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Alianza Universidad
Alianza Universidad
William R. Shea

La magia de los números


el movimiento
La carrera científica de Descartes

Versión española
de Juan Pedro Campos Gómez

Alianza
Editorial
Título original: The Magic ofNumbers & Motion:
The Scientific Career o f René Descartes

Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el art. 534-bis


del Código Penal vigente, podrán ser castigados con penas de multa y privación de
libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria,
artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte, sin la
preceptiva autorización.

© Watson Publishing International 1991


© Ed. casi.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1993
Calle Milán, 38; 28043 Madrid: telef. 300 00 4 5
ISBN: 84-206-2746-1
Depósito legal: M. 3.863 -1993
Impreso en Lavel. Los Llanos, nave 6. Humanes (Madrid)
Printed in Spain
INDICE

Prefacio.. 11

Capítulo 1. E l jo v e n d e porrou................................ 15
Capítulo 2. E n l o s p r i m e r o s d í a s d e l a f í s i c a .................... 32
Capítulo 3. L a v i c t o r i a m a t e m á t i c a ........................................ 59
Capítulo 4. T r a s l a a r m o n í a m u s i c a l ...................................... 107
Capítulo 5. D e sc a r t e s y l a il u s t r a c ió n d e l a R o sa
C r u z ........................................................................................ 139
Capítulo 6. L a b u sc a d e l m é t o d o y l a s r e g l a s d e d i­
r e c c ió n............................................................................... 175
Capítulo 7. EL TRIUNFO ÓPTICO (1625-1628)...................... 212
Capítulo 8. M e d i t a c i o n e s m e t a f í s i c a s .................................... 232
Capítulo 9. D e s t e j e r e l a r c o i r i s ................................................. 265
Capítulo 10. L a a c c i ó n d e l a l u z .................................................. 315
Capítulo 11. L a m a t e r ia y e l m o v im ie n t o e n u n n u e v o
M U N D O .................................................................................. 350

7
g La magia de los números y el movimiento

Capítulo 12. L as leyes y reglas del MOVIMIENTO............ 387


Capítulo 13. Pu blicar o p e r e c e r ......................................... 442
C o n c lu sió n .................................................................................. 473

Apéndice: C R O N O LO G ÍA DE LA VIDA DE D E S C A R T E S ............. 485

B ibliogra fía ................................................................................. 488

I n d ice t e m á t ic o ......................................................................... 499


A la memoria de Fierre C ostabel (1912-1989)
Sacerdote, universitario e historiador de la ciencia.
PREFACIO

Tras la muerte prematura de Descartes en Estocolmo el once de


febrero de 1650, sus escritos inéditos fueron puestos en las manos
del embajador francés, Pierre Chanut, que los embarcó con destino
a Francia, donde había de hacerse cargo de ellos su cuñado, Claude
Clerselier. La carga llegó a Ruán sin contratiempos, y la trasladaron
a una barcaza que debía remontar el Sena. A las afueras de París, la
barcaza se hundió, y el cofre que contenía los manuscritos de Des­
cartes permaneció tres días y tres noches en el agua antes de que
Clerselier pudiese rescatarlo. Sus criados (que ni sabrían mucho de
la filosofía natural cartesiana ni, se dirían, falta que les hacía) le
ayudaron a extender las hojas en varias habitaciones, para secarlas.
Durante los diecisiete años siguientes, Clerselier habría de ordenar
pacientemente las estropeadas páginas, y publicaría tres volúmenes
con la correspondencia de Descanes, además de su Tratado del hom­
bre, E l Mundo y el Tratado de la formación del feto.
Se suele creer que Clerselier reconstruyó los desmembrados es­
critos de Descanes con acieno suficiente, pero yo no puedo evitar
que su labor me parezca un símbolo de las dificultades con las que
habrá que tropezar cualquiera que pretenda casar las distintas panes
de la variada actividad de Descanes como filósofo, matemático, teó-

li
12 La magia de los números y el movimiento

logo y científico natural, y es que no dejará nunca de acecharle el


peligro de que el concierto que logre sea más aparente que real.
Descartes mismo intentó ocultar las costuras de un tejido de cono­
cimiento del que le habría gustado que creyésemos que era de una
sola pieza. En el brillante fragmento autobiográfico que publicó a
los cuarenta y un años en su Discurso del método, rehacía su pasado
con la intención de que sus lectores se convenciesen de que habían
de adoptar su nuevo método científico, y convertía su propia vida
en ejemplo señero de ordenada peregrinación de la oscuridad a la
luz por un camino quizá estrecho, pero siempre recto...
Mi objetivo ha sido seguir a Descartes en su viaje, y proporcio­
nar una visión global, pero en absoluto exhaustiva, de su carrera
científica desde sus días de estudiante en el colegio de los jesuítas
en La Fleche hasta su marcha a Suecia, adonde le había llamado la
reina Cristina. He intentado ser fiel a la recomendación de Descartes
de ser claro (pero no claro a cualquier precio), y tengo la esperanza
de que este libro le dé suficientes razones al lector para que se anime
a leer las obras del propio Descartes. He querido que la discusión
matemática del capítulo tres sea lo más sencilla posible, pero quien
desee saltarse esa sección en una primera lectura cuenta no sólo con
mi simpatía, sino con la seguridad de que podrá encontrar la esencia
del asunto explicada en unas pocas páginas al final. Hay una crono­
logía de los principales acontecimientos de la vida de Descartes en
el apéndice.
No podría haber llevado a cabo mi trabajo sin las obras pioneras
de Gastón Milhaud (Descartes Savant, 1921), Paul Mouy (Le Déve-
loppement de la Physique Cartésienne, 1934), y J. F. Scott (The
Sáentific Work of René Descartes [La obra científica de René Des­
cartes], 1952). Le debo muchísimo a estos precursores, y a los nu­
merosos amigos, colegas y estudiantes que me han ayudado con sus
consejos y críticas constructivas. Los lectores familiarizados con las
obras de Eric Aitón, Gerd Buchdahl, I. Bernard Cohén, Paolo Rossi
y R. S. Westfall caerán inmediatamente en la cuenta de qué hombros
son los que me levantan. Les doy calurosamente las gracias, a ellos
y a Roben E. Butts, Catherine Chevalley, Paolo Galluzzi, Marcello
Pera y René Taton, que me han criticado a lo largo de los años y
librado de muchos errores lamentables. Le estoy especialmente agra­
decido a Fierre Costabel, que escrutó minuciosamente panes del
original y fue tan amable como para hacerme sentir que no estaba
del todo equivocado. Murió así iba este libro a las prensas, y se lo
Prefacio 13

dedico con aprecio. Tuve también el privilegio de aprender de Neale


Watson y Gerald Lombardi, y les agradezco su paciencia y dedica­
ción. Agradezco así mismo al Consejo de ciencias sociales y huma­
nidades del Canadá, al Departamento de filosofía y al Centro de
medicina, ética y derecho de la Universidad McGill el haber apoya­
do constantemente mi investigación.
Tuve el placer de escribir este libro en el Wissenschaftskolleg
(Instituto de estudios avanzados) de Berlín, y quiero agradecerles al
rector, al bibliotecario y a su equipo su inapreciable ayuda. Tengo
contraída una gran deuda con Beata Gallay, que preparó el índice,
y Firooza Kraft y Iris Hardinge, que mecanografiaron el manuscrito.
Estoy también agradecido a Rolf Selbach y John Honeyman, de la
McGill, por su ayuda con las ilustraciones, que proceden en su ma­
yor parte de la edición de referencia de las Oeuvres de Descartes,
editada por Charles Adam y Paul Tannary. Este libro no habría
llegado a buen fin sin el ánimo que me ha prestado mi esposa, Evelyn,
que me comentaba el original e intentaba siempre que fuese yo con­
secuente con el ideal de Descartes de claridad y concisión. Es un
placer darle las gracias y expresar mi gratitud a nuestros hijos, Her-
bert, Joan-Emma, Lduisa, Cecilia y Michael, por sus exigentes pre­
guntas y su renuencia a conformarse con respuestas fáciles.

Agosto de 1990.
Universidad McGill.
Montreal.
Capítulo 1
EL JOVEN DE POITOU

Descanes nació el treinta y uno de marzo de 1596 en La Haye


(hoy La Haye-Descartes), en la Turena. Conocemos la fecha gracias
a la inscripción que orla su retrato en la edición latina postuma de
su Geometría.
Retrato e inscripción fueron hechos en vida de Descartes, quien,
sin embargo, se opuso a que figurase la fecha de su nacimiento, que
no quería que llegase a conocimiento de los autores de horóscopos1

1 Frans van Schooten el Joven hizo el retrato en 1644. Quería que se imprimiese
en la primera edición latina de la Geometría, que salió en 1649. Sin embargo, en carta
fechada el nueve de abril de 1649 y remitida a van Schooten, Descartes alababa el
retrato, «aunque la barba y las ropas no guardan semejanza con la realidad», pero
rogaba que no se imprimiese. En caso de que van Schooten insistiese en hacerlo,
debería al menos retirar la inscripción, «Señor del Perron, nacido el último día de
marzo de 1596». Se oponía a las primeras palabras «porque me desagrada todo título»,
y a las demás «porque también me desagradan los autores de horóscopos, cuyos
errores parece que alentamos cada vez que publicamos la fecha de nacimiento de
alguien». (Rene Descartes, Oeuvres, Charles Adam y Paul Tannery, eds., once volú­
menes; París: Leopold Cerf, 1897-1913). Esta es la edición de referencia de las obras
de Descartes, que ha sido reeditada con añadiduras (París: Vrin, 1964-1979). En ade­
lante será citada como A.T., más el volumen en números romanos y la página en
números arábigos. El párrafo reproducido en esta nota pertenece al volumen V, pá­
gina 338, es decir, A.T., V, pág. 338.

15
16 La magia de los números y el movimiento

Puede que un legítimo deseo de guardar su intimidad explique se­


mejante actitud, pero yo creo que, además, hay detrás de ella un
temor ancestral al poder de la astrología. Ya hablaremos del entu­
siasmo que Descartes sintió en su juventud por la Rosacruz, y ve­
remos que es un error creer que se revestía siempre con la refulgente
armadura de la racionalidad pura.
El padre de Descartes, Joachim Descartes, fue miembro del par­
lamento de la Bretaña en Rennes, y su madre, jeanne Brochard, hija
del teniente general del presidio de Poitiers. Se puede decir que René
pertenecía a la nobleza menor, y de joven se hacía llamar Sieur du
Pcrron, por la pequeña seigneurie que había heredado. Su madre
murió el dieciséis de mayo de 1597, tres días después de dar a luz
a un niño que no sobrevivió. Descartes fue criado por su abuela
materna, Jeanne Sain, que murió en 1610, y por una nodriza a la que
no dejaría de estar unido; le pagaba una pensión anual, y no la
olvidó en su testamento *12.

El Colegio de La Fleche

En 1603 ocurrió algo que habría de influir profundamente en la


educación del joven Descartes. A los jesuítas, expulsados de Francia
en 1594, se les permitía volver y fundar un colegio en La Fleche,
que estaba en la misma pane del país que La Haye 3. El colegio
abrió sus puertas en 1604, y en 1606 Fr. Etienne Charlet (1570-1652),
primo de Descartes, pasó a formar parte de su claustro. Charlet fue
nombrado rector en 1608. La presencia de un pariente quizá movió
a la familia de Descartes a enviar a éste a la nueva escuela, en la que

1 Adrien Baillet, La Vie de Monsieur Des-Canes, dos volúmenes (París, 1691).


Facsímil (Ginebra: Slatkine, 1970), vol. II, pág. 458. Baillet sigue siendo la fuente
principal sobre la vida de Descartes.
1 Véase Un Collége des Jésuites au XVII' et au XV III' Siecle. Le Collége Henri
IV de La Fleche, cuatro volúmenes, de Camille de Rochemonteix (Le Mans: Legui-
cheux, 1889). Los jesuítas gozaban de una gran reputación incluso entre los protes­
tantes. En 1623, Francis Bacon llegaba a decir de ellos: «En todo lo que se refiere a
la enseñanza, no hay mis que hablar: fíjate en las escuelas de los jesuítas, no hay
nada mejor». (De Dignitale et augmentas scientiarum, Libro VII, capitulo 4, en Fran­
cis Bacon, Works, cds., J. Spcdding, R. L. Ellis, et alii, catorce volúmenes. (Londres,
1857-1874). Reedición (Stuttgart-Bad Cannstatt: Frommann, 1963), vol. I, pág. 709.
El joven de Poitou 17

entró, con toda probabilidad, en 1606, a los diez años de edad, y


que dejó a los diecinueve, en 1615, una vez completado el ciclo
normal de estudios, que comprendía seis años de bachillerato y tres
años universitarios 4.
Cuando Descartes llegó a La Fleche, los edificios ni siquiera es­
taban terminados; hasta que no estuvieron listos los dormitorios, lo
que ocurrió en 1609, los estudiantes tuvieron que alojarse en casas
cercanas. Había por entonces unos sesenta estudiantes. El fundador
del colegio, Guillaume Fouquet, Sieur de la Varenne, lo había do­
tado generosamente, y no se cobraban tasas de enseñanza. Había
veinticuatro becas para estudiantes de familias de pocos recursos, lo
que explica que Marín Mersenne, hijo de un modesto granjero, pu­
diese asistir a La Fleche de 1604 a 1609. Era ocho años mayor que
Descartes, y los dos chicos no serían en la escuela más que meros
conocidos. Su amistad nace en 1623, cuando se encuentran de nuevo
en París y sus comunes aficiones científicas les aproximan. Mersenne
sería el corresponsal más importante y estimulante que Descartes
tendría una vez se estableciese en Holanda. De hecho, todos los
colegios jesuítas fomentaban los lazos entre gentes de alta y baja
cuna, y amistades de ese tipo no eran raras. Asistir a una escuela
jesuíta era una forma de adquirir una especie de título por partici­
pación. Abría las puertas de las mejores casas de Francia.
El único compañero de clase que Descartes menciona en su co­
rrespondencia es Fran^ois Chauveau, que sería jesuita y enseñaría en
La Fleche 5. N o se cobraban tasas, pero los estudiantes de posibles
podían hacerse con una habitación privada. La familia de Descartes
cuidó de que disfrutase de este privilegio. Por su mala salud, se le
permitía levantarse tarde, hábito que conservaría toda su vida, hasta

4 Sobre Descartes en La Fleche, véase Les années d ’apprentissage de Descartes, de


J. Sirven (Albi: Imprimerie Coopérative de l’Ouest, 1928), págs. 25-S2. Descartes
entraría en La Fléche no antes de 1604 y no más tarde de 1607, y saldría de allí en
1613, 1614 o 1615. Sirven aboga por el periodo 1607-1615 (págs. 41-48). Acerca del
estado actual de la cuestión, véase la nítida descripción de Geneviive Rodis-Lewis,
Idees et veriles itemelles chez Descartes el set successeurs (París: Vrin, 1985), págs.
165-181. Todo lo que Descartes mismo dejó dicho al respecto es que pasó en La
Fléche «ocho o nueve años» (carta a Fr. Grandamy, dos de mayo de 1644, A. T.,
IV, pág. 122), o «casi nueve años» (carta a Fr. Hayneuve, veintidós de julio de 1640,
A. T. III, pág. 100).
* Carta de Descartes a Mersenne, veintiocho de enero de 1641, A.T., III, pág.
2%, y notas de las páginas 299 y 873.
18 La magia de los números y el movimiento

que no tuvo más remedio que levantarse a las cuatro de la mañana


para instruir a la reina Cristina de Suecia.
El acontecimiento político más importante acaecido durante los
días estudiantiles de Descartes fue el asesinato del rey Enrique IV
por un monje demente el catorce de mayo de 1610. El corazón del
rey fue llevado solemnemente a La Fleche el cuatro de junio de 1610,
y Descartes fue uno de los catorces nobles escogidos para formar la
procesión fúnebre. Un año después, se celebró como se merecía el
primer aniversario de la llegada del corazón del rey, y se leyó un
soneto en el que se conmemoraba el reciente descubrimiento por
Galileo de los cuatro satélites de Júpiter 6. Que se mencionase el más
sensacional de los descubrimientos telescópicos de Galileo muestra
hasta qué punto los jesuitas se mantenían al día de los desarrollos
científicos. Revela también su astucia política, pues Galileo había
bautizado los cuatro satélites como «estrellas medíceas» en honor de
Cósimo II, gran duque de Toscana y primo de la reina regente de
Francia, María de Médici. Quizá los jesuitas supiesen también que,
antes de la muerte del rey, la corte francesa le había pedido a Galileo
que diese al siguiente planeta que descubriese el nombre de Enrique
IV 7.

Educación jesuíta

La enseñanza que se impartía en los colegios jesuítas se atenía a


los criterios dictados por la Ratio Studiorum, que bosquejó san Ig­
nacio de Loyola y se publicó por vez primera en Francia en 1603,
el año de la fundación del Colegio de La Fleche. Los jesuitas no
pretendían formar teólogos, sino laicos que fuesen capaces de dar
testimonio del evangelio en el mundo. Aunque insistían en la orto-*

* Véase Rochemontcix, Un Coliége des Jesuíta, vol. I, págs. M4-152.


7 Véase la carta de Galileo a Vincenzo Giugni, veinticinco de junio de 1610, en
Opere de Galileo Galilei, cd„ Antonio Favaro, veinte volúmenes (Florencia: G. Bar­
bera, 1890-1909), vol. X, pág. 381. En su deseo de poner a la realeza por los ciclos,
dos astrónomos aficionados, el sacerdote francés jean Tarde y el jesuíta austríaco
Charles Malapcrt, dedicarían más tarde manchas solares a las familias reinantes de
Francia y Austria, que, según ellos, eran planetas: J . Tarde, Borbonia Sidera, id est
planetae qut solis limina circumvolttant mola propio ac regulan, falso haetenus ab
belioscopis macular solis nuncupati (París, 1620), y C. Malapert, Austríaca Sidera He-
hocyclica astronomías bypathesibus illígata (Douay, 1633).
El joven de Poitou 19

doxia en materia de fe, promovían la libertad de pensamiento en lo


que fuese disputable.
La educación se basaba en los clásicos latinos; las Metamorfosis
de Ovidio eran especialmente populares. Descartes dominaba el la­
tín, y con el tiempo escribiría sus Meditaciones y sus Principios de
Filosofía en esa lengua. Aprendió también algo de griego, y disfru­
taba de un conocimiento efectivo del italiano, que se usaba frecuen­
temente en la corte de María de Médici. Le gustaban las novelas, y
un día recordaría el gusto que sentía cuando leía, con entusiasmo,
el Amadís, larga novela de caballerías que narra las hazañas de un
caballero, modelo de fidelidad a su amada *.
Cuando en su Discurso del método recuerda la educación que
recibió en La Fleche, escribe Descartes que «el encanto de las fábulas
despierta el espíritu», y que «las memorables hazañas que se cuentan
en las historias lo elevan, y ayudan a que el juicio se forme». «Leer
buenos libros», añadía, «es como si se conversase con los hombres
más notables del pasado —una conversación meditada en la que
descubriesen tan sólo sus mejores pensamientos» *9. Descartes siem­
pre creería que los libros no debían contener más que cosas cuida­
dosamente escogidas; en su vida sólo daría a conocer lo que, pen­
saba, se tendría por lo mejor de que era capaz. N o fue, en conse­
cuencia, un escritor prolífico; tampoco fue precoz: esperó hasta los
cuarenta y un años para publicar su primer libro, en 1637; incluía
la Optica, los Meteoros y la Geometría, y un prefacio, el Discurso
del método, destinado a ser más famoso que los tratados científicos
que prologaba. A este libro siguieron tres, las Meditaciones en 1641,
los Principios de filosofía en 1644, y las Pasiones del alma en 1649.
En los tres últimos años de bachillerato se impartían poesía y
retórica. «La oratoria», leemos en el Discurso del método, «tiene
poder y belleza incomparables; la poesía, delicadeza y dulzura em­
briagadoras» l0. Descartes escribió versos, y siempre puso la inspi­
ración poética por encima del mero razonar filosófico ' 1.

* Carta de Descartes a Constancio Huygens, ocho de septiembre de 1637, A. T.,


pág. 396, y nota de la página 397.
9 Discurso del método, primera parte, A. T., VI, pág. 5.
10 Ib., pág. 6.
" Descartes le dijo a Huygens que había compuesto poemas (véase la carta de
Constantin Huygens a Descartes, catorce de marzo de 1644, A. T. IV, pág. 102).
Sobre la superioridad de la inspiración poética, véanse las Cogitationes Privatae de
20 L a magia de los números y el movimiento

Los tres años universitarios, o de «filosofía», como se les llama­


ba, se repartían entre la lógica, la física y las matemáticas, por una
parte, y la metafísica. La Ratio Studiorum recomendaba que los maes­
tros siguieran a Aristóteles tal y como lo interpretaba Tomás de
Aquino (1227-1274), quien había sido proclamado Doctor de la Igle­
sia en fecha por entonces tan reciente como 1569, y cuyas enseñan­
zas se suponía que abarcaban la ortodoxia católica. En todo caso,
parece que los profesores jesuítas manejaban libros de texto, no las
obras originales de Aristóteles. Los estudiantes asistían a dos horas
de clase por la mañana y por la urde. Tenían también una hora de
discusión, que se confiaba normalmente a un «repetidor» o estudian­
te graduado que ejercía una función similar a la de un asistente en»
las universidades americanas. Los sábados, en vez de las clases de la
tarde, había un debate público en el que los estudiantes, por tumo,
atacaban o defendían tesis filosóficas.
Del profesor de lógica se esperaba que explicase a Porfirio y las
siguientes obras de Aristóteles: las Categorías, Sobre la interpreta-
áón, los cuatro primeros capítulos de los Primeros analíticos, los
Tópicos y la sección que trata de la demostración en los Analíticos
posteriores. La Ratio Studiorum recomendaba los comentarios de los
jesuítas Francisco de Toledo (1533-1596) y Pedro de Fonseca
(1528-1599), autores ambos competentes, pero no muy estimulantes.
En el segundo año, la física comprendía el estudio de la Física de
Aristóteles, Sobre los cielos y el primer libro de Sobre la generación.
Cuesta más saber qué se enseñaba en matemáticas. Con toda segu­
ridad los jesuítas usaban los manuales del más grande de sus mate­
máticos y científicos, Christopher Clavius, que murió en Roma pre­
cisamente en 1612 tras una distinguida carrera en el Colegio Roma­
no, la más prestigiosa institución de enseñanza superior de los je­
suítas. Al enseñar matemáticas, disciplina en la que, entendida en un
sentido amplio, cabían el arte de la fortificación y la teoría musical,
los jesuítas insistían en las aplicaciones prácticas, y abordaban ma­
terias, como las ingenierías civil y militar, que fuesen del interés de
los jóvenes nobles, que con el tiempo podían llegar a ocupar cargos

Descartes, A. T., X, píg. 217. Hay cierta característica de la vida de los estudiantes
que Descartes no menciona, pero sí un edicto real de 1604: -Los taberneros los
tientan, las mujeres de vida disoluta los hacen caer en sus lazos, y los charlatanes los
arruinan con el señuelo de que les van a enseñar la ciencia de la magia». (Rochemon-
teix, Un collége des Jésnúes, vol. II, pág. 90).
El joven de Poiiou 21

de responsabilidad en el ejército y la administración. El tercer año


se dedicaba a la Metafísica de Aristóteles, su tratado Sobre el alma
y el segundo libro de Sobre la generación. Todas estas obras se
interpretaban a la luz de la Suma teológica de Tomás de Aquino,
una de las pocas obras, junto a la Biblia, que Descartes llevaría con­
sigo a Holanda 1Z.
Mientras preparaba las Meditaciones para enviarlas a la imprenta
en 1640, Descartes escribió a Mersenne, que se encontraba en París,
solicitándole una lista de autores que hubiesen escrito libros de texto
de filosofía después de que él hubiese dejado la escuela: «Sólo re­
cuerdo a los Conimbricenses, Toletus y Rubius. Me gustaría saber
también si alguien ha escrito un resumen popular de la filosofía
escolástica. Me ahorraría la labor de tener que leer si)s pesadísimos
tomos. Me parece recordar que un monje cartujo o feuillant ha he­
cho algo así, pero su nombre se me escapa» 12l314. Esta es la única
referencia explícita en toda la correspondencia de Descartes a los
autores que estudió en la escuela. Toletus es Francisco Toledo, el
jesuíta del siglo dieciséis que recomendaba la Ratio Studiorum. An-
tonius Rubius o Rubio (1548-1615) era un misionario jesuíta que
enseñó filosofía en México y publicó una Lógica mexicana o Co­
mentario de toda la lógica de Aristóteles, así como comentarios de
otras partes de la filosofía de Aristóteles M. Los Conimbricenses
eran un grupo de profesores que publicaron comentarios de las obras
de Aristóteles en Coimbra de 1592 en adelante.
La Etica a Nicómaco de Aristóteles estaba también en el progra­
ma del tercer año de filosofía en [la Fleche]; el profesor quizá usase
el pertinente comentario de Coimbra, aparecido en 1594. El autor
del resumen filosófico que Descartes recordaba era Eustache de Saint
Paul, conocido como el Feuillant, del nombre de su convento en
París. Su Summa Philosophiae apareció en 1609, y se reimprimió
ocho veces entre 1611 y 1626. Esto demuestra que los jesuítas de
los que Descartes recibió clases usaban los libros de texto más re­
cientes y de mayor predicamento que había en el mercado.

12 Cana de Descanes a Mersenne, veinticinco de diciembre de 1639, A. T., II,


pág. 630.
13 Cana de Descartes a Mersenne, treinta de septiembre de 1640, A. T „ III, pág.
185.
14 Los Comentarios de Rubius se citan en ib., págs. 195-196, donde también se
dan las obras de Toletus, los Conimbricenses y el Feuillant (Frére Eustache de Saint
Paul).
22 La magia de los números y el movimiento

Es difícil calibrar en qué medida impresionó toda esta filosofía


escolástica a Descartes. Veinte años después, afirmaba que había «dis­
frutado con las matemáticas», pero despachaba displicentemente la
filosofía como algo que sólo «daba los medios para hablar de manera
superficialmente convincente de cualquier cosa y ganar la admiración
de los menos cultos» ,s.

Los profesores de Descartes

Los estudiantes, normalmente, tenían el mismo profesor durante


los tres años de filosofía. La incertidumbre en torno a la fecha exacta
de la llegada de Descanes a La Fleche hace que sólo podamos decir
que su profesor hubo de ser uno de estos tres jesuítas: Fran<;ois
Véron (1578-1649), si Descanes se graduó en 1613; Franqois Furnet,
si se graduó un año después, o Etiennc Noel (1581-1660), si es que
dejó el Colegio en 1615, como parece lo más probable. Fr. Franqois
Véron adquirió cieña notoriedad por ser el autor de un Método de
la controversia, destinado a los católicos que se las tuviesen que ver
con protestantes, obra que tuvo veintidós ediciones entre 1615 y
1638. Escribió también una conocida Guía para la Cofradía de la
Bendita Virgen María, que tenía una de sus ramas en La Fleche. No
sabemos si Descanes pertenecía a esta pía organización, pero fue
siempre devoto de María. Lo primero que hizo después de su famo­
so sueño del diez de noviembre de 1619 fue la promesa de ir al
santuario de Loreto a dar gracias a la Madre Bendita. En veinte años
de residencia en los Países Bajos, sólo intervino una vez en una
disputa entre teólogos protestantes, y fue para defender la confra­
ternidad interconfesional de la Virgen Bendita en Bois-le-Duc.
Fr. Etienne Noel, el más probable profesor de filosofía de Des­
canes, era rector del Colegio cuando se publicó, en 1637, el Discurso
del método, y Descartes le envió uno de los primeros ejemplares.
En la cana que acompañaba al envío, decía que su libro era «un
fruto que os penencce, porque vos sembrasteis las primeras semillas
en mi espíritu» i6. Al año siguiente, Descanes aconsejaría a un ami-

,s Discurso del método, primera pane, A. T., VI, págs. 6-7.


14 Cana <fe Descanes a Etienne Noel, catorce de junio de 1637, A. T., I, pig.
383. No se conserva el original, y Clerselier, que fue el primero en publicarla, con­
signa el destinatario simplemente como «un reverendo padre jesuíta*.
El joven de Poitou 23

go que enviase su hijo a La Fleche: «Creo que es útil seguir un curso


general de filosofía tal y como se enseña en las escuelas de los je­
suítas. ... Debo decir, en honor de mis profesores, que no hay lugar
en el mundo donde se enseñe filosofía mejor que en La Fleche» l7.
A Fr. Noel le interesaban la física y la astronomía, y más tarde
habría de entrar en viva controversia con Pascal sobre la interpreta­
ción del vacío. Mantuvo una buena relación con su viejo alumno, y
en 1646 le envió dos libros nuevos suyos, uno sobre la física de
Aristóteles y el otro sobre la naturaleza del Sol. En la dedicatoria
del primero, un jesuíta destacado, Fr. Jean de Ricnnes, decía que el
logro de Noel era «haber conciliado los resultados ciertos de la fi­
losofía de Aristóteles, René Descartes y los químicos»
El profesor de matemáticas de Descanes fue Jean Franqois
(1582-1668), estudiante de teología que más urde publicaría varios
libros de matemáticas y una sabia disquisición sobre la influencia de
los cuerpos celestes. Pero puesto que su primer libro sólo apareció
en 1652, dos años después de la muerte de Descanes, no podemos
precisar qué enseñaría alrededor de 1614.
Un argumento de peso que inclina a pensar que Descanes dejó
La Fleche en 1615 (y que por lo tanto su profesor de filosofía fue
Fr. Noel) es el testimonio de Franqois du Ban (alrededor de
1592-1643), que decía haber enseñando a Descanes en La Fleche.
Los registros muestran que du Ban llegó allí como estudiante de
primer año en 1614; no pudo ser el «repetidor» de Dcscanes antes
del año académico 1614-1615 l9. Du Ban es un interesante ejemplo
de los cambios en adscripción religiosa tan frecuentes en la primera
mitad del siglo diecisiete. Aunque era jesuíta, du Ban se convinió al
protestantismo en París alrededor de 1628, y dejó Francia por los
Países Bajos, donde entró en la facultad de teología de Leyden en
1630. Luego pretendió la cátedra de filosofía de la universidad de*

17 De Descanes a un correspondiente desconocido, doce de septiembre de 1638,


A. T., 11, pág. 377.
** Citado en A. T., IV, pág. 585. Los libros de Noel se titulan Apharismi physici
seu physicae penpateticae principia brcviler ac dilucide proponía (La Fleche, 1646), y
Sol Flamma, srve Tractatuf de Solé, ut flamma est, ejusque pábulo (París, 1646).
Véanse las canas de Descartes a Mersenne, siete de septiembre de 1646, A. T., IV,
pág. 498, y a Noel, catorce de diciembre de 1646, ib., págs. 584-585.
IWVéase Ecnvains Franjan en Hollande dans ¡a premiere moilié du XVII’ Sieclc,
de Gustave Cohén (París: Champion, 1920), págs. 335-339. Cohén no cita su fuente
cuando afirma que du Ban fue profesor de Descanes, pág. 335.
24 La magia de los números y el movimiento

Utrecht, que ganaría el discípulo de Descartes Henri Reneri


(1593-1639) en 1634 (Reneri era también un converso, que había
llegado a Leyden después de abandonar la fe romana.) En 1635 du
Ban empezó a enseñar lógica en Leyden. Se le concedió el título de
Profesor Extraordinario de Lógica en 1636, y se le permitió enseñar
física en 1638. Gracias a él, un colega más joven, Adrián Heere-
boord, conoció la filosofía cartesiana. Du Ban murió en Leyden en
mayo de 1643, pero no sabemos si renovó en los Países Bajos sus
viejos lazos con Descartes.

El joven abogado

El hermamo mayor de Descartes, Pierre, había estudiado derecho


en la universidad de Poitiers, y se esperaba que René siguiese sus
pasos. Se alojó en casa de un sastre de Poitiers, y se le pidió que
fuese el padrino en el bautismo del hijo de su casero el veintiuno
de mayo de 1616 20. Pasó su examen de bachiller en leyes el nueve
de noviembre, y el de licenciado en leyes al día siguiente. Estas
prisas no eran infrecuentes en aquella época21. Como era también
costumbre, los grados le fueron concedidos «in utroquc jure», es
decir, tanto en derecho civil como en derecho eclesiástico. Descartes
no se referiría ni una sola vez, en las 498 cartas suyas que se con­
servan, ni a su estancia en Poitiers ni a su título de abogado. N o se
puede decir que le entusiasmase el ejercicio de una profesión que,
según todos los indicios, no parece que le gustase mucho.

Nobles franceses en Holanda

Nada sabemos de a qué se dedico Descartes durante los catorce


meses siguientes, salvo que firmó en un registro de bautizos como
testigo el veintidós de octubre y el tres de diciembre de 1617; esto

20 Charles Adam, Descartes. Sa vie el ses oeuvres, publicado como volumen XII
de la edición de Adam-Tannery (París: Leopold Cerf, 1910), pág. 39, nota c.
21 Descartes quizá pasase su examen de doctorado el veintiuno de diciembre de
1616, según J.-R Armogathe y V. Camaud, cuyo estudio, no publicado, cita Jean-Luc
Marión, Sur le prisme métaphysique de Descartes (París: Presses Universitaires de
France, 1986), pág. VI, nota a pie de página.
KI joven de Poitou 25

fue en Chavagne en Sauce, cerca de Nantes, donde vivía su padre 22.


Como muchos nobles jóvenes que todavía no se habían asentado en
una actividad profesional determinada, decidió viajar a Holanda y
enrolarse en el ejército. Su decisión no era una extravagancia. Había
muchos jóvenes franceses en la universidad de Leyden y en las filas
de los dos regimientos franceses de Mauricio de Nassau, quien, a
sus propios ojos y a los de sus contemporáneos, era el más grande
general de su época. Cuando una mujer le preguntó un día quien
era el mejor capitán de Europa, se dice que respondió, tras dudar
un momento, que el gran general español Spínola era el segundo 23.
La Tregua de los Doce Años (1609-1621) entre España y los
Países Bajos estaba todavía en vigor, y los jóvenes franceses n o pen­
saban que fuesen a entrar en combate. Pero no por eso se paraban
en barrras a la hora de fanfarronear. A Guez de Balzac, que sería
uno de los mejores amigos de Descartes y que había estudiado en
Leyden, le aburrían. Escribía a su hermano: «Para librarme de esos
charlatanes, habría saltado a un coche, hecho a la mar, huido al fin
del mundo ... Me ponen enfermo los que acaban de regresar de
Holanda o empiezan a estudiar matemáticas» 2425. La improbable opi­
nión de Balzac, que Holanda volvía parlanchines a los franceses, es
quizá menos interesante que la revelación que nos brinda: que las
matemáticas hacían furor.

Un reto matemático

Descartes se unió al ejército en Breda, donde las tropas del prín­


cipe Mauricio estaban acantonadas, a principios de 1618 2\ Servía
como voluntario, se equipaba a sus propias expensas, pagaba a su
ordenanza y no recibía soldada alguna, si exceptuamos un doblón
simbólico que guardaba como recuerdo. Mauricio de Nassau casi
siempre estaba fuera, recorriendo partes del país donde los arminia-

22 Charles Adam, Descarte!. Sa vie et tes oeavres, pág. 35.


22 Id., pág. 41, nota a. Adam ciu a Guez de Balzac como la fuente de la que saca
la anédota.
24 Guez de Balzac a su hermano, uno de enero de 1624, citado en ib., pág. 41,
nota b.
25 Franz van Schooten el Joven afirma que Descartes le dijo que había pasado
quince meses en Breda (A. T „ X , pág. 162). Sabemos que Descanes dejó Breda al
finales de abril de 1619; por lo tanto, según eso, llegó a Breda en enero de 1618.
26 L a magia de los números y el movimiento

nos (los discípulos del teólogo holandés Jacob Harmensen, conocido


como Arminius) y los calvinistas más ortodoxos creaban disturbios.
Por el otoño de 1618 Descartes empezaba a cansarse de la vida de
campamento, cuando tuvo la suerte de conocer a un hombre, unos
años mayor que él, que habría de, en sus propias palabras, «desper­
tarle» 26. Era Isaac Beeckman, que hacía poco se había doctorado en
medicina en la universidad de Caen, y más tarde sería director de
un colegio en Dordrecht. En 1905 Cornelis de Waard halló el diario
de Beeckman en Mittelburg, el pueblo natal de éste. El diario nos
ofrece una descripción muy detallada de la vida de un científico del
siglo diecisiete, y se refiere muchas veces a Descartes, cuyo nombre
aparece por vez primera en el fragmento fechado el diez de noviem­
bre de 16 18 27. Según Adrien Baillet, biógrafo de Descartes, se co­
nocieron de la manera que sigue. Vagando por Brcda, Descartes se
tropezó con unas personas que miraban un anuncio: un matemático,
tal y como era costumbre, retaba a que se resolviese cierto problema.
Estaba escrito en holandés, lengua que por entonces aún no domi­
naba Descartes, así que le preguntó a una persona que estaba a su
lado si podía decirle en latín o francés de qué iba aquello. El hom-

M Carta de Descartes a Beeckman, veintitrés de abril de 1619, A. T., X, pág. 162.


17 Ib., Isaac Beeckman, Journal, pág. 46. Los pasajes del diario en los que se
menciona a Descartes se reproducen en el volumen X de las Oeuvret de éste. Comélis
de Wild editó el diario completo: Isaac Beeckman, Journal, I604-I6J4, cuatro volú­
menes (La Haya: Martinus Nijhoff, 1939-1945). Beeckman nació en Mittelburg el
diez de diciembre de 1588; era ocho años mayor que Descartes. Estudió medicina en
la universidad de Lcyden, pero en el verano de 1618 fue a Caen a graduarse. La
universidad de Caen no tenía un prestigio fuera de lo corriente, pero era la más
cercana a los puertos de Dieppe o El Havre. Con celeridad cartesiana, recibía los
títulos de bachiller y licenciado en medicina el dieciocho de agosto, y el seis de
septiembre defendía sus ideas sobre la fiebre terciana y se ganaba su doctorado, con
la promesa de no ejercer en Ruin, Rhcims o París. El porqué de esta condición se
desconoce. El certificado que se le entregó a Beeckman afirmaba claramente que
estaba cualificado para ejercer la medicina y enseñarla «en el mundo entero» (A. T.,
X, pág. 30). Quizá Caen no fuese demasiado optimista en lo tocante a la competencia
de los candidatos, a los que tanta prisa metía cuando de examinarlos se trataba. En
cualquier caso, graduarse en una universidad diferente a la propia no era raro. Co-
pémico, que estudió en Padua, pasó unas cuantas semanas en Bolonia para doctorarse
en la universidad local. Se ha dicho que esto se hacia para ahorrarse lo que costase
la fiesta que se suponía había de dar el recién graduado en su propia institución. De
semejante celebración se esperaba que fuese ubérrima, pero el bolsillo de Copérnico
no siempre estaba todo lo lleno que hubiera sido de desear. Sobre la vida y obra de
Beeckman, véase Isaac Beeckman (IS88-I6J7) en de Mechanisering van het Wereld-
beeld, de Klaas van Berkel (Amstcrdam: Rodopi, 1983).
El joven de Poitou 27

brc, que no era otro que Beeckman, le contestó en latín, le explicó


en qué consistía el problema y le dio su tarjeta de visita. Beeckman
se quedó estupefacto cuando al día siguiente una visita no anunciada
resultaba ser la del joven francés, que pasaba un momento por su
casa para decirle qué había hallado la solución del problema 28. A
Beeckman, por supuesto, eso le encantó, y pronto una firme amistad
unía a los dos jóvenes. Eran muchas las cosas que les interesaban,
desde la ley de la caída de los cuerpos, que, sin que ellos lo supiesen,
le había dado mucho que pensar a Galileo en Italia, hasta la natu­
raleza de la consonancia musical y si existía la magia. Descartes le
regaló por Navidad a Beeckman un tratado de música en latín que
había escrito para él, el Compendium musicae, que terminaba con el
ruego de que no se hiciese público. A Descartes le apetecía desarro­
llar sus ideas sobre las relaciones entre las proporciones matemáticas
y la armonía musical, pero quería ante todo evitar críticas hostiles.
El Compedium sólo se publicaría postumamente, en 1650, pocos
meses después de su muerte.
Beeckman no fue a Breda ese otoño de 1618 para abrir una nueva
consulta, sino para ayudar a su tío Peter en la matanza, que en
Holanda se hacia en noviembre. Iba también a buscar esposa; no
tendría éxito hasta un año después, cuando se casó en Mittclburg el
veinte de abril de 1620. Poco después de conocer a Descartes, apunta
este inmodesto comentario en su Diario: «El de Poitou conoce a
varios jesuítas y otros hombres de estudios y personas instruidas.
Sin embargo, dice que nunca ha conocido a alguien que tenga un
método que combine tan adecuadamente la física y las matemáticas
como el de mi cosecha» 29.
Beeckman animaba a Descartes a que expusiese sus opiniones
sobre la mecánica y la geometría, pero antes de la marcha de Becck-
man, Descartes le confesaba en una carta del veinticuatro de enero
de 1619 que apenas si había hecho algo más que apuntar el título
de los libros que Beeckman le había pedido que escribiese. Se excu­
saba alegando que estaba muy ocupado estudiando pintura, arqui­
tectura militar y, sobre todo, holandés. Le decía a Beeckman que
una correspondencia científica tenía valor para él, pero aún más lo
tenía la amistad. «N o sólo me interesa la ciencia; me interesáis vos»,
escribía, y terminaba su carta con estas intensas palabras: «Podéis

“ Adrien Baillet, Vie de Monsieur D eí-Cartes, A. T ., X , pág. 50.


n Id ., Journal, pág. 52.
28 La magia de los números y el movimiento

estar seguro de que antes olvidaría a las musas que a vos. En verdad,
ellas me han atado a vos eternamente, con lazos de afecto» M. El
veintitrés de abril, la víspera de su marcha de Breda, Descartes re­
conocía que Beeckman era «el instigador, el motor primero de mis
investigaciones». Y en un estilo cada vez más apasionado, llegaba a
escribir cosas como ésta: «Habéis agitado a un hombre ocioso, le
habéis hecho recordar la sabiduría que había perdido, habéis ende­
rezado sus pasos por caminos mejores que aquellos por los que
erraba; si alguna vez hubiese algo digno de alabanza en mi obra,
tendríais todo el derecho a reclamarlo como vuestro» 3031.

El cálculo de la longitud

Pero Descartes no era hombre que abandonase fácilmente la des­


confianza; una anécdota de este período de su vida demuestra cuánto
le costaba ser franco incluso con sus mejores amigos. En abril de
1619 se le ocurrió que tenía que haber una manera sencilla de de­
terminar la longitud en el mar. Hacía mucho tiempo que se sabía
cómo determinar la latitud de un barco mediante la observación de
la elevación de una estrella o del sol a mediodía, pero en el siglo
diecisiete la determinación de la longitud era todavía un problema
no resuelto. Galileo, contemporáneo de Descartes, le prestó mucha
atención, y durante varios años anduvo detrás de la manera de usar
los eclipses de los cuatro satélites de Júpiter descubiertos por él
,como indicadores de la longitud del lugar desde el que se los obser­
vase, ya que los eclipses no tendrían en otras partes lugar .al mismo
tiempo que en Florencia, donde se hacían las tablas oficiales. La
viabilidad de este método dependía no sólo de la posibilidad de
detectar los eclipses (era ahí donde el telescopio de Galileo aumen­
taba la precisión), sino de la calidad de las tablas, que había de ser
excelente, y de la disponibilidad de relojes que fuesen fiables yendo
a bordo de frágiles barcos agitados por las olas 32.
Descartes recurre a la luna. Su idea no se basa en los eclipses

30 Id., carta de Descartes a Beeckman, veinticuatro de enero de 1619, pígs. 151,


153.
31 Id., carta de Descartes a Beeckman, veintitrés de abril de 1619, págs. 162-163.
31 Véase Galileo at Work, de Stillman Drake (Chicago: Chicago Univesity Press,
1978), págs. 257-261, 386-387.
El ¡oven de Poitou 29

lunares, sino en el hecho de que la luna sale cada día unos cincuenta
minutos más tarde, o, en lenguaje astronómico, que se retrasa en su
curso mensual unos 360° h- 30, ó 12°, al día. Esto quiere decir que
la posición de la luna con respecto a las estrellas fijas cambia apre­
ciablemente en unas pocas horas, incluso aunque sólo se disponga
para determinarla de instrumentos muy simples. La luna, pues, pue­
de usarse como reloj que mide intervalos conos de tiempo. Una vez
se sabe detalladamente cuál es la relación que hay entre el movi­
miento de la luna y la rotación aparente de las estrellas fijas, aquél
puede emplearse para comparar el tiempo local con el tiempo de un
observatorio de referencia. Podemos, por ejemplo, medir la distancia
de la luna a una estrella fija dada, calcular su conjunción y compa­
rarla con la hora de la conjunción en otro lugar. Este es el método
que se le ocurrió a Descanes. Lo explica en lenguaje cifrado en su
cuaderno de notas; ésta es esa pieza de codificación juvenil:

Si, saliendo de Bucolia, queremos encaminarnos directamente a Chemnis u


otro pueno egipcio, debemos anotar cuidadosamente, antes de salir, la dis­
tancia que separa a Pythius de Pythias a la entrada del Nilo. Podremos
entonces, estemos donde estemos, hallar nuestro camino observando a
Pythias y a los sirvientes de Psyche que la acompañan.

Leibniz, que copió este texto, lo descifra como sigue: «Bucolia,


punto de partida; Egipto, globo de la tierra; entrada a l Nilo, punto
de partida; Pythius y Pythia, el sol y la luna; los sirvientes de Psyche,
las estrellas fijas» ,4.
Pero Descartes no compartió esta idea con su amigo Beeckman;
se limitó a comunicarle que había encontrado una forma de deter­
minar la longitud en el mar, sólo que le parecía tan obvia que le
sorprendería que no se le hubiese ocurrido a nadie antes 343S. ¿Podría
Beeckman hacerle saber qué soluciones del problema habían sido ya
propuestas? La respuesta de Beeckman se ha perdido, pero por el
acuse de recibo de Descartes del veintitrés de abril está claro que
Beeckman había hallado el mismo método mucho antes. Y así era:
cinco años antes, Beeckman había consignado la idea en su Diario,

33 Cogitationes Privatae, A. T., X, pág. 227.


34 Ib., págs. 227-228, nou d.
!s Ib., carta de Descartes a Beeckman, veintiséis de marzo de 1619, págs. 159-160.
30 La magia de los números y el movimiento

siendo plenamente consciente de que el éxito del método dependía


de la precisión del telescopio, recientemente inventado 3*.

Un quebradero de cabeza matemático

El primer pasaje del Diario de Beeckman que habla de Descartes


empieza así:

Ayer, diez de noviembre, el francés de Poitou intentó probar en Breda que


en realidad no había ángulos con el siguiente argumento:
Un ángulo está formado por la intersección de dos líneas en un punto,
por ejemplo ab y cb en el punto b [véase la figura I], Ahora, si partes el
ángulo abe dibujando la línea de, habrás dividido el punto b en dos mitades
de manera tal que una mitad irá a parar a ab y la otra a be. Pero esto va
contra la definición de punto, pues un punto no tiene partes 1T.

oc

Parece, pues, que Descartes llega a la conclusión de que no se


puede en realidad dividir un ángulo, de que, en verdad, ¡ni siquiera
los hay!
No es imposibe que este problema fuese el planteado en el anun­
cio gracias al que se conocieron Descartes y Beeckman. Es tan ca­
prichoso como se pueda desear para un desafío, y la solución de
Descartes no es menos pintoresca. La réplica de Beeckman discurre
como sigue: Descartes presupone que un punto tiene algún tamaño,
pero sólo tiene posición. Las líneas fg y de dividen el ángulo abe,

16 Isaac Beeckman, Journal, fragmento fechado en 1614, citado en ib., pág. 163,
note e.
17 Ib., Isaac Beeckman, Journal, pág. 46.
t i joven de Poitou 31

pero no disminuyen la longitud de las líneas ab y cb, sólo separan


la una de la otra 3®.
La importancia de este problema no estriba en su valor intrínse­
co, sino en la oportunidad que le dio a Descartes de discutir de
matemáticas, y de otras muchas cosas, con un universitario ¡oven y
vivaz de espíritu afín al suyo. Entre las cosas de las que hablaban
entre ellos Descartes y Becckman se encontraban, por decir las más
notables, la aceleración de los cuerpos que caen, la presión ejercida
por el agua, las medias proporcionales, la naturaleza de la consonan­
cia y las potencias ocultas de la naturaleza. Examinaré por tumo
cada una de ellas, y las dos primeras, en el capítulo siguiente.

'* Ib., pág. 47.


Capítulo 2
EN LOS PRIMEROS DIAS DE LA FISICA

El problema de la caída de los cuerpos

A poco de haberle conocido, Beeckman le propuso a Descartes


un problema relativo a la caída de los cuerpos. N o interpretó co­
rrectamente la respuesta de Descartes, pero ¡se equivocó de tal ma­
nera, que creyó ver en la equivocada solución de Descanes precisa­
mente la que hoy sabemos es la solución correcta del problema que
había planteado! Esta comedia de las equivocaciones puede recons­
truirse combinando la información de tres fuentes diferentes: (a) la
interpretación de la respuesta de Descanes que hace Beeckman en
su Journal, (b) el texto de dicha respuesta, y (c) las notas de trabajo
del propio Descartes, publicadas bajo el título de Cogitationes Pri-
vatae.
Empecemos por la cuestión de Beeckman, tal y como él la plan­
teaba.
Beeckman aceptaba, como punto de partida, la conservación del
movimiento, y presuponía la existencia de un vacío sobre la tierra.
Beeckman preguntaba: «¿Cuán lejos caerá una piedra en una hora,
si sabemos cuán lejos cae en dos?» 1 La pregunta es inequívoca, pero1

1 Isaac Beeckman, Journal, A. T., X, pág. 60. Alexandre Koyré analizó brillan-

32
En los primeros días de la física 33

a nosotros, que la leemos hoy, nos parece estrafalaria. La pregunta


recíproca, «¿Cuán lejos caerá una piedra en dos horas, si sabemos
cuán lejos cae en una?», nos parece mucho más natural.
Que la pregunta de Beeckman nos choque como lo hace se debe,
como también nuestra tendencia a darle la vuelta, a que nos han
formado, desde que tenemos uso de razón, en la mecánica clásica.
La vieja creencia en que sólo se puede determinar la velocidad de
un móvil si se conoce su destino final nos es de todo punto extraña.
Pero la imaginación natural, no alterada por el conocimiento de la
física newtoniana, no ve el movimiento como hemos aprendido no­
sotros a hacerlo. Los antiguos, y Aristóteles en particular, creían que
el movimiento era un proceso con un principio y un final, y Beeck­
man encaraba el problema de la caída libre de los cuerpos imbuido
de esa mentalidad tradicional. Tenía en sí la imagen de la caída de
una piedra desde lo alto de una torre hasta el suelo, y presuponía
que las magnitudes útiles para la determinación de la posición de la
piedra en cualquier instante durante la caída no podían ser otras que
la distancia recorrida total y el tiempo transcurrido desde que se
suelta la piedra hasta que llega al suelo.
Algo por el estilo pasa cuando Beeckman detalla otro supuesto
de la cuestión que formula, a saber, que la tierra atrae a la piedra,
postulado que disuba de ser aceptado por todos en su día:

En el primer instante, recorre tanta distancia como puede según la tierra tira
de ella. En el segundo instante, este movimiento persevera, y se le añade
otro nuevo según la tierra tira de ella, de manera que recorre en este segundo
instante dos veces la distancia que recorrió en el primero. En el tercer ins­
tante, la doble distancia persevera (dúplex spacium perseverat), y se le añade
por tercera vez el efecto de que la tierra tire de ella, de manera que, en un
instante, recorre tres veces la distancia recorrida en el primero 2.

La torpeza de la expresión subrayada, «la doble distancia perse­


vera», desaparece si entendemos que en realidad quiere decir «la
duplicación de la velocidad se mantiene», aceptando que spacium es
un lapsus calami por motus, tal y como Jacques Sirven hace en su*1

(emente el problema de Beeckman y su interpretación de la solución de Descartes en


sus Estudios Galileanos [Shea cita de la traducción inglesa: Caldean Studies. trad.,
John Mcpham (Atlantic Highlands, N J: Humanities Press, 1978), págs. 79-94].
1 Ib., pág. 58.
34 La magia de los números y el movimiento

análisis de este pasaje 3. Lo que se mantiene es la velocidad, por


supuesto, pero Beeckman no distinguía la noción cualitativa de ma­
yor o menor movimiento del concepto de velocidad, más preciso,
cuantitativo. No se trata de un lapsus: Beeckman se forja la «ima­
gen» del avance de la piedra, y lo que «persevera», para él, es la
capacidad de cubrir dos veces la distancia en un tiempo dado.
Debemos además ser conscientes de que se trata de un estado de
cosas idealizado y de que el arrojar cuerpos desde torres (inclinadas
o no) no era lo que se dice una costumbre del siglo XVII. Se trata
de un experimento mental: ni Beeckman ni Descartes llevaron a cabo
experimentos que verificasen sus resultados teóricos. Fue Galileo a
quien se le ocurrió hacer que rodasen bolas por planos inclinados
muchas veces, y contrastar la ley correcta de la caída libre (s = \Z2at2)
con los resultados que obtenía.

La interpretación de Beeckman

A Descartes le entusiasmó el reto, y envió a Beeckman una breve


respuesta, que Beeckman adjuntaría a su Journal. Pero antes de exa­
minar lo que realmente decía Descartes en su respuesta, prestémosle
atención a lo que Beeckman creía que decía. Dicho con palabras de hoy,
Beeckman creía que Descartes había representado el incremento de
tiempo en el eje vertical AC y el incremento de velocidad en el eje
horizontal CB (véase la figura 1). Si así lo hubiese hecho, habría
podido expresar la razón de la distancia recorrida en una hora y la
distancia recorrida en dos horas como la razón del área del triángulo
ADE y la del ABC, lo que está de acuerdo con la ley de la caída
libre tal y como la conocemos desde Galileo.
Pero con las palabras de entonces, sin embargo, Beeckman ex­
presaba lo que creía que Descartes había querido decir de esta otra
forma 4: Valga AC por dos horas y AD (= 1/2 AC) por una. Acép­
tese que la distancia recorrida en una hora está representada por el
área de ADEF y la distancia recorrida en dos por el área de ACB-
GEF (véase la figura 2); podemos ver que ACBGEF = ACB + 2
AFE (puesto que AFE = F.GB). Si dividimos las dos horas en ocho5

5 J. Sirven, Les amiées d ’apprentisage de Descartes, pág. 74, nota 4.


* Isaac Beeckman, Journal, A. T., X, págs. 58-61.
En los primeros días de la física 35

intervalos de tiempo más pequeños, el espacio recorrido vendrá re­


presentado por áreas más pequeñas, empezando por A1RS. Las par­
tes de estas áreas que sobresalen por encima de la diagonal AB (los
pequeños triángulos k, /, m, n, o, p, q, t) pueden hacerse tan peque­
ñas como se quiera, hasta que, si los intervalos son suficientemente
pequeños, su magnitud sea despreciable. En el límite, el área que
queda por encima de la línea AB se anula, y sólo hay que tener en
cuenta el área que cae por debajo de esa línea, lo que quiere decir
que la razón del espacio recorrido en una hora y el recorrido en dos
viene dada por:

ADE + (h + 1 + m + n)
ACB + (h + l + m + n + o + p + q + t)

que es, simplemente,

ADE
ACB.

Beeckman pone un ejemplo. Si una piedra cae mil pies en dos


horas, y se representa esa distancia mediante el área del triángulo
36 La magia de los números y el movimiento

ACB, entonces el triángulo ADE representa la distancia recorrida en


una hora. Si AC = 100, AD = 50, y D E = 10, tenemos que

ADE 1/2 AD X D E 50 x 10 1
ACB ” 1/2 AC X CB “ 100 X 20 ~ 4

es decir, en la primera hora sólo recorre un cuarto de la distancia total.


La prueba se basa en el manejo de cantidades espaciales evanes­
centes, y, finalmente, de puntos espaciales indivisibles; Beeckman no
se sentía cómodo con un análisis que, por lo tanto, no era coherente
con su concepción atomista de la materia. Se daba cuenta, sin em­
bargo, de que era posible una explicación alternativa: si los compo­
nentes mínimos del espacio fuesen extensos y no indivisibles, la pro­
gresión resultante sería aritmética, no geométrica. Pero si las cosas
fuesen así, necesitaría, no ya uno, sino dos instantes de la caída libre
temporalmente distintos para determinar el componente espacial mí­
nimo básico. «Esto es lo que yo presuponía», escribe, «pero ya que
la hipótesis de los puntos indivisibles goza de más favor, no diré
más» s. Sin embargo, Beeckman sigue diciendo más, y explica cómo
su propia hipótesis también puede dar cuenta de la razón 1:4, a la
que había llegado a partir de su interpetración del escrito de Descar­
tes.
Beeckman parte de presuponer que la progresión aritmética más
simple con una diferencia constante es la que va sumando uno a cada
uno de sus términos, y compara la suma de la primera mitad de un
número par de términos consecutivos de la serie con la de todos
esos términos. Si toma, por ejemplo, los dos primeros números na­
turales de la serie, tiene esto:

1 _1_
1+2 3 J

y cuando toma los ocho primeros:

1+2 + 3 + 4 10
1+2 + 3 + 4 + 5 + 6 + 7+ 8- 365

5 Ib., píg. 61.


En los primeros días de la física 37

Con dieciséis números la razón es 36:136. En otras palabras,


según se toman más números de la serie, la razón se acerca más y
más a 1:4, hasta que es prácticamente indistinguible de este cociente.
Ahora bien, esto es lo que pasa con los cuerpos que caen, arguye
Beeckman, porque los intervalos dé tiempo en los que la tierra tira
de ellos son a la vez muy pequeños en magnitud y muy abundantes
en número.
Beeckman anticipó la interpelación que de la ley de Galileo de
la caída de los cuerpos harían, más de veinte años más tarde, G¡o-
vanni Battista Baliani y Honoré Fabri. Sin negar los resultados ex­
perimentales de Galileo, Baliani y Fabri objetaban que un análisis
más profundo revelaba que detrás de la regla de los números impares
de Galileo se ocultaba la regla correcta y más simple de los números
naturales, I, 2, 3, ..., que dicta los espacios recorridos en tiempos
sucesivos. La prueba discurre como sigue: tómese una distancia efec­
tivamente recorrida y divídasela en diez secciones cuya progresión
de longitudes sea la de los números naturales. Recórranse las diez
primeras secciones en un tiempo dado, las diez secciones siguientes
en un segundo intervalo de tiempo igual en magnitud al primero, y
así sucesivamente. La distancia recorrida en el primer intervalo es
55, es decir, la suma de los diez primeros espacios; la distancia cu­
bierta en el segundo es 155, que es la suma del undécimo al vigésimo
espacio; y en el tercero, 255. Pero 55:155:255 está cerca de 1:3:5, y
si subdividimos la distancia recorrida en cien partes en vez de en
d iez , ten d rem o s una aproxim ación aún m ejor, a sab er,
5050:15050:25050. Por lo tanto, concluye Baliani, los espacios real­
mente recorridos en intervalos de tiempo muy cortos progresarán
como los números naturales 1, 2, 3, aunque en las mediciones (po­
dríamos decir que macroscópicas) parezca que lo hacen como 1, 3,
5, ...6.*8

* Véase «Free Fall from Albert of Saxony to Honoré Fabri [La caída libre, de
Alberto de Sajonia a Honoré Fabri]», de Stillman Drake, Stud. Hist. Pbil. Science,
8 (1973), págs. 347-366; y, del mismo, «Impetus Theory Rcappraised [Reconsidera­
ción de la teoría del ímpetu]», Journal o f the Hislory o f Ideas, XXXVI (1974), págs.
27-46.
38 La magia de los números y el movimiento

Lo que en realidad dijo Descartes

Si ahora nos fijamos en las notas de trabajo de Descartes, vere­


mos que la cuestión que Descartes creía que le había planteado Beeck-
man no era en absoluto la que realmente le había planteado. Como
sabemos gracias al diario de Beeckman, la pregunta era: «¿Cuán lejos
caerá una piedra en una hora, si sabemos cuán lejos cae en dos?»
Pero la cuestión le sonaba a Descartes como sigue:

Hace unos pocos días conocí a un hombre muy inteligente que me preguntó
lo siguiente: «Una piedra», decía, «cae de A a B en una hora [véase la
figura 3]. La tierra la atrae con fuerza constante, y no pierde nada de la
velocidad que la susodicha atracción le imprime. Lo que se mueve en el
vacío, se mueve para siempre», afirmaba. La pregunta es: «¿Cuánto tardará
en recorrer esa distancia?» 7

Descartes no tenía la menor duda de que había dado con la solu­


ción:

H e resuelto el problema. En el triángulo rectángulo isósceles, el espacio

7 Cogitationes Privatac, A. T., X., pág. 219.


En los primeros días de la física 39

A BC representa el movimiento; la desigualdad del espacio desde A a la base


BC representa la desigualdad del movimiento. Por lo tanto A D se recorre
en el tiempo que representa A D E, y D B en el que representa D EB C . O b­
sérvese que menos espacio representa un movimiento más lento. A ED es
un tercio de D E B C . De ahí que la piedra recorra A D tres veces más des­
pacio de lo que recorre D B *.

Es evidente que Descartes creía que la última frase expresaba la


respuesta a la pregunta de Beeckman. Pero Beeckman preguntaba
cuán lejos una vez transcurrida la mitad del tiempo, no cuán deprisa
por la primera mitad de la distancia total a recorrer. En otras pala­
bras, Beeckman quería saber la distancia recorrida una vez pasada
una hora, no la velocidad a medio camino. Por eso, cuando Descar­
tes le da, en vez de sus notas de trabajo, un breve escrito, lo lee con
la distancia en mente, porque a ella se refería la pregunta que había
hecho; venía con una figura (figura 4). Beeckman le puso título:
«¿Cuánto aumenta cada instante el movimiento de una piedra que
cae a tierra en el vacío? La respuesta de Descartes». El texto así
titulado empieza de esta manera:

* } i ¿

F igura 4

En la cuestión propuesta, se supone que en cada instante se suma una nueva


fuerza al cuerpo pesado que cae. Digo que esa fuerza aumenta como las
40 La magia de los números y el movimiento

líneas de, fg, hi, o cualquier otra de las infinitas líneas transversales que
podemos imaginar entre ellas *.

Dan ganas de resumir lo que hace Descartes diciendo que repre­


senta la distancia en el eje vertical, y la velocidad en el horizontal.
La primera parte de semejante descripción (que la línea vertical ab
representa la velocidad) es correcta, pero no podemos sin más sus­
tituir la palabra vis que usa Descartes por la palabra «velocidad»,
porque vis, es, más bien, «fuerza». Desde Newton sabemos que la
fuerza es proporcional a la aceleración, no a la velocidad, y nos es
muy familiar la ley F = ma. Pero Descartes no llegaba a tanto.
Decía, sí, que la fuerza hipotética que tira del cuerpo es constante,
pero es que el incremento de velocidad era, para él, un incremento
de fuerza interna. En sus notas de trabajo se dice explícitamente que
la velocidad está impresa. Para Descartes podían ser « Celeritas» (ve­
locidad) y «t>w» (fuerza) cosas equivalentes porque no captaba cla­
ramente las consecuencias del principio de conservación del movi­
miento de Beeckman. El concepto de velocidad que manejaba Des­
cartes era, todavía, el que se desprendía de la teoría medieval del
ímpetu, es decir, creía que la velocidad es una fuerza que entra en
el cuerpo y le da el poder de moverse más deprisa. Se puede decir,
pues, que las líneas horizontales de, fg , hi, be representaban para
Descanes el incremento de la velocidad, pero esa velocidad que re­
presentaban poseía una cualidad dinámica intrínseca que poco tiene
que ver con lo que dicen los libros de texto de hoy sobre la veloci­
dad. Lo que la tierra ejerce es una fuerza (vis), y el efecto en los
cuerpos que atrae es también una fuerza (vis), que se manifiesta a sí
misma en forma de una actividad mayor, de un poder intensificado
y, empíricamente, de una velocidad que crece.
Si tenemos todo esto en cuenta, podremos entender el argumento
de Descartes. Represéntese el primer «componente mínimo o punto
de movimiento» que causa el primer tirón de la tierra mediante el
cuadrado adel, el segundo por una magnitud doble a ésa, es decir,
dfgm, el tercero por fhio, y así sucesivamente. Esta representación
gráfica genera un triángulo abe del que sobresalen los triángulos ale,
emg, goi y ipc. Estos se producen por haber supuesto que los com­
ponentes mínimos o puntos del movimiento son extensos, cuando

Ib., Physico-Mathematica, pág. 75.


En los primeros días de la física 41

debería haberse partido de que son «indivisibles y sin partes». Se


consiguen aproximaciones cada vez mejores dividiendo ad por la
mitad (con lo que agrs es entonces el primer componente mínimo
del movimiento), por la mitad de nuevo (aayfi sería el nuevo com­
ponente mínimo), y así hasta que las panes que sobresalen de la línea
sean despreciables. De ahí que sólo el área delimitada por el trián­
gulo abe haya de ser tenida en cuenta, y, en consecuencia, que Des­
cartes sostuviese que el movimiento del cuerpo a medio camino (de
4 a / ) guarda con el movimiento total (de a a b) la misma relación
que el área del triángulo afg guarda con el área del triángulo abe,
que representa las «fuerzas» acumuladas que se manifiestan a sí mis­
mas en forma de velocidad. Puesto que (por mera geometría euclí-
dea) el área fbcg es tres veces el área afg, fb será recorrida tres veces
más deprisa.

Acertadamente equivocado

Llegados a este punto, el lector quizá desee comparar esta de­


ducción con la ley de la caída libre correcta, que Galilco obtendría
algunos años más tarde y nos es familiar escrita en la forma s — 1/2
at2. Si x es la distancia que un cuerpo cubre en su caída en un tiempo
f„ según el análisis de Descartes el tiempo t2 requerido para que
recorra en su caída una distancia 2x es 4/3í „ mientras que según
Gal ileo será V 2 r,. Un ejemplo aclarará las cosas. Si un cuerpo cae
16 pies en un segundo, ¿cuánto tardará en cubrir dos veces esa dis­
tancia, 32 pies? Según Galileo, 1,4142 segundos, según Descartes,
1,3333 segundos. Por lo tanto, ¡los cuerpos caerían más deprisa si
la hipótesis de Descartes fuese verdadera! Pero la diferencia es sólo
del seis por ciento, y habría sido difícil decidirse entre ambas teorías
experimentalmente. En cualquier caso, Descartes no hizo experimen­
to alguno; abordó la pregunta de Beeckman de manera puramente
teórica.
Cuando Beeckman lee la respuesta de Descartes, cree que la línea
vertical ab (el eje y) representa el tiempo. Puesto que la línea hori­
zontal expresa el aumento de velocidad, se llega a la ley correcta,
porque el área (1/2 vt) vale entonces por la distancia recorrida. Da­
dos cuatro intervalos de tiempo sucesivos, las distancias recorridas
aumentan como las áreas ade, dfge,fhig y hbci, es decir, como 1:3:5:7,
42 La magia de los números y el movimiento

la regla de los impares que es equivalente a la formulación de la ley


que dice que la distancia recorrida es proporcional a t1.
Al lector de hoy, la interpretación errónea (¡acertada, pues!) que
Beeckman hace de la respuesta de Descartes le ha de parecer de lo
más chocante, pues la suposición en que se basa Descartes, que el
aumento de velocidad es proporcional al cuadrado de la distancia
recorrida, es incompatible con la ley del cuadrado del tiempo. La
diferencia salta a la vista si se tabulan los valores de los parámetros
que usan los dos amigos:

Beeckman Descartes

t s í v
1 1 1 1
2 4(1 +3) 2 4(1+3)
3 9(1+3+5) 3 9(1+3+5)
4 16(1+3+5+7) 4 16(1+3+5+7)

Para Beeckman, s es proporcional a t1, mientras que para Des­


cartes v es proporcional a s2. Pero si bien lo primero es correcto, en
cambio v es proporcional a V7, ¡no a s¡\ Pero es que la incompati­
bilidad de estas dos proposiciones: (1) la distancia es proporcional
al cuadrado del tiempo, y (2) la velocidad es proporcional al cua­
drado de la distancia, no le era evidente a nadie a principios del siglo
diecisiete. En sus Discursos sobre dos nuevas ciencias, publicados en
1638, Galileo se lamenta de haber creído en otro tiempo que la ley
del cuadrado del tiempo podía ser deducida de la presuposición de
que la velocidad de caída aumenta como la distancia al origen >0.

La incierta inercia

¿Por qué no pudo Descartes hacer suya la fructífera intuición de


Beeckman, que la fuerza de atracción es persistente? Beeckman, como
hemos visto, basaba explícitamente su planteamiento del problema
en el principio que dicta que «en el vacío, lo que se mueve una vez,
se mueve para siempre». Era un importante paso adelante por un10

10 Galileo Galilci, Discursos sobre dos nuevas ciencias. Opere, vol. VIH, pág. 203.
En los primeros días de la física 43

camino que al final conduciría a la primera ley del movimiento de


Ncwton, la que afirma que un cuerpo que se mueve seguirá movién­
dose en línea recta a menos que se ejerza sobre él alguna fuerza.
Pero Beeckman no sabía que el movimiento que se conserva es sólo
el rectilíneo. Para el, el movimiento conservado lo mismo podía ser
circular que rectilíneo.
Beeckman explica con ayuda de la figura 5 el hecho de que una
piedra lanzada con una honda vuele en línea recta una vez sale dis­
parada. En esa figura se representa el giro de una piedra ab sujeta
al extremo de un brazo extendido que rota en un plano perpendi­
cular a la espalda. La parte superior de la piedra recorre su trayec­
toria aa más deprisa que la parte más cercana a la mano la suya, bb;
entonces, razona Beeckman, cuando dicha parte superior sale dispa­
rada de la mano arrastra a la inferior hacia delante, y, por lo tanto,
se destruye el movimiento circular 11. Pero todo esto sólo muestra,
según Beeckman, que es difícil que el movimiento circular se con­
serve; no demuestra que no sea natural. De hecho, afirma, un globo
suspendido del techo por una cuerda y que dé vueltas describiendo
círculos, seguirá haciéndolo una vez cortada la cuerda. En su Jour­
nal, Beeckman detalla este experimento mental, y sostiene que se
vería cómo el globo se mueve en círculos si se le hiciese caer sobre
la superficie lisa del agua en un cubo li.

A Beeckman se le escapa del todo la física de semejante situación.


Sea alrededor de un eje horizontal o vertical, el movimiento circular
hace que, cuanto mayor sea la distancia al centro de rotación, mayor
sea la circunferencia descrita en un mismo tiempo y, por lo tanto,
mayor la velocidad. Tanto si la fuerza motriz se imparte desde el

11 Cogitationes Privalae, A. T., X, pig. 224.


'• fb-, Isaac Beeckman .Journal, págs. 224-225, note b.
44 La magia de los números y el movimiento

centro del círculo descrito (el hombro del brazo que gira) como si
se ejerce desde un punto que esté por encima de ¿1, las partes del
proyectil más alejadas del centro describirán una trayectoria de radio
mayor que las partes más cercanas al centro. La falsedad del argu­
mento de Beeckman salta a la vista si nos fijamos en la figura con
la que él mismo ¡lustra su argumento (figura 6): puede dársele la
vuelta fácilmente de manera que represente, no una esfera que cuelga
del techo, sino una honda abcd que gira impulsada por un brazo
extendido ea, estado de cosas idéntico al descrito en la figura 5.

No nos ha costado descubrir la falacia porque sabemos que el


movimiento circular no es ¡nercial. Para que un cuerpo que se mueve
en círculo no deje de virar con respecto a la línea recta que, de no
sufrir fuerza alguna, seguiría, ha de sufrir continuamente una fuerza
que emane del centro de su movimiento. Sabiendo esto, ¿cómo va­
mos a dejar que alguien nos lleve tras una supuesta prueba de la
naturaleza inercial del movimiento circular? En otras palabras, nues­
tro esquema conceptual, del que es dueña y señora la física newto-
niana, enciende inmediatamente una luz roja en cuanto oímos hablar
de la conservación del movimiento circular como si de la conserva­
ción del rectilíneo se tratase. Pero en el siglo diecisiete la reacción
era exactamente la contraria. De los griegos en adelante, el movi­
miento circular de los cielos era el prototipo del movimiento perpe-
En los primeros dias de la física 45

tuo, del que en la tierra nos dan una idea, nunca perfecta, sólo
aproximada, una bola dura que ruede por una superficie lisa o una
esfera perfecta que rote sin fricción alrededor de un eje.
Según Aristóteles, el movimiento natural y eterno de los cielos
era circular, y el movimiento natural y efímero de los cuerpos te­
rrestres era, bien hacia arriba, como hace el fuego, bien hacia abajo,
como ocurre con la tierra. Beeckman ya no creía en la teoría de los
lugares naturales, así que no rechazaba automáticamente que el mo­
vimiento rectilíneo pudiese conservarse también, pero en su pensa­
miento mandaba la convicción de que las revoluciones de los cuer­
pos celestes eran eternas ,3.
En cualquier caso, el movimiento rectilíneo inercial no pasaba de
ser una mera conjetura, aplicable sólo a cuerpos que cayesen en un
inexistente vacío. Beeckman sabía que los cuerpos que caen en agua
o aire alcanzan una velocidad límite y luego se mueven con esa
velocidad uniformemente. Hasta intentó calcular en qué momento
ocurría eso ,4.
Si el área, DBCE (véase la figura 7), que representa el espacio
recorrido por un cuerpo que cae, tiene tal tamaño que el volumen
de aire equivalente pesa tanto como el cuerpo, el cuerpo deja de
acelerarse. Beeckman pensaba en el movimiento en medio de un
fluido, como el agua, y en que el movimiento hacia abajo de un
cuerpo cesa cuando la masa de un volumen de agua igual al del
cuerpo pesa tanto como éste. La analogía es torpe, porque un cuerpo
que cae por el aire no deja de moverse, y sólo cesa su aceleración,
pero también es interesante, porque muestra la facilidad con la que
Beeckman pasaba de una representación de la distancia mediante un
área o espacio, a una representación de la masa por medio del mismo
espacio. La distancia, visualizada como un área, se concibe como una
superficie con profundidad (es decir, como un volumen), ¡y se pre­
supone que tiene masa o peso!1

11 No era Beeckman el único que tenia por meta de su física la explicación de


los movimientos celestes. El siguiente fragmento de su Journal, escrito once años más
tarde, muestra lo feliz que le hizo saber por un amigo que Paolo Sarpi estaba de
acuerdo con su principio, «/o que una vez fue puesto en movimiento, se moverá para
siempre a menos que algo se lo impida», y que lo había usado para -probar la eter­
nidad del movimiento de los cielos originado por Dios» {ib. pág. 348). El fragmento
está fechado el once de octubre de 1629.
u Ib., págs. 221-222, nota c.
46 La magia d t los números y el movimiento

Otra vez Descartes

Al final del escrito que le envió a Beeckman, Descartes replantea


la cuestión «de manera diferente y más difícil», con la indicación de
que lo que proponía era más propio de una investigación matemática
que de una física ,5. Suponed, dice, que se conserva el movimiento
adquirido en la caída libre, y suponed además que Dios crea en cada
instante una nueva fuerza atractiva. Si un cuerpo empieza a caer
desde el punto a a las nueve en punto, momento en que Dios crea la
primera fuerza atractiva, y alcanza el punto b a las diez, ¿cuánto
tardará en recorrer la mitad de la distancia?
La hipótesis de Descartes, que hay una fuerza que no deja de
aumentar, da lugar a una serie de movimientos o espacios que crecen
como la serie 1, 3, 6, 10, 15, 21, ..., cuyos números son conocidos
con el nombre de números pitagóricos «triangulares».IS

IS Ib., Physico-Mathematica, pigs. 77-78.


En los primeros días de la física 47

Unidades conservadas
Tiempo
Fuerza atractiva d e movimiento en Suma
(en segundos)
tiempo previo

1 i i i
2 1 + 1 = 2 i 3
3 (1 + 1 + 1) = 3 3 6
4 (1 + 1 + 1) + 1 = 4 6 10
5 (1 + 1 + 1 +1 ) + 1 = 5 10 15
6 (1 + 1 + 1 + 1 + 1 )+ 1 = 6 15 21

El patrón de crecimiento genera triángulos cada vez mayores. En


el límite, cuando los intervalos cortos de tiempo se convierten en
•instantes», el movimiento se representa mediante una pirámide trián-
gular cuyas secciones horizontales triangulares dan cuenta de los
mínima motus instantáneos sucesivamente mayores. Descartes com­
para los volúmenes de las mitades superior e inferior de la pirámide,
que son 1/8 y un 7/8 del volumen total respectivamente, y supone
que expresan la razón de los tiempos de caída, de manera que la
distancia ag se recorre en 7/8 de hora, y el resto, gb, en 1/8 de hora,
(véase la figura 8) *6.
Una interesante nota encontrada entre los papeles de trabajo de
Descartes, casi con toda seguridad contemporánea del escrito que
estamos examinando, revela que por la fecha de redacción de éste
Descartes todavía creía que los cuerpos son naturalmente ligeros o
naturalmente pesados, y que un cuerpo más pesado cae más deprisa
que uno ligero. En este contexto tradicional menciona, como pro­
blema a tratar matemáticamente, la determinación de la velocidad de
una antorcha que cae 17.* La tasa de caída depende de la pérdida de
peso de la antorcha, no sólo porque se consuma parte del material,
sino, sobre todo, porque el fuego (del que es propiedad esencial la
ligereza) reduce el peso de los cuerpos en los que se halla. Por lo

“ Ib ., pág. 78, líneas 9-10. Los valores numéricos dados ahí deben invertirse. El
tiempo que se tarda en recorrer ag (la primera mitad de la distancia total) no puede
ser menor que el tiempo que el cuerpo urda en caer a lo largo de gb (la segunda
mitad de la distancia). De ahí que adoptemos la lectura ag= 7 /S de hora y gb~\l% de
hora, lo contrario de lo impreso en la fuente.
17 Ib., Cogitationes Privante, pág. 221.
48 L a magia de los números y el movimiento

C
Figura 8

tanto, ¡una antorcha encendida no caerá tan deprisa como una que
sólo humee, y no digamos que una apagada! '
Pronto se libraría Descartes de cualquier vestigio de la teoría
aristotélica de los lugares naturales; más tiempo le llevaría escapar
del yugo de la teoría del impulso.

El mismo problema, años más tarde

N o parece que Descartes se ocupase de nuevo del problema de


los cuerpos que caen hasta que en 1629 Mersenne le preguntó por
escrito si podía calcular la longitud de un péndulo cuyo período
fuese igual a la mitad del período de un péndulo de longitud cono­
cida. Por su respuesta está claro que aún sostenía su regla, errónea,
de 1618:

Hice una vez el siguiente cálculo: si, midiendo un pie de longitud el hilo,
a la lenteia le lleva un momento ir de G a H , cuando mida dos pies, le
llevará 4/3 de momento, cuando mida ocho, 64/27, cuando mida dieciséis,
256/81, que no es mucho más de tres momentos, y así para los demás hilos l8.

" Carta de Descartes a Mersenne, ocho de octubre de 1629, A. T ., I, págs. 27-28.


Se han cambiado las letras.
En los primeros días de la física 49

No sólo permanecía fiel Descartes a su vieja ley de la caída libre;


lo peor es que la aplicaba, además, de manera equivocada. Medía la
caída de la lenteja mediante la longitud del arco G H (véase la figu­
ra 9), pero, al pedirle Mersenne que se lo aclarase, se rectificaba a sí
mismo, sin reconocer explícitamente el error que había cometido en
primer lugar, y decía que la distancia de caída no era el arco GH,
sino la altura KH *9.

Como muestra el siguiente pasaje, Descartes no se había aún


liberado de la teoría medieval del ímpetu:

Para empezar, admito que, una vez se le ha impreso un movimiento a


un cuerpo, permanece perpetuamente en él a menos que le sea retirado por
alguna otra causa, es decir [aquí el texto deja de estar escrito en francés, y
sigue en latín], una vez haya empezado a moverse en el vacío, se moverá
siempre con la misma velocidad. Supon, por tanto, que un cuerpo sito en19

19 / E , carta de Descanes a Mersenne, trece de noviembre de 1629, pág. 7J.


50 L a magia de los números y el movimiento

A es impelido por su gravedad (a sua gravitóte) hacia C [véase la figura 10].


Sostengo que si perdiese su gravedad en el momento en que empieza a
moverse, no por ello dejaría de caer hasta que llegase a C, pero no lo haría
más deprisa de B a C que de A a B. No es esto, sin embargo, lo que pasa,
ya que tiene una gravedad que le impulsa hacia abajo y a cada momento
añade nuevas fuerzas al descenso. Por lo tanto, el cuerpo recorre el espacio
BC más deprtsa que el AB, ya que retiene todo el ímpetu con el que recorrió
AB y, además, va adquiriendo nuevos ímpetus gracias a la gravedad que le
empuja a cada momento que se sucede w.

Figura 10

Descartes ya no se basa en la noción, que Becckman defendía,


de atracción que causa una fuerza exterior. La gravedad (es decir, el
peso) es una propiedad intrínseca que da a los cuerpos que caen un
nuevo ímpetu hacia abajo a cada instante. Esos «impeti» son la causa
de la aceleración, que se mide sumándolos. Se defiende el principio
de conservación del movimiento, pero lo que se conserva son los
«impeti», o fuerzas impresas. El diagrama de Descartes ¡lustra cómo
aumenta la velocidad. La primera línea vertical «representa la fuerza
de la velocidad impresa en el primer momento, la segunda, la que20

20 Ib., págs. 71*72. Es significativo que Descartes, habiendo comenzado la frase


en francés, cambie súbitamente al latín, la lengua en que usualmente se discutía la
teoría del ímpetu. El latín daba, por asi decirlo, una rutina con la que el pensamiento
sobre el movimiento discurría con demasiada facilidad.
En los primeros días de la física 51

se imprime en ei segundo, la tercera en el tercero, y así sucesiva­


mente». El triángulo ACD, pues, representa el aumento de velocidad
de A a C, y el triángulo más pequeño ABE, su aumento durante la
primera mitad de la caída; el trapezoide BCDE representa el aumen­
to durante la segunda mitad. Como quiera que el trapezoide es tres
veces mayor que el triángulo,

se sigue que el peso recorrerá B C tres veces más deprisa que AB, es decir,
si cae de A a B en tres momentos, caerá de B a C en uno sólo, es decir,
recorrerá en cuatro momentos el doble de la distancia que había recorrido
en tres Jl.

Lo que, de nuevo, no es la ley del cuadrado del tiempo. Según


Descartes, la distancia recorrida en cuatro momentos es el doble de
la recorrida en tres. Por ejemplo, si esta es de nueve unidades, aqué­
lla será de dieciocho. Pero, según la ley del cuadrado del tiempo, la
distancia varía en razón de 32 a 42, es decir, en razón de nueve a
dieciséis, no de nueve a dieciocho.
Veremos en el capítulo XIII que ésta no sería la última vez que
Descartes se enfrentaría al problema de la caída de los cuerpos, pero
ahora regresemos a Breda y al año 1618. Ese año se las vio también
con el problema del peso en hidrostática, que sería el tema de un
segundo escrito.

El escrito sobre la paradoja hidrostática

Tras una encendida conversación con Beeckman, Descartes, entre


el veintitrés de noviembre y el veintiséis de diciembre de 1618, bajo
la impresión de que había sido muy obtuso en dicha discusión, es­
cribe precipitadamente un breve tratado de hidrostática. Descartes
habría más tarde de recomendar la meditación detenida y sin prisas,
y la imagen que de sí mismo le daría a la princesa Isabel era la de
alguien que se pasaba la mayor parte del tiempo observando el vuelo
de los pájaros y admirando las flores silvestres. Sin embargo, escribió
en menos de un día un ensayo sobre hidrostática, rigurosamente
razonado. ¿Por qué? Porque su orgullo estaba herido, y le atormen­
taba el miedo a que su amigo descubriese los errores que había21

21 Ib., pág. 73.


52 La magia de los números y el movimiento

cometido en sus razonamientos antes de que él mismo pudiese re­


tractarse de ellos. «He escrito esto», le confesaba a Beeckman, «no
sólo porque os quería dejar un recuerdo de mí mismo, sino porque
me dolía y enfurecía no haber sido en su momento capaz de explicar,
de entender siquiera, algo tan sencillo» 22. Diez años después, en
cuanto su vanidad está en juego, le escribe largas cartas a Mersenne
bien entrada la noche.
Sabemos, gracias al cuaderno de notas de Descartes, las Cogita-
tiones Privatae, que la discusión de marras se centró en una cuestión
que había llamado la atención de Beeckman cuando leyó a Simón
Stevin. Stevin había sido uno de los primeros en percatarse de que
la presión que ejerce un fluido no depende del área del fondo del
recipiente que lo contiene sino, tan sólo, de la altura de la columna
de líquido 23. Esta conclusión vendría a ser conocida como la para­
doja hidrostática, y el problema que tanto interesó a Beeckman y
Descartes consistía en explicar la causa de que ocurriese algo así.
Una de las dificultades con las que se tropezaba al abordar la cues­
tión era la carencia de un concepto claro de presión, de la que usual­
mente se hablaba como si fuese una forma de «pesar». Al principio
de su ensayo, Descartes intenta aclarar el uso de la palabra, y dis­
tingue el «pesar» del agua sobre el fondo de un recipiente del «peso»
del agua que se determina por medio de balanzas.
Aunque el agua que «pesa» sobre el fondo de una vasija no está
en movimiento, si se quitase el fondo, empezaría inmediatamente a
caer. Por eso cabía imaginar que la presión del agua era un tipo de
movimiento virtual, y tan frágil analogía le hizo pensar a Descartes
que la presión podría explicarse mediante movimientos virtuales, tal
y como a menudo se hacía con los pesos en equilibrio en los extre­
mos de los brazos de una palanca o de una romana. El principio
que regía la explicación de la palanca era la igualdad del producto
mv (masa x velocidad) en un extremo y otro. Como las velocidades
que se toman en cuenta son virtuales, el momento o torque de la
palanca (ms, es decir, el producto de la masa por la distancia al punto

22 Physico-Mathematica, A. T., X, pág. 74. El escrito sobre la paradoja hidrostá­


tica está en las págs. 67-74. Acerca de sus comentarios a Isabel, véanse sus cartas del
veintiocho de junio de 1643 y mayo o junio de 1645 (A. T „ III, pág. 692, y IV, pág.
220) .
23 Cogitationes Privatae, A. T., X, pág. 228.
En los primeros días de la física 53

de aplicación) se transforma fácilmente en el momento (mv) del cuer­


po que se mueve.
Este modelo encierra el riesgo de incurrir en una notable ambi­
güedad, y Descartes cae en ella sin darse cuenta. Como los dos
extremos de la palanca se mueven al mismo tiempo sin aceleración,
carece de importancia que se usen las velocidades virtuales de los
dos pesos o sus desplazamientos virtuales. Pero las velocidades han
de guardar la misma proporción que sus desplazamientos virtuales,
y esa igualdad sólo se da en la palanca y dispositivos por el estilo, en
los que hay una conexión mecánica que hace que el movimiento de
los dos cuerpos sea simultáneo, y dicho movimiento es virtual y no
acelerado. La caída libre no cumple estas condiciones propias del
equilibrio de las palancas, ya que en tal caso los tiempos de que se
trata no son simultáneos y tienen lugar dos movimientos acelerados
distintos. Si fuesen iguales los productos de pesos por distancias
(ms), serían iguales, no los momentos {mv), sino las energías cinéti­
cas (1/2 mv2).
Si tenemos en cuenta que Descartes toma como modelo de su
explicación el equilibrio estático de pesos que están en los extremos
de una palanca, podremos entender por qué define «pesar» {gravi­
tare) como sigue: «La fuerza que produce movimiento en el primer
instante, no la fuerza que empuja hacia abajo a lo largo de todo el
movimiento, que puede ser muy diferente». Es aún más explícito en
su cuaderno de notas, donde encontramos esta frase: «el pesar {gra-
vitatio) no procede del movimiento, sino de la inclinación a descen­
der en el último instante antes del movimiento, cuando no hay cam­
bio de velocidad» 24. El pesar, pues, es movimiento virtual, veloci­
dad en ciernes, y, como tal, anterior a la realización efectiva del
movimiento. Depende de la cantidad de materia, pero también de la
velocidad inicial que se supone que se imparte en el mismo momento
en que empieza el movimiento. «Por ejemplo», dice Descartes, «si
un átomo de agua cayese dos veces más deprisa que otros dos áto­
mos, ‘pesaría* tanto como estos dos juntos» 25.
Este es el fundamento sobre el que Descartes procede a explicar
l.i paradoja hidrostática, para lo que se ayuda de un diagrama (figu­
ra 11).
Cuatro recipientes, A, B, C, y D, tienen la misma altura, son

'* Ib., Physico-Mathematica, pág. 68; ib., Cogitationes Privatae, pág. 228.
•’4 Ib., Physico-Mathemalica, pág. 68.
54 La magia de los números y el movimiento

igual de anchos por la base y pesan lo mismo cuando están vacíos.


El recipiente B se llena hasta el borde de agua, y esa misma cantidad
de agua es vertida en A. Por lo tanto, ambos recipientes seguirán
pesando lo mismo y se mantendrán en equilibrio si se los cuelga de
los extremos de una palanca de brazos ¡guales. Las vasijas C y D se
llenan hasta arriba.
Descartes quiere demostrar que se ejerce la misma presión sobre
los fondos de los recipientes B y D. Merece la pena detenerse en su
argumento, ya que aparecerá de nuevo, ligeramente modificado sólo,
en su Optica, escrita unos veinte años más tarde. De entre una in­
finidad de puntos posibles de los fondos de los dos recipientes, Des­
cartes escoge los puntos g, B, h en B y i, D , l en D, y arguye que
sufrirán «la misma fuerza, ya que sobre ellos presionan líneas de
agua imaginarias de la misma longitud, que van de la parte superior
a la inferior de la vasija».
N o habrá quien, en cuanto mire el diagrama, deje de objetar
inmediatamente a esto que las líneas fg y fh son más largas que las
fB o nD. El tener que negar la literalidad de su representación grá­
fica pone a Descartes en apuros: «N o se debe estimar», escribe, «que
la línea fg es más larga que la fB o cualquier otra» 26. Sea como sea,
la torpeza del diagrama revela la cortedad del enfoque de Descartes.
N o podía pintar líneas que no se interrumpiesen sin oscurecer la
verdad, es decir, que sólo es la componente vertical la que cuenta.
Los recipientes D y B tienen las mismas líneas de presión, pero
Descartes ha de encarar el problema de hacer que sea inteligible que

“ Ib ., pág. 70.
En los primeros días de la física 55

sea así, habida cuenta de que el área de la parte de arriba del con
tenedor B sólo es, más o menos, un tercio del área del fondo.

Alivio silogístico

Descanes le dio a su argumento la forma, que tenía por rigurosa,


de un silogismo:

Hay que demostrar que el punto único f presiona los tres puntos g, B,
h con la misma fuerza con que los tres puntos m , n, o presionan sobre í,
I), l. Lo que se logra por medio del siguiente silogismo:
[ M ayor]. Los cuerpos pesados presionan con la misma fuerza sobre todo
cuerpo a su alrededor cuyo lugar pudiesen ocupar sin trabas si fuese expelido.
¡M enor], El punto único / , si pudiese expeler los tres puntos g , B , h,
ocuparía sin trabas el lugar inferior que ocupan éstos, tal y como los tres
puntos m, n, o ocuparían sin trabas la posición inferior de los tres puntos
/, D, I si los expeliesen.
(C on du sión J Por lo tanto, el punto único / presionaría sobre los tres
puntos g, B, h con la misma fuerza con que los tres puntos discretos m , n,
o presionan los tres puntos i, D , / 17.

Está claro que Descartes sabe desde el principio que la presión


en los fondos de las vasijas B y D ha de ser la misma, y que sólo
trata de construir un argumento convincente que lo demuestre a
partir de sus conocimientos de estática. Con una manera de proceder
que llegaría a ser marca de la casa del cartesianismo, sostiene que la
mayor de su silogismo es «tan clara y evidente que podemos decir
de ella que es un principio científico», donde la palabra 'científico*
ha de tomarse, tal y como era todavía corriente en la primera mitad
del siglo diecisiete, con el significado de «genuinamente cpistcmico»,
es decir, como «fundamento de enunciados verdaderos», y algo con­
trapuesto a «garantía de aseveraciones meramente probables».
No cabe atribuir semejante claridad o evidencia a la menor, pero
Descartes creía haberla demostrado, y tan satisfactoria le parecía la
prueba, que la usaría de nuevo, ya en su madurez, cuando estudió
la transmisión de la luz. Imaginad, dice Descartes, que los puntos
g, B, h de la vasija B y los puntos i, D, / de la vasija D son arrojados

" Ib.
56 La magia de los números y el movimiento

fuera al mismo tiempo por el peso del agua sobre ellos. Cuando pasa
eso, el flujo que sale de B sólo puede ser igual al que abandona D
si el punto f se mueve hacia abajo tres veces más deprisa que los
puntos m, n, o. La razón, según Descartes, ¡es que el agua sita en
los puntos m, n, o sólo tiene que ocupar el espacio liberado por el
agua expelida de i, D, /, mientras que el punto f debe, en un tiempo
igual, llenar los puntos g, B> hl
Haya lo que haya de bueno en esta hipótesis tan atrevida, tiene
en su contra una objeción muy seria, que no se le escapaba a Des­
cartes. Las gotas de agua de tamaño y peso iguales caen a la misma
velocidad. ¿Cómo es posible, entonces, que el agua sita en f «tienda
a moverse» tres veces más deprisa que la que se encuentra en los
puntos m, » , o? Ante semejante problema, lo primero que se le
ocurrió a Descartes durante su conversación con Bccckman era que
el agua de la superficie en / es atraída por el agua que está más abajo.
En el escrito tacha a esta idea de «absurda y extremadamente erró­
nea, proferida impulsivamente sin pensar en lo que decía» 28. Des­
cartes no da muchas explicaciones de cambio tan radical; nos recuer­
da, tan sólo, que es la presión, y no la atracción, lo que nos ocupa.
Es fácil, sin embargo, decir por qué no es buena la hipótesis de la
atracción: ¡el empuje padecido por / sería el mismo que el experi­
mentado por los puntos m, n, o, no tres veces mayor!
Arrumbada la atracción, Descartes distingue entre «tendencia a
moverse» y «el moverse mismo», o, si se nos permite una paráfrasis,
entre velocidad «virtual» y velocidad «real», y encuentra en ese ma­
tiz la respuesta a la objeción hecha. El cambio de velocidad sólo
cuenta en el estudio del movimiento real, dice Descartes, ya que los
cuerpos que tienden a caer tienen una propensión a llegar a su des­
tino «no a tal o cual velocidad, sino tan deprisa como sea posible».
Puesto que el agua sita en / tiene tres puntos por los que fluir (g,
B, h), mientras que el agua de m, n, o sólo tiene uno (i, D, l,
respectivamente), se sigue que / tiene una «tendencia triple» 29.
Parece probable que Descartes sintiese que su explicación era
algo forzada. ¡Pero si hasta niega enfáticamente que las líneas fg ,fB
y mi sean los caminos por los que realmente tendría lugar el des­
censo en el mismo párrafo en que afirma que los ha trazado para
hacer más fácil la demostración! Su excusa es bien poco convincente:

u Ib ., píg. 71.
n Ib., pig. 72.
En los primeros días de la física 57

es que, dice, la explicación de los supuestos en que se basa «reque­


riría un tratado completo» 30. El remitirse a un sistema mayor, algo
que hace también al principio del pequeño tratado, es una treta ha­
bitual en las obras de Descartes. A lo largo de su carrera, al abordar
tal o cual problema particular y no pocas veces, prometerá una ex­
posición exhaustiva de todas las cosas que le van quedando entre
bastidores. Pero se hará de rogar: sólo cumplirá lo que ha prometido
muchas veces a lo largo de los años con la publicación de los Prin­
cipios de Filosofía, ya en 1644. Es como si Descartes hubiese creído,
de esta su primera época en adelante, que, en caso de que fuese
posible resolver un problema concreto (o que así lo pareciese), el
principio general del que dependiere esa solución habría de estar al
alcance de la mano. Para Descartes, Fortuna no sólo da suerte, la
da, además, sabiamente.
Incapaz de ofrecer lo mejor, una explicación convincente, Des­
cartes se conforma con lo menos malo, atacar las consecuencias que,
a su entender, se desprendían de la negación de lo que él sostenía.
Si el agua sita en el punto / no tuviese una tendencia triple a caer,
¡la presión (lo que Descartes llama gravitare o pesar) en el fondo de
la vasija B sería menor que la presión en el fondo de la vasija D!
Podemos ver qué ha pasado. Descartes sabe, y es verdad, que la
presión no depende de la cantidad de agua, sino de la altura de su
columna. Se le escapa la explicación porque la busca donde no está,
en el principio de la palanca, del que cree que da razón del fenómeno
de la presión, pero no por ello se arredra a la hora de afirmar que
en cuanto se rechaza su teoría, hay que aceptar consecuencias, que
se siguen inmediatamente de esc rechazo, que los hechos observados
relativos a la presión en el fondo de los recipientes niegan.
N o terminan ahí las dificultades con las que tropieza Descartes:
ha de explicar por qué las vasijas C y D están en equilibrio en los
extremos de una balanza, habida cuenta de que hay menos agua en
C que en D. La explicación correcta dice que el cuerpo E sufre en
el agua una fuerza que es igual al peso de un volumen de agua
idéntico al volumen de la parte sumergida de E. Descartes no cae
en la cuenta de esto porque anda detrás de una explicación basada
en velocidades virtuales. Como la presión es la misma en los fondos
de C y D, el agua sita en el punto g tiende a moverse hacia los
puntos i y C, y el agua sita en r hacia C y t. Por analogía con el

M Ib.
58 La magia de los números y el movimiento

razonamiento que había ofrecido para la vasija B, Descartes llega a


la conclusión de que el agua de g y r tiene una velocidad virtual l
1/2 relativamente a la velocidad virtual 1 del agua sita en m, n y o.
El fallo de la explicación de Descartes salta a la vista si se com­
paran los pesos totales de las vasijas B y C. Por una parte, las pre­
siones en los fondos de la una y la otra son las mismas, pero los
pesos son claramente diferentes, ya que la vasija B tiene menos agua
que la C. Por otra parte, si Descartes ha de razonar en este caso
como hace cuando compara las vasijas C y D, tendría que decir que
la velocidad virtual en /, en el vaso B, guarda con la velocidad virtual
en g o r, en C, la relación que 3 guarda con 1 1/2 y, por lo tanto,
que las vasijas estarían en equilibrio si se las colocase en los extremos
de una balanza de brazos iguales. Esto le había planteado dificulta­
des en su discusión con Beeckman, pero en los dos días siguientes
encontró una explicación «tan clara», escribe, «que me sonrojo cuando
recuerdo que no se me ocurrió hace un par de días» 3t. La vasija C
pesa claramente más que la vasija B. Da lo mismo que tengan o no
la misma presión en el fondo, ya que la presión que se ejerce sobre
el fondo de un contenedor es puramente interna. Como tal, no con­
tribuye al movimiento hacia abajo del cuerpo. Este estado de cosas,
dice Descartes, es análogo al que se tiene cuando se hace fuerza
contra la pared interna de una cabina de barco. ¡Haz toda la fuerza
que quieras, que no moverás nunca el barco por mucho que empujes
sus paredes!
El escrito sobre hidrostática ha llamado menos la atención que
el dedicado a la caída libre, y la verdad es que dan ganas de decir
que las aclaraciones que en él hace Descartes no son sino meras
manipulaciones: las líneas de presión que dibuja son arbitrarias, y a
él mismo le faltaba tiempo para decir que no debían ser tomadas
literalmente. Pero sí es importante la distinción que también se hace
en ese tratado entre movimiento real y tendencia al movimiento,
porque reaparecerá en sus obras de madurez. Como veremos, Des­
cartes sostendrá en la Optica que la propagación instantánea de la
luz se nos vuelve inteligible si pensamos en ella como en una ten­
dencia o inclinación al movimiento.

Ib., pig. 74.


Capítulo 3
LA VICTORIA MATEMATICA

Hemos visto que un pintoresco problema matemático dio pie,


fortuitamente, a que Descartes y Becckman se conociesen en Breda,
en noviembre de 1618. Gracias al Journal de Beeckman sabemos que
los nuevos amigos siguieron discutiendo de matemáticas, y que Des­
cartes le planteó el problema de hallar un cuadrado igual a la raíz
cuadrada de otro cuadrado (es decir, x1 = y , donde y — lado de un
cuadrado conocido y x = lado del cuadrado desconocido). Es un
problema sencillo, pero Beeckman se complicó demasiado la vida
con él '. Beeckman, a su vez, le encargó a Descartes la tarea, mucho
más ardua, de averiguar si la forma que adopta una cadena suspen­
dida de dos clavos colocados a una misma altura es una sección
cónica. Se trata del famoso problema de la «chainette», que habría
de ocupar a los matemáticos a lo largo del siglo diecisiete. Descartes
apuntó el problema en su cuaderno de notas con este comentario,
lacónico pero expresivo: «ahora no puedo abordar esto con tranqui­
lidad» 2.*•

1 Journal de Beeckman, A. T., X, págs. 54-56. Los lectores que prefieran pospo­
ner el estudio detallado de las técnicas matemáticas de Descartes pueden saltar a las
páginas 105-106, en las que se expone lo esencial.
• Ib., Cogitationes Privaiae, pag. 223.

59
60 La magia de los números y el movimiento

Pero sí abordó algo más importante, y que tendría grandes con­


secuencias: un método para generar medias proporcionales con un
nuevo tipo de compás. El Journal de Beeckman calla acerca de este
descubrimiento. Es probable que Beeckman no pudiese darle a Des­
cartes mucho más que elogios y ánimo. Sin embargo, en ese mo­
mento de la carrera de Descartes, ¡nada podía hacerle más falta que
eso!
N o podemos reconstruir la génesis de la ¡dea de Descartes a
nuestra completa satisfacción, pero su cuaderno de notas, las Cogí-
tationes prívatae, contiene varias descripciones y diagramas de un
compás que servía para producir una serie de medias proporcionales.
Describiré primero la versión final que aparecería unos veinte años
más tarde en la Geometría, y examinaré luego sus orígenes 3.

El compás

El compás XYZ (véase la figura 1) consta de una serie de reglas


con forma de ele o cartabones, de las cuales BC, DE y FG forman
ángulos rectos con XY, y CD, EF y GH hacen lo mismo con YZ.
BC se fija a XY en B, pero las demás reglas pueden deslizar por la
base de la cara interna de la pierna en que se apoyen. Al abrir el
compás BC empuja CD por YZ, y a su vez CD empuja DE por
YX, y así sucesivamente. Si se ponen plumas en B, D, F y H, el
movimiento del compás genera una serie de curvas de complejidad
creciente, empezando por el círculo que traza B alrededor del centro
Y. En la Geometría, Descartes se interesa especialmente en el com­
pás en cuanto que instrumento que genera esas curvas, que procede
luego a definir algebraicamente y a clasificar según el grado de com­
plejidad de sus ecuaciones algebraicas.
Las notas de 1619, por el contrario, no demuestran interés algu­
no en este uso del compás proporcional, como le llamaré a partir de
ahora. Habla en ellas de las curvas, pero no intenta describirlas al­
gebraicamente. Es que algo diferente capta todo su interés, y le emo­
ciona: que ha inventado una máquina capaz de producir medias pro­
porcionales. Que el compás proporcional sirve para eso, es obvio si
caemos en la cuenta de que los triángulos CBY, DYC, EYD, FYE,i

i Geometría, A. T., VI, págs. 391-392 y 443-444.


La victoria matemática 61

GYF y HYG son similares y rectángulos sea la que sea la abertura


del compás. De ahí que tengamos la siguiente serie de proporciones
geométricas continuas:

YB YC YD YE YF YG
YG “ YD “ YE “ YF “ YG “ YH

El descubrimiento era de la mayor importancia, ya que los ma­


temáticos buscaban desde la Antigüedad una manera sencilla de pro­
ducir dos medias proporcionales, y ¡he aquí un instrumento que
generaba no ya dos, sino toda una serie con tan sólo abrirlo!

La búsqueda en la Antigüedad de las medías proporcionales

El problema de las medias proporcionales procedía, según la tra­


dición, del callejón sin salida en que se encontraron los habitantes
de la isla de Délos cuando el oráculo les ordenó que duplicasen el
tamaño de cierto altar, si es que querían librarse de la plaga que
padecían. Como el altar era cúbico, se les pedía en realidad que
hallasen un cubo que tuviese dos veces el tamaño del original, es
decir, la «duplicación del cubo», por llamar este problema con el
nombre con él que adquirió notoriedad junto a otros dos, la cua­
62 L a magia de los números y el movimiento

dratura del círculo (es decir, hallar un cuadrado que tenga la misma
área que un círculo dado) y la trisección del ángulo. Descartes prestó
atención a los tres problemas, sobre todo al primero y al último.
A Hipócrates de Quíos, del que sabemos que trabajaba a prin­
cipios del cuarto siglo antes de Cristo, se le atribuye el descubri­
miento de que la solución se reducía a hallar dos medias proporcio­
nales entre la longitud del lado del cubo original y dos veces esa
longitud.
Sea a = lado del cubo original, a1 = cubo original, 2a> — tamaño
del cubo desconocido, x = primera media proporcional, y = segun­
da media proporcional. Entonces:

a _ x _ y
x y 2a

y, componiendo las razones, tenemos

ay a x y
x* x y 2a
ay _ a

x> = 2a>

No hace falta decir que esto sólo muestra que, dadas dos medias
proporcionales entre a y 2a, podemos duplicar el cubo, pero no nos
enseña qué proporciones son ésas. De ahí la búsqueda de un método
que sirviese para calcularlas y las varias soluciones que se propon­
drían en la antigüedad. Las dos que ingenió Mcnecmo fueron de las
más famosas. Como tuvieron mucho peso en el desarrollo de las
ideas de Descartes, las examinaremos más adelante, en este capítulo.

Enfoques contemporáneos

El problema todavía estaba vivo en los días de Descartes, y no


faltaban los autores que perseguían soluciones más simples y prác­
ticas, normalmente con pobres resultados. Sólo en 1619, se publica­
La victoria matemática 63

ron dos obras que decían dar a conocer grandes mejoras de los
métodos conocidos. La primera apareció en Alemania: el matemáti­
co Molther exponía lo que se había venido intentando al respecto,
y proclamaba con orgullo la superioridad de sus logros; en Francia,
hasta los políticos querían echar una mano: Paul Yvon, alcalde de
La Rochelle, publicó (en latín y en francés) una obra en la que
reclamaba para sí el descubrimiento de la cuadratura del círculo y
la duplicación del cubo 4.
Descartes quizá conociese las soluciones de los antiguos de fuen­
tes, si bien menos llamativas, más autorizadas, tales como la Geo­
metría Practica de Christoph Clavius, en la que se describían los
métodos conocidos, o la edición de Commandino de las Colecciones
matemáticas de Pappus, que lo hacía al principio del libro 5. Des­
cartes estudiaría más tarde esas primeras páginas con detenimiento,
eomo veremos, pero en el invierno de 1618-1619 no le preocupaba
directamente el problema específico de la duplicación del cubo, que
ni siquiera menciona. Creo que la inspiración de Descartes se debe
en realidad a obras de naturaleza muy distinta.
Sabemos que Descartes habió largo y tendido de musicología con
Beeckman a finales de 1618, y que le escribió una sustanciosa mo­
nografía, el Compendium Musicae, de la que con el tiempo se mos­
traría muy orgulloso, y que examinaremos en el siguiente capítulo.
Una cuestión prominente de la que discutieron los dos amigos fue
la consonancia musical, y, más concretamente, de cómo dividir una
cuerda en dos semitonos iguales. Sorprendería que Descartes no hu­
biese buscado la solución en los tratados de los musicólogos con­
temporáneos o aún de moda, y había varios. Sin embargo, en el
Compendio de música sólo se cita a uno de ellos, Gioseffo Zarlino.
¡Y Zarlino habla de la división de tonos iguales en música precisa­
mente cuando estudia las medias proporcionales!*

* Molther, Problema Deliacum de Cubi Daplicatione nunc tándem post infinitos


praestanlissimorum mathematicornm conatns expedite et geometrice solulum (Frank-
furt, 1619); Paul Yvon, Circulam qaadrandi et cabaram duplicandi modas versas a
nemine hactenus mortalium cognitas (La Rochelle, 1619), en francés, Q uadratare da
tercie ensemble le double da cabe (La Rochelle, 1619). Merscnne repasa brevemente
las tentativas de solución del problema en su Verité des Sciences (París, 162$). Facsímil
(Stuttgart-Bad Cannstadt: Fromman Verlag, 1969), págs. 859-861.
* Christopher Clavius, Geométrica Practica (Roma, 1604), págs. 297-304; Pappt
Alcxandrmt Mathematicae Collectiones, Federico Commandino, ed. (Pesara, 1588),
págs. I-7. Habiéndose perdido el primero y segundo libros, la obra empieza por el
tercero.
64 La magia de los números y el movimiento

Como a la octava la caracteriza la razón 1:2 y consta de doce


semitonos, cada intervalo puede hallarse tomando once medias pro­
porcionales entre 1 y 2 o entre 1 y 1/2. Primero hay que encontrar
dos medias proporcionales entre la cuerda y su mitad. Zarlino sabía
que eso no se podía hacer con regla y compás tan sólo, pero sí con
un instrumento inventado por Erastótenes en el tercer siglo antes de
Cristo llamado mesolabium, la misma palabra con la que Descartes
nombraba el instrumento de su invención 6.
El mesolabio de Erastótenes constaba de tres rectángulos o trián­
gulos rectángulos colocados entre unas reglas paralelas que formaban
un marco y estaban dotadas de ranuras de manera que los rectán­
gulos pudiesen deslizar los unos sobre los otros. Zarlino empleaba
rectángulos, pero la prueba que ofrece se basa en los triángulos que
se forman al dibujar las diagonales de los rectángulos. Ilustrativa­
mente, también yo usaré los triángulos 7.
Sean las líneas a y b las líneas entre las que se buscan las medias
proporcionales.
Dispóngase el instrumento de manera tal que las reglas paralelas
AX, EY estén a la distancia AE —a la una de la otra. En la posición
inicial que se muestra en la figura 2, los tres triángulos AMF, M NG
y N Q H son contiguos. En la figura 3, DH — b se marca en QH.
Al triángulo MNG se le hace deslizar hasta que quede detrás del
AMF, y al triángulo N Q H hasta que ocurra lo propio con el MNG,
de manera que N Q H tome la posición N 'Q H y M NG la posición
M 'N G. Dibújese por D una línea que corte MF en B, NG en C y
EY en K.

6 Cogitationes Prk/atae, A. T., X , págs. 238-239. Zarlino describe el mesolabio


en sus dos obras más importantes, las Istituzioni Harmoniche (Venecia, 1558, segunda
edición, 1562, tercera, 1573), en las páginas 113-114, y las Dimostrazioni Harmoniche
(Venecia, 1571), págs. 163-168. Es más que probable que Descartes conociese las
obras de Zarlino, porque escribe en su Campedium M uríate: «Zarlino enumera de­
talladamente todos los tipos de estas cadencias. Tiene también tablas generales en las
que explica qué consonancias pueden seguir a una dada en una canción. Da razones
para todo esto, pero mucho, en mi opinión, puede deducirse más convincentemente
a partir de nuestras premisas» (A. T ., X , págs. 133-134). Hay una interesante nota
de un amigo de Descartes, Frans van Schooten el Viejo (1581/82-1645), en la que se
lee: «Testimonio de Descanes ... Zarlino y Salinas, italianos los dos, escribieron de
música sin los errores de los antiguos, uno en italiano, en latín el otro» {ib., pág. 638).
7 Véase A History o f greek mathematics (Historia de la matemática griega), dos
vols., de Thomas Heath (Oxford: Clarendon, 1921), vol. I, págs. 258-259.
65
La victoria matemática

BF y CG serán las dos medias proporcionales que se querían


entre AE (= a) y DH (= b).
Prueba: Como los triángulos AEK, BFK y CGK son similares
y
EF AK FK
KF ~ KB “ KG ’

EK ^ AE FK Bp
KF ~ BF ' y K G a QrT,

por lo unto,

AE BF
BF CG’

Análogamente,
66 La magia de los números y el movimiento

luego AE, BF, CG , DH guardan una proporción continua, y BF,


CG son las medias proporcionales deseadas. Q. E. D.
El mesolabio de Erastótenes se parece muy poco al compás pro­
porcional de Descartes, pero quizá fuese la chispa que encendió su
imaginación y le condujo a su notable descubrimiento.

La trisección del ángulo

Una vez hallada una forma de duplicar, al menos en principio,


el cubo, Descartes procedió a resolver otro problema que por en­
tonces aún conservaba su fama, la trisección del ángulo.
Entre el veinte y el veintiséis de marzo de 1619 Descartes cono­
ció un estallido de creatividad matemática, y descubrió cómo se po­
día modificar su compás proporcional de manera que sirviese para
trisecar ángulos. El veintiséis de marzo le comunicó a Beeckman por
carta su descubrimiento sin remitirle explicación o diagrama algunos.
Pero el instrumento está descrito en su cuaderno de notas, las Co-
gitationes Privatae.
Como el primer compás que generaba medias proporcionales, el
nuevo instrumento era muy simple. Cuatro reglas, AB, AC, AD y
AE giran alrededor de A (véase la figura 4). Los puntos F, I, K y
L equidistan de A (es decir, AF = AI = AK. = AL), y las varillas
FG, GK, IH y LH, todas ellas iguales a AF, giran alrededor de los
puntos F, I, K y L, y están dispuestas de manera que G pueda
deslizar a lo largo de la regla AC y H a lo largo de la AD ®.
Si se quiere trisecar un ángulo dado a, se abre el compás hasta
que abarque el ángulo BAE = a . Como los triángulos AFG, AKG,
AIH y ALH siempre son iguales, se sigue que los ángulos respecti­
vos, FAC, GAD y DAE, también lo serán sea cual sea el tamaño
del ángulo BAE. Por lo tanto, basta aplicar el compás a un ángulo
dado para trisecarlo.
Podemos también, como dice también Descartes, trazar la curva
descrita por el punto G mientras el compás se abre hasta que AE y
AB coincidan con las aristas de un ángulo dado a (véase la figu­
ra 5) 9. Entonces, si trazamos un círculo de radio FG centrado en
F, cortará la curva en el punto G por el que se dibuja la línea AC,*

* Cogttationes Privatae, A. T., X, pág. 240.


* Ib., pág. 241.
La victoria matemática 67

dividiendo el ángulo en partes que guardan la relación 2:1 y gene­


rando el ángulo FAC = 1/3 del ángulo BAE. Descanes se dio cuenta
inmediatamente de que si se añadían una o más reglas se podría
dividir mecánicamente un ángulo en cuatro o más panes. No sólo
había trisecado el ángulo: ¡había dado con una forma de dividirlo
en tantas panes ¡guales como se quisiera!
Conviene observar que no se deduce la utilidad y generalidad del
compás de la inteligencia matemática de cieña clase de problemas;
se intuye por el obrar del instrumento mismo ,0.

10 En las Brtef U ves ¡Biografías Concisasl de John Aubrey, encontramos una


anécdota sobre Descartes que Aubrey dice haber recibido de Alexandcr Cowper,
irtratista que había conocido a Descartes en Estocolmo. «Era un sabio un eminente
que no había persona instruida que no le visitase, y muchos deseaban que les enseñase
... sus instrumentos (en aquellos días el aprendizaje de las matemáticas consistía en
huena medida en el conocimiento de instrumentos, y, como Sir HJenry] Sfavile] decía,
en saberse los trucos), que sacase una pequeña gaveta de debajo de su mesa y les
enseñase un par de compases con una pierna rota; luego, usaba a modo de regla una
Imja de papel doblada dos veces». «Brtef Lives- Chiefly o f Contemperarles, Set Doten
by John Aubrey, betwcen the years 1669 and 1696 (- Biografías Concisas♦ , principal­
mente de contemporáneos, puestas por escrito por John Aubrey entre los años 1669 y
1696/, cd., Andrew Clark, dos vols. (Oxford: Clarendon, 1898), vol. I, pág. 222.
Apócrifa o no, esta historieta demuestra la importancia que se le daba en el siglo
diriisicte a los instrumentos articulados, y que el ver (o imaginar) cómo se dibujaba
68 "L a magia de los números y el movimiento

Resolución de las ecuaciones cúbicas

Puede que fuese de la mera manipulación de instrumentos me­


cánicos de donde le viniese a Descartes la inspiración que le condujo
al brillante descubrimiento del compás proporcional y del que tri­
seca ángulos, pero no tardaría en percibir consecuencias que iban
mucho más allá de esa inspiración original. Nada más anunciarle a
Beeckman que puede trisecar ángulos, añade que sabe resolver los
tres tipos siguientes de ecuaciones cúbicas:

x* = ± ax ± b 0)
xi = ± ax2 ± b (2)
xi = ± a x 2 ± b x ± c (3)

Los matemáticos del siglo diecisiete excluían aquellos casos que


carecían de raíces positivas, es decir, los casos:

una curva ante los propios ojos llevaba al ánimo la sensación de que se estaba com­
prendiendo la naturaleza de la curva.
La victoria matemática 69

x* = — ax - b (4)
x3 = — ax2 - b (5)
x3 = — ax2 — bx — c (6)

de donde se sigue que de las dieciséis ecuaciones posibles incluidas


en (1), (2) y (3), sólo trece se tenían en cuenta. «N o los he estudiado
aún todos», escribía Descartes a su amigo, «pero creo que será fácil
extender a los demás casos lo que he hallado que vale para algunos».
Como hemos visto ya, al encontrar una forma de generar dos medias
proporcionales continuas Descartes había encontrado también la for­
ma de duplicar el cubo, en otras palabras, de resolver una ecuación
cúbica. Cuando reflexionó sobre esto, se le ocurrió que la solución
de ecuaciones se reducía a descubrir magnitudes proporcionales, que
era, precisamente, lo que su instrumento podía hacer. Parecía que el
compás proporcional abría la puerta a «una ciencia completamente
nueva ... que resuelva con generalidad todo problema para cantida­
des de cualquier género» 11.
Grandes esperanzas animaban a Descartes, pero tanto entusiasmo
le hizo incurrir en usos erróneos de su compás, y no se percató de
ello. Como los errores de los grandes hombres siempre son instruc­
tivos, me detendré en cómo empleaba el compás para resolver la
ecuación cúbica xi — 7x + 14, que pertenece al tipo (1), es decir, x3
= ± ax ± b.
En primer lugar, Descartes simplifica la ecuación dividiéndola
por siete, con lo que adquiere la forma

1/7 xJ = x + 2.

Procede entonces a resolver la ecuación xJ = x + 2, en la creencia


errónea de que ¡le bastaba con multiplicar después el valor obtenido
por siete!

Sea ab — 1, ac — x. Entonces, como

ab _ ac _ ad _ ae _ a f _ ag
ac ad ae a f ag ah ’1

11 Carta a Isaac Beeckman del veintiséis de marzo de 1619, A. T., X, págs. 156-157;
la cursiva es mía.
70 La magia de los números y el movimiento

tenemos que

1 _ x _ x1 _ x> _ x* _ xi
x xJ x3 x4 x5 x6 ’

pero

ce = <*e - <tc = x3 - x,

por lo tanto,

x3 = x + ce.

Si hacemos ce = 2 abriendo o cerrando el compás hag, se tendrá


que x3 = (íic)3 (ya que ac — x), y el valor de ac lo dará directamente
el compás (véase la figura 6) u .
Es como si Descartes se hubiese dado cuenta de que la ecuación
x3 — x + 2 podía resolverse con su compás y tomado entonces esa
ecuación como pauta para la resolución general de ecuaciones de la
forma x3 = ax + b. Como x3 = 7x + 14 puede reducirse a 1/7 x3
= x + 2, siguió adelante sin pensárselo dos veces, desechó el coefi­
ciente de x3 y supuso que podía ser repuesto con una simple multi­
plicación una vez resuelta ¡a ecuación x3 * x + 2. En las Cogitatio-
nes Privatae comete el mismo error, en su ansia por mostrar la
eficacia de su nueva ocurrencia, otras dos veces ,J.

11 Ib ., Cogitationes Privatae, págs. 234-235.


,J Ib ., págs. 236-237
La victoria matemática 71

Tampoco percibió Descartes que su compás no servía de nada si


la ecuación a resolver tenía un término negativo en el miembro de­
recho. Si nos fijamos en la figura 6, veremos que x} se construye a
partir de ac + ce y que ac y ce deben ser positivos.
Estos errores no nos deben cegar y privarnos de valorar como
se merece la magnitud del descubrimiento de un método práctico
para la resolución de ecuaciones cúbicas que hizo Descartes. Sus
instrumentos, si se los usaba correctamente, trazaban las curvas que
incorporan las razones geométricas simples contenidas en las ecua­
ciones, y traducían así las ecuaciones cúbicas a relaciones espaciales
concretas. Quedaba abierta de esa manera la puerta de la geometri-
zación del álgebra.

Una ciencia del todo nueva

Maduraba Descartes un gran proyecto. Su propósito, claramente,


era ofrecer algo que sustituyese al sistema de ideas de la tradición
hermético-cabalística, que representaban autores como Ramón Llull.
En carta dirigida a Beeckman, tras manifestar su esperanza en el
éxito de su procedimiento de resolución de ecuaciones cúbicas, te
revela a su amigo la empresa que se ha impuesto, «increíblemente
ambiciosa»:

Y si te soy sincero y te digo lo que tengo en mente, no quiero proponer


un Ars Brevis como Lulio, sino una ciencia del todo nueva, que resuelva
con generalidad cualquier problema que se pueda formular para cantidades
de cualquier género, continuas lo mismo que discretas. Pero cada una, según
su naturaleza. Pues lo mismo que hay, como ocurre en aritmética, algunos
problemas que pueden resolverse con números racionales, algunos, en cam­
bio, que sólo hallan solución mediante irracionales, y otros que no se pue­
den resolver y sólo cabe suponer su solución, así espero yo demostrar que,
cuando las cantidades son continuas, hay problemas que se pueden resolver
con líneas rectas o circulares, y otros, sin embargo, que sólo se resuelven
mediante líneas curvas producidas por un movimiento único, curvas que
pueden trazar los nuevos compases que no son, en mi opinión, menos fia­
bles y geométricos que los ordinarios que usamos para dibujar círculos.
Finalmente, otros problemas sólo pueden resolverse con líneas curvas gene­
radas por movimientos diferentes no subordinados los unos a los otros y
que, con seguridad, son sólo imaginarios: la cuadratriz, tan conocida, es una
curva de ésas. No creo que pueda imaginarse algo que no pueda resolverse
72 L a magia de los números y el movimiento

aunque sea sólo con estas líneas, pero espero demostrar qué problemas pue­
den resolverse y de qué manera, con lo que apenas quedará algo por descu­
brir en geometría. Hará falta un trabajo prácticamente infinito, que no podrá
acometer una persona sola. Es una tarea increíblemente ambiciosa, pero
con la luz que he visto brillar por entre las tinieblas y confusión de esta
ciencia, creo que la oscuridad, aun siendo tan espesa como es, acabará disipán­
dose M.

Hago una cita tan larga de este manifiesto, porque Descartes no


dejaría de tenerlo presente, hasta el punto de que lo empleará a
manera de declaración programática, que habría de hacerse célebre,
al principio del Libro II de la Geometría. Obsérvese que Descartes
no propone, al contrario de lo que se ha supuesto a menudo, «al-
gebraizar» la geometría, sino, más bien, que se resuelvan los proble­
mas por analogía con el procedimiento seguido en aritmética. En
esta etapa de su evolución, no piensa tanto en una analogía entre
geometría y álgebra, como en una analogía entre geometría («canti­
dad continua») y aritmética («cantidad discreta»). Descartes compara
explícitamente tres tipos de problemas aritméticos, que caracteriza
como: (a) solubles con números racionales, (b) solubles con irracio­
nales, y (c) de solución que se puede suponer pero insolubles, con
tres tipos de problemas geométricos: (a) solubles con líneas rectas y
círculos, (b) solubles con líneas curvas producidas por un movimien­
to continuo único, y (c) solubles sólo con curvas producidas por dos
o más movimientos insubordinados. Parece que Descartes cree que
los tres tipos de problemas citados en cada caso cubren todos los
problemas que pueden formularse en aritmética o geometría. Podre­
mos ver el porqué de esto si examinamos brevemente el trasfondo
matemático que Descartes daba por cierto de antemano y con res­
pecto al cual debe calibrarse su obra IS.*14

14 Ib., carta a Isaac Beeckman del veintiséis de marzo de 1619, págs. 156-158; la
cursiva es mía.
14 Véase la excelente discusión de A. G. Molland: «Shifting thc Foundations:
Descartes' Transformation oí Ancient Geometry [Cambio de fundamentos: la trans­
formación de la geometría antigua por Descartes]», en Historia Mathematica J (1976),
págs. 21-49.
La victoria matemática 73

En favor de la construcción geométrica

En las obras matemáticas clásicas de Eudides, Arquímedes y Apo-


lonio, que proporcionaban el marco conceptual de la investigación
matemática que aún estaba vigente a principios del siglo diecisiete,
hay dos tipos de proposiciones matemáticas, a saber, los teoremas y
los problemas. Los teoremas han de probarse, los problemas, de
construirse, y de su construcción hay que mostrar que posee las
propiedades requeridas. Eudides sólo usa en sus Elementos la cons­
trucción por medio de círculos y líneas rectas, y su manera de hacer
por medio de «regla y compás» solía ser tomada como norma. Que
se les diese a rectas y círculos ese papel privilegiado, puede que se
debiese simplemente a que era más fácil trazarlos que otras curvas
tales como la parábola o la hipérbola. Prodo, en su Comentario al
Primer Libro de los Elementos de Eudides, arguye que rectas y
círculos son fundamentales porque todas las demás curvas, la espiral,
por ejemplo, son de hecho una combinación o mezcla de movimien­
tos rectos y circulares. Pappus, en sus Colecciones Matemáticas, fijó
la siguiente división tripartita de los problemas geométricos: (a) pía­
nos, si podían construirse con rectas y círculos; (b) sólidos, si se
requerían secciones cónicas; y (c) lineales (o «como si fuesen líneas»),
si se necesitan curvas más complicadas.
Debe tenerse muy presente que Descartes concibe siempre la
solución de los problemas geométricos como una construcción de
figuras, y no, al contrario de lo que podríamos suponer, como una
solución algebraica satisfactoria. Ni siquiera en la Geometría, que
publicaría dieciocho años más tarde, usaría sistemáticamente ecua­
ciones para representar curvas. En varias ocasiones trata las curvas
sin dar sus ecuaciones, en otras da las ecuaciones como de paso en
medio del argumento. Para Descartes, la ecuación de una curva era
una herramienta, no una forma de definición o de representación.
P ero no ad elan tem os acon tecim ien tos. E n la c arta del veintiséis
de m arzo d e 1619 q ue nos o cu p a, D escartes n o habla aún d e las
ecuaciones in strum en tales. El c o m p á s p ro p o rcio n al q u e acaba de d e s­
cu b rir d om in a su pensam ien to, ese co m p ás del q u e dice q u e n o es
«m en o s fiable y geo m étrico » q u e el o rd in ario q u e se u sa p ara d ib u jar
circu ios. N o hace falta ap licar físicam en te el nuevo in stru m en to;
basta ser c ap az d e visu alizarlo y hacer u so d e él a m o d o de un
d isp o sitiv o d e cálculo. En o tras p alab ras, lo único q u e hace falta es
plum a y p ap el, p o rq u e la n aturaleza de una curva se revela al tra­
74 La magia de los números y el movimiento

zarla, punto de vista que se repite en frases tales de la Geometría


como «maneras de trazar y concebir líneas curvas» o «conocer y
trazar la línea» l6.
El compás no dejó nunca de ser para Descartes un instrumento
privilegiado de la inteligibilidad, ni siquiera cuando más tarde se
convenció de que la clasificación de las curvas era menos simple de
lo que había creído. En el Libro II de la Geometría apela a su
famoso criterio de claridad y nitidez para refrendar su proceder.
Refiriéndose a las líneas AD, AF, AH trazados por el compás (véase
la figura 1), escribe:

N o veo razón alguna por la que la descripción de esta curva [A D ] no pueda


concebirse tan clara y nítidam ente como la del círculo, o al menos como la
de las secciones cónicas; o por la que la segunda [AF], la tercera [A H ] o
cualquier otra curva no puedan concebirse tan bien como la primera ,7.

O afirma de nuevo, a principios del Libro III, donde el compás


aparece otra vez como medio para la obtención de varias medias
proporcionales, que

N o creo que haya manera más sencilla de encontrar un número cualquiera


de medias proporcionales o cuya demostración sea más evidente (plus ¿v i­
dente) que aquella que emplea las curvas descritas por el instrumento X Y Z ls.

Si nos fijamos en el segundo tipo de problemas geométricos que


Descartes menciona en su carta del veintiséis de marzo de 1619,
veremos que los caracteriza como aquellos que pueden resolverse
«mediante líneas curvas producidas por un movimiento único» o,
como añade unas pocas líneas después, «con movimientos subordi­
nados los unos a los otros». Si miramos la figura 1 de más arriba,
veremos que un movimiento continuo en el sentido contrario al de
las agujas del reloj de la regla XY producirá una serie de movimien­
tos asociados de las reglas D C, ED, FE, GF y HG.*

16 Geometría, A. T., VI, pig. 380, líneas 11-12.


,T Ib., pág. 302; se añade la cursiva.
** Ib., págs. 442-443.
La victoria matemática 75

Movimientos independientes

La tercera clase de problemas consta de aquellos que sólo se


pueden resolver, lo que es tanto como decir que sólo se pueden
construir geométricamente, mediante dos movimientos independien­
tes. Descartes da el ejemplo de la cuadratriz, curva que describe
Pappus como sigue: sea ABCD un cuadrado y BED un cuadrante
de un círculo cuyo centro es A (véase la figura 7). Muévase BC
uniformemente de BC a AD sin dejar de ser paralelo a BC. Al
mismo tiempo, gire el radio AE uniformemente de AB a AD. AE y
BC llegarán a AD al mismo tiempo, pues, y se superpondrán. En
cualquier instante anterior durante el movimiento, la línea y el radio
móviles marcarán con su corte un punto determinado, F o L, por
ejemplo. El lugar de todos esos puntos es la cuadratriz.

B__________ a ________ C

____
i-j

5 A
A H M fl 0
F ig u r a 7

Trazan la cuadratriz los sucesivos cortes del radio que rota uni­
formemente con una línea horizontal que desciende también unifor­
memente de manera que su movimiento se complete justo cuando
el radio termina de recorrer en su rotación un cuadrante de un cír­
culo. Pero el movimiento, es decir, la velocidad, de la línea BC no
puede ajustarse a la velocidad del radio para que ocurra lo antedicho
a no ser que sepamos la razón del radio del círculo a un cuarto de
la longitud de la circunferencia. Como la relación de la circunferen­
cia al radio es 2jtr, y n no puede expresarse por medio de un número
entero o de una fracción entera de un número, la razón exacta de la
velocidad de BC o AE no se puede determinar (esto es, ;t no puede
representarse de manera corta y precisa, como, digamos, un decimal
recurrente. Nos tenemos que conformar con dar aproximaciones cada
76 La magia de los números y el movimiento

vez mejores, por ejemplo, 3,1416 en vez de 3 1/7, si es que la apro­


ximación 3 1/7 es demasiado basta para lo que queremos hacer).
Se discutía acaloradamente de esto en los días de Descartes. Cla-
vius, en su Comentario sobre Euclides, defiende la admisibilidad de
la siguiente construcción por puntos: biséquese con un compás co­
rriente el arco AC en 2, 4, 8 y 16 partes (véase la figura 8), y divídase
con una regla el radio OA en igual número de partes.
Dibújense entonces radios a puntos de división del arco AC tales
como OB, OE y OF, y las horizontales que corten OA por las
divisiones homologas, K, L, M. Los puntos de corte de unos y otras,
N, Q, P, están en la cuadratriz. De esta manera pueden construirse
geométricamente puntos de la cuadratriz indefinidamente cercanos
los unos de los otros: si bisecamos el ángulo POD, después su mitad
de lado O C y así sucesivamente, nos acercaremos a D todo lo que
queramos. Pero este proceso equivale a dar aproximaciones sucesivas
de ti. No ofrece resultados más precisos o exactos, y no debió de
impresionar mucho a Descartes l9.

