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Diez mandamientos para ser buenos padres

1. Demuéstrale lo mucho que le quieres.


Todos los padres quieren a sus hijos pero ¿se lo demuestran cada día?, ¿les dicen que
ellos son lo más importante que tienen, lo mejor que les ha pasado en la vida? No es
suficiente con atender cada una de sus necesidades: acudir a consolarle siempre que
llore, preocuparse por su sueño, por su alimentación; los cariños y los mimos también
son imprescindibles. Está demostrado; los padres que no escatiman besos y caricias
tienen hijos más felices que se muestran cariñosos con los demás y son más pacientes
con sus compañeros de juegos. Hacerles ver que nuestro amor es incondicional y que no
está supeditado a las circunstancias, sus acciones o su manera de comportarse será vital
también para el futuro. Sólo quien recibe amor es capaz de transmitirlo. No se van a
malcriar porque reciban muchos mimos. Eso no implica que dejen de respetarse las
normas de convivencia.
2. Mantén un buen clima familiar. Para los niños, sus padres son el punto de
referencia que les proporciona seguridad y confianza. Aunque sean pequeños, perciben
enseguida un ambiente tenso o violento. Es mejor evitar discusiones en su presencia,
pero cuando sean inevitables, hay que explicarles, en la medida que puedan
comprenderlo, qué es lo que sucede. Si nos callamos, podrían pensar que ellos tienen la
culpa. Si presencian frecuentes disputas entre sus padres, pueden asumir que la
violencia es una fórmula válida para resolver las discrepancias.
3. Educa en la confianza y el diálogo. Para que se sientan queridos y respetados, es
imprescindible fomentar el diálogo. Una explicación adecuada a su edad, con actitud
abierta y conciliadora, puede hacer milagros. Y, por supuesto, ¡nada de amenazas!
Tampoco debemos prometerles nada que luego no podamos cumplir; se sentirían
engañados y su confianza en nosotros se vería seriamente dañada. Si, por ejemplo, nos
ha surgido un problema y no podemos ir con ellos al cine, tal como les habíamos
prometido, tendremos que aplazarlo, pero nunca anular esa promesa.
4. Debes predicar con el ejemplo. Existen muchos modos de decirles a nuestros hijos
lo que deben o no deben hacer, pero, sin duda, ninguno tan eficaz como poner en
práctica aquello que se predica. Es un proceso a largo plazo, porque los niños necesitan
tiempo para comprender y asimilar cada actuación nuestra, pero dará excelentes
resultados. No olvidemos que ellos nos observan constantemente y "toman nota". No
está de más que, de vez en cuando, reflexionemos sobre nuestras reacciones y el modo
de encarar los problemas. Los niños imitan los comportamientos de sus mayores, tanto
los positivos como los negativos, por eso, delante de ellos, hay que poner especial
cuidado en lo que se dice y cómo se dice.
5. Comparte con ellos el máximo de tiempo. Hablar con ellos, contestar sus preguntas,
enseñarles cosas nuevas, contarles cuentos, compartir sus juegos... es una excelente
manera de acercarse a nuestros hijos y ayudarles a desarrollar sus capacidades. Cuanto
más pequeño sea el crío, más fácil resulta establecer con él unas relaciones de amistad y
confianza que sienten las bases de un futuro entendimiento óptimo. Por eso, tenemos
que reservarles un huequecito diario, exclusivamente dedicado a ellos; sin duda, será tan
gratificante para nuestros hijos como para nosotros. A ellos les da seguridad saber que
siempre pueden contar con nosotros. Si a diario queda poco tiempo disponible, habrá
