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1.
De allí la segunda pérdida. Si Herder pensó que la vida histórica sólo podía
darse en Europa, hoy resulta patente que ya no existen culturas metropolitanas
y mucho menos culturas homogéneas. La historia se ha vuelto universal, sólo
porque se ha vuelto concreta, y al no haber centralismos, todos somos
excéntricos, que es, quizás, la única manera actual de ser universal.
Pues la tercera falsa opción de los años cincuenta, la que oponía compromiso
político a irresponsabilidad artística o formal, también sucumbió a las nuevas
voces de la novela potencial. Por más que un noelista -pienso en Nadine
Gordimer, en Africa del Sur, Achebe en el Africa Negra o Gyorgy Konrad en
Hungría- esté inmerso en una lucha política aguda, su compromiso carece de
importancia literaria si no llega acompañado de imaginación y lenguaje. Pero la
ausencia de una militancia política no sustrae el valor social o político a una
obra narrativa, pues ésta, mientras más valores literarios reúna, mejor cumple
la función generosa que Milan Kundera le atribuye: redefinir perpetuamente a
los seres humanos,; a las respuestas prefabricadas de la ideología.
Dicho de oro modo: el punto donde la novela concilia sus funciones estéticas y
sociales se encuentra en el descubrimiento de lo invisible, de lo no dicho, de lo
olvidado, de lo marginado, de lo perseguido, haciéndolo, además, no en
necesaria consonancia, sino, muy probablemente, como excepción a los
valores de la nación oficial, a las razones de la política reiterativa y aun al
progreso como ascenso inevitable y descontado. Excepción, cuando no
oposición. La coincidencia del escritor con la legitimación histórica del poder,
que fue la norma de la antigüedad clásica y aun de ciertas modernidades
progresistas, no será ya posible. Ha triunfado Don Quijote: Nunca más debe
haber una sola voz o una sola lectura. La imaginación es real y sus lenguajes
son múltiples. Ha triunfado Ulises, en su largo viaje de Troya a Dublín: El
mundo cotidiano es desconocido; el mundo desconocido es cotidiano. La
Odisea pasa por México y Buenos Aires.
2.
Nadie ha definido mejor, al nivel teórico, esta nueva fase de la novela que Mijail
Bajtín. En una era de lenguajes conflictivos - información instantánea, sí,
integración económica global también, mucha estadística y escaso
conocimiento- la novela es, será y deberá ser uno de esos lenguajes. Pero
sobre todo, deberá ser la arena donde todos ellos pueden darse cita. La
novela no sólo como encuentro de personajes, sino como encuentro de
lenguajes, de tiempos históricos distantes y de civilizaciones que, de otra
manera, no tendrían oportunidad de relacionarse. Este fue el criterio que me
guió, notablemente , en la redacción de Terra Nostra.
Pero otras de mis novelas, Terra Nostra. Una familia lejana, La Campaña, más
velozmente me conducen a la tercer propuesta de la relación entre tradición y
creación. Abierta hacia el futuro, la novela exige, para serlo plenamente,
idéntica apertura hacia el pasado. No hay futuro vivo con un pasado muerto.
Pues el pasado no es la tradición rígida, sagrada, intocable, invocada por los
ayatolás para condenar a Salman Rushdie. Todo lo contrario: la tradición y el
pasado sólo son reales cuando son tocados -y a veces avasallados-por la
imaginación poética del presente.
Esto necesitaba ser dicho, y lo está diciendo la novela de una manera que no
podría ser dicha sino mediante este concepto amplio, conflictivo y generoso de
la verbalidad narrativa que aquí he tratado de apuntar.
La nueva novela, igualmente , nos dice que el pasado puede ser la novedad
más grande de todas.
En su cuento Pierre Menard, autor de Don Quijote, Borges sugirió que una
nueva lectura de un texto es también una nueva escritura de ese texto, que
ahora espera en el anaquel, junto con todo lo ocurrido entre su primero y su
próximo lector.
Estos son los tiempos del otro, incluyendo al otro que sólo lo es porque no
hemos atendido la súplica de Willian Faulkner: “Todo es presente, ¿entiendes?
Ayer no terminará sino mañana, y mañana empezó hace diez mil años”.
Estos son los tiempos que hacen de cada conciencia individual la heredera y
mantenedora de la tradición y la creación parejas: “No puedo moverme sin
desalojar el peso de los siglos”, escribe Virginia Woolf en su libro, Las olas,
donde la novela recupera su radicalismo poético para decirnos que no hay
tradición que sobreviva sin nueva creación que la aliente, pero tampoco hay
creación que prospere sin una tradición en la cual radicarse.
Más que una respuesta, la novela es una pregunta crítica acerca del mundo,
pero también acerca de ella misma. La novela es, a la vez, arte del
cuestionamiento y cuestionamiento del arte. No han inventado las sociedades
humanas instrumento mejor o más completo de crítica global, creativa, interna
y externa, objetiva y subjetiva, individual y colectiva, que el arte de la novela.
Pues la novela es el arte que gana el derecho de criticar al mundo sólo si
primero se critica a sí misma. Y lo hace con la más vulgar, gastada, común y
corriente de las monedas: la verbalidad, que es de todos o no es de nadie.
Leer una novela: Acto amatorio, que nos enseña a querer mejor.