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Carta de San Pablo a los efesios

Esquema de la carta
Introducció n (1,1-2).
Saludo epistolar (1,1-2).

I. El misterio o plan divino de salvació n (1,3-3,21)


a) El misterio, en los designios eternos de Dios (1,3-14).
b) El misterio, realizado en la Iglesia (1,15-2,22).
c) El misterio, anunciado por Pablo (3,1-21).

II. Consecuencias morales (4,1-6,20).


a) Unidad en la variedad (4,1-16).
b) Pureza de vida (4,17-5,20).
c) La familia cristiana (5,21-6,9).
d) La armadura espiritual (6,10-20).

Epílogo (6,21-24).
Noticias personales (6,21-22) y bendició n final (6,23-24).

I. El misterio o plan divino de salvación (1,3-3,21)

Cap. 1
o Ef 1,3-14: Alabanza y bendición de Dios por la salvación en Cristo.

En este texto, encontramos un himno de alabanza y bendición (“eulogía” en griego o berakah en hebreo)
dirigido al Padre quien, siendo origen de todo, es en primer lugar el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Pero en
su totalidad se puede ver que la alabanza es a toda la Trinidad, donde se destaca que la obra de salvación es
universal, ya que involucra a todas las creaturas, las de la tierra y las del cielo. Se presentan momentos
centrales de la historia de la salvación: la elección eterna y gratuita de Dios de los que participarán de su
santidad (1,4-6); la liberación por Cristo y sus dones (1,7-8); la realización del “ misterio”: la salvación y
recapitulación de todo en Cristo (1,9-10) y el don del Espíritu y la herencia celestial (1,11-14). Obra de Dios
Padre es tanto el designio de salvar, determinado antes de la creación del mundo, como la adquisición de hijos
adoptivos que heredarán su Reino, antes solo para Israel. El ser hijos de Dios se obtiene por la obediencia y
méritos del Hijo, “el Amado” (1,6), que derramó su sangre en la cruz, expresión que sintetiza la obra redentora
de Dios por Cristo (1,7; Rom 5,10), por él, Dios nos perdona y en él recapitula toda criatura al constituirlo
cabeza del universo (Ef 1,10). Nada ha ocurrido por iniciativa o mérito humano, sino por la acción del Espíritu
Santo, que es sello y garantía de la nueva condición adquirida (4,30). Dios es bendecido y alabado no solo por la
boca de sus hijos e hijas, sino porque ellos mismos han sido convertidos en himno de alabanza para gloria de
Dios salvador (1,6.12.14).
Los temas que presenta son:

 Elección o predestinación: “Él nos eligió en Cristo, antes de la creación del mundo (1,4)”; “Él nos ha
destinado por medio de Jesucristo… (1,5); “Nosotros, los que ya estábamos destinados conforme al
designio de Dios (1,11).

 Adopción filial: “Él nos ha destinado por medio de Jesucristo a ser sus hijos por adopción (1,5)”;
“hemos sido constituido herederos en Cristo (1,11).

 Revelación del misterio: “Por su bondad [Dios Padre] nos dio a conocer el misterio de su voluntad que
él se propuso en Cristo: llevar a cabo su proyecto salvador en la plenitud de los tiempos,
recapitulando en Cristo todos los seres, los de los cielos y los de la tierra” (1,9-10).

 La redención de los pecados por medio de la cruz: “En su Hijo, por medio de su sangre, alcanzamos la
liberación el perdón de los pecados” (1,7).

Luego, en los versículos restantes del 1° cap. desde el v.15-23 sigue una acción de gracias y una oración de
intercesión para que los lectores acepten el misterio de Dios, es decir, el misterio de Cristo. Pablo pone especial
énfasis en la necesidad de tener un conocimiento profundo de Dios, de su poder y fuerza salvadora, y de toda
la riqueza que él encierra. Su fuerza, poder y amor, puede reconocerse en la persona del Hijo que, en
obediencia al Padre y a su designio eterno de salvación, derramó su sangre en la cruz en favor nuestro, y fue
resucitado y sentado a su derecha, por encima de todo (1,20-22). Finalmente en los v.22-23 se introducen dos
conceptos o imágenes que presenta Pablo también en la carta a los Colosenses: Cristo CABEZA de la Iglesia, y
ella CUERPO de Cristo.