que aprovechar al máximo los fines de semana.
6. Acepta a tu hijo tal y como es. Cada crío posee una personalidad propia que hay que
aprender a respetar. A veces los padres se sienten defraudados porque su hijo no parece
mostrar esas cualidades que ellos ansiaban ver reflejadas en él; entonces se ponen
nerviosos y experimentan una cierta sensación de rechazo, que llega a ser muy
frustrante para todos. Pero el niño debe ser aceptado y querido tal y como es, sin tratar
de cambiar sus aptitudes. No hay que crear demasiadas expectativas con respecto a los
hijos ni hacer planes de futuro. Nuestros deseos no tienen por qué coincidir con sus
preferencias.
7. Enséñale a valorar y respetar lo que le rodea. Un niño es lo suficientemente
inteligente como para asimilar a la perfección los hábitos que le enseñan sus padres. No
es preciso mantener un ambiente de disciplina exagerada, sino una buena dosis de
constancia y naturalidad. Si se le enseña a respetar las pequeñas cosas -ese jarrón de
porcelana que podría romper y hacerse daño con él, por ejemplo-, irá aprendiendo a
respetar su entorno y a las personas que le rodean. Muchos niños tienen tantos juguetes
que acaban por no valorar ninguno. A menudo son los propios padres quienes, como
respuesta a las carencias que ellos tuvieron, fomentan esa cultura de la abundancia. Lo
ideal sería que poseyeran sólo aquellos juguetes con los que sean capaces de jugar y
mantener cierto interés. Guardar algunos juguetes para más adelante puede ser una
buena medida para que no se vea desbordado y aprenda a valorarlos.
8. Los castigos no le sirven para nada. Los niños suelen recordar muy bien los
castigos, pero olvidan qué hicieron para "merecerlos". Aunque estas pequeñas
penalizaciones estén adecuadas a su edad, si se convierten en técnica educativa habitual,
nuestros hijos pueden volverse increíblemente imaginativos. Disfrazarán sus actos
negativos y tratarán de ocultarlos. Podemos ofrecerles una conducta aceptable con otras
alternativas.
9. Prohíbele menos, elógiale más. Para un crío es tremendamente estimulante saber
que sus padres son conscientes de sus progresos y que además se sienten orgullosos de
él. No hay que escatimar piropos cuando el caso lo requiera, sino decirle que lo está
haciendo muy bien y que siga por ese camino. Reconocer y alabar es mucho mejor que
lo que se suele hacer habitualmente: intervenir sólo para regañar. Siempre mencionamos
sus pequeñas trastadas de cada día. ¿Por qué no hacemos lo contrario? Si, con un gesto
cariñoso o un ratito de atención resaltamos todo lo positivo que nuestros hijos hayan
realizado, obtendremos mejores resultados.
10. No pierdas nunca la paciencia. Difícil, pero no imposible, Por más que parezcan
estar desafiándote con sus gestos, sus palabras o sus negativas, nuestro objetivo
prioritario ha de ser no perder jamás los estribos. En esos momentos, el daño que
podemos hacerles es muy grande. Decirles: "No te aguanto"; "Qué tonto eres"; "Por qué
no habrás salido como tu hermano" merman terriblemente su autoestima. Al igual que
sucede con los adultos, los niños están muy interesados en conocer su nivel de
competencia personal, y una descalificación que provenga de los mayores echa por
tierra su autoconfianza. Contar hasta diez, salir de la habitación..., cualquier técnica es
válida antes de reaccionar con agresividad ante una de sus trastadas. En caso de que se
nos escape un insulto o una frase descalificadora, debemos pedirles perdón de
inmediato. Reconocer nuestros errores también es positivo para ellos.
Tomado de la revista BABY