Figura 8

En 1619, su compás proporcional no sólo le servía para trazar


curvas; era, además, el criterio que establecía si eran geométricamen­
te aceptables. En 1637, en la Geometría, todavía criticará la distin­
ción que hacían los antiguos, equivocadamente a su entender, entre
líneas geométricas, por una parte, y mecánicas, por la otra, como si
la naturaleza de éstas fuese distinta por el simple hecho de que las

19 Christopher Clavius, Commentarium ¡n Eudidis Elementa (Roma, 1589), apén­


dice al Libro VI, citado en D escarta Selbstkritik (Hamburgo: Meiner, 1972), pág.
170, n. 5.
La victoria matemática TI

trazasen instrumentos. Señala que la regla y el compás que se usan


para trazar rectas y círculos son también instrumentos, y no más
fiables que su compás proporcional. Geométrico es, dice Descanes,
lo que es «preciso y exacto». De ahí se sigue que

no se deben excluir las líneas más intrincadas antes que las más simples, con
tal de que uno pueda imaginar un movimiento continuo que las describa, o
varios que se sigan los unos de los otros de manera que el último esté
completamente determinado por los precedentes.

Esta aseveración no es diferente de la que Descanes hacía en su


carta del veintiséis de marzo de 1619, y concluye de nuevo con la
exclusión de la cuadratriz y la espiral «porque se las imagina descri­
tas por dos movimientos independientes que no guardan razón al­
guna entre ellos que se pueda medir exactamente» 20. La concoide,
en cambio, es geométrica, lo que, habida cuenta de que Descanes
rechaza la construcción por puntos de la cuadratriz que defendía
Clavius, llama bastante la atención. Volveremos a esto más tarde.
El entusiamo que sentía en 1619, no le abandonaría nunca del
todo. Hasta puede que la serie de movimientos ¡nterdependientes de
su compás, todos ellos regulados y determinados por el primero, «le
inspirase la idea de que todas las cosas que el entendimiento humano
pueda abarcar han de seguirse las unas de las otras de la misma
manera» 21.

Nota sobre notación

Tomaba Descartes su notación de 1619 de Clavius. Los signos


básicos son & en vez de nuestro = , t? = raíz ó x, y z = cuadrado
o x1. Donde nosotros pondríamos x* = ax + b, Clavius escribía en
su Algebra z & 0 + N, y Descartes en su carta del veintiséis de
marzo de 1619, 1 z & O ñ + O N , donde ese añadir un coeficiente
antes de 0 y N vale poco, puesto que denota un número variable.
Está claro, a la vista de esta notación, que Descartes no conocía
todavía los escritos de Vieta y Ramus, o los de sus discípulos. Por
la época en que escribió las Reglas para la dirección del espíritu, allá

" Geometría, A. T „ VI, págs. 389-390.


il Ib., Discurso del Método, Segunda Parte, A. T ., VI, pág. 19.
78 La magia de los números y el movimiento

por 1628, había mejorado considerablemente sus notación. En vez


de &, con el mismo sentido que nuestro = , usaba « , como haría
también en la Geometría.
Se trataba de traducir los problemas geométricos al lenguaje al­
gebraico para construir la solución. El método definitivo no se ha­
llaría antes de la Geometría, donde la verdadera manera de proceder
de Descartes puede resumirse de manera que resultaría familiar a
cualquier estudiante de bachillerato de nuestros días. Los segmentos
de líneas conocidos y desconocidos se identifican con letras, las pri­
meras del alfabeto, a, b, c, ..., los conocidos, las últimas, x, y, z, los
desconocidos, o incógnitas. Los datos y sus relaciones se expresan
mediante ecuaciones, y ha de haber tantas ecuaciones como incóg­
nitas. Se eliminan entonces las incógnitas sucesivamente hasta que
sólo quede una ecuación con una incógnita. El problema consiste,
llegado ese punto, en hallar esa incógnita que queda, y de su valor
obtener el de las otras incógnitas.
Este procedimiento no le era del todo claro a Descartes en 1619,
pero incluso aunque lo hubiese sido, la ecuación no siempre habría
sido bastante para cubrir sus objetivos geométricos. Por ejemplo, si
aplicamos este método al problema de hallar dos medias proporcio­
nales, x c y , entre dos longitudes dadas, a y b, llegaremos fácilmente
a la ecuación xi = a2b, que se puede resolver algebraicamente, y la
solución es x = i^/a2b. Pero esta solución no es suficiente en un
problema geométrico, ya que no nos dice cómo construir geométri­
camente la longitud x = i V a2b. Descartes sólo sabía hacerlo por
medio de su compás.

La representación de curvas

Pero ¿cómo llegó a ocurrírsele a Descartes representar curvas


mediante ecuaciones? N o tenemos una relación de su propia mano
de la evolución de sus ideas en lo tocante a esto, pero el que se diese
cuenta de que expresiones como «cuadrado», referida a x2, o «cubo»,
referida a x \ no representaban necesariamente una figura dada fue,
seguramente, un paso crucial. Nos dice en sus Reglas para la direc­
ción del espíritu que «los nombres me engañaron durante mucho
tiempo» 2Z. Tan crucial como lo anterior fue el que se percatase de

12 Reglas para la dirección del espíritu. Regla 16, A. T., X, pág. 456.
La victoria matemática 79

que había una estrecha relación entre las cantidades continuas y las
discretas, o, tal y como decía él, entre las operaciones con segmentos
de líneas y las operaciones con números. En concreto, una vez es­
cogida arbitrariamente la unidad. Descartes supo interpretar la mul­
tiplicación de dos líneas rectas de manera que el producto fuese una
tercera recta y no un rectángulo. Era éste uno de los rasgos de esa
«álgebra general» que tan ansioso estaba de mostrar a Beeckman
cuando se encontraron de nuevo en el otoño de 1628. Este paso fue
fundamental en la simplificación de la representación algebraica de
curvas.
Los antiguos definían las curvas, en particular las secciones có­
nicas, por sus propiedades específicas, pero no les daban a éstas la
forma de ecuaciones algebraicas. El caso más simple es el de la pa­
rábola. Sea PM un diámetro, con P en la parábola, y tómese PL (el
llamado latus rectum) tal que PL : PA = (BC)2 : BA X AC (véase
la figura 9). Mediante triángulos similares podemos mostrar que para
cualquier ordenada QV del diámetro PM, se tiene que:

(QV)2 = PL X PV

T o d a curva q ue cum pla esta p rop ied ad es una p arábola. Si d ib u jam os


la p aráb ola en un p lan o , vem os inm ediatam ente cuán fácilm ente se
pasa de la geom etría co o rd en ad a a la d e las ob ras d e la antigüedad
(véase la figura 10).
80 La magia de los números y el movimiento

Sea PL = a (la cantidad conocida del latus rectum)

PV = y

QV = x.

Como (QV)2 - PL X PV,

se tendrá que x* — ay>

que es la ecuación de la parábola en lo que ahora llamamos coorde­


nadas cartesianas.
Podemos entonces hallar el valor de x que se requiere para re­
solver, es decir, construir, la parábola por medio del compás de
Descanes.

Como

AB AC
AC AD’

si hacemos AB = a (el latus rectum)


AC = y
AD = x
La victoria matemática 81

tendremos,

— = -2-
y *■

y2 — ax.

El interés que sentía Descartes por las medias proporcionales le


hizo, seguramente, caer en la cuenta de que podían ser expresadas
en forma de ecuaciones. Si, digamos, x e y son dos medias propor­
cionales entre las líneas rectas a y b, es decir,

si

a _ x _ y
T~~J~~b'

entonces

x2 = ay; y*1 = bx y xy — ab.

El lector moderno, acostumbrado a las «coordenadas cartesia­


nas», reconocerá inmediatamente que las dos primeras (x* = ay e y2
—bx) son ecuaciones de parábolas, y xy = ab lo es de una hipérbola,
más específicamente, de una hipérbola rectangular. Las cosas estaban
menos claras para los antiguos, con su terminología farragosa y su
marco de referencia poco transparente. Menecmo, con todo, pudo
obtener dos soluciones del problema de las medias proporcionales:
la primera, por el corte de una parábola (x2 = ay) con la hipérbola
(xy ■ ab), la segunda, por el corte de dos parábolas.
La segunda solución, que expongo a continuación, puede que le
sirviese a Descartes de inspiración 23.

23 Véase A History o f Greek M athematia [H istoria de la matemática griega], vol.


I, págs. 254-255. El interés que Descartes sentía por el problema de las medias pro­
porcionales seguramente haría que estudiase los métodos que se habían ido propo­
niendo hasta sus días. Pappus no habla de las dos elegantes soluciones del matemático
griego Menecmo, pero si las expone Eutocio, matemático bizantino cuyo comentario
de los cuatro primeros libros de las Cónicas de Apolonio publicó Federico Comman-
dino en Bolonia en 1566.
82 U magia de los números y el movimiento

Sean AO y OB las dos líneas dadas entre las que hay que hallar
dos medias proporcionales (y, x), donde AO > OB. Sea AO = b
y OB = a (véase la figura 11).
Coloqúese AO perpendicularmente a OB. Sea O N = x y OM
* y-
Supóngase que el problema está resuelto y halladas las medias
proporcionales OM y O N , tomadas a lo largo de OB y AO.
Complétese el rectángulo OMPN.
Como

AO _ OM _ O N
OM O N OB’

F ig u r a n

tendremos que

OB X OM = (O N)2 = (PM)2 (o x2 * ay),

luego P pertenece a una parábola cuyo vértice es O, OM su eje y


OB su latus rectum.
De la misma manera puede mostrarse que

AO x O N - (OM)2 = (PN)2 (o y1 = bx),

luego P pertenece a una parábola cuyo vértice es O , OM su eje y


AO su latus rectum.
La victoria matemática 83

La solución, pues, consiste en construir dos parábolas de las ca­


racterísticas dichas. El punto de corte, P, da la solución, pues ten­
dremos entonces el valor x = PM e y = PN para la serie

AO PN PM
PN PM OB

Un método nuevo

En fecha que no se puede determinar con certeza, quizá no más


tarde de 1620, Descartes hizo otro avance memorable: cayó en la
cuenta de que se podían hallar dos medias proporcionales no ya con
su compás, sino también por medio de una parábola y un círculo,
es decir, sin otra cosa que no fuesen secciones cónicas. Hablaría de
este descubrimiento a sus amigos de París durante su estancia allí
entre 1625 y 1628, pero guardándose para sí la demostración. Pasa­
rían diez años antes de que hubiese por vez primera constancia por
escrito de su hallazgo, en dos libros, de contenidos en parte coinci­
dentes, publicados por Marin Mersenne en 1636, la Harmonicarum
Instrumentorum Libri IV, en latín, y la Harmonie UnherseUe, en
francés.
Ambas obras están dedicadas a la teoría musical; se dice en ellas
que el método de Descartes es de utilidad, en ese campo, para la
división de la escala en tonos y semitonos. Esto confirma nuestra
hipótesis, que en un principio abordó Descartes las medias propor­
cionales por la relación que tenían con la consonancia musical. La
versión en latín añade que el método era de provecho para los fun­
didores de campanas; la francesa, para los constructores de órganos.
Que Descartes calle sobre su demostración, dice Mersenne, no
es sino una prueba de su exagerada modestia:

Quiero dar aquí un procedimiento geométrico de hallar medias proporcio­


nales que se basa en sólo una parábola. Fue descubierto por uno de los
mejores espíritus que aún alientan, un hombre cuya modestia es tan grande
que no desea que se haga público su nombre u .

14 Marín Mersenne, Harmonie Universeile, 3 vols. (París, 1636). Facsímil (París:


C.N.R.S., 197$). vol. III, libro VI, pág. 407, citado A.T., X, pigs. 652-653.
84 La magia de los números y el movimiento

Seguramente, es al propio Descartes a quien se debe la formula- -


ción del método que aparece, en latín, en el Harmonicorum Instru-
mentorum Libn IV. Esta exposición tiene la peculiaridad de no ser
tan clara como Descartes podría haber hecho fácilmente que fuera,
y dice (véase la figura 12):

Descríbase la parte D A de una parábola cuyo vértice A dista del foco O


un cuarto de las líneas dadas, la línea m , por ejemplo. Tómese, en el eje de
la parábola, BA = 1/2 m , y a partir de B dibuja B C = 1/2 « , perpendicular
al eje. Entonces, con centro en C , dibújese un círculo de radio C A que
corte la parábola en D , y dibújese DI perpendicular al eje. DI será la mayor
de las medias proporcionales, IA la menor. Se espera la demostración, acom­
pañada de muchas otras cosas, por pane del inventor 2S.

Descartes temía que a sus conocidos parisienses, Mersenne, Ro-


berval y Mydorge entre otros, les pareciese demasiado simple el
procedimiento, y vela que n no es sino el latus rectum al decir que
AO es igual a 1/4 m en vez de a 1/2 », aunque es tanto esto como
aquello (1/4 m — 1/4 n). Pero no se les escapó a Roberval y Mydor­
ge que las cosas eran así, e indicaron que la construcción se entendía
mucho mejor si se identificaba claramente el latus rectum AB como
n y AB se igualaba a 1/2 n y BC a 1/2 m, pues entonces O C ' está

u Marín Mersenne, Harmonicorum Instrumenlorum Libn ¡V (París, 1636), líber


tertius, Prop. II, págs. 146(47, citado en la Corrtspondanct de Marín Mersenne, eds.,
C. de Waard, A. Bcaulieu, et alii, diecisite volúmenes (París: C. N. R. S., 1933-1988),
vol. 1, págs. 236-257.
ü victoria matemática 85

en la parábola. He aquí la construcción de Roberval, que Mersenne,


con razón, recomienda por ser «la más sencilla de las descubiertas
hasta ahora» 2é:

Sean m, n las dos longitudes dadas entre las que hay que hallar dos inedias
proporcionales (véase la figura 13).

Dibújense A E = m y EH = n, perpendicular a AE.

Divídase A E por la mitad en B, y levántese B C = 1/2 EH perpendicular


a AB.

Con centro en C , trácese un círculo de radio A C que pasará por H y


E ya que A C ■ C H = CE.

Con AE de eje y A de vértice, dibújese la parábola A G D con A E de


latas rectum, que cortará el círculo en G y D.

Dibújese D I, perpendicular a la prolongación de AE.

D I y AI serán las dos medias proporcionales.

La prueba se reduce a mostrar que

AE _ _DI_ _A I_
DI “ Al * EH

u Marín Mersenne, Harmóme UniverselU, A. T., X, pág. 653. Sigue la prueba


de Roberval, pigs. 655*657.
86 La magia de los números y el movimiento

Se puede hacer mediante geometría euclídea elemental: Roberval


recurrió a la proposición VII del segundo libro de Euclides, y Mydor-
ge se basó en el uso de triángulos similares, método éste que era el
preferido por Descartes, y del que le diría más tarde a la princesa
Isabel que era parte del mismo fundamento de su forma geométrica
de proceder17.

Parece que las medias proporcionales interesaban de nuevo en


París allá por 1632, pues vemos que Mersenne le remite a Descartes,
por entonces en Holanda, una demostración que, con toda proba­
bilidad, era la de Roberval. Descartes aparenta indiferencia, y le re­
cuerda a Mersenne que a él nunca le había parecido difícil la demos­
tración, y que a Mydorge le había bastado ver la construcción para
entenderla. Habría sido mejor, añadía, haberles mostrado el método
de la trisección de ángulos «que te di al mismo tiempo que el otro,
si no me falla la memoria. Es algo menos fácil, y M. Mydorge me
reconoció que había sido incapaz de hallar la prueba» 28. Descartes
debe de referirse a la figura que aparece en el Libro III de la Geo­
metría (véase la figura 14), en la que encontramos la demostración
de la trisección del ángulo, de la que ahora se dice que «es fácil de
ver por medio del cálculo (ainsi qu’il aisé a voir par le calcul)» 29.
¡Se ve que la facilidad es más que nada cosa de la familiaridad que
se gana a lo largo de los años!

17 En la medida en que sea posible, «cuando busco la solución de un problema


geométrico, trazo sólo líneas paralelas o perpendiculares y no uso m is teoremas que
estos dos: los lados de triángulos similares son similares, el cuadrado de la hipotenusa
es igual a la suma de los cuadrados de los otros dos lados» (carta a la princesa Isabel,
noviembre de 1643, A. T., IV, píg. 38).
J* Cana de Descartes a Mersenne, junio de 1632, A. T., I, pág. 256. En una caru
a Mersenne anterior, escrita en octubre o noviembre de 1630, dice Descanes que
había enseñado la construcción a Claude Hardy y Claudc Mydorge, y que a Mydorge
no le costó ningún trabajo hallar la prueba [ib., pág. 17S). Descanes le remitió esa
demostración a Becckman, que la insenó en su Journal alrededor del uno de febrero
de 1629 (Isaac Bceckman, Journal, cd., C. de Waard, cuatro volúmenes (La Haya:
Maninus Nijhoff, 1939-1953), vol. IV, pígs. 136-138. También aparece completa en
la Correspondance de Marín Mersenne, vol. 1, págs. 269-272, y sin la última pane en
A. T., VI, págs. 342-344.
** Geometría, A. T., VI, pág. 471.
La victoria matemática 87

El secreto universal

Habiendo descubierto que se pueden hallar dos medias propor­


cionales por medio de una parábola y un círculo, y que su método
puede expresarse con una ecuación cúbica, Descartes no pudo por
menos que pensar que quizá todas las ecuaciones de tercer y cuarto
grado se resolvían de manera similar. La primera indicación de que
el éxito había coronado sus indagaciones se encuentra en una nota
que Beeckman insertó en su diario algún tiempo después de que
Descartes le visitase en Dordrccht en octubre de 1628. La solución
estaba ya madura, y no difiere de la que Descartes daría más urde
en su Geometría, donde muestra cómo reducir cualquier ecuación
de tercer o cuarto grado a las formas ^

x3 = ± apx ± a1
X* = ± apx* ± alqx ± r

A los problemas cuyas soluciones se buscan por medio de estas


ecuaciones los llama Descartes «sólidos». Todos ellos pueden resol­

* Journal de Beeckman, A. T., X, págs. 344-346; Geometría, A. T., VI, pies.


464-466.
88 La magia de los números y el movimiento

verse (es decir, pueden ser construidos) por medio de un círculo y


una parábola. Descartes da, para ilustrar este estado de cosas, cuatro
casos con a = 1:

X* = px2 - qx + r 0)
X* = — px2 — qx + r (2)
X* = px2 — qx — r (3)
x3 = a2q («)

El caso (4) se corresponde con el problema que había conside­


rado previamente Descartes, el de insertar dos medias proporciona­
les entre dos líneas dadas, pues si a y b son éstas, entonces

a _ x _ y
x ~ y ~

y por lo tanto

x2 = ay, e y2 = xq

luego

• x* = a^y2 = a2xq.

En consecuencia,

x 3 = a2q.

Doy aquí la demostración de Descartes de la validez de su pro­


cedimiento para el caso (1), es decir, cuando X* —px2 — qx + r.

Trácese la parábola FAG de eje ACDK, y sea AC = 1/2 a, donde a =


latul rectum (véase la figura 15).

Córtese CD = 1/2 p de ese eje.

Dibújese DE =1/2 q perpendicular al eje.

De AE córtese AR = r, y de la prolongación de AE, tómese AS = a.

Descríbase un círculo tal que RS sea diámetro suyo.


La victoria matemática 89

Dibújese la perpendicular A H a RS, que corta el círculo en H .

Trácese un círculo cuyo centro sea E, de radio EH .

Dibújese M K = ED . Añádese EM.

La raíz positiva de la ecuación es G K , la negativa FL .

Prueba:

Sean G K = x , A K = y , y a = latus rectum — 1.

C om o x2 = a y ,

se tiene que x2 = y. Ahora bien,

DK = AK - AD
= jc2 - (AC + AD)
= jc2 - (1 / 2 + 1 /2 p)
= x2 - V 2 p - 1/2.

(DK)2 = (EM)2 * x* —px2 - x2 + 1/4 p2 + 1/2 p + 1/4.


90 La magia de los números y el movimiento

DE = KM - 1/2 q.

(GM)2 = (GK + MK)2


= x1 + qx + 1/2 ql.

(EG)2 = (EM)2 + (GM)2


— x4 —px1 + qx + 1/4 ql + 1/2 p2 + + 1/2 p + 1/4.

(EA)2 = (AD)2 + (ED)2


= (1/2 p + 1/2)2 + 1/4 ql.

Como (AH)2 = AR X AS (por la proposición 13 del Libro VI


de Euclides),

y AR = r, AS = 1,

se tiene que (AH)2 = r.

Ahora bien, (EH)2 = (EA)2 + (AH)2


= 1/4 q1 + 1 / 2 p1 + 1/2 p + 1/4 + r.

Igualando (EH)2 = (EG)2, obtenemos

x* = px2 — qx + r.

Cuando comunica a Beeckman este descubrimiento en 1628, se


ve que Descartes tenía consciencia de haber logrado algo extraordi­
nario, y lo describe con palabras que no dejan lugar a dudas de cuán
convencido estaba de la grandeza del avance matemático que se le
debía: era nada menos que «el secreto universal de la solución me­
diante líneas geométricas de todas las ecuaciones de tercer o cuarto
grado» 3I. Beeckman anota la construcción que Descartes le remite,
y a continuación da cuenta otra vez de la importancia que Descartes
le confería:

El Sr. Descanes tiene en tan alta estima su invención que declara no haber
hecho nunca una de más valor, que, de hecho, nadie ha hecho en esta
materia algo tan grande12.*32

11 Journal de Beeckman, A. T „ X, pigs. 344.


32 Ib ., pág. 346.
La victoria matemática 91

Ocho años después, en la Geometría, Descartes reseña de nuevo


su logro, pero en un tono mucho más moderado:

Ahora que estamos seguros de que el problema propuesto es sólido, sea la


ecuación con la queremos encontrar su solución de tercer o de cuarto grado,
sus raíces siempre se podrán hallar mediante alguna de las tres secciones
cónicas o incluso por alguna pane de una de ellas, por pequeña que sea, sin
usar otra cosa que líneas rectas y círculos. Pero me contentaré con dar aquí
una regla general para hallarlas todas por medio de una parábola, puesto
que ésta es, en cieno sentido, la más simple M.

Muy lejos cae esto de la proclamación triunfal que le hacía a


Beeckman de su descubrimiento del «secreto universal» de la reso­
lución de cúbicas y ecuaciones. Es que Descanes había caído en la
cuenta de que otras secciones cónicas valían igual de bien, y que
para cienos problemas eran incluso más sencillas y prácticas.
Este poner sordina a su descubrimiento no debería hacernos ol­
vidar la imponancia excepcional, más aún, única que Descanes le
confería en un principio. Muy bien podría ser el brillante hallazgo
que Descanes hizo el aniversario de su famoso sueño de 1619, según
narra en su Cuaderno de notas: «Once de marzo de 1620, empiezo
a entender el fundamento de una invención maravillosa»

La clasificación de las curvas

Desempeñó un papel notable en el desarrollo de las ¡deas de


Descanes tocantes a la clasificación de las curvas el descubrimiento
de que bastaba una parábola y un círculo no ya para hallar medias
proporcionales, sino para resolver ecuaciones de tercer y cuano gra­
d o 35.*14

“ Geometría, A. T., VI, pág. 464


■M Olympica, A. T., X , pág. 179.
14 Véanse los excelentes artículos de H. J. M. Bos, «On the Representation of
Curves in Descartes’ Géométrie [Sobre la representación de curvas en la Géométric
de Descanes]», Archive fo r History o f E xaa Sciences 24 (1981), pígs. 295-338, y
•Argumcnts on Motivation in the Rise and Decline o f a Mathematical Theory; the
Construction of Equation, l637-ca.l750 [Argumentos sobre las motivaciones en el
auge y decadencia de las teorías matemáticas; la construcción de ecuaciones, desde
1637 hasta alrededor de 1750]», Archive fo r History o f E xaa Sciences 30 (1984), págs.
331-380. Véanse también, de Jules Vuillemin, Mathématique et metaphysiquc chez
92 La magia de los números y el movimiento

En 1619, la distinción que hacía Descartes entre curvas geomé­


tricas y no geométricas no se basaba en sus ecuaciones, sino en la
facilidad con que se las pudiese construir «instrumentalmente» con
un movimiento continuo de su compás. Como hemos visto, Des­
cartes sostenía que las curvas que trazaba su compás se concebían
«clara y distintamente» (nettement et distinctement), pero no tarda­
ría en darse cuenta de que las ecuaciones de esas curvas eran compli­
cadas.
Si nos fijamos de nuevo en el diagrama del compás de Descartes
(figura 1) y hacemos YA =° YB = a, YC = x, CD = y, YD = z,
veremos sin dificultad a qué ecuación responde la curva que traza
D así se abre el compás.
Los triángulos YBC e YDC son rectángulos y, por lo tanto,
similares:
De ahí que

YD YC z X
, es decir,
YC YB X a

Por lo tanto

z
a

Pero en el triángulo YCD:

(YD)’ = (YC)’ + (CD)2,


z2 = x2 + y2

Como

= £
a

Descanes (París: P. U. F., 1960), pigs. 77-98; de G.-G. Granger, Essai d'une philo-
sopbie du style (París: Armand Colin, 1968), p ig$. 43-70; y de Jean Dhombres, Nom­
bre, mesure et continu. Epistimologie et histoire (París: Fcmand Nathan, 1978), págs.
134-147.
La victoria matemática 93

la ecuación de la curva AD es:

X* = a2 (x2 + y2)

Análogamente, así se abre el compás, el punto F traza la curva


AF, y el punto H, la AH. Comparamos triángulos similares y ob­
tenemos con la misma facilidad que la ecuación de la curva AF es
x* = a2 (jc2 + y2)3, y la de curva AH, x 12 = a2 (x2 + y2)*. Está claro,
pues, que la sencillez de la construcción «mecánica» no se refleja en
los grados de la ecuación respectiva.
De entrada, no le pertubaría mucho a Descartes semejante estado
de cosas, ya que no creía que fuese suficiente dar la ecuación para
representar la curva. En 1619, el único criterio que le guiaba a la
hora de aceptar una curva en el dominio de la geometría exigía sólo
que la curva se pudiese trazar con un movimiento continuo único o
con dos subordinados y regulados. Pero, como acabamos de ver, las
curvas que se generan conforme a este criterio pueden ser muy com­
plicadas algebraicamente. Descanes tropezó con este problema en el
Libro III de la Geometría; establece en ¿I que debe escogerse, a la
hora de «construir el problema de que se trate», la curva más simple.
Pero lo que sigue descubre cierta inseguridad:

Por las curvas más simples, debemos entender no sólo las que se describen
m is fácilmente o las que facilitan más la construcción o demostración del
problema propuesto, sino, sobre todo, las que son del tipo más simple que
pueda usarse para determinar la cantidad tras la que se anda M.

Simple, pues, quiere decir que es del grado más bajo posible.
Descanes sigue entonces con la aplicación de este criterio a su com­
pás en cuanto que generador de curvas. Por un lado, sostiene que
«no hay manera de hallar medías proporcionales que sea más fácil o
cuya demostración sea más evidente». Por otra pane, como las me­
dias proporcionales se pueden hallar mediante secciones cónicas cu­
yas ecuaciones son más simples que las de las curvas AD, AF o AH,
Descanes ha de admitir que «sería geométricamente erróneo utili­
zarlas» ,7. Es tan claro esto, que Descanes habría finalmente de re­
conocer la incompatibilidad de sus criterios instrumental y algebrai-367

36 Geometría, A. T., VI, pág. 443.


37 Ib ., págs. 443-444.
94 La magia de los números y el movimiento

co de clasificación de curvas como geométricas o no. Si la sencillez


de la ecuación ha de guiarnos en la elección del método de resolu­
ción de un problema, entonces ¡no tenemos más remedio que cerrar
nuestros compases para siempre! No dice esto Descartes, por su­
puesto, pero si no lo dice, no es tan sólo porque mirase a otra parte
para no tener que ver algo que no era de su gusto. Por mucho que
las propiedades de una curva quedasen consignadas en su ecuación,
Descartes no creía que ello fuese bastante, como da a entender en
el siguiente pasaje de la Geometría:

Si se sabe la relación que cada punto de una línea curva guarda con cada
punto de una recta de la manera que he explicado [es decir, gracias a la
ecuación cuando ésta es conocida], es fácil hallar la relación que guardan
con cualesquiera puntos y líneas dados, y, por lo tanto, hallar los diám etros,
ejes, centros y dem ás puntos o líneas con los que cada línea curva guarda
alguna relación especial o más simple que las que tiene con otros, e imaginar
así distintas form as de describirlas y escoger las m ás sencillas de entre ellas ,8.

De esta cita se desprende que, aunque las ecuaciones incorporan


información relativa a las propiedades de las curvas, no ofrecen una
representación suficiente de su realidad geométrica. Hace falta aún
«imaginar distintas formas de describirlas y escoger las más sencillas
de entre ellas».
Las ecuaciones algebraicas quedarían en la opinión de Descartes
más que nada como herramientas para construir y clasificar proble­
mas geométricos. Las más de las veces, Descartes se abría paso en
sus cálculos sin escribir siquiera las ecuaciones de la curva explíci­
tamente; de hecho, ni siquiera se dan en la Geometría las ecuaciones
de las curvas AD, AF y AH que trazaba su compás.
Si no se puede asociar a todos y cada uno de los puntos de una
curva una coordenación rectangular por medio de un número finito
de operaciones algebraicas, no se la admite en el dominio de la geo­
metría. Descartes aceptaba este criterio, pero no daría nunca el paso
siguiente, definir las curvas geométricas como aquellas que admiten
representación mediante ecuaciones algebraicas, porque lo que de
verdad le interesaba era la forma en que se trazaban de hecho las
curvas. La generación siguiente de matemáticos se contentaría con

“ Ib., pág. 412-413.


La victoria matemática 95

las ecuaciones y se olvidaría de la construcción efectiva de las curvas,


lo que habría sorprendido a Descartes.

El problema de Pappus

En 1631, el matemático holandés Jakob Golius le trasladó a Des*


cartes un célebre problema que se puede encontrar en la obra de
Pappus. La respuesta original de Descartes se ha perdido, pero sa­
bemos, gracias a una carta del cinco de abril de 1632 remitida a
Mersenne, que le dedicó seis semanas J9. Este problema era de im­
portancia fundamental para la Geometría, y Descartes sostenía que
haberlo resuelto era una de las pruebas de que su método era supe­
rior al de sus rivales *40. El examen de este problema mejorará nuestra
comprensión de las matemáticas de Descartes.
Es como sigue. Se dan n líneas rectas. A partir de un punto c se
dibujan líneas que formen ángulos dados con las líneas dadas. Si n
= 3, se da la razón del producto de dos de las líneas que parten de
c y del cuadrado de la tercera. Si n es par y mayor de dos, se da la
razón del producto de n/2 de las líneas que parten de c y el producto
de las otras n/2. Si n es impar y mayor de tres, se da la razón del
producto de {n + l)/2 de las líneas y el producto de las otras ( » —1)/2
con una de las líneas dadas. Se pide hallar el lugar de c.
En el Libro I de la Geometría, Descartes obtiene la solución para
el caso en que n = 4, es decir, cuando se dan cuatro líneas rectas,
AB, AD, EF y GH 4I. Para aplicar su análisis algebraico, toma AB
(véase la figura 16) como línea de referencia y la llama x; CB es la
línea que se dibuja a partir de una posible posición de c y que corta
a AB con un ángulo dado: la llama y. Va implícita en este proceder

19 Cana de Descanes a Mersenne del cinco de abril de 1632, A. T., I, pág. 244.
Dice Leibniz que Claude Hardy le contó en París (donde Leibniz vivió entre 1672
y 1676) que Golius Jak o b Gool, 1596-1667) le planteó a Descanes el problema de
Pappus («Remarques sur l'abrégc de la vie de Mons. des Canes», en D ie Philosop-
hischen Schriften de G. W. Leibniz, edición de C. J. Gerhardt, siete volúmenes (Ber­
lín, 1875-1890). Reimpresión (Hildesheim: Olms, 1978), vol. IV, pág. 136) Sobre el
problema de Pappus, véase «On thc Rcpresentation of Curves in Descartes’ Géom i-
tr ie , de H. J. M. Bos, págs. 298-303, 332-338.
40 Cana de Dcscanes a Mersenne, finales de diciembre de 1637, A. T., 1, pág. 478.
41 Geometría, A. T., VI, págs. 377-387; 396-411. Dcscanes cita el problema (págs.
377-379) en latín según la edición de Federico Commandino, Pappt Atexandrmi Mal-
hematicae Colíectiones (Pesaro, 1588), págs. 164 verso-165 verso.
96 La magia de los números y el movimiento

la estrategia básica de la geometría analítica, con la salvedad de que


las coordenadas x e y no son ortogonales. A lo largo de la Geometría
Descartes cambia su sistema axial para acomodarlo al problema de
que se trate; en ninguna parte aparecen nuestras coordenadas carte­
sianas corrientes.
Una vez designadas esas dos líneas con los símbolos x e y (véase
la figura 16), Descartes muestra cómo puede expresarse la longitud
de las otras líneas que parten de c con respecto a las líneas dadas
que cortan con los ángulos dados por medio de x e y. La multipli­
cación de estas expresiones produce una ecuación cuyo grado de­
pende del número de líneas (cuando es de cuatro, la ecuación es de
segundo grado). Descartes pensaba que esa ecuación representa la
curva que es el lugar de c 42.
Pero la generación de semejante ecuación no resolvía el problema
de Pappus. Aún había que hallar, es decir, construir, la curva. El
método de Descartes consistía en escoger un valor arbitrario de y
(en nuestro diagrama, la longitud de BC), y construir entonces geo­
métricamente el valor de x que se correspondía con ese de y. Repi­
tiendo este proceso con otros valores de y, hallaba tantos puntos del

42 En realidad, se necesitan dos ecuaciones del grado dado, pero Descartes creía
que bastaba con una, a causa de las deficiencias de su técnica de manejo de los
cambios de signo. Véase •Shifting thc Foundations: Descartes' Transformation of
Ancient Geometrv», pág. 39, de A. G. Molland.
La victoria matemática 97

lugar buscado como desease. Esta construcción por puntos no es una


construcción por medio de un movimiento continuo. El proceso sólo
proporciona un número finito de puntos arbitrariamente determina­
dos. Como Descartes había estatuido en marzo de 1619 que era
obligado que la producción de una curva se efectuase mediante un
movimiento continuo si es que esa curva había de ser geométrica­
mente aceptable, es evidente que estaba tropezando con una sería
dificultad. Pero no se puede decir que la encarase directamente.
En el primer libro de la Geometría, lo que hace es eludir el
problema, y no dice que su construcción por puntos haya de tomar­
se como si fuese el lugar de una curva. Al principio del Libro II, al
tratar de los casos en que hay tres o cuatro líneas (como en la figu­
ra 16), Descartes indica cómo pueden hallarse los vértices, ejes, latus
rectum y latus transversum. En la notación a la que estamos habi­
tuados, tenemos (con el vértice de la sección cónica en el origen y
el eje x en la dirección del diámetro) las fórmulas y2 = ax (parábola),
y1 = ax — a/b x2 (elipse), y2 = ax + a/b oc2 (hipérbola). Podemos
representar con alguna de ellas la curva; basta identificar qué sección
cónica es (elipse, hipérbola,...) y dar sus parámetros. Buen uso hacía
aquí Descartes de su conocimiento de las secciones cónicas según las
había explicado Apolonio. Pero cuando las líneas eran cinco o más,
no había Apolonio alguno que mostrase el camino, y no le quedaba
más remedio que echar mano de sus propias ocurrencias.
No aborda Descartes una exposición general; se limita a dos
casos especiales con cinco líneas (véase la figura 17). En ambos, cua­
tro de las líneas son paralelas y están separadas por huecos del mis­
mo tamaño. La quinta línea es perpendicular, y todos lo ángulos
dados son rectos. En el primer caso, Descartes mostró que el lugar
era una parábola (conocida más tarde como «parábola cartesiana»)
que había definido previamente en el Libro II: era la curva descrita
por el movimiento combinado de una regia y una parábola. En el
segundo caso, cuyo enunciado es oscuro, daba una propiedad del
lugar de la que, a lo sumo, podía seguirse una construcción por
puntos. N o dice cómo trazar el lugar con un movimiento continuo
único; se limita a afirmar lo que sigue: «N o pretendo decirlo todo.
He explicado cómo se hallan infinidad de puntos por los que pasa
la línea, y con esto creo haber dicho bastante para describirlos» 43.

° Geometría, A. T „ VI, pág. 411.


98 La magia de los números y el movimiento

Construcciones por puntos

N o le queda a Descartes otro remedio, pues, que hacerle sitio a


las construcciones por puntos, y a ello se dedica en la sección si­
guiente, titulada: «¿Qué líneas curvas cuya descripción consista en
dar la manera de hallar muchos de sus puntos son geométricamente
aceptables?»
Como hemos visto antes, Descartes excluía las construcciones
por puntos de la cuadratriz y de la espiral arquimediana. Al llegar
a este punto, explica por qué son distintas esas construcciones ina­
ceptables y las que él da por buenas:

Debe tenerse en cuenta que esta forma de hallar varios puntos para trazar
una linca curva es muy distinta de la empleada en la espiral y curvas por el
estilo. Pues en ésta no hallamos indiferentemente (indifférem m ent) todos los
puntos de la línea que se busca, sino sólo aquellos que se pueden determinar
mediante un proceso más simple que el que se requiere para componer la
curva 44.

44 Ib.
La victoria matemática 99

En otras palabras: las curvas del estilo de la cuadratriz sólo se


pueden construir a partir de puntos especiales —en el caso de la
construcción de Clavius descrita más arriba, a partir de los puntos
que se hallan gracias a la iteración de la bisección. Las curvas que
Descartes admite como geométricas son aquellas que se pueden cons­
truir por puntos de manera que cualquier punto de la curva pueda
ser construido de hecho. Entenderemos la idea de Descartes si nos
fijamos en la concoide, que cita explícitamente y cuya construcción
por puntos le llamó vivamente la atención por ser esencialmente
diferente de la que Clavius exponía para la cuadratriz 4í.
La propiedad fundamental de esta curva es la siguiente: si se
dibuja cualquier radio vector desde C hasta la curva, digamos CQ,
la longitud del radio vector comprendida entre la curva y la recta a
es constante. (En la figura 18, esto quiere decir que RQ = R'Q'O
Una construcción por puntos posible es la siguiente: escójase cual­
quier punto R de la línea recta a, y dibújese CR hasta Q , siendo
RQ la constante dada. Escójase «indiferentemente» cualquier otro
punto R' y repítase la misma operación con R 'Q ' = RQ. Esta ope­
ración se puede repetir, en principio, infinitas veces, y obtener así
todos los puntos de la curva. Y esto era suficiente para que Descartes
casase construir «indiferentemente» por puntos y trazar con un mo­
vimiento continuo:

Y como esta manera de trazar una curva tomando al azar (indifféremment)


muchos de sus puntos sólo se puede aplicar a curvas descritas a su vez por

F ig u r a 18

" lb„ páBs. 423-424.


100 La magia de los números y el movimiento

movimientos regulares y continuos, no deberíamos excluirla completamente


de la geometría 44.

A falta de prueba, semejante aseveración no es sino una conjetura


atrevida; se quiere hacer pasar por seguro lo que, simplemente, pa­
rece verosímil a primera vista.
La importancia de las construcciones por puntos es aún más clara
cuando Descartes se dedica a mostrar la utilidad de sus matemáticas
en óptica. Los óvalos de que habla entonces tienen la propiedad de
hacer que los rayos de luz converjan en un punto dado; son cierta­
mente dignos de la atención de la óptica física, pero Descartes no
dice nada de cómo podría construírselos por medio de un «movi­
miento continuo y regular único».
He aquí un resumen de la descripción del primer óvalo (véase la
figura 19) 47. Dos líneas se cortan según un ángulo dado en A. Se
da la razón de AF a AG. Márquese en la otra línea AR = AG. El
óvalo se construye como sigue: tómese un punto arbitrario K de
AG. Dibújese un círculo cuyo centro sea F de radio FK. Dibújese
la perpendicular KL a AR (de donde AL/AK = AF/AG, ya que los
triángulos ALK y ARG son similares). Dibújese un círculo cuyo
centro sea G de radio RL. Los puntos M y N de los dos círculos
están en el óvalo. Repitiendo la construcción a partir de otros puntos
K de AG, se puede obtener arbitrariamente cuantos puntos se desee.
Lina vez ensanchada la clase de los métodos geométricamente
aceptables de trazar curvas al dar cabida en ella no sólo a los movi­
mientos continuos y regulares de las piernas de un compás sino

44 Ib., píg. 412.


47 Ib., págs. 424-425.
Véase la clara exposición de H.J.M. Bos, «On the Repre­
sentaron of Curves in Descanes' Géométrie», págs. 318-319.
La victoria matemática 101

también a las construcciones por puntos, añade Descartes, en el Li­


bro III de la Geometría, una tercera forma de representar curvas, a
saber, por medio de cuerdas. Descartes se remite explícitamente a su
Optica, en la que describe los métodos empleados por los jardineros
para darles a sus lechos de flores forma de elipse o hipérbola48.
En la figura 20, los dos cabos de la cuerda BHI se atan y el lazo
resultante circunda las estacas H e I, clavadas en el suelo. La cuerda
se tensa con un estilete trazador B que se mueve alrededor de H e
I, siempre tensa la cuerda. Se obtiene así una elipse cuyos focos son
I y H.

F igura 20

Para hacer una hipérbola, los tacos se clavan en H e I (véase la


figura 21)49. Una regla, AX, gira alrededor de t, una cuerda algo
más corta que AX se fija en H y al punto X d e s r e g la . Se tensa, la
cuerda con el estilete trazador B, al que se aprieta contra la regla.
Cuando la regla gira alrededor de I con fi fijo <n la regla y
tenso, B describe el brazo de una hipérbola cuyos focos son I y
Comentaba Descartes en la Optica la cpnstrucéión de elipses/ en*4

** Ib., Optica ¡La Dioptriqite/, pág. 166.


4’ Ib., pág. 176.
102 La magia de los números y el movimiento

jardinería diciendo que, por «muy burda y poco fiable» que fuese,
no por ello dejaba de «hacer más comprensible su naturaleza que la
sección de un cono o un cilindro» (es decir, las explicaciones habi­
tuales) 50. Está claro el desgarro que sufría el pensamiento de Des­
cartes, en tensión entre la mayor claridad del trazar con instrumen­
tos y el prestigio que la tradición confería a las secciones de los conos.

Geométrico y no geométrico

Cuando escribe la Optica allá por 1632, Descanes no acepta que


las construcciones con cuerdas sean verdaderas representaciones de
curvas. Cuando, cuatro años más tarde, escribe la Geometría, ya le
parece, en cambio, que algunas construcciones con cuerdas son afi­
nes a las construcciones hechas con instrumentos del estilo de su
compás. Pero Descanes mantiene su objeción de principio a todo

50 Ib., píg. 166.


La victoria matemática 103

procedimiento que se base en la razón, que para él era ignota por


esencia, de una recta y una curva:

Pues, pese a que no podamos aceptar que son lineas geométricas aquellas
que, como las cuerdas, son a veces rectas, a veces curvas, ya que la razón
entre las líneas rectas y curvas es desconocida y, según creo, imposible de
conocer, y nada cierto y exacto podemos sacar de ello, sin embargo, como
en esas construcciones usamos las cuerdas sólo para determinar líneas rectas
cuyas longitudes se conocen exactamente, no hay motivo alguno que nos
fuerce a rechazarlas 5152.

Lo que cuenta para Descartes es que no haya una razón estric­


tamente mcdible. De ahí que la separación de las curvas en geomé­
tricas y no geométricas descanse finalmente en su creencia en que
no era posible hallar las proporciones exactas entre líneas curvas y
rectas. Semejante creencia estaba muy enraizada en la práctica ma­
temática de su época, y se remonta a Aristóteles, en cuyo bando se
enrolaba Descartes sin darse cuenta i2.
Que se creyese, como Descartes hacía, que no era posible, por
principio, hallar la relación matemática exacta entre líneas rectas y
curvas explica que pareciese tan profundamente revolucionaria la pu­
blicación de las primeras rectificaciones de curvas algebraicas (es de­
cir, curvas geométricas para Descartes) poco antes de 1660. ¡Es que
se retranqueaba nada menos que la frontera de lo conocible! 53
La razón que animó a Descartes a dar formalmente su visto bue­
no a esas construcciones con cuerdas que había usado antes, en la
Optica, sólo como meras ilustraciones, fue, seguramente, el que se
las pudiese usar en lugar de las construcciones por puntos para re­
presentar sus óvalos. Se concedió a sí mismo el recurso de las cuer­
das unas pocas páginas más adelante en la Geometría M.

51 Ib., Geometría, pig. 412.


52 Aristóteles, Física, Libro VIII, capitulo 4 , 248*'b12. Véase Mathematics in Aris-
totle (Las matemáticas de Aristótelesj, de Thomas Heaih (Oxford: Clarendon Press,
1949), págs. 140-142.
” Las rectificaciones de las curvas algebraicas fueron descubiertas independiente­
mente por Fermai, Neil y van Hcurar. Véase The Origins of the Infinitesimal Cal­
culas [El origen del cálculo infinitesimal] (Oxford: Pergamos Press, 1969), de M. E.
Barón, págs. 223-228. Leibniz señalaba que Descanes tendía a creer que sus limita­
ciones eran las de la humanidad (G. W. Leibniz. Dte Philosophischen Scbriften, vol.
IV, págs. 278, 286, 347).
M Geometría, A. T „ VI, págs. 427-428.
104 La magia de los números y el movimiento

He aquí un resumen de la construcción con cuerdas del óvalo


cuya construcción por puntos hemos visto ya (véase la figura 22).
FE es una regla que gira alrededor de F. Se ata una cuerda a E y se
la aprieta a EC, da la vuelta al taco K y vuelve a C, de donde sigue
al taco G, y allí se la sujeta. Se mantiene tensa la cuerda a lo largo
de E-C-K-C-G, y así la regla gira alrededor de F, el estilete trazador
C dibuja el óvalo.

Que su compás le diese la capacidad de hallar medias proporcio­


nales y trazar curvas de complejidad creciente: hemos visto que Des­
cartes se embarcó en su reforma de la geometría llevado por el im­
pulso de este descubrimiento.
Como las partes del compás proporcional de Descartes se desli­
zan a lo largo de líneas rectas y la regla superior describe un círculo
cuando se abre, podía tomarse dicho compás como una generaliza­
ción de la regla y el compás, los instrumentos que usaba Euclides
en sus Elementos. Se creía generalmente que la solución de un pro­
blema geométrico consistía en su construcción, y Descartes, confor­
me a esa creencia, se propuso en un principio clasificar las curvas
según la facilidad con que se las trazaba, lo que le llevó a definir las
curvas geométricas como aquellas descritas por un único movimien­
to continuo o por una serie de movimientos interdependientes que,
La victoria matemática 105

como los de las reglas de su compás, estuviesen todos regidos y


determinados por un primer movimiento.
A poco de bosquejarle su programa a Beeckman en la primavera
de 1619, Descartes consideraría la posibilidad de hallar medias pro­
porcionales con cortes de cónicas entre sí; halló que el corte de un
círculo y una parábola resolvía todas las ecuaciones de tercer y cuar­
to grado. En fecha desconocida, seguramente después de 1628 (pues­
to que no lo menciona cuando ve de nuevo a Beeckman en el otoño
de ese año), Descartes amplía su investigación a las ecuaciones de
quinto y sexto grado, y logra resolver las secciones cónicas que más
tarde se conocerían bajo el nombre de «parábola cartesiana». Estos
resultados le llevaron a estatuir que el criterio de simplicidad de las
curvas geométricas era, más que la sencillez del proceso de dibujarlas
con un instrumento, el grado de su ecuación. Pero no abandonó su
primer criterio; vemos que recurre a ambos en la Geometría, aunque
no se le escapase que la clasificación de los problemas conforme a
la facilidad de su construcción no coincide con la clasificación de las
ecuaciones respectivas por su grado.
Lo que llama la atención, habida cuenta de que Descartes se
basaba cada vez más, así en su manera de tratar el problema de
Pappus o usar construcciones de puntos, en el álgebra. ¿Por qué,
pues, no definió las curvas geométricas como aquellas que tienen
ecuaciones algebraicas? La respuesta se encuentra en su concepción
tradicional de la geometría, entendida como el arte de construir pro­
blemas, y en que creyese que sólo cuando el corte de curvas se traza
mediante un único movimiento continuo de manera que se haga
visible físicamente para el ojo o la imaginación, se puede tener una
concepción clara y nítida de la solución geométrica. No habría po­
dido renunciar al criterio del dibujo con' un movimiento continuo
sin que se le quedase en la oscuridad cuál era el significado de una
ecuación algebraica dada. Para los matemáticos que vendrían des­
pués, las curvas construidas eran meros lugares de puntos que satis­
facen una condición; de ahí que para ellos bastase para definirlas una
ecuación. Descartes, en cambio, no dejaría nunca de prestar meticu­
losa atención a la manera en que se trazaba de hecho la curva. Aun­
que buena parte de la Geometría trata de técnicas algebraicas (tales
como la reducción de ecuaciones, retirada de términos de una ecua­
ción, cambio de raíces negativas en positivas, etc.), Descartes no
define nunca las curvas geométricas como aquellas que admiten ecua­
ciones algebraicas.
106 La magia de los números y el movimiento

Descartes creía que el problema de Pappus y otros problemas


que había resuelto gracias a las ecuaciones algebraicas podían, en
principio, resolverse también con movimientos continuos. Por eso,
coherentemente, rechazaba que se tuviese por geométricas las cons­
trucciones por puntos o con cuerdas que carecían de «precisión» a
consecuencia de la inconmensurabilidad de las líneas rectas y curvas.
Descartes fue víctima del exceso de confianza en el primer caso, y
del pesimismo en el segundo. Iba demasiado lejos al sostener que
sus construcciones por puntos podían reproducirse mediante cons­
trucciones generadas por movimientos continuos; subestimaba la
mente humana al negar que fuese posible la rectificación de las curvas.
Estos fallos no deben ocultarnos la grandeza de los logros de
Descartes. De los tres problemas famosos de la antigüedad, la du­
plicación del cubo, la trisección del ángulo y la cuadratura del cír­
culo, resolvió los dos primeros con métodos sumamente ingeniosos,
de fácil aplicación para cualquiera que pudiese abrir y cerrar un
compás. Simplificó la notación algebraica, y le dio a la geometría un
nuevo rumbo al descubrir que las ecuaciones algebraicas no sólo
eran útiles para clasificar las curvas geométricas, sino en la obtención
de su construcción más simple posible. Estableció las coordenadas
por las que justamente se le recuerda, y el nuevo mundo de relacio­
nes que se le debe habría de ser el mundo en el que con orgullo
morarían los matemáticos del siglo diecisiete.
Capítulo 4
TRAS LA ARMONIA MUSICAL

Descanes tenía formación musical, y estudió, casi con toda cer­


teza, música en el Colegio de La Fleche; ¿cómo podría, si no, haber
escrito, menos de seis semanas después de conocer a Beeckman, el
Compendium Musicae, ensayo de cuarenta páginas que regalaba a su
amigo por Año Nuevo? La música era pane del aprendizaje de un
caballero, y ocupaba su lugar desde antiguo en el quadrvoium junto
a la aritmética, la geometría y la astronomía. Sumamente influyentes
eran dos obras del musicólogo italiano Gioseffo Zarlino (1517-1590),
las Imtitutioni Harmonicbe y las Dimostrationi Harmoniche, y, como
ya hemos señalado, Descanes menciona explícitamente a Zarlino en
su Compendium. Que así lo hiciese no quiere decir necesariamente
que hubiese leído las obras de Zarlino, pues quizá recordase tan sólo
las ideas divulgadas en algún curso de La Fleche. Reconoce que
había olvidado mucho («multa oblivione ... omitto:), y, en concreto,
que no puede recordar la pane de los sostenidos. Las reglas que
había deducido, dice, «se fueron de su memoria durante sus via­
jes» '. En otras palabras, Descanes habla como una persona normal

' Compendium Musicae, A . T . , X , p í g s . 1 4 0 ,1 3 3 . Z a r lin o e sc r ib ía en ita lia n o , lo


q u e . al p a re c e r, n o su p o n ía p a r a D e sc a r te s u n p r o b le m a . S e h a b la b a ju lia n o en la

107
108 La magia de los números y el movimiento

de veintidós años, a quien las clases de la carrera le parece que caen


a años luz.

El problema de la consonancia

El interés por la música que se sentía en el siglo diecisiete tenía


motivaciones teóricas y prácticas. La motivación teórica era conse­
cuencia directa del humanismo y del deseo de revivir la música de
la antigüedad, de la que se creía que tenía un gran poder ético y
emocional. El padre de Galileo, Vincenzo Galileo, por ejemplo, es­
taba convencido de que la música moderna era muy inferior a la
antigua, y consideraba que su tarea de músico había de ser la res­
tauración de la simplicidad y estrecha unión de la música y el texto
cantado 2.
Pero no era ésta la preocupación primera de Beeckman y su
joven amigo. Casi toda su atención la absorbía el problema práctico
de la consonancia, cuyas raíces se perdían en la más remota antigüe-

corte cuando la regencia de María de Medicis, de la muerte de su esposo Enrique IV


en 1610 a la subida al trono de su hijo Luis XIII en 1617. Leería más tarde Descartes
y comentaría El Principe de Maquiavclo a petición de la reina Isabel en 1647 (carta
de Descanes a Isabel de septiembre de 1646, A. T., IV, pág. 486); sus comentarios
están en francés. Había una traducción al francés de Maquiavelo debida a Guillaume
Coppcl (París, 1553), y otra al latín publicada en Basilca en 1560 y reimpresa en 1566,
1580 y 1589, pero Dcscanes quizá leyese el original italiano. Que fuese capaz de leer
los Dialogi sopra i due massimi sistemi y los Discorsi i dimostrazioni matematiche
intomo a due nuove tóem e de Galileo, publicados respectivamente en 1632 y 1636,
es razón más concluyente para suponer que sabía italiano. No podemos descartar que
Dcscanes aprendiese italiano durante su estancia en Italia, prolongada alrededor de
un año, entre 1624 y 1625, pero el siguiente pasaje del Compendium Musióte muestra
que conocía el original de Zarlino antes de 1618: «Zarlino enumera detalladamente
todos los tipos de cadencias. Tiene también una tabla general en la que explica qué
consonancias pueden seguir a una dada en una canción. Da razones para todo esto,
pero mucho, en mi opinión, puede deducirse más convincentemente a partir de nues­
tras premisas» (A. T., X , págs. 133-134). A Beeckman, que sabía poco italiano, le
parecía difícil de llevar la lectura de Zarlino (Journal, fragmento del once de julio de
1620, ib., pág. 134, nota a). Hay una edición crítica del Compendium Musicae, debida
a Frédéríc de Buzón (París: Presses Universitaires de France, 1987).
1 Véase Quantifying Music. The Science o f Music ai the First Stage ot the Saentific
Revolution, 1580-1650 (La cuantificaóón de la música. La ciencia de la música en la
primera etapa de la revoluaón óentifíca, 1580-1650)», de H. F. Cohén (Dordrccht:
Reidel, 1984), págs. 78-85. Mucho le debo a este excelente estudio de las relaciones
entre la música y la ciencia en los días de Descartes.
Tras la armonía musical 109

dad. Según la tradición, fue Pitágoras quien descubrió que las con­
sonancias musicales se producían al dividir una cuerda en partes que
guardasen razones matemáticas sencillas. Si una cuerda se divide en
dos partes ¡guales, y se pinza en primer lugar la mitad y luego la
cuerda entera, se oye la consonancia octava; si la cuerda se divide a
los dos tercios de su longitud, se pinzan los dos tercios y luego la
cuerda entera, se oye la consonancia quinta; si se divide a la cuarta
parte, se pinzan los tres cuartos y luego la cuerda entera, se oye la
consonancia cuarta. En estas consonancias —la octava (1/8),la quinta
(2/3) y la cuarta (3/4), más el unísono (1/1)— se basaba la división
de la escala. La diferencia de la quinta y la cuarta (es decir, do-sol
menos do-fa = 2/3 -r 3/4 = 8/9) daba el valor del tono entero
(ido-re, re-mi, fa-sol, sol-la, la-si), y el tamaño de los pasos más
pequeños o semitonos diatónicos (mi-fa, si-do', donde do' es una
octava mayor que do) se calculaba conviniendo que do-fa es igual
tanto a una cuarta pura (3/4) como al producto de la diferencia entre
do-re, re-mi y fa-sol, es decir,

3 8 8
C — F = — = — x — x semitono,

luego, semitono = 243/256.


De ahí, se tiene para la escala pitagórica que:

do 8/9 re 8/9 mi 243/256 fa 8/9 sol 8/9 la 8/9 si 243/256 do'.

La escala pitagórica tiene dos problemas. El primero, con las


terceras y sextas, consideradas disonancias (por ejemplo, la tercera
mayor (do-mi), que consta de dos tonos, es (8/9)* = 64/81, que
produce un sonido desagradable). El segundo, por la incompatibili­
dad de las consonancias puras que se sigue de la incompatibilidad
de las derivaciones de la escala pitagórica; por ejemplo: si empeza­
mos con do y vamos añadiendo quintas y octavas, nunca termina­
remos con ese do del que partimos (véase la figura 1).

do sol re la mi si fa do sol ra la mi si — quintas


l---------‘ , ‘--------- ■ , ------- r*--------1—■— 1----------S-------- 1-------- *
»■------*i---------■
do do do do do do do do — octavas

Figura 1
110 La magia de los números y el movimiento

La razón es clara: (1/2)7 & (2/3)12, ya que las potencias de nú­


meros primos diferentes nunca son iguales. S i* y do difieren poco
(aproximadamente, 73/74), la llamada coma pitagórica.
Estos problemas eran de poca monta, hasta que en el siglo trece
dos nuevos desarrollos desencadenaron la crisis: la invención de la
polifonía y la introducción de las terceras y sextas como consonan­
cias. La tercera mayor que tanto abunda y destaca en las composi­
ciones del siglo quince, no era la tercera pitagórica disonante, sino
la tercera mayor pura 4/5. La diferencia entre las terceras pura y
pitagórica es 64/81 -s- 4/5 = 80/81, pequeño intervalo al que se llama
coma pitagórica.
La introducción de las terceras consonantes —tercera mayor (4/5),
es decir, do-mi; tercera menor (5/6), es decir, la-do'— y sextas con­
sonantes —sexta mayor (5/6), es decir, do-la; sexta menor (5/8), es
decir, mi-do'—, era un problema tanto por lo que se refería a la
consonancia como a la división de la octava.

La escala de Zarlino

A Gioseffo Zarlino se le debe la definición clara del problema;


halló, además, una solución al mismo desempolvando la divisón co­
nocida como «syntonon diatónico», que citaba Ptolomeo, el gran
astrónomo y musicólogo alejandrino del siglo dos, en su libro Sobre
la Música 3.
Esta es la escala:

do 8/9 re 9/10 mi 15/16 fa 8/9 sol 9/10 la 8/9 si 15/16 do'.

En esta escala, la octava do-do' es pura (es decir, 8/9 X 9/10 X


15/16 X 8/9 X 9/10 X 8/9 X 15/16 = 1/2). La quinta do-sol y la
tercera mayor do-mi también son puras. Pero como las consonancias
puras son incompatibles, lo anterior no vale para toda la escala: re-la
no es la quinta pura por poco (9/10 x 15/16 x 8/9 X 9/10 = 27/40);
similarmente, a re-fa le falta poco para ser la tercera menor pura
(9/10 X 15/16 = 27/32). En consecuencia, si insistimos en hacer que
todas las consonancias sean puras, no podremos mantener el tono

3 Gioseffo Zarlino, Institutioni Harmonische (Vcnccia, 1573), págs. 139-143.


Tras la armonía musical 111

original, como puede verse en un ejemplo dado por Christiaan Huyg-


ens (véase la figura 2 ) 4.

Figura 2

Si el cantante canta cada intervalo como si fuese puro, terminará


en un do sostenido por una coma sintónica, pues (2/3 : 3/4) X (2/3
: 3/4) : 4/5 — 80/81. Lo que el cantante ha de hacer en la práctica,
es lo que los teóricos trataban de resolver. Pero mientras se enzar­
zaban en viva discusión hombres como Gioseffo Zarlino y Vincenzo
Galilei, los instrumentos todavía habían de ser afinados y tocados,
y no debe olvidarse que no es posible afinar los instrumentos de
teclado mientras se los toca. En la práctica, se cedía en la exigencia
de pureza de una u otra de las consonancias; en otras palabras, se
ingeniaban varios «temperamentos», cuyo fundamento es la propen­
sión, bien conocida por experiencia, del oído humano a tolerar lige­
ras desviaciones de la pureza absoluta de la consonancia.

Las opiniones de Beeckman

Cuando Descartes conoce a Beeckman en el otoño de 1618, está


ya familiarizado con los términos generales del problema, bien por
haber leído a Zarlino, bien por haber asistido a clases impartidas por
algún jesuíta que se basase en Zarlino. Beeckman llevaba ya varios
años reflexionando sobre la producción del sonido; creía que podía
explicarse mecánica, corpuscularmente. La cuerda vibrante, decía,
corta el aire que la rodea en corpúsculos esféricos que proyecta fí­
sicamente y golpean el oído, donde se los percibe como sonido. Muy
pronto, en 1614, Beeckman tenía ya una demostración matemática
de la proporcionalidad inversa de la longitud de una cuerda y de su
frecuencia, y allá por los días en que conoció a Descartes llegó a la
conclusión de que el tono se corresponde con la frecuencia y la*

* Citado en Quanttfying Music, de H. F. Cohén, pág. 40, de las Otuvres Com­


pletes de Christiaan Huygens, en veintidós volúmenes (La Haya: M. Nijhof,
1888-1950), vol. 20, pág. 77.
112 L a magia de los números y el movimiento

intensidad del sonido con la cantidad de aire desplazada (para no­


sotros, la amplitud).
Ni Beeckman ni Descartes tenían talento musical, instrumental
o vocalmente. Beeckman reconocía sinceramente que había sido el
peor alumno de su maestro de canto y que no siempre se daba
cuenta de las desafinaciones 5. Descanes era incapaz de entonar la
escala o apreciar si otro lo hacía correctamente o no 6. Le confesaba
a Huygens que era «casi sordo [para el tono]», y a Mersenne que
no podía distinguir una quinta de una octava 7. N o parece que se­
mejantes carencias musicales, que podríamos considerar catastróficas
para cualquiera que desee hablar autorizadamente de la consonancia,
refrenasen a los dos amigos a la hora de estatuir reglas al respecto
con la seguridad y arrogancia de la juventud.

El Compendium Musicae

Dice Descanes a su lector, al principio del Compendium Musi­


cae, que desea estudiar el sonido con la finalidad de ganar una mejor
comprensión de la manera en que la música nos conmueve. Pero
apenas desempeña papel alguno el análisis de la música en cuanto
que lenguaje aifectivo en lo que sigue a ese anuncio. Es que Descanes
supone que el efecto de la música se puede deducir con facilidad de
las dos propiedades básicas gracias a las cuales puede el sonido emo­
cionarnos, a saber, la duración y el tono, es decir, que un análisis
meramente matemático de la consonancia nos dirá todo lo que de­
bemos saber sobre la producción del sonido y, por el mismo precio,
sobre la naturaleza de la música.
El placer musical es consecuencia de una conformidad, profun­
damente enraizada, de la mente y los intervalos basados en las ra­
zones de los enteros más pequeños. N o intenta Descanes resolver
el misterio de la consonancia, que no es, para él, sino un ejemplo
más de que sólo son placenteras aquellas cosas que se perciben como
cosas simples. Las seríes aritméticas son más simples que las geomé­

* Isaac Beeckman, Journal, vol. III, pág. 221.


‘ Cana de Descanes a J. A. Bannius, escrita en 1640, A. T ., III, pág. 829-830;
cana a Constantin Huygens, treinu de noviembre de 1646, ib., pág. 778.
7 Cana de Descanes a Constantin Huygens, A. T., II, pág. 699, línea 103; cana
a Mersenne, quince de abril de 1630, A. T., I, pág. 142, línea 26.
Tras la armonía musical 113

tricas; por eso son preferibles. Sus números aumentan en una can­
tidad constante, por lo que «los sentidos no tienen que esforzarse
tanto para percibir nítidamente cada uno de sus elementos» 8. Des­
cartes procede a trasladar las razones musicales a segmentos de líneas
para hacerlas visibles por el ojo y, con ello, intuitivamente claras.
La razón de las líneas en la progresión aritmética 2, 3, 4 «la
distingue la vista muy fácilmente» 9, mientras que la razón de las
líneas en la progresión geométrica 2, V g, 4 no es tan clara, ya que
ab y be (en la última línea) son inconmensurables (véase la figura 3).
Como las razones simples son la clave del placer estético, Descartes
presupone que la simplicidad auditiva se corresponde con la simpli­
cidad visual, y subordina las razones matemáticas a la percepción
visual de segmentos de líneas.

2 f

2 /T

4 - 4 ■ . - -- .
* • 4
(a) m
Figura 3

La generación de la consonancia

Este apoyarse en operaciones matemáticas simples llevadas a cabo


con líneas le posibilitó a Descartes una brillante y original deducción
de las consonancias l0. El proceso consiste en una bisección conti­
nuada de una cuerda AB (véase la figura 4), que empieza en C,
generándose así la octava (1/2) AC-AB, sigue en D, a medio camino
entre C y B, de manera que los segmentos resultantes AC y AD
«generan propiamente» la quinta (2/3) y los segmentos AD y AB
producen «accidentalmente» la cuarta (4/3), DB. Que llame Descar­
tes a DB «un mero residuo», y, por lo tanto, a la cuarta una «con­
sonancia accidental», parece una arbitrariedad, y seguramente es sólo

* Compendium Musicae, A. T., X, pág. 91


* Ib-, pág. 92.
10 ¡b .t págs, 96-105.
114 La magia de los números y el movimiento

un artificio conveniente, pero poco persuasivo, cuya finalidad es co­


locar la tercera, que, dice, es «la más graciosa y placentera al oído»,
por encima de la cuarta hasta en el proceso de bisección 11. Una
bisección más, en E esta vez, genera «directamente» la tercera mayor
(4/5) AC-AE, «y por accidente las demás consonancias» ,2.

A C G F E D B

F ig u r a 4

Pero Descartes mismo no parece muy convencido de la bondad


de su distinción entre consonancias «propias» y «accidentales», y
ofrece una confirmación experimental «por temor a que alguien pien­
se que es sólo una ficción lo que acabo de decir»:

Sé por experiencia que cuando se pinza la cuerda de un laúd o cualquier


otro instrumento de cuerda, sólo resuenan las cuerdas una quinta o una
tercera más altas ,J.

No le era extraño el fenómeno de la resonancia por simpatía a


Descartes. Tenía la impresión de que debía de haber una conexión
oculta entre resonancia y consonancia. Suponía que las consonancias
que resuenan son más «propias» o «directas» que las que no lo
hacen, y como las consonancias las generaba mediante segmentos de
líneas, algunos segmentos debían de ser «propios» y otros sólo «ac­
cidentales».
Pero ¿por qué detener la bisección en E? La única razón que se
nos da es que una división más en F generaría el tono mayor (8/9)
AC-AF y el tono menor (9/10) AF-AE, que son disonancias. Nos
paramos, pues, sólo por indicación experimental. N o hay razón in­
trínseca alguna por la que la bisección haya de dejar súbitamente de
producir sonidos agradables.
Descartadas arbitrariamente nuevas bisecciones, vuelve tácitamen­
te a la escala de Zarlino unas pocas páginas después, y da la razón*13

" Ib., p á g . IOS. E l p r o b le m a d e la c u a rta ( diatesseron: 3 /4 ) e strib a en q u e es


m e n o s c o n so n a n te q u e la terce ra ( 4 /5 ) o la se x ta (3 /5 ), a p e s a r d e q u e la te o ría d e la
sim p lic id a d p arece ría re q u e rir q u e , a m e n o r n ú m e ro d e p a rte s, m a y o r co n so n a n cia .
u Ib-, p á g . 102.
13 Ib., p á g . 103.
Tras la armonía musical 115

15/16 para el semitono mayor y el semitono menor que resultarían


de una nueva división de C F en G (a saber, AC-AG y A G -A F ),4.
Si hubiésemos bisecado efectivamente C F en G, habríamos, sin em­
bargo, obtenido valores diferentes, a saber, AC/AG = 16/17 y
AG/AF = 17/18. Nunca se percataría Descartes de esta desviación
respecto a 15/16 porque no se molestaría en proseguir la bisección.
Si lo haría Beeckman, pero más tarde, en 1628; siguió entonces la
bisección hasta donde Descartes no había llegado, descubriendo así
las limitaciones de la cuantificación estricta >s.

Las notas agudas y las graves

Del principio «el sonido es al sonido lo que la cuerda es a la


cuerda» >6, infería Descartes que, así como una cuerda más corta está
contenida (como segmento suyo) en una más larga, las notas más
agudas habían de estar contenidas en las más graves. De ahí que las
notas graves sean «más importantes» y «más poderosas». Para rati­
ficarlo añade Descartes, como si fuese un hecho comprobado, que
debe hacerse más fuerza para hacer sonar una nota aguda que una
grave.
Ya sostenía Aristóteles esta creencia errónea, que probablemente
se deba a que, cuando sube uno por la escala, ha de acortar la cuerda,
y para ello ha de hacerse un poco de fuerza ,8. También hacía suya
Descartes la creencia (que esta vez se encuentra en el Timeo de
Platón), tan falsa como la anterior, en que las notas agudas viajan
más deprisa que las graves 145*7l9. Parece que ni Platón ni Descartes se
daban cuenta de que, si semejante idea fuese cierta, oiríamos antes,
al escuchar una orquesta, las notas agudas de la flauta que las graves
del trombón, y en un recital, a la soprano antes que al bajo 20.

14 Ib., pág. 118, donde Descartes da la razón 405 /0 2 ( » . 15/16) para el semitono
mayor en el primer diagrama y 360/384 ( = 15/16) para el semitono menor en el
segundo.
15 Isaac Beeckman, Journal, A. T., X, pág. 348.
14 Compendium Musicae, ib., pág. 97.
17 Ib., págs. 124, 97.
'* Ib., pág. 115. Véanse los Problemas de Aristóteles, Libro XIX, 37, 920bl6-20.
,v Compendium Musicae, A. T., X, pág 136. Véase, de Platón, Timeo, SO4'*1.
20 Dice André Pirro que Descartes escribe «como alguien que nunca ha escuchado
música» (André Pirro, Descartes et la musique París: Fischbacher, 1907), pág. 72).
116 La magia de los números y el movimiento

La nota y su octava

Descartes era consciente de que cada nota musical contiene su


octava, fenómeno que ya había mencionado Aristóteles, pero Des­
cartes parece haber sido el primero en basarse en él para explicar por
qué la cuarta es deficiente.
Represente el segmento AC la longitud de la octava, DB la de
la quinta y EF la de una nota una octava más alta (véase la figura 5).
Si suena AC, EF resonará y se producirá, pues, una nota una octava
más alta. Ahora bien, esa nota más aguda es una cuarta si se cuenta
a partir de la nota emitida por AB. Por eso, dice Descartes, vemos
que la cuarta «es casi la sombra de la quinta» 21, un reflejo de la más
importante y agradable de las consonancias. Desafortunadamente,
como ha señalado Pirro, el argumento es tan decepcionante como
simple. Sólo tiene en cuenta los armónicos superiores de la nota más
alta del intervalo, y olvida risueñamente los armónicos inferiores 22.

A C

D B

E _ _ _ _ _ _ _ _ _ F

Figura 5

La escala corregida

Descartes sabía que todas las consonancias de la escala de Zarlino


eran puras, menos la tercera menor re-fa y la quinta re-la, ambas*1

Este libro es, aún, el estudio mis completo de las inquietudes musicales de Descartes.
Si se quiere algo mis breve pero excelente, véase Quantifying Music [La cuantificación
de la música/, de H. F. Cohén, pigs. 161*177.
11 C ompendmm Musicae, A. T., X , pig. 108.
11 André Pirro, Descartes et la mnsi<¡ue, págs. 37-38.
Tras la armonía musical 117

falsas por una coma sintónica (80/81). De ahí que no se pudiese


guardar la pureza de la consonancia de principio a fin. La solución
de Descartes consistía en darle a re dos valores ligeramente diferen­
tes, re y re*, éste una coma sintónica por debajo de aquél, proceso
que habría de conocerse con el nombre de «movilización». Tenía la
ventaja de restringir el cambio de tono en el curso de una obra a
una nota particular. De esa manera, las consonancias se mantenían
puras, y el tono se estabilizaba movilizando una de las notas. Como
sabemos gracias a su Journal, Beeckman había considerado esta so­
lución antes que Descartes, pero la había rechazado por insatisfac­
toria, ya que hacía que el cantante no volviese jamás a la misma
nota 2i.
Descartes siguió siendo fiel al ideal de la consonancia pura, y
veinticinco años después, le encontramos proponiendo, en carta di­
rigida a Andreas Colvius, una solución al problema de la afinación
de los instrumentos de tecla basada en la misma estrategia, la movi­
lización de re, do y las cinco notas accidentales. El resultado era que
la escala quedaba dividida en diecinueve intervalos en vez de en
doce; se salvaba la precisión matemática al precio de hacerles las
cosas más complicadas a los ejecutantes 24.

La influencia de Beeckman en Descartes

Al menos dos pasajes del Compendium Musicae se inspiran en


comentarios de Beeckman que Descartes había oído, o visto en su
Journ al25. El primero trata del número de notas. La escala tradicio­
nal, ut, re, mi, fa , sol, la, sólo tenía seis notas, en vez de las siete
que nos son familiares. La nota si, o B, se introdujo en el siglo
dieciséis, y se hizo rápidamente popular porque facilitaba el solfeo.
Como si hizo acto de presencia sin permiso matemático alguno*I,

° Compendium Musicae, A. T., X, pág. 125-127; Isaac Beeckman. Journal, vol.


I, págs. 56-57, citado en Quantifying Music, de H. F. Cohén, pág. 152. En las Cogi-
tationes Pnvatae, escritas más o menos al mismo tiempo que el Compendium Musi­
cae, Descartes describe «un instrumento musical construido con precisión matemáti­
ca», en el se hace que la nota re sea móvil, es decir, se la moviliza (A. T., X, pág. 227).
M Carta de Descartes a Colvius del seis de julio de 1643, A. T., IV, págs. 678-683.
Véanse también las págs. 722-725.
B Beeckman enseñó su diario sólo a tres personas: a Descartes en 1618-1619, a
Mcrsennc en 1630 y a su discípulo Hortensius (Journal, vol. III, pág. 354).
118 La magia de los números y el movimiento

y Descartes no apreciaba sus ventajas prácticas, la rechazó por su-


pcrflua, dañina incluso 2627. Beeckman, que tampoco era capaz de can­
tar sin desafinar, fue más lejos en mor de la sencillez, y redujo el
número de notas de seis a cuatro; sostenía que fa, sol, la, mi basta­
ban para expresar las diferencias entre las notas17. Descartes piensa
en Beeckman cuando manifiesta que tal reforma debe rechazarse por
excesiva, ya que haría que la transición de las notas graves a las
agudas fuese demasiado brusca 28.
El segundo pasaje que muestra claramente la huella de Beeckman
es la sección que trata de la resonancia por simpatía, que Descartes
discute mediante coincidencias de segmentos de líneas para probar
que la resonancia en la decimoséptima mayor es más fuerte que en
la tercera mayor (4/5); apostilla, como si fuese algo que se le hubiese
ocurrido más tarde:

esto puede concebirse de la misma forma si alguien dice que el sonido golpea
el aire muchas veces, y cuanto más deprisa, mayor el sonido 29301.

El origen de este comentario es, claramente, un fragmento del


Journal de Beeckman fechado el dos de enero de 1619; dice ahí
Beeckman que parece que le gustan a Descartes sus ¡deas «sobre los
golpes de sonido», pues las ha incluido en su Compendium Musi-
cae i0. Hay un pasaje de las Cogitationes Privatae de Descanes del
que se desprende que el análisis del sonido de Beeckman era algo
nuevo para él:

La misma persona [es decir, Beeckman] sospecha que las cuerdas de un laúd
se mueven más deprisa cuanto más alto sea el tono, de m odo que la octava
m is aguda hace dos movimientos mientras la más grave hace uno Jl.

Antes de conocer a Dcscanes, Beeckman había hallado una ele­


gante prueba geométrica de la proporcionalidad inversa de la longi­
tud de cuerda y la frecuencia. Comunicó su prueba a Mersenne en
1629, que la publicó en su Harmonie Universelle en 1636. Beeckman

“ Compendium Musicne, A. T.f X, pig. 121.


27 Isaac Beeckman, Journal, vol. I, págs. 50-51 (entrada perteneciente a abril
1614-enero 1615) y 89-90 (entrada perteneciente a 6 de febrero y 23 diciembre 1616).
19 Compendium Musicae, A. T ., X, pig. 224.
•r* Ib., pig. 110
30 Isaac Beeckman, Journal, ib., pigs. 61-62.
31 Compendium Musieae, A. T.. X , pág. 224.
Tras la armonía musical 119

prueba que, cuando las longitudes de las cuerdas guardan la relación


1:2 (y producen, pues, una octava), vibran con frecuencias que guar­
dan también la relación 1:2 (véase la figura 6).

D F
F ig u r a 6

La cuerda AC, junto con su mitad, CD , da una octava. Si D se


tensa hasta B, F se tensa hasta E. Cuando se suelta la cuerda, los
puntos B y E vuelven a D y F a la misma velocidad. Pero BD =
2EF. Por lo tanto, E se mueve a la misma velocidad, pero pasa por
F dos veces en el mismo tiempo que B pasa por D una. En otras
palabras, la mitad de la cuerda vibra dos veces más deprisa que la
cuerda entera. Para nosotros, esto sólo prueba que la frecuencia de
vibración determina el tono, pero Bceckman estaba convencido de
que había hecho mucho más, que había hallado la prueba geométrica
o la razón de la dulzura de la consonancia i2.
N o se menciona la elegante prueba geométrica de Beeckman en
el Compendium Musicae; quizá llegase a conocimiento de Descartes
sólo en 1619, una vez había terminado su tratado musical.

La música, y el paso de los años

Descartes volvería al problema de la consonancia musical con el


paso de los años, normalmente a petición de amigos, como Cons-

u Isaac Bceckman, Journal, vol. I, págs. 54-55. Véase la cana de Bceckman a


Mcrsenne de junio de 1629, en Correspondance de Marín Mersenne, vol. II. pág. 232,
y notas, pág. 234-236. Esa cana se ha publicado también en Journal, vol. IV, págs.
145-148. Uso la figura de la pág. 146. Mersenne publicó la prueba en su Harmonie
Universelle (París, 1636). Facsímil (París: C. N. R. S „ 1925), vol. I, págs. 157-158.
120 La magia de los números y el movimiento

tantin H u y gen s y M ersenne, que creían q ue la m ú sica reflejaba la


arm onía divina q ue im pregna el m undo.
Cuando Descartes volvió a Holanda en el otoño de 1628, fue a
Middelburg a visitar a Beeckman, que no vivía en su pueblo natal
desde hacía unos nueve años. Le sorprendió que residiese por en­
tonces en Dordrecht, donde era rector de la Escuela Latina. El Jour­
nal de Beeckman nos dice que Descartes le visitó el ocho de octubre,
mostrando ansias de reanudar una relación que nada había hecho
por conservar en los diez años pasados. Pero ahora que pensaba
establecerse en Holanda para recoger los frutos de sus viajes y me­
ditaciones, le parecía oportuno visitar al hombre a quien adulaba
dicicndole que no había conocido nadie a lo largo y ancho de sus
muchos viajes por Europa «con quien hubiese discutido más prove­
chosamente y de quien pudiese esperar más ayuda en el desarrollo
de sus estudios» 3334. Deseoso, sin duda, de impresionar a su amigo,
manifiesta Descartes que «nada más podía ya desear en aritmética y
geometría; es decir, que había hecho tantos progresos en los nueve
últimos años como era capaz de hacer el ingenio humano» M. Le
hizo saber a Beeckman los resultados experimentales de Mersenne
tocantes a la relación de tono, tensión y espesor de una cuerda, que
usaría el propio Descartes en sus Reglas para la dirección del espíritu,
más o menos por esa época 3S.

Sentimientos heridos

Por una curiosa coincidencia, el teólogo protestante André Rivet


le recomendaba a Mersenne que incluyese a Beeckman entre sus
corresponsales en 1629. Con su respuesta, Mersenne remitía una
hoja de cuestiones para que se las hiciese llegar a Beeckman. Una
de las preguntas se refería a la dulzura de las consonancias, y Beeck­
man, que sabía que Descartes había regresado a París, supuso que
la pregunta procedía de éste. ¿Por qué no se lo preguntáis a Des­
cartes mismo?, le dijo a Rivet, que transmitió semejante sugerencia
a Mersenne, sin, eso sí, citar el nombre de Descartes; se limitó a

M Isaac Beeckman, Journal, A. T., X, pág. 332.


34 ¡b., pig.331.
M Ib., pág. 337; Reglas para la dirección del espíritu, Regla 13, ib., pág. 431.
Tras la armonía musical 121

hablar de un «caballero» de sobra conocido, lo que intrigó a Mer-


senne y dio lugar al primero de una serie de equívocos:

Por lo que respecta al problema que le propuse al señor Becman [sic], no


confío en que el caballero que decís pueda satisfacerme. Ni siquiera sé quién
es, a no ser que se trate del señor de Cartes [sic], el hombre más brillante
que haya conocido yo jamás M.
En marzo de 1629, el propio Beeckman escribía a Mersenne, y
le ratificaba que era Descartes a quien se refería:

El es a quien, como ya he dicho, comuniqué hará diez años que yo había


escrito acerca de las causas de la dulzura de las consonancias, y quien, me
imagino, ha dado pie a vuestra pregunta. Estuvo él aquí hace poco y, dado
como es a los viajes, ha vuelto a vuestra vera w.

Tan inocuo y cierto comentario iba a llenar de indignación a


Descartes cuando Mersenne lo puso en su conocimiento en el otoño
de 1629. Se ha perdido la carta de Mersenne, pero tenemos la res­
puesta de Descartes:

Os estoy muy agradecido por haberme puesto en aviso de la ingratitud de


mi amigo. Creo que el honor de recibir una cana vuestra se le ha subido a
la cabeza, y ha supuesto que os haríais una opinión aún más alta de él si os
escribía que había sido mi maestro hace diez años. Pero está bastante equi­
vocado, pues ¿qué gloria puede haber en enseñarle algo a quien sabe muy
poco y lo confiesa, como yo hice, abiertamente? No le escribiré, pues no
deseáis que lo haga, pero me sería fácil avergonzarle, sobre todo si tuviese
su cana entera M.

No sabemos si Mersenne satisfizo el deseo de ver la carta de Beeck­


man que Descartes desliza en el párrafo recién citado, pero si le
envió una copia, es difícil encontrar una razón que impidiese que
Descartes se aquietase al leerla. Sin embargo, en noviembre de 1629,
se puso en contacto con Beeckman y le pidió que le devolviese el
Compendium Musicae (su regalo de 1619)39.*

** Cana de Mersenne a Rivct del veintiocho de febrero de 1629, Marín Mersenne,


Corrttpondanct, vol. II, pág. 205.
w Ib-, cana de Beeckman a Mersenne de mediados de marzo de 1629, pág. 218.
** Cana de Descanes a Mersenne del ocho de octubre de 1629, A. T., I, pág. 24.
w Ib., cana de Descanes a Mersenne del dieciocho de diciembre de 1629, pág. 100:
■ Tengo de nuevo el original del pequeño tratado desde hace un mes».
122 La magia de los números y el movimiento

La mediación de Mersenne

No debía sentirse cómodo Mersenne con el altercado que invo­


luntariamente había causado; una carta de finales de 1629 o princi­
pios de 1630 remitida por él a Descartes muestra que el fraile intentó
bondadosamente lograr una reconciliación, y es interesante. Aunque
se ha perdido, nos podemos hacer una buena idea de su contenido,
ya que Descartes contestó las doce custiones de que constaba una a
una. Las últimas tres se refieren a Beeckman; las precede una com­
pletamente distinta y que parecía no venir a cuento, que Descartes
responde como sigue:

En cuanto a vuestra pregunta, ¿cómo casan las virtudes cristianas con las
naturales?, no tengo otra cosa que decir que, así como una vara doblada se
endereza, no ya eliminando sin más su curvatura, sino doblándola en sentido
contrario, así nuestra naturaleza está tan inclinada a la venganza, que Dios
nos ordena, no ya perdonar a nuestros enemigos, sino hacerles el bien 40.

Del todo se le escapaba a Descartes la inocente estratagema del


fraile, y no parece que cayese en la cuenta de que esta pregunta sobre
la caridad cristiana (acerca de la cual un franciscano no necesitaba
que le adoctrinase un laico) estaba colocada justo antes de una pre­
gunta sobre Beeckman, en concreto, sobre la autoría de un pasaje
sobre la consonancia que pertenecía a una carta que Beeckman le
había escrito a Mersenne el uno de octubre de 1629. Negó Descartes,
contrariado, la sugerencia de que quizá se le debiese a él: el estilo,
con seguridad, no era el suyo; ¡si ni siquiera era inteligible! 41
Mersenne reproducía otros dos pasajes de la carta de Beeckman;
uno trataba de las vibraciones de las campanas, el otro del punto de
ruptura del monocordio. Descartes hacía otra vez como si los tuviese
por ininteligibles. Peor era esta vez su incomprensión, porque, en
realidad, Descartes y Beeckman tenían, cada uno por su lado, partes
complementarias de la respuesta a «¿Por qué se rompe la cuerda del
monocordio por los extremos cuando se la tensa demasiado?» Beeck­
man se había percatado de que la tensión que se va añadiendo se

40 Ib., cana de Descartes a Mersenne de enero de 1630, pág. 110.


41 Cana de Beeckman a Mersenne del uno de octubre de 1629, en Correspondana
de Marín Mersenne, vol. II, págs. 277-278; cana de Dcscanes a Mersenne de enero
de 1630, A. T „ I, pág. 110.
Tras la armonía musical 123

repane más fácilmente por la zona de enmcdio que por las de los
cabos, y adelantaba la hipótesis de que la tensión en éstos debe de
ser doble que en el centro, ya que en las inmediaciones de sus ex­
tremos la cuerda sólo puede estirarse por un lado. Descanes se había
percatado a su vez de que si se giraba despacio la clavija, la tensión
se distribuía uniformemente 42. Descanes y Beeckman dejaron pasar
una oponunidad de oro, propicia para la cooperación fructífera.

La teoría corpuscular del sonido de Beeckman

En esa misma cana dirigida a Descanes, Merscnne suscita otro


problema que procede directamente de su correspondencia con
Beeckman, pero no alude a su origen. Se refiere a la teoría corpus­
cular del sonido, y no es probable que Descanes ignorase de donde
venía. Beeckman, como Gassendi, con el que dialogaba amistosa­
mente por 1629, era atomista; creía que todas las cualidades se ex­
plicaban mediante pequeñas panículas de tamaño diferente que se
mueven con velocidades variables. Antes de conocer a Descanes, en
1616, había aplicado la teoría a la producción del sonido, que, según
el, se debía al corte del aire en glóbulos esféricos por las cuerdas
vibrantes de los instrumentos o las mismas cuerdas vocales. Cuanto
más rápido vibrasen las cuerdas, más pequeños serían los glóbulos
de aire que conasen. De ahí que el tamaño de los glóbulos fuese
inversamente proporcional al tono. Como el número de glóbulos era
mayor para las notas agudas, Beeckman concluía también que el
volumen del sonido dependía de la cantidad de glóbulos.
Los glóbulos viajaban hasta el oído, donde se los percibía como
sonido. La peculiaridad de la teoría de Beeckman se resume en un
pasaje de su carta del uno de octubre de 1629, dirigida a Merscnne:
«La causa del sonido que se oye es el mismo aire que estaba en la
boca del que habla». «El mismo aire» traduce la locución latina «ídem
numero aer», que quiere decir tanto «exactamente el mismo aire»
como «cuantitativamente el mismo aire» 43. Lo segundo haría que la
teoría de Beeckman nos pareciese menos chocante, pero H. F. Co-

u Compírense con pasajes posteriores de las cartas citadas en la nota anterior:


Corrcspondance de Marín Merscnne, vol. II, pigs. 280, y A. T., I, pág. 112.
w Carta de Beeckman a Merscnne del uno de octubre de 1629, en Correspondance
de Marín Mersenne, vol. II, pigs. 282.
124 La magia de los números y el movimiento

hen ha demostrado que Beeckman quiere decir lo primero. Los gló­


bulos de aire que salen de las inmediaciones de las cuerdas vocales
o de los instrumentos ¡son los mismos que golpean el tímpano! 44
Descartes decía desdeñosamente que semejante idea era «ridicu­
la», pero debe juzgársela teniendo en cuenta su trasfondo, la física
del siglo diecisiete. Contra la teoría corpuscular del sonido estaba la
teoría ondulatoria, defendida, por ejemplo, por Francis Bacon en su
Syha Sylvarum 4S. Beeckman se hacía una clara idea de la formación
de olas en el mar mediante condensaciones y rarefacciones, y seña­
laba su semejanza con las cuerdas vibrantes 4*. Si no hizo uso de
esta analogía para explicar la producción del sonido, fue porque por
entonces se ligaba la teoría ondulatoria a una imagen distinta, la de
las ondulaciones que se difunden a partir del lugar donde ha caído
una piedra en un estanque, y esta imagen, decía Beeckman, no se
podía hacer corresponder con el proceso de producción del sonido,
pues si el sonido fuese realmente como una onda de aire, ¡no sólo
nuestra experiencia del sonido no sería distinta de la que tenemos
de una brizna de aire, percibiríamos además la más ligera brisa como
si fuese un sonido! Además, sabemos que los sonidos pueden viajar
en direcciones opuestas sin chocar, mientras que las corrientes de
aire interfieren las unas en las otras 47.
Las objeciones de Beeckman sólo valdrían si la analogía ondula­
toria se basase en el movimiento físico de las ondulaciones del centro
a la circunferencia, pero, por supuesto, la analogía no requiere que
se dé semejante acarreo físico de agua del origen de la perturbación
a su periferia. Es fácil hacer que se propague una onda a lo largo de
una cuerda que sólo puede moverse de arriba a abajo, y aunque
parezca que el agua del mar se desplaza hacia la costa, no es así. Si
todo el agua se encaminase a la costa, se acumularía allí formando

44 H . F. Cohén, Quantifying Music, pág. 275, nou 22.


44 Francis Bacon, Sytva Sylvarum: or a Natural History fSylva Sylvarum: o una
historia natural]. Centuria III, 287, en Work [Obras] de Francis Bacon, editadas por
J. Spcdding, R. L. Leslie, ef al., catorce volúmenes (Londres, 1857-1874). Facsímil
(Stuttgart-Bad Canstatt, Fromman, 1963), vol. II, págs. 435-436.
46 Isaac Beeckman, Journal, vol. II, págs. 37-38. El pasaje se traduce al ingles en
Quantifying Music, de H. F. Cohén, pág. 121.
47 Isaac Beeckman, Journal, vol. I, pág. 92. Se cita también en Correspondance de
Marín Mersenne, vol. II, págs. 293-294, y se traduce al inglés parcialmente en Quan-
tifying Music, de FL F. Cohén, pág. 122, donde el lector encontrará además un útil
comentario.
Tras la armonia musical 125

algo así como una ola permanente, pero no ocurre nada parecido.
Lo asombroso es que Beeckman sabía perfectamente que la analogía
ondulatoria no requería la propagación del aire mismo, sino sólo la
sucesión regular de pulsos de aire comprimido 48. Fue incapaz de
construir sobre los cimientos de su propia intuición.

Mersenne en Holanda

En el verano de 1630, habiéndose desprendido de sus hábitos en


la frontera, tal y como exigía la ley holandesa, Mersenne visitó a
varios de sus amigos residentes en los Países Bajos. Pasó unos cuan­
tos días en Dordrecht con Beeckman, que le mostró su Journal-, era
la primera persona que merecía tal privilegio más de diez años des­
pués de que Descartes disfrutase de él. Al leerlo, Mersenne se formó
una idea de las relaciones de Descartes y Beeckman bastante dife­
rente de lo que Descartes le había hecho entender. Sin embargo, le
aconsejó a Beeckman que se comportase con moderación, y éste
escribió a Descartes poco después de la partida de Mersenne. No
tuvo acuse de recibo hasta que Abraham van Elderen, con quien
compartía el puesto de rector, visitó a Descartes en un viaje a Ley-
den o Amsterdam, y le dio la siguiente respuesta:

O s pedí que me devolvieseis mi M úsica [es decir, el C om pendiara M usicae]


el año pasado, no porque me hiciese falta para algo, sino porque oí que
hablabais de su contenido como si se os debiese. N o quise escribiros inme­
diatamente, por temor a que pareciese que dudaba yo de la lealtad de un
amigo sólo por lo que me decía un tercero. Pero como muchas otras cosas
me han confirmado que preferís la vana petulancia a la amistad y a la verdad,
quiero que sepáis que si alguna vez le enseñasteis de verdad algo a alguien,
que lo digáis es detestable. Y aún es más detestable si no es verdad, y lo
más detestable que pueda haber si, en realidad, es al revés 49.

N o podía negar Descartes que una vez le había escrito a Beeck­


man que había aprendido mucho de él y que aún esperaba aprender
más. Decía ahora que esos elogios no eran más que gentilezas con­

48 Isaac Beeckman, Journal, vol. II, pigs. 37-38; se traduce al inglés en Qaantif-
ying Music, de H. F. Cohén, pág. 121-122.
49 Carta de Descartes a Beeckman de septiembre u octubre de 1630, A. T., I,
págs. 155-156.
126 La magia de los números y el movimiento

vencionales a la francesa que sólo un rufián se tomaría al pie de la


letra. Si alguna vez había aprendido algo de Beeckman, sería sólo
porque tenía la costumbre de aprender hasta «de las hormigas y los
gusanos» *°.
En su respuesta, debió de recordarle Beeckman a Descartes los
temas que habían discutido juntos y le revelaría que había sido Mer-
senne quien, involuntariamente, eso sí, había provocado su indigna­
ción. En el único fragmento que queda de esa carta, dice que Mer-
senne pasó varios días leyendo su Journal y

vio en él muchas cosas que creía eran vuestras, y (por las fechas que las
datan) empezó a dudar que fueseis en verdad su autor. Le expliqué, quizá
con más desenvoltura de la que habría sido de vuestro gusto o del suyo,
cómo habían sido las cosas de verdad 51.

La respuesta de Descartes fue una carta violenta, insultante, de


unas tres mil palabras, en la que decía ser incapaz de formarse un
juicio acerca de Beeckman, embargado, como estaba, por la duda de
si éste era «un demente» o sólo «un patán». Una persona así sólo
tenía un remedio, decía también, tomar nota de la modestia del pro­
pio Descartes e imitarla:

Me avergüenza ponerme como ejemplo, pero como os comparáis tan a me­


nudo conmigo, parece que es necesario. ¿Habéis oído alguna vez que me
vanaglorie de haberle enseñado algo a alguien? ¿M e habéis oído decir alguna
vez que soy, no digo mejor, sino siquiera igual de bueno que cualquier
otro? **

Como ya hemos visto, Descartes había tomado de Beeckman la


explicación de la consonancia por medio de la coincidencia de «gol­
pes». Ahora sostiene que la teoría de Beeckman no es más que la
rcformulación trivial de una vieja idea y que sólo un pedante se
regodearía con ella:

En primer lugar, por lo que se refiere a esos golpes, si habéis enseñado a

40 Ib., pig. 156. En su caita siguiente, fechada el diecisiete de octubre de 1630,


Descartes afirma, como si fuese un principio elemental, que «si sabes algo, te perte­
nece del todo aunque lo hayas aprendido de alguien* (pág. 159).
“ Ib., carta de Descartes a Beeckman del diecisiete de octubre de 1630, pág. 165.
Tiene once páginas (págs. 157-167).
Tras la armonía musical 127

vuestros alumnos algo más elevado que el alfabeto, habréis hallado en Aris­
tóteles justo eso mismo que decís que es vuestro (a saber, que el sonido lo
originan los golpes repetidos de cuerdas u otros cuerpos en el aire). ¡Y os
quejáis de que no os elogie por haber descubierto algo así! ¡Aristóteles es
el ladrón! ¡Llevadle ante los tribunales! ¡Reclamadle vuestra idea, que os la
debe! ¿Y qué es lo que hice yo? Escribir de música y, cuando tenía que
explicar algo que no dependía de un conocimiento preciso de la naturaleza
del sonido, añadir que ésta podía concebirse bien de manera que el sonido
golpease el oído con muchos golpes, bien, etc. ¿O s robé lo que no cogí?
¿O debía ensalzar lo que no decía que era verdad? ¿O tenía que poner bajo
vuestro nombre lo que todos, menos vos mismo, saben por Aristóteles? ¿N o
se habrían reído, con toda la razón del mundo, por mi ignorancia? M

Es éste un Descartes cruel y pedante. Es cierto que se discutía


sobre la naturaleza del sonido desde la antigüedad, pero sólo en
términos muy amplios, según dos concepciones diferentes del pro­
ceso de su transmisión. La primera está ligada al atomismo, y pre­
supone que la voz humana o los instrumentos musicales emiten pe­
queñas partículas que vuelan por el aire y se convierten en sonido
audible cuando llegan al oído del oyente. Para la segunda, la soste­
nida por Aristóteles, el sonido era el resultado de que el aíre fuese
golpeado por las cuerdas vocales o las de un instrumento musical.
Si la teoría de Beeckman pertenecía a alguna tradición, era, sin duda,
a la primera, ¡no a la segunda! Pero ni los atomistas ni Aristóteles
habían dado a entender siquiera que la consonancia consistiese en
una coincidencia de pulsos. Esta idea era, sin disputa alguna, de
Beeckman, su logro, y Descartes se comportaba mezquinamente al
empequeñecerlo.
Termina Descartes su carta afirmando que se había asociado a
Beeckman en 1618 sólo porque era la única persona que hablaba
latín en la ciudad en la que estaba acantonado. Este extraordinario
documento, como dice H. F. Cohén,

es realmente un ejemplo clásico de proyección psicológica, pues es evidente


que quien está obsesionado con el «elogio» y el «ser enseñado por otro» es
el propio Descanes, y no Beeckman. La pregonada humildad de Dcscanes,
que apenas oculta la vanidad colosal de un hombre que está convencido de
haber descubieno los principios verdaderos que llevan al conocimiento cier-

M Ib., p á g s. 162-163.
128 La magia de los números y el movimiento

to, contrasta con la sobria autoestima de Beeckman, tan presto a dar a cada
uno lo que se le debía M.

De hecho, Beeckman era escrupuloso hasta la exageración. No


sólo da cuenta de quiénes son aquellos de los que ha aprendido algo
por sus libros o en alguna conversación, sino que se cree obligado
a dar sus fuentes hasta el punto que cita a niños o analfabetos a los
que ha conocido de paso i5. Por el contrario, Descartes apenas men­
ciona sus fuentes, y da la impresión de que, si bien a veces podía
tomar algo de aquí o de allá, con nadie estaba jamás en deuda por
lo que se refería a la interpretación correcta de lo tomado.
Aún hervía Descartes de indignación días después de haber des­
pachado la carta. Unas dos semanas después, le decía a Mersenne
que si escribiese de ética, no encontraría mejor ejemplo que las cartas
de Beeckman para «mostrar cuán ridicula es en realidad la tonta
petulancia de un pedante» 5&. Pero la sensibilidad moral de Descartes
no alcanzaba su propia conducta personal, y no tenía reparos en
mentir descaradamente, negando que Mersenne le hubiese informa­
do de la correspondencia que había mantenido con Beeckman 57.
Beeckman era un hombre infinitamente paciente, una de esas
personas que pasaría por alto cualquier cosa con tal de que reinase
la paz. En octubre de 1631, visitó a Descartes, que convalecía. Tres
años después, estaría parte de un fin de semana con él en Amster-
dam. Beeckman se presentó con el Dialogo sobre los dos sistemas del
mundo más importantes, de Galileo, que había aparecido en 1632,
pero que Descartes no había visto todavía; se lo comentaría a Mer­
senne en una carta que escribió el mismo día del regreso de Beeck­
man a Dort 58. Tuvieron una detenida discusión sobre la velocidad
de la luz; como Descartes no pudo convencer a Beeckman de que
se propagaba instantáneamente, le expuso detalladamente su argu­
mento en una carta fechada el veintidós de agosto de 1634. Aunque
la sangre ya no llegaba al río, Descartes quedó como la pane ofen-*17

M H. F. Cohén, Quantifying Music, pág. 196.


ss Isaac Beeckman, Journal, vol. III, pág. 67.
M Carta de Descartes a Mersenne, escrita entre el veintiuno de octubre y el cuatro
de noviembre de 1630, A. T „ I. pág. 172.
17 Id., carta de Descartes a Beeckman, citada en cana de Descanes a Mersenne
del cuatro de noviembre de 1630, págs. 171-172.
M Id., carta de Dcscanes a Mersenne del catorce de agosto de 1634, págs. 303-306.
F.l catorce de agosto caía ese año en lunes.
T ris la armonía musical 129

dida, y le placía recordarle a Mersenne la falsedad de Beeckman S9.


Beeckman falleció inesperadamente el veinte de mayo de 1637,
lo que Colvius hizo saber a Descanes; éste le contestó en un tono
que le parecía el más apropiado para un filósofo estoico:

De paso por esta ciudad [Leyden] de vuelta de un viaje que me ha llevado


más de seis semanas, me he encontrado con la carta que os tomasteis la
molestia de escribirme, y por la que he sabido la triste nueva de la muerte
del señor Beeckman. Lo siento, y sé que, habiendo sido vos uno de sus
mejores amigos, estaréis apenado. Pero, señor, sabéis mucho mejor que yo
que el tiempo que vivimos en este mundo es u n corto comparado con la
eternidad que no debería preocuparnos si la muerte nos lleva unos pocos
años antes o después. Com o el señor Beeckman era filosófico en grado
sumo, no dudo que haría mucho tiempo que acepuba lo que tenía que
pasar. Espero que D ios le haya iluminado para que muriera en su gracia *°.

La última frase, con esa velada alusión a que quizá Beeckman no


muriera en estado de rectitud moral, es particularmente molesta.
Un año después, el once de octubre de 1638, le tocaba a Galileo
el ser acusado de plagio, y señalaba de nuevo con el dedo a Beeck­
man, para escarnecerlo:

No conozco a Galileo personalmente; tampoco he mantenido con él corres­


pondencia. No es posible, pues, que haya tomado algo de él. Además, no
encuentro nada en sus escritos que se pueda envidiar, y casi nada que me
gustase que hubiese sido mío. Lo mejor es lo que ha escrito de música, y
los que me conocen estarán más dispuestos a creer que él lo ha tomado de
mi que al revés, pues yo escribía casi lo mismo hace diecinueve años, cuando
todavía no había estado en Italia, y le di mi ensayo al señor Beeckman,
quien, como sabéis, lo aireó a los cuatro vientos y escribía de él como si
fuese suyo 41.

” El veinticinco de mayo de 1637 le escribía Descartes a Mersenne que Beeckman


era una persona de esas que «quieren adquirir una reputación arrogándose lo que no
les corresponde» (ib., pág. 375).
*° Id., carta de Descartes a Colvius del catorce de junio de 1637, págs. 379-380.
M Carta de Descartes a Mersenne del once de octubre de 1638, A. T., II, págs.
388-389.
130 La magia de los números y el movimiento

La teoría galileana de la coincidencia

El pasaje al que se refiere Descartes es la discusión sobre música


al final de la Primera Jomada de los Discursos sobre dos nuevas
ciencias de Galileo, en el que se explica la consonancia en línea con
lo que Beeckman le había sugerido a Descartes en 1618.

Consonantes y agradables al oído, por el contrario, serán aquellos pares


de sonidos que golpeen el tímpano con cieno orden. Tal orden exige, en
primer lugar, que las percusiones hechas en el mismo tiempo sean conmen-
surables en número, a fin de que la membrana del tímpano no tenga que
estar sometida al continuo suplicio de plegarse de dos formas, de m odo que
pueda adaptarse a golpes siempre discordes u .

Después de haber seguido las vicisitudes de la relación entre Des­


cartes y Beeckman hasta su amargo final, no es probable que nos
dejemos impresionar por la insinuación de que Galileo era un pla-
giador. Descartes y Galileo formularon independientemente la teoría
de la coincidencia de manera parecida, pero Descartes desarrolló su
versión sólo después de haber escrito su Compendium Musicae, des­
pués de que Beeckman le sugiriese la idea. En 1629, sin embargo,
habiendo roto ya con Beeckman, vemos que describe sus ideas del
momento como si en 1618 hubiese disfrutado ya de ellas. Merece la
pena citar el texto por extenso:

Es verdad que los retornos de dos cuerdas que producen la decimoscgunda


y están en una relación 1:3 coincidirán dos veces más a menudo que dos
cuerdas que den la quinta y estén en una relación 2:3. Recuperé hace un
mes el original de un pequeño tratado en el que explicaba yo esto; vistéis
un extracto suyo. Ha estado en las manos del señor Beeckman durante once
años y, si basta ese tiempo para la prescripción, tiene derecho a decir que
es de su propiedad. Pues bien, la consonancia se explica com o sigue:
Estén las cuerdas A y B en relación 3:1, y las A y C , en la 3:2 [véase
la figura 7].
Tómese A un momento para ir o venir; B, entonces, necesitará un tercio
de un momento para lo mismo, y C , dos tercios. Si A y B se ponen en
movimiento al mismo tiempo, A oscilará una vez mientras B hace tres. De63

63 Consideraciones y demostraciones sobre dos nuevas ciencias, primera jomada,


en las Opere de Galileo, vol. VIH, pág. 147 [reproduzco la traducción española de
Javer Sádaba (Madrid: Editora Nacional, 1981), pág. 202].
Tras la armonía musical 131

F ig u r a 7

ahí que, cuando A empieza su segunda oscilación, B empieza la cuarta, y


cuando A empieza la tercera, B la séptima. De esta manera, comenzarán su
ciclo juntas con intervalos de un momento. Ahora bien, si A y C se ponen
en movimiento a la vez, A completará una oscilación cuando C esté ya a la
mitad de su segunda oscilación. Por lo tanto, C no empezará de nuevo al
mismo tiempo que lo haga A en el segundo momento de tiempo, sino sólo
en el tercero (pues cuando A oscila dos veces, C lo hace exactamente tres).
Por lo tanto, comenzarán de nuevo a la vez a intervalos de dos momentos,
y por eso los sonidos se combinarán mejor y producirán una armonía más
d u lc e ".

Es ésta una clara exposición de la teoría de la coincidencia, y es


similar a la publicada por Galileo en 1638 en los Discursos. Pero se
trata de un desarrollo nuevo, realizado con posterioridad al Com-
pendium Músicas, en el que argüía Descanes que la decimosegunda
era más dulce que la cuarta por razones puramente numéricas, a
saber, porque la razón 3:1 es más simple que la 3:2. Es aquí, en esta
cana, donde vemos por vez primera que Descanes desarrolle la ¡dea
que le había explicado Beeckman, que la dulzura de las consonancias
depende de cuán a menudo coincidan a intervalos regulares los gol­
pes que se producen al hacer sonar cuerpos. Descanes retrotrae esta
teoría al Compendio de Música, para que quede en la estacada la
originalidad de Beeckman.
La teoría es clara, y permite que se infiera con rigor matemático
qué consonancias son las más agradables. Pero Dcscanes no intenta
sacar panido del poder predictivo que su teoría parece poseer. Pro­
cede, en cambio, a atacar el problema de la mala condición de la

u Cana de Descanes a Mersenne del dieciocho de diciembre de 1629, A. T., I,


págs. 100-101.
132 La magia de los números y el movimiento

cuarta (4/3) y el hecho de que la sexta menor (5/8) sea consonante,


no siéndolo, sin embargo, la razón más simple (5/7).

Sanciones pragmáticas

En el Compendium Musicae, Descartes explicaba la mala condi­


ción de la cuarta recordando la existencia de su armónico superior,
es decir, que cada nota musical contiene su octava más alta. Extiende
ahora la misma ¡dea a la sexta menor (5/8), arguyendo que a la
vibración de una cuerda que tenga ocho unidades de longitud le
acompaña la resonancia de su mitad, por lo que oímos también 5/4
cuando suena 5/8. Pero sale al paso la verdadera dificultad con el
intervalo 1/7, al que Descartes no había prestado atención en el
Compendium Musicae porque no se generaba con las tres primeras
bisecciones de la cuerda; lo genera la cuarta, que también genera
otras razones claramente disonantes, como el tono 8/9.
Como hemos visto antes, Descanes detenía la iteración de bisec­
ciones por razones pragmáticas. Justifica de forma parecida que no
se acepte el intervalo 1/7. «La razón», escribe a Mersenne, «está
clara: si se lo aceptase, habría que aceptar muchos otros que van
más allá de la capacidad de nuestro oído» M. La teoría de la coinci­
dencia sirve para explicar la «perfección» o «dulzura», pero no ofre­
ce guía fiable de lo placentero o agradable:

E l cálcu lo no hace o tra c o sa q u e sac ar a lu z q u é co n so n an cias so n las m ás


sim p les o , si p refe rís, las m ás du lces y p erfe ctas, n o las m ás agrad ab le s. Si
leéis m i carta cu id ad o sam e n te, veréis q u e n o decía q u e aquél n o s d ie se las
co n so n an cias m ás ag rad ab le s, p u e s, si fu ese así, el u n íso n o se ría la m ás
placen tera d e to d as. Para d eterm in ar cu áles so n las m ás p lace n te ras, d e b em o s
c o n sid erar la cap acidad del o y e n te, q u e, c o m o el g u sto , c am b ia d e p erso n a
a p erso n a. A lg u n o s p referirán escu ch ar una m elodía sencilla, o tr o s m ú sica
can tada a varias v o ces, etc ., exactam en te lo m ism o qu e h ay qu ien prefiere
lo d u lce y quien p refiere lo q u e sab e un p o c o am argo o á c id o 6S.

Cuando Mersenne le apretaba en este punto, repetía aún más


contundentemente que la teoría matemática de la consonancia no
puede proporcionar un criterio de calidad estética:

M Ib., carta de Descartes a Mersenne de enero de 1630, págs. 108-109.


Ib., pág. 108.
Tras la armonía musical 133

C u a n d o m e p regu n táis en q u é m e d id a e s m á s placen tera u n a co n son an cia


q u e o tra , m e p o n é is en un aprieto lo m ism o q u e si m e p reg u n taseis en q u é
m ed id a p refiero la fru ta al p esc a d o M.

Pero ¿no es extraño que una teoría matemática claramente for­


mulada, con un detallado mecanismo de golpes y percusiones, tenga
un alcance tan limitado? ¿Por qué ha de ser así? Mersenne no dejaba
de apretarle las clavijas a Descartes, que accedió a explicar su postura
una vez más en octubre de 1631:

P o r lo q u e se refiere a la d u lz u ra d e las co n so n an cias, h ay q u e distin g u ir


d o s c o sa s, a sa b e r: lo q u e las hace m ás sim p les y m ás c o n co rd an te s, p o r un
la d o ; lo q u e las h ace m á s p lacen teras al o íd o , p o r el o tro . A h o ra bien , qu é
las hace m ás p lace n te ras, d e p e n d e d e d ó n d e se las em plee 67.

Esto quiere decir que el añejo problema de la consonancia no


tiene solución. El análisis de los intervalos musicales basado en pul­
sos simultáneos a intervalos matemáticamente determinados, no ago­
ta la realidad musical. En otras palabras, el análisis acústico no cap­
tura el placer estético.
Las dos razones que da Descartes de que haya esta fractura abier­
ta entre las razones de frecuencias simples y la experiencia de la
consonancia son la variedad de los gustos personales y el problema
del contexto. Veámoslas por turno.
La primera apenas es válida viniendo, como viene, de un hombre
que insistía siempre en que la verdad no es cosa que se decida con
plebiscitos. Puede que no siempre estemos en la mejor disposición
para escuchar música, pero tampoco lo estaremos de hacer matemá­
ticas o entregamos al pensamiento filosófico abstracto. Decir que no
todos estarán de acuerdo en el jucio que les merezcan tales o cuales
consonancias es, como mucho, una verdad a medias, pues no hay
prácticamente nadie que disienta de la ordenación de las consonan­
cias cuando se las escucha aisladamente. Si se hace que suenen dos
cuerdas de manera que se produzcan los distintos tonos, la clasifi­
cación que dará cualquier persona a poca sensibilidad musical que
tenga será, casi sin excepciones, la habitual: la octava (1/2), la quinta
(2/3), la tercera mayor (94/5), la tercera menor (5/6), la sexta mayor*47

“ Id ., caita de Descanes a Mersenne del cuatro de marzo de 1630, pág. 126.


47 Id ., cana de Descartes a Mersenne de octubre de 1631, pág. 223.
134 La magia de los números y el movimiento

(3/5), la sexta menor (5/8) y la cuarta (3/4). Pero esta ordenación no


es la que se seguiría de las razones simples que se definen en la teoría
de la coincidencia, que es: la octava (1/2), la quinta (2/3), la cuarta
(3/4), la sexta mayor (3/5), la tercera mayor (4/5), la tercera menor
(566) y la sexta menor (5/8). Es, pues, como si los números ejercie­
sen sólo un dominio parcial en el mundo del sonido.
La segunda razón aducida por Descartes es más interesante. Se
refiere a la importancia del contexto musical. Incluso aunque se pu­
diese dar una explicación física y matemática satisfactoria del placer
que proporciona la consonancia, semejante teoría distaría tanto de
la verdadera música como la estática de la dinámica. El placer que
nos proporciona la música no se logra disponiendo consonancias una
detrás de la otra, sino combinándolas según patrones variados y
complejos. Descartes lo sabía, así que se retractó de todo aquello
que sonase a defensa de la posibilidad de explicar el placer estético
mediante su física matemática. Como hemos visto, rechazaba que
hubiese semejante posibilidad con decisión, abruptamente: como la
teoría de la coincidencia no da la explicación completa, es como si
no explicase nada en absoluto. Es éste un ejemplo de la propensión
al todo o nada que caracterizará al estilo científico de Descartes. En
las Reglas para la dirección del espíritu, lo dejará claro: o la ciencia
es certidumbre o no es ciencia. No es lo meramente probable el
objeto de la ciencia, la ciencia no transige con lo que no pasa de
verosímil.
Lo malo es que Descartes creía además que la claridad y el rigor
producían certidumbre, y en ningún sitio nos dice que la teoría de
la coincidencia carezca de esas virtudes. Si Descartes restringe el
alcance de su teoría, es sólo porque tenía una experiencia musical
demasiado dilatada y profunda como para no sublevarse ante la im­
posición de una ordenación de las consonancias basada exclusiva­
mente en las razones simples. He aquí, pues, un llamativo ejemplo
en el que la intuición puede más que el rigor matemático.

Descartes, crítico musical

Si bien, pasado 1629, no podía ya Descartes esperar que se ex­


plicase el placer que nos da la música, no por eso dejaba de asistir
a actuaciones musicales y de ser consultado como crítico y árbitro
del gusto. En 1640, unos de sus amigos holandeses, el sacerdote
Tras la armonía musical 135

católico Jean Albert Ban (1597-1644), participó en una competición


musical, para la que puso música a un poema breve; ya había una
obra cuyo texto era ese mismo poema, debida a Antoine Boésset, el
mejor compositor francés en aquellos días. Ban había adoptado la
división de la octava en dieciocho cortes desiguales preconizada por
Descartes, y decía componer su música al dictado de reglas científi­
cas rigurosas. Como es normal, pues, buscó a Descartes como alia­
do, pero éste dejó, una vez más, que su oído quedase por encima,
no sólo de las matemáticas, sino de la amistad también. Le explicó
a Mersenne que, si bien aprobaba la existencia de reglas musicales,
Ban no pasaba de ser un aprendiz al lado de Boésset. En una carta
más larga, redactada con más tacto, remitida al propio Ban, explica
Descartes por qué la melodia de Boésset es superior; esta explicación
ha merecido vivos elogios por parte de musicólogos modernos 68.

Armónicos

Si volvemos de la música a la física del sonido, veremos que


Descartes se daba cuenta claramente de que el sonido no era «sino
un cierto temblor del aire que hace que el oído titile» 69. Acertó
menos en su interpretación de los armónicos. Como hemos visto,
sabía (ya lo había observado Aristóteles) que en cierta imprecisa
forma cada nota contenía su octava. Mersenne fue más allá de esta
vaga observación, y descubrió que cualquier tono producido por una
cuerda, un flautín, una campana, una voz humana consiste en la
mezcla de un tono fundamental con varios tonos armónicos más
altos, pero también más débiles. Además del tono fundamental, Mer­
senne distinguía claramente cuatro armónicos, cuyas frecuencias de­
finían los enteros más pequeños (véase la figura 8): la octava (1/2),
la decimosegunda (1/3), la decimoquinta (1/4) y la decimoséptima
(1/5) 70.

Cana de Descanes a Mersenne de diciembre de 1640, A. T., III, pág. 225; a


Ban, ib., págs. 829-834. Véase «Merscnne's Musical Competition of 1640 and Jean
Alben Ban (La competición musical que convocó Mersenne en 1640, y Jean Albert
Ban]», de D. P. Walkcr, Stadíes in Musical Science in Late Renaissance. (Londres:
Warburg Institute, 1978), págs. 81-110, especialmente, las págs. 101-105.
" Carta de Dcscanes a Mersenne de octubre de 1631, A. T „ I, págs. 223-224.
70 Véase Quantifying Music, de H. F. Cohén, págs. 102-103.
136 La magia de los números y el movimiento

F ig u r a 8

Mersenne se perdía a la hora de explicar de dónde procedían los


armónicos, y en el verano de 1633, pidió a Descartes que le aseso­
rase. Descartes le contestó que había observado que, ocasionalmente,
una cuerda da dos sonidos, y sugería que ello se debía a una segunda
vibración causada por alguna irregularidad del espesor de la cuerda.
En el curso del golpe regular de uno a seis que da la nota funda­
mental (véase la figura 9), el espesor variable hace que

A
\ -AÁ 6

B
Figura 9

cu an d o llega a 2, vuelva a 3, y en ton ces a 4 , y d e ahí a 5, y , fin alm en te, a


6. E sa es la razó n d e qu e se p ro d u z c a u na n ota m ás alta en una d ecim ose-
gu n d a. Si esta se g u n d a vib ración es el d o b le d e la p rim era, ten d rem o s una
octav a, si es cu atro veces la p rim era, la de cim o q u in ta, y si es cin co veces la
p rim era, la d e cim o sép tim a m a y o r 71.

71 Carta de Descartes a Mersenne del veintidós de julio de 1633, A. T., I, págs.


267-268.
Tras la armonía musical 137

Mersenne se quedó perplejo ante tan extraño argumento. Repitió


su consulta en el otoño de 1633 y de nuevo en la primavera de 1634.
Ambas veces le respondió Descartes lo mismo otra vez 72*. Esta vez,
la vara alta la tenían las matemáticas, y no parece que le preocupase
lo más mínimo a Descartes cómo era posible que una cuerda física,
por irregular que fuese, pudiera moverse de manera tan rara.

Matemáticas y música: ¿hacen una disonancia?

Como hemos visto más arriba, en la sección titulada Sanciones


pragmáticas, Descartes admitía, cuando le apretaba Mersenne, que
no había teoría matemática capaz de de determinar qué consonancias
eran las más placenteras. Lo reconocía a regañadientes, y no habría
nunca de sacar las consecuencias que ello tenía para su construcción,
ideada por él en fecha tan temprana como 1618, que incrementaba
el número de notas de siete a diecinueve. Era una innovación que
aumentaba mucho la complejidad de ios instrumentos musicales y
no ofrecía otra ventaja apreciable que no fuese el establecimiento de
razones matemáticas perfectas entre los intervalos de las notas suce­
sivas. Cuando los músicos ponían reparos a esas consonancias per­
fectas por la razón de que impedían la discrimación de los semito­
nos, Descartes replicaba que les movía sólo un espíritu de contra­
dicción o que eran «duros de oído» 72. En otra carta dirigida a Mer­
senne, llamaba a la arquitectura en defensa de su causa: quejarse de
que la diferencia entre ciertos intervalos no puede ser apreciada por
el oído «es como decir que las proporciones que los arquitectos
determinan para las columnas son inútiles, ya que las columnas nos
parecerían igual de bien aunque no las satisficiesen por un poco más
o menos» 74.
Cuando no se le pedía que dijese por qué una composición mu­
sical concreta era mejor que otra, Descartes se dejaba guiar por ese
principio, teóricamente claro pero experimentalmente inadecuado,
que reza «el sonido es al sonido como la cuerda es a la cuerda». A
la luz de este supuesto, que estatuye que la longitud de la cuerda

72 Cartas de Descartes a Mersenne de finales de noviembre de 1633, pág. 272, y


del quince de mayo de 1634, pigs. 296-297.
71 Id ., carta de Descartes a Mersenne del quince de mayo de 1634, pág. 295.
74 Id., carta de Descartes a Mersenne de abril de 1634, pág. 286.
138 L a magia de los números y el movimiento

determina directamente el valor del sonido, la música no es sino cosa


de manejar razones matemáticas. Ya en fecha tan tardía como 1643,
Descartes instruía a Colvius en su sistema «para la construcción de
un instrumento musical perfecto» sin hacer siquiera la menor men­
ción a las dificultades prácticas concomitantes 7i. La teoría hablaba
alto, y acallaba el murmullo de protesta de la experiencia.
La música desempeñó un papel importante en el desarrollo de
las ideas de Descartes, pero no se debe olvidar otro factor que in­
tervino en sus años de formación, cuando joven: su interés por el
movimiento reformador de boga entonces llamado rosacrucianismo.
Para estudiar esta faceta de su carrera, volvemos en el capítulo si­
guiente al joven Descartes de 1619 y a su primera separación de su
amigo Beeckman.

n C an a de Descartes a Colvius del seis de julio de 1643, A. T ., IV, págs. 678-680.


Véase m is arriba, págs. 76-77.
Capítulo 5
DESCARTES Y LA ILUSTRACION DE LA ROSA
CRUZ

Soldado, sabio, viajero: 1619-1622

Descartes se quedó solo en Breda cuando Beeckman volvió a


Middelburg a principios de enero de 1619. Echaba de menos a su
amigo, y le escribió para decirle que le visitaría a principios de Cua­
resma El Miércoles de Ceniza caía ese año el catorce de febrero,
pero pasaría un mes desde esa fecha antes de que Descartes fuese a
Middelburg y se encontrase con que Beeckman no estaba allí. De
vuelta a Breda, le hizo saber a éste que la pequeña embarcación que
le trajo de la isla de Walcheren había cruzado una tormenta, y que
estaba satisfecho al ver que ni se había mareado ni había pasado
miedo. Después de eso, se sentía con mejor disposición de ánimo y
con más ganas de emprender el viaje al sur de Alemania en el que
había estado pensando.
Descartes tenía en un principio la intención de tomar la ruta
directa a lo largo del Rhin, pero desde la defenestración de Praga,
ocurrida el veintitrés de noviembre de 1618, y el estallido de la1

1 Carta de Descartes a Beeckman del veinticuatro de enero de 1619, A. T., X,


pág. 152.

139
140 La magia de los números y el movimiento

guerra de los Treinta Años, los caminos se habían vuelto inseguros


por los movimientos de tropas. Ahora que tenía confianza en sus
habilidades de viajero de los mares, Descanes tomaba la decisión de
hacer el viaje, más largo, por mar hasta Copenague, Gdansk y, de
ahí, hasta Austria y Bohemia por Polonia y Hungría 12. Descanes se
embarcó en Amsterdam el veintinueve de abril de 1619, y se unió
después a las tropas del duque de Baviera, uno de los jefes del par­
tido católico en la guerra. Asistió a pane de las ceremonias de la
coronación del emperador Fernando II en Frankfun, que tuvieron
lugar del veinte de julio al nueve de septiembre de 1619 3. Encontró
después alojamiento en un pequeño pueblo de Baviera, donde tuvo
sus famosos sueños de la noche del diez al once de noviembre de
1619 4.
Descanes visitó al matemático Johann Faulhaber en Ulm en 1620,
pero no sabemos bien cuáles fueron sus pasos hasta finales de 1621,
que volvió a Dinamarca y de allí a Holanda. Una vez había desem­
barcado en Emden, en la Frisia del este, arregló las cosas para cubrir
la corta distancia que le separaba de la Frisia del oeste en una pe­
queña embarcación privada. Le acompañaba un ayuda de cámara con
el que hablaba en francés, y los marineros le tomaron por un rico
mercader que no sabía holandés. Pudo oírles que planeaban abier­
tamente robarle el dinero y tirarle por la borda. No habían aún
terminado de hablar, cuando Descartes se pone de pie de un salto,
empuña su espada y les dice en la lengua de ellos que los iba a matar
si intentaban alguna treta. Los que aspiraban a piratas se amansaron
inmediatamente.
Parece que Descartes se sorprendió tanto como sus asaltantes.
En su relación del incidente, no se sabe de qué se maravilla más, ¡si
de su atrevimiento o de la cobardía de los ladrones! Como había
pasado con la travesía de los turbulentos estrechos entre la isla de
Walcheren y la costa holandesa, esta segunda victoria en el mar elevó

1 Id., carta de Descartes a Bceckman del veintisíis de marzo de 1619, págs. 158-159.
3 Los aspirantes al trono de Bohemia eran Federico V, elector del Palatinado,
protestante, y Fernando de Austria, primo hermano del emperador Matías, católico.
El elector del Palatinado fue derrotado en la batalla de la Montaña Blanca, el ocho
de noviembre de 1620. Se retiró a a los Países Bajos, donde murió en el exilio en
1632. Estaba casado con Isabel Estuardo, hija de Jaime I y hermana de Carlos I.
Tuvieron trece hijos, entre ellos la princesa Isabel, que habría de ser corresponsal y
amiga de Descartes.
4 Olympica, A. T., X , págs. 179-188; los discuto más adelante: págs. 167-172.
Descanes y la ilustración de la Rosa Cruz 141

su autoestima. «Fue entonces», escribe Baillet, «cuando descubrió la


gran impresión que el atrevimiento hace en almas pusilánimes, quie­
ro decir, un atrevimiento que vaya tan lejos con respecto a lo que
en realidad es factible que, en otras circunstancias, sería simplemente
ridículo» 5. La jactancia intelectual tan típica de Descartes podría
tener alguna de sus raíces en sus aventuras en el mar.

Un caballero con recursos propios

Descartes volvió a Francia en marzo de 1622, pero como oyó


que París no estaba aún libre de la plaga que se había declarado dos
años atrás, fue directamente a casa de su padre, en Rennes. Su her­
mano Pierre y su hermana Jeanne habían recibido ya su parte de la
herencia materna, y a Rene se le dio el tercio que le correspondía.
Era una fortuna considerable, que incluía tres granjas, una extensa
parcela de tierra cultivable y una casa en la ciudad de Poitiers. Ven­
dió esas propiedades, e invirtió las ganancias en un banco de Ams-
terdam, que le liquidaba anualmente un interés de dos mil libras.
Tras la muerte de su padre en 1641, heredó dos granjas más y una
casa en Chátelleraut. Pierre Borel, el primer biógrafo de Descartes,
estimaba la sustanciosa renta de Descartes en unas seis o siete mil
libras per antwm 6.

¿Hermano de la Rosa Cruz?

Después de visitar a sus parientes en la Francia occidental, fue


Descartes a París, a finales de febrero de 1623. Allí conoció, o rea­
nudó su relación con él, a Marín Mersenne, cuya celda era la sede
de una sociedad informal de filósofos naturales, y a Claude Mydorge
(1585-1647), dotado matemático que se interesaba por la óptica. La
noticia de que Descartes acababa de regresar de Alemania creó cierto
revuelo, y se encontró bajo la sospecha de ser miembro de la Her-*

* Adrien Baillet. Vie de Monsieur Des-Cartes, vol. I, pág. 103, ib., pág. 190. Bai­
llet se refiere a un fragmento autobiográfico que se titulaba Experimenta y que se ha
perdido (ib., págs. 189-190).
* Ib ., págs. 116-117, vol. II, págs. 459-461 (la estimación de Borel se cita en la
pág. 459.)
142 La magia de los números y el movimiento

mandad de la Rosa Cruz, organización secreta de la que se rumo­


reaba que había llegado a París.
Se creía que había rosacrucianos ocultos por todas partes, y las
prensas gemían con los pormenores de sus atroces planes. Sólo en
1623, se ofrecieron a los parisinos tres relaciones exhaustivas, basa­
das en los rumores que corrían de boca en boca: (1) los Effroyables
Pactions faites entre le Diable et les pretendas Invisibles [Los espan­
tosos panos acordados entre el diablo y los que se dicen invisibles/,
panfleto anónimo que denunciaba la alianza de los rosacrucianos con
Satanás; (2) la más moderada Instruction a la France sur la vérité de
l’bistoire des Fréres de la Rose-Croix [Instrucción de Francia en la
verdad de la historia de los hermanos de la Rosa Cruz], de Gabriel
Naudé; y (3) La doctrine curieuse des beaux esprits de ce temps, ou
prétendus tels contenant plusieurs máximes pemicieuses a l’Estat, a
la Religión, et aux bonnes moueurs [L a curiosa doctrina de los espí­
ritus refinados, o eso dicen, de nuestra época, con varias máximas
perniciosas para el estado, la religión y las buenas costumbres], tan
feroz como plúmbea (tenía unas mil cien páginas).
Según Naudé, los parisinos se despertaron una mañana con el
siguiente anuncio a la vista en varios lugares céntricos:

Nosotros, los delegados del Colegio Principal de los Hermanos de la Rosa


Cruz, visitamos visible e invisiblemente esta ciudad por la gracia del T odo­
poderoso, hacia el que se vuelven los corazones de los justos. Enseñamos
sin libros ni signos todas las lenguas de los países donde deseamos estar
para arrancar a nuestros prójimos del error mortal 7.

Como dice Baillet:

Que se dijese que habían llegado a París al mismo tiempo que el señor
Descartes pudo haber tenido consecuencias desagradables si éste se hubiese
ocultado o vivido en soledad, como solía hacer en sus viajes; pero confudía
a todos los que querían echar mano de esta coincidencia para difamarle
dejándose ver por todo el mundo y especialmente por sus amigos, que no
necesitaban de otro argumento a su favor que el simple hecho de que no
pertenecía a la Hermandad o a los Invisibles * *.
Si toda la refutación que necesitaba era «dejarse ver», entonces

7 Gabriel Naudé, ¡nstruction a ¡a France sur la vérité de l ’histoire des Fréres de


la Rose-Croix (París, 1623), pág. 27.
* Adricn Baillet, Vie de Monsieur Des-Cartes, vol. I, pág. 108.
Descartes y la ilustración de la Rosa C ruz 143

¡no estaban las cosas tan mal para Descartes! Sea como sea, no cabe
duda de que era afortunado, pues el jesuíta Fran^ois Garasse creía
que los rosacrucianos merecían «el potro de tortura o la horca» 9.