 (soma) La Iglesia, cuerpo de Cristo.


San Pablo utiliza este término también en otras cartas: 1 Cor 10,17; 12,12-27; Rom 12,4-5; Col 1,18.24;
2,19; 3,15; Ef 1,23; 2,15; 3,6; 4,4.12-16; 5,23. Esta imagen aplicada a la Iglesia, evoca sobre todo la idea de
unidad de los cristianos con Cristo y, como consecuencia, la de la unidad de los cristianos entre sí (cf. Gál 2,20;
3,28). En las epístolas de la cautividad Pablo está mirando a la intimidad de relaciones entre Cristo y su Iglesia,
haciendo resaltar que Él es quien dirige y da vida a la Iglesia, cuerpo al que somos integrados por el bautismo.
El deber de la iglesia como cuerpo es permanecer bien unida a Cristo. De esta forma se asegura la unidad: Ef
2,16; 4,14; Col 3,15. Para el crecimiento y buen funcionamiento del cuerpo, se necesitan articulaciones (Col
2,19 y Ef 4,15s); con esta imagen se designan a los ministros del evangelio.

En Colosenses y Efesios la palabra cuerpo remite varias veces a la concepción del mundo como un
cuerpo cuyas partes son solidarias entre sí. En este sentido Col 1,18 presenta a Cristo como cabeza del cuerpo,
en el contexto de la creación del universo. Pero la precisión “de la Iglesia” nos conduce de nuevo a un
horizonte más familiar: la Iglesia es su cuerpo (Ef 1,23), que goza de acción constante. Como dice Ef 5,23 Cristo
es el Salvador de su cuerpo, cuyos miembros somos (Ef 5,30) Y lo es porque él mismo ha tomado un “cuerpo de
carne” (Col 1,22).
 (kephalé): Cristo, cabeza de la Iglesia.
Este es un nuevo aspecto que aparece en Colosenses y Efesios, que no está en Cor-Rom, el término
“cabeza”, aplicado a Cristo. El significado de esta palabra se puede mirar y complementar desde la perspectiva
helenista y semítica que Pablo posee. En la cultura griega el término “cabeza” es entendido en un ámbito más
bien corporal (fisiológico) y se la identificaba con ser el principio vital de todo el organismo, el centro que
promueve el crecimiento de todo el cuerpo. Y en el contexto semítico el concepto de “cabeza” se asocia al que
tiene la autoridad, al jefe o al que ocupa un lugar preeminente. Así, Pablo quiere explicar por medio de esta
imagen, que Jesucristo es nuestro Salvador, Señor y “jefe” de toda la Iglesia, por lo tanto de todos los que la
integran, y principio vital que anima todo este cuerpo eclesial.

significa lo que está lleno, la plenitud, y se opone a lo que está vacío (kenoma). Este término
tiene la capacidad de designar al mismo tiempo lo que llena y lo que está lleno. Alusiones a él podemos
encontrarlas tanto en el A.T ( 1 Re 8,11; Is 6,3; Jr 23,24; Sal 139; sab 1,7) como en el Nuevo (Mc 1,15; Jn 1,16).

Antiguo Testamento:
- 1 Re 8,11: “los sacerdotes no pudieron permanecer ante la nube para completar su servicio, pues la
gloria de Yahvé llenaba el templo…”.
- Is 6,3: “uno a otro se gritaban: “Santo, santo, santo, Yahvé Sebaot: llena está toda la tierra de su
gloria”.
- Jr 23,24: “¿O pensará alguien ocultarse en escondite donde yo no le vea? –oráculo de Yahvé- ¿No lleno
yo el cielo y la tierra?”.
- Sal 139: “Señor, tú me sondeas y me conoces…”1.
- sab 1,7: “Porque el Espíritu del Señor llena la tierra, lo contiene todo y conoce cada voz.”

Nuevo Testamento:
- Mc 1,15: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios ha llegado…”
- Jn 1,16: “De su plenitud hemos recibido todos gracia tras gracia”.