El padre bueno y el buen padre


Padres buenos hay muchos, buenos padres hay pocos. No creo que haya cosa más difícil
que ser un buen padre. En cambio no es difícil ser un padre bueno. Un corazón blando
basta para ser un padre bueno; en cambio la voluntad más fuerte y la cabeza más clara
son todavía poco para ser un buen padre.
El padre bueno quiere sin pensar, el buen padre piensa para querer.
El buen padre dice que sí cuando es sí, y no cuando es no; el padre bueno sólo sabe
decir que sí.
El padre bueno hace del niño un pequeño dios que acaba en un pequeño demonio.
El buen padre no hace ídolos; vive la presencia del único Dios.
El buen padre echa a volar la fantasía de su hijo dejándole crear un aeroplano con dos
maderas viejas.
El padre bueno hace la voluntad de su hijo ahorrándole esfuerzos y responsabilidades.
El buen padre templa el carácter del hijo llevándolo por el camino del deber y del
trabajo.
Y así, el padre bueno llega a la vejez decepcionado y tardíamente arrepentido, mientras
el buen padre crece en años respetado, querido, y a la larga, comprendido.

El arte de estimular y premiar


"Los niños tienen más necesidad de estímulo que de castigo"
Creer que existen en realidad las buenas disposiciones es crearlas y aumentarlas.
La idea del juicio o de la opinión que de ellos se tiene desempeña en el niño un papel
importante en la elaboración de esa urdimbre psicológica en la que bordan cada día sus
actos pensamientos y un poco de su vida.
Quien se persuade de que es incapaz de una cosa, pronto se hace efectivamente incapaz.
No es malo que el niño tenga confianza en sí. Vale más, en definitiva que lo tenga en
exceso que con escasez. El "yo soy más" es mejor estimulante que el "yo no sirvo para
nada" o "yo no conseguiré nada".
El niño es esencialmente sugestionable. Si se le dice sin cesar que es torpe, egoísta,
embustero, etc., se le hunde , se le hace decaer de tal manera que no podrá salir de allí.
Mucho más sana es la sugestión, inversa, que consiste en repetir con obstinación un
niño atacado de tal o cual defecto que tiene en verdad algunas manifestaciones del
mismo, pero que está en camino de curarse.
Nada desanima tanto como la indiferencia: "Después de todo, no has hecho más que tu
deber". "Puesto que nada te digo, es que está bien". El niño necesita algo más. ¡Es tan
feliz cuando ve que le miman y aprueban aquellos quienes estima y ama!
La confianza facilita la acción; la desconfianza suscita el deseo de hacer mal.
No hay que temer en demostrar a los niños nuestra confianza en sus posibilidades. A
veces será este el mejor medio para que aparezcan algunas cualidades, todavía
adormecidas. Recordemos la observación de Goethe, aplicable a los niños y a los
hombres: "Si consideramos a los hombres como son, los haremos ser más malos; si los
tratamos como si fueran lo que deberían ser, los conduciremos a donde deben ser
conducidos."
Tanto en la alabanza como en la reprensión, en el premio como en el castigo, es
necesario tener mesura, lógica y justicia. Mesura, porque el exceso termina por
desconcertar y hasta hace dudar del juicio de quien ejerce la autoridad. Lógica, porque
¿qué significa felicitar hoy una acción que mereció ayer una crítica?. Justicia, porque un
premio no merecido pierde su interés y su fuerza.
Se debe estimular al niño, más por el esfuerzo que ha empleado que por el resultado
obtenido. Es necesario conseguir que la aprobación de sus padres tenga para él más
importancia que una golosina.
Hay casos en que está permitido utilizar el amor propio; por ejemplo: "Intenta hacer tal
esfuerzo; es difícil, pero creo que tú si podrás conseguirlo."
Debemos evitar hacer elogios que conduzcan al niño a creerse mejor que los demás. Lo
mejor es demostrarle los progresos que ha hecho sobre sí mismo, dándole a entender
que puede hacer más todavía.
Uno de los medios de estimular al niño es trabajar con él en la realización de tal o cual
proyecto, sobre todo si este proyecto necesita para salir bien que se guarde un secreto,
como, por ejemplo, la preparación de una fiesta de la madre.
Toma el niño gustoso el esfuerzo cuando le vale nuestra aprobación. Hay impulsos que
son más bien tímidos deseos, impulsos que no saldrían de ese estado si no fueran
auxiliados por las personas de alrededor. Un aplauso oportuno da valor y confianza a
quienes dudan. Una de las cosas que más animan a un niño es decirle cuando ha
expresado algo bueno: "Si, tienes razón", y recordárselo hábilmente si hay ocasión:
"como tu acabas de decir" o "como decías antes". Reconocerle a un niño sus progresos
es animarlo a hacer otros nuevos.
Si el niño sufre un fracaso no se le debe tratar con rigor, puesto que ha hecho por su
parte un esfuerzo laudable.
Debe evitarse el alabar sin reserva al niño. El alabarle un poco es a veces necesario.
Démosle testimonio de nuestra estima: "He creído siempre que eras capaz de eso y de
mucho más." Animémosle; pero no le tratemos como si fuera una perfección
confirmada en gracia. El niño a quién se le dice sin tino y sin medida todo lo bueno que
de él se piensa. corre el peligro de engreírse y llegar a ser un pavo real fatuo y orgulloso.
Puede traducirse el estímulo a un niño en una recompensa material: golosina, juguete,
dinero. Pero no abusemos: es una solución fácil. Uno de los peligros de este método es
el de mercantilizar y materializar los esfuerzos de orden moral que deben encontrar su
sanción fundamentalmente en la aprobación de las personas que le rodean y en la
satisfacción de la propia conciencia. Hay, además, otro peligro: a medida que el niño
crezca serán necesarias recompensas cada vez mayores. ¿no hemos visto padres que han
prometido imprudentemente una bicicleta o un abrigo de pieles con peligro de
comprometer el presupuesto familiar?
Sucede, a veces, que los resultados no están a la altura de la buena voluntad y de los
sinceros esfuerzos del niño. Evitemos el agobiarlo, y aun para que no se quede bajo la
impresión deprimente del fracaso, intentemos poner de relieve la buena cualidad
desplegada.
Anita, de cuatro años, y Bernardo, de cinco años y medio, regresan de paseo. Las
zapatillas de la hermanita han quedado en la habitación del primer piso. Bernardo se
ofrece galante para ir a buscarlas. Corre por la escalera y baja triunfalmente llevando un
par de zapatillas que no eran las de Anita. En lugar de regañar a Bernardo y decirle:
"¡Qué bruto eres: podrías fijarte; siempre lo haces igual!", es preferible decirle: "has
sido muy amable queriendo traer las zapatillas de tu hermanita. El par que has traído se
parecen; es muy fácil confundirlas. Vas a ser del todo bueno..." El niño comprenderá
enseguida y volverá a subir con alegría, con lo cual se duplicará el valor de su gesto
fraternal.
Tomado de "El arte de educar a los niños de hoy". Décima edición. Sociedad de
Educación Atenas. Madrid.