La escurridiza Hermandad

¿Quiénes eran esos terribles rosacrucianos? ¿Se puede decir que


Descartes tuvo algún contacto con ellos o que sintió alguna simpatía
por su movimiento? Pero la dificultad de esta pregunta estriba, sim­
plemente, en que no hubo nunca rosacrucianos. Sólo sabemos de
simpatizantes de todos, o algunos, de los ideales proclamados en los
llamados manifiestos rosacrucianos que salieron a la luz entre 1614
y 1619, es decir, entre el decimooctavo y el vigésimocuarto años
de la vida de Descartes, esos años en que el espíritu todavía está
abierto a ideas audaces y designios grandiosos. Algunos de esos ma­
nifiestos son la Fama Fratemitatis (1614), la Confessio (1615), la
Boda química de Christian Rosencreutz (1616) y el Raptas Philosop-
hicus (1619), por mencionar sólo unos pocos l0. La Fama y la Con­
fessio, que se publicaron también en muchas de las lenguas moder-

’ En un exceso de celo, Garasse compara los rosacrucianos a Lutcro, que era «un
ateo perfecto». Fran^ois Garasse, La doctrine atrieuse des beaux etprits de ce tempt
(París: Sébastien Chappelct, 1623). Facsímil en dos volúmenes, pero con paginación
continua (Westmead, Famborough: Cregg Inemational publishers, 1971), vol. I, págs.
91-92, 214.
10 Hay una reimpresión de la traducción inglesa de la Fama y la Confessio de
Thomas Vaughan en 1652 fácil de encontrar, pues es apéndice de The Rosicrucian
F.nlightement, de Francés A. Yates (Londres: Paladín, 1975), págs. 279-306. Lcnglet
de Frcsnoy da una relación de cuarenta y tres obras que tratan del movimiento
rosacruciano publicadas entre 1613 y 1619, todas en Alemania. En 1619-1620 apare­
cieron quince más. Las primeras obras francesas datan de 1623-1624 (Htsloirc de la
philosophie hermetique (París, 1742), vol. III, págs. 279-287, números 651-705). Sobre
la relación de estos folletos con el movimiento paracélsico, véase The Chemical Phi-
losophy [L a filosofía química], dos volúmenes, de Alien G. Debus (Nueva York:
Science History Publications, 1977), vol. 1, págs. 211 y siguientes. Acerca del am­
biente en Italia, véase, de Cesare Vasoli, Profezia e Ragione (Ñipóles: Morano, 1974).
La Fama y la Confessio fueron muy leídas a lo largo del siglo diecisiete, y Isaac
Newton anotó la traducción inglesa de Vaughan. Véase The Religión o f Isaac Newton
¡L a Religión de Isaac Newton], de Frank E. Manuel (Oxford: Clarendon Press, 1974),
pág. 46, nota 28, y The Foundations o f Newlon’s Alchemy [Los fundamentos de ¡a
alquimia de Newton], de Betty Jo Tceter Dobbs (Cambridge: Cambridge Univcrsity
Press, 1975), págs. 53-62.
M4 La magia de los números y el movimiento

ñas, eran de fácil lectura, pues eran cortas (juntas, no pasaban de


unas veinte páginas de texto impreso) y su agresividad contra el
orden establecido les daba mucho atractivo. Poco se les perdona a
las autoridades reconocidas: el papa en religión, Aristóteles en filo­
sofía y Galeno en medicina.
El héroe de los manifiestos era un misterioso personaje llamado
Rosencreutz, quien, según la Confessio, nació en 1378 y vivió 106
años. Viajó por Oriente, donde aprendió la «magia y la cábala», y
entró «en la armonía del universo mundo». Volvió a Europa con el
propósito de fundar una sociedad destinada a la reforma del cono­
cimiento universal en una época que había producido hombres como
Teofrasto (Paracelso), quien, aunque no era miembro de la Frater­
nidad, estaba «imbuido de la susodicha armonía» " . El autor de la
Fama se extiende con la historia de la ficticia orden, que culmina
con el reciente descubrimiento de la entrada de la cripta en la que
fue enterrado el hermano Rosencreutz en Alemania; semejante ha­
llazgo le parece el presagio simbólico del amanecer de una nueva
era: «Pues así como nuestra puerta fue descubierta prodigiosamente
después de tantos años, así se le abrirá a Europa (cuando se derribe
el gran muro) una puerta que ya empieza a vislumbrarse, como con
tan ardiente deseo esperan muchos» li. La Fama termina con una
exhortación a los lectores, que «abran su corazón ... e impriman lo
que exprese» IJ. Varios lo hicieron, y se pusieron además en con­
tacto con otros que también habían leído los manifiestos rosacrucia-
nos, pero no queda constancia de que nadie conociese jamás a un
miembro de la supuesta Fraternidad.
Adrien Baillet nos dice que Descartes oyó hablar de los Herma­
nos de la Rosa Cruz en Alemania a visitantes ocasionales durante el
invierno de 1619-1620. La narración de Baillet es particularmente
instructiva, pues tuvo acceso a manuscritos de Descartes de los que,
desde entonces, no se ha vuelto a saber:

Fueron éstos los que le hablaron de una Hermandad de sabios [scavants]


establecida en Alemania hacía algún tiempo con el nombre de H erm anos de
¡a R osa C ru z. L os elogiaban mucho; a Descartes le dijeron que lo sabían
todo, que prometían una sabiduría nueva, la verdadera ciencia que aún no

11 fam a Fratem itatis, en The Rosicructan Enlighttment, de F. A. Yates, págs. 284,


286.
,J Ib ., págs. 290-291.
'* Ib-, pág. 296.
Descartes y la ilustración de la Rosa Cruz 145

h abía sid o d e sc u b ierta. E sc u c h a r c o sa s tan n o tab le s, sa b e d o r c o m o era del


revu elo q u e la n ueva so c ie d ad e sta b a h ac ie n d o en to d a A le m an ia, c o n m o ­
c io n ó a D e sc a rte s. E l, q u e ab iertam en te d e sp re c ia b a a to d o sa b io p o r n o
se rlo n in gu n o d e v e rd ad , tem ía ah o ra h ab e rse p re c ip itad o en ju ic io tan uni­
versalm en te a d v e rso . E m p e z a b a a se n tir el d e se o d e em u la rlo s, y q u e las
n uevas so b re la H e rm a n d a d le llegasen c u a n d o m a y o r e ra su p e rp lejid ad ,
in cap az d e h allar su cam in o en la b u sc a d e la v e rd a d , d a b a alas a su anh elo.
C re ía q u e n o p o d ía p erm an ec er indiferen te ante e llo s M.

Como cabía esperar, Descartes sólo encontró frustración cuando


quiso ponerse en contacto con la Fraternidad, «y casi llegó a la
conclusión de que todo era pura y simplemente un engaño» 14IS.
Baillet dice que su fuente es un temprano ensayo en latín de
Descartes titulado De Studio Bonae Mentís [ Del estudio del correcto
uso de la razónJ, que no se conserva. Parece que era el borrador de
una obra general cuyo tema tendría que haber sido el mismo de las
Reglas para la dirección del espíritu, que escribiría diez años después.
Debía de tratar de las ansias de saber, de la disposición mental que
se requería para saciarlas y del método a seguir para lograrlo. Lo
escribió para alguien a quien llamaba Musaeus, y que sería identifi­
cado más tarde, nos informa Baillet, con Beeckman, Mydorge y
Mersenne l6. Como quiera que por entonces Descartes ni conocía a
Mydorge ni había entablado relaciones personales con Mersenne,
sólo la primera identificación es verosímil. Y, en efecto, Descartes
le había prometido a Beeckman que escribiría tan pronto como tu­
viese algo de tiempo obras de mecánica y geometría l7. Sus cuarteles
de invierno eran propicios para ello, y mientras ponderaba «su ca­
mino en la busca de la verdad», oyó hablar de los rosacrucianos y
de su ambicioso programa de reforma del edificio completo del sa­
ber.

14 Adríen Baillet, Vie de Monsieur Des-Cortes, vol. 1, pág. 87, citado en A. T.,
X. pág. 193.
15 Ib ., pág 90, en A. T., X , pág. 196.
14 Ib ., vol. II. pág. 406. en A. T ., X , pág- 191.
17 Cana de Descanes a Beeckman del veintitrés de abril de 1619, A. T., X , pág. 162.
Kn su carta a Descartes del seis de mayo de 1619, Beeckman le recuerda esta promesa,
(ib., pág. 168). Leemos en un pasaje de las Cogüjtionct Pm /atae: «Terminaré defini­
tivamente mi tratado por Pascuas, y si puedo encontrar un editor, lo imprimiré, como
prometo hoy, veintitrés de septiembre de 1620» {ib., pág. 218, nota b). Baillet, refi­
riéndose al mismo pasaje, da la fecha del «veintitrés de febrero de 1620» (ib., pág. 187).
146 La magia de los números y el movimiento

Una ciencia del todo nueva

£1 interés que Descartes sentía por los rosacrucianos no parece


que naciese de pronto y de la nada, si recordamos que ya el veinti­
nueve de marzo de 1619 le escribía a Beeckman acerca de su «ciencia
del todo nueva», nueva con respecto a la del memorista Ramón
Llull, de confesión hermética Un mes más tarde, consignaba una
larga conversación sobre la técnica de Llull que había tenido con un
viejo que decía que podía hablar durante una hora de cualquier tema,
empezar de nuevo con otro diferente, y tirarse con él hasta veinte
horas. Aunque Descartes pensaba que el hombre era «algo charla­
tán», no despreciaba semejante aseveración como algo absurdo, y le
pedía a Beeckman que estudiase la copia que poseía del Comentario
del *Ars Brevis» de Ramón Llull, por si había algo realmente digno
de mérito en lo que decía Llull 19.
Más tarde, en la madurez de su Discurso del Método, no hay el
menor indicio de la curiosidad que había sentido en su juventud por
la nemotécnica. Hace de menos, y de paso, al «arte de Llull», por­
que, dice, no sirve para otra cosa que no sea «hablar sin juicio de
lo que no se entiende» 20. Pero la influencia llullista quizá estuviese
más presente de lo que Descartes percibía o quería reconocer. La
segunda de sus cuatro famosas reglas del método en el Discurso del
Método reza: «dividir cada una de las dificultades con las que tro­
piece en tantas partes como sea posible»; y la cuarta: «hacer enu­
meraciones tan completas y reseñas tan exhaustivas, que pueda estar
seguro de que no paso algo por alto» 21. Merece la pena comparar
estas reglas con lo que Beeckman escribió en su Journal después de

'* Ib., cana de Descanes a Beeckman del veintiséis de marzo de 1619, A. T ., X,


pág. 156. Véase más arriba, capítulo tres, págs. 265-278. Ramón Llull (1235?-1316)
escribió el Ars Brevis a principios del siglo catorce. Fue impreso en 1481, y reeditado
numerosas veces desde entonces. En el siglo dieciséis su seguidor más importante fue
Comelius Agrippa (1486-1535), cuyo De Occulta PhÜosophia apareció en 1531.
'* Ib., cana de Descanes a Beeckman del veintinueve de abril de 1619, pág. 156,
y la respuesta de Beeckman del seis de mayo de 1619, ib., págs. 167-169. Sobre el
lulismo en cuanto que anc de la memoria, véase The Art o f Memory, de Francés A.
Yates (Londres: Routledge and Kegan Paul, 1966), págs. 173-198 [Hay traducción
española, de Gómez de Liaño, en la editorial Tauros], Uno de los anificios de Llull
consistía en un conjunto de círculos concéntricos, marcados por letras que denotaban
conceptos; el giro de los círculos producía nuevas combinaciones de conceptos.
10 Discurso del Método, segunda parte, A. T., VI, pág. 17.
11 Ib., págs. 18-19.
Descartes y la ilustración de la Rosa Cruz 147

releer, como le había pedido Descartes, el Comentario de Ramón


Llull, de Cornelius Agrippa. El propósito de Llull en el Ars Brevis,
dice, es «proporcionar un breve resumen de todo, es decir, lo divide
todo de tal forma que no haya nada que no pueda reducirse a alguna
parte de una división» *22*.
Descartes hizo en cierta ocasión una brillante exhibición de lo
que el arte de la división y la ordenación podían lograr. Fue en París,
en 1628; discutía con el alquimista Chandoux en presencia del car­
denal Bérulle y del nuncio papal, cardenal Bagni. Descartes asombró
a su audiencia formulando una docena de refutaciones plausibles de
un enunciado obviamente verdadero, y a continuación una docena
de pruebas plausibles de una proposición tan falsa como verdadera
era la primera 2J.
Una muestra más del interés de Descartes por la nemotécnica es
una larga nota, incluida en las Cogitationes Privatae o Pensamientos
para sí mismo, que escribió entre 1619 y 1621. Trata del Arte de la
memoria de un popular escritor alemán, Lambcrt Schenkel:

Leyendo las provechosas naderías de Schenkel (en el libro De arte memo­


ria), discurrí una sencilla manera de guardar todo lo que descubra mi ima­
ginación: reduciendo las cosas a sus causas. Como todas se pueden reducir
a una, es obvio que no hace falta recordar todas las ciencias. Cuando se
comprenden las causas, es posible, por medio de las impresiones de la causa,
traer de nuevo al cerebro todas las imágenes borradas. Este es el verdadero
arte de la memoria, y es completamente distinto a su [de Schenkel] nebuloso
arte; no porque carezca de efecto, sino porque ocupa todo el espacio con
demasiadas cosas, y no en el orden correcto. El orden correcto consiste en
que las imágenes se formen dependiendo las unas de las otras. El [Schenkel]
omite esto, cuando es la clave de todo el misterio.
Yo he discurrido de otro modo-, que a partir de las cosas desconectadas
deben componerse nuevas imágenes comunes a todas ellas, o que debe ha­
cerse una imagen única que no sólo guarde relación con la más próxima a
ella, sino con todas —de modo que la quinta se relacione con la primera

22 Cana de Beeckman a Descartes del seis de mayo de 1619, A. T „ X, pág. 168.


22 Adricn Baillct, Vie de Monsieur D es-Caries, vol. 1, pág. 162. Descartes dice de
su método cosas que saben a propaganda luliana; asi, escribe en sus Reglas fiara la
dirección del espíritu-. «Por "método” entiendo un conjunto de reglas fiables y de fácil
aplicación, tales que cualquiera que las siga al pie de la letra jamás tendrá por falso
lo que es verdadero, ni hará esfuerzos mentales inútiles; muy al contrario, su cono­
cimiento irá aumentando gradual y constantemente hasta que llegue a la verdadera
comprensión de todo aquello que esté a su alcance». (A. T.t X, págs. 371-372).
148 L a magia de los números y el movimiento

mediante una lanza tirada en el suelo, la de en medio mediante una escalera


por la que desciendan, la segunda mediante una flecha disparada hacia ella,
y la tercera debe, similarmente, conectarse de alguna manera, sea real, sea
ficticia 24.

Si encontramos como un eco de las ideas de Llull en las segunda


y cuarta reglas del método de Descartes, la tercera muestra alguna
afinidad con el pasaje que acabo de citar:

La tercera era dirigir mi pensamiento de manera ordenada, empezando por


los objetos más simples y fáciles de comprender, para ir ascendiendo poco
a poco, gradualmente, al conocimiento de los más complejos, suponiendo
que hay algún orden incluso entre aquellos objetos que por naturaleza ca­
recen de é l25.

El ideal de la simplicidad

Si Descartes había leído ya alguno de los manifiestos de la Rosa


Cruz, sabría que preconizaban una ciencia universal basada en un
lenguaje claro y directo. La Confessio, por ejemplo, proclama esta
inquietud de manera moralista:

Hemos de advertiros severamente que hagáis a un lado, si no a todos, sí a


la mayoría de los libros escritos por los falsos alquimistas, que escriben
frívolamente o como si fuese un pasatiempo y toman en vano a la Santísima
Trinidad invocándola para cosas banales, o engañan a la gente con ilustra­
ciones de lo más extraño, sentencias y discursos oscuros, y hurtan a los
simples su dinero, embaucándolos; y hoy en día se publican demasiados
libros de esa calaña, que el Enemigo del provecho del hombre los pergeña
a diario con el designio de que, mezclados como están con la buena simien­
te, sea más difícil que se crea la verdad, que en sí misma es simple, sencilla
y desnuda 26.

24 Cogitationes Prroatae, A. T ., X, pág. 230, traducido al inglés por Francés Yates


en The Art o f Memory, págs. 323-374. La cursiva es mía. Añade Yates que «la nueva
idea de Descartes, organizar la memoria por las causas, suena curiosamente como una
racionalización de la memoria oculta» (pág. 374), y Paolo Rossi señala que Descartes
no sólo acepta la terminología de Schenkel sino también su enfoque del problema
(Paolo Rossi, Clavis Universalis (Milán: Ricardo Ricciardi, 1960), págs. 154-15$).
Sobre Schenkel, véase The Art o f Memory, de Yates, págs. 299-302.
15 Discurso del Método, parte II, A. T., VI, págs. 299-302.
3k Yates, The Rosiaucian Enlightement, pág. 305.
Descartes y la ilustración de la R osa Cruz 149

El Raptus Philosophicus de 1619 insiste en lo mismo hasta en el


título: Raptus philosophicus, das ist Philosophishe Offenbarungen
ganz Simpel und Einfaltig gestellet, und die Hochlóbliche und be-
rübmte Fratemitet R. C. unterhdnig geschrieben. [Rapto filosófico,
esto es, revelaciones filosóficas expuestas con toda la sencillez y cla­
ridad, y humildemente dedicado a la loable y famosa Hermandad
de la Rosa Cruz],
Los manifiestos rosacrucianos afirman que hay una armonía fun­
damental de todas las ramas del conocimiento, y piden que se des­
vele la verdadera faz de la ciencia. Hallamos sentimientos semejantes
en las Cogitationes Privatae de Descartes:

Las ciencias están enmascaradas: levantadas las máscaras, aparecería su be­


lleza; una vez a la luz la cadena de las ciencias, no será más difícil retenerlas
en la memoria que una serie de números 27.

Los rosacrucianos, pues, no profesaban una nueva ciencia, sino


un conocimiento restaurado. «Tampoco es nuestra filosofía», leemos
en la Fama, «una nueva invención, [es], al contrario, como la recibió
Adán tras su caída, como la emplearon Moisés y Salomón» 2S.

«Algo divino...»

Tenemos que poner fin a la humillación, al oscurecimiento de la


verdad por la pedantería y la presunción. Pero aún hay más. Debe­
mos reconocer que existe una fuente de conocimiento más alta y
pura que la mera razón. Descartes lo decía en las Cogitationes Priva­
tae:

Puede sorprender que haya juicios de más peso en los escritos de los poetas
que en las obras de los filósofos. La razón es que a los poetas les mueve a
escribir el entusiasmo y la fuerza de la imaginación. Está en nosotros la
chispa del conocimiento, como en el pedernal [en latín dice «jurar ira nobis
semina sdentiae, ut in sílice», que literalmente significa «están en nosotros
las semillas de la ciencia, como en el pedernal»]; los filósofos la sacan me­
diante la razón, los poetas hacen con su imaginación que salte, y brilla más n .

27 Cogitationes Privatae, A. T ., X , pág. 215.


u Yates, The Roticntcian Enlightement, pág. 295.
” Cogitationes Privatae, A. T., X , pág. 217.
150 La magia de los números y el movimiento

N u n c a p e r d e r í a D e s c a r t e s la c o n v ic c ió n d e q u e la p o e s í a e s s u ­
p e r i o r a la f i l o s o f í a , s i b ie n n o l o m a n if e s t a r ía e n n in g u n a d e s u s
p u b l ic a c i o n e s e n v id a . E n la s Reglas para la dirección del espíritu,
o b r a p o s t u m a e s c r it a a l r e d e d o r d e 1 6 2 9 , i n s is t e e n e l l o c u a n d o h a b la
d e la n e c e s id a d d e u n m é t o d o c ie n t íf ic o g e n e r a l:

los grandes espíritus del pasado lo percibían de algún modo, aunque sólo
les guiase la razón natural. Pues la mente humana tiene algo de divino que
lleva en sí las primeras semillas de ideas útiles, y aunque se las abandone y
los estudios improductivos las sofoquen, aún así, dan a menudo su fruto 30.

En una carta remitida a Mersenne, discute Descartes una pro­


puesta a favor de un lenguaje universal; supone que el lenguaje pri­
mitivo carecía de irregularidades (es decir, que su sistema flexional
y sus relaciones sintácticas eran simples y regulares). Las irregulari­
dades y las excepciones se deben sólo «a la corrupción forjada por
el uso» *31. Por eso simpatiza Descartes con la búsqueda de un len­
guaje universal fundamental que expresase la verdadera naturaleza
de las cosas. «Creo», escribe, «que ese lenguaje es posible y que
podemos hallar la ciencia en que se base. Con él, los campesinos

M Ib., pág. 373. Pocas páginas después, Descartes reitera su creencia en que «esas
como semillas primeras de la verdad que están por naturaleza implantadas en las
mentes humanas se desarrollan vigorosamente en esa edad carente de sofisticación e
inocente, semillas que la lectura constante y la escucha de todo tipo de errores sofoca
en nosotros». {Ib., pág. 376). En el Discurso del Método, Descartes afirma que llegó
a los principios generales o causas primeras de todo «a partir sólo de ciertas semillas
de verdad que hay naturalmente en nuestras almas» {ib., VI, pág. 64). Sobre el origen
de la noción de «semillas de verdad», véase Les premieres pensées de Descartes, de
Henri Gouhier (París: Vrin, 1968), págs. 93-94.
31 Carta de Descartes a Mersenne del veinte de noviembre de 1629, A. T., I,
pág. 77. En una cana que escribió en alabanza de su amigo Guez de Balzac, Descartes
expresaba explícitamente su creencia en una sabiduría antigua que el paso del tiempo
había corrompido: «En tiempos pasados y primitivos, antes de que se conociese en
el mundo la discordia, la lengua decía sin trabas y Fielmente las emociones de un alma
pura, y algo asi como una fuerza divina de elocuencia anidaba en las mejores mentes.
Esta fuerza divina, que fluía de un entendimiento fértil y del celo por la verdad, sacó
a nuestros antecesores de la vida salvaje, les dio leyes y les hizo establecer ciudades.
Tenía el poder de persuadir y regir», {id., carta a un corresponsal desconocido escrita
entre enero y marzo de 1628, pág. 7). Las opiniones de Descartes evolucionaron en
lo que a esto respecta, y hasta le escribe a Mersenne en 1640 que nuestras palabras,
«que se inventaron al principio, se han ido, y no cesa la cosa, corrigiendo y puliendo
por el uso, que en tales casos logra más frutos que el mejor entendimiento», ib., caita
a Mersenne del cuatro de marzo de 1640, pág. 126.
Descartes y la ilustración de la Rosa Cruz 151

serían mejores jueces de la verdad de lo que lo son los filósofos hoy


en día» 32. Véase cuán oportunamente podrían ahorrarse los campe­
sinos la tediosa urea de leer lo que los filósofos han escrito. ¡Liqui­
daciones por derribo, eso es lo que les esperaría a nuestros depar­
tamentos de filosofía si se descubriese un lenguaje universal!
La narración que hace Descartes de la «revelación» que le advino
la noche del diez al once de noviembre empieza con las palabras:
«Diez de noviembre de 1619, cuando estaba lleno de entusiasmo y
había encontrado el fundamento de la ciencia admirable». N o decía,
pues, que hubiese logrado su descubrimiento fundamental «mediante
la razón», como los filósofos, sino «lleno de entusiasmo», como los
poetas 33.

En busca de matématicos con una mentalidad afín

Sabemos que Descartes no tuvo suerte en su búsqueda de los


escurridizos, o más bien ilusorios, Hermanos de la Rosa Cruz, pero
sí conoció en Ulm en 1619 o 1620 a otro matemático que también
andaba tras ellos. Se trata de Johannes Faulhaber (1580-1635), a quien
los manifiestos rosacrucianos habían convertido al hermetismo alre­
dedor de 1613 y vivía desde entonces en la esperanza de conocer a
algún miembro de la Hermandad. En carta de enero de 1618, escri­
bía: «N o ahorro esfuerzos para saber más de la estimable Sociedad
de la Rosa Cruz, pero creo que no es todavía voluntad de Dios que
sea yo digno de conocerlos» 34.*13

a Ib .y pág. 81. Sobre la historia de las tentativas al respecto, véanse CUvis Uní-
versalis, de Rossi; Universal Language Schemes in England and Fronte /Proyectas
¡¡ara un lenguaje universal en Inglaterra y Franciaj, de James Knowlson (Toronto:
University of Toronto Press, 1975); Universal Languages and Saentific Taxonomy tn
the Scventeenth Century [Lenguajes universales y taxonomía científica en el siglo
diecisiete/, de Mary M. Slaughtcr (Cambridge University Press, 1982).
13 Olympia, A. T., X, pág. 179. Descartes le decía a BccckpMfTqué'l* música de
los antiguos era «más poderosa que la nuestra» porque les prima «la purafuerzaÜe
la imaginación», aún no corrompida por la teoría (carta ylleepkman del veintiocho'
de diciembre de 1629, A. T., I, págs. 101-102). / \
M Citado en Descartes' Selbstkritik. Untersuchungert -zur Philosophte des- jungeif
Descartes, de Liider Gábe (Hamburgo: Félix Meiner, 1972), pág. 141, n. lO.Npábé
dice que su fuente son las Nachrichten von Celehrten ...1 jwsAJlm (Ulm, 1798), págs;
206-210. Antes de 1613, es decir, antes de que em pezase» mpda rosacruciana, Faul-
liahrr escribía tratados matemáticos cuyos títulos eran un espantables, filosóficamente
152 La magia de los números y el movimiento

Faulhaber y Descartes

Según Daniel Listorp, Descanes visitó a Faulhaber en Ulm, y a


la pregunta de si sabía geometría, respondió tan arrogantemente, que
Faulhaber casi rompió a reír ante lo que le pareció un mero fanfa­
rroneo. Pero cuando Descanes le demostró que sabía responder a
sus preguntas, Faulhaber le invitó a su casa, donde seguramente vio
la «colección de instrumentos, modelos y otros inventos de nuevo
cuño que llenaría la sala de un museo» 35 que poseía el matemático.
No se conserva ningún documento en el que Descanes cite a Faul­
haber por su nombre, pero en sus Cogitationes Privatae nos encon­
tramos con la siguiente nota autobiográfica:

Vi un útil instrumento que servía para trasladar todo tipo de dibujos. C on­
siste en una base con un compás de dos piernas. O tro para delinear cual­
quier tipo de reloj; éste puedo hacerlo yo mismo. U n tercero que mide
ángulos de cuerpos sólidos. Un cuarto hecho de plata que mide superficies
planas y figuras. O tro hermoso instrumento para trasladar dibujos. Otro

inocuos, sin embargo, como Arithmeticus cubicossicus hortus (Tubinga, 1604), Usas
de novo invento instrumenti alicuius Belgae (Ausburgo, 1610), Novae geometriae &
opticae inventiones, aliquot peculiarium mstrumentorum (Frankfurt, 1610), Speculum
mathematicum polytechnicam novum, tribus vistonibas ¡Ilustre (Ulm, 1612). Después
de 1613 nos obsequia con las siguientes publicaciones: Ansa inauditae novae & ad-
mirandae artis, quam Spiritus Dei aliquot propheticis & Biblicis numeris ad ultima
ttsque témpora obsignare & occukare voluit (Nuremberg, 1613), Caelestes arcana ma­
gia, sive cabalísticas, novus, artificiosas & adm irandas computas de Gog & Magog
(Nuremberg, 1613), y Mysterium arithmeticum sive cabalística et philosophica inven-
tío, nova admiranda et ardua, qua numeri ratione et methodo computatur. ... Cum
illuminatissimis laudatissimisque Frat. R. C . Famae viris humiliter et sincere dicata
(Ulm, I61S). Esta última es una de las primeras obras dedicadas a los rosacrucianos.
Sobre Faulhaber, véase la Geschichte der mathematik, cuatro volúmenes, de A. G.
Kástner (Gotinga, 17%). Facsímil (Hildesheim: Georg Olms, 1970), vol. 3, págs.
29-35, 111-152. Pierre Cosubel ha dado razones que nos hacen pensar que Descartes
quizá se inspirase en el método del gnomon de Faulhaber para escribir, en algún
momento entre 1620 y 1628, su originalísimo ensayo sobre los poliedros. (Descartes,
Exercices par les élements des solides. De solidorum elementa, ed., Pierre Costabcl
(París: Vrin, 1987), págs. 52-56, 89-90).
15 Lo dice el editor de la Fama Sidérea Nova de Faulhaber (Ulm, 1618), y se cita
en Descartes’ Selbstkrik, de Lüder Gibe, pág. 16. La narración que Daniel Listorp
hace del encuentro de Descartes y Faulhaber en su Specima Philosophae Cartesianae
(Leyden, 1653) se cita en A. T., X, págs. 252-253. Para una consideración crítica,
véase Sur la théologie blanche de Descartes, de Jean-Luc Marión (París: Presses Uni-
versitaires de France, 1981), págs. l%-200.
Descartes y la ilustración de la Rosa Cruz 153

que se ata a la pierna de un orador y mide el tiempo. O tro para dirigir


proyectiles de artillería por la noche. — Peter Roth, A ritm ethica philosophi-
ca. — Benjamín Bramer 3t.

Parecerá aún más probable que esta descripción lo sea de la co­


lección privada de Faulhaber si se tienen en cuenta los nombres que
cita al final: esos dos matemáticos pertenecían a su círculo de cono­
cidos 37.
Como muchos cabalistas, Faulhaber creía que la interpretación
del simbolismo de los números tenía su importancia en trigonome­
tría y astronomía. Descartes quizá pensase en él cuando hablaba del
triángulo como de un «jeroglífico de la divinidad» en su cuaderno
de notas de juventud 3Í.
Como era costumbre de los matemáticos, incluidas figuras tan
eminentes como Tycho Brahe y Kepler, Faulhaber publicaba un
anuario astrológico. Su cálculo de la longitud de Marte y la latitud
de la Luna para 1618 arrojaba que serían ambas de 3° 33'; le llamó
la atención que su suma (en un sentido cabalístico) fuese 333 + 333
= 666. Era imposible que semejante resultado no impresionase a los
lectores de un país donde Lutero había hecho que casi todos los
versículos de la Biblia le resultasen familiares a cualquiera, pues en
el Apocalipsis, capítulo trece, versículo dieciocho, se dice que: «Esto
requiere sabiduría. Si alguien la posee, que calcule el número de la
bestia, pues es número de hombre. Su número es 666». Por la fuerza
de este descubrimiento, vaticinaba Faulhaber que aparecería un co­
meta el uno de septiembre de 1618. Aunque le harían esperar un
poco, los cielos no habrían de abandonarle. Hasta tres confirmacio­
nes recibiría: se avistó un primer cometa a mediados de octubre,
otro a mediados de noviembre, y un tercero, mucho más conspicuo,
a finales de ese mes. ¡Faulhaber se consideraba a sí mismo el hombre*17

** Cogitationes Privatae, A. T., X, págs. 241-242.


17 Según Listorp, Faulhaber le planteó a Descartes cuestiones de sus Cubische
Cossiger Lustgarten von allerbandt schonen Algebraisten Exempeln (Nuremberg,
1604), y a continuación otras m is difíciles, debidas a Peter Roth. El libro en que
Roth resuelve los problemas de Faulhaber y añade algunos más de su propia cosecha
es la Arithmetica philosophica (Nuremberg, 1607), que menciona Descartes. Bcnjamin
Bramer (1588-1649/50) desarrolló ciertas ideas que compartía con Faulhaber (véase
A. T., X, pág. 242, nota b para el título de dos de sus obras pertinentes).
M Excerpta Mathematica, A. T., X, pág. 297, línea 6; Cogitationes Privatae, ib.,
pág. 229, líneas 12-13.
154 La magia de los números y el movimiento

que había logrado uno de los mayores éxitos astrológicos de todos


los tiempos!

La disputa de los cometas

La aparición de los cometas de 1618 dio lugar a un verdadero


diluvio de libros; hasta Galileo y Kepler hicieron su aportación 39
En el mismo Ulm, el rector del gimnasio, el humanista Johann Bap-
tist Hebenstreit, negaba validez al sistema de pronósticos de Faul-
habcr en un panfleto titulado Cuestión filosófica tocante a los come­
tas. En sus prisas por llevarlo a la imprenta antes de que el cometa
desapareciese del todo (el tercero fue visto por última vez en enero
de 1619), confundió el planeta Marte con la brillante estrella Artu­
ro 40. Cuando se le hizo saber, quisó defenderse a sí mismo atacando
la que creía era la escuela de pensamiento de Faulhaber, y publicó
un segundo panfleto, mucho más virulento verbalmente, De Cabala
Log-arithmo-geometro-mantica, en 1619. Hebenstreit dice de sus
oponentes abiertamente que son miembros de «la Hermandad de la
Rosa Cruz», y les atribuye «un propósito confesional de adivinar
las últimas cosas» 41.
La reyerta entre Faulhaber y Hebenstreit se extendió a sus par­
tidarios, y se publicaron panfletos anónimos en defensa de uno o de
otro. Hebenstreit se presentaba como discípulo de Kepler, quien

” Véase el capitulo cuatro, «The Challenge of the Comets (El reto de los come­
tas]», de Galileo's Intellectual Revolutwn ¡L a revolución intelectual de Galileol, de
William R. Shea (Nueva York: Science History Publications, 1977), págs. 75-108. En
sus Principia Mathematica, publicados en 1687, Newton explicaba la órbita de los
cometas gracias a la atracción del sol, pero no por ello dejaba de reflexionar en sus
escritos privados sobre el significado de 666 en el Apocalipsis, capitulo trece, versículo
18. Véase, por ejemplo, «Fragmcnts for a Treatise on Revelation [Fragmentos de un
tratado sobre el Apocalipsis]», en The Religión o f Isaac Newton, de Frank E. Manuel,
pág. 116.
40 Se lo contó a Kepler, con devastadora ironía, Wilhelm Schickard en una carta
del veintisiete de diciembre de 1618 (Kepler, Gesammelte Werke, eds: Max Caspar,
Franz Hammer et al., veinte volúmenes basta la fecha. (Munich: C. H. Beck, 1938-),
vol. 17, pág. 310. El título original del libro de Hebenstreit es Cometen Fragstuck
aus der reinen Philosophie (Ulm, 1618).
41 Cana de Hebenstreit a Kepler del seis de octubre de 1619, Kepler, Gesammelte
Werke, vol. 17, pág. 404. Hebenstreit publicó un tercer panfleto, De principiis enun-
tiationum Dissertatio Prior en 1619, en el que también ataca la veracidad del vaticinio
de Faulhaber.
Descartes y la ilustración de la Rosa Cruz 155

apoyaría al fraile con un escrito de treinta páginas titulado Cánones


pueriles, esto es, la cronología desde Adán hasta el año de Cristo en
curso 1620, que firmó como Kleopas Herennius (anagrama de Jo-
Kann Kepler), y que Hebenstreit hizo que entrase en prensa en Ulm
en 1620 4142.

Un testigo francés

Quizá Descartes participase en este debate, al menos como tes­


tigo interesado, y es probable que Hebenstreit, que hablaba francés,
quisiese ganárselo. Hay dos indicios de esto: el primero se encuentra
en un folleto publicado en 1619 por Simbert Wche, amigo de He­
benstreit, muy dado a los juegos de palabras, donde se habla de un
hombre de estudios al que llama CASTRA, CASTRAE. Podría tra­
tarse de Descartes, cuyo nombre se escribía a menudo «des Car-
tes» 43. El otro es más interesante, pero no menos discutible: en una
carta del uno de febrero de 1620, Hebenstreit le pregunta a Kepler
si ha recibido una carta confiada a

un tal Cartelius, persona en verdad instruida y cuya urbanidad es singular.


N o deseo que mis amigos tengan que pechar con vagabundos ingratos y
desvergonzados, pero Cartelius parece otra cosa y digno merecedor de vues­
tra ayuda 44.

El editor de las obras completas de Kepler, Max Caspar, sugiere


que Cartelius es un desliz, por Cartesius. Podría Descartes haberle
llevado una carta a Kepler en Linz, pero todo lo que digamos al
respecto no serán sino conjeturas

41 Johann Kepler, Kanones Pueriles, id est Chronologia van Adamm biss au ff diss
ten lauffende Jah r Christi 1620 (Ulm, 1620), en Gesammelte Werke, vol. 5, pigs.
173-394.
41 Simbert Wehe, PostuLatum Aequitatis Plenissimum (Ulm, 1619), pág. 36, citado
en Descartes’ Selbstkritik, de Lüder Gabe, pág. 16.
44 Carta de Hebenstreit a Kepler del uno de febrero de 1620, Kepler, Gesammelte
Werke, vol. 17, pág. 416.
156 La magia de los números y el movimiento

Llamar la atención

Quizá creyese Descartes que la mejor manera de llamar la aten­


ción de los rosacrucianos era dedicarles un libro. En sus Cogitationes
Privatae hallamos el siguiente título:

Tesoro m atem ático de Polibio el C osm opolita. Esta obra expone los verda­
deros medios de resolver todas las dificultades de la ciencia matemática y
demuestra que el ingenio humano no puede ir más lejos en lo que a ello
respecta, con el propósito tanto de llamar a la prudencia a los que prometen
enseñamos descubrimientos milagrosos en todas las ciencias como de con­
denar su temeridad. Quiere, además, aliviar los torturantes trabajos de todos
los que quedan atrapados día y noche entre los nudos gordianos de esta
ciencia, y pierden el tiempo malgastando su ingenio inútilmente. Una vez
más dedicada a las personas doctas de todo el mundo y especialmente a los
celebérrimos H. R. C [Hermanos de la Rosa Cruz] en Alemania 4S.

Hasta la fecha, nadie ha podido descubrir vestigio alguno de este


libro. Henri Gouhier supone que es el título de una obra proyectada
en la que Descartes aparecería en «el teatro del mundo ... con una
máscara». Resuelto defensor de la «racionalidad» de Descartes, Gou­
hier piensa que la dedicatoria a los rosacrucianos es irónica 46. Pero
no tenemos por qué compartir la reticencia de Gouhier a admitir
que Descartes tuviese interés por el movimiento rosacruciano, pues
¿quién, a poco inteligente que sea, perderá a los veinte años la opor­
tunidad de subirse a un carro que ruede por la universidad cargado
de cosas excitantes? Puede que Descartes desease ganarse el respeto
de los escurridizos rosacrucianos gracias a los avances matemáticos
que acababa de lograr. N o parece que tuviese reparo alguno en ha­
blar de la Cábala de los Alemanes en una nota matemática cuya
fecha es incierta, seguramente anterior a 1629. Tras explicar ciertas
relaciones trigonométricas, termina diciendo:

De aquí podemos deducir un infinito número de teoremas y explicar fácil-*4

45 Cogitationes Privatae, A. T., X, pág. 214.


44 Henry Gouhier, Les premieres pernees de Descartes (París: Vrin, 1958), pág. 110.
No veo ironía alguna en el siguiente párrafo, que ya conocemos: «Las ciencias están
enmascaradas: levantadas las máscaras, aparecería su belleza; una vez a la luz el en­
cadenamiento de las ciencias, no será más difícil retenerlas en la memoria que una
serie de números». (Cogitationes Privatae, A. T., X, pág. 215).
Descanes y la ilustración de la Rosa Cruz 157

mente las progresiones aritméticas que incluyen las bases o los lados de
todos los triángulos de esta naturaleza, a imitación de la Cabala de los
Alemanes 47.

Quizá haya ahí oculta una referencia a uno de los libros de Faul-
haber, el Mysterium arithmeticum sive cabalística et philosophica in-
ventio qua numen ratione et methodo computantur, que, como el
Thesaurus mathematicus de Polibio el Cosmopolita, está dedicada a
los rosacrucianos. Esto explicaría las palabras «de nuevo dedicada»
que aparecen en la última frase del extenso título que he reproducido
más arriba.

{El hermético o el matemático?

Dan ganas de exclamar, a estas alturas de nuestro relato, que no


le interesaba a Descartes el Faulhaber hermético, sino el Faulhaber
matemático. Pero ese matiz, tan claro para nosotros, ¿lo era también
en los siglos dieciséis y diecisiete? N os convenceremos de que la
respuesta ha de ser negativa si les prestamos atención a dos notables
editores de Euclides, John Dee, de Inglaterra, y Fran;ois de Foix de
Candalle, de Francia. Dee escribió un largo prólogo a la primera
traducción al inglés de Euclides, pero le dedicaría mucho más tiempo
a Monas Hieroglyphica, extenso tratado dedicado a un signo místico
compuesto a partir de los caracteres de los siete planetas. Candalle
tradujo a Euclides al francés, pero también el Pimander de Hermes
Trismegisto. El gran bibliotecario francés Gabriel Naudé nos da más
elementos de juicio que abundan en lo mismo: en su relación de
rosacrucianos de 1623 no sólo incluye los nombres de Dee y Can-
dalle; también cita a matemáticos de Oxford como John Hentisbury
y Richard Swineshead 48.

La ciencia de los prodigios

A los matemáticos se les tomaba muchas veces por magos, por


las maravillas que hacían. John Dee se quejaba de que se le acusase

47 Excerpta Matbemalica, A. T., X, pág. 297.


■** Gabriel Naudé, Instruction d la France sur la vérité de 1‘histotre des Fréres de
l,i Rose-Croix, pág. 31.
158 La magia de los números y el movimiento

de ser «brujo» a causa de sus habilidades matemáticas y su talento


para la construcción de artilugios mecánicos extraordinarios4950. A
Descartes, como a Dee, le gustaban mucho los dispositivos mecáni­
cos y las ilusiones ópticas. Leyó la Magia Naturalis de Giambattista
delta Porta, y en sus Cogitationes Privatae hay algunos párrafos que
tratan de la formación en el aire de «carros y lenguas de fuego» y
otras figuras mediante espejos so.
Cuando Beeckman y Descartes se encuentran de nuevo en Ho­
landa, aquél le dice a éste que, según Cornelius Agrippa, es posible
marcar letras en la cara de la luna y mandar de esa forma mensajes
a personas distantes con tal de que el cielo esté claro. Descartes
responde inmediatamente que della Porta pensaba que se podía hacer
eso con espejos 51.
49 The Elements o f the Geometrie o f the Most Ancient Philosopher Euclide o f
M elara, Faithfully (now first) translated mío the English toung, hy H . Biliingsley,
Citizen o f London ... With ti Very Fruitful Preface Made by M. J . Dee /Los elementos
de la geometría del antiquísimo filósofo Euclides de Alegara, fielmente (y por primera
vez) traducidos a la lengua inglesa por H . Biliingsley, ciudadano de Londres ... con
un muy provechoso prefacio de Al. J . Dee] (Londres, 1570), citado en The Theatre o f
the World [E l Teatro del Mundo], de Francés A. Yates (Chicago: Chicago University
Press, 1969), pág. 31. Hay una edición en facsímil del Prefacio de Dee, precedida por
una útil introducción firmada por Alien G. Debus: The Mathematical Preface to the
Elements o f the Geometne o f Euclid o f Megara (IS70) (Nueva York: Science History
Pubiications, 1975).
50 Cogitationes Privatae, A. T., X, págs. 215-216. La primera edición de la Magia
naturalis sive de miraculis rerum naturalium, en cuatro libros, apareció en Ñipóles
en 1558 y conoció al menos trece reimpresiones entre 1560 y 1588, sin contar las
numerosas reimpresiones de las versiones italiana, francesa y alemana. La segunda
edición, en veinte libros, se publicó en Ñipóles en 1589, tuvo también numerosas
reimpresiones, y fue traducida al italiano, francés, alemán c inglés (N atural Magick
(traductor anónimo) (Londres: Thomas Young and Samuel Speed, 1658). Facsímil
(Nueva York: Basic Books, 1957)). Los trucos ópticos del tipo de los citados en el
texto principal se discuten en el Libro XVII, capítulos 2, 4, 5, 6, 7 y 10. Véase
Giam battista della Porta mago e scienziato, de Luisa Murara (Milán: Feltrinelli, 1978),
y «Machineries et perspectives curieuscs dans leur rapports avec le cartésianisme»,
X V II' Siecle, no. 32 (1956), págs. 461-474, de Geneviéve Rodis-Levis. Compárense
los siguientes pasajes: (1) Cogitationes Privatae, A. T., X, pág. 209, y N atural Ma­
gick, Libro XX, capítulo 9, pág. 408, sobre cómo hacer que los que estén presentes
parezcan coloreados; (2) Cogitationes Privatae, A. T., X, pág. 244, y N atural Magick,
Libro XVI, capítulo 2, pág. 341, sobre cómo hacer que la tinta invisible pueda ser
leída calentando el papel; (3) Cogitationes Privatae, A. T., X , pág. 244, y N atural
Magick, Libro IV, capitulo 5, pág. 332, sobre cómo pescar con una bujía sumergida;
(4) Cogitationes Privatae, A. T., X. pág. 232. y N atural Magick, Libro X X , capítulo
5, pág. 332, sobre una paloma mecánica.
51 Isaac Beeckman, Journal, A. T ., X , pág. 347. Este fragmento fue escrito aire-
Descartes y la ilustración de la Rosa Cruz 159

Conversaciones celestes

Descartes y Beeckman creían que se podía aumentar mucho el


poder magnificador de los catalejos, que eran algo nuevo por enton­
ces. Imaginaban, permitiéndose un poco de ciencia ficción en man­
tillas, que si se pudiese hacer telescopios tan potentes como para
observar con ellos a los habitantes de la luna y se descubriese que
disponían también de semejantes utensilios, entonces se les podría
pedir que nos dijesen qué pasaba en el hemisferio sur 52.
Le escribía Descartes al constructor de lentes francés Jean Fe-
rrier, a quien quería contratar como auxiliar suyo, el trece de no­
viembre de 1629: «Me atrevo a esperar que, con vuestra ayuda, ve­
remos si hay seres vivos en la luna» S3. En la Optica, que publicó
en 1637, Descartes reafirmaba que creía que, de no fallar la habilidad
de los operarios, él podría «ver en los cuerpos celestes objetos tan
concretos y pequeños como los que vemos ordinariamente en la
tierra» M.
También esperaba Descartes que Ferrier le ayudase a desarrollar
«lo que llamo la ciencia de los prodigios, pues nos enseña a usar el
aire y la luz de forma que podamos realizar todas las ilusiones que
se dice hacen los magos con la ayuda de demonios» ss. Los Meteo­
ros, publicados con el Discurso del Método y la Optica en 1637,
testimonian la perenne fascinación que en Descartes ejercía esa «cien­
cia de los prodigios». Habla, por ejemplo, de cómo usar sus recién*I,

dcdor del uno de febrero de 1629. Tras cavilar sobre las aplicaciones que podrían
tener espejos parabólicos que «ardiesen a una distancia infinita», delta Porta llega a
esta conclusión: «He visto que podemos hacer uso de este artificio para cosas grandes
y maravillosas, entre las que destaca el inscribir letras en la luna llena» (N atural
Magick, Libro XVII, capítulo 17, pág. 376). Agrippa habla de proyectar letras y
leerlas en el disco de la luna, «como hizo Pitágoras», pero no dice que sepa cómo
hacerlo (Henrícus Cornelius Agrippa de Nettcsheim, De Occulta Philosopbia, libro
I, capítulo seis, citado en A. T., X, pág. 347, de la Opera Omnia, Lyons, 1600, vol.
I, pág. 347).
M Isaac Beeckman, Journal, A. T „ X, pág. 347. Ese mismo año, Mersenne le
expresó a Galileo su esperanza de que el nuevo telescopio revelase si hay seres vivos
en la luna o no (carta del uno de febrero de 1629, en Correspondance du Pére Marín
Mersenne, vol. II, págs. 175-176).
** Carta de Descartes a Ferrier del trece de noviembre de 1619, A. T., I, pág. 61.
M Optica, noveno discurso, A. T., VI, pág. 206.
“ Carta de Descartes a un corresponsal desconocido, escrita probablemente en
septiembre de 1629, A. T., I, pág. 21.
160 La magia de los números y el movimiento

adquiridos conocimientos sobre la formación del arco iris «para hacer


que aparezcan signos en el cielo que maravillarían grandemente a
quienes desconociesen su causa» **.

La Regla de la Hermandad de la Rosa Cruz

Si su reciente estancia en Alemania era la razón principal que les


hacía a los parisinos sospechar que Descartes era un rosacruciano,
la Regla de la Hermandad, tal y como se la exponía en la Fama
Fratemitatis, añadía sospechas a las sospechas; constaba de seis cor­
tos artículos, que obligaban a los miembros a: 1) curar gratuitamente
a los enfermos; 2) no vestir hábito especial alguno sino lo que se
acostumbrase en el país en que estuviesen; 3) reunirse una vez al
año; 4) encontrar una persona digna de sucederles; 5) que su sello
fuese R. C .; y 6) que la Fraternidad fuese secreta durante cien años.
Mostraré brevemente que, en el acalorado ambiente del París de
1623, podría haber parecido que el comportamiento de Descartes se
ajustaba a esas reglas.

Prolongar la vida

Aunque no estaba licenciado como médico, Descartes seguía la


primera regla. Daba gratuitamente consejo médico a sus amigos,
usualmente con la condición de que no se lo dijesen a nadie *57*. En
1629 se dedicó seriamente al estudio de la medicina, a la que espe­
raba «cimentar en demostraciones infalibles» ss, y en 1637, cuando
escribe el Discurso del método, pone las mayores esperanzas en la
medicina: «Si es posible encontrar alguna manera de hacer que los

54 Meteoros, octavo discurso, A. T., VI, pág. 343.


57 Descartes aconsejó médicamente a Mersenne, no por alguna enfermedad de
éste, sino de su común amigo Claude Clerselier, pero le pidió que impartiese su
consejo sin que quienes lo escuchasen «tuviesen la menor idea de que procede de mí»
(carta de Mersenne del veintitrés de noviembre de 1646, A. T., IV, pág. 566). El
mismo año, aconsejó a un conocido al que le sangraba la nariz con la misma condición.
54 Carta de Descartes a Mersenne, enero de 1630, A. T., I, pág. 106; véase tam­
bién su cana a Mersenne del dieciocho de diciembre de 1629 (ib., pág. 102). Véase
Descartes' Medical Philosophy ¡L a filosofía médica de Descartes], de Richard B. Caner
(Baltimore: John Hopkins University Press, 1983).
Descartes y ia ilustración de la Rosa Cruz 161

hombres sean en general más sabios y dotados de lo que han sido


hasta ahora, creo que debemos buscarla en la medicina» S9. En 1645
le escribía al marqués de Newcastle que «la conservación de la salud
ha sido siempre el objetivo principal de mis estudios» M.
Descartes estaba convencido de que la vida se podía prolongar;
le confió a Constantin Huygens que esperaba vivir más de cien
años (ciento veinte era el objetivo de los rosacrucianos), y que estaba
escribiendo un tratado médico con esa finalidad *61. El testimonio de
Claude Picot, el traductor al francés de los Principios de filosofía, es
particularmente chocante a este respecto. Pasó tres meses con Des­
cartes en Holanda, y cuando volvió a Francia,

abandonó decididamente la vida regalada, a la que hasta entonces no se había


opuesto, e hizo suya la dieta del señor Descartes, en la creencia de que sólo
así se podía asegurar de que tendría éxito el método secreto que, decía él,
nuestro filósofo había hallado, gracias al cual los hombres podrían vivir
cuatrocientos o quinientos años 61.

Según Baillet, tan convencido estaba Picot de la eficacia del ré­


gimen de Descartes, que estaba dispuesto a jurar:

que, si no hubiese sido por una causa inusual y violenta (como la que
quebró su máquina en Suecia), habría vivido quinientos años, pues había
descubierto el arte de vivir varios siglos w.

Según Des Maizeaux, Kenelm Digby visitó a Descartes en Ho­


landa por esa época. Le rogó que dedicase sus esfuerzos al hallazgo
de alguna forma de prolongar la vida, a lo que Descartes replicó

w Discurso del Método, A. T.t VI, pág. 62.


*° Carta de Descartes al marqués de Newcastle, octubre de 1645, A. T., IV,
pág. 329, cursiva mía.
61 Caita de Descartes a Constantin Huygens del cuatro de diciembre de 1637, A.
T., 1, pág. 649. En su carta a Descartes del veinticinco de enero de 1642, Huygens
habla de un tratado de Descanes sobre «la prolongación de la vida», que, supone,
está a punto de terminar.
4i Adrien Baillet, Vte de Monsieur D es-Cartes, vol. II, pág. 448. Descartes era
partidario de una dieta ligera abundante en vegetales y frutas. Creía también que
llevar peluca era especialmente bueno para la salud, y se lo recomendaba a Picot, para
evitar catarros y dolores de cabeza, (ib., pág. 446).
M Ib., págs. 452-453.
162 La magia de los números y el movimiento

«que ya había pensado en ello, y que si bien no podía prometer que


haría inmortal al hombre, sí estaba seguro de que podía hacer su
vida tan larga como la de los patriarcas» 64. Como, si se exceptúa
Henoc, que dejó el mundo a los 365 años, las edades de los patriar­
cas van de los 777 (Lamec) a los 969 (Matusalén), ¡no se puede decir
que Descartes se conformase con poco! Pero sus esperanzas no se
confirmaban, y allá por la primavera de 1648, cuando le entrevistó
Frans Burman, había abandonado ya la de alcanzar edad tan pro­
vecta. «Cómo podía durar tanto la vida antes del diluvio, es algo
que va más allá de la filosofía», le dijo al joven. Pero como no había
abandonado su convicción de que la vida humana podía prolongarse,
añadía: «N o debemos dudar que la vida humana podría prolongarse
sí conociésemos el arte a propósito para ello» 6S. Cuando Descartes
murió en Estocolmo a los cincuenta y tres años, la Gazette de Am­
bires se burló de su presunta creencia en su propia longevidad, en
que estuviese ésta en sus propias manos: «Un iluso, que decía que
podría vivir tanto como desease, ha muerto en Suecia» 6é. Por muy
discreto que hubiese intentado ser, Descartes había adquirido, como
los discípulos de Robert Fludd, la reputación de ser uno «que vive
por largo tiempo».
La segunda regla rosacruciana obligaba a los miembros a vestir
y vivir como los demás, que era justamente lo que hacía Descartes.
Le preocupaba especialmente no parecer distinto en su vestido o
persona 67. Cuando se enteró de la condena de Galileo en 1633, le
escribió a Mersenne que había decidido no publicar su tratado cos-*4

M «La vie de monsicur de Sairtt-Evremond», en las Oeuvres de Saint-Evremond


(Amsterdam, 1726), citado en A. T.t XI, pág. 671. El texto está datado el quince de
noviembre de 1706.
44 Conversación con Burman, A. T., V, pág. 178.
“ Citado por Christiaan Huygens en una carta del doce de abril de 1650 remitida
a su hermano Constantin, A. T., X , pág. 630. De la prolongación de la vida trataron
varios autores desde que lo hiciera Rogcr Bacon en el siglo trece. Bacon remitía a las
Escrituras como prueba de que era posible vivir casi mil años, y como Descartes,
recomendaba una dicta sana y moderada. Para una descripción breve de las ideas de
Bacon, véase el capítulo «De retardatione accidentium senectutis, ct de prolongatione
vitae humane», de su Epístola de secretis operibus artis et naturae et de nullitate
magiae, en Opera quaedam hactenus medita de Roger Bacon (J. S. Brewer, cd. (Lon­
dres: Longman, 1859), vol. 1, págs. 538-542).
67 «Ponía especial cuidado en no vestir como un filósofo» (Adrien Baillet, Vie de
Monsieur D es-Canes, vol. II, pág. 447).
Descartes y la ilustración de la Rosa Cruz 163

mológico Le Monde por ser fiel a su máxima, *bene vixit, bene qui
latuit (bien vive quien bien se esconde)» 6S.
Las reglas tercera y cuarta ordenan a los miembros reunirse una
vez al año y hallar quienes les sucedan. La quinta regla establecía
que R. C. había de ser el único sello o marca de la Hermandad.
Mucho se ha especulado sobre esto, sobre todo si se tiene en cuenta
al mismo tiempo el siguiente pasaje de la Fama Fratem itatis:

Tras un tiempo habrá una reforma general, de las cosas divinas como de las
humanas ... mientras tanto, unos pocos, que harán público su nombre, po­
drán reunirse para confraternizar y desear el inicio de nuestros C ánones
Filosóficos, que nos prescribe nuestro hermano R. C .. w.

R. C. son, por supuesto, las iniciales de Renatus Cartesius. Pero


como ha señalado sensatamente Etienne Gilson, «Si Rene Descartes
se hubiese llamado Pierre Gassendi, el argumento del sello habría
sido mucho más poderoso» 70.

Un estudioso muy reservado

La regla sexta y última, que prescribe que la hermandad sea se­


creta, no nos sirve de mucho, pues no se ve como podría ser el
silencio sobre la sociedad prueba de pertenencia a la misma. Sin
embargo, hay un curioso texto en el cuaderno de notas de juventud
de Descartes que nunca se ha aclarado:

L o s acto res, ad v e rtid o s d e n o m o stra r vergü en za algu n a en su ro stro , llevan


una m áscara. C o m o ellos, su b iré y o a este teatro del m u n d o , en el qu e hasta
ah o ra só lo he sid o e sp e c ta d o r, co n una m áscara 71.

Muy retirada habría de ser toda la vida de Descartes. Cuando


visitaba París, solía estar en casa de Nicolás LeVasseur, Seigneur
d’Etioles, amigo de su padre, pero en 1629 buscaría alojamiento40*

44 Carta de Descartes a Mcrsenne de abril de 1634, A. T „ I, pág. 286.


49 Yates, The Rosicrucian Enlightenment, pág. 294.
40 Etienne Gilson, Eludes sur le role de la pensée m édiivale dans la formation du
systéme cartésien (París: Vrin, 1967), pág. 278.
r> Cogitationes Prtvatae, A. T., X , pág. 213.
164 La magia de los números y el movimiento

donde fuese con tal de librarse de las visitas inoportunas y «dejarse


ver sólo por muy pocos amigos» 7172*.
Más tarde, en Holanda, se le conocería por su amor a la vida
apartada. £1 médico Vopiscus-Fortunatus Plempius afirmaba que al­
rededor de 1629 Descartes vivía en la Kalverstraat de Amsterdam
«sin que nadie lo supiese (Nulli notus)» 7i. Y un colega francés deda
de él, cuando fue Leyden a supervisar la impresión del Discurso del
Método:

H a estado en la ciudad desde que empezaron a imprimir su libro, pero se


oculta, y se le ve raras veces. Vive siempre en este país en ciudades pequeñas,
apartadamente. L os hay que dicen que así se ha ganado el nombre de d’Es-
cartes [es decir, de los apartes], que antes se llamaba de otra forma 74.

La búsqueda de simpatías

Si los amigos parisinos de Descartes hubiesen tenido acceso a su


Compendium Musicae, mayores hubiesen sido sus sospechas de que
no le hacía ascos a las explicaciones basadas en fuerzas ocultas, como
cuando declara que

la voz humana es agradable porque casa con nuestra disposición. La voz de


un amigo nos es más agradable que la de un enemigo probablemente por la
simpatía o antipatía que experimentamos. Por la misma razón, un tambor
cubierto con la piel de un cordero deja de vibrar y se silencia cuando, se
nos dice, su sonido resuena en otro tambor cubierto con la piel de un lobo 7i.

Esta historia puede que proceda de nuevo de della Porta, que da


dos versiones de ella:

El lobo es odioso y dañino para la oveja aun después de muerto: pues si


cubrís un tambor con la piel de un lobo, el sonido asustará a la oveja ... si

71 Adríen Baillet, Vie de Monsieur D es-Canes, vol. 1, pág. 153.


71 V. P. Plempius, Fundamenta Medicinae, tercera edición (Louvain, 1654), citado
en A. T., I, pág. 401.
74 Carta de Claude de Saumaise a M. de Puy del cuatro de abril de 1637, citado
en A. T., X, págs. 555-556. Cuando Descartes fue por vez primera a Holanda en
1618, se hacía llamar du Perron (por ejemplo, A. T., X, págs. 56, 153, 160, 161, 164,
166).
7* Compendium Musicae, A. T., X, pág. 90.
Descartes y la ilustración de la Rosa Cruz 165

colgáis varias pieles unas contra otras ... la piel del lobo devorará la del
cordero *76
47 ■97*
H ay antipatía entre ovejas y lobos, como he dicho a menudo, y perma­
nece en cada una de sus partes; así, un instrumento cuyas cuerdas sean de
tripa de oveja y de lobo no hará música, sólo ruido y todo tipo de disonan­
cias 17.

Siempre hay, por supuesto, la posibilidad de explicar mecánica­


mente esos fenómenos, como Descartes pedía en la cuarta parte de
sus Principios de filosofía 7S. Pero nos podemos preguntar si en 1619
no sería ¿1 proclive a explicaciones del tipo de las que della Pona
ofrecía de los «espejos infectados». Nos dice della Pona en el Libro
I de la Magia Naturalis que las rameras poseen una «vinud» por la
que, «si alguien se mira a menudo en el espejo de una de ellas, se
vuelve tan insolente y lúbrico como su dueña» n . Siete libros más
tarde, habiéndonos tenido en vilo, si no moral, sí epistemológica­
mente, nos da la siguiente explicación:

74 Della Porta, N atural Magick, Libro I, capitulo 14, págs. 19-20.


77 Ib., Libro X X , capitulo siete, pág, 403. Della Porta atribuye esta opinión a
Pitágoras. La fuente más antigua con la que yo he dado es el libro de Fracastoro
sobre la Simpatía y antipatía, de 1550, en el que escribe que «golpear un tambor
hecho con la piel de un lobo romperá, se dice, tambores hechos de la piel de corde­
ros» (H. Fracastoro, De Sympathia et Antipathia Rerum (Lyon, 1550), pág. 22) Hay
muchas variantes de este tema. Burton, por ejemplo, lo dice de Jan Zizka, el héroe
nacional de Bohemia, del siglo quince: «El gran capitán Zisca tendría una vez muerto
un tambor hecho con su piel, pues pensaba que su mismísimo sonido pondría en fuga
a sus enemigos» (Robert Burton, The Anatomy o f Melancholy (L a anatomía de la
melancolía¡, publicada por vez primera en 1621: se reimprimió en la Evervman's
Library la sexta edición de 1651, tres volúmenes (Londres: Dent, 1932). vol. 1.
pág. 38).
Iras afirmar que ha explicado todas las propiedades de los imanes y el fuego
por medio de «la forma, el tamaño, la posición y el movimiento de partículas de
materia». Descartes añade: «Y cualquiera que examine todo esto se convencerá fácil­
mente de que no hay poderes en las piedras y las plantas que sean tan misteriosos,
ni maravillas atribuibles a influencias simpáticas y antipáticas tan asombrosas, que no
puedan unas y otras explicarse de esta manera». (Principios de Filosofía, Parte IV,
artículo 187, A. T., V lll-I, págs. 314-315). La versión francesa de Picot añade las
siguientes maravillas —no citadas en la versión original en latín— entre aquellas de
las que se dice que son consecuencia del movimiento de fragmentos del elemento
primero: (1) «hacer que tas heridas de un muerto sangren de nuevo cuando el asesino
se acerca, (2) excitar la imaginación de los que duermen (o incluso de los que velan),
V transmitirles ideas que les adviertan de lo que está ocurriendo lejos» (A. T., IX-2,
pág. 309).
79 Della Porta, N atural Magick, Libro I, capítulo 13, pág. 19.
166 L a magia de los números y el movimiento

El espejo pulido teme la mirada de una mujer inmoral, com o dice Aristó­
teles, pues su mirada lo oscurece y le roba su esplendor. Es así por la
condensación del vapor de su sangre en la superficie del espejo *°.

Me apresuro a añadir que no encontramos esta explicación en los


escritos del propio Descartes, pero, en un fragmento fechado en
1631, leemos:

Se exhalan espíritus por los ojos, com o vemos en las mujeres menstruantes,
de cuyos ojos se dice que emiten vapores. El cuerpo entero de la mujer está
lleno de vapores cuando tiene el mes. L os humores más pesados se purgan
por la vagina, los más sutiles, más arriba, a saber, por los ojos

En su cuaderno de notas juvenil hallamos esta críptica sentencia


sobre las mujeres y la ciencia:

La ciencia es como la mujer: si permanece fiel a su marido, se la respeta;


si es de propiedad pública, se la desprecia M.

Sabemos también que por esa época Descartes leyó De sensu


rerum et magia libri quataor, pars mirabilis occultae philosophae, ubi
demonstratur mundum esse Dei vivam Statuam beneque cognoscen-
tem (Frankfurt, 1620), de Campanella, libro del que diría, unos quin­
ce años más tarde, que no le había hecho otra impresión que la de
superficialidad 801283. Por entonces ya estaba Descartes a años de dis­
tancia de la atmósfera intelectual de su juventud, y no muy dispuesto
a que su memoria pusiese en entredicho el papel que había apren­
dido a representar en el teatro del mundo. Pero esto no quiere decir
que escapase del todo de los fantasmas del pasado.

80 Ib ., Libro VIH, capitulo 14, pág. 230.


81 A. T., XI, pág. 602. El pasaje de Aristóteles en que se basan las observaciones
tanto de Della Porta como de Descartes está en De ¡os Sueños II, 459 b 28-31: «Si
una mujer se mira en un espejo muy pulido durante el periodo menstrual, la superficie
del espejo se nubla de color rojo sangre». [Shea cita de la yraducción inglesa, On the
Soul. Parva Naturalia, On Breath, trad. de W. S. Kett, Loeb Classical Librarv (Lon­
dres: Heinemann, 1975)].
82 Cogitationes Privatae, A. T., X, pág. 214.
** Carta de Descartes a Constantin Huygens de marzo de 1638, A. T., II, pág. 48.
Descartes y la ilustración de la R osa Cruz 167

Ecos holandeses

El rumor de que era rosacruciano persiguió a Descartes hasta los


Países Bajos, donde se voceó en letra impresa por vez primera en
un libelo titulado Admiranda Methodus Novae Philosophae Renati
Descartes, publicado en Utrecht en 1643. Era anónimo, pero cabe
colegir que su autor fue Martin Schook, el que escribió el prólogo 84.
En su sátira Nouveaux mémoires pour servir a l’histoire du cartésia-
nisme, aparecida a finales del siglo diecisiete, Daniel Huet describe
a Descartes como el perfecto rosacruciano. «Renuncié al matrimo­
nio», le hace decir, «llevé una vida errante, busqué la oscuridad y el
aislamiento, abandoné el estudio de la geometría y de las demás
ciencias para dedicarme exclusivamente a la filosofía, la medicina, la
química, la cábala y otras ciencias secretas» 8S.
Huet, que escribía en 1692, no es una fuente fiable de informa­
ción sobre lo que pudiese pasársele por la cabeza a Descartes más
de medio siglo atrás, pero prueba que la acusación de ser rosacru­
ciano, que se remontaba a 1623, aún tenía crédito. Nicolás Poisson,
en su Commentaire o h Remarques sur la Méthode de Rene Descar­
tes, publicado en 1670, hace una digresión para vindicar a Descartes
del cargo que se le hacía. Su argumento principal, al que llegaba con
todas las ventajas de lidiar a toro pasado, es bastante simple: Des­
cartes «era demasiado sofisticado para ser amigo de esos visionarios
que basaban todos sus argumentos en las pruebas empíricas más que
en razonamientos» 86.

Los sueños de Descartes

¿Habrá servido este largo demorarse en la atmósfera (o manía)


rosacruciana para arrojar algo de luz en la disposición intelectual de
Descartes, que es lo que nos importa? Creo que al menos nos ayu­

84 F.l autor dice que no cree la imputación porque Descartes es demasiado vani­
doso para que aceptase la regla de silencio de la Hermandad (A. T., VIII-2, pág. 142,
nota b).
85 Pierre-Daniel Huet, Nouveaux mémoires pour servir a la histoire du cartisia-
nisme par M. G. de l’A. (iniciales de Gilíes de l’Anuy, el seudónimo de Huet) (París,
1692), pág. 42, citado en Les premieres pernees de Descartes, pág. 128, de Hcnri Gou-
hier.
** A. T „ X, pág. 197, nota a.
168 La magia de los números y el movimiento

dará a entender el famoso pasaje autobiográfico del Discurso del


Método en el que Descartes nos dice cómo descubrió su nuevo méto­
do:

Por entonces estaba yo en Alemania, a donde me habían llevado las guerras


que aún no han terminado allí. Me iba a reincorporar a mi ejército de vuelta
de la coronación del Emperador, cuando el principio del invierno me retuvo
en un lugar donde, a falta de conversaciones que me distrajesen y, afortu­
nadamente, del azuzamiento de pasiones que me inquietasen, pasaba los días
enteros callado y solo en una habitación que calentaba una estufa, y en la
que nada me impedía entregarme a mis propios pensamientos * 7* .

Se desconoce la localización exacta de los cuarteles de invierno


de Descartes, pero Daniel Listorp, en 1653, tres años después de la
muerte de Descartes, sugiere que pudo ser en un pueblo cerca de
Ulm, donde vivía el matemático Faulhaber ®8.
«A falta de conversaciones que me distrajesen, y, afortunadamen­
te, del azuzamiento de pasiones que me inquietasen ... nada me im­
pedía entregarme a mis propios pensamientos». ¡Qué despego sere­
namente filosófico destilan estas palabras! El Descartes maduro que­
rría hacernos creer que la intuición le vino mientras adoptaba una
pose de ésas que un escultor escogería para representar a «el filóso­
fo». Y se trata, efectivamente, de una pose. En 1619, describía su
cambio de vida con palabras que caían muy lejos de la prosa fría y
calma del Discurso del Método. Hablaba entonces el lenguaje de los
sueños. El manuscrito de doce páginas que describía detalladamente
su experiencia visionaria se ha perdido, pero Leibniz lo vio cuando
visitó París en 1675-1676, y Baillet lo tradujo en el primer volumen
de su biografía 89.

* 7 Discurso del Método, Pane II, A, T., VI, pág. II.


** Daniel Listorp, Specimina Philosophae Cartesianae (I.eiden: Elzevier, 1653),
págs. 78-79, citado en A. T., X, pág. 252. Adrien Baillet, en su Vie de Monsieur
Des-Cartes en dos volúmenes, publicada en 1691, no dice cuál fue el retiro de in­
vierno de Descanes en 1619, pero si dice que estuvo en Ulm de finales de junio a
principios de septiembre (vol. I. pág. 96). En la versión abreviada que publicó un año
más tarde, afirma, sin más explicaciones, que Descartes estableció sus cuancles de
invierno en el ducado de Neuburg, en octubre de 1619 (Abrégé de la vie de M.
Descartes (París, 1692), pág. 39. El libro se reimprimió en la colección «Les Gran-
deurs» (La Tablc Konde, 1946); el pasaje peninente está en esa edición en la página
33). Neuburg no está cerca de Ulm, sino a orillas del Danubio, en Baviera del norte,
pocos kilómetros al oeste de Ingolstadt.
M Adrien Baillet, Vie de Monsieur Des-Cartes, vol. I, págs. 81-86, A. T., X, págs.
Descartes y la ilustración de la Rosa Cruz 169

Descanes consigna que la noche del diez al once de noviembre


de 1619 tuvo, en rápida sucesión, no uno sino tres sueños, «que
imaginó no le podían venir sino de lo alto». En el primer sueño, ve
fantasmas que le atemorizan y un viento impetuoso le impide ir a
donde quiere. Las imágenes son vivas, y le dirían mucho más a un
hermético del diecisiete que a nosotros. Siente, por ejemplo, una
debilidad en el lado derecho, un torbellino le hace dar tres o cuatro
vueltas alrededor de su pie izquierdo, otros se mantienen derechos
y firmes mientras él se dobla y vacila, etc. Cuando despierta, siente
temor, confiesa sus pecados al Todopoderoso y se duerme de nuevo.
El segundo sueño acaba con un ruido penetrante, como el que hace
un trueno. Al abrir sus ojos

percibió muchas chispas de fuego desperdigadas por la habitación. Ya le


h abía pasad o esto a m enudo, en otras ocasiones; y no era n ad a extraord i­
n ario en él, si se despertaba en medio de la noche, que tuviese los ojos lo
bastante chispeantes como para hacerle entrever los objetos más próximos
a é l* 0.*I,

181-188. Este pasaje está traducido en New Stadíes in thc Philosophy o f Descartes
[Nuevos estudios sobre la filosofía de Descartes/, de Norman Kcmp Smith (Londres,
Macmillan, 1952), págs. 33-39. Descartes le dio al manuscrito en latín el título de
Olympica. No está claro por qué, pero la palabra pertenece a las tradiciones hermética
y paracéisica. Entre los emblemas populares en los días de Descartes, Olympia sig­
nificaba «Solí in Deo Securitas (Sólo en Dios hay seguridad)», según consta en los
Emblemas Moralizados, de Enrique de Soto (Madrid, 1599), pág. 26 b (citado en
Emblemata. Handbuch tu r Sinnbildung des 16. and 17. Jahrhunderts, de Arthur
Hcnkel y Albrecht Schóne (Stuttgart: Metzlcr, 1976, pág. 60). En el Colegio de La
Fléche, los estudiantes hacían e interpretaban emblemas los días festivos. Véase Un
Collige des Jésuiles aux XV I 1‘ et X V llí' Siecles. Le College Henri ¡V de la Fleche,
cuatro volúmenes, de Camille de Rochcmonteix (Le Mans: Leguicheux, 1889), vol.
I, págs. 146-150. El texto empezaba con las famosas palabras, •X Novembris 1619,
cam plenas forem Enthousiasmo, et mirabilis scientiae fundamenta reperirem (Diez
de noviembre de 1619, como estuviera lleno de entusiasmo y hubiera descubierto los
fundamentos de la ciencia que maravilla)». Baillet menciona una nota en el margen
escrita por la misma mano pero con tinta diferente, «A7 Novembris 1620, coepi in-
telligere fundamenlum Inventi mirabilis» (A. T., X , pág. 179; véase también el in­
ventario de los papeles e Descartes, ib., pág. 7).
*° A- T., X , pág. 182, cursiva mía, N. Kcmp Smith, trad., pág. 35. En la Optica,
Descartes afirma que fluye luz de los ojos de los gatos, y da a entender que lo mismo
pasa con los de los hombres que se elevan por encima de lo ordinario ... (A. T., VI,
pág. 86). ¿Pensaba en gente excepcional como él mismo? Según Sexto Empírico, el
emperador Tiberio podía ver en la oscuridad (hay traducción al inglés: Outline of
Pyrrhonism [Introducción a l pirronismo). Libro I, capítulo 14, pág. 84, traducción de
R. G. Burv, Loeb Classical Library (Londres: Heinemann, 1976), vol. I, pág. 52).
170 La magia de los números y el movimiento

¡Menuda hazaña, incluso para un filósofo!


El tercer sueño, que siguió rápidamente al segundo, fue, por el
contrario, tranquilo. Ve un libro, que, descubre, es un diccionario,
y una colección de poemas, que abre al azar por un poema de Au-
sonio que empieza «Quod vitae sectabor iter?» En ese momento, un
desconocido le ofrece otro poema que empieza con la frase *E st &
Non.» Se le ocurre entonces a Descartes, en medio de este sueño,
preguntarse si está soñando. No sólo se responde que sí, emprende
la interpretación del sueño soñando aún. Cuando despierta, «conti­
nuó la interpretación de su sueño sobre la misma idea».
Obsérvese la continuidad del dormir y el velar. Juzga, en su
interpretación del sueño, que el diccionario representa «la reunión
de todas las ciencias», la colección de poemas, «la unión de la filo­
sofía y la sabiduría», y los poetas que figuran en ella, la «revelación
e inspiración, de las que esperaba le favoreciesen». El «Est & Non»
del poema era «el Sí y el No de Pitágoras», que interpreta como la
verdad y la falsedad en los conocimientos humanos y las ciencias
profanas. El trueno que oyó en el segundo sueño era «la señal del
Espíritu de la Verdad que descendía sobre él para poseerle». Por
miedo de que este nuevo Pentecostés se saludase, como el primero,
con chanzas («¡Están cargados de mosto!», Hechos 2, 13), Descartes,
como Pedro antes que él, asegura que no estaba borracho, que «ha­
bía pasado la tarde y el día entero con gran sobriedad», y que ¡no
había bebido vino en tres meses! 91
El sueño de Descartes fue una intensa experiencia personal, pero
la verdad es que quizá le viniese muy bien como pretexto literario;
podía así manejar símbolos que, si el narrador estuviese en estado
de vigilia, parecerían incongruentes. Toda persona educada del siglo
diecisiete conocía el sueño de Escipión, y sabía, a partir de fuentes
bíblicas y clásicas, que Dios se comunicaba con los hombres por
medio de sueños. Como artificio poético-filosófico, era común en el
siglo dieciséis. Pero ¿qué pasaba en el siglo diecisiete, y, por volver
a nuestro tema, qué dicen al respecto los tratados rosacrucianos? Ya
he mencionado el Raptus philosophicus, publicado en Alemania en
1619. Es el relato del sueño de un joven en la encrucijada. Se pre­
gunta qué camino ha de tomar, y —como se puede uno imaginar—
escoge el recto y estrecho. Tras varios incidentes peligrosos, encuen­
tra a una joven que le pregunta: «¿A dónde vas? ¿Qué espíritu traes

” Ib., págs. 182-186.


Descartes y la ilustración de la Rosa Cruz 171

aquí?», y le enseña un libro «que contenía todo lo que hay en tierra


y cielos, pero no estaba ordenado metódicamente». Un joven, ves­
tido de blanco, le revela entonces que esta mujer «es Naturaleza ...
hoy en día desconocida por científicos y filósofos» 92*.
Hcnri Gouhier reconoce las semejanzas que hay entre esta obra
y el sueño de Descartes, pero las desdeña por no ser sino «w»e
influence purement ornaméntale* n . Si se piensa en el desarrollo
intelectual posterior de Descanes, semejante opinión parecerá plau­
sible, pero no puedo evitar preguntarme si Gouhier, acaso, no em­
pequeñece demasiado la que puede que fuese una fase breve, pero
no necesariamente intrascendente, de su vida. Baillet nos dice que
Descanes aseveraba explícitamente que había estado esperando tener
sueños significativos desde hacía varios días:

Añade que el Genio que excitaba en ¿1 el entusiasmo que inflamaba su


cerebro desde hacía varios días le había predicho estos sueños antes de irse
a la cama, y que la mente humana no tenía pane alguna en ellos 94.

Descartes concluye que el tercer sueño «marcaba el porvenir; y


no era sino lo que habría de ocurrirle en el resto de su vida» 95.
Aunque cambió de residencia muchas veces entre 1619 y 1650, no
se separaría nunca del manuscrito de sus sueños, y no hay razón
para creer que no desempeñase en su vida un papel análogo al que
el famoso Memorial de la noche del veintitrés de noviembre de 1654

42 Rodophilus Staurophorus. Raptas Pbdosophicus, citado en La Rose-Croix avec


la Franc-Ma(<mneric. de P. Arnold (París: G.-P. M.n’sonnciivc el 1 aróse. 1970). páBs.
160-161. Sobre la importancia de los sueños, véase Marsile Fian et Fort, de André
Chastel (Ginebra: Droz. 1954), págs. 147-148, y notas de la página 154; «Esquissc
du cadre divinatoirc des songes de Descartes», de Jean-Marie Wagncr, en Baroque,
6, págs. 81-95. En el D e Divinatione de Cicerón, un leído, Quintus, interlocutor de
Cicerón, señala: «La concepción estoica de la adivinación tiene demasiado regusto a
superstición. Me impresionaron más los argumentos de los peripatéticos y dicaearchus
entre los antiguos, y de Cratipo entre nuestros contemporáneos. Según ellos, hay en
el alma humana una suerte de poder —«oracular», podría llamarlo—, gracias al cual
prevé el futuro cuando un delirio divino la inspira, o cuando el sueño la desata y
queda libre de moverse como quiera». (Shea ciu de la traducción inglesa de De
Senectute, D e Amicitia. De Divinatione, trad., W. A. Falconer (Londres, Heinemann,
1923, pág. 483)0
** Henri Gouhier, Les premieres pernees de Descartes, pág. 140.
44 A. T., X, pág. 186, en la traducción de N . Kcmp Smith, pág. 38.
45 Ib ., pág. 185, pág. 37.
172 La magia de los números y el movimiento

desempeñó en la de Pascal, que lo cosió en el forro de su chaleco y


guardó así cerca de su corazón hasta el día de su muerte.
Nuestro conocimiento de la literatura renacentista sobre los sue­
ños es demasiado escaso, y ya no somos capaces de dibujar el relato
de Descartes sobre un fondo que era tan obvio en sus días, que no
hacía falta hablar de él. Francesco Trevisani ha llamado la atención
sobre las interpretaciones simbólicas de los sueños ideadas por Car-
dano, pero queda por explorar legión de obras del mismo estilo 96.
Un contemporáneo famoso de Descartes, J. B. Van Helmont, nos
dice que 1610 fue el año de su propia iluminación:

En el año de 1610, tras una larga y extenuante espera de que pudiese yo


adquirir algún conocimiento gradual de mi propia mente, pues opinaba yo
entonces que el autoconocimiento era el complemento de la sabiduría, caí
casualmente en un sueño tranquilo, y, sumido más allá de los límites de la
razón, me pareció que estaba en una sala bastante oscura. A mi izquierda
había una mesa, y sobre ella una redoma de un tamaño considerable, que
contenía un poco de licor: y una voz que salía de ese licor me habló de esta
guisa: «¿Queréis honor y riquezas?» 97

La voz interior

Descartes siguió su camino, que le llevó a ser el padre del racio­


nalismo moderno, pero su creencia en el poder de la inspiración no
se tambalearía jamás. De esto le habló claramente a la princesa Isa­
bel, con la que mantenía una correspondencia franca y desenvuelta.
Tras decir que una disposición mental feliz hace que las cosas pa­
rezcan más brillantes, siguen estas palabras:

Hasta me atrevo a creer que la alegría interior tiene una fuerza secreta cuyo
poder inclina más la fortuna a nuestro favor. N o le escribiría esto a gente
de pocas entendederas, no fuese que les llevase a la superstición, pero, en
el caso de vuestra Alteza, más bien temo que os riáis de mí, por crédulo.
Pero he tenido un sinfín de experiencias, y además la autoridad de Sócrates,
que confirman lo que digo. He observado a menudo que las cosas que

<M’ Francesco Trevisani, «Symbolisme et interpretador! chcz Descartes et Cardan»,


Rivista Critica di Storia delia Filosofía, XXX (1975), págs. 27-47.
97 J. P. Van Helmont, Temary o f Paradoxes fTerna de paradojas), traducción al
inglés de Walter Charleton (Londres, J. Flesher, 1650), pág. 123.
Descanes y la ilustración de la Rosa Cruz 173

emprendo con buen ánimo y sin repugnancia interior suelen salir bien, hasta
los juegos de azar, en los que sólo Fortuna manda

Obsérvese que Descartes no sólo creía en su voz interior; pro­


clamaba que tenía «un sinfín de experiencias» que confirmaban su
fiabilidad.
El interés del joven Descanes en el hermetismo nos ayuda a
entender por qué le confería tan profundo significado a su sueño
triple. Creo que, además, arroja luz sobre el entusiasmo que puso,
voluntariosa, animosamente, en la busca de un esquema cósmico que
abarcase hasta las estrellas. Descartes iría siendo más cauto con los
años, pero en fecha tan tardía como 1632, cuando ya tenía treinta y
seis años, le escribía todavía a Mersenne como quien está a punto
de hacer realidad el viejo sueño de los astrólogos:

Profundamente he penetrado en los cielos estos últimos dos o tres meses,


y, habiendo llegado a un punto en que puedo darme por satisfecho en lo
tocante a su naturaleza y la de los cuerpos celestes que vemos, así com o en
lo tocante a muchas otras cosas que ni siquiera me habría atrevido a desear
hace unos pocos años, me he vuelto tan osado que ahora me atrevo a buscar
la causa de la posición de cada estrella. Aunque parezca que están desper­
digadas al azar por los cielos, no tengo duda alguna de que hay un orden
regular, fijo y natural entre ellas. El conocimiento de este orden es la clave
y el fundamento de la más alta y perfecta ciencia que le quepa conocer al
hombre sobre las cosas naturales. Cuanto más, que, gracias a ella, podríamos
saber a p rio ri todas las variadas formas y esencias de los cuerpos terrestres,
mientras que, sin ella, nos tendríamos que contentar con adivinarlas a pos-
teñ o ri y por sus efectos " .

Tras afirmar que sería útil la observación de los cometas y un


catálogo histórico de las posiciones de los cuerpos celestes, Descartes
vuelve, pero ahora con voz trémula, a su grandioso proyecto:

Creo que es una ciencia que está más allá de lo que puede el entendimiento
humano, pero es tan corta mi sabiduría, que no puedo sino soñar con ella,
por mucho que crea que sólo sería una pérdida de tiempo I0°.

’ * Carta de Descartes a la princesa Isabel de noviembre de 1646, A. T., IV, píg. 529.
99 Carta de Descartes a Mersenne del 10 de mayo de 1632, A. T ., 1, págs. 250-251.
Iuu Ib., pag. 252. Obsérvese que Descartes no puede dejar de soñar («je nc Sfau-
rois m ’empecher d ’y resver*). En la octava de las Reglas para la dirección del espíritu
174 La magia de los números y el movimiento

El proyecto científico de altos vuelos, la gran institución que


Descartes sueña: los mismos propósitos de quienes escribieran algu­
nos de los manifiestos rosacrucianos. Su respuesta era nueva, no
tanto la empresa y la meta. La filosofía mccanicista había de encajar,
aunque fuese forzadamente, en un entramado de otras cosas, que
Descartes, como casi todos sus contemporáneos, creía entender, pero
de las que hablaba muy poco.
N o hay que confundir a Descartes con cada uno de los libros en
que se demoraba. Le atraía el propósito moral de los rosacrucianos,
pero no halló la verdad última en sus escritos. Sin embargo, no
debería pasarse por alto su disposición a buscar las claves del mundo
natural en todas partes; debería, más bien, servir para que nos acos­
tumbrásemos a leer al filosófo mecanicista en un contexto más am­
plio, lleno de ecos y huellas. El lado escatológico y milenarista del
movimiento rosacruciano algo debió de despertar en el alma de Des­
cartes, y ciertamente contribuyó a ese sentimiento tan suyo: que
tenía una misión, que su destino era conducimos al gran día del
conocimiento auténtico.

afirma que no tiene sentido hacer horóscopos sin saber antes si la razón humana
puede determinar algo sobre la influencia de las estrellas (A. T., X , pág. 398): en la
quinta regla, condena a los astrólogos, no por el objetivo que persiguen, sino por su
negligencia en el estudio de la naturaleza y movimientos exactos de los cuerpos ce­
lestes (ib., pág. 380). N o siempre está claro, a principios del siglo diecisiete, si es la
astrología en sí misma lo que se critica, o sólo su aplicación sin sentido crítico. El
profesor de matemáticas de Descartes en La Fleche, el jesuita Jean-Franfois
(1582-1668), atacaba la astrología en su Traite des influences celestes (Rúan, 1660),
pero, a su vez, tenía lo suyo de superstición. Dice, por ejemplo, que nadie muere por
causas naturnlcs en la costa de Dieppe a no ser que la marea está bajando, y en
Guyana cuando la marea está subiendo [citado en el comentario de Etienne Gilson del
Discurso deI Método (París, 1925); pág. 120],
Capítulo 6
LA BUSCA DEL METODO Y DE LAS REGLAS
DE DIRECCION

Cielos italianos

Tras sus tres sueños en uno de 1619, Descartes se hizo la pro­


mesa de entregarse a una vida de estudios, le pidió a Dios «que le
guiase en su persecución de la verdad», e invocó la ayuda de la
Bendita Virgen María. Hizo el voto de peregrinar al santuario de
Nuestra Señora de Loreto en Italia, y planeó salir para allá «en pocos
días» '. Pero el viaje se pospuso por razones desconocidas; pasarían
cuatro años antes de que lo emprendiese, en el otoño de 1623. La
causa inmediata de la marcha de Descartes fue de índole familiar.
M. Sain, marido de su madrina y alto cargo del comisariado del
ejército francés en los Alpes, acababa de morir, y la familia envió a
Descartes a que se hiciese cargo de sus asuntos y viese si no podría
acaso sucederle en el puesto.
Según Baillet, Descartes estuvo en 1624 en la fiesta que todos los
años conmemoraba las bodas de Venccia y el Adriático el día de la
Ascensión, que ese año fue el dieciséis de mayo. Descartes cumplió
su voto de ir a Loreto, y de allí fue a Roma, a donde llegó a fines1

1 Olympica, A. T., X, pág. 186.

175
176 La magia de los números y el movimiento

de noviembre. Q uizá conociese en Roma a Pierre Bérulle


(1575-1629), fundador del Oratorio y futuro cardenal, que en el
otoño de ese año estaba allí; más tarde sería cuando representase el
papel que le tocó en la vida de Descartes.
El gran acontecimiento del año fue la apertura oficial del año
santo de 1625 la Nochebuena de 1624 2. Puede que Descartes fuese
también testigo de un acontecimiento aún más sensacional, que tuvo
lugar unos pocos días antes. El veintiuno de diciembre, en el mer­
cado del Campo dei Fiori (donde Giordano Bruno fue quemado en
la hoguera en 1600), la efigie, los libros y los restos mortales de
Marcantonio de Dominis fueron arrojados al fuego. De Dominis
había publicado un libro de óptica en 1611 en el que intentaba ex­
plicar el arco iris, pero debía su fama a su inusual carrera eclesiástica.
Jesuíta que había llegado a ser arzobispo de Spalato, dejó Italia en
1616, y se unió a la iglesia de Inglaterra; Jaime I le nombró deán de
Windsor, y le concedió prelación sobre todos los dignatarios de la
iglesia, excepción hecha de los arzobispos de Canterbury y York.
De Dominis escribió varios panfletos contra el papado; en 1622, sin
embargo, desertó del protestantismo, y regresó a Roma, donde el
papa Gregorio XV, pariente suyo, hizo que se le diese la bienvenida.
Pero el papa murió en 1623, y a pesar de que de Dominis se había
retractado de sus escritos antipapistas, se reanudaron los procesos
incoados contra él, y se le encarceló en Castel San Angelo en abril
de 1624. Murió el ocho de septiembre, antes de que hubiese termi­
nado el juicio, pero no iba por eso a dejar pasar la iglesia tan exce­
lente oportunidad de demostrar su renovado rigor doctrinal. El vein­
tiuno de diciembre, en frente de la iglesia de la Minerva (donde
habría de retractarse Galileo nueve años después, el veintidós de
junio de 1633), se leyó una sentencia formal de muerte contra de
Dominis ante una enorme muchedumbre y en presencia de siete
cardenales. Una vez hecho esto, su cadáver fue entregado al brazo
secular para que tuviese lugar el auto de fe. El suceso tuvo mucha
resonancia en la prensa internacional; el semanario francés Mercure
Franqois informó de lo ocurrido con todo detalle 3.

2 Adricn Baillct, Vie de Monsieur Des-Cartes, vol. I, págs. 118-122.


’ Mercure FrartfOis, vol. XI, pígs. 134-151. Se cita un pasaje m is extenso en
Descartes. Sa vie el tes Oeuvres, de Charles Adam, pág. 65, n. a.
La busca del método y las reglas de dirección 177

Su carrera en Francia

Descartes volvió a París en la primavera de 1625. Tenía treinta


años, e iba siendo tiempo de que se estableciese. Su abuelo materno,
René Brocard, había sido teniente general (administrador civil) de
Poitiers, y a Descartes se le ofreció ese mismo alto puesto en Chl-
tcllerault. Temió que su padre, que estaba de viaje de negocios por
París, pudiese considerarle demasiado mayor para empezar a ejercer
el derecho, y le escribió para ver qué le parecería si trabajase en
prácticas para un abogado del Chátelet de París mientras adquiría
suficientes conocimientos legales 4. No tenemos la respuesta de su
padre, pero, habida cuenta del desagrado que habría de producirle
la vida de relajada entrega a los estudios que seguiría su hijo, pode­
mos imaginarnos que fue práctica y pegada al suelo. Tras la publi­
cación de su primer libro, el Discurso del Método, se dice que afir­
mó: «Sólo me ha dado disgustos uno de mis hijos. ¡Cómo he podido
tener un hijo tan tonto que se haya hecho encuadernar en piel!» 5*
Los cargos públicos se vendían en el viejo régimen francés, y a
Descartes le pidieron cincuenta mil libras por el puesto de Cháte-
llerault. Dio como razón para declinar la oferta que sólo tenía treinta
mil, pese a que un amigo le prometió que cubriría la diferencia.
La familia y los amigos de Descartes deseaban verle casado. Pen­
saron en una joven dama, que sería luego Madame du Rosay; pero
la susodicha le confesaría a Fr. Poisson que «la frase más galante que
había salido de sus [de Descartes] labios era que no conocía belleza
mayor en la tierra que la de la verdad». Siempre exigente y poco
contentadizo, se dice que Descartes aseveró a un grupo de amigos
que hablaban del matrimonio, que por lo que a él se refería, «una
mujer bella, un buen libro y un predicador competente eran algunas
de las cosas más difíciles de encontrar en este mundo». Decía tam­
bién Madame du Rosay que Descanes había tenido un duelo en su
honor, y que, habiendo desarmado a su rival, le perdonó la vida

4 Adrien Baillet, Vic de Monsicur D es-Canes, vol. 1, pág. 129.


5 S. Ropartz, La fam ilte de Descartes en Brctagne (1S82-1762), pág. 100, citado
en Descartes. Sa vie et ses Oeuvres, de Charles Adam, pág. 434-444, nota.
* Adrien Baillet, Vie de Monsieur Des-Cartes, vol. í, pág. 129.
I ^8 La magia de los números y el movimiento

«por complacerla» 7. Por lo que sabemos, éste fue el único roce de


Descartes con el matrimonio 8.

Intermedio parisino
Con la excepción de algunos viajes que hizo de vez en cuando
al noroeste, Descartes estuvo de 1626 a 1628 en París, donde renovó
sus lazos con Mersenne y Mydorge, y conoció a destacados cientí­
ficos, estudiosos, teólogos y gentes del mundo literario, como los
matemáticos Claude Hardy (alrededor de 1605-1678) y Florimond
de Beaune (1601-1652), el ingeniero Etienne de Villesbressieu (vivía
ya en 1626-1653), el artesano Jean Fcrrier, el astrónomo Jaen-Bap-
tiste Morin (1583-1656), el filósofo Jean Silhon (1596-1667, que pu­
blicó en 1626 un libro titulado Dos verdades: la primera, sobre Dios
y su providencia, la segunda, sobre la inmortalidad del alma, preci­
samente los temas de las Meditaciones de Descartes de 1641), el
sacerdote del Oratorio Guillaume Gibieuf (1591-1650), y especial­
mente Pierre de Bérulle, a quien quizá ya conociese de Roma.

El Caballero literario
A Descartes le interesaba la literatura, y entabló amistad con el
crítico literario de moda, Jean-Louis Guez de Balzac (1595-1654).
Pero la figura más brillante y controvertida del periodo fue el poeta
Théophile de Viau (1590-1626), cuyo clamoroso proceso —se le acu­
saba de escribir versos obscenos y contrarios a la religión— se ce­

7 Ib., vol. II, pág. 501. A Descartes le interesaba tanto la faceta práctica Je los
duelos como la teórica, y escribió por entonces un tratado sobre el Arte de la Esgri­
ma, que se perdería. En carta remitida a Mersenne el veintidós de diciembre de 1630,
habla de un libro de Gérard Thibaut en el que se combinaban las matemáticas y el
hermetismo con el propósito de revelar los secretos de la espada esgrimida a pie o a
caballo, Académie de l'épée ou sedémontrent par regles mathématiques sur le fonde-
ment d'un cercle mysténeux la théorie et la pratique des vrais et jusqu'a priscal
inconnus secrets du maniement des armes á pied et a cheval (Leiden: Elzcvier, 1630)
(A. T ., I, pág. 195, véase también X, págs. 535-538).
' En su tratado Sobre las Pasiones del Alma, dedicado a una soltera, la princesa
Isabel, Descartes se expresa como un soltero recalcitrante: «Cuando un marido llora
la muerte de su esposa, a quien (como a veces pasa) no desearía ver rediviva, será
seguramente por el ambiente del funeral y la pérdida de una persona a cuya conver­
sación estaba acostumbrado. Puede que una pizca de piedad o amor conmueva su
imaginación y llene de lágrimas sus ojos, pese a que, en el fondo de su corazón, sienta
una secreta alegría- (A. T., XI, pág. 441).
La busca del método y las reglas de dirección 179

lebró en París del once de julio de 1623 al uno de septiembre de


1625, más o menos la época en la que Descartes estuvo en Italia.
Théophile tenía poderosos valedores, entre ellos el duque de Mont-
moreney, señor del inexpugnable castillo de Chantilly. Faltó a la
primera parte del proceso, que terminó con la quema de su efigie
en París el diecinueve de agosto de 1623; se le capturó en la frontera
cuando intentaba escapar de Francia, y se le encerró en la Concier-
gerie de París en septiembre de 1623. No le quedó entonces más
remedio que asistir a su propio juicio, que terminó el uno de sep­
tiembre de 1625 con pena de destierro. Que Théophile pudiese que­
darse en Francia después de su condena, viajar a la isla de Ré, en la
costa oeste, y luego a Chantilly, antes de volver a París, donde fa­
lleció el veinticinco de septiembre de 1626 cuando sólo tenía treinta
y seis años, demuestra el desorden político que había en esos mo­
mentos. Al día siguiente de su muerte se le enterró con gran pompa,
y había no menos de dieciocho sacerdotes entre los asistentes ’ .
No sabemos si Descartes llegó a conocer personalmente a Théop­
hile, pero admiraba mucho su obra, y más de veinte años después,
era todavía capaz de citar de memoria una cuarteta de Théophile en
una carta a Chanut ,0. En todo el Corpus de los escritos de Descartes,
ésa es la única cita de un poeta coetáneo suyo.
Si recordamos nuestra discusión de la fiebre rosacruciana que se
padecía en el París de 1623, parecerá muy propio del momento que
Fran^ois Garasse describiese su violenta diatriba contra «los invisi­
bles rosacrucianos» como su Anti-Théophile. Garasse hacía un re­
voltijo de reformadores, herméticos, herejes y librepensadores, y le
ponía la ominosa etiqueta de «beaux esprits». Le placía recordar la
ejecución en Toulouse de Lucilio Vanini, «el príncipe de los ateos»,
ocurrida el nueve de febrero de 1619, «una pobre mariposa que vino
del fondo de Italia a quemarse en una hoguera del Languedoc».
Hablaba también de Jean Fontanier, que fue ejecutado en París en
1621 por haber incurrido en el crimen de ateísmo, y advertía a los
escritores de la misma vena: «¿Podéis pasar por la Place de Grcve
[el lugar en que se consumaban las ejecuciones] sin temblar, sin que*10

* Frédéric Lachévre, Le procés du poete Théophile de Viau, dos volúmenes (París:


Honoré Champion, 1909), vol. I, pág. 576. Menudearon, por supuesto, los rumores
de que había sido envenenado.
10 Carta de Descartes a Pierre Chanut del uno de febrero de 1647. A. T., X,
pág. 617.
ISO La magia de los números y el movimiento

recordéis que hay sitio bastante para todos vosotros y madera sufi­
ciente para reduciros a cenizas?» 11
Garasse calculaba que los ateos constituían el 0,1 de la población
parisina 1l2. Mersenne, al que esto le debía de parecer poco impre­
sionante, sugiere en algunos ejemplares de sus Questiones in Gene-
sim, publicadas en 1623, que podría haber hasta cincuenta mil. Como
quiera que París tenía por entonces unos cuatrocientos mil habitan­
tes, el fraile menor no podía pretender que sus cifras se tomasen al
pie de la letra; sin embargo, el inflado número que da algo nos dice
del ambiente que reinaba en París.

Contra Aristóteles

Durante el proceso contra Théophile, el alquimista Jean Bitault,


el iatroquímico Etienne de Claves y el filósofo Antoine Villon se
ofrecieron a defender públicamente catorce tesis antiaristotélicas, que
la materia está formada por átomos y que las formas sustanciales son
innecesarias entre ellas. Se imprimieron copias de estas tesis, y se
anunció que el acto tendría lugar el sábado, veinticuatro de agosto,
y el domingo, veinticinco de agosto, la fiesta nacional de San Luis.
Se alquiló para la ocasión uno de los mayores salones de París, el
Palais de la Reine Marguerite, pero la policía no esperaba que se
presentasen mil personas. Tanto público había, que el magistrado
jefe se alarmó, y desalojó el salón antes de que la sesión empezase.
A petición de la Sorbona, el parlamento de París ordenó la destruc­
ción de las tesis el cuatro de septiembre de 1624, y desterró a los
tres autores de París, con la condición estricta de que no enseñasen
filosofía, públicamente o en privado, en el reino de Francia. Etienne

11 Franijois Garasse, La doctrine des beaux esprits de ce temps (París: Sébastien


Chappclet, 1623). Facsímil en dos volúmenes, pero con paginación continua (West-
mead, Famborough: Cregg International Publishers, 1971), pág. 702. Sobre Vanini,
véanse las páginas 144-147, sobre Fontanier, las 147-154. El libro de Garasse se acabó
de imprimir el dieciocho de agosto de 1623, la víspera de la quema pública de la efigie
de Théophile. Se había hallado un ejemplar del panfleto anónimo titulado Les Enfam
de la Croix Rouge en casa de Théophile, y se le interrogó dos veces sobre ese libro.
Ambas veces dijo no saber nada (Frédéric Lachévre, Le procés du poete Théophile de
Viau, vol. I, págs. 444-445, 453, 500-501.
11 Ib ., pág. 783.
La busca del método y las reglas de dirección 181

de Claves fue obligado a presenciar la destrucción de las copias in­


cautadas, pero Villon y Bitault escaparon antes del proceso l314.

Clitophon o Gersan

El dueño del salón donde los tres radicales deberían haber refu­
tado a Aristóteles era Fran^ois de Soucy, sieur de Gersan, hermético
influyente, que pronto habría de ser amigo de Descartes. Sabemos
que se conocían por una carta que Balzac le escribió a Descartes,
que había salido al oeste de Francia el treinta de marzo de 1628:

De paso, señor, recordad, por favor, LA H ISTO RIA D E V U ESTR O ES­


PIRITU . Todos vuestros amigos la esperan impacientemente; ante el padre
Clitophon, que en la lengua vernácula responde al nombre de M. de Gersan,
me la prometisteis. Le encantará leer la variedad de vuestras aventuras por
las regiones media y superior del aire, vuestras hazañas contra los gigantes
de las Escuelas, el camino que seguisteis y el progreso que habéis hecho en
el descubrimiento de la verdad de la naturaleza M.

13 Charles Adam, Descartes. Sa Vie t í ses Oeuvres, pág. 85-87; Frédéric Lachévre,
Le procés du poete Tbéophite de Vían, vol. I, pág. 564, nota t, donde cita del Mercare
Frartfois. Véase también la Correspondente, vol. I, págs. 167-168, de Mersenne. El
proceso tuvo una curiosa secuela. Antoine Villon se describía a sí mismo en el ma­
nifiesto como •m iles pbilosopbus», la misma frase que luego diría desdeñosamente de
Descartes Jean de Beaugrand (Paul Tannery, La correspondance de Descartes (París:
Gauthier-Villars, 1893), pág. 44). N o significa otra cosa que «el filósofo soldado»,
pero podría perfectamente ser que se dijese a fin de que se asociara el nombre de
Descartes al de Villon, desterrado por haber osado atacar la filosofía tradicional. Que
esto no es sólo una conjetura demasiado imaginativa puede colegirse de un pasaje de
una carta del medico Christophe Villiers a Mersenne del veinticuatro de noviembre
de 1640: «No creo que M. des C aaes pueda pasarse sin las formas. OS, cuando estaba
yo en el College des Grassins hará unos veinticuatro años [Villiers se refiere en
realidad a ¡624], que el miles pbilosopbus, junto a unos químicos, quería prescindir
de ellas» (A. T., III, pág. 137).
14 Carta de Guez de Balzac a Descanes del 30 de marzo de 1628, A. T., I,
págs. 570-571. Esta caru acompañaba a tres ensayos que Balzac le dedicaba a Des­
canes en agradecimiennto a la apología que Descanes había escrito, en latín, defen­
diendo las opiniones de Balzac sobre la elocuencia. Descanes alababa la pureza y
naturalidad del estilo de Balzac, pero no sin escapar él mismo de cieno preciosismo,
así, por ejemplo, cuando dice que las «gracias» de Balzac distan tanto del ornamento
vulgar como «el carmín que naturaleza pone en las mejillas de una muchacha pura
dista del rozagante colorete de una vieja rijosa» (A. T,, I, págs. 8-9).
182 La magia de los números y el movimiento

Es de notar que Descartes, de ordinario tan reservado, prome­


tiese un relato autobiográfico de su desarrollo intelectual (la Historia
de su espíritu), no a un filósofo o un matemático, sino a un hombre
de letras y a un alquimista que compartían su creencia en que era
posible prolongar la vida ,5. La referencia a «las regiones media y
superior del aire» no tiene nada que ver con los viajes espaciales,
sino con los nuevos resultados que Descartes había obtenido en óp­
tica y los trucos que realizaba con lentes.
El tono de la carta nos recuerda que la buena ciencia podía to­
davía ser muy entretenida. Balzac termina su carta con un jocoso
canto de la calidad superior de los productos lácteos del noroeste de
Francia:

Casi olvidaba deciros que vuestra mantequilla venció a la de la marquesa.


Para mi gusto, su aroma no es menor que el de la mermelada de Portugal
que llegó con el mismo correo. Debisteis, creo, de alimentar vuestras vacas
con mejorana y violetas. ¡H asta me pregunto si no crecerá caña de azúcar
en vuestro predio y no se engordarán con ella vacas de leche tan notables!*1617

O Beata Solitudo

Baillet describe el estilo de vida de Descartes, modesto pero ade­


cuado a su posición. Vestía de verde, el color que se llevaba por
entonces, se tocaba con una pluma y llevaba espada al costado, sig­
nos estos dos últimos distintivos de los caballeros >7. Cuando volvió
a París en 1625, se alojó por un tiempo como invitado en la casa de
Nicolás Le Vasseur, sieur d’Etoiles, recaudador de impuestos del
distrito y amigo de su padre. En junio de 1626, Descartes se esta­
bleció en la rué du Four, pero, como le había dado sus señas a
Mersenne y a Mydorge, y éstos a su vez se las habían dado a otros,
se vio abrumado de visitas. Volvió entonces a casa de Le Vasseur,
pero no por ello disminuyó el número de visitantes.
Una mañana, sin decir ni una palabra a su anfitrión, Descartes

11 Gersan dio a conocer sus ideas en el Sommaire de la médeeme chymique (París,


1632), y Le grand or potable des anciens philosophes (París, 1653).
16 Cana de Balzac a Descanes del treinta de marzo de 1628, A. T., I, págs. 571.
Sigue en el misterio la identidad de la marquesa.
17 Adrien Baillet, Vie de Monsieur Des-Cortes, vol. 1, págs. 130-131.
La busca del método y las reglas de dirección 183

dejó la casa, y se alojó con su ayuda de cámara en una parte de la


ciudad en la que no lo conocía nadie. La preocupación embargó a
Le Vasseur, y no cejó hasta dar con su paradero; no tuvo éxito
alguno hasta que, cinco o seis semanas más tarde, se encontró en la
calle con el criado de Descartes. Le preguntó sin dilación dónde
vivía éste, y si podría encontrarle en casa. El criado le contestó que
su señor estaba en la cama cuando él había salido de compras, y que
en la cama esperaba hallarle cuando volviese, tal y como solía pasar.
Le Vasseur y el criado llegaron al apartamento de Descartes poco
después de las once. Entraron sin hacer ruido, y en vez de llamar a
la puerta del dormitorio de Descartes, Le Vasseur fisgoneó por la
cerradura. Las cortinas todavía estaban echadas, y junto a la cama
había una mesilla de noche con pluma y papel. Descartes se agitaba
de vez en cuando, tomaba los útiles de escribir, garabateaba unas
cuantas palabras, y se tumbaba de nuevo. Le Vasseur observó un
rato semejante cuadro antes de llamar a la puerta. Cuando Descartes
reconoció al amigo de su padre, puso la mejor cara que pudo, y le
invitó a comer. Por la tarde, acompañó a Le Vasseur de vuelta a su
casa, y se disculpó ante Madame Le Vasseur ,s.
Este incidente convenció a Descartes de que sólo encontraría paz
y tranquilidad fuera de París. Decidió pasar el invierno de 1627-1628
en Bretaña, pero descubrió pronto que sus parientes estaban dema­
siado cerca, y tras unos pocos meses allí empezó a pensar en mar­
charse más lejos aún ,9. Habría vuelto con gusto a Italia; desgracia­
damente, le parecía que el tiempo era demasiado caluroso en verano
y que no había suficiente vigilancia en las calles por la noche 20. No
sería el clima de Holanda el mejor, pero las calles eran seguras, y
podría entregarse a lo suyo sin que nadie se preocupase de quién
era o de qué hacía. Como dice en el Discurso del método, escogió
Holanda porque*19

" Ib ., págs. 153-154.


19 «Antes de que viniese a este país en busca de soledad, pasé un invierno en el
campo, en Francia» (carta de Descartes, probablemente a Pollot, alrededor de 1648,
A. T., V, pág. 556). En enero de 1628, Descartes estaba en Bretaña, donde asistió al
bautizo de un sobrino (A. T ., I, pág. 6). En su carta del treinta de marzo de 1628,
Balzac da por sentado, claramente, que Descartes todavía estaba en esa parte de
Francia (A. T., I, pág. 570).
“ Carta de Descartes a Balzac del 5 de mayo de 1630; A. T ., 1, pág. 204. Carta
de Mersenne del 13 de noviembre de 1639, A. T., II, págs. 623-624.
184 La magia de los números y el movimiento

los ejércitos estacionados en este país sólo parecían servir para que se dis­
frutase de la paz con la mayor seguridad. Entre estas gentes cuya preocu­
pación por sus propios asuntos es mayor que su curiosidad por los de los
demás, he podido llevar una vida tan solitaria y retirada como si estuviese
en el más remoto de los desiertos, sin que me haya faltado ninguna de las
comodidades que se disfrutan en las ciudades más populosas 21.

Así es, por supuesto, como las cosas salieron al final, pero en
1628 el futuro no estaba tan claro, y Descartes hizo un viaje a Ho­
landa para ver si el país era todavía el adecuado para un hombre de
estudios que ponía por encima de todo el encontrarse a gusto y,
sobre todo, que no le molestase nadie. Como ya sabemos, fue a
Middelburg convencido de que vería a Beeckman allí, pero su amigo
había dejado su pueblo natal hacía ya mucho, en 1619. No da la
impresión de que Descartes tuviese especial interés en ver de nuevo
a Beeckman, sino, más bien, en recabar información acerca de algún
lugar en el que trabajar en paz y fuera de la vista de los demás.
Descartes se encontró con Beeckman en Dordrecht el ocho de
octubre de 1628, como sabemos gracias a una anotación del diario
de éste. Descartes le dio a Beeckman la impresión de que planeaba
volver a Holanda, «a fin», escribe Beeckman,

de que pudiese completar lo que queda por hacer en las ciencias. Tras viajar
por Francia, Alemania e Italia, decía que no había encontrado nadie con
quien pudiese hablar tan libremente o de quien pudiese esperar tanta ayuda
en la prosecución de sus estudios 22.

El trabajo por hacer debía de ser cosa de nada, pues Descartes


proclamaba que en los últimos nueve años había hecho en aritmética
y geometría «tanto progreso como le es posible a un mortal». Le
dio también cuenta a Beeckman de sus investigaciones en otras áreas,
y le dijo explícitamente que tenía: (1) un método científico universal,
(2) un álgebra «general», (3) una nueva forma de hallar medias pro­
porcionales, (4) una solución general de todas las ecuaciones de ter­
cer y cuarto grado, y (5) la ley correcta de la refracción. Decía
además que todavía le interesaban la consonancia musical y la cues­
tión de si había habitantes en la luna 23. No había escrito nada to­

21 Discurso del Método, Parte II, A, T., VI, pág. 31.


22 Beeckman, Journal, A. T., X, pág. 332.
11 Ib., págs. 331-348.
La busca del método y las reglas de dirección 185

davía, pero, ya en el trigésimo tercer año de su vida, era hora de


ponerse a la tarea. Beeckman se quedó tan impresionado como co­
rrespondía. «De todos los matemáticos y geómetras que he leído o
con los que he hablado», escribía, «no hay ninguno a quien yo
prefiera antes que a él» 24,

Dios bendiga vuestro obra

No sabemos qué otras partes de Holanda pudo haber visitado


Descartes, si es que visitó alguna más, pero Baillet dice que viajó al
oeste de Francia, a ver el sitio de la Rochelle, que no sólo fue una
operación militar de gran importancia contra el último bastión del
protestantismo francés, sino un espectáculo que atrajo a una enorme
muchedumbre. El once de noviembre de 1628, fiesta de San Martín,
Descartes estaba de vuelta en París, y pocos días después se le invi­
taba a asistir a una conferencia del alquimista de Chandoux en el
palacio del nuncio papal, Guidi di Bagno, a quien los franceses lla­
maban Bagné 2S. Pierre de Bérulle, que hacía poco había sido eleva­
do al cardenalato, estuvo presente, y al caer en la cuenta de que los
argumentos del orador no parecía que impresionasen mucho a Des­
cartes, le preguntó si querría decir algunas palabras. Aceptó, y, tras
elogiar las dotes retóricas del orador, se maravilló de lo dispuesta
que estaba la audiencia a dejarse llevar por razones que no pasaban
de verosímiles. Dio entonces una virtuosista demostración de cómo
una afirmación verdadera podía ponerse en entredicho con una do­
cena de argumentos meramemte probables, y concluyó proclamando
que la ciencia auténtica debía descansar en fundamentos inconmovi­
bles.
Bérulle quedó impresionado por la brillantez de la exhibición de
Descartes, y le rogó que le visitase. Así lo hizo, y obsequió a Bérulle
con una exposición de sus principios filosóficos, en la que resaltó

u Ib., pig. 332.


25 Adrien Baillet, Vie de Monsieur Des-Cartes, vol. I, pág. 160. Sólo sabemos de
Chandoux lo que dice de el Bérulle: que era alquimista, y que creía que la fortuna
le había favorecido con el descubrimiento de la transmutación de los metales. Pero a
las autoridades civiles y a los inspectores públicos no se los convencía así como así:
se le ejecutó en París por haber puesto su oro en circulación, es decir, por monedero
falso, en 1631 (ib., págs. 230-231).
186 La magia de los números y el movimiento

cuán útil le sería al público en general que su método se aplicase a la me­


dicina a fin de restaurar y preservar la salud, y a la mecánica, para que se
pudiese trabajar más llevadera y fácilmente 24.

Bérulle era un intelectual que creía en el poder de las ideas, y un


sacerdote devoto partidario de alentar decididamente los esfuerzos
que se hiciesen para aliviar la condición humana. Elogió las inten­
ciones de Descartes, y «puso en su conciencia» la obligación de que
no permitiese que sus grandes dotes intelectuales se malgastasen.
«Dios», dijo Bérulle, «no puede dejar de bendecir vuestra obra» 2?.
Este espaldarazo por parte de uno de los prelados más encumbrados
de Francia reforzó la decisión que Descartes había tomado de reti­
rarse a Holanda y cumplir allí la misión que se le había encomen­
dado la noche del destino, entre el diez y el once de noviembre de
1619.

Las reglas para la dirección del espíritu

Es decir, Descartes tenía ya unas líneas principales de su filosofía


que explicarle a Bérulle, y según le dijo a Beeckman cuando se vie­
ron el ocho de octubre de 1628, había concebido también ya un
método general. Con toda probabilidad, se refería a la obra que
había esbozado durante el invierno de 1627-1628, un extenso ensayo
titulado Reglas para la dirección del espíritu, que sólo se publicaría
postumamente 2S. Esbozaré primero cuál era el propósito principal

Ib., pág. 165. Batílet dice que su fuente es el manuscrito de una memoria de
Claude Clerselier (ib., págs. 165-166). Cita también una carta de Descartes a Ville-
brcssieu (ib., pág. 163, citado en A. T., I, pág. 213).
í7 lh
M Regulae ad direaionem ingenii, publicada por primera vez en Amsterdam, en
1701, reproducidas en A. T., X, págs. 359-469. Se ha publicado, con el título de
Regles útiles et cintres pour la direction de Tesprit et la recherche de la vérité, una
traducción francesa extensamente anotada por el traductor, Jean-Luc Marión, notas
a las que se suman las de carácter matemático escritas por Pierre Costabel (La Haya:
Martinus Nijhoff, 1977). The Methad o f Descartes. A Study o f the Regulac, de L.J.
Beck (Oxford: Clarendon, 1952), sigue siendo de lectura obligada. La mejor traduc­
ción al inglés es la que hay en The Philosophical Writmgs o f Descartes {Los escritos
filosóficos de Descartes, traducidos por J. Cottingham, R. Stoothoff y D. Murdoch
en dos volúmenes (Cambridge: Cambridge University Press, 1985), vol. 1, págs. 9-76.
Esta edición tiene la ventaja de dar las páginas de A. T. con las que se corresponden
La busca del método y las reglas de dirección 187

de esta obra, y luego examinaré más detalladamente el ideal de sim­


plicidad que adoptaba Descartes, y su modelo intuicionista del cono­
cimiento.

La senda del conocimiento

Como hemos visto en nuestro estudio, en el capítulo tres, de la


contribución de Descartes a las matemáticas, su genio consistía en
la capacidad que tenía de captar la aplicabilidad universal de una
solución que se había construido en principio sólo para resolver
algún problema concreto. El acto de la generalización es, en efecto,
la intuición crucial que abre la puerta del conocimiento. La opera­
ción mental que hace de lo particular lo universal impresionó tanto
a Aristóteles, que hizo de ella el acto de conocimiento par excellence,
la marca característica de toda actividad intelectual genuina. Como
tal, sólo puede reconocerse su existencia; no se la puede analizar, ni
siquiera describir adecuadamente.
El joven Descartes era más optimista. Le parecía que el camino
que llevaba a la intuición (intuitus) podía allanarse, y esperaba llevar
a cabo semejante tarea por medio de reglas explícitas. Se desprende
de lo que dice al final de la regla doce de las Reglas para la dirección
del espíritu que, en un principio, la obra iba a constar de tres partes,
cada una de las cuales comprendería doce reglas, que versarían de:
(a) proposiciones simples, (b) cuestiones que se entienden bien, y (c)
cuestiones que no se entienden bien 29.
Da la impresión de que esta división no se le ocurrió sino a toro
pasado, una vez creía que había dado cuenta exhaustivamente de las
proposiciones simples y se disponía a estudiar el arte de formular
cuestiones que admitiesen respuestas fiables. Es irónico que constru­
yese un patrón de orden y método sin un plan claro de lo que
quería, pero debemos recordar que Descartes estaba abriendo nue­
vos caminos, y no siguiendo uno trillado. Pronto vería que la estra­
tegia que tan prometedora parecía al final de la regla doce era, sin

b» suyas. [Las Regias están traducidas al castellano por Manuel Machado, y aparecen
en un mismo tomo con el Discurso, las Meditaciones y la tabla de los Principios
(México: Editorial Porrúa, primera edición, 1971), y también por Juan Manuel Na­
varro Cordón: Alianza Editorial, El Libro de Bolsillo, 1034 (N. del T.JJ.
” Reglas para la dirección del espíritu, regla 12, A. T., X, pigs. 428-429.
188 La magia de los números y el movimiento

embargo, insatisfactoria, y abandonó la obra antes de haber llegado


siquiera a la mitad de la segunda sección.
El objetivo de la primera sección de las Reglas para la dirección
del espíritu es preparar nuestra inteligencia de manera que pueda
intuir (intueri) las proposiciones simples clara y distintamente; Des­
cartes creía haber logrado lo que se proponía en la medida en que
era humanamente posible. El verdadero conocimiento, argüía, sólo
se puede basar en verdades indudables que sean tan luminosas que
no podamos dejar de verlas (en la terminología de Descartes, de
intuirlas). Pero sólo se puede ver si se mira en la dirección correcta
(de ahí el título de la obra), lo que, a su vez, sólo puede hacerse si
se sigue un método. Para ver a través de la espesura de nociones
confusas, proverbios tradicionales y dimes y diretes, hemos de re­
ducir lo complejo a lo simple y mostrar cómo se ligan las proposi­
ciones en una secuencia deductiva seguida. Cuando llegamos a un
punto que no captamos claramente, debemos parar y revisar todo el
proceso. Debemos ejercitarnos en el arte de captar claramente las
naturalezas simples o las esencias genuinas mediante el examen de
materias simples, más aún, triviales, y preguntamos en qué consiste
su simplicidad. Para ello, debemos examinar las soluciones halladas
por otros y centramos en el orden en que han de colocarse las cosas
para obtener la solución correcta. Debemos acostumbramos a ver la
secuencia deductiva entera de una vez, abarcando de una vez las
premisas y las conclusiones. Debemos también usar toda la ayuda
que nuestros sentidos, nuestra imaginación y nuestra memoria pue­
dan darnos.
No podía esperar Descartes que su método hiciese a los hombres
más inteligentes de lo que eran, pero sí creía que podía enseñarles
a usar la inteligencia que tenían de la manera más provechosa, y ése
era su orgullo. Cuando, unos diez años después, escribía el Discurso
del Método, había llegado ya a la conclusión de que sus reglas po­
dían reducirse a esos cuatro preceptos de evidencia, división, orden
y exhaustividad que tan conocidos son: (1) a nada debe asentirse, a
menos que sea evidentemente verdadero; (2) cada materia sujeta a
inquisición debe dividirse en partes tan pequeñas como sea posible,
y debe tratarse cada una por separado; (3) cada parte ha de abordarse
por orden, la más simples, primero; y (4) ninguna parte ha de omi­
tirse en la exposición del todo 30.

,0 Descanes, Discurso del Método, segunda parte, A. T „ VI, págs. 18-19. Si se


La busca del método y las reglas de dirección 189

De las doce regias que gobiernan la busca de la verdadera intui­


ción, pasa Descartes a explicar cómo debemos proceder si queremos
resolver aquellas cuestiones cuyo significado es claro para nosotros
pero cuya solución se nos escapa. Debemos, nos dice, prescindir de
toda noción superflua, y aspirar a la simplicidad y el orden. En otras
palabras, hemos de manejar las cuestiones con el mismo espíritu con
que abordamos las naturalezas simples o las proposiciones básicas.
Descartes no veía dificultad alguna en transferir estas reglas abstrac­
tas a la materia real (en su terminología, «extensión real»), pero
recomienda que usemos nuestra imaginación, o, hablando propia­
mente, nuestra fantasía visual, que forja imágenes. Visualizaremos
formas y figuras, pero la información que no sea inmediatamente
pertinente a la cuestión de que se trate deberá guardarse en símbolos
abstractos.

La gramática de la ciencia

Las reglas prácticas que da Descartes son esencialmente las mis­


mas que más tarde recomendará al principio de su Geometría: (1)
dad un símbolo tanto a las cantidades conocidas (minúsculas: a, b,
c) como a las desconocidas (mayúsculas: A, B, C —que sustituye en
la Geometría por las últimas letras del alfabeto, x, y, z); (2) deter­
minad sus relaciones mutuas obviando la distinción entre cantidades
conocidas y desconocidas; (3) emplead las cuatro operaciones bási­
cas: adición, substracción, multiplicación y división; (4) hallad dos
ecuaciones que contengan las incógnitas; y (5) simplificad cuando
sea posible.
Descartes piensa que las matemáticas son una propedéutica de la
filosofía, y aplica a las matemáticas lo que sus maestros jesuítas de­
cían del latín y del griego, lenguas clásicas de las que se creía que
instilaban la capacidad de ordenar claramente y comandar efectiva­
mente los propios pensamientos. Sus maestros hablaban de la gra-

quiere una exposición excelente de las ideas de madurez de Descartes a la luz de


desarrollos recientes de la filosofía de la ciencia, véase Descartes ’ Philosophy of Science
¡La filosofía de la ciencia de DescartesJ, de Desmond M. Clarke (Manchester: Man-
chester Univeristy Press, 1982). En Metaphysics and the Philosophy of Science [La
metafísica y la filosofía de la ciencia/, de Getd Buchdahl (Oxford: Basil Blackwcll,
1969), hay un esclarecedor capítulo sobre Descartes.
190 La magia de los números y el movimiento

mática latina como si fuese la realización de la lógica; Descartes, más


justificadamente, sin duda, creía que las matemáticas eran un modelo
de pensamiento claro, convincente y sin ambigüedad.
Las matemáticas no son el golpe de gracia a la filosofía; hablando
estrictamente, ni siquiera son el instrumento del filosofar. Son, esen­
cialmente, un ejercicio, tal y como el latín lo era. La sintaxis latina
no se estudiaba para aplicarla sin sentido crítico a las frases verná­
culas, sino con la esperanza de que diese a quienes la aprendiesen el
dominio de la estructura fundamental del discurso racional. A esta
creencia se debió que se insistiese tanto en las lenguas clásicas en el
currículum que adoptaron todas las escuelas de Europa entre 1600
y 1900. Este mito de la superioridad del latín sobre el inglés o el
francés fue reemplazado por otro mito, el de la superioridad de
las matemáticas sobre otras formas de razonamiento. «Si aprendo
bien mi latín», decía el humanista, «adquiriré un método de razo­
namiento que me servirá para todo». «Si llego a ser diestro en
matemáticas», dice Descartes, «dominaré la técnica de la intuición
clara y la deducción rigurosa que abre las puertas del conoci­
miento».

El ideal de la simplicidad

Descartes empieza su busca del conocimiento verdadero e indu­


dable con la observación de que la aritmética y la geometría ofrecen
más certidumbre que otras disciplinas porque (a) su objeto es puro
y simple, y (b) sus deducciones son claras y rigurosas. Cualquier
método general o mathesis universalis debe incorporar esos dos ras­
gos. Más personalmente, Descartes se dejaba guiar por el impulso
de sus éxitos matemáticos y la facilidad con la que había podido
resolver los problemas con que se había enfrentado. En una intere­
sante digresión autobiográfica, nos dice, en la décima regla, que cuan­
do veía un libro de cuyo título se desprendía que daba una solución
nueva a algún problema, intentaba hallar la respuesta antes de abrir
las tapas. «Ponía mucho cuidado», escribe, «en no privarme de este
inocente placer con una lectura precipitada del libro». Tenía suerte
tan a menudo, que se convenció de que no recorría el camino hacia
la verdad «como hacen normalmente otros, mediante indagaciones
desatinadas y ciegas, más guiadas por la suerte que por la pericia,
La busca del método y las reglas de dirección 191

sino como dictan ciertan reglas» 3I32. El problema era enunciar explí­
citamente esas reglas.

Una vez en la vida ...

«Al menos una vez en nuestra vida», escribe Descartes, «debe­


ríamos examinar qué es el conocimiento, y cuál su alcance». N o le
parece que sea ésta «una tarea ardua, ni siquiera difícil» J2, con tal
de que empecemos por los casos más simples y nos preguntemos
qué les hace inmediatamente inteligibles. Veamos el ejemplo que
ofrece en las reglas sexta y undécima.
Si vemos que 6 es dos veces 3, y nos preguntamos cuánto es dos
veces 6, hallaremos que es 12. Si duplicamos 12, obtendremos 24, y
si duplicamos a su vez 24, obtendremos 48. Podemos entonces ver
con facilidad que la razón entre 3 y 6 es la misma que la razón entre
6 y 12, o 12 y 24, y así sucesivamente, y de ahí, que los números
3. 6, 12, 24, 48 están en proporción continua. Parecerá esto «casi
infantil», dice Descartes, pero si reflexionamos sobre un ejemplo
como éste, sabremos qué orden ha de seguirse para investigar las
proporciones o relaciones, y que tal cosa «abarca la ciencia de las
matemáticas puras en su totalidad» 33.
El ejemplo quiere iluminar las nociones de simplicidad y facili­
dad. No es más difícil hallar el doble de 12 de lo que es hallar el de
6. Es que, en efecto, si hemos hallado una cierta razón entre dos
números, podremos hallar una infinidad de números que estén en la
misma razón. Podemos observar también que, dados dos números,
como 3 y 6, es fácil hallar un tercero en proporción continua, es
decir, 12. Pero si están dados los dos extremos, 3 y 12, no es tan
fácil hallar la media proporcional, 6. ¿Por qué? Porque, en este caso,
al buscar la media proporcional hemos de prestar atención al mismo
tiempo a los dos extremos y a la razón entre ellos (el problema es
hallar un x tal que i/x = x/12, lo que Descartes expresa como la
división de 3 por x y de x por 12). La dificultad aumenta cuando
los extremos son 3 y 24; hemos de determinar las proporciones
intermedias, a saber, 6 y 12, y el número de factores a los que

31 Descartes, Reglas para la dirección del espíritu, regla 10, A. T., X , pág. 403.
32 Reglas para la dirección del espíritu, regla 8, pág. 398.
33 Reglas para la dirección del espíritu, regla 6, págs. 384-385.
192 La magia de los números y el movimiento

debemos prestar atención es mayor. Si los extremos son 3 y 48, sería


de esperar que la dificultad fuese aún mayor, pero es, en realidad,
menor, pues la tarea se puede simplificar. Todo lo que hemos de
hacer en ese caso es buscar la media proporcional entre 3 y 12, es
decir, 6, y luego la media proporcional entre 12 y 48, es decir, 24.
Lo que parecía más difícil, resulta ser más fácil cuando se aborda
por el lado debido M.
He expuesto detalladamente este ejemplo porque parece que Des­
cartes lo consideraba especialmente importante, pero está claro que
si queremos entender qué quería decir con la palabra «simplicidad»,
deberemos examinar más de cerca en qué consistían para él la sim­
plicidad del acto cognitivo y la del objeto de conocimiento.

Intuición o clara visión

Para Descartes, sólo hay conocimiento por la intuición y por la


deducción, pero como la deducción no es sino una concatenación
de intuiciones, la intuición es, obviamente, lo fundamental.
La palabra «intuitus» no se le debe a Descartes, pero él repudia
los antecedentes históricos de su uso; pide que se le dé el significado
original de la palabra latina, «visión». La intuición, propia de la
esfera intelectual, no es ni el resultado de nuestra percepción senso­
rial, ni el espejo de nuestra imaginación, sino la actividad propia de
la mente, la aplicación de esa «luz natural» que Descanes cita a veces
como expresión sinónima de la palabra «intución» 35:

Por intuición, no entiendo el fluctuante testimonio de los sentidos o el


engañoso juicio de la imaginación mal compuesta, sino la concepción de una
mente limpia y atenta, tan fácil y distinta, que no deje lugar a dudas; o lo
que es lo mismo, la concepción indudable de una mente limpia y atenta que
nace a luz de la razón nada más x .

M Ib., págs. 385-387. Véase también la regla II, págs. 409-410.


“ Cana de Descanes a Mersenne del dieciséis de octubre de 1639, A. T. II,
pág. 599. En la regla 1, Descanes nos manda que «pensemos sólo en aumentar las
naturales luces de nuestra razón» (A. T., X , pág. 361).
M Descartes, Reglas para la dirección del espíritu, regla 3, A. T., X , pág. 368. En
la regla 13, escribe Descartes: «no puede haber falsedad en la mera intuición de las
cosas, sean simples o compuestas» (pág. 432). Merece la pena detenerse en la similitud
que esto guarda con la doctrina tomista de la stmplex apprehensio, la visión de la
La busca del método y las reglas de dirección 193

Para Descanes, pues, conocer es ver. Esta es la analogía funda­


mental que guía su filosofía del conocimiento. En la regla novena
dice explícitamente que «aprendemos a usar nuestra intuición mental
por comparación con nuestros ojos», y sugiere que fortalezcamos
nuestra capacidad de examinar naturalezas simples tal y como los
herreros agudizan su vista centrándola en objetos diminutos 37.

Naturalezas simples

Los objetos propios del acto de la intuición son las naturalezas


simples; las hay de tres tipos: las «puramente intelectuales», como
el saber, el dudar, el ignorar y el desear; las «puramente materiales»,
que se hallan sólo en los cuerpos físicos, como la forma, la extensión
y el movimiento; y aquellas que son comunes tanto a las cosas ma­
teriales como a las espirituales, entre las que están conceptos, los de
existencia, unidad, dirección, por ejemplo, y relaciones del tipo de
«si dos cosas son iguales a una tercera, serán iguales entre sí», o
expresiones de carencia o negaciones, como nada, instante y repo­
so 3S. Según Descartes, «estas naturalezas simples son evidentes por
si mismas y no contienen nunca falsedad alguna». Sólo puede darse
el error al combinarlas. De ahí se sigue que no es posible que igno­
remos estas naturalezas simples, ¡aunque sí podamos creer que las
ignoramos! 39
A primera vista, parece que la lista de naturalezas simples ofre­
cida por Descanes es un batiburrillo. ¿Qué le llevó a ella? No de­
termina o clasifica las naturalezas simples por razones ontológicas,
como pasa con los genera y species de Aristóteles. En la regla sexta,
lo deja claro, y hasta dice que es «el secreto principal de mi método»:*

¡luidditas de las cosas, que precede el acto del juicio. En la Summa Theologiae, 1, qu.
H5, a. 6 in corpore, Tomás de Aquino escribe que el intelecto «no puede engañarse
per se por lo que se refiere a la esencia de una cosa, si bien sí puede engañarse per
atadens cuando relaciona esencias, componendo et dividendo*. La fuente es Sobre el
tilma. Libro III, capítulo 6, 430b 27-30, de Aristóteles.
’ 7 Reglas para la dirección del espirita, regla 9, pág. 401. Véase también Optica,
A. T., VI, pág. 164.
** Reglas para la dirección del espíritu, regla 12, págs. 419-420. En la sexta regla
lubia dividido Descartes las cosas en «absolutas» y «relativas», ib., págs. 381-382.
v> Ib., regla 12, pág. 420. La fuerza de esta afirmación se atenúa bastante si tene­
l í n » en cuenta lo que Descartes escribe en la sexta regla: «hay muy pocas naturalezas
«imples puras que se puedan intuir directamente y per se» (ib., pág. 381).
194 L a magia de los números y el movimiento

todas las cosas se pueden disponer en una serie, no en cuanto que se las
pueda referir a alguna categoría ontológica (como las categorías en las que
los filósofos dividen las cosas), sino en cuanto que se las pueda conocer a
partir de otras w.