En Colosenses y Efesios se encuentran:


- Quiso Dios hacer que habitara el él toda la plenitud (Col 1,19).
- Porque en él habita toda la plenitud de la divinidad, corporalmente (Col 2,9).
- Llevar los tiempos a su cumplimiento, reunir el universo entero bajo una sola cabeza, Cristo (Ef 1,10).
- La Iglesia que es su cuerpo, la plenitud de Aquel a quien Dios mismo llena totalmente (Ef 1,23).
- Para que seáis colmados hasta recibir toda la plenitud de Dios (Ef 3, 19).
- Llegar todos juntos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al estado de adultos, a la
talla de Cristo en su plenitud (Ef 4,13).

1
Salmo que presenta la ciencia de Dios como una presencia total, su sabiduría domina el tiempo y el espacio.
Cap. 2
o Ef 2, 1-10 De la muerte a la vida en Cristo.

En este pasaje San Pablo continúa insistiendo en las profundidades del misterio de Dios recurriendo a
situaciones o ejemplos concretos donde queda expresada la situación del hombre antes de ser alcanzado por la
salvación de Jesucristo, que hemos recibido en virtud del amor y misericordia de Dios. Antes nos
encontrábamos en un estado de muerte debido al pecado, pero el poder de Dios, que resucitó a Jesús, se
extendió también a los hombres, de manera que nos ha hecho revivir con Cristo y “co-resucitado” con él. San
Pablo dice: “Dios nos resucitó con Cristo Jesús y nos hizo sentar con él en el cielo” (2,6). Literalmente estos 3
verbos se traducen como: con-vivificó, con-resucitó y co-sentó (,
lo que expresa la íntima unión entre cristianos y Cristo, entre miembros y cabeza.

San Pablo considera, por tanto, la resurrección y el triunfo celeste de los cristianos como realidad ya
conseguida. Esto no significa que haya desaparecido de su horizonte la perspectiva de futuro en la escatología,
pues seguirá hablando de “esperanza” (cf. 1,18; 2,12; 4,4) y de que “los días son malos” (cf. 5,16) y debemos
revestirnos de la armadura de Dios (cf. 6,10-17); lo que Pablo quiere decir es que los cristianos colectivamente,
en cuanto Iglesia, hemos ya resucitado y estamos presentes en el cielo. Nuestra toma de posesión de la gloria
del cielo puede decirse entonces que es ya un hecho, manifestando así cuan estrecha es la relación entre
Cristo y su Iglesia, entre el triunfo de Cristo y el de la Iglesia. Pero al mismo tiempo requiere que cada uno
permanezca unido a Cristo.

Salvación y existencia nueva entonces, es un todo ahora presente y gratuito, pues los bienes divinos no son
la retribución por las buenas obras. No nos salvan las obras buenas, sino que las podemos realizar gracias a que
somos “hechura de Dios”, recreados en Cristo (2,10). De este nuevo ser, se esperan las buenas obras
preparadas de antemano por Dios (íd.) que son los frutos propios del Espíritu, cooperando así, libremente con
la gracia.

o Ef 2, 11-22: Unión de judíos y gentiles en Cristo.

Desarrolla aquí San Pablo el tema de la unificación y recociliación: todos, judíos y gentiles, suprimida la
antigua barrera entre ambos pueblos, forman un solo “cuerpo”, que es la Iglesia, en la que todos, en calidad de
hijos y con absoluta igualdad de derechos, pueden confiadamente dirigirse a Dios Padre.

El designio eterno de Dios es la reconciliación gracias a un acontecimiento salvífico: la entrega


obediente del mesías, que en la cruz derramó su sangre por nosotros. Por ello es posible la comunión de dos
pueblos que se desprecian, judíos y no judíos, para formar el único cuerpo de Cristo o la única familia de Dios.
La imagen empleada es la destrucción del “muro de enemistad 2” que aislaba a los judíos de los no judíos (2,14).
Dios los hace “uno”, otorgándoles un único cimiento y sustentándolos en una misma piedra fundamental
(Jesucristo), que es quien también orienta la construcción (2,20; 4,4-6). Ni la unidad ni la santidad se consiguen
por el cumplimiento de la Ley, sino porque Dios en Cristo creó una nueva humanidad.

