la
Iglesia). No cabe sacar argumento de las variaciones que presenta la tradición eclesiástica sobre la
cuestión del canon para poner en duda esta adhesión indefectible al depósito apostólico: un examen
objetivo de los casos particulares hace ver que, tanto para el AT como para el NT, han actuado influencias
No es que la Iglesia decida cuál es su Escritura, y menos aún que esté sobre ella. En realidad, la
Iglesia se somete a la acción del Espíritu, que es quien lleva a la Iglesia, por una parte, a acoger
como Escritura Santa la tradición apostólica primera; por otra, a leerla en su Espíritu no como
una letra que esté muerta sino que da vida.
No hay contradicción entre Escritura y Tradición: la Escritura es la Tradición apostólica escrita
y vivificada por el Espíritu. Y precisamente esta acción del Espíritu en la Iglesia ha conducido a
descubrir la tradición apostólica genuina que es la Escritura, convirtiéndola en su norma.
Tradición y escritura no son dos fuentes de la revelación sino sólo dos momentos formales de la
tradición.
Intentos de fundamentación
teológica del canon entre los católicos
Uno de los últimos aportes en relación a este tema de cómo la iglesia reconoce o identifica un
libro como inspirado lo ha hecho Karl RAHNER:
La revelación de los libros inspirados no es directa sino implícita. Dios no informó a los
apóstoles acerca de cuáles libros eran los inspirados título por título, sino que esa
información iba implícita en el hecho de que la Iglesia veía en ciertos libros un reflejo
auténtico de la propia fe. Ello equivalía a reconocerles el carácter de inspirados.
Ciertamente se usan determinados criterios, perceptibles, poro ellos, por sí solos, son
insuficientes. De alguna manera hay que admitir una acción de Dios.
La teoría de RAHNER puede explicar por qué la Iglesia primitiva exigía el requisito del
origen apostólico antes de reconocer un libro como canónico. Los apóstoles eran
considerados como testigos oculares que habían conocido a Cristo y habían aprendido su
doctrina personalmente. Cuando un libro tenía a un apóstol por autor, ello era señal de
que contenía esa experiencia inmediata de Cristo. En cuanto tal, reflejaba la fe de la
37
Iglesia, la cual era, naturalmente, apostólica .
RAHNER se fija luego en la distinción que hay entre la revelación y el carácter inspirado
de ciertos libros y la plena constatación y articulación de este hecho. Frecuentemente
hubo un lapso más o menos largo entre ambos momentos. Esto es, la Iglesia conoció la
Ello podría explicar ciertas dudas y ambigüedades que se dieron en la primitiva Iglesia
acerca de la canonicidad de ciertos libros bíblicos. Era preciso que pasara el tiempo entre
el conocimiento y el reconocimiento.
Dando este giro a la argumentación, RHANER cree poder disipar la necesidad de dar con
el argumento aplicado por la Iglesia para sacar sus conclusiones en relación con la
canonicidad. Afirma que este conocimiento del canon es connatural a la Iglesia.
Ella puede, mediante una respuesta refleja, sin ayuda de ningún silogismo, reconocer
unos escritos que corresponden a su propia naturaleza y la expresan. Dicho en otras
palabras: el canon no es el resultado de una deducción fundada en una premisa, sino más
bien un acto de autoconciencia por parte de la Iglesia, un acto mediante el cual fija su
atención en otro aspecto de su mismo ser.
Declaraciones
del Magisterio de la Iglesia acerca del “canon”
CONCILIO DE LAODICEA
(Hacia el 360)
Por el año 360 tuvo lugar en Laodicea de Frigia un Concilio importante. Su documentación
histórica carece de claridad. Muy pronto se le atribuyó una serie de 60 cánones. Los dos
últimos se refieren al canon de las Escrituras. Por primera vez en un documento oficial
encontramos la palabra “canónico” en el sentido específico de libro al cual la Iglesia le
reconoce su carácter de inspirado.
En el canon 59, el concilio prescribe que no hay que leer en la Iglesia “más que los libros
canónicos del Nuevo y del Antiguo Testamento”: Que no conviene sean leídos en la
38
iglesia ciertos salmos privados y vulgares ni libros no canónicos, sino sólo los
canónicos del Antiguo y del Nuevo Testamento.
38 Se supone que se está refiriendo a salmos compuestos por algunos herejes. De hecho, en la última línea
del “canon de Muratori” se hace referencia a la existencia de salmos “marcionitas”: De Arsineo, Valentino
y Milcíades no recibimos nada en absoluto; los cuales han escrito también un nuevo libro de Salmos para
Marción, juntamente con Basílides de Asia”.
Este texto del Concilio de Laodicea es de gran importancia para la historia del canon bíblico.
Está de acuerdo con otros testimonios contemporáneos y de las mismas regiones de Asia para la
exclusión de los deuterocanónicos.
En Roma se celebró un Concilio bajo el Pontificado de Dámaso, al que asistió San Jerónimo.
En él se estableció la lista completa de las “divinas Escrituras” recibidas entonces en la Iglesia
de Roma.
Esta lista fue conocida por mucho tiempo como “decreto de Gelasio”, ya que la reprodujo dicho
papa (492-496), lo mismo que otros antes y después de él. Es análogo al de los Concilios
africanos de HIPONA (393) y de CARTAGO (397 y 419). Pero estos concilios no consideraban su
decisión como definitiva; se limitaron a comunicar al papa o a los demás obispos, para su
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confirmación, el canon que habían recibido por tradición para lectura pública .
40
Esta lista del año 382 es curiosamente idéntica a la que publicará luego el Concilio de Trento ,
con los deuterocanónicos. Los libros declarados canónicos son los mismos, aunque el orden
difiere un poco.