El ejemplo que Descartes pone en la regla doce es el de un cuer­


po extenso. Desde el punto de vista de nuestro entendimiento, es
complejo, y consta de «cuerpo», «extensión» y «figura». N o pueden
estas componentes existir aisladas, pero debemos pensar en ellas como
si existiesen por separado antes de que podamos juzgar cómo se han
combinado en el mismo objeto:

Esta es la razón por la que, como nos ocupamos aquí de las cosas sólo en
cuanto que percibidas por el intelecto, llamamos simples sólo a aquellas que
conocemos tan clara y distintamente que la mente no pueda dividirlas en
otras a las que se las conozca más distintamente. Figura, extensión y movi­
miento, etc., son de esa suerte; todas las demás las concebimos compuestas
de alguna manera a partir de ésas 41.

Obsérvese que se ocupa de las cosas «sólo en cuanto que perci­


bidas por el intelecto». Se trata de un punto de vista completamente
epistemológico. El fundamento de la ordenación de las «naturalezas»
es la dependencia lógica que tengan en una serie deductiva. «Las*1

40 Reglas para la dirección del espíritu, regla 6, pág. 381.


11 Reglas para la dirección del espíritu, regla 12, pág. 418. Seguramente quedará
más claro qué quiere decir Descartes si comparamos lo que dice con la discusión de
las naturalezas simples que Bacon hace en su Novum Organum, Libro II, aforismo
V, donde escribe: «Las reglas o axiomas de la transformación de los cuerpos son de
dos tipos. F.l primero se refiere al cuerpo en cuanto que agregado o combinación de
naturalezas simples (Primum intuetur corpas ut lurmam sive conjugationem natura-
rum stmplicium)». Bacon da a continuación una lista de éstas para el oro: amarillo,
pesado, con cierta densidad, maleable, dúctil, no volátil, fluido a alta temperaturas,
etc. Dice entonces: «Un axioma de este tipo, pues, deduce la cosa de las formas de
las naturalezas simples (¡taque hujusmodi axioma rem deducit ex Formis naturarum
simplicium). Quien conozca las formas de lo amarillo, la densidad, la ductilidad, la
fijeza, la fluidez, la solubilidad, etc., y los métodos pra superinducirlas, y sus gra­
duaciones y modos, se preocupará de conjugarlas en algún cuerpo, de lo que se
seguirá la transformación de esc cuerpo en oro» (Francis Bacon, Novum Organum,
en Works [O brasJ, editadas por J. Spedding, R.L. Ellis y D.D. Heath en catorce
volúmenes (Londres, 1857-1874). Reimpresión (Stuugart-Bad Canstatt: Fromman,
1962), vol. IV, pág. 122). Las «naturalezas simples» de Descartes están claramente en
un nivel distinto. Su objetivo no es la «forma» de la cosa individual, sino la «idea».
La busca del método y las reglas de dirección 195

naturalezas simples» no son genera que contengan naturalezas com­


puestas. Como dice L.J. Beck:

El pensamiento de Descanes se basa en una clasificación matemática en la


que tales consideraciones carecen de sentido: la «linea recta» no es más
general que el «triángulo», el «ángulo» no es más particular que la «línea
recta», la relación que hay entre el triángulo, la línea recta y el ángulo no
se puede expresar como una diferencia de especie o género.... El rechazo
del método aristotélico y escolástico de clasificación, que se basaba esen­
cialmente en una jerarquía graduada de conceptos, encierra además el re­
chazo de toda deducción por inmersión en clases, y la negación de su prin­
cipio primero, dictum de omni, dictum de nullo —en una palabra, el rechazo
del razonamiento silogístico 4J.

Las naturalezas simples no pueden descomponerse en partes cuya


inteligibilidad sea mayor, pues son, por definición, evidentes por sí
mismas. El problema es el de su combinación. «La totalidad del
conocimiento humano», escribe Descartes, «sólo consiste en esto:
ver claramente cómo estas naturalezas simples se combinan para pro­
ducir otras cosas» 43.

Pensamiento continuo

Como para Descartes la intuición y la deducción son los únicos


medios intelectuales de adquisición del conocimiento, la combina-
t ion o mezcla de las naturalezas simples ha de ser una forma de
deducción. En la tercera regla se define la deducción como un mo­
vimiento a lo largo de una cadena de razonamientos, cada uno de
tuyos eslabones se conoce intuitivamente, y en la que la conexión
de los eslabones se aprehende «en un acto de pensamiento continuo
e ininterrumpido» 44. Es distinta de la intuición, pues no es instan-
unca, se extiende en el tiempo, depende de la memoria. Llama la

L.J. Beck, Metbod o f Descartes. A Study o f the Regular (Oxford: Clarendon


C . 1952), pigs. 80-81.
41 Descartes, Reglas para la dirección del espíritu, regla 12, pág. 427. O de nuevo
t t-n la misma regla: «no cuesta trabajo descubrir estas naturalezas simples, pues son
inficientemente evidentes por sí mismas. Otra cosa es distinguirlas unas de otras,
i intuirlas, cada una de ellas por separado, mediante una mirada única de la mente»
i|ug. 425).
" Reglas para la dirección del espíritu, regla 3, pág. 369.
1% L a magia de los números y el movimiento

atención que, a io largo de las Reglas para la dirección del espíritu,


le preocupe a Descartes menos la descripción detallada del proceso
deductivo que liberarlo de las incertidumbres de la memoria y con­
vertirlo en intuición. Se nos encarece que adquiramos una celeridad
cada vez mayor en pasar de unos eslabones a otros de las demos­
traciones, hasta que podamos verlos todos en un destello único y
simple de la intuición.

La maquinaría de la deducción

Según Descartes, no manipulamos los conceptos conforme a le­


yes formales, trabamos naturalezas simples que percibimos intuiti­
vamente. ¿Puede concretarse en qué consiste este proceso, o se trata
tan sólo de un vago llamado en favor de que ejercitemos el cuidado
y la atención? Al principio de la regla catorce, Descartes dice que
no podemos llegar, por mera deducción, a un tipo nuevo de ente.
Sólo podemos descubrir combinaciones de naturalezas simples, co­
nocidas éstas por intuición. Es imposible, por ejemplo, lograr que
un ciego de nacimiento perciba la verdadera naturaleza de los colores
gracias sólo a la fuerza de un argumento, pues la idea de color se
deriva de nuestros sentidos. Pero si un hombre hubiese visto los
colores primarios (se refiere Descanes seguramente al rojo, al azul
y al amarillo), podrá construir por sí mismo, «mediante una especie
de deducción», imágenes de los colores secundarios que se obtienen
mezclando los primarios. Este ejemplo es, como poco, cualquier
cosa menos intuitivamente obvio. Ni siquiera convencía al propio
Descanes, que al margen escribió: «Esto no es verdad del todo, pero
no tengo un ejemplo mejor» 4S.
Una vez intuidas las naturalezas simples y evidentes por sí mis­
mas, Descartes quiere que las comparemos con otras cosas cuya
naturaleza comparten por alguna u otra razón. El procedimiento se
resume típicamente en la inferencia: «Todo A es B, todo B es C,
luego todo A es C». Aunque éste es un silogismo de los más co­
rrientes, Descartes insiste en que lo que él dice nada tiene que ver
con el formalismo de la lógica escolástica; piensa más bien en un
procedimiento inspirado en las matemáticas, en las cuales la compa­
ración de una cantidad desconocida, x, y una cantidad conocida, y,

45 Reglas para la dirección del espíritu, regla 14, pág. 438.


La busca del método y las reglas de dirección 197

consiste en determinar sus relaciones mutuas y expresarlas mediante


ecuaciones, es decir, escribir una ecuación en la que, junto a y, apa­
rezca x. Lo dirá a las claras en la Geometría, pero en las Reglas para
la dirección del espíritu Descartes aún estaba tanteando cuál era la
mejor forma de decir sus ideas.
Sin embargo, en las Reglas sí sostiene Descartes inequívocamente
que debemos basarnos en «las imágenes que se dibujan en nuestra
imaginación» para entender «la magnitud en general», abstraída de
los objetos particulares Lo que nos sugiere que haríamos bien en
fijarnos en su fisiología de la percepción.

Ver es creer

En la regla duodécima, ofrece Descartes una explicación de la


percepción que hace de ésta algo puramente pasivo; «tiene lugar»,
dice, «de la misma manera que un sello deja una marca en la cera».
Temiendo que nos tomemos esto nada más que como una mera
comparación, insiste:

No se piense que digo esto a modo de analogía, pues la figura externa del
cuerpo que siente es modificada realmente por el objeto de la misma forma
que la figura de la superficie de cera lo es por el sello *7.

La figura que los sentidos reciben se retransmite instantáneamen­


te al sentido «común», o interno, que coordina las impresiones re­
cibidas. El sentido común, a su vez, impresiona la figura en la ima­
ginación o «fantasía», que Descartes define como «una parte más del
cuerpo, tan grande que las partes de que consta puedan adquirir
muchas figuras distintas, y mantenerlas por mucho tiempo» *4748. Este
es el fundamento psico-fisiológico en que se basa lo que dice de la
imaginación, que «en ningún otro sujeto se exhiben más distinta­
mente las diferencias en las proporciones» 49.
Teniendo en mente que el verdadero conocimiento, según Des­
cartes, resulta de la mirada mental (o intuición) dirigida a una na­

44 Ib ., págs. 440-441.
47 Regías para la dirección del espíritu, regla 12, pág. 412.
“ Ib., pág. 414.
49 Reglas para la dirección del espíritu, regla 14, pág. 441.
198 La magia de los números y el movimiento

turaleza simple, el proceso es el siguiente: nuestro propósito es el


estudio de las relaciones o proporciones de la magnitud en general,
de manera que las podamos expresar en forma de ecuaciones; pero
la magnitud en general es una forma de extensión, y la extensión no
es sólo una naturaleza simple, es también un cuerpo real; por esa
razón, la magnitud se conoce propiamente en la inspección intuitiva
de la extensión corpórea en nuestra imaginación. Descartes va tan
lejos, que dice que un cuerpo extenso que no pueda ser imaginado
no puede, en verdad, ser concebido 50.
Si alguien arguyese que podría destruirse todo cuerpo, y, sin
embargo, la extensión, en cuanto tal, subsistiría tras ello, le bastaría
fijarse en la idea de extensión que hay en su imaginación para con­
vencerse de su error. «Por lo tanto», añade Descartes en consejo que
da a toda la comunidad de futuros estudiosos, «no emprenderemos
nada sin la ayuda de la imaginación» 51. Es que el patrón corporal
que se imprime en la imaginación es nuestra garantía de la verdad
intuitiva de esa operación fundamental que es la comparación de
magnitudes. Y es que, de hecho, la riqueza del patrón grabado en
la imaginación va más allá de lo que está al alcance del punto de
vista limitado o abstracto en que se centra el intelecto:

incluso si el intelecto atiende precisamente sólo a lo que la palabra significa,


la imaginación, sin embargo, deberá formarse una idea real de la cosa, de
manera que el intelecto, cuando así se requiera, podrá dirigirse hacia aquellas
otras condiciones que el vocablo no expresa S2.

Podemos, por ejemplo, entender que un triángulo es una com­


binación de naturalezas simples tales como la figura, la extensión, el
número tres y la línea, pero si examinamos la figura bidimensional
que se intuye en la imaginación, nos será posible ver otras caracte-

50 «En general, no reconocemos los entes filosóficos que no caen bajo nuestra
imaginación» (Regla 14, ib., pág. 442). Cotéjese con el siguiente fragmento dei Journal
de Beeckman, de 1629: «N o admito en filosofía nada que no se pueda representar
como objeto sensible en la imaginación (nihil enim in philosophia adm itió quam quod
imaginationi velut sensible representatur)». Beeckman, Journal, vol. IV, pig. 162.
51 Ib ., pág. 443. En nuestras investigaciones deberíamos (a) seleccionar aquellas
dimensiones «que más ayuden a nuestra imaginación» (Regla 14, págs. 449), y (b)
tener en mente que no podemos prestar atención más que a una o dos de ellas tal y
como se dibujan en nuestra imaginación» (ib., y de nuevo, regla 16, pág. 454).
,J ib ., regla 14, pág. 445. Véase también la regla 16, pág. 454.
L a busca del método y las reglas de dirección 199

rísticas (Descartes las llama «naturalezas») que contiene implícita­


mente, que la suma de sus ángulos es igual a dos rectos, por ejem­
plo 5J. Lo esencial es que el análisis del triángulo no abandone nunca
el fundamento, ontológicamente certificado, de la extensión corporal
en la imaginación.
Pero ¿qué es la extensión? La respuesta de Descartes es: «lo que
quiera que sea que tenga longitud, anchura y profundidad», noción
que no necesita «más elucidación, pues no hay nada que nuestra
imaginación perciba más fácilmente» M. La piedra de toque de la
idea de extensión es la realidad corporal clara y directamente intui-
ble. Pero Descartes, por ahora, no identifica la extensión con la
materia en cuanto tal, paso que daría unos años más tarde, en El
Mundo.

El modelo, en marcha

El problema, por supuesto, es si todo esto funciona bien. Exa­


minemos cuatro casos a los que aplicar el modelo: (a) las operaciones
básicas de adición, substracción, multiplicación y división; (b) la
explicación del sonido; (c) la investigación del magnetismo; y (d) el
rango conceptual de las cualidades secundarías y la naturaleza del
color.

Las operaciones matemáticas básicas

La busca de la simplicidad y la claridad intuitiva conduce a Des­


cartes a ver si las operaciones matemáticas básicas (adición, substrac­
ción, multiplicación y división) pueden representarse mediante líneas
y superficies rectangulares. En el caso de la adición y la substracción,
el manejo de segmentos para generar sumas o rectas es trivial. En la
regla 18, Descartes muestra cómo la multiplicación de dos magnitu­
des, a y b, representadas con rectas, se puede realizar conectando
éstas en ángulo recto y formando así un rectángulo ab. Si éste ha
de multiplicarse por una tercera magnitud, c, hemos entonces de
tomar ab como si fuese una línea, y conectarla a c formando un

51 Reglas para la dirección del espíritu, regla 12, p ig . 422.


M Reglas para la dirección del espíritu, regla 14, pág. 442.
200 L a magia de los números y el movimiento

nuevo rectángulo, abe. Análogamente, en las divisiones de divisor


dado el rectángulo hace las veces de la magnitud a dividir, uno de
los lados, las del divisor, y el otro lado, las del cociente.
Se esconde en lo anterior la presuposición de que cualquier po­
tencia de cualquier cantidad puede representarse mediante una linea
recta o una superficie rectangular. Como resume Descartes:

Importa, pues, explicar aquí cómo se puede transformar cualquier rectán­


gulo en una línea, y, recíprocamente, cómo se puede transformar una línea,
o incluso un rectángulo, en otro rectángulo, uno de cuyos lados sea cono­
cido S5.

El quid de la cuestión es que Descartes no trata de dar mera­


mente una representación gráfica de cantidades, sino un argumento
que muestre que las operaciones matemáticas pueden ser imaginadas
o percibidas claramente. La notación abstracta a X b = ab es el
registro de la manipulación de cuerpos, bien en el mundo físico, con
varas o barras, o en la imaginación, que también es una superficie
extensa. La figura uno muestra la ilustración gráfica de la regla diecio­
cho:
Dados a y b

a b
I----- 1----- '----- 1 I----- 1------1

conectamos las dos líneas en ángulo recto, y queda

J-------1-------1

b-

5i Reglas para la dirección del espirita, regla 18, pág. 468.


La busca del método y las reglas de dirección 201

y hacemos el rectángulo:

<1

F ig u r a 1

Todo esto es factible sin salir de los dominios de la imaginación.


Hay un caso, sin embargo, en que dichos dominios se nos quedan
pequeños. Es el de la extracción de raíces, o, como dice Descartes,
de «una división en la que el divisor es desconocido» 56.

Las raíces y sus problemas

La extracción de raíces ha de construirse, dice Descartes, como


si se tratase de hallar la media proporcional x entre \ y a {\/x —
xla, luego x — ± a), y la manera de hecerlo «se revelará a su debido
tiempo», promesa nunca satisfecha, pues el texto de las Reglas para
la dirección del espíritu se corta pocas páginas después.
En realidad, no cabe representar gráficamente la extracción de
raíces, entendida como cálculo de medias proporcionales. O, mejor
dicho, cabe representarla gráficamente, peroxíló mediante.el com­
pás proporcional de Descartes (basándono^pn la figura 1 dél capí­
tulo tres, página 60, si YB = 1, la mediyptoporcional, YC, es igual
a V YD , (pues YB/YC = YC/YD), pepo semejante procedimiento
dista mucho de ser intuitivamente clarofpidtórica o imaginátivamén-54

54 Ib., pág. 467.


202 L a magia de los números y el movimiento

te. Muy bien pudiera ser esta dificultad la causa de que las Reglas
acaben precisamente en la regla decimoctava.
N o se le escaparía a Descartes, seguramente, que de esta manera
se creaba, sin quererlo, grandes dificultades. Podemos sacar a cola­
ción el testimonio de Isaac Beeckman, que apuntó en su Journal,
poco después de la visita de Descartes el ocho de octubre, un resu­
men de lo que su amigo le había dicho acerca de su método de
resolución de ecuaciones mediante la manipulación de segmentos y
superficies. El caso concreto que apunta es el de la ecuación x2 =
6x + 7, y adjunta un diagrama que muestra las manipulaciones pres­
critas por Descartes para su solución (véase la figura 2) 57.

a. ¿f e
— !---- 1----i— !
J ! : j
1 • • Z
1 : : :
í ! • •
i | 1 • •
1
í i i i
cL !
•• •

••:

£ ........................ j
F ig u r a 2

Represéntese x2 mediante el cuadrado acbe, del que habrá que retirar


6x.

Divídase 6x por 2, obteniéndose 3x.

Márquense 3 unidades (ai) en ae, y 3 unidades (ge) en ac. Por lo


tanto, achf = gcbk, y cada uno «contiene» 3x.

Réstese 6x del cuadrado acbe, lo que se hace imaginando que se


retiran achf y gcbk.

57 B e eck m an , Journal, A . T ., X , p á g s. 3 3 4 -3 3 5 .
La busca del método y las reglas de dirección 203

Pero esto quiere decir que hemos duplicado el cuadrado gehd y


restado 6x — 9 de ab. Por lo tanto, hemos de ver el cuadrado res­
tante fdke hecho, no por 7, sino por 7+9 = unidades. Por lo tanto,
la raíz del cuadrado fdke es 4, y sumando a f = 3, nos sale que el
lado del cuadrado acbe es 7.

Como x2 — 6x— 7 = (x — 7)(x + 1), no sólo es 7 raíz de la


ecuación, también lo es —1, que no puede representarse de esa ma­
nera, lo que muestra a qué dificultades estaba abocado semejante
intento de proporcionar esa justificación intuitivo-imaginativa de las
matemáticas por la que abogaba Descartes. Si se podía representar
gráficamente los pasos conducentes al cálculo de la raíz de x* = 6x
+ 7, era sólo porque esta ecuación tiene dos propiedadesas que no
se dan generalmente en las ecuaciones, a saber, un cuadrado perfecto
y una raíz real positiva.
No había forma de meter en rectas y rectángulos las raíces ne­
gativas, las imaginarias, las operaciones matemáticas del tipo de la
extracción de raíces de un orden más alto. Descartes era consciente
de ello, y discutió el problema con Beeckman, que anotó:

Explica los números irracionales, que no pueden ser explicados de otra ma­
nera, mediante parábolas. Llama además a algunas raíces «verdaderas», a
otras, las menores que cero, «implícitas», y a otras, las que del todo son
inexplicables, «imaginarías» **.

La técnica para hallar dos medias proporcionales mediante una


parábola era uno de los últimos logros de Descartes por entonces;
Beeckman la apunta en su Journal unas pocas páginas después. Se
aplica a ecuaciones de tercer y cuarto grado. Para sacar raíces, sin
embargo, Descartes no habría necesitado recurrir a la parábola, pues
le bastaba con las proporciones geométricas continuas que producía
su compás; pero como le había dicho a Beeckman que resolvía ecua­
ciones mediante la manipulación de líneas y superficies, no parecía
lo más apropiado que sacase a relucir un artilugio mecánico, y ni
siquiera hace mención de su compás.

** Ib.ypág. 335.
204 La magia de los números y el movimiento

La naturaleza del sonido

El segundo caso en el que se suponía que la imaginación desem­


peñaba el papel de piedra de toque del verdadero conocimiento era
la investigación del sonido. Supóngase que tres cuerdas, A, B y C,
dan el mismo sonido cuando B es el doble de gruesa que A pero
igual de larga, y la tensa un peso doble que el que tensa A, y a C,
tan gruesa como A y dos veces más larga, la tensa un peso cuádru­
ple 59.
Es un ejemplo interesante, pues el sonido (como el peso y la
velocidad) no es una propiedad geométrica o aritmética como lo son
la línea y el número. En la regla 14, Descartes declara que las mag­
nitudes intensivas de ese tipo han de tener la misma consideración
metodológica que la longitud, la anchura y la profundidad 60. Las
dimensiones físicas son objeto del discurso científico en la medida
en que se las ordene, mida y registre en la imaginación bajo las
categorías de figura y extensión.
Abordando el problema del sonido como lo hacía Descartes, era
fácil someter los datos a la intuición visual, pues Descartes no con­
templaba otras dimensiones que la longitud, la sección transversal y
el peso. Es fácil dibujar o imaginar las dos primeras, y la noción de
peso puede representarse con la imagen de una superposición de
bloques de un tamaño normalizado, o reducirse, como Descartes
sugiere en la novena regla, a la intuición (que aquí es claramente una
inspección visual) del movimiento de los pesos sitos en los extremos
de una balanza de brazos desiguales 61.
Este enfoque es satisfactorio en la medida en que no se susciten
cuestiones que vayan más allá de la mera correlación de la longitud,
la sección transversal y el peso. Pero cuestiones así no dejan nunca
de insinuarse en el trasfondo de los problemas acústicos, y Descar­
tes, seguramente, no las ignoraría. Podemos, por ejemplo, preguntar:
¿cuál es la naturaleza del medio por el que se propaga el sonido, y
qué papel desempeña,? O ¿cómo explicamos la cohesión de las par­
tes vibrantes? Quizá creyese que en el futuro encontraría respuestas
cuantificables a estas preguntas, pero estaba claro que no era preci-

” Descanes, Reglas para la dirección del espíritu, regla 13, A. T., X, pág. 431.
60 Ib., regla 14, pág. 447.
41 Ib ., regla 9, pág. 403, donde dice en latín «intuebor librum» por «miraré una
balanza».
La busca del método y las reglas de dirección 205

sámente obvio que la intuición pudiese alguna vez hallarlas en los


patrones corpóreos impresos en el cerebro.

La atracción del imán

El problema se hace más difícil de soslayar cuando entra en es­


cena el imán natural, tema de investigación que se había hecho muy
popular a partir de la publicación de De Magnete, de Gilbert, en
1600, y que había atraído a pioneros de la revolución científica como
Galileo y Kepler. Pregunta Descartes en la regla trece: «¿Qué po­
demos inferir acerca de la naturaleza del imán, sea verdadero o falso,
de los experimentos que Gilbert dice haber hecho?»6263Obsérvese
que Descartes no habla de verificar los datos supuestamente experi­
mentales, sino de ver qué puede inferirse de ellos. Acepta claramente
que tal cosa puede hacerse combinando «naturalezas simples» de las
que que se intuyen en la imaginación.
En la decimosegunda regla, Descartes había sido aún más explíci­
to:

Quien piense que nada se puede conocer en el imán que no consista en


ciertas naturalezas simples evidentes por sí mismas, no tendrá duda alguna
de cómo ha de proceder. En primer lugar, reunirá todas las observaciones
relativas a la piedra en cuestión; una vez hecho esto, intentará deducir de
ahí qué suerte de mezcla de naturalezas simples se necesita para producir
todos los efectos que se dan en el imán. Descubierta esta mezcla, podrá
atreverse a aseverar que ha captado la verdadera naturaleza del imán, en la
medida en que sea humanamente posible descubrirla a partir de las obser­
vaciones dadas 6}.

N o emprende Descartes ese análisis, que es, en efecto, «atrevi­


do». Cuando se trata de figuras geométricas, el triángulo, por ejem­
plo, las líneas son observables. Cuando se trata del sonido, el tono
y las consonancias pueden oírse y ponerse en relación con dimen­
siones visuales tales como longitudes y espesores. Pero ¿qué relación

62 Reglas para la dirección del espíritu, regla 13, pág. 431.


63 Ib ., regla 12, pág, 427. Cursiva mía. La palabra latina que se ha traducido arriba
por «observaciones» es experimenta, que vale tanto por experimento como por lo
percibido, lo observado. Esta ambigüedad subsiste en la palabra francesa «cxpérience»
[y en la castellana «experiencia» (TV. del T.)].
206 La magia de los números y el movimiento

puede haber entre las propiedades observables específicas del imán


y las líneas o las figuras geométricas simples? No hay respuesta.
Todo lo que se nos dice es que «es posible formar las ideas de todas
las cosas mediante figuras sólo» M.
Descartes podría quizá haber señalado que el imán estaba al al­
cance del método que proponía, pues es fuente de movimiento, y el
movimiento es una naturaleza simple evidente por sí misma. Pero
¿qué combinación de naturalezas simples en la piedra imán produce
el efecto magnético del movimiento? Pegar dos líneas en ángulo
recto y unir sus extremos con una tercera producirá un triángulo;
duplicar la longitud, el grueso o el peso de una cuerda cambiará el
tono. Pero, de la panoplia cartesiana de naturalezas simples, ¿cuáles
dan lugar a la atracción y repulsión magnéticas? No hay en este caso
patrón materialmente extenso en la imaginación que se pueda intuir
directamente.
Es que Descartes necesita entes que operen más allá del umbral
de lo visible, que no estén al alcance de la inspección intuitiva, pero
que se puedan construir mentalmente por analogía con los objetos
visibles a simple vista. Descartes dio este paso en sus Principios de
filosofía de 1644. La lupa y el microscopio, dirá ahí, revelan entes
más y más pequeños, pero siempre caracterizados, como los objetos
macroscópicos, por la extensión, la figura y el movimiento 6S. En las
Reglas para la dirección del espíritu, sin embargo, no adopta aún esa
estrategia. Se limita a enunciar un principio metodológico que parece
justificar la reducción de las matemáticas a la manipulación de mag­
nitudes visibles o imaginadas. De poco sirve semejante principio por
lo que se refiere a las fuerzas que emanan de un imán. Aunque se
las pudiese cuantificar, no por ello se podría traducirlas a líneas o
figuras directamente intuibles.

Las cualidades secundarias y el problema de los colores

Descartes muestra cierta desazón que le causa una dificultad a la


que con el tiempo se llamaría problema de las cualidades secunda-*6

M Ib., regla 14, pág. 450.


6i Descartes, Principios de filosofía, cuarta parte, artículo 203, A. T., VIII-1, págs.
325-326. Acerca de la explicación dada por Descanes del magnetismo, véase el capí­
tulo 12, págs. 422-426.
La busca del método y las reglas de dirección 207

rías, es decir, aquellas que no son naturalezas simples como la ex­


tensión, la figura y el movimiento, sino el resultado de la acción de
las naturalezas simples en nuestros sentidos. La tradición corpuscu­
lar daba una explicación de ellas basada en las distintas configura­
ciones y velocidades de los átomos, que se suponía debían producir
las sensaciones de los colores, sabores, sonidos y gustos. Para Gali-
leo, por ejemplo, la reducción de las cualidades secundarias a las
primarías era un elemento esencial de la destrucción de la epistemo­
logía escolástica, que veía formas, potencias y cualidades donde sólo
había materia en movimiento.
Sorprendentemente, el atomismo sólo brilla por su ausencia en
las Reglas para la dirección del espíritu. Todo lo basa Descartes, no
en la sustancia, como los aristotélicos, ni en los átomos, como De-
mócrito, sino en la extensión percibida en la «fantasía». N o podemos
imaginar los corpúsculos; no son, pues, de interés epistemológico.
Pero si todo lo que podemos conocer es materia extendida en el
espacio, ¿cómo podremos explicamos la percepción de cualidades
como el color qua color o el sonido qua sonido? N o parece que la in­
tuición directa de los cuerpos baste para explicar por qué admiramos
un gran cuadro o un bello crepúsculo, o por qué escuchamos música.
Este es el gran reto que Descartes encara. Guiado por la analogía
del sello que deja su huella en la cera, intenta explicar la percepción
del color a partir de acciones mecánicas de ese estilo. Los objetos
que percibimos alteran nuestros sentidos externos «exactamente
como el sello altera la superficie de la cera» M. Descartes insiste en
que es así, no sólo cuando experimentamos la sensación de que algo
es extenso, duro o rugoso, sino también cuando experimentamos la
de que es caliente o frío, precisamente el ejemplo que Galileo pone
en su Inquiridor para probar que los átomos son los responsables
de nuestras sensaciones6667. No explica Descartes qué puede querer
decir que el frío se imprime como un sello en la cera, pero se apre­
sura a extender su teoría a la luz: «pues la primera membrana opaca
del ojo recibe la figura que le imprime el que la iluminen varios
colores» 68. La percepción es puramente pasiva, y, por lo tanto, com­
pletamente fidedigna.

66 Descartes, Reglas para la dirección del espíritu, regla 12, A. T., X, pig. 412.
67 Véase Galileo 's ¡ntellectual Revolar ion, de William R. Shea, segunda edición
(Nueva York: Science History Publications, 1972), págs. 100-106.
** Descartes, Reglas para la dirección del espíritu, regla 12, A. T., X, pág. 412.
208 La magia de los números y d movimiento

Pero ¿cuál es la relación específica que hay entre el color y la


extensión? Aunque no podamos percibir color sin percibir también
figura, Descartes no podía afirmar sin más que percibimos el color
qua color en forma de patrón corporal. En la regla doce, sugiere que

hacemos simplemente una abstracción, separando cada rasgo de color del


carácter de figura que posea, y concibiendo la diferencia entre blanco, azul,
rojo, etc., como si fuese la diferencia entre figuras contiguas o similares 69.
[Véase la figura 3].

Figura 3

Descartes dice que podemos hacer esto con todas nuestras sen­
saciones. En la regla catorce reafirma que «la imaginación, junto a
las ideas que existen en ella, no es sino un cuerpo real con extensión
y figura reales». Esta es la garantía que necesita para reafirmar la
reducción del color y el sonido a la extensión:

Se puede decir, por supuesto, que una cosa es más o menos blanca que otra,
un sonido más o menos agudo que otro, y así sucesivamente; pero no po­
demos determinar exactamente si el término mayor de la comparación ex­
cede al menor en relación de dos a uno o de tres a uno si no es por cierta
analogía con la extensión del cuerpo que se forma 70.

La relación que Descartes acertó a encontrar entre el sonido y


la longitud, grosor y peso de las cuerdas nos ayuda a entender qué

49 Ib ., pág. 413.
70 Reglas para la dirección del espiran, regla 14, pág. 441.
La busca del método y las reglas de dirección 209

quería hacer en realidad. Pero era mucho más difícil cuantificar los
colores de manera parecida, y Descartes mismo confiesa que se pue­
de añadir «un número infinito de figuras» a las reproducidas en la
que hace el número tres de este capítulo 71. ¿Qué figuras son perti­
nentes, cuáles hay que escoger? Estas preguntas iban a darle qué
pensar a Descartes hasta el punto de que con el paso del tiempo
ofrecería, en su Optica, una solución enteramente diferente, basada
en una hipótesis corpuscular.

Las reglas que fallaron

Perseguía Descartes la certidumbre y la liberación del «testimo­


nio fluctuante de los sentidos;» ésa era su meta, que confesaba abier­
tamente. Creía que podría alcanzarla si fundamentaba su mathesis
universalis en las intuiciones claras y distintas de los patrones cor­
póreos que los objetos materiales imprimen en nuestra imaginación.
Esas figuras extensas habían de quitarnos toda tentación de atribuir
a los números «misterios y auténticas bobadas» 72. Pero no se libra
de tensiones este empirismo de los sentidos y la imaginación, pues
Descartes mantiene que es la mente, la fuerza cognitiva (vis cognos-
cens), la que hace que ella misma se aplique a las figuras proyectadas
en esa pantalla, extensa en sentido literal, que es nuestra imagina­
ción. No se da explicación alguna de cómo ocurre esto; y por ello,
seguramente, Descartes se guarda de darle marchamo de certidumbre
a su hipótesis de los patrones corpóreos y las naturalezas simples:
«Por supuesto», dice en la regla 12, «no tenéis por qué creer que las
cosas son como sugiero». Pocas páginas después, compara sus pos­
tulados con «los círculos imaginarios que los astrónomos usan para
describir los fenómenos que estudian», pero se reafirma a continua­
ción: «lo que importa poco con tal de que podamos, gracias a ellos,
distinguir lo verdadero de lo falso» 73. N o puede haber círculo epis­

71 Ib., regla 12, pig. 413.


77 Reglas para la dirección del espíritu, regla 14, pigs. 445-446. Sobre los proble­
mas con los que tropezaba Descartes a la hora de articular una «matemática univer-
sal», véase el persuasivo ensayo de John A. Schuster, «Descartes’ Mathesis Univer-
salis: 1619-28», en Descartes: Philosophy, Mathematics and Physics, editado por Step-
hen Gaukroger (Brighton: The Harvester Press, 1980), págs. 41-46.
73 Reglas para la dirección del espíritu, regla 12, pigs. 412, 417.
210 La magia de los números y el movimiento

temológico más perfecto. La mente puede actuar sobre la imagina-


ción, pero ésta puede a su vez mover a aquélla 7*.
Pero, incluso si la intuición fuese infalible, ¿podría decirse lo
mismo de nuestra imaginación? Por poner el mismo ejemplo que
Descartes, a un hombre que sufre de ictericia le parecerá que algo
es amarillo cuando no lo es. Por lo tanto, hay casos en los que no
se puede simplemente intuir los colores en la imaginación. Hay que
prestarle oídos a la razón. Queda a las claras esta ambigüedad en la
decimosegunda regla, cuando Descartes afirma: (a) que no es posible
que incurramos en error si prestamos la debida atención a lo que de
verdad hay en nuestra imaginación, y (b) que sólo incurriremos en
error si no nos sometemos al veredicto de la razón, pues lo necesi­
tamos para confirmar que nuestra imaginación funciona bien. El sa­
bio, dice,

juzgará si aquello que le llega de su imaginación está realmente repre­


sentado en ella; no dirá nunca que pasa, entero e inalterado, del mundo
externo a los sentidos y de éstos a la imaginación corpórea, a menos que
tenga ya otras razones que le hagan saber que es a s í n .

Por lo tanto, ese fundamento epistemológico que es la extensión


espacial de la imaginación necesita a su vez de cimientos más firmes;
de hecho, como ya hemos señalado, hace aguas tanto en matemáticas
como en física. En matemáticas, la extracción de raíces cuadradas y
la representación de raíces negativas e imaginarias estaban obviamen­
te más allá de las posibilidades de la manipulación de figuras y líneas
geométricas simples que quepa imaginar claramente. En física, la
naturaleza del imán y el concepto de fuerza no se dejaban capturar
mediante patrones bidimensionales macroscópicos, y los colores sólo
podían ser puestos en relación con figuras de manera arbitraria.
El realismo fisiológico, simplemente, no funciona; en la primera
frase de El Mundo, que escribió unos años más tarde, Descartes se
retracta de la idea que había defendido: ya no cree que la naturaleza
de los objetos externos se revele en la impresión de su figura en
nuestros sentidos. «Lo primero», dice Descartes,47

74 Ib., pág. 416. Sbre la «incierta» metafísica de las Reglas para la dirección del
espíritu, véase Sur l ’ontologie grise de Descartes, de Jean-Luc Marión (París: Vrin,
1975).
75 Ib., pág. 423.
La busca del método y las reglas de dirección 211

que quiero traer a vuestra atención es que puede no ser lo mismo la sensa­
ción que tenemos de la luz (es decir, la idea de la luz que se forma en nuestra
imaginación por mediación de nuestros ojos) y lo que hay en los objetos
que producen esa sensación en nuestro interior (es decir, lo que hay en la
llama o en el sol que llamamos «luz»). Pues aunque todos, normalmente,
estamos convencidos de que las ideas que tenemos en nuestra mente son del
todo similares a los objetos de los que proceden, no veo, sin em bargo, razón
algu n a que nos haga estar seguros de que es a s í 76.

Lo que Descartes quería decir, y debería haber escrito, es que y a


no veía razón alguna que le hiciese estar seguro de que era así.74

74 Descartes, E l Mundo, A. T., XI, pág. 3.


Capítulo 7
EL TRIUNFO OPTICO (1625-1628)

La ley de la refracción es una de las leyes más simples y funda­


mentales de la óptica, pero nadie había dado con ella antes de que
Descartes lo hiciese. Se puede enunciar como sigue: cuando un rayo
de luz pasa de un medio a otro, el seno del ángulo de incidencia
guarda una razón constante con el seno del ángulo de refracción;
está claro por qué se la llama también la ley del seno. Esa razón (=
sen i / sen r) recibe el nombre de índice de refracción de un medio
respecto al otro; en el caso, por ejemplo, de un rayo que pase del
aire al agua, es 4/3.
Descartes descubrió esta ley antes de que volviese a Holanda en
el otoño de 1628, probablemente durante su estancia en París entre
1625 y 1628; no dejó una explicación autobiográfica de los pasos
que siguió hasta encontrarla, y por ello, tras su muerte, se suscitaron
dudas acerca de la originalidad de su descubrimiento.
Wilibrod Snell, profesor de matemáticas en Leyden de 1615 hasta
su muerte en 1623, formuló la ley de la refracción de manera lige­
ramente distinta (en la que el índice de refracción se igualaba a la
razón cosec r / cosec t), pero no publicó su hallazgo. Isaac Vossius
y Christiaan Huygens vieron el manuscrito de Snell, y concluyeron
precipitadamente que Descanes había tomado sus ideas de Snell.

212
El triunfo óptico (1625-1628) 213

Hay acuerdo general en que no pudo ser así, pues Descartes enunció
la ley de la refracción antes de 1628, y no antes de ese año pudo
haber llegado a su conocimiento la diferente ruta que había seguido
Snell para hallarla '. Además, cuando Descartes explicó su ley del
seno al sucesor de Snell, Jakob Gool, en febrero de 1632, Gool no
sólo no le comentó que Snell ya había obtenido un resultado similar,
sino que se comportó como si la ley que Descartes le presentaba
fuese totalmente nueva para él.

La óptica parisina

Al volver a París en el verano de 1625, tras haber pasado más


de un año viajando por Italia, se encontró Descartes con que sus
conocidos franceses estaban enfrascados en la óptica, llevados de una
curiosidad cuyo instigador había sido Mersenne. En sus enciclopé­
dicas Quaestiones itt Genesim, publicadas en 1623, y en La Vérité
des Sciences, de dos años después, el fraile había reseñado el estado
de la cuestión vigente en las tres ramas de la óptica que se conocían
por entonces: la óptica propiamente dicha, que estudiaba la propa­
gación en línea recta de la luz; la catóptrica, que estudiaba la refle­
xión en los espejos; y la dióptrica (que Mersenne llama también
mesóptica, anaclástica o diaclástica), que estudiaba la refracción12.

1 Isaac Vosius fue el primero en acusarle de plagio en su De lucís natura tí


proprietate (Amsterdam. 1662), pág. 26, y se hizo eco de ello Leibniz en su Discours
de métaphysique, art. 22, en Die Philosophischen Schriften de Gottfried Wilhelm Leib­
niz, ed.: C. J. Gerhardt, siete volúmenes (Berlín, 1879-1890), facsímil (Darmstadt:
Olms, 1978), vol. IV, pág. 448. Véase «Descartes et les manuscrits de Snellius d'aprés
quelqucs documenta nouveaux», Revue de métaphysique et de morale 4 (1896), págs.
489-501, de D. J. Korteweg. Desafortunadamente, el manuscrito de Snell se perdió
más urde. Véase «Le manuscrít perdu de Snellius sur la réfraction», Janus 39 (1935),
págs. 51-73, de Cornelia de Waard. Excelentes estudios modernos sobre la óptica de
Descartes son: Theory of Light from Descartes to Newton [La teoría de la luz de
Descartes a Newton, de A. I. Sabra (Londres: Oldboume, 1967), «Descartes* Theory
of Light and réfraction: A Discourse on Method (La teoría de la luz y la refracción
de Descartes: discurso del método]», Transaction of the American PhUosophical So-
dety, vol. 77, parte 3 (1987), págs. 1-92, de A. Mark Smith. Véase también la erudiu
y sugestiva Descartes and the Scientific Revolution 1618-1644 [Descartes y la revolu­
ción científica 1618-1644], de John A. Schuster (tesis doctoral no publicada, Univer­
sidad de Princcton, 1977).
2 Marín Mersenne, La v érité des Sciences (París, 1625), págs. 229-230.
214 La magia de los números y el movimiento

Empezaba ésta a merecer atención preferente, y Claude Mydorge,


entre otros, ponía su empeño en determinar qué sección de lente
tendría un punto verdaderamente focal para rayos paralelos. Mydor­
ge era un matemático muy dotado, sin que ello le impidiese ser
además un perspicaz experimentador que, según Adríen Baillct en
su Vie de Monsieur Des-Cartes, se gastó la considerable suma de
100.000 écus en el diseño y construcción de instrumentos ópticos 3.
El interés por este tema llegó más allá de la capital, como se des­
prende del siguiente pasaje de una carta que el ingeniero Robert
Cornier le escribió a Mersenne el dieciocho de agosto de 1625:

N o sé de otros métodos de construcción de espejos parabólicos que no sean


los que vos ya conocéis, habida cuenta, sobre todo, de que tenéis el escrito
de Mydorge, que sabe todo lo que se puede saber al respecto. Sólo puedo
deciros que el señor Le Vasseur dice que ha encontrado una manera abso­
lutamente segura cotí los senos. Pero no puedo decir más, pues no sé aún
cómo lo hace 4.

Picrre Costabel ha propuesto recientemente que quizá fuese Le


Vasseur, «a quien Descartes admitiría después haber conocido bien»,
quien sugiriese la idea que tan bien sabría aprovechar Descartes 5.
Desafortunadamente, esta conjetura se basa en una identificación
errónea: el Le Vasseur que Descartes conoció y en cuya casa fue
huésped bien recibido, aunque no siempre todo lo cortés que hu­
biera sido de desear, era el Seigneur d’Etiolcs, residente en París,
amigo del padre de Descartes, mientras que la persona que se men­
ciona en la carta es Guillaume Le Vasseur, que vivía en Ruán y se
había hecho un nombre como constructor de instrumentos 6.
Mersenne mantenía a Cornier informado de los avances que se
lograban en París; la primera vez, que haya llegado a nuestro cono­
cimiento, que se habla de Descartes como descubridor de «la razón

* Baillct, Vie de Monsieur Des-Cartes, vol. II, pág. 326.


4 Mersenne, Correspondance, vol. I, págs. 260-261.
* Rene Descartes, Regles útiles et claires pour la direction de l'esprit et la recherche
de la vériti, trad. Jean-Luc Marión, con notas matemáticas de Pierre Costabel (La
Haya: Martinus Nijhoff. 1977), pág. 317.
* Sobre Nicolás Le Vasseur, Seigneur d’Etioles, véase, de Baillet, Vie de Monsieur
Des-Cartes, vol. I, págs. 130-131, 136, 152-154. Sobre Guillaume Le Vasseur, véase
la Correspondance. vol. I, págs. 242-243, de Mersenne.
El triunfo óptico (1625-1628) 215

de las refracciones» es en una carta de agradecimiento que escribió


Cornier el dieciséis de marzo de 1626; también está en ella la pri­
mera mención conocida al artesano Jean Ferrier, quien pronto iba a
trabajar para Descartes 7. Ferrier había hecho instrumentos para Jac-
ques Aleaume, estudioso parisino cuyos libros e instrumentos se
pusieron a la venta a su muerte en 1627. Parece que Mydorge ad­
quirió todo o parte de este legado, y empezó a requerir los servicios
del artesano. También tenía encargos Ferrier de Jean-Baptiste Morin,
el profesor de matemáticas del Colegio de Francia. Con toda pro­
babilidad, Descartes conoció a Ferrier en 1626 ó 1627 por mediación
de Mydorge o Mersenne. Inestimable sería su aportación a la reali­
zación práctica de las ¡deas de Descanes.

La anaclástica

N o había problema que interesase más a los científicos parisinos


que el de la determinación de la anaclástica, es decir, de la linca en
la que se conarán, en un único punto, distintos haces de rayos pa­
ralelos tras atravesar un medio refractivo dispuesto con ese propó­
sito. Para efectuar esa determinación hace falta saber qué curvatura
ha de tener una lente para que se produzca la convergencia de todos
los rayos paralelos de un haz en un único punto focal. Pero, a su
vez, algo así sólo se puede saber si se conoce la ley de la refracción;
por esa razón, Descartes, que la conocía, pudo resolver el problema.
I'.n carta dirigida a Constantin Huygens y escrita en 1635, Descartes
explica que «ocho o nueve años» antes su artesano Ferrier había sido
capaz de construir una lente que hacía que todos los rayos incidentes
convergiesen en un foco a ocho pulgadas de distancia:

Pero permitidme que os cuente con qué cuidado cortó el cristal. En primer
lugar, tenía yo hechos tres pequeños triángulos idénticos. Cada uno de ellos
tenía un ángulo de noventa grados y otro de treinta, así que había un lado
que era el doble de otro. El primero estaba hecho de cristal de roca, el
segundo de vidrio veneciano o cristalino, y el tercero, de vidrio común. Se
construyó un carril reglado de cobre con dos ramas, en el que se ponían
los triángulos a fin de medir las refracciones, como explico en la O ptica.

’ Mersenne. Corrvspondance, vol. 1, págs. 418. 420.


216 L a magia de los números y el movimiento

Hallé de esa manera que la refracción es mucho mayor en el cristal de roca


que en vidrios menos puros, pero no recuerdo las magnitudes.
Q uizá hayáis oído hablar de M. Mydorge, cuya habilidad para el dibujo
de figuras geométricas está más allá de toda comparación. C ogió un compás
con puntas de acero tan finas com o agujas, y trazó la hipérbola característica
de la refracción a través de un cristal veneciano en una gran placa de cobre
muy pulida. Recortó entonces esa hipérbola, y la limó cuidadosamente para
que se ciñese a la línea descrita por el compás. U n constructor de instru­
mentos llamado Ferrier formó, con ese patrón y por medio de un tom o,
un molde de cobre, dándole la curvatura que había de tener la lente. Com o
tenía que aplicar muchas veces el modelo al molde, para no estropearlo,
recortó piezas de cartón a imitación de la placa de cobre, para que hiciesen
de patrones. Una vez listo el molde, sujetó la lente al tom o, puso esmeril
entre el molde y las lentes, y dio forma a la lente presionándola contra d
molde. Pero cuando quiso formar una lente cóncava de la misma manera,
resultó que era imposible, pues la lente se desgastaba menos por el centro
que por los bordes al ser más lento el movimiento del tom o en el centro '.

De esta relación se desprende que Descartes dependía del talento


de dibujante de Mydorge y de la habilidad artesana de Ferrier a la
hora de realizar experimentalmente la ley de los senos; nada le dice
Descartes a Huygens, sin embargo, de los pasos que había seguido
para llegar a ella. Se limita a describir cómo hacían la lente, y el
resultado: les había sido posible construir excelentes lentes convexas
hiperbólicas, pero las cóncavas estaban más allá de los medios téc­
nicos disponibles.

La medida de la refracción

Si nos fijamos ahora en el Discurso X de la Optica, escrito más


o menos en los mismos días que la cana a Huygens que acabo de
citar, veremos la descripción que Descanes hace del método que le
servía para determinar el índice de refracción, lo que llamaba «la
proporción que se usa para medir las refracciones», de una pieza
dada de vidrio o cristal v. Usaba una tabla, EFI (véase la figura 1).
EA y FL son dos sopones venicales, con dos pequeñas apenuras en*9

* Cana de Descartes a Constantin Huygens del once de diciembre de 1635, A.


T., i, págs. 598-600.
9 Descartes, Optica ¡Dioptrique], A. T., VI, pág. 211.
El triunfo óptico (1625-1628) 217

F ig u r a 1

A y L, enfrentadas de manera que el haz de luz AL sea paralelo a


la base EFI. Se pone como se ve en el dibujo un prisma que tenga
un ángulo recto y cuyo ángulo PRQ sea más cerrado que el ángulo
RPQ. El rayo AL toca perpendicularmente la cara Q R ; se desvía,
emerge en B y va a I. Los puntos B, P, I se trasladan entonces a
una hoja de papel (véase la figura 2).

Con centro en B y radio BP, trácese un arco que corte BI en T,


y dibújese el arco PN, igual al PT. Unanse B y N. La línea recta
que se genera así corta la prolongación de IP en H. Con centro en
B y radio BH, dibújese el arco HO, que corta BI en O, así que
«tendremos que la razón de las líneas HI y OI es la medida común
de todas las refracciones que cause la transición del aire al vidrio que
estamos estudiando» I0.
Obsérvese que Descartes no menciona que OI es el seno del
ángulo de incidencia, y que HI es el seno del ángulo de refracción.
Luego, ¡tampoco ofrece prueba alguna! En vez de eso, sin solución

•° //»., p íR. 21J.


218 La magia de los números y el movimiento

de continuidad, afirma que si tomamos, sobre HI, MI = OI y HD


= DM, tendremos que D es el vértice y H e I los focos de la lente
hiperbólica que deseamos construir.
Creo que el procedimiento descrito en la Dióptrica es el que
Descartes empleó originalmente. Lo confirma su carta a Ferrier del
trece de noviembre de 1629, en la que se refiere al mismo artificio,
sólo que determina directamente el vértice y los focos de las lentes
hiperbólicas. La construcción es como sigue (véase la figura 3) 11: El
rayo ID se refracta en D y se dirige a A. Dibújese la línea D C , que
corta la tabla EA en C, de manera que el ángulo C D F sea igual al
ángulo ADF. Hágase CK = CD y AL = A D . Biséquese KL en B.

A continuación, y sin hacer mención de los senos de los ángulos


de incidencia y refracción, Descartes le explica a Ferrier una manera
sencilla de trazar una hipérbola con un compás, con los puntos A,
B, C como puntos de referencia (véase la figura 4) 12. Tómense los
puntos N y O de la línea AC, tales que BN = BO, y con A como
centro trácese el arco TOV. Entonces, con C como centro y con
radio CN , dibújese el arco VNT, que corta el arco TOV en V y T.
Repítase la misma operación con los arcos ligeramente mayores XQY
e YPX. La hipérbola yacerá sobre los puntos de intersección de los
arcos, y su vértice será B.
De nuevo, no se hace mención alguna de los senos de incidencia
y refracción, ni se da prueba alguna. Es de suponer que ésta no le
hacía falta alguna a Ferrier, que sólo quería que se le diese guía
práctica para la construcción de lentes. Pero ¿podremos reconstruir
el camino que llevó a Descartes hasta su descubrimiento?*1

11 Carta de Descartes a Ferrier del trece de noviembre de 1629, A. T., I, pág. 63.
11 Ib. Se recomienda el mismo procedimiento en la Optica, A. T „ VI, pág. 215.
El triunfo óptico (1625-1628) 219

«Mi primer maestro de óptica»

Una cosa está clara: Descanes, en su visita del ocho de octubre


de 1628, le hace saber a Beeckman que ha determinado el ángulo de
refracción mediante el anificio que acabamos de examinar; dos dia­
gramas reproducidos en el Journal de Beeckman nos ayudarán mu­
cho a hacemos una idea de cómo le explicó a su amigo los resultados
que había obtenido (véase la figura 5). Bajo la figura escribe Becc-
kamn lo siguiente: «Una vez determinada la cantidad de refracción
para un ángulo, deduce el valor para los otros según los senos: 'como
ab es a h g\ dice, ‘así es cd a if» ,3. (figura 5b).
En ninguna pane da Descanes a entender de dónde sacó la idea
de medir la refracción precisamente de esa manera, pero una frase
de la cana que le escribió el treinta y uno de marzo de 1638 a
Mersenne dice mucho, pues es una de las pocas veces que Descanes
admite haber aprendido algo de alguien: «Kepler», confiesa, «fue mi
primer maestro de óptica» u .13*

13 B e e ck m a n , Journal, A . T ., X , p ág. 336.


M Carta de Descartes a Mersenne del treinta y uno de marzo de 1638, A. T., II,
pág. 86.
220 La magia de los números y el movimiento

F ig u r a 5

Como quiera que Descartes niega rotundamente que hubiese to­


mado de Kepler las lentes elípticas e hiperbólicas que emplea en la
Optica, ¿qué es lo que aprendió de ¿1? 15 Creo que hay que buscar
la respuesta en las primeras páginas de la Dioptrice de Kepler, que
tanta influencia tuvo entre sus contemporáneos, ya que en ellas se
encuentra un diagrama (figura 6 ) 16 muy parecido al que Descartes
le dio a Beeckman. Kepler usa el artificio que se muestra en la figura
para medir la refracción, lo mismo que hace Descartes en la carta a
Ferrier (véase la figura 3) y en su Optica (véanse las figuras uno y
dos). De ahí a la ley del seno va aún un largo trecho; creo, de todas
formas, que el diagrama es el punto de partida desde el que Descar­
tes emprende la busca de una razón constante, busca en la que en­
contraría un par de líneas geométricamente relacionadas, de forma
directa, con los senos de los ángulos de incidencia y refracción.

La ley, disfrazada

Llegase como llegase a su descubrimiento, Descartes no deseaba


otra cosa que ocultarlo. Aunque se escribió regularmente con Mer-
senne de 1629 en adelante, la primera referencia a la ley del seno
está sólo en una carta de junio de 1632: «Respecto a mi manera de

15 «Quien quiera que me acuse de haber tomado de Kepler las elipses e hipérbolas
de mi Optica es o ignorante, o malintencionado» (ib., págs. 85-86).
'* Kepler, Dioptrice, en Cesammelte Werke, eds: M. Caspar, F. Hammer, el allí,
veinte volúmenes hasta la (echa (Munich: C . H. Beck, 1938-), vol. IV, pág. 3S5. La
obra apareció por vez primera en 1611. Obsérvese que se llama igual, sólo que en
latín, que el libro del propio Descartes, que en francés se llama L a Dioptrique.
El triunfo óptico (1625-1628) 221

F ig u r a 6

medir la refracción de la luz, comparo los senos de los ángulos de


incidencia y refracción, pero me sentiría muy feliz si por ahora no
se hiciese saber esto» 17. Antes, en carta del veinticinco de noviem­
bre de 1630, había afirmado que no temía que otros se le adelantasen
en la publicación, «a no ser que beban de las cartas que le envié a
Ferrier»
Como hemos visto, Descartes no le comunicó a Ferrier la ley de
la refracción; sólo le explicó un método práctico para medir la re­
fracción. ¿Qué podría encontrar un lector meticuloso y astuto en
esas cartas que le diese una pista de la ley propiamente dicha? Creo
que sabremos en qué pensaba Descartes si nos fijamos en la figura 2,
unas páginas atrás. Aunque procede de la Optica, no es sino una

17 Cana de Descanes a Mersenne de junio de 1632, A. T., I, pág. 25$. Cuatro


años más tarde, Mersenne divulgó la ley en su Harmonio Universelle, y remitía a
Descanes (a quien no menciona por su nombre) a quien desease la explicación: «Como
quiera que uno de los espíritus más brillantes del siglo ha descubieno la verdadera
relación de los rayos incidente y refractado, quiero mencionarla aquí, de manera que,
cuando la confirmen los experimentos, todos los científicos puedan unirse para pe­
dirle que dé una explicación completa» (Marín Mersenne, Harmonie Universelle. tres
volúmenes (París, 1636), facsímil (París: C. N. R. S, 1975), vol. I, pág. 65). Mersenne
añade que la ley de los senos será demostrada en la venidera Optica de Descartes,
que saldría en 1637.
'* Carea de Descartes a Mersenne del veinticinco de noviembre de 1630, A. T „
I, pág. 180.
222 La magia de los números y el movimiento

mera variante de la figura 3, enviada por Descartes a Ferrier el trece


de noviembre de t629 ,9; me servirá para mostrar cómo pudo haber
descubierto Descartes la ley.
Al observar la penetración del rayo AB (véase la figura 7) en el
prisma y su salida ya por la línea BI, es natural que Descartes mi­
diese los ángulos de incidencia y refracción en el punto B. Le bas­
taba para hacerlo añadir la normal en B, CE, es decir, la perpendi­
cular a la arista BP del prisma. Habría visto entonces que HI es el
sen r (el seno del ángulo de refracción), y OI, sen i (el seno del
ángulo de incidencia), gracias a este argumento, u otro parecido:

F ig u r a 7

Añádese HO.

Como BH = BO, HO es papalela a la normal CE.

Ahora bien, el rayo incidente AB es paralelo al plano HI.

Por lo tanto, el ángulo de incidencia ABC = ángulo OHB, y el ángulo de


refracción EBI = ángulo BOH.

Por lo tanto, el ángulo HOI = 180° — r.*

'* En la figura dos, los arcos PN y PT son, por construcción, iguales, luego el
ángulo PBH » ángulo PB1, tal y como en la figura tres los ángulos que se corres­
ponden con aquéllos, FDC y FDA, son iguales. Sigo aquí una sugerencia de Pierre
Costabel, que desarrolla el argumento a partir de la figura tres, extraída de la cana
de Descartes del trece de noviembre de 1629. Véase Démarches originales de Descartes
savant (París: Vrin, 1982), págs. 68-70, de Pierre Costabel.
El triunfo óptico (1625-1628) 223

Pero Descartes sabía que en cualquier triángulo la razón de los senos de


dos ángulos interiores es igual a la razón de los lados opuestos a ellos.

Por lo tanto, se tendrá que en el triángulo OH1

sen HOI HI , .
-----Frrjr =
sen OHI OI « decir

sen 180" - r H1
sen r OI

pero sen 180" — r = sen r, así que

sen» HI . .
----- = 777, es decir
sen r OI

Si éste fue el derrotero seguido por Descartes, entonces es que


se dio, por así decirlo, de bruces y casi sin quererlo con que la razón
constante de la refracción (el índice de refracción) para un material
dado es la razón del seno de incidencia y del seno de refracción. La
deducción es puramente geométrica, y no se basa en leyes físicas de
rango superior.

La aplicación de la ley a las lentes

Una vez hallada la ley del seno, el paso siguiente era aplicarla a
la construcción de lentes que hiciesen converger todos los rayos
incidentes paralelos en un foco, hacer, pues, lentes que generasen la
anadástica. Los focos le hicieron pensar en elipses e hipérbolas, que
claramente tienen dos. Cuando visitó a Beeckman en octubre de
1629, le enseñó que las lentes elípticas hacían converger todos los
rayos incidentes paralelos en un foco si se las construía de manera
que (véase la figura 8) 20:

sen 1 _ longitud del eje mayor, OP


sen r distancia entre los focos, a b

20 En la figura ocho, he añadido las letras O y P al diagrama del Journal de


Beeckman, A. T., X . pág. 339.
224 L a magia de los números y el movimiento

La demostración, dado un rayo paralelo, he, que se refracta en


c hacia el foco a, es como sigue:
Añádese cd, y tírese e f perpendicular a ac y cd perpendicular a
ab. La línea ce biseca el ángulo acb que se prolonga hasta i. Por sus
estudios geométricos, Descartes sabe que la línea ice corta la tangen­
te en c; es, pues, la normal que sirve para determinar el ángulo de
incidencia ich y el ángulo de refracción ace 21.
Como be es paralela a ab, el ángulo de incidencia ich = ángulo
ceb. Por lo tanto:

sen i cd . .
------ = es decir
sen r ef

El siguiente paso es probar que

cd OP
= con triángulos similares
ef

La prueba, que es sencilla, no se da en el Journal de Beeckman, pero


sí en el Discurso VIII de la Optica de Descartes 22.

21 Descartes lo dice explícitamente en la Optica, Discurso VIII, A. T . , VI, pág. 168.


22 Ib ., págs. 168-171.
El triunfo óptico (1625-1628) 225

Sabemos que Descartes se había basado en una lente hiperbólica


para obtener el mismo resultado cuando trabajaba con Mydorge y
Ferrier en París. Según Beeckman, una vez Descartes le había dado
la demostración para la elipse, le dijo que se podía demostrar lo
mismo con una hipérbola, pero que no se le venía la prueba a la
cabeza en ese momento. Beeckman, cuyas dotes matemáticas eran
modestas, fue, sin embargo, capaz de dar con ella él solo, cuando
Descartes se fue, por lo que éste le felicitó a su vuelta21. Como
hemos visto en el capítulo cuatro, Descartes se burlaba del talento
de Beeckman, y en su incendiaria carta del diecisiete de octubre de
1630, aseveraba que la prueba de Beeckman «no se le podía escapar
a nadie» que supiese la ley del seno y la demostración que él mismo
había ideado para la elipse 24.
A pesar de los arteros comentarios de Descartes, la demostración
de Beeckman, a la que ahora vamos a prestar nuestra atención, ra­
tifica nuestra hipótesis de que Descartes descubrió la ley del seno
cuando iba tras alguna razón, que fuese constante, de propiedades
de los rayos incidente y refractado, y que tropezó casualmente con
líneas que estaban directamente relacionadas con los senos de dichos
ángulos.
El diagrama del Journal de Beeckman (véase la figura 9) es pare­
cido al de la figura 7 de más arriba. El rayo u>g se refracta en g hacia
e, foco del segundo brazo de la hipérbola, y los pasos cruciales de
la demostración, tras la bisección del ángulo age, se basan en trazar
la normal hgq y la línea an, paralela a ella. Con medios geométricos
simples y a partir de triángulos similares, Beeckman demuestra que

sen i st be , ,
a u í “ /\» ® donde
sen OHI OI ae

be = distancia entre los vértices, y


ae — distancia entre los dos focos 2S.*14

a Beeckman, Journal, A. T., X , pág. 341.


14 Caita de Descartes a Beeckman del diecisiete de octubre de 1630, A. T „ I,
pág. 163.
B Beeckman, Journal, A. T., X , págs. 341-342.
226 La magia de los números y el movimiento

La lógica de la justificación

Podemos calificar el descubrimiento por Descartes de la ley del


seno de golpe de suerte, siempre y cuando recordemos que la suerte
sonríe sólo a los que se lo merecen y se preparan para que les toque
a ellos. Pero una vez que había tropezado con la relación correcta,
Descartes tenía que justificarla físicamente, y así como había hallado
en Kepler la idea que le hacía falta para idear un instrumento que
midiese la refracción, volvía a Kepler en busca de guía para la ex­
plicación del fenómeno.
Kepler, en su primera gran obra de óptica, Ad Vitellionem Pa-
ralipomena (Introducción a Vite/ío), jugaba explícitamente con la idea
de que en la palanca se encerraba la clave que nos permitiría com­
prender la refracción 26, y Descartes siguió sus pasos. He aquí cómo
resume Beeckman el argumento de Descartes, en el caso de la re­
fracción del aire al agua (véase la figura 10):

Supone que hay agua por debajo de st y que los rayos son qeg y cef.
Parece que éstos experimentan el mismo cambio que los brazos iguales de
una balanza en cuyos extremos se pusiesen pesos, de manera que el sumer­
gido es más ligero, y levanta el brazo*27

2‘ Kepler, Ad Vitellionem Paralipomena qutbus Astronomiae Pan Optica Tradi-


tur, en Gesammelte Werke, vol. II, pág. 28. Sobre Kepler, véanse los excelentes tra­
ducción y comentario de Catherine Chevalley, Johann Kepler: Let fondements de
l ’optique modeme: Paralipoménes a Vitelliott (1604) (París: Vrin, 1980).
27 Beeckman, Journal, A. T ., X, pág. 336.
El triunfo óptico (1625-1628) 227

La analogía estática va al paso de una tradición que se mantuvo


viva a lo largo del siglo diecisiete, pero no está claro cómo pretendía
Descartes llevarla adelante. Para empezar, los brazos eg y e f no su­
birían, como le pasaría a un peso que flotase en el agua; al contrarío,
descenderían, pues Descartes toma el caso de la refracción de un
medio a otro que es más denso que él.
Más adelante abandonaría Descartes el recurso de la palanca. No
aparece en la Optica y obras siguientes. Creo, sin embargo, que es
una buena muestra de su manera de hacer en sus años parisinos. Lo
confirma un pasaje bien conocido de la octava regla de las Reglas
para la dirección del espíritu, escrito alrededor de 1627-1628, a) que
le vamos a dedicar nuestra atención ahora.

El orden correcto

Descartes considera en la regla octava el orden que debe seguirse


en el ejercicio de la ciencia, y el momento en que desistir de más
pesquisas. El primer ejemplo que pone es, precisamente, el de la
determinación de la anaclástica. ¿Cómo se puede hallar la línea en
que se cortan, en un único punto, tras atravesar un medio refractivo,
rayos que inciden paralelamente en éste? Descartes contrapone el
enfoque del matemático puro, al que sólo le interesa hallar razones
228 La magia de los números y el movimiento

o proporciones, y el del filósofo natural, que quiere entender la natu­


raleza 28.
£1 matemático puro «verá fácilmente», dice Descanes, que la
determinación de la anaclástica «depende de la razón entre los án­
gulos de refracción e incidencia» 29. En otras palabras, todos y cada
uno de los matemáticos de París tenían claro que lo que había que
hallar era una razón constante de alguna propiedad del ángulo de
incidencia y alguna otra, o quizá la misma, propiedad del ángulo de
refracción. Como ya hemos indicado, Descanes buscaba desde el
principio alguna relación de ese tipo. Cuando vio (véase la figura 7
de más arriba) que H I/H O era una razón constante para los rayos
refractados por un medio dado, examinó inmediatamente si HI y OI
tenían algo que ver con los ángulos de incidencia y refracción, y
halló que eran, en efecto, sen i y sen r.
Pero el mero hecho de que HI/O I = sen i ! sen r no da expli­
cación alguna de la fuerza o potencia en juego. De ahí que sea ne­
cesario ampliar la base de la investigación. Lo sorprendente es que
Descartes no lo diga en la regla octava. Ni siquiera enuncia la ley;
se limita a aseverar que sólo podrá hallársela si se va más allá de las
matemáticas puras y se dan los siguientes pasos: en primer lugar,
caer en la cuenta de que la razón del ángulo de incidencia y el de
refracción depende de esos cambios en la magnitud de los ángulos
que causan los diferentes medios refractivos; en segundo, percatarse
de que esos cambios dependen de cómo penetre la luz en el medio;
en tercero, comprender que el conocimiento del proceso de pene­
tración presupone el de la acción de la luz; en cuarto, ver que el
conocimiento de la acción de la luz presupone, a su vez, el conoci­
miento de una potencia natural. Este paso es el último y definitivo
paso de la serie. Una vez se ha «percibido esto claramente por medio
de la intuición mental», el físico matemático puede volver sobre sus
pasos de manera ordenada. «Pero si en el segundo paso», escribe
Descanes (y aquí viene el pasaje que creo es fruto de su propia
experiencia con la anaclástica),

es incapaz de discernir inmediatamente cuál es la naturaleza de la acción de

28 La terminología es mía. Descartes habla de «alguien que sólo estudie matemá­


ticas» (A. T., X, pág. 393), y de «alguien que no sólo estudie matemáticas ... sino la
verdad sobre cualquier cuestión que se pueda suscitar» (ib. pág. 394).
n Ib., Reglas para la dirección del espíritu, Regla 8, págs. 393-394.
El triunfo óptico (1625-1628) 229

la luz, de acuerdo con la séptima regla enumerará todas las demás potencias
naturales, en la esperanza de que el conocimiento de alguna otra potencia
natural le ayude a entender ésta, aunque sólo a modo de analogía — pero
ya se dirá más de esto en adelante. Una vez hecho esto, investigará cómo
pasa el rayo a lo largo de todo el cuerpo transparente. Entonces, seguirá los
puntos restantes en su debido orden, hasta que llegue a la anadástica pro­
piamente dicha. Incluso aunque la anadástica haya sido objeto de muchas
investigaciones inútiles en el pasado, no veo nada que impida a quien siga
el método correcto hacerse con un conocimiento claro de ella M.

Esta extensa descripción de cómo debería investigarse la anaclás-


tica que nos hace Descartes produce perplejidad por varías razones.
En primer lugar, y esto es lo más chocante, no da explicación alguna
de la anadástica, y no nos ofrece otra cosa que la creencia en que
la única manera de llegar a la solución es siguiendo el derrotero
filosófico que ha descrito. Sin embargo, por la época en que escribió
las Reglas para la dirección del espíritu, ya había obtenido la ley del
seno, y la había aplicado con éxito al problema de la anadástica. En
segundo lugar, a Descartes se le ve ansioso por que quede claro que
el matemático puro está perdido a la hora de enfrentarse a un pro­
blema como ése. No puede apoyarse «en lo que les oye a los filó­
sofos o lo que saque de la experiencia;» se le niega además el derecho
a postular una razón de la que sospeche, sin poder probarlo, que es
la correcta 31. Algo extraña es esta negativa, pues parece que con ella
se desecha el uso de modelos matemáticos. En tercer lugar, no aboga
Descartes por la realización de experimentos; apela, más bien, a al­
gún concepto no especificado de la naturaleza de la acción de la luz,
en sí misma o por analogía con una potencia natural.
Está claro, sin embargo, que Descartes no pensaba que el haber
hallado un tanto casualmente la ley del seno bastase para calificar su
hallazgo de científico. Como hemos visto en el capítulo seis, las
Reglas para la dirección del espíritu fueron su primer intento de
formular un método científico que produjese resultados apodícticos
a partir de la aprehensión intuitiva de las naturalezas simples. Su
recurso a una «potencia natural» debe verse a esta luz. Aunque Des­
cartes no la defina como, o haga de ella explícitamente, una «natu­
raleza simple», no hay duda de que una potencia natural es un ob-

50 ib ., pág. 395.
51 ib ., pág. 394.
230 L a magia de los números y el movimiemo

jeto propio de la intuición, que ha de ser aprehendido, como dice


él, «per intuitum mentís» i2.
En la regla novena, Descanes explica qué quiere decir con la
palabra «intuición» mediante el siguiente ejemplo: si quiero saber,
escribe, si se puede transmitir instantáneamente una «potencia natu­
ral», no debería fijarme en la fuerza magnética, la influencia de las
estrellas o la velocidad de la luz, e indagar si su acción es instantánea,
pues ésta es una cuestión aún más difícil. «En vez de eso», dice,
«tendré en cuenta movimientos locales de cuerpos, pues no hay otro
tipo de movimiento que sea más obvio para los sentidos». Aunque
una piedra no pueda pasar de un sitio a otro en un instante, pues es
un cuerpo, la «potencia» que la mueva sí puede.

Por ejemplo, si muevo el extremo de un bastón, por largo que sea, me será
fácil concebir que es necesario que la potencia que mueve esa parte del
bastón mueva cada una de las otras partes instantáneamente, pues lo que se
comunica es la potencia desnuda, y no la que está encerrada en algún cuer­
po, una piedra, por ejemplo, que la lleve consigo , J .

Como hemos visto (en la figura 10), Descartes hacía en un prin­


cipio uso de la palanca para explicar la ley del seno, como cuando
se la explicó a Becckman. En la novena de las Reglas para la direc­
ción del espíritu, hace de la palanca o balanza ejemplo primario de
potencia natural:

De la misma manera, si quiero saber cómo puede una sola y la misma


causa producir simultáneamente efectos opuestos, no me valdrán las drogas
de los médicos, que expulsan unos humores y retienen otros, ni balbucearé
no sé qué sobre la luna, que calienta con su luz las cosas y las enfría me­
diante alguna cualidad oculta. Más bien me fijaré en la balanza [en latín,
in tuebor librum ], en la que un solo peso levanta un brazo y baja el otro en
uno y el mismo instante J4.

Que había movimientos ¡nstántancos le parecía obvio a Descar­


tes. Así como la punta de una pluma no se puede mover sin que lo
haga además la parte superior 3S, así mismo un lado de una palanca*15

11 Ib., pág. 395.


“ Ib., pág. 402.
M Ib., pigs. 402-403.
15 Ib., Regla 12, pág. 414.
E l triunfo óptico (1625-1628) 231

no puede descender sin que suba el otro. Lo que se le escapaba a


Descartes es que no hay cuerpos completamente rígidos. Todas las
sustancias lo son más o menos, y no hay movimiento que se trans­
mita instantáneamente.
Acabaría por ver que la palanca era un mal modelo de potencia
natural, y la desechó como tal. Descartes reemplazó esa analogía por
otras en la Optica: el bastón de un ciego, la presión de un líquido
en un recipiente, y el impacto de una raqueta. Como veremos en el
capítulo diez, Descartes creía que estos ejemplos no ponían en pe­
ligro su explicación, basada en el cambio instantáneo.
Capítulo 8
MEDITACIONES METAFISICAS

El refugio holandés

A principios de 1629 volvió Descartes a Holanda, en la que re­


sidiría durante los veinte años siguientes. Aunque hubiese visitado a
Becckman en Dordrecht en octubre de 1628, y le hubiese expresado
la esperanza de verle más a menudo, no se estableció cerca de donde
vivía él, sino en Franeker, en la Frisia, unos ciento cincuenta kiló­
metros al este. Se alojó «en un pequeño castillo, separado de los dos
por un foso, donde se decía misa a seguro» Prohibida oficialmente
la religión católica, se toleraba en Holanda, sin embargo, su práctica;
Descartes vivía siempre en lugares en los que pudiese practicar su
religión sin trabas. El castillo de Franeker era propiedad de nobles
católicos, los Sjaerdema; arrendaría más urde en Endegeest un cas­
tillo de la familia católica van Foreest.
El dieciséis de abril de 1629 (del calendario viejo, es decir, el
veintiséis de abril del calendario gregoriano), Descartes se apunta en
la universidad de Franeker. Se le registró como «filósofo», cuando
lo usual hubiera sido como «estudiante de filosofía», quizá en razónI

I Carta de Descartes a Mersenne del dieciocho de marzo de 1630, A. T., I, pág. 129.

232
Meditaciones metafísicas 233

de su edad, pues ya tenía treinta y tres años. ¡Pero no se libró de


la obligación de apuntarse! A los estudiantes que no lo hacían se les
citaba ante el rector, y se les decía que o cumplimentaban lo regla­
mentado, o se les impediría acceder a las aulas 2.
Puede que Descartes quisiese asistir de vez en cuando a ciertas
clases que se impartiesen allí, pero, antes que cualquier otra cosa, el
propósito que le llevaba a retirarse a las partes más distantes de
Holanda era emprender la redacción del ensayo metafísico que le
había encarecido que escribiese el cardenal de Bérulle.

El árbol del conocimiento

N o siempre nos es fácil rastrear el proceso de formación de las


¡deas de Descartes, pero podemos estar seguros de una cosa: que se
veía a sí mismo en marcha por el camino que va de la metafísica a
la física; más tarde, en el prefacio de sus Principios de Metafísica,
expresaría su punto de vista mediante una analogía, relativa a un árbol

cuya raíz es la metafísica, su tronco la física y sus ramas, que salen del
tronco, las demás ciencias, que se pueden reducir a las tres principales, a
saber, la medicina, la mecánica y la etica 3.

La motivación profunda de Descartes era esencialmente religiosa;


hemos de recordar que no era cristiano evangélico sino católico, y
que le dominaba una intensa creencia en la primacía del intelecto
cuando había que enfrentarse al enigma del universo. No podía sino
hacer suya de todo corazón la misión que le había encomendado el
cardenal de Bérulle. Antes de dejar París, hasta le pidió a Fr. Gui-
llaume Gibieuf, cercano al cardenal y superior de la comunidad de
sacerdotes del Oratorio, que examinase su obra cuando estuviese
lista. El dieciocho de julio de 1629, le hacía saber a Gibieuf que
estaba «empezando el pequeño tratado», con lo que quería decir que
empezaba a ponerlo por escrito 4. Por el verano de 1629, pues, Des­
cartes había sacado ya sus conclusiones principales, y las trasladaba*

2 Charles Adam, Vie et Oeuvres de Descartes (París: Léopold Cerf, 1910),


págs. 123-124, non b.
1 Principios de Filosofía, prefacio de la edición francesa, A. T., IX-2, pág. 14.
* Carta de Descartes a Gibieuf del dieciocho de julio de 1629, A. T., 1, píg. 17.
234 La magia de los números y el movimiento

al papel. Como sabemos, su trabajo quedó interrumpido, pero dis­


ponemos una descripción de su puño y letra de la naturaleza de su
obra, en carta que le escribe a Mersenne el quince de abril de 1630:

Creo que todos a los que D ios nos ha dado el uso de la razón estamos
obligados a emplearla principalmente en conocerle a El y en conocemos a
nosotros mismos. Por aquí he querido empezar mi propia investigación, y
puedo decir que habría sido incapaz de hallar los fundamentos de la física
si no los hubiese buscado por ese camino 56.

Pocos meses después, le confiaba a Mersenne de nuevo que espe­


raba

terminar un pequeño tratado de metafísica que empecé cuando estaba en


Frisia, y cuyo objetivo principal era probar la existencia d e D ios y de nues­
tras alm as cuando están separadas del cuerpo, de donde se sigue su inmorta­
lidad b.

Descartes no tenía duda alguna de que iba a tener éxito en su


empresa, y decía que había hallado «una forma de demostrar las
verdades metafísicas que es más clara [plus ¿vidente] que las demos­
traciones geométricas» 7. Este primer tratado es claramente un esbo­
zo de las Meditaciones, que Descartes publicó en 1641, tras haber
ofrecido la línea argumenta! básica en la cuarta parte del Discurso
del método cuatro años atrás 8.

* Ib ., cana de Descartes a Mersenne del quince de abril de 1630, pág. 144.


6 Ib ., carta de Descartes a Mersenne del veinticinco de abril de 1630, pág. 182.
7 Ib ., cana de Dcscanes a Mersenne del quince de abril de 1630, pág. 144.
* La insistencia con que Descartes pidió que se le entregase el manuscrito de las
Meditaciones a Gibicuf (véase sus canas a Mersenne del treinta de septiembre, once
de noviembre y treinta y uno de diciembre de 1640, A. T., III, págs. 184, 239-240,
276-277), y su cana del once de noviembre de 1640 a Gibicuf, en la que declara que
•es la causa de Dios la que he echado sobre mis espaldas {ib., págs. 237-238)», con­
firman la continuidad esencial que hay entre el tratado y las Meditaciones. Gibicuf
promovió la difusión del libro en París (véase la cana de Descanes a Mersenne del
veintitrés de junio de 1641, ib., pág. 388). Según Geneviéve Rodis-Lewis, el núcleo
del primer tratado se convinió en las meditaciones primera, tercera y quinta (véase
«Hypothésc sur l'élaboration progressive des Meditations de Descanes», de Genevie-
vc Rodis-Lewis, Archives de Philosophie 50 (1987), págs. 109-123).
Meditaciones metafísicas 235

La contrastación de los fundamentos

Podemos aceptar que el punto de partida de la indagación de


Descartes era la persecución del objetivo que se había marcado en
la octava regla de sus Reglas para ¡a dirección del espíritu:

la más útil de las indagaciones que podamos hacer en esta etapa es la que
se desprende de esta pregunta: ¿Q ué es el conocimiento humano, y cuál es
su alcance? ... Esta es una tarea que todos los que tengan siquiera sea el más
ligero amor a la verdad deberían emprender al menos una vez en su vida 9.

Si hay que reconstruir el mundo, veamos en primer lugar de qué


herramientas disponemos. Desde un punto de vista epistemológico,
se trata de saber qué conceptos son los básicos y dignos de toda
confianza. Pero ¿cómo podemos estar seguros de la fiabilidad de
cualquiera de nuestras herramientas conceptuales? Como Shakespea­
re, que era sólo unos pocos años mayor que él, Descartes estaba
dispuesto a jugar con la idea de que la vida no es sino un sueño.
Pero mientras que para Shakespeare tal idea es un oportuno recurso
literario, en manos de Descartes, que estaba dispuesto a admitir,
llegado el caso, que nuestras ideas objetivas son tan febles como las
nociones que pueblan nuestros sueños, se convierte en un problema
filosófico central. Preguntaba Descartes, con toda seriedad: ¿cómo
podemos estar seguros de que lo que vemos, sentimos, oímos, ole­
mos no es sino producto de nuestra imaginación? ¿A qué prueba
decisiva, si es que la hay, podemos recurrir? Descartes creía que sólo
hay un método posible: la duda universal y radical. Ponlo todo en
duda (hasta el hecho de que dudas), hazlo sistemáticamente, y ob­
serva qué sale incólume. Es bien sabido cuál es el resultado, que se
encierra en la lapidaria frase «Pienso, luego existo». Aunque el dia­
blo se dedicase a sembrar el caos entre mis ideas más corrientes, en
las entrañas de mi sentido común, no por eso dejaría de haber un
sujeto pensante que sufre algún tipo de experiencia psíquica. Puedo
dudar del mundo, no puedo dudar de mi propia existencia. El «yo
que piensa» es el suelo firme en el que se puede cimentar una filo­
sofía inexpugnable.
Cogito, ergo sum (Pienso, luego existo) es, pues, «el principio
primero de la filosofía» tras el que andaba Descartes l0. Que se puede
* Reglas para la dirección del espirita, A. T., X , págs. 397-398.
10 Discurso del Método, cuarta pane. A, T., VI, pág. 32.
236 La magia de los números y el movimiento

concebir el pensamiento sin el cuerpo le parecía tan obvio, que in­


fería inmediatamente que el yo (o el alma, como Descartes, según
la terminología tradicional, lo llamaba) es «una sustancia cuya esen­
cia o naturaleza toda es, simplemente, el pensar, y que no requiere
de lugar ni depende de cosa material alguna para ser» No se
arredra Descartes ante la consecuencia que se desprende de lo ante­
rior: como la propiedad constitutiva del yo es el pensar, la mente
—incluso la de los niños recién nacidos— anda siempre atareada con
ideas 12.

La fuente de la certidumbre

El siguiente paso es preguntarse por qué la existencia del yo que


piensa es claramente indudable. ¿Cuál es el marchamo de esta evi­
dencia irresistible? Sólo, dice Descartes, que «veo muy claramente
que para pensar hay que existir». De donde estatuye «como regla
general que las cosas que concebimos muy clara y distintamente son,
todas ellas, verdad» 13.
Sabemos, de las Reglas para la dirección del espíritu, que Des­
cartes tomaba en un principio como espejo de claridad, no esta mi­
rada introspectiva a la naturaleza del yo, sino las demostraciones
matemáticas. Pero empeñado en evitar hasta la más ligera posibilidad
de error, a Descartes no le quedaba más remedio que reconocer que
hasta la geometría podía ser presa de la falacia lógica. Por lo unto,
la comprensión ideal (la «intuición» de las Reglas para la dirección
del espíritu) no podía ser ya la de índole matemática, sino la apre­
hensión intuitiva del yo como sujeto pensante.
La idea del yo, aprehendida clara y distintamente, se valida a sí
misma; que la idea de Dios, aprehendida clara y distintamente, hace
lo mismo, es el caballo de baulla de Descartes. La razón de que sea
así, arguye, es que el concepto de Dios tiene la característica única
de incluir su propia existencia. En otras palabras, la existencia es*1

" Ib ., pág. 33.


u Cana de Descanea a un corresponsal desconocido, de agosto de 1641, A. T.,
III, págs. 423-424; Conversación con Burman, dieciséis de abril de 1648, A. T., V,
pág. 149; cana a Amauld del cuatro de junio de 1648, Ib ., pág. 193; Meditaciones,
quinto conjunto de réplicas, A. T.t VII, págs. 356-357.
11 Discurso del Método, Pane II, A, T .. VI, pág. 33.
Meditaciones metafísicas 237

pane integral de la noción de Dios, y conocer verdaderamente a


Dios es saber que verdaderamente existe u . Se ha discutido larga­
mente sobre esta prueba, conocida por el nombre de argumento
ontológico, desde que la propuso por vez primera san Anselmo de
Canterbury en el siglo doce, y tan grande como ha sido la discusión
al respecto, escaso ha sido el acuerdo final. No nos interesa aquí su
validez formal, sino lo que nos pueda decir acerca del papel que la
idea de Dios desempeña en la filosofía natural de Descanes, y como
ejemplo de la confianza de Descartes en las ¡deas innatas.

Las ideas innatas y el lenguaje universal

Como hemos visto en el capítulo cinco, Descanes creía, desde


los primeros días de sus carrera filosófica, que nacíamos dotados de
«semillas de verdad» ,s. No dio nunca una explicación detallada del
papel que juegan las ideas innatas, pero su ¡mponancia es tan grande
como ubicua su presencia. La comunicación humana depende de que
sea accesible a todos. Ello se ve en la discusión que Descanes hace
en 1629 de una propuesta de lenguaje universal que Mersenne le
había remitido. N o sabemos nada acerca de este documento, pero
de la respuesta de Descanes se desprende que el proyecto propug­
naba un lenguaje muy regular cuyas inflexiones se indicasen con
prefijos o sufijos regulares. Descanes despreció la idea; decía de ella
que era trivial, lo que no es muy informativo, habida cuenta de que
decía de cualquier proyecto que se le enviase que era fácil si ¿1 era
capaz de llevarlo a cabo, o estúpido, si estaba más allá de sus posi­
bilidades. Le gustó, sin embargo, la idea en sí de lenguaje universal,
y señalaba que una lengua así presupondría

la ordenación de todas las ideas que puedan entrar en la mente humana en


analogía con el orden natural existente entre los números. Así como pode-*14

14 Ib., págs. 33-36; Meditaciones, meditaciones tercera y quinta, A. T., VIH,


págs.34-52, 63-71. Véanse Descartes* Philosopby ¡nterpreted According to tbe Order
of Reasons (La fdosofla de Descartes interpretada según el orden de las razones),
traducción al inglés de Roger Ariew en dos volúmenes de una obra de Martial Gué-
roult, vol. I, págs. 103-202, y del mismo autor, Nouvelles réflexions sur la preuve
ontologique de Descartes (París: Vrin, 1955).
14 Véase más arriba, capítulo cinco, pág. {101}
238 La magia de los números y el movimiento

m os aprender en un so lo día a nom brar y escribir en una lengua extranjera


todos los núm eros hasta el infinito (que es aprender a hacer una infinidad
de palabras diferentes), podríam os hacer lo m ism o con todas las palabras
que se necesiten para expresar todo lo que pueda aprehender la mente hu­
mana.

A quien posea la «verdadera filosofía», no le llevará más de cinco


o seis días «enumerar todos los pensamientos de los hombres» antes
de ponerse a determinar y explicar «las ideas simples» de las que
proceden. «Pues un lenguaje tal», añade Descartes, «es posible, y
podemos hallar la ciencia en que se base. Gracias a a él, los campe­
sinos juzgarían mejor la verdad que los filósofos hoy en día» 16. Es
como si Descartes pensase que el lenguaje es un mecano gigantesco.
Una vez tenemos los bloques constructivos básicos, podemos levan­
tar la estructura que nos plazca. O, por usar una terminología más
cercana a la del propio Descartes, cabe decir que si queremos tener
una ciencia genuina deberemos: (a) analizar las ideas complejas en
sus elementos más simples, y (b) reconocer que esos elementos sim­
ples no son el fruto de lo que se recibe por los sentidos, ni el re­
sultado de una construcción lógica, sino que Dios mismo los ha
implantado en nuestras mentes. Como Dios es infalible, nuestra cien­
cia también lo será con tal de que nos limitemos a describir fielmente
sólo lo que nuestras ¡deas representen clara y distintamente. Nuestra
física se basará entonces en Dios mismo.

La verdad eterna y la contingencia radical

Descartes insiste en que nuestras ideas dependen de Dios en la


correspondencia que mantuvo con Mersenne en 1630. Mersenne le
pregunta si discutirá en su Física la validez universal y verdad per­
manente de las matemáticas; Descartes le responde lo siguiente:

N o me olvidaré de tocar en mi Física varias cuestiones m etafísicas, y en


particular ésta: que las verdades matem áticas, a las que llam o eternas, han

16 Carta de Descartes a Mersenne del veinte de noviembre de 1629, A. T., I,


págs. 80-82. Véase más arriba, capítulo cinco, pág. , nota 31. Las esperanzas de
Descartes resuenan en la propuesta de un alfabeto de los pensamientos humanos de
Leibniz (G. W. Leibniz, Die Philosophischeti Schriftcn, ed., C.J. Gerhardt, siete vo­
lúmenes (Berlín, 1879-1890), facsímil (Darmstadt: Olms, 1978), vol. IV, págs. 64-65).
Meditaciones metafísicas 239

sido dispuestas por Dios, y dependen enteramente de El no menos que el


resto de Sus criaturas.

Esto es importante, pues la certidumbre de las matemáticas no


había quedado a salvo tras ser sometida a la duda radical. Era fun­
damental que se reivindicase su validez, pero sin poner en entredicho
el poder y la libertad de Dios. Para Descartes, nada hay fuera de
Dios que sea inmutable y eterno. Si las proposiciones matemáticas
son universalmente válidas, es porque Dios quiere libremente que lo
sean. Con el cuidado que ponía en que sus opiniones no se difun­
diesen, esta vez, en cambio, Descartes estaba ansioso de que se vo­
cease a los cuatro vientos esta idea de su filosofía. «Por favor, no
dudéis», le dice a Merscnne en la misma carta a continuación,

en afirmar y proclamar donde sea que es Dios mismo quien ha impuesto


estas leyes a la naturaleza, tal y como un rey impone las leyes a su reino.
No hay ni una sola que no podamos entender si ponemos toda nuestra
voluntad en ello. Todas ellas son innatas a nuestras mentes, tal y como un
rey estamparía sus leyes en los corazones de sus súbditos si tuviese el poder
de hacerlo ,7.

Esta doctrina es iluminadora, pero también embarazosa, pues hace


que no sólo las leyes de la física, sino todas nuestras ideas sean
radicalmente contingentes, por mucho que Descartes quiera, desde
el puesto privilegiado de su epistemología, aseverar que encontramos
dentro de nosotros ideas que tienen «sus propias naturalezas verda-17

17 Carta de Descartes a Mersenne del quince de abril de 1630, A. T., I, pág. 145.
Véanse también las cartas a Merscnne del seis y del veintisiete de marzo de 1630, ib.,
págs. 149-150, 151-154. Descartes no se priva de concluir que un ateo no puede tener
ciencia genuina: «N o niego que un ateo pueda saber claramente que los tres ángulos
de un triángulo son iguales a dos rectos, pero si asevero que ese conocimiento no es
verdadera ciencia, pues el conocimiento que puede acabar siendo dudoso no debería
llamarse ciencia» (Meditaciones, segundo conjunto de réplicas, A. T., V i l., pág. 141).
Se ha discutido mucho la doctrina de las verdades eternas de Descanes. Los siguientes
estudios me han parecido especialmente útiles: «Eterna! Truths and the Laws of
Nature: the Teológica! Foundations of Descanes’ Philosophy of Nature [Las verda­
des eternas y las leyes de la naturaleza: los fundamentos teológicos de la filosofía de
la naturaleza de Descanes}», de Margaret J. Osler, Journal o f the History o f Ideas 46
(1985), págs. 349-362, y Theology and the Scientific Imagina!ton from the Middle
Ages to the Seventeentk Century [L a teología y la imaginación científica de la Edad
Media hasta el sigla diecisiete!, de Amos Funkestein (Princeton: Princeton University
Press, 1986).
240 La magia de los números y el movimiento

deras e inmutables», a partir de las cuales podemos hacer ciertas


inferencias absolutas ,8. En otras palabras, hay una tensión radical,
¡nsoluble en el pensamiento de Descartes entre su reconocimiento
de que Dios es absolutamente libre y su aseveración de que algunas
de nuestras nociones son inmutables.
Los ejemplos que ponía Descartes para dejar bien sentada la con­
tingencia radical de nuestro aparato conceptual demuestran cuán le­
jos estaba dispuesto a llegar para responder a las críticas que se le
hacían. A Mcrsenne y sus amigos, que habían hecho objeciones a
sus Meditaciones, les replicaba que la suma de los ángulos interiores
de un triángulo es igual a dos rectos sólo porque Dios quiere que el
triángulo tenga esa propiedad ,9. Tras la publicación de las Medita­
ciones, declaró, ésta vez a Antoine Arnauld, que «no se atrevería
nunca a decir que Dios no puede hacer una montaña sin su valle o
que uno y dos no sean tres» *20. Estas afirmaciones son cruciales,
pues adscriben contingencia radical a las proposiciones matemáticas.
Parece que esto amenaza de ruina a la demostración a priori de la
existencia de Dios y el yo pensante ofrecida por Descartes, de esas
dos verdades que decía haber establecido más allá de toda duda.
Examinémoslas una a una.

Dios y el yo

En la quinta meditación, que desarrolla un argumento que, según


mi datación, se remonta al menos a 1629, Descartes sostiene que
ciertas ideas tienen un estar dadas que trasciende la mente que las
concibe:

Cuando, por ejemplo, me imagino un triángulo, hay, incluso aunque quizá


no exista o haya existido jamás semejante figura en algún lugar fuera de mi
pensamiento, una naturaleza determinada, o esencia, o forma del triángulo
que es inmutable y eterna. Y o no la he inventado, no depende de mi mente.

y unas páginas después, leemos:

'* Discurso del Método, Parte II, A, T., VI, pág. 64.
'* Meditaciones, sexto conjunto de réplicas, A. T., V il, pág. 432. Véase también
la carta de Descanes a Mesland del dos de mayo de 1644, A. T., V, pág. 224.
20 Cana de Descanes a Antoine Arnauld, 29 de julio 1648, A. T., V, pág. 224.
Meditaciones metafísicas 241

Pero cuando pondero esto más cuidadosamente, es bastante evidente que no


cabe separar más la existencia de Dios de su esencia de lo que cabe separar
el hecho de que la suma de los tres ángulos de un triángulo sea igual a dos
rectos de la esencia de un triángulo, o la idea de montaña, de la de valle.
Por lo tanto, no es menos incongruente pensar que Dios (es decir, un ser
supremamente perfecto) carece de existencia (es decir, que carece de una
perfección) que lo es concebir una montaña sin concebir al mismo tiempo
un valle 212.

De esta forma, ¡a la intuición que vincula la esencia de Dios con


su existencia se le da el mismo rango epistemológico que a esas dos
proposiciones matemáticas que Descartes socavaba en sus réplicas a
Mersenne y Amauld! ¿Hasta qué punto es en realidad convincente
una intuición como ésa? El argumento a favor de la manifestación
inmediata del yo se debilita de manera parecida cuando recurre en
él precisamente al mismo ejemplo numérico del que se dice en la
carta a Amauld que es verdad sólo porque así lo quería, contingen­
temente, Dios. En la tercera meditación, hallamos una ardorosa de­
claración en la que se invoca de nuevo la verdad de 2 + 3 = 5 como
ilustración de la indubitabilidad del yo intuido:

Quien pueda engañarme, que lo haga. Pero no será capaz de hacerme creer
que soy nada cuando pienso que soy algo, o hacer que sea verdad en algún
instante futuro que yo no he existido si es verdad que yo existo, o que dos
y tres hacen más o menos que cinco, o cualquier otra cosa de ese estilo, en
la que yo vea alguna contradicción manifiesta a .

El convencimiento espontáneo

El problema de la certidumbre de nuestras ideas no se les esca­


paba a los lectores de Descartes. Cuando le hicieron llegar su pro­
testa, la reacción inicial de Descartes fue expresar el fastidio que le
causaban los que «seguían amarrados por las dudas» a las que él
mismo había dado voz al principio de las Meditaciones. Sin embargo,
en el segundo conjunto de réplicas es más condescendiente, y explica
cuál es «la base en la que descansa toda certidumbre humana». A

21 Meditaciones, A. T., VII, págs. 64, 66.


22 Ib., pig. 36.
242 L a magia de los números y el movimiento

este notable pasaje no siempre se le ha concedido toda la atención


que merece, así que voy a citarlo por extenso:

Tan pronto como pensamos que percibimos correctamente algo, nos con­
vencemos espontáneamente de que es verdad. Ahora bien, si ese convenci­
miento es tan firme que no podamos nunca tener razón alguna que nos haga
dudar al respecto, entonces no habrá nada más que preguntar: tenemos todo
lo que razonablemente podemos querer. ¿Q ué podría suponer para nosotros
que alguien imaginase que todo eso de lo que estamos firmemente conven­
cidos que es verdad es, para Dios o uno de sus ángeles, falso, es decir, que
es, hablando en términos absolutos, falso f ¿Por qué debería preocupamos esa
falsedad absoluta, pues ni creemos en ella ni tenemos siquiera la más ligera
sospecha al respecto? Pues estamos hablando de un convencimiento tan
firme que no pueda ser destruido, y está claro que semejante convencimien­
to en nada se diferencia de la certidumbre más perfecta.

Una página más tarde, Descartes repite que deberíamos, simple­


mente, ignorar las críticas radicales de ese tenor;

Imaginar que tales verdades puedan parecer falsas a D ios o a un ángel no


es una verdadera objeción, pues la claridad de nuestra percepción no nos
permite escuchar a alguien que urda una historia de ese tipo 2>.

¡Pero el quid de la cuestión es que semejante objeción puede


suscitarla precisamente alguien que practique la duda radical que
Descartes recomienda! Descartes ha de retirarse a una de estas dos
posiciones: el fideísmo y el recurso al carácter moral de Dios. Hay
un ejemplo de la primera estrategia en el sexto conjunto de réplicas
a las objeciones a sus Meditaciones, donde se nos pide que creamos
en lo que nos es insondable: «No hace falta que nos preguntemos
cómo podría Dios haber hecho desde toda la eternidad que no fuese
verdad que dos veces cuatro hacen ocho y otras cosas así, pues
admito que es algo ininteligible para nosotros» 24.

" Ib ., págs. 144-145, la cursiva es mía. Cuando escribe a Mesland el dos de mayo
de 1644, hace la misma recomendación: no deberíamos intentar entender esto, pues
está más allá de nuestra naturaleza* (A. T „ IV, pág. 118).
’■* Meditaciones, A. T., VII, págs. 436.
Meditaciones metafísicas 243

La perfección moral

La segunda estrategia, de la que se suele pensar que es más sa­


tisfactoria que la otra, se basa en el carácter moral de Dios. El ar­
gumento discurre como sigue: metafísicamente hablando, no pode­
mos descartar que Dios nos haya dado una naturaleza condenada a
errar en las cosas más obvias, pero como la perfección pertenece a
la esencia de Dios, y la veracidad es una perfección, no puede decirse
que Dios engañe a sus criaturas, cosa que haría, sin embargo, si
errásemos sistemáticamente al hacer juicios que parecen obvios25.
Pero aunque estemos de acuerdo en que la perfección moral es en
efecto parte de la idea de Dios, se nos sigue dejando con analogías
matemáticas (2 + 2 = 4, 2 + I = 3, y que «la suma de los ángulos
interiores de un triángulo es igual a 180"») cuya certidumbre ha sido
desacreditada, y, con ella, también nuestra fe «absoluta» en la iden­
tificación intuitivamente aprehendida de esencia y existencia en que
se basa la prueba de la existencia de Dios. Si Dios es la garantía
necesaria de la objetividad de nuestras intuiciones, ¿cómo podemos
estar seguros de la validez de una de nuestras intuiciones antes de
conocer a Dios?
Hemos de recurrir a Dios, pues nuestros sueños son tan vividos
como las experiencias que sufrimos en la vigilia. En el adelanto de
las Meditaciones que ofrece en el Discurso del Método, Descartes
fundamenta explícitamente en el Ser Supremo la regla de la claridad
y la distinción:

Lo que ahora tomo por norma, a saber, que lo que concebimos clara y
distintamente es verdad, se valida sólo porque Dios es o existe, y es un ser
perfecto, y todo lo que tenemos nos viene de él 2S.

Igualmente, Descartes cimenta el edificio entero de sus ciencia en


esta capacidad que nos da Dios de alcanzar conocimientos válidos.
En la tercera parte de los Principios de Filosofía, el libro de texto
oficial de la ciencia cartesiana, leemos que, cuando las inferencias
matemáticas a partir de principios claros y distintos están de acuerdo
con los fenómenos,

® Discurso del Método, cu aru parte. A, T ., VI. p ies. 38-39.


* Ib ., pág. 38.
244 La magia de los números y el movimiento

parecería que estuviésemos injuriando a D ios si sospechásemos que las cau­


sas de las cosas, que hemos descubierto de esta manera, no fuesen las ver­
daderas, como si D ios nos hubiese hecho tan imperfectos que el uso correc­
to de nuestra razón nos condujese a error 27.92*

En el último artículo de los Principios de Filosofía, se nos recuer­


da de nuevo que la certidumbre absoluta

se basa en un fundamento metafísico, a saber, que Dios es el bien supremo,


y no quiere, de manera alguna, engañarnos; por lo tanto, la facultad que
nos ha dado de distinguir la verdad de la falsedad no nos puede llevar a
error mientras la usemos con propiedad y percibamos las cosas con nitidez 2®.

En el segundo conjunto de réplicas, del que reproduje más arriba


un párrafo, Descartes estaba dispuesto a admitir la posibilidad de
que nuestra epistemología no llegue nunca a concordar con la onto-
logía que parece requerir. ¡Podemos estar absolutamente seguros
epistemológicamente hablando incluso aunque lo que creamos sea,
estricta, ontológicamante hablando, completamente falso! En el pa­
saje que acabo de reproducir de los Principios de Filosofía, sin em­
bargo, Descartes recurre a la bondad de Dios para sostener su ase­
veración de que las leyes básicas de la naturaleza son o intrínseca­
mente evidentes por sí mismas, o enteramente deducibles por el ra­
zonamiento lógico a partir de premisas evidentes por sí mismas. Que
ésta era la más profunda de sus convicciones, se desprende clara­
mente de una carta que le escribió a Henry More en 1649:

En física, no hay explicación que me satisfaga a menos que posea la nece­


sidad que llamáis necesaria o contradictoria —excepción hecha de lo que
sólo se puede saber por experiencia, como, por ejemplo, que no hay más
que un sol o una luna alrededor de la tierra, y cosas por el estilo w.

27 Principios de Filosofía, tercera parte, artículo 43, A. T., VIII-1, pág. 99.
2* Ib ., parte IV, articulo 206, pág. 328.
29 Caita de Descartes a Henry More del cinco de febrero de 1649, A. T., V,
pág. 273.
Meditaciones metafísicas 245

Las certidumbres creadas por Dios

N o se puede negar que Descartes fue incapaz de conciliar total­


mente las tendencias escéptica y fideísta de su pensamiento, pero si
nos esforzamos en determinar hacia donde se inclinaba más, parece
que vendría a ser más o menos hacia algo como esto: Dios, habiendo
escogido libremente una determinada matemática y una determinada
materia, implantó en nuestra mente las ideas que les correspondían.
No podemos acceder a un mundo platónico más allá del espacio y
del tiempo; lo único que no nos está vedado es un conjunto de ideas
innatas muy ligadas al lugar y al momento. Podemos hacer deduc­
ciones a priori y aseverar que nuestras conclusiones son objetivas
porque: (a) Dios creó tanto el mundo como nuestras ideas innatas,
y (b) Dios es veraz. O como dice Descartes en el Discurso del Método-.

He observado que hay leyes que D ios ha estatuido a la naturaleza y cuyas


ideas ha implantado en nuestras mentes, tales que, tras adecuada reflexión,
no podremos dudar que todo lo que exista o se haga en el mundo las
cumplirá exactamente .

¿Qué pasa con el concepto de cuerpo, el mío y tantos otros que


me tocan de una forma u otra, con los que permanentemente estoy
en contacto? Descartes basa de nuevo sus argumentos a favor de que
aceptemos la realidad de los cuerpos (y de la materia en general) en
la bondad y poder de Dios. Una deidad todopoderosa y benévola
no permitirá que nuestros sentidos nos comuniquen sensaciones sis­
temáticamente erróneas. Pero si existen tanto la mente como la ma­
teria, y la materia es independiente de la mente, ¿qué es la materia?

La materia: algo extenso y maleable

En la segunda meditación investiga Descartes la naturaleza de la


materia a partir de un trozo de cera. Creo que ya pensaba en este
argumento en 1629, pero vendrá bien reproducirlo aquí en toda su
extensión tal y como se publicaría más tarde y haría famoso:

Pensemos en esas cosas de las que se suele creer que las entendemos con

” Discurso del Método, Parte II, A, T., VI, pág. 41.


246 La magia de los números y el movimiento

más claridad que a cualquiera otra, a saber, los cuerpos que tocamos y
vemos; no los cuerpos en general —pues tales percepciones suelen ser algo
más confusas— sino uno en particular. Tom em os, por ejemplo, este trozo
de cera. Se le ha sacado hace muy poco del panal; no ha perdido aún todo
el sabor a miel; conserva algo del aroma de las flores de las que se lo
recolectó; su color, forma y tamaño se perciben inmediatamente; es duro y
frío, fácilmente manejable, y si lo golpeáis con el dedo, se produce un so­
nido; de hecho, posee todo lo que se necesita para que conozcamos un
cuerpo tan distintamente como es posible. Pero ahora, mientras hablo, lo
acercan al fuego: pierde todo su sabor, el aroma se evapora, el color cambia,
su forma se deshace, su tamaño aumenta, se vuelve líquido y caliente, apenas
es manejable, y si se lo golpea en estos momentos, no hace sonido alguno.
Después de todo esto ¿sigue siendo la misma cera? Debe admitirse que sí;
nadie lo niega, nadie piensa lo contrarío.
¿Q ué había en la cera, pues, que se comprendía tan nítidamente? Cier­
tamente, nada que se pueda alcanzar con los sentidos; pues todo lo que cae
bajo el gusto o el olfato o la vista o el tacto o el oído ha cambiado, y, sin
embargo, la cera sigue siendo la misma.
Quizá fuese lo que pienso ahora: que la cera misma no era la dulzura
de la miel, ni la fragancia de las flores, ni la blancura, ni la figura, ni el
sonido, sino un cuerpo que poco antes se me hacía perceptible bajo esas
formas, y ahora bajo otras diferentes. ¿Q ué es precisamente, pues, lo que
imagino? Parémonos a pensar, y, retirando esas cosas que no pertenecen a
la cera, veamos qué queda: obviamente, sólo algo extenso, flexible y muta­
ble 31.

Hay algo de engañoso en la sencillez de este análisis. Podemos


interpretarlo fácilmente como si fuese un argumento que demuestra
directamente que la cera no consiste en sus cualidades sensibles, pues
todas ellas pueden cambiar sin que la cera deje de ser cera, y, en
cambio, no puede perder la propiedad de la extensión, es decir, de
ocupar espacio, sin dejar al mismo tiempo de existir. Como señala
Bernard Williams, si el argumento fuese antes que nada un argu-

51 Meditaciones, A. T „ VII, pág. 30. Le debo mucho al magnífico libro de Ber­


nard Williams Descartes: the Project o f Puré Enquiry /Descartes: el proyecto de ¡a
indagación pura] (Harmondworth: Penguin Books, 1978). Sobre las Meditaciones,
véanse también el libro de Martial Guéroult citado en la nota 14; de Anthony Kennv,
Descartes: A Study o f His Phtlasophy ¡Descartes: Estudio de su Filosofía/ (Nueva York:
Random House, 1968); de J.L . Beck, The Metaphysics o f Descartes: A Study o f the
Meditations /L a Metafísica de Descartes: Estudio de ¡as Meditaciones] (Oxford: Cla-
rendon, 1965); y de Margaret Dauler Wilson, Descartes (Londres: Roudedge & Ke-
gan Paul. 1978).
Meditaciones metafísicas 247

mentó sobre la identidad de la cera, no sería precisamente, ni siquie­


ra para Descartes, lo que se dice irrefutable. La cera tiene cierta
forma y volumen, pero no necesariamente una forma y un volumen
dados. Cuando se la calienta, cambia de forma, pero no deja de tener
alguna forma. De una manera o de otra, será extensa; en otras pa­
labras, siempre es flexible y mutable. Incluso aunque admitiésemos
que la extensión indeterminada es una propiedad esencial de la cera,
no por ello dejaría de ser también el color indeterminado una ca­
racterística de la cera. Cambiar de color es cambiar de color, y no
es cambiar de estar coloreado a ser incoloro. En palabras de Bemard
Williams, «del cambio de cierta cualidad de una cosa en ciertas cir­
cunstancias, en absoluto se sigue que dicha cualidad haya de quedar
excluida de la enunciación de la esencia de la cosa» 32.
No parece que esta dificultad inquietase a Descartes; ello indica
que su propósito no era tanto penetrar en la naturaleza de la cera
como en la naturaleza de la materia, lo que queda aún más claro en
un pasaje de sus Principios de la Filosofía en el que inspecciona una
lista de cualidades sensibles, tales como el color, la fragancia, el peso
y el calor, y las desecha en razón de que podemos concebir cuerpos
que carecen de alguna de ellas }3.
Partía Descartes de la noción de cuerpo, «de la que se suele creer
que es la que entendemos con más claridad», y procedía a mostrar
que nuestra aprehensión inicial de la noción es confusa. La noción
clara de cuerpo, es decir, que es «algo extenso, flexible y mutable»,
sólo sale a luz gracias de un proceso de clarificación. Descartes re­
calca que ni se la puede construir a partir de la evidencia sensible,
ni representarla adecuadamente mediante imágenes. Llega en la se­
gunda meditación a esta conclusión:

Debo admitir, pues, que no imagino de ninguna manera qué es esta cera,
que lo percibo sólo con mi mente; y me refiero a este trozo de cera en
particular, pues en cuanto a la cera en general, ello es aún más claro. ¿Qué
es, pues, esta cera que sólo percibe la mente? Es precisamente esa misma
que veo, y toco, e imagino, la misma que yo creía que existía desde el
principio. Pero— y esto es importante— no se la percibe ni con la vista, ni
con el tacto, ni con la imaginación, y nunca fue así, por mucho que lo
pareciera en un principio; se la percibe sólo con la inspección de la mente,*1

M Bemard Williams, Descartes: the Project o f Puré Enquiry, pág. 217.


11 Descartes, Principios de la Filosofía, pane dos, articulo II, A. T., VIU-1, pig. 46.
24S La magia de ios números y el movimiento

que puede ser imperfecta o confusa, como era en un principio, o clara y


distinta, como es ahora, en la medida en que le preste yo más o menos
atención a lo que la cera es M.

Innata y única

La concepción de la cosa extensa no depende de los sentidos y


la imaginación (con lo que Descartes no niega que los cuerpos se
perciban con los sentidos o puedan ser imaginados), pues es fruto
inmediato del intelecto, una idea innata 3S. En la quinta meditación,
la primera parte de cuyo título reza «La esencia de las cosas mate­
riales», Descartes identifica la ¡dea innata de materia con la idea
innata de cantidad, definida esta como longitud, anchura y profun­
didad, en otras palabras, el volumen espacial.

Imagino con claridad esa cantidad que los filósofos suelen llamar continua,
o la extensión en longitud, anchura o profundidad de la cantidad o, más
bien, de una cosa que posea esa cantidad. Puedo enumerar varías partes en
ella, y asignar a esas partes varios tamaños, figuras, posiciones y movimien­
tos locales, y a esos movimientos varías duraciones M.

Identificar materia y extensión era algo al mismo tiempo sencillo


y atractivo. Era fácil, porque Descartes presuponía que para descu­
brir el atributo esencial de la materia bastaba con aclarar la noción
que tenía en su cabeza. La aclaración misma, como hemos visto,
consistía tan sólo en inspeccionar la ¡dea y preguntarse qué era lo
que se veía forzado a pensar cuando se preguntaba qué era la ma­
teria. Tenía que pensar en la extensión, al menos, pero (y éste era
el punto difícil) en nada más. Como no podía pensar en la materia
sin pensar en la extensión, Descartes creía que tenía una garantía
intuitiva que le permitía decir que la materia es, simplemente, exten­
sión.
La identificación era atractiva, porque si la extensión es la única
propiedad esencial de la materia, entonces los cielos y la tierra tienen
que estar formados de la misma materia. La vieja teoría que sostenía*

M Descanes, Meditaciones, A. T., VII, pág. 31.


” Meditaciones, sexto conjunto de réplicas, A. T .. V il, pág. 441.
* Ib., pág. 63.
Meditaciones metafísicas 249

que los cuerpos celestes estaban formados de un tipo de materia


especial queda descartada. ¡Los grandes problemas se resuelven di­
solviéndolos! Además, si es posible reducir otras propiedades, el
sonido o el calor, por ejemplo, a la extensión, o derivarlas de la
extensión, entonces el universo material se puede describir adecua­
damente en términos puramente geométricos. La física se convierte
en geometría aplicada, y la metodología de las ideas claras y distintas
extiende su imperio a la ciencia.

Las cualidades primarías y secundarías

Nos puede ser útil contrastar el tratamiento que Descartes Ies da


a las que luego se llamarían cualidades secundarias (el color, el so­
nido, el calor y el frío) con el que les da Galileo. El italiano arguye
que las sensaciones, las cosquillas o el sentirse acalorado, son res­
puestas subjetivas a las propiedades objetivas de figura, tamaño y
movimiento de las partículas extensas con las que nos encontramos.
Descartes llega a la misma conclusión, pero su método es mucho
más radical. La razón sola, sin ayuda de los sentidos, zanja la cues­
tión de la constitución de la materia. La información sensorial, sea
de la clase que sea, no es pertinente en la discusión. Que esto arroje
una sombra de duda sobre la utilidad de los experimentos no le
parece una desventaja a Descartes.
Galileo pregunta algo como lo siguiente: SÍ paso una pluma por
la planta del pie de alguien y le hago reír, ¿está la risa en la pluma? 17
Por supuesto que no, responde, ¡no hay otra cosa en la pluma que
una extensión dada que se mueve a cierta velocidad! A Galileo le
interesaba identificar cuáles eran las cualidades que residen en tos
objetos mismos. También a Descartes, pero éste planteaba una pre­
gunta de índole distinta, a saber, ¿en qué estoy obligado a pensar
cuando considero el movimiento de una sustancia material? Galileo
habría respondido que debemos pensar en todo un cúmulo de pro­
piedades, tales como la figura, el tamaño, el número, la distancia y
la velocidad. La respuesta de Descartes es que se ha de pensar for­
zosamente en la extensión sólo. Las demás cualidades primarias no

i7 Galileo Galilei. // Saggiatore. Opere, vol. VI, pág. 348; citado en The Contra-
versy on the Comett of 1618 (La controversia de los cometas de 1618], de C.D.
O ’Malley (Filadelfia: University of Pennsylvania Press, 1960), págs. 309-310.
250 La magia de los números y el movimiento

tienen más que un rango secundario en cuanto que modos de la


extensión, y no forman parte de la esencia de la sustancia material.
La intuición de la razón pura establece entre las cualidades primarias
una jerarquía: todas residen en los cuerpos físicos, pero en distintos
niveles.
Del análisis precedente se desprende claramente que Descartes
presuponía que tenía una idea nítida no sólo de la materia en general,
sino de determinaciones particulares de figuras y tamaños, es decir,
de cosas concretas. Cuando afirma que tiene la idea de un triángulo
cuya «naturaleza, o esencias, o forma es inmutable y eterna, y no
inventada por mí» 38, no diferencia entre la concepción abstracta de
un triángulo y un triángulo real. Pero, puede uno objetar, ¡la con­
cepción abstracta de un triángulo no es la concepción de un objeto
material en absoluto! Esta objeción la hizo el filósofo francés Pierre
Gassendi. He aquí cómo la resume Descartes:

Algunas mentes de primera categoría [¡viniendo el elogio de Descartes, no


es adulación precisamente!] creen que ven claramente que la extensión ma­
temática, que establezco como el principio fundamental de mi física, no es
sino una idea, y que ni existe, ni puede existir fuera de mi mente, pues no
es más que una abstracción que formo a partir de los cuerpos físicos.

«Aquí», dice Descartes, «está la objeción de las objeciones». Pero


no se molesta en responderla. Más bien se burla de ella, como si
fuese sólo una negación del pensamiento racional y una invitación a
comportarse «como los monos y los loros», y se mofa de los simios
y psitácidas que le critican: «Por lo menos, tengo el consuelo de que
vinculen mi física con la matemática pura, a la que que por encima
de todas las cosas deseo que se parezca» 39. No vacilaría nunca Des­
cartes en su creencia. Un año antes de su muerte prematura en Sue-

38 Descanes, Meditaciones, A. T., VII, pág. 64.


39 Cana de Descartes a Clcrselier, en la que replica las objeciones de Gassendi,
del doce de enero de 1646, A. T., IX -1. págs. 212-213. También Lcibniz y Newton
llegaron a la conclusión de que las propiedades geométricas de los cuerpos sor.
precisamente las que excluyen lo que los hace materiales, que, en sus respectivas y
bastante diferentes concepciones, era la fuerza. Sobre Leibniz, véase Lcibniz, Dyna-
miqiie et Métaphysique, de Manial Guéroult (París: Aubier-Montaigne, 1968), y Leib-
niz, Critique de Descartes, de Yvon Bélaval (París: Gallimard, 1960). Sobre Newton,
véase Newton on Matter and Activity fLas ideas de Newton sobre la materia y la
actividad], de Ernán McMullin (South Bcnd, Ind.: University of Notre Dame Press,
1978).
Meditaciones metafísicas 251

cía, ie escribe a Henry More, que había indicado que su filosofía se


tendría en pie aunque se abandonase la identificación de materia y
extensión:

N o admito lo que cortésmente concedéis, a saber, que mis otras ideas se


sostendrían incluso aunque se refutase lo que he escrito sobre la extensión
de la materia, pues está entre los fundamentos principales, y, en mi opinión,
más seguros, de mi física 40.

Descartes no podía negar, sin embargo, que la noción correcta


de cuerpo o materia requiere algo de esfuerzo, hasta de la imagina­
ción. Le confiaba a la princesa Isabel (de todos sus corresponsales,
con la que ejercía más brillantemente su faceta pedagógica) que por
mucho que la extensión fuese conocida mediante el intelecto sólo,
la verdad era que se la aprehendía «mucho mejor si la imaginación
ayudaba al intelecto». Añadía, significativamente, que «las matemá­
ticas, que ejercitan sobre todo la imaginación en el estudio de figuras
y movimientos, nos adiestra en la formación de nociones realmente
nítidas del cuerpo» 41. Obsérvese que Descartes no se limita a hacer
una aseveración poco comprometida, que la geometría (en el sentido
euclídeo de la palabra, o en el gráfico) nos ayuda a entender el
comportamiento de la materia; al contrario, se atreve a defender esta
otra, mucho más fuerte: que nos ayuda a concebir qué es la materia.
¡ La extensión claramente conocida es extensión claramente imagina­
da!

El papel privilegiado de las matemáticas

Aunque el objeto de las matemáticas «no consista sino en varias


relaciones o proporciones», Descartes cree que éstas han de serlo de
líneas, «pues no hallé nada ni más simple, ni que se pudiese repre­
sentar más distintamente ante mi imaginación y sentidos» 42. La in­
teligibilidad clara e indudable que Descartes quiere se da cuando se
realizan, o ven, las proporciones entre líneas, qt¿e Son el tipo más

40 Carta de Descartes a Henry More del cinco de/tebrero de 1649, A. T¡, V,-
pág. 275. / '
41 Carta de Descartes a la princesa Isabel del veinttochp dé junio de 1643, A. T.,
III, pág. 692. I-
42 Descartes, Discurso del Método, tercera parte, A\ T.,\V1, pág. 20.
252 La magia de ios números y el movimiento

simple de extensión. El objeto propio de la ciencia es, pues, la ex­


tensión y la comparación de extensiones. Como sabemos de las R e ­
g la s p a r a la d irecció n d e l e sp íritu , debemos asegurarnos siempre «de
que cada problema se reduzca de manera que lo único que quede
sea descubrir cierta extensión a partir de la comparación con alguna
otra que ya nos sea conocida» 43. Gerd Buchdahl sostiene que Des­
cartes «pasa de mantener que el estudio científico de la naturaleza
p re su p o n e que se la co n sid e re en cuanto que extensión, a defender
que la naturaleza (material) es esencialmente equivalente a la exten­
sión, y que esto por sí solo justifica que postulemos la existencia de
una verdadera ciencia» 44. Puede que Descartes se deslizase incons­
cientemente de la epistemología a la ontología, pero no es así como
veía él las cosas. Se veía a sí mismo como alguien que preconiza que
to d o s lo s a trib u to s de los cuerpos presuponen la extensión, precisa­
mente como «no es concebible una figura sin una cosa extensa, ni
el movimiento sin el espacio extenso» 4S. Cree que la extensión les
es evidente por sí misma a todos lo que piensen claramente en ello.
Sus contrarios no sólo estaban equivocados, estaban ciegos, o al
menos tenían una venda sobre los ojos.
La ilimitada confianza de Descartes en sí mismo y en su método
gira alrededor del papel o misión a la que se sentía llamado como
filósofo natural. Lo que esperaba lograr era algo a lo que ningún
filósofo moderno aspiraría ni en sus más descabalados sueños. Desde
Kant, los filósofos dan por supuesto que su tarea consiste en analizar
las teorías científicas a la luz de lo que creen que es humanamente
conocible, y sentar los resultados científicos en el campo del cono­
cimiento crítico. A Descartes, esto le habría parecido un trabajo
menor. N o quería explicar la práctica científica vigente, sino legislar
qué procedimientos habría de seguir la ciencia en adelante. Su meta
era formular un programa general capaz de generar resultados fiables
en la esfera de la ciencia. Cuando era sólo un joven y brillante
matemático, la claridad y certeza de las matemáticas le fascinan. Allá
por 1619 da con una nueva manera de trisecar ángulos y un nuevo
método de obtener medias proporcionales, y en las R e g la s p a r a la
d irecció n d e l e sp íritu declara que la certidumbre de las matemáticas
se debe a la simplicidad de sus objetos y el rigor de sus deducciones;

41 Descartes, Reglas para la dirección del espíritu, regla 14, A. T., X , pig. 447.
44 Gerd Buchdahl, Metaphysics and the Philosophy o f Science, p ígs, 89-90.
45 Descartes. Principios de Filosofía, Parte I, artículo 53, A. T., V1I1-I, pág. 25.
Meditaciones metafísicas 253

por lo tanto, «para encontrar el recto camino de la verdad debemos


ocupamos sólo de objetos susceptibles de tanta certidumbre como
lo son las demostraciones matemáticas y geométricas» 46. La certi­
dumbre de las matemáticas emerge del crisol de la duda universal
avalada por la bondad y benevolencia de Dios. La pureza conceptual
de su objeto, la extensión, queda incólume.

Incólume, pero bajo el fuego teológico

Descartes podía tomarse a broma a Gassendi, y hablar de su


crítica como si fuese cosa de monos, pero en realidad no le quedaba
más remedio que tomársela en serio. Era de índole teológica, y tenía
que ver con el dogma de la transubstanciación, que había sido defi­
nido en el Concilio de Trento (1545-1563). Según dicho dogma, en
la misa, durante la consagración, la sustancia del pan y el vino se
convierte en el cuerpo y sangre de Cristo, sin que cambien los ac­
cidentes (es decir, las cualidades secundarias tales como el color y
el sabor) del pan y el vino. Como, según la explicación de la materia
que ofrecía Descartes, la sustancia corpórea es extensión y las cua­
lidades secundarías son meramente subjetivas, no es posible que los
accidentes genuinos puedan conservarse una vez se han convertido
el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo. Antoine Arnauld,
el más incisivo de los críticos de Descartes, formulaba la objeción
como sigue:

Es artículo de nuestra fe que, cuando la sustancia del pan desaparece del


pan en la eucaristía, de éste sólo subsisten los accidentes; esos accidentes
son la extensión, la figura, el color, el sabor y las otras cualidades sensibles.
Ahora bien, M. Descartes piensa que no hay cualidades, sino sólo ciertos
movimientos de los diminutos corpúsculos que nos rodean, por medio de
los cuales percibimos esas diferentes impresiones a las que damos los nom­
bres de color, sabor y olor. Sólo permanecen la figura, la extensión y la
movilidad. Pero el autor niega que estas propiedades sean inteligibles si se
las abstrae de alguna sustancia a la que sean inherentes, y sostiene, pues,
que no pueden existir sin tal sustancia 47’.

Descartes, Reglas para la dirección del espíritu, regla 2, A. T., X , pág. 366.
47 Meditaciones, cuarto conjunto de objeciones. A. T., V il, pigs. 217-218. Sobre
las ideas de Descanes tocantes a la explicación física de la eucaristía, véase Theologia
C artesiana, de Jean-Robert Armogathe (La Haya: Maninus Nijhoff, 1977),
págs. 41-81.
254 La magia de los números y el movimiento

Cuando replica a Arnauld, Descanes se atreve a interpretar (era


peligroso para un laico) el decreto del Concilio de Trento. El Con­
cilio, observa, emplea la palabra species, no la palabra accidens, y
species significa «lo que puede actuar en los sentidos». Para Descar­
tes, se trata simplemente de la superficie del cuerpo, que, según él,
es una fina película de aire que, propiamente hablando, no pertenece
ni al pan ni a los cuerpos contiguos, sino que es la frontera común
a unos y otros 48. Cuando la sustancia del pan se convierte en otra
sustancia de manera que ésta quede enteramente contenida dentro
de los límites del pan y el vino, «se sigue necesariamente que la
nueva sustancia actuará en nuestros sentidos exactamente de la mis­
ma manera en que lo habrían hecho el pan y el vino si no hubiese
habido transubstanciación» 49. Descartes, más aún, estaba convenci­
do de que su explicación de la materia era en realidad muy benefi­
ciosa para la teología católica:

Si puedo decir aquí la verdad libremente y sin ofender, me atrevo a esperar


que llegará el día en que esa concepción según la cual hay realmente acci­
dentes, la desacreditarán los teólogos por ser irracional, incomprensible y
peligrosa para la fe, y que la mía será puesta en su lugar, y tenida por cierta
e indudable w.

Descartes era demasiado optimista en sus esperanzas. Como él


señalaba, el Concilio de Trento había, en efecto, empleado la palabra
species en vez de la palabra accidens, pero si se leía atentamente el
decreto, estaba claro que la palabra se usaba para referirse a los
accidentes genuinos y no a lo que se quiera decir que excita de
alguna manera los sentidos. Tras la guerra de palabras tenía lugar la
guerra de ideologías. Pero Descartes no deseaba verse enredado en
una disputa teológica, y tenía el convencimiento de que el camino

«Nuestra concepción de U superficie no debería basarse en la figura extema


del cuerpo que sienten nuestros dedos; hemos de tener en cuenta también los dimi­
nutos huecos que hay entre las particulas de harina que forman el pan .... Y como
el pan no pierde su identidad aunque se sustituya el aire o alguna materia de otro
tipo que haya en sus poros, está claro que esa materia no pertenece a la sustancia del
pan. Por lo tanto, la superficie del pan no es la puramente exterior, sino la superficie
que rodea inmediatamente sus partículas individuales». (Meditaciones, A. T ., Vil,
págs. 250).
44 Ib., pág. 251.
*° Ib., pág. 255.
Meditaciones metafísicas 255

del cielo tan abierto estaba para los ignorantes como para los sabios.
En todo caso, sentía también vivamente que su filosofía era una
salvaguardia, lo mismo para ignorantes que para sabios, contra las
cabalas de los teólogos. El pensamiento recto y la fe verdadera iban
mano con mano. Por eso deseaba «por encima de todas las cosas»,
como lo dijo a Franz Burman, «ver la teología escolástica erradica­
da» s*.

El reloj viviente

Menos sensible teológicamente quizás, pero más urgente filosó­


ficamente era el problema de la naturaleza de los seres vivos en un
mundo en el que sólo hay dos clases de sustancias: la espiritual,
definida como algo que piensa, y la material, definida como exten­
sión. Los cuerpos vivos difícilmente pueden ser incluidos en la pri­
mera clase, y si pertenecen a la segunda, no pueden ser sino materia
en movimiento, en otras palabras, máquinas. Descartes creía que
eran, en efecto, máquinas, y empleó sus fuerzas en mostrar qué
consecuencias tenía ello. En la segunda pane de E l Mundo, publi­
cada postumamente con el título de Tratado del Hombre, describe
el cuerpo humano como un autómata, y lo compara a las estatuas y
figurines hidráulicos que parecen moverse a su libre arbitrio en los
jardines públicos:

En verdad, podemos comparar los nervios de la máquina que estoy descri­


biendo cono los tubos de los mecanismos de esas fuentes, sus músculos y
tendones con los varios artilugios y muelles que les dan movimiento, y sus
espíritus animales, con el agua que las impulsa, de los cuales el corazón es
la fuente, y las cavidades del cerebro, el conducto principal del agua. Ade­
más, la respiración y otras acciones naturales ordinarias que dependen del
flujo de los espíritus son como los movimientos de un reloj o molino a los
que regule el flujo ordinario de agua. Los objetos ordinarios, que actúan en
los órganos de los sentidos con su mera presencia, y así hacen que se mue­
van de varias maneras según como estén dispuestas las partes del cerebro,
son como extraños que, al entrar en algunas de las grutas de esas fuentes,
causen involuntariamente el movimiento que se produzca entonces, por ser
imposible que entren allí sin pisar en ciertas losas dispuestas al efecto. Por
ejemplo, si se acercan a Diana en su baño, harán que se oculte entre las

41 Conversación con Burman, 16 de abril de 1648, A. T „ V, pág. 176.


256 La magia de los números y el movimiento

cañas [véase la figura 1], y si la persiguen, provocarán que Neptuno les salga
al paso y les amenace con un tridente; o si van en otra dirección, a causa
de ello saldrá un monstruo marino y les echará agua a la cara H.