En los v. 13 y 17 San Pablo usa las expresiones “estar lejos” y “estar cerca” (cf. Is 57,19; 52,7), con las que
son designados los gentiles y los judíos (“lejos” de Yahvé los gentiles y “cerca” los judíos). El “acercamiento
2
Esta imagen puede ser una alusión al muro del Templo que separaba el patio de los hombres y mujeres israelitas del
patio de los paganos o gentiles; su transgresión significaba la muerte para estos
entre estos dos pueblos (v.14-15), de ambos con Dios (v.16-18), lo realiza Jesucristo mediante el
derramamiento de su sangre (v.13) en la cruz (v.16). Fue Jesucristo, explica San Pablo (v.14-15), quien derribó
el muro de separación” entre ambos pueblos, “anulando en su carne la Ley”, que comenzó por ser una cerca de
protección y aislamiento, pero pronto se convirtió en una especie de barricada entre dos bloques enemigos.
Jesucristo, con su muerte en la cruz anuló la Ley que era el origen de la enemistad (v.14) haciendo “en sí mismo
de los dos pueblos un solo hombre nuevo”, que luego se convertirá en un solo cuerpo. Parece que San pablo, al
hablar de hombre nuevo, piensa primeramente y principalmente en Cristo, segundo Adán, primer “hombre
nuevo“de la humanidad regenerada (cf. Rom 5,12-21; 8,3; I Cor 15,21.45) al que incorporándonos también
cada uno de nosotros se transforma en “hombre nuevo” (cf. 4,24; Rom 6,3-11), agrupados en un único cuerpo,
del que Cristo es cabeza, y en donde desaparecen todas las divisiones y enemistades (Cf. Rom 12,5; I Cor 12,12;
Gál 3,27-28; Col 3,10-11). Así agrupados, eliminada toda división, lo mismo judíos que gentiles tienen, “el poder
de acercarnos al Padre en un mismo Espíritu” (v.18). Surge entonces una nueva situación, la de hijos regidos y
movidos por el Espíritu, que a manera de alma o principio vital, unifica y pone en acción todo el cuerpo místico
de Cristo (cf. Rom 8,14-17); Gál 4,3-7).

Expuesta la tesis, San pablo deduce la conclusión (v19-22). Comenzando por la imagen de ciudad y pasando
por la de casa-familia, viene a parar en la casa-edificio, de la cual ya no se sale en cuanto la casa-edificio se
transforma en templo. Pablo quiere decir entonces, que los gentiles en la ciudad son ciudadanos, en la familia
miembros, en el edificio piedras que lo componen.

Cap. 3
o Ef 3, 1-13: Misión confiada a Pablo.

Pablo ha sido elegido por Dios para anunciar el “misterio de Cristo” y su “insondable riqueza” (Ef 3,4.8). Este
misterio trae consigo una inmediata consecuencia: quien cree en Cristo, judío o no, es hecho hijo de Dios y
miembro del cuerpo de Cristo o de la familia de Dios que es la Iglesia. Estos son llamados “santos” (Ef 1,2;
2,19), porque están consagrados por el bautismo a Dios Padre por la sangre de Cristo y la acción del Espíritu.
Los santos forman un solo pueblo y su vocación es participar de la promesa de Dios a Abrahán y de la herencia
reservada a los hijos al fin de los tiempos: la vida en comunión eterna con Dios. Este misterio escondido desde
siempre, Dios lo reveló ahora en su totalidad a los apóstoles y lo ha confiado a la Iglesia y a sus ministros, del
que Pablo es uno de ellos. Como el Evangelio o Buena Noticia del misterio de Dios (Ef 3,7) tiene dimensiones
universales, Dios reconcilia y recapitula todo en Cristo (Ef 1,10), debe ser anunciado a todos los pueblos y a
todo el cosmos. La fe nos abre al conocimiento y aceptación del “misterio proclamado, que tiene el poder de
hacernos vivir reconciliados y en comunión con Dios y con los demás.

o Ef 3,14-21: Oración de Pablo.