39 “Sobre la confirmación de este canon se consultará la Iglesia del otro lado del mar”. Añade también
que “se permite también leer las pasiones de los mártires cuando se celebre su aniversario”.
40 No menciona la Carta de Jeremías, ¿acaso porque la incluía en el libro de Baruc?
Como dato curioso señalemos que, al referirse a las cartas de Juan distingue: “1 de Juan Apóstol, de otro
Juan presbítero, 2”. En la reproducción de este mismo decreto que hace el papa Gelasio se dice
sencillamente: “Iohannis Apostoli epistulae tres”. Lo mismo se dice en la reedición del papa Hormsidas
(514-523).
41 El CONCILIO DE BASILEA fue inaugurado el 23 de julio de 1431 por los representantes del legado
pontificio Cesarini sin que se hallara presente ningún obispo. Hasta el otoño fueron tan escasos los
participantes que el papa se creyó en derecho de disolver el concilio el 18 de diciembre. El concilio
rehusó la obediencia, se intimó al papa a que revocara la disolución y hasta se pretendió hacerle
comparecer para rendir cuentas ante el concilio (un tema candente, entonces, era el “conciliarismo” o
“teoría conciliar” frente a la potestad primacial del papa). Dos años duró el conflicto. Eugenio IV al fin
cedió y el 15 de diciembre de 1433 revocó el edicto de disolución y declaró que el CONCILIO DE BASILEA
debía considerarse como legítimo. La paz duró muy poco, ya que el concilio de Basilea había comenzado
a poner en práctica la teoría conciliar, constituyéndose en suprema instancia judicial y administrativa de la
Iglesia. Los conflictos no tardaron en desencadenarse nuevamente. En este contexto, se presenta la
ocasión de realizar un concilio para la unión con los griegos. Después de muchas discusiones, el papa
determinó que dicho concilio se realizaría en FERRARA, y allí trasladó el papa el concilio de Basilea. La
mayoría de los padres conciliares no acató el traslado y permaneció en Basilea. Los “conciliaristas”
radicales declararon dogma de fe la supremacía del concilio sobre el papa, y a Eugenio IV lo depusieron
como hereje el 25 de junio de 1439, eligiendo un “antipapa”.
42Llamados así por Jacobo de Tella (Bar Adaï), a quien seguían desde el siglo VI los coptos y etíopes
monofisitas.
En el decreto de unión con los jacobitas se abordó directamente el problema del canon, porque
los jacobitas admitían aún como inspirados ciertos libros apócrifos. Además, profesan una
suerte de maniqueísmo que rebajaba la inspiración del algunos libros del AT, como si el Dios
que los inspiró fuera de segunda categoría.
La canonicidad de las escrituras se definió en relación con la inspiración: la afirmación de la
inspiración precede a la lista detallada de los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento. La
lista es la misma y sigue el mismo orden que la que promulgó luego definitivamente el Concilio
de Trento (la única diferencia es que el libro de los Hechos figura en penúltimo lugar, antes del
Apocalipsis).
El Concilio declaró luego qué libros entraban en el cuerpo de la Escritura y tenían plena
autoridad dogmática y moral: después de recordar el origen divino de la Biblia y de las
tradiciones conservadas en la Iglesia, definió el canon de las Escrituras.
“Estimó además, que se debía añadir a este decreto el índice de los libros sagrados, para que a
nadie pueda caber duda de cuáles sean los que el concilio recibe.
Son pues los siguientes:
43 ERASMO opinaba que la Carta a los Hebreos era de San Clemente Romano; dudaba de la autenticidad
del Apocalipsis; supuso que el final de Marcos era una interpolación; negó que la Segunda y Tercera de
Juan fueran del apóstol y que la Segunda de Pedro haya sido compuesta por la misma persona que
compuso la primera.
CAYETANO consideraba que los protocanónicos eran fuentes de la fe mientras que los deuterocanónicos
eran libros de edificación; consideraba el final de Marcos y el pasaje de la mujer adúltera de Juan como
interpolaciones y negó la canonicidad de Hebreos.
LUTERO, por su parte, no consideraba canónicos a los deuterocanónicos y, en los prefacios a su Nuevo
Testamento de 1522, descartó Hebreos, Santiago, Judas y el Apocalipsis.
Del Antiguo Testamento: Los cinco de Moisés, a saber, Génesis, Éxodo, Levítico , Números y
Deuteronomio; Josué, Jueces, Rut, los cuatro de los Reyes, dos de los Paralipómenos, el
primero de Esdras y el segundo que se dice de Nehemías, Tobías, Judit, Ester, Job, el Salterio
davídico de 150 Salmos, las Parábolas, Eclesiastés, Cantar de los Cantares, Sabiduría,
Eclesiástico, Isaías, Jeremías con Baruc, Ezequiel, Daniel; los doce profetas menores, a saber,
Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías,
Malaquías; dos de los Macabeos, primero y segundo.
Del nuevo Testamento: los cuatro Evangelios, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan; los Hechos
de los Apóstoles, escritos por Lucas evangelista; 14 epístolas del apóstol Pablo: a los Romanos,
dos a los Corintios, a los Gálatas, a los Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, dos a los
Tesalonicenses, dos a Timoteo, a Tito, a Filemón, a los Hebreos; dos del apóstol Pedro, tres del
apóstol Juan, una del apóstol Santiago, una del apóstol Judas y el Apocalipsis, del apóstol San
Juan.
Y si alguien estos libros íntegros con todas sus partes, según acostumbraron ser leídos en la
Iglesia católica y se contienen en la antigua edición latina Vulgata no recibiera por sagrados y
canónicos y despreciare a ciencia y conciencia las predichas tradiciones, sea anatema.