F ig u r a i

B Tratado del Hombre [Traite de l'Homme], A. T ., XI, págs- 130-131, cursiva


mía; la traducción inglesa de Thomas Steelc Hall (Cambridge, MA: Harvard Univer-
sity Press, 1972) incluye además un comentario histórico y analítico muy útil y el
texto francés de 1664 (París: jacques Le Gras), publicado dos años después que la
imperfecta traducción al latín de Florentius Schuyl (Renatus des Caries, De Homñ/e
(Lcyden, Apud Franciscum Moyardum et Pctrum Leffen, 1662). El Tratado del Hom­
bre era la segunda parte de su tratado general sobre El Mando. Sabemos gracias a la
correspondencia de Descartes que empezó a trabajar en él en el verano de 1632 (véase
la caita de Descartes a Mersenne escrita a Finales de junio de 1632, A. T „ I, pág. 254,
y la carta al mismo corresponsal escrita en noviembre o diciembre de ese año, ib.,
pág. 263). Sobre la Filosofía de la biología de Descartes, véase Descartes* Medica!
PhÚosophy: the O ig a n te Solution to the Mmd-Body problem [La filosofía médica de
Meditaciones metafísicas 257

Aunque Descartes no lo diga explícitamente, describe en este


párrafo los autómatas instalados en una gruta de los jardines reales
de Saint-Germain-en-Laye, bien de memoria, bien a partir de los
grabados de un libro del ingeniero Solomon de Caus, de donde está
sacada nuestra ilustración 53*. Descartes creía que el funcionamiento
del cuerpo humano podía explicarse exhaustivamente gracias a los
principios que gobiernan el movimiento de figuras como ésas.
Pero si el cuerpo es una máquina, ¿cómo se le une la mente? La
respuesta obvia, como la mente y el cuerpo son sustancias distintas,
parece que sería indicar que la relación sólo puede ser externa y
análoga a la que el conductor tiene con un coche, una secretaria con
un procesador de textos o, menos anacrónicamente, un piloto con
un barco. Como dice Antoine Arnauld, «el cuerpo es sólo el vehí­
culo del espíritu, de donde se sigue la definición del hombre como
espíritu que usa un cuerpo* Pero Descartes pensaba que esto era
demasiado poco; ya había afirmado en la sexta meditación que la
mente no usa sin más el cuerpo como si de un instrumento se tra­
tase. La naturaleza me enseña que estoy unido a mi cuerpo, y lo
que enseñe la naturaleza ha de tener alguna verdad en sí, pues la
naturaleza «es o Dios mismo, o el orden y disposición de las cosas
creadas establecido por Dios» 5S. Además, está claro, a partir de
«mis sensaciones de dolor, hambre, sed, etc.», añade seguidamente
Descartes,

Descartes: la solución orgánica dle problema mente-cuerpo], de Richard B. Cárter


(Baltimore: John Hopkins University Press, 1983).
55 Solomon de Caus, La raison des forces motivantes avec dsverses machines tant
útiles que plaisantes ausquettes sont adjoints plusieurs desseins de grates et fontaines
(Frankfurt: J. Norton, 1615). El grabado está reproducido en la traducción inglesa
del Tratado del Hombre, pág. i». En sus Cogitationes Prtvatae, escritas entre 1619 y
1621, Descartes pone el ejemplo de una muñeca que baila sobre una cuerda y una
paloma mecánica (A. T., X , págs. 231-232). Nicolás Poisson, que pudo ver los ma­
nuscritos de Descartes, dice también que « d más ingenioso de esos artilugios era una
perdiz a la que hacía volar un spaniel» (Nicolás Poisson, Commentaire ou Remarque
sur la Méthode de Rene Descartes (Vendóme, 1670), pág. 156, citado en A. T „ X ,
pág. 232). Si se quiere un estudio de los autómatas del siglo diecisiete, véase «Autó­
mata and the Origins oí Mechanisúc Philosophy (Los autómatas y los orígenes de la
filosofía mecanicista]», de Derek J. de Solía Pnce, Technology and Culture i (1964),
págs. 9-42.
H Meditaciones, cuarto conjunnto de objeciones, A. T., VII, pág. 203.
* * Ib ; pág. 80.
258 La magia de los números y el movimiento

que no estoy en mi cuerpo como un piloto en un barco, sino muy estre­


chamente unido a ¿I, o, puede decirse, entrelazado con él, de manera que
¿1 y yo formamos un todo. Si no fuese así, cuando mi cuerpo estuviese
herido, yo, que no soy nada sino un ser pensante, no sentiría dolor, pues
sería sólo el intelecto quien percibiría la herida, tal y como el marino percibe
con sus ojos si hay algo defectuoso en su barco **.

La mente y el cuerpo constituyen una unidad, y la naturaleza no


permitirá que se niegue este hecho empírico. Pero ¿cómo y dónde
interactúan? Descartes pensaba que había encontrado el punto exac­
to de la interacción: la glándula pineal. La figura 2 ilustra el proceso
en el caso de la visión. Hay una correspondencia punto a punto
entre el patrón del objeto ABC, el patrón en la imagen retina! 1, 3,
5, el patrón de la proyección de esa imagen en el fondo de las cavi­
dad cerebral 2, 4, 6, y el patrón del efluvio de «espíritus animales»
a través de la superficie de la glándula pineal a, b, c. Estos «espíritus
animales» son las partículas más pequeñas y más agitadas de sangre
que llegan ai cerebro. Fluyen de a, b, c hacia los tubos 2, 4, 6, que
dilata la tracción que sobre ellos ejerce la imagen en 1, 3, 5 *57.
En el caso de la volición, por ejemplo, cuando vuelvo a propósito
mis ojos hacia alguna parte, la mente interviene en el flujo de espí­
ritus que sale de la glándula pineal; en consecuencia, algunos tubos
se dilatan, y se produce una fuerza sobre los músculos de los ojos,
que los hace girar. La mente no crea nuevos movimientos, sólo cam­
bia la dirección de los espíritus animales, que ya estaban en movi­
miento. De esta forma se respeta el principio de conservación del
movimiento.
No se puede decir precisamente que la localización del punto en
que se produce la interacción de la mente y el cuerpo resuelva el
problema de la acción de una mente inmaterial en un cuerpo mate­
rial, pues una «idea» no es sino un efluvio de espíritus que sale de

“ Ib ., pág. 81.
57 Tratado del Hombre, A. T., XI, págs. 175-176. Descartes había observado la
glándula pineal en animales, pero fue incapaz de hallarla en una mujer, cuyo cerebro
había diseccionado Adrizan van Walckenburg en una clase de anatomía a la que asistió
en Leyden en 1637. Cuando Walckenburg le dijo que nunca había podido verla en
cerebros humanos, Descartes llegó a la conclusión de que se descomponía muy rá­
pidamente después de la muerte (carta a Mcrsenne del uno de abril de 1640, A. T.,
III, pág. 49). Sobre la interpretación pre-cartesiana de la glándula pineal, véase la nota
135, págs. 86-87, de la traducción al inglés del Tratado del Hombre de Thomas Steele
Hall.
Meditaciones metafísicas 259

Figura 2

la glándula pineal y reproduce cierto patrón, es decir, es sólo una


diferenciación de la res extensa o materia ss. Esta línea principal del
pensamiento cartesiano, a saber, la insistencia con que se distingue
la mente del cuerpo, choca sin remedio con una segunda línea que
salva la unidad de la persona 59. Pero la última palabra de Descartes
sobre este tema, que aparece en las Pasiones del alm a, de 1650, el
año de su muerte, no despeja el misterio:

El cuerpo de un hombre vivo difiere del de un hombre muerto en lo mismo


que un reloj, o cualquier otro autómata (es decir, cualquier otra máquina
que se mueva a sí misma), cuando se le ha dado cuerda y tiene en sí el
principio corpóreo del movimiento para el que se lo ha diseñado y todo
aquello que se requiera para que actúe, difiere del mismo reloj o de cualquier

M En el Tratado del Hombre, donde Descartes describe la máquina totalmente


carente de mente, las ideas son necesariamente materiales (A. T., XI, págs. 185-186).
Nos dice que «cuando haya un alma racional en esta máquina, se asentará principal­
mente en el cerebro, y residirá en él a modo de regulador» (pág. 132), pero no cómo
se desmaterializan las ideas.
w Un joven profesor de la universidad de Utrecht, Henry De Roy, o Regius,
defendía que se seguía de la filosofía cartesiana que la unión del alma y el cuerpo es
sólo accidental. Descartes le escribió inmediatamente para corregirle: «Cuando quiera
y donde quiera que tengáis la oportunidad, en público o en privado, debéis confesar
que creéis que el hombre es verdaderamente un ser único, y que no ¡o es sólo acci­
dentalmente, y que la mente y el cuerpo están unidos real y sustancialmente» (carta
a Regius de enero de 1642, A. T „ III, pág. 493).
260 La magia de los números y el movimiento

otra máquina cuando está roto y deja de actuar el principio de su movimien-

El animal máquina

La predisposición de Descartes a creer que los animales son au­


tómatas es consecuencia de su dualismo. Donde no hay mente, sólo
puede haber materia. Pero ¿y qué pasa con algo tan evidente como
que los animales no carecen del todo de mente, pues pueden apren­
der y comunicarse? Descartes insiste en que no hay en verdad prue­
bas de que los animales disfruten de razón. Algunos animales, como
los loros, tienen órganos que Ies permiten pronunciar sonidos, pero
no los pronuncian inteligentemente, en el sentido de que piensen lo
que dicen, entiendan el significado de las palabras o inventen nuevos
signos para comunicar sus ideas. Los animales muestran signos de
sus sentimientos, pero éstos no son más que reflejos automáticos.
Descanes creía que un autómata que tuviese el aspecto exterior de
un mono nos engañaría siempre, y que la mayor destreza de los
animales no demuestra que posean mentes *61. «Muestran más bien»,
como dice en el Discuso del Método,

una completa carencia de razón, y que es la naturaleza la que actúa en ellos


según la disposición de sus órganos, como un reloj, que está hecho de ruedas
y pesos, puede dar las horas y medir el tiempo más correctamente que
nosotros, con toda nuestra sabiduría u .

*° Las Pasiones del Alma [Passions de l'ám e], A. T., XI, págs. 350-331.
61 Víase el Discurso del Método, quinta parte, A. T „ VI, págs. 56-59; la carta a
Reneri de abril o mayo de 1638, A. T., II, págs. 39-41 (acerca de la dirección y fecha,
véase la pág. 728); Meditaciones, cuarto conjunto de réplicas, A. T., VII, págs. 219-221;
la carta al marqués de Ncwcastle del veintitrés de noviembre de 1646, A. T., IV,
págs. 573-576. Cuando Henry More se alista en defensa de cotorras y loros (carta a
Descartes del once de diciembre de 1648, A. T., V, pág. 244), Descartes repite sus
argumentos con una matización importante: admite que no podemos probar estric­
tamente que los pájaros carezcan de razón, y que se había limitado a hacer juicios
probables, en este caso el juicio abrumadoramente probable de que los animales no
tienen mentes (carta a More del cinco de febrero de 1649, A. T., V, págs. 276-277).
M Discurso del Método, quinta parte, A, T., VI, pág. 59. Sobre la negación por
Descartes de que los animales tuviesen alma, véase From Beast-Machine to Man-Ma-
cbine [D e la bestia-máquina a l hombre-máquina], de Leonora Cohén Rosenfcld (Nue­
va York: Octagon Books, 1968). págs. 4-25. El punto débil de la idea de la bestia-
Meditaciones metafísicas 261

Tendemos a pensar que los animales son algo más que máquinas
porque vemos que realizan acciones parecidas a las nuestras. Así
como atribuimos el origen de los movimientos de nuestros cuerpos
a nuestras mentes, suponemos espontáneamente que los animales
también tienen mentes o algún principio vital. Todo lo que esto
prueba, según Descartes, es que tenemos que embridarnos, y no
precipitarnos a inferir cosas acerca de la supuesta vida animal. Pero
¿cómo sabemos que las personas que conocemos no son sofisticados
robots con forma humana? La prueba a pasar es, cree Descartes, el
uso del lenguaje y la capacidad de crear símbolos. Hasta las personas
más estúpidas, dice, saben ordenar palabras para expresar pensamien­
tos, y los mudos pueden aprender o inventar signos con los que
hacerse entender 63.

El prodigio del movimiento

Los comentaristas suelen resaltar el carácter reductivo de la filo­


sofía de la biología de Descartes. Despoja a los animales de sus
«almas sensibles», y los conviene en máquinas completamente, al
menos en principio, inteligibles. Pero no se han resaltado tanto dos
interesantes consecuencias de esa radical división de la realidad en
dos mundos, el de la materia y el del espíritu, que Descanes postula.
La primera concierne a la posición y dignidad del hombre, la segun­
da al uso de los argumentos de propósito, o causas finales, en la
ciencia. Ambas tienen relación con la visión del mundo, religiosa en
última instancia, de Descanes.
No cabe duda de que Descanes consideraba que la mecanización
de la vida animal era un paso importante en pro de la reafirmación
de la posición única del hombre, pues de ella se sigue que la dife­
rencia entre el hombre y los animales no es sólo de grado. En el
sumario del Tratado del Hombre que se da en la quinta pane del*

máquina era claramente la existencia del dolor. Mersenne le preguntó a Descartes


cómo explicaba que los animales padeciesen dolor si no tenían alma. N o sufren dolor,
respondió Descartes, pues hay dolor sólo cuando hay entendimiento. Los animales
no hacen otra cosa que desarrollar esos movimientos externos que en el hombre son
síntomas de dolor sin experimentar la correspondiente sensación mental (carta a Mer­
senne del once de junio de 1640, A. T., III, pág. 85).
** Discurso del Método, quinta parte, A, T., VI, págs. 57-58.
262 La magia de los números y el movimiento

Discurso del Método, Descartes lo deja perfectamente claro: «He


mostrado que el alma racional, al contrario que las otras cosas de
las que he hablado, no puede ser generada por la potencialidad de
la materia, sino que ha de ser creada aparte». «Pues con la excepción
del error de los que niegan a Dios», continúa,

no hay nada que lleve a los espíritus débiles más lejos del recto sendero de
la virtud que imaginar que las almas de las bestias son de la misma natura­
leza que las nuestras, y que, por lo tanto, tras esta vida nada habremos de
temer o esperar, como las moscas o las hormigas. Pero cuando recapacita­
mos y vemos cuánto difieren las bestias de nosotros, entendemos mucho
mejor las razones que prueban que la naturaleza de nuestra alma no depende
en nada del cuerpo, y, en consecuencia, que no ha de morir con él. Y como
no podemos concebir otra causa que destruya el alma, nos vemos natural­
mente llevados a concluir que es inm ortalH.

Descartes no pensaba en una mera posibilidad teórica. Una carta


que le escribió aJ marqués de Newcastle revela que en el párrafo
anterior alude a los influyentes escritos de Montaigne y Charron 6S.
En sus Essais, Montaigne decía que los animales se comunican entre
ellos como hacen los humanos, y Charron, en De la Sagesse, sostenía
que el sabio es tan diferente del hombre común como éste es dife­
rente de las bestias. Pesada tarea se imponía Descartes al querer
mostrar que todo signo de actividad mental de los animales no es
sino el resultado de un mecanismo. La exaltación del hombre re­
quiere la degradación de los animales. Pero la maravilla de la mente
se gana al precio de atribuirle a la materia en movimiento la capa­
cidad de realizar hazañas casi milagrosas.
La segunda consecuencia importante de la reducción del mundo
material a sistema mecánico es la eliminación de las explicaciones
telcológicas, es decir, la explicación de las estructuras físicas por su*14

M Discurso del Método. quima parte, A, T., VI, págs. 59-60. Liben Froidmont
intentó volver contra Descanes sus propios argumentos afirmando que éstos podían
usarse tamo para demostrar que los animales no tenían alma como para negar que el
hombre la tenga (cana de Froidmont a Plempius del trece de septiembre de 1637, A.
T., I, pág. 403). Descanes replicó diciendo que «las almas de las bestias no son otra
cosa que su sangre», y con dos citas de las Escrituras [Levitico, capítulo 17, versículo
14, y Deuttronomio, capítulo 12, versículo 23) como aval (cana a Plempius del tres
de octubre de 1637, ib., pág. 414).
** Carta de Descanes al marqués de Newcastle del veintitrés de noviembre de
1646, A. T., IV, pág. 573.
Meditaciones metafísicas 263

propósito u objetivo. Descartes podría haber hecho suyo el lamento


de Francis Bacon por «que el empleo de causas finales en física haya
desplazado a la indagación de las causas físicas, y hecho que los
hombres se conformen con causas engañosas y sin sustancia, y no
busquen jamás, seriamente, las reales, verdaderamente físicas» 66. Ya
en las Reglas para la dirección del espirita ponía Descartes el ejemplo
de una figura de Tántalo que vio en cierta ocasión. Estaba Tántalo
en lo alto de una columna colocada dentro de un recipiente, y daba
la impresión de arder en deseos de beber; cuando se vertía agua en
el recipiente, ascendía hasta rozar sus labios, y entonces escapaba
súbitamente del vaso. La sorpresa que experimentaban los especta­
dores cuando pasaba esto se debía a la falsa impresión de que era
cosa de teleología o de un designio preconcebido. Parecía que había
alguna conexión entre el hecho de que se escapase el agua y los
labios de Tántalo, cuando, en realidad, nada tenía que ver con éstos,
pues sólo se debía a la altura alcanzada por el agua y la colocación
del oculto desagüe. El centrar la atención en los labios de Tántalo,
que tan resecos parecían, y en la sed que entonces cabía imaginar
que le torturaba, sólo servía para distraer a los que miraban de la
indagación de las verdaderas causas mecánicas 67.
Así como la minimización de la vida animal era la otra cara de
la exaltación del hombre, el rechazo de la teleología lo era de la
glorificación de la sabiduría infinita e inescrutable de Dios, que Des­
cartes ensalza en la cuarta meditación: «mi propia naturaleza es muy
débil y limitada, mientras que la de Dios es inmensa ... me basta
esta razón para pensar que la busca de causas finales es totalmente
inútil en física» 68. Cuando Gassendi le objetó que a menudo sabe­
mos qué propósito persigue una cosa sin saber cómo está hecha (por
ejemplo, sabemos para qué sirven las válvulas del corazón aunque
no sepamos de qué material están hechas), Descartes replicó que la
causalidad final es sólo causalidad eficiente disfrazada 69. Todo lo
que podemos saber del reino de los fines es que Dios es la causa*•

“ Francis Bacon, Dignity and Advancement o f Leam ing [D ignidad y progreso de


la educación/, libro III, capítulo IV, en Works [O bras/ de Francis Bacon, editadas
por J. Spedding, R. L. Eslic, et al., catorce volúmenes (Londres, 1857-1874), facsímil
(Stuttgart-Bad Canstatt: Frommann, 1963), vol. IV, píg. 363. Shea revisa esa traduc­
ción en su cita.
47 Reglas para la dirección del espíritu, regla 13, A. T ., X , págs. 435-436.
* • Meditaciones, A. T ., V il, pág. 55.
«* Ib., págs. 374-375.
264 La magia de los números y el movimiento

final y eficiente del universo. Decir que «el hombre es el fin de la


creación» o que «los cielos están hechos para la tierra y la tierra para
mí» le parece a Descartes una gran impertinencia 70. Sólo nos está
permitido maravillarnos de los impenetrables decretos de Dios, y
confiar en su providencia. La filosofía mecánica hace del hombre un
ser único, y pone a Dios por encima de todo lo que pueda encerrarse
en humanas analogías.

70 Cana de Descanes a la princesa Isabel del quince de septiembre de 1645, A.


T., IV, pág. 292.
Capítulo 9
DESTEJER EL ARCO IRIS

Descartes empleó la mayor parte de sus primeros nueve meses


en Holanda en su tratado de metafísica. Pero muchos eran sus in­
tereses, y volvía con frecuencia a los problemas de óptica que tanto
le habían ocupado durante los años parisinos. Puede, de hecho, que
se retirase a Franeker en 1629 porque allí podía asistir a las diserta­
ciones de Adriaen Metius, que había publicado en 1614 un par de
libros en tos que contaba que su hermano, Jacob Metius, había in­
ventado el telescopio en 16Q8, atribución que Descartes repite en la
Optica '.1

1 Adriaen Metius, Nieuve geographische ordcrwysinghe (Franeker, 1614), pig. 15,


e Instituriones astronomicae el geographicae. Fondamentaie ende grondelijcke orderwy-
singe van de sterre-konst (Franeker, 1614), págs. 3-4, citado y traducido en The ¡n -
vention o f the Telestope, de Albert van Helden (Filadelfia: American Phtlosophical
Socicty), 1977, pág. 48. Descartes dice que el descubrimiento de Jacob Metius se debió
al ajuste fortuito de una lente cóncava y una lente convexa (O ptica, A. T., VI, págs
81-82). Van Helden cree que Jacob Metius y Hans Lipperhey, a quien Descartes no
menciona, consiguieron hacer, independientemente el uno del otro, un telescopio.

265
266 La magia de los números y el movimiento

El artesano Jean Ferrier

Hemos visto en el capítulo siete que Descartes sólo podía darles


a sus lentes la curvatura correcta con la ayuda, que le era indispen­
sable, de Mydorge y Ferrier, esa curvatura que había determinado
gracias a su descubrimiento de la ley de la refracción. Gracias al
talento superior de Mydorge como dibujante y a la habilidad técnica
de Ferrier, se pudo construir una lente hiperbólica. La construcción
de una cóncava estaba más allá de sus posibilidades, lo que dejó
insatisfecho a Descartes, que siguió pensando en ello hasta que hubo
pasado mucho tiempo de su marcha de París. Puede que la metafísica
sea más importante que la óptica, pero nadie, ni siquiera Descartes,
podía vivir en tan exaltadas regiones más de unas pocas horas al
día 123. En el tiempo que le quedaba libre, Descartes le daba vueltas
a la mejora de su técnica de construcción de lentes, y el dieciocho
de junio de 1629 le escribe a Ferrier que se le ha ocurrido una ¡dea
brillante:

Desde que me marché, he aprendido mucho sobre las lentes, hasta el punto
de que ahora es posible hacer algo que va más allá de todo lo que se ha
visto hasta ahora. Parece tan fácil y tan cierto, que, al contrario que antes,
apenas si tengo dudas acerca del lado técnico del asunto }.

Descartes quería atraer a Ferrier a Holanda, pero no le decía


nada de la naturaleza de su descubrimiento, con el pretexto de que
no es fácil comunicar cosas de interés práctico por escrito. Si Ferrier
quisiese compartir su «vida salvaje» por unos pocos meses, el éxito
no podría escapárseles. Le pidió que tomase sus herramientas y via­
jase a Dort, donde podría hacerle llegar dinero por medio de Isaac
Becckman, rector de la universidad local, con quien todavía estaba
de buenas. ¡Hasta le aseguraba que era más seguro viajar de D on a
Franeker que dar una vuelta por las calles de París!

1 Descartes le confiaría m is tarde a la princesa Isabel que no gasuba nunca m is


que «muy pocas horas por año a materias que sólo sean relativas al entendimiento»
(carta del veintiocho de junio de 1643, A. T., III, pigs. 692-693).
3 Carta de Descartes a Ferrier del dieciocho de junio de 1629, A. T., I, pig. 13.
Destejer el arco iris 267

Intimidad a toda costa

Si Descartes estaba dispuesto a adelantar dinero en el puerto de


llegada, ¿por qué no le ofreció a Ferrier mandarle dinero a París?
La razón está en la obsesión que Descartes sentía por la intimidad
(hoy en día habría tenido un número de teléfono que no aparecería
en la guía y por señas un apartado postal). «Si pudiere haceros llegar
dinero en París», le escribía a Ferrier, «sin descubrir mis señas (lo
que no deseo que ocurra), os pediría que me trajeseis una pequeña
cama plegable, pues las de aquí no tienen colchón, y son de lo más
incómodas». Ferrier no debía decirle a nadie, ni siquiera a Mydorgc,
que Descartes había escrito, y si se decidía a ir a Holanda, debería
hacerlo en secreto *.
No corrió Ferrier a hacer las maletas. Al contrario, le pidió a
Descartes que le ayudase a hacerse con un apartamento en el Louvre,
privilegio reservado a los artistas y artesanos en boga. Descartes hizo
lo que se le pedía, y a finales del verano le da las gracias a un amigo
de París por haber ayudado a Ferrier, «quien, os lo aseguro, no es
sólo un hombre honesto y agradecido, sino alguien que carece de
rival en todo cuanto hace». Y le explica qué esperaba haber conse­
guido si Ferrier se le hubiese unido:

Hay una rama de las matemáticas a la que llamo la ciencia de los prodigios,
pues nos enseña cómo usar el aire y la luz de forma tan admirable que
gracias a ella podemos producir todas las ilusiones que los magos dicen
hacer por medio de demonios. Por lo que sé, jamás se ha puesto en práctica
esta ciencia, y no conozco a nadie que no sea él [Ferrier] que pueda hacerlo.
Sostengo que él es capaz de hacer todas esas cosas, aunque luego no me
quede más remedio que reconocer que no son sino niñerías. N o os ocultaré,
sin embargo, que si le hubiese persuadido de dejar París, le habría dado
empleo aquí, y pasado en su compañía las horas que, si no, pierdo en juegos
o conversaciones inútiles 45.

4 Ib ., pág. 15.
5 Carta a un corresponsal desconocido fechada en septiembre de 1629, ib.,
págs. 19-21. El editor de la correspondencia de Mcrsenne sugiere que el destinatario
era el franciscano, y la (echa, agosto de 1629 (Corresptmdance du P. Marín Mersermt,
vol. II, págs. 250-253).
268 La magia de los números y el movimiento

La soledad en la ciudad

Por septiembre, sin embargo, Descartes empezaba ya a sentirse


cansado de la vida en una pequeña ciudad de provincias holandesa,
y a caer en la cuenta de que no le daba más intimidad que las
localidades francesas de las que había huido. Según su biógrafo,
Adrien Baillet, se trasladó a Amsterdam en octubre de 1629. Sabe­
mos cuáles eran sus sentimientos gracias a una carta que le escribiría
algo más tarde a su amigo Guez de Balzac:

Por encantadora que pueda ser una casa en el campo, siempre le faltarán la
mayor parte de las comodidades de que se disfruta en la ciudad. N i siquiera
la soledad que se busca llega alguna vez a ser completa. Estoy dispuesto a
reconocer que podréis encontrar una cascada que inspiraría hasta a la lengua
más gárrula, y un valle tan retirado que la exaltaría y transportaría, pero no
os será tan fácil escapar de un montón de vecinillos que de cuando en
cuando os molestarán, y cuyas visitas serán más pesadas que las que tengáis
que recibir en París. Pero ahora, en esta gran ciudad en la que vivo, todos,
menos yo, se dedican a sus negocios, y buscan tan fervientemente aumentar
los beneficios, que podría pasarme la vida entera sin que nadie se percatase
de mi existencia 6.

Desde que Descartes se trasladó a Amsterdam, ya no tema sen­


tido que mantuviese su invitación a Ferrier, o que esgrimiese eso de
que la mejora de las lentes sólo podía explicarse de palabra. Como
veremos en la segunda parte de este capítulo, a Descartes había ve­
nido a interesarle en el verano de 1629 un problema de óptica dife­
rente, pero relacionado con los que le habían tenido hasta entonces
ocupado, a saber, la explicación del arco ¡ris. El trabajo en ese tema
no le dejaba tiempo para seguir trasteando con instrumentos en pos
de unas lentes mejores. El ocho de octubre escribió retirando la
invitación, con el amable lenguaje, eso sí, de una rectificación a me­
dias. Tras encarecerle a Ferrier que se diese prisa con el instrumento
que se le había pedido que hiciese para Jean-Baptiste Morin (segu­
ramente un cuadrante equipado con un telescopio), añadía: «Desea­
ría que estuvieseis aquí, pero, por lo que sé de vuestros propios
asuntos, no puedo esperar que se cumpla mi deseo. Además, estamos*

* Carta de Descartes a Guez de Balzac del cinco de mayo de 1631, A. T. , 1,


pág. 203.
Destejer el arco iris 269

en una estación que os parecería inapropiada; tendríamos que espe­


rar hasta el próximo verano» 7.

La construcción de lentes

Por lo que se refería al avance técnico que había logrado, Des­


cartes le explicaba ahora a Ferrier que se trataba tan sólo de una
modificación de la máquina de la que le había hablado en París, que
consistía en lo siguiente: constaba de tres partes: un rodillo AB
(véase la figura 1), una regla CD que atraviesa el rodillo, y un cilin­
dro EF que se mueve entre las placas G H e IK, y da forma a la
lente con uno de sus extremos, E ó F.

7 Carta de Descartes a Ferrier del ocho de octubre de 1629, A. T., I, pág. 33. Por
qué es más incómodo viajar en octubre que hacerlo a principios de la primavera no
está claro. Pero de lo que se trataba es de que Ferrier leyese entre líneas. Descartes
le escribió a Mersenne ese mismo día para que le encontrase a Ferrier trabajo en París
{ib., págs. 24-25).
270 La magia de los números y el movimiento

Este dispositivo no había funcionado bien cuando se le puso a


prueba en París, y lo que se le había ocurrido a Descartes era em­
plearlo, no para dar forma directamente a las lentes, sino a una paleta
PMON, que se aplicaría luego a las lentes para darles la deseada
curvatura PNO. En esta versión mejorada, la regla CD que se des­
liza por un agujero en el rodillo AB se fija rígidamente al rodillo,
y desaparece el cilindro EF, pues el giro de CD con AB produce
en L la línea deseada. La paleta NM se aprieta entre las placas GH
e IK, y se la presiona contra la regla C D , lo que le confiere la forma
PNO ; en una segunda operación se le da un borde cortante. Una
vez hecho esto, se aplica la paleta contra una piedra de amolar todo
lo blanda que sea preciso, a la que se transfiere la curva PNO. Una
vez hecho esto, se aplica la lente SR (véase la figura 2) contra la
piedra, y se le da la forma deseada.

F ig u r a 2

La intuición del artesano

Descartes le promete a Ferrier que le enviará diagramas con el


siguiente correo, y termina su carta pidiéndole que le escriba des­
cribiéndole con sus propias palabras el procedimiento que acababa
de explicarle. «Por miedo», añade con aires de superioridad Descar­
Destejer el arco iris 271

tes, «a que creáis haberlo entendido cuando en realidad se os esté


escapando algo importante» 8. Ferrier cumplió al recibo de la instruc­
ciones de Descartes, y su carta es una lección de claridad cartesiana.
No sólo da cuenta de que la curva es una hipérbola (aunque Des­
cartes no había empleado la palabra), sino que ofrece una descrip­
ción del instrumento que mejora la del propio Descartes. Se muestra
consciente además de varias dificultades prácticas que Descartes ig­
noraba o sobre las que había preferido callar, tales como: (a) se
necesitan dos paletas, pues la que se use para la cara cóncava de la
lente no valdrá para la convexa; (b) si la regla CD se sujeta rígida­
mente al rodillo AB, sólo tocará el punto N cuando suba o baje; (c)
basta con una placa o tablero, no dos, como decía Descartes; (d) el
abrasivo (asperón o esmeril) colocado entre el tomo y la lente des­
gastará rápidamente la piedra del tomo; y (e) la paleta se volverá
roma al restregarla contra la piedra.
Ferrier exhibe verdaderamente su maestría cuando sugiere varias
mejoras, entre ellas las siguientes: (a) que la piedra de amolar sea de
hierro o bronce; (b) colocarla sobre la lente, para que no se pierda
demasiado deprisa el abrasivo; (c) hacer la piedra de amolar y el eje
de una pieza; (d) verter agua mezclada con aceite sobre la piedra
para que el abrasivo se adhiera a su superficie; (e) evitar el uso de
dientes y ruedas, porque nunca encajarán tan bien que no se formen
bultos y huecos diminutos; y (f) darle a la lente de manera basta la
forma que se desea antes de moldearla a la perfección con la máquina
de Descartes. Ferrier añade (lo que Descartes ni siquiera menciona­
ba) que la piedra que se emplee para dar forma a la cara convexa ha
de tener forma de polea (es decir, cóncava), y que no se desgastará
por igual.
La carta termina con un poco de chismorreo. Al parecer, Mydor-
ge no sólo enseña un método para determinar el punto focal de una
lente, sostiene, además, que él es su autor. «Sé», dice Ferrier, «que
ese secreto no os es desconocido, y que el susodicho caballero sólo
sabe lo que vos le habéis enseñado». Esta pequeña calumnia se debía
seguramente a que Ferrier estaba resentido con Mydorge, al que le
oyó una vez quejarse de que no podía encontrar un constructor de
lentes decente. Ferrier se sentía profundamente herido, y se desaho­
ga con Descartes:*

* Carta de Descartes a Ferrier del ocho de octubre de 1629, ib., pág. 36.
272 La magia de los números y el movimiento

Me tiene en tan poca estima que no cree que yo sea capaz de entender o
emprender la cosa más simple. ¡H asta llega a decirlo en mi presencia! Re­
conozco mis limitaciones, pero es que nadie me ha dado instrucción alguna,
excepto vos, señor, a quien tanto debo, y eso debería excusarme. Este des­
precio, sin embargo, no me descorazona hasta el punto de hacerme perder
mi deseo de comprender, de privarme de mi gusto por el verdadero cono­
cimiento científico que sólo personas de vuestra excelencia pueden comuni­
carme. He hecho mía la ambición de que se me conozca por algo que esté
por encima de lo ordinario 9.

La voz del maestro

En una larga carta fechada en Amsterdam el trece de noviembre


de 1629, Descartes escribe que está de acuerdo con que las lentes
convexas y cóncavas requieren paletas distintas, y que no hace falta
disponer de dos placas o tableros. Ferrier había señalado que no era
conveniente fijar rígidamente la regla C D al rodillo AB, e indicaba
que sería mejor hacerla pasar por el rodillo. Descartes creía, sin
embargo, que era posible conservar su diseño original con tai de que
se presionase la paleta NM contra la regla con un peso o muelle l01.
Saber cambiar con habilidad la velocidad de rotación de la piedra de
amolar y del tomo es de importancia crucial; Descartes lo llama
«uno de los principales secretos del artilugio»:

Al hacer, como es necesario, que una sea más rápida y el otro más lento,
podréis lograr formas tan perfectas como sea humanamente posible. Pero la
razón en que hayan de estar dichos movimientos sólo puede llegar a cono­
cerse gracias a la práctica; por así decirlo, aunque fueseis un ángel, no lo
haríais tan bien el primer año como lo haréis en el segundo " .

9 Cana de Ferrier a Descanes del veintiséis de octubre de 1629, ib., pág. 51. La
cana va de la pág. 38 a la pág. 52.
10 Cana de Descanes a Ferrier del trece de noviembre de 1629, ib., pág. 54.
Cuando escribió, pocos años después, su Optica, Descanes se dio cuenta de que
Ferrier tenía razón, y modificó la descripción de su instrumento de manera que la
regla atravesase el rodillo y pudiese moverse arriba y abajo. El peso o muelle presiona
ahora contra el rodillo en vez de contra la paleta (Optica, discurso X, A. T., VI,
pág. 217), No se hace mención de Ferrier, cuyo conmovedor deseo de que se le
conociese «por algo que esté por encima de lo ordinario» debía de despenar poca
simpatía en el corazón de alguien a quien semejante deseo no le era extraño.
11 Ib., págs. 59-60.
Destejer el arco iris 273

La rueda debe presionar continuamente la lente, y si Ferrier no


encontrase la forma de hacerlo, Descartes le promete con demasiada
confianza en sí mismo que le dirá cómo lograrlo, olvidando que
acaba de admitir que el problema no es sólo de diseño, sino de
habilidad artesana también. Le dice además a Ferrier que no se sor­
prenda si parece que las lentes casi no están curvadas, y que las pula
con el mayor cuidado con madera o gamuza. La carta nos hace saber
también que Descartes planeaba usar lentes plano-convexas y plano­
cóncavas en el telescopio, pues le dice a Ferrier que las «lentes para
pulgas» (es decir, magnificadoras) son diferentes, y hay que darles
forma por ambas caras. Le enseña entonces a Ferrier cómo trazar
una hipérbola con dos compases. Se trata de la construcción mecá­
nica que se describe en la Optica, y Descartes asevera que es tam­
bién, por lo que él sabe, la que emplea Mydorge ’2.
Problema más delicado (Descartes habla de «un gran secreto»)
es la determinación de la inclinación de la máquina que moldea las
lentes. Le comunica a Ferrier su método, pero también le confiesa
que es plenamente consciente de que no podrá haber resultados sa­
tisfactorios antes de un año o dos de duro trabajo. SÍ Ferrier estu­
viese dispuesto a ponerse manos a la obra, «me atrevería a esperar
que gracias a vos podríamos ver si hay seres vivos en la luna» ,J.
¡Tales eran las grandes esperanzas que Descartes ponía en el poder
de los telescopios dotados de lentes adecuadamente moldeadas!

El artesano recriminado

Ferrier no dio acuse de recibo de la carta de Descartes, y el


veinticinco de enero de 1630, Descartes escribió a Mersenne pregun­
tándole si aquél había terminado el instrumento que estaba haciendo
para el astrónomo Jean-Baptiste Morin. Mersenne le contestó que
Ferrier ¡ya no trabajaba para Morin, y se preparaba para dejar París
y unirse a Descartes en Holanda! Semejante noticia le produjo a
Descartes lo que sólo puede describirse como una conmoción. Ha­
biendo dejado Franeker por las distracciones e intimidad que una
gran ciudad, Amsterdam, podía proporcionarle, no le apetecía cargar
con un huésped. El disgusto le arrancó de su calma filosófica, y se*1

11 Véase más arriba, págs. (217-218).


11 Carta de Descartes a Ferrier del trece de noviembre de 1629, A. T., I, pág. 69.
Véase arriba, página 108.
274 La magia de los números y el movimiento

despachó a gusto contra Ferrier en una carta que le escribió a Mer-


senne: le reprochaba que no hubiese contestado a sus dos largas
cartas, «que más que cartas parecían libros». Era una gran injusticia
que dijese esto, pues Ferrier había respondido a la primera carta de
Descartes con una lista de sugerencias prácticas que tenía más de
cuatro mil palabras. Descartes decía incluso que la reluctancia de
Ferrier a dejar París era lo que le había llevado a abandonar las
habitaciones que había tomado en Franeker

en un pequeño castillo, separado por un foso del pueblo, en el que se decía


Misa a seguro. Si él hubiese venido, habría comprado muebles y alquilado
parte del edificio para establecer independientemente nuestra residencia. Has­
ta había contratado ya a un joven que sabía cocinar al estilo francés, y estaba
decidido a no moverme de allí en tres años. En ese tiempo, él lo habría
tenido para construir lentes según mis diseños y adquirir una maestría que,
más adelante, le habría proporcionado honor y provecho. Pero tan pronto
como supe que no vendría, cambié mis planes, y ahora me dispongo a
navegar a Inglaterra en un plazo de cinco o seis semanas

Descartes no le había ni insinuado a Ferrier que tuviese la inten­


ción de trasladarse o de viajar a Inglaterra. En la carta que le había
escrito el dieciocho de junio de 1629, le decía, a pesar de los planes
del propio Ferrier: «por lo que a mí se refiere, estoy tan bien aquí,
que no pienso irme en mucho tiempo». El proyectado viaje de Des­
canes puede que no fuese más que una excusa, pues el pánico que
sentía a encontrarse en el umbral de su puena con Ferrier hacía que
le contase a Mersenne que incluso aunque se quedase en Holanda
no podría recibir a Ferrier sin que ello no tuviese incovenientes hasta
para él: «Y entre nosotros, aunque pudiese, lo que me decís, que ha
dejado por terminar el instrumento del señor Morin, me quita todo
deseo de hacerlo». Pero lo que de verdad temía Descartes, ahora que
se le había hecho saber a Ferrier las dificultades que comportaba la
construcción de lentes perfectas, era que ello redundase en menos­
cabo de su propia reputación:

Sería vergonzoso que, tras haberle retenido aquí dos o tres años, no lograse14*

14 Carta de Descartes a Mersenne del dieciocho de marzo de 1630, ib .,


págs. 129-130.
Destejer el arco iris 275

algo fuera de lo común. Se me acusaría a mí de este fracaso o, al menos, de


haberle traído aquí para nada.

La poca franqueza de Descartes es aún más evidente cuando aña­


de:

N o hace falte que se hable con ¿I de esto, ni siquiera mencionar que ya no


deseo recibirlo, a menos que veáis que se está preparando en serio para salir,
en cuyo caso decidle, por favor, que os he dicho que iba a dejar este país,
así que no podría encontrarme a q u íIS.

En caso de que Ferrier pensase que iba a encontrar un mejor


trabajo en Holanda que en Francia, Mersenne debería «asegurarle
que la vida es más cara aquí que en París», y que a prácticamente
nadie le interesaba la construcción de instrumentos (¡en la cuna del
telescopio!). Descartes, a continuación, se dedica a denigrar a Ferrier
por no haber contestado las preguntas que le había hecho sobre el
paradero de sus amigos Balzac y Silhon, y termina su indigna dia­
triba diciendo que le haría muy feliz ayudar, siempre que no le
costase nada, al artesano: «Después de todo, me da pena el señor
Ferrier, y me gustaría, sin demasiadas molestias, aliviar su infeliz
condición» 16.
No sabemos cuánto le participaría Mersenne a Ferrier de lo que
se decía en esta carta, pero sí parece que le comunicó a Descartes
que el constructor de instrumentos era optimista acerca del fruto de
su trabajo con las lentes. El quince de abril, Descartes se mostraba
sorprendido de que Ferrier tuviese tales esperanzas, «pues se olvida
de escribirme. Incluso aunque le describiese detalladamente las má­
quinas necesarias para construir las lentes, no creo que pueda hacerlo
sin mí» *7. N o podemos dejar de sospechar que tras este magnífico
alarde de indispensabilidad, se escondía el temor de Descartes a que
Ferrier pudiese obtener sin su guía lo que ambos buscaban.
Varios meses más tarde, una carta del cuatro de noviembre de
1630 dirigida a Mersenne nos enseña que los diagramas que Descar­
tes había prometido que le enviaría a Ferrier en su carta del ocho
de octubre de 1629 habían, en efecto, llegado a su destino, pero que*17

,s Ib ., pág. 130.
'* Ib ., pág. 132.
17 Cana de Descanes a Mersenne del quince de abril de 1630, ib., pág. 138.
276 L a magia de los números y el movimiento

a Ferrier le habían parecido de poca utilidad. A Descartes le llegó


al alma semejante actitud:

Yo debería ser quien se quejase, pues yo pagué por ellos, que a ¿I no le han
costado nada. Puede que haya hecho com o que no los había recibido para
no tener que admitir lo que me debe; yo estaba seguro de que la dirección
era la correcta. N o me sentiría infeliz si se supiese que o s dije que no es un
hombre al que tenga en mucha estima. Nunca termina lo que empieza, y es
mezquino l8.

Descartes le cuenta a continuación a Mersenne que había recibi­


do una carta de Ferrier, en la que éste le transmitía una invitación
a viajar a Constantinopla con M. de Marcheville, el nuevo embajador
de Francia. Gassendi había de ser de la partida. Descartes se lo toma
como una broma de mal gusto de Ferrier, pues ni siquiera conocía
a de Marcheville. «Me río de esto, ya que no tengo intención de
viajar». Sin embargo, seis meses antes, en abril, Descartes le había
dicho a Mersenne ¡que estaba a punto de embarcar para Inglaterra!
A pesar de ello, le pedía a Mersenne que, si se probase que la oferta
era auténtica, le rogase a Gassendi que le asegurase a de Marcheville
que, de haberle sido hecha esa propuesta cuatro o cinco años antes,
la habría saludado como un gran golpe de suerte. Desafortunada­
mente, en este momento estaba demasiado ocupado para aceptar:
«Además, me sentiría feliz si se supiese que, gracias a Dios, no ne­
cesito viajar en pos de mi fortuna ... y si viajo sólo es por mi afán
de conocer y por placer» ,9. Cuando de Marcheville salió para Cons­
tantinopla en julio de 1631, ni Descartes ni Gassendi estaban entre
los que le acompañaban.
Parece que Mydorge se quejó a Mersenne de que Descartes le
escribiese a Ferrier y no a él. Descartes, en respuesta, le pidió a
Mersenne que le explicase a Mydorge que no siempre escribía a los
que «honro y estimo más». Si escribía a Ferrier en vez de a Mydorge
era porque necesitaba a alguien que le hiciese ciertas cosas 20. Le
dejó claro a Mersenne, sin embargo, que ya no deseaba escribirle10

111 Carta de Descartes a Mersenne del cuatro de noviembre de 1630, ib.,


págs. 172-173.
" Ib ., pág. 174.
10 «Me gustaría que supiese que aquéllos con los que me carteo más a menudo
no son aquéllos a quienes estimo y honro más. Tengo muchos parientes cercanos y
amigos íntimos a los que no escribo nunca», (ib., pág. 175).
Destejer el arco iris 277

más a Ferrier, no porque sintiese que estaba en deuda con Mydorge,


sino porque le preocupaba que sus cartas cayesen en manos de ri­
vales que podrían deducir la ley correcta de los senos que deseaba
ser el primero en publicar en su Optica 2I.
Mientras tanto, Ferrier había llegado a sentirse realmente angus­
tiado por el trato que le estaba dispensando Descartes, hasta el punto
de que rogó la intercesión de varias personas importantes. Sabemos
que Fr. de Condren, el superior del Oratorio, y Fr. Gibieuf, por
quien Descartes sentía un gran respeto, escribieron en su defensa, y
que Gassendi envió una nota a Reneri, discípulo y amigo de Des­
cartes, en la que presentaba las alegaciones de Ferrier. La reacción
de Descartes fue escribir una larga carta a Ferrier, y se la hizo llegar
a través de Mersenne, a quien le había confiado la tarea de enseñár­
sela antes a Gassendi, Gibíeuf y de Condren. Escribió también con
mucho tacto una carta a de Condren, en la que expresaba la conmi­
seración que sentía por Ferrier y afectaba que le tenía por alguien
confundido, más que mal intencionado 22.

21 Descartes manifiesta este miedo por vez primera en una carta que le remite a
Mersenne el veinticinco de noviembre de 1630 (ib., págs. 178-179), y más explícita­
mente en noviembre o diciembre de 1632: «Si Ferrier le ha enseñado mis cartas a
alguien que esté mínimamente familiarizado con las matemáticas, le habrá costado
muy poco entender cómo se mide el ángulo de refracción» (ib., pág. 262). A esta
preocupación se debe, seguramente, que Descartes se decidiese a comunicarle su ley
del seno a Mersenne en junio de 1632: «Por lo que se refiere a la medición de la
refracción de la luz, comparo los senos de los ángulos de incidencia y refracción, pero
me sentiría feliz si no se hiciese saber esto, pues la primera pane de mi Optica no
contendrá nada más» (ib., pág. 225). Mersenne, sin embargo, era la última persona
que guardaría un secreto, e insertó la formulación de la ley del seno en su Harmonte
UnwerseUe, anunciando además que Descartes la demostraría en su Optica. Fue se­
guramente esta indiscreción, cometida en 1636, la razón de que Descanes se apresu­
rase a completar los tres ensayos que aparecieron con el Discurso del Método en 1637.
22 Descartes le escribía a Mersenne el dos de diciembre de 1639 o alrededor de
ese día (ib., págs. 189-191), y le adjuntaba cartas para Ferrier (págs. 183-187) y Con­
dren (págs- 188-189). El trato que Descartes le dispensó a Ferrier es comparable al
que le propinó a Isaac Beeckman (véanse más arriba las páginas 120-129). En 1640, el
científico y artesano francés Florimond de Bcaune se hirió una mano mientras cons­
truía una lente ateniéndose a las instrucciones de Descanes. Cuando Descartes se
enteró del accidente, le escribió a Constantin Huygens lo siguiente: «Quizá penséis
que estoy apenado, pero os juro que me enorgullece que las manos del mejor artesano
no lleguen tan lejos como mi razonamiento» (carta del doce d emarzo de 1640, A.
T .. III, pág. 747).
278 La magia de los números y el movimiento

El artesano reivindicado

A pesar de que Descartes tuviese en poco su perseverancia, Fe-


rrier no cejó en la mejora de las lentes ópticas. N o fallaría. En su
Perspective Curieuse, publicada en París en 1638, Franqois Niceron,
como Mersenne de la Orden de los Mínimos, recomienda la Optica
de Descartes que acababa de aparecer, y «a partir de ella», dice,

esperamos ver pronto grandes cosas de la mano del señor Ferrier, que está
dispuesto a trabajar en ello. De hecho, si alguien puede sacar adelante esta
nueva invención, será él. N o sólo es hábil y tiene experiencia; además, está
al tanto de los secretos del autor. N o s podemos hacer una ¡dea de lo que
puede lograr de la muestra que enseñó a sus amigos, que incluía un espejo
con una pequeña lente hiperbólica que descubre y magnifica los más peque­
ños objetos 23.

Lo que Ferrier exhibió era una «lunette d paces», es decir, un


microscopio simple. Pero no había permanecido ocioso en otros cam­
pos. Jen-Baptiste Morin elogiaba sus logros técnicos relativos a la
instalación de lentes telescópicas en cuadrantes y a la mejora de su
diseño. Hasta el cardenal Richelieu, en 1634, le pidió que constru­
yese un cuadrante con el que se pudiesen observar las altitudes de
dos planetas al mismo tiempo 24. Ferrier se dio cuenta de que la
publicación de la Optica era una oportunidad para restablecer con­
tacto con Descartes, y le escribió en 1638 para informarle de los
progresos que había hecho. Descartes debió de quedar impresiona­
do, pues su respuesta de septiembre de 1638 está limpia de todo
sentimiento torcido: «Pues me hacéis el favor de hacerme saber lo
que habéis logrado tocante a la construcción de lentes hiperbólicas,
me siento obigado a informaros de lo que un tornero de Amsterdam
hizo para un amigo mío» 2S.
Ese artesano holandés había sido capaz de construir un torno
para pulir, pero no de que la piedra de amolar conservase la forma.

23 Fran^ois Niceron, La perspective curieuse, ou Magie aruficielle des effets mer-


veilleux de l'Optique, Caioptrique, Dioptrique ..., (París: Pierrc Billaine, 1638),
págs. 100-101, citado en A. T., lí, pág. 376.
24 Correspondance de Mersenne, vol. II, pág. 420.
21 Carta de Descartes a Ferrier de septiembre de 1639, A. T., II, pág. 374. El
amigo de Descartes es Constantin Huygens, que mantuvo una larga correspondencia
con Descartes sobre este tema (A. T., I, pág. 317-337).
Destejer el arco iris 279

La llanta de cobre no se ceñía perfectamente al borde de madera de


la rueda, y el polvo que usaba como abrasivo se perdía en el cobre.
Descartes no encontraba una fácil solución, pero era consciente de
que la única esperanza, si es que había alguna, se encontraba en
París: «Si alguien puede lograrlo, ¡ése sois vos!» 2627Esta es la última
frase de Descartes sobre Ferrier de la que queda constancia. Es un
conmovedor reconocimiento de que los artesanos tenían un impor­
tante papel que desempeñar en la creación de la nueva ciencia meca-
nicista 17.

Un signo en el cielo

Debemos ahora volver sobre nuestros pasos, hasta el verano de


1629. Por entonces todavía estaba Descartes ocupado escribiendo su
tratado de metafísica, pero acababa de ocurrírsele una nueva idea
para la construcción de lentes mejores, y le había escrito a Ferrier
invitándole a que le ayudase a que su idea fructificase. Que le diese
por pensar en los instrumentos ópticos demuestra cuán bien le venía
darse un respiro de la meditación abstracta, y no sorprende que
hiciese del todo a un lado su metafísica cuando un signo de los cielos
reanimó el interés que sentía por la óptica.
Alrededor de las dos de la tarde del veinte de marzo de 1629,
en Roma, el astrónomo jesuita Christoph Scheiner y varios amigos
suyos se quedaron estupefactos al ver en el cielo cuatro parhelios o
«soles de pega». Este chocante fenómeno óptico, cuya naturaleza era
desconocida por entonces, tiene lugar cuando el sol brilla a través
de una fina nube compuesta de cristales hexagonales de hielo que
caen de manera que su eje principal esté vertical. Se da entonces una
refracción a través de un prisma de sesenta grados, y los colores que
forman el espectro solar se desvían según ángulos ligeramente dis­
tintos. El extremo rojo del espectro, que es el que menos se desvía,
sale por el interior, mientras que el azul, si es visible, aparece por
el exterior. Se forma usualmente un círculo, pero en esta ocasión se

24 Carta de Descartes a Ferrier de septiembre de 1639, A. T „ 11, pág. 376.


27 La exposición que Descartes hace de sus ideas en la Optica termina con un
llamamiento a que «algunas de las más curiosas y dotadas personas de nuestros días
tomen sobre sí la empresa de ponerlas en práctica» (Optica, A. T „ VI, pág. 227).
280 La magia de los números y el movimiento

observaron tres, acompañados por cuatro manchas de luz trémula,


los parhelios, que eran imágenes refractadas del sol.

Se le remitió una descripción del fenómeno a Nicolás Claude


Fabri de Peiresc, que residía en el sur de Francia. Este rico aficio­
nado mandó realizar copias del informe, y las hizo circular amplia­
mente (véase la figura 3). Le llegaron varías a Gassendi, que estaba
viajando por Holanda en el verano de 1629, y le dio una a Renerí,
que a su vez se la pasó a Descartes 28. A éste le sorprendió mucho
que los primeros círculos se pareciesen al arco iris, y tuvo inmedia­
tamente la sensación de que si llegaba a entender la naturaleza del
arco iris podría explicar no sólo los parhelios, sino toda la óptica.

La fascinación del arco iris

El arco iris es bello, e inspira hondos sentimientos. Pero a Des­


cartes y a sus coetáneos les planteaba también un reto intelectual, y
era frecuentemente objeto de estudio 29. Por ejemplo, en la popular
Récréation Mathématique, publicada por vez primera en 1624, el
jesuíta Jean Leurechon explica cómo se puede observar el arco iris
en las fuentes, las rociadas de agua que hacen los remos, los vasos
de agua, las burbujas de jabón o los prismas triangulares. Todos

Js Es probable que Henry Régnicr o Renerí (1593-1639) conociese a Descartes en


Amsterdam en marzo de 1629. El veintiocho de marzo de ese mismo año, le escribía
a Constantin Huygens proponiéndole, como si los hubiese inventado él, varios de
los trucos ópticos que se dicen en la Magia Natnralis de delta Porta y que Descartes
había anotado en su cuaderno de notas privado, las Cogitationes Privatae (véase más
arriba, págs. 157-158). Rcneri se vio probablemente abocado a hacer esto porque ne­
cesitaba un patrón, repudiado como lo había sido por sus padres cuando se convirtió
al protestantismo. Aunque era tres años mayor que Descartes, fue el primero y más
ardiente de sus discípulos. La cana de Reneri a Huygens puede encontrarse en A.
T., X, págs. 541-542. La figura tres reproduce la copia de Isaac Beeckman (Isaac
Beeckman, Journal, ed., Comelis de Waard, cuatro volúmenes (La Haya: Maninus
Nijhoff, 1939-1945), vol. IV, pág. 150).
í9 The Rainbow, From Myth to mathematics [E l an o iris. D el mito a las mate­
m áticas/, de Cari B. Boyer (Nueva York: Thomas Josehoff, 1959), es un esdarecedor
estudio de la historia del arco iris. Véanse también The Scientific Methodology o f
Theodoric o f Frtbourg, de Wiliiam A. Wallace (Fribourg: Fribourg University Press,
1959), y Roben Grosseleste and the Origins o f Esperimental Science, 1100-1700, de
A. C. Crombie (Oxford Clarendon Press, 1953).
Destejer el arco iris 281

sabían que lo causaban de alguna manera la reflexión y a la refrac­


ción, pero no había filósofo natural o matemático que se atreviese,
«tras todos estos años y tantas especulaciones», escribía Leurechon,
a aventurarse más allá de esa vaga generalización 30.10

10 Récréation Mathématique (Pont-á-Mousson: Jcan Appier Hanzelet, 1626),


págs. 42-43. Es reimpresión de U priemra edición (también anónima), publicada tam­
bién en la misma localidad en 1624. Robcrt Boutonné publicó una segunda edición
en París, en 1626. La tercera apareció el mismo año, con notas de Claudc Mydorge,
el científico con el que Descartes discutía de óptica en París. Mydorge reclamó que
habían publicado sus notas sin su permiso, pero en 1627 se publicó una versión
autorizada, que incluía notas adicionales de Denis Henrion, esta vez, y por primera,
con el título en plural, Récritaions Mathématiques. Las edición de 1630 y las que la
siguieron se titulaban Examen du livre des Récréations Mathématiques de Claude
282 La magia de los números y el movimiento

Por los días en que Descartes volvió a París en 1625, Mersenne


se dedicaba con ardor a recoger las opiniones de sus amigos sobre
las propiedades del arco iris, y poco después escribiría un extenso
ensayo sobre el fenómeno, que en manuscrito se quedó 3'. En sep­
tiembre de 1629 hace mención de los parhelios en una carta que le
escribe a Descartes, quien le contesta el ocho de octubre que había
oído hablar de ellos haría unos dos meses, y que, como sólo podía
concentrarse en una cosa a la vez, había abandonado su ensayo de
metafísica «para estudiar de manera ordenada todos los meteoros»
(se refería a los fenómenos atmosféricos en general). «Creo», añadía,
«que estoy ahora en condiciones de darles una explicación, y me he
decidido a escribir un pequeño tratado que incluirá una exposición
de la causa del arco iris, el problema que más difícil me ha resulta­
do» 32.
Descartes tenía la intención de escribir esa que llamaba «muestra
de mi filosofía» en latín, y publicarla anónimamente en París. Mien­
tras tanto, le rogaba a Mersenne que no hiciese mención de su pro­
yecto, porque quería quedar oculto tras su obra y escuchar lo que
la gente diría de ella cuando saliese de las prensas 3334. Pero esto ocu­
rrió mucho más tarde de lo que él había esperado; el tratado sobre
el arco iris no vio la luz hasta 1637, como discurso octavo de su
Meteorología M. No se imprimió en París y en latín sino en Holanda
y en francés. Sí se mantuvo, sin embargo, cierta apariencia de ano-

Mydorge. Descanes se refiere explícitamente a las Récréations M athimatiques en una


cana a Mersenne de abril de 1634 (A. T., 1. pág. 287).
11 Véase la cana de Roben Cornicr a Mersenne del veintinueve de julio de 1625,
Correspondance du P. Marín Mersenne, vol. II, pág. 237. El ensayo de Mersenne
sobre el arco iris está en el mismo volumen, págs. 649-666, con útiles notas editoria­
les, págs. 666-673.
12 Carta de Descanes a Mersenne del ocho de octubre de 1629, A. T., I, pág. 23.
33 Ib ., págs. 23-24. Mersenne reconocería la alusión implícita que Descartes hace
a Apeles, el celebre pintor del siglo cuano antes de Cristo, que se escondía tras sus
obras para escuchar los comentarios de los que pasasen ante ellas. Cuando un zapa­
tero que había señalado un fallo en una sandalia se disponía a criticar la pierna, Apeles
pronunció el famoso dicho * Sutor, ne snpra trepidante («Zapatero, no pases de la
sandalia»), que Descanes empleaba contra sus críticos. La historia de Apeles se cuenta
en la Historia N atural de I'linio, Libro 35, sección 36, 84-85, y era popular en el
siglo diecisiete. Por ejemplo, Christoph Scheincr, jesuiu adversario de Galileo, pu­
blicó sus Tres Cartas sobre ¡as manchas solares bajo el seudónimo de Apelles latens
post tabulam (Apeles oculto tras el cuadro).
34 Meteorología [Les Météoresj, Octavo Discurso, «Sobre el arco iris», A. T., VI,
pág. 327.
Destejer el arco iris 283

nimia 3S. Creo que ese discurso octavo es esencialmente la obra que
Descartes había bosquejado en 1629. Si la hubiese revisado antes de
publicarla, habría recalcado seguramente los lazos que la unían a la
Optica; aparece, sin embargo, como un estudio autocontenido sobre
el arco iris, que se pone como ejemplo señero de su método:

F.I arco iris es una m arav illa de la naturaleza tan intrigante, y hace tanto
que ha habido personas capaces que han buscado su explicación con tanto
esmero y tan poco éxito, que no he podido escoger mejor tema para mostrar
que con mi método podemos llegar a saber lo que se les ha escapado a todos
los autores cuyas obras han llegado hasta nosotros

Se había estudiado mucho el arco iris desde que lo hiciese Aris­


tóteles en la antigüedad. Es un signo de la confianza en sí mismo
de Descartes, por no llamarla arrogancia, que empiece su estudio
como si no tuviese nada que aprender de sus predecesores. Su propia
experiencia y su intelecto es todo lo que juzga que necesita para
explicar esa maravilla de la naturaleza; crea deliberadamente la im­
presión de que ha llegado a su descubrimiento sólo con preguntarse
a sí mismo por qué se puede ver el arco iris en el surtidor de una
fuente; cae en la cuenta de que la explicación ha de buscarse en la
acción de la luz sobre los gotas de agua, y decide «hacer una gota
muy grande llenando con agua una vasija de cristal de un buen
tamaño» >7. La técnica no era tan nueva como Descartes daba a
entender, pues a ella habían recurrido ya el físico y filósofo medieval
Witelo (nacido alrededor de 1230), y el científico renacentista Fran­
cesco Maurolico, siciliano (1494-1575) iH.

}J El nombre de Descartes como autor del Discurso del Método, de la Optica, la


Meteorología y la Geometría sólo apareció en los títulos de la edición postuma de
1650. En el prefacio de la traducción al latín del Discurso, la Optica y la Meteorología
publicada en 1644, Descartes afirma que ha revisado y corregido el texto, de donde
se desprendía su autoría. La traducción al latín de la Geometría apareció en 1649, y
en ella se identifica claramente a Descartes como el autor. Como quiera que Descartes
repartió personalmente la edición de 1 6 3 7 a muchos amigos y hombres de estudios,
no hubo nunca duda alguna de su origen.
•’* Meteorología ¡Les Metéoros], O c t a v o D is c u r s o , A . T . , V I , p á g . 3 2 5 . P a u l J .
O ls c a m p tr a d u jo e s ta o b r a al in g lé s, c o n u n a in tr o d u c c ió n : Discourse on Method.
Optics, Geometry and Meteorology, L ib r a r y o f L ib e r a l A r ts (I n d ia n ip o lis : B o b b s-
M e rrill), 1965.
* Ib.
M La Opticae d e W itelo se h iz o m u y c o n o c id a c u a n d o la e d itó y p u b lic ó F .
284 La magia de los números y el movimiento

La elocuencia de una gota de agua

Descartes sostenía la vasija a un brazo de distancia, y observaba


que cuando la movía o le daba vueltas siempre aparecía una mancha
brillante en un punto tal que la línea que lo unía con el ojo formaba
un ángulo de cuarenta y dos grados con la línea que unía el sol y
el ojo. Esta estimación era ya de por sí una mejora considerable
respecto al estado de la cuestión establecido por Maurolico, cuya
estimación era de cuarenta cinco grados, pero el mayor logro de
Descartes es la atrevida generalización que hacía al aseverar que el
resultado de su experimento valía para todas las gotas de agua sus­
pendidas en el aire. Es atrevida porque, al contrario que los estu­
diosos de la óptica anteriores a él, Descartes presupone que las gotas
de agua no se deforman exageradamente cuando se presionan las
unas a las otras en la circunstancias que terminan por producir un
arco iris. La engañosa sencillez de la idea no debería cegamos, y
privarnos así de captar su atrevimiento.
Descartes imagina entonces que la esfera está en el cielo (véase
la figura 4), y de esa manera, como si fuese una macrogota, le sirve
para explicar las reflexiones y refracciones que la luz sufre cuando
se produce el arco iris. En otras palabras, describe su observación
de la vasija con agua como si fuese la de una de las miles de gotas

Risner junto con el Opticae Thcsaurus de Alhazen en Basilea, en 1572. Los dos
tratados tienen paginaciones separadas. La referencia a un vaso redondo lleno de agua
por el que pasa la luz del sol está en el Libro X de la Opticae, pág. 474. Los Photismi
de lamine el umhra se publicaron póstumamente en Ñapóles en 1611, y de nuevo
en Lión en 1613 y 1617 con el título de Theoremata de lamine. Hay una traducción
al inglés de Henri Crew, titulada The Photismi de lamine o f Maurolycus. A Chapter
in Late M edieval Optics [Los Photismi de lamine de Maarolico, an capitulo de la
óptica medieval tardía] (Nueva York: 1940); el estudio de la refracción en una esfera
de cristal se encuentra en e s a traducción en las págs. 58-75. Descartes hace especial
mención de Maurolico en su Meteorología (A. T ., VI, pág. 340), y de Witelo en su
correspondencia (A. T ., 1, pág. 239; II, pág. 142; III, pág. 483). También podría ha­
berse inspirado Descartes en el siguiente pasaje de la Récréation Mathématiqme de
Leurechon: «Si queréis ver un arco iris más esublc y de colores más permanentes,
tomad un vaso de agua y haced que los rayos de sol que pasen a su través caigan en
una zona sombreada. Disfrutaréis de la visión de un hermoso arco iris» (Récréation
M athimatique, pág. 42). Sobre intentos anteriores de dar con la ley de la refracción,
véase «Ptoiemy's Search for a Law of Refraction: A Case-Study in the Classical
Methodology of ‘Saving the Appearances’» [La busca por Ptoknneo de la ley de la
refracción: estudio de un ejemplo de la metodología clásica de 'salvar las apariencias’],
Archive for History o f Exact Sciences 2 f (1982), págs. 221-240, de A. Mark Smith.
285
Destejer el arco iris

de agua a las que se debe el arco iris. Podía hacerlo así porque
presuponía que había reproducido en su «laboratorio» las condicio­
nes experimentales que reinan en la atmósfera.
Como hemos visto, Descartes había dejado sentado que aparecía
una mancha roja brillante en D cuando el ángulo DEM era de unos
cuarenta y dos grados. Si este ángulo aumentaba ligeramente, la man­
cha desaparecía, pero si disminuía un poco, no se borraba inmedia­
tamente sino que se dividía en «dos bandas menos brillantes en las
que se perciben el amarillo, el azul y otros colores» 39. Descartes

” Meteorología, A. T., VI, pág. 327. Descartes dice que los colores del arco iris
son el rojo, el amarillo, el azul y «otros». Newton escogió como colores más pro-
286 La magia de los números y el movimiento

observaba también una mancha roja más tenue cuando el ángulo


KEM era de unos cincuenta y dos grados. Cuando éste aumentaba
o disminuía, pasaba lo mismo que en D, sólo que a la inversa, es
decir, un ligero aumento producía otros colores, más tenuemente, y
una ligera disminución borraba todos los colores. Descartes concluía
que, cuando la atmósfera está saturada de gotas de agua, han de
aparecer manchas rojas en todas las que se encuentren en puntos
tales que la línea que los una con el ojo forme un ángulo de cuarenta
y dos ó cincuenta y dos grados con la línea EM, de manera que se
producirá un arco iris primario que pasará por D (con el color rojo
en su parte superior y el violeta en la inferior), y un arco iris se­
cundario a más altura con los colores invertidos (el rojo en la parte
inferior y el violeta en la superior).
La determinación de los ángulos de los arco iris interior y exte­
rior era de por sí un avance considerable con respecto a anteriores
tentativas, pero el paso siguiente fue aún más trascendental. ¿Cuál
es la trayectoria que sigue un rayo de luz que entra por B en la
vasija con agua hasta que sale por D? Descanes, de nuevo, presu­
pone algo implícitamente: que la refracción en la pared de cristal de
la vasija puede despreciarse, y habla como si la vasija entera fuese
de agua y nada más que de agua. También en esto demostró notable
habilidad experimental, pero no ofrece un informe detallado del tipo
que cabría esperar de un físico.
Colocó un cuerpo opaco entre A y B, y luego entre D y E. En
ambos casos, la mancha roja de D desaparecía. Como la vasija estaba
abiena por arriba, podía colocar un cuerpo opaco entre B y C, y
luego entre C y D. La mancha D desaparecía de nuevo. Cubrió
entonces toda la vasija, y vio que, con tal de que se dejase una
abertura en B y en D, la mancha roja no dejaba aparecer. De esta
forma le quedó claro a Descartes que el rayo incidente AB se re­
fractaba al entrar en la vasija en B, avanzaba hasta C, donde se
reflejaba internamente hacia D, y ahí se refractaba de nuevo al emer­
ger. El arco iris, interior, pues, lo producían una reflexión y dos

minentes del espectro el rojo, el naranja, el amarillo, el verde, el azul, el índigo y el


violeta. Ahora se suelen dar a seis colores, y se omite el índigo, que la mayoría no
puede distinguir. Pero en realidad hay un número infinito de colores en el arco iris.
N o es más posible decir cuántos colores hay que decir cuántos pumos hay en una
línea de una longitud dada. Además, sólo tenemos un número limitado de nombres
de colores, y la palabra «rojo», por ejemplo, ha de cubrir un amplio rango de tintas.
Destejer el arco iris 287

refracciones. Descartes repitió el mismo procedimiento para la man­


cha K, y estableció que el arco iris secundario se producía por la
refracción del rayo FG en G, su posterior reflexión interna en H e
I, y, finalmente, su refracción al entrar de nuevo en el aire por K.
Esta vez había dos reflexiones y dos refracciones.

¿Por qué los ángulos de cuarenta y dos y cincuenta y dos


grados?

Es, sin duda, un trabajo brillante, pero Descartes nos lo presenta


sólo como un ejercicio preliminar que lleva a la pregunta: ¿por qué
aparece una mancha roja sólo en aquellas partes de las gotas tales
que una línea que vaya de ellas al ojo haga un ángulo de cuarenta
y dos ó cincuenta y dos grados con EM? En otras palabras, ¿por
qué esas líneas forman todas el mismo ángulo y yacen en la super­
ficie de un cono cuyo vértice está en el ojo?
Descartes se encontraba en la posición única desde la que podía
atacarse el problema porque disponía de la herramienta que le per­
mitía medir no sólo la reflexión, lo que es fácil de hacer, sino tam­
bién la refracción, lo que se les escapaba a todos sus coetáneos,
excepción hecha de Snell, a quien, sin embargo, no se le había ocu­
rrido aplicar lo que sabía sobre la refracción al estudio del arco iris.
La ley del seno le permitía a Descartes calcular cuánto se dobla un
rayo incidente al entrar o salir de una gota de agua, pero es carac­
terístico de su poca franqueza que no dijese esto simple e inequívo­
camente. En vez de ello, da una tortuosa exposición de su proceso
de pensamiento:

Pero aún quedaba en pie la dificultad principal: llegar a entender por qué,
aunque hay muchos otros rayos que tras dos refracciones y una o dos
reflexiones pueden dirigirse al ojo cuando la vasija está en diferentes posi­
ciones, sólo ésos de los que he hablado hacen que aparezcan de hecho
manchas de color. Para deshacer esta dificultad, miré si había algún otro
fenómeno en que apareciesen de la misma forma, de manera que comparan­
do aquél y éste pudiese juzgar mejor cuál era su causa. Entonces, al recordar
que un prisma o un triángulo de cristal hacen que se vean colores parecidos,
centré mi atención en uno que tuviese la forma M N P [véase la figura 5] 40.

40 Meteorología, A. T., VI. pág. 329.


288 L a magia de los números y el movimiento

Preguntas al prisma

Habría sido más sencillo decir: la luz que pasa a través de un


prisma se descompone en los colores del arco iris, luego puede es­
tudiarse la generación de éste con un prisma, especialmente porque
se sabe que en ese caso el índice de refracción (es decir, el valor de
sen 1/sen r) es 3/2. Que no lo hiciese así es aún más sorprendente
porque la Meteorología viene a continuación de la Optica, en la que
Descartes hizo público su descubrimiento. La razón más probable
es que, como he sugerido, el tratado del arco iris se escribiese en
1629 y se le incorporase sin que se le revisase mayormente en la
Meteorología publicada en 1637. Lo que realmente le importaba a
Descartes cuando escribió el pasaje que acabo de reproducir era la
vindicación de la metodología por la que había abogado en la octava
de sus Reglas para la dirección del espíritu. Como hemos visto en el
capítulo siete, Descartes recomendaba que, cuando la intuición di­
recta no servía, se razonase a partir de ejemplos que fuesen análogos
al caso cuya naturaleza se tratase de desentrañar41. Como no podía
ver directamente por qué el arco iris se producía sólo cuando los
rayos hacían determinados ángulos, buscó «algún otro fenómeno»
en el que la refracción satisficiese también una razón de magnitud
prefijada. Descartes sabía muy bien que ése era el caso del prisma,
aunque escribiese como si hubiese tenido que escarbar en los rinco­
nes más apartados de su memoria.
La presuposición de que la refracción en una gota de agua puede,
sin perder más tiempo, compararse con la refracción en un material
diferente, el cristal, no le parecería obvia a la mayoría de los filósofos
naturales del siglo diecisiete. Pero Descartes ya había llegado en sus
Reglas para la dirección del espíritu a la conclusión de que hay sólo
un tipo de materia, cuya propiedad esencial es la extensión geomé­
trica. De ahí la legitimidad de las analogías entre objetos materiales
distintos. En el nuevo reino de la cantidad, las cualidades no indican
ya diferencias sustanciales, y la medición adquiere una voz propia.
El fenómeno análogo es la refracción debida a un prisma MNP
(véase la figura 5) de la luz del sol, luego de haber pasado ésta por
una rendija estrecha, DE, en la cara por lo demás a oscuras NP. Los
colores del arco iris aparecen en una pantalla blanca colocada en

41 Véase m is arriba, págs. 227-230.


Destejer el arco iris 289

PHGF, el rojo por F y el azul por H. De este experimento saca


Descartes varías conclusiones, todas ellas válidas también para la
gota de agua que hace las veces de prisma:

F ig u r a 5

1. La superficie curva de la gota no causa los colores, pues las


caras MN y NP del prisma son, ambas, planas;
2. La reflexión no tiene tampoco nada que ver, pues aquí no
hay ninguna;
3. N o tiene por qué haber varias refracciones, con tal de que
haya al menos una y, si hay dos, la segunda no anule el
efecto de la primera, como pasaría si las caras NM y NP
fuesen paralelas;
4. Tiene que haber una zona de sombra, pues en cuanto se
ensancha demasiado la rendija D E, los colores se ven sólo
en el borde, y el centro queda blanco. Si la rendija se ensan­
cha aún más, los colores desaparecen totalmente 42.

42 M acón ¡logia, A. T „ VI, págs. 330-331.


290 La magia de los números y el movimiento

Pero ¿por qué el rojo aparece en F y el azul en H? Es aquí donde


empieza a teorizar, y lo hace en una línea íntimamente conectada
con el desarrollo de las ideas cosmológicas de Descartes, faceta ésta
de la evolución del pensamiento de Descartes que conocemos gracias
a El Mundo (el título completo es E l Mundo o Tratado de la Luz),
que se remonta también a 1630, más o menos, si bien se publicó
sólo postumamente, en 1664.

Las partículas esféricas de luz

En E l Mundo reduce Descartes los cuatro elementos tradiciona­


les, fuego, aire, tierra y agua, a sólo los tres primeros. N o se los
distingue ya por sus cualidades intrínsecas como hacían Aristóteles
y sus seguidores, para los que el fuego era caliente y seco, el aire
caliente y húmedo, y la tierra fría y seca. Descartes sólo reconoce
un tipo de materia, que sólo varía en el tamaño, forma, disposición
y velocidad de sus partes. Las partículas que forman la tierra son
grandes, irregulares y lentas, las que constituyen el aire pequeñas,
regulares y esféricas. El fuego está hecho de panículas tan diminutas
que pueden llenar instantáneamente los intersticios que quedan entre
las panículas de aire, que a su vez llenan los huecos entre las paní­
culas de tierra. De ahí que el universo sea una plenitud sin vacío
alguno 43.
Volveremos más adelante sobre las propiedades de este universo,
pero por ahora sólo nos hace falta tener en cuenta las panículas
esféricas de aire mediante las cuales la presión se transmite desde
una fuente luminosa. «Hay que imaginar estas panículas», escribe
Descanes en la sección de la Meteorología a la que hemos estado
prestando nuestra atención, «como pequeñas bolas que giran en los
poros de los cuerpos terrestres» 44. Si las paredes contiguas se mue­
ven al mismo paso, «su rotación es casi igual a su movimiento en
línea recta», y si lo hacen más deprisa o más despacio, su rotación
aumentará o disminuirá. En otras palabras, Descanes conjetura que
en el borde de la sombra, es decir, en D y E de la figura 5, se alteran
los movimientos rotatorios de las bolas, y que ésa es la causa de los
distintos colores que observamos.

41 El Mundo [Le Monde ou Traité de la lumiere], capítulo 5, A. T ., XI, págs. 23-31.


44 Meteorología, A. T., VI, pig. 331.
Destejer el arco iris 291

Como hay que explicar todos los fenómenos físicos y ópticos a


partir del tamaño, forma y movimiento de partículas extensas, y
como las partículas de aire tienen todas el mismo tamaño y forma,
la explicación del color sólo puede encontrarse en el cambio de ve*
locidad. Imagínese una bola, 1234 (figura 6), que es empujada obli­
cuamente de V a X, y se pone a girar cuando golpea la superficie
del agua, YY, lo que ocurre, dice Descartes, porque en el momento
en que la bola entra en el agua la parte 3 se frena mientras la parte
1 sigue por un momento con la misma velocidad. A resultas de ello,
la bola ha de girar en el sentido de las agujas del reloj, es decir, en
el orden 1234. Ahora, imagínese que la rodean cuatro bolas, Q, R,
S, Y, de las cuales Q y R se mueven aún a la velocidad inicial, y S
y T van ya frenadas. Según Descartes, Q, que presiona sobre la parte
1 de la bola, y S, que sostiene la parte 3, aumentan el giro de la
bola, y las bolas R y T no la estorban, pues R «está dispuesta» a
moverse hacia X más deprisa que la bola 1234, y T más despacio 4\
Podemos observar aquí un curioso lapsus. Descartes dice que la
rotación de la bola en la dirección 1, 2, 3, 4 aumenta por la acción
de Q y S, cuando es evidente que del diagrama se desprende que el
movimiento rotatorio de la bola aumenta por la acción de Q y R,

-Y
x

X
-X

Figura 6

45 Ib., p á g s . 3 3 1 - 3 3 2 .
292 La magia de los números y el movimiento

no por la de S. Que no se trata sólo de un error tipográfico está


claro, habida cuenta de las explicaciones que acompañan el diagrama.
Lo que tenemos aquí es un ejemplo del temperamento galo de Des­
cartes. Cuando tenía una idea que parecía prometedora, la bosque­
jaba, y, habiéndose convencido a sí mismo de que podría ser válida,
se desentendía de ella. N o le interesaban los detalles, como si siem­
pre fuese a haber gente dispuesta a emprender la tediosa tarea de
experimentar y cuantificar.
Una lectura cuidadosa de la Meteorología revela que Descartes
no dice de manera simple y directa que las bolas R y T se muevan
más deprisa o más despacio que la bola 1234 que acaba de entrar en
el agua. Como presupone que la transmisión de la luz en una ple­
nitud es instantánea, emplea (al menos en los momentos en que está
en guardia) una terminología que implica que el movimiento es vir­
tual, pero en una manera tal que sus propiedades no difieran de las
del movimiento real. Por eso, en el pasaje que estamos examinando,
no dice de las cuatro bolas Q, R, S, T que se mueven sino que
«tienden a moverse», o que «están dispuestas» a moverse más de-
prisa o despacio. Descartes no sólo atribuía a toda la materia la
misma propiedad esencial de la extensión, daba incluso el paso más
atrevido de atribuir al movimiento virtual y al movimiento real las
mismas características. No se niega tanto la muy denigrada «poten­
cialidad» de los escolásticos como se viste la mona de una seda que
la conviene en una subespecie de la «efectividad» 46.

La explicación instantánea

Hay una soterrada corriente parmenideana a lo largo de buena


pane de la reflexión de Descartes sobre el movimiento, pero la co­
nexión más inmediata y obvia es con el mundo de la magia, en el
que no hay lapso alguno entre que escuchamos las palabras mágicas
y asistimos a sus espectaculares resultados. Debemos recordar que
al repudiar las conexiones no mecánicas, y con ellas las relaciones
ocultas que postulaba la magia, Descartes nunca rechaza por ello el
cambio instantáneo. N o era éste mágico en sentido alguno. Era algo
maravilloso, por supuesto, pero encontraba su lugar entre las expli-

44 Véanse las págs. 325-326, 380, 458-459.


Destejer el arco iris 293

caciones en una categoría extendida de la realidad, hecha para abar­


car todo aquello que fuese «verdaderamente» virtual.

Todo esto demuestra con bastante claridad, me parece, que la naturaleza de


los colores que aparecen en F [véase la figura 5 más arriba] consiste sólo en
el hecho de que las partículas de la materia sutil que transmite la acción de
la luz tienden con más fuerza a rotar que a moverse en línea recta, de manera
que las que tienen una tendencia mucho más fuerte a rotar causan el color
rojo, y las que sólo tienen una tendencia ligeramente más fuerte a ello causan
el amarillo.

«En todo esto», sigue Descartes, «la explicación (la raison) con­
cuerda tan perfectamente con la experiencia que no creo que sea
posible, una vez se haya aprehendido ambas, poner en duda que la
materia es como acabo de explicar». Esto le es evidente por sí mismo
a Descartes porque, según su punto de partida mecánico, «es impo­
sible hallar en el cristal MNP algo más que pueda producir color, a
no ser la manera en que emite las pequeñas partes de materia sutil
hacia la pantalla FGH y de ahí a nuestros ojos» 47.

Apariencia y realidad

De la explicación mecánica del color se sigue su objetividad, y


Descartes no deja pasar la oportunidad que esto le ofrece de darse
a la polémica: «N o me gusta la distinción que hacen los filósofos
cuando dicen que algunos colores son verdaderos y otros falsos o
sólo aparentes» 48. N o dice quiénes son esos filósofos, pero los je­
suítas autores de los Comentarios de Coimbra de la obra de Aris­
tóteles sostenían que había colores verdaderos y permanentes, como
el blanco del cisne o el negro del cuervo, y colores aparentes y
transitorios, como los del arco iris 49. En opinión de Descartes, to-

**7 Descanes, Meteorología, A. T., VI, págs. 333-335


4’ Ib., pág. 335.
'I9 Commentarta in tres libros de Anima Aristotelis (Coimbra, 1596), Lib. II, cap.
7, qu. 2, an. 2 (sobre los comentarios de los profesores jesuítas de Coimbra, véase
más arriba, págs. 21-22. Descartes seguía a Kepler, que había repudiado tal distin­
ción: «Como los colores que se observan en el arco iris son del mismo tipo que los
que hay en los cuerpos coloreados, es que tienen el mismo origen» (Kepler, Ad
ViteUionem Paralipomena, capítulo 1, prop. 15, en Gesammelte Werke, vol. 2, pág. 23).
294 La magia de los números y el movimiento

dos los colores son «apariciones [acto del aparecer]», es decir, res­
puestas fisiológicas a los estímulos producidos por las finas partícu­
las de materia, con sus velocidades lineales y rotacionales distintas.
En este sentido, «la verdadera naturaleza» de los colores «es», como
él dice, «aparecer», así que sería estúpido decir «que son falsos cuan­
do su aparición es real». Sin embargo, las apariciones [actos del apa­
recer] han de ser explicadas coherente y consistentemente, y hay
algunas tensiones en la explicación de Descartes que no se pueden
soslayar. Difícil es ocultar los costurones de la vestidura que Des­
cartes creía inconsútil de su filosofía natural.
Podemos resumir quizá la naturaleza de los problemas soterrados
como sigue. Descartes efectuaba en un principio su explicación de
los colores a partir de las diferencias entre las velocidades lineal y
rotacional de las partículas esféricas de la materia sutil. Cuando se
dio cuenta de que esas partículas están empaquetadas tan apretada­
mente que no puede haber espacio vacío, vio que la luz sólo podía
transmitirse instantáneamente. Atajó esta incongruencia con su des­
cripción de la transmisión instantánea de la luz como virtual o «ten­
dencia!». Este era el primer gran problema que le salía al paso. El
segundo estribaba en la necesidad que había de reconciliar la ley de
conservación de la inercia rectilínea (a la que volveremos en el ca­
pítulo once), con la aparente inercia rotacional de las partículas es­
féricas de la materia sutil.
Estas dificultades salieron a luz de una forma u otra en cuanto
las ideas de Descartes llegaron a ser conocidas y discutidas. Esta es
la razón por la que vamos a examinar el tipo de reacción que la
explicación del color ofrecida por Descanes suscitó en sus lectores
cuando se publicó en 1637, antes de dedicamos a examinar los pasos
que da en la Meteorología 50 para explicar por qué vemos sólo un
arco iris compuesto de rayos que hacen un ángulo de cuarenta y dos
ó cincuenta y dos grados con la dirección original.

La reacción a la teoría de los colores de Descartes

Descanes repanió ejemplares de su Discurso del Método y los


tres tratados que lo acompañaban a personas prominentes del mun­
do académico. Envió como cumplido tres ejemplares al profesor de

<0 Meteorología. A. T ., VI, p ig. 335.


Destejer el arco iris 295

medicina de Lovaina, Vopiscus Fortunatus Plempius, que dio uno


de ellos a Jean Ciermans, joven colega jesuíta que enseñaba mate­
máticas. Cuando Plempius le contó a Descartes que había dado su
obra a un jesuita, Descartes le pidió que éste le hiciese un comen­
tario de la obra. Ciermans aceptó gustosamente, pero envió su carta
a Descartes a través de Plempius para preservar una apariencia de
anonimato.
Ciermans dice que ha leído la obra entera, es decir, la Optica, la
Meteorología y la Geometría, con la excepción del introductor Dis­
curso del Método (¡la actitud hacia las introducciones parece que no
era muy distinta en el siglo diecisiete y hoy!). Adulador es el elogio
que hace Ciermans de la Geometría, y compara a su autor a un
navegante «que abandona las costas que le son tan familiares para
encarar el reto de un nuevo mundo». Le parece que los otros dos
ensayos son más susceptibles de controversia, y escoge, para discu­
tirla, la explicación del arco iris, pues ahí es, dice, donde, «más que
en ninguna otra parte, se deja ver la brillantez» de Descartes S1, al
que semejante aseveración le suena a música celestial, pues la expli­
cación del arco iris era la muestra más preciada de su método. Des­
cartes, al que normalmente hasta las más ligeras críticas le irritaban,
manifiesta cuánto le place esa elección de tema, pero sorprendente­
mente rebaja su importancia:

Al escoger, de los muchos pasajes de mis escritos a los que creéis que andan
faltos de más rigor, aquel en el que intento explicar los colores mediante la
rotación de pequeñas bolas, demostráis que no sois un novato en batallas
de este tipo. Pues si hay en ese escrito una posición mal defendida y ex­
puesta al fuego del enemigo, es, lo confieso, la que atacáis S2.

Consecuencia implícita de esto es que la fortaleza metodológica


de Descartes, aunque cayese ese puesto adelantado, seguiría estando
a salvo y firme. El cortes trato que Descartes le dedica a Ciermans
puede tener también algo que ver con su deseo de ganarse a los

51 Carta de Jean Ciermans a Descartes de marzo de 1638, A. T., II, págs. 55-56.
92 Carta de Descartes a Ciermans del veintitrés de marzo de 1638, ib., pág. 71.
Ciermans, por supuesto, no podía saber que el ejemplo señero de Descartes le había
costado a éste mucho trabajo, y era quizá menos sólido de lo que parecía. En octubre
de 1629, Descartes le confiaba a Mersenne que «la explicación de los colores del arco
iris me ha dado muchos más quebraderos de cabeza que todo lo demás» (A. T., I,
pág- 23).
296 La magia de los números y el movimiento

jesuitas para su causa, y con que Ciermans no intentase criticar las


ideas de Descanes desde la posición ventajosa de alguna otra filoso­
fía, sino a la luz de sus propios supuestos.

A favor de la interferencia

Apoyándose en la interpretación literal del texto publicado por


Descanes, de la que se sigue que la rotación real de las bolas de
materia fina causa los distintos colores, Ciermans concluye que la
interferencia haría imposible que viésemos clara y distintamente los
colores 53. El estado de cosas que imaginaba era el siguiente: las
esferas de un rayo de luz roja (marcadas con la letra A) marchan
hacia el observador en B (véase la figura 7), mientras las esferas de
otro color, digamos el azul (marcadas con la D), se mueven hacia el
observador en E. Como los rayos se cruzan en F, las esferas azules,
que rotan despacio, frenarán las esferas rojas, que rotan velozmente,
y, en consecuencia, ni el observador en B ni el que está en E perci­
birán un rojo o un azul puros.
Ciermans anticipa la respuesta de Descartes: las pequeñas esferas
de la materia fina no interfieren las unas con las otras. Pero entonces,
pregunta, ¿cómo se las podrá emplear para explicar el aumento o
disminución de la velocidad de la luz cuando sale de un prisma? Si
las esferas de materia fina colisionan en el aire sin que se produzca
ningún efecto visible, ¿por qué habrían de comportarse de otra for­
ma cuando entran o salen de un prisma de cristal?

Analogía con el sonido

Ciermans no lo sabía, pero Descartes ya se las había visto con


este problema en El Mundo, donde sostenía que las partículas del
segundo elemento, es decir, el aire, pueden recibir y transmitir «mu­
chos movimientos diferentes al mismo tiempo» M. Pone el siguiente
ejemplo (véase la figura 8): tres tubos se cruzan en N, y el aire que
se insufla por sus aberturas, F, H y K, fluye sin trabas hasta G, I
y L. Si el aire entra por F con mucha más presión que por H y K,

M Carta de Ciermans a Descartes de marzo de 1638, A, T., 11, pigs. 58-59.


MEl M undo, A. T., XI, pág. 101.
Destejer el arco iris 297

T x
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h,..
s.

-4
ir*
F ig u r a 7

sólo llegará a G. «Precisamente esta comparación», según Descartes,


«puede servir para explicar por qué la luz intensa impide la acción
de la luz que emite una fuente débil» *5455.
El físico y astrónomo Jean-Baptiste Morin, sin tener el más mí­
nimo conocimiento del inédito Mundo de Descartes, planteó la mis­
ma objeción que Ciermans. Se ayudó para ello de un diagrama que
es prácticamente el mismo que el que emplea Descartes. Tómese,
dice Morin, un globo de aire o de agua, ABCD (véase la figura 9),
y coloqúense dos fuentes luminosas de la misma intensidad en A y
en B. Según los principios de Descartes, la luz que viene de C se
verá en C si las partículas de materia fina en el centro, E, son em­
pujadas hacia C. Pero como el mismo argumento vale para la luz
que mana de B hacia D, nos encontramos en una situación paradó­
jica: las partículas materiales sitas en E ¡han de moverse en dos
diferentes direcciones al mismo tiempo! 56
La crítica de Morin dio lugar a una interesante correspondencia,
que, eso sí, no condujo a conclusión alguna. En carta de julio de
1638 Descartes usa el diagrama de Morin (véase la figura 9), pero
hace que sea aire y no luz lo que fluye por los tubos AC, BD y

54 Ib., pág. 102.


54 Cana de Jean-Baptiste Morin a Descanes de veintidós de febrero de 1638, A.
T „ I, píg. 556.
298 La magia de los números y el movimiento

FG, y elude mencionar que una corriente más intensa que mane de
A interferirá las más débiles que salen de B y F. En su lugar, ofrece
una explicación en la que las velocudades se combinan como si fue­
sen magnitudes escalares en vez de vectoriales (es decir, como si se
las pudiese sumar abstrayendo su dirección). Si bien Descartes re­
conoce que las partículas de materia fina que se encuentren en el
cruce de los tubos en E no pueden moverse en las tres direcciones
al mismo tiempo, dice que sería suficiente que «algunas se moviesen
hacia C, algunas hacia D y algunas hacia F con una velocidad tres
veces la de las-partículas que están en los tubos» S7*. Queda en sus­
penso cómo se aceleran las partículas hasta que adquieren tres veces
su velocidad inicial.
A duras penas podemos reprocharle a Morin que fuese escéptico;
en una segunda cana, se pregunta cómo es posible que una partícula
de materia en E, empujada con igual fuerza desde los puntos dis­
tantes A, B y F, se mueva lo más mínimo. ¿N o quedaría, acaso,
inmovilizada bajo la acción de tres fuerzas idénticas e igualmente
distribuidas? Morin sugiere un experimento felino, conforme a la
ciencia del diecisiete, que creía que los ojos de los gatos no sólo eran

57 Carta de Descartes a Morin del trece de julio de 1638, A. T., II, págs. 219-220,
cursiva mía.
Destejer el arco iris 299

receptores de la luz, sino fuentes de la misma 5®. Coloqúese el ojo


de un gato (llamémosle Tabby) en un extremo del tubo AC, y el
ojo de un segundo gato (digamos Tommy) en el otro. Tabby verá
a Tommy si la luz fluye del ojo de Tommy al suyo, y lo mismo
podría decirse de Tommy, pero, según la teoría de Descartes, ¡esto
sólo sería posible si las partículas de materia fina se moviesen en
direcciones diamctralmcntc opuestas al mismo tiempo! *9

La analogía del vino

La estrategia defensiva que adopta Descartes tanto en su corres­


pondencia con Ciermans como en la que mantiene con Morin con­
siste en reiterar la distinción entre inclinación al movimiento y mo­
vimiento efectivo*60. En su carta del veintitrés de marzo de 1638 a
Ciermans, alude a la ilustración de la Optica en la que la transmisión
de la luz se compara con la tendencia a caer de las uvas a medio
prensar en distintos puntos del fondo de un recipiente (véase la fi­
gura 10):

El vino que está en C tiende a caer hacia B, pero ello no impide que el vino
en E tienda a caer hacia A, ni tampoco que cada una de sus partes se inclinen
a descender a diferentes partes, aunque sólo puedan moverse a una de ellas
en un momento dado. Ya he dicho en varios sitios que a lo que yo llamo
luz no es al movimiento mismo sino a una inclinación o propensión al
movimiento 6I.

Modifica ahora la analogía del recipiente para responder a la ob­


jeción de Ciermans, que, recordemos, dice que la interferencia mu­
tua de las esferas de la luz roja y azul haría que los colores fuesen
indistinguibles (véase la figura 7). Así como un pez que nade en el
mosto no alterará las propensiones a caer existentes en C, D y E
(véase la figura 10), las corrientes que haya en un recipiente Heno de

“ Véase más arriba, pág. 168.


** Carta de Morin a Descartes del doce de agosto de 1638, A. T., II, pág. 303.
60 «La acción o inclinación al movimiento basta, sin que haya movimiento, para
que percibamos luz» (carta de Descanes a Morin del doce de septiembre de 1638.
ib., pág. 372).
* ' Carta de Descartes a Ciermans del veintitrés de marzo de 1638, ib ., pág. 72.
El diagrama procede de la Optica, A. T ., VI, pág. 86.
300 La magia de lo í números y el movimiento

F ig u r a i o

aire no perturbará la visibilidad de los colores en C, D y E 62. ¿Has­


ta qué opunto es convincente esta analogía? El aire es transparente;
los peces, por pequeños que sean, no. Pero entonces todo depende
de la teoría de la luz de Descartes, que, como le dice a Ciermans,
no ha querido explicar en la Optica o en la Meteorología. Ni siquiera
el miedo a que se le entendiese mal y se creyese que reintroducía
las cualidades y formas que profesaba aborrecer podía conmover la
resolución con la que Descartes sostenía su concepción. Como el
resto de la impaciente humanidad, Ciermans había de apacentarse
hasta que Descartes se dignase a revelar su sistema completo a un
mundo expectante 63.

Las esferas en rotación

Ciermans hizo una segunda objeción que era tan devastadora


como la primera. Incluso aunque admitiésemos, dice, que la veloci­

62 Carta de Descanes a Ciermans del veintitrés de marzo de 1638, A. T., II,


págs. 72-73.
k> Ib., pág. 74. Descanes le aseguraba a Merscnne que todas las cuestiones tocan­
tes a la física de la luz se explicaban «muy fácilmente» en el Mundo, pero que de
otra forma eran «ininteligibles» (carta a Merscnne del quince de noviembre de 1638,
ib., pág. 437).
Destejer el arco iris 301

dad de rotación de las esferas de la materia celeste cambia cuando


salen del prisma, los resultados no podrían ser los que Descanes
asevera.
Como hemos visto, según la analogía de Descartes la bola 1234
(véase la figura 6 más arriba) sólo tiene movimiento traslacional has­
ta que incide en la superficie del agua YY y empieza a rotar. Esferas
de materia fina que se mueven más deprisa, como Q, aumentan esa
rotación, que es refrenada por las que se mueven más despacio, como
S. «Esto explica», dice Dcscanes, «la acción del rayo DF» M [véase
la figura 5]. Pero examinemos ahora, dice a su vez Ciermans, lo que
implica esta analogía si hacemos que la luz pase a través de un pris­
ma y tenemos presente la aseveración que Descanes hace en la Op­
tica;, a saber, que a las esferas de materia fina les es más fácil pasar
(y por lo tanto se «mueven» en él más deprisa) por un medio denso
que por otro rarificado. En la figura 11, la esfera A deja el medio
más denso, el cristal, y entra en el medio más rarificado, el aire,
mientras que en el ejemplo de Descanes la bola 1234 (véase la figu­
ra 6 arriba) deja el aire por el medio más denso, el agua. Descanes
suponía que estos dos casos eran idénticos.
Si miramos más de cerca, dice Ciermans, veremos que no es así.
La bola A, que es parte del ra^o rojo, DF, acaba de salir al aire, y
pierde velocidad de rotación a causa de las esferas de aire, más lentas.
A la esfera B, justo encima de ella, la presiona una esfera de materia
fina que está aún en el prisma y gira más deprisa, así que gira tam­
bién más deprisa por ello. En consecuencia, las esferas que lleguen
a H rotarán más deprisa que las que lleguen a F. Pero el color rojo
aparece en F, luego lo producen las esferas que rotan más despacio,
\no las que lo hacen más deprisa, como Descanes aseguraba! 65 Jean-
Baptiste Morin, independientemente, hizo la misma objeción, y Des­
canes no pudo sino caer en la cuenta de que algo iba mal en su
analogía. Al contestar a Morin en julio de 1638, intenta reconstruir
su argumento:

No hablo de partículas de materia fina, sino de bÑas/dé'madera (o de algún


otro materia) visible) que son empujadas haci&veVagua. Esto es evidente,
pues las hago rotar en una dirección diferente/i-íar dirección en la que rotan
las partículas de materia fina, y comparo la rptácpóiyque adquieren cuando

M Meteorología, A. T-, VI, pág. 333. ,


“ C ana de Ciermans a Descanes de marzo de p í & .}3-<l
302 La magia de los números y el movimiento

abandonan el aire y entran en el agua con la que las partículas de materia


sutil adquieren cuando dejan el agua o el cristal y entran en el aire M>.

Comprensiblemente, Morin no se quedó convencido. ¿Por qué


sacar a colación bolas de madera, pregunta, si no se comportan como
las pequeñas esferas de materia celeste fina? 67 Es notable la réplica
de Descanes por la manera en que desplaza el punto de vista de las
consideraciones teóricas a los requisitos del control experimental:
«Tenía que usar bolas que se pudiesen ver, y no las invisibles par­
tículas de materia fina, para que fuese así posible someter mis argu­
mentos a contrastación empírica [d l’examen des sens\, como yo
siempre intento hacer» 68. Tampoco eso impresionó a Morin, quien
respondió a Descanes señalando que en la Meteorología no había
ningún indicio de que estuviese pensando en bolas de madera. Pero
aunque fuese así, la afirmación experimental era vacua, «pues nadie
en el mundo podría realizar el experimento que sugerís» 69. ¡A quién
le puede sorprender que después de esto la correspondencia con
Morin cesase!*

“ Cana de Descanes a Morin del trece de jubo de 1638, ib., pág. 208.
*7 Cana de Morin a Descanes del doce de agosto de 1638, ib., págs. 293-294.
48 Cana de Descanes a Morin del doce de agosto de 1638, ib., págs. 293-294.
Cana de Morin a Descanes de octubre de 1638, ib., pág. 418.
Destejer el arco iris 303

Descanes nunca se enfrentó abiertamente a la crítica de Cier-


mans, que censuraba su ofuscación en lo tocante a la rotación de las
esferas de materia fina que producen el rojo y el azul (a saber, cuan­
do sostiene que las más rápidas producen el rojo). Se limitó, más
bien, a reclamar retóricamente que se tuviesen en cuenta experimen­
tos independientes que confirmaban su idea:

N o quisiera que creyeseis, por el ligero y limitado número de argumentos


que he publicado [en la M eteorología], que es sólo un experimento lo que
me ha movido a aseverar que el color rojo consiste, no digo en la agitación
más frecuente, sino en la mayor tendencia a un movimiento circular. Aun­
que no creo que haya una prueba mejor que la que he aducido, hay cien
más [literalmente, « seiscientas m ás»] que podría dar si tomase en cuenta las
partes de la física a las que pertenecen. Si hablase de los animales, explicaría
por que la sangre es roja, en otras ocasiones explicaría por que el azogue y
otras sustancias enrojecen con que el fuego actúe sobre ellas, y así sucesi­
vamente. Si diese con un solo caso, en todo el reino de la naturaleza, que
no casase con mi opinión, suspendería el asentimiento hasta que me hubiese
convencido a mí mismo de que estaba en lo cierto. Pero ¿no hay acaso otros
experimentos en la M eteorología que confirman mi opinión? En las página
272 y siguientes, por ejemplo, donde discuto el color rojo de las nubes, el
azul del cielo y del mar, etc 70.

Descartes hizo protesta de demasiado, como no podemos dejar


de ver si nos fijamos en el pasaje de la Meteorología al que se refiere.
Está en el capítulo que sigue al dedicado al arco iris, y se limita a
repetir que se percibe el azul cuando las pequeñas esferas de materia
fina rotan despacio, y el rojo cuando rotan más deprisa7172. Por lo
que toca a la sangre, destaparía el tema en un manuscrito biológico
que escribiría mucho más tarde, pero todo lo que se nos dice es que
la sangre es roja porque las pequeñas esferas de materia fina que hay
en la superficie de la sangre «rotan mucho más deprisa» 7Í.

70 Carta de Descartes a Ciermans del veintitrés de marzo de 1638, ib., págs. 75.
71 Meteorología, A. T., VI, págs. 346-347.
72 La Description du Corps Humain, A. T., XI, pág. 256. Descartes iguala su
interpretación de los hechos a los hechos mismos cuando escribe que «podemos sentir
[nous poHVons sentir] dos tipos de movimiento que tienen estas bolas: uno, el que
tienen cuando se acercan a nuestros ojos en línea recta, que nos da la sensación de
luz, el otro, el que tienen cuando giran alrededor de sus centros» (ib., págs. 255-256).
Esta obra se escribió alrededor de 1648.
304 La magia de los números y el movimiento

Inercia rectilínea y circular

Ciermans se maravillaba de que las esferas de materia fina, que


suponía manaban del sol, no perdiesen su velocidad durante su viaje
por distantes regiones del espacio. N o conocía la ley de la inercia
de Descartes, que todavía no había sido publicada, y que era lo que
éste daba por sentado todo el tiempo. La cuestión es entonces: si el
movimiento rectilíneo es inercial, ¿qué explica la persistencia del
movimiento rotacional? La respuesta que Descartes le da a Ciermans
revela que no había captado del todo las consecuencias de su propio
principio, pues dice no ver dificultad alguna en mantener tanto la
inercia rectilínea (que, después de Newton, llamamos simplemente
movimiento inercial) como la inercia circular (que, después de New­
ton, consideramos que es no-inercial, es decir, requiere la aplicación
constante de una fuerza exterior):

No entiendo por qué os parece que las partículas de la materia celeste no


mantienen la rotación que da lugar a los colores tanto como el movimiento
en línea recta en que consiste la luz. Podemos captar ambos igual de bien
gracias a nuestro razonamiento. Estoy convencido de que, por lo que se
refiere a los sucesos naturales, no podemos pensar en nada mis seguro, es
decir, que mejor respondan al rigor de la computación matemática'3.

La atrevida declaración de Descartes sobre el rigor de las mate­


máticas no añade nada a su explicación, que es de naturaleza ente­
ramente cualitativa. Lo que se nos dice que captamos «gracias a
nuestro razonamiento» no es más que la posibilidad de que las dis­
tintas velocidades de rotación de las partículas que llegan a nuestro
ojo causen los colores. Nunca sospechó Descartes que el prisma
descomponía la luz blanca en las partes que la constituyen; su ex­
plicación del color es a partir del movimiento sólo. Ninguno de los
colores es, para él, intrínsicamente diferente, sus diferencias se deben
simplemente a su mayor o menor velocidad de rotación. Afortuna­
damente, podía Descartes reclamar la fama en el reino de la óptica,
porque su derecho a ella no descansa en su explicación del color,
sino en su descubrimiento de la ley de la refracción y en su brillante
análisis del arco iris, al que ahora volvemos.

73 Cana de Descanes a Ciermans del veintitrés de marzo de 1638, A. T., II, pág. 74.
Destejer el arco iris 305

Angulos privilegiados

Hemos dejado en suspenso la cuestión crucial: ¿por qué el arco


iris principal está formado exclusivamente por rayos que hacen un
ángulo de unos cuarenta y dos grados? Descartes se dio cuenta de
que la respuesta se hallaba en el cálculo de la trayectoria de rayos
que caigan en varios puntos de una gota de agua, para así determinar
con qué ángulos entrarían en nuestros ojos. Había probado además
que, tras una reflexión y dos refracciones, se ven muchos más rayos
que hacen un ángulo de unos cuarenta y dos grados que rayos que
hagan ángulos menores, y ninguno que lo haga mayor. Cálculos
análogos para dos reflexiones y dos refracciones revelan que entran
muchos más rayos en el ojo con un ángulo de unos cincuenta y dos
grados que con ángulos mayores, y ninguno con ángulos menores.
Estos cálculos sólo eran posibles porque Descartes había descubierto
que cuando la luz pasa de un medio a otro, el seno del ángulo de
incidencia guarda una relación constante con el seno del ángulo de
refracción, lo que a su vez le había permitido determinar que el valor
de sen í/sen r (lo que llamamos el índice de refracción) cuando se
pasa del aire al agua es un poco más de 4/3, a saber, 250/187, esti­
mación excelente experimentalmente hablando.
Descartes aclaraba su procedimiento con la ayuda de la figu­
ra 12 74. Todos los rayos que proceden del sol (que está en la parte
de abajo de la figura, del lado de S) son paralelos, pero se refractan,
como el rayo EF, al entrar en la gota de agua. Como era costumbre
en su época, y para evitar las fracciones, se hace que el radio de la
gota fuese 10.000 unidades. El ángulo de incidencia del rayo EF no
se da en grados, sino por medio de la magnitud de la distancia FH
entre el rayo y un rayo paralelo que pase por el centro de la gota.
La razón FH /FC es, por lo tanto, el seno del ángulo de incidencia
i del rayo. Para FH = 0, el rayo coincide con el rayo central AH,
y el ángulo de incidencia es cero; para FH = 10.000, el rayo sólo
roza la gota, y le ángulo de incidencia es 90°. Si el rayo EF penetra
en la gota y se refleja en K, puede, o salir por N e ir hacia el ojo
en P, o reflejarse y seguir hacia Q y por lo tanto a R. En el primer
caso, llegará al ojo tras una reflexión y dos refracciones, y en el
segundo, tras dos reflexiones y dos refracciones.

74 Meteorología, A. T ., VI, págs. 337-340.


306 La magia de los números y el movimiento

Descartes se da cuenta de que tiene que determinar la magnitud


del ángulo ONP para el arco primario, y el ángulo SQR para el
secundario. Calculó, para valores de FH que iban de 1.000 a 10.000,
el ángulo O NP correspondiente, es decir, el ángulo entre el rayo
emergente y el que viene directamente del sol. El cálculo se basa en
la desviación que el rayo sufre de la línea recta cuando se refleja o
refracta. En F la desviación se mide mediante el ángulo GFK, que
es igual a i — r, donde i es el ángulo de incidencia y r el ángulo de
refracción. En K, donde el rayo se refleja internamente, hay una
segunda desviación de 180" —2r, y en N, al dejar la gota, una tercera
desviación de i — r. La desviación total es, pues, D = 180° + 2t
—4r. O N es paralelo a EF, así que el ángulo O NP es igual a 180"
- D, es decir, 180" -(180" + 2i - 4r) = 4r + 2¿. Para FH = 8.000,
que es el rayo que Descartes elige como ejemplo, i es 40"44'. Es fácil
hallar el ángulo de refracción, r, a partir del índice de la refracción
del aire al agua, es decir, sen i/sen r = 4/3. Un procedimiento aná­
logo da el valor del ángulo SQR 75.

75 Si se quiere un resumen claro del procedimiento de Descanes, véase The Rain-


bou), de Cari B. Boyer, págs. 200-219.
Destejer el arco iris 307

Tablas elocuentes

£1 resultado de los cálculos de D escartes es el siguiente:


T a b l a 1.

lín ea lín ea a rc o á n g u lo á n g u lo
FH C1 FG arco F K ONP SQ R

1000 748 1 6 8 -3 0 ' 1 7 1-25' 5-4 0 ' 1 6 5 -4 5 '


2000 1496 1 5 6 ”5 5 ' 1 6 2-48' 1 1 -1 9 ' 1 5 1 -4 5 '
3000 2244 1 4 5 “4 ' 154-4' 17-56' 136 -4 5 '
4000 2992 1 3 2 “5 0 ' 145 -1 0 ' 22 -3 0 ' 1 2 2 -4 5 '

5000 3740 120“ 1 3 6 -4 ' 27 -5 2 ' 1 0 8 -1 2 '


6000 4488 1 0 6 -1 6 ' 1 2 6 -4 0 ' 32 -5 6 ' 93 -4 4 '
7000 5236 91 -8 ' 1 1 6-51' 37 -2 6 ' 79-25'
8000 5984 73 -4 4 ' 1 0 6-30' 40 -4 4 ' 6 5 "4 6 '

9000 6732 51 -4 1 ' 95 -2 2 ' 40 -5 7 ' 5 4 -2 5 '


10000 7480 0 83 -1 0 ' 1 3 ”4 0 ' 69 -3 0 '

T abla 2.

línea lín ea arco á n g u lo á n g u lo


FH a FG arco F K ONP SQ R

8000 5984 7 3 "4 4 ' 1 0 6-30' 40 -4 4 ' 65 -4 6 '


8100 6058 71 -4 8 ' 1 0 5 -2 5 ' 40 -5 8 ’ 64 -3 7 '
8200 6133 6 9 -3 0 ' 1 0 4 -2 0 ' 4 1 -1 0 ’ 63 -1 0 '
8300 6208 67 -4 8 ' 1 0 3-14' 41 -2 0 ' 62 -5 4 '

8400 6283 65 -4 4 ' 102-9' 41 -2 6 ' 6 1 "4 3 '


8500 6358 63 -3 4 ' 1 0 1 -2 ' 41 -3 0 ' 60 -3 2 '
8600 6432 61 -2 2 ’ 99 -5 6 ' 41 -3 0 ' 5 8 -2 6 '
8700 6507 5 9 ”4 ' 98 -4 8 ' 41 -2 8 ' 57-20'

8800 6582 56 -4 2 ' 97 -4 0 ' 41 -2 2 ' 56-18'


8900 6657 54 -1 6 ' 96 -3 2 ' 41 -1 2 ' 5 5 -2 0 '
9000 6732 51 -4 1 ' 95 -2 2 ' 40 -5 7 ' 5 4 -2 5 '
9100 6806 49- 94 -1 2 ' 4 0 -3 6 ' 5 3 “3 6 '

9200 6881 4 6 “8 ' 9 3 ”2 ' 40 -4 ' 5 2 -5 8 '


9300 6956 43 -8 ' 91 -5 1 ' 3 9 -2 6 ' 5 2 ”2 5 '
9400 7031 39 -5 4 ' 90 -3 8 ' 38-38' 52“
9500 7106 3 6»24' 89-26' 3 7 -3 2 ' 5 1 -5 4 '

9600 7180 32 -3 0 ' 8 8 -1 2 ' 3 6 -6 ' 5 2 -6 '


9700 7255 2 8 “8 ' 8 6 "5 8 ' 3 4 -1 2 ' 52 -4 6 '
9800 7330 2 2 “5 7 ' 8 5 ”4 3 ' 3 1 -3 1 ' 54-12'
308 La magia de los números y el movimiento

La revelación sorprendente de esta tabla es que sea cual sea el


ángulo con el que el rayo entre en la gota, el ángulo de salida no
será nunca de más de 40*57' con respecto a la dirección original.
Ocurre también que un gran número de rayos (aquéllos para los que
FH está entre 8000 y 9000) se refractan con un ángulo de unos
cuarenta grados. Para determinar la acumulación con más exactitud,
Descanes calcula entonces las trayectorias para valores que van de
FH = 8000 a FH = 10000 (tabla dos).
Estos cálculos mostraban que muchos rayos se concentran alre­
dedor de los 41*30'. Con un valor de 17' para el radio aparente del
sol, Descartes establece que el ángulo máximo del arco iris interior
es 41*47', y el ángulo mínimo del exterior 51*37' 76.
Los valores a los que Descanes llegó explicaban no sólo por qué
los arcos aparecen a ángulos de unos cuarenta y dos y cincuenta y
dos grados, sino también por qué la frontera exterior del arco iris
primario está mejor definida que el borde interior del secundario.
No sale luz alguna, tras las reflexión y refracción indicadas, a un
ángulo mayor que unos 46*30', si bien sí hay un número apreciable
de rayos a ángulos ligeramente menores que ese ángulo. En el caso
del arco iris secundario, sin embargo, se produce una acumulación
de rayos a ángulos ligeramente mayores que 51*37', pero no llega
ningún rayo al ojo a ángulos menores. Pese a su importancia, Des­
cartes sólo habla de pasada de este hecho. Lo que desea resaltar es
que su método científico le permite corregir informes experimenta­
les. La experiencia no respaldada por la teoría no es fiable, y con
severidad fuera de lugar, pone en evidencia a Francesco Maurolico,
que había afirmado que el ángulo O N P era de unos cuarenta y cinco
grados, y el SQR de unos cincuenta y seis. «Lo que demuestra»,
escribe Descartes, «qué poca fe podemos tener en las observaciones
que no vienen acompañadas por la explicación correcta» 77.
Los cálculos de Descartes revelan que sólo los haces estrechos,
apretadamente empaquetados que emergen de las gotas que hacen
con la dirección del sol un ángulo de unos cuarenta y dos grados
son lo suficientemente intensos para afectar al ojo. Como todos ellos
forman el mismo ángulo, han de yacer en la superficie de un cono
con el vértice en el ojo. De ahí que el arco iris sea, en efecto, un
arco. Está claro que una serie de personas dispuestas en una línea

74 Las tablas 1 y 2 aparecen en la Meteorología, A. T., VI, págs. 338-339


77 Ib., pág. 340.
Destejer el arco iris 309

verán, cada una de ellas, un arco iris distinto, pues para cada una
de ellas seráp gotas distintas las que estarán en la dirección apropiada
(véase la figura 13). Si están en el suelo, la parte del círculo que esté
sobre ellos quedará conada, pero desde un aeroplano se vería un
círculo completo (véase la figura 14). Mas no parece que Descanes
tomase en cuenta la posibilidad teórica de, digamos, un ángel tum­
bado en una nube admirando el arco iris, pues explica los informes
que hablan de arco iris invenidos diciendo que tal fenómeno se debe
a la reflexión de los rayos del sol en la superficie de un lago hacia
las gotas de lluvia, cortados los rayos directos por nubes interpuestas
(véase la figura 15).

F ig u r a 14
F igura 15

El triunfo de la intuición... y la retórica

La explicación del arco iris que da Descartes es, en efecto, un


triunfo de su método científico. Sus observaciones impresionan, y
sus deducciones matemáticas son enormemente iluminadoras. Pero
cuando señala que las observaciones que no cuentan con la debida
explicación no son de fiar, parece olvidar que se hacen observaciones
sólo en las áreas donde la teoría le lleva a uno a esperar que serán
significativas. Descartes no se preocupó nunca, por ejemplo, en me­
dir exactamente la anchura del arco iris, pues su teoría no da pie de
ninguna manera a la noción de que la luz blanca se disperse en las
partes que la componen.
Descartes niega que haya cambios cualitativos en el sentido aris­
totélico, pero conserva la idea de que la luz se modifica cualitativa­
mente cuando pasa de un medio a otro, si bien, eso sí, interpreta el
fenómeno mecánicamente. Cuando las panículas de materia fina tien­
den con más vigor a girar que a desplazarse en línea recta, el resul­
tado es la luz roja; y cuando la rotación es menos pronunciada, se
ve el amarillo; y cuando es aún más suave, se observan el verde o
Destejer el arco iris 311

el azul 78. La inversión del orden de los colores en el arco iris se­
cundario suponía un serio reto a esta intepretación. Descartes lo
encaraba con una mezcla de retórica («no he tenido dificultades») y
manipulación arbitraria de las formas de las partículas invisibles cu­
yas propiedades se suponía que eran iguales a las de los cuerpos
macroscópicos:

Además, no he tenido dificultades en entender por qué el rojo aparece en


la pane exterior del arco iris interior y la pane interior del externo. La causa
de que se vea el rojo cerca de F en vez de cerca de H una vez ha pasado
por el crista] MNP [véase la figura 5 arriba] es la causa también de que el
ojo, cuando se encuentra en FGH, vea el rojo hacia la parte más espesa MP,
y el azul hacia N. La razón es que el rayo de color rojo que se dirige a F
viene de C, la pane del sol más cercana a MP. Por la misma razón, cuando
el centro de las gotas de agua (y por lo tanto su pane más espesa) está en
la parte exterior con respecto a los puntos de color que forman el arco iris
interior, el rojo ha de aparecer en la cara exterior 79.

A pesar de que esta explicación navegue con el pabellón de la


república de las «cosas fáciles», no parece que participen de la cla­
ridad de la que tanto presumía Descartes. Parece que quiere decir
que la inversión del orden de los colores es consecuencia de la in­
versión del prisma al que se asimilan las gotas de lluvia, y que el
espesor es de alguna manera responsable de la aparición del rojo.
Una esfera material puede rotar alrededor de su eje o moverse en
línea recta. Lo segundo explica la ley de la refracción, lo primero,
la producción de los colores. Como Descartes no admite otros tipos
de movimiento y trata el color como si fuese la única propiedad del
arco iris, piensa que su explicación es la única posible. Con la con­
fianza en sí mismo propia de un filósofo natural que posee la clave
de las maravillas del universo, concluye: «Creo que no queda nin­
guna dificultad por resolver en esta materia» 80.

Una multitud de arcos

N o se le puede culpar a Descartes por no haberse anticipado a


Newton, pero sí es verdad que quizá habría podido dar un paso

Ib., pág. 342.


n Ib., págs. 34-341, cursiva mía.
80 Ib., pág. 341.
312 L a magia de los números y el movimiento

importante si hubiese prestado atención con más cuidado a los in-


formes en los que se daba cuenta de la observación de arco iris
terciarios en ciertas ocasiones. Suponía que ello pasaba cuando entre
las gotas de lluvia había fragmentos de hielo, cuyo índice refractivo
es mayor que el del agua. Sin embargo, estaba en posesión de una
teoría con la que se podía hacer lo que ninguna hipótesis anterior
había logrado: predecir dónde podría verse un arco iris terciario, en
caso de que existiese, y un cuarto, quinto o sexto arco iris también.
Como ha señalado Cari Boyer, todo lo que Descartes tenía que
hacer era añadir más reflexiones internas que producen trayectorias
capaces de generar nuevos arco iris, como se ilustra en la figura 16,
donde r, el número de reflexiones internas, indica el orden del arco 81.
Ni Descanes ni Newton se molestaron en hacer cálculos más allá
de dos reflexiones internas. Halley, el astrónomo' británico y amigo
de Newton, parece que fue el primero que efectuó cálculos sobre el
arco iris terciario, y como se puede ver en la figura 16, el resultado
fue una sorpresa: el tercer arco iris tenía un radio angular de 40“20\
y en vez de aparecer opuesto al sol, formaba un círculo alrededor
del sol mismo. Es invisible, no porque su luz sea muy débil, sino
por la brillantez de la del sol. Halley también halló que en el caso
del cuarto arco, el rayo sufría una desviación de 405°33\ y que ese
arco es un círculo de radio 45'*33' alrededor del sol. El quinto arco
coincide casi exactamente con el segundo pero con los colores en
orden inverso, y esto contribuye a que sea difícil observarlo. El
sexto se superpone al primero, y nunca ha sido observado fuera de
condiciones de laboratorio, en las que se han visto más de dieciocho,
y todos ellos confirman la teoría de Descanes.

La nueva alianza

Descartes podía estar orgulloso, desde luego. Había tomado al


asalto, gracias a su filosofía mecánica, uno de los símbolos más po­
tentes de la naturaleza. Dios, tras el diluvio, erige el arco iris como
símbolo eterno de la alianza «entre El y toda criatura viviente» (Gé­
nesis 9, 13), y en la Iliada, Homero escribe que Afrodita, herida por
Diomedes, huye del campo de batalla y por la senda del arco iris se

" Véase The Rainbou/, pág. 250, de Cari B. Boyer.


Destejer el arco iris 313

refugia en el Olimpo, llevada con la rapidez del viento por la diosa


Iris, la diosa cuyo nombre es el nombre griego, y castellano, del arco
multicolor del cielo 82.
Como los griegos y hebreos de la antigüedad, Descartes se recrea
en el arco iris, que sella su obra con el agrado de Dios. N o sorpren­
de, pues, que cierre su capítulo sobre el arco iris con la demostración
de que su método puede no sólo explicar maravillas, sino hacerlas
además. Para tener una exhibición de magia natural que sobrepuje
los magros logros de della Porta, Descartes sugiere que se mezclen
en el surtidor de una fuente líquidos cuyos índices de refracción sean
distintos, de manera que se puedan producir «figuras en forma de
cruz, o de columna, o de cualquier otra cosa que nos maraville» 8J.
Poco podía prever lo que Keats escribiría casi dos siglos después,
cuando las maravillas de la filosofía mecánica habían perdido ya su
atractivo:

Do not all charms fly


At the mere touch of coid philosophy
There was an awful rainbow once in heaven
We know her woof, her texture; she is given

82 ¡liada, V, 350. Virgilio hace que Juno envic a Iris desde los cielos para que
expire dulces vientos sobre la flota de Ilion (Eneida, V, 606-607).
85 Meteorología, A. T., VI, pág. 334.
314 La magia de los números y el movimiento

In the dull catalogue of common things.


Philosophy will clip an Angel's wings,
Conquer all mysteries by rule and line,
Empty the haunted air, and gnomed mine-
Unweave a rainbow.... M.

[¿No huye acaso la gracia


si la roza filosofía helada?
Hubo una vez un arco iris en los cielos que estremecía:
Conocemos hoy su trama y su textura, y está apuntado
en el oscuro catálogo de las cosas corrientes.
La filosofía atravesará con un alfiler las alas de un ángel,
penetrará todos los místenos con reglas y líneas,
vaciará el aire un lleno de espíritus, y de gnomos la mina-
Desteje un arco iris.... *4]

M John Keats, Lam ia, segunda parte, versos 229-237, en Complete Poems, ed.,
Jack Stillingfleet (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1978), pág. 357.
Capítulo 10
LA ACCION DE LA LUZ

Hemos visto que los parhelios de Roma hicieron que Descartes,


lleno de interés por el fenómeno y su explicación, dejara todo lo que
se traía entre manos en ese momento, especialmente acabar el tratado
metafísico en el que había estado trabajando durante los nueve pri­
meros meses siguientes •a su vuelta a Holanda. Con objeto de dar
una explicación satisfactoria, reanudó el estudio de la refracción, que
había dejado a un lado cuando salió de París, lo que a su vez le
condujo a investigar la naturaleza del arco iris y a una nueva teoría
de los colores. Publicaría sus resultados en la Meteorología, el se­
gundo de los tres tratados científicos que se publicaron con el Dis­
curso del Método. Del primero de esos tratados, titulado Optica [en
francés, La Dioptrique], no se pretendía que fuese un tratado teórico
sino un manual práctico para artesanos que, como Jean Fcrrier, que­
rían hacer mejores telescopios. Justo al principio del mismo, Des­
cartes afirma que desea que «le entienda todo el mundo», y promete
que no empleará noción alguna que requiera conocimientos previos
de otras ciencias. Ni siquiera, dice, se necesita un conocimiento exac­
to de la naturaleza de la luz:

Ahora bien, como la única razón para hablar de la luz aquí es que de ella

315
316 La magia de los números y el movimiento

hay que hablar para explicar cómo entran sus rayos en el ojo y cóm o los
desvían los distintos cuerpos con los que se encuentren, no he de esforzarme
en decir cuál es su verdadera naturaleza. Bastará, pienso, con que haga dos
o tres comparaciones que faciliten la comprensión de la concepción de la
luz más adecuada para explicar todas esas propiedades que conocemos por
experiencia, y deducir todas las demás que no podemos observar tan fácil­
mente. En esto imito a los astrónomos, cuyos supuestos son casi todos
falsos o inciertos, pero de los cuales, sin embargo, extraen muchas conse­
cuencias verdaderas y ciertas, pues guardan relación con diferentes observa­
ciones '.

Descartes no deseaba discutir la naturaleza de la luz, pues no era


probable que les interesase a los artesanos. Aunque creía que las
leyes de la óptica se podían, finalmente, derivar de las propiedades
básicas de la materia, le parecía que algo así no se podía trasladar a
la mente de otras personas si al mismo tiempo no se les explicaba
toda su metafísica, o al menos esa parte de ella que trata de la filo­
sofía natural. Para Descartes, el conocimiento perfecto de la luz re­
quería la aprehensión de la estructura que está tras el universo ma­
terial. De ahí que el título completo de su ensayo cosmológico pos­
tumo sea El Mundo, o Tratado de la Luz.

Modelos y analogías

Una característica de la luz que daba muchos quebraderos de


cabeza, pues no parecía que la intuición directa pudiese captarla, era
la instantaneidad. No podemos poner el movimiento instantáneo di­
rectamente ante nuestra mira porque no hay manera de que poda­
mos manejar velocidades infinitas. Todo lo que está en nuestra mano
es entenderlo por analogía con alguna «potencia natural» que nos
sea familiar. Descartes ya había abordado este problema en la regla
novena de sus Reglas para la dirección ¿leí espíritu:

Si, por ejemplo, quiero saber si una potencia natural puede propagarse ins­
tantáneamente a un lugar disunte atravesando todo el espacio interpuesto,
no fijaré inmediaumente mi atención en la fuerza magnética, o en la in­
fluencia de los astros, ni siquiera en la velocidad de la luz, para ver si
acciones como ésas pueden ocurrir instantáneamente, pues me sería más

’ Optica [L a Dioptrique/, A. T ., VI, pág. 83.


La acción de la luz *17

difícil zanjar tales cuestiones que la de partida. Reflexionaré, más bien, sobre
el movimiento local de los cuerpos, pues no hay nada en toda esta área que
los sentidos perciban mejor. Y me daré cuenta de que, mientras que una
piedra no puede pasar instantáneamente de un lugar a otro, pues es un
cuerpo, una potencia similar a la que mueve la piedra ha de transmitirse
instantáneamente cuando pasa, desnuda, de un objeto a otro. Por ejemplo,
si muevo el extremo de un bastón, por largo que sea, me será fácil concebir
que es necesario que la potencia que mueve esa parte del bastón mueva cada
una de las otras partes instantáneamente, pues lo que se comunica es la
potencia desnuda, y no la que está encerrada en algún cuerpo, una piedra,
por ejemplo, que la lleve consigo 2.

£1 bastón será la primera de las tres analogías que Descartes


tomará en consideración en la Optica. Las otras dos serán un barril
de vino en fermentación y el juego de pelota. Examinaremos cada
de una de ellas en este capítulo. Pero antes de que nos dediquemos
a ello, hemos de fijarnos en cómo intenta Descartes justificar su
método en ese pasaje que hemos visto más arriba, ¿se en el que
compara su forma de proceder con la de los astrónomos «cuyos
supuestos son casi todos falsos o inciertos, pero de los cuales, sin
embargo, extraen muchas consecuencias verdaderas y ciertas, pues
guardan relación con diferentes observaciones que ellos han hecho» 3.
El recurso a las analogías no crea mayores problemas en un con­
texto del que se dice que es sólo práctico y propedéutico. El pro­
blema está en la referencia que se hace a artificios de cálculo que se
sabe son falsos. Descartes piensa en los epiciclos y deferentes de la
astronomía tolemaica, que servían para calcular la posición de los
cuerpos celestes, pero de los que no se creía que fuesen físicamente
verdaderos. Este reconocimiento de la arbitrariedad —y por lo tanto
falsedad— de los modelos astronómicos ha dado mucho que pensar
a los descartistas. Lo que al parecer quiere decir Descartes es que
aunque la luz no se mueva en sentido literal, como el bastón, el vino
de un barril o la pelota en el frontón, estos modelos pueden, sin*1

2 Reglas para la dirección del espíritu, regla nueve, A. T ., X , pág. 402.


1 Optica, A. T., VI, pág.83. Resuena en esto lo que había escrito en la décimo-
segunda de sus Reglas para la dirección del espíritu: «Hay que presuponer ciertas
cosas que quizá no acepten todos. Pero aunque se piense que no son más reales que
los círculos imaginarios que los astrónomos usan para describir los fenómenos, poco
importa, con tal de que nos ayuden a discernir lo que puede ser verdad de lo que
puede ser falso» (A. T., X, pág. 417).
318 L a m a g ia d e lo s n ú m e r o s y e l m o v im ie n t o

embargo, servirnos para calcular la trayectoria de un rayo de luz,


incluso aunque nos quedemos lejos de entender lo que verdadera­
mente pasa en el proceso de iluminación. No podemos libramos, sin
embargo, de tener la impresión de que Descartes esperaba que sus
analogías transmitiesen mucho más que esto a sus lectores más pers­
picaces.
El pasaje de la novena de las Reglas para la dirección del espíritu
reproducido al principio de este capítulo dice que en un caso como
éste hay que recurrir al «movimiento local» (es decir, el cambio de
lugar), el tipo de movimiento que se percibe más fácil e inmediata­
mente *4. En esto sigue la directriz que él mismo estatuye en la se­
gunda de las Reglas para la dirección del espíritu: «Deberíamos pres­
tar atención sólo a aquellos objetos que nuestras mentes puedan
conocer cierta e indubitablemente» 5. El movimiento local, según
Descartes, es un objeto que se puede conocer así de cierta e indu­
bitablemente, y, por lo tanto, el punto de partida debido para una
investigación científica. Le parecía, además, que podía, en algunos
casos, ser instantáneo.

El bastón del ciego

Lo deja claro gracias a la comparación (la primera que hace) de


la acción de la luz con el movimiento de un bastón, con el que un
ciego no sólo descubre su camino alrededor de los obstáculos que
haya a su paso, sino que llega a reconocer los objetos con tan estu­
pefaciente precisión que se puede decir de él que «ve con sus ma­
nos». Según el análisis de Descartes, el objeto se percibe en el mis­
mísimo instante en que el extremo del bastón lo toca. En otras pa­
labras, la transmisión de la información es instantánea. «Para sacar
de aquí una analogía», escribe Descartes,

quiero que hagáis vuestra la idea de que la luz, en los cuerpos que llamamos
luminosos, no es sino cierto movimiento o una acción muy rápida y viva
que llega a nuestros ojos gracias al aire y a otros cuerpos transparentes de

* Según Aristóteles, el movimiento local es anterior a todo otro tipo de cambio


(Física, Libro VIH, capítulo 7).
4 Reglas para la dirección del espíritu, regla dos, A. T., X, pág. 362.
L a a c c ió n d e la lu z 319

la misma manera que el movimiento o resistencia de los cuerpos con los


que se encuentra un ciego llega a su mano gracias al bastón 6.

Al lector moderno, que se asevere que la transmisión de la luz


es instantánea le parece carente de todo fundamento, especialmente
si la aseveración descansa en la analogía del bastón de madera que
toca un objeto. La compresión de sus partes (por veloz que sea) lleva
tiempo. Para Descartes y sus contemporáneos, sin embargo, que la
luz se propague instantáneamente no era tan difícil de aceptar, y que
se la comparase con un contacto no era una idea extraña. Las teorías
de la visión de los antiguos, muy discutidas aún en el siglo diecisiete,
nos harán comprender por qué.
Ya en el siglo quinto antes de Cristo, Empédocles había inten­
tado explicar la visión recurriendo a «haces oculares» que fluyen del
ojo al objeto; la sensación de ver según esto era comparable, pues,
a un contacto. Aristóteles criticó a Empédocles por haber sostenido
que le lleva un tiempo a la luz el ir de un sitio a un otro, y ofreció
una explicación distinta, basada en el supuesto de que la luz no es
una corriente material que fluye de los objetos luminosos hacia el
ojo, sino un estado o cualidad que el medio adquiere de una vez a
causa de la fuente de luz, tal y como el agua se congela en todas sus
partes simultáneamente 7. Aunque eran opuestos a Aristóteles, tanto
Keplcr como Descartes aceptaban la doctrina de la transmisión ins­
tantánea 8. La novedad del enfoque de Descartes estribaba en pre­

6 Optica, A. T „ VI, pág. 84. En las Reglas para la dirección del espíritu, Descanes
había ilustrado su idea con un ejemplo aún más chocante: le pedia a su lector que
pensase en el movimiento de una pluma, cuya punta no puede moverse sin que no
lo haga al mismo tiempo el penacho en el otro extremo.
7 Para un breve y excelente resumen del estado de la cuestión antes de Descartes,
véase «The Science oí Optics [La ciencia de la óptica)», de David C . Lindberg, en
Science in the Middle Ages / L a ciencia en la edad media}, cd., David C . Lindberg
(Chicago y Londres: University o í Chicago Press, 1978), págs. 338-368. Hay una
explicación más detallada en Theories o f Vision from al-Kmdi to Kepler fL as teorías
de la visión de al-Kindi a Kepler] (Chicago y Londres: University o í Chicago Press,
1976), del mismo autor. Acerca de la teoría de Aristóteles, véase su D el Alm a, libro
dos, capítulo siete, 4l8a26-4l9a25, y De los sentidos y los objetos sensibles (De Sensu),
capítulos 2-3, 437al8-439bl8; la analogía con el agua que se congela aparece en el
capítulo seis, 447a3 fí. Sobre la estrategia de Descartes, véase «The Cartesian Theory
oí Vision [La teoría cartesiana de la visión]», Ratio XXVII (1986), págs. 149-167, de
John Hyman, y «Model and Reality in Descartes* Theory oí Light [Modelo y realidad
en la teoría de la luz de Descartes]», Synthesis 4 (1979), págs. 2-23, de Peter Galison.
* Johann Kepler, Ad Vitellionem Parahpomena, quibus Astronomiae Pars Optica
320 L a m a g ia d e lo s n ú m e r o s y e l m o v im ie n t o

suponer que la transmisión instantánea del movimiento local basta


para explicar la acción de la luz.