San Pablo termina este capítulo con una oración de intercesión por sus destinatarios, para que sus espíritus
sean fortalecidos por el Espíritu de Dios (2 Cor 4,16) y comprendan la grandeza del misterio recibido. Insiste
otra vez en la importancia de la comprensión de la profundidad del amor y de la necesidad de que este sea
nuestro cimiento. Es una plegaria ante el padre, donde aparece también la presencia de Jesucristo y del Espíritu
Santo.
II. Exhortación (4,1-6,20).

Cap. 4
o Llamado a la unidad Ef 4,1-16 y diversidad de dones dentro del Cuerpo místico

Aquí empieza la parte moral y exhortativa de la carta, haciendo un llamado a la práctica de las virtudes
que contribuyen a la unidad del Cuerpo que es la Iglesia: humildad, amabilidad, paciencia y amor mutuo.
Pablo muestra que la vida cristiana ha de ser fiel expresión de lo que es el Gran Misterio, respondiendo al
inmenso amor que Dios nos ha manifestado salvándonos por medio de su Hijo. Pablo concreta esta unidad
en 7 elementos principales:

 1 solo es el Cuerpo: uno solo principio material, ya que todos los cristianos formamos un solo
cuerpo cuya cabeza es Cristo (cf. v.12; 2,16; 5,30).

 1 solo el Espíritu: una en su principio formal, pues está animada por un solo “Espíritu”, que es
como el alma o principio vital de ese cuerpo (cf. 1,13-14; 2,18).

 1 sola es la esperanza: una en su finalidad o aspiraciones, pues una es la esperanza de nuestra


vocación.

 1 solo Señor: una en su principio de autoridad, pues uno es el “Señor”, Jesucristo.

 1 sola fe: una en el contenido vital de sus creencias, ya que una es la fe en Cristo, a quien todos
reconocemos como único Señor.

 1 solo bautismo: una en el rito de incorporación, pues uno es el “bautismo” para entrar en ella.

 1 Solo Dios y Padre: una por razón de su origen de un solo “Dios y Padre”, artífice supremo del plan
redentor, que está “sobre todos” con autoridad trascendente y soberana, pero actúa y habita en
todos como algo inmanente a nosotros por su presencia y acción.

Complemento magnífico de la perícopa anterior. La unidad de la Iglesia, tan insistentemente afirmada,


no ha de concebirse como algo seco y monótono, sino como algo exuberante y complejo, cual corresponde a
un organismo viviente cuyos miembros ejercen funciones diversas, pero sin romper la unidad del conjunto,
antes al contrario contribuyendo con esa diversidad de funciones a consolidarla y perfeccionarla. Es la idea que
desarrolla el Apóstol en este pasaje.

Su primera afirmación es que, dentro de la Iglesia, Jesucristo reparte sus “gracias”, no las mismas para
todos ni a todos en la misma medida, sino en la medida él quiere (v.7). Parece claro, dado el contexto (cf. v.11-
12), que el Apóstol está refiriéndose, no a la “gracia santificante”, sino a los dones espirituales o carismas
destinados al bien común de la Iglesia. Como prueba de que es Jesucristo quien reparte estos dones, cita el
Apóstol unas palabras del Sal 68,19, en las que ve anunciada la gloriosa ascensión de Cristo a los cielos, desde
donde, como rey victorioso, distribuye luego sus dones a los hombres en la tierra (v.8-10). Con la expresión
“para llenarlo de su plenitud”, el Apóstol quiere significar que Cristo, con ese recorrido por el universo, bajando
a las “partes inferiores de la tierra” y subiendo luego “sobre todos los cielos”, ha tomado posesión del pléroma
o cosmos entero, que él recapituló, encerrándolo todo bajo su autoridad de Señor (cf. 1,20-23).
Los dones o carismas nos son dados para que cada uno como miembro del cuerpo, haga su
contribución a la edificación de la Iglesia y así lleguemos a la “medida de la madurez de Cristo en su plenitud”
(cf.4,13).