Carta de un hijo a todos los padres del mundo


No me den todo lo que les pido a veces sólo pido para ver hasta cuánto podré tomar No
me griten, los respeto menos cuando me gritan y me enseñan a gritar a mí también, y yo
no quisiera gritar.
No me den siempre órdenes y más órdenes, si a veces me pidieran las cosas yo lo haría
más rápido y con más gusto. Cumplan sus promesas, buenas o malas. Si me prometen
un premio, quiero recibirlo y también si es un castigo.
No me comparen con nadie, (especialmente con mi hermano) si me presentan como
mejor que los demás alguien va a sufrir y peor, seré yo quien sufra.
No cambien de opinión tan a menudo sobre lo que debo hacer, decídanse y mantengan
esa decisión. Déjenme valerme por mí mismo. Si hacen todo por mí nunca podré
aprender. Corríjanme con ternura.
No digan mentiras delante mío, ni me pidan que las diga por ustedes, aunque sea para
sacarlos de un apuro. Está mal. Me hace sentir mal y pierdo la fe en lo que ustedes
dicen. Cuando hago algo malo no me exijan que les diga el "porqué lo hice" a veces ni
yo mismo lo sé. Si alguna vez se equivocan en algo, admítalo, así se robustece la
opinión que tengo de ustedes y me enseñaran a admitir mis propias equivocaciones.
Trátenme con la misma amabilidad y cordialidad con que veo que tratan a sus amigos,
es que por ser familia no significa que no podamos ser también amigos.
No me pidan que haga una cosa y ustedes no la hacen, yo aprenderé a hacer todo lo que
ustedes hacen aunque no me lo digan pero difícilmente haré lo que dicen y no hacen.
Cuando les cuente un problema mío, aunque les parezca muy pequeño, no me digan "no
tenemos tiempo ahora para esas pavadas" traten de comprenderme, necesito que me
ayuden, necesito de ustedes.
Para mí es muy necesario que me quieran y me lo digan, casi lo que más me gusta es
escucharlos decir: "te queremos"
Abrázame, necesito sentirlos muy cerca. Que ustedes no se olviden que yo soy, ni más
ni menos que un hijo.