Las imágenes no revolotean

Descartes insiste en que no se transmite nada que no sea movi­


miento. El ciego percibe diferencias en los objetos prácticamente tan
bien como el vidente, «y sin embargo», escribe Descartes, «las dife­
rencias entre todos esos cuerpos no son sino las diferentes maneras
en que el bastón ha de moverse, o las resistencias que encuentra».
De esto querría que sacásemos la conclusión de «que no hace falta
suponer que pasa algo material del objeto a nuestro ojo que nos hace
ver los colores y la luz» 9. Por lo tanto, lo que importa en esta
analogía no es tanto la instantaneidad, de la que no se ocupa mucho
Descartes, sino la transmisión puramente mecánica de la informa­
ción. Subraya esto escogiendo como objeto de mofa las «formas
intencionales» que invocaban los aristotélicos en su explicación de
cómo se propaga la imagen de un objeto hasta el sentido que la recibe:

De esta manera, vuestra mente se liberará de todas esas pequeñas imágenes


llamadas formas intencionales, que revolotean por el aire y unto dan que
hacer a la imaginación de los filósofos, y hasta os será fácil zanjar el actual
debate filosófico tocante al origen de la acción que causa la percepción
visuall0.

Traditur, capítulo uno, proposición cinco (Frankfurt, 1614), en Gesammeke Werke,


eds., Max Caspar, Franz Hammer el alü. veinte volúmenes hasta la fecha (Munich:
C. H. Beck, 1948-), vol. 2, pig. 21. Sobre las ideas de Kepler, véase la traducción
francesa, profusamente anotada, de Catherine Chevalley, Paralipoménes a Viteüion
(París: Vrin, 1980), págs. 32-41. El único oponente notable a la transmisión instan­
tánea en la edad media fue Ibn-ai-Havtham (que murió alrededor del 1039), conocido
como Alhazen, que sostenía que el movimiento de la luz requiere un intervalo de
tiempo finito pero imperceptible. Puede que Descartes leyese a Alhazen en la colec­
ción de textos de óptica bien conocidos de F. Risner, el Opticae Thesaums (Basilea,
1572), facsímil (Nueva York: Johnson Reprint, 1972), pág. 37 (Optica de Alhazen,
II. 21).
* Optica, A. T., VI, pág. 85. Es interesante la comparación de esta afirmación con
lo que Aristóteles escribe en De Sem a: «pero si la luz o el aire es el medio existente
entre el objeto visible y el ojo, el movimiento a través del medio es lo que produce
la visión» (De Sensu, capítulo tres, 438b3-4).
10 Optica, A. T ., VI, pág. 85. Los Conimbricensis y Eustache de Saint Paul de­
fienden que la especie intencional es necesaria (véase el índex Scolastico-Cartésien de
L a a c c ió n d e la lu z 321

La última frase se refiere al debate en marcha en el siglo diecisiete


sobre el origen de los rayos visuales. Se suele llamar a las dos teorías
enfrentadas teoría de la «extramisión», aquella según la cual los ra­
yos salen del objeto, y teoría de la «intromisión», si los rayos salen
del ojo del observador para «sentir» el objeto. Kepler dio el coup de
gráce a la teoría de la intromisión cuando demostró que se podía
considerar el ojo como una camera obscura, y que los rayos inci­
dentes formaban una imagen invertida en la retina. Descartes verificó
este experimento con el ojo de un toro, y publicó sus resultados en
la Optica (véase la figura 1) " .
Es de lo más sorprendente que en el capítulo que abre la Optica,
del que ya hemos hablado, Descartes dé a entender que su analogía
del bastón da razones a favor tanto de la extramisión como de la
intromisión:
Pues así como nuestro ciego puede sentir los cuerpos que le rodean no sólo
cuando se mueven al contacto de su bastón, sino también gracias a la acción
de su mano cuando los cuerpos no hacen otra cosa que resistirse al bastón,
así debemos nosotros reconocer que los objetos de la vista se pueden per­
cibir no sólo por medio de la acción que procede de ellos y tiende a ir a
nuestros ojos, sino también gracias a la acción de nuestros ojos que tiende
a ir hacia ellos ,2.
Descartes creía que los ojos de los gatos funcionaban como lin­
ternas, pero su prueba concluyente a favor de la intromisión era una
que no cita en la Optica. Se trata de su propia experiencia personal,
registrada en la narración de su célebre sueño l3. N o intenta explicar
la óptica de la intromisión, y es difícil ver cómo podría hacer que
ésta casase con el mecanismo que da por sentado en su publicada
Optica.

La inclinación al movimiento: la lección del vino

Si no se transmite nada físicamente, y lo que ocurre pasa instan­


táneamente, tenemos, hablando con propiedad, una inclinación al

Etienne Gilson (París: Vrin, 1979), págs. 97-98). Sobre el peso que estos comentarios
de Aristóteles tuvieron en la educación temprana de Descartes, véase más arriba,
págs. 21-22.
" Optica, A. T., VI, pág. 119.
'* Optica, A. T.. VI. pág. 8S-86.
u Véase más arriba, pág. 320.
322 La magia de los números y el movimiento

a 9>
\ i

F ig u r a i

movimiento más que movimiento mismo. Esto es lo que la analogía


del barril nos ayudará a entender. La primera comparación, la de la
luz y el bastón de un ciego, había conectado dos conjuntos de ope­
raciones:1

(1) mano —*■ bastón - * movimiento o resistencia al movimiento —►


sentir los objetos
(2) ojo —» aire —> acción o tendencia al movimiento —» ver los
colores
L a a c c ió n d e la lu z i2 i
Es característico que para nosotros ios puntos débiles de esta
analogía sean la inadmisibilidad de la propagación instantánea y que
el contacto físico de (1) difiera de la percepción sensorial de (2),
mientras que para Descartes lo sea sólo que el bastón es opaco y el
aire, en cambio, transparente. De ahí que necesitase una segunda
analogía —la de un barril lleno de uvas que fermentan. A primera
vista, no se puede decir que la nueva comparación se base precisa­
mente en un claro ejemplo de transparencia, pero Descartes creía
que las uvas del barril se podían comparar a las partículas redondas
o pequeñas esferas de materia que forman el aire y los cuerpos trans­
parentes, y el zumo o mosto, a la materia fina que llena los inters­
ticios entre esas esferas. No ve Descartes problema alguno en aceptar
que toda la materia fluida del barril tiende a moverse en línea recta
hacia todas las aberturas del fondo. He aquí cómo desarrolla la ana­
logía, con la ayuda de un diagrama (figura 2):

Pensad en un barril de vino en época de vendimia, lleno hasta el borde con


uvas a medio prensar, y en cuyo fondo haya uno o dos agujeros, como A
y B, por los cuales pueda fluir el vino sin fermentar ... entenderéis fácilmente
que las panes del vino, las que están en C, por ejemplo, tenderán a caer en
linea recta por el agujero A en el mismo instante en que se abra, y, al mismo
tiempo, tenderán a caer por el agujero B, mientras que las panes que están
en D y E tenderán también, al mismo tiempo, a caer por esos dos agujeros,
sin que esas acciones se estorben unas a otras o las estorbe la resistencia de
los racimos de uvas que hay en el barril. Y así será incluso aunque los
racimos se apoyen los unos en los otros y no tiendan lo más mínimo, pues,
a caer por los agujeros A y B como hace el vino, y, sin embargo, sí puedan
moverse de varias maneras por la presión que otros racimos les hagan. De
la misma manera, todas las panes de materia fina que toquen la pane del
borde que esté de cara a nosotros tenderán a moverse en linea recta hacia
nuestros ojos en el mismo instante en que los abramos, sin que esas panes
se estorben unas a otras y sin que siquiera las estorben las panes más gruesas
de los cuerpos transparentes que estén entre ellas H.

Veamos qué está en juego en este ejemplo. En primer lugar, está


claro que, para Descanes, las partes del fluido que estén en C reci­
birán una tendencia instantánea a moverse por los agujeros A y B,
por los dos, tan pronto como se los abra. La idea es que, incluso

1,1 Optica, A. T., VI, págs. 86-87, cursiva mía.


324 La magia de los números y el movimiento

F igura 2

antes de que empiecen a moverse, tendrán una tendencia real a mo­


verse. Esto es coherente con lo que Descartes le escribe a Mersenne,
comentando la ley de la caída de los cuerpos: hay que tomar en
cuenta el peso de un cuerpo en el instante inicial de la caída, no
cuando esté cayendo de hecho Esta opinión ya se encuentra en
el tratado de hidrostática que le escribió a Beeckman en 1618 y al
que prestamos nuestra atención en el capítulo dos l6, pero Descartes
no se hizo la pregunta que surge desde el mismo planteamiento de
la idea, a saber, como la «tendencia» empieza en el mismo instante
en que se abre el agujero A, ¿es que no tiene el vino de C tendencia
a caer antes de que se haya hecho el agujero? En otras palabras,
hacer simplemente un agujero en el fondo del barril, ¿basta para
producir una tendencia en la superficie?
En segundo lugar, ¿por qué ha de tender el fluido de C en igual
medida hacia A y B? Parece que Descartes supone que ha de ser así
simplemente porque es tan fácil trazar una línea recta de C a B como
de C a A. N o tiene en cuenta en absoluto que la distancia de C a
B es mayor que la distancia de C a A, ni que el peso o la presión
se ejercen hacia abajo. En otras palabras, no parece que le preocu­
pase lo más mínimo el estado físico de cosas concreto, sino tan sólo
la capacidad de sugerir de las líneas rectas que dibuja en el barril.

,s Véase pág. 53 arriba.


'6 Véase págs. 53-58 arriba.
L.v a c c ió n d e la lu z 325

Una descripción lastrada de teoría

En la comparación del bastón, se tomaba como modelo para la


descripción de la luz la acción de sondeo de aquél, pero en la ana*
logia del barril es, en cambio, la noción de la luz que Descartes tiene
la que gobierna la explicación del comportamiento del líquido. La
frase decisiva es: «De la misma manera, todas las partes de materia
fina ... tenderán a moverse en línea recta hacia nuestros ojos». Des­
cartes sabe que los rayos de luz no se estorban los unos a los otros
(por ejemplo, los rayos que salen de dos velas se cruzan sin que se
produzca interferencia visible), y cuela de rondón esa propiedad de
la luz en su historia del barril de uvas en fermentación. Tras esta
forma de proceder se encuentra seguramente la idea de que la luz
es el arquetipo de los fenómenos naturales 17. Lo que pase en el caso
de la luz pasará también, aunque no sea tan manifiestamente, o ni
siquiera parezca que tenga algo que ver, en cualquier otro caso.
Si intentamos desmenuzar el razonamiento implícito de Descar­
tes, creo que obtendremos lo siguiente: el fluido en C puede salir
por la abertura en A o por la abertura en B; el camino más fácil,
tanto hacia A como hacia B, es la línea recta; por lo tanto, el fluido
en C tiende a caer en línea recta hacia A y B, y lo que realmente
le pase al zumo, es decir, que salga por A o por B, es sólo una
cuestión práctica que no altera la geometría (y por lo tanto, la física,
pues la materia es meramente extensión) del problema. «Téngase
aquí en cuenta», describe Descartes la distinción que ya nos es fami­
liar,

que es necesario distinguir entre movimiento, por una parte, y acción o


tendencia a moverse, por la otra. Pues nos es fácil concebir que el vino de
C tienda a bajar hacia lo agujeros A y B incluso aunque no pueda en
realidad moverse hacia ambos al mismo tiempo, y que tienda a bajar exac­
tamente en línea recta hacia A y B incluso aunque no pueda moverse exac­
tamente en línea recta a causa de los racimos de uvas que haya interpuestos.
De la misma manera, considerando que hemos de tener en cuenta que la
luz de un cuerpo luminoso no es tanto su movimiento como su acción,

,f El prefacio de la primera (1664) edición de E l Mundo menciona que el titulo


original era, simplemente. Tratado de ¡a Luz (A. T „ X I, pág. viü). Sobre el papel
crucial que desempeñaba la metafísica de la luz antes de Galileo, víase Roger Gros-
tetttte and the Origins o f Experimental Science f Roger Grosseteste y los orígenes de
la ciencia experimental/, de A. C. Crombie (Oxford: Oxford University Press. 1953).
326 La magia de los números y el movimiento

h ab é is d e h ac ero s a la idea d e q u e lo s ra y o s d e lu z n o so n o tr a c o sa q u e las


lín eas p o r las q u e su acción tien de a p ro p ag arse

La «tendencia a bajar» o «acción» del vino se caracteriza por ser:


(1) rectilínea (se invoca la ley de la inercia, pero no se da explicación
de ella alguna), (2) multidireccional (tiende tanto hacia A como hacia
B), (3) instantánea, y (4) nada la estorba. Ahora bien, éstas son las
propiedades de las que Descartes presupone, desde un principio, que
son a su vez las típicas de la luz. Por eso, en la última frase del
párrafo que acabo de reproducir, anima al lector a hacerse «a la idea
de que los rayos de luz no son otra cosa que las líneas por las que
su acción tiende a propagarse». Que hay una infinidad de rayos que
tienden a propagarse a partir de una fuente luminosa es algo que, se
nos dice, se sigue de la analogía del barril, en la que «imaginamos
una infinidad de líneas rectas a lo largo de las cuales la acción que
procede de todos los puntos de la supcrficc del vino tiende a pro­
pagarse hacia un agujero» ,9. Pero pensemos en la luz o en el vino,
el criterio de inteligibilidad es puramente geométrico o, todavía me­
jor, diagramático.

El juego de pelota y el gran slam

La diferencia en transparencia entre un bastón de madera y la


vastedad del aire era la razón confesada de que Descartes hiciese la
segunda comparación; nada le interesaba más, de hecho, que las
características de instantaneidad y rcctilineidad de la propagación de
la luz, pero no se podía decir precisamente que el líquido oscuro y
turbio del barril sirviese para sus propósitos. Por eso hizo una ter­
cera analogía, con la intención de esclarecer tanto el problema de la
transparencia como el de los colores. Los rayos de luz que se en­
cuentran con cuerpos cuya transparencia no sea uniforme
pueden ser desviados o amortiguados por ellos de la misma manera que los
cuerpos que cortan el camino de una pelota o una piedra arrojada al aire
desvían su movimiento. Pues no cuesta creer que la acción o tendencia a l
movimiento en que, como he dicho, consiste la luz, h a de seguir en esto las
m ismas leyes que el m ovimiento 20.*1
0

'* Optica, A. T., VI, pág. 88.


" Ib.
10 Ib., págs. 88-89, cursiva mía.
La acción de la luz 327

Pese a que se nos diga que es algo que no cuesta aprehender, no


es inmediatamente obvio que una tendencia instantánea pueda seguir
las mismas leyes que el movimiento en el tiempo de una bola o una
piedra. Volveremos a esto pronto, pero veamos primero cómo de­
sarrolla Descartes su analogía. Cae la piedra inmediatamente en el
olvido, y se nos pide que pensemos en una pelota golpeada por una
raqueta. La bola se mueve hacia delante, pero se puede además hacer
que rote y darle efecto, rozándola o golpeándola de manera opor­
tuna. La superficie que luego golpee la pelota cambiará esos movi­
mientos en diferente medida. Análogamente, los cuerpos negros
«amortiguan los rayos de luz y y les quitan todo su vigor», otros,
en cambio, los reflejan tal y como les llegan (los espejos planos), o
en diferentes direcciones (los espejos curvos). Además,

algunos cuerpos, a saber, los que decimos que son blancos, reflejan esos
rayos sin producir ningún otro cambio en su acción, y otros, a saber, los
que decimos que son rojos, amarillos, azules o de algún otro color, produ­
cen un cambio similar al que experimenta el movimiento de una bola cuando
la rozamos.

Descartes añade, como si fuese para reafirmar a sus lectores que


la analogía tiene fundamentos más firmes de lo que parece, que «creo
que puedo determinar la naturaleza de cada uno de los colores y
demostrar esto experimentalmente [le faire voir par expérience], pero
es algo que va más allá de los límites de mi tema» 2>. Como sabemos
de nuestro estudio del arco iris, Descartes ofrece una explicación de
los colores en el capítulo ocho de la Meteorología, publicado bajo
la misma cubierta que la Optica, y es sorprendente que no se refi­
riese a ese desarrollo. La razón de que no lo hiciese es que escribió
la Optica primero, y no la revisó tras completar la Meteorología 2122.

Idealizaciones y conocimiento a priori

La presuposición que está detrás de todas las comparaciones de


Descartes es que la «inclinación o tendencia al movimiento» obedece
las leyes del movimiento; la da por sentada y la emplea como ga­

21 Ib ., pág. 92.
22 F.n la Meteorología, se refiere explícitamente a la Optica, p. cj., ib., pág. 331.
328 La magia de los números y el movimiento

rantía de que se puede estudiar la naturaleza de la luz, no por medio


de la investigación de fenómenos ópticos reales, sino de los movi­
mientos de reflexión y refracción de una pelota de frontón. Pero
antes de abordar el análisis de la reflexión, Descartes presenta tres
abstracciones o idealizaciones adicionales 2i. La primera, que la su­
perficie que golpea la pelota es perfectamente dura y regular. No
parece algo especialmente atrevido: los libros de texto de física mo­
dernos nos han acostumbrado a esferas perfectamente redondas que
ruedan por superficies completamente carentes de fricción. En el
siglo diecisiete, sin embargo, se solía considerar que semejantes abs­
tracciones matemáticas eran más una negación que una dilucidación
de la física. La segunda de las idealizaciones de Descartes es la abs­
tracción también de peso, tamaño y forma, y aquí empezamos a ver
cuán difícil es parar una vez se ha empezado a recorrer el resbaladizo
camino de la abstracción. Con la tercera idealización, a saber, que
la velocidad de la pelota es la misma antes y después del impacto,
nos encontramos en un mundo en el que un cambio de dirección no
es, en realidad, un cambio en absoluto.
Las idealizaciones de Descartes son menos un intento de simpli­
ficar las cosas, guiado por la creencia en que se pueden aislar los
factores principales, que un afirmar que se sabe a priori que ciertos
factores carecen de importancia. En otras palabras, la idealización
cartesiana no es un ardid, o una consecuencia de la necesidad de
poner a prueba la teoría bajo condiciones adecuadas. En el caso que
estamos examinando, es el resultado de la creencia dogmática en que
se pueden llegar a conocer las características principales de la luz
mediante inspección simple y directa.
Descartes distingue entre la «fuerza» que impulsa la pelota y la
«posición» de la raqueta que determina su trayectoria: «la potencia
[puissance], cualquiera que sea, que hace que el movimiento de la
pelota continúe, es diferente de la que determina que se mueva en
una dirección en vez de en cualquier otra». Lo primero depende de
con qué fuerza se golpee la pelota, lo último, de la posición de la
raqueta en el momento del impacto. Tras dar en el suelo, la pelota
rebota en una dirección diferente «sin que haya ocurrido cambio
alguno en la fuerza de su movimiento» *24. Aquí, de nuevo, parece
que Descartes apela a una analogía sacada del juego de pelota, cuan­

2i Optica, A. T.( VI, pigs. 93-94.


24 Ib-, pág. 94.
La acción de la luz 329

do en realidad está describiendo la colisión de una pelota con una


raqueta con un lenguaje que va como anillo al dedo a lo que pre­
supone que pasa en la acción de la luz. Lo que tiene en mente es la
manera con que la luz rebota en un espejo, aparentemente «sin es­
fuerzo». Como quiera que la «determinación del movimiento» y la
«fuerza que lo impulsa» son cosas distintas, se pueden considerar
variables independientes. La dirección puede ser cambiada sin que
ello afecte a la velocidad.

Quies Media

La idea que Descartes se había formado de la naturaleza de la


luz gobierna su análisis, pero éste tiene alguna relación también con
el conocido problema medieval de la quies media, es decir, con la
supuesta existencia siempre de un intervalo de reposo entre dos mo­
vimientos sucesivos. Una pelota que dé en el suelo y rebote no se
para antes de que se produzca la inversión de su movimiento, «pues
si su movimiento se interrupiese alguna vez, no hallaríamos causa
alguna que hiciese que lo reemprendiese» 25. La elasticidad se exclu­
ye de entrada, pues se supone que la pelota y la superficie son per­
fectamente rígidas. La misma interpretación vale para la colisión de
dos bolas. Respondiendo una cuestión de Mersenne, escribe Descar­
tes en 1640:

Cuando dos bolas de metal chocan, y, como ocurre a menudo, una de ellas
rebota, lo hace en virtud de la misma fuerza que la hace moverse hacia
delante: pues la fuerza y la dirección del movimiento son cosas completa­
mente diferentes, como dije en mi O ptica 26.*16

í5 Ib. El problema lo formuló por vez primera Aristóteles, que llegó a la conclu­
sión de que el movimiento de un cuerpo que avanza por una línea recta y luego
recula ha de deternerse antes de recular (Física, libro 8, capítulo 8, 262b24-263a4).
Galileo negó esto, y sostuvo que no había un intervalo de reposo (Galilco Galilei,
De Motu, Opere, vol. 1, pigs. 323-328.) Isaac Beeckman muestra en su Journal, vol.
2, pág. 23, su conformidad con Aristóteles, y Marín Mersenne esxpone los argumen­
tos a favor y en contra, pero no toma partido, en su Harmonio Unwerselle (París,
1636), facsímil (París: C.N.R.S., 1975), vol. III, págs. 163-165.
16 Carta de Descartes a Mersenne del once de marzo de 1640, A. T., III, pág. 37.
Ames, en 1630, cuando estaba escribiendo la Optica, Descartes ya había expresado
su negación de la existencia de un intervalo de reposo en el caso concreto de una
cuerda vibrante, con el argumento de que nunca podría volver a su posición original
330 La magia de los números y el m ín im um »

Pocos meses después, Mersennc le comunicó la objeción que ha­


bía hecho Hobbes, a saber, que cuando una pelota da en el suelo,
el impacto hace que tanto la superficie del suelo como la de la pelota
se hundan, y luego toman de nuevo su forma original. Descartes
admitió que, en efecto, así era empíricamente, pero se negó a ver en
ello una objeción a su teoría. Lejos de conceder que la reflexión sería
imposible si los cuerpos que chocasen fuesen incompresibles, afir­
maba que la compresibilidad sólo tenía el efecto de distorsionar la
reflexión de manera que el ángulo de incidencia y el ángulo de re­
flexión dejasen de ser iguales 27. De ahí que le pareciese a Descartes
que la incompresibilidad era requisito imprescindible de la explica­
ción matemática del fenómeno de la colisión. La respuesta de Des­
cartes a Mersenne muestra cuán difícil les era aún a los contempo­
ráneos de Descartes aprehender el concepto de elasticidad, que Mer­
senne intentaba entender encuadrándolo en la categoría antropomor­
fa de «reunir fuerzas*:

N o estoy de acuerdo en que la velocidad de un golpe de martillo le pille a


la naturaleza por sorpresa y no le deje tiempo para reunir sus fuerzas y
resistir. La naturaleza no tiene fuerzas que reunir, ni necesita tiempo p a ra
eso, pues, en todo, actúa m atem áticam ente 2“.

Cuando Hobbes volvió a la carga, Descartes replicó con un ar­


gumento que le parecía concluyente: si el rebote se debiese a la
compresión y elasticidad, sería posible hacer que la pelota rebotase
tan sólo con presionarla contra el suelo con fuerza 29. Está claro que,
para Descartes, el tiempo no desempeña papel alguno en el análisis
de la colisión y el rebote, y que permitir el retroceso elástico sería
tanto como abandonar la interpretación verdaderamente matemática
del mundo. Las matemáticas son, en efecto, intemporales, ¡luego lo
es el movimiento instantáneo!

si paraba antes de que empezase a volver (cartas a Mersenne del cuatro y veinticinco
de noviembre de 1630, A. T „ I, págs. 172, 181; véase también una caita escrita en
1630, o qui’za m is tarde, A. T., IV, pág. 687).
Carta de Descartes a Mersenne para Hobbes del veintiuno de enero de 1641,
A. T „ III, pág. 289.
!> Carta de Descartes a Mersenne del once de marzo de 1649, ib., pág. 37, cursiva
mía.
” Carta de Descartes a Mersenne del dieciocho de marzo de 1641, ib., pág. 338.
La acción de la luz 331

El análisis de la reflexión

Si volvemos ahora al análisis de la reflexión que hace Descartes,


nos encontramos con que introduce una nueva presuposición, to­
cante esta vez a la divisibilidad de la «determinación» o dirección
del movimiento: «debe observarse que la determinación a moverse
en una cierta dirección, así como el movimiento y en general cual­
quier tipo de cantidad, se puede dividir entre todas las partes de las
que se pueda imaginar que lo componen» 30.
Por razones que no se dicen explícitamente, de todas las partes
del movimiento que «se puedan imaginar» en AB (véase la figura 3),
Descartes escoge las determinaciones o direcciones AC, perpendicu­
lar a la superficie, y AF, paralela a ella. En el momento del imapacto,
la superficie impide la primera «determinación», pero no la segunda.
En otras palabras, el movimiento descendente AC encuentra un obs­
táculo, y al paralelo AF no le afecta nada.

A la luz de este supuesto, Descartes halla el camino que seguirá


la pelota tras chocar con la superficie dibujando un círculo con cen­
tro en B, de radio AB (figura 3). Como la velocidad de la pelota no
cambia, se moverá de B a un punto F en la circunferecnia del círculo
en el mismo tiempo que hubiese llegado a D si no hubiese estado
la superficie reflectante. Se halla el punto F basándose en que la
«determinación» paralela no cambia tras el impacto, luego habrá de
equidistar de H y caer en la línea FD paralela a HB y AC. Del

30 Optica, A. T., VI, pigs. 94-95.


332 La magia de los números y el movimiento

diagrama se desprende también claramente que los ángulos ABC y


FBE que la trayectoria forma con la superficie son iguales. Descartes
los llama ángulo de incidencia y ángulo de reflexión; nosotros, en
cambio, damos esos nombres a los ángulos ABH y FBH, respecti­
vamente. La diferencia sólo es terminológica: Descartes se refiere
usualmente a la línea AH (= CB), que es, si se toma el radio AB
= 1, el seno del ángulo ABH.
Se le entregó un ejemplar de la Optica de Descartes a Fcrmat,
quien quedó desconcertado por el argumento de aquél. Si se pudiese
dividir la «determinación» en todas las partes de las que se pueda
imaginar que la componen, ¿por qué se privilegian las determinacio­
nes AH y AC? Descartes replicó que se puede dividir el movimien­
to, en efecto, en un número infinito de componentes diferentes, pero
que una superficie «real» (expresión con la que se refería a una su­
perficie física), tal como CBE, impide el movimiento descendente de
la pelota, pero no el lateral 31. En otras palabras, una superficie dura
no permitirá que la pelota pase a través de ella. Pero si éste es el
caso, el argumento de Descartes se resume en aseverar que la expe­
riencia revela la geometría de la situación. Es sólo cosa de observa­
ción cotidiana que una superficie dura y plana impide el movimiento
descendente pero no el lateral, y que la pelota rebota de manera tal
que el ángulo de reflexión es igual al de incidencia. ¿Qué será en­
tonces de la supuesta posibilidad de deducir la ley de la reflexión a
partir de sus características matemáticas abstractas? Puede que sea
necesario recurrir a la experiencia, sólo que las premisas del propio
Descartes no lo permiten. Pero sobre esto, Descartes calla.

Sobre la refracción

Una modificación más de la analogía del juego de pelota da pie


a la discusión de la refracción que viene inmediatamente a continua­
ción. Imagínese, dice Descartes, que la pelota golpea, no el suelo,
sino un frágil lienzo, que atraviesa, y con ello pierde la mitad de su
velocidad. Si se tiene en mente que «el movimiento de la pelota es1

11 Carta de Descartes a Mersenne para Fermat del cinco de octubre de 1637, A.


T ., I, pág. 452. Fermat formuló sus objeciones a Fermat en una carta que escribió a
Mersenne en abril o mayo del mismo año, ib., págs. 358-359.
La acción de la luz 333

enteramente diferente de su determinación a moverse en una direc­


ción en vez de en cualquier otra», la trayectoria de la pelota se
hallará trazando un círculo, AFB, y tres líneas rectas, AC, HB y
FE, que sean perpendiculares CBE, de manera que la distancia entre
FE y HB es el doble que la que haya entre HB y A C (véase la
figura 4). De lo anterior se desprende que la pelota debe tender a ir
al punto I:

Pues, como la pelota pierde la mitad de su velocidad al atravesar el lienzo


C BE, para ir, por abajo, de B a cualquier punto del círculo A F D deberá
emplear el doble de tiempo que le llevó el ir, por encima del lienzo, de A
a B. Y como no pierde nada de la determinación a avanzar hacia la derecha
que tenía, en el doble del tiempo que empleó en ir de la línea A C a la H B,
cubrirá el doble de distancia en la misma dirección, y, consecuentemente,
llegará a un punto en la línea recta FE en el mismo momento en que alcan­
zará un punto de la circunferencia del círculo A D F. Pero esto sería impo­
sible si no avanzase hacia I, pues éste es el único punto bajo el lienzo C B E
en el que el círculo A FD y la línea recta E F se cortan i l .

Si reemplazamos ahora el lienzo por agua, y suponemos que la


velocidad de la pelota se reduce a la mitad, valdrá el mismo argu­
mento. La pelota se desviará hacia I: «Pues el agua puede abrirse
para dejarla pasar tan fácilmente en un lado como en el otro, al
menos si suponemos, como hacemos siempre, que el curso de la
pelota no depende de su peso, ligereza, tamaño, forma o cualquier
otra causa extraña» 33.
Este es el primer paso del argumento de Descartes sobre la re­
fracción; más tarde volveremos a examinar algunas de sus caracte­
rísticas, especialmente la reducción de la velocidad a su mitad. Pero
veamos ahora el segundo paso, la aplicación del modelo a la acción
de la luz, lo que obliga a echarle aún más remiendos al modelo para
que case con el hecho experimental de partida: que la desviación que
sufren los rayos de luz cuando entran en un medio más denso (di­
gamos el agua) no los aleja de la normal (la línea HG), sino que los
acerca a ella.
Para explicar esa deflexión, Descartes supone que la pelota, al
alcanzar la superficie en B, recibe un nuevo y fuerte golpe de la
raqueta CBE hacia abajo, de manera que «la fuerza de su movimien-*

** Optica, A. T., VI, págs. 97-98.


“ Ib., pág. 99.
334 La magia de los números y el movimiento

Figura 4

to» aumente en un tercio, y que recorre ahora en dos momentos la


distancia que antes había recorrido en tres (véase la figura 5). Des­
cartes afirma audazmante que «se produciría el mismo efecto si la
pelota encontrase en B un cuerpo de naturaleza tal que pasase a
través de su superficie CBE un tercio más fácilmente que a través
del aire» 34. La trayectoria real del rayo refractado BI se determina
entonces tomando BE — 2/3 BC, y dibujando la perpendicular FE
que corta el círculo en I cuando se la prolonga. He aquí que lo que
se deducía de esto, según Descartes:

Como la pelota, que viene en línea recta de A a B, es desviada en el punto


B y se mueve hacia 1, quiere decir que la fuerza o facilidad con que penetra
en el cuerpo CBEI es a aquella con la que deja el cuerpo ACBE como la
distancia AC y HB es a la que hay entre HB y FI, es decir, como la línea
CB es a la B E 35.

La ley de la refracción

La razón CB/BE es la ley del seno tal y como aparece en la


Optica. La forma moderna, sen i = n sen r (donde í es el ángulo de

M Ib., pág, 100.


*» Ib.
La acción de la luz 335

F igura 5

incidencia, r el de refracción, y n una constante específica del medio


refractivo), se sigue de ahí fácilmente, como se desprende de nuestro
diagrama (figura 5), en el que ABH es el ángulo de incidencia, c IBG
el de refracción. Sen i = AH/AB, y sen r = GI/BI. Pero AB = BI
= 1, luego sen í = AH y sen r = GI. Ahora bien, AH = CB, y
GI = BE. De ahí la comparación válida que Descartes estatuye entre
CB y BE. Es probable Descartes escogiese esta formulación de la
ley del seno para que los artesanos, como Ferrier, viesen directa*
mente en el diagrama qué líneas habían de medir. A Mersenne, sin
embargo, le había enunciado la ley en la forma sen i — n sen r, y
así es como Mersenne la dio a conocer en su Harmonie Universelle
en 1636. Pero sea cual sea la formulación de la ley que tomemos, la
prueba que Descartes aduce está lejos de ser inmediata e intuitiva­
mente convincente. Si he reproducido extensamente las palabras de
Descartes, ha sido para examinar su argumento más de cerca.
Como hemos visto más arriba, el primer paso del argumento de
Descartes incluye la reducción a la mitad de la velocidad de la pelota
cuando atraviesa el lienzo o entra en el agua. Incluso esto es muy
ambiguo. Por una parte, Descartes afirma que la componente hori­
zontal del movimiento permanece inalterada, y que sólo cambia esa
parte de la «determinación» que hace que la bola «tienda a moverse
hacia abajo»; por otra, pocas líneas después, sostiene que la dismi­
nución de velocidad ocurre a lo largo de la trayectoria real de la
pelota bajo la superficie CBE (véase la figura 6). Escribe que la pe­
lota, una vez ha perdido «la mitad de su velocidad al atravesar el
336 La magia de los números y el movimiento

lienzo CBE, para ir, por abajo, de B a cualquier punto del círculo
AFD deberá emplear el doble de tiempo que le llevó el ir, por en­
cima del lienzo, de A a B» M. Para ser coherente, Descartes debería
haber escrito que debería emplear el doble de tiempo en descender,
no por la trayectoria real BI, ¡sino por la distancia vertical BL (igual
a HB)!

¿Qué pasa? Creo que la respuesta nos saltará a la vísta si recor­


damos que todo el ejercicio descansa en el conocimiento previo que
Descartes tenía ya de la ley. En otras palabras, lo que ofrece no es
un proceso de descubrimiento, sino una justificación. Como sabe­
mos gracias a nuestra discusión del arco iris en el capítulo nueve,
Descartes conocía la ley del seno ya antes de que empezase a escribir
su Optica. Su empeño era mostrar cómo se la podía deducir a partir
de argumentos geométricos.

La geometría, a la palestra

Fijémonos en el primer paso de la prueba geométrica de la ley


de la reflexión, que dice, simplemente, que el ángulo de incidencia
es igual al ángulo de reflexión. Descartes no tenía ahí problema al-*

* Ib.. pigs. 97-98.


La acción de la luz 337

guno en definir un círculo de radio AB, pues la pelota rebota en B


y cubre la distancia de B a F en el mismo tiempo que le lleva el ir
de A a B (véase la figura 3 arriba). Como AB = BF, la velocidad
no cambia. De lo que no parece haberse dado cuenta Descartes es
de que cuando la velocidad cambia, como ocurre en el caso de la
refracción, el tamaño del círculo debería cambiar también. Por lo
tanto, cuando la velocidad bajo la superficie CBE se reduce a la
mitad, debería dibujarse un segundo círculo más pequeño, de radio
1/2 AB, bajo la superficie CBE, como en la figura 7.

Como la velocidad horizontal es constante, AH = H F, y la tra­


yectoria por debajo de CBE estará sobre BI', donde I' es el punto
donde se cortan el círculo pequeño y la perpendicular FI'. Como
podemos ver en la figura 8, esta construcción no vale cuando el
ángulo de incidencia es de más de treinta grados, pues FI' caería
fuera del círculo pequeño.
Descartes no introduce en la Optica un segundo círculo, pero el
golpe de la raqueta aumenta «la fuerza del movimiento en un tercio,
de manera que puede recorrer en dos momentos la distancia que
antes había recorrido en tres» i?. Se dibuja FE de manera tal que CB

,7 Ib ., pág. 100.
J38 La magia de los números y el movimiento

Figura 8

= 3/2 BE (véase la figura 9), y Descartes concluye que la pelota se


dirigirá a I, el punto donde se cortan la extensión de la perpendicular
FE y el círculo. Pero esto es como un juego de manos. Al hacer CB
= 3/2 BE, Descartes ha, en efecto, hecho que la velocidad lateral
antes del impacto con la raqueta sea un tercio menor que después,
cuando habríamos esperado que la fuerza aumentase en un tercio
después del golpe. ¡Pero ello habría producido una razón diferente
de la que Descartes sabia ya que era la correcta para la refracción
del aire al cristal, 3/2!

Una curiosa coincidencia

¿Qué pasaría si siguiésemos la línea de razonamiento que parece


más lógica, y dibujamos un segundo, y mayor, círculo? Dado que
AH — HF, tomamos la razón 3/2 de Descartes, y suponemos que
el rayo refractado BI recorre tres unidades de distancia cuando el
rayo incidente AB sólo recorre dos (véase la figura 10). Trazamos
entonces el semicírculo G LH cuyo radio BL es al radio BC del
círculo pequeño como tres es a dos.
Tírese IK. perpendicular a BL. El ángulo de incidencia es ABH,
y el de refracción, 1BL.
La acción de la luz 339

F ig u r a 9

Por lo tamo,

sen i _ AH/AB (AH/radio del círculo pequeño) _ AH/2


sen r IK./BI (IK/ radio del círculo grande) IK/3

Ahora bien, como AH — IK, se tendrá que

sen i/sen r = 3/2

En otras palabras, se tendrá ¡el mismo resultado que Descartes


obtiene en la Opticul

Es fascinante comparar esta hipotética línea de argumentación


con la que Claude Mydorge siguió realmente en París en algún mo­
mento entre 1626 y 1631 Mydorge imagina un estado de cosas*

** Mcrsenne copió el texto de Mydorge; ha sido impreso en la Correspondance


de Marin Mcrsenne, vol. I, pág. 405, donde se presume que tuvo su origen en una
cana que Mydorge le escribió a Mersenne en febrero o marzo de 1630 (pág. 404).
Pierre Costabcl cree que es posterior a la obra de Mydorge sobre las secciones cóni­
cas, que escribió en 1631 (Rene Descanes, R elies útiles et claires pour la direction de
Vesprit en la recherche de la vériti, trad., Jean-Luc Marión, con notas de Pierre
Costabel (La Haya: Maninus Nijhoff, 1977), pág. 318). La prueba de Mydorge se
340 La magia de los números y el movimiento

en el que un rayo de luz FE se refracta en E en la dirección EG


(véase la figura 11), y anda tras determinar la trayectoria que el rayo
HE seguirá cuando a su vez se refracte.

Dibújese el semicírculo ACB con centro en E y radio EB. F y


H están en su circuferencia.

Dibújese FI paralela a AEB.

Tírese la perpendicular 1G que corra al rayo refractado HEG en G.

Con E como centro y EG como radio, descríbase el cuarto de círculo


DGL.

Dibújese HM paralela a AEB.

Tírese la perpendicular MN que corta al cuarto de círculo en N.

Añádase EN, que será la trayectoria del rayo refractado HE.

discute en «Descartes' Theory of Light and Refracción: A Discourse on Method [La


teoría de la luz y la refracción de Descartes: discurso del método], Tramactiont o f
the American PhUoíophkal Soáety, TI, parte 3 (1987), págs. 27-29, de A. Mark Smith.
La acción de la luz 341

Figura 11

El procedimiento es esencialmente el apuntado arriba, pues


EG /EF = radio del círculo grande/radio del círculo pequeño. Mydor-
ge hizo, pues, lo que Descartes podría haber hecho. Pero incluso
aunque Descartes hubiese empleado este enfoque inicialmente, aún
así, podría haberse decidido a emplear sólo un círculo en la Optica
porque ello tiene la ventaja de mostrar la ley claramente, ya que AH
y GI (véase la figura 9 arriba) se refieren al mismo radio.
Si bien es expositivamente claro, el diagrama de Descartes no es
tan afortunado en lo tocante a la provisión de una explicación ra­
cional, pues enmascara las presuposiciones que se hacen: (1) la com­
ponente horizontal de la velocidad no cambia, y (2) la razón de la
velocidad por encima de la superficie del medio y de la velocidad
por debajo de la misma es constante.

El golpe de pala

Para que el rayo se doble hacia la normal una vez haya entrado
en el agua, postula Descartes en su analogía que la pelota se golpee
por segunda vez en cuanto pase por la superficie, hacia abajo, y se
la acelere de manera que recorra en dos momentos la distancia que
antes recorría en tres. Esta es, sin duda, la parte menos convincente
de la analogía del juego de pelota. Lo del segundo golpe de pala
parece demasiado forzado, y aunque la pelota se acelerase súbita­
mente, no es obvio por qué habría de producirse todo el cambio en
342 La magia de los números y el movimiento

la superficie, de manera que, una vez la pelota entre en el agua,


avance sin que cambie más su velocidad a pesar de que lo haga por
un medio que opone resistencia. A Descartes no se le escapan estas
dificultades, e intenta salvarlas.
No explica el súbito aumento de la velocidad en la superficie
mediante una causa mecánica similar a la pala; la atribuye, más bien,
a que se penetra más fácilmente en el medio más denso. El segundo
golpe de pala produce el mismo efecto que «tendría el que la pelota
se topase en B con un cuerpo cuya naturaleza fuese tal que se pu­
diese pasar a través de su superficie CBE [véase la figura 9 arriba]
un tercio más fácilmente que a través del aire» 39. El problema aquí
es que, incluso si el medio más denso no ofreciese resistencia alguna,
no se seguiría por ello que la pelota se tuviese que acelerar al entrar
en él, a no ser que la fuerza de la pelota se hubiese estado disipando
previamente a causa de alguna fuerza contrapuesta dominante. Des­
cartes reconoce que está forzando demasiado su analogía. A quien
la lea, como él mismo dice, «quizá le parezca extraño» que la luz se
doble hacia la normal al entrar en un medio más denso, mientras
que una pelota, al entrar en el agua, se aleja de ella. En otras pala­
bras, mientas que el rayo tiende a moverse hacia I (véase la figu­
ra 12), una pelota se movería hacia V. Pero Descartes no se arredra.
Todo lo que el lector ha de hacer es recordar que: (a) la luz «no es
sino un cierto movimiento o acción que recibe la materia finísima
que colma los poros de los otros cuerpos», y (b) que una pelota
«pierde una parte mayor de su movimiento cuando golpea un cuerpo
blando que cuando golpea uno duro, y rueda con menos facilidad
sobre una alfombra que sobre una mesa completamente despejada» 40.
No es probable que la comparación con una pelota que rueda
satisfaga al lector moderno. Es verdad que un almohadón detiene
una bola dura, la cual, en cambio, recula cuando choca contra otra
bola dura. Para explicamos que pase esto recurrimos al concepto de
elasticidad. Se destruye la velocidad inicial, se genera velocidad en
la dirección opuesta. Si la colisión fuese totalmente inelástica, las dos
bolas que chocan se aplastarían, simplemente. Descartes, en cambio,
procedía bajo la suposición de que la «determinación» o dirección
de la bola puede cambiar sin que el movimiento en sí se altere. El
cambio de dirección es instantáneo, y no da lugar a ganancia o pér-

” Optica, A. T „ VI, pág. 100.


40 Ib ., pág. 103.
La acción de la luz 343

F ig u r a 12

dida de momento. La pelota no queda en reposo ni por un instante,


por infinitesimal que sea su duración, pues si se parase una sola vez,
no habría razón alguna para que reemprendiese el movimiento. En
la terminología de Descartes, la misma fuerza actúa todo el tiempo.
Como sostiene que la transmisión de la luz es instantánea, no se
preocupa demasiado de las sutilezas de la acción en el tiempo del
impulso o la fuerza. Cree, sin embargo, y esto es lo que nos parece
tan sorprendente, que la transmisión instantánea ¡puede ocurrir con
mayor o menor facilidad! Su razonamiento es el siguiente: la luz es
una acción ejercida sobre la materia fina que colma los poros de los
cuerpos materiales, y cuando los poros son blandos y están mal
unidos, como pasa en el aire, la acción de la luz se transmite con
menos facilidad que en caso de que los poros estén más compacta­
mente cementados, como pasa en un medio más denso 41.

La persistencia de los sueños juveniles

La convicción de que la luz pasa mejor por un medio más denso


no es un punto de vista científico maduro, fruto de una diestra
reflexión; se remonta en realidad a la que hemos llamado etapa ro-

41 Es sorprendente que Descartes no mencione el caso del sonido, que se propaga


más deprisa en el agua que en el aire. Es bien sabido, por ejemplo, que el sonido de
los cascos de los caballos se puede oír poniendo en tierra el oído mucho antes de que
se pueda oírlos por el aire. Una versión moderna de la idea que se traía en mente
Descartes discurriría como sigue: apretaba hasta el fondo el acelerador de mi coche,
y apenas si avanzaba por terreno blando, cuando de pronto mis ruedas han tocado
suelo firme, y he salido disparado a una velocidad terrorífica.
344 La magia de los números y el movimiento

sacruciana de Descartes. Ya entre 1619 y 1621, tan temprano, apuntó


en su cuaderno de notas:

C om o la luz sólo se puede producir en la materia, donde haya más materia,


se producirá m is fácilmente, mientras todo lo demás permanezca igual; por
lo tanto, penetrará más fácilmente en un medio denso que en uno rarificado.
Esta es la razón de que la refracción produzca un alejamiento de la normal
en éste, y un acercamiento a ella en aq u él 41.

Casi veinte años más tarde, la Optica de 1637 declara que la ley
del seno es una medida de la facilidad de penetración en un medio
denso ° . Sean cuales sean las virtudes de suponer que la bola se
acelera cuando entra en un medio más denso, lo cierto es que no
disipa la sorpresa que nos produce la afirmación siguiente: que la
bola se mueve a velocidad uniforme por el medio. Descartes sabía
tan bien como cualquiera que si se empuja un palo dentro de un
montón de arena, va perdiendo velocidad, y pronto deja de moverse,
y no podía escapársele tampoco que si se disparan flechas contra
balas de heno, éstas las frenan y paran. Creía, sin embargo, como
ya hemos visto, que el agua ofrecía poca o ninguna resistencia al
movimiento *44. Su descripción toma como modelo una bola teórica
a cuyo movimiento no afectan ni el peso, ni el tamaño, ni la forma.
Una vez más volvemos al movimiento instantáneo y diagramático,
que, por lo tanto, no presenta (para Descartes) problema alguno.

La teoría y sus consecuencias

No siempre se ocupaba Descartes de las consecuencias de su


teoría más allá de lo que tenía utilidad práctica en óptica. Pero sí
insistió en una de ellas, que tenía, a su vez, consecuencias casi letales
para todo lo demás: se puede hacer que una bola golpee oblicua­
mente el agua de manera que no penetre en ella, sino que rebote
«tal y como si hubiese golpeado la tierra [vease la figura 13]. Algo

41 Cogitationes Privatae, A. T., X , págs. 242-243.


41 «la fuerza o facilidad ... es como C B a BE» (Optica, A. T „ VI, pág. 100).
44 Véase más arriba la pág. 334. Galilco estaba también convencido de que «el
agua no ofrece resistencia alguna a que se le divida» (Galileo Galilci, Fragmentos
relacionados con el tratado de los cuerpos flotantes [1610-1612], Opere, vol. IV,
pág. 27).
La acción de la luz 345

F ig u r a 13

así es lo que desafortunadamente ha ocurrido cuando balas de cañón


disparadas por mera distracción contra el fondo de un río han herido
a quienes estaban en la otra orilla» 4S.
Lo que a Descartes le movía, más allá del afán de servicio públi­
co, a comunicar esta información puede que fuese, probablemente,
el deseo de que no le quedasen dudas al lector de que se había
molestado en sacar las consecuencias matemáticas de sus ideas. Pero,
en realidad, no se podía decir que acometiese semejante tarea de la
manera más ordenada y constante. Un ejemplo llamativo es el dia­
grama (véase la figura 14) que Descartes usa para ilustrar lo que
pasaría si una pelota de frontón atravesase un lienzo que redujese su
velocidad a la mitad, y siguiese hasta un punto I en la circunferencia
del círculo; se dice que I se determina haciendo H F = 2 AH y
tirando la perpendicular FI. En el diagrama que se publica en la
Optica, AH = 10,5 mm y AF = 14 mm, en vez de 21 mm, que es
lo que pide la ley. Está claro qué pasa. Como el radio AB sólo es
de 15 mm, AF, dibujada a escala, caería fuera del círculo, y tendría­
mos el caso de la bala de cañón de la figura 13. Es fácil calcular que
si el ángulo de incidencia ABH es de más de treinta y dos grados,
FE caerá, en efecto, fuera del círculo. En la figura 14, ¡el ángulo
ABH es de cuarenta y cuatro grados!
Hobbes detectó la discrepancia existente entre lo que se dice en
el texto y lo que se dibuja en el diagrama, y llamó la atención de
Descartes sobre ello en carta del treinta de marzo de 1641, que le
remitió Mersenne 46. La reacción inmediata de Descartes fue un es-

45 Optica, A. T., VI, pág. 99.


46 Cana de Hobbes a Mersenne para Descartes del treinta de marzo de 1641, A.
T., III, pág. 348.
346 La magia de los números y el movimiento

Figura 14

tallido de indignación. ¡Cómo podía un lector ser «tan estúpido»


que le imputase a él los errores del impresor! «Si, en el diagrama, la
línea HF no es exactamente el doble de larga que AH, es culpa del
impresor, no mía», argüía Descartes 47. Lo cierto es que el diagrama
no había sido realizado por el impresor, sino por Franz Van Schoo-
ten, bajo la mirada atenta de Descartes 48. Descartes no podía expo­
ner lo que quería sobre la refracción si la línea FE caía fuera del
círculo, y ésa es la verdadera razón de que manipulase el diagrama
para que se ajustase a sus propósitos ilustrativos. Dieciocho meses
más tarde le escribe a Mersenne menos apasionadamente, y le explica
como sigue el diagrama:

U so la razón 2:1 en las páginas diecisiete y dieciocho de mi Discurso [O p ­


tica, A. T., VI, pág. 98] porque es la más simple, y quería ser lo más claro
posible, pero hice que se imprimiese un diagrama con una razón menor para
mostrar que lo que digo vale para razones de todo tipo, y también para
estar más cerca de lo que se experimenta 49.

47 Cana de Descanes a Mersenne del veintiuno de abril de 1641, ib., pág. 356.
41 Descanes escribió a Constantin Huygens el trece de julio de 1636 que Franz
Van Schooten el joven estaba dibujando todas las Figuras de la Optica a su completa
satisfacción, A. T., I, pág. 611.
49 Cana de Descanes a Mersenne de) veinte de octubre de 1642, A. T., III.
La acción de la luz 347

Haya la verdad que haya en las excusas de Descanes, lo cieno


es que dejó pasar la oponunidad de hacer un provechoso descubri­
miento. Con que le hubiese prestado un poco de atención a las
consecuencias que componaba su elección de AF = 2 AH, habría
hallado el ángulo crítico que hace que un rayo que venga de un
medio más denso no atraviese la superficie, sino que se refracte a lo
largo de ella. En su estudio del arco iris, Dcscanes había determi­
nado correctamente que el índice de refracción del agua al aire es
3/4. El ángulo crítico es, pues, 3/4 = 0'75 =48“ 35'. La razón de
que Descanes no se viese conducido a hacerse esta consideración es,
probablemente, el que no haya reflexión interna cuando un rayo
pasa del aire al agua. Lo que está claro es su falta de interés en
ampliar las consecuencias matemáticas de sus enunciados generales.
En el tiempo que pasó en París, Descanes había podido confir­
mar experimentalmente su ley del seno gracias al talento como di­
bujante de Mydorge y las habilidades prácticas de Fcrrier. En la
Optica llega a la formulación de su ley gracias a un razonamiento
basado en un modelo a la manera geométrica. ¿Cómo casa esto con
su insistencia en que todo conocimiento ha de cimentarse en cosas
intuitivamente obvias? Aunque le admitamos a Descartes que el mo­
vimiento local es intuitivamente obvio, difícilmente podrá dársele esa
categoría a la idea de que la luz es «una tendencia a moverse». Es
como si Descartes no tuviese más que unas cuantas analogías (el
bastón del ciego, el barril y el juego de pelota), y sus explicaciones
ópticas no fuesen más que hipótesis. Cuando Descartes se dispuso
a escribir su Discurso del Método, hubo de reconocer las dificultades
que se le presentaban, y «diagnosticó» que sus lectores padecerían
al tropezar con ellas una conmoción que, seguramente, no era sino
la que él mismo había sufrido:

Si a algu n o le chocan ciertas afirm acion es q u e h ago al p rin cip io d e la Optica


y d e la Meteorología a c a u sa d e q u e las llam e « su p o sic io n e s» y n o p are z c a
q u e m e p re o c u p e d e p ro b a rla s, ten ga la p acien cia d e leer co n aten ción to d o
el lib ro , y c o n fío en q u e q u ed ará satisfe c h o . P u es c o n sid e ro q u e m is ra z o ­
n am ien tos están tan intim am en te in terco n ec tad o s q u e a sí c o m o a lo s ú ltim o s
lo s p ru e b an lo s p rim e ro s, q u e so n su s c a u sa s, a lo s p rim e ro s lo s p ru eb an
lo s ú ltim o s, q u e so n su s e fe cto s. N o d e b e su p o n e rse q u e e s to y co m etien d o

págs. $89-590. Véase también su carta a Merscnnc del trece de octubre de 1642, ib.,
pág. 583.
348 La magia de los números y el movimiento

aquí ia falacia que los lógicos llaman «argumentar en círculo». Pues como
las experiencias hacen que la mayoría de esos efectos sean bastante seguros»
las causas de las que los deduzco sirven no tanto para probarlos com o para
explicarlos; de hecho, más bien al contrario, son las causas las que son
probadas por los efectos. Y las he llamado «suposiciones» simplemente para
que se sepa que pienso que puedo deducirlas de las verdades primarias que
he expuesto más arriba’, pero he eludido deliberadamente llevar a cabo esas
deducciones para no darles a ciertas personas de ingenio la oportunidad de
construir, a partir de los que crean son mis principios, quién sabe qué ex­
travagante filosofía, que se me echará en cara a mí *°.

Debemos tener presente que Descartes no ofrece en este párrafo


una exposición de lo que debe ser el método científico; se limita a
anticiparse a las objeciones que puedan hacérsele, y a pergeñar (como
si el prefacio le llevase en andas) algún tipo de réplica. Si los efectos
prueban la causa, como dice él, entonces es que el conocimiento de
la verdad de las consecuencias no es axiomático, sino empírico. Esto
sería suficiente para un empirista, pero Descartes esperaba que su
ciencia tuviese unos fundamentos mejores y más intuitivos. N o le
bastaba que las hipótesis generasen consecuencias observadas a las
que se pudiese invocar como prueba de su verdad. Sus hipótesis o
«suposiciones» tenían una garantía epistemológica superior con mu­
cho a ésa. Se las podía deducir, escribe, «de las verdades primarias
que he expuesto más arriba», pero no se nos dice si se refiere con
eso al cogito ergo sum, a la existencia, bondad y omnipotencia de
Dios, al concepto de extensión o a las leyes del movimiento. En
realidad pensaba en su tratado El Mundo, que había resumido en la
quinta parte del Discurso del Método.
Las explicaciones que daba Descartes no disipaban las dificulta­
des, más bien las resaltaban. Fr. Vatier, profesor de La Fleche a
quien Descartes había enviado un ejemplar de su libro, manifestó su
sorpresa ante un método que prometía intuición racional y sólo daba
una serie de modelos empíricos. Descartes replicó que había ofrecido
una prueba a posteriori porque una a priori habría requerido una
exposición completa de su física. Sostenía que podía deducir todas
sus suposiciones a partir de los primeros principios de su metafísica,
pero, decía, había preferido que la verdad hablase por sí misma.
«Quería ver», le escribió, «si la mera enunciación de la verdad tenía50

50 Discurso del Método, A. T., V!, pág. 76, cursiva mía.


L a acción de la luz M í

fuerza de convicción suficiente» 51. Pocos días después, sin embargo,


tomaba un rumbo diferente en una carta que le escribe a Mersenne,
en la que declara que ha «demostrado la refracción geométricamente
y a priori» 52. Cuando el fraile mínimo le recuerda que no había
hecho otra cosa que usar modelos y analogías, Descartes se retira
velozmente a sus posiciones anteriores. «Exigirme», escribía, «de­
mostraciones geométricas en una cuestión que pertenece a la física
es pedir algo imposible» S3. A Mersenne sólo le quedaba maravillarse
en silencio ...

51 Carta de Descartes a Vatier del veintidós de febrero de 1638, A. T ., I, pág. 563.


Antoine Vatier (1596-1659) nació el mismo año que Descartes, y enseñó en La Fleche
de 1618 1642, con la excepción de dos breves periodos que pasó en París (1626-1628),
donde quizá conociese a Descanes, y Bourges (1632-1634).
52 Cana de Descartes a Mersenne del uno de marzo de 1638, A. T ., 11, pág. 31.
51 Cana de Descartes a Mersenne del veintisiete de mayo de 1638, ib., pág. 142.
Capítulo 11
LA MATERIA Y EL MOVIMIENTO EN UN
NUEVO MUNDO

La obra que, en opinión del propio Descartes, abarcaba su sis­


tema de filosofía natural, y a la que se refería con posesivo orgullo
como «mi mundo* ’, fue escrita entre 1630 y 1632. Contiene la
nueva cosmología que su concepto de materia y su manera de com­
prender el movimiento demandaban. Hemos visto en el capítulo ocho
cómo el punto de partida metafísico de Descartes, el análisis del
cogito, le llevó a concluir que mente y materia eran radicalmente
distintas. Identificó la materia con la extensión, y sostuvo que todas
sus características se reducían a esa sola propiedad. De ahí que tu­
viese ante sí la tarea de mostrar cómo se derivaban de la extensión,
y nada más que de la extensión, el peso, la impenetrabilidad, la
dureza y todas las demás propiedades aparentes de la materia. Por
lógico que pueda parecer este proyecto, está claro que va contra el
sentido común y la experiencia cotidiana, pues si el universo físico
está extendido por todas partes, como Descanes defiende, entonces
es que hay materia en todas panes, el vacío es imposible, y los
lugares en los que aparentemente no hay nada están ontológicamente1

1 «Mon monde» (cana a Mersenne del cuatro de noviembre de 1630, A. T., I,


pág. 176).

350
La acción de la luz 351

(es decir, realmente) llenos. La diferencia entre una piedra y un vo­


lumen igual al de la piedra pero de espacio vacío deja de ser una
diferencia de tipo para convertirse en una mera diferencia de densi­
dad.

No hay que fiarse de lo que uno siente...

Con semejante concepto de materia, está claro que Descartes no


puede confiar más en el testimonio de sus sentidos, y para evitar que
lo hagamos nosotros y nos pongamos en manos de nuestras sensa­
ciones, E l Mundo se abre con un capítulo titulado «De la diferencia
entre nuestras sensaciones y las cosas que las producen», que, de
otra manera, parecería estar fuera de lugar en un tratado científico.
Descartes no nos dice que no creamos en lo que vemos, oímos o
tocamos, dice, más bien, que no debemos dar por sentado que el
objeto que vemos, oímos y tocamos es similar a las sensaciones que
nos lo hacen conocer. Las palabras son ondas de sonido que no
guardan semejanza con los significados que evocan en nuestra men­
te. De hecho, como observa Descartes, no sólo aprehendemos las
ideas sin percatarnos de los sonidos que las traen ante nuestra aten­
ción, sino que, si hablamos más de una lengua, nos veremos en
apuros para decir en cuál de ellas oímos por vez primera una idea
dada. En cuanto a los otros sentidos, las cosas son por el estilo.
Vemos caras sonrientes o preocupadas, pero nuestros sentidos sólo
perciben labios doblados hacia arriba o ceños fruncidos, o decimos
que una pluma hace cosquillas, cuando en ella sólo hay extensión y
movimiento. Descartes pone el ejemplo de un soldado que vuelve
del frente y piensa que está herido. Se le lleva deprisa al médico, se
le quita la coraza y ... se descubre que una correa o una hebilla le
había estado apretando las costillas. «Si su sentido del tacto, al ha­
cerle sentir esta correa, le hubiese impreso su^im3^éñ~9n^u mente,
no habría habido necesidad de que un m íj/ifaiJé-dtjesé qíie" era lo
que sentía» 2.
Podemos colegir por qué a Descartafede^urgíá tanto tecalcár'Jas
diferencia que hay entre nuestras sensacjppss y la realidad pntológjca
de los objetos que las causan. Es que ¿ hacerlo concillaba suí con­
cepción de las sensaciones con la epistemologíaWe su añálisjisde la

2 El Mundo [Le Monde/, A . T ., X I, pág. 6-


352 La magia de los números y el movimiento

materia imponía. Lo que no dice en El Mundo es que tal cosa su­


ponía una ruptura radical con el análisis de la sensación que había
ofrecido en las Reglas para la dirección del espíritu, en el que de­
fendía que los objetos físicos imprimen su forma en la imaginación
y que con ello quedaba garantizada la objetividad del testimonio de
nuestros sentidos J. Precisamente porque iba contra sí mismo, contra
sus viejas creencias, llega Descartes casi a aburrir con tanta insisten­
cia en que la operación por la que conocemos el mundo físico no
consiste en el examen de una fiel instantánea que se forme en nues­
tras retinas o de un sonido claro que se grabe en nuestros tímpanos.
A Descartes le urgía dejar clara su idea por miedo a que sus lectores
quedasen atrapados, por así decirlo, en donde él mismo había caído
tres años antes.

La llama celeste y el fuego terrestre

Una vez purificado el aire epistemológico, Descartes se vuelve al


fuego real, del que dice conocer sólo dos fuentes: arriba, las estrellas
en los cielos, y el fuego corriente aquí abajo. Como las estrellas están
fuera de nuestro alcance, miremos, sugiere, un trozo de madera ar­
diendo. Teniendo en cuenta lo que Descartes acaba de decirnos acer­
ca de cuán traicioneros son nuestros sentidos, esperaríamos de ¿1 que
nos obsequiase con un análisis experimental y cuantitativo riguroso
de los modos de combustión. En vez de eso, nos lo encontramos
apelando a lo que vemos y haciendo inferencias sobre lo que está
por debajo del umbral de la visión, que es, dice, de naturaleza similar
a lo que sí podemos ver. Cuando el fuego quema la madera, nos
dice,

sobra con un vistazo para darse cuenta de que mueve pequeñas partículas
de esta madera. ... Alguien, si le place, puede imaginar en esta madera la
forma del fuego, la cualidad del color y la acción que la quema como cosas
distintas; por lo que a mí se refiere, que temo engañarme a mí mismo si
supongo que hay ahí algo más que lo que veo que necesariamente ha de
estar presente, me contento con concebir el movimiento de sus partes *4.

J V éase m i s a rrib a, p á g s.
4 El Mundo, A . T ., X I , p á g . 7.
La materia y el movimiento en un nuevo mundo 353

En otras palabras, el movimiento no es sólo una condición ne­


cesaria, sino necesaria y suficiente del fuego. Pero todo esto hay que
entenderlo teniendo en cuenta su trasfondo, la ciencia del siglo die­
cisiete. Para Descartes y sus contemporáneos —de hecho, para todo
el mundo antes de Lavoisier, a finales del siglo dieciocho—, el fuego
era una sustancia física genuina, como el agua o el aire. Donde no­
sotros vemos un proceso de oxidación, es decir, la combinación del
oxígeno con otra sustancia, y la consiguiente liberación de luz y
calor, ellos veían una manifestación de las propiedades del fuego.
Esta es la razón por la que Descartes dice a continuación que el
movimiento de los pequeños fragmentos de madera debe ser causado
por partículas de fuego muy pequeñas y rápidas. Pueden ser invisi­
bles, pero como hay sólo un tipo de materia, es, en principio, po­
sible describirlas exhaustivamente con el mismo vocabulario que se
emplea para describir cuerpos grandes en movimiento. Descartes re­
conocía, sin embargo, que la velocidad de las pequeñas partículas de
fuego tenía que ser considerable, «para compesar su pequeñez». Se­
mejante idea parece invitar a que se determine la relación cuantitativa
que haya entre su tamaño y su velocidad, con el objeto de determi­
nar su dirección. Pero sólo nos encontramos con la repetición de una
afirmación ya hecha en la Optica: que la velocidad y la dirección
son variables completamente independientes.

No digo nada sobre la dirección en que se mueve cada pane, pues si caéis
en la cuenta de que la potencia que mueve y la que determina en qué
dirección debe tener lugar el movimiento son completamente diferentes, y
que una puede existir sin la otra (como expliqué en la Optica), entenderéis
sin dificultad que cada parte se mueve como le sea mis fácil dada la dispo­
sición de los cuerpos circundantes 5.

Este párrafo es interesante por dos razones. En primer lugar, se


nos dice que la distinción entre movimiento y dirección se explica
en la Optica, y en segundo, se nos asegura que con esta distinción
en mente no nos costará entender que la llama sube en vez de bajar
sólo porque los cuerpos circundantes hacen que le sea más fácil
subir. Por lo que se refiere a lo primero, se nos enuncia tal distinción
en la Optica, en efecto, pero sólo se la enuncia, no se la justifica;
muy al contrario, se nos deja con la clara impresión de que la jus­

5 Ib., págs. 8-9.


354 La magia de los números y el movimiento

tificación se sigue de la explicación general de la física cartesiana, a


dar en El Mundo. Parece, de todas todas, que Descartes nos monta
en el tiovivo de los profesores: en primero, nos dicen que se expli­
cará x en segundo, y en segundo ¡se nos recuerda que x ya se explicó
en primero! También hay que aclarar la otra idea, que los cuerpos
que circundan al fuego hacen que éste salga hacia fuera. Como quie­
ra que la dirección no tiene relación directa con el tamaño y la
velocidad, se nos tiene que explicar por qué es más fácil moverse
verticalmente que en horizontal, pero Descartes pospone la discu­
sión de esta cuestión hasta que analice el peso, lo que hará al final
de El Mundo.

Duro y blando

De momento, en el tercer capítulo de El Mundo, prefiere Des­


cartes desarrollar su concepto de materia suponiendo que se mueven
(de alguna manera y en cierta medida), no sólo las partículas de
fuego, sino todas y cada una de las partículas de materia, y que este
movimiento universal se conserva porque se basa en la inmutabilidad
de Dios, de la que habla más tarde, en el capítulo séptimo. La pri­
mera cosa que quiere que examinemos es la diferencia entre líquidos
y sólidos. «Pensad» (debería haber dicho «suponed»)

que cada cuerpo se puede dividir en partes extremadamente pequeñas. No


deseo determinar si puede haber infinitas partes, pero al menos esto es
cierto: por lo que se refiere a lo que conocemos, hay un número indefinido
de ellas, y podemos suponer que hay varios millones en el más pequeño de
los granos de arena que aún nos sea visible 4.

Si dos partes pequeñas están juntas, costado con costado, y quie­


tas, sólo se las podrá separar haciendo fuerza, mientras que si se
mueven y se tocan sólo accidentalmente, con que se las toque sua­
vemente, se separarán. Y, de hecho, no habrá que hacer fuerza al­
guna si «el movimiento con el que se pueden separar por sí mismas
es igual o mayor que el movimiento con el que queramos separar­
las» *7. Por lo tanto, los cuerpos duros son aquellos cuyas partes

4 Ib., p á g s. 8-9.
7 Ib., p á g s. 8 -9 .
La materia y el movimiento en un nuevo mundo 355

están en reposo, y los fluidos, aquellos cuyas partes se agitan. Esta


línea argumental sólo tiene sentido si suponemos con Descartes que
la velocidad de un cuerpo en movimiento es una magnitud pura­
mente escalar, es decir, que tiene magnitud, pero no dirección. A un
lector moderno, la facilidad con que Descartes resuelve el problema
de la dureza no puede dejar de darle la sensación de haber sido
comprada a un precio excesivo, pero él pensaba que había dado con
una brillante solución al problema de la consistencia de los materia­
les, que no obligaba a echar mano de «pegamento o cemento» algu­
no, en contra de lo que él daba por supuesto que habían tenido que
hacer los demás 8. Los cuerpos son duros precisamente porque sus
partes están en reposo, costado con costado. Pero si el movimiento
es todo lo que se necesita para hacer de un cuerpo un fluido y causar
la sensación de fuego, ¿por qué no nos quema la brisa? A esta pre­
gunta retórica, responde Descartes que

debemos tener en cuenta no sólo la velocidad, sino el tamaño de las partes


que se mueven. La partes más pequeñas producen los cuerpos más fluidos,
pero sólo las que son más grandes tienen el poder de quemar y, hablando
en general, de actuar sobre otros cuerpos 9.

No se da ningún desarrollo cuantitativo, y al lector se le deja a


solas con la duda de qué significa «más grande» en este contexto, y
por qué los cuerpos más grandes tienen un poder penetrante mayor
que los más pesados. La impresión que uno tiene aquí y a lo largo
de todo el Mundo es que a Descartes lo que le interesaba era el
cambio en general, y que la mecánica cuantitativa no pasaba de ser
sólo algo marginal para él.

Plantarle cara al vacío

Parecería que si hay movimiento, es que hay espacio para mo­


verse. Pero según Descartes la materia es extensión, y la extensión*

a Ib. P o r un s ú b it o c a m b io d e p e r sp e c tiv a , q u e e s u n a d e la s g ra n d e s iro n ía s d e


la h isto ria , N e w to n s e m o fa ría d e D e sc a r te s p o r d e c ir n o s « q u e a lo s c u e r p o s lo s
ce m e n ta el r e p o s o , e s d e c ir , u n a c u a lid a d o c u lt a , o n a d a » (Isa a c N e w t o n , Opticks.
( L o n d r e s , 1704), r e im p re sió n (N u e v a Y o r k : D o v e r , 1952), p á g . 3 8 8 . |H a y tra d u c ció n
e s p a ñ o la : Optica o Tratado de las Reflexiones, Refracciones, Inflexiones y Colores de
la Luz, d e C a r lo s S o lis , c o n in tro d u c c ió n y n o t a s (M a d r id : A lfa g u a r a , 1977)].
* El Mundo, A . T . , X I , p á g . 15.
356 La magia de los números y el movimiento

no es otra cosa que espacio, de donde se sigue que cualquier cosa


concreta es sólo una parte de la cosa extensa única. Otra forma de
expresar esto es decir que donde hay espacio, hay extensión y, por
lo tanto, hay materia. Como quiera que no somos capaces de ima­
ginar un lugar sin extensión, la ¡dea de un vacío perfecto es impo­
sible, por razones puramente metafísicas. Hablando estrictamente,
los cuerpos no están en el espacio, sino entre otros cuerpos. Esta
idea está en el mismo centro de la física de Descartes. La recalca en
el cuarto capítulo de E l Mundo, y vuelve a ella en los Principios de
Filosofía, donde argumenta que si Dios quitase todo lo que hay en
un vaso, las paredes de éste se tocarían, pues ya no habría nada entre
ellas. Nada no puede tener propiedades y, por lo tanto, carece de
dimensiones; por lo tanto, dos objetos a los que nada separa están,
en realidad, en contacto l012. ¡Un recipiente vacío no es en absoluto
un recipiente! Pero ¿no podría Dios —pregunta Mersenne— sacar
todo el aire de una habitación sin reemplazarlo con otra cosa? ¡Eso
—protesta Descartes— es como sugerir que Dios podría allanar las
montañas y dejar los valles! 11. Pero ¿cómo podemos tener cambios
de lugar cuando al parecer no hay lugares a los que cambiarse?
Descartes creía que tenía la respuesta:

Me habría costado responder si no hubiese aprendido, gracias a varias ob­


servaciones [expériences], que todos los movimientos que ocurren en el mun­
do son, de alguna manera, circulares; es decir, cuando un cuerpo abandona
su lugar, siempre toma el lugar de algún otro cuerpo, y éste el de un tercero,
y así sucesivamente, de manera que el último cuerpo ocupe en el mismo
instante el lugar abandonado por el primero ,2.

10 Pincipios de Filosofía, parte II, artículo 18, A. T ., VIII-1, pág. 50.


11 Carta de Descartes a Mersenne del nueve de enero de 1639, A. T., II, pág. 482.
Poco después, en 1641, Descartes aseveraba en las Meditaciones que Dios podía crear
montañas sin valles (A. T., VIII, pág. 224), pero volvió a lo dicho en su cana del
nueve de enero de 1639 en los Principios de Filosofía publicados en 1644 (Pane II.
artículo 18; A. T., VII1-1, pág.50).
12 E l Mundo, A. T., XI, pág. 19, cursiva mía. La fuente del movimiento circular
instantáneo está en el Timeo de Platón, donde se recurre al neptunio («impulso cir­
cular») para explicar la respiración. Nuestro aliento es una especie de proyectil que
dispara nuestra boca. Como no sale al espacio vacío, ha de desalojar el aire que está
cerca de la boca sin dejar un espacio vacío dentro de ella. En las palabras del propio
Platón: «Como no bay vacío en el que pueda entrar un cuerpo móvil, y nuestro alien­
to se mueve hacia adelante, la consecuencia estará clara para cualquiera: el aliento no
entra en el vacío, sino que empuja el cuerpo contiguo fuera de su sitio, y el cuerpo
La materia y el movimiento en un nuevo mundo 357

Si no hay espacio vacío y el mundo está, literalmente, lleno de


materia homogénea, no se puede desplazar una de sus partes sin que
alguna otra tome su lugar en el acto. La instantaneidad y circulari-
dad del movimiento son condiciones necesarias de la suposición (para
Descartes, certeza intuitiva) de que la materia es una cantidad ho­
mogénea; la garantía de ambas, se nos dice, es experiencial: si, por
ejemplo, se hace una abertura en el fondo de un barril de vino, el
líquido no fluirá a menos que se haga un agujero en la tapa. Una
vez hecho el agujero, el vino fluye, no por un «miedo» antropomor­
fo al vacío, sino porque el aire toma su lugar.

Pasa desapercibida, pero lo llena todo

Que rara vez observemos esos movimientos circulares no es ob­


jeción para Descartes. Querría él que pensásemos en los peces de un
acuario: ¡menean sus colas y agallas, se pasean de aquí para allá, y
ni siquiera causan unas olillas en la superficie del agua! Pero las
consecuencias de la teoría son chocantes. Un vaso lleno de oro ¡no
contiene más materia que uno vacío! Descartes admite que esto sue­
na raro, pero ello se debe sólo a que la gente confude percepción
con pensamiento y cae inconscientemente en la creencia de que la
realidad física es coextensiva con la realidad sentida. Como ejemplos
de realidad no sentida, nos recuerda el gran calor de nuestro corazón
(el órgano que para nosotros es una bomba, para Descartes era una
caldera) y el peso de nuestras ropas l3.
Una aplicación de la teoría de Descartes más interesante se halla
en una carta dirigida a su discípulo Rcneri, escrita mientras bosque­
jaba E l Mundo. Le habían preguntado a Descartes por qué no se
escapaba el contenido de un tubo de ensayo lleno de mercurio cuan­
do se le ponía cabeza abajo. «Imaginad», decía en su respuesta, «que
el aire es como la lana, y el éter de sus poros como torbellinos que
se mueven por la lana» (véase la figura 1) H. Las capas de aire de la
parte de arriba presionan el aire del fondo, y por eso éste es mucho*1

así desplazado expulsa a su vez el siguiente ... todo esto tiene lugar simultáneamente,
como una rueda que gira, pues no hay vacio» (Timeo 79B).
11 El Mundo, A. T., XI, pág. 19-21.
H Carta de Descartes a Rcneri del dos de junio de 1631, A. T., I, pág. 205. El
diagrama está en la pág. 206.
358 L a m a g ia d e l o s n ú m e r o s y el m o v im ie m o

más pesado, pero ese peso no se percibe: «Si empujamos el aire de


E hacia F, el aire de F se moverá en círculo en la dirección GHI y
volverá a E; no se notará su peso, tal y como el peso de una rueda
que da vueltas no se nota si está pcfectamente equilibrada en su
eje» '5. No se dice nada más acerca de por qué el aire que es cm-

Ib-, pig. 206, cursiva mía. Obsérvese la similaridad con el pasaje del Timco
mencionado arriba, pág. 356, nota doce.
L a m a t e r ia y el m o v im ie n t o en u n n u e v o m u n d o 359

pujado hacia arriba ha de revolverse de esa manera, y la analogía de


la rueda se esgrime como si bastase por sí misma para convencernos.
Hasta aquí, lo que se refiere al principio general. Ahora, veamos
cómo se aplica éste al tubo invertido de mercurio (OR en nuestro
diagrama). El líquido sólo puede caer si la lana (= aire) que está en
R empuja la lana de O, que a su vez empujará la lana a lo largo de
P y Q, es decir, a lo largo «de toda la línea de peso OPQ». Pero
el tubo está sellado en D, y no puede entrar aire por ese extremo.
Por lo tanto, el aire que está alrededor de R permanece estacionario.
Pero ¿qué pasa con los pequeños «torbellinos» que hacen las veces
del «éter» y llenan los intersticios entre las partículas de aire? Des­
cartes admite que podrían atravesar el cristal, pero como el éter de
las inmediaciones ya llena los poros del aire allí presente, cualquier
cantidad adicional de éter tendría que venir de la región celeste que
está por encima del aire, lo que sólo ocurriría si hubiese aire que
subiese y ocupase su lugar l6. La respuesta descansa de nuevo en
amplias consideraciones cosmológicas, y no se intenta determinar el
peso del aire que habría que desplazar.

Una sola materia, pero tres elementos distintos

En el capítulo cinco de E l Mundo, Descartes pretende reconciliar


la noción de materia homogénea con la tradicional división de la
misma en los cuatro elementos, fuego, aire, agua y tierra. N o niega
la existencia de las diferencias macroscópicas que condujeron a esa
clasificación, pero las ve como el resultado de meras variaciones de
tamaño, figura y velocidad de las partes de materia. Las partículas
más pequeñas y veloces constituyen el elemento fuego, que se en­
cuentra no sólo en el sol y las estrellas, sino en todos los cuerpos,
en los que llena los intersticios entre la partículas redondas y más
grandes del elemento aire y las más voluminosas del elemento tierra.
El agua pierde su categoría de elemento, y se la asimila al elemento
fluido aire.
Este ejercicio no es más que una concesión a la nomenclatura
corriente en el siglo diecisiete, pues Descartes insiste en que el fuego,
el aire y la tierra a los que llama elementos no deben identificarse

“ / * ., págs. 206-207.
360 La magia de los números y el movimiento

con los cuerpos que sentimos. N o sólo son extremadamente peque­


ños y rápidos, sino que, para que no pueda haber un vacío, carecen
de «forma o tamaño determinados», gracias a lo cual pueden desli­
zarse en los intersticios de cualquier cuerpo. Pero como un cuerpo
no es sino una sustancia extensa, no puede en realidad cambiar de
tamaño. Puede parecer que se expande y su volumen aumenta, pero
semejante aumento no quiere decir que aumente la extensión, y por
lo tanto la materia; pasa entonces sólo que las partículas se separan
más y cuerpos más pequeños rellenan los intersticios. Descartes pone
el ejemplo de una esponja que se hincha cuando se la pone en agua.
El incremento aparente se debe a la adición de otro cuerpo, agua en
ese caso. Según Descartes, las partes de la esponja no se extienden
ni tensan más, sólo se las separa l7.
En los siguientes capítulos de El Mundo, Descartes se dedica a
describir un nuevo mundo hecho exclusivamente de su nuevo tipo
de materia, pero antes de seguirle en su interesante viaje, examine­
mos más de cerca tres características fundamentales de esta nueva
materia, a saber, su divisibilidad infinita, su impenetrabilidad y su
movilidad.

División sin fin

Descartes creía que la divisibilidad intrínseca de la materia era


una consecuencia inmediata de la definición de la materia como ex­
tensión. Como escribió al que fuera su mentor, Fr. Gibieuf, «no
podemos hacernos una idea de una cosa extensa sin hacemos al mis­
mo tiempo la idea de su mitad o de su tercera parte, y, por lo tanto,
sin concebirla divisible por dos o por tres» IS. La divisibilidad física
de la materia es tan clara y necesaria como la verdad geométrica que*31

17 E l Mundo, A. T., XI, pigs. 23-31. La analogía de la esponja está en la página


31, y se repite en los Principios de Filosofía, Parte II, articulo 6. Véanse también las
cartas a Mersenne del veinticinco de febrero de 1630 y once de octubre de 1638, A.
T., I, pág. 119, y II, pág. 384. En la primera de estas cartas, le informa a Mersenne
que ha llegado precisamente a ese punto (es decir, al capítulo cuatro) de su redacción
de El Mundo (A. T., I, pág. 120). Véase «Descartes* Theory of Elcments: From Le
Monde to thc Principes•, Journal o f the History o f ideas, 43 (1982), págs. 55-72, de
John W. Lynes.
'* Carta de Descartes a Gibieuf del diecinueve de enero de 1642, A. T., III,
pág. 477.
La materia y el movimiento en un nuevo mundo 361

dice que la suma de los ángulos interiores de un triángulo es igual


a dos ángulos rectos l920. Es consecuencia también de la naturaleza
esencialmente circular de la materia en movimiento. Para que los
cuerpos se puedan mover en un universo en el que no hay vacío, la
materia debe ser infinitamente divisible. Como mejor se ve esto es
mediante el ejemplo que pone el propio Descartes en los Principios
de Filosofía.
Supóngase que hay materia finísima que gira en el sentido de las
agujas del reloj alrededor de un cuerpo excéntrico EFGH (véase la
figura 2), y que el espacio que está sobre G tiene cuatro veces el
tamaño del espacio que está bajo E, y, por lo tanto, contiene cuatro
veces más materia, pues no hay vacío ni contracción o condensación
de materia. Además, como no se puede mover ninguna materia sin
que se mueva toda la materia, la materia que está por encima de G
no se puede mover hacia E sin que la materia que está por debajo
de E se mueva al mismo tiempo. Pero como el espacio que está por
debajo de E es cuatro veces más angosto que el espacio que está por
encima de E, la materia que viene desde encima de G se tendrá que
mover cuatro veces más deprisa para que pueda comprimirse bajo
E. Semejante aumento instantáneo de la velocidad le parecía a Des­
cartes que requería una división también instantánea de la materia
«en partes infinita o indefinidamente pequeñas» 7a.
Este estado de cosas es paradójico. Descartes suponía que el es­
pacio estaba lleno de cuerpos tan bien acomodados en el espacio que
ocupaban, que no podrían llenar un espacio mayor o comprimirse
en uno más pequeño. Si se movían, tenían que desplazar a otros
cuerpos, pero no hay razón para creer que sufriesen pon ello un
cambio cuantitativo radical. Ahora bien, se nos dice, sin embargo,
que hay casos de compresión en los que el movimiento circular sólo
se puede entender si la materia sufre de alguna manera un proceso
de división infinita, para que así pueda moverse toda la materia en
el mismo instante. Pero ¿no es esto un argumento contra el mero

19 «Por ejemplo, el hecho de que los tres ángulos sean iguales a dos rectos "es
inherente a la naturaleza del triángulo; y la divisibilidad lo es a la naturaleza del
cuerpo, o a la de las cosas extensas (pues no podemos concebir una cosa extensa tan
pequeña que no se la pueda dividir, al menos en nuestro pensamiento). Y por esto
se puede aseverar con certeza que los tres ángulos de cada triángulo son iguales a dos
rectos, y que todos los cuerpos son divisibles» (Segundo conjunto de réplicas a las
objeciones a las Meditaciones, A. T., VIII. pág. 163).
20 Principios de Filosofía, Parte II, artículos 33-34, A. T „ VIII-1, págs. 59-60.
362 L a m a g ia d e lo s n ú m e r o s y el m o v im ie n t o

intento de explicar el movimiento sin dejar lugar al espacio vacío?


¡No es así!, replica Descartes. Todo esto no es otra cosa que un
ejemplo de las limitaciones del conocimiento humano: «confieso que
topamos en este movimiento con algo que nuestra mente percibe que
es verdad, pero que no puede comprender» 21. Obsérvese que lo que
Descartes no consigue comprender no es cómo pueden moverse los
cuerpos cuando no hay vacío (¡el espacio vacío ha sido expulsado
de la corte!), sino la interminable divisibilidad que el movimiento en
una plenitud requiere.

Mentes finitas y espacio infinito

Si la materia es pura extensión, nos vemos obligados a pensar


que se extiende infinitamente y que infinitamente se divide, lo que
tiene consecuencias cosmológicas que Descartes le explicaba a su
amigo Hector-Pierre Chanut en 1647:

Si suponemos que el mundo es finito, hemos de imaginar que más allá de


sus fronteras hay espacios con sus tres dimensiones, y, por lo tanto, que no
son meramente imaginarios, como los filósofos los llaman, sino que contie­

21 Ib ., pág. 59.
La materia y el movimiento en un nuevo mundo 363

nen alguna materia. Ahora bien, como esta materia no puede estar sino en
el mundo, esto muestra que el mundo se extiende más allá de las fronteras
que se le habían asignado. Por lo tanto, como no tengo argumentos que
prueben que el mundo tiene fronteras (de hecho, ni siquiera puedo concebir
que las tenga), digo del mundo que es indefinido. Pero no puedo negar que
Dios pueda conocer algunas por incomprensibles que nos sean, y esto es
por lo qué no digo que el mundo es absolutamente infinito a .

A Descartes le habría gustado en realidad afirmar que la materia


es infinitamente divisible y el mundo infinitamente extenso. El ar­
gumento de la limitación del conocimiento humano no es del todo
convincente cuando lo profiere alguien que profesa invariablemente
que las consecuencias lógicas de su sistema son verdaderas. Y, de
hecho, Descartes había tanteado inicialmente la posibilidad de afir­
mar pura y simplemente lo que realmente se desprendía de su teoría
de la materia. En diciembre de 1629, cuando estaba a punto de em­
pezar a escribir E l Mundo, le había preguntado a Mersenne:

Por favor, hacedme saber si la religión establece algo concerniente a la ex­


tensión de las cosas creadas, es decir, si es finita o infinita, y si hay cuerpos
reales, creados, en el llamado espacio imaginario. Aunque no deseo abrir
esta cuestión, creo, sin embargo, que me veré obligado a probarla 2J.

No tenemos la respuesta de Mersenne, pero debió de encarecerle


que actuase con prudencia. Varios años después, la reina Cristina de
Suecia daba voz a la inquietud teológica que se mascaba en el am­
biente, y expresaba su temor a que un universo infinito fuese eterno
(idea condenada por la iglesia) y aboliese el puesto privilegiado que
el hombre disfrutaba en la creación. En su papel de sabio que estaba,
además, a punto de ser llamado a la corte, Descartes replicó que el
mundo es indefinido, no infinito, y que, por lo tanto, no había por
qué preocuparse 2*24. De hecho, como le dijo a Frans Burman pocos

22 Carta de Descartes a Chanut del seis de junio de 1647, A. T., V, pág. 52. Sobre
cómo concebía Descartes el espacio, véase Teoric dello spa/.io da Descartes a Neviton,
de Mauricio Mamiani (Milán: Franco Angelí, 1979).
25 Carta de Descartes a Mersenne del dieciocho de deciembre de 1629, A. T., 1,
pág. 86.
24 «El cardenal de Cusa y algunos doctores más suponían que el mundo era
infinito, sin que la iglesia les reprendiese por ello. Muy el contrario, se cree que es
digno de Dios que se conciba que su obra es inmensa. Y mi opinión es más fácil de
aceptar que la suya, pues no afirmo que el mundo sea infinito, sólo digo que es
364 La magia de los números y el movimiento

meses después, esa distinción, entre infinito e indefinido, era idea


suya 25. Pero ¿era una distinción sin una diferencia? Yo pienso que
era más bien una distinción que Descartes creía que tenía que hacer
por razones teológicas. Pero dicho esto, me apresuro a añadir que
Descartes estaba convencido de que la ciencia correcta no podía
entrar en contradicción con la buena teología. Por poco grato que
ello le fuese, tenía que lograr que la distinción se tuviese en pie. La
tarea no era tan fácil, y tenía repercusiones que iban más allá de la
cosmología. La teoría de la materia infinitamente divisible parecía
socavar el principio escolástico que estatuye que «no hay regreso
infinito en el orden de las causas», en el que descansaba la demos­
tración tomista de la existencia de Dios. Descartes se daba perfecta­
mente cuenta de esto, y en sus Meditaciones ofrece una prueba de
la existencia de Dios que no recurre a ese principio sino a una ver­
sión revisada del argumento ontológico. En el primer conjunto de
réplicas de las Meditaciones hacía este comentario:

No basé mi argumento [sobre la existencia de Dios] en que observase un


orden o sucesión de causas eficientes entre los objetos que perciben mis
sentidos ... no pensaba que tal sucesión de causas pudiese conducirme a otra
cosa que no fuese el reconocimiento de la imperfección de mi intelecto, pues
una cadena infinita de causas sucesivas de ese estilo que se hunde en la
eternidad sin que haya una primera causa es algo que está más allá de lo
que puedo aprehender. Y de mi incapacidad para aprehenderlo no se sigue
más, ciertamente, que haya de haber un causa primera, que de mi incapaci­
dad en aprehender las infinitas divisiones que puede sufrir una cantidad
finita se sigue que haya una última división más allá de la cual sea imposible
que haya más divisiones. Lo único que se sigue de ahí es que mi intelecto,
que es finito, no abarca el infinito 26.

indefinido» (carta de Descartes a Chanut, quien le había transmitido la cuestión plan­


teada por la reina Cristina, del seis de junio de 1647, A. T., V, pág. 52). A la segunda
objeción, Descartes se limitaba a decir esto: «N o pienso que tengamos que creer que
el hombre es el fin de la creación» (ib., pág. 53).
25 Conversación con Burman, dieciséis de abril de 1648, ib., pág. 167.
Primer conjunto de réplicas a las objecciones a las Meditaciones, A. T., VII,
págs. 106-107. La segunda de las cinco célebres pruebas de la existencia de Dios de
Tomás de Aquino se basa en la imposibilidad de remontarse al infinito en la serie de
causas eficientes (Tomás de Aquino, Summa Theoíogica, Parte I, Cuestión 2, artículo
tres). Si se quiere un resumen de las ideas de Tomás de Aquino, véase A History o f
Phdosophy (vol. 2): Medieval Pbilosophy, Parí II, Albert the Creat to Dum Scotus,
de Frederick Copleston (Garden City, Nueva York: Doubleday, 1962), págs. 55-65.
L a m a t e r ia y e l m o v im ie n t o e n u n n u e v o m u n d o 365

Que no podamos aprehender un número infinito de divisiones


en una cantidad finita de materia demuestra que un intelecto finito
no puede aprehender el infinito. En el segundo conjunto de réplicas
de las Meditaciones, lleva el argumento un paso más adelante al hacer
que la idea de número infinito dependa de un ser infinitamente per­
fecto:

el simple hecho de que cuando cuento no puedo llegar al número que es


mayor que todos lo demás me hace reconocer que hay algo en el proceso
de contar que está más allá de mi capacidad. Sostengo que de esto sólo se
sigue necesariamente, no que existe un número infinito, o que implique su
existencia, como vos decís, sino que la capacidad de concebir que hay un
número pensable que es mayor que cualquier número en el que yo pueda
pensar viene, no de mí mismo, sino de otro ser más perfecto que yo 27.

Propiamente hablando, sólo Dios es infinito, pues «sólo en El,


no sólo no descubrimos límite alguno, sino que entendemos positi­
vamente que no los hay» 28. Parece, pues, que la idea de infinito
sólo es clara y distinta cuando se predica de Dios. En todos los
demás casos, es confusa, y, en efecto, hasta Descartes lo es, pues
unas veces afirma que se llega a la idea de infinito negando la finitud,
y, en cambio, otras sostiene (coherentemente con el párrafo sobre
los números que acabo de reproducir) que concebimos la finitud
negando la idea anterior de infinito 29*. La idea es suficientemente
clara, sin embargo, para que Descartes pueda rechazar la posibilidad
del atomismo, pues «cualquier cosa que se pueda dividir en el pen­
samiento debe, por esa misma razón, ser divisible» M. Incluso si
Dios crease partes de materia que fuesen indivisibles (ésa es la eti­
mología de átomo), El no podría privarse a sí mismo del poder de
subdividirlas si así quisiese hacerlo31. La garantía de esto es, una
vez más, que la intuición matemática se valida a sí misma.

27 Segundo conjunto de réplicas a las objecciones a las Meditaciones, A. T., Vil,


pág. 139.
22 Principios de Filosofía, Parte I, artículo 27, A. T., VIII-1, pígs. 15.
29 Contrístese, por ejemplo, con Meditaciones, A. T., V il, pág. 45, líneas 223-226’,
con pág. 113, líneas 9-17. Véase «iníini» en Index scolastico-cartésien, de Etienne
Gilson, segunda edición (París, Vrin, 1979), pág. 142-150-
10 Principios de Filosofía, Parte 11, artículo 20, A. T., VIII-1, págs. 51.
11 Ib. En la misma obra, parte I, artículo 60, Descartes hace una observación
similar cuando discute la distinción real entre mente y cuerpo. Incluso si Dios uniese
las dos tan estrechamente como se pudiese concebir, seguirían siendo realmente dis­
366 La magia de los números y el movimiento

Hasta aquí lo que toca a la divisibilidad interminable de la ma­


teria, pero los cuerpos físicos tienen al menos otras dos propiedades
que no se dejan derivar tan fácilmente de la noción puramente ma­
temática de extensión. La primera, que son impenetrables, es decir,
que impiden que otra materia ocupe el espacio que ocupan ellos, y
la segunda, que, al contrario que las figuras geométricas, pueden
moverse y ser movidas. A ellas debemos prestar nuestra atención
ahora.

Impenetrable, incompresible y móvil

La misma extensión en longitud, anchura y espesor que consti­


tuye el espacio, constituye el cuerpo. De ahí se sigue, según Des­
cartes, que cualquier cosa que ocupe completamente un espacio dado
impide que cualquier otra cosa extensa lo haga32. Las partes de
materia no pueden, simplemente, interpenetrarse 33. Pero esto es de
todo punto contrario a la noción geométrica de materia, pues no nos
cuesta trabajo pensar en dos sólidos geométricos que ocupan partes
del mismo espacio, por ejemplo, dos poliedros con la misma base.
La propiedad que tiene la materia de impedir la presencia de otras
cosas extensas no se sigue automáticamente, como Descartes querría
que creyésemos, de la identificación de materia y extensión geomé­
trica, sino de la identificación de materia y sustancia. Pero en cuanto
se acepta la continuidad e impenetrabilidad de la materia, se sigue
su absoluta incompresibilidad. Si fuera compresible, podría ocupar
menos espacio que antes sin que algo tuviese que moverse para dejar
sitio. Lo que parece compresión, es, en realidad, desplazamiento.
Cuando se comprime el aire, sus partes se acercan más porque de
sus poros se exprimen las partículas de materia fina. Como el aire
se suele comprimir en cilindros de duro metal, se sigue que la ma­
teria fina puede atravesar las paredes de éstos con relativa facilidad,
consecuencia que no parece que inquietase a Descartes lo más míni-

tintos. pues Dios no puede abandonar su poder de dividirlos (A. T ., VIH-1, pig. 29).
Véase también su carta a More del cinco de enero de 1649, A. T „ V, pág. 273.
32 El Mundo, A. T., XI, pág. 33; carta a Isabel del veintiocho de junio de 1643,
A. T., III, pág. 694.
33 En el sexto conjunto de réplicas a las objeciones a las Meditaciones, Descartes
rechaza que las partes de la materia se puedan interpenetrar, A. T., V il, pág. 442.
33 Véase, por ejemplo, su carta a Mersenne del veinticinco de febrero de 1630,
La materia y el movimiento en un nuevo mundo 367

Figuras móviles

En la tradición aristotélica que le enseñaron a Descartes en La


Fleche, la extensión en longitud, anchura y profundidad no es en
absoluto el concepto de cuerpo material. Es una abstracción geomé­
trica, y las abstracciones no se pueden mover. Sería un error cate-
gorial decir de cualquier idea —sea la idea de amor o la de figura—
que está sujeta a movimiento. Pero la noción de extensión de Des­
cartes, como hemos visto, no es la propia de la pura geometría plana
o sólida. Su supuestamente distinta idea incluye las de materia par­
ticular, materia en movimiento. El «objeto del geómetra», como dice
en el Discurso del Método, «es un cuerpo continuo, o un espacio
indefinidamente extenso» cuyas partes «se pueden trasponer de cual­
quier manera». La paradoja es que Descartes reconoce que la movi­
lidad de los objetos geométricos es mental, pues añade que «me
percaté además de que no había nada en absoluto en estas demos­
traciones [geométricas] que me diese seguridad de que su objeto
existe» M. La idea de extensión no implica por sí misma el concepto
de movimiento. La concepción geométrica de sustancia corpórea per­
tenece a un mundo estático, y no puede haber física sin una expli­
cación de cómo se ponen en movimiento los cuerpos extensos. Al
llegar a este punto, Descartes presenta su cosmogonía, pero, inespe­
radamente, lo hace por medio de un mito científico.

Ciencia ficción: la sirviente de la ciencia

El hombre que escribió en su cuaderno de notas juvenil, «Cuan­


do haga acto de presencia en la escena del mundo, lo haré enmas­
carado» ***, era un revolucionario que no quería que se le tuviese por
tal. Deseaba más que nada evitar conflictos con la filosofía oficial, y
puso mucho empeño en lograrlo sin tener por ello que renunciar su
propio punto de vista i?. Como diríamos hoy, la preocupación que

en la que afirma que la materia fina atraviesa -el oro, los diamantes y cualqueir otro
cuerpo, por sólido que sea» (A. T., I, pág. 119).
** Discurso del Método, cuarta parte, A. T., VI, pág. 36.
54 Cogitationes Privatae, A. T., X, pág. 213.
i7 En la tercera pane del Discurso del Método, antes de embarcarse en la puesta
en práctica de su método. Descanes expone una ética provisional cuya primera má-
368 La magia de los números y el movimiento

Descartes sentía por el orden social hacía de él un conservador, pero


de poco valor son las categorías actuales referidas a aquellos días.
Descartes quería que prevaleciese una filosofía más «natural», pero
no creía que hubiese que derrocar el orden existente para conseguir­
lo. Una vez se hubiese llevado al común de los mortales a ver las
cosas clara y distintamente tal y como son, Descartes creía que se
seguirían a su debido tiempo los cambios necesarios, fácilmente y
sin fanfarrias. El pensamiento ordenado y exacto reemplazaría al
sistema confuso e inarticulado de los escolásticos.
El problema era hacer que la gente le escuchase y siguiese sus
pasos, sin preámbulos y justificaciones fuera de lugar. Descartes creía
que, si actuaba de manera que no resultase ofensiva, le sería fácil
persuadir a un lector sin prejuicios de la certeza de lo que le decía.
Estuvo varios meses dándole vueltas a cómo hacer esto, hasta que
se le ocurrió la idea de escribir lo que él llamaba «una fábula», y
nosotros llamaríamos más bien una historia de ciencia ficción. Des­
cartes le pide al lector que deje que su espíritu «abandone este mun­
do por otro en todo nuevo que haré que se levante ante ti en los
espacios imaginarios» 38. Sólo saca a colación estos «espacios imagi­
narios» que rodean el mundo cerrado de la escolástica para ridicu­
lizarlos: «Los filósofos nos dicen que estos espacios son infinitos, y
bien les podemos creer, pues son ellos mismos quienes los hacen» ,9.
Como hemos visto, de la identificación cartesiana de espacio y ex­
tensión se seguían la extensión infinita del espacio y la divisibilidad
del espacio, pero las aprensiones teológicas de Descartes le aconse­
jaban embridar su imaginación. No sólo el tamaño del nuevo mundo
es mayor que el del sistema solar; además, está repleto de materia,
que debemos concebir como

un cuerpo real y perfectamente sólido, que llena uniformemente toda la*

xima establece que se obedezcan las leyes y costumbres de la tierra, no se deje de ser
católico, y se sigan las opiniones de los hombres moderados y sensatos (A. T., VI,
pág. 23).
** E l Mundo, capítulo seis, A. T., XI, pig. 31. La idea se le ocurrió a Descartes
a finales de 1629. Alrededor del trece de noviembre le escribió a Mersenne que «creo
haber encontrado una forma de comunicar mis ideas que será del agrado de algunos,
y no ofenderá a nadie» (A. T., 1, pág. 70). La expresión «la fábula de mi mundo»
aparece por primera vez en una carta escrita al mismo corresponsal alrededor del
cinco de noviembre de 1630 (ib., pág. 179).
M E l Mundo, capítulo seis, A. T., XI, págs. 31-32.
La materia y el movimiento en un nuevo mundo 369

longitud, anchura y profundidad de este inmenso espacio en medio del cual


hemos hecho que repose nuestra mente. Por lo tanto, cada una de sus partes
ocupa siempre una pane de ese espacio en el que encaja tan exactamente
que ni podría Henar uno mayor ni comprimirse en uno menor; ni podría,
mientras permanezca ahí, permitir que otro cuerpo ocupe su puesto 40.

Una materia perfectamente sólida y homogénea, como señalaría


Leibniz más tarde, no daría lugar a cambio alguno41. Para que el
movimiento se difundiese y produjese una división de la materia, la
materia tendría ya que estar dividida y en estado fluido. ¡Pero la
materia sólo puede volverse fluida gracias al movimiento! La circu-
laridad de este razonamiento es, según Descartes, sólo aparente, pues
Dios crea la materia y la pone en movimiento en el mismo instante.
Vemos, sin embargo, que Descartes habla de la materia como de un
bloque inerte: «Si pensamos en el estado que la materia podría haber
tenido antes de que Dios la pusiese en movimiento, debemos ima­
ginárnosla como el cuerpo más duro y sólido del mundo». Pero esto
es sólo una ficción pedagógica, pues Descartes añade inmediatamen­
te que Dios le dio movimiento a la materia «en el mismo instan­
te» 42*. Nos deja, sin embargo, con un serio problema, pues un blo­
que homogéneo que no es otra cosa que un puro postulado (una
ficción dentro de una ficción) pierde mucho de su interés. No nos
costará entender por qué Descartes habla de esa dureza anterior al
movimiento si recordamos que en el capítulo tres de E l Mundo se
había definido la dureza o solidez como la mera ausencia de movi­
miento 4J.

40 Ib ., pág. 33.
41 Gottfricd Wilhelm Leibniz, «De ipsa natura sive de vi insita actionibusque
Crcaturanim, pro Dynamicis suis confírmandis ¡Uustrandisquc», en D ie phtloíophts-
then Schriften, ed., C .j. Gerhardt, siete volúmenes. (Berlín, 1875-1890): reimpresión
(Hildesheim: Olms, 1978), vol. IV, págs. 512-514.
4* E l Mundo, capítulo ocho, A. T., XI, pág. 49.
41 «Basta con que sus partes están inmóviles y se toquen, sin que haya un espacio
interpuesto», (ib., pág. 13). En la Meteorología, Descartes introduce la nueva noción
de partes entretejidas. Piensa entonces que casi todos los cuerpos tienen «formas muy
irregulares y burdas, de manera que basta que se entremezclen ligeramente para que
se queden enganchados y unidos los unos a los otros, como las ramas de matorral
que crecen juntas en un seto. Y cuando se unen de esta manera, forman los cuerpos
duros» (A. T., VI, págs. 233-234).
370 La magia de los números y el movimiento

Del caos al cosmos

Dios, pues, impane movimiento a la materia, extensión o espacio


(palabras todas ellas sinónimas para Descanes), pero no tenemos
necesidad de preocuparnos por el estado inicial, así fuese «un caos
tan confuso y enmarañado como pueda describir un poeta», pues
«las leyes ordinarias de la naturaleza se bastan para hacer que las
panes de este caos se desenreden y dispongan a sí mismas en tan
buen orden que formen un mundo muy perfecto» en el que podre­
mos observar «no sólo luz, sino todas las demás cosas, generales y
particulares, que hay en el mundo real» 44.
Esta fábula (cuyo principio acaece en algún momento sin espe­
cificar en el tiempo) le permite a Descanes eludir todos los proble­
mas que pudiese plantearle la cronología bíblica que se admitía ge­
neralmente, que fijaba la fecha de la creación unos cinco o seis mil
años atrás 45. Como dice en su Discurso del Método: «Deseaba gozar
de la libertad de decir lo que pensaba sobre estas cosas sin tener que
seguir o refutar las opiniones aceptadas entre las personas instruidas.
Decidí, por eso, dejarles nuestro mundo entero para que discutan,
y hablar sólo de lo que ocurriría en uno nuevo» 46. La ironía no es
de muy buen ley: se deja el llamado mundo real a las estériles dis­
putas de los filósofos, y se investiga científicamente el imaginario.
Eludir la confrontación directa con las ideas dominantes de su
época no era la única razón que había para crear un nuevo mundo
en el espacio exterior. Descartes tenía otra, no tan inherente a su
método, que se puede expresar diciendo que la mejor respuesta a la
pregunta ¿qué es? es hacerse la pregunta ¿cómo ha llegado a ser?
Descartes levanta su mundo con una materia que es perfectamente
inteligible y por lo tanto no presenta problemas. Se trata, claro, de
la pura extensión, cuyo conocimiento «nos es tan natural que ni
siquiera podríamos simular que nos es desconocida» 47. La materia
y las leyes del movimiento (que examinaremos más adelante, en este
mismo capítulo) son todo lo que Descartes necesita para deducir un

" E l Mundo, capítulo seis, A. T., XI, págs. 34-35.


45 Jacques Gaffarel, contemporáneo (1601-1680) de Descartes, dio una tabla de
estimaciones de (echas que van del 6310 al 3760 antes de Cristo (Jacques Gaffarel,
Curiasáés triouses (París, 1650), pág. 37, citado en L'oeuvre de Descartes (París: Vrin,
1971), pág. 494, nota 18).
* Discurso del Método, quinta parte, A. T ., VI, pág. 42.
47 Ib-, pág. 43.
La materia y el movimiento en un nuevo mundo 371

nuevo universo que resulta tener un parecido tan notable con el


nuestro que nos confundiría si no fuese porque se nos ha dicho antes
que es obra de la imaginación de Descartes.

Hágase la luz

En una sociedad cristiana en la que todavía tenía valor de norma


la narración bíblica de la creación, una novela cosmológica evitaba
el riesgo de choque frontal. Pero no por ello habría dejado de hacer
feliz a Descartes que hubiese alguna concordancia entre aquélla y
esta, y, de hecho, dio algunos pasos con la intención de probar que
la había. El problema tenía dos caras: la primera mira al orden de
la creación; la otra, al estado de perfección en que las criaturas apa­
recen en el libro del Génesis.
Las primeras palabras de Dios en la Biblia son «¡Hágase la luz!»,
y es comprensible, pues, que Descartes estuviese satisfecho por el
lugar central que la luz ocupaba en su sistema. Pero en el Génesis,
Dios crea la luz antes que el firmamento y los cuerpos celestes,
mientras que en El Mundo de Descartes la luz resulta de la acción
de éstos. Descartes ya era consciente de esta discrepancia en 1630,
y le escribía a Mersenne:

Estoy ahora ordenando el caos para que produzca la luz. Esta es una de las
tareas más altas y arduas que yo pueda encarar, pues encierra en sí prácti­
camente toda la física. Tengo que pensar en mil cosas diferentes al mismo
tiempo para hallar la manera de enunciar la verdad sin alarmar a alguien u
ofender las opiniones heredadas. Quiero tomarme un mes o dos en los que
no pensaré en otra cosa 4H.

El fruto fue una concordancia bastante grosera: (a) en el primer


versículo de la Biblia, Dios crea los cielos y la tierra; en E l Mundo
cartesiano, El crea primero la materia; (b) en la Biblia, «la tierra
estaba confusa» (Génesis, 1,2); en El Mundo, es «un caos» 49, (c)
Dios ordena todas las cosas en el primer capítulo del Génesis; en El*

** Carta de Descartes a Mersenne, alrededor del veintitrés de diciembre de 1630,


A. T ., I, pág. 194.
* El Mundo. A. T-, X I. pág. 34.
372 La magia de los números y el movimiento

Mundo, El «lo dispone todo con número, peso y medida» *°. El


encaje era de todo menos perfecto, pero cuando Descartes decide en
1641 publicar una versión revisada de E l Mundo, piensa que es tan
bueno que le escribe a Mersenne que sus Principios de Filosofía con­
tendrán una explicación del primer capítulo del Génesis 51. Debió de
ser también por entonces cuando le escribió a un corresponsal des­
conocido lo siguiente:

No avanzo deprisa, pero avanzo. Estoy describiendo ahora los orígenes del
mundo, y espero incluir casi toda mi física. Leyendo de nuevo el primer
capítulo del libro del Génesis, me quedé atónito al descubrir que cabe ex­
plicarlo por completo gracias a mis ideas, y mucho mejor, me parece, que
con cualesquiera otras. No me había atrevido a esperar tanto antes, y ahora
estoy decidido, una vez expuesta mi nueva filosofía, a mostrar claramente
que todas las verdades de la fe casan mucho mejor con mi filosofía que con
la de Aristóteles 52.

Descartes hasta intentó aprender hebreo, pero no fue muy lejos.


En una biografía del siglo diecisiete, se dice que Descartes visitó a
Anna-Maria Van Schuurman (1607-1678), mujer prodigio que sabía
casi todas las lenguas europeas, incluidas el latín y el griego, así
como el sirio, el caldeo, el árabe y el turco. Aquella mañana, alre­
dedor de 1640, Descartes la ve leer las Escrituras en hebreo. Mani­
fiesta su sorpresa de que pierda el tiempo «en materia tan insignifi­
cante». Cuando Schuurman protesta e intenta demostrarle que la
palabra de Dios debe leerse en su lengua original, Descartes le con­
testa que él también había pensado eso, así que un día se puso a
«leer el primer capítulo del Génesis sobre la creación del mundo,*1

M Ib ., pág. 47. La frase es en sí misma una cita del libro de la Sabiduría, capitulo
II, versículo 21.
11 Carta de Descartes a Mersenne alrededor del veintiocho de enero de 1641, A.
T., III, pig. 296.
M Es incierta ia fecha de esta carta. A. T., IV, pig. 698, da el texto de la edición
latina de 1700. El texto francés publicado por Clerselier, que quizá sea el original,
está impreso en la Correspondance de Marín Mersenne, vol. II, pág. 618, donde se
da como fecha posible la del catorce de octubre de 1630. Etienne Gilson da poderosos
argumentos a favor de que sea de 1641 (Rcné Descartes, Discourse de ¡a mithode,
con un comentario de Etienne Gilson, cuarta edición (París: Vrin, 1967),
págs. 381-382). La otra «verdad de fe» que Descartes tiene en mente es el dogma de
la transubstanciación, «que es perfectamente claro y fácil una vez se le da explicación
con mis principios» (carta de Descartes a Mersenne, alrededor del veintiocho de enero
de 1641, A. T., III, pig. 296).
La materia y el movimiento en un nuevo mundo 373

pero por muchas vueltas que le diese, no pudo hallar nada claro y
distinto, nada clare et distincte que pudiese entender» 53.
En 1648, un admirador de veinte años llamado Frans Burman
visitó a Descartes en Egmond, quien le obsequió con una cena y
respondió abierta y animadamente a sus preguntas. Una de ellas
versaba sobre la cuestión de la concordancia, y Descartes le dijo que
había intentado que su explicación casase con la historia del Génesis,
pero que había decidido renunciar a ello y dejar el asunto en las
manos de los teólogos, pues pudiera ser que la interpretación co­
rrecta fuese metafórica, como parecía que ocurría con lo de los seis
días de la creación 5\

Perfección desde el principio

Fuese cual fuese la secuencia de los hechos acaecidos en la his­


toria de la creación, la Biblia afirma claramente que las cosas se
crearon en su estado de perfección. Descartes no tenía ninguna gana
de que sus adversarios le acusasen de seguir a Lucrecio y los ato­
mistas en vez de a Moisés, y en el Discurso del Método aífirma cla­
ramente que el mundo se creó como lo vemos actualmente. En los
Principios de la Filosofía es aún más explícito. El sol, las estrellas y
las plantas vivas aparecieron en toda su perfección. Adán y Eva*54

u Esta anécdota aparece en la anónima Vie de Jean Labadie (París, 1670), y se


la reproduce en A. T., IV. págs. 700-701.
54 Conversación con Burman del dieciseis de abril de 1648, A. T., V, págs. 168-169.
Cuando Descartes pone como ejemplo un par de palabras hebreas, resulta que se
equivoca con las dos (pág. 169, nota a). A pesar de la deserción de Descartes, la
batalla continuó tras su muerte. En 1688 apareció un libro anónimo con este título:
Copie d'une Lettre écrite i un Sfavant religieux de la Compagme de Jisu t, pour
montrer: /. Que le Systéme de Monsteur Descartes et son opinión tonthant les bestes
n'unt trien de dangereux. U . Et que tout ce qu’ilen a écrit semble estre tiré du premier
chapitre de la Genése. El folleto de sesenta y siete páginas no trae ni dónde se
imprimió ni el nombre del impresor. Un año después, en Holanda, Johann Amerpoel
publicó Cartesius Mosaüzans, seu Evidens et faciüs conciliatio Philosophiae Cartesü
cum historia Creationis primo capite Orneseos per Moysem tradita (Groningen: Leo-
vardiae, pro haeredibus Thomas Luyrtsma, 1669). Malebranche dice también que el
«i\tcma de Descartes está de acuerdo con el relato del Génesis [Shea cita la traducción
ai inglés: The Search After Truth | l a ...... |u,,ia «u la M.i.ta.1,. Libio VI, segunda
parte, capítulo cuatro, de Nicolás Malebranche, trads., Thomas M. Lennon y Paul J.
Oiscamp (Columbus: Ohio University Press, 1988), págs. 463-466.] La obra original
se publicó por vea primera en 1674-1675.
374 L a m a g ia d e l o s n ú m e r o s y e l m o v im ie n t o

fueron creados en su edad adulta, pues ésa es «la doctrina de la fe


cristiana, y nuestra razón natural nos convence de que fue así». Dado
el infinito poder de Dios, no podemos pensar que crease algo que
no fuese totalmente perfecto en su especie. «Sin embargo», continúa
Descartes,

si queremos entender la naturaleza de las plantas o de los hombres, es mu­


cho mejor que nos fijemos en cómo han crecido gradualmente empezando
por sus semillas que hacerlo en cómo las creó Dios en el mismísimo prin­
cipio del mundo. De la misma manera, podemos imaginar ciertos principios
muy simples y que no nos cuesta nada conocer, que pueden servir, por así
decirlo, de semillas de las cuales se pueda demostrar que proceden las es­
trellas, la tierra y, de hecho, todo lo que observamos en este mundo visible.
Pues aunque sepamos con seguridad que no surgieron de esa forma, podre­
mos explicar mucho mejor su naturaleza con este método que si nos limi­
tamos a describirlas como son ahora55.

Este párrafo plantea en toda su amplitud el problema de cuál era


en realidad la naturaleza de las ideas de Descartes. ¿Jugaba tan sólo
con los censores? ¿Creía realmente que su hipótesis sobre la forma­
ción de los planetas era sólo una especulación filosófica? Se hace
difícil, por una parte, creer que Descartes no pensase que su teoría
era verdadera. Por otra, no hay razón alguna que nos haga dudar
de su fe en los principios de la cristiandad tal y como se los entendía
en su época, pero ¿como podemos razonar genéticamente cuando
no hay en realidad desarrollo y las cosas se crean en toda su perfec­
ción?
La respuesta de Descartes descansa en su convicción de que las
leyes que gobiernan el mundo presente serían verdaderas en cual­
quier mundo concebible. Puede haber un número infinito de estados
posibles en un mundo hecho de materia y movimiento, pero sólo
hay un estado de equilibrio: el que contemplamos. El texto del Dis­
curso es explícito:

Es verdad, y es ésta una opinión comúnmente aceptada por los teólogos,


que el acto con el que Dios lo conserva ahora es justo el mismo que aquel
con el que lo creó. Así que, incluso aunque en el principio Dios le hubiese
dado al mundo sólo la forma del caos, con que hubiese establecido las leyes
de la naturaleza y prestado su concurso para que la naturaleza pudiese obrar

Principios de Filosofía, Parte I, artículo 45, A. T., VIII-1, pág. 100.


La materia y el movimiento en un nuevo mundo 375

como normalmente lo hace, podemos creer, sin poner en duda el milagro


de la creación, que, sólo con esto, todas las cosas puramente materiales
habrían, en el curso del tiempo, llegado a ser como las vemos ahora. Y es
mucho más fácil concebir su naturaleza si las vemos desarrollarse gradual­
mente de esta manera que si las consideramos sólo en su forma completa

Para Descartes, incluso si Adán y Eva hubiesen sido creados ya


adultos, no dejaría de ser metodológicamente correcto hacer como
si se hubiesen desarrollado lentamente. Esta es la idea que se encierra
en la tercera de sus famosas cuatro reglas:

dirigir mis pensamientos de manera ordenada, empezando por los objetos


más simples y que sea más fácil conocer para ascender poco a poco, paso a
paso, hasta el conocimiento de los más complejos, y suponiendo que hay
algún orden incluso entre en aquellos objetos que no tienen un orden de
precedencia n a tu ra l57.

Las leyes del movimiento

En el Discurso del Método, Descartes dice que el «objeto de los


geómetras» es un cuerpo «extenso en longitud, anchura y altura ...
que se puede mover» . Los cuerpos geométricos tienen de por sí
la capacidad de experimentar movimiento. Es una consecuencia cru­
cial de la interpretación que Descartes hacía de la regla de la claridad,
contraria a la noción aristotélica de las matemáticas que por entonces
imperaba. Para Aristóteles, los entes matemáticos eran abstracciones
de las que no cabía predicar movimiento, que, para él, era la carac­
terística esencial de los objetos físicos, y rechazaba la identificación
pitagórica de los sólidos geométricos con los cuerpos sensibles S9.
Descartes abordó el problema de la materia a la luz de su convicción
de que las ideas intuitivas casaban con la realidad. Como podemos
combinar claramente los puntos para hacer líneas, líneas para hacer
superficies y superficies para hacer sólidos, no tenemos razones para
dudar, una vez hemos llegado a una figura geométrica sólida, en
cruzar la frontera del mundo físico. El movimiento se representa*

54 Discurso del Método, quinta parte, A. T., Vt, pág. 45.


i7 Ib., pág$. 18-19.
** Ib., pág. 36.
w Aristóteles, Metafísica, libro 1, capitulo 8, 989b29-990a35.
376 La magia de los números y el movimiento

adecuadamente con una línea recta, y es totalmente inteligible sin las


nociones añadidas de velocidad o dirección. Como Descartes escru­
taba la trayectoria de un cuerpo móvil en una hoja de papel, le
parecía que estaba claro que podía entendérselo completamente sin
tener en consideración la velocidad con que recorría la distancia que
fuese o la dirección por la que se desplazase. Tan abrumadoramentc
claro le parecía esto a Descartes, que desdeñó todo lo que tuviese
que ver con la velocidad. En una carta dirigida a Florimond de
Beaune, que estaba planeando un libro de mecánica, escribió:

Me gustaría responderos adecuadamente por lo que respecta a vuestra obra


sobre mecánica pero, aunque toda mi física no es sino mecánica, no he
exam inado nunca de cerca los problem as que dependen de la determ inación
de la velocidad. La manera en que distinguís diferentes dimensiones en el
movimiento y la que tenéis de representarlas m ediante lin eas son, sin duda,
las mejores posibles

La noción de movimiento, como la de extensión, es intuitiva­


mente obvia. N o necesita que se la defina, basta con que se le preste
atención. Como Descartes le explicaba a Mersenne, «si intentamos
definir las cosas que son muy simples y naturalmente conocidas, la
figura, el tamaño, el lugar, el tiempo, etc., las oscurecemos y hace­
mos que se vuelvan confusas». En un párrafo que recuerda a la
célebre refutación de Berkeley por Johnson, Descartes pasa a conti­
nuación a desacreditar la definición aristotélica del movimiento sir­
viéndose para ello de la experiencia cotidiana: «una persona que
camine arriba y abajo por una habitación da una idea mejor de qué
es el movimiento que alguien que diga: est actus entis in potentia
prout in potentia» 61. Esta definición tradicional del movimiento es
uno de los blancos a los que solía Descartes dirigir sus sarcasmos.
La cita en la decimosegunda regla de las Reglas para la dirección del
espíritu como ejemplo de «encontrar dificultades donde no las hay»,
y en el séptimo capítulo de El Mundo, de algo que no se puede ni
entender:

estas palabras son tan oscuras que me veo obligado a dejarlas en latín, pues40

40 Carta de Descartes a Florimond de Beaune, alrededor del treinta de abril de


1639, A. T., II, pág. 542, cursiva añadida.
Cana de Descanes a Mersenne del dieciséis de octubre de 1639m ib., pág. 597,
La materia y el movimiento en un nuevo mundo 377

no puedo interpretarlas. ... Por el contrarío, la naturaleza del movimiento,


de la que quiero hablar aquí, es tan fácil de conocer que los geómetras, que
son, entre todos lo hombres, los que más se preocupan en concebir muy
distintamente lo que estudian, juzgan que es más simple e inteligible que la
naturaleza de las superficies y líneas —como demuestra que hayan explicado
«línea» como el movimiento de un punto, y «superficie», como el movi­
miento de una línea é2.

Descartes necesitaba dos licencias filosóficas que le permitiesen


usar su noción de movimiento, por intuitiva que pudiese parecer. La
primera de ellas había de certificar la correspondencia filosófica entre
leyes naturales e ideas innatas, la segunda, el fundamento ontológico
de esas leyes. Descartes no tuvo problemas con la primera: el Dios
que creó el mundo creó también mentes capaces de conocerlo. Como
dice en una de las primeras cartas que le escribió a Mersenne tras
haberse trasladado a Holanda, «Dios es quien estableció las leyes de
la naturaleza. ... No hay ninguna que no podamos entender si la
única cosa en que ponemos nuestra voluntad es en prestarle la de­
bida atención, pues todas ellas son mentibus nostris ingenitae» 6i.
Por lo que se refiere al fundamento ontológico, se expone en el
séptimo capítulo de El Mundo, en el que Descartes afirma que las
leyes de la naturaleza (o como prefería ¿1 llamarlas, las leyes de la
materia) derivan de la constancia o inmutabilidad de Dios. Aunque
no dice explícitamente que la inmutabilidad de Dios sea una idea
innata clara y distinta, da a entenderlo, y saca la «fácil» conclusión
de que Dios «siempre actúa de la misma manera». De aquí hay un
paso igualmente fácil a «dos o tres reglas principales». La primera
ley (o regla, Descartes usa esta dos palabras indiscriminadamente) se
expresa como sigue:
cada parte individual de materia permanecerá siempre en el mismo estado
mientras no haya un choque con otras que la obligue a cambiar ese estado.
F.s decir, si tiene un tamaño, no empequeñecerá al menos que Otras la di­
vidan; si es redonda o cuadrada, no dejará de serlo a menos que otras la
fuercen a ello; si llega a reposar en algún lugar, no lo dejará nunca a menos
que otras la desalojen; y si alguna vez se puso en movimiento, seguirá para
siempre moviéndose con la misma fuerza hasta que otras la paren o retar­
den M.*

** E l Mundo, A. T.. XI, pág. 39.


** Cana de Descartes a Mersenne del quince de abril de 1630, A. T., I, pág. 14S.
M E l Mundo, A. T „ XI, pág. 39.
378 L a magia de los números y el movimiento

Es al llegar a este punto de El Mundo cuando Descartes dice que


el movimiento es más fácil de entender que una línea geométrica,
pues da cuenta de su propia génesis. Una línea geométrica no cam­
bia, pues no es una realidad dinámica, una fuerza que actúe en el
tiempo; es, en cierto sentido, intemporal. Así es también el movi­
miento. La siguiente, o segunda, ley dice:

cuando un cuerpo empuja a otro, no podrá darle movimiento alguno a


menos que pierda buena parte de su propio movimiento al mismo tiempo,
ni podrá tomar nada del movimiento del otro a menos que el suyo no se
incremente tanto como disminuya el del otro 6S6.

La primera ley, pues, postula la conservación de cualquier estado


de la materia, la segunda, la conservación del movimiento. Ambas
«se siguen manifiestamente del mero hecho de que Dios es inmuta­
ble, y de que, al actuar siempre de la misma manera, siempre pro­
duce el mismo efecto» Es un paso crucial en la dirección que
llevaría con el tiempo a las leyes del movimiento de Newton, pero
aún falta un componente esencial de la primera ley del movimiento
de Newton: la rectilineidad del movimiento inercia!. De ella habla,
casi como si recapacitase, en la tercera le y .

cuando un cuerpo se mueve, incluso aunque su movimiento siga casi siem­


pre una trayectoria curva ... sin embargo, cada una de sus partes individuales
tiende a continuar su movimiento en linca recta. Y por eso su acción, que
es la tendencia que tiene de moverse, es diferente de su movimiento67.

La experiencia demuestra que eso es lo que pasa, dice Descartes.


Si una piedra se suelta de una honda, no se sigue moviendo en
círculo, sale disparada por la tangente. Desde nuestro punto de vista
post-newtoniano, es un buen ejemplo, pero Descartes oscurece su
significado cuando añade inmediatamente que, en tanto la piedra esté
todavía en la honda, «presionará en dirección opuesta al centro y
hará que la cuerda se tense» 68. En otras palabras, antes de que la
piedra se suelte, tira en dirección perpendicular a la que seguirá
cuando salga disparada. Este segundo tirón radial del centro de re­

ts Ib., pig. 41.


66 Ib., pág. 43.
67 Ib., pig. 44.
M Ib.
La materia y el movimiento en un nuevo mundo 379

volución hacia fuera es lo que Huygens iba a llamar «la fuerza cen­
trífuga». Pero en un sistema inercial, la fuerza centrífuga no es física,
es decir, se produce cinemáticamente y no se debe a la interacción
física. Esto fue un problema serio para los newtonianos, pero Des­
cartes no se topó con él por la simple razón de que no creía que la
dirección fuese una parte esencial del concepto de movimento. Todo
lo que Descartes veía era que, fuese cual fuese la dirección, el mo­
vimiento tendía a continuar en línea recta. Dada la importancia que
tiene el movimiento circular, lo estudiaremos más detalladamente en
el siguiente capítulo, pero hemos de mencionar aquí una cara del
problema a la que Descartes no quiso mirar. El movimiento rectilí­
neo que él llama natural sólo puede darse en un vacío perfecto, y
para Descartes un vacío perfecto no es sólo una ficción, es una im­
posibilidad. ¿Cómo puede ser un cosmos cuyas leyes básicas no se
pueden realizar un cosmos ordenado? Pero esta objeción nunca hizo
mella en Descartes por dos razones: (a) nunca contempló la posibi­
lidad del movimiento en un vacío, y (b) su mayor preocupación era
mostrar que la tercera ley tenía su fundamento en la inmutabilidad
de Dios, como lo tenían las otras dos.
El movimiento cartesiano no es dinámico (no envuelve la inter­
vención de fuerzas) y no es cinemático (no envuelve consideraciones
espaciales y temporales), sólo es diagramático (envuelve sólo consi­
deraciones espaciales). Dios, que es eterno —por encima del tiempo
y fuera de él—, conserva lo que crea «como es en el mismo instante
en que lo conserva» 69. Este papel que juega la acción instantánea de
Dios nos ayuda a entender por qué Descartes creía que las Medita­
ciones, en las que demostraba la existencia de Dios, daban la justifi­
cación racional de su ciencia. Le escribió a Mersenne que contenían
«todos los principios» y «todos los fundamentos» de su física 70. Si
preguntamos: ¿qué es lo que se conserva de esa manera, en este
instante?, nos encontramos con que la respuesta de Descartes es
puramente epistemológica, pues lo que se conserva es lo que se pue­
de entender clara y distintamente que existe en el instante, y «sólo
el movimiento en línea recta es enteramente simple y tiene una na­
turaleza que se puede aprehender completamente en un instante» 7I.

69 Ib., pág. 44.


70 Carta de Descartes a Mersenne del once de noviembre de 1640 y del veintiocho
de enero de 1641, A. T., III, págs. 233, 298.
71 El Mundo, A. T., XI, pág. 45.
380 La magia de los números y el movimiento

Descartes sostiene que eso no pasa con el movimiento circular, que


sólo se puede concebir si se toman en cuenta dos de sus instantes y
su mutua relación. Descartes creía que oponía el movimiento circu­
lar al rectilíneo, pero como no decía nada de la fuerza, no hacía otra
cosa que comparar una línea geométrica (que implícitamente reducía
a un punto) con un círculo (el lugar de los puntos coplanares que
equidistan de un centro y de los cuales se han de conocer dos al
menos para que se pueda determinar la naturaleza del círculo).
El punto de vista teológico se manifiesta claramente en la con­
clusión del argumento que esgrime a favor de la tercera ley:

Según esta regla, sólo debe decirse que Dios es el Autor único de todos los
movimientos que en el mundo hay por lo que se refiere a su existencia y
en la medida en que sean rectilíneos, y son las distintas disposiciones de la
materia las que los hacen curvos e irregulares. De la misma manera, los
teólogos enseñan que Dios es el Autor de todas nuestras acciones por lo
que se refiere a su existencia y en la medida en que haya algo de bueno en
ellas, y que son las varias disposiciones de nuestra voluntad las que pueden
volverlas malas 72.

Hay dos cosas chocantes en todo esto. En primer lugar, Descar­


tes recurre a la doctrina teológica que sostiene que Dios es la causa
de todas las cosas para explicar no sólo el ser sino el devenir. En
segundo lugar, la disposición de la voluntad se compara con la di­
rección del movimiento. La analogía no va de lo natural a lo sobre­
natural, sino al revés: la transparencia del dogma cristiano sirve para
echar luz sobre las oscuridades del movimiento físico.
La teología de la que se sirve Descartes fue concebida con el
designio de poner a salvo la omnipotencia de Dios sin hacerle res­
ponsable del pecado. Los teólogos, por ejemplo, afirmaban que la
realidad física de cualquier acción (disparar una flecha, por ejemplo)
descansa finalmente en el poder creador de Dios, pero la intención
(herir a otro ser humano) depende de la voluntad del hombre. Se
distinguía la categoría ontológica a la que pertenecía el acto de su
rectitud o iniquidad, y se creía que era totalmente inteligible fuese
cual fuese su orientación moral o inmoral. De la misma manera,
Descartes quería que creyésemos que el movimiento es algo perfec­
tamente claro aunque de su dirección sólo se diga que es, por na-71

71 Ib., págs. 46-47.


La materia y el movimiento en un nuevo mundo 381

turaleza, recta. El problema con esta analogía es que introduce de


tapadillo la mismísima noción de «potencia» que a Descartes le pa­
recía tan reprensible en Aristóteles. No es del todo el concepto que
maneja Aristóteles, por supuesto, pues la dirección es una condición
geométrica que se añade al movimiento, pero el movimiento de Des­
cartes es, sin embargo, inteligible antes de su actualización, y es
precisamente gracias a esta inteligibilidad previa por lo que se lo
puede distinguir de la dirección. Si el movimiento real tiene siempre
dirección, es difícil escapar a la conclusión de que el movimiento sin
dirección es algún tipo de energía «potencial» 73.