o La vida nueva en Cristo, 4,17-32

San Pablo añade ahora diversas recomendaciones en orden a la pureza de vida que deben llevar los
fieles. En primer lugar explicándoles qué deben evitar y luego se refiere a la forma en que deben vivir:
“despojados del hombre viejo”, “revestidos del hombre nuevo”. Estas dos expresiones están inspirados en el
simbolismo del bautismo con el rito de inmersión y de emersión (Comentario Profesores de Salamanca p. 257,
BAC) que señala nuestra muerte a la antigua vida de pecado y la resurrección a la nueva vida de gracia
comunicada por Cristo. El “hombre viejo” es entonces el hombre carnal, viciado por el pecado y esclavo de las
concupiscencias, mientras que el “hombre nuevo” es el hombre regenerado en Cristo, no dominado por el
pecado y la concupiscencia. También invita a la “renovación de la mente por medio del Espíritu”, es decir,
transformar los pensamientos y manera de ver las cosas de modo que surja este hombre nuevo.

Con tres verbos propios de la liturgia bautismal, el autor indica el paso del hombre viejo al nuevo y que
son el fundamento para vivir la nueva alianza: despojarse, renovarse, revestirse (4,22-24). No basta despojarse
o abandonar las conductas propias del hombre viejo. Se requiere vivir como bautizado, es decir, como uno que
“se ha renovado”, pues no sirve cambiar las malas acciones cuando el interior permanece encerrado en la
ignorancia y la obstinación (v.18). La razón es que quien se bautiza en Cristo, el Hombre nuevo, se “reviste” de
él para adquirir una nueva existencia y conforme a esta nueva condición tiene que vivir. “Revestirse” es
despojarse del pecado y renovar el corazón, identificándose completamente con Cristo. El fruto es una vida
recta, despojada de libertinajes e impurezas, que es la conducta propia de los paganos (4,19). Como el hombre
nuevo es obra del Espíritu, entristece al Espíritu aquel que se comporta como hombre viejo, como si no hubiera
escuchado a Jesús ni lo conociera (4,21).

Cap. 5

o Compórtense con amor a ejemplo de Cristo Ef 5,1-20

En esta primera parte del capítulo San Pablo continúa con la exhortación moral anterior. Como trasfondo
puede encontrarse la liturgia bautismal o el “baño del agua y la palabra” que identifica a Cristo como Luz.

o Esposos, amen a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia Ef 5,21-33

Desde esta parte en adelante, San Pablo comienza a entregar sus recomendaciones sobre las relaciones
familiares y sociales: marido y mujer, padres e hijos, amos y siervos. Refiriéndose en primer lugar al
matrimonio. La exhortación a los casados, es a que lleven una vida matrimonial tomando como ejemplo la
unión de Cristo a la iglesia, con la que va poniendo en paralelo el matrimonio cristiano.
Maridos - Mujeres Cristo - Iglesia

v.21 …someteos los unos a los otros


v.22 Mujeres, someteos a vuestros maridos COMO al Señor

v.23 Puesto que el marido es cabeza de la mujer, COMO Cristo es cabeza de la Iglesia, él, el salvador de
su cuerpo
v.24 Pero COMO la Iglesia está sometida a Cristo
que las mujeres estén sometidas en todo a sus
maridos
v.25 Maridos, amad a vuestras mujeres COMO Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella.
v.26 Quiso así hacerla santa, purificándola por el
agua… y la Palabra.
v.27 Quiso presentársela…sin tacha; quiso a su Iglesia
santa e irreprochable.
v.28 Así es como el marido debe amar a su mujer
como a su propio cuerpo. El que ama a su mujer se
ama a sí mismo.
v.29…COMO hizo Cristo por su Iglesia.
v.30 ¿No somos miembros de su cuerpo?

v.31”Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre…y los dos serán una sola carne”.
v.32 Este misterio es grande…Se refiere a Cristo y a la
Iglesia.
v.33 Cada uno ha de amar a su mujer como a sí
mismo, y la mujer debe respetar a su marido.