Por Marita Abraham

"PAPÁ, YO QUIERO SER COMO TÚ"


Mi hijo nació hace pocos días, llegó a este mundo de una manera normal.
Pero yo tenía que viajar, tenía tantos compromisos... Mi hijo aprendió a comer cuando
menos lo esperaba. Comenzó a hablar cuando yo no estaba.
¡Cómo crece mi hijo de rápido! ¡Cómo pasa el tiempo!
Mi hijo, a medida que crecía, me decía:
"Papá , algún día seré como tú". ¿Cuándo regresas a casa, Papá ?"
"No lo se, hijo. Pero cuando regrese jugaremos juntos... ya lo verás." Mi hijo cumplió
diez años hace pocos días, y me dijo: "Gracias por la pelota, papá. ¿quieres jugar
conmigo?"
"Hoy no, Hijo... Tengo mucho que hacer". "Está bien, Papá. Será otro día",y se fue
sonriendo; siempre en sus labios las palabras "yo quiero ser como tú".
Mi hijo regresó de la universidad el otro día, todo un hombre. "Hijo estoy orgulloso de
ti, siéntate y hablemos un poco". "Hoy no, Papá. Tengo compromisos. Por favor,
préstame el automóvil para visitar algunos amigos".
Ya me jubilé y mi hijo vive en otro lugar. Hoy lo llamé: "¡Hola, Hijo! Quiero verte".
"Me encantaría, padre, pero es que no tengo tiempo. Tú sabes, mi trabajo, los niños...
Pero gracias por llamar, fue hermoso oír tu voz".
Al colgar el teléfono me di cuenta que mi hijo era como yo.

La mejor escuela para padres: la familia


Los padres deben enseñar y los hijos aprender, esto que se proclama como una verdad
absoluta, suele ser muy poco cierta en la realidad ya que es, al menos, una visión muy
parcializada de ella.
Con frecuencia hemos abordado desde nuestras páginas diversos temas sobre nuestras
obligaciones como padres, de la educación de nuestros hijos, lo que debemos
enseñarles, etc. Recuerdo que en una oportunidad publicamos un par de notas sobre los
derechos de los padres, o lo que los padres tienen derecho a exigir de sus hijos, pero
muy poco hemos hablado de lo que nosotros aprendemos o deberíamos aprender de
nuestros hijos.
A poco de ponernos a reflexionar profunda y sinceramente sobre este tema, caeremos en
la cuenta de que, a diferencia de lo que se cree habitualmente, nuestros niños nos
enseñan más a nosotros que nosotros a ellos. Esto no deja de llamar mi atención ya que
nosotros, los padres, casi siempre preocupados y ocupados de nuestros hijos, tenemos la
intensión explícita de educar a nuestros hijos y, al menos en apariencia, nuestros hijos
contribuyen a la educación de sus padres sin proponérselo de manera alguna. Es que
ellos son naturalmente educadores de sus padres, no están tan influidos por los criterios
artificiales que se nos suelen imponer a los padres por los medios de comunicación, los
planes oficiales de educación, la opinión de profesionales de la educación con sus
nuevas teorías pedagógicas, y todos estos medios de información que nos transmiten, a
los padres mas que a los hijos, una idea de educación familiar viciada de artificialidad.