Las ventajas de una noción puramente geométrica del movimiento

Se han apuntado muchas veces las deficiencias del concepto de


movimiento de Descartes, pero no deberíamos dejar que nos cieguen
y nos priven de ver el importante papel que dicho concepto desem­
peñó en la simplificación del análisis del movimiento. Indicaré bre­
vemente seis áreas en las que creía Descartes que su clara noción era
fructífera, lo que, de paso, nos servirá para recapitular mucho de lo
que hemos estado discutiendo.
La primera y más espectacular ventaja del concepto de movi­
miento de Descartes es la solución que da al intrincado problema
del movimiento de los proyectiles, gracias a su atribución de una
rectilineidad natural a todo movimiento. En efecto, disuelve entera­
mente el problema al mostrar que descansa en premisas falsas. Desde
la antigüedad, y sobre todo del siglo dieciséis en adelante, los filó­
sofos naturales habían investigado la naturaleza y causa del movi­
miento de las flechas y otros proyectiles una vez estaban en vuelo.
A la luz de su nueva concepción del movimiento, Descartes no pre­
gunta más: ¿por qué sigue moviéndose el proyectil?, sino: ¿por qué
dejará luego de moverse? Y respondía: por la resistencia del aire.
Desde un punto de vista newtoniano, esto se suele expresar diciendo
que lo que requiere una explicación no es el movimiento, sino el

n La oposición de Descartes a la noción de potencia se debe, al menos en parte,


a que parece dar más realidad al movimiento que al reposo. Véase «Essai critique sur
quelques concepts de la mécanique cartésienne». Archives ¡ntem ationales d ’Histoire
des Sciences 20 (1967), pigs. 232-252, de Pierre Costabel, reimpreso en Démarches
originales de Descartes savant (París: Vrin, 1982, págs. 141-158, del mismo).
382 La magia de los números y el movimiento

cambio de movimiento. Descanes no llegó tan lejos, pues para él un


cambio de movimiento no era tal, sino sólo una actualización dife­
rente del mismo movimiento, pero es evidente que abrió realmente
nuevos caminos a la reflexión sobre la naturaleza del movimiento de
los proyectiles.
En segundo lugar, Descanes creía que su noción resolvía el pro­
blema de la dureza de los cuerpos sin tener que recurrir a pegamen­
tos o fuerzas entre las partículas. También aquí podía proclamar de
nuevo que la investigación precedente había andado descaminada: la
dureza no necesita más explicación que el puro reposo; lo que hay
que explicar es la agitación interna que hace que algunos cuerpos
sean menos sólidos. Como la dirección no es pane del concepto de
movimiento, Descanes podía sostener que un cuerpo cuyas panes
internas estén en movimiento se rompe con más facilidad que uno
cuyas panes estén en completo reposo.
En tercero, la explicación «cuantizada» del movimiento que da
Descartes, es decir, su reducción a una sucesión de actos instantá­
neos de creación divinos, le permitía explicar las transiciones súbitas
que tienen lugar en la naturaleza. Galileo había identificado el re­
poso con un grado infinito de lentitud, y argüido que los cuerpos
que se aceleran pasan por todos los grados intermedios de velocidad.
Descartes no veía ni la necesidad ni la utilidad del continuo de Ga­
lileo. Aunque el espacio y el tiempo son infinitamente indivisibles,
no hay conexión ontológica entre los instantes sucesivos de la exis­
tencia de un ser fuera de la voluntad de Dios. En la Tercera Medi­
tación, Descartes lo afirma refiriéndose al yo, pero lo que dice vale
para todos los entes creados, incluido el movimiento:

Como una vida puede dividirse en innumerables partes, cada una de ellas
independientes de las otras, resulta que no se sigue de que yo existiese hace
un poco que yo deba existir ahora, a menos que haya alguna causa que, por
así decirlo, me cree de nuevo a cada momento 74.

La discontinuidad radical del tiempo y el hueco mctafísico entre


los instantes existenciales le permitían a Descartes explicar ciertos
casos de colisión de manera que el creía no podían dilucidar los
continuistas. Su ejemplo preferido era una gran bala de cañón que
choca con una bola quieta muy pequeña en pleno vuelo. Suponiendo

74 Meditaciones, A. T .t VII, págs. 48-49.


La materia y el movimiento en un nuevo mundo 383

que ambas bolas son «extremadamente duras», tenemos un caso de


colisión inelástica, y Descanes sostenía que era ridículo decir que la
bola pequeña se aceleraba continuamente y tenía que pasar por todos
los grados de velocidad hasta alcanzar la velocidad de la bola de
- « 75
canon .
En cuarto, se demostró que la noción de movimiento de Descar­
tes servía para despejar las ambigüedades de la estática, y a petición
de su amigo Constantin Huygens, escribió en 1637 un tratado breve
sobre las máquinas simples 7576. Se conocían las razones básicas que
guardaban fuerza y resistencia, y no había nada que añadir a lo que
había escrito Arquímedes. La ambigüedad a disipar radicaba en el
uso de la velocidad y el desplazamiento como si fuesen intercambia­
bles sin más. En el caso de la palanca, por ejemplo, como los dos
extremos se mueven al mismo tiempo y sin acelerarse, carece de
importancia que se usen las velocidades virtuales de los dos pesos o
sus desplazamientos también virtuales. Pero esto sólo vale para la
palanca y otros dispositivos similares en los que una conexión me­
cánica haga que todos los cuerpos unidos por el dispositivo se mue­
van al mismo tiempo, y en los que el equilibrio haga que no haya
movimiento real, sino sólo virtual. El concepto geométrico de mo­
vimiento de Descartes le hacía ver lo que no pudo Galileo, que sólo
las razones entre los desplazamientos explican por qué la fuerza y
la resistencia varían como lo hacen: «no es la diferencia de velocidad
la que determina que uno de los pesos haya de ser el doble del otro,
sino la diferencia de espacio [es decir, de desplazamiento]». Tomar
en cuenta la velocidad, añade en la misma carta, sólo oscurecería el
problema, pues no se la pueda explicar si no se explica qué es el
peso, y esto, a su vez, requiere conocer el sistema entero del mun­
do 77. Parece que Descartes quiere dar a entender que, como la ve­
locidad no es una noción clara, se puede prescindir de ella en la
explicación de cómo obra la naturaleza.

75 Carta de Descartes a Mcrsenne del diecisiete de noviembre de 1642, A. T., III,


págs. 592-593.
* Carta de Descartes a Huygens del cinco de octubre de 1637, A. T., I,
págs- 435-447; para una versión revisada, véase la carta de Descartes a Mersenne del
trece de julio de 1638, A. T., II, págs. 222-245. Para una discusión de cómo trata
Descartes las máquinas simples, véase Forre m Newton's Pbysics [L a fuerza en ¡a física
Je Newtonj, de R. S. Wcsttali (Londres; Macdonald, 1971), págs. 72-78.
77 Carta de Descartes a Mersenne del doce de septiembre de 1638, A. T., II,
págs. 354-355.
384 L a m a g ia d e lo s n ú m e r o s y e l m o v im ie n t o

En quinto, Descanes justifica la ley de la refracción (que los


libros de texto ingleses [y españoles] llaman ley de Snell, y los fran­
ceses, de Descanes) con la suposición de que la luz «es una acción,
o una vinud, que obedece las mismas leyes que el movimiento lo­
cal», como le escribió a Mersenne el veintisiete de mayo de 1638 78.
Un par de meses antes, le había escrito al mismo corresponsal: «por
favor, observad que demostré las refracciones [es decir, la ley del
seno] geométricamente y a priori en mi Optica* 79. Pero, desafortu­
nadamente, los lectores de Descanes no tenían las cosas tan claras
como él mismo; la duradera perplejidad que ha venido provocando
su explicación se manifiesta hasta en las opiniones de tres distingui­
dos historiadores de la ciencia contemporáneos: I. B. Sabra cree que
lo que se nos ofrece es una prueba de la ley, Gerd Buchdahl piensa
que es más bien un método de descubrimiento, y a Bruce Eastwood
le parece un artificio retórico 80. Eastwood no cree que haga falta el
andamiaje metafísico de las Meditaciones para entender el argumento
de la Optica. «Cabe suponer que la conciencia que tuviese Descartes
de a quién dirigía sus obras no sería tan roma que publicase un
tratado cuya comprensión requiriese el conocimiento de libros que
no estaban al alcance de sus lectores» 81. Leer en la mente de Des­
cartes es un ejercicio notoriamente difícil, pero Descartes repetía
frecuentemente en su correspondencia que sus explicaciones físicas
quedaban cojas si no se las apoyaba en el conocimiento de la meta­
física que se escondía tras ellas. Le escribió, por ejemplo, a Antoine
Vatier, que fue profesor suyo: «todas mis opiniones están tan inti­
mamente conectadas y dependen tanto las unas de las otras, que no
se puede comprender una sin conocerlas todas». Pero a pesar de
semejantes declaraciones, Descartes también mantenía que lo que
había escrito sobre la refracción se podía entender sin tener un co­
nocimiento previo de la naturaleza de la luz. En esa misma carta
afirmaba que las conclusiones a las que había llegado en su Optica

n Carta de Descanes a Mersenne, alrededor del veintisiete de mayo de 1638, ib.,


pág. 143.
n Cana de Descanes a Mersenne, alrededor de marzo de 1638, ib., pág. 31.
89 1. B. Sabra, Theories o f Light / rom Descartes lo Neteton [L as teorías de la luz
de Descartes a Newton] (Londres: Oldboume, 1967), págs. 29-33; Gerd Buchdahl,
Metaphysics and the Philosophy o f Science [L a metafísica y la filosofía de la ciencia¡
(Oxford: Blackwcll, 1969), págs. 141-142; Bruce S. Eastwood, «Descanes on Refrac-
tion [Descartes sobre la refracción]», ¡sis 75 (1984), pág. 483.
" Eastwood, «Descanes on Rcfraction’, pág. 483.
La materia y el movimiento en un nuevo mundo 385

y en sus Meteoros se podían «deducir de manera ordenada a partir


de los primeros principios de mi metafísica», pero que había «que­
rido ver si bastaba la mera exposición de la verdad» 82. Descartes
creía que su noción de movimiento no sólo era verdadera, sino in­
tuitiva, y que era, de hecho, verdadera por ser intuitiva. Cuando se
hicieron objeciones a su análisis, no se le pasó por la cabeza que
pudiese estar equivocado, sino que sus críticos estaban ciegos o eran
patéticamente cortos de vista.
Una sexta ventaja que Descartes podía apuntar en el haber de su
idea del movimiento y, más específicamente, en el de la distinción
que había trazado entre movimiento y dirección, era el que le per­
mitiese explicar cómo podía actuar la mente sobre la materia sin
violar el principio de conservación de la materia. Como Dios siem­
pre mantiene una misma cantidad de movimiento en el mundo, se
podía objetar que el alma inmaterial no puede actuar sobre los ob­
jetos materiales (tanto su propio cuerpo como otras sustancias cor­
póreas) sin crear nuevos movimientos en el mundo. Según la teoría
de Descanes, sin embargo, el alma no hace otra cosa que dar nueva
dirección al movimiento de cuerpos que ya se mueven. En el caso
de un acto volitivo (tomar la decisión, por ejemplo, de coger un
vaso), la mente simplemente emite los «espíritus animales» por los
nervios, que se conciben como canales o embudos por los que fluyen
esas panículas materiales. No hay, en principio, pérdida o ganancia
del movimiento que le impanió Dios al mundo cuando lo creó. Digo
«en principio» porque Descanes nunca dio una explicación detallada
que sirviese para poner a prueba su mecanismo 83.
Aunque no todas estas ventajas se materializasen, y en el caso de
varias de ellas se llegase a poner de manifiesto la falsedad de las
expectativas de Descanes, su imponancia estriba en que fortalecie-*I,

“ Cana de Descartes a Vatier, alrededor del veintidís de febrero de 1638, A. T.,


I, págs. 562-563.
" En los Principios de Filosofía, Parte II, artículo 40, publicado en 1644, Descar­
tes prometía explicar cómo actúan las mentes sobre los cuerpos en una continuación
titulada D el Hombre, presumiblemente una versión revisada del Tratado del Hombre
que escribió en 1632 (A. T., VIII-1, pág. 65). Según Antoine Legrand (tl704),
Descartes estaba trabajando en este problema justo cuando murió, en 1650 (de una
nota manuscrita en el ejemplar que Legrand tenía de la versión francesa de los Prin­
cipios, A. T., IX., pág. 64, nota c). En su última obra publicada. Las pasiones del
alm a, parte I, artículo 43, Descartes dice que la voluntad tiene el poder de hacer que
la glándula pineal se mueva de tal manera que impele los espíritus animales hacia los
músculos (A. T., XI, pág. 361).
386 L a m a g ia d e lo s n ú m e r o s y e l m o v im ie n t o

ron la seguridad que éste tenía en que había hallado la clave del
mecanismo de relojería del universo. En este mundo mecánico, el
movimiento circular desempeña un papel del que se reconoce que es
diferente del que juega en el cosmos geocéntrico de Aristóteles y
Tolomeo, pero que, en todo caso, es esencial. Por eso, hemos de
prestarle nuestra atención al principio del próximo capítulo, antes de
proceder a una descripción más completa del mundo de Descartes.
Capítulo 12
LAS LEYES Y REGLAS DEL MOVIMIENTO

Una combinación de las primera y tercera leyes del movimiento


dice, en E l Mundo, que es el movimiento en línea recta el movi­
miento que se conserva (o ¡nercial, como diríamos nosotros). New-
ton fundió estas dos leyes en una; su célebre primera ley las engloba:
todos los cuerpos continúan en su estado de reposo, o de movimien­
to uniforme en línea recta, a no ser que actúen fuerzas sobre ellos
que les hagan cambiar de estado. De acuerdo con Newton, interpre­
tamos esta ley de manera que de ella se sigue que el movimiento
circular no es inercia! sino forzado, es decir, que no se perpetúa a
sí mismo, que es sólo la obra de una fuerza externa. Hemos visto
rn el capítulo siete que Descanes añade la rectilineidad un poco a
destiempo, y bajo la forma de una tercera ley, independiente de las
otras dos que ya había propuesto, lo que demuestra que en realidad
ih> se había anticipado del todo a Newton, más que nada porque su
cosmología requería, en un universo que es una plenitud en la que
nada puede moverse si no se mueve todo, el movimiento circular.
Cuando Dios le infundió el movimiento a la materia, ni una pane
se desplazó sin que toda la materia se reordenase a sí misma de
manera latamente circular.

387
388 La magia de los números y el movimiento

¡Este mundo es un torbellino!

La importancia del movimiento circular no se puede separar del


«mito de la circularidad», de la ubicua creencia en que el movimien­
to circular es más perfecto y duradero que cualquier otra forma de
movimiento pero no debemos olvidarnos de un fenómeno natural
que impresionó grandemente a Descartes: la circularidad del movi­
miento del agua en los remolinos. Descartes pensaba que las vueltas
que dan la paja o recortes de virutas en un remolino se podían
comparar al movimiento de una piedra en una honda. Este es el
análisis que ofrece en el séptimo capítulo de E l Mundo: justo en el
instante en que la piedra llega al punto A así va de camino a B (véase
la figura 1), su tendencia instantánea es a moverse hacia C a lo largo
de la tangente del círculo, y no hay nada que pueda hacer de ese
movimiento un movimiento circular:

Tanto es así, que si suponéis que empieza allí y entonces a salir de la honda,
y que D ios lo conserva como es en ese momento, será cierto que El no lo
conservará con su tendencia a moverse en círculo a lo largo de la curva AB,
sino con una tendencia a seguir en línea recta hacia el punto C 2.

En este párrafo, Descartes se centra en el hecho de que la piedra,


al dejar la honda, sale disparada por la tangente, lo que, para él,
demuestra que el movimiento rectilíneo se conserva. Pero se observa
otra cosa no menos importante, si bien aparentemente contradictoria
con la anterior, a saber, que la cuerda está tensa cuando la honda
da vueltas. Parece, pues, que hay dos movimientos virtuales perpen­
diculares entre sí: uno a lo largo de la tangente (el camino que
seguiría la piedra si se la soltase en ese momento), el otro, del centro
hacia afuera radialmente (la dirección en que sentimos el tirón de la
piedra). El problema consiste en reconciliar estos movimientos, y
reconciliarlos es lo que intenta Descartes en el capítulo trece de El
Mundo, donde descompone el movimiento de la piedra en tres «ten­
dencias»: (a) a moverse por la tangente AC, si tenemos en cuenta
sólo la «agitación» de la piedra; (b) a moverse por el círculo AF, si
tenemos en cuenta que la piedra está atada a la cuerda; y (c) a mo-*1

1 Véase The Breaking o f the Circle [L a ruptura del circulo], edición revisada
(Oxford: Oxford University Press, 1960), de Marjorie H. Nicolson.
1 E l Mundo, capítulo siete, A. T., XI, pág. 46.
D
Las leyes y reglas del movimiento 389

verse por el radio DA, si tenemos en cuenta esa parte de su «agita-


ción» que la cuerda suprime. Descartes nos dice que «entenderemos
distintamente este punto» si imaginamos

que la tendencia que tiene la piedra a moverse de A hacia C está compuesta


de otras dos, una a girar a lo largo del círculo AB, y la otra, a alejarse en
linca recta a lo largo de VXY . ... Entonces, como sabéis que la honda en
nada estorba a una de las panes de su inclinación, a saber, a la que la lleva
a lo largo del círculo A B, veréis que se ejerce resistencia sólo en la otra
pane, es decir, la que la haría moverse en la dirección D V X Y si no se le
impidiese hacerlo. Por lo tanto, la piedra sólo tiende a (es decir, intenta y
nada más que intenta) alejarse en línea recta del centro D J .

Hemos de imaginar, pues, que la tendencia a moverse por la


tangente se compone de otras dos tendencias, una a moverse a lo
largo del círculo, la otra, del centro hacia afuera radialmente. La
honda no puede oponerse a la componente circular, pues ella misma
describe un círculo; sólo puede reprimir la tendencia radial a alejarse
del centro. En los Principios de Füosofía, el mismo análisis se repite

J Ib., capítulo trece, págs. 85-86, cursiva mía.


390 La magia de los números y el movimiento

con otros dos ejemplos. En el primero, una regla rota alrededor de


uno de sus extremos mientras una hormiga se desplaza por ella (véa­
se la figura 2 ) 4. En el segundo, una bola desciende por un tubo
hueco así gira el tubo alrededor de un centro fijo (figura 3) 5. Es
quizá en este ejemplo donde se ve mejor cómo conceptualizaba Des­
cartes el problema. La bola que está dentro del tubo se aleja del
centro, y si el tubo se rompiese de pronto, la bola saldría disparada
por la tangente.

F ig u r a 2

La mecánica del movimiento circular

Muchas cosas hay en el análisis del movimiento circular de Des­


cartes que le maravillan a un lector de hoy. Como Descartes dice
claramente (combinación de la ley 1 y la ley 11) que el movimiento

4 Principios Je Filosofía, Parte fl!, articulo 58, A. T., VII1-1, págs. 109-111.
s ib ., articulo 59, págs. 111-112.
Las leyes y reglas del movimiento 391

Figura 3

inercia! es rectilíneo, se sigue que si un cuerpo se mueve en círculo,


es que padece alguna ligadura. Descartes lo sabe, y lo dice inequí­
vocamente. Pero dice también en el párrafo de E l Mundo que he
reproducido en último lugar que «nada estorba» a la componente
circular del movimiento de la piedra, luego dicha componente es
inercial. Como dice R. S. Westfall, Descartes «volvía, sin percatarse
de que lo hacía, a abrazar de hecho la idea del movimiento circular
natural» 6. Descartes creía que el movimiento circular de su univer­
so, eterno de fad o , encontraba así acomodo en su física inercial, y
no esperaba que un tratamiento cuantitativo detallado pudiese cam­
biar las cosas de manera significativa.
La razón de que Descartes no fuese capaz, como tampoco lo
fueron sus inmediatos sucesores, de ver las consecuencias de su pro­
pia ley de la inercia, se podrá entender quizá mejor si nos fijamos
en qué centraba su atención cuando abordaba esta cuestión. Después
de Newton, decimos que la primera ley del movimiento nos invita4

4 R. S. Westfall, Forcé in Newton’s Physies ¡L a fa e n a en la física de Newton}


(Londres: MacDonald, 1971), pág. 82. Estoy muy en deuda con el penetrante análisis
del movimiento en el siglo diecisiete que efectúa Westfall.
392 La magia de los números y el movimiento

a volver la mirada a la ligadura externa o fuerza que hace que los


cuerpos se separen de su camino recto y se muevan en círculo; Des­
cartes se centró, en cambió, en el esfuerzo interno del cuerpo así
constreñido, en otras palabras, en la fuerza que le aleja del centro,
es decir, en lo que con el tiempo vendría a llamarse fuerza centrí­
fuga. Newton fue el primero en darse cuenta de que el estado de
cosas caraterístico del movimiento circular se conceptualizaba mejor
si se desplazaba el punto de mira y se le apuntaba a la fuerza cen­
trípeta que hay que aplicar para que se produzca y mantenga el
movimiento circular.
Aunque las descripciones del movimiento circular que se basan
en la fuerza centrípeta son cuantitativamente idénticas a las que se
basan en la centrífuga, pues las fuerzas centrípeta y centrífuga son
siempre iguales, conceptualmente son diametralmente opuestas las
unas a las otras 7. Volveremos a esto cuando examinemos las reglas
de los impactos que Descartes derivó más tarde de sus leyes del
movimiento y publicó en los Principios de la Filosofía en 1644. Pero
en E l Mundo, Descartes no va más allá de asegurar a sus lectores
que está en condiciones de dar tales reglas. Lo que quiere resaltar
es la superioridad de su método:

me contentaré con deciros que, aparte de las tres leyes que he explicado, no
quiero presuponer otras que no sean las que se siguen infaliblemente de las
verdades eternas en las que los matemáticos acostumbran a basar sus de­
mostraciones más ciertas y evidentes —las verdades, digo, según las cuales
Dios mismo nos ha enseñado que lo ha dispuesto todo con número, peso
y medida. El conocimiento de estas verdades le es tan natural a nuestras
almas que no podemos sino juzgarlas infalibles en cuanto las concebimos
distintamente, ni dudar que si Dios hubiese creado muchos mundos, segui­
rían siendo tan verdaderas en cada uno de ellos como lo son en éste. Por
lo tanto, los que sean capaces de examinar suficientemente las consecuencias
de estas verdades y de nuestras reglas podrán reconocer los efectos por sus

7 La ambigüedad sobrevivió hasta bien entrado el siglo diecinueve. Confudió a


Hegcl, como William Whewell hubo de mostrar nada menos que en 1849 (William
Whewell, «On Hegel’s Criticism oí Newton’s Principia [De la critica de Hegel a los
Principia de Newton]», Transactions o f the Cambridge Philosophical Soáety VIII
(1849), pág. 698, citado en «The Young Hegel’s Quest for a Philosophy of Science,
or Pitting Kepler Against Newton [El joven Hegel, en busca de una filosofía de la
ciencia, o Kepler puesto frente a Newton]», de William R. Shea, en Scientific Philo­
sophy Today, eds., J. Agassi y R. S. Cohén (Dordrecht y Boston: D. Reidel, 1982),
pág. 388).
Las leyes y reglas del movimiento 393

causas. Para expresarme escolásticamente, podrán tener demostraciones a


p rio ri de todo lo que se pueda producir en este nuevo mundo ®.

Llama vivamente la atención la última frase, y resulta aún más


notable cuando se la lee junto a la entusiástica carta que Descartes
le escribió a Mersenne en 1632:

En los dos o tres últimos meses, he penetrado tan hondamente en los cielos,
y he llegado a satisfacer en tal medida mis ansias de conocer su naturaleza
y la de las estrellas que vemos (así como otras muchas cosas que ni siquiera
me habría atrevido a soñar hace unos pocos años), que me he vuelto tan
osado como para atreverme a buscar la causa de la localización de cada
estrella. Pues aunque se las vea dispersas al azar por el cielo, no tengo
ninguna duda de que hay algún orden natural, regular, constante entre ellas.
El conocimiento de este orden es la clave y el fundamento de la más alta y
perfecta de las ciencias que los hombres puedan tener tocante a las cosas
materiales, pues gracias a ella podríamos conocer a p rio ri todas las diferentes
formas y esencias de los cuerpos terrestres, mientras que sin ella hemos de
contentarnos con adivinar qué son a posteriori y por sus efectos *9.

Ni un rosacruciano podría haber deseado más; imbuido de tan


gran optimismo, pasa, en el siguiente capítulo de E l Mundo, a de­
mostrar que sus leyes de movimiento y su análisis de los vórtices
revelan los misterios del universo.

El sistema de vórtices

El nuevo mundo de Descartes empezó con la ruptura instantánea


de la materia en partes aproximadamente iguales que inmediatamente
se ponían a moverse en círculos. Con el tiempo y las repetidas co­
lisiones y el constante rozarse y pulirse se produjeron las tres dife­
rentes formas de los elementos. En primer lugar, los bordes cortan­
tes de los fragmentos de materia se fueron volviendo más y más
romos, y se redondearon como granos de arena. Estas pequeñas
esferas constituyen lo que Descartes llama segundo elemento. Los
espacios entre ellas se rellenaron entonces con las limaduras y ras­

* E l Mundo, capítulo siete, A. T., XI, pág. 47.


9 Caita de Descartes a Mersenne, alrededor del diez de mayo de 1632, A. T., I,
págs. 250-251.
392 La magia de tos números y el movimiento

a volver la mirada a la ligadura externa o fuerza que hace que los


cuerpos se separen de su camino recto y se muevan en círculo; Des­
cartes se centró, en cambió, en el esfuerzo interno del cuerpo así
constreñido, en otras palabras, en la fuerza que le aleja del centro,
es decir, en lo que con el tiempo vendría a llamarse fuerza centrí­
fuga. Newton fue el primero en darse cuenta de que el estado de
cosas caraterístico del movimiento circular se conccptualizaba mejor
si se desplazaba el punto de mira y se le apuntaba a la fuerza cen­
trípeta que hay que aplicar para que se produzca y mantenga el
movimiento circular.
Aunque las descripciones del movimiento circular que se basan
en la fuerza centrípeta son cuantitativamente idénticas a las que se
basan en la centrífuga, pues las fuerzas centrípeta y centrífuga son
siempre iguales, conceptualmente son diametralmente opuestas las
unas a las otras 7. Volveremos a esto cuando examinemos las reglas
de los impactos que Descartes derivó más urde de sus leyes del
movimiento y publicó en los Principios de la Filosofía en 1644. Pero
en El Mundo, Descartes no va más allá de asegurar a sus lectores
que está en condiciones de dar tales reglas. Lo que quiere resaltar
es la superioridad de su método:

me contentaré con deciros que, aparte de las tres leyes que he explicado, no
quiero presuponer otras que no sean las que se siguen infaliblemente de las
verdades eternas en las que los matemáticos acostumbran a basar sus de­
mostraciones más ciertas y evidentes — las verdades, digo, según las cuales
Dios mismo nos ha enseñado que lo ha dispuesto todo con número, peso
y medida. El conocimiento de estas verdades le es tan natural a nuestras
almas que no podemos sino juzgarlas infalibles en cuanto las concebimos
distintamente, ni dudar que si D ios hubiese creado muchos mundos, segui­
rían siendo tan verdaderas en cada uno de ellos como lo son en éste. Por
lo tanto, los que sean capaces de examinar suficientemente las consecuencias
de estas verdades y de nuestras reglas podrán reconocer los efectos por sus

7 La ambigüedad sobrevivió hasta bien entrado el siglo diecinueve. Confudió a


Hegel, como William Whewell hubo de mostrar nada menos que en 1849 (William
Whewell, «On Hegel's Criticism of Newton’s Principia [De la crítica de Hegel a los
Principia de Newton]», Transaccións o f the Cambridge Philosophical Society VIH
(1849), pág. 698, citado en «The Young Hegel’s Quest for a Philosophy of Science,
or Pitting Kepler Against Newton [El joven Hegel, en busca de una filosofía de la
ciencia, o Kepler puesto frente a Newton]», de William R. Shea, en Scientific Pbilo-
sophy Today, eds., J . Agassi y R. S. Cohén (Dordrecht y Boston: D. Reidel, 1982),
pág. 388).
Las leyes y reglas del movimiento 393

causas. Para expresarme escolásticamente, podrán tener demostraciones a


priori de todo lo que se pueda producir en este nuevo mundo **.

Llama vivamente la atención la última frase, y resulta aún más


notable cuando se la lee junto a la entusiástica carta que Descartes
le escribió a Mersenne en 1632:

En los dos o tres últimos meses, he penetrado tan hondamente en los cielos,
y he llegado a satisfacer en tal medida mis ansias de conocer su naturaleza
y la de las estrellas que vemos (así como otras muchas cosas que ni siquiera
me habría atrevido a soñar hace unos pocos años), que me he vuelto tan
osado como para atreverme a buscar la causa de la localización de cada
estrella. Pues aunque se las vea dispersas al azar por el cielo, no tengo
ninguna duda de que hay algún orden natural, regular, consume entre ellas.
El conocimiento de este orden es la clave y el fundamento de la más alta y
perfecu de las ciencias que los hombres puedan tener tocante a las cosas
materiales, pues gracias a ella podríamos conocer a p rio ri todas las diferentes
formas y esencias de los cuerpos terrestres, mientras que sin ella hemos de
contentarnos con adivinar qué son a p osteriori y por sus efectos 9.

Ni un rosacruciano podría haber deseado más; imbuido de tan


gran optimismo, pasa, en el siguiente capítulo de E l Mundo, a de­
mostrar que sus leyes de movimiento y su análisis de los vórtices
revelan los misterios del universo.

El sistema de vórtices

El nuevo mundo de Descartes empezó con la ruptura instantánea


de la materia en partes aproximadamente iguales que inmediatamente
se ponían a moverse en círculos. Con el tiempo y las repetidas co­
lisiones y el constante rozarse y pulirse se produjeron las tres dife­
rentes formas de los elementos. En primer lugar, los bordes cortan­
tes de los fragmentos de materia se fueron volviendo más y más
romos, y se redondearon como granos de arena. Estas pequeñas
esferas constituyen lo que Descartes llama segundo elemento. Los
espacios entre ellas se rellenaron entonces con las limaduras y ras-

11 E l Mundo, capítulo siete, A. T., XI, pág. 47.


* Carta de Descanes a Mersenne, alrededor del diez de mayo de 1632, A. T ., 1,
págs. 230-251.
394 La magia de los números y el movimiento

paduras, que se acomodan en cada instante al espacio disponible, de


manera que no hay nunca vacío alguno. Estas limaduras constituyen
el primer elemento. Finalmente, las partes de materia más gruesas y
lentas hacen el tercer elemento. De esta manera explicaba Descartes
la génesis de los elementos agua, fuego y tierra que había catalogado
en el quinto capítulo de El Mundo. El siguiente paso era postular,
basándose en la analogía de los remolinos en la corriente, que toda
la materia celeste gira en una serie de vórtices contiguos, como en
la figura 4.
El centro de uno de estos vórtices es el sol, S, que está hecho
del primer elemento o exceso de limaduras de materia que se acu­
mula en el centro del vórtice porque las pequeñas partículas esféricas
del segundo elemento tienen un tamaño mayor y una mayor ten­
dencia a escapar hacia los bordes. La tierra y los planetas están he­
chos del tercer elemento, y la materia celeste de los cielos en rota­
ción se compone más que nada de pequeñas esferas del segundo
elemento muy apiñadas, con los intersticios rellenos con diminutas
partículas del primer elemento >0.

El sistema solar

Los cielos se dividen en varios vórtices, por ejemplo, los que


tienen por centro S, E y A, respectivamente (figura 4). Su número
es indefinido, pero todos ellos se parecen al sistema solar, S, con sus
planetas, idénticos a los que conocemos. El papel que desempeñan
las pequeñas esferas de materia celeste es el factor crucial. Son las
que arrastran a los planetas; servirán también, como Descartes nos
«advierte de antemano», para explicar la acción de la luz. Las esferas
del borde exterior del vórtice (¡as que están cerca de F y G en la
figura 4) se mueven más deprisa, y su velocidad decrece gradualmen­
te así nos movemos hacia el centro, S, pero sólo hasta K, donde se
encuentra Saturno. A partir de ahí son más pequeñas y veloces. Esta
inversión arbitraría de la velocidad la dicta el que la revolución de
Saturno sea más lenta que la de Mercurio. En El Mundo, Descartes
se había enfrentado con esta dificultad, pero sólo decía que las es­
feras en contacto con el sol son más pequeñas que las que caen más

,# E l Mundo, capitulo ocho, A. T., XI, págs. 49-53. La ilustración es de la página


55.
395
Las leyes y reglas del movimiento

lejos, pues si tuviesen e! mismo tamaño tendrían más fuerza centrí­


fuga y subirían Cuando revisó su texto para incluirlo en los
Prinápios de la Filosofía, salió al paso de una objección que nacía del
reciente descubrimiento de las manchas solares por Galileo. Estas
probaban que el sol rotaba, pero su velocidad era menor que la de
cualquiera de los planetas, lo que contradecía la hipótesis de Des­
cartes, por la cual el sol había de rotar muy deprisa. Descartes halló
una forma de aislar el sol, y por lo tanto de proteger su teoría, con

" Ib ., págs. 53-56.


396 L a magia de los números y el movimiento

una atmósfera solar que retrasaba las manchas y se extendía Hasta


Mercurio ,2.
Fuesen cuales fuesen los lugares que ocupasen en un principio,
los planetas terminaron por llegar en algún momento a la capa donde
el material fluido del segundo elemento tiene la misma fuerza para
continuar en movimiento. Una vez allí, si el planeta descendiese, le
rodearían pequeñas esferas más pequeñas y veloces, que le empuja­
rían hacia arriba; similarmente, si subiese, se toparía con esferas más
grandes, que le frenarían y harían que se hundiese de nuevo *l314. La
estabilidad del sistema solar, pues, quedaba asegurada por el estado
de equilibrio de que disfrutaban la partículas del segundo y tercer
elemento por tener la misma densidad: cuanto más cercano el pla­
neta al cuerpo central, mayor su densidad. En los Principios de Fi­
losofía, Descartes extendía esta explicación a la luna, y sostenía que
la luna muestra siempre la misma cara a la tierra porque esa cara es
menos densa M. Los gigantescos bloques planetarios de tercer ele­
mento alcanzan normalmente un estado de equilibrio, pero hay ca­
sos en los que su movimiento es lo bastante grande para llevarlos
más allá del vórtice. Se convierten entonces en cometas, y atraviesan
toda una serie de vórtices como el cometa de la figura 4 que se
mueve a lo largo del camino CDR.
En la figura 5, que está sacada de la tercera parte de los Principios
de Filosofía, vemos que los vórtices están dispuestos de manera que
giren sin obstruirse los unos a los otros. Por ejemplo, si el primer
vórtice, con centro en S, es llevado de A a E e I, el vórtice adyacente,
con centro en F, rotará en la dirección opuesta de A a E y V l516. Sin
embargo, la presión de los vórtices vecinos no es la misma en todas
partes, lo que hace que los remolinos se distorsionen. El vórtice
solar se achata, pero Descartes no dice de ¿1 nunca que sea elíptico,
como si, al igual que su contemporáneo Galileo, ignorase el descu­
brimiento por Kepler de la forma elíptica de las órbitas de los plane­
tas ,6.

'* Principios <U Filosofía, Parte III, artículo 1448, A. T., VIII-1, págs. 196-197.
Sobre el descubrimiento de los cometas, víase Galileo's Intellectual Revolution, de
William R. Shea, edición revisada (Nueva York: Science History Publications, 1975),
págs. 75-108.
13 El Mundo, capítulo diez, A. T., XI, pág. 64.
14 Principios de Filosofía, Parte III, artículo 152, A. T., VIII-1, pág. 198.
15 Ib., artículo 115, págs. 162-163.
16 Descartes dice de la la trayectoria de la luna que está «próxima a una elipse»,
Las leyes y reglas del movimiento J97

Figura 5

La materia en el torberilino

Las extremadamente móviles y plásticas partes del primer ele­


mento entran continuamente en el vórtice por los polos, y salen

pero no extiende esta observación a los planetas, ni intenta usar la geometría de la


elipse para determinar las posiciones que la luna va ocupando en su órbita ( ib.,
artículo 153, pág. 200).
398 La magia de los números y el movimiento

despedidas de él por los ecuadores. La figura 6, que procede también


de la tercera parte de los Principios de Filosofía l7, ilustra este estado
de cosas. El vórtice solar AYBM rota alrededor de su eje AB, y los
vórtices contiguos K, O, L, C rotan alrededor de sus ejes TT, YY,
ZZ, MM. La figura 6 deja claro que la materia de los vórtices K y
L podrá entrar por los polos A y B, y que la que da vueltas alre­
dedor del eje AD tenderá a salir por Y y M, y pasará de O a C.
Estas partículas de primer elemento tienen que pasar entre las pe­
queñas esferas de segundo elemento en su camino hacia el centro del
vórtice. Algunas partículas se quedarán huecas mientras se derraman
a través de las apiñadas esferas, y se entrelazarán formando hilos
estriados que Descartes llama partículas acanaladas. Cuando llegan
al centro del vórtice, las partículas móviles más finas y veloces del
primer elemento las expelen, de manera que se forma una espuma
que se solidifica y adquiere las propiedades del tercer elemento. Así
explica Descartes la producción de las manchas solares. Tienen for­
mas irregulares y cambiantes, pero podrían llegar a cubrir toda la
superficie de la estrella central, que dejaría entonces de poder man­
tener su remolino y sería absorbida por otro vórtice; se convertiría
entonces en un planeta, o seguiría su camino hasta más allá, como
nuevo cometa. Es posible que hasta el remolino mismo fuese captu­
rado, de forma que el sol se convirtiese en un planeta, y sus planetas,
en satélites. Ese fue el origen de nuestra tierra y su luna 18.

Remolinos en los remolinos

En El Mundo, Descartes da por sentado que la circulación del


fluido celeste llevará los planetas tal y como la corriente de un río
arrastra una barca, y se ocupa del movimiento de los satélites, pero
al explicar el sistema tierra-luna hace, sin más comentarios, una mo­
dificación importante de su sistema. Hemos visto que Descartes su­
ponía que los planetas circulan con la misma velocidad que la capa
de fluido celeste que los transporta. Para explicar que la luna circule
alrededor de la tierra, Descartes supone ahora que la velocidad de
los planetas, como la de las partículas fluidas del segundo elemento,

17 Principios de Filosofía, Pane III, artículo 69, A. T., VIII-1, pág. 120.
,B Ib ., artículo 146, pág. 195.
Las leyes y regí»* del movimiento 399

F ig u r a 6

depende de su tamaño. Se basa para ello en el movimiento de una


barca en una corriente:

Observamos que las barcas que lleva la corriente no se mueven tan deprisa
como el agua, y las más grandes son las más lentas. D e la misma manera,
aunque la materia celeste acarrea los planetas sin resistencia, y éstos se mue­
ven con el mismo ímpetu [se m euvent de m im e branle ], no se puede decir
por ello que se muevan siempre tan deprisa. L a diferencia en velocidad ha
400 La magia de los números y el movimiento

de relacionarse con la diferencia entre su tamaño y la de la materia celeste


que los rodea ,9.

Descartes no se molesta en explicar cómo es posible que los


planetas sean acarreados sin resistencia, y, sin embargo, no se mue­
van a la misma velocidad que la corriente. La capacidad de sugeren­
cia del ejemplo del bote le basta para sus propósitos inmediatos. En
efecto, le permite explicar la rotación diurna de la tierra y la revo­
lución de la luna alrededor de la tierra de una vez.
La tierra T (véase la figura 7), tan grande, no se mueve tan de­
prisa como la capa de segundo elemento en que está sumergida.
Cuando las pequeñas esferas o glóbulos del material fluido llegan a
A, se desvían, y se las obliga a ir hacia B. Según Descartes, esto «es
evidente»,

lia

pues, como tienen una inclinación a continuar su movimiento en línea recta,


han de dirigirse hacia la circuferencia en vez de al centro S del círculo
A C Z N . Ahora bien, al ir de A a B, hacen que el planeta T gire con ellos
alredededor de su centro, y, al girar así, hace a su vez que ellos vayan de

19 El Mundo, capitulo diez, A- T., X I, págs. 68-69.


Las leyes y reglas del movimiento 401

B a C , y luego de O a A. D e esta manera, forman un cielo especial alrededor


del planeta, con el que, pues, habrán de continuar moviéndose 20.

Si aceptamos ahora que la luna circula en la misma capa pero a


una velocidad mayor porque es más pequeña, tendremos que se des­
viará, cuando llegue a A, hacia B, y se hará parte del torbellino más
pequeño que rodea la tierra. Descartes creía que ésta era una expli­
cación directa del sistema solar y del movimiento de la luna, y pasa
a mostrar cómo podía extenderse la teoría del vórtice para explicar
con ella el peso y las mareas antes de jugar su carta triunfal, su
explicación de la naturaleza de la luz, que hace de ésta un producto
de la materia celeste en revolución.

La verdad del peso

Descartes consideraba ingenua la idea de que el peso es una pro­


piedad inherente de la materia, y despreciaba la posibilidad de que
lo causase la mutua atracción de los cuerpos, por ser é s a una fan­
tasía infundada. Creía que se podía explicar el peso bastante simple
y expeditivamente con su teoría de los torbellinos y la noción de
fuerza centrífuga 2I. Debemos borrar de nuestras mentes las ¡deas de
pesadez intrínseca y atracción externa, y preguntamos por qué los
objetos sólidos colocados en los remolinos se ven empujados hacia
el centro. Como hemos visto, la tierra está rodeada por un remolino
secundario de materia celeste que tiene una velocidad mayor, y por
lo tanto una mayor fuerza centrífuga, que la materia terrestre (véase
el vórtice ABCD de la figura 7). Si se suelta un cuerpo, una piedra,
digamos, sobre la superficie de la tierra, no podrá mantenerse arriba
con la materia celeste, y será empujada hacia abajo, y habrá materia
celeste que ascenderá y ocupará su lugar. De esta explicación pura­
mente mecánica, o, más bien, centrífuga, de la gravedad se sigue que
todo cuerpo grande sufrirá un empuje hacia el centro. Pero ¿qué
pasa con los cometas, que, antes de que los attape un vórtice con­
tiguo al suyo, viajan hasta el borde de éste? Descártes responde que
los cuerpos sólidos pueden adquirir tal velocidad descendente* que
sobrepasen el centro y se remonten hasta hs circunferencia. Cuando

20 Ib ., págs. 70-71.
21 Ib ., capítulo once, págs. 72-80.
402 La magia de los números y el movimiento

Mersenne insistió en que diese más detalles de la acción de la materia


celeste, realizó uno de sus pocos experimentos:

Para entender cómo la materia fina que gira alrededor de la tierra empuja
los cuerpos pesados hacia el centro, rellénese una vasija redonda con per­
digones de plomo, y entremézcleselos con algunos trozos de madera o de
cualquier otro material más ligero que el plomo. Si giráis la vasija rápida­
mente, veréis que el plomo empujará los trozos de madera o de cualquier
otro material por el estilo hacia el centro de la vasija, tal y como la materia
fina empuja a los cuerpos terrestres 22.

Como señala E. J. Aitón en su excelente estudio de la teórica de


los vórtices, los trozos de madera se mueven hacia el centro a causa
de una circulación secundaria que hace que el líquido suba a lo largo
del eje y descienda por los lados 23. N o fue Descartes el único al
que no se le ocurrió esto; nadie, en la siguiente generación de cien­
tíficos, mucho más acostumbrada a la realización de experimentos,
se percató de ello. Christiaan Huygens objetó que no era apropiado
comparar la materia celestial con los pesados perdigones de plomo,
ni vastos cuerpos terrestres con ligeros trozos de madera. Pero el
verdadero punto débil, como observa Aitón, «es que el plomo y la
madera tienen la misma velocidad, mientras que se suponía que era
la mayor velocidad de la materia sutil lo que le permitía desplazar
los cuerpos terrestres hacia abajo» 24. Si volvemos ahora a El Mun­
do, veremos cómo Descartes elude tratar cuantitativamente el pro­
blema, y sigue a paso firme hasta sacar a luz un nuevo éxito de su
teoría.

La conquista de las mareas

La creciente importancia de la navegación hacía que la explica­


ción de las mareas fuese no sólo algo importante, sino hasta de moda
en los siglos dieciséis y diecisiete. Era el cimiento en que Galileo

22 Carta de Descartes a Mersenne del dieciséis de octubre de 1639, A. T., II,


págs. 593-594.
23 E.J. Aitón, The Vortex Theory o f Planetary Motions ¡L a teoría de los vórtices
de los movimientos planetariosj (Londres: Macdonald, 1972), pág. 57.
24 Ib., pág. 57. Huygens modificó el experimento de Descartes: hizo que un pe­
queño globo se moviese entre dos cuerdas hasta el centro del vértice {ib., págs. 76-7$).
Las leyes y reglas del movimiento 403

afirmaba su defensa de la teoría heliocéntrica, y aunque desempeña


un papel menos importante en el sistema de Descartes, es, en todo
caso, una de las aplicaciones de su teoría que le eran más preciadas.
Hay que explicar cuatro ciclos: (1) el ciclo diario de mareas altas y
bajas que se suceden con intervalos de doce horas; (2) el ciclo men­
sual, que hace que las mareas se retrasen cincuenta minutos cada día,
hasta que dan la vuelta al reloj y vuelven a su posición original; (3)
el ciclo semi-mensual, con mareas altas con la luna llena y la nueva,
y bajas, con los cuartos; y finalmente (4) el ciclo semi-anual, con
mareas mayores en los equinoccios que en los solsticios. Según Des­
cartes, todo esto era consecuencia del movimiento del vórtice alre­
dedor de la tierra.
Supóngase que la luna está en lo alto del remolino ABCD que
rodea la tierra (véase la figura 8). Supóngase además que toda la
superficie de la tierra está cubierta de agua, I, 2, 3, 4, que a su vez
está envuelta en aire, 5, 6, 7, 8. Como hay menos espacio entre O
y 6, la materia celeste en rotación se mueve más deprisa y deprime
el aire y el agua en 6 y 2, y, con ello, empuja la tierra desde el centro
M del vórtice hacia abajo, hasta una nueva posición T. Esto acerca
la tierra a D, y como a la materia celeste le queda menos sitio para
pasar entre 8 y D, el aire y el agua se deprimirán en 8 y 4, y en 6
y 2. La superficie del agua, pues, se achatará en 6, 2 y 8, 4, y se
abultará en 7, 3 y 5, 1. Como la tierra rota una vez cada veinticuatro
horas, la joroba se moverá con el reloj, y Descartes explica de esta
manera las dos mareas altas y las dos bajas del ciclo diario 2526.
Como la tierra rota al revés que las agujas del reloj de E a F y
G, es decir, de oeste a este, el abultamiento se mueve en dirección
opuesta, es decir, de este a oeste. Descartes decía que lo confirmaba
el testimonio de marinos que sostenían que «la navegación es mucho
más fácil en nuestros mares de este a oeste que de oeste a este» 27.
La teoría de Descartes explica también el ciclo mensual, pues la luna
se mueve en la misma dirección que la tierra y completa una revo­
lución cada mes. En seis horas describe aproximadamente una parte

25 Véase Galileo’s Intellectual Revolution, de Shea, págs. 172-189.


26 E l Mundo, capítulo doce, A. T., XI, pág. 80-82.
22 Ib ., pág. 82. Los vientos dominantes soplan en realidad del oeste, pero el error
de Descartes era común por entonces, y también lo comete Galileo (Galileo, Diálogo
sobre los dos sistemas del mundo más importantes. Opere, A. Favaro, ed., veinte
volúmenes (Florencia: Barbera, 1890-1909), volumen V il, pág. 261.
La magia de los números y el movimiento

en ciento viente de su circuito, de manera que el lugar de la marea


alta avanza unos tres grados, y se retrasa, pues, unos doce minutos
cada vez. En veinticuatro horas, esto suma los cincuenta minutos
que se observan. Para el ciclo semi-mensual, Descartes desupa una
nueva propiedad del remolino: su forma no es perfectamente esfé­
rica, pues el eje BD es más corto que el AC. Esta es la razón por
la que la luna se mueve más deprisa en B y D (cuando es luna llena
o nueva) que en A y C (cuando está en uno de sus cuartos) 28. Del
cuarto ciclo, el semi-anual, sólo se habla en los Principios de Filo­
sofía, donde Descartes afirma correctamente que las mareas más altas
tienen lugar en los equinoccios 29.
Tras compleur la sección sobre las mareas, Descartes oyó que se
había publicado el Diálogo sobre los dos sistemas del mundo más
importantes, que Galileo había pensado llamar originalmente E l diá­
logo de las mareas. «Me gustaría saber», le preguntó a Mersenne,
«qué escribe sobre las mareas, pues ésta es una de las cosas que más
me ha costado resolver, y aunque creo que lo he logrado, no veo

** El Mundo, capítulo doce, A. T., XI, págs. 82-83.


29 Principios de Filosofía, Parte IV, artículo 52, A. T., VIII-1, pág. 236.
Las leyes y reglas del movimiento 405

claramente algunos detalles» 30. Cuando por fin tuvo la oportunidad


de examinar un ejemplar del Diálogo, declaró que la teoría de Ga-
lileo le había parecido «un tanto improbable», cumplido que Galileo
habría devuelto con gusto 31.

La luz a la luz

El título completo de E l Mundo es El Mundo o Tratado de la


Luz, y su clímax es la explicación de la naturaleza de la luz en los
capítulos trece y catorce. De las tres modificaciones de la materia
primitiva, caracterizadas inicialmente, de acuerdo con la nomencla­
tura tradicional, como fuego, aire y tierra, había que pensar que, en
realidad, eran más bien los elementos constitutivos del sol, el cielo
y los planetas, en cuanto que producen, transmiten o reflejan la
luz 32. Hemos visto en nuestra discusión de la refracción en el ca­
pítulo nueve que Descartes insistía una y otra vez en que la natu­
raleza de la luz sólo se podía aprehender en el marco de su sistema
cosmológico. Ahora, ya se ha expuesto este sistema, y se ha demos­
trado (al menos según el gusto de Descartes) que explica no sólo la
formación del sol y los planetas, sino también fenómenos físicos tan
importantes como el peso y las mareas. Es hora de que se nos diga
qué es la luz.
La explicación resulta ser una aplicación del análisis del movi­
miento circular que resumimos en las páginas 389-391. Se nos pide
que pensemos en cada una de las pequeñas esferas de segundo ele­
mento que componen la materia fluida de los cielos como si fuesen
piedras en una honda. Las esferas que están, por ejemplo, cerca de
E (véase la figura 9),

tienden a moverse, por su propia inclinación, sólo hacia P, pero la resistencia


de las otras partes de los cielos que están sobre ellas les hacen tender, es
decir, las disponen, a moverse por el círculo ER. Además, esta resistencia,

30 Carta de Descartes a Mersenne de noviembre o diciembre de 1633, A. T., I,


pág. 261.
11 Carta de Descartes a Mersenne del catorce de agosto de 1634, ib., pág. 304.
Galileo murió en 1642, dos años antes de la publicación de los Prinópios de Filosofía
de Descartes.
31 Prinópios de Filosofía, Parte III, artículos 52, A. T., VIII-1, pág. 105.
406 La magia de los números y el movimiento

que es contraría a su inclinación a continuar su movimiento en línea recta,


les hacen tender a, es decir, es la razón de que se esfuercen a, moverse hacia
M. Si aplicáis el mismo razonamiento a todas las partes del segundo ele­
mento, veréis en qué sentido decimos que tienden a moverse hacia puntos
diamctralmente opuestos al centro de los cielos que de ellas están formados 33.

La materia celestial que está más allá de E refrena las pequeñas


esferas de materia celestial como la honda refrena la piedra. Esto es
lo que causa la fuerza centrífuga de las pequeñas esferas en E. La
acción de las esferas inferiores y la rotación del cuerpo central en S
aumentan esa fuerza. Pero no todas las esferas inferiores lo hacen,
pues le parecía a Descartes que sólo las que se encontrasen en el
cono AED podrían empujar a una esfera que estuviese en E. El
argumento por el que se excluye la acción de las esferas que se
encuentren en los alrededores de H y K se basa en un experimento3

33 E l Mundo, capítulo trece, A. T „ XI, pág. 86.


Las leyes y reglas del movimiento 407

mental. Imaginad que se retira súbitamente la materia de E, y pre­


guntaos qué partículas de segundo elemento cercanas se precipitarán
a rellenar el hueco. Según Descartes, no cabe responder otra cosa
que será la materia celeste del cono AED. La razón que da es tan
notable como la súbita aparición de un hueco, por hipotética que
sea, en un universo en el que toda acción es por contacto: la materia
celeste que está fuera del cono AED no tiende a moverse hacia E
porque «todos los movimientos continúan, en la medida que sea
posible, en línea recta, y, en consecuencia, cuando la naturaleza tiene
muchas maneras de llegar a un mismo resultado, escoge inevitable­
mente la más corta» 34. Para Descartes, la manera menos intrincada
de rellenar el hueco abierto en E era que la materia del cono AED
ocupase el espacio vacío que está justo encima de ella. La luz es
precisamente esta presión que ejercen las pequeñas esferas de segun­
do elemento o materia celeste:

Ahora bien, deberíais saber que los habitantes de este nuevo mundo tendrán
una naturaleza tal que, cuando se haga fuerza sobre sus ojos de esta manera,
tendrán una sensación que es justo como la que nosotros tenemos de la luz J*.

Pero, ¿qué puede querer decir eso de hacer fuerza o empujar, si


la transmisión de la luz es, como Descartes sostiene, instantánea? La
respuesta está en las analogías que hemos estudiado en el capítulo
nueve, en las que se compara la luz con la acción de un bastón o la
presión que ejerce el mosto que fermenta en un barril. Nos tenemos
que acordar otra vez de la temprana obra de Descartes sobre hidros-
tática, y de su inclinación a razonar a partir de un modelo, sin
ofrecer demostraciones geométricas rigurosas. ¿Cómo han de estar
dispuestas las pequeñas esferas de materia celeste para que transmi­
tan una tendencia a moverse rectilíneamente? La respuesta es esen­
cialmente gráfica, y se nos dice que es obvia:

A sí como podemos entender fácilmente que la mano A empuja al cuerpo E


a lo largo de la línea recu A E incluso aunque lo haga mediante el palo BC D ,
que está retorcido [véase la figura 10], de la misma manera, la bola número
1 empuja a la bola número 7 u n to mediante la bola número 5 como me­
diante las bolas números 2, 3, 4 y 6 [véase la figura 11 ] * .

M Ib., pág. 89.


" Ib ., pág. 97.
14 Ib., pág. 100.
408 La magia de los números y el movimiento

Una prueba experimental de la transmisión instantánea de la luz

Descartes apenas si buscaba la compañía de otros para contrastar


sus ideas en el crisol de la discusión académica. Le placía exponer
sus puntos de vista a los encumbrados y poderosos, como la reina
Cristina o la princesa Isabel, o a los dóciles y aún prometedores,
como Henri Reneri, pero le costaba mucho trabajo reconocer a al­
guien como su igual 37. Isaac Beeckamn fue la única persona con la57

57 Desconsideramente trauba Descartes a los que se tomaban al pie de la letra la


invitación que él mismo hacía al final del Discurso del Método y le remitían sus
objeciones, y no precisamente de acuerdo con esas buenas maneras de las que tanto
Las leyes y reglas del movimiento 409

F ig u r a II

que tuvo verdaderas discusiones científicas durante un breve perio­


do, en 1618-1619, y su amistad naufragó en los bajos de la suscep­
tibilidad de Descartes en 1629. Afortunadamente, Beeckman era el
más dado al perdón de los hombres, y como hemos visto en el
capítulo cuatro, hizo las paces con Descartes y lo visitó en Amster-
dam en agosto de 1634. Fue entonces cuando Descartes le explicó
su teoría de la luz y la necesidad de que su transmisión fuese ins­
tantánea 3S. Beeckman se mostró reticente a aceptarlo, pues nada

alardeaba. Llama a los matemáticos franceses que critican su geometría «dos o tres
moscas» (caita a Constantin Huygens del diecinueve de agosto de 1638, A. T., II,
pág. 671); dice de Robcrval que es «menos que un animal racional» (carta a Mersenne,
alrededor del veintinueve de junio de 1638, ib., pág. 190); de Pierre Petit, que es «un
perrillo» (carta a Mersenne del veintisiete de julio de 1638, ib., pág. 267, y del treinta
de abril de 1639, ib., pág. 533); y de Hobbes, que es «extremadamente despreciable»
(cana a Mersenne del cuatro de marzo de 1641, A. T „ III, pág. 326). Las cartas de
Jean de Bcaugrad sólo son buenas como «papel higiénico» (cana a Mersenne, alrede­
dor de septiembre de 1641, ib., pág. 437), y la obra de Fcrmat es una pura «mierda»,
palabra que apenas si se suaviza por que se la escriba en latín (cana a Mersenne,
alrededor de diciembre de 1638, A. T., II, pág. 464). Manifestaba su desprecio a sus
oponentes haciendo que fuese su antiguo criado Gillot quien respondiese las cuestio­
nes que se le planteaban (por ejemplo, ib., págs. 179, 195-1%, 275). Devolvió una de
las grandes obras matemáticas del siglo diecisiete, Isagoge ad locos solidos, de Fermat,
sin haberla leído, porque creía que no podía ser sino una repetición de lo que él ya
había publicado en su Geometría (cana a Mersenne del nueve de febrero de 1639,
ib., pág. 495).
Beeckman llegó a Amsterdam el doce de agosto, sábado, y se marchó el si­
guiente lunes por la mañana (véase la Carta de Descartes a Mersenne del catorce de
410 La magia de los números y el movimiento

corpóreo se puede mover a velocidad infinita, y le propuso un ex­


perimento que determinase la velocidad de la luz. Consistía en ano­
tar el tiempo que pasase entre la emisión de un destello de luz y su
recepción una vez reflejado en un espejo situado a una distancia de
un cuarto de milla 39. Beeckman estaba tan seguro del resultado de
este experimento, que estaba dispuesto a arriesgar toda su física en
el experimento. Descanes aceptó la apuesta, y le reconoció que si
se detectase el menor lapso de tiempo, «su filosofía entera se sub­
venirla totalmente» 40. Discutieron entonces el experimento, sin po­
nerse de acuerdo en si se podía llevar a cabo. Esto fue el sábado,
doce de agosto. Al día siguiente, Descartes declaró que la cuestión
de la velocidad de la luz podía dejarse zanjada fácilmente con «un
experimento que miles y miles de personas han verificado con gran
cuidado» 41. Se refería a la observación de los eclipses lunares.
La velada precedente, Beeckman había sugerido que la luz podía
tardar el tiempo de una pulsación en ir a un espejo alejado un cuarto
de milla y volver. Con premeditada magnanimidad, Descartes le pro­
puso aumentar este valor veinticuatro veces, es decir, le concedió
que la luz ¡podía tardar hasta un veinticuatroavo de pulsación en
recorrer un cuarto de milla, o un sexto en recorrer una milla! Había
elegido en realidad este valor, tan arbitario aparentemente, para sim­
plificar los cálculos que venían a continuación. Suponed, dice Des­
cartes, que la luna está a una distancia de cincuenta radios terrestres,
y que el radio de la tierra es de seiscientas millas. Un sencillo cálculo
arroja que sería necesario un tiempo de cinco mil pulsaciones para
que la luz viajase de la tierra a la luna y volviese, lo que a duras
penas podía ser menos de una hora 42.

agosto de 1634, A. T., I, pág. 303). Le escribió a Descartes poco después, y éste
contestó con una carta fechada el veintidós de agosto de 1634, en la que resumía la
discusión y aclaraba su posición (A. T.. II, págs. 307-312). Clerselier, que publicó por
vez primera la carta, no da el nombre del remitente, pero Pierre Costabe! ha demos­
trado que el destinatario era Beeckman (Pierre Costabcl, Démarches originales de
Descartes savant (París: Vrin, 1982), pág. 81).
** Carta a Beeckman del veintidós de agosto de 1634, A. T., I, pág. 308. Comelis
de Waard señala que Beeckman solía usar la milla holandesa, que es igual a 7,4074
kilómetros, ó 4,6029 millas. Un cuarto de esa distancia es, pues, poco más de una
milla inglesa (Isaac Beeckman, Journal, ed., C . de Waard, cuatro volúmenes (La Haya:
Maninus Nijhof, 1939-1945), volumen 111, pág. 287, n. 1).
40 Carta a Beeckman del veintidós de agosto de 1634, A. T., I, pág. 308.
41 Ib.
41 5000 pulsaciones por hora son, aproximadamente, 83,3 por minuto, lo que es
más o menos el promedio de pulsaciones por minuto de las mu¡eres.
Las leyes y reglas del movimiento 411

A B C

A lo largo de la línea ABC. representen A, B, y C las posiciones


del sol, la tierra y la luna respectivamente, y supóngase que, sita la
tierra en B, la luna se eclipsa en C. El eclipse ha de aparecer en el
momento en que la luz emitida por el sol en A y reflejada por la
luna en C habría llegado a B si la tierra no la hubiese interrumpido.
En el supuesto de que la luz tarda una hora en hacer el viaje de
vuelta de B a C, el eclipse debería verse una hora después de que la
luz del sol llegue a la tierra en B. En otras palabras, el eclipse no
debería observarse en la tierra hasta una hora después de que se
hubiese visto el sol en A. Pero esto es falso, pues cuando la luna se
eclipsa en C, el sol no llega a A una hora antes, sino al mismo
tiempo que el eclipse. «Por lo tanto», concluía Descartes, «vuestro
experimento es inútil». «Y vuestro argumento», le espetó Beeckman,
«evade la cuestión» 43. No sabemos exactamente cómo desarrolló
Beeckman su contra-argumento, pero en la prueba experimental de
Descartes hay cosas que no son precisamente obvias El problema
está en determinar el lugar real de la luna cuando la eclipsa el sol a
partir del aparente, pues cuando se produce un eclipse, las imágenes
del sol y de la luna caen en la misma línea. Para que su argumento
fuese válido, Descartes habría de disponer de algún procedimiento
que le permitiese determinar en qué momento la tierra emite la som­
bra que eclipsa a la luna, y esto no puede hacerse sin saber la velo­
cidad de la luz.
Ahora sabemos que la luz tarda unos 2,57 segundos en viajar de
la tierra a la luna y volver, un tiempo detectable. El problema que
aqueja al procedimiento de Descartes es que su validez requiere el
conocimiento previo de la velocidad de la luz, pues siempre que
vemos un eclipse tenemos un ángulo de ciento ochenta grados entre
el sol y la luna. Descartes no tuvo nunca duda alguna de que había
hallado una prueba experimental abrumadora de la instantaneidad de
la luz. Cuando Mersenne le pidió que comentase el nuevo libro de*4

41 Carta de Descartes a Beeckman del veintidós de agosto de 1634, A. T., I,


pág. 310.
44 Véase • Descanes’ Experimental Prooí oí the infinite Vclocity o í Light and
Huygens' Rejoinder [La prueba experimental de la velocidad infinita de la luz de
Descartes, y la crítica de Huygens]», Archive fo r History o f Exoct Sciences 26 (1982),
págs- 1-12, de Spyros Sakellariadis.
412 La magia de loa números y el movimiento

Galileo, las Dos nuevas ciencias, en 1638, recordó que el científico


italiano había sugerido que la velocidad de la luz se determinase
haciendo que dos personas que estuviesen separadas unas pocas mi­
llas se hiciesen señales. La ¡dea era que se midiese el tiempo trans­
currido entre la emisión de una señal de luz y la recepción de una
señal de vuelta. Descartes dictaminó que el experimento era «inútil»,
y que el asunto quedaba definitivamente zanjado con los eclipses de
la luna 4S. N o daba a entender que estuviese en su conocimiento que
Beeckman había propuesto un experimento similar en su Diario, en
un fragmento fechado el diecinueve de marzo de 1629, experimento
en el que dos hombres con relojes idénticamente sincronizados ha­
brían de colocarse el uno frente al otro a una distancia de unas pocas
millas. Uno dispararía un cañón, y tomaría nota de la hora exacta
del disparo; el otro vería el resplandor, y apuntaría a qué hora lo
veía. Los hombres intercambiarían entonces sus relojes, y repetirían
el experimento varias veces. La menor discrepancia en los tiempos
registrados indicaría que la luz viaja a velocidad finita 4647.

La exposición de las leyes del movimiento

La remodelación de El Mundo que dio lugar a los Principios de


Filosofía fue, más que nada, cosa de disponer el material en artículos,
y darle el espíritu de un libro de texto. Hay, sin embargo, una clara
mejora y dos desarrollos importantes. La mejora se refiere al orden
de las leyes del movimiento. La tercera ley (tocante a la rectilineidad)
se convierte en la segunda, de manera que a la primera, «cada cosa
en particular continúa en el mismo estado por su propia fuerza (quan­
tum in se est), y sólo cambia de estado si colisiona con otros», le
sigue ahora la ley que dice, «no hay parte de materia que por sí
misma tienda a moverse en líneas curvas, y todas tenderán a hacerlo
por sí mismas en líneas rectas» *7. Los dos desarrollos son: (a) la

45 C aru de Descanes a Mersenne, alrededor del once de noviembre de 1638, A.


T., II, pág. 384. El experimento de Galileo se describe en el primer día de sus Dis­
cursos sobre dos nuevas ciencias, en Opere, vol. VIH, págs. 88-89.
44 Isaac Beeckman, Journal, volumen III, pág. 112, reproducido en A. T., X,
pág. 552.
47 Principios de Filosofía, Pane II, anículo 37 (primera ley), anículo 39 (segunda
ley), anículo 40 (tercera ley), A. T., VIII-1, págs. 62-65. Sobre el significado de la
frase «quantum in se est» en la primera ley, y su origen en el escritor romano Lu-
Las leyes y reglas del movimiento 413

formulación de las reglas secundarias que cubren varios casos de


colisión, y (b) la explicación del magnetismo, a la que volveremos
en cuanto hayamos examinado las reglas.
La tercera ley del movimiento (antes la segunda) se enuncia como
sigue:

Cuando un cuerpo en movimiento golpea a otro, si tiene menos fuerza para


continuar moviéndose en linea recta que el otro tiene para resistirse a él,
retrocederá en la dirección opuesta sin perder nada de sus movimeinto, y si
tiene m is fuerza, moverá consigo al otro cuerpo, y perderá tanto de su
movimiento como le dé al otro 48.

Nunca dio Descartes el paso decisivo de identificar cambio en


dirección con cambio en movimiento. En otras palabras, el movi­
miento no tiene signo, lo que explica por qué las siete reglas que
consideraba aplicaciones de sus tres leyes son por lo general insatis­
factorias. Se las resume en la figura 12 de abajo, donde v representa
la velocidad y m el tamaño. Se supone que los dos cuerpos que
chocan son perfectamente duros 49.
Quizá lo mejor, antes de examinar estas reglas y ver en qué están
equivocadas, sea recordarnos a nosotros mismos el principio de con­
servación del momento y la diferencia que va de una colisión elástica
a una inelástica, dos facetas del estado de cosas del mundo mecánico
que se le escaparon a Descartes a pesar de su pasión por las ideas
claras y las proposiciones coherentes. El momento (m v ) es el pro­
ducto de la masa de un cuerpo por su velocidad, y el principio de
conservación del momento afirma que si no actúa fuerza externa
alguna sobre un sistema, el momento total de éste no cambia. Al
aplicar este principio, debe recordarse que el momento es una can­
tidad vectorial; si la dirección de la velocidad se invierte, el momento
del cuerpo cambia de signo.
Las colisiones son o inelásticas, cuando los cuerpos no rebotan

creció, véase «quantum in se esc. Newton’s Concept of Inertia in Relation to Des­


cartes and Lucretius [quantum in se est: el concepto de inercia de Newton en relación
con Descartes y Lucrecio]», Notes and Records o f the Roya l Society o f London 19
(1964), págs. 131-135, de I. Bernard Cohén.
48 Principios de Filosofía, Parte II, articulo 40, A. T., VIII-1, pág. 65.
44 La figura doce procede de The Vortex Theory o f Planetary Motion, de Aitón,
pág. 36. La lista de las siete reglas se da en los Principios de Filosofía, Parte II,
artículos 46-52, A. T „ VIII-I, págs. 68-69.
414 La magia de los números y el movimiento

sino q u e se adhieren el un o al o tro , o e lá stic a s , si rebotan. E n el


segu n d o caso , los cu erp o s se com prim en duran te el breve instante
en q u e están en con tacto. En el instante d e m áxim a com presión ,
am bos tienen velocidad cero, y la energía se alm acena en lo s cu erp os
clásticos com o en un m uelle co m p rim id o . L a energía se libera inm e­
diatam ente, y lo s cu erp os se separan y salen d esp ed id o s. Si se disipa
m uy p o ca energía en fo rm a d e calo r y energía vibracional, las velo ­
cidades de rebote serán prácticam ente iguales a las iniciales.
Se puede ver q ue las d ificultades con q u e tro p e z ó D escartes en
la form ulación d e su s siete reglas se deben a : (a) su in capacidad en
reconocer que la dirección le es esencial al m om en to, y (b) su ne­
gación de q ue los cu erp o s reboten p o rq u e se com prim en , es decir,
p orq u e so n elásticos. Se su p o n e q u e los cu erp o s q u e chocan son
perfectam ente d u ro s. L a p arad o ja es q u e su prim era regla es ab so ­
lutam ente correcta en el caso d e la colisión e lá stic a . D o s o b je to s de
la m ism a m asa, que se topen a la m ism a velocidad, rebotarán hacia
atrás a la m ism a velocidad (véase la figu ra 12). P ero D escartes recalca
que esto no tiene nada q ue ver con la elasticid ad : si la velocidad no
cam bia, es p orq u e un cam bio de dirección n o p u ede ni au m en tar ni
dism in uir el m ovim iento existente. (L a solu ció n correcta para una
colisión inelástica es que los d o s o b je to s se pararán.)
L a segunda regla da la form a correcta de la colisión inelástica,
pero D escartes desprecia la dirección del m ovim iento ( + m 2v 2 debe
leerse —m 2t/2), y el resu ltad o es la sorpren d en te afirm ación de que
la velocidad no se reduce y las bolas se m ueven juntas tras la colisión
con la velocidad que tenían antes del im pacto. L a tercera regla a d o ­
lece del m ism o olv id o del sign o, y só lo sería correcta si la velocidad
tras el im pacto fuese (v, - v ¡) /2 . L a cuarta regla tiene la extrao rd i­
naria característica de p roh ibir a un cu erp o p equeñ o q u e m ueva a
uno grande ¡sea cual sea su velocidad! L a quinta regla es correcta.
L a sexta es una interesante in terpolación entre la cu arta y la quinta,
con lo su y o de conjetura. Se puede ilustrar m ejor esta in terpolación
con el ejem plo num érico que p on e el p ro p io D escartes, en el que la
bola en m ovim iento se ap roxim a a la que está q u ieta con cuatro
g rad o s de velocidad; según D escartes, la bola en m ovim ien to le c o ­
m unica un grad o a la estacionaria, y retrocede con los tres restantes.
L lega a esta conclusión razon an do co m o sigu e: c o m o la bo la q u e se
m ueve n o es m ás p e q u e ñ a que la q ue está en rep o so , cabe decir que
nos encon tram os con un caso que cae b ajo la quinta regla, así que
transferirá la m itad de su velocidad a la b o la que no se m ueve, p or
Las leyes y reglas del movimiento 415

ANTES DEL IMPACTO DESPUES DEL IMPACTO

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F igura 12
416 La magia de los números y el movimiento

lo unto ambas se moverán con velocidad dos. Sin embargo, como


es igualmente verdad que la bola que se mueve no es mayor que la
que está en reposo, es también cierto que debería reflejarse con toda
su velocidad de cuatro grados. Pero no hay razón para preferir una
de las dos posibilidades. Descartes concluye que los efectos deben
repartirse en la misma medida, es decir, que la bola móvil debe
transferir un grado de velocidad a la pelota en reposo, y volver hacia
atrás con los tres que le quedan.
La regla 7(a) es correcta, y la regla 7(b) es una aplicación de la
cuarta regla, pues m, no puede doblegar la resistencia de un cuerpo
más grande cuando mym1 > v x/v 2, es decir, cuando m2v2 > m jv x.
La regla 7(c) es análoga a la sexta, y es una interpolación entre la
7(a) y la 7(b). Descartes no determina en cuánto es la nueva veloci­
dad m, menor que la vieja v „ o « 2 mayor que v¡, pero ilustra la regla
7(a) con un ejemplo numérico, y en la edición latina resume lo que
queda con estas palabras: «Los casos similares deben abordarse de
manera similar. Y estas cosas no requieren prueba, pues son eviden­
tes en sí mismas» so. En la versión francesa, esto se corrige, y dice:
«Y las demostraciones de todo esto son tan ciertas que, incluso si la
experiencia pareciera mostrarnos lo contrario, estaríamos obligados
a confiar más en nuestra razón que en nuestros sentidos* SI.
La regla que la experiencia refuta más duramente es la cuarta, la
que estatuye que un cuerpo pequeño no puede mover a un cuerpo
en reposo, no importa la velocidad que lleve cuando choque con él.
No es sólo nuestra experiencia cotidiana la que contradice e s a regla.
Nuestra razón la halla no menos sorprendente, pues implica que la
materia se resiste al movimiento en sí, lo que va contra la determi­
nación que Descartes había tomado de despojar a la materia de todo
rasgo orgánico y toda fuerza interna. Descartes asevera varias veces
con rotundidad que la materia es totalmente inerte y no puede tener

90 Principios de Filosofía, P a n e I I , a r tíc u lo 5 2 , A . T . , V II I- 1 , p á g s . 70.


91 Principes de ¡a Philosophie, 2* p a n ie , a r tíc u lo 5 2 , A . T ., I X - 2 , p á g . 9 3 . E s ta
tra d u c c ió n fra n c e sa fu e h ec h a p o r un a m ig o d e D e s c a n e s , el A b b é C la u d e P ico t, y
sa lió en P a rís en 1647. L a re v isó D e s c a n e s , q u e a ñ a d ió a lg u n o s d e sa r r o llo s, c o m o lo s
q u e se aca b a n d e cita r. S o b r e la in c e n id u m b r e ac e rc a d e l a lcan ce d e la re v isió n d e
D e s c a n e s , v éase el p r ó lo g o a la tra d u c c ió n fra n c e sa en ib., p á g s. I X - X X , y el an álisis
d e R .P . M ille r y V ale n tin e R o d g e r M ille r, « D e s c a r te s ’ Principia Philosophae: S o m e
P ro b le m s o f T r a n sla tio n a n d In te rp re ta tio n [ L o s Principia Philosophae d e D e s c a n e s :
a lg u n o s p r o b le m a s d e tra d u c c ió n e in te rp r e ta c ió n ]», Studia Cartesiana 2 (1 9 8 1 ),
p ág s. 143-154.
Las leyes y reglas del movimiento 417

una fuerza que le haga resistirse al movimiento. Creer que la materia


posee semejante resistencia es un prejuicio, «fundado», como Des­
cartes le explica a un corresponsal,

en nuestra preocupación con nuestros sentidos, y deriva de que, habiendo


intentado desde pequeños mover cuerpos duros y pesados, y habiendo siem­
pre experimentado dificultad, nos hemos convencido desde entonces de que
la dificultad procede de la materia, y es, pues, común a todo cuerpo. Era
más fácil para nosotros suponer esto que darnos cuenta de que era sólo el
peso de los cuerpos que intentábamos mover el que nos impedía arrastrarlos,
de lo cual no se sigue que haya de pasar lo mismo con cuerpos que no
tengan ni dureza ni peso **.

Descartes saca una consecuencia de la indiferencia de la materia


al movimiento cuando dice que los cuerpos tienen que moverse con
velocidad finita. El movimiento y el reposo son discontinuos, y un
cuerpo que empieza a moverse no pasa por todos los grados de
velocidad como sostenía Galileo. En la práctica, sin embargo, Des­
cartes tenía que enfentarse con el hecho, como él mismo reconoció,
de que «el tamaño siempre se opone a la velocidad» 53. Pero si la
materia es totalmente inerte, ¿cómo puede oponerse el tamaño a la
velocidad? El problema no se suscita en El Mundo, pero en los
Principios de Filosofía sale a la palestra cuando Descartes persigue la
formulación de las reglas que gobiernan el movimiento a la luz de
su principio guía, que dicta que el movimiento es un estado y no
un proceso. El resultado es la cuarta regla. El tamaño relativo de los
dos cuerpos determina sí el primero puede mover al segundo. Si éste,
digamos B, es mayor, en la medida que sea, que el primero, A, no
podrá moverlo. En este punto, es natural pensar que B en reposo
permanece como un factor constante, mientras que la fuerza de A
puede aumentar indefinidamente así su velocidad aumenta. Cuanto
más examinaba el problema, sin embargo, tanto más se convencía
Descartes de que A nunca podría mover a B, fuese cual fuese su
velocidad. En la edición en latín de los Principios de Filosofía, se
limita a enunciar la regla. En la traducción al francés, que salió tres
años después, en 1647, explica el razonamiento que se esconde tras
ella: A no puede arrastrar a B sin hacer que vaya tan deprisa como

“ C a r t a d e D e sc a r te s a M o rin d e l trece d e ju lio d e 1 6 3 8 , A . T . , I I , p á g s . 2 1 2 -2 1 3 .


“ El Mundo, c a p ítu lo V I I I , A . T . , X I , p á g . 5 1 .
418 L a magia de los números y el movimiento

A mismo iría entonces tras haberse producido el contacto, y B debe


resistir unto más cuanto A haya ido hacia él más deprisa. Por lo
tanto, si B es, por ejemplo, dos veces mayor que A, y A tiene tres
grados de velocidad, A sólo arrastrará a B si le transfiere dos tercios
de su velocidad. Si A tiene treinta grados de velocidad, debe trans­
ferirle veinte a B; si son trecientos, doscientos, y así sucesivamente.
Pero como B está quieta, resiste la recepción de veinte grados diez
veces más que la de dos, y la de doscientos, cien veces más. Así,
cuanto mayor sea la velocidad de A, mayor será la resistencia que
B le opone M.
Como Descartes entendía que el cambio de movimiento era ins­
tantáneo, la resistencia que atribuía a la materia tenía que ser resis­
tencia al movimiento mismo, y no sólo al cambio de movimiento.
La resistencia al movimiento que admitía Descartes no se podía re­
conciliar con que la materia fuese inerte, propiedad que ¿I conside­
raba le era esencial. Que se le escapase esta incompatibilidad, nos da
una idea de la magnitud del cambio conceptual que se encerraba en
la identificación ontológica de movimiento y reposo. En su primera
ley de la naturaleza., Descartes afirmaba que el movimiento, como
el reposo, es un estado, no un proceso, y, por lo tanto, que el mo­
vimiento continuará sin interrumpirse hasta que algún agente exte­
rior le obligue a cambiar. Si la combinamos con su segunda ley de
la naturaleza, «que todo movimiento es de por sí recto», tendremos
—bajo todas las apariencias— un claro enunciado del principio de
la inercia. Pero la cuarta regla no deja lugar a dudas de que en
realidad no era así.

Discontinuidades radicales

La comparación de las cuarta, quinta y sexta reglas nos conduce


a otra conclusión chocante: ¡un cambio de tamaño apenas percepti­
ble puede cambiar por completo el resultado de la colisión frontal
de dos cuerpos! La situación descrita en la cuarta regla (véase la
figura 12 de más arriba) no cambia nada si el cuerpo que llega, m„
más pequeño, va aumentando lentamente de tamaño hasta que es
casi, pero no del todo, tan grande como el cuerpo, m2, que está

M Principios de Filosofía, 2* partie, articulo 49, A. T., IX-2, pigs. 90-91.


Las leyes y reglas del movimiento 419

quieto. Pero cuando m, aumenta un poco más (por poco que sea),
y se hace igual a m2, la situación cambia drásticamente, y la sexta
regla es la que vale. £1 segundo cuerpo, m2, ya no resiste más el
movimiento, sino que parte con un cuarto de la velocidad original
de m „ y m, retrocede con el movimiento remanente. Un cambio no
menos espectacular tiene lugar si se hace que m, sea sólo un poco
mayor que m2. Ambos cuerpos se mueven juntos entonces en la
dirección del cuerpo que llega, y ¡tenemos la quinta regla!
Estos saltos cuantitativos fueron una de las razones que hicieron
que Leibniz fuese escéptico acerca de la validez general de las reglas
de Descartes, pero a Descartes mismo no le inquietaban lo más mí­
nimo ss. Como hemos visto, su ontología de actos creativos era ra­
dicalmente discontinuista, y su oposición a la física aristotélica le
hacía rechazar toda virtualidad, todo dinamismo. El movimiento no
es una continuidad dinámica que fluye. Este rechazo de la virtuali­
dad y la insistencia en la actualidad de todo condujo a Descartes a
considerar cada instante de movimiento en el instante en que ocurre,
y a considerar cada instante como autosuficiente. Los instantes in­
dividuales de tiempo son relaciones geométricas que definen las po­
siciones estáticas instantáneas de unos cuerpos con otros. A cada
instante tenemos un estado geométrico distinto, y el movimiento
instantáneo que este estado define no es (comparado con el anterior)
movimiento en absoluto. Pero, por otra parte, el instante de movi­
miento es también la creación instantánea por Dios de este estado.
Dios crea el mundo en cada instante. Los siguientes actos de
creación son idénticos al primero, y sólo difieren en cuanto que
nociones. Pero no hay una relación dinámica e intrínseca entre un
estado y el siguiente. La regularidad que observamos expresa la vo­
luntad de Dios, que escogió producir el mundo según regias que nos
ha sido dado poder (gracias, finalmente, a las ideas innatas) inter­
pretar. El segundo estado es, como el primero, la expresión del acto
libre de Dios de creación. Pero no hay paso, transición o flujo de
un estado al siguiente. Lo que hay es una serie de nuevas instaura­
ciones, una repetición de libres creaciones. Esta es la razón por la
que Descartes creía que Galileo se comportaba como un filósofo*

** Leibniz, «Animadversiones in partem generalem Principiorum Cartesiano-


rum», en G . W. Leibniz, D ie Phiiosophischen Schriftai, ed-, C.J. Gerbardt, ed. siete
volúmenes (berlín, 1875-1890); reimpresión (Hildcsheim: Olms, 1978), volumen IV,
pigs. 376-380.
420 L a magia de los números y el movimiento

superficial cuando recurría a la infinita divisibilidad del tiempo para


explicar el decrecimiento infinito de la velocidad. Descartes pensaba
que un instante no puede decrecer. Por lo tanto, la velocidad ele­
mental es también indivisible, y el movimiento se compone de una
serie de estos indivisibles. «Debéis saber», le escribe a Mersenne,

a pesar de que Galileo y otros digan lo contrario, que los cuerpos que
empiezan a caer, o se mueven como sea, no pasan por todos los grados de
lentitud, sino que tienen una velocidad definida desde el primerísimo instan­
te **.

El movimiento y el reposo, y los diferentes grados de velocidad,


son discontinuos, y un cuerpo que parta del reposo no pasará por
todos los grados de velocidad, como Galileo sostenía.

La voz de la experiencia

Quizá pensase Descartes que había justificado sus siete reglas


ante el tribunal de la razón, pero sabía que su aplicación a casos
concretos estaba muy limitada. Su formulación valía para el caso
ideal de dos cuerpos perfectamente duros en un sistema cerrado. En
el mundo real, son varios los cuerpos que caen los unos sobre los
otros, y lo que es más importante, son, invariablemente, parte de un
torbellino de materia fluida. Los planetas flotan en la materia celeste,
y los cuerpos pesados ordinarios caen porque partículas de materia
más ligeras los desplazan. El movimiento es, sin excepción, movi­
miento a través de un fluido, y cuando Descartes investiga cómo se
mueven los cuerpos a través del agua, le parece que pueden hacerlo
porque las partes del líquido les abren camino prontamente:

Y si investigamos más por qué algunos cuerpos dejan su lugar a otros,


mientras que otros no lo hacen, nos daremos cuenta fácilm en te de que los
que ya están en movimiento no impiden que otros cuerpos ocupen los
lugares que ellos abandonan espontáneamente, mientras que no se puede
sacar del suyo a los que están quietos sin hacer alguna fuerza. A partir de
esto, podemos concluir que fluidos son los cuerpos que se dividen en par-*I,

16 Carta de Descartes a Mersenne del veinticinco de diciembre de 1639, A. T .


II, pág. 630. Véase también la carta a Mersenne del once de octubre de 1638, ib.,
pág. 399, y pág. 380, donde se queja de la falta de profundidad de Galileo.
Las leyes y reglas del movimiento 421

tículas diminutas, agitadas por diversos movimientos, y sólidos aquellos cu­


yas partículas continuas están todas en reposo w.

Este párrafo es coherente con lo que Descartes pensaba de la


dureza de los cuerpos, a saber, que consiste sólo en el estado de
reposo de unas partes con respecto a las otras. El que el agua y el
aire ofrezcan resistencia a los cuerpos, en especial a los que se mue­
ven velozmente, se explica por la presencia de impurezas que hacen
de ellos fluidos imperfectos.
Un cuerpo en reposo en un fluido es empujado por igual por
todas partes, y no puede moverse a menos que reciba algún impulso
adicional, que le puede venir de alguna fuerza externa o de la co­
rriente del fluido en que está inmerso. A la luz de su definición de
fluido, Descartes arguye que «un cuerpo inmerso puede ser puesto
en movimiento por la menor de las fuerzas» M. Esto tiene todas las
pintas de ir en contra de su cuarta regla, y por mucho que Descartes
proteste que no es así, sus explicaciones parecen más hábiles que
convincentes. Supóngase, dice Descartes, que el cuerpo B (véase la
figura 13) está en un fluido algunas de cuyas partículas se mueven
en el sentido de las agujas del reloj a lo largo de los caminos circu­
lares o u y a y o a e i. Si entre o y a se pone el sólido B, ¿qué pasa?
He aquí lo que pensaba Descartes:

B evitará que las partículas a e í o se muevan de o hacia a completando un


círculo, y, análogamente, las partículas o u y a no podrán continuar de a
hacia o. Las que vienen de i e iban hacia o impulsarán a B hacia C , y las
que vienen de y y pasan por a la impulsarán con la misma intensidad hacia
P. En consecuencia, estas partículas por sí solas no harán fuerza alguna que
mueva a B, pero se las hará retroceder de o hacia « y de a hacia e, y se
formará una circulación con las dos originales, que seguirá el orden de las
letras a e i o u y a . Por lo tanto, la colisión con el cuerpo B no interrumpirá
su movimiento de ninguna manera, y sólo cambiará su dirección, de forma
que no se moverán por las líneas rectas (o casi rectas) que habrían seguido
si no hubiesen dado con B 57859.

La más ligera fuerza que se haga sobre B en la dirección BC

57 Principios Je Filosofía, Parte II, artículo 54, A. T., VíII-1, pigs. 70-71, cursiva
mía.
58 Ib., articulo 56, pág. 71.
59 Ib., articulo 57, págs. 73-74.
422 La magia de los números y el movimiento

F igura i 3

puede cambiar este estado de equilibrio, pues se unirá a las fuerzas


que ya ejercen las partículas del fluido que vienen de i y van hacia
o. Así de ingenioso era el artificio con el que creía Descartes que se
evitaba toda contradicción con su cuarta regla, según la cual un pe­
queña fuerza no puede mover un cuerpo grande. Pero le faltaba
explicar cómo se doblegaba la tendencia inercial del cuerpo a perse­
verar en su estado de reposo, y como señala E.J. Aitón, al recurrir
a la fuerza complementaria del círculo a e i o, Descartes reintroducía
subrepticiamente la teoría platónica de la antiperistasis, que explicaba
el movimiento de los proyectiles por la circulación del aire compri­
mido delante del proyectil hacia la parte de atrás de éste, donde le
empuja de nuevo 60.

La explicación del magnetismo

El primer gran desarrollo de los Principios de Filosofía era el


desglose de la tercera ley del movimiento en siete reglas; el segundo,
la explicación del magnetismo, tema que estaba en boga desde la
publicación de De Magnete, el libro de Gilbert, en 1600. Gilbert
había prestado su atención a un número de experimentos, pero no
le habían servido para otra cosa que no fuese apuntalar su creencia
en que la forma magnética está animada y es comparable al alma
humana. Para Gilbert, las «efluxiones» que manan del imán son cla­

* ° Aitón, The Vortex Thtory o f Planetary Motions, págs. 40-41. Véase el Timeo
de Platón, 79F.-80A.
Las leyes y reglas del movimiento 423

ramente incorpóreas, pues penetran en cuerpos densos y magnetizan


agujas sin aumentar su peso 61*.
Rescatar el magnetismo del reino de lo oculto no podía ser sino
un triunfo, pero Descartes no se dedicó seriamente a ello antes de
1640. Un simple pero sugerente experimento dio una pista. Cuando
se espolvorean limaduras de hierro sobre un trozo de pizarra que
yace sobre una barra magnética horizontal, las limaduras se disponen
a sí mismas en un patrón que recuerda a un vórtice (véase la figu­
ra 14). Siguiendo los pasos de Gilbert, Descartes usó un imán esfé­
rico, y lo que vio fue que las limaduras se colocaban a sí mismas
alrededor de los polos norte y sur formando pequeños tubos curva-

61 William Gilbert, De Magnete, trad., P. Fleury Mottclay (Nueva York: Dover,


1958), Libro 2, capitulo cuatro, págs. 106-109. Gilbert creía que la fuerza magnética
«está allí en un instante, y entrar no le lleva ni un intervalo de tiempo por pequeño
que sea, y no lo hace sucesivamente, como el calor cuando entra en el hierro, pues
en cuanto el imán toca el hierro, lo excita en todas sus partes» (Libro 3, capítulo 3,
pág. 191). Sobre las similaridades entre Descartes y Gilbert, y la idea de que la teoría
de los vórtices de Descartes debe mucho a Gilbert, véase Die Abhangigkeit der Wir-
beltheorie des Descartes van William Cilberts Lehreyon Magnetismus, de Marie-Lui-
sc Hoppe (Halle a S.: C.A. Kaemmerer, 1914).
424 La magia de los números y el movimiento

dos 62. Descartes dio el salto de considerar a estos tubos como ver­
daderos tubos o conductos por los que se movía la materia. Pero
¿qué tipo de materia? Las voluminosas partículas de tercer elemento
eran demasiado grandes. Pudiera tratarse de partículas de segundo
elemento, pero Descartes pensaba que era más probable que fuesen
partículas de primer elemento, especialmente si estaban acanaladas o
estriadas. La parte sombreada de las figuras 15 y 16 muestran cómo
se forman «las partes acanaladas», así el tercer elemento se derrama
por entre partículas esféricas del segundo. Como la pasta de dientes
que se exprime de un tubo, las partes acanaladas se retuercen al salir
fuera, y como están estriadas, adquieren la forma de tuercas sin
cabeza estriadas a derechas o a izquierdas 63.
Las partes acanaladas entran en el sol por el eje del vórtice, y se
expelen por la circunferencia del plano del ecuador, donde la fuerza
centrífuga es máxima. Pero lo crucial es que se aproximan al cuerpo
central por el norte o el sur. Como el vórtice entero rota en solo
una dirección alrededor de su eje, «es obvio», escribe Descartes,
«que las que vienen del polo sur deben girar en dirección exacta­
mente opuesta a las que vienen del norte» M. Cuando la estrella
central o el sol se enfría y se convierte en un planeta como la tierra,
las partículas acanaladas siguen entrando por los polos norte o sur,
y pasan de un hemisferio al otro por poros que están estriados de
tal manera que permiten el paso de partículas de las de a derechas
o de las de a izquierdas, pero no de ambas. Las partículas acanaladas,
representadas como pequeñas conchas de caracol (véase la figura 17),
atraviesan la tierra, ABCD. Las que entran por el polo sur, A, están
estriadas de tal manera que puedan pasar en línea recta hasta el
hemisferio opuesto, CBD, donde emergen, y vuelven por el aire
hasta el punto de origen, por donde entran de nuevo, creándose así
una especie de vórtice. Las partes acanaladas que entran por B hacen
un viaje similar en la dirección opuesta *65. La interesante conjetura
de Descartes es que las partes acanaladas pasan a través de la tierra

62 En El Mundo no se habla del magnetismo, pero sí, y por extenso, en los


Prinápios de Filosofía, Parte IV, artículos 133-188, A. T., V III-l, pígs. 275-315.
65 Las figuras 15 y 16 proceden del excelente estudio de John L. Heilbron, Ele-
ments of Early Modero Physics ¡Elementos de física moderna primitiva] (Berkeley:
University of California Press, 1982), pág. 24.
M Principios de Filosofía, Parte III, articulo 91, A . T., V IIl-l, pág. 145.
45 Ib., Parte IV, articulo 146, págs. 287-288.
Las leyes y reglas del movimiento 425

Figura i 5

con facilidad porque el interior de la tierra está apropiadamente lleno


de poros estriados. Esa es la razón por la que los metales que se
extraen de las entrañas de la tierra, el hierro, por ejemplo, se mag­
netizan fácilmente.
El porqué de la atracción entre polos desiguales se explica con
ayuda de la figura 18, en la que las partes acanaladas que fluyen a
426 La magia de los números y el movimiento

H
F ig u r a i 7

través de! imán O se mueven en la direcciones AB ó BA. Cuando


emergen, siguen en línea recta hasta R o hasta S, hásta que la resis­
tencia del aire es lo suficientemente grande para desviarlas. El espa­
cio RVSV constituye el vórtice descrito por las partículas acanaladas,
y es «la esfera de fuerza o actividad del imán O » 66. De la misma
manera, la esfera de fuerza del imán P es TXSX. Cuando las esferas
de actividad se ponen en contacto, de manera que el polo norte de
un imán toque el sur del otro, las panículas acanaladas que fluyen
de O hacia S seguirán en línea recta hacia P, y las que vengan de P
y vayan hacia S seguirán hacia O, de manera que los dos ¡manes se
comportarán como uno solo. Si se tocan, en cambio, polos iguales,

ib ., artículo 153, pág. 293. La figura aparece en la página 292.


Las leyes y reglas del movimiento 427

Figura 18

los imanes se repelarán, pues las partículas acanaladas no podrán en


tal caso entrar, al estar los tubos o conductos estriados de manera
inadecuada.
Creía Descartes que se podía echar mano de las partículas aca­
naladas todas y cada una de las veces que hubiese una atracción o
una repulsión, en los fenómenos eléctricos, por ejemplo, y en «una
cantidad innumerable de otros efectos maravillosos». Y lo que era
tan importante como ello, su obrar era completamente inteligible
con sólo tener en cuenta tamaño, forma y movimiento. «He descrito
la tierra y el universo visible entero», concluía Descartes, «tomando
como modelo una máquina, sin que interviniese nada que no fuese
figura y movimiento» 67. La filosofía mecánica tenía un éxito inena­
rrable ... al menos en la imaginación de su autor.

¿Y los organismos vivientes?

Ya hemos visto, en el capítulo ocho, que Descartes comparaba


el cuerpo a una máquina en El Tratado del Hombre, la obra con­
cebida como segunda pane de El Mundo, que corrió la misma suene
que éste y sólo se publicó postumamente, en 1664. En todo caso,
en la quinta pane del Discurso del Método, Descanes había ofrecido
un resumen de sus puntos de vista anatómicos, y expresado su pesar*

* 7 Ib ., articulo 187, pág. 314.


428 La magia de los números y el movimiento

por no poder dar una explicación genética de los organismos vivien­


tes del tipo de la que había dado del universo físico,

es decir, demostrando los efectos a partir de las causas, y mostrando de qué


semillas y cómo ha la naturaleza de producirlos. Por lo tanto, me contenté
con suponer que Dios formó el cuerpo de un hombre exactamente igual al
nuestro en la apariencia externa de sus miembros y en la disposición interna
de sus órganos, y que empleó en su composición no otra cosa que la materia
que yo había descrito 68.

Descartes decide centrarse en su explicación del corazón, y para


que se pueda apreciar su valor, recordemos brevemente la explica­
ción fisiológica correcta, conocida a partir de la obra de William
Harvey. El corazón es esencialmente un par de bombas. En princi­
pio, no es otra cosa que dos sacos que se contraen y se expanden,
dotados de una válvula impelente y otra expelentc que están hechas
de compuertas de tejido orgánico dispuestas de tal manera que la
presión de la sangre en una dirección las haga abrirse y en la otra
las haga cerrarse. La figura 19 muestra cómo funciona. En la etapa
uno las válvulas impelentes están abiertas, y el corazón se expande
así se vierte la sangre en él. En la etapa dos el corazón ha empezado
a contraerse de arriba a abajo. Las aurículas derecha (A. D.) e iz­
quierda (A. I.) se contraen, y fuerzan, pues, a la sangre que contie­
nen a verterse en los ventrículos derecho (V. D.) e izquierdo (V. I.).
En la etapa tres los ventrículos se contraen, y se fuerza a la sangre
a pasar por las válvulas expclentes. Por el lado derecho, va a los
pulmones, por el izquierdo al resto del cuerpo. Mientras pasa esto,
las aurículas reciben un nuevo suministro de sangre, procedente de
las venas. La acción del corazón, por lo tanto, es una onda de con­
tracción (sístole) que empieza en las aurículas y se transmite a los
ventrículos, seguida por una expansión (diástole).
Descartes debía de haber oído hablar del descubrimiento de la
circulación de la sangre por Harvey probablemente ya en 1628, cuan­
do estaba en París, y no tuvo ni el más mínimo problema en aceptar
la demostración de Harvey w. Pero sí disentía del anatomista en la

“ Discurso del Método, quima parte, A. T ., VI, págs. 45-46.


w El De Motu Coráis de Harvey apareció en 1628. A finales de 1632, Descartes
se refería a esta obra como una que Mersenne le había mencionado «en el pasado»
(presumiblemente, cuando estuvo en París en 1628), pero insistía en que la no había
F i g u r a 19

elección de la analogía mecánica apropiada. Donde Harvey percibía


una bomba, Descartes veía una especie de máquina de vapor. Para
él, el corazón era una redoma o retorta en la que la sangre se calienta
hasta el punto en que sus fuerzas expansivas la hacen salir del cuer­
po. £1 calor que mueve la máquina del corazón se compara con otros
casos de «fuego sin luz», tales como la combustión espontánea del
heno húmedo o la fermentación de las uvas *70. La sangre evaporada

consultado ames de bosquejar su Tratado del Hombre (carta a Merscnne de noviem­


bre o diciembre de 1632, A. T., I, pig. 263).
70 Discurso del Método, quinta parte, A. T., VI, pág. 46.
430 La magia de los números y el movimiento

es expulsada en la diástole, cuando el corazón se expande, y la sangre


nueva fluye en la sístole, cuando el corazón se contrae, es decir,
exactamente al revés de lo mantenido por Harvey, y de lo que es
verdad.
Descartes no ofrece explicación alguna acerca de qué fuente ge­
nera el latir del corazón, o de cómo se mantiene. Tampoco parece
que esto le preocupase mucho. En el que seguramente es uno de sus
más audaces ejercicios de propaganda, declara que su explicación del
movimiento del corazón tiene el rigor de una demostración mate­
mática, la inmediatez de los sentidos y la simplicidad de un meca­
nismo de relojería:

Ahora bien, aquellos que ignoren la fuerza de las demostraciones matemá­


ticas y no tengan costumbre de distinguir la verdad a partir de argumentos
que sólo son probables, pueden estar tentados de rechazar lo que se ha dicho
sin haberlo sometido a examen. Para evitar esto, permitidme que diga que
el movimiento que acabo de explicar se deriva de la disposición de las partes
que vemos del corazón, del pulso que sentimos con nuestras manos y de la
naturaleza de la sangre que hemos aprendido de la experiencia, tan necesa­
riamente como el movimiento de un reloj se deriva de la fuerza, posición
y forma de los contrapesos de sus ruedas 71.

La revisión de un médico

No todo el mundo veía el corazón con los mismos ojos que


Descartes. El médico Vopiscus Fortunatus Plemp no pudo guardarse
en su acuse de recibo de tres ejemplares de cumplido del Discurso
del Método que él, efectivamente, lo veía de manera muy distinta.
Cuando Descartes le rogó que le hiciese los comentarios que creyese
oportunos, le remitió una serie de objeciones; de ellas, la más nota­
ble es la siguiente: cuando se separa el corazón de los pulmones, aún
sigue latiendo un tiempo considerable después de que se haya cor­
tado el suministro de sangre 72. En su réplica, Descartes no niega
ese hecho experimental; dice, incluso, haber observado él mismo que

71 Ib., pig. 50.


72 Plemp le agradecía a Descartes el Discurso del Método, y le mencionaba que
podía hacer algunas objeciones, en su carta del quince de septiembre de 1637 (A. T „
I, págs. 399-400). Descartes se lo recordó en una carta del veinte de diciembre (ib.,
pág. 477), y Plemp contestó en enero de 1638 (ib., pág. 523).
Las leyes y reglas del movimiento 431

un corazón extraído del cuerpo de un pez late más tiempo que un


corazón extraído de cualquier animal terrestre. Pero esto, añade, se
debe a que siempre quedan unas pocas gotas de sangre, que bastan
para alimentar el hogar del corazón 7J. A la objeción subsiguiente
de que el corazón de un pez no está nunca muy caliente, Descartes
replica que algunos líquidos pueden hervir sin que se les comunique
un gran calor *74*. En todo caso ¡qué otra explicación puede haber, si
hay que explicar el movimiento a partir de principios mecánicos sólo!
Plemp había señalado que la teoría sostenida por Descartes, que
el corazón era una máquina de combustión interna, ya la había su­
gerido Aristóteles. Que se dijese que su brillante intuición tenía su
origen en los antiguos mortificó a Descanes. Durante años lo rumió;
en su Descripción del cuerpo humano, escrita diez años después,
intentó empequeñecer la conjetura de Aristóteles como si fuese sólo
un vago parecer, algo esencialmente distinto de su propia hipótesis
científica:

Siempre se ha sabido que hay más calor en el corazón que en el resto del
cuerpo, y que el calor puede enrarecer la sangre. Por eso me extraña que
hasta ahora nadie haya señalado que la única causa del movimiento del
corazón es la rarefacción de la sangre. Aunque dé la impresión de que
Aristóteles pensaba en ello cuando escribió en el capítulo veinte de Sobre
la respiración: «Este movimiento es similar a la acción de un líquido que el
calor hace hervir» ... es sólo una casualidad que se le ocurriese decir algo
que es casi la verdad, pero de lo que no tenía un conocimiento cieno 7i.

Si Aristóteles hizo una suposición afonunada, eso sí, fuera de


tiempo y estéril, la prueba experimental aportada por Harvey de que
el corazón era más bien como una bomba «sólo demuestra que los
experimentos pueden descarriarnos cuando no examinamos sus cau­

75 La larga respuesta de Descartes aparece en una carta del 15 de febrero de 1638,


ibid., págs. 521-534. Plemp publicó algunos estractos en su libro De fundamentó
medtdnae, Librt VI (Lovaina, 1638). Cuando Henry de Roy, un discípulo de Des­
canes, expresó su protesta, Plemp publicó el texto completo en la segunda edición
de 1644, titulada Fundamenta medicinae. Descanes pretendía que algunas gotas de
sangre que habían quedado en las aurículas, caían a los ventrículos, donde se evapo­
raban merced al calor (ibid., pág. 523).
74 Ib., pág. 529-530. Descanes recalca que la rarefacción de la sangre es instan­
tánea, y la compara con la acción súbita de la levadura en la harina. Véase también,
Duscurso del Método, quinta pane, A. T., VI, págs. 48-49.
74 Descripción del cuerpo humano, A. T „ XI, págs. 244-145. Esta obra se escribió
en 1647-1648, pero se publicó sólo postumamente en 1664.
432 La magia de los números y el movimiento

sas con suficiente cuidado» 76. Harvey había argüido que la sangre
se expelía en la sístole (contracción); señalaba que si practicamos una
incisión, la sangre sale disparada cuando el corazón se contrae. Des­
cartes sostenía que la prueba no era clara, pero su objeción principal
era filosófica:

Si suponemos que el corazón late como Harvey dice, tendríamos que ima­
ginar alguna facultad que causase este movimiento, y la naturaleza de esta
facultad sería mucho más difícil de entender que lo que se supone que
explica 77.*

Necesitaríamos además, añade Descartes, otras facultades que ex­


plicasen cómo cambian las propiedades de la sangre cuando pasa por
el corazón, pues *vemos claramente que la dilatación sola basta para
explicar el movimiento del corazón como yo lo he explicado, así
como el cambio de la sangre» n . De acuerdo con esta teoría tan
obvia, bosquejada por Descartes en el Discurso del Método, los «es­
píritus animales», definidos como «un tipo de llama muy puro y
fino», suben del corazón al cerebro, y de éste van a los músculos
por los nervios, y ponen en movimiento los miembros. Según Des­
cartes, todo esto sucede «de acuerdo con las reglas de la mecánica,
que son las de la naturaleza» 79, pero se nos concede poco más que
la promesa de que, una vez nos han brindado la conquista del uni­
verso material, los números y el movimiento desvelarán las maravi­
llas del mundo orgánico.
Cuando ofrece un resumen de sus ideas sobre el hombre en el
Discurso del Método, Descartes no se siente aún capaz de ofrecer
una explicación genética de la formación de las sustancias vivientes.
En 1639 le dice a Mersenne que ya está en posesión de una expli­
cación así, pero casi diez años más tarde, en 1648, no había ido
mucho más allá de soñar su triunfo, como vemos en el siguiente
pasaje de la Descripción del Cuerpo Humano:
Si tuviésemos un amplio conocimiento de todas las partes de la semilla de
algún organismo viviente, el hombre, por ejemplo, podríamos deducir, de
una manera completamente matemática y rigurosa, la forma y estructura de

76 Ib., pág. 242. Descartes hace observaciones similares en otras partes, por ejem­
plo, A. T., VI, pág. 340; XI, pág. 654.
77 Descripción del cuerpo humano, A. T., XI, pág. 243.
7* Ib ., pág. 244, cuersiva mía.
79 Discurso del Método, quinta parte. A. T., VI, pág. 54.
Las leyes y reglas del movimiento 433

cada uno de sus órganos. Análogamente, de un conocimiento detallado de


la estructura, podríamos deducir cómo es la semilla 80.

El cuerpo humano y todas las formas de vida son autómatas. En


principio, explicar cómo funcionan no es sino cosa de explicar de
qué manera están compuestos. Descartes extiende un cheque en blan­
co contra la inagotable riqueza de su filosofía mecánica. La posibi­
lidad de que los organismos vivientes crezcan de una manera que
diste de ser la mera adición de partes para hacer máquinas mejores
y más grandes, no se considera.

De vuelta a Galileo, los cuerpos que caen y el agua pasada

Hemos visto en el capítulo dos cómo analizaba Descartes el mo­


vimiento de los cuerpos en caída libre, y que en 1629 no había
llegado a la ley correcta del mismo, que dice que la distancia es
proporcional al cuadrado del tiempo transcurrido ( j • t2), sino a una
ley diferente, que haría que los cuerpos cayesen más deprisa de lo
que realmente lo hacen 81. Sin embargo, cinco años después, en 1634,
Descartes le escribe a Mersenne que en el Diálogo de los dos sistemas
del mundo más importantes sólo ha visto sus propias ideas, por ejem­
plo, la ley de la caída libre, por la que «las distancias que los cuerpos
pesados recorren cuando caen son las unas a las otras como los
cuadrados de los tiempos que invierten en hacerlo» 82.
¿Cómo podemos explicamos que a Descanes le falle la memoria
de semejante manera? Pane de la respuesta se encuentra en la revo­
lución conceptual que tuvo lugar en su mente entre 1629 y 1634.
Hasta 1629, su discusión de la caída libre presuponía: (a) la posibi­
lidad del vacío, y (b) la legitimidad de analizar la aceleración sin
tocar la naturaleza de la gravedad. Todo lo que se requería era la
suposición de que la acción de la gravedad (fuese cual fuese su na­

80 Descripción del cuerpo humano, A. T., XI, pág. 277. El veinte de febrero de
1639, Descartes había informado a Mersenne que creía que iba a poder explicar la
génesis de los cuerpos vivientes (A. T „ II, pág. 525), pero en mayo de 1646 le confesó
a la princesa Isabel que no había ido mucho más allá de los principios meramente
generales (A. T., IV, pág. 407). Véase también la conversación de Descartes con Bur-
man, dieciseis de abril de 1648, A. T., V, págs. 170-171.
81 Véase más arriba, págs. 26-27.
82 Carta de Descartes a Mersenne del catorce de agosto de 1634, A. T., I, pág. 304.
434 La magia de los números y el movimiento

turaleza física) es constante y siempre igual *3. Esta era también la


posición que adopta Galileo en el Diálogo cuando le dice al aristo­
télico Simplicio, que sostenía que la gravedad era, obviamente, la
causa de la caida de los cuerpos libres:

Estáis equivocado, Simplicio; lo que deberíais decir es que no hay quien no


sepa que se llama «gravedad». L o que os estoy preguntando no es el nombre
de la cosa, sino su esencia, de la que yo no sé ni una pizca más de lo que
vos sabéis de la esencia de lo que quiera que sea que hace girar a los estrellas
... no entendemos en realidad qué fuerza, qué principio es el que hace que
las piedras caigan *84*.

Su querencia de causas verdaderas y seguras hacía que Descartes


se sintiese insatisfecho con las hipótesis que no pasasen de verosí­
miles. Alrededor de 1630, llegó a la conclusión de que debía renun­
ciar al enfoque fragmentario de pensadores como Mersenne y Gali­
leo, por un enfoque más sistemático y riguroso. En E l Mundo pros­
cribió todo concepto que no se pudiese definir claramente o que
fuese incompatible con la acción por contacto, causa única que go­
bernaba todos los cambios físicos. Rechazó la noción de vacío por
ser anticientífica, pues llevaba implícita la de acción a distancia, os­
cura, mágica, mientras su explicación de la gravedad o del peso era
puramente mecánica. El peso no era más una propiedad intrínseca
de la materia, como sostenían los aristotélicos, o el resultado de la
atracción de la tierra, como se imaginaba Beeckman, sino el resul­
tado de la presión que ejerce la materia fina que gira alrededor de
la tierra. La acción por contacto explicaba por completo el mecanis­
mo de la caída libre: no hay nada oculto que empuje o tire.

La caída libre en la plenitud

Este cambio conceptual invalidaba cualquier progreso que se hu­


biese hecho en la determinación cuantitativa de la caída libre. Con
el vacío, se fue la ley que presuponía su posibilidad. En 1631, Des­
cartes le explicó a Mersenne: «No me retracto de lo que dije acerca

81 Véase la carta de Descartes a Mersenne de octubre o noviembre de 1631, ib.,


píg. 230.
84 Galileo Galilei, Diálogo sobre los dos sistemas del mundo más importantes,
segundo día, Opere, volumen VII, págs. 260-261.
Las leyes y reglas del movimiento 435

de la velocidad de las cosas que caen en el vacío: pues si hubiese,


como todos imaginan, un vacío, se podría demostrar lo demás, pero
creo que es un error suponer que hay un vacío» 8S. Sin embargo,
confiaba en que podría hallar la ley correcta: «Pero creo que puedo
determinar la tasa de aumento de la velocidad de una piedra, no in
vacuo, sino in hoc vero aere» 86. Por esta razón, cuando vio la ley
de la caída libre de Galileo (s Xt2), y llegó precipitadamente a la
conclusión de que era la misma que él había formulado en 1629, no
se sintió apremiado a seguir el asunto, y la desechó, por encerrar el
falso supuesto de que podía haber vacío. Pero, en todo caso, no por
ello dejaba de estar obligado a hallar la ley verdadera. Varios años
después, en 1637, ésta seguía escapándosele, y tenía que excusarse
ante Mersenne diciendo:

es una cosa que depende de tantas otras, que en una carta no podría daros
una explicación adecuada. T odo lo que puedo decir es que ni Galileo ni
ningún otro podrán determinar algo que tenga que ver con esto que sea
claro o demostrativo a no ser que sepan en primer lugar qué es el peso, y
cuáles son los principios primeros de la física 87.

¡Pero en 1637 Descartes ya sabe qué es el peso! Todo un capítulo


de El Mundo se dedica a explicarlo a partir del movimiento de vór­
tices. Se dice en él que los objetos terrestres pesan porque, cuando
se les suelta sobre la superficie de la tierra, la materia celeste, que
tiene un movimiento giratorio mayor, es decir, una fuerza centrífuga
mayor, los empuja hacia abajo *8. Pero Descartes no pudo determi­
nar la velocidad de los remolinos celestes. En 1640 le confesó a
Mersenne que el problema era intratable matemáticamente: «no pue­
do determinar la velocidad con la que cada cuerpo pesado desciende
al principio, pues ésta es una cuestión meramente factual que depen­
de de la velocidad de la materia fina» 89.

** Cana a Mersenne de octubre o noviembre de 1631, A. T., 1, pág. 228.


* Ib., pág. 231.
* 7 Carta a Mersenne de junio de 1637, ib., pág. 392.
88 La acción de la materia celeste giratoria se describe en el capítulo once de El
Mundo (A. T., XI, págs. 72-80), y en la parte IV de los Priná/ños JL; Filosofía (A. T.,
VIII, págs. 212-217). Véase más arriba, {págs. 283-292).
89 Carta a Mersenne del once de marzo de 1640, A. T., III, pág. 36.
436 L a magia de los números y el movimiento

O tra vez Galileo

Descartes no tuvo nunca el Dialogo de Galileo más de unos po­


cos días, pero sí adquirió, en cambio, un ejemplar de las Dos nuevas
ciencias. N o es que el científico italiano le despertase mejores senti­
mientos que antes, era sólo que tenía que responder algunas pregun­
tas de Mersenne. El veintinueve de junio de 1638, escribía: «Me haré
con el libro en cuanto salga a la venta, pero sólo para que pueda
enviaros mi ejemplar anotado, si es que merece la pena, o, por lo
menos, mis comentarios» 90. El veintitrés de agosto, Descartes había
decidido que no merecía la pena:

También tengo el libro de Galileo, y gasté un par de horas en hojearlo, pero


he encontrado tan pocas cosas que anotar en los márgenes, que creo que
puedo escribir todos mis comentarios en un carta muy breve, así que no
viene a cuento que os envíe mi ejemplar91.

Escribió la carta prometida en octubre. El primer párrafo marca


el tono de las observaciones que le siguen:

He visto que, en general, filosofa mucho mejor de lo que es corriente entre


el grueso de los que se dedican a ello, pues escapa unto como es posible
de los errores de la Escuela, y pone su empeño en examinar las cuestiones
físicas con razones matemáticas. En esto estoy totalmente de acuerdo con
él, y sostengo que no hay otra manera de hallar la verdad. Pero me parece
que las digresiones que hace constantemente y el que no sea capaz de de­
tenerse y explicar una cuestión completamente son defectos de mucha con­
sideración. Demuestran que no las ha estudiado en su debido orden, y que,
sin tomar en cuenta las causas primeras de la naturaleza, se ha limitado a
buscar las causas de algunos efectos particulares, y así ha construido sin
cimientos.

Más específicamente, lo que Galileo escribe sobre

la velocidad de los cuerpos que caen en el vacío, etc., está construido sin
cimientos, pues debería haber determinado antes de nada qué es el peso, y
si hubiese hecho eso, habría hallado que en un vacío no es nada 92.

90 Carta a Mersenne, alrededor del veintinueve de junio de 1638, A. T., II, pág. 194.
91 Cana a Mersenne del veintitrés de agosto de 1638, A. T ., 111, pág. 336.
92 Cana a Mersenne del once de octubre de 1638, A. T., II, págs. 380, 383.
Las leyes y reglas del movimiento 437

Las Dos nuevas ciencias habían impresionado a Descanes mucho


más de lo que quería dar a entender. El análisis del movimiento de
Galiieo había hecho su siembra en Ja mente de Descanes, y su fruto
aflorará cuando éste se aproxime por última vez al problema de la
caída libre, en 1643,

Galileano a medias

Mersenne, que estaba interesado en la eficacia mecánica de las


bombas de agua, le pidió a Descartes en 1642 que determinase cuán
lejos llega el agua cuando, tras caer de una altura dada, forma un
chorro horizontal. Descartes alegó en un principio que le faltaban
los datos experimentales pertinentes 93, pero cuando Huygens juntó
su súplica a la de Mersenne, se puso manos a la obra y realizó sus
propios experimentos con unas cañerías de agua que había diseñado
con esc propósito 94. Observó que cuando el agua baja por una ca­
ñería de un poco más de un metro de longitud (cuatro pies en la
representación de la figura 20), el agua llega hasta D desde B, mien­
tras que si cae sólo de F, a un cuano de la altura original, sólo llega
a C. Esto quiere decir que la velocidad cambia como la raíz cuadrada
de la altura de la que se cae (es decir, v Xs), y Descanes vio inme­
diatamente que eso implicaba que s X t2.

Se sigue que la distancia recorrida es casi el cuadrado del tiempo, es decir,


que si recorre un pie en el primer instante, recorrerá cuatro en el primer y
segundo instantes conjuntamente ,5.

A esta afirmación sigue un claro resumen de la prueba, que usa


un triángulo, ABC (véase la figura 21), en el que el eje AB representa
el tiempo, el eje BC la velocidad y el área resultante, ABC, la dis­
tancia cubierta. La demostración de Descartes hasta puede que sea
más directa que la de Galiieo, pues no duda en representar una

93 Carta de Descartes a Mersenne del veinte de octubre de 1642, A. T., III,


pág. 590.
94 C an a de Descartes a Huygens del dieciocho de febrero de 1643, ib .,
págs. 805-807. Véase «Descanes ‘presque’ galilcen: 18 févríer 1643», Revue d ’histoire
des Scien ces 39 (1986), págs. 3-16, de Amonio Nardi.
94 Cana de Descanes a Huygens del dieciocho de febrero de 1643, A. T., III,
pág. 807.
438 La magia de los números y el movimiento

distancia (la altura que recorre el cuerpo en su caída) mediante un


área (la superficie del triángulo A B C )%. Es una de las ironías de la
historia de la ciencia que la línea de razonamiento de Descartes sea
exactamente la que Beeckman creyó ver en el primer e infeliz intento
de Descartes por hallar la ley de la caída libre 94*97*9.
N o menos chocante es el reconocimiento que Descartes hace de
que las trayectorias BD y BC (en la figura 20) son parábolas, «tal y
como Galileo observó correctamente» , en perfecta oposición a lo
que le había escrito a Mersenne en 1638, donde decía despreciativa­
mente que la descripción de la trayectoria parabólica por Galileo era
una «cháchara ociosa» Pero su conversión ni es pública ni es
completa. Así va desarrollando su explicación, vemos que tiene más
de un resbalón y es incapaz de disociar la aceleración de los cuerpos

94 Ib., págs. 807-808. La demostración de Galileo está en el tercer día de sus Dos
Nuevas Ciencias (Opere, vol. VIH, págs. 208-212).
97 Véase arriba, págs. (16-19).
99 Carta de Descartes a Huygens del dieciocho de febrero de 1643, A. T., III,
pág. 811. Esta es la única mención a Galileo en la carta.
99 «II a tout basti en l’air» (carta a Mersenne, once de octubre 1638, A. T., II,
pág. 388).
Las leyes y reglas del movimiento ♦ 39

que caen libremente de la acción del peso y del área de la superficie.


El pasaje que le incrimina dice:

Observo también que desde el instante en que empiezan a descender, los


cilindros de agua se mueven más deprisa cuanto más largos sean, y su ve­
locidad es proporcional a la raíz cuadrada de su longitud. Esto quiere decir
que un cilindro de cuatro pies se moverá el doble de deprisa que uno de
un pie, y uno de nueve, el triple. La misma razón vale para todos los
cuerpos, es decir, cuando m ayor sea el diámetro en la dirección por la que
descienden, mayor será su velocidad. Pues cuando la primera gota de agua
sale del agujero B, el cilindro de agua entero, sea el FB, sea el A B, cae en
el mismo instante, y el segundo desciende el doble de dcprisa que el prime­
ro. Esto no altera las razones del triángulo [figura 21] que he considerado
más arriba, pero en vez de considerarlo una mera superficie, hemos de darle
algo de espesor, como AI o BK [véase la figura 22], que haga las veces de
la velocidad que cada cuerpo tiene en el primer instante de la caída. Así si
el cuerpo es un cilindro de cuatro pies de largo. Deberemos hacer el lado
AI el doble de ancho que si el cilindro fuese sólo de un pie de largo, y
recordar que recorre el doble de distancia cuando cae. Lo mismo vale para
una gota de agua cuyo diámetro sea cuatro veces el de otra gota, es decir,
caerá el doble de deprisa ,0°.

¿Podría el paladín de la claridad haber navegado a través de una


niebla conceptual más densa? Descartes añade una tercera dimensión
al triángulo que ¡lustra la caída libre, y subvierte el principio s X t2
al reintroducir el tamaño como un factor que actúa en la aceleración
de los cuerpos que caen. Contradice así la ley galileana de la caída
libre que decía abrazar, pero es coherente con sus creencias anterio­
res, tal y como se las explicaba a Mersenne en 1632:

Lo que me habéis remitido tocante al cálculo de la velocidad de caída de


los cuerpos no tiene nada que ver con mi filosofía, que sostiene que dos
bolas de plomo, de, digamos, una libra la primera y cien libras la otra, no
caerán en la misma razón que dos bolas de madera, también de una y cien
libras, o dos bolas de plomo que pesen dos y doscientas libras, respectiva­
mente. Galiieo no hace estas distinciones, lo que me hace sospechar que no
ha llegado a la verdad l0>.

100 Carta de Descartes a Huygens del dieciocho de febrero de 1643, A. T., III,
págs. 809-810.
101 Carta de Descartes a Mersenne de noviembre o diciembre de 1632, A. T., I,
pág. 261.
440 La magia de los números y el movimiento

1-lGURA 22

Quería claridad... tuvo ambigüedad

Huygens le hizo conocer a Mersenne la carta de Descartes del


dieciocho de febrero de 1643, y Mersenne le escribió inmediatamen­
te, pidiendo más aclaraciones. Su carta se ha perdido, pero podemos
imaginarnos qué preguntaba en ella a partir de la contestación de
Descartes, en la que reafirma que el tamaño, y por lo tanto, el peso
desempeñan un papel en la aceleración de los cuerpos que caen:

No creo que un cilindro de madera que sea cuatro veces mis largo que otro
caiga a la misma velocidad (suponiendo que se mantienen rectos mientras
caen). Pero como esto puede cambiar en el aire, sería mejor hacer el expe­
rimento con dos bolas de madera: una grande y otra más pequeña cuyo
diámetro es un cuarto de la primera, y su peso un sesenta y cuatroavo. Creo
que la bola pequeña tardará el doble de tiempo en caer .

Descartes recuerda la decimoctava proposición del duodécimo


libro de los Elementos de Eudides, en los que se demuestra que los

102 Carta de Descanes a Mersenne del veintitrés de 1643, A. T., III, pág. 643.
Las leyes y reglas dei movimiento « I

volúmenes de dos esferas guardan la misma razón que los cubos de


sus diámetros (V,/V2 = D ,/D 2). Esto quiere decir que, si los cuerpos
son, como en este caso, en que ambos son de madera, homogéneos,
podemos despreciar la densidad, y considerar sólo el peso. La bola
pequeña, cuyo diámetro es como uno, pesa sesenta y cuatro veces
menos que la grande, cuyo diámetro es como cuatro, y la caída le
lleva «el doble de dempo». Descartes se ha desviado decididamente
de la ley correcta, que dice que los cuerpos caen con la misma ace­
leración con independencia de su peso. ¿Por qué? Que pretenda de­
terminar la velocidad recurriendo al tamaño o a la superficie del
cuerpo que cae nos da la pista. Descanes intenta, por fas o por nefas,
combinar la ley de Galiíeo de la caída libre con su interpretación
del peso como un movimiento descendente producido por el impac­
to de las pequeñas esferas del vónice que rodea a la tierra. Pero las
matemáticas de la caída libre no casan con la física de una plenitud.
Lo que exige una pane del sistema de Descanes, la otra lo rechaza.
El resultado no es sólo una pérdida de claridad, sino una física que
abandona la matematización rigurosa que era su enseña.
Capítulo 13
PUBLICAR O PERECER

El veintidós de julio de 1633, Descartes le hizo saber a Mersenne


que El Mundo estaba casi listo para ser publicado, pero en vez del
libro que le prometía como regalo de Navidad, Mersenne recibió,
en diciembre, una segunda carta, en la que Descartes le comunicaba
que ¡estaba pensando en entregar su manuscrito a las llamas! Des*
cartes había cambiado de idea al enterarse de que el tan esperado
libro de Galileo sobre el movimiento de la tierra se había publicado,
y confiscado y quemado todos los ejemplares «Esto me ha sor­
prendido tanto», escribía Descartes, «que estoy casi decidido a que­
mar mis papeles, o, al menos, a no dejar que los vea nadie» 12. Si un

1 El Diálogo sobre los dos sistemas del mundo más importantes de Galileo salió
de las prensas el veintiuno de febero de 1632, y fue retirado de la circulación en
agosto de ese mismo año, pero no sabemos cuántos de los mil ejemplares que se
habían imprimido fueron realmente confiscados. Descartes se refiere a esta obra como
«el Sistema del Mundo de Galileo», que es el título provisional que Galileo le había
dado en su Sidéreas Nuncios de 1610 (Galileo Galilei, Opere, ed., A. Favaro (Flo­
rencia: Barbera, 1890-1909), vol. III, págs. 75, 96) [págs. 60-61 y 90 de la traducción
española de Carlos Sotís, La gaceta sideral, en E l mensaje y el mensajero sideral
(Madrid: Alianza Editorial, 1984)]. Se citó a Galileo en Roma, se le juzgó, se le obligó
a abjurar de sus «errores», y se le condenó a prisión el veintidós de junio de 1633.
2 Carta de Descartes a Mersenne de finales de noviembre de 1633, A. T „ I,
págs. 270-271.

442
Publicar o perecer 443

italiano, además próximo ai papa, había corrido semejante suerte,


¿qué no le esperaría a un francés que vivía entre herejes? «Si es un
error que la tierra se mueva», se afligía Descartes,

los mismísimos fundamentos de mi filosofía son también falsos, pues se


sigue evidentemente de ellos [il se dem onstre p a r eux evidem m ent]. Y está
unido tan estrechamente a las otras partes de mi tratado, que no podría
retirarlo sin dañar todo lo demás 1*3.

Descartes estaba convencido de que su filosofía entera constituía


un sistema del que no se podía retirar ninguna parte sin causar con
ello un daño irreparable al todo 4. El movimiento de la tierra no era
sólo una teoría importante, era consecuencia de la circulación gene­
ral de la materia en vórtices. Como decía en El Mundo', «la materia
de los cielos no solo ha de hacer que los planetas giren alrededor
del sol, sino también alrededor de su propio centro» 5. Negar que
la tierra gira alrededor del sol era tanto como detener todos los
remolinos de materia y parar el universo.
Que no hubiese llegado ni un ejemplar del Diálogo de Galileo a
Holanda por el verano de 1633 hacía que creciesen la preocupación
y perplejidad de Descartes. El primero llegó en el verano del año
siguiente, y el profesor de Amsterdam Hortensius se lo prestó a
Becckman, quien se lo enseñó a Descartes cuando le visitó el fin de
semana del doce al catorce de agosto de 1634 6. Un documento fe­

1 Ib., pág. 271


4 «Mis teorías están unidas tan estrechamente y dependen hasta u l punto las unas
de las otras, que no se puede entender una si no se conocen todas» (carta de Descartes
a Fr. Vatier, alrededor del veintidós de febrero de 1638, ib., pág. 562); «si lo que he
escrito acerca de eso [la circulación de la sangre], o de la refracción, o de cualquier
cosa de la que haya publicado más de tres lineas, está equivocado, entonces estoy
dispuesto a aceptar que la gente diga que el resto de mi filosofía no vale nada» (carta
a Mersenne del nueve de febrero de 1639, A. T ., II, pág. 501).
* El Mundo, capítulo diez, A. T., XI, pág. 69.
6 F.1 trece de agosto de 1633, Gassendi le escribió a Hortensius (Martin van der
Hovc), profesor de matemáticas y astronomía en Amsterdam. que «no os ha llegado
ningún ejemplar del libro, y pocas esperanzas hay de que pronto lo haga uno» (Pierre
Gassendi, Opera, seis volúmenes (Lion, 1658), facsímil (Stuttgart-Bad Cannstatt:
Olms, 1964), volumen seis, pág. 64 b). Nicolas-Claude Fabri de Peiresc le prometió
a Hortensius un ejemplar el veinticuatro de enero de 1634, pero éste no lo había
recibido todavía cuando le escribió a Peiresc el dos de junio de 1634 (véase la Co-
rrespondance de Marín Mersenne, diecisiete volúmenes (París: CNRS, 1933-1988),
vol. II, pág. 165). Becckman viajo a menudo en el verano de 1634 de Dordrecht a
La magia de los números y el movimiento

chado en Lieja el veinte de septiembre de 1633 y firmado por el


nuncio en Colonia y la Baja Alemania había notificado la condena
de Galileo. En él se declaraba que los cardenales inquisidores habían
juzgado que el movimiento de la tierra era «contrario a las Escritu­
ras», y que había «sospechas vehementes» de que Galileo había in­
currido en «herejía» por haber enseñado que la tierra se mueve 7. A
principios de 1634, Descartes se enteró de que Mersenne no había
recibido sus últimas cartas, y le escribió de nuevo, repitiendo las
inquietantes noticias sobre Galileo, pero sin dar a entender que po­
dría quemar su propia obra. Estaba decidido, eso sí, a «no mostrár­
sela nunca a nadie», pues el movimiento de la tierra era indivisible
de su filosofía natural, y si era falso, falsa era ésta entera 8.

El precio de la paz y la quietud

La condena de Galileo inquietó a Descartes por razones perso­


nales, religiosas y filosóficas. Quien había elegido la intimidad, la
vida retirada, temía verse arrastrado a una prolongada disputa sobre
la teoría heliocéntrica, que seguramente ni siquiera concluiría en nada.
«Mi lema», le decía a Mersenne, es «bien vive quien bien se ocul­
ta» 910*, e insistía en que todo lo que quería era «paz y quietud» ,0.
Pero, más que sus deseos de evitar las molestias de la controversia
pública, le movían sus sinceros escrúpulos religiosos. En cuanto oyó
que se censuraba el movimiento de la tierra, no perdió un instante
en escribirle a Mersenne que «por nada del mundo querría escribir
algo que contuviese siquiera fuese una palabra que la iglesia desa­
probase» " , y repite el mismo sentimiento en varias de sus canas 12.

Amsterdam, con la intención de mejorar su habilidad en el pulimento de lentes. En


éstas, aprovecha, mientras trabaja con un constructor de anteojos inglés cerca del
Dam, a visitar a Descartes el doce de agosto de 1634. «El señor Beeckman», le escribe
Descartes a Mersenne el catorce de agosto, «vino aquí el sabado por la tarde, y me
dejó el libro de Galileo, pero se lo llevó consigo de nuevo a Dort esta mañana, así
que lo he tenido en mis manos sólo durante treinta horas» (A. T., 1, págs. 303-304).
7 Descartes cita el documento en su carta a Mersenne del catorce de agosto de
1634, A. T., I, pág. 306.
8 Carta de Descartes a Mersenne, alrededor de febrero de 1634, ib., pág. 285.
9 *bene vixit, btne qui latuit• (ib., pág. 286).
10 Cartas a Mersenne, alrededor de febrero de 1634,ib., págs. 212, 285-286.
" Carta a Mersenne de finales de noviembre de 1633, ib., pág. 271.
12 Por ejemplo, escribe Descartes que desea «obedecer a la iglesia en todo» (carta
Publicar o perecer 445

Pero el verdadero problema era filosófico. Se suponía que su física


se basaba en principios evidentes por sí mismos, y habían tirado de
la alfombra bajo sus pies. No tenía sentido publicar más conjeturas
arbitrarias: «Hay ya tantas opiniones filosóficas verosímiles sobre las
que discutir, que si la mía no es más segura y no se la puede aceptar
sin discusión, no quiero que se la publique jamás» ,}.
Pero Descanes no estaba tan abatido como para abandonar su
Mundo sin luchar. Un decreto que emana del Santo Oficio en Roma,
¿es en verdad vinculante?, le preguntaba a Mersenne:

Por lo que sé, ni el papa ni un concilio han ratificado la condena hecha por
la congregación de cardenales establecida para censurar libros. Me satisfaría
mucho saber qué se opina en Francia, y si su autoridad basta para conver­
tirla en un artículo de fe M.

Descartes, en todo caso, había sido educado por los jesuítas, y


no compartía las inclinaciones galicanas de muchos de sus contem­
poráneos, Pascal entre ellos. Le habría parecido contrario a sus con­
vicciones, e impropio de su dignidad, jugar con la autoridad espiri­
tual de la iglesia. Cuando Mersenne le cuenta cuán a la ligera se
estaban tomando algunos científicos franceses el asunto, Descartes
deja las cosas claras:

Sé que se puede decir que lo que decidan los inquisidores de Rom a no es


automáticamente artículo de fe, y que requiere la aprobación de un concilio.
Pero el afecto que siento por mis propias ideas no es tan grande que esté
dispuesto a escudarme en semejantes excusas para seguir manteniéndolas ,s.