La Iglesia, esposa de Cristo: la imagen de esposa o matrimonio, aparece ya en el Antiguo Testamento


para representar las relaciones entre Yahvé y su pueblo. Se pueden encontrar en Is 62, 4-5; Jer 3,20; Ez 16, 8-
29; Os 2,19-22; fuentes de las que San Pablo se vale para traspasarlas a Cristo y a la Iglesia, ya que por otro lado
en el Nuevo Testamento, Jesús durante su vida terrena se había designado a sí mismo como el “Esposo” (cf. Mt
9,15; Jn 3,29).

La imagen aparece también frecuentemente en el Apocalipsis (cf. 19, 7-9; 21, 2-10; 22,17), pero es Pablo el
autor neotestamentario que más profundiza en su contenido en este pasaje de Ef 5, 23-33. También en otros
textos anteriores paulinos, más o menos encubiertos, se encuentran ya rasgos de la misma idea. Se trata de:
Rom 7, 1-4; 1 Cor 6,13-20; Gál 4,26; 2 Cor 11,2-3.

En el texto de Rom 7, 1-4, Pablo se vale del ejemplo del matrimonio para deducir que, por nuestra
muerte con Cristo en el bautismo, quedamos desligados de la Ley y pasamos a estar bajo el señorío de Cristo
resucitado (esposo), al igual que la mujer pasa a ser de otro marido, si muere el primero. También en 1 Cor
6,13-20 aparece la misma imagen cuando Pablo, en la perspectiva matrimonial de Gén 2,23-24, dice que el
cristiano que se allega a una meretriz, haciéndose un cuerpo con ella, lesiona el señorío de Cristo (esposo), a
quien estamos incorporados no a nivel meramente corporal, sino a nivel de “cuerpo” eclesial en el Espíritu.

También dentro del marco de la misma imagen en Gál 4,26 Pablo llama “nuestra madre” a la Iglesia, de
la que por su matrimonio místico con Cristo nacemos los cristianos. A diferencia de los tres ejemplos o
referencias anteriores, en 2 Cor 11,2-3 la imagen de la Iglesia como esposa de Cristo, no solo está latente sino
que ya está tematizada. Pablo vienen hablando del daño que están haciendo a la comunidad de Corinto esos
“falsos apóstoles”, que predican un evangelio judaizante, desfigurando el evangelio auténtico que él les había
predicado: es como si arrancaran de los brazos de su esposo (Cristo) a la comunidad de Corinto, haciéndola
pasar a ser de otro. Dice Pablo que él, como fundador de esta comunidad (cf. 1 Cor 4,15), tenía los derechos de
“padre”, y es al padre a quien corresponde hacer de intermediario y preparar los desposorios de la “hija” (cf. 1
Cor 7,36-38); pues bien, ya quedó establecido el matrimonio con “un solo marido” (Cristo) y, por tanto, esa
“hija”, que es la comunidad de Corinto, no puede darse a otros señores o esposos, pues no se pertenece.

En primer lugar, Pablo habla siempre de “la Iglesia” en singular, con referencia a la Iglesia universal
considerada como un todo u organismo único. No es ya el caso de 2 Cor 11,2-3, donde se trataba de la iglesia
local de Corinto, una de tantas dentro del conjunto de comunidades cristianas, Aquí, por el contrario, es la
Iglesia universal la que Pablo considera de modo primario y directo como “esposa” de Cristo; esa Iglesia a la
que llama también “cuerpo” del que Cristo es “cabeza” (cf. 1,22-23) y cuyo carácter celeste queda en esta carta
muy acentuado (cf. 2,6; 3,10.21; 4,15; 5,27).

Por otro lado, la imagen de “esposo”, está guiada por los términos de “cuerpo” y “cabeza” en la
reflexión de Pablo. En la base de la comparación late siempre esta idea: el marido es la cabeza y la esposa el
cuerpo (5,23.28.30; cf. 1 Cor 6,16; 11,3.8). De ahí deducirá precisamente Pablo, mirando las cosas desde la
esposa (v.22-24), que ésta debe estar sujeta al marido, como lo está la Iglesia (cuerpo) a Cristo (cabeza), del
cual nace y hacia el cual se va desarrollando en su crecimiento(cf. 1,22; 2,13-14.20.21; 4,15-16). Y si la mujer
debe estar sujeta al marido, a ejemplo de la Iglesia con Cristo, el marido, a su vez, debe amar a su mujer con
todas las consecuencias que de ahí derivan, a ejemplo de Cristo con la Iglesia (v.25-33). Es aquí, mirando las
cosas desde el marido, donde Pablo se detiene más en su reflexión.