Lo que nuestros hijos nos han enseñado


Mi esposa Viviana y yo nos casamos hace poco menos de 10 años, pretendiendo que
habíamos conformado una familia, pero esta no comenzó a concretarse hasta que, un
año después, nació Juan Manuel que contra todo lo previsto no pudo nacer por parto
normal ya que tenía 4 circulares de cordón. Desde ese momento Juan Manuel nos
enseñó a aceptar que no siempre las cosas salen como uno lo planea o desea. Nosotros
habíamos planeado estar juntos en el momento del parto, pero los médicos no quisieron
que yo estuviese presente ya que se trataba de una cesárea.
A los dos años de este feliz nacimiento, Dios nos dio a Mercedes que hoy tiene seis años
y gracias a un buen médico pudo nacer por parto normal, en contra de todas las
opiniones que indicaban que si el primero había nacido por cesárea todos los demás
también debían nacer de la misma manera. Entonces nuestra niña nos enseñó a que
debemos creer y esperar aun cuando todo parece indicar que las cosas no van a salir
como las deseamos, nos enseñó que debemos tener una visión optimista de la vida.
Se imaginarán los lectores que, si mi memoria nos ayudase, podríamos sacar una
enseñanza de cada uno de los actos de nuestros cuatro hijos, pero como no quiero
agobiarlos con asuntos personales voy a hacer un resumen.
En los peores momentos, cuando uno de ellos se pescó una enfermedad que puso en
riesgo su vida, hemos contado con su sonrisa que se ha convertido en un apoyo para
soportar las dificultades. Cuando falleció el abuelito, ellos no lloraban porque tenían una
seguridad envidiable sobre la felicidad que tendría su abuelo al estar gozando de una
vida mejor que esta. Nos enseñaron entonces que el dolor es parte natural de la vida y
que debe ser asumido para engrandecernos.
Por el hecho de ser cuatro niños Viviana y yo hemos debido compartir muchas tareas,
tanto en el trabajo externo que nos provee el sustento, como en el trabajo dentro de la
casa que nos organiza la vida familiar. Los chicos también, en la medida de sus
posibilidades, colaboran con él trabajo familiar: los más grandes, antes de comer, lavan
las manos de Facundo que todavía no ha cumplido dos años; son ellos los que le
enseñan a José Ignacio, de cuatro años, a higienizar sus dientes antes de dormir y a
tender la cama al levantarse. Nuestros hijos han mejorado notablemente nuestra
capacidad de trabajar en equipo.
Cuando llegamos a casa, cansados por tanta labor y agotados por la lucha cotidiana, sus
voces y sus sonrisas nos enseñan que hay que saber dejar los problemas del trabajo
fuera de la casa, y cuando no se puede hay que compartirlos para hacerlos más
soportables.
También ellos tienen sus aspectos negativos, sus picardías, sus malos comportamientos,
que exigen de nosotros el máximo de nuestra paciencia para aguantar sus asuntos, la
responsabilidad con los otros cuando rompen la ventana del vecino con una pelota, y la
perseverancia necesaria para lograr fraguar en ellos los buenos hábitos. Por lo tanto
ellos nos entrenan en virtudes tales como la paciencia, la responsabilidad y la
perseverancia.
Ellos no soportan las injusticias, aunque si entienden que no todos tienen los mismos
derechos (ya que no tienen las mismas necesidades y obligaciones), de manera que los
más grandes saben que deben bañarse por si mismos mientras que el más pequeño
requiere de nuestra atención para tales menesteres, y saben además que ninguno de ellos
por pequeño que sea tiene la exclusividad sobre los aquellos bombones que mamá había
guardado para compartirlos en otro momento. Ellos nos exigen justicia, y la distinguen
del igualitarismo raso. También nos enseñan de estas cosas que muchos hombres de
gobierno parecen desconocer.
Podríamos escribir muchas páginas más sobre este asunto, pero creemos que el asunto
está comprendido y esta nota estaba destinada a ser más corta de lo que es. Solo queda
para el final decir que ellos nos piden que seamos un ejemplo para su realización, "los
niños no escuchan lo que les decimos, pero si nos ven".

El concepto de familia

Por: Laura Álvarez y Susana Quesada


        Psicólogas

Definición de familia

La familia es la base de la sociedad, es el núcleo donde se constituye la formación de la


personalidad de cada uno de sus miembros, es el pilar sobre el cual se fundamenta el
desarrollo psicológico, social y físico del ser humano.

Es el asiento del legado emocional de cada ser humano, e idealmente debe suplir a sus
miembros del sentimiento de seguridad y estabilidad emocional, nutrido en un ambiente
de aceptación, seguridad y amor.

Algunas recomendaciones para construir familias fuertes:

Comunique que la relación y el amor en su familia son fuertes y no están en juego.

Cada familia es diferente. Lo que no se negocia es el amor y el respeto.

Generen el espacio para expresar desacuerdos.


Si usted lidera su hogar sin cónyuge, recuerde que no tiene que asumir el rol de la persona
ausente. Basta que haga lo mejor posible.

Cuando algo le moleste, refiérase a la conducta y no a la persona

Acepte las diferencias, la riqueza de una familia estriba en la capacidad de reconocerse


mutuamente.

Sea flexible, haga ajustes, comprenda las diferentes etapas de la vida.

Acepte la individualidad de los miembros de su familia.

Cumpla las promesas que haga.

Escuche antes de hablar.

Negocie, no sea inflexible y a prenda a reconocer cuándo debe ceder.

Hable bien de los suyos, en presencia de ellos y en su ausencia.

Cuide las palabras y el tono su voz.

Las relaciones necesitan tiempo.

Exprese cariño.

Comparta tiempos individuales con cada uno de los miembros de su familia.

Tengan espacios juntos; celebraciones, paseos, etc.

Detecte los enemigos de los tiempos en familia; el individualismo, la falta de planificación,


el egoísmo, etc.

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