Durante varios años, Descartes pensó que lo más prudente y


honorable era el silencio. En el Discurso del Método, publicado en*14

a Mersenne, alrededor de febrero de 1634, ib., pág. 281). Véase también ib., pág. 285;
A. T ., V, págs. 544, 550.
11 Carta de Descanes a Mersenne de finales de noviembre de 1633, A. T., I,
págs. 271-272.
M Cana a Mersenne, alrededor de febrero de 1634, ib., pág. 281. £1 concilio que
Descanes tiene en mente es un concilio ecuménico.
14 Cana a Mersenne, alrededor de febrero de 1634, ib., pág.285. Había sacerdotes,
Fierre Gassendi e Ismael Boulliau (converso del protestantismo) por ejemplo, que
eran copernicanos. En cana remitida a Mersenne el dieciséis de diciembre de 1644,
Boulliau dice que la condena del movimiento de la tierra es un asunto puramente
italiano (Marín Mersenne, Correspondance, volumen XIII, pág. 20).
446 La magia de los números y el movimiento

1637, no dice ni una palabra sobre el movimiento de la tierra. Le


confesó a Mersenne que esperaba que con éste pasase como con la
existencia de los antípodas, una vez condenada, entonces ya com­
pletamente indiscutible l617.

Hacia un compromiso pacífico

El silencio le pesaba mucho a Descartes, y en 1640, cuando em­


pezó a revisar E l Mundo para que se publicase en forma de libro de
texto y con el título de Prinápios de Filosofía, reanudó sus indaga­
ciones, con la esperanza de que la oposición de algunos protestantes
al movimiento de la tierra persuadiese a los católicos de que no había
nada malo en ¿1. Como no quería parecer demasiado ansioso o preo­
cupado, recurrió a la mediación de Mersenne para sonsacar infor­
mación acerca de lo que estaba pasando en Roma. El cardenal Gio-
vanni Francesco Guidi di Bagno, a quien Descartes había conocido
en París en 1627, había llevado a Gabriel Naudé a la Ciudad Eterna,
y Descartes le pidió a Mersenne que le hiciese saber a éste que la
única cosa que le había disuadido de publicar su física era la prohi­
bición del movimiento de la tierra. ¿Sería tan amable Naudé, pregun­
taba,

de tantear al cardenal sobre este tema?, porque soy su humilde servidor y


para mí sería motivo de la mayor infelicidad el darle algún disgusto, siendo
como soy observante celoso de la religión católica y de la reverencia debida
a los que la dirigen. N o hace falta que diga que no tengo deseo alguno de
arriesgarme a ganarme su censura, pues no temo que una verdad pueda
chocar con otra, y creo con la mayor firmeza tanto en la infalibilidad de la
iglesia como en la validez de mis argumentos ,7.

16 Carta a Mersenne, alrededor de febrero de 1634, A. T., 1, pág. 288. A princi­


pios del siglo cuatro, Lactancio, tutor del hijo del emperador Constantino, dedicó un
capítulo de sus Instituciones Divinas a sumir en el ridículo la existencia de los antí­
podas y, la estúpida idea de que hubiese gente cuyos pies estuviesen sobre sus cabezas,
o lugares en los que lloviese o nevase hacia arriba. La cosmología de Lactancio no
llegó nunca a ser doctrina oficial de la iglesia, y debía su notoriedad a que Copémico
la cita (como ejemplo de creencia infantil) en la carta que prologa su De Revolutto-
nubus Orbiurn Caelestium de 1543 (véase A History o f Astronomy from Thales lo
Keplcr (Cambridge, 1906), reimpresión (Nueva York: Dover, 1953), pág. 209), de
J.L.E, Dreyer).
17 Carta de Descartes a Mersenne de diciembre de 1649, A. T., III, págs. 258-259.
Publicar o perecer 447

Otra carta nos muestra que Descartes esperaba también una res­
puesta de «un cardenal, amigo mío hace muchos años, que era miem­
bro de la congregación que condenó a Galileo» ls. Se refería al car­
denal Francesco Barberini, sobrino de Urbano VIII, que había sido
legado papal en Francia durante los años parisinos de Descartes *19.

La relativización del movimiento... y sus censores

No sabemos lo que el cardenal Guidi di Bagno o el cardenal


Francesco Barberini contestaron tocante a las cuestiones que Des­
cartes les planteaba, pero probablemente confirmaron que la teoría
copernicana podía usarse como hipótesis de trabajo, con tal de que
no se sostuviese que era físicamente verdadera. Seguramente, esto no
era suficiente para Descartes el científico, pero a Descartes el epis-
temólogo le dio una idea. En un mundo donde todo se mueve, el
reposo (pero también el movimiento) se relativiza. En 1641, o poco
después, Descartes se dio cuenta de que esto le permitía reformular
sus hipótesis astronómicas de manera que los censores (siempre y
cuando no tuviesen un exceso de celo) las pasasen por alto.
Ya hemos visto que el movimiento es, para Descartes, movimien­
to local, descrito comúnmente como «la acción por la que un cuerpo
pasa de un lugar a otro» 20. Pero esta definición, arguye Descartes,
es desafortunada, pues introduce la idea de la acción como si «hiciese
falta más acción para el movimiento que para el reposo», lo que es
un serio prejuicio. Hemos de eliminar las oscuras nociones de fuerza
y acción, y usar sólo las perfectamente inteligibles de traslación o

Es en esu carta donde escribe Descanes: «N o me entristece que algunas minorías


[protestantes] truenen contra el movimiento de la tierra; esto debería convencer a
nuestros predicadores de que no hay nada malo en él» (pág. 258), Antes, en cana del
dieciséis de octubre de 1639 al mismo corresponsal, había escrito: «Tengo que la­
mentarme de que los hugonotes me odien por papista, y que los romanos no me
quieran por estar infectado de la herejía del movimiento de la ticna» (A. T., II,
pág. 593).
" Cana de Descanes, sin fecha, a un corresponsal desconocido, A. T., V, pág. 544.
w Francesco Barberini (1597-1679) fue el legato a laten en Francia en 1624-1625,
con la misión de negociar los términos de la paz durante la guerra de la Valtellina.
Fue miembro de la congregación de diez cardenales que condenó a Galileo, pero su
firma no aparece en la sentencia.
10 Principios de Filosofía, Pane II, artículos 24, A. T., VIII-I, págs. 53.
448 La magia de los números y el movimiento

desplazamiento. De ahí el por qué una segunda definición de movi­


miento, más correcta, más rigurosa, que reza:

¡a traslación de una parte de materia o de un cuerpo de la vecindad de las


partes o cuerpos que toca directamente, y que se pueda considerar que están
en reposo, a la vecindad de otros...M recalco la traslación, no la fuerza o
acción que transporta, para mostrar que está siempre en el cuerpo que es
movido, no en el que m ueve21.

Es difícil no estar de acuerdo con Alexandre Koyré cuando dice


que Descartes enunció esta definición relativista del movimiento, al
menos hasta cierto punto, para reconciliar la movilidad de la tierra
con la doctrina oficial de la iglesia 22*, pero también puede entendér­
sela, y es más interesante así, como un desarrollo lógico de una parte
de su filosofía. Como la materia es extensión, y la extensión es es­
pacio, la materia no está en el espacio, sino que es espacio. Descartes
lo expresa identificando sustancia material y lugar interno. Pero esto
no impide tomar en cuenta las relaciones que unos cuerpos guardan
con otros, los lugares extemos. En este sentido, un cuerpo puede
participar en varios movimientos; puede alguien, por ejemplo, llevar
encima un reloj, cuyas ruedas dentadas se mueven según sus propias
leyes, mientras camina por la cubierta de un barco que navega en
un océano de una tierra en movimiento. «Todos estos movimien­
tos», escribe Descartes,

están en realidad en las ruedas dentadas, pero como no es fácil entender


tantos movimientos ¡untos, o siquiera saber cuántos hay, basta con que
tengamos en cuenta sólo el movimiento que es propio de cada cuerpo 24.

Ese movimiento propio es, por definición, el que observamos


sobre el fondo que forman los cuerpos vecinos, que son, por la
elección arbitraria que hemos hecho, nuestro punto de referencia.
Pero podríamos lo mismo haber considerado que el cuerpo está en

21 Ib ., artículo 25, págs. 53-54.


22 Alexandre Koyré, Estudios GaliUanos [Shea ciu la traducción al ingés de John
Mepham (Atlantic Highlands, New Jersey: Humanities Press, 1978), pág. 265].
21 «En la cosa misma, no hay diferencia entre el espacio o lugar intemo y la
sustancia corpórea que contiene. La diferencia está enteramente en cómo las conce­
bimos» (Principios de Filosofía, Parte II, artículo 10, A. T „ VIII-1, pág. 45).
24 Ib., artículo 31, pág. 57.
Publicar o perecer 449

reposo, y sus vecinos en movimiento. No hay puntos fijos en el


universo excepto los que nosotros decidamos que lo sean. Si nos
preguntamos entonces qué significado podemos darle a la frase «la
tierra se mueve alrededor del sol», a la luz del anterior análisis po­
demos contestar con verdad que la tierra y los planetas están en
reposo en sus cielos fluidos, y que los cielos mismos se mueven «tal
y como un bote que ha alzado el ancla, al que no muevan ni el
viento ni los remos, reposa en el mar aunque la marea lo vaya arras­
trando insensiblemente» **.
Una vez contentados los censores, Descartes no pasó a satisfacer
a los físicos con una demostración de la concordancia de su nueva
definición de movimiento, puramente relativa, y las leyes y reglas
del movimiento de la segunda parte de sus Principios de Filosofía. Si
todo movimiento es relativo y toda traslación recíproca, tenemos
este curioso estado de cosas: la cuarta regla (véase la figura 12 del
capítulo 12, pág. 415) se puede convertir en la regla 7(a) mediante
un simple, y legítimo, cambio de marco de referencia, y el cuerpo
m, ya no rebotará en el cuerpo estacionario m¡, sino que ambos se
moverán en la misma dirección. ¡N o sólo cambia la descripción del
fenómeno, cambia el fenómeno mismo! Ni Descartes ni sus contem­
poráneos veían las cosas con esta claridad, pero Henry More quedó
lo bastante intrigado como para pedirle a Descartes que explicase
qué pasaba cuando el viento soplaba por las ventanas abiertas de una
torre. ¿Qué significaría en ese caso la reciprocidad de la traslación,
o decir que el movimiento del viento es relativo? Descartes elude el
ejemplo de More en su respuesta, de donde puede colegirse el aprie­
to en que la cuestión le ponía. Da su propio ejemplo, y con ello
cambia el sentido de la discusión. Imaginemos, dice, un pequeño
bote encallado en el cieno cerca de la orilla, con una persona a
bordo. Un amigo se ofrece a empujar desde la orilla, mientras la
persona que está en el bote empuja contra la orilla:

Sí el vigor (vires) de estos hombres es igual, el esfuerzo del hombre de la


orilla (que está, pues, unido a tierra), no contribuirá menos al movimiento
del bote que el esfuerzo del otro hombre, el que se mueve con el bote. Por*

,s Ib., Parte III, artículo 26, pág. 90. El texto latino dice sólo «un movimiento
oculto» del mar. La versión francesa especifica la acción de las mareas. (A. T., IX-2,
pág. 113).
450 La magia de lo$ números y el movimiento

lo tan to , está cla ro q u e la acción p o r la qu e el b o te se se p a ra d e la orilla


está u n t o en la tierra c o m o en el b o te 26.

Descartes ha desplazado la discusión, quizá sin percatarse de ello,


del movimiento a la fuerza o a la acción que la produce. Parece que
olvida que la razón que le hacía definir el movimiento como lo hacía
era eliminar la oscura noción de fuerza, y dejar en pie sólo las per­
fectamente inteligibles de traslación o desplazamiento 21*. Cuando
More le pide aclaraciones, Descartes dice que la fuerza movilizadora
(vis movem) es, finalmente, «la fuerza de Dios mismo que conserva
en la materia tanta traslación como puso en ella en el primer instante
de la creación», algo que, dice, no se ha atrevido a afirmar en sus
obras publicadas «por temor a que parezca que apoyo la opinión de
los que creen que Dios es el alma cósmica, que a la materia se
une» 2B. Por laudable que nos pueda parecer esta sutileza teológica,
de poco o nada sirve para explicar de qué manera puede conciliarse
coherentemente la relatividad del movimiento con el principio de
conservación del movimiento, habida cuenta de que la cantidad de
movimiento depende del marco de referencia, puramente arbitrario,
que se escoja.

La fuerza de reposo

Las cosas se complican aún más cuando Descartes intenta en los


Prinápios de Filosofía exponer las consecuencias de la primera ley,
y de que la materia sea ¡nene. La noción de una «fuerza de reposo»
no aparece como tal en El Mundo, y sólo lo hace en forma de
consecuencia implícita de la primera ley y elemento tácito de la teo­
ría de la dureza que se expone en el tercer capítulo 29. Descartes no
concreta en El Mundo cómo se mide la fuerza que mantiene a un

26 Carta de Descartes a Henry More del quince de abril de 1649, A. T., V,


pág. 346., en replica a la cana de More del cinco de marzo de 1649, ib., pág. 312.
27 -Hablo de la traslación, no de la fuerza o la acción que transpona» (Principios
de Filosofía, Pane II, aniculos 25, A. T „ VIII-I, pág. 54).
“ Bosquejo de la cana de Descanes a More, alrededor de agosto, 1649, A. T.,
V, págs. 493-303, en réplica a la cana de More del veintitrés de julio de 1649, ib.,
pág. 384.
29 E l Mundo, capítulo tres, A. T., XI, págs. 12-13. Véanse las páginas 354-355,
más arriba.
Publicar o perecer 451

cu erp o en rep o so , ni siquiera có m o hem os de entenderla. L a prim era


m ención explícita de una fuerza q ue m antiene el rep o so está en una
carta a M ersenne de 1640:

e s verdad qu e del so lo hecho de qu e un cu e rp o em piece a m o v erse se sigue


q u e tiene en él la fu e rza d e se g u ir m o v ié n d o se, y tam bién , qu e del so lo
hecho de qu e se deten ga en cierto lugar se sigu e q u e tiene la fuerza de
perm an ecer a h í 30.

Tras haber enunciado las tres leyes del movimiento en la segunda


parte de los Principios de Filosofía, Descartes dedica un artículo
especial (el cuarenta y tres) a mostrar «en qué consiste la fuerza de
cada cuerpo para actuar o resistir». El reposo es un estado que per­
tenece al mismo nivel ontológico que el moviminto. Un cuerpo quie­
to, escribe, tiene «cierta fuerza» que le hace perseverar en su estado
de reposo, y, en consecuencia, resistir todo intento que se haga de
moverlo. Cómo se puede medir esa fuerza, se indica en la última
frase del artículo cuarenta y tres:

E sa fu erza se p u e d e estim ar a p artir del tam añ o d el c u e rp o en q u e reside,


la su p erficie q u e se p a ra al c u e rp o d e o tr o , la velo cidad d e l m o v im ie n to , y
la n atu raleza y d e sig u ald ad d e las m an eras en q u e d iferen te s c u e r p o s ch ocan
u n os con o tro s 3I.

La noción de «fuerza de reposo» lleva a absurdos del calibre de


la cuarta regla y del afirmar que un cuerpo no puede mover en
ningún caso a otro que sea más grande que él, pero también es
verdad que en ninguna otra parte se acerca más Descartes a recono­
cer la naturaleza vectorial del movimiento que en el artículo cuarenta
y tres. Escribe ahí, en efecto, que un cuerpo en reposo tiene una
fuerza que lo hace perseverar en su estado de reposo, y que un
cuerpo en movimiento tiene una fuerza que lo hace «perseverar en
su estado, es decir, en movimiento, a la misma y^pcidád-V £*
misma dirección» J2. La noción de dirección np; cóftfígue más que

10 Cana a Mersenne, veintiocho de octubre de 1640, K, Y , IJ1, píg. 3 1 3 .


31 Principios de Filosofía, Parte II, artículos 43, A. Tl„V(II-:l, pág. 67. Sóbre la
profusión y la polisemia de la palabra «fuerza» en los escritos de Descanes, véase.
R.S. Westfall, Forcé in New ton Physics. Apéndice B: el u$ó, de la palabra «fuerza»
por Descartes (Londres: Macdonald, 1971), págs. 529-534.
12 Principios de Filosofía, Parte II, artículos 43, A. T., V lII-I.páes. 6 6 -V .. cursis*
mía.
452 L a magia de los números y el movimiento

este reconocimiento de paso, y «fuerza de reposo» y «fuerza de


movimiento» se miden de la misma manera, mediante el producto
de tamaño y velocidad. La palabra «tamaño» plantea de por sí difi­
cultades, pues no cabe identificarla con el concepto de masa de Ncw-
ton, y es ambigua a causa de la identificación de materia y extensión
por Descartes. Habla a veces como si se pudiese medir el tamaño
mediante la cantidad de tercer elemento o materia tangible, pero
también dice en el artículo cuarenta y tres que hay que tomar en
cuenta la superficie. Importancia crucial tiene la noción de inercia,
o esa «pereza» natural de la materia que Descartes tenía que rein­
terpretar para que no se confundiese con la idea de que la materia
se resiste al movimiento en cuanto tal. Le escribe a un corresponsal
en 1648:

Y como, si dos cuerpos desiguales reciben la misma cantidad de movimien­


to, ésta no da tanta velocidad al más grande como al más pequeño, podemos
decir, en este sentido, que cuanto más materia contenga un cuerpo, mis
inercia tendrá; a lo que podemos añadir que un cuerpo grande puede trans­
ferir su movimiento a otros cuerpos con más facilidad que uno pequeño, y
que los cuerpos pequeños moverán a uno grande menos fácilmente. Hay,
por lo tanto, un tipo de inercia que depende de la cantidad de materia, y
otro que depende de la extensión de su superficie JJ.

En otras palabras, la realidad que expresa el uso de la palabra


«inercia» no es una resistencia natural al movimiento, sino el papel
que juega la cantidad de materia en la transmisión o recepción de
movimiento. Pero la solución, como R.S. Westfall señala, ignora los
factores dinámicos, y cuando Descartes estudia las colisiones, vuelve
a meter, subrepticiamente, como hace en la famosa cuarta regla, una
resistencia al movimiento que no se puede conciliar con la completa
inercia de la materia M.

M Carta a un corresponsal desconocido, probablemente de marzo o abril de 164$,


A. T., V, pág. 136, cursiva mía. El destinarlo quizá fuese el marqués de Newcastle,
como se sugiere en ib., pág. 133, pero un candidato más probable es Jean de Silbón,
como se arguye en ib., pág. 660.
M Wesfall, Forcé in Newton’s Physics, pág. 69. Para una sucinta exposición de la
subsiguiente transformación de la inercia cartesiana por Newton, véase The Nemto-
nian Revolución, de 1. Bcmard Cohén (Cambridge: Cambridge University Press,
1980), págs. 182-193.
Publicar o perecer 453

La vida en Holanda

La decisión que había tomado Roma de prohibir los libros sobre


el movimiento de la tierra fue un duro golpe, pero Holanda era una
tierra a salvo de Roma, de la que distaba geográfica y teológicamen­
te, y Descartes tenía allí la libertad de gozar de esa vida relajada­
mente dedicada a la investigación que había hecho suya 3S.
Cuando el artesano francés Ferrier rehusó unirse a Descartes en
Franeker, éste se trasladó a Amsterdam y luego a Leyden, donde
conoció a Jacob Gool o Golius, que había vuelto hacía poco de un
viaje de cuatro años por el Oriente Medio para hacerse cargo de la
cátedra de matemáticas que Snell había dejado vacante a su muerte
en 1626. Golius influyó profundamente en la forma que las mate­
máticas de Descartes iban a tomar al llamar su atención sobre un
problema no resuelto del matemático griego Pappus. Descartes halló
la solución a este problema, solución que habría de ser el contenido
central y el ejemplo más preciado de su Geometría, publicada en
1637. También entabló Descartes amistad con otro profesor de ma­
temáticas de la universidad de Leyden, Frans van Schooten, cuyo
hijo, llamado también Frans, iba a dibujar los diagramas de la Optica
de Descartes, y traducir la Geometría al latín. Más tarde, conocería
Descartes al profesor de medicina y botánica, Adolfus Vorstius, al
profesor de hebreo, Constantin L ’Empereur, y a dos profesores de
teología, Adríaan Heereboord y Abraham Heidanus. Un médico ca­
tólico que atendía a los enfermos sin cobrarles, Cornelius Hogelan-
de, llegaría a ser buen amigo de Descartes, al que dedicó su tratado
sobre Dios y la inmortalidad del alma. En 1632, en casa de Golius,1

11 Las numerosas cartas que escribió, a corresponsales franceses especialmente,


son la principal fuente de información acerca de la vida de Descartes en Holanda. Se
recogen en los cinco primeros volúmenes de A. T. La reimpresión (París: Vrin,
1969-1974) contiene varias cartas a Constantin Huygens que se descubrieron sólo tras
la primera edición. La Vie Je Monsienr D es-Canes, dos volúmenes, (París, 1691:
reimpresión, Ginebra: Slatkine, 1970), de Adrien Baillet, es indispensable. En el siglo
veinte, Vie et Oeuvres Je Descartes (volumen XII de las Oetrores Je Descartes), de
Charles Adam, Ecnvams Frunzáis en H olianJe Jan s la ¡tremiere moitié Ju X V II’
siedc (París: Champion, 1920), de Gustave Cohén, y N eJerianJs Cartesianisme (Ams­
terdam: N. V. Noord-Hollandsche Uitgevers Maatschappij, 1954), de Cornelia Louis
Thijssen-Schoute, han arrojado más luz sobre Descartes y sus amigos y enemigos
holandeses. Hay una colección de útiles ensayos en Descartes et la cartesianisme
hoüanJais (París: Presses Universitaires de France, y Amsterdam: Editions Franqu­
ees d ’Amsterdam, 1950).
454 La magia de los números y el movimiento

Descartes conoció a Constantin Huygens, secretario del príncipe de


Orange, y de quien en adelante seria a menudo invitado en su casa
de La Haya. Los dos hombres llegaron a intimar, y mantuvieron
una importante correspondencia científica.
En casa de Huygens, Descartes conoció a varias personas, la
hermana de Huygens, Constantia, y su marido, David le Leu de
Wilhem, sobre todo; éste se convertiría en su asesor financiero, y
debía de ser un lince de los negocios, ya que manejó los asuntos de
Descartes de tal manera que éste pudo vivir en lo que para un pro­
fesor de universidad de hoy sería opulencia. También conoció Des­
cartes a los cinco hijos de Huygens. El segundo, Christiaan, habría
de llegar a ser uno de los grandes científicos de la segunda mitad del
siglo; Descartes reconoció rápidamente sus dotes excepcionales, y
declaró que era «de su linaje» 36.
En 1631 o 1632, Descartes tomó un alojamiento en la Kalvers-
traat de Amsterdam. Le interesaba la medicina, y se sintió de lo más
feliz cuando el médico Johann Eüchman le presentó a Vopiscus-For-
tunatus Plemp o Plempius, que pronto sería nombrado profesor de
anatomía, y luego rector, de la universidad de Lovaina. Seis años
después, cuando residía en Santpoor, Descartes diseccionaría angui­
las, bacalaos, perros y conejos. Usó los resultados de su estudio de
la anatomía de los ojos de los toros en su Optica. También se inte­
resó mucho por la botánica, y plantó semillas raras que le enviaban
corresponsales franceses. Aunque Descartes no había publicado aún
nada, su reputación crecía, y empezaba a tener discípulos. El prime­
ro fue Henri Régnier o Reneri, tres años mayor que él. Reneri, que
nació cerca de Lieja, se había visto obligado a dedicarse a la ense­
ñanza para ganarse la vida cuando su familia le desposeyó por su
conversión del catolicismo al protestantismo. Descartes puso gran­
des esperanzas en el, y cuando Reneri fue nombrado profesor de
filosofía en el colegio de Dcventer, Descartes se fue a vivir a la
misma ciudad, de mayo o junio de 1632 a finales de 1633, en que
volvió a Amsterdam. En 1634 se le otorgó a Reneri la cátedra de
filosofía de la Academia de Utrecht (que se convertiría en universi­
dad dos años después), y al año siguiente Descartes se trasladó a esa
ciudad para estar más cerca de él.
El siete de agosto de 1635 volvió Descartes a Deventer para asis­

56 Carta (le Constantin Huygens a la princesa Isabel del treinta y uno de diciem­
bre de 1653, A. T., X, pág. 651.
Publicar o perecer 455

tir al bautizo de su hija, Francine, que había nacido el diecinueve


del mes anterior. De la madre, sabemos poco más que su nombre,
Hijlena Jans, y que era protestante, pues la niña fue bautizada en la
iglesia calvinista local. Baillet cita un manuscrito de puño y letra de
Descartes, que luego se perdería, en el que registraba que Francine
fue concebida en Amsterdam el veinte de octubre de 1634, sábado 37.
Con toda probabilidad, Hiljena, o Hélenc, como la llama él, era su
ama de llaves. Descartes estaba muy apegado a su hija, a la que se
refiere como su «sobrina» 38*40, y el momento más triste de su vida
fue su temprana muerte a la tierna edad de cinco años, el siete de
septiembre de 1640. A partir de ese día, nada sabemos del destino
que le cupo en suerte a la madre de la niña.

Publicar... un poco

Como hemos visto, en 1634 Descartes se quedó impresionado


con la nueva de la condena de Galileo, y decidió enmudecer, al
menos por lo que se refería al movimiento de la tierra. Estaba
ansioso, sin embargo, por publicar la ley de la refracción que había
comunicado a Golius y a Mersenne ya en 1632 i9. Extrajo la Optica
de su tratado general, la revisó, y le leyó parte de la misma a Huy-
gens cuando le visitó en la primavera de 1635 ',0. Ese verano, decidió
añadir su explicación del arco iris, y una exposición de fenómenos
atmosféricos como los relámpagos y las nubes, en un tratado al que
dio el nombre de costumbre, Meteorología [Les météores]. En octu­
bre de 1635, Huygens le sugerió que se pusiese en contacto con la
editorial de los Elzeviers o con la de William Jansz Blaeu 41. Los

37 Adricn Baillet, La Vie de Monsieur Des-Cartes, volumen II, págs. 89-90.


3* Cana de Descanes del treinta de agosto de 1637 a un corresponsal desconoci­
do. A. T., 1, pág. 393. Descanes tenía siete sobrinas: las tres hijas de su hermano
mayor, Pierre, y las cuatro hijas de su hermana casada con Roger du Crévy. Todas
residían en Francia, y no visitaron nunca a su tío, pero la palabra «sobrina» era útil
como tapadera.
” Véase la carta de Descanes a Mersenne del junio de 1632, A. T., i, págs. 255-256,
y a Golius, alrededor del dos de febrero de 1632, ib., págs. 237-242.
40 Cana de Descanes a Golius del dieciséis de abril de 1635, A. T., I, pág. 315,
y a Huygens, del uno de noviembre de 1635, ib., pág. 591. Huygens estuvo en Ams­
terdam del veintinueve de marzo al seis de abril.
41 Cana de Huygens a Descanes del veintiocho de octubre de 1635, ib.,
págs. 588-589.
456 La magia de los números y el movimiento

Elzeviers acababan de publicar una traducción al latín del Diálogo


sobre los sistemas del mundo más importantes de Galileo, pero la
impresión se había llevado a cabo en Estrasburgo y no en la casa
central de Ley den. Y es que Leyden, a lo largo de 1635, no fue un
lugar seguro: entre el veintitrés de junio y el treinta y uno de di­
ciembre, murieron 14582 personas en la plaga que asoló la ciudad.
Los Elzeviers «se hicieron de rogar» 42*, y Descartes llegó al final a
un acuerdo con otro editor de Leyden, Jan Maire.
Descartes quería en un principio publicar sólo la Optica y la
Meteorología, pero en marzo de 1636 se había decidido a añadir la
Geometría, que sólo escribió, sin embargo, cuando la Meteorología
ya estaba en prensas, a finales de 1636 4J. Le comunicó a Mersenne
que el título general del libro iba a ser: «£ / plan de una ciencia
universal que es capaz de elevar nuestra naturaleza a su mayor grado
de perfección, con la Optica, ¡a Meteorología y la Geometría, en las
que el autor, para dar prueba de la ciencia universal que propone,
explica las materias más singulares que ha podido escoger de manera
tal que hasta los que no han estudiado nunca las puedan entender» 44.
Mersenne hizo algunas objeciones, y Descanes modificó el título y
dio una explicación más completa de su propósito:

N o puse Tratado del Método sino D iscurso del M étodo, que viene siendo
lo mismo que Prefacio o N o ta tocante a l m étodo, para mostrar que no es
mi intención enseñar un método, sino sólo hablar de un método. Pues,
como se desprende de lo que digo, consiste mucho más en práctica que en
teoría. Llamo a los tratados que lo siguen Ensayos en este método porque
sostengo que lo que contienen no podría haberse descubierto sin él, y nos
permiten reconocer su valor. Y he incluido cierta cantidad de metafísica,
física y medicina en el discurso de introducción para mostrar que el método
se extiende a todo tipo de materias 4S.

A pesar de su aseveración de que los tres tratados ilustran la


metodología propuesta en el Discurso del Método, la explicación del

42 Carta de Descartes a Mersenne, alrededor de marzo de 1636, ib., pág. 338.


42 -Compuse prácticamente el tratado mientras se estaba imprimiendo la Meteo­
rología, e incluso descubrí parte de él en ese momento» (carta de Descartes a un
sacerdote, quizá Fr. Jean Derienes, S.J., en el otoño de 1637 o en febrero de 1638,
ib., pág. 456).
44 Carta de Descartes a Mersenne, alrededor de marzo de 1636, ib., pág. 339.
42 Cana de Descartes a Mersenne, marzo o abril de 1637, ib., pág. 349.
Publicar o perecer 457

arco iris es el único caso concreto en el que Descartes dice que sus
resultados son consecuencia directa de la aplicación de su método.
Descartes pasó la mayor parte de 1636 y los primeros meses de
1637 supervisando el dibujo de las numerosas figuras de los tratados,
y vigilando la impresión del libro. Claude Saumaise, un emigrado
como él, escribía a un corresponsal en París que Descartes se ocul­
taba y apenas si se dejaba ver 46. Poco se daba cuenta de que Des­
cartes, después de haber enviado finalmente a la imprenta la Optica
en el verano de 1636, todavía tenía que escribir la Geometría y el
Discurso del M étodo*7. En el contrato que firmó con Jan Mane,
Descartes se comprometía a obtener un «privilegio» o copyright para
el libro en Francia 48. El uno de enero de 1637, le pidió a Huygens,
como regalo de año nuevo, que le adelantase algunas galeradas a
Mersenne en la valija diplomática, para que no hubiese retrasos 49.
Todo lo que Descartes quería era proteger los intereses de su editor
holandés, y su intención era que el libro fuese anónimo. Mersenne,
que había hecho ya publicidad por adelantado de la obra en su Har-
monie Universelle, veía las cosas de otra manera, y solicitó un «pri­
vilegio» que no sólo nombraba a Descartes, sino que contenía un
empalagoso elogio de sus logros, y en el que se le pedía que publi­
case más. Todo esto llevaba tiempo, y se concedió la licencia sólo
el cuatro de mayo de 1637, por lo que el libro, que ya estaba listo
a finales de marzo, salió sólo el ocho de junio de 1637. Descanes
había retirado su nombre de la licencia, y el supuesto anonimato
(por falaz que fuese) se respetó.
Descartes, que tenía por entonces cuarenta y un años, tenía por

46 Carta de Claude de Saumaise a Jacques du Puy del cuatro de abril de 1637,


ib., pág. 365, nota.
47 A principios de marzo de 1637, Descartes le hacia saber a Huygens que no
había terminado aún de escribir el Discurso del Método, {ib., pág. 623). Se imprimid,
sin embargo, el veintidós de marzo {ib., pág. 624). Los tratados tienen numeración
continuada: O ptica (págs. 1-153), M eteorología (págs. 155-294), y Geometría
(págs. 295-413). El Discurso, aunque estaba colocado al principio, se pagina por se­
parado (pág. 1-78). La tabla de contenidos al final del libro sólo se refiere a los tres
tratados. No se menciona el Discurso.
411 El contrato que firmaron Descanes y Jan Marie fue publicado por Gustave
Cohén en Ecrivains frunzáis en H ollande (París: Edouard Champion, 1920),
págs. 503-504.
44 Cana de Descanes a Huygens del uno de enero de 1637, A. T., I, págs. 615-616.
Gracias a esta carta sabemos que Descanes temía retrasos postales de hasta tres meses.
El tiempo normal parece que era de diez a doce días para las canas procedentes de París.
458 La magia de los números y el movimiento

fin su primer libro en las manos. Despachó sin tardanza los doscien­
tos ejemplares gratuitos que había recibido tanto a dignatarios y
altos cargos como a científicos y filósofos. ¡El cartesianismo se hacía
a la mar! Pero en su navegación no todo iba a ser fácil. Para empe­
zar, los jesuitas, de los que Descartes esperaba una cálida aproba­
ción, saludaron el libro con un elogio bastante cauto, obviamente
condicionado por el temor a que pareciese que aprobaban todo un
nuevo sistema de filosofía habiendo visto sólo una pequeña parte del
mismo 50. Un librero romano accedió a hacerse con una docena de
ejemplares con tal de que «no se mencionase el movimiento de la
tierra», pero tan pronto como los vio, quiso devolverlos S1. Las ex­
pectativas de Descartes habían sido muy optimistas. El contrato es­
tipulaba que Jan Marie podía publicar hasta tres mil ejemplares en
dos seríes sucesivas, pero Descartes corría con todos los riesgos,
pues se comprometía a comprar los que no se vendiesen. N o sabe­
mos cuántos ejemplares se imprimieron realmente, pero Descartes
tema que reconocerle a Mersenne en enero de 1639 que se habían
vendido muy pocos 52. Había saturado el mercado, seguramente, con
los doscientas ejemplares que repartió. Sin embargo, Etienne de
Courcelles, ministro protestante francés que vivía en Amsterdam, le
tradujo el Discurso del Método, la Optica y la Meteorología al latín.
Sus versiones aparecieron con los Principios de Filosofía en 1644. La
Geometría, traducida por Franz Van Schooten el Joven, se publicó
sólo en 1649.

Odium Mathematicum

A Descartes le afectaba mucho cualquier crítica, por indirecta


que fuese, de su Geometría. La de Johan Jansz Stampioen (llamando
de Jonghe (el Joven) porque tenía el mismo nombre que su padre)
le perturbó especialmente. Con él ya había tenido una breve querella
en 1633 5}. En 1638 Stampioen expuso un cartel en el que planteaba

90 Descartes expresa su desagrado a Mersenne: «La excusa de los que os dicen


que no pueden hacer objeciones porque no enuncio mis principios es un mero pre­
texto, y no una razón valida» (Carta de Descartes a Mersenne del quince de noviem­
bre de 1638, A. T., II, págs. 424-425).
91 Caita de Descartes a Mersenne del diecinueve de junio de 1639, ib., pág. 565.
92 Carla de Descartes a Mersenne del nueve de enero de 1639, ib., pág. 481.
91 Carta de Descartes a Stampioen, finales de 1633, A. T., I, págs, ¿75-279.
Publicar o perecer 459

un problema matemático, y retaba a los matemáticos, como era cos­


tumbre, a que lo resolviesen. En carteles posteriores daba su propia
solución, que, sostenía, era la única posible, y anunciaba la inminen­
te publicación de su Algebra o Nuevo Método, en el que iba a en­
señar el método general de extracción de raíces cúbicas 54*. Descartes
se picó con el título, y creyó que el libro de Stampioen era un reto
a su propio Discurso del Método. Tanto se alteró Descanes, que se
pasó más de un año entero intentando bajarle los humos a Stam­
pioen, y hasta amenazó con dejar Holanda si no lo lograba. Des­
canes ayudó a un joven matemático de Utrecht, Jacob Van Wasse-
naer, a escribir una reseña condenatoria del libro de Stampioen cuan­
do salió éste a finales de 1638. Stampioen replicó retando a Wasse-
naer a resolver un problema, con seiscientos gulden en juego. Was-
senaer, con el respaldo económico de Descanes, aceptó la apuesta.
Descanes resolvió el problema, y Wassenaer copió la respuesta, pero
los cuatro profesores que habían sido nombrados para arbitrar la
cuestión se tomaron con calma la promulgación del veredicto. Des­
canes puso el grito en el cielo: «¿Por qué, si todo el asunto se puede
zanjar en menos de quince minutos?» 5657Se declaró vencedor final­
mente a Wassenaer en mayo de 1639, y Descanes procedió a publi­
car (en holandés y siempre bajo el nombre de Wassenaer) una vin­
dicación, que consideraba indispensable, de su honor. Le dio el des­
preciativo título de El matemático ignorante: /. /. Stampioen, al
descubierto 57 Pero, sin embargo, Stampioen distaba de ser el «char­
latán» que Descanes decía que era. Fue un matemático de talento y
un maestro de primera categoría, preceptor del futuro príncipe Gui­

54 Stampioen D’Ionghe, Algebra ofte Nieuve Stel-Regel, waer door alies ghevan-
den wordt, inde Wis-Konst, wat vindtbaer ist. Novt door desen bekendt (La Haya,
1639). El libro lo imprimió el autor.
” Descartes estuvo envuelto en el caso Stampioen de octubre de 1639, si no antes,
hasta octubre de 1640 (A. T., II, págs. 611-613, II, pág. 16. y pág. 200, n. b). Huy-
gens, en caru del catorce de 1640, se toma tan en serio el -disgusto* de Dcscancs
que le escribe para suplicarle que no abandone Holanda (A. T., III, pág. 756). El
veintisiete de agosto, Descanes le reafirma su afecto por los holandeses, con quienes
espera pasar no sólo esta vida, sino la siguiente también (ib., pág. 759). Para una
exposición de la disputa de marras, véase Botewstoffen Voor de Geschiedenis der
Wis-en Naluurkundige Wetenschappen in de Nederlanden, de Bierens de Haan, (Ley-
den, 1887), vol. II, págs. 383-433.
** Cana de Dcscanes a Golius del tres de abril de 1640, A. T., II, pág. 58.
57 Der on-wissen Wis-konstenaer /.-/. Stampioenus ontdeckt (Leyden, 1640).
460 La magia de los números y el movimiento

llermo II, de la princesa Isabel de Bohemia y, más tarde, de los hijos


de Constantin Huygens, el amigo íntimo de Descartes.

Un nuevo hogar

Tras la publicación del Discurso del Método, Descartes dejó Ley-


den por Alkmaar, y luego éste por Santport, cerca de Haarlem, don­
de alquiló una casa con jardín. Pasaba mucho de su tiempo libre
experimentando con plantas y diseccionando animales. Por medio
de Huygens, protestante devoto, Descartes, católico practicante, en­
tró en contacto con dos sacerdotes de la vecina ciudad de Haarlem:
Johann Albert Ban (Bannius) y Augustin Bloemaert. Les interesaba
la teoría musical; invitaron a Descartes a que asistiese a conciertos
corales e instrumentales en Haarlem. Huygens estimulaba sus inves­
tigaciones como parte de su programa de mejora de la música de
iglesia. El mismo abogaba ardorosamente por la presencia de órga­
nos en las iglesias protestantes, y envió a Descartes el folleto que
había dedicado a la cuestión ss.
Descartes seguía siendo tan reticente como siempre a dar sus
señas a corresponsales que pudiesen comunicársela a otros sin su
autorización. Hasta rehusó a dársela a Mersenne (cuyo punto fuerte
no era precisamente la discreción), y pidió que todas sus cartas se
las enviase a Bloemaert. La casa de Descartes no estaba muy lejos,
pues un día, mientras sellaba una cana, decidió ver primero si había
llegado alguna para él. Envió un sirviente a Haarlem, y a su vuelta
tuvo tiempo para responder a las tres cartas que le trajo s9.
En 1641 Descanes fijó su residencia en el castillo de Endegeest,
en Oegstgeest, justo a las afueras de Leyden. Allí le visitó en 1642
otro emigrado francés, Samuel Sorbiere, que nos dejó una viva des­
cripción del lugar y de la vida que llevaba Descanes:

Vivía en un pequeño castillo, agradablemente situado, a la puerta de una


gran y Hermosa universidad, a tres leguas de la corte y a menos de dos horas*

** Carta de Huygens a Descartes del catorde de agosto de 1640, A.T., III,


págs. 756-757. Los Elzeviers publicaron la obra en Leyden al año siguiente, con el
titulo de Gebruyck o f ongebnvck van’t Orgel m der Kerktn der Vereenighde Neder-
Ltnden.
M Carta de Descartes a Mersenne del quince de noviembre de 1638, A. T ., II,
págs. 437-438.
Publicar o perecer 461

del mar. Tenía un número suficiente de sirvientes bien preparados y de


buena presencia, un bonito jardín al final del cual había un huerto de árboles
frutales, y campos rodeándolo por todas partes. Se veían en la distancia
pináculos de distintas alturas, que en el horizonte se empequeñecían y no
eran más que meros puntos. Un viaje de un día en bote por los canales le
llevaba a Utrecht, Delft, Roterdam, Dordrecht, Haarlem y a veces a Ams-
terdam, donde tenía dos mil libras en el banco. Podía pasar medio día en
La Haya, y volver a casa por el camino más hermoso del mundo, que
discurre entre campos y casas de veraneo, y luego por un bosque que rodea
la ciudad M.

Amigos y discípulos

Descartes no se recluyó nunca del todo. En Santport recibió a


Huygens, Reneri y varios más, entre ellos el que fuera su sirviente,
Jean Gillot, a quien había enseñado su nueva geometría, y que había
llegado a ser, en palabras del propio Descartes, uno de los pocos
que la entendía perfectamente. Gillot enseñaba matemáticas en la
escuela de ingeniería de Leyden, y Descartes le encargaba a menudo
que respondiese a las críticas que se hacían a su Geometría. Hubo
un momento en que pensó hacerse con un puesto en París (para
horror de sus padres, devotamente hugonotes), y Descartes escribió
la siguiente recomendación:

Es completamente digno de confianza, muy brillante y de grato carácter.


Habla francés y flamenco, y sabe algo de latín e inglés. Disfruta de una
perfecta comprensión de las matemáticas, y entiende lo bastante de mi mé­
todo como para enseñarse a sí mismo cualquier cosa que aún desconozca
de otras ramas de las matemáticas. Pero no debe esperarse de él que se
compone como un criado: ha vivido siempre entre sus superiores, y se le
ha tratado como un igual 61.

Esto dice mucho de la actitud de Descartes hacia sus sirvientes.


No era el de Gillot un caso aislado. Gerard von Gutschoven, que
también estuvo a su servicio, llegó a ser profesor de la universidad
de Lovaina, y Henri Schlutter, su último ayuda de cámara, adquirió

40 Reproducido en A.T., III, pág. 351.


41 Carta de Descartes a Mcrsenne, alrededor del veintisiete de 1638, A. T., II,
págs. 149-150.
462 La magia de los números y el movimiento

un considerable dominio de las matemáticas. El caso más notable es


el de Dick Rembrantsz, un pobre zapatero del pueblo de Nierop.
Por dos veces le habían rechazado los sirvientes de Descartes, por­
que pensaban que, con lo miserablemente que vestía, no podía ser
sino un mendigo. Para que desistiese, Descartes le envió una peque­
ña suma de dinero, que él rechazó con gran dignidad, diciendo que
esperaba que el filósofo le viese en alguna ocasión, más tarde. Des­
cartes le recibió cuando le visitó por tercera vez, y muchas veces
más. Se convirtió, de hecho, en discípulo suyo, y llegó a ser un
competente matemático y astrónomo; publicó varios libros de texto
en holandés 62.
Una discípula tan dotada como los anteriores, pero de rango
social mucho mayor, fue la princesa Isabel, la hija mayor del exiliado
elector palatino. Vivía en aquella época con su madre, la reina de
Bohemia, en La Haya. La princesa era una verdadera mujer de es­
tudios, que dominaba el inglés (su madre era Isabel Estuardo, la hija
de Carlos I), el francés, el alemán, el holandés, el latín y hasta el
italiano, como se sigue de que le propusiese a Descartes que estu­
diasen las obras de Maquiavelo juntos. Sabía tantas matemáticas como
para resolver un intrincado problema que le envió Descartes, y era
capaz de entender avances recientes en las observaciones telescópi­
cas. También lo era de suscitar objeciones inteligentes a la explica­
ción del imán que había ingeniado Descartes. Tenía veintitrés años
cuando escribió por primera vez a Descanes en 1642 para expresarle
la admiración que sentía por sus recientemente publicadas Medita-
dones. Descartes se sintió halagado, y mantuvo regularmente corres­
pondencia con ella. La huérfana Isabel (el elector palatino había muer­
to en 1632) era lo suficientemente joven para ser su hija, y él llegó
a ser para ella una especie de sustituto de su padre. Sus canas están
llenas no sólo de vivaces cuestiones filosóficas y científicas, sino
también de preguntas relativas a su salud. Le consultaba a Descanes
acerca hasta de sus menores dolencias, como los catarros que sufría
de vez en cuando, o sarpullidos que le sah'an en las manos. Al filó­
sofo, por lo normal tan circunspecto y reservado en sus canas, le
venció la confianza que ella depositaba en él, y le reveló más de su
propia vida que a ningún otro corresponsal. Le contó sus enferme-*V ,

62 Adricn Baillci, La Vie de Monsieur Des-Cartes, dos volúmenes, (París, 1691:


reimpresión, Ginebra: Slatkinc, 1970), vol. II, pigs. 553-555, reproducido en A. T.,
V, pigs. 265-267.
Publicar o perecer 463

dades infantiles, y cómo se las apañaba para librarse de los malos


sueños. Y, sobre todo, le ensalzaba la vida descansada:

la principal regla que he seguido siempre en mis estudios, y que creo me


ha ayudado más a adquirir conocimiento, es no dedicar nunca más de unas
pocas horas, por día, a pensamientos que ocupen mi imaginación [es decir,
matemáticas y física], y muy pocas horas, por día, a pensamientos que ocu­
pen el entendimiento sólo [es decir, la metafísica]: el resto de mi tiempo,
me relajo y dejo que mi mente descanse 6Í.

Odium Theologicum

El incidente con Stampioen le había amargado mucho a Descar­


tes, pero no tardaría en verse envuelto en un asunto de mucho más
alcance. Al profesor de teología de la universidad de Utrecht, y uno
de los pilares del establecimiento protestante, Gisbert Voet o Voe-
tius, le había parecido descubrir en el Discurso de Descartes ideas
peligrosamente subversivas. Dudar de la existencia de Dios, aunque
fuese con la intención confesada de sentarla sobre más seguros fun­
damentos, le parecía a Voetius una amenaza a la religión. ¿Podía
haber algo peor que un papista con ideas liberales? Voetius vio una
oportunidad de expresar su desazón en marzo de 1639, cuando un
colega de la universidad de Utrecht, Antoon Aemilius, pronunció la
oración fúnebre de Reneri, que acababa de fallecer. Aemilius alabó
la amistad que Reneri mantuvo con Descartes, «el Atlas y único
Arquímedes de nuestro siglo» 64. Aún peor, el concejo municipal
imprimió la oración, con lo que le daba marchamo de aprobación
oficial. Voetius hizo oír la voz de alarma, y puso en guardia a sus
colegas contra el ateísmo latente en la obra de Descanes. Pero tuvo
que vérselas con Aemilius y con Henry de Roy o Regius, el vástago
de una rica familia de cerveceros de Utrecht, que había sido nom­
brado profesor extraordinario (hoy diríamos profesor adjunto) de
medicina teórica y botánica en 1638, y profesor ordinario al año
siguiente. Conoció a Descanes gracias a Reneri, y se convinió en
un canesiano entusiasta.

61 Cana de Descanes a Isabel del veintiocho de junio de 1643, A. T., II,


págs. 692-693.
M Reproducido en la cana de Descanes a los magistrados de Utrecht, A. T „
VIII-2, pág. 203.
464 La magia de los números y el movimiento

En junio y julio de 1639, la clausura de los debates trimestrales


que eran parte del currículum normal permitió a Voetius organizar
un ataque contra una serie de tesis que calificó como ateas, y que,
de hecho, descansaban en la duda metódica por la que abogaba Des­
cartes, cuyo nombre, sin embargo, no pronunció ni una vez. Regius
replicó organizando un debate sobre la teoría de la circulación de la
sangre de Harvey, que Descartes había elogiado en su Discurso (aun­
que no estuviese de acuerdo con el inglés en lo tocante al mecanismo
de la circulación). Cuando se le mostró a Descartes el texto que
Regius quería que leyese un estudiante, sugirió que con un tono
menos beligerante se conseguirían mejores resultados. Su consejo no
fue atendido: Regius, como Descartes aprendería después a su pro­
pia costa, era un hombre que en verdad disfrutaba con una disputa.
La teoría de Harvey fue, pues, expuesta y defendida enérgicamente
contra sus oponentes el veinte de junio de 1640. Voetius se sublevó.
A tres siglos de distancia, nos es difícil entender por qué un teólogo
había de oponerse tan vigorosamente a la circulación de la sangre.
La razón es que la teoría parecía expulsar la noción de «forma sus­
tancial», concepto que se suponía era esencial en la explicación tra­
dicional de la inmortalidad del alma y de la relación del cuerpo y el
alma. Regius publicó sus tesis, sólo para que las impugnase un mé­
dico inglés, de Hull, John Primerose, cuyas Observaciones publicó
Jan Maire en Leyden en 1640. Antes de que concluyese el año,
Regius había ya contraatacado con un panfleto, parte de cuyo título
era: Una esponja para lavar la suciedad de las observaciones de Prime­
rose.
Mientras tanto, Voetius había llegado a rector, y organizó un
nuevo debate público, sirviéndose de un estudiante, Lamben van der
Waterlaet, como vocero 6S. Esta vez se criticó el movimiento de la
tierra, en el que se sabía que creía Descanes. Por febrero de 1642,
la refutación de Regius estaba en las prensas, pero era tan insultante,
que a Voetius no le costó ningún esfuerzo que el concejo municipal
y el senado de la universidad reprobasen la conducta de su rival. Se
confiscaron los ciento treinta ejemplares no vendidos de la réplica
de Regius, y se le ordenó que en su enseñanza se atuviese a la me­
dicina y a la botánica. Pero Voetius no se quedó satisfecho. Una vez

45 La prolongada disputa entre Voetius y Descartes se discute pormenorizada-


mente en el segundo volumen del monumental Cisbertus Voetius, cuatro volúmenes
(Leyden: Brill, 1897-1915), de A.C. Duker.
Publicar o perecer 465

amordazado el discípulo, todavía tenía que ponerle los grilletes al


maestro. Escribió a Mersenne en París con la esperanza de alistarle
en una cruzada contra las nuevas y perniciosas ideas de Descartes,
pero el fraile mínimo le contestó que Voetius debía reservarse su
juicio hasta que Descartes hubiese publicado su sistema filosófico
completo, y además le comunicó a Descartes los designios de Voe­
tius. Descartes decidió entonces poner a éste en la picota mediante
una carta abierta dirigida a su antiguo maestro, Fr. Jacques Dinet,
ahora provincial (es decir, jefe) de la provincia jesuíta de Francia.
Descartes, siempre ansioso de ganarse a los jesuítas para su causa,
decía de sí mismo que era un católico agraviado e injustamente per­
seguido. No mencionaba por su nombre a Voetius, pero como ha­
blaba del rector de la universidad, no había duda alguna acerca de
la identidad del aludido. Esta carta abierta se imprimió al final de la
segunda edición de las Meditaciones, que salió en la primavera de
1642.
Creció la indignación de Voetius, y convenció al concejo muni­
cipal de que era obligado dar una contestación. Se le pidió al propio
hijo de Voetius, Paul, que bosquejase una resolución, pero como
había que discutirla, aprobarla y sancionarla oficialmente, sólo se
publicó quince meses más tarde, en septiembre de 1643. Voetius, el
padre, no tuvo paciencia para tanto, y optó por defenderse a sí
mismo con el sarcasmo, según lo que le dictase su propio magín. En
agosto de 1642 le visitó un antiguo estudiante, Martin Schoock, a
quien reclutó como vocero, y le encomendó la tarea de atacar a
Descartes con una obra titulada El admirable método de la nueva
filosofía de René Descartes 66. Voetius guió su mano desde el prin­
cipio. Enviaban las hojas manuscritas por entregas a un editor de
Utrecht, Jan van Waesberge, para acelerar así el proceso de impre­
sión, pero Descartes tenía amigos en Utrecht, y le pasaban subrep­
ticiamente las galeradas. Podía así ir elaborando su réplica mientras
sus adversarios estaban aún corrigiendo las pruebas de su propia
obra. Sin embargo, tras las seis primeras manos (ciento cuarenta y
cuatro páginas), la impresión se detuvo. No es que hubiesen descu­
bierto la traición; simplemente, es que Voetius tenía entre manos
cosas que le urgían más. Le habían llamado para que dirimiese un*

** El original en latín está disponible ahora en una traducción francesa junto con
otros documentos relativos al incidente en: Rene Descartes y Martin Schook, La
querelle d'Utrecht, Theo Verbeck, ed. (París: Les impresions nouvelles, 1988).
466 La magia de los números y el movimiento

delicado asunto de conciencia en Bois-le-Duc (‘S Hertogenbosch).


El incidente dice mucho del hombre y de su época; y, como vamos
a ver, le iba a implicar en una disputa con otro pastor protestante,
Samuel Desmarets, que, con ello, se convirtió en aliado de Descartes.

Extraños compañeros de cama

Desmarets era un hugonote francés al que habían invitado a es­


tablecerse en Holanda, donde se le asignaron cargos pastorales en
regiones de población religiosamente mixta, en los reconquistados
límites del país. Tuvo puestos en Maestricht y luego en Bois-le-Duc,
de la que se decía que era la Roma de Holanda, como de Utrecht
se decía que era su Ginebra. Su actitud era ortodoxamente calvinista,
pero ello no le impedía guardar buenas relaciones con los católicos.
Ahora bien, uno de los ornatos más importantes de Bois-le-Duc era
la vieja —se remontaba a 1318— «Confraternidad de Nuestra Señora
Bendita». Aunque aún asistía a los pobres, con el tiempo se había
convertido en una asociación de mercaderes adinerados, orgullosos
de las excelencias gastronómicas de las cenas que organizaban. Era
al mismo tiempo un honor y un placer pertenecer a semejante com­
pañía. En 1642 el gobernador de Breda y varios notables protestan­
tes solicitaron la admisión. Se revisaron los estatutos para que pu­
diesen entrar los no católicos, y catorce protestantes prominentes de
Bois-le-Duc aprovecharon la oportunidad, lo que causó un tumulto
entre los correligionarios más conservadores o, simplemente, más
envidiosos. A la injuria siguió el insulto, cuando los nuevos cofrades
fueron recibidos en la Confraternidad un día que era fiesta católica
y se sirvió pescado en la celebración. Los indignados recurrieron a
Voetius, a quien bien se le conocía su anticatolicismo militante, y
Voetius, gozoso, se lanzó a la lucha. Levantó el asedio a que tenía
sometido a Descartes, y se entregó a la redacción de una violenta
diatriba contra la Confraternidad. Descartes, que aún no conocía a
Desmarets, se puso en contacto con él, y acordaron hacer un frente
común contra el que era su común enemigo.
Descartes había estado preparando una contestación a E l Admi­
rable Método de la Nueva Filosofía de René Descartes, que por fin
había salido a la venta, y decidió añadirle una réplica al ataque del
teólogo contra la Confraternidad. Su Carta a Gilbert Voetius se
publicó en mayo de 1643, y tenía doscientas ochenta y dos pági-
Publicar o perecer 467

ñas A7. Por larga que pueda parecer, hay que tener en cuenta que
sólo era la mitad de larga que Espécimen de las afirmaciones un tanto
ambiguas o resbaladizas, un tanto peligrosas que se contienen en un
folleto recientemente publicado por los miembros de la Confraterni­
dad de la Señora Bendita, la diatriba de Voetius, que tenía quinientas
once páginas de letra apretada. Voetius solicitó una reparación civil,
y el veintitrés de junio de 1643, los concejales de Utrecht hicieron
que las campanas del ayuntamiento sonasen solemnemente mientras
se citaba a Descartes mediante un bando público a que compareciese
ante ellos. Descartes se negó a acudir, pero el seis de julio de 1643
envió una carta abierta, escrita en holandés, en la que sostenía que,
puesto que no era ciudadano de Utrecht, la ciudad no tenía derecho
a pedirle que se explicase. El trece de septiembre de 1643, el concejo
municipal aprobó un voto de censura contra Descartes, y prohibió
la venta tanto de su Carta a Fr. Dinet como de su Carta a Gilbert
Voetius, motejándolas de libelos 68. Descartes se alarmó. Aunque
vivía en Egmond, en la provincia de Holanda, había un acuerdo
entre las provincias de Holanda y Utrecht por el que un decreto de
una de ellas valía en la otra. Descartes apeló a sus poderosos amigos
de La Haya, y pudo, gracias a los buenos oficios de Constantin
Huygens, conseguir que un secretario del príncipe de Orange escri­
biese al ayuntamiento de Utrecht.
También intervino el embajador francés, Gaspard Cognet de la
Thuillerie, y el proceso contra Descartes se detuvo inmediatamente.
Las cosas se hubiesen quedado ahí seguramente si Descartes no hu­
biese decidido ir a por su vindicación. El admirable método de la
nueva filosofía de René Descartes había aparecido anónimamente, y
Descartes estaba dispuesto a mostrar que Voetius, y no Martin
Schoock, era el autor. Schoock era profesor en Groningen, y Des­
cartes elevó una queja formal ante la universidad. Como ese año el
rector era Schoock, no se podía decir precisamente que la protesta
se hiciese en el mejor momento posible. Además, Desmarets había
sido nombrado hacía poco profesor de teología de Groningen, y se
corría el riesgo añadido de provocar un conflicto entre un profesor*

* 7 Epístola ad CeUbtrtmum virutn D. Gisbertum Vottium (Amsterdam: Louis


Elzevier, 1643), en A. T., VIII-2, págs. 1-194, con la traducción al francés,
págs. 199-273. Sobre la controversia de la confraternidad mariana, véase págs. 64-107,
“ Registro del concejo municipal (Vroedschap) de Utrecht, citado en A. T., IV,
pág. 23.
468 La magia de los números y el movimiento

y su rector. La universidad tuvo el tino de no emprender acción


alguna hasta que no concluyese el periodo en que Schoock había de
desempeñar su cargo, lo que ocurrió el veintiséis de agosto de 1644.
Se abrió una investigación, y Schoock admitió que Voetius no sólo
le había sugerido que escribiese contra Descartes, sino que le había
proporcionado los argumentos que esgrimía. £1 texto impreso abun­
daba en ataques personales e insultos que no aparecían en absoluto
en la copia del propia Schoock. ¿Quién los había añadido? Schoock
había confiado su manuscrito a van den Waterlaet, el estudiante de
Voetius, pero van den Waterlaet negó que hubiese visto las pruebas.
Era difícil escapar a la conclusión de que el responsable de los pa­
sajes difamatorios era Voetius.
El veintiséis de abril de 1645 la universidad de Groningen hizo
público un informe en el que se dejaba claro que tanto Schoock
como Voetius no se habían comportado en absoluto con probidad
académica. Descartes pasó el documento al concejo municipal de
Utrecht. Por entonces los concejales ya estaban totalmente hartos de
esa mezquina trifulca de profesores universitarios, y aprobaron el
doce de junio de 1645 una moción que prohibía la publicación de
cualquier escrito a favor o en contra de la filosofía cartesiana. Des­
cartes, que esperaba una victoria completa, escribió al concejo una
indignada carta en latín, seguida de un largo escrito apologético en
francés y holandés. El rector del colegio teológico, Jacob Revius,
cuya desconfianza hacia Descartes venía de lejos, no era de mucha
ayuda. Cuando se conocieron en Deventer varios años atrás, Revius
intentó convertir a Descartes al protestantismo. Descartes le contes­
tó amablemente que quería permanecer fiel a la religión de su rey.
Cuando Revius, con muy poco tacto, insistió, Descartes añadió que
deseaba conservar la religión de su nodriza. La ironía del francés se
le escapó al grave holandés, que nunca le perdonaría que por razones
tan poco filosóficas rehusase a la luz superior del calvinismo 69.*

** La anécdota se reseña en Des Aertrycks Beueging en de Sonne Stilstant (Ams-


terdam, 1661), pág. 49, de Dirck Rembrandsz, citado en Vte et Oeuvres de Descartes
(París: Leopold Cerf, 1910), pág. 345, nota, de Charles Adam.
Publicar o perecer 469

Un discípulo díscolo

Tamo le encolerizó a Descartes la actitud de los círculos acadé­


micos, que pensó una vez más en dejar Holanda. Viajó a Francia en
junio de 1647, y se alojó en París con el Abbé Picot, que estaba
terminando la traducción al francés de sus Principios de Filosofía.
Vio a Mersenne y conoció a Blaise Pascal, pero el creciente malestar
que auguraba guerra, y lo vago de las promesas intelectuales que se
le hacían y valían poco más que humo de pajas, le hicieron caer en
la cuenta de las bendiciones que comportaba el vivir en los Países
Bajos. A finales de septiembre, estaba de vuelta en su refugio filo­
sófico de Egmond. Desafortunadamente, las aguas iban a revolverse
otra vez muy pronto. El causante iba a ser esta vez el que hasta
entonces había sido su discípulo de Utrecht, el joven profesor Henri
de Roy o Regius 70. La tormenta se había venido formando desde
que en 1645 Regius le remitió a Descartes el manuscrito de sus
Fundamentos de Física, con los que pretendía desarrollar las ideas
de Descartes. De los doce capítulos de que constaba la obra de
Regius, los seis primeros seguían más o menos los pasos de los
Principios de Descartes, pero los siguientes trataban de plantas y
animales, y de anatomía humana y fisiología, precisamente esos te­
mas en los que Descartes estaba trabajando con vistas a una conti­
nuación de su libro. Descartes se irritó, en parte porque Regius se
diese tanta prisa en imprimir, antes de que él hubiese podido siquiera
decir cuáles eran sus ideas sobre cuestiones tan difíciles y controver­
tidas, en parte porque Regius se había hecho un verdadero lío con
todo aquello. Sobre los músculos, por ejemplo, Regius había reco­
pilado su información bebiendo en las notas manuscritas de Descar­
tes, pero no había visto ios diagramas, y los que él dibujaba demos­
traban que no había captado la naturaleza de la explicación de Des­
cartes.
P ero había p ro b lem as m ás su stan tiv o s. D escartes ab ría su s Prin­
cipios de Filosofía con un su m ario d e su m etafísica, co n la intención
de resaltar q u e su ciencia tenía só lid o s cim ien tos. R e g iu s pen saba
q u e e sto carecía d e im p ortan cia, y traslad ó el su m ario al final, con
lo q u e d ab a a enten der q u e la física cartesian a era independiente de
la m etafísica cartesiana. A D escartes le p areció q u e ello su bv ertía su

70 Sobre Regius, véase Hcnrtcus Regius, een • Cartesuansch■ hoogleraar aart de


Utrechtsche hoogeschool, de M.J.A. de Vrijer (La Haya: M. Nijhoff, 1917).
470 La magia de los números y el movimiento

pensamiento. Una segunda dificultad tocaba a la unidad del hombre,


dogma que expresaban tanto la teología católica como la protestante
diciendo que el alma y el cuerpo son una única sustancia natural.
Regius se había tomado el dualismo cartesiano al pie de la letra, y
creía que la mente era, ella sola, lo que en verdad era el hombre. De
ahí que describiese en un principio la unión de cuerpo y alma como
accidental, palabra que luego borraría a petición de Descartes, pero
sólo para afirmar que el alma es un modo del cuerpo, y que las
Escrituras sólo nos dicen que el alma es una sustancia. Esto quería
decir que la filosofía cartesiana entraba en contradicción con la Bi­
blia. Descartes protestó que jamás se le había pasado por la cabeza
algo semejante, y le rogó a Regius que no lo publicase. Pero Regius
creía que ya estaba por encima de su maestro, y envió sus Funda­
mentos a Elzevier, que había publicado Los principios de Filosofía de
Descartes, y que usó, sin conocimiento o consentimiento de Des­
cartes, algunos de los grabados que se habían hecho para su obra.
Descartes se sintió traicionado, y se quejó en varias cartas dirigidas
a sus amigos, Huygens entre ellos. Regius reaccionó imprimiendo
una hoja que colocó en los tablones de anuncios de Utrecht. Se
titulaba Programma, y exponía veintiuna tesis que Regius estaba
dispuesto a defender. Terminaba con una cita de Descartes, que Re­
gius volvía contra su autor: «Nadie adquiere gran reputación de
piedad con mayor facilidad que el hipócrita y el supersticioso» 7>.
¡Esta era la bienvenida que recibía a Descartes a su vuelta a Holanda!
Le pareció que tenía que vindicarse a sí mismo, y en diciembre de
1647, los Elzcviers publicaban sus Observaciones sobre cierto pro­
grama 71. Se acalló a Regius por el momento, pero tras la muerte de
Descartes, publicó una segunda edición de sus Fundamentos de Fí­
sica, en la que dejaba claro que no se retractaba.

71 La cita procede del prefacio de Descartes a sus Principios de Filosofía, A. T.,


VIII-1, pág. 2. Descartes reproduce la hoja de Regius en sus Observaciones sobre
cierto programa, A. T., VIII-2, págs. 342-346.
71 Notae in Programma Quoddamm (Amsterdam: Louis Elzevier, 1643), A. T.,
VIII-2, págs. 337-369.
Publicar o perecer 471

Pasiones francesas

El viaje de Descartes a Francia en 1647 no había sido del todo


un fracaso. El seis de septiembre de 1647 se le concedió una pensión
anual de tres mil livres, sólo que, probablemente, se esperaba a cam­
bio algún servicio a la corona, pues al año siguiente se le invitaba a
que volviese a París. Llegó a la capital francesa a principios de mayo,
y a los pocos días ya estaba arrepentido de haber dejado Holanda.
El conflicto entre Mazarino y el parlamento se acercaba a su punto
culminante, y los parisinos se movilizaban para la guerra, no para
la filsofía. Unos amigos invitaron a Descanes a una cena, y sólo
encontró, como dijo después, «su cocina desordenada, y las cacero­
las volcadas» n . No parece que Descanes se diese cuenta de la ex­
trema gravedad de la situación hasta que no hubo estallado la insu­
rrección, el veintiséis de agosto. París ya no era seguro, y Descartes
emprendió una apresurada y no muy digna retirada a los Países Bajos.
En esos días de amargos enfrentamientos en Holanda y no me­
nos amargas decepciones en Francia, Descartes no estuvo filosófica­
mente ocioso. En los intervalos libres que le quedaban entre panfleto
polémico y panfleto polémico, trabajaba en un tratado de las pasio­
nes. Abogaba en él por una concepción moral que era una forma de
estoicismo afín al ideal que proponía su contemporáneo Pierre Cor-
neillc en sus famosas tragedias. La obra estuvo terminada en 1649,
y se la dedicó a la princesa Isabel, gracias a cuyas preguntas había
ahondado varias de sus ideas *74.

Lisonjas suecas

A Descartes le habría hecho feliz haber pasado el resto de sus


días en Holanda, pero la halagadora invitación de la joven reina
Cristina de Suecia le movió a viajar lejos de allí una vez más. La
reina le expresó su deseo de convertirse en su discípula, y hasta le
envió al almirante Claudius Flemming para que le llevase en un
buque de guerra, en abril. Pero Descartes no se decidía. Como le
decía a su amigo Brasset:

n Cana de Descanes a Chanut del veintiséis de febrero de 1649, A. T „ V, pág. 292.


74 Les Passions de ¡'Ame (París: Henry le Gros, 1649), A. T., XI, págs. 301-497.
472 La magia de los números y el movimiento

para un hombre que ha nacido en el jardín de la Turena y vive en una tierra


en la que, si hay menos miel que en la tierra que Dios ie prometió a los
israelitas, hay más leche, no es cosa fácil partir hacia el país de los osos, y
vivir entre rocas y hielo

No obstante, Descartes terminó por decidirse, y partió para Es-


tocolmo a principios de septiembre. Dos días antes de embarcar,
hizo una visita de despedida a Brasset en La Haya. Al diplomático
francés le hizo gracia la elegancia indumentaria de Descartes, y es­
cribió la siguiente descripción del filósofo viajero:

Aseguro que cuando vino a decirme adiós con su pelo rizado, calzando
zapatos que terminaban en cuerno y guantes adornados con pelo blanco,
me acordé de ese Platón que no era tan divino que no desease saber cómo
era la naturaleza humana, y pensé para mí que la marcha de Egmond sig­
nificaba la llegada a Estocoimo de todo un cortesano, vestido como tal de
punta en blanco y no peor calzado 76.

Descartes desembarcó en Suecia tras un viaje de un mes, y fue


recibido calurosamente por la joven reina, que le sugirió que podrían
verse tres veces por semana para estudiar su filosofía. Esto se lo
esperaba Descartes; lo que le pilló por sorpresa fue la hora que ella
dejó caer: ¡las cinco de la mañana! Descartes sob'a estar en la cama
hasta mediodía, pero aceptó de buenas. Los madrugones y los viajes
en un frío carruaje de la embajada francesa al palacio real fueron la
causa de la neumonía que cogió en febrero de 1650. Tras breve
enfermedad, falleció el once de febrero. Sus papeles personales se
habían quedado en Leyden, confiados a su amigo Comelius Hoge-
lande, quien hizo un inventarío de lo que se guardaba en el baúl que
le había tocado custodiar. Descartes le había autorizado a quemar lo
que le pareciese que merecía serlo, pero Hogelande preservó la ma­
yor parte de los documentos, que luego serían enviados a los here­
deros de Descartes y llegaron a París por la ruta fluvial que hemos
descrito en la introducción.

” Carta de Descartes a Brasset del veintitrés de abril de 1649, A. T., V, pág. }49.
n Carta de Brasset a Chanut del siete de septiembre de 1649, ib ., pág. 411.
CONCLUSION

Cito a Descartes. Hago, de hecho, oigo más:


le dedico mi libro.
Escribo contra una mala filosofía,
y recuerdo una buena.

Declaraciones como esta no eran —en Francia, sobre todo— in­


frecuentes, no ya en los siglos diecisiete y dieciocho, sino incluso en
los siglos diecinueve y veinte. La que acabo de reproducir apareció
en 1863, en De la frenología ', de Philippe Flourens, obra que en­
salza el método científico de Descartes, y que dice aplicarlo triun­
falmente al estudio de ... ¡las protuberancias de nuestras cabezas!
Podemos tener nuestras dudas acerca de cuán profundamente calaba
Flourens en la mente cartesiana, pero no olvidar que, al fin y al cabo,
era sólo uno más de tantos científicos en cuya conciencia había arrai­
gado la creencia en que Descartes les había proporcionado una es­
pecie de, digamos, manubrio al que bastase dar vueltas para que se
produjesen infaliblemente verdades mecánicas tocantes al mundo.
También en Inglaterra, incluso una vez publicados los Principia Mat-
hematica de Newton, Descartes mereció por largo tiempo un trato
no menos encomiástico. Véase qué logro extraordinario decía Joseph
Addison que había sido el de Descartes, en un discurso pronunciado
en Oxford en 1693: «Resolvió las dificultades del universo, casi tan1

1 Philippe Flourens, De la Phrénologie (París: Gamier, 1863).

473
474 La magia de los números y el movimiento

bien como si hubiese sido su arquitecto» 2*. Addison no pensaba, por


supuesto, en los detalles de la física de Descartes, sino en la entraña
de su filosofía de la naturaleza y en su demostración de que cabía
dar cuenta de la causación de los fenómenos mecánicamente.
Las palabras de Addison me invitan a añadir, para concluir, unas
pocas palabras que contrasten el ideal metodológico de Descartes
con su práctica científica real. Debemos recordar en primer lugar
que Descartes creía apasionadamente que su método era cierto, y
que había recibido abrumadora confirmación empírica. Hay varios
pasajes en sus escritos en los que parece dispuesto a ligar su método
a los resultados de observaciones efectivamente llevadas a cabo. El
más conocido está en una carta escrita a Isaac Beeckman en 1634,
en la que pone objeciones a que la velocidad de la luz sea, como
sostiene su amigo, finita, y defiende la instantaneidad de la luz:

Tenéis tal confianza en vuestra observación, que sostendríais que vuestra


teoría es falsa si no hubiese un retraso perceptible entre la emisión y la
recepción de un destello de luz. Digo, a mi vez, que si se percibiese un
retraso tal, todos los fundamentos de mi filosofía se subvertirían completa­
mente J.

Aunque Descartes no temía que ocurriese esa subversión, el pá­


rrafo es un vigoroso recordatorio del lugar central que ocupa la
transmisión instantánea de la luz en su sistema. «Estoy tan seguro
de esto», dice, «que si se pudiese mostrar que es falso, tendría que
confesar que no sé nada de filosofía» 4. Pero no era el de la velocidad
de la luz el único caso en que decía tener certeza absoluta. Cuando
le escribe a Mersenne sobre la circulación de la sangre, se atreve a
decir que «si lo que he escrito sobre esto, sobre la refracción o sobre

2 Joseph Addison, «Nova Philosophis Veten Prefcrenda Est», en Works ¡O bras],


ed., Richard Hurd, nueva edición, seis volúmenes (Londres: George Bell Se Sons,
1889-1890), volumen seis,, pág. 608. El periodo de esplendor del cartesianismo en
cuanto ciencia se extendió hasta bien entrado el siglo dieciocho. Véase «The Unfinis-
hed Revolution: Johann Bemouilli (1667-1748) y thc Debate bctween the Cartesians
and the Newtonians [La revolución inacabada: Johann Bemouille (1667-1748) y el
debate entre los cartesianos y los ncwtonianos]», de William R. Shca, en W. R. Shca,
ed., Revolution* in Science: Their Meaning and Relevante ¡L as revoluciones en la
ciencia: su significado e importancia] (Cantón, MA: Science History Publications,
1988), págs. 70-92.
2 Carta de Descartes a Beeckman del veintidós de agosto de 1634, A. T., I, pág. 308.
4 Ib.
Conclusión 475

cualquier tema del que haya escrito más de tres líneas en mis obras
publicadas es falso, todo lo demás de mi filosofía carece de valor» 5*.
Y lo dice con la intención de que se sepa públicamente, pues las
cartas que recibía Mersenne se copiaban y repartían tan pronto como
llegaban a su destinatario. Escribirle venía a ser como escribir en
nuestros días a un periódico. La afirmación de Descartes es aún más
chocante si recordamos que el descubrimiento de la circulación de
la sangre por Harvey sólo le servía para poner un ejemplo del prin­
cipio general que dictaba que todo se mueve en circuito cerrado. Al
estudiar el corazón, se lo imagina, no como una bomba, sino como
una especie de tetera, porque así puede ligar su calor a causas me­
cánicas conocidas. Harvey establecía el papel fundamental de la sís­
tole; el modelo de vaporización de Descartes, en cambio, le llevaba
a éste a sostener que la sangre sale del corazón en la diástole. Me­
canizaba el descubrimiento de Harvey, pero ¡perdía con ello la ex­
plicación mecánica del movimiento cardiaco! En arenas movedizas,
en verdad, se asentaba toda su filosofía, pero Descartes estaba con­
vencido de que un método fidedigno sólo podía dar resultados se­
guros. Se nos viene a la cabeza la radical pretensión de Galileo: que
a él, y sólo a él, le habían sido otorgados todos los descubrimientos
celestes.
Galileo y Descanes tenían una singular noción de la cooperación
científica, que decían alentar. Su actitud se explica en pane por el
hecho de que no se preguntasen, como nosotros hacemos, «¿de qué
trata la descripción matemática de la naturaleza?», sino una pregunta
relacionada con ésa, «¿cómo obtenemos fuera de las matemáticas la
cenidumbre de que gozamos en ellas?» Ambos daban la misma res­
puesta, que se basaba en la negación de que existiese esa dicotomía,
en/fuera de. N o hay nada en el mundo real que esté fuera de las
matemáticas. Como decía Descartes: «Toda mi física no es sino ma­
temáticas» 7. A la obvia objeción de que si la física es sólo geometría,
entonces no es más que una hábil construcción mental, Descartes
replicaba que el estilo de las matemáticas es precisamente el estilo
de la naturaleza. Pero no cabía reducir toda necesidad matemática a
rigor matemático, así que Descartes tenía que recurrir a otras cosas.

* Cana de Descanes a Mersenne del nueve de febrero de 1639, A. T., II, pág. 501.
‘ Galileo, Opere, cd., Antonio Favaro, veinte volúmenes, (Florencia: Barbera,
1890-1909), vol. VI, pág. 383, n. 13.
7 Carta de Descanes a Mersenne del veintisiete de julio de 1638, A. T., II, pág. 268.
476 La magia de los números y el movimiento

¿Por que era instantánea la velocidad de la luz, por ejemplo? Una


razón es que el universo es una plenitud, y el movimiento actual ha
de dar lugar a un anillo completo de cuerpos que se mueven simul­
táneamente. Si la luz tuviese un movimiento finito, sería necesario
abandonar la ley del movimiento rectilíneo, y toda la física cartesiana
estaría amenazada. Luego, para que se obedezca la ley del movi­
miento rectilíneo, la luz no puede ser un movimiento actual, sino lo
que Descartes llama «una inclinación al movimiento», una presión
que se transmite instantáneamente en el medio inelástico.
Llamemos cosmológico a este argumento. Con un respaldo teo­
lógico superior, al que volveremos, parecía irresistible. El problema
era que Descartes no podía trabajar con velocidades infinitas. En la
auténtica práctica científica, se vio obligado a emplear modelos que
comparó a los epiciclos y excéntricas de la astronomía tolemaica, si
bien les atribuía un rango espistemológico mucho más elevado. El
modelo que emplea en la Optica para explicar la refracción es una
pelota de frontón que golpea la superficie del agua. Se supone que
la velocidad es mayor en un medio más denso, y que la pelota au­
menta su velocidad en cuanto entra en el agua. Todo el cambio de
velocidad tiene lugar en la superficie, y sólo en la dirección vertical.
A partir de estas premisas, Descartes pudo demostrar que para todos
los ángulos de incidencia tales que la luz se refracta a un segundo
medio, el seno del ángulo de incidencia es proporcional al seno del
ángulo de refracción. El resultado es espectacular, pero ¿qué tal es
el argumento? Hay a quien le parece «ridículo» 8, y por dos razones.
Primero, como quiera que Descartes dice que la luz es «una tenden­
cia al movimiento» que se transmite instantáneamente, ¿cómo pode­
mos hacer comparación alguna entre ella y el movimiento sucesivo
de un proyectil? O lo que viene siendo lo mismo, ¿cómo podemos
decir que viaja a distintas velocidades en diferentes medios? Segun­
do, si se supone que el movimiento es más rápido en el segundo
medio, Descartes ha de imaginar que la pelota de frontón recibe un
segundo golpe cuando toca la superficie, artificio al que no es fácil
encontrarle un trasunto óptica.
Descartes creía que podía salvar la primera dificultad postulando
que la tendencia al movimiento obedece las mismas leyes que el
movimiento propiamente dicho. De ahí que, al investigar la reflexión1

1 Richard S. Westfall, The Constrnction o f Módem Science (Nueva York: John


Wiley t í Sons, 1871). pág. 55.
Conclusión 477

y la refracción, se olvidase oportunamente del mecanismo teórico de


la luz, y estudiase la reflexión y la refracción de cuerpos que se
movían de verdad. Como dice en la Optica'.

Ahora bien, como la única razón para hablar de la luz aquí es que de ella
hay que hablar para explicar cómo entran sus rayos en el ojo y cómo los
desvían los distintos cuerpos con los que se encuentren, no he de esforzarme
en decir cuál es su verdadera naturaleza. Bastará, pienso, con que haga dos
o tres comparaciones que faciliten la comprensión de la concepción de la
luz más adecuada para explicar todas esas propiedades que conocemos por
experiencia, y deducir todas las demás que no podemos observar tan fácil-
mente. En esto imito a los astrónomos, cuyos supuestos son casi todos
falsos o inciertos, pero de los cuales, sin embargo, extraen muchas conse­
cuencias verdaderas y ciertas, pues guardan relación con diferentes observa­
ciones *.

Descartes y sus lectores eran perfectamente conscientes de que


la vieja geometría descriptiva proporcionaba varias maneras de re­
conciliar las observaciones con hipótesis incompatibles. Pero no es
menos cierto que Descanes no ofeecía sólo una explicación instru­
mental de la naturaleza de la refracción. Como señala Gerd Buchdahl:

El enfoque de Descartes es mis revolucionario, pues emplea modelos, algu­


nos de los cuales debilitan deliberadamente las condiciones, la velocidad
infinita, por ejemplo, que la explicación física había exigido; y al hacer esto,
Descartes se ve obligado además a abandonar la hipótesis original de las
partículas de éter estacionarias por una teoría de emisión de partículas de
luz que se mueven por el espacio ,0.

Descanes daba por sentado que, lo que es verdad en el modelo


mecánico (una pelota a la que golpea una raqueta), será verdad de
la luz también, con tal de que haya un supuesto que haga de puente,
que en este caso es la postulación de que la tendencia al movimiento
obedece las mismas leyes que el movimiento mismo. Preocupado
por la que parecía arbitrariedad de este supuesto, Descanes intentó
justificar su estrategia en el Discurso del Método, que escribió des­
pués de la Optica'.

9 Optica, A. T., VI, pig. 83.


10 Gerd Buchdahl, Metaphysics and tbe Phüoiophy o f Science (Oxford: Blackwell,
1969), pág. 142.
478 La magia de los números y el movimiento

Si a alguno le chocan ciertas afirmaciones que hago al principio de la Optica


y de la M eteorología a causa de que las llame «suposiciones» y no parezca
que me preocupe de probarlas, tenga la paciencia de leer con atención todo
el libro, y confío en que quedará satisfecho. Pues considero que mis razo­
namientos están tan íntimamente interconectados, que así como a los últi­
mos los prueban los primeros, que son sus causas, a los primeros los prue­
ban los últimos, que son sus efectos. N o debe suponerse que estoy come­
tiendo aquí la falacia que los lógicos llaman «argumentar en círculo». Pues
como las experiencias hacen que la mayoría de esos efectos sean bastante
seguros, las causas de las que los deduzco sirven no tanto para probarlos
como para explicarlos; de hecho, más bien al contrario, son las causas las
que son probadas por los efectos 11.

Este párrafo, con el que se nos quiere sacar de la perplejidad, nos


sume aún más en ella. Habida cuenta de que Descartes se las apaña
para deducir la ley del seno razonando de manera geométrica en
torno a un modelo y basándose en el movimiento de proyectiles,
¿qué causas se han probado, si es que se ha probado alguna? El
conocimiento de la verdad de las consecuencias, es decir, el efecto,
no es axiomático, sino empírico. Lo que parece seguirse es la verdad
del supuesto que hace de puente, es decir, que la tendencia al mo­
vimiento obedece las leyes empíricamente validadas del movimiento.
Pero incluso aunque se aceptase esto, ¿cómo casa este procedimiento
con las declaraciones más racionalistas de Descartes, en particular su
insistencia en la claridad intuitiva y el rigor matemático? Si nos fi­
jamos en el modelo, no podemos decir que los principios que go­
biernan el movimiento de una pelota de frontón sean intuitivamente
idénticos a los que explican la transmisión de la luz. Todo lo que
tenemos es una analogía derivada de las leyes fundamentales de la
materia en movimiento; no se nos puede decir que se ha hallado el
mecanismo causal de la transmisión instantánea de la luz propiamen­
te dicho. En otras palabras, los principios explicativos de la óptica
son de naturaleza puramente hipotética. Pero no todo está perdido.
Al llegar a este punto, Descartes cambia de terreno, y sostiene que
su explicación se puede deducir, finalmente, de principios más altos.
En una carta dirigida a Vatier, que había manifestado su sorpresa
por la introducción que Descartes hace de supuestos que no ha pro­
bado a priori, escribe que las pruebas a priori requerían la exposición

11 Optica, A. T., VI, pág. 76.


Conclusión 479

de toda su física, algo que no se había propuesto hacer en su Optica.


Si fuese necesario, podría deducir todos sus supuestos a partir de
primeros principios de su metafísica, aunque, añade, «me parece que
están suficientemente demostrados a posteriori» ,2. En otro lugar afir­
ma que ha «demostrado la refracción geométricamente y a priori» ,J;
pero cuando Mersenne le pide que aclare este punto, responde, no
sin impaciencia: «pedirme que dé demostraciones geométricas en fí­
sica es pedirme algo imposible» u . Descartes nunca encaró de frente
las tensiones que producía sostener tanto el requisito de que una
hipótesis tenga apoyo a posteriori de parte de conclusiones lógicas
verificadas como el requisito de que tenga apoyo superior de índole
metafísica.
Como hemos visto en este libro, Descanes el racionalista era
también un hombre que creía en revelaciones, especialmente cuando
las traía un triple sueño. Como los autores de los manifiestos rosa-
crucianos, no tenía dudas de que no había enemistad entre la religión
y la ciencia; y como ellos, tampoco las tenía de que le había sido
encomendada la misión de restaurar la unidad del conocimiento hu­
mano. Este «maravilloso» sentimiento no le abandonaría nunca, pero
tampoco podría nunca articularlo a su completa satisfacción, no di­
gamos ya a la de sus lectores. Expresó repetidas veces su deseo de
mostrar «algún día» que la metafísica demuestra los principios de la
física ,5, pero el intento más serio que hizo, en los Principios de
Filosofía, termina con un argumento más fideísta que racionalista a
favor de la validez del razonamiento científico:

Si usamos sólo principios que se aprehenden claramente (evidentissime per-


pectis), y sólo deducimos de ellos lo que esté a nuestro alcance gracias a
razonamientos matemáticos, y, además, lo deducido está en perfecto acuer­
do con todos los fenómenos naturales, parecería que estuviésemos injurian­
do a Dios si sospechásemos que las causas de las cosas, que hemos descu­
bierto de esta manera, no fuesen las verdaderas, como si Dios nos hubiese
hecho tan imperfectos que el uso correcto de nuestra razón nos condujese
a error ,6.1345*

13 Carta de Descartes a Fr. Antoine Vatier del veintidós de febrero de 1638, A.


T-, I, pág. 563.
'•* Carta de Descartes a Mersenne del uno de marzo de 1638, A. T., II, pág. 142.
14 Carta de Descartes a Mersenne del veintisiete de mayo de 1638, ib., pág. 142.
15 Ib., págs. 141-142.
'* Principios de Filosofía, Pane III. artículo 43, A. T., VIII-1, pág. 9 9 .
480 La magia de los números y el movimiento

En el mismísimo final de los Principios de Filosofía, y tras haber


explicado el magnetismo mediante microorganismos invisibles, Des­
cartes discute brevemente la legitimidad de los razonamientos basa­
dos en entes inobservables. Sostiene que, «a partir de principios sim­
ples, obvios y naturalmente conocidos», ha desarrollado las propie­
dades del movimiento para objetos de cualquier tamaño, y nada
impide que se postulen entes que caigan por debajo del umbral de
lo que podemos percibir, «especialmente», añade, «cuando no puedo
pensar en otra forma de explicarlas» l7.
En su razonar que le lleva de los objetos sensibles a los insensi­
bles, Descartes recurre no sólo a las leyes generales de la naturaleza,
sino a artefactos humanos, como los relojes. La justificación de este
proceder es doble: por una parte, no hay diferencia esencial entre
los objetos naturales y los que se deben a la mano del hombre, por
la otra, la experiencia nos enseña que las personas que están fami­
liarizadas con autómatas, con que les digan para qué sirven y ob­
serven algunas de sus partes, adivinan fácilmente cómo están hechos.
Pero Descartes no podía negar que sus conclusiones sabían un poco,
pese a todo, a mera tentativa:

De esta manera podemos quizá entender cómo se pudieron hacer las cosas
naturales, pero no debemos concluir que se hiciesen en realidad de esa ma­
nera. El Supremo Artesano podría haber producido todo lo que vemos de
muchas maneras. Admito sin reparos que ésta es la verdad, y pensaré que
he hecho bastante si lo que he escrito se corresponde exactamente con todos
los fenómenos naturales ,8.

Descartes llama «moral» a la certidumbre que se deriva de seme­


jantes hipótesis (con lo que quiere decir que, a efectos prácticos,
basta), y la compara a la seguridad que tendríamos en la justeza de
un desciframiento de un criptograma que explicase cada letra e hi­
ciese inteligibles palabras y frases. Que se pudiese hallar otra clave
que proporcionara una solución diferente parecería tan improbable,
que hasta se diría que era «increíble», dice Descartes. El problema
es que Descartes no estaba satisfecho con una concepción de las
teorías meramente «hipotético-deductiva» que nos haga tener por
satisfactoria a una teoría científica con que cumpla dos condiciones:

17 Ib ., Parte IV, artículo 20J, pág. 326.


11 Ib., artículo 204, pág. 327.
Conclusión 481

(a) inferencia deductiva a partir de principios básicos, y (b) acuerdo


entre esas deducciones y la experiencia sensorial. El requería una
tercera condición infinitamente más restrictiva, a saber, que los prin­
cipios fuesen evidentes por sí mismos. N o parecía imposible su cum­
plimiento, pues el enfoque mecánico se basaba en conceptos de ex­
tensión y movimiento que eran claros, distintos e intuitivamente
obvios. Se suponía que las hipótesis que empleaban estos conceptos
poseían la misma fuerza fuesen cuáles fuesen sus fundamentos in­
ductivos. A veces, sin embargo, Descartes habla como si las conse­
cuencias verificadas implicasen la verdad incontrovertible de las pre­
misas. En la práctica real, cuando no tenía una verdad evidente por
sí misma que pudiese servirle de punto de partida, escogía un mo­
delo más o menos convincente, con cuya ayuda procedía a hacer
deducciones a partir de una hipótesis, y a afirmar que la confirma­
ción empírica de esas deducciones era una prueba de la hipótesis
misma.
La tensión que había entre el ideal abstracto de Descartes y sus
logros prácticos se pone claramente de manifiesto en la manera en
que llevó a cabo su decisión de purgar la física de lo oculto y re­
mover toda característica orgánica de la ciencia. Programáticamente,
Descartes nos dice a menudo que «el movimiento, el tamaño y la
disposición de las partes» son las únicas categorías explicativas. To­
das las demás propiedades, como las fuerzas de atracción y de re­
pulsión, las simpatías y antipatías, y similares, se relegan al montón
de desechos que son las concepciones antropomorfas. Descartes no
dejó lugar a dudas de cuál era su visión de las cosas cuando Mer-
senne le invitó a comentar el Aristarchus de Roberval, en el que se
utilizaban dos tipos de fuerzas atractivas para explicar el movimiento
de la tierra. Decir con Roberval que las partes de la tierra se atraen
las unas a las otras gracias a una propiedad especial es como decir,
según Descartes, que esas partes están animadas por almas «inteli­
gentes y, de hecho, divinas, pues pueden conocer sin mediación al­
guna qué ocurre en lugares muy alejadas de ellas, e incluso ejercer
fuerzas en ellos» >9.
Roberval argüía que sin atracción no había forma de explicar
muchos fenómenos naturales, el sistema solar en concreto. Descartes
tenía que mostrar que la atracción era superflua, y que una inter-

19 Carta de Descartes a Mersenne del veinte de abril de 1646, A. T., IV., pág. 401.
482 La magia de los números y el movimiento

pretación puramente mecánica del movimiento explicaba todos los


hechos conocidos. Y Descartes creía que su mayor éxito era haber
llevado a cabo con éxito la reducción de la más llamativa de las
atracciones, la acción del imán, al movimiento de partículas invisi­
bles con forma de tuerca 20. En el proceso, Descartes vino a hacer
que la ciencia de la mecánica no fuese en la práctica otra cosa que
un dar explicaciones causales mediante mecanismos imaginarios. Sin
leyes matemáticas precisas que le guiasen en la construcción de sus
micromecanismos, suponía que habían de ser reproducciones en mi­
niatura de los que conocemos macroscópicamente. Es decir, el hom­
bre que había argüido que la realidad física no tiene por qué coin­
cidir con la que nos revela la experiencia no podía librarse de recu­
rrir a modelos representacionales en los que basar sus explicaciones
mecánicas. Descartes tenía una viva imaginación, e imaginaba con
presteza partículas adecuadas a la forma y movimiento del fenómeno
que se le pusiese delante. Sostenía, por ejemplo, que la facilidad con
que el calor o el viento sacan los líquidos de los cuerpos muestra
que las partículas del agua son largas y flexibles, o que el sabor acre
de los ácidos indica que sus partículas han sido atacadas repetida­
mente por panículas de fuego, hasta adquirir un borde liso y cor­
tante. No sentía que la falta de un criterio con el que juzgar la
validez de las explicaciones de este tipo que postulaba le hiciese
correr el riesgo de equivocarse. Pensaba que había ideado mecanis­
mos invisibles que explicarían las fuerzas más misteriosas y supues­
tamente ocultas de la naturaleza, como las lluvias de sangre, leche,
carne, piedras e inclusos animales 21. La traducción al francés de los
Principios de Filosofía hasta ofrece una explicación mecánica de la
razón de que sangren las heridas de un hombre asesinado cuando se
acerca el asesino al cadáver 22.
Purgar la materia de propiedades no mecánicas conducía a un
resultado más profundo y significativo. Una vez limpia de todo ras­
go orgánico, de toda fuerza interna pues, la materia aparece en varias
de las declaraciones de Descartes totalmente inerte. Los cuerpos,
pues, carecen de fuerza para resistirse al movimiento. La idea de que

20 Y» en 1628, Descartes escribía en las Reglas para la dirección del espíritu: «no
hay nada que haya que conocer en el imán que no consista en ciertas naturalezas
simples, conocidas en y por sí mismas» (A. T., X , pág. 411).
21 Meteorología, Discurso VII, A. T „ VI, pág. 321.
22 Principios de Filosofía, A. T „ IX-2, pág. 309.
Conclusión 483

la materia contiene semejante resistencia es un prejuicio «basado»,


como Descartes le explica a un corresponsal,

en nuestra preocupación con nuestros sentidos, y deriva de que, habiendo


intentado desde pequeños mover cueipos duros y pesados, y habiendo siem­
pre experimentado dificultad, nos hemos convencido desde entonces de que
la dificultad procede de la materia, y es, pues, común a todo cuerpo. Era
más fácil para nosotros suponer esto que damos cuenta de que era sólo el
peso de los cuerpos que intentábamos mover el que nos impedía arrastrarlos,
de lo cual no se sigue que haya de pasar lo mismo con cuerpos que no
tengan ni dureza ni peso zí.

Descartes extrae una consecuencia de la indiferencia de la materia


al movimiento cuando afirma que los cuerpos tienen que moverse a
una velocidad finita. El movimiento y el reposo son discontinuos, y
un cuerpo que empiece a moverse no pasa por todos los grados de
velocidad, al contrario de lo que mantenía Galileo. En la práctica,
sin embargo, Descartes tenía que enfrentarse al hecho de que, como
él mismo reconocía, «el tamaño se opone siempre a la velocidad» z4.
Pero si la materia es totalmentne inerte, ¿cómo puede el tamaño
oponerse a la velocidad? Este problema no se menciona el E l Mun­
do, pero salta a la palestra en los Principios de Filosofía, cuando
Descartes anda tras la formulación de las leyes que gobiernan el
movimiento. Hemos visto en el capítulo doce que intentó desarrollar
un sistema que abarcase toda la mecánica y estuviese basado en la
sola relación de colisión entre cuerpos que se mueven. Sus leyes del
impacto describen la redistribución de velocidades cuando dos ob­
jetos chocan, pero están viciadas de raíz porque Descartes divorcia
cambio de dirección y cambio de velocidad, en otras palabras, por­
que no reconoce el carácter esencialmente vectorial del movimiento.
Como Descartes atribuía instantaneidad al cambio de movimien­
to, la resistencia que admitía no podía conciliarsc con la propiedad
de ser inerte que consideraba era propiedad esencial de la materia.
La resistencia que adscribía a la materia tenía que ser resistencia al
movimiento mismo, y no meramente al cambio de movimiento. El
hecho de que esta incompatibilidad se le escapase a Descartes nos
da idea de la magnitud del cambio conceptual que se escondía bajo*

21 Cana de Descartes a Morin del trece de julio de 1638, A. T „ II, págs. 212-213.
** El Mundo, capítulo ocho, A. T., XI, pág. 51.
484 La magia de los números y el movimiento

su identificación ontológica de movimiento y reposo. En su primera


ley de la naturaleza, Descartes afirmaba que el movimiento, como
el reposo, es un estado, no un proceso, y que por lo tanto el movi­
miento continúa ininterrumpidamente a menos que algún agente ex­
terno le obligue a cambiar. Combinada con su segunda ley de la
naturaleza, «que todo movimiento es de por sí recto», tenemos —se­
gún todas las apariencias— un claro enunciado del principio de iner­
cia. Que no es así, se puede ver en cuanto se presta atención a que
Descartes no se centra en el cambio de movimiento, sino en el mo­
vimiento estacionario. Mientras que nosotros, como Newton, pen­
samos en la caída libre como un modelo de fuerza, es decir, un caso
paradigmático de acción externa que cambia el estado inercial de un
cuerpo, Descartes piensa en la fuerza a partir del modelo de la co­
lisión de dos bolas.
Hemos visto que Descartes pone en las manos de Dios la fiabi­
lidad de nuestro conocimiento del mundo externo. Igualmente, la
simplicidad e inmutabilidad de Dios le sirven para justificar sus leyes
de la naturaleza. La segunda ley, por ejemplo, «sólo depende de que
Dios conserve cada cosa con su acción continua como es en el mis­
mo instante en que la conserva. Ocurre así que entre los movimien­
tos sólo el movimiento recto es enteramente simple y tal que su
naturaleza se comprenda en un instante» 2S. Creo que es en párrafos
como éste en los que conseguimos entender mejor la creencia de
Descartes, tan firmemente arraigada en su espíritu, en la unidad bá­
sica de la ciencia, la metafísica y la teología natural. Sea cual sea el
cambio que ocurra en el mundo, lo causa la acción mecánica, pero
eso no lo hace menos maravilloso. Dios implanta nociones de ma­
teria y movimiento simples y evidentes por sí mismas en el espíritu
humano en el mismo instante en que lo crea. De la misma manera,
Dios produce y mantiene el movimiento de los cuerpos en todos y
cada uno de los instantes en que se estén moviendo. Sin estas no­
ciones dadas por Dios, no podríamos percibir el movimiento, y sin
la intervención directa de Dios, no habría movimiento que percibir.
La magia de los números y el movimiento hunde sus raíces en la
racionalidad trascendental de la Mente Ultima.

25 Ib., capítulo 7, pág. 45.


APENDICE

C ronología de la vida de Descartes

¡596. 31 de Nacimiento de Rene Descartes en La Haye, en la Ture-


marzo na (desde 1802, el pueblo se llama La Haye-Descartes).
Su padre, Joachim Descartes, era consejero del parla­
mento de Bretaña.
1597. ¡3 de Muere la madre de Descartes, Jeanne Brochard.
mayo
1597-1606 Descartes crece con su abuela materna y una nodriza a
la que permanecerá ligado toda su vida.
1606-1615 Estudia en el colegio jesuíta de La Fleche.
1616. 9 y 10 de Recibe el bachillerato y la licenciatura en leyes por la
noviembre Universidad de Poitiers. N o practicará nunca.
1618. Enero Se enrola como voluntario en el ejército de Mauricio de
Nassau en Breda, Holanda.
1618. 10 de Conoce a Isaac Beeckman, para quien escribe el Com-
noviembre pendium Musicae y varios ensayos de física breves.
1619. 30 de Viaja por barco de Amsterdam a Copenhague. Planea via­
abril jar a Danzig y llegar a Bohemia tras cruzar Polonia y
Hungría.
1619. 20 de Festejos de Frankfurt que celebran la coronación del em­
julio-9 de perador Femando. Descartes asiste a pane de ellos.
septiembre

485
486 La magia de los números y el movimiento

1619. ÍO-11 de Descartes está acuartelado en un pequeño pueblo, pro­


noviembre bablemente Ncuburg de Baviera. Tiene tres sueños. Se
interesa por la Rosa Cruz.
1620-1621 N ada se sabe de la vida de Descartes durante estos años.
1622. Abril Descartes vuelve a Francia. Vende parte de la tierra que
había recibido como herencia.
1622- 1623 Pasa el invierno en París, probablemente
1623. Marzo Marcha a Italia. Visita Venecia. Peregrina a Loreto. Lle­
ga a Roma.
1623. Mayo Cruza los Alpes y vuelve a Francia, en donde no había
estado en tres años.
1623- 1628 Reside en Francia, en París sobre todo. Bosqueja las
Reglas para la dirección del espíritu.
1628. 8 de Visita a Beeckman en Dordrecht. Se establece en H o­
octubre landa, pero cambia de residencia a menudo.
1629. 6 de abril Se matricula en la universidad de Franeker.
1629. Octubre Se traslada a Amstcrdam.
1630. 27 de Se matrícula en la universidad de Leyden.
junio
1630-1631 Vive en la Kalverstraat de Amsterdam.
1632. Mayo Se traslada a Deventer para estar cerca de Renerí, su
primer discípulo.
1633. Llega a su conocimeinto la condena de Galileo, y decide
Noviembre no publicar El Mundo, que ya había terminado.
1634 Vuelve a Amsterdam, y se aloja en la calle Westerkerck.
1633 Se traslada a Utrecht, o a una localidad cercana.
1633. 9 de julio Nace Francinc, hija natural de Descartes y una sirviente.
Fue bautizada en la iglesia protestante de Deventer el
veintiocho de julio.
1636. Marzo Descanes va a Leyden a supervisar la impresión de su
primer libro (el Discurso del Método, la Optica, la me­
teorología y la Geometría). Permanece allí hasta la pri­
mavera de 1637.
1637. 8 de junio Publicación anónima del Discurso y los tres tratados que
lo acompañaban
1637. Verano Vive cerca de Alkmacr.
1639. Otoño Se traslada a Haderwick, entre Deventer y Utrecht.
1640. Abril Se traslada a Leyden.
1640. 7 de Francine muere en Amersfon.
septiembre
1640. 17 de Muere el padre de Descanes
octubre
1640. Descanes envía a Mersenne el manuscrito de las Medita­
Noviembre ciones.
Apéndice: Cronología de la vida de Descartes 487

1641. Abril Se traslada a Endegeest, a las afueras de Leyden.


1641. 28 de Publicación de las Meditaciones en París.
agosto
1642 Publicación de las Meditaciones en Amsterdam. Añade
un séptimo conjunto de objeciones y réplicas, y la Carta
a Fr. Dinet.
¡643. Mayo Publicación de la Carta a Gisbert Voét
1643. 1 de Descartes se traslada a Egmond op den Hoef, cerca de
mayo Alkmaer.
1644. Mayo Viaja a Francia.
noviembre
1644. 10 de Se publican en Amsterdam los Principia philosopbiae y
julio la traducción al latín del Discurso del Método, la Optica
y la Meteorología.
1644. Se traslada a Egmond Binnen, cerca de Alkmaer.
Noviembre
1645. 16 de Descartes envía una Carta a los magistrados de Utrecht
junio (que se publicaría en 1656), en la que ataca a Voét.
1646 Se publica la traducción al latín de la Geometría.
1647. Segundo viaje a Francia. Conoce a Pascal.
Junio-octubre
¡6 4 7 Se publica en París la traducción al francés de las Me­
ditaciones y los Principia.
1648. Enero Se publican las Notae in Programma Quoddam, contra
Regius.
1648. 16 de Conversación con Burman.
abril
1648. Tercer y último viaje a Francia.
Mayo-agosto
1649. Febrero La reina Cristina le invita a Estocolmo.
1649. Descanes marcha a Suecia.
Septiembre
1649. Se publicación del Tratado sobre las Pasiones.
Noviembre
1650. 11 de Muere en Estocolmo.
febrero
BIBLIOGRAFIA

La literatura sobre Descartes es vasta, y el propósito de esta bibliografía


es, meramente, el de indicar qué obras han sido más útiles a la hora de
escribir esta obra. Si se quiere una bibligrafía hasta 1960, véase la Biblio-
graphia Cartesiana de G . Sebba, La H aya: 1964. De 1970 en adelante, véase
el «Bulletin Cartésien», que se publica anualmente en los Archives de Phi-
losophie desde 1972.

La edición de referencia de la obra de Descartes es:

Oeuvres de Descartes. Editadas por Charles Adam y Paul Tannery. Trece


volúmenes. (El volumen doce contiene la bibliografía y el índice; el
volumen trece, una biografía de Descartes escrita por Charles Adam).
París, 1987-1913. Los primeros trece volúmenes se revisaron y reimpri­
mieron, París: Vrin, 1964-1974.
H ay una edición excelentemente anotada por Etienne Gilson del Dis-
cours de la méthode: Cuarta edición, París: Vrin, 1967.

Ediciones francesas especialmente útiles:

Regles útiles et claires pour la direction de l’esprit et la recherche de la vériti.


Traducción francesa de las Regulae ad directionem ingenii de Jean-Luc

488
Bibliografía 489

Marión, con notas matemáticas de Pierre Costable. La H aya: Martinus


Nijhoff, 1977.
Exercises pour les élémentes des solides. Edición crítica de Pierre C osu bel
del texto en latín y de la traducción al francés de De Solidorum Ele-
mentis. París: Presses Universitaires de France, 1987.

Traducciones al inglés

Cottingham, J ., Stoothoff, R., y Murdoch, D . The Philosophical Writings of


Descartes, dos volúmenes. Cambridge: Cambridge University Press,
1984. Esta traducción había de sustituir a: Haldane, Elizabeth S. y Ross,
G . R. T. The Philosophical Works of Descartes, dos volúmenes. Cam ­
bridge: Cambridge University Press, 1911, con frecuentes reimpresiones.

Traducciones al inglés de obras sueltas:

Discourse on Method, Optics, Geometry, and Meteorology. Traducción con


introducción de Paul J. OIscamp. Indianápolis: Bobs-Merrill, 1965.
The Geometry of Rene Descartes. Edición facsímil bilingüe, con traducción
de David Eugene Smith y Marcia L. Latham. Lasalle, 111: Open Court,
1925. Reimpresión. Nueva York: Dover, 1954.
The Principies of Philosophy. Traducción con notas de Valentine Rodger
Miller y Reese P. Miller. Dordrecht: D . Reidel, 1983.
Treatise of Man. Texto francés con traducción y comentario de Thomas
Steele Hall. Cambridge, M A: Harvard University Press, 1972.

Traducciones al castellano:

Discurso del Método, Meditaciones Metafísicas, Reglas para la Dirección del


Espíritu, Principios de la Filosofía. Estudio introductivo, análisis de las
obras y notas al texto por Francisco Larroyo. Traducción de Manuel
Machado (revisada) y de Francisco Larroyo (la tabla de los Principios
sólo, que es lo único que de ellos se incluye en este tomo). México:
Editorial Porrúa, 1971.
Tratado del Método. Introducción y notas de Risieri Frondízi.Madrid: Alian­
za Editorial.
Reglas para la dirección del espíritu. Introducción y traducción de Juan
Navarro Cordón. Madrid: Alianza Editorial.
Meditaciones filosóficas con objeciones y respuestas. Traducción, introduc­
ción y notas de Vidal Peña. Madrid: Alfaguara, 1977.
El Mundo o Tratado de la Luz. Estudio introductorio, traducción y notas
490 B ib lio g r a f í a

de Laura Benítez Grobet. México: Universidad Nacional Autónoma,


1986.
Tratado del H om bre. Edición y traducción de Guillermo Quintas. Madrid:
Editora Nacional, 1980.]

Literatura secundaria:

[Incluye las ediciones manejadas por Shea, traducciones al inglés, algunas


de ellas de obras griegas, latinas o francesas]
Adam, Charles. Vie et oeuvres de Descartes. París: Leopold Cerf, 1910.
Addison, Joseph. «N ova Philosophis Veten Preferenda Est», en Works, edi­
tadas por Richard Hurd, nueva edición, seis volúmenes. Londres: Geor-
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INDICE TEMATICO

Addison, Joseph, 473-474 De los Cielos, 20


Aemilius, Antoon, 463 Del Alma, 21
Agrippa, Comelius, 146, 158 Física, 2 0 , 103
Aitón, E.J., 402, 412, 422 Analíticos Posteriores, 20
alquimistas, 148 Analíticos Anteriores, 20
Aleaume, Jacques, 215 Problemas, 115
álgebra, 60, 79, 184 Tópicos, 20
ángulo, Arquímedes, 73, 383
división del, 29 arquitectura, 137
trisección de, 66 -6 8 , 87, 106 aritmética, 72-73, 107, 112, 184, 190, 252
Anselmo de Canterbury, san, 237 Arminius, 26
Apeles, 282 Armogathe, Jean Roben, 24, 253
Apolonio, 73, 97 Amauld, Antoine, 240-241, 254
Cónicas, 83 astrología, 15, 153, 173-174
Aquino, santo Tomás, 21, 193, 364 astronomía, 23, 28, 107, 153, 209, 318,
Aristóteles, 33, 43, 103, 116, 126, 136, 443, 447, 476-477
143, 165, 181, 186, 194-195, 283, 291, atomismo, 123, 127, 181, 206, 366, 374
293, 309, 319, 329, 367, 372, 375, 376, Ausonio, 168
386, 431, 434 autómata, 255, 258, 260, 433, 480
Categorías, 21 Bacon, Francis, 124, 194, 263
Metafísica, 21 Bagno, Guidi di, 147, 185, 446-447
Etica a Nicómano, 21 Baillet, Adrien, 16, 25, 140-144, 147,
De la Generación, 20 161-164, 167-168, 172, 175, 178,
De la Interpretación, 20 182-185, 214, 268, 453-454, 462

499
500 Indice temático

Baliani, Giovanni Batista, 37 Candalle, Franfois de Foix de, 157


Balzac, Guez de, 25, 150, 179, 182, 268, Cardano, Girolamo, 172
276 Camaud, V., 24
Ban, Fran^ois de, 23 Caus, Solomon de, 257
Ban, Jean Albert, 135, 460 causas,
Barberíni, Francesco, 447 eficientes, 261
Barón, Margaret, 103 finales, 263
Baviera, duque de, 140 Chandoux, 147
Beaugrand, Jean de, 181 Chantilly, 179
Beaune, Florimond de, 178, 277, 376 Chanut, Héctor Pierre, 11, 179, 362
Beck. L.J., 195 Charlet, Etienne, 16
Beeckman, Isaac, 25, 32-33, 39-41, 44, Charron, 262
51-52, 56-57, 59,65,68. 71, 79, 87,90, Chátelerault, 177-178
104, 107-108, 111-112, 115-126. 129, Chauveau, Fran$ois, 17
146, 147, 150, 158, 184-185, 198, 202, Cristina, Reina de Suecia, 12, 18, 364,
218, 223-227, 232, 266, 278, 280, 324, 408, 471
329, 408-412, 434, 439, 443, 474 Cicerón, 171
Berkeley, George, 376 Ciermans, Jean, 295-303
Berkel, Klaas van, 26 círculo, 71-74, 8 8 , 90-91, 104
Bérulle, cardenal de, 147, 176, 178, 185, Claves, Etienne de, 181
233 Clavius, Christopher, 2 0 , 76, 99
Biblia, 21,28, 153,261,371-374, 443,470 Clerselier, Claude, 11, 160
Bitault, Jean, 181 Cohén, 1. Bernard, 12
Bloemaert, Augustin, 460 Cohén, H.F., 108, 111,116-117,124,125,
Boésset, Antoine, 135 128
como autómata. Véase autómata, Coimbra, 21, 293
celeste. 173-174, 284, 371 Conimbricenses, 21-22, 320
terrestre, 173 colores, 207-208, 247, 254, 295-2%,
Bois-le-Duc, 22, 466 303, 311, 315, 320-325
Bolonia, Universidad de, 26 Colegio romano, 21
Borel, Pierre, 141 Colvius, Andreas, 117, 129, 138
Bos. H.J.M., 91 Commandino, Frederico, 63, 81, 95
Bouliau, Ismael, 445 compás, 59-60, 64-73, 76-79, 92, 101,
Boyer, Cari, 312 105-106, 152, 202-203, 216-217, 272
Brahe, Tycho, 153 cónicas, intersección de, 89-90, 96, 104
Bramer, Benjamin, 153 coordenadas cartesianas, 82, %
Breda, 25, 29, 59, 466 Copémico, Nicolás, 26, 446
Brocard, Reñí, 176 Copell, Guillaume, 108
Brochard, Jeanne, 16 Comedle, Pierre, 471
Bruno, Giordano, 176 corpuscular, teoría, 111, 207-208, 254,
Buchdahl, Gerd, 12, 252, 383, 477 367
Burman. Frans, 162, 255, 433 Costabe!, Pierre, 12, 214, 222, 339, 410
cadena, problema de la, 59 Cowper, Alexander, 67
Caen, Universidad, de, 26 Cratippus, 171
caída de los cuerpos, 26, 31, 32, 36, 40, cualidades secundarias, 207, 249, 254
46, 48-49, 324, 433-439 cuarto grado, ecuaciones de, 87, 91
calvinistas, 25 cubo,
Campanella, Tommaso, 166 duplicación del, 61-62, 6 6 , 106
Índice temático SOI

ecuaciones cúbicas, 6 8 , 72, 87, 91 Olympica, 91


cuerpo, 246 Optica, 19, 54, 58, 100-103, 159-160,
curva, 72-73, 93-94, 100-103 192, 209, 216-221, 224-230, 265,
clasificación de las, 92, 104 277-283,287,295,298-299,315-346,
concoide, 76 383, 384
construcción por puntos, 96-97 Pasiones del Alma, 19, 178, 260, 384
cuadratriz, 72, 75-76, 97 Physico-matkematica, 40, 46, 52
elipse, 104 Principios de Filosofía, 19, 56, 161, 165,
hipérbola, 73, 82, 102, 216-217, 206, 233, 243-247, 355, 360-365,
223-226, 271-272, 278 371, 374, 384, 390-396, 404, 412,
óvalo, 103 417-424, 446-451, 470-471, 478-482
movimiento simple y continuo, 71, 75, Reglas para la dirección del espíritu,
92-93, 96, 100-101 77-78, 120, 134, 145, 149, 173,
parábola, 73, 79, 83-84, 88 , 90-91, 96, 185-196, 200-209, 235, 236, 252,
104, 203, 439 263, 288, 316-319, 352, 376
representación de, 77, 93 anatomía, 428
Dee, John, 157 argumentos de designio, 261
Délos, 61 Dios,
Descartes, Francine, 454 argumento ontológico, 237-238, 365
Descartes, Jeanne, 141 creación, 375, 379
Descartes, Joachim, 16 esencia de, 40, 240-241, 349, 364,
Descartes, Rene, 366, 369-370, 373, 387-392, 419,
Cogitationes Prwatae, 18, 33, 39, 42, 450, 464, 480, 484
52, 59-60, 64-65, 70, 117-118, inmutabilidad de,
146-149,152-153,156-158,164,166, duda, 192, 235-236, 238, 242-243, 252,
280, 343, 367 464
C om p en diu m M u sicae, 2 6 , 63, fideísmo, 243-246, 252, 258, 263
107-108, 112, 115-117, 122, 125, glándula pineal, 258-259, 384
130-131, 164 ideas innatas, 237-238, 245, 248, 420
D escripción del Cuerpo H um ano, lengua universal, 150, 237
431-432 luz, 128, 292, 295-298, 315-319,
De Studio Bonae mentís, 145 325-327, 334, 340, 344, 371, 384,
Discurso del Método, 19, 146-147, 150, 402, 474
159-160, 164, 168, 177, 183, 234, transm isión instantánea de la,
240-246, 260, 295, 315, 346-347, 292-297, 319, 408-409
408, 426-428, 464, 477 matrimonio, 178
Geometría, 15, 19, 60, 71-77, 87, 90, medicina, 160, 171, 185
93-97, 101-104, 188-189, 196, 295, mesolabio, 64
408-409, 453-458, 461 nemotécnica, 146-147
Le Monde, 28, 199, 209, 259-261,291. plagio, 128-130, 219
296, 316, 331, 349, 353-364, plenitud, 291-292, 361, 387, 434, 476
369-376, 379, 387-404, 412, 417, prolongación de la vida, 182, 185
434-435, 442-443, 450, 482, 483 rosacrucianos, véase rosacrucianos,
Meditaciones, 19-21,178,234,239-246, 236, 240-241, 260-261, 382, 384,
248, 254, 258, 260, 263, 365-366, 422, 450, 464, 470
379, 382, 385, 462-464 sus sueños, 167-172, 175, 323
Meteorología, 19, 287-295, 302, 303, vacío, 23, 32, 50
315, 328, 348, 455, 477 Desmarets, Samuel, 466
502 Indice temático

Dhombrcs, Jean, 92 Frederik V., 140


Dinet, Jacques, 465, 467 Galeno, 144
Dominis, Marcantonio, 176 Galilei, G alileo, 18,28,129-130,134,153,
Dordrccht, 26, 87, 120, 125, 184, 232 158, 205-208, 249, 339, 343, 382-383,
Eastwood, Bruce, 384 394-395, 403, 417, 420, 434, 439-441,
Elderen, Abraham van, 125 474, 482
elementos, 291, 296, 352, 359, 393, 404, Diálogo sobre los dos sistemas del mun­
424, 482 do m ás im portantes, 128, 404,
Elichman, Johann, 454 434-435, 442-443, 456
Elzevier, 470 Discursos sobre dos nuevas ciencias, 42,
Empédocles, 319 130, 436
empirismo, 209 ley de la caída libre, 34-36, 41, 48
Empiricus, Sextus, 168 telescopio, 28-29
Enrique IV, 18, 108 Galilei, Vicenzo, 108, 111
Eratóstenes, 64 Gibe, Liider, 152, 155
¿tica, 128, 233, 368 Gassendi, Picrre, 123, 163, 250, 253, 263,
Elementos, 73, 104 277-279, 443
estética, 113, 133, 134 Garasse, Fran^ois, 143, 180
Eudides, 73, 8 6 , 149, 440 geometría, 41, 70-73, 78-79, 86-93, 102,
Eutocius, 81 104-106, 112, 120, 152, 184, 189,
experim en tos, 326, 352, 355, 378, 235-236, 248-252, 325, 333, 335,
410-412, 424, 430. 438, 440, 481 348-349, 366, 395, 408, 476-477
experimento mental, 33, 43 Víase también curva;
Fabri, Honoré, 37 Descartes, René,
Faulhaber, Johann, 140, 150-157, 168 Gibieuf, Guillaume, 178, 234, 277, 360
Femando II, 140
Gilbcrt, William, 205, 422-423
Fermat, Pierrc, 103, 332, 409
Gillot, Jean, 461
Ferrier, Jean, 149, 178, 215-217, 220-224,
265-279, 315, 335, 347, 453 Gilson, Etienne, 163
filosofía, Giugni, Vicenzo, 18
aristotélica, 21-23 Golis (Gool), Jakob, 95, 213, 453-459
escolástica, 21-22, 194-195, 207, 255, Gouhier, Henri, 156, 171
292, 364-369, 391, 435 Granger, Gilíes Gastón, 92
mecánica, 174, 313-314, 433 gravedad, 33, 36, 40-42, 48, 433, 461
natural, 227, 252, 282, 293, 350, 382, Gregorio XV, Papa, 176
445, 473 Gutschoven, Gerard von, 461
física, 21, 23, 33, 43, 234, 238, 248, 263, Halley, Edmund, 312
325-328, 349, 355, 366-367, 371-372, Hardy, Claude, 95, 178
376, 391, 470, 476 Harvey, William, 429, 431, 464, 475
Flemming, Claudius, 471 Harmcnsen, Jakob, 26
Flourens, Philippe, 473 Heath, Thomas, 64
Fludd, Robert, 162 Hebenstreit, Johann Baptist, 154-155
Fontanier, Jean, 179 Heereboord, Adriaan, 24, 453
Fonseca, Pedro de. 20 Hegel, Georg Wilhelm Friedrich, 392
Fouquet, Guillaume, 17 Heidamus, Abraham, 453
Foumet, Franfois, 22 Helmont, J.B. Van, 172
Fran^ois, Jean, 23 Hentisbury, John, 157
Franeker, 232, 265-266, 273-274 hermético-cabalista, tradición, 71-92,
Indice temático 503

150, 153, 156-157, 166, 168, 173, Lovaina, Universidad de, 454, 462
178-179 Louvre, 267
Heuraet, Heinrích van, 103 Luis XIII, 108
Hipócrates de Quíos, 62 Lutero, Martín, 153
Hobbes, Thomas, 330, 345, 409 Llull, Ramón, 71, 146-147
Hogelande, Comelius, 453, 472 magia, posibilidad de, 26
Homero: ¡liad a, 312 magnetismo, 205, 316, 412, 423-424
Hortcnsius, Martin van den Hove, 117, Maire, Jan, 456, 457
443 Maizeaux, A. Des, 161
Huet, Pierre-Daniel, 167 Malapert, Charles, 18
Huygens, Christiaan, 111, 212, 216, 402, Maquiavelo, Nicolás, 108, 462
454 Marión, Jean-Luc, 24
Huygens, Constantin, 19, 112, 120, 161, María, Bendita Virgen, 22
166. 215, 278, 280, 383, 409, 438, 440, matemáticas, 21-22, 25-30, 46-47, 59, 72,
470 108, 112, 119, 134, 178, 187-191,
hidrostática, 41-55, 324, 408 199-202, 206, 209, 215, 227, 236,
Ignacio de Loyola, san, 239-240, 243, 244, 251-252, 268-269,
Ratio Studiorum, 20-21 277, 282, 295, 306, 330-331, 346, 375,
ímpetu, teoría medieval, 40, 47-48 392, 435, 442-443, 453, 458, 462, 476,
inercia, ley de la, 43, 295, 303, 325, 387, 478, 481
392, 412, 417-420, 450-453, 484 medias proporcionales, 59, 61, 64-65,
Isabel, Princesa, 51, 8 6 , 107, 172, 178, 74, 77-83, 87, 92-93, 184-185, 191,
251, 266, 366, 408, 433, 454, 459, 201-202, 252
462-464, 471 materia, 36, 244-252, 260-263, 291-292,
Jans, Hiljena, 455 296-298, 316, 323, 325, 343, 348,
jesuítas, 16-17, 22 350-384, 393, 3%, 402-404, 412, 417,
Johnson, Samuel, 376 420, 424, 426
júpiter, 18, 28 extensión, 100, 109, 192-194, 198-199,
Kant, Immanucl, 252 207, 247-255
Keats, John, 314 figura, 192-194, 199,206.250-251,328
Kepler, Johann, 154-155, 205, 219-220, problema de la qnies media, 329
226, 293, 319-320, 395 Mauricio, príncipe de Nassau, 25
Koyré, Alcxander, 32, 448 Maurolico, Francesco, 283-284
La Fliche, 17-18, 22-23, 107, 168, 349, mecánica, 26, 33, 233, 355, 375-376,
367 430-434, 473, 477, 481-482
La Haye-Dcscartes, 15-16 Médicis, María de, 18-19, 108
La Rochellc, 63 Menaechmus, 62, 81
Lavoisier, Antoine Laurent, 353 Mersenne, Marín, 17, 21, 48, 52, 62,
Leibniz, Gottfried Wilhelm, 95,103, 168, 83-84, 94, 112, 117, 120-125, 128,
214, 237, 369, 418-419 130-137, 142, 146, 150, J58, 163,T 73*
Leurechon, Jean, 281, 284 178, 181, 183, 214-2*5, 21 í . 233-233,
Le Vasseur, Guillaume, 214 237-241, 259-260/269, 273-277, 282,
Le Vasseur, Nicolás, 163, 183, 214-215 296, 324, 329-33^ 039, 345, 349; 355,
Leyden, 24, 164, 212, 259, 453, 455, 461 360, 364, 367-373, 376, 379, 382-383,
Lipstorp, Daniel, 152, 167 393, 402, 404, 410, 420, 429, 433,
lógica, 21-22, 189, 195, 346 434-440, 442-446, 450, 455, 458, 461,
deducción, 244 465-474, 478, 481
longitud en el mar, 28-29 metafísica, 21, 233, 239, 243-244, 266,
504 Indice temático

279, 282, 316, 355, 382, 476, 484 óptica, 142, 182, 213,233,265, 266, 279,
Metius, Ad rilen, 265 316, 478
Metíus, Jacob, 265 arco iris, 268, 280-286, 295, 306-312
Middelburg, 26, 120, 139, 184 parhelios, 233, 279-280, 315
Minerva, iglesia de, 176 prisma, 221, 287-288, 2%, 301, 306
Molland, A.G., 72, 96 Orange, príncipe de, 454, 467
Montaigne, Michel de. Ovidio, Metamorfosis, 19
Ensayos, 262 palanca, 52-53, 57, 383
Montaña Blanca, batalla de la, 140 Pappus de Alejandría, 63, 73, 95-96,
Montmorency, Duque de. 179 105-106, 453
More, Henry, 243, 251, 260, 449-450 Paracelso, 144
Morin, Jean-Baptiste, 178, 215, 268, 273, parlamento de Bretaña, 16
278, 297-302 parlamento de París, 180
m ovim iento, 32-35, 48, 193, 206, Pascal, Blaise, 23, 172, 445, 469
249-252, 292, 298-301, 316-326, 343, péndulo, longitud del, 48
348, 350-385, 387, 390, 396, 407, 412, Petit, Claude, 409
417-420, 447-451, 458, 465, 478-484 parábola cartesiana, 97, 104
música, 27, 63, 107 Picot, Claude, 161, 416, 469
amónicos, 112 Pirro, André, 115
cadencias, 108 Pitágoras, 109-110, 159, 165, 170
consonancia, 26, 31, 63, 83, 109-110, Pitia, 29
112-113, 116, 119-120, 126, 129, Pitius, 29
131, 134, 184 planetas, 393-397
cuerda dividida, 62, 108-115 Platón, 115, 356-357, 422
disonancia, 110, 112, 131 Plempis, Vopiscus-Fortunatus, 164, 262,
escala, 83, 108, 112, 116-117 295, 430-431, 454
intervalos, 108-112, 116-117, 130-133 Plinio, 282
polifonía, 110 Poisson, Nicolás, 167
resonancia, 115, 117 Poitiers, 16, 24, 177
semitono, 109-110, 115 Poitou, 30
solfeo, 117 Polibio, 156
sonido, 111 Profirió, 20
sostenidos, 107-108 Porta, Giambattista delta, 158, 164-165,
temperamentos, 111 280, 313
tono, 132-137 Praga, Defenestración de, 139
tono entero, 108 presión del agua, 31, 52-53, 57
Mydorge, Claude, 84-86, 141, 145, 178, Primerose, John, 464
182, 214-215, 225, 265-266, 271-272, Prodo, 73
277, 282, 339, 347 Rembrantsz, Dirck, 462
naturaleza, poderes ocultos de la, 31 Reneri, Henri, 24, 260, 280, 357, 408,
naturalezas simples, 194-197, 209, 237 454, 461, 463
Naudé, Gabriel, 142, 157, 446 Revius, Jacob, 468
Neil, William, 103 Richelieu, cardenal, 278
Newcastle, marqués de, 161, 260, 262 Rochemonteix, Camille de, 18, 169
Newton, Isaac, 43, 143, 154, 250, 304, Riennes, Jean de, 23
312, 387, 391-392, 413, 452, 473, 484 Rivet, André, 120
Niceron, Fran^ois, 278 Roberval, Gilíes, 84-85, 409, 481
Noel, Etienne, 22 Rosencreutz, Chrístian, 143-144
Indice temático 505

rosacrucianos, 16, 142-144, 148-150, Tregua de los Doce Anos, 25


155-157, 161-163, 166, 171, 179, 343, Trevisani, Francesco, 172
393, 478 Trismegisto, Hermes, 157
Fama Fratem itatis, 144, 149, 163 Turena, 15
Rossi, Paolo, 12, 148, 151 Urbano VII, 447
Roth, Peter, 153 Utrecht, 259, 454
Roy, Henri de (Regius), 259, 430, 463 vacío, 42, 45, 291, 355-361, 393, 407,
Rubius, Antonius, 21 433-441
Sabra, I.B., 384 Vanini, Lucilio, 180
Saín, Jeanne, 16 Vatier, Antoine, 349, 384, 443, 478
Sain, M., 175 Vaughan, Thomas, 143
Saint Paul, Eustache de, el Feuillant., 21, velocidad, 33,40,42,46-47,51-52,56-57,
320 74, 195, 293, 297, 353, 375, 402, 413,
Sarpi, Paolo, 45 417, 476, 482
Saumaise, Claude de, 164, 457 Véron, Fran^ois, 22
Scheiner, Chistoph, 279, 282 Viau, Théophile, 179
Schenkel, Lamben, 147, 148 Viéte, Fran$ois, 77
Schickhard, Wilhelm, 154 Villebressieu, Etienne de, 178
Schlutter, Henri, 461 Villon, Antoine, 180
Schook, Manin, 167, 465, 467 Voetius, Gisbert, 463-465
Schootcn, Frans van, el Viejo, 64, 453 Vorstius, Adolfus, 453
Schooten, Frans van, el Joven, 15, 25, vórtice, 393-403, 424, 435
346, 458 Vossius, Isaac, 212
Schuurman, Anna-Maria van, 372 VuiUemin, Juies, 91
sentidos, 248-251, 350, 351, 356, 430 Waard, Comelis de, 26, 410
sistema solar, 394-397 Waesberge, Jan van, 465
Shakespeare, William, 235 Walckenburg, Adriaan van, 258
Snell, Willibrod, 212-213 Walker, D.P., 135
Sócrates, 172 Wassehaer, Jacob van, 459
Sorbiere, Samuel, 460 Waterbaet, Lamben Van den, 468
Sorbona, 180 Wehe, Simbert, 155
Soucy, Fran(ois de, 181 Westfall, R.S., 12, 391, 452
Stampioen, Johan Jansz, 458, 463 Whewell, William, 392
Stevin, Simón, 52 Wilhelm, David le Lende, 454
Swineshead, Richard, 157 Williams, Bemard, 246
Tarde, Jean, 18 Witelo, 283
telescopio, 28-29, 159,265, 273-278, 315, Yates, Francés, 143, 146, 148, 158
462 Yvon, Paul, 63
Thuillerie, Gaspar Cognet de la, 467 Zarlino, Gioseffo, 64, 108; T I0-1IV, 116
Tiberio, 169 Dimostrazioni H prftytlistbé, 64
Toledo, Francisco (Tolestus), 21 Istiluz 'um i Harrnoftucbe, 64, 107
Tolomeo, 110 , 386 síntonon, 1 1 0 '
transubstanciación, doctrina de la, Zizka, Jan, 165/
254-255
s
3412746

suele presentar a Descartes


como un filósofo racionalista que. desde el encierro en su gabinete,
inventó un sistema metafísico del que pretendía derivar a priori la
estructura y detalles del mundo físico. Es una simplificación incorrecta
que no hace justicia a la figura más influyente de la Revolución Cien­
tífica. Descartes no sólo marcó el nuevo rumbo del estudio matemá­
tico del mundo natural y del hombre, sino que además inauguró la
filosofía moderna. Esto es. Descartes no sólo hizo contribuciones re­
volucionarias en el campo de las matemáticas o la física con la ley de
inercia, las leyes mecánicas de impacto, la ley de refracción y la ex­
plicación del arco iris, sino que además revolucionó la manera de
hacer interactuar matemáticas, ciencia y filosofía para construir una
visión global del mundo natural y humano nunca logrado desde los
tiempos de Aristóteles, marcando una profunda huella sobre los siglos
venideros. LA MAGIA DE LOS NUMEROS Y EL MOVIMIENTO
ofrece un cuadro completo y complejo de un genio que llenó una
época de genios en la que, por última vez, un sabio podía tomar el
conocimiento en su conjunto como su campo de especialización.
W. R. SHEA estudia la formación intelectual de Descartes, desde el
colegio de jesuítas hasta su vida en Holanda, donde se alistó en el
ejército y conoció a Isaac Beechman, quien estimuló su interés por
las matemáticas y la física, sin olvidar las influencias oscuras de los
Rosacruces. Otrqs capítulos se ocupan de sus contribuciones en el
campo de la geometría, la óptica, la música, la mecánica, la filosofía
y la metafísica, recuperando el aliento unitario y orgánico del pensa­
miento cartesiano.
Alianza Editorial
ISBN 8 4 - 2 0 6 - 2 7 4 6 - 1

Cubierta: Angel Uriartc

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