Su primera afirmación es que el amor de Cristo a la Iglesia (esposa) le lleva a “entregarse por ella”
(v.25; cf. 5,2). La finalidad de Cristo era doble: santificarla, purificándola “mediante el lavado del agua de la
palabra”, y presentarla ante él limpia y resplandeciente, “sin mancha ni arruga” (v.26-27). Parece claro que el
primer fin lo ve realizado Pablo en la escena del bautismo (cf. Rom 6,3-11), que viene a ser como el baño con
que la esposa, en la antigüedad, era preparada antes de presentarla al esposo. A ese baño nupcial seguía la
presentación de la novia al esposo, hecha generalmente a través de un tercero (amigo del esposo); pero aquí,
rompiendo un poco el paralelismo, es el mismo Cristo quien se la presenta a sí mismo.

En los v.28-30 Pablo apunta al amor que los maridos deben tener a sus mujeres recurriendo a la misma
metáfora de “cabeza-cuerpo”: ya que la mujer es como el “cuerpo” del marido, que es la “cabeza”, nadie
puede despreciar a su propio cuerpo, sino que lo alimenta y lo cuida, tal como hace Cristo con la Iglesia.

Al final de esta reflexión y recalcando la unión que debe existir entre los esposos, se refiere San Pablo al
pasaje de Gn 2,23-24 que es prefigurativa de la unión de Cristo con la Iglesia (v.31.32). También la Iglesia es
“cuerpo” de Cristo, como la mujer lo es de su marido, sirviendo a Cristo como de instrumento para ejercer su
potencia creadora y engendrar hijos (cf. Gál 4,26). No cabe unión más estrecha entre Cristo y su Iglesia, entre
Dios y la criatura.
Cap. 6

o Hijos, obedezcan a sus padresen el Señor 6, 1-4


¿Cómo deben ser las relaciones entre padres e hijos? Los códigos domésticos al respecto variaban de
pueblo en pueblo y dependían de si la familia vivía en la ciudad o en el campo. Sin embargo, tanto en el mundo
grecorromano como en el judío, la relación padre-hijo se sustentaba en el honor y la autoridad del
paterfamilias o jefe de hogar (Eclo 3,1-6; 7,27-28), cuya contraparte era la sumisión y el respeto absoluto de
sus hijos. Estos valores sostenían no solo la familia, sino también la sociedad. De aquí la importancia de crias a
llos hijos con gran disciplina, como lo pide la escritura (Ef 6,4; Eclo 30,1-13), lo que se prestaba a vicios por
exceso de severidad del Padre, que con sus correcciones y dureza de trato podía irritar al hijo y crearle
aversión. “Lo justo” es actuar conforme a lo que Dios quiere (Ef 6,1). El aporte cristiano a este código
doméstico es su motivo: que los hijos obedezcan “en el Señor”, y que los padres críen a sus hijos “conforme al
Señor” (6,1.4).

o Esclavos, obedezcan a sus amos 6,5-9

Otro código doméstico de la sociedad grecorromana es la relación amo-esclavo, que no es estrictamente


laboral, ya que los esclavos formaban parte de la familia al ser propiedad del jefe de hogar. Este código se
replantea a la luz del seguimiento de Cristo: amos y esclavos cristianos poseen un “único amo” en el cielo, el
mismo Dios (6,9) y todos gracias a Cristo, son sus hijos; y esta nueva condición es la que debiera definir la
conducta de unos con otros. A los esclavos pide obediencia sincera a sus amos y actuar con ellos como si
estuvieran sirviendo a Cristo y a los amos que no olviden que todas serán juzgados sin distinción ni
discriminación alguna por sus actos, de manera que actúen correctamente.

o Revístanse con la armadura de Dios 6, 10-20


o Saludo final 6, 21-